Utopia Totalitarismo
Utopia Totalitarismo
Utopia Totalitarismo
Utopía y Totalitarismo
Una utopía, tal como lo expresa su nombre, es un “no-lugar”, y una utopía es por definición inmune a
la crítica, ya que es perfecta tal como la de Tomás Moro, Francis Bacon, Tomasso Campanella, Adolf
Hitler, Karl Marx o Lenin. Contra una utopía que reina sólo en las mentes de las personas, poco y
nada se puede hacer. Si bien las utopías solemos asociarlas a lugares ideales, la realidad es que la
utopía es un “no-lugar” y en todos los casos donde estas han intentado materializarse degeneraron
en distopias, ya que aquella sociedad ideal que se buscaba sólo era alcanzable por medio de una
férrea disciplina, un igualitarismo absoluto, la abolición de la propiedad privada y el sacrificio del
individuo en el altar del colectivismo. Renunciar a la utopía no significa renunciar a desear un mundo
mejor, pero lo que nos debe preocupar son los medios para alcanzar nuestros objetivos y no
simplemente postular una noble meta y luego valerse de cualquier medio para llegar a esta. En otras
palabras, acá no se trata de un problema y un debate en torno a los fines (pobreza, desigualdades
inhumanas, guerras), sino que el tema central radica en los medios de los que nos valdremos para
alcanzar tales nobles metas.
Las 10 características
El punto es que para la mentalidad totalitaria el “debería” se transforma en un “es”, por ejemplo, las
personas “deberían ser felices”, por lo tanto “van a ser felices” (y nosotros, la elite nos encargaremos
de ello) o las sociedades “deberían ser iguales y sin clases sociales”, por lo tanto, las sociedades
efectivamente no tendrán clases sociales y serán todas iguales. En otras palabras, la elite utópica
comete la denominada “falacia moralistas”, esto es, pasar de un “debe” al “es”. Por lo demás, la
moral de esta clase de personajes es camaleónica, es decir, es maleable y se adapta a las
circunstancias o, para ser más precisos, está subordinada a los fines de la ideología. Una octava
característica la representa los puntos 2, 3, 4, 6 y 9 que se pueden resumir en la dos: totalitarismo y
colectivismo. Con totalitarismo simplemente quiero describir a aquellos regímenes que ejercen un
control total sobre la sociedad: educación (historia, ciencias), religión, vida familiar, ética, medio de
comunicación, etc.
En cuanto al colectivismo, este tiende a sacrificar al individuo en el altar de aquella abstracción que
recibe el nombre de colectividad. En los totalitarismos predomina una mentalidad colectivista y
holista, donde el todo absorbe las partes que lo componen y este todo goza de una primacía por
sobre los diversos individuos. Una novena característica del utopismo totalitario es el rechazo de la
propiedad privada ya que cree ver en esta el mal absoluto, es decir, el origen de las desigualdades,
de la pobreza y la codicia entre los hombres, de manera que poniendo todos los medios de
producción en manos de la “colectividad” tendría como efecto la erradicación de los tres males
anteriormente mencionados.
Pero no bastando esto, la hostilidad hacia la propiedad no se limita a la posesión de autos, casas,
acciones o bonos, sino que también involucra la propiedad de nuestras ideas e incluso la propiedad
de nuestro cuerpo. Es por ello que en los regímenes totalitarios se regresan a nuevas formas de
esclavitud donde las acciones y los cuerpos de las personas se ven constantemente vigilados y
amenazados si tales acciones no están en sintonía con la ideología dominante, serán sometidos a
torturas y muertes. Tal fue de todos los regímenes comunistas: Holodomor o la hambruna artificial en
Ucrania provocada por órdenes de Stalin, las matanzas y régimen de esclavitud al que fue sometido
la población de Camboya bajo el régimen comunista de los Jemeres Rojos, la Rumania comunista de
Ceaucescu que hizo de ese país un teatro donde la población se transformó en meros títeres del
régimen y el tristemente célebre Muro de Berlín que restringió la libertad de movimiento de los
alemanes bajo el pretexto de una protección contra las agresiones capitalistas. En los regímenes
totalitarios las ideas no pueden ser comunicadas libremente ya que puede tener como consecuencia
la cárcel o la muerte. Así, el concepto de mío y tuyo desaparecen, y son reemplazados por lo que es
“nuestro”, lo que es de la colectividad. En resumen la palabra “privado” no es del agrado de la elite
utópica-totalitaria ya que constituye un obstáculo o un espacio de libertad en donde los tentáculos del
aparato del Partido no pueden penetrar. La búsqueda radical de la abolición de la propiedad en su
sentido amplio llevó a la misma aniquilación del individuo, del “Yo”. Es sabido que dentro de las
sectas, esta aniquilación del “Yo” una de las herramientas más poderosas y eficaces que suelen
utilizar los líderes para someter a sus adeptos, siendo un caso emblemático los ataques suicidas de
los miembros de ISIS u otras sectas fundamentalistas islamistas (¿qué es un ser humano frente a la
voluntad de Alá?). Consiste en convencer al adepto de que para merecer la aceptación del líder y el
grupo, debe negarse a sí mismo como individuo único con características específicas: sus
necesidades particulares, sus gustos, sus propiedades materiales, sus pensamientos más íntimos,
sus maneras de ver el mundo quedan en un segundo plano o, sencillamente, se niegan. Incluso las
relaciones interpersonales que no han recibido la aprobación del líder deben negarse. No hay
individuo, el sujeto no existe, sólo existe el grupo y su cabeza pensante es sólo una: la del líder. Los
demás no deben pensar, sólo obedecer.
Una décima y muy importante característica del totalitarismo utópico es la negación de la que exista
algo parecido a una naturaleza humana. Para un totalitario el ser humano es arcilla que puede
moldearse de acuerdo a su propia voluntad. Como ya señalé en mi libro, los distintos regímenes
socialistas que existieron creyeron poder llevar a cabo una suerte de ingeniería social donde podrían
construir a un individuo nuevo, siempre y cuando se creara un ambiente y se proporcionaran los
estímulos adecuados que ayudasen a alcanzar tal propósito. La doctrina de la “tabula rasa” y el
interminable debate entre lo “innato”, es decir, los factores genéticos y hereditarios por un lado, y lo
adquirido”, vale decir, lo que no es hereditario ni genético, como la enseñanza familiar, escolar,
universitaria o influencia de los medios de comunicación, constituye una tesis epistemológica que se
traduce en que cada individuo nace con la mente vacía, es decir, sin cualidades innatas, está
presente en distintos grados en autores como John Locke, Jean Jacques Rousseau y Sigmund
Freud. También está presente en las políticas implementadas por los regímenes que se
autoproclamaron como socialistas. Todos tenían un molde humano predeterminado al que tenían
que amoldarse las personas, ya sea el “hombre nuevo” de Guevara o el “hombre comunista” y
“hombre del futuro” de Trotsky. Este ideal llegó a tal punto que el novelista y sociólogo Alexander
Zinóviev (1922-2006) realizó una sátira a través del su libro “Homo Sovieticus”. Sabemos que a la
larga, ni los comunistas ni los nazis, pudieron coactivamente diseñar ni al “hombre comunista” ni al
“Übermensch”. Podemos actualizar este debate a propósito del polémico libro del psicólogo y
académico de la Universidad de Harvard, Steven Pinker: “La tabla rasa. La negación moderna de la
naturaleza humana”. El ser humano, a diferencia de como creía y Marx y sus discípulos, no era una
tabla rasa. De acuerdo a Pinker, los marxistas, a diferencia de los nazis, se opusieron a la idea de
herencia genética y a la idea de una naturaleza humana enraizada en la biología.