PDF Catequesis Camino Por El Desierto

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El ser humano, como la vela, está hecho para dar luz, pero la vela, nada más

encenderla, se empieza a consumir. La vela, hasta que no es encendida, es un trasto que


rueda por los cajones. El día que se va al luz, la buscamos y la encendemos. En ese momento
empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta perspectiva.

Lo cierto es que avanzar supone hacer opciones, renunciar a la comodidad de lo conocido y dar
lugar
al cambio. Pero cambiar nos da miedo y el miedo, a veces, paraliza. Desprendernos de lo viejo y
hacer lugar a lo nuevo implica un proceso siempre enriquecedor pero también doloroso, aun cuando
sabemos que ya no sirve a nuestra vida. Por eso, escapando al dolor, preferimos evitar los
riesgos en vez de asumir el hecho de que, para dar a luz algo nuevo, necesariamente debemos
tomar la decisión de soltar lo que nos tiene anclados y no nos permite desplegarnos. A veces son
personas, a veces son hábitos, otras idealizaciones o simplemente excusas. Casi siempre es
comodidad Lo cierto es que avanzar supone hacer opciones, renunciar a la comodidad de lo
conocido y dar lugar al cambio. Pero cambiar nos da miedo y el miedo, a veces, paraliza.
Desprendernos de lo viejo y hacer lugar a lo nuevo implica un proceso siempre enriquecedor
pero también doloroso, aun cuando sabemos que ya no sirve a nuestra vida. Por eso, escapando
al dolor, preferimos evitar los riesgos en

vez de asumir
decisión el hecho
de soltar lo quedenos
que, paraanclados
tiene dar a luzy algo nuevo,
no nos necesariamente
permite debemos
desplegarnos. A veces tomar la
son personas,
a
veces son hábitos, otras idealizaciones o simplemente excusas. Casi siempre es comodidad

Parálisis no implica necesariamente quietud sino también tiempo y movimiento


aparentemente estéril, en tanto no nos conduce al destino que anhelamos. Es el tiempo
en que pensamos que avanzamos pero damos, en vez de eso, vueltas en falso. Nos
movemos, pero no vamos a ninguna parte. A esa parálisis, a la más profunda,
refiere el evangelio.
 Y ahora sí, vuelvo la mirada a Jesús. ¿Qué hace frente a la realidad de este hombre?

sHabieían adlolí quune h lolemvabbrea qausíe m lleuvcahboa t itermeinpota, lye odcicheo:


años enfermos.  Jesús lo vio acostado y,
—   ¿Quieres sanarte?
Le contestó el enfermo:
—  Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando yo
voy, otro se ha metido antes.
Le dice Jesús:
—  Levántate, toma tu camilla y camina. 
Lo ve, se detiene y, sin avasallar, lo interpela.  “¿Quieres sanarte?”. Una pregunta
simple, que invita a empezar por reconocer la propia necesidad para poder
optar sanar en libertad. Entonces, al que estaba mirando hacia fuera y esperando lo
imposible, le devuelve la mirada hacia dentro y lo interroga respecto de algo que sí
puede responder. Así es Dios,
su presencia siempre nos cambia la lógica. Y ante esto la respuesta del paralítico es
muchas
veces la nuestra: un puñado de razones que nos mantienen postrados. Pero Jesús lo
vuelve a sorprender, no se enrolla con las excusas, sino que simplemente contesta:
“Levántate, toma tu camilla y anda”. Vuelve a poner foco en él. No niega con esto su
enfermedad, sino que lo invita a dejar de estar recostado sobre ella. Es un
llamado a ponerse de pie, pero no como si nada, sino tomando su camilla, 
haciéndose cargo de su historia.
No soy ninguna experta y me excede el poder dar fe de la cientificidad de esta mirada,
pero lo cierto es que conocerla me hizo ver un nuevo sentido. Parálisis no implica
necesariamente quietud sino también tiempo y movimiento aparentemente estéril, en
tanto no nos conduce al destino que anhelamos. Es el tiempo en que pensamos que
avanzamos pero damos, en vez de eso, vueltas en falso. Nos movemos, pero no
vamos a ninguna parte. A esa parálisis, a la más profunda, refiere el evangelio.
 Y ahora sí, vuelvo la mirada a Jesús. ¿Qué hace frente a la realidad de este hombre?
Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.  Jesús lo vio acostado y,
sabiendo que llevaba así mucho tiempo, le dice:
—  ¿Quieres sanarte?
Le contestó el enfermo:
—  Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando yo
voy, otro se ha metido antes.

L—e L deivcáen Jteasteú,s :toma tu camilla y camina. 

Lo ve, se detiene y, sin avasallar, lo interpela.  “¿Quieres sanarte?”. Una pregunta


simple, que invita a empezar por reconocer la propia necesidad para poder
optar sanar en libertad. Entonces, al que estaba mirando hacia fuera y esperando lo
imposible, le devuelve la mirada hacia dentro y lo interroga respecto de algo que sí
puede responder. Así es Dios, su presencia siempre nos cambia la lógica. Y ante esto
la respuesta del paralítico es muchas veces la nuestra: un puñado de razones
que nos mantienen postrados.
Pregúntate tú y yo estamos esperando resignados, que baje un ángel del cielo para
que ocurra un milagro. El desierto es el territorio de la verdad.

Jesucristo, no se enrolla con tus excusas, sino que simplemente contesta: “Levántate,
toma
tu camilla y anda”. Vuelve a poner foco en él. No niega con esto su enfermedad,
sino que lo invita a dejar de estar recostado sobre ella. Es un llamado a ponerse
de pie, pero no como si nada, sino tomando su camilla,  haciéndose cargo de su
historia.

DEUTERONOMIO 8, 2-3 y 14-16 


Habló Moisés al pueblo y le dijo:
- Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años
por el desierto para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si
guardas sus preceptos o no.
Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná -que
tú no conocías ni conocieron tus padres- para enseñarte que no sólo de pan
vive el hombre sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la
esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y
alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca
de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no han conocido
tus padres.

Toda
sobre lala epopeya del éxodo
vida humana. de humana
La vida Israel hacia la tierra Es
es desierto. prometida es unausencia
desamparo, riquísimo
desímbolo
Dios, sed,
hambre,
peligro.
Este es el primer contenido de la Revelación, y la primera tentación. La vida no es
no es una situación agradable que nos gustaría hacer definitiva: es una situación
desagradable, pero pasajera, hacia algo que puede ser mejor.
 Y ahí entra Dios. Con Él, el desierto sigue siendo desierto, la vida sigue siendo
igual: Dios no nos soluciona los problemas, la fe no nos da certeza, la oración no
nos consigue lo que pedimos... La vida sigue siendo desierto.
Dios es "pan y agua" para caminar por el desierto. Este es el segundo contenido de
la
R e ve la i ó n . A é s t e D i o h a y q u e c e p t r , n o al
Ta m p oc o a l J u e z q u e e sp e ra a l f in al p a r a c a s ti g r
q ue d c e te z a s y s o lu c i o n a pr ob l e m a s .
la s t ran s g re s io n e s. D e s d e e l in ci p i o, l a Revelación
más pura y profunda del Dios de Israel es ésta: pan y agua para caminar por el
desierto.

1ª tentación: utilizar el poder en beneficio propio 


Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la
primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio  . Es la tentación de las
necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel repetidas veces durante los
cuarenta años por el desierto. Al final, cuando Moisés recuerda al pueblo todas las
penalidades sufridas, le

edxepsplicuaé sp oter aqluimé etnotmó óc oenl Seel ñmoar neás,a p aacrati teunds:e
“ñ(aDritoes )q utee anfoli gsióól,o hdaec ipéannd ovtieve p eals ahro mhabmreb, rsei,n
oy de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3). En la experiencia del pueblo se han dado
situaciones contrarias de necesidad (hambre) y superación de la necesidad (maná). De
ello debería haber aprendido dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La
segunda, que vivir es algo mucho más amplio y profundo que el simple hecho de
satisfacer las necesidades primarias. En este concepto más rico de la vida es donde
cumple un papel la palabra de Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo
no aprendió la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado.
Mientras no estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la
palabra de Dios.
Lo que acabo de decir refleja el gran problema teológico de fondo. En la práctica,
la
tentación se deja de sutilezas y va a lo concreto: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra
que se convierta en pan”. Jesús, el nuevo Israel, no necesita quejarse del hambre, ni
murmurar
como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema
fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús, el nuevo Israel, demuestra que tiene aprendida
desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: “Está escrito: No sólo
de pan vive el hombre”. 
En realidad, la enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que
resulta imposible reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar
su poder en beneficio propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la
idea más importante, expresada de forma casi subliminar, es esa visión amplia y
profunda de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se
alimenta de la palabra de Dios.
2ª tentación: Tener, aunque haya que arrastrarse  
La segunda tentación no es la tentación provocada por la necesidad urgente, sino
por el deseo de tener todo el poder y la gloria del mundo. ¿Es esto malo,
tratándose del Mesías? Los textos proféticos y algunos Salmos hablaban de su dominio
cada vez mayor, universal, concedido por Dios. Pero Satanás parte de un punto de
vista muy distinto, propio de la mentalidad apocalíptica: el mundo presente es malo,
no está en manos de Dios, sino en las suyas; es él quien lo domina y entrega su poder
a quien quiere. Solo pone como condición que se postren ante él, que lo reconozcan
como dios. Jesús se niega a ello, citando de nuevo un texto del Deuteronomio: “Está
escrito: al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto”. 

El relato es tan fantástico que cabe el peligro de no advertir su tremenda realidad. El


ansia de poder y de gloria lo percibimos continuamente (mucho más en España en
tiempos de
elecciones y de formación de gobierno), y también queda clara la necesidad de
arrastrarse para conseguir ese poder. Pero este peligro no es solo de políticos,
banqueros y grandes empresarios. Todos nos creamos a menudo pequeños ídolos
ante los que nos postramos y damos culto.
3ª tentación: pedir pruebas que corroboren la misión encomendada.  
En 1972, cuando todavía estaba permitido llegar hasta el pináculo del Templo de
Jerusalén, tuve ocasión de contemplar la impresionante vista de las murallas de
Herodes prolongándose en la caída del torrente Cedrón. Una de las pocas veces en
mi vida en las que he sentido vértigo. En ese escenario sitúa Satanás a Jesús para
invitarlo a que se tire,
confiando en que los ángeles vendrán a salvarlo.
Esta tentación se presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla
la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener
éxito en la actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla el
milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle
importante: el tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre, lo que
propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.
Por eso considero más exacto decir que la tentación consiste en pedir pruebas que
corroboren la misión encomendada.  Nosotros no estamos acostumbrado a esto, pero es
algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex
4,1-7), Gedeón (Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5) y Acaz (Is 7,10-14). Como
respuesta al miedo y a la incertidumbre, espontáneos ante una tarea difícil, Dios
concede al elegido un signo
milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico
(Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales
diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la
tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y
anime a cumplir la tarea.
Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido.
Basándose en la promesa del Salmo 91,11-12 (“a sus ángeles ha dado órdenes para
que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en la
piedra”), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse del alero del
templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios.
Sin embargo, Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto
del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). La frase del Deuteronomio es
más explícita: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis
en Masá”. ¿Qué ocurrió en Masá? Lo cuenta el libro de los Números 17,1-7: el pueblo,
durante la marcha por el desierto, se queja por falta de agua para beber. Y en esta
queja se esconde un problema mucho más grave que el de la sed: la auténtica
tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios: "¿Está o no
está con nosotros el Señor?"   (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios
encubre una duda en la protección divina. Jesús confía plenamente en Dios, no quiere
signos ni los pide. Su postura supera con mucho incluso la de Moisés.
Cuando termina el relato de las tentaciones, Lucas añade que “el tentador lo dejó hasta
otro momento”. Ese momento será al final de la vida de Jesús, cuando esté crucificado. 
Nuestras tentaciones 
Las tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la
comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y
apetencias y nuestro grado de interés por Dios.
La necesidad primaria: afecto, comprensión.
¿Está Dios en medio de nosotros?

La tentación de tener.
La tentación del dejarse arrastrar, dejar hacer a los demás, callar.

dre era un arameo errante”), la opresión de Egipto, la liberación y el don de la tierra. En el contexto de la cuar
 

Primera tentación  
Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la
primera tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. Es la tentación de las
necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel repetidas veces durante los
cuarenta años por

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te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino
de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).
En la experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de necesidad
(hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber aprendido dos
cosas. La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que vivir es algo mucho más
amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las necesidades primarias. En
este concepto más rico de la vida es donde cumple un papel la palabra de Dios como
alimento vivificador. En realidad, el pueblo no aprendió la lección. Su concepto de la
vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras no estuviesen satisfechas las
necesidades primarias, carecía de sentido la palabra de Dios.
En el caso de Jesús, el tentador se deja de sutilezas y va a lo concreto: «Si eres
Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan en panes». Jesús no necesita
quejarse de pasar hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo
de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús tiene
aprendida desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante años: «Está
escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su
boca».
La enseñanza de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible
reducirla a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio
propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante,
expresada de forma casi subliminar, es la visión amplia y profunda de la vida como
algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra
de Dios.
Segunda tentación  
La segunda tentación (tirarse desde el alero del templo) también se presta a
interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la tentación del
sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener éxito en la
actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla el milagro y
acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle
importante. El tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre. Lo que
propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios. Por eso parece más exacto
decir que la tentación consiste en pedir a Dios pruebas que corroboren la misión
encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados a esto, pero es algo típico del
Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1-7), Gedeón
(Jue 6,36-40), Saúl (1 Sam 10,2-5) y Acaz (Is 7,10-14). Como respuesta al miedo y a
la incertidumbre espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un
signo
milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico
(Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales
diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la
tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y
anime a cumplir la tarea.
Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido.
Basándose en la promesa del Salmo 91,11-12 («a sus ángeles ha dado órdenes para
que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en
la piedra»), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse del
alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios. Sin embargo, Jesús no
acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio:
«No tentarás al Señor tu Dios» (Dt 6,16). La frase del Dt es más explícita: «No
tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en Masá
(Tentación)». Contiene una referencia al episodio de Números 17,1- 7.
Aparentemente, el problema que allí se debate es el de la sed; pero al final queda claro
que la auténtica tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de Dios:
«¿Está o no está con nosotros el Señor?» (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos
y prodigios encubre una duda en la protección divina. Jesús no es así. Su postura
supera con mucho incluso a la de Moisés.
Tercera tentación   

Lpao dter cye rla gtelonrtia,c iaóunn, qau etu smubpao nagbaie urtna apcotor pdaer itdeo
dlaetlr ítae.n Ntaod eosr ,l ac otnensitsatcei óenn plaro bvoúcsaqduae dpao rd elal
necesidad urgente o el miedo, sino por el deseo de triunfar. Jesús rechaza la condición
que le impone Satanás citando Dt 6,13.
Para Mt, Jesús en el desierto es lo contrario de Israel en el desierto. En la época del
desierto, el pueblo sucumbió fácilmente a las pruebas inevitables de la marcha:
hambre, sed, ataques enemigos. Dudaba de la ayuda de Dios, se quejaba de las
dificultades. Jesús, nuevo Israel, sometido a tentaciones más fuertes, las supera. Y
las supera, no remontándose a teorías nuevas ni experiencias personales, sino a las
afirmaciones básicas de la fe de Israel, tal como fueron propuestas por Moisés en el
Deuteronomio. Los judíos contemporáneos de Mateo y de su comunidad no tienen
derecho a acusar a su fundador de no atenerse al espíritu más auténtico. Jesús es
el verdadero hijo de Dios, el único que se mantiene fiel a
Él en todo momento.
 

o sometida por ser verdadero hombre.


io cómo entiende Jesús su filiación divina: no como un privilegio, sino como un servicio.
rse por delante de Dios, poner las propias necesidades, temores y gustos por encima del servicio incondicio
otros y para toda la comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos

o por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca

El desierto te expone, en desnudez total, ante el misterio de Dios que envuelve.


Nada ni nadie podrá interferir tu encuentro, “lo verás cara a cara, y llevarás su nombre en
tu frente” (Ap 22,4). Sé consciente de que el lenguaje del Amor te es revelado como  don
del Espíritu que te capacita para entenderlo y vivirlo.

El desierto es el lugar del despojo del propio yo. La inmensa aridez que te
rodeará, hará desaparecer de ti todas aquellas cosas que no son imprescindibles en
tu vida. Desnudará tu alma, y te despojará de todo, incluso de lo que consideras
como más amado.

El desierto te libera, te deja desnudo delante de Él, te ayuda a comprender las cosas
desde dentro, desde otra perspectiva que todo tiene en Dios.

En el desierto la oración se simplifica mucho: descubres que orar es ser simplemente


tú, ante Él. Porque nada ni nadie te condiciona, te limitarás a estar, en la
transparencia de tu realidad ante Dios, al que buscas porque lo añoras, con un
amor cada vez más fuerte. Y aprendes a vivir con un amor confiado, abandonado,
en medio del desierto, y sumergido en el mar del Amor… consumido por su agua. 
El Pueblo de Israel caminó por el desierto durante cuarenta años. Moisés vivió en él
antes de acoger la misión que Dios le quería confiar.

Jesús fue al desierto para enfrentarse a los cuarenta días de tentación y de prueba,
en los que se preparó para la predicación del Reino, después de haber vivido en la
plena voluntad del Padre que lo había enviado al mundo, para ser Palabra visible y
cercana del
Amor Salvador de Dios.

María vive sus años de Nazaret, en el silencio de una vida oculta en la sencillez de
lo cotidiano, como un tiempo largo de desierto en el que se prepara para acoger el
misterio del proyecto de amor del Padre para ella, en el Espíritu.

Pablo cruza el desierto en el camino de conversión a Damasco. Allí experimenta la


fuerza de la luz que, deslumbrándole, le hace caer del caballo e iniciar un
intenso
 proceso de conversión.

El desierto también es indispensable para ti. Será un tiempo de gracia, ya que es


una etapa por la cual ha de pasar todo aquel que quiera dar fruto en Dios.
Descubrirás la necesidad del silencio, de la interiorización y de la renuncia a todo lo
superfluo, para que Dios pueda construir en ti su Reino y hacer crecer, en cada uno,
el espíritu interior, la vida de intimidad con Dios, en el diálogo directo con Él.

El Espíritu que te ha conducido al desierto, te llevará a mantenerte en una comunión


interior en la fe, la esperanza y la caridad.

Después, purificado por la fe, alentado por la esperanza confiada, y transformado


por el Amor que te invade, podrás dar fruto, en la medida en la que tu ser
interior se ha dejado convertir al Amor.

En el silencio de María, en el abandono confiado en las manos del Padre, en la


comunión sincera y cordial con los hermanos, “manteniendo tu mirada en Jesús”, entra
en el camino interior del desierto, porque necesitas andar por sendas de paz y de
encuentro hacia el océano de Amor que es Dios.
Senderos de silencio 

El objetivo de tus primeros pasos, en esta experiencia espiritual que estás iniciando, es
sencillo y claro: En la serenidad y en la paz, busca el silencio. Reencuéntrate con la unificac

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