De La Conquista A La Independencia Mariano Picon Salas

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RESUMEN

Este artículo examina los vínculos entre la teoría de los géneros literarios manejada por Mariano
Picón-Salas y la concepción del mestizaje que postula uno de sus libros más importantes, De la
Conquista a la Independencia.

Palabras claves: Ensayo hispanoamericano, telurismo, mestizaje, nación.

I. Literatura y nacion

Mariano Picón-Salas se inserta en una tradición nacional de ensayistas que ya contaba con
nombres prominentes como los de Andrés Bello, Simón Rodríguez y Rufino Blanco-Fombona. Su
labor, al igual que la de la mayoría de sus predecesores, intenta conciliar inquietudes sociales y
estéticas. De joven, sus convicciones progresistas se fortalecieron como respuesta a las
atrocidades del gobierno de Juan Vicente Gómez. En 1922, escapando hasta cierto punto de esa
atmósfera estancada y represiva, viaja a Chile, donde permanece hasta la muerte del dictador;
esta primera experiencia internacional le da al escritor una visión verdaderamente
hispanoamericana que durante el resto de su vida tratará de ampliar (Latcham 2000: 29ss).
Cuando el golpe militar de 1948 pone fin a la presidencia de Rómulo Gallegos, Picón-Salas decide
nuevamente abandonar su país e instalarse en México; años más tarde, restaurada la democracia
venezolana, y gracias a cargos diplomáticos, las peregrinaciones en el extranjero, sobre todo en
Latinoamérica, se reanudan.

Han de tenerse en cuenta esas circunstancias para poder comprender a cabalidad


su ensayismo. La obra de Picón-Salas ilustra las ambiciones y los rasgos de una
tendencia literaria que prevaleció en la primera mitad del siglo XX, a veces
confundida con la vanguardia, a veces en franca disputa con ella a lo ancho de la
América hispana. En las postrimerías del modernismo muchos escritores sintieron
necesidad de compensar lo que consideraron excesos cosmopolitas de los
decenios previos. La reacción contra lo que vieron como escapismo, indiferencia
política y distante egoísmo respecto de los asuntos que concernían a la
colectividad estuvo cargada de juicios morales y pronto los nuevos intelectuales se
inclinaron por la condena de los modernistas pretextando su irresponsabilidad.
Entre Martí y Darío, los dos paradigmas del movimiento de fines del siglo XIX, se
estableció una oposición artificial y se prefirió invariablemente el ejemplo del
primero –la frase “nuestra América”, de hecho, actúa como secreta contraseña de
esa reevaluación de la historia literaria regional, apareciendo constantemente en
los escritos de Alfonso Reyes y José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña y
Manuel Ugarte, Fernando Ortiz y Germán Arciniegas, Jorge Mañach y todos los
grandes nombres que dominan la escena ensayística. Si a ellos agregamos
novelistas de creencias afines, tales como Gallegos, José Eustasio Rivera o
Ricardo Güiraldes, o poetas como Gabriela Mistral, el Pablo Neruda del Canto
general, Nicolás Guillén y muchos otros, pronto percibiremos un complejo pero
consistente panorama que abarca diversas manifestaciones de las letras de
Hispanoamérica.

Me he referido a una relación conflictiva entre esa corriente y la vanguardia. Si se


considera que ambas empiezan por coincidir en su repudio del decadentismo
modernista, la supuesta laguna revelará su naturaleza engañosa. El error que han
cometido críticos posteriores, de separar el telurismo de la “novela de la tierra” u
otros géneros y el experimentalismo pretendidamente europeísta de las
agrupaciones juveniles de aquel entonces, salta a la vista cuando reparamos en el
“criollismo” enfatizado por las revistas de la vanguardia argentina, Martín Fierro,
entre ellas, o el diálogo íntimo que en el Perú entablan indigenismo y curiosidad
por las novedades estéticas en la labor de José Carlos Mariátegui y otros
compañeros de generación. También cuando nos topamos con disquisiciones muy
tempranas de corte ensayístico. Arturo Uslar Pietri se vio obligado a defender en
1927 las vanguardias continentales de la falsa acusación de no estar sintonizadas
con los problemas de la sociedad:

Ha habido hombres superficiales que han tomado la vanguardia como una


excentricidad de artistas ociosos [...]. Sobre esta falsa base han intentado gritar
que las nuevas generaciones de América son plagiarias del arte moderno europeo
[...]. No solamente América no ha plagiado a las vanguardias del otro lado, sino
que también ha hecho su aporte considerable y noble [: Tablada, Huidobro,
etcétera]. Nuestras generaciones están cantando lo que el momento requiere de
viril y fecundo [sin] los medios tonos decadentes. Nuestra América canta su
momento y para ello sólo quiere a los de buena voluntad: somos fieles a las
reclamaciones de nuestra cultura (Osorio 1998: 273-4).

Uslar Pietri mantendrá durante su carrera literaria ese americanismo aprendido en


los años de fervor vanguardista. Y otro tanto podríamos alegar de su compatriota
Mariano Picón-Salas que, en 1917, cuando contaba sólo dieciséis años, declaraba
su fe en “Las nuevas corrientes del arte” como antídoto contra el modernismo
escapista. En esa conferencia se exhorta a una lucha contra los artistas
necesitados de “embriagarse de absintio en la taberna destartalada” para
posibilitar un quehacer creador que capte la sensibilidad del presente, marinettiana
y modernamente lleno de guerras. Lo esencial es que “por la obra de todo grande
ingenio debe pasar su sociedad y su tiempo” (Osorio 1998: 53-59).

Más de un nombre se ha dado a esa reacción nacionalista o realista que se


produjo en diálogo constante con las vanguardias. El término “mundonovismo” fue
explícitamente teorizado por el chileno Francisco Contreras (1877-1933), figura
poco difundida entre críticos recientes, pero que gozó de renombre en su tiempo,
pues su cargo de director de la sección de letras hispanoamericanas del Mercure
de France le atrajo enorme poder intelectual. Con dominio tanto del español como
del francés, lo cierto es que Contreras, buen amigo de Darío, defendió e hizo
publicidad al modernismo hispanoamericano durante la primera mitad de su
carrera; pero, hacia el decenio de 1910, comenzó a insistir en un cambio
cualitativo en la orientación de las letras hispánicas que las apartaba del
esteticismo y afianzaba algo que estaba presente en ellas, aunque no
aprovechado: la sensibilidad patriótica y el gusto por lo que las patrias americanas
tenían de único, su aire de cosa “maravillosa”, “primitiva”, genesíaca ante los ojos
de la cultura occidental –La Ville merveilleuse (1924), se titula, de hecho, una de
las novelas de Contreras (Lastra 1987: 76-8). Si leemos con detenimiento las
palabras exactas de éste, encontraremos una descripción que sorprende por su
lucidez:

Mariano Picón Salas: Perspectivismo histórico en De la conquista a la


independencia

De la conquista a la independencia, el luminoso ensayo histórico escrito por D.


Mariano Picón Salas en 1944, lo consagra como lo que justamente es: un maestro
del ensayo histórico. El libro es la expresión literaria del quehacer profesoral del
escritor en cursos dictados sobre la historia cultural hispanoamericana en distintos
colleges y universidades estadounidenses en los primeros años de la década de
los 40. El ambiente académico no podía ser más propicio: desde las aulas del
Departamento Hispánico de Columbia University en su época dorada, y los días
fecundos de D. Federico de Onís, pasando por el benemérito Smith College, hasta
la escuela de verano de Middlebury College en el idílico paisaje de Vermont,
lugares todos evocadores de una tradición del mejor hispanismo académico en
América del Norte.
El ensayo abarca una anchurosa etapa de la historia americana: desde los
días aurorales de la Conquista hasta las vísperas de la Independencia. La
lectura del índice general del libro nos da una visión “panóptica”, para
emplear el preciso vocablo orteguiano, del largo y contrastado período
histórico. Un hilo muy profundo une la interpretación que hace el escritor del
largo y complejo tramo de la historia cultural hispanoamericana: El deseo de
trascender la necesaria historia “erudita”, ir más allá de los datos, alcanzar
como escribe el autor “no el sueño imposible de una historia absolutamente
objetiva, pero, al menos, de otra que sirva mejor a nuestros anhelos
interrogantes contemporáneos.”

El autor comprende que para escribir esta historia, requiérese superar el


positivismo histórico y sus limitaciones. La historia necesita sí erudición
segura, acarreo y escrupuloso análisis de hechos y datos, misión de la
crítica histórica, pero el historiador de raza, ha de ir más allá. Como el atleta,
el historiador tiene que dar el salto gimnástico, menester ha como el poeta
de la imaginación para adentrarse en el sentido de la historia, que es tanto
como decir el paso de la crónica al mundo histórico, para usar la justa y
acertada expresión de W. Dilthey. A la función del historiador urge el salto
divino, por lo que tiene de creación, de erudición a la teoría.

Conocido es el decir, “que los árboles no dejan ver el bosque”. La


inmediatez nos conduce muchas veces al “engaño de los ojos”, del que
gustaba hablar D. Américo Castro y que lo incorpora a su obra en su clásico
El Pensamiento de Cervantes. La interpretación histórica cuando lo es en su
autenticidad lleva implícito cierto alejamiento, un ascetismo teórico, el
fundamento del perspectivismo. La función del historiador necesita
perspectiva. La perspectiva histórica es la necesaria distancia del objeto – el
personaje, el hecho o los hechos históricos – que se tratará de comprender
mediante determinadas categorías conceptuales. La perspectiva histórica es
siempre la fuerza resultante, como dirían los físicos, de ciertos conceptos
sillares en la tarea de interpretación histórica.

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