Shameless - Nina Lemay 2
Shameless - Nina Lemay 2
2
Moderadoras
Nelly Vanessa y Mona
Traducción
Nelly Vanessa
3
Corrección
Maria_clio88 caronin84
Clau Carosole
Annabrch Mona
Revisión y Recopilación
Mona
Diseño
Kyda
Las chicas como yo no obtienen finales felices.
Sé lo que soy. En el peor de los casos un cliché, en el mejor un
cuento con moraleja. Puse una frontera internacional entre mi pasado y
yo, sólo para terminar trabajando en un bar de strippers de baja calidad.
Incluso mi excusa es tan mala como puede ser: Estoy pagando la
universidad, obteniendo mi grado de arte de la escuela más prestigiosa
de Montreal. Aunque algunos días se vuelve confuso: ¿Soy sólo una
estudiante que trabaja de noche como stripper, o una stripper que se
hace pasar por un estudiante?
Pero lo inevitable sucede y mis dos vidas chocan. Y ahora hay una 4
persona que sabe tanto de la tranquila y antisocial Hannah y la sensual,
desvergonzada Alicia. Una persona que guarda mi secreto.
Es hermoso, es sofisticado. Él viene del otro lado de la vida, aquel
en el que no me quieren o aceptan. Pero me llama la petite Américaine, y
sus calientes, calientes manos en mi piel me prometen cosas a las que
renuncié hace tiempo.
¿El problema? Es profesor de mi clase de Fotografía Clásica.
Esta es una novela independiente, sin serie, sin melodrama.
o más extraño que los clientes me dicen, no es: creo que la
forma en que mis costillas sobresalen es sexy, o, ¿cuánto pides
por tu ropa interior?
La respuesta a la primera es una gran sonrisa y gracias, porque le
doy las gracias a la gente cuando me felicita, así es como me educaron.
La respuesta a la segunda es no, no puedes hacer eso y por cierto, es
jodidamente raro.
Pero lo más raro que me dicen es, no te ves como una stripper. Dicen
eso para explicar el porqué de todas las chicas que trabajan en el piso del
Cabaret Le Secret esta noche me escogieron a mí, pequeña, flaca, plana, 5
tatuada, con el cabello rosa, pálido y pastoso como el melocotón aguado
de Minnesota que soy. Al parecer, así no es como se supone que es una
stripper.
Al principio pensé que era un insulto, después hilarante. Ahora,
como la mayoría de las cosas, me importa un carajo.
También me preguntan mucho mi nombre “real”. Nadie se cree que
una cosa exótica joven como yo realmente pueda llamarse Alicia-
pronunciado de la forma francesa, no Aleesha sino Aleesia. Es por eso
que tengo un verdadero nombre falso, Natalie. Me inclino, dejando que
las puntas erizadas de mi cabello pastel acaricien sus hombros justo así
y susurro en sus oídos. Y así, soy su nueva mejor amiga. Me adoran y
eso significa, que con mucho gusto, van a entregarme todo el contenido
de su cartera, así que para mí, funciona.
También tengo biografías falsas de mí, en las que pensé durante las
noches muertas de domingo mientras estaba sentada en el bar colgando
mis tacones de quince centímetros en el vacío. A veces los alejo, pruebo
sus límites, viendo con cuánta mierda puedo salirme. Se sorprenderían.
Mi verdadera biografía es aburrida como la mierda, igual que mi
nombre real.
Tal vez un día, un día hipotético que probablemente siga
postergando hasta que sea vieja y demasiado arrugada para desnudarme,
un día renuncie y cambie mi antiguo nombre de Aleesia, de verdad.
Por ahora solo estoy tratando de hacer lo mejor de la crisis de finales
de agosto. El clima sigue siendo bueno, los partidos de hockey en el
estadio al lado del centro de la ciudad aún no han comenzado. Es
domingo y el club está tan muerto que me pregunto por qué me presenté.
Podría haberme quedado en casa, excepto que el gerente me habría
criticado o amenazado con despedirme. Tal vez debería haberme quedado
de todos modos, a la mierda. Pero no quiero tener que acostumbrarme a
un nuevo club, aprenderme los nombres de todos y esa mierda. Tengo
otras cosas en la cabeza. La escuela comienza mañana y durante el
verano no guardé más que lo suficiente para la matrícula.
He estado holgazaneando. La apatía de no tener que levantarme y
estar en un lugar a una hora específica cada mañana, de no tener cosas
que entregar y plazos que cumplir, me ha aspirado como un agujero
negro. Maté al verano día a día en mi palomar vacío, con un calor
sofocante por el aire acondicionado defectuoso; gana varios billetes en
una noche y no puede permitirse un nuevo aire acondicionado, eso es lo
que están pensando, lo sé. No estaba de humor para ir a la ferretería. Me 6
faltaba un auto para llevar el nuevo aire acondicionado a casa y para eso,
tendría que ir y ser amable con alguien que tuviese auto.
Prefiero acostarme encima de las sábanas húmedas, con el
ventilador dirigido directamente a mí y solo arrastrarme por la noche,
cuando el calor disminuye.
Mañana es treinta y uno de agosto y tengo que poner mi trasero en
marcha un año más. Estoy lista para encarnar el cliché de la stripper
pagando por su educación.
Aunque no, para ese cliché de trabajar tendría que estar en la
escuela de medicina, de leyes o, por lo menos, en la de ingeniería. Y estoy
en el programa de Bellas Artes en Mackay, que tiene el prestigio
suficiente, pero aun así.
Han pasado casi dos años desde que rellené los formularios de
solicitud por internet y envié mi cartera esperanzada, todavía convencida
de que era un genio puro, a todas las escuelas de América del Norte,
incluso a los departamentos de arte más pequeños. Mis calificaciones
habían bajado el semestre anterior, con toda la mierda pasando, así que
de la gran cantidad de solicitudes, solo un sobre grueso regresó: La
Universidad Mackay, de Montreal.
A mi mamá le dio un ataque. Quería que me quedase en casa y
volviese a hacer la solicitud para la universidad local o, al menos, a una
en Minneapolis. Tiró cosas y me amenazó con quitarme su ayuda. Pero
me fui. Aun así me fui porque sabía que no había manera en el infierno
que fuese a quedarme en esa ciudad, incluso por más tiempo que un
latido.
Así que aquí estoy, la encarnación de todos sus peores temores
acerca de mí cobrando vida.
La verdad es que he estado jugando con la idea de abandonar la
escuela. La escuela, el programa de arte, incluso la vida independiente
en esta ciudad con una reputación libertina un tanto merecida, no me
animó de la manera que todos dijeron que haría. El programa de arte fue
mi último intento de volver a lo que solía amar, pintar, pero en cambio
mató la pequeña energía que tenía. Las clases eran demasiado
restrictivas o demasiado liberales, la tiranía de la libertad total hizo
imposible poner nada en medio del lienzo en blanco. Y de repente, me
encontré rodeada de chicas de Quebec, de apenas dieciocho años, con
más talento que yo en su cuidado dedo meñique.
La única razón por la que todavía tengo que ir a admisiones y
rellenar el formulario de baja es porque no quiero ser más cliché de lo 7
que ya soy.
Así que aquí estoy, un domingo antes de mi primer día de regreso.
Está a punto de ser medianoche y solo hay dos mesas llenas. Hay dos
personas más en la barra. Uno de ellos es el regular con el que todas las
chicas nuevas se tropiezan, como un rito de paso. Te hace hablar durante
horas, enseña su dinero y luego, no compra ni un solo baile. El otro se ve
tan viejo que me temo que podría morir justo en la cabina privada.
Me detengo frente a uno de los espejos de cuerpo entero que
recubren las paredes del club y ajusto mi traje de dos piezas. Hoy llevo el
menos favorito, porque no tiene sentido perder un buen traje en una
noche de domingo. Es una camiseta con los hombros al aire recortada
hasta llegar justo debajo de mis pechos y bragas de corte francés a juego,
todo hecho de una tela dorada barata que ya perdió mucho de su brillo
al lavarla. Pero con las luces tenues del club, nadie puede notarlo, de
todos modos, no es que a alguien le importe. Los chicos nunca notan
cosas estúpidas como trajes o joyas, o si no te hacías la manicura o
pedicura desde el mes pasado. Vienen aquí en busca de una cosa y no
son los diseños de uñas con aerógrafo. Si quisieran ropa interior
agradable, se quedarían en casa y se masturbarían con el catálogo de
Victoria Secret de su esposa.
Así que voy a ver una de las mesas. Dos chicos, típicos prototipos
del Patrón Stripper del Club: mediana edad, no en gran forma (eso es ser
generoso) y ya que es domingo, pantalón vaquero y suéteres andrajosos.
Hola chicos saludo y me inclino sobre la mesa de manera
seductora, dándoles una visión del escote de mi camiseta. Eso significa
casi todo el camino a mis pezones. La sutileza tampoco tiene cabida aquí.
Ambos miran hacia mí, con esas miradas perezosas que me evalúan
mientras vagan, sin sutileza, de mi cabeza a los pies.
Digo una de mis frases genéricas, cómo va tu noche o de dónde son
o lo que parece apropiado. Responden con algo igualmente genérico, poco
entusiasta. Les pregunto si quieren un baile, como un último esfuerzo:
es claro que la respuesta va a ser no.
Lo lamento. ¿Tal vez uno pequeño? ofrezco al más cercano a mí.
Eso significa que no. Pero aun así siente la necesidad de extender la mano
y ponerla en mi antebrazo.
Le doy una sonrisa que nunca me llega a los ojos.
Está bien, voy a pasar después de que hayan tomado un par de
copas. 8
Empiezo a ponerme de pie, apartando mi brazo del suyo. Pero luego
me sujeta el antebrazo con fuerza y añade:
Lo siento, cariño, pero probablemente no sea una buena idea. Sin
ánimo de ofender, simplemente no eres mi tipo.
Bueno. Tengo la intención de irme sin él, todo parte del juego de los
gustos se rompen en géneros y todo. Pero tira de mi brazo, tan brusco
que me tambaleo sobre mis tacones por una fracción de segundo y
susurra en alto:
¿Hay alguien aquí que no tenga el torso plano? Quiero decir, una
chica con pechos grandes. Me gusta mucho una chica con grandes
pechos, ¿podrían llamarla?
Aparto el brazo de un tirón. El cierre de su reloj rasguña mi piel, lo
suficiente para dejar un rastro ardiente.
Encuéntrala tú mismo. No soy tu secretaria contesto.
Me mira por un momento, tensando la mandíbula.
Joder comenta mientras su rostro vuelve a su estado
predeterminado y perezoso, con expresión arrogante. Solo preguntaba.
Quiero decir, es tu trabajo.
Mi trabajo es bailar respondo entre dientes. Para las personas
con dinero que quieren bailes. Así que a la mierda.
No espero su respuesta, me doy la vuelta y me alejo sin mirar atrás.
En ese momento la canción sonando comienza a desaparecer y lo
escucho murmurar:
...perra anoréxica.
Me pregunto si debo decirle al gerente que estaban tratando de
tomar fotos, pidiendo sexo o algo. Pedir que sean expulsados. Pero una
parte de mí simplemente se niega a malgastar el tiempo. Los insultos me
tuvieron llorando en el baño durante toda una clase en la secundaria, me
tuvieron hirviendo de rabia y humillación durante horas cuando empecé,
ahora desaparecen en cuestión de segundos como si tan siquiera fueran
un recuerdo. Siempre es algo. Perra anoréxica. Perra gorda. Perra de
pecho plano, perra de pechos falsos, perra rubia, puta fea, perra tatuada.
Después de trabajar aquí un tiempo, se hace imposible ignorar lo
mucho que la mayoría de los hombres realmente odian a las mujeres.
No es que no supiese eso ya. En estos días no tienes que ser stripper,
una prostituta o una estrella porno para darte cuenta de ello.
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Puedes ser solo una chica normal, un poco inteligente en la
secundaria de una pequeña ciudad de Minnesota, la que está en la parte
de atrás, la que nadie nota.
Solo tienes que ser una chica y punto.
esnudarme era lógico para mí. Un día de otoño del año
pasado acababa de comprar unos zapatos baratos de tacón
alto y un sujetador y bragas de la sección de descuento en
un outlet de lencería y me presenté en mi primer club. No fui coaccionada
a ello, no hubo dilema moral, no me despertaba durante la noche siendo
atormentada por mi caída. Era, en cierto modo, inevitable.
Los clubes se alineaban en la calle Montreal Ste-Catherine, en el
distrito comercial turístico, mezclados con boutiques de alta gama,
grandes almacenes de lujo, cines y restaurantes. Se podía caminar por la
calle en medio del día y había señales de neón parpadeantes, fotos
iluminadas de modelos rubias haciéndote señas: un club de striptease al 10
lado de una tienda de ropa de maternidad, una sala de masajes
intercalada entre un Forever XXI y un restaurante de carne asada, un
sex shop de mala muerte junto a un hotel de cinco estrellas o una
residencia de estudiantes y uno ni pestañeaba. Pasaba por tres clubes de
striptease cada día de camino a la residencia de estudiantes de mierda
que compartía con otras dos personas. Podía ver las piernas de neón
parpadeantes en las ventanas desde una de mis clases, encendiéndose y
apagándose, encendiéndose y apagándose, marcando los segundos como
un metrónomo.
Pero, de alguna manera, otras chicas lograban escapar de su
atracción, seguían caminando, pasando sin desviar los ojos de la acera,
con las mentes centradas en el día por delante, en sus clases, en sus
tareas, en sus plazos. Y yo me desvié justo a donde pertenecía, allí. Tal
vez mi mamá tenía razón, tal vez todos en mi clase tenían razón; siempre
pasaba algo conmigo. Nací sin algunos lóbulos cruciales en mi retorcido
cerebro de artista desconocida.
Tal vez ese lóbulo perdido es lo que me permitía borrar todas las
noches de mi mente tan pronto como el reloj marcaba las tres, borrando
los rostros, los nombres y el olor a colonia con precisión guiada por láser.
No era hasta la una de la madrugada que el lugar comenzaba a
llenarse. Ya estoy cansada, mi motivación se evaporó. Me siento en la
mesa de la parte trasera del club, la que nadie quiere porque está
demasiado lejos del escenario y abro el pequeño bloc de dibujo que
siempre llevo conmigo. Llevo mi fragmento de lápiz, demasiado corto para
usar en clase pero simplemente perfecto para encajar en mi pequeño
bolso, una página en blanco. Nada viene. Estoy tan acostumbrada a ello.
Hubo un tiempo en que mi cabeza estaba llena de imágenes, fotografías,
ricos remolinos de color y patrones. Con las ideas solo pidiendo a gritos
ser sacrificadas en el papel con generosos movimientos. Últimamente mi
cabeza está vacía.
Dibujo dos líneas verticales, muy juntas, a través del centro de la
página. Una barra. A su lado, esbozo la mera figura de una silueta, una
chica apoyándose en ella, con la espalda arqueada al extremo y la cabeza
echada hacia atrás, su cabello acariciando su espalda baja. Empiezo con
los detalles de su rostro cuando alguien dice mi nombre.
Alzo bruscamente la cabeza y, por puro instinto, cierro el cuaderno
de dibujo, igual que como en casa cuando me atrapaban dibujando en
medio de álgebra o historia. Pero solo es Maryse, otra chica del club.
¡Oye! Alicia. Esos chicos en el último puesto de la derecha,
comentaron que querían a dos chicas. ¿Quieres ir? 11
Quedan dos horas de la noche e hice cero dólares, más allá de lo que
necesito para tomar un taxi de quince dólares de vuelta a la buhardilla.
Oh sí y el primer día del mes es mañana. No parece como si tuviese
elección. Así que dejo el cuaderno de bocetos, me levanto y sigo a Maryse.
De las cabinas frente al escenario, solo dos están ocupadas y Maryse
me lleva directamente a la última, donde cuatro chicos están sentados en
el pegajoso sofá rojo en forma de U de cuero de imitación. Hay una botella
de champán en el cubo con hielo sobre la mesa baja, Dom Perignon. Sé
todos los elementos de la lista de precios de memoria, es de ochocientos
dólares. Tal vez la noche no vaya a ser una absoluta pérdida.
Esta es mi amiga, Alicia anuncia Maryse, inclinándose hacia
adelante mientras se sube en el asiento junto a un hombre con el cabello
gris recortado y gafas. Se queja como un gato, con sus piernas dobladas
debajo de ella, mostrando su curvilíneo cuerpo en los lugares correctos,
en un ángulo halagador.
Es el chico de las gafas que tiene el dinero, es obvio.
Me observa con una mirada que aprendí a reconocer, de pequeña
decepción. No soy lo que tenía en mente. Quería a otra chica como
Maryse, una blanca, rubia, bronceada y con algo dónde agarrar. Pero por
alguna razón, opta por la brutal honestidad.
Alicia repite. Es bonito. ¿De dónde eres?
De aquí respondo, tratando de no mostrar mi desánimo.
Otra pregunta con la que todo el mundo obsesionado, ¿de dónde
eres? No me refiero a donde naciste sino a, ¿cuál es tu origen étnico? Y se
niegan a renunciar hasta que les hayas dado una respuesta que coincida
con su visión, con la pequeña fantasía que han construido en sus
cabezas.
Idealmente, si el chico es de fuera de la ciudad, o de los Estados
Unidos, quieren una local, una de las “famosas chicas francesas
atractivas de Montreal”. En ese caso, mi nombre “real” se convierte en
Natha-lee en vez del viejo y simple Natalie, énfasis en la última sílaba.
Los locales, quieren algo exótico.
Odio la palabra exótica. Soy tan exótica como una tarta de fresa. Y
al parecer, un pequeño pueblo de Minnesota simplemente no es atractivo,
sin embargo lo interpretas. Comienzan a preguntarte si eres una primita
díscola de alguien que conocen. Lo que arruina un poco su fantasía.
Por eso digo que soy alemana, holandesa, de Europa, lo que viene a
mi mente y con lo que creo que puede bastar. 12
Pero en este momento, no estoy de humor para todas las preguntas
tontas que siguen. ¿Viniste aquí para desnudarte? ¿Fuiste víctima de la
trata de blancas? ¿Te gusta esto? Así que por ahora, soy una montrealesa
nacida y criada aquí.
Esos son unos bonitos tatuajes. Se estira para sujetarme el
brazo y lo esquivo.
Eso no se hace. Se supone que debo dejar que examine mis tatuajes
al detalle mientras aprovecha la oportunidad para acariciarme el hombro
discretamente, para pasarme los dedos sobre la espalda, la cadera.
Espero que me pida volver más tarde, de un momento a otro, pero
en lugar de eso alcanza la cartera a su lado.
Oye, no quiero un baile en este momento comenta. Aquí
vamos. Pero quiero que cuides a este amigo mío. Su nombre es
Emmanuel y regresó a la ciudad después de cinco años viviendo en el
enloquecido Abitibi, por lo que tenemos que darle una cálida bienvenida,
¿de acuerdo?
Me giro: el chico del que está hablando está sentado en el otro
extremo del sofá en forma de U, en el mismo borde, con las manos sobre
las rodillas. Parece joven, el más joven del grupo. No se ve como si aún
quisiese estar aquí y mucho menos, como si quisiese un baile.
El tipo canoso me da un billete de cien dólares.
Cuida de él, ¿de acuerdo?
Siento un escalofrío de malestar mientras tomo el billete y lo meto
en el bolso. No me gusta bailar para alguien que no está interesado. Es
increíblemente extraño. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, es un
tipo con su novia que pretende estar bien con eso, pero claramente no lo
está, o alguno con una licenciatura de mala suerte donde no tratas de
vomitar después de tu trago veinte de tequila. Por lo general, si le pagas
a alguien para que se siente en tu regazo con un tanga, es porque te
gusta.
Quieta. No estoy en posición de rechazar dinero.
Me muevo, dando pequeños pasos en mis tacones, hasta que estoy
frente al tipo. De cerca, me doy cuenta de que tiene, probablemente, unos
treinta años, solo que parece joven al lado de los otros. Tiene el cabello
largo, oscuro y despeinado, pero no estoy segura de si es a propósito o
simplemente no se molestó con ello. Es lindo. Tiene uno de esos rostros
de individuo francés, con los pómulos, la mandíbula fuerte, con la
insinuación de una hendidura en su barbilla. Sus ojos son profundos y
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sosegados, por lo que tienen un aspecto triste, probablemente incluso
cuando no está triste y rodeados de exuberantes pestañas oscuras más
llamativas.
Se tensa mientras me inclino sobre él, alza la mirada y el borde de
un tatuaje se asoma por encima del cuello de su camisa negra abotonada;
el remolino, a grandes rasgos, de una oscura enredadera con hojas de
punta afilada. Lo miro por encima; empieza a golpearse nerviosamente
los muslos con los dedos y tiene algún tipo de letras tatuadas en los
nudillos. Normalmente odio los tatuajes en los nudillos, pero no siento
repulsión, solo curiosidad. Está demasiado oscuro para distinguir lo que
dicen las letras y el ángulo es el incorrecto.
De repente, estoy abrumada con el tipo de incomodidad femenina
que suelo dejar en la puerta cuando vengo a trabajar. Mi personaje se
escurre y vuelvo a la vieja y simple Hannah Shay, que ni siquiera puede
reunir el valor para hablar con un chico que le gusta.
Vendrás conmigo indico. Mi voz sexy falla, pero la música es lo
suficientemente fuerte como para disimularlo.
Me contempla con una mirada afligida en esos ojos tristes.
Oh. No gracias. No quiero un baile.
Vamos. Tu amigo te lo compró, ¿sabes la suerte que tienes?
Gracias repite. Baja la mirada, mirando justo hacia adelante,
evitándome a propósito. Pero no para mí. Baila para él.
El hombre de cabello gris se inclina.
¿Qué pasa aquí?
No creo que tu amigo esté interesado le informo. Mi sonrisa
nunca se sintió más falsa. No hay nada más humillante que tener que
devolver dinero en público. Tal vez deberías venir conmigo.
De ninguna maldita manera comenta burlón. Llévatelo.
Estamos aquí por él y va a disfrutar de ello, incluso si tengo que atarlo.
Así que si no te escucha, simplemente sujétalo y...
El chico suspira y se inclina hacia su amigo, diciendo unas palabras
rápidas en francés. El de cabello gris responde y no puedo entender ni
una sola palabra. El de cabello gris le pega al chico, ¿Emmanuel?, en el
hombro, diciéndole algo alentador.
Emmanuel se reclina, con una mirada de resignación en su rostro.
Bien. Iremos. Solo porque él insiste.
Empieza a levantarse y una sensación de malestar me llena el pecho.
Los más reacios tienden a ser los peores. Un minuto están quejándose de 14
la forma en que respetan demasiado a las mujeres y al siguiente, están
tratando de meterse entre tus piernas y preguntan cuánto por un servicio
completo.
Pero, de todos modos, lo llevo a las cabinas privadas en la parte
posterior y me sigue. Casi todas las cabinas están vacías, las otras chicas
no están teniendo mejor suerte que yo esta noche. Voy a la última, donde
la iluminación es lo suficientemente suave para que no me sienta
cohibida.
Toma asiento en el sillón de cuero falso rojo que se ve como algo de
una venta en IKEA y cierro la cortina. Ahora solo somos nosotros.
Lo siento murmura. Normalmente no hago esto. Puedes irte.
Está bien, por el dinero, quiero decir.
Se me sonrojan las mejillas. Una parte de mí solo quiere tomar el
dinero y correr, el viejo reflejo de stripper. Pero otra parte de mí, no tengo
ni idea de por qué, asegura:
No.
La canción comienza, Where is my mind, de The Pixies. Y empiezo a
moverme.
Me mira, con una mirada sobria y reflexiva en sus ojos. Lo monto
con las rodillas en el sofá a cada lado de él y me inclino más cerca, tan
cerca que escucho su brusca inhalación. Me encuentro con su mirada,
pero no puedo decir de qué color tiene los ojos y en un momento se ven
claros, azul o gris, al siguiente oscuros e impenetrables.
Me echo un poco hacia atrás, lo suficiente para ver todo de él,
mientras aprieta las manos en los muslos, clavando los dedos en el
pantalón.
Nunca aparto la mirada de a suya mientras paso las manos sobre
mi cuerpo, con las palmas yendo a mis pechos a través de la escasa tela
de mi camiseta dorada, por mi estómago, mis costados, mis caderas. Y
no evita mirar hacia otro lado.
No rompo el contacto visual, mientras me quito la camiseta por la
cabeza y la dejo caer suavemente en su regazo con un movimiento de
muñeca. Aquí es donde, por lo general, se derriten; el gesto boquiabierto
les invade, bajan la mirada, su respiración se acelera, sus pupilas se
dilatan como si acabasen de tomarse medio kilogramo de cocaína y sé
que son míos.
Pero su mirada no vacila. Veo cómo se mueve su garganta mientras
traga saliva, los tendones de su mandíbula se tensan; pero me mira a los
ojos todo el tiempo. 15
Me balanceo, como una cobra ante un encantador de serpientes,
pero al revés, soy la serpiente encantándolo. Extendiendo la mano,
pasándola suavemente a lo largo de la costura del pantalón, en la parte
externa de su muslo. Eso los atrapa siempre.
No se mueve.
Me echo el cabello hacia atrás, apoyándome en mis brazos y bajando
más y más cerca de su rostro, hasta que puedo sentir su aliento
haciéndome cosquillas en la piel. Sus fosas nasales se dilatan, pero aún
no se mueve.
Frustrada, me pongo de pie y, en ese momento, arroja las manos y
captura las mías, me sobresalto y pierdo el equilibrio por un segundo.
Siento su agarre apretarse el momento antes de recuperar el equilibrio,
es fuerte. Muy fuerte. Siento la tensión atravesar sus músculos, brazos y
hombros.
Es entonces, cuando vislumbro lo que dicen los nudillos de su mano
derecha, C-H-O-I-X1.
Dirijo la mirada a su mano derecha, pero ahí es cuando la canción
finaliza abruptamente. El momento se rompe como una telaraña. Y
entonces soy solo yo, en nada más que un tanga de encaje con un billete
de cien dólares metido en él y un tipo cualquiera que sostiene mis dos
manos en un fuerte apretón.
1
CHOIX: Elección en francés.
Nos enfrentamos durante solo un latido. Luego me suelta, como si
se avergonzarse y deja caer las manos de nuevo en su regazo.
Calisse murmura. Esta no fue una buena idea. No era mi
intención comportarme de manera inapropiada.
Son solo mis manos aseguro. Se te permite tocar mis manos.
No sé cómo funciona aquí. En algunos lugares se permite tocar
todo...
Aquí vamos, creo. Una parte de mí se siente aplastantemente
decepcionada. La siguiente canción comienza, alguna balada pop cursi.
Eso no está en el menú menciono con frialdad.
Dios. Se ríe con nerviosismo. No quiero el menú. Sin ofender.
¿Entonces, por qué viniste? pregunto. Se me sonroja el rostro y
me alegro de que esté demasiado oscuro para que lo note. Podrías
haberle dicho a tu amigo que no. 16
Me alivia que no me moleste por los extras, cierto. Pero al mismo
tiempo, estoy un poco enfadada. ¿Qué, no quiere tocarme, ni siquiera un
poco?
Me doy cuenta de lo jodido que es esto y mentalmente, me doy una
patada a mí misma.
Es uno de mis viejos amigos de Montreal. Solía ser mi jefe
explica. Y está muy decidido a que me divierta, no quería
decepcionarlo. Eso y que me imaginé que podrías utilizar el dinero.
Pongo sus manos en mis caderas.
Hay un montón de gente en este club ahora que realmente quiere
un baile de mí.
Levanta la mirada y alza una ceja.
¿De verdad?
Debo estar más roja que las luces de neón en el techo.
Bien. Es una noche lenta. Es domingo, por el amor de Dios.
Claro. Y eres absolutamente hermosa. Estoy seguro de que ganas
un montón de dinero en las noches ocupadas.
No tienes que hacerme elogios falsos, ¿sabes?
Lo digo en serio. El hecho de que no quiero un baile, no significa
que no crea que seas bonita. Sonríe.
Me doy cuenta de que es la primera vez que sonríe de verdad y todo
su rostro cambia. Esa mirada melancólica, triste de cachorro se
desvanece. En realidad tiene un hoyuelo. Solo un hoyuelo, en la mejilla
izquierda.
Está bien, pero si crees que la adulación te llevará a algún...
No quiero ir a ninguna parte, ¿recuerdas? Su sonrisa se
ensancha. Estoy enferma por sentir que se está riendo de mí, no
conmigo. Tendremos que sentarnos la media hora o lo que pagaste, le
diré que me diste el momento de mi vida, te irás con el dinero y todo el
mundo será feliz. Mientras tanto, podemos simplemente conversar como
personas normales.
Cuando la gente normal habla, una no lleva únicamente bragas
señalo.
Se ríe.
De acuerdo entonces. Vuelve a ponerte la camiseta. Sostiene mi 17
camiseta una vez dorada. Si puedes llamar a esto camiseta.
Oye replico, quitándosela de la mano. No estamos en la iglesia.
Me giro y empiezo a ponerme la camiseta dorada de nuevo.
¿De qué es tu tatuaje? cuestiona. En tu costado.
Me detengo, a medio camino sobre mi cabeza y pongo los ojos en
blanco. Eso en cuanto a ponerme mi camisa de nuevo, ¿eh? Me la vuelvo
a quitar y me pongo de lado para que pueda examinar mi último tatuaje,
aún sin terminar.
¿Es un ángel? pregunta.
Se inclina más cerca para verlo y, de alguna manera, no parece ser
una estratagema para tocar. Así que le dejo hacerlo. Sus dedos
permanecen a medio centímetro por encima de mi piel y por un segundo,
me pregunto si me equivoqué, pero lo miro y aparta la mano. Como si
casi hubiera tocado una llama.
No declara. Las alas son su sombra, ¿verdad? Es un cisne.
Una chica con la sombra de un cisne.
Paso la mano sobre mi tatuaje, consciente de mí misma.
No está terminado informo, afirmando lo obvio.
¿Se convertirá en un cisne? pregunta en voz baja. ¿Es El lago
de los cisnes?
Estoy impresionada de que incluso conozca El lago de los cisnes.
Pero eso no es todo. Por lo general, sin embargo, les digo a los chicos la
misma mentira cada vez; es una cosa de patito feo, creció a un hermoso
cisne. Entonces pueden decir, ¡no puedo imaginar que alguna vez fueras
un patito feo! Y entonces puedo sentirme bien conmigo misma.
No sé por qué, pero le digo la verdad.
Es Leda indico.
¿Leda? ¿De la mitología griega?
Sí. La mujer que rechazó a Zeus, por lo que la convirtió en un cisne
y la violó.
Las palabras resuenan, extrañas, oscuras y fuera de lugar, como
una bofetada.
No tienes que responder agrega, pero ¿por qué decidiste
hacerlo?
18
Estás en lo cierto. No tengo que responder.
Asiente solemnemente y no continúa.
Es un poema digo abruptamente. Y luego me pateo a mí misma.
¿Qué es esto, mi confesión semanal? ¿Va a decirme que rece veinte
avemarías por mis pecados?
¿Un poema?
Un poema de Margaret Atwood. Escribió un poema llamado Helen
of Troy does counter dancing. ¿Alguna vez lo has leído?
Niega.
Sin embargo, Helena de Troya era la hija de Leda, ¿no? Por Zeus.
Es sobre una stripper.
Eso lo sacude.
¿Margaret Atwood escribió un poema sobre una stripper?
—Búscalo en google si no me crees.
Te creo.
Su mirada se encuentra con la mía y, de repente, me doy cuenta de
que nunca me volví a poner la camiseta. A toda prisa, me la paso por la
cabeza.
Cuando tiro de la camisa hacia abajo y veo de nuevo, está
sacudiendo la cabeza.
Pareces diferente... ¿Cómo dijiste que te llamabas?
Alicia. Nunca le dije mi nombre.
Pareces una chica inteligente, Alicia.
Por favor replico, poniendo los ojos en blanco. No me
preguntes qué está haciendo aquí una chica inteligente como yo.
No iba a hacerlo. Todos tenemos nuestras razones para hacer lo
que hacemos, las tuyas no son de mi incumbencia.
Me quejo:
Dios, ¿te podrías detener?
¿Detener qué?
Deja de hacer eso. Y actúa como un cliente normal. Vamos,
pregunta cuál es mi nombre real, si me puedes invitar a cenar.
Pregúntame si mis padres saben lo que hago. Trata de tocar cuando esté
sentada en tu regazo. 19
Pensé que te había dicho que no estaba interesado.
¡Oh por favor! ¿Sabes cuántos chicos dicen eso? Hasta que la
cortina está corrida, eso es y luego se convierten en un pulpo.
Empieza a reír. Es tan claro y genuino que me encuentro riendo
también.
Y eres graciosa. Maldita sea, sería una captura real, si solo...
Se corta. La risa muere en mi garganta.
¿Si tan solo qué? Me encuentro diciendo. Con voz ronca.
Nada. Lo lamento. ¿Cuánto tiempo nos queda?
Está evitando mi mirada. Esa conexión débil entre nosotros se ha
roto, arrastrada por el viento como un hilo plateado de tela de araña.
Terminamos informo. Todavía tenemos cerca de siete minutos
para el final. Pero lo digo en serio. Terminamos.
¿Si solo qué? ¿Qué ojalá me hubiera conocido en otro lugar? He oído
eso antes y todo lo que hizo fue hacerme reír. Entonces, ¿por qué estoy
aquí sintiendo como si me hubiera apuñalado bajo las costillas?
Prácticamente salta del sillón.
Gracias... Alicia. Gracias. Fue encantador.
Da un torpe beso al aire a ambos lados, a unos respetuosos treinta
centímetros de distancia. Y luego descorre la cortina y se va de la cabina
sin mirar atrás, dejándome allí en mi traje dorado pegajoso, con un
agujero negro lleno de confusión y vacío, ampliándose poco a poco en mi
pecho.
20
l día siguiente, me arrastro fuera de la cama cuarenta y
cinco minutos antes del inicio de mi primera clase del
semestre. Mi cabeza se siente como que está rellena de fibra
de vidrio de color rosa. Y mi cabello se ve casi igual. La
quemadura de la ducha de quince minutos solo hace que me sienta
deslucida. Ni siquiera tengo tiempo para secarme el cabello o hacerme
una taza de café de filtro de mierda. Tomo mi horario impreso, meto mi
portátil en el bolso de mano, me pongo un pantalón vaquero que se ven
limpio, una enorme camiseta con el logotipo de Mackay al frente y me
voy.
Aquí está la cosa acerca de no verme como una stripper, tiene sus 21
ventajas. Cuando llego al metro, espero en la fila de Tim’s por mi gran
café de filtro de un dólar con treinta o camino a clase, no creo que me vea
diferente de cualquier otra estudiante pobre de licenciatura. Fuera del
club, el personaje de Alicia desaparece sin dejar rastro, limpiándose junto
con los recuerdos de la noche anterior, con el montón de maquillaje en el
fondo de la pileta, con el persistente olor de aerosol barato fuera del
cuerpo y desinfectante de manos lavado en la ducha de treinta minutos
cada noche. No uso maquillaje, nunca me pongo tacones incluso si
significa sentirme como una niña vagando en una multitud de adultos.
Amontono mi cabello mojado en un moño en lo alto de mi cabeza y sé que
a media tarde será una obra extraña, seca, abollada de arte moderno. Me
pongo ropa que me queda grande, no solo por elección, sino porque perdí
aún más peso en los últimos meses. Prácticamente vivo en pantalones de
chándal y me mezclo con mis compañeros universitarios perfectamente.
Ah, sí, y soy una furiosa introvertida que se desahoga con la gente
cuando tratan de hacer contacto visual. Sexy.
Mi loft está a las afueras del Gay Village, demasiado cerca de la
arenosa calle Ontario y el viaje es más largo de lo que solía ser cuando
vivía en la residencia de estudiantes. Pero esos quince minutos
adicionales de sueño que pierdo, en realidad valen la pena. Como pueden
imaginar, tengo problemas en compartir mi espacio. Especialmente
cuando el espacio es del tamaño de mi baño actual.
Salgo del metro y voy al imponente edificio principal de Mackay,
lanzando la taza de café de Tim’s a la basura en el camino. Debería haber
guardado la tapa. Podría haberme ganado un auto, ja, ja. Cuando mis
compañeros me ven tirando las tazas de Tim’s, sus expresiones no tienen
precio.
Dentro del edificio, el aire acondicionado enfría mi piel acalorada.
Saco la arrugada impresión de mi horario y entrecierro los ojos a los
números de las aulas. Mi primera clase, Introducción a la Fotografía
Artística. Y está en el otro extremo del enorme edificio, por supuesto.
Empiezo a correr de nuevo. La mitad de las escaleras mecánicas
están perpetuamente rotas y para cuando llego al octavo piso, estoy
sudando. Esta es el tipo de ejercicio que me gusta a primera hora de la
mañana. ¿Qué me poseyó para tomar una clase que comienza antes del
mediodía?
Cuando por fin encuentro el salón de clases, un pequeño estudio en
la esquina sin ventanas, estoy jadeando y mi estado de ánimo se fue por
el retrete. Por lo menos parece que no soy la única que tuvo problemas
para levantarse de la cama, se supone que la clase comenzará en dos 22
minutos y aún somos solo cuatro personas. El cociente inconformista en
la habitación está rompiendo récords. Las dos chicas llevan bandas en
su cabello y los chicos son tipos flacos con anteojos y chalecos de punto
demasiado calurosos para el clima. Tres de cada cuatro tienen cámaras
con orgullo frente a ellos. Cámaras que parecen que podrían haber sido
heredadas de sus padres. O abuelos. Excepto que probablemente fueron
cazadas en Ebay por el costo de la mitad de mi matrícula.
En el momento en que alguien saque una máquina de escribir en
lugar de un ordenador portátil, me voy de aquí.
Pequeña clase comenta alguien.
No había muchas personas apuntadas. Casi fue cancelado.
Sí, fotografía tradicional, un lunes por la mañana. Sorpresa
desagradable.
Espera intervengo abruptamente. Tres pares de ojos giran hacia
mí como muñecos sincronizados. ¿Tradicional?
Sí afirma una de las chicas con banda en la cabeza, mirándome
por encima de sus gafas, como si hubiese dicho algo increíblemente
estúpido. Tradicional. Eso significa con película.
Con película. Claro. Me desplomo en mi asiento. ¿En qué diablos me
he metido? Apenas puedo manejar tomar una foto decente con mi
teléfono. Me apunté a la clase porque se ajustaba a mi horario y debido
a los talleres, en especial el del nivel 101, es por lo general una A fácil.
Siempre puedo dejarla, pero entonces no cumpliré con el número
mínimo de créditos, así que voy a tener que conformarme con las clases
que todavía tienen espacio, lo que significa lo peor de lo peor.
Golpeo mis dedos en el borde de la mesa.
Dos personas más entran, dos chicas, ambas con sus bolsas de
cámara mostrándose. Ahora los seis se amontonan juntos en el otro
extremo de la mesa y se lanzan a un amplio debate sobre la película
vintage de qué cámara es mejor. Entiendo exactamente cero más allá de
Kodak y Canon, e incluso entonces es difícil. No sabría de una 1N EOS o
de una Bronica SQ si el cacharro me golpeara en el rostro, que está igual
de bien, porque no podría sobrevivir a eso.
Aburrida, reviso mi teléfono. El maestro llegará con cuatro minutos
de retraso. A los diez, se nos permite oficialmente salir, según las
regulaciones de la escuela. Buen comienzo.
23
Al otro lado de la mesa, los adeptos a la fotografía tradicional están
a punto de comenzar una lucha a muerte sobre qué cámara es la mejor
opción para los verdaderos artistas, cuando detrás de mí, se abre la
puerta. No es un momento demasiado pronto, porque todos se parecen y
se olvidan de que estaban a punto de comenzar a balancear sus Minoltas
y Nikon de tres kilos sobre la cabeza de los demás. Me incorporo,
preparándome simplemente para quedarme en esta clase, luego iré a
admisiones y veré mis otras opciones.
Pasos suenan a mi alrededor y el profesor suelta una cartera pesada
de cuero en el escritorio, en la parte delantera de la habitación. Por
alguna razón no me di cuenta, el tipo alto, con pantalón negro y camiseta,
cabello oscuro, luego se da la vuelta.
Hola chicos saluda. Su voz es profunda y agradable, pero me
corta hasta la médula, hunde clavos de metal en mis costados y a lo largo
de mi columna. La conmoción viaja a través de mis vértebras, explotando
en mi cerebro. Siento la espera. Da una sonrisa avergonzada.
¿Alguien más tuvo problemas para encontrar el salón?
Mira alrededor de la mesa y luego, aterriza su mirada en la mía
mientras yo, ¡por fin!, lo miro.
Y la habitación desaparece. Ya sabía esto, una parte de mí lo supo
cuando escuché sus pasos a mi espalda. Pero en ese momento se
solidifica, se vuelve una innegable realidad empapada en fuertes luces
halógenas de la clase y no una pesadilla febril. Su cabello está diferente,
bien peinado, la camisa abotonada hasta el cuello y los puños,
escondiendo todos los tatuajes excepto, por supuesto, las manchas
azuladas de las letras en sus nudillos. Pero sus ojos no dejan error, no
es otra persona, alguien que se parece a él, no algún tipo de truco raro
de mi cansada imaginación. Estaba mirando esos ojos hace menos de
doce horas, en un lugar muy diferente.
Su sonrisa se tambalea, pero no desaparece mientras recupera el
control de sí mismo. Se aclara la garganta, mete la mano en la bolsa y
saca una carpeta.
Entonces. Supongo que estamos todos, tal vez un par de personas
se unan la próxima semana o así... pero supongo que debemos hacer
nuestras presentaciones de todos modos. ¿Sí?
Pasa la mirada sobre todos, haciendo una pausa en algunos más
que en otros. Cuando pasa sobre mí, lo siento a nivel físico. Me incorporo,
mi columna es una cuerda de piano.
Asiente a la joven con la banda en el cabello frente a mí. Ella gira la
punta teñida de su cola de caballo. Soy Audrey, pronunciado de la forma 24
francesa, Aud-RAY. Estoy en el programa de Bellas Artes, es mi segundo
año. Siempre me ha gustado la fotografía y crecí practicando con la vieja
Kodak de mi padre y bla bla bla.
Él escucha, con la cabeza ligeramente inclinada, su mirada colorida
sobre ella. Sus ojos todavía se ven tristes, tal vez es solo de esa forma.
Pero al parecer, para todos y especialmente para ella, en este momento
es el centro de su atención, no oye a nadie más que a ella. Ella agita sus
pestañas.
Las presentaciones continúan y con cada nueva persona que habla
siento cómo mi propia voz desaparece, retirándose a los recovecos de mi
garganta. Me hormiguean los dedos, como después de un susto. Bueno
nadie parece ponerse en pie para su presentación, porque mis rodillas se
han convertido en algo entre el algodón y la jalea.
No puedo apartar mi mirada de la suya.
Pero de alguna manera, ni siquiera me doy cuenta de que es mi
turno, hasta que alguien se aclara la garganta en el silencio expectante.
La sangre se precipita a mi rostro y me gustaría haber usado mi traje
único de club, aunque dudo incluso que eso ayudase. Siento que se me
enrojecen las mejillas para que coincidan con mi cabello.
Y, finalmente, se gira hacia mí. A pesar de mí misma, mi mente se
llena de todos los detalles de lo que se perdió en la semioscuridad de
anoche, todas las piezas que faltan de la imagen en mi cabeza: solía tener
un pendiente en la ceja que dejó diminutas marcas gemelas encima y
debajo de su ceja. Hay otro punto de un viejo piercing bajo su labio
inferior, también cerrado, claramente antiguo. Se afeitó desde ayer,
probablemente esta mañana, rápidamente, porque todavía quedaban
algunos restos en su barbilla y mandíbula.
¿Y bien? Me apura.
Su voz me sacude. Empujo mi silla hacia atrás con un chillido torpe
y empiezo a levantarme, pero el peso de su mirada me mantiene abajo.
Yo, eh... No creo que esté en la clase correcta.
Escucho una risa, de uno de los demonios de la cámara vintage, sin
duda. Mi corazón se siente como un globo de helio, golpeando en mi
esternón tratando de salir.
Tengo a siete personas en mi lista y somos siete personas.
¿Segura? Analiza su lista. O lo finge. Eres...
Hannah respondo. Mi voz sale demasiado fuerte y me
estremezco. Sí, soy Hannah Shay. Pero yo... tenía que... debo haber... 25
Quiero mentir, decir que iba a dejar la clase, llegar a algo que no me
haga sonar como una completa idiota. Bueno, genio, te vio desnuda, por
lo que parece que idiota es el menor de tus problemas...
Cierro fuertemente los ojos.
Puedes irte si quieres indica.
Abro los ojos. Así de fácil, así de sencillo, me está dejando salir. La
puerta se encuentra a pocos pasos de distancia y puedo huir como la
cobarde que soy y, con suerte, no volver a verlo nunca.
Excepto que probablemente lo haré, porque enseña aquí. En la
escuela a la que voy. En el departamento de arte súper pequeño que el
folleto describe con optimismo como “un ambiente íntimo”.
Nena, no tienes ni idea.
Mi cabeza comienza a girar y tomo una respiración muy necesaria.
Está bien garantizo.
Noto la garganta áspera, como cuando me quedo demasiado tiempo
en el piso de arriba, en el vestidor donde las chicas fuman a pesar de que
se supone que no deban hacerlo. No sé por qué no corro simplemente.
En realidad lo hago. La simple verdad del asunto es, que sabe algo muy
jodidamente comprometedor acerca de mí y no quiero molestarlo.
Mi nombre es Hannah Shay, soy de Minnesota revelo.
Oh interviene Audrey, perdón, Aud-RAY. Une Américaine.
Bonito.
La ignoro. De cualquier manera, no tengo ni idea de qué responder
a eso.
Estoy en el programa de Bellas Artes y este es mi segundo año.
Sí y también me quito la ropa delante de una sala llena de hombres
extraños para ganarme la vida. Me especializo en dibujo y acrílico.
Además de girar y frotarme alrededor de un tubo. Siento los labios
entumecidos. A decir verdad, nunca he sostenido una cámara en toda
mi vida.
Oh, ¿no? ¿Por qué? Hay un atisbo de sonrisa en la comisura de
los labios de Emmanuel, pero más allá de eso, nada deja ver que sabe
más de mí que sobre todos los demás.
¿Qué? digo abruptamente.
¿Por qué nunca has sostenido una cámara en tu vida? ¿Ni siquiera 26
una cámara digital? ¿Ni siquiera la del teléfono?
No tengo ni idea de lo que se apodera de mí.
Verá, tengo una pequeña relación complicada con las artes
fotográficas.
Está bien. Estamos aquí para ponerle remedio a eso.
Una risa suave atraviesa la clase.
Como que dudo que sea algo que se pueda remediar. Me escucho
decir.
Ya lo veremos, ¿no?
La gente me está mirando, creo que con distante horror entumecido.
Prestando más atención de la que debieran, me doy cuenta. No en una
buena señal.
Gracias, Hannah. Finalmente aparta la mirada, volviendo a
centrarse en el aula.
Está bien, soy Emmanuel Arnau y como pueden haber imaginado,
voy a estar enseñando este curso. Las chicas se ríen. Se mueve para
sentarse en el borde de la mesa. Además, como podrán saber, la mayor
parte de ustedes de todos modos... lanza una mirada hacia mí, este
curso se centra en el enfoque tradicional de la fotografía y sí, eso significa
con película. ¿Puedo entender que ya tienen sus cámaras, según los
requisitos del curso?
Empiezan a tocar los cierres de las bolsas de sus cámaras.
Aquellos que no la tengan... Me mira de reojo por un momento,
deben conseguirla, porque no me gusta empezar bruscamente pero la
tendrán como una tarea para la semana próxima. Si los fondos son un
problema, cualquier cámara vieja de una tienda de segunda mano es
buena, siempre y cuando funcione. En realidad es aún más interesante
trabajar con esas, para lo que estaremos haciendo. Abre un estuche de
cuero a la vieja escuela y saca una cámara antigua, negra y de cromo,
directamente de los años setenta, que muestra a la clase. A juzgar por los
apresurados suspiros envidiosos, es una de las buenas. Este es un
modelo excelente, pero por supuesto no necesitan nada de este calibre.
Los requisitos mínimos para usar una cámara en esta clase están en el
plan de estudios, pero...
Repasa cosas como objetivos, lentes, y otros que posiblemente no
puedo retener en mi cerebro.
Tengo que dejar esta clase. Lo repito una y otra vez en mi mente, 27
mientras empiezo a inquietarme y a sujetar el asiento debajo de mí. Justo
después de que nos deje salir, iré a solicitar dejarla. Totalmente normal.
Totalmente fría. Solo un conflicto de programa, o algo así.
Se acerca con el plan de estudios, al parecer habrá una exposición
compuesta con nuestras asignaciones al finalizar el trimestre; luego
repasa los otros materiales requeridos, papel, productos químicos
extraños. Se siente como si se prolongara durante una hora, pero cuando
nos deja salir solo pasaron veinte minutos.
Necesito de toda mi fuerza de voluntad para no salir corriendo del
salón de clases en el segundo en que dice que nos verá la próxima
semana. Espero, contando hacia atrás desde diez. La gente reúne sus
cosas y sale. Finalmente, me levanto y voy directa hacia la salida.
Con las piernas entumecidas, camino hacia el ascensor, sin atreverme a
mirar por encima del hombro.
Hasta el momento, no parece tener ninguna intención de
victimizarme. ¿Podría ser un milagro y en realidad es un ser humano
normal, maduro que sabe cómo meterse en sus propios asuntos?
Sí. Cuenten con eso.
En el momento en que el viejo ascensor llega al primer piso, mis
músculos han liberado un poco de tensión y estoy empezando a
calmarme. Así que cuando oigo el sonido de mi nombre, salto.
Es él. Está de pie junto a las puertas del ascensor, apoyado en la
pared, como si estuviera esperando. ¿Por mí?
Empieza a caer sudor frío por mi espalda bajo mi suéter Mackay.
Hola llama en voz baja. ¿Hannah?
Trago saliva. Podría haber dicho Alicia. Pero no lo hizo. Cuando dice
mi nombre real, con su ligero acento francés, hace que la H casi suene
silenciosa. Annah.
Sí.
Lo miro por un segundo o dos, como si esperara que hiciera su
movimiento, deseando que terminase de hacerlo de una vez.
Solo quería saber si tienes una cámara ya o si necesitas alguna
ayuda para encontrar una.
Trato de pensar en algo que decir, pero mi mente está en blanco.
A menos que dejes el curso responde él mismo. Demonios, en 28
realidad suena avergonzado. Como si tuviese algo de qué avergonzarse.
Eh me las arreglo para farfullar. Yo... todavía estoy
considerándolo, en realidad. Mi agenda... me interrumpo.
Sabe todo acerca de mi horario, me recuerdo a mí misma con
acritud.
Es comprensible que no quieras comprometerte todavía. Pero si
quieres darle un intento a la clase, tal vez podría prestarte una cámara
hasta que te decidas.
Tú... no tienes que hacerlo.
No es problema. En cierto modo las colecciono.
Nos detenemos, bajo la mirada y entreveo sus manos, la izquierda
descansa en la correa del bolso de su cámara. Mi mirada viaja a través
de sus nudillos. L-I-B-R-E.
Lo siento mucho. No quise avergonzarte.
No estoy avergonzada murmuro, sin levantar la vista.
Te ves avergonzada señala lo obvio.
Bueno, perdón, pero es un poco extraño, verte aquí contesto,
bajando la voz a un susurro.
Para mi ira y humillación, se ríe.
¿Verme aquí es raro?
Tomo un aliento para decir algo, pero no encuentro las palabras para
expresarme. ¿Saben qué es más raro? Tratar de entablar una
conversación formal con alguien que sabe cómo te ves bajo la ropa.
Cuando decidí que me iba a quitar el sostén para hombres extraños,
nunca me inscribí en esto.
Mira, era cuestión de suerte de mierda declara.
No bromeo.
Solo... es un viejo amigo, me hicieron ir.
Me estremezco.
Ya me lo dijiste. Es genial.
No, no lo es.
Miro su rostro. La luz de sol inunda los enormes paneles de vidrio
en el techo y finalmente, puedo verlo con todo detalle, como si pudiese
verme. En el mismo terreno. Casi. Excepto que todavía tengo que verlo 29
desnudo.
Me maldigo a mí misma, incluso por pensarlo.
Suspira.
Oye, si realmente te sientes incómoda, puedes renunciar al curso.
Necesito los créditos digo secamente. Y todo lo demás está
lleno.
Mira, simplemente no quiero hacértelo incómodo para el resto del
trimestre.
¿Por qué? pregunto abruptamente.
¿Por qué, qué? Frunce el ceño con preocupación.
¿Por qué no? ¿Qué te importa? Solo soy alguien...
Me importa me interrumpe. Gracias Dios. ¿Qué otra cosa iba a
revolotear fuera de mi gran boca?. ¿Por qué? Pareces agradable.
Agradable repito.
Agradable. Vaya, no sé si debo sentirme halagada o insultada.
Cuando bailas desnuda a unos centímetros del rostro de alguien, ¿deseas
que te recuerden como agradable?
Sí. Evidentemente, tienes un plan y no creo tener el derecho de
interferir.
Mis pensamientos corren, espoleados por una mezcla de indignación
y vergüenza.
Entonces no te preocupes. No se lo voy a decir a nadie añade.
Una parte de mí quiere decir a la mierda, decirle que puede
pregonarlo por los altavoces y que me importa un bledo. Una parte de mí
está furiosa ante la idea de pueda mantener esto encima de mi cabeza,
decidir con benevolencia que me perdonó. Por ahora. Cierro las manos
en puños. Quiero alejarme, pero permanezco completamente inmóvil.
Con un suspiro, niega y lo que hace me aturde aún más, se quita el
bolso de la cámara del hombro y me la da, la sostiene, esperando
pacientemente a que salga de mi estupor y la tome.
¿Estás loco? murmuro.
Toma insiste. Como dije, tengo más en casa. Y si vas a
aprender a usar una cámara de película, también podrías tener una
agradable para empezar. 30
Aún incrédula, me acerco y tomo la bolsa. El logotipo dice
Hasselblad. Es pesada, un peso agradable contra mi cadera cuando paso
la bolsa por encima de mi hombro.
Ten cuidado con eso advierte. Me la dio mi padre. Quién la
recibió de mi abuelo, por lo que tiene algo de valor sentimental.
No puedo tomarla. Empiezo a sujetar con torpeza la correa de la
bolsa.
Por favor hazlo. Me detiene.
Me estremezco un poco cuando pone la mano en mi antebrazo, a
pesar de que hay una capa de lana desgastada separando mi piel de la
suya. Las letras en sus nudillos, LIBRE, son profundas y oscuras, sus
bordes agudos sin una pizca del habitual tatuaje de dedo. O son nuevos
o los retoca regularmente.
Solo tómala. Devuélvemela cuando consigas una. O cuando
decidas si te vas a quedar.
Está bien tartamudeo. Volveré la semana que viene, te lo
prometo.
Úsala bien.
Se vuelve y comienza a alejarse. Todo lo que puedo hacer es
quedarme allí y verlo. Solo el peso de la cámara a mi lado me recuerda
que no me acabo de imaginar todo esto.
Entonces, justo cuando estoy a punto de salir, se detiene y mira por
encima del hombro.
—Ah, y ¿Hannah? Deberías terminar el tatuaje.
Ahogo una exclamación, pero se gira y se desvanece en la multitud
del almuerzo.
Y me deja allí, en plena ebullición.
31
e siento como si tuviese que sacar un pedazo de papel, o
crear una nueva hoja de cálculo ordenada en mi portátil.
¿Qué pasaría si alguien se enteraba de lo que hacía?
Lo ordené en puntos clave:
1.- Me suspenderían
2.- Me echarían
3.- Me convertiría en la puta local, la gente escribiría cosas en mi
casillero y me pedirían que les mostrara los senos en el pasillo.
Bien. Nada de eso me es completamente desconocido. Esa es la 32
buena noticia.
Me imagino que la gente aparecería en mi trabajo, esas chicas
presumidas de las bandas en el cabello se reirían detrás de sus manos,
viendo cómo bailaba desnuda. Me imagino a Emmanuel, al decano o
alguna otra mierda vieja chantajeándome para que chupara su pene bajo
el escritorio. Me imagino a alguien “anónimo” avisando a mis padres en
casa, a mi madre conduciendo hasta aquí en un ataque de histeria.
Empiezo a hiperventilar y tengo que parar, y todavía no estoy a mitad de
la lista.
Ahora, ¿qué le pasaría a él si viniera a donde le gusta pasar su
tiempo libre?
No pasaría nada, eso es. Los chicos serían chicos. Es un maldito
hombre adulto, es natural. Insertando las habituales millones de
excusas. O más probable, es que ni siquiera necesite a alguien
molestándose en preguntar lo que estaba haciendo en el club.
Y lo curioso es que las chicas serían las primeras en lincharme.
Siempre lo son.
Cierro los ojos y exhalo lentamente. El reflejo de pelear o huir me
patea, es dolorosamente claro que sé que voy a hacer.
Dejar la clase. Retirarme del programa, de la escuela, solo...
desaparecer. Devolverle su estúpida cámara y no volver nunca más,
nunca poner el pie cerca del lugar de nuevo. Solo tengo que seguir con
mi vida, ¿para qué necesito esto, de todos modos? No cambia nada. Tengo
mi propio apartamento, me ocupo de mí misma, pago mis putas facturas
y no como fideos Ramen en las tres comidas más que la mayoría de la
gente en esta escuela puede decir.
Y de todos modos, no voy a extrañarla. Nunca he tomado una
maldita clase de arte en mi vida y de alguna manera, lo entiendo así.
Estoy a mitad de camino a la oficina de admisiones en el primer piso
cuando me detengo. Me paso las manos por el cabello y gimo en voz baja.
¿Qué diablos estoy haciendo?
¿Realmente voy a huir, así como así? ¿Yendo de un cliché atroz de
stripper a uno aún más grande? ¿Ponte cómoda, acostúmbrate al dinero,
abandona la escuela?
Todo por un idiota que piensa que mandarme despóticamente,
porque sabe algo que quiero mantener en secreto. Puede ir a un club de
striptease cada noche de la semana si quiere, nada me haría mover una
pestaña. Y a mí, una de las chicas sin rostro que baila para él, que gira
en su regazo y mete sus pechos en su rostro, soy la que lleva las de perder 33
en mi vida.
No sucederá.
Dejo escapar una risa temblorosa y un par de personas me miran.
Hoy todavía tengo otra clase, Historia del Arte, pero hasta entonces tengo
unas buenas dos horas y media.
Voy afuera, en la aún calurosa tarde de septiembre. Deambulo por
el centro de Montreal con la cámara de Emmanuel, tomando fotos de
cosas al azar mientras las veo; las góticas torres deslumbrantes de la
Iglesia Unida de St. James en Ste. Catherine, las ventanas abovedadas y
majestuosas escaleras al aire libre en Crescent y Bishop, las torretas en
los techos, la montaña vecina que se puede ver en Sherbrooke. Y otras
cosas; un hombre sin hogar durmiendo fuera de un lugar de cambio de
divisas, un cartel de cartón frente a él en inglés y francés. Una sala de
masajes llamada Les Caresses apretada en el último piso de un edificio
antiguo por encima de un metro. Una ardilla mordisqueando un Timbit
rancio.
Me acostumbro a la cámara con sorprendente rapidez. Es pesada,
da satisfacción sostenerla y tiene ese olor a cuero y metal que tienen las
electrónicas viejas. La lente tiene un agradable zumbido cuando acercas
o alejas con la ayuda de una pequeña giro de ruedas y el obturador hace
clic. Solo he oído un iPhone con cámara así eso es, de verdad.
Es un poco extraño y frustrante no poder ver las fotos, o eliminar
las malas. Cuento el número de tomas que me quedan, menos de
veinticuatro. Para el momento en que acabo, debo volver a clase en quince
minutos.
Alejo la cámara y corro el resto del camino de vuelta al edificio
principal, la cámara pesada en la bolsa rebota contra mi cadera y me
golpea el trasero. De alguna manera no me importa en lo más mínimo.
La clase de Historia del Arte no podría ser más diferente de los
talleres. Es en un gran auditorio lleno con cerca de ochenta personas. El
maestro es el mismo que tuve el semestre pasado de Historia del Arte en
la Edad Media, quería evitarlo pero no había nada más disponible. Es un
viejo hijo de puta que asigna papel tras papel y ama los exámenes
sorpresa de primavera cuando menos lo esperas. Y también es un dolor
real acerca de las asistencias. Con más de tres faltas, pierdes un punto.
Por cada una.
Pero en este momento no podría importarme menos. Sueño
despierta toda la clase, impregnada de una energía extraña diferente a
todo lo que he sentido en mucho tiempo. Tal vez sea la sacudida de 34
adrenalina. Tal vez es mi tarde con la cámara de Emmanuel. Casi me dejé
llevar a mi propio mundo cuando me doy cuenta de la chica a mi lado
mira la libreta en la mesa frente a mí, con el ceño fruncido.
Nerviosa, bajo la mirada y me doy cuenta que he estado
garabateando todo el tiempo, una chica, más como una silueta de
sombras tenues, pero claramente desnuda, con las manos sobre sus
pechos, con sus caderas balanceándose, con la cabeza echada hacia
atrás y apoyada en una barra de striptease. Largas enredaderas sinuosas
serpentean hacia arriba desde la oscuridad entre sus muslos hasta su
vientre, alrededor de sus piernas, que brotan como ramas en espiral y
hojas estrechas, dentadas y filosas.
Me sonrojo y cubro el cuaderno con mi antebrazo, un gesto que he
perfeccionado como una forma de arte desde la secundaria.
Se burla y sigue tomando notas.
Me siento allí, con el corazón golpeando, la sensación vertiginosa me
hace trizas. En cambio, otro tipo de pensamiento se apodera de mi cabeza
como las enredaderas negras de mi dibujo; miro al Profesor Leary delante
en el atril y lo imagino en la galería, babeando ante mis piernas mientras
bailo. Sus huesudas manos irregulares andando a tientas por mis
pechos. Me imagino a la chica a mi lado burlándose mientras finge
estornudar, porque ya sabe que me espera una sorpresa en el casillero al
final de la clase.
Bajo mi sudadera, se me pone la piel de gallina.
Algo tiene que hacerse. Hoy, a primera hora antes del trabajo, voy a
detenerme en la peluquería del gueto, a una cuadra de mi casa y me
compraré una peluca. La que tenga rizos platino, la que sea más loca o
una negra de dominatrix, algo tan diferente que nadie me reconozca.
Y voy a devolver la estúpida cámara, creo, no sin un escalofrío de
pesar.
35
i noche es aún peor que la anterior. Exploro la habitación
con ansiosa paranoia y salto cada vez que alguien me
habla. Maryse me evalúa con una mirada sospechosa.
¿Qué pasa con tu cabello?
Cohibida, tiro de los extremos de mi peluca; es rubia caramelo con
mechas más claras, de las más baratas de la peluquería al lado del metro.
De cerca es demasiado brillante y falsa, pero en la oscuridad del club
funcionará. Tiene un fino flequillo ochentero, no puedo domarlo
ligeramente para que sea aceptable, sin importar cuánto lo intente; los
hago a un lado con gesto nervioso que se convierte en un tic. 36
Nada. Es solo una peluca.
Sí, puedo ver eso. ¿Por qué? Tu cabello real es muy agradable.
Exactamente digo sombríamente. Es muy agradable. Es muy
singular, es notable.
Asiente.
Ya veo. ¿No deseas ser reconocida?
Sí. Algo así. Mi escuela está como a tres calles.
Se encoge de hombros.
Solo tienes que ir a trabajar con nosotras, al club en South Shore.
No es tan bonito pero...
Allí todo el mundo habla francés. No puedo perder este lugar,
necesito el dinero.
Bueno, si piensas que una peluca va a ayudar sentencia,
poniendo sutilmente los ojos en blanco.
Mejor que nada murmuro.
Entonces, tal vez, también debas cubrir tus tatuajes.
Correcto. Trago saliva mientras examino mi brazo, hombro y cadera.
Por otra parte, nadie en la escuela ha visto todos mis tatuajes. Bueno,
casi nadie, pero cuando follé con ese chico, solo tenía el del antebrazo.
Dios, ahora hay algo que me gustaría olvidar.
No hay oportunidad en que pudiese cubrir mis tatuajes con
maquillaje. Así que solo hago una nota mental para empezar a usar
camisas de manga larga en la escuela.
Oculto más de mí misma, con cada día que pasa. Dividiendo mi vida
en dos, Hannah la buena estudiante universitaria y Alicia la stripper. Una
lleva suéteres grandes, la otra tanga. Una lleva Converse, la otra tacones
de plataforma de veinte centímetros... como la canción de Taylor Swift
que me encantaba tanto en el instituto. Me identifiqué con ella. Qué risas.
Ya no puedo escucharla sin horrorizarme.
Con esa estúpida peluca, me siento fea. Mantengo el flequillo a un
lado con una pinza y me veo como una estudiante de octavo grado con
un mal corte de cabello. Mi autoestima se ve derrumbada. No puedo
regresar a mi personaje de Alicia sin importar cuánto lo intente. Sigo
siendo Hannah, que no encaja en este lugar.
Nadie pagaría un centavo para ver bailar a Hannah.
Todo es por Emmanuel. Es el único punto en que mis dos vidas 37
chocan. Aprieto los dientes con una rabia inútil.
Finalmente consigo mi primer cliente cerca de la medianoche, un
tipo con un suéter sobre su camisa limpia, que probablemente tiene
esposa y un par de hijas de cerca de mi edad. Éste, resulta, un hablador.
¿Eres de aquí? pregunta mientras me acomodo en su regazo,
con cuidado de estar de lado, manteniendo el equilibrio sobre su muslo.
¿Estás segura de que eres de aquí? Alicia no puede ser tu nombre real.
¿No me veo como una Alicia? Mi sonrisa se congela en mi rostro.
No lo sé. Quizás. Pero no bailas bajo tu nombre real, ¿verdad?
Ninguna de ustedes lo hace. Todas son Diamond, Cherry y Mercedes.
Curva los labios con desdén.
No respondo.
No puedo mantener esa expresión agradable en mi rostro mucho
más tiempo, así que me levanto, tratando de no hacerlo demasiado rápido
y giro hacia los lados, arqueando la espalda. La estúpida peluca de
cabello de plástico cae en mi rostro, huele a una vieja muñeca Barbie
acumulando polvo en una caja de almacenamiento.
Por lo menos el tuyo no es tan ridículo comenta.
Dejo caer mi cabello sobre el rostro para ocultar mi ceño fruncido.
No eres como las otras chicas. Aquí todas son muy falsas.
Le doy la espalda y me agacho, pasando las manos por mis piernas.
De esa manera, no puede verme poner los ojos en blanco y tal vez, la vista
de mi trasero sacudiéndose a centímetros de su rostro lo calle. No tuve
esa suerte.
No tienes enormes pechos falsos prosigue. No me gustan los
enormes pechos falsos. Si vas a hacer eso por lo menos sé sutil, una D o
una doble D. ¿A quién creen que están atrayendo de todas formas?
No contesto. Sé que si abro la boca saldrá algo totalmente
inaceptable.
Pero nunca le hagas algo así a tu cuerpo indica, es una
afirmación más que una pregunta.
Sé exactamente lo que espera que diga, qué papel quiere que juegue,
es una stripper con un corazón de oro por él.
Por lo general, no tengo problemas para corresponder. Por lo general,
este es el momento en que cruzamos el umbral de uno o dos bailes a la 38
media hora, la hora, con una buena propina al final.
Pero no me atrevo a decirlo.
No murmuro finalmente.
Es más que suficiente para él.
Por supuesto que no lo harías. Eres mejor que eso. Vas a alguna
parte, no vas a bailar aquí hasta que tengas cuarenta y cinco años,
¿verdad?
Bueno, tú estás sobre ese umbral y todavía sigues viniendo aquí,
pienso, pero sabiamente mantengo la boca cerrada.
Eres una buena chica, ¿no es así? Apuesto que vas a la escuela.
Esa es mi señal para contarle una mentira. Sí, por supuesto que voy
a la escuela. Escoge un programa, algo que no sea muy complicado que
no se lo crea o a comience a tratar de ponerme a prueba con preguntas
astutas, pero algo lo suficientemente sofisticado, psicología, sociología.
Infiernos, literatura.
No, no, en realidad contesto con emoción maliciosa. Lo hacía,
pero lo dejé cuando me dieron este trabajo.
Se queda en silencio durante unos momentos mientras su cerebro
intenta procesar esa disonancia. La canción se desvanece exactamente
en tres minutos. El silencio se prolonga. Me doy la vuelta, abro las rodillas
apoyadas y los apoyabrazos de la silla se clavan en mi piel. Me gustaría
que la siguiente canción empezase ya. Puedo decir que está a punto de
dejarlo todo y arrepentirse de perder dinero potencial.
Finalmente, resopla. Alza la mirada a mi rostro.
Te mereces algo mejor que este lugar. Quiero sacarte de aquí,
apropiada. Llevarte a un buen restaurante. Tendríamos una cena, una
buena botella de vino.
Lo lamento. No me encuentro con gente afuera.
A menos que no pueda evitarlo, al parecer.
Suspira ruidosamente.
Por supuesto que no. No eres así.
No, no lo soy.
Lo sabía. Sabía que no eras así. Empieza a moverse en la silla,
tratando de ajustar sutilmente su entrepierna. Siento habértelo pedido.
No pretendía insultarte. Eres tan bonita. 39
Sí y te mentí antes confesé, siento generosa. Voy a la escuela.
Lo sabía repite. Eres increíble. Tu cuerpo es perfecto, nunca
te pongas pechos falsos, ¿de acuerdo?
No lo haré.
Eres tan flaca. Ya no se ven chicas tan flacas. Apuesto a que eres
una de esas chicas que pueden comer cualquier cosa y no ganar un
gramo.
Sí. Como igual que un caballo.
Eres preciosa. ¿Qué estudias?
¿Eh?
En la escuela.
Informática declaro, lo primero que se me viene a la cabeza.
Y eres inteligente también. Pareces lista.
Gracias.
Eres simplemente perfecta, en todos sentidos. Eres la chica más
guapa que he visto nunca.
Gracias nene. ¿Quieres otra canción?
Sí. Sigue, no te detengas. Me mira, esperanzado. ¿Puedo verte
la vagina?
Mantenemos nuestra ropa interior puesta.
Hurga en el bolsillo.
¿Incluso si te doy una propina extra?
Le digo que el baile terminó.
40
l día siguiente, solo tengo una clase y termino quedándome
dormida a pesar de la alarma. Así que en lugar de ir, me dirijo
a la tienda más cercana para revelar mi arcaico rollo de
película. El chico en el mostrador me mira como si estuviera loca, pero lo
toma.
Sé que se supone que debemos hacerlo nosotros mismos, pero no
tengo ni idea de cómo configurar un cuarto oscuro. Y una cosa que no
quiero hacer es utilizar el que está en el departamento de arte.
Nunca sé a quién podría encontrarme.
El miércoles tengo tiempo para recoger las fotos de camino a la clase, 41
a la clase. El chico en el mostrador me da uno de esos sobres y le pago
con uno de cinco, fingiendo no darme cuenta de su sonrisa mientras me
doy la vuelta para marcharme.
En el viaje en metro a la escuela, miro las fotos. Son una mierda,
todas y cada una. Borrosas. Desenfocadas. Un par son tan brillantes que
no puedo ver una maldita cosa. Y la del final se ve bien, excepto que está
cortada por el centro y en la mitad derecha es completamente negra.
Supongo que podría entregarlas y declarar que es mi nueva forma de arte
elevado que los plebeyos simplemente no entienden.
Pero aún no estoy lo suficientemente loca como para hacer eso.
Mientras salgo del metro, lanzo el sobre con todas las fotos a la basura.
Espero ser la última en llegar. Arrastro mis pies todo el camino hasta
el salón de clases, temiendo el momento en que tenga que pasar por la
puerta y ver a Emmanuel allí, en la parte delantera de la habitación. Con
su pequeño portapapeles de asistencia, con su sonrisa y con todas las
chicas prácticamente desnudándolo con los ojos.
Pero cuando llego allí, es solo él, inclinado sobre su MacBook con
una mirada concentrada. Una pantalla para proyectar está sobre la
pizarra detrás de él. Cuando escucha mis pasos, levanta la mirada y su
expresión cambia, casi imperceptiblemente, pero lo veo. La sonrisa se
vuelve un poco menos profesional y distante, hundiendo un poco los
hombros, como si sintiera alivio.
Annah llama. Como si estuviera verdaderamente feliz de que
estuviese aquí. Volviendo a olvidar la H.
¿Sorprendido de verme, tal vez? Me trago la pregunta mordaz y
asiento saludando antes de ir hasta el extremo de la gran mesa.
Pero no deja que me vaya.
Entonces, ¿cómo estuvo?
Me tenso. Me hormiguea toda la columna.
¿Cómo estuvo qué?
La cámara. ¿Tuviste la oportunidad de probarla?
Asiento de nuevo, con rigidez. Por supuesto, la cámara, ¿de qué se
me ocurrió que estaba hablando?
¿Y?
Le doy un encogimiento de hombros.
42
Lo lamento. No tengo nada que mostrar. Las tiré todas.
¿Por qué?
Debido a que eran una mierda.
Las palabras cuelgan en el aire entre nosotros, innecesarias, feas y
crudas. Soy la que se siente como una mierda. Soy una mierda.
Solo tienes que aprender a utilizar esa cámara. No puedes apuntar
y hacer clic, no es un iPhone.
Lo siento repito. Traeré la cámara de nuevo la próxima clase.
Nunca debí haberla tomado.
Oye, no es molestia, especialmente si tú...
No puedo soportarlo. Lo interrumpo:
Puedo pagar una por mi cuenta. Los dos sabemos eso, ¿no?
Por un momento, se ve herido y quiero hacerme un ovillo, en una
pequeña bola de vergüenza y de miseria y desaparecer.
Sé que solo querías ayudar indico. Mi voz es de hojalata. Pero
no tienes que hacer eso. No tienes que darme un trato especial.
¿Por qué no?
Porque voy a empezar a pensar que quieres algo a cambio.
Suspira, negando. Se frota los ojos.
Hannah...
La puerta se abre y las dos chicas de la banda en el cabello entran.
Tiran sus bolsas sobre la mesa, riéndose de algo sobre lo que solo estaban
hablando. El pequeño espacio se llena con su presencia. Emmanuel se
mueve incómodamente.
Estaré encantado de hablar un poco de esto después de la clase,
si es necesario insiste con su uniforme y tranquila voz de maestro.
Está bien contesto, de la manera más neutral que puedo, muy
consciente de las chicas fijándose en mí. Me arde el rostro. ¿Pueden
verlo?. No creo que sea necesario.
En realidad, realmente creo que puedo ayudar replica con una
nota de firmeza en su voz que envía vibración de alarma por mi
columna. Quiero que te vaya bien en la clase.
Por supuesto murmuro y me siento.
Realmente no me acuerdo de cómo es la primera clase real.
Emmanuel muestra algunas diapositivas de fotógrafos famosos y de
43
su trabajo. Repasa técnicas de luz y de exposición de los que,
probablemente, no habría entendido nada, incluso si hubiera estado
prestando atención.
Tengo la intención de ser la primera en correr a la segunda clase
cuando haya terminado. Lo cual no debería ser difícil, ya que ni siquiera
saqué el portátil del bolso. Mientras todo el mundo empieza a hurgar en
sus cosas y a echar las sillas hacia atrás, tomo mi mochila, pongo el bolso
de la cámara por encima de mi hombro y me salgo disparada desde mi
asiento.
Su voz me detiene cuando ya estoy en la puerta. El sonido de mi
nombre en sus labios acaricia la parte trasera de mi cuello. Tiene una
manera de decirlo, Hannah, como un soplo. Como si mi nombre fuera
realmente algo único y hermoso. Me enfurece.
Pero me detengo.
Audrey me empuja sin contemplaciones, dándome una mirada llena
de odio por encima del hombro. Me lleva un poco procesarlo, ¿a mí? ¿Qué
hice? No puede ser a causa de él.
Puede tenerlo si quiere, a él y toda su atención. Cualquier cosa para
que me deje en paz.
Otros salen, la última chica torpe interminablemente con su
cuaderno, abriendo y cerrando el estúpido bolso de su portátil un millón
de veces. Al mismo tiempo, estoy debatiendo en si debería irme, no es
como si fuese a correr detrás de mí y a detenerme. Pero no puedo. No
antagonices con él, puede arruinar tu vida. Aprieto los dientes.
Odio esto. Odio toda esta situación.
Lo odio a él.
Finalmente, somos solo nosotros. Miro de reojo la puerta
entreabierta, de vez en cuando los estudiantes pasan con prisa. No sé si
quiero estar en una habitación cerrada con él.
Se sienta en la esquina de la mesa y se pasa las manos por el cabello.
¿Puedes decirme cuál es el problema? exige, bajando la voz a la
de maestro.
¿En serio me lo estás preguntando? respondo en un gruñido
silencioso. ¿Crees que yo soy el problema?
Solo estoy tratando de ayudar.
Bueno, no necesito tu ayuda. 44
... Y yo no quiero nada de ti. Siento si tu trabajo te deja tan harta
que piensas que es todo lo que un hombre podría desear de ti.
Me ruborizo. Lanzo una mirada paranoica alrededor, pero no hay
nadie en la puerta. Su mirada sigue la mía.
No puedo creerlo, pero soy la que finalmente, se acerca y cierra la
puerta.
Ahora que estamos solos. ¿Qué hice? Se me acelera el corazón y
tengo que limpiarme las manos en el pantalón. Realmente no va a...
¿qué? ¿Amenazarme? ¿Atacarme? Me siento estúpida por pensar eso.
Entonces de nuevo. Si decidía que podía salirse con la suya...
Sé que estás pensando en eso. Lo puedo ver en tus ojos. Suena
extrañamente amargado.
Cuadro los hombros.
No tienes idea de lo que estoy pensando.
—Bueno, permíteme decirte lo que estoy pensando, entonces. No
quiero hacerte la vida difícil. No voy a informar sobre ti...
No hay nada qué informar. No estoy rompiendo la ley
interrumpo.
...No voy a salir contigo. No tengo ningún interés en eso. La
mirada en sus ojos es tranquila y triste. Quiero que termines tu
semestre y pases la clase. Lo último que quiero es causarte problemas.
Y sin embargo, eso es exactamente lo que estás haciendo.
Suspira y comienza a caminar por la habitación, que está a solo tres
o cuatro grandes pasos en cualquier dirección.
Déjame decirte algo. Emmanuel. Pronuncio su nombre en la
forma francesa, pronunciando cada sílaba. Se detiene y se vuelve hacia
mí. Me subestimas. Sé exactamente lo que tienes en mente. Crees que,
de algún modo, soy especial, diferente de los otros estudiantes, que
tenemos algún tipo de conexión, tú y yo, porque bailé para ti y tal vez.
Por un momento, pensaste que era atractiva y estaba actuando como si
te encontrara atractivo. Tal vez viste algo en mis ojos o en mi rostro que
te hizo pensar que me gustabas. Bueno, tengo noticias para ti, hago eso
cada noche, varias veces por noche. Les doy a los hombres lo que quieren
y se enamoran un poco de mí. Me miran y bailo para ellos, hago que se
sientan especiales, como si fuesen los únicos tipos que van a ese lugar y
consiguen un baile de mí. Y la única razón por la que se sienten de esa
manera, la única razón por la que te sientes así, es porque quería que lo 45
hicieras.
Hago una pausa para tomar una respiración. La cabeza me da
vueltas y el corazón me late con ira. En la parte de atrás de mi cabeza,
una voz llena de pánico trina, alarmada, pero es demasiado tarde para
detener el torrente de palabras.
Bueno, no soy lo que imaginabas en tu cabeza. No soy una chica
maníaca como un duendecillo de un sueño. No soy una stripper con un
corazón de oro. No conoces a mi verdadera yo. Solo te gustó mi ilusión
proyectada y el verdadero yo, no tiene nada que ver con eso.
Medio esperaba el espectro habitual de emoción parpadeando en su
rostro, en rápida sucesión; la decepción, la desilusión y entonces la
inevitable conclusión, el resultado típico del derecho masculino
frustrado, la rabia. Pero en lugar de eso solo escucha, con la cabeza
ligeramente inclinada.
Pero luego, ¿quién lo hace, entonces? cuestiona, su voz carente
de ira, llena solamente con notas de suave curiosidad.
¿Quién hace qué?
¿Quién conoce a la verdadera tú? Y ¿cómo puedes determinar eso?
Todavía no lo entiendes. La verdadera yo, no es agradable. Soy
arisca, no tengo amigos porque no tengo ni idea de cómo mantener una
amistad. No creo que pueda hacer una conexión significativa con otra
persona en absoluto y ni siquiera sé si estoy interesada en probar. Así
que no fui enviada a tu clase por algún ángel de la guarda tuyo, para
insuflar nueva felicidad y alegría a tu vida. Solo tuvimos un poco de
suerte de mierda, eso es todo. ¿Y sabes qué? No debería tener que
abandonar el curso, ya que parece que no puedes superarlo.
Nos enfrentamos uno al otro en silencio durante unos largos
momentos.
Informa de mí a quien quieras desafío, tratando de ser fría, pero
mi voz es cansada. No me importa. Solo déjame en paz. Tomo la
correa del bolso de la cámara y bajo a la esquina de la mesa.
Mueve la mirada de la cámara a mí.
Lo siento, Hannah.
No te molestes.
No, lo digo en serio. Lo siento. Te dejaré sola. No voy a tratarte
diferente de los otros estudiantes.
Qué generoso de tu parte digo cortante. 46
La verdad es que no soy el tipo de persona que contrata cientos de
bailes, pero apuesto a que escuchas eso un centenar de veces cada noche.
No era broma.
Así que tal vez es mi... inexperiencia, por así decirlo. Pero sí, me
pareciste atractiva. Y tal vez estoy loco, pero en ese momento, parecía que
también pensabas que yo estaba bien. Tal vez estoy más loco por
encontrarte aún más atractiva cuando te encontré aquí, por segunda vez.
Tal vez sea mi cerebro masculino nublado de hormonas y de autoengaño.
Debería decirle maldita y putamente correcto, pero por alguna razón
no lo hago. Solo me quedo allí, repentinamente consciente del poco
espacio que nos separa.
Pero tienes toda la razón. No me da el derecho moral de invitarte
a salir, de molestarte y acosare. Así que voy a dejarte en paz, como lo
pediste.
Hace una pausa y suelto una exhalación.
Y tal vez, todo lo que me dijiste acerca de ti era falso y no dejas
que tu verdadera yo se deslice ni una sola vez, no tengo problemas para
creer eso, a pesar de que realmente no quiero hacerlo. Solo porque me
gustó mucho el personaje no significa que tenga algún reclamo sobre la
persona debajo.
Trago, pero no hay suficiente aire en la habitación.
Gracias.
Se encoge de hombros.
Probablemente deberías irte.
No digo nada, solo asiento, me giro y voy hacia la puerta. Tiro de la
manija y se abre. Dudo antes de dar el paso final al exterior.
Eso sí, no se te olvide menciona. La tarea vale el quince por
ciento y deberá ser entregada en la próxima clase, a más tardar, o tendrás
un cero.
Me congelo, como si alguien hubiera atascado una cosa eléctrica en
la base de mi columna. Entonces abro la puerta de un puntapié y salgo,
dejando que se cierre detrás de mí. Prácticamente corro por el pasillo,
medio esperando oír pasos apresurados detrás de mí, escuchar su voz
llamándome por mi nombre.
No pasa nada.
Quiero gritar, pero el ascensor está lleno de gente, así que contengo
la respiración hasta que motas negras y rojas comienzan a bailar ante 47
mis ojos.
o me atrevo a ir a mi siguiente clase; el pensamiento de Leary
y su tono me hacen querer vomitar. Me siento destruida,
vacía. Ni siquiera me doy cuenta de que estoy tensando mi
mandíbula hasta que mi cabeza comienza a doler. Quiero gritar y lanzar
cosas.
Así que sólo voy directo desde el ascensor a la entrada principal del
edificio, hacia las grandes puertas de vidrio que dan a la concurrida calle
del centro. El camino a casa puede tardar veinte minutos más o menos,
pero creo que lo necesito para estar sola con mis pensamientos, para
centrarme sólo en poner un pie delante del otro.
48
Eso es todo lo que puedo manejar.
Nadie va a hacer que me disculpe, pienso furiosamente mientras
abro mi puerta y corro por las escaleras a mi loft. Nadie. No por lo que
soy, no por lo que hago.
Especialmente no él.
El trabajo es para la próxima semana, y ni siquiera tengo una
cámara. Pienso en la Hasselblad que descuidadamente devolví, y mi
interior se revuelve con el tipo de vergüenza visceral del que pensé que
era totalmente inmune.
Tendría que encontrar una en Ebay, o en una tienda de segunda
mano y el tipo adecuado de película para ella. Luego, tendré que ir y
tratar de tomar al menos una foto más o menos decente.
Por primera vez se me ocurre que es posible que repruebe el curso.
He tenido calificaciones menos-que-perfectas antes, generalmente
porque me salté demasiadas clases o mi corazón no estaba en ello y me
entregué a un trabajo en el que ni siquiera sabía que era mala. Pero esta
vez, bueno, lo más fácil es echarle la culpa a él por desviarme de mi meta,
dudo que hubiera tenido mucho éxito en el curso sin importar quién fuera
el profesor. No sé una mierda de fotografía.
Dejando la racionalidad de lado, sólo me hace odiarlo más. Es como
si alguien lo hubiera enviado aquí a propósito, para buscar y destruir mis
puntos débiles con precisión guiada por láser.
Lanzo mi ropa de trabajo dentro de la secadora y salto a la ducha.
Una de las ventajas indiscutibles de este departamento es que tengo el
cuarto de baño para mí sola y, generosidad impensable para un
estudiante, mi propia lavandería en un rincón de la cocina.
Lo cual es bueno. Traten de lavar tangas de lentejuelas en una
lavandería comunal y sin que nadie lo note. Eso es algo que nunca voy a
extrañar. Hay muy poco en esa residencia que yo, o cualquiera, pudiera
extrañar. Y dudo que la residencia me extrañe mucho.
Yo no era divertida. No me hacía inmediatamente mejor amiga de
todos al igual que todas las otras chicas; mi compañera de cuarto
pensaba que era una snob porque me mantenía para mí misma, las otras
chicas en el piso sólo pensaban que era aburrida. Estudiaba y dormía.
Dibujaba y pintaba; y una vez le tiré algo a mi compañera de cuarto
porque utilizó mi tubo de pasta de dientes de buena calidad Titanium
White y no lo reemplazó, ni siquiera se molestó en decírmelo.
Solíamos compartir un mini bar y un baño del tamaño de un 49
pañuelo de papel. Ahora apenas nos saludamos cuando nos vemos en
clase.
Conseguí el loft dos semanas después de que empecé a desnudarme.
El propietario me dio una mirada de complicidad cuando le entregué el
depósito en arrugados billetes de $20 unidos con un elástico para cabello.
Mi dudosa ocupación no pareció molestarle y pronto una de las chicas en
el trabajo me explicó por qué: un alquiler en efectivo todos los meses,
libre de impuestos, al parecer era digno de tomar a una inquilina
arriesgada como yo.
No estaba segura de cómo era arriesgada. Podría romperme una
pierna, supongo, y estar fuera de servicio durante un tiempo sin seguro
de desempleo por usar tacones. Traté de no pensar en lo que realmente
quería decir: la costumbre, el cliché, la drogadicta consumida con el
diente faltante cuyas ganancias subían por su nariz o entraban en su
brazo más rápido de lo que podía ganarlas.
Esa nunca sería yo de todos modos. Tenía una certeza casi infantil,
ingenua de eso. No empecé a beber y fumar marihuana durante el primer
mes, como todos decían que haría, y ni siquiera intenté con las drogas.
Mi ex-compañeras de dormitorio consumían más drogas en una semana
de las que he tocado en todos mis veinte años, X cada sábado por la
noche, hierba durante los descansos, Adderall y otros medicamentos con
receta pasaban alrededor de la escuela para ayudar con las sesiones de
exámenes. En el dormitorio, cada noche que regresaba del trabajo, el
pasillo estaba tan lleno de humo que apenas podía ver, el aire apestaba
a paja quemada y no podía llegar a mi puerta sin volcar una cerveza
medio llena.
Todo me disgustaba. Yo nunca sería así.
Supongo que siempre hay una primera vez para todo.
El club está repleto esta noche. Pero como todos te dirán, un club
lleno no es garantía de una buena noche. Es aún peor cuando todos ven
a través de ti como si fueras un fantasma. Y esta noche, mi escuálida
figura tatuada y pálida no parece tener ninguna atracción. Veo una chica
tras otra bajar del escenario e ir las habitaciones de champán, con el
cabello moviéndose contra bronceadas caderas tatuadas.
Pienso en la caja de zapatos debajo de mi cama, con el alijo de dinero
en efectivo que sigo diciéndome a mí misma que no es para implantes
mamarios. No sé qué es lo que me lo impide. No un sentido falso de
integridad, lo que sea que eso quiera decir. Tal vez sólo no quiero volver
de las vacaciones de invierno con exuberantes pechos y escuchar a todos
mis ex compañeros de clase susurrándoles a mis compañeras de 50
dormitorio a mis espaldas. Soy paranoica en ese sentido. Puede ser que
también ponga una bandera encima de mi cabeza que diga STRIPPER en
letras brillantes.
No serían enormes, de todos modos. Sólo una cosa normal, el tipo
de pechos que otras chicas dan por sentado, un pequeña copa-C. No me
gusta cómo estoy tratando de justificarme, incluso ahora, que he
interiorizado esa voz de cliente: “Nunca le harías algo así a tu cuerpo,
¿no?”. Pero la verdad es que la copa-C siempre fue inalcanzable para mí,
y por dieciocho años, casi había empezado a llegar a un acuerdo con eso.
Y ahora miren. Están a un par de semanas y un par de fajos de
billetes de distancia. Todo lo que necesito hacer es una cita.
Resulta que todo está en venta, todo se puede comprar. Y, dijo
Margaret Atwood, poco a poco.
Voy a la cabina del DJ, le deslizo un billete de cinco y cambio mi
música en el último minuto. No más Srta. Stripper Buena. No hay música
sexy para ti, no hay Christina Aguilera ronroneando sobre la frutilla del
postre. Este es un tipo de noche de Metallica. The Unforgiven comienza a
tocarse y subo los cuatro escalones estrechos al escenario.
Los altavoces están a sólo unos centímetros de distancia, y la música
es ensordecedora; puedo sentir vibrar la superficie de metal con ella a
través de las suelas de plataforma de mis tacones de aguja. Hago un
primer giro provisional alrededor del tubo y bamboleo mi pie en el zapato;
me sorprendo a mí misma, justo a tiempo para que se vea intencional, y
sonrío.
¡Sonrío!
Mañana va a ser peor.
Eso me hace sonreír de verdad, de alguna manera. Los rostros
vueltos hacia arriba me miran con débil interés, las luces estroboscópicas
se reflejan en sus ojos. Mis luces son siempre rojizas, el azul hace que mi
piel pálida se vea como la de un cadáver, y en este momento el rojo baña
sus rostros, parecen una horda de zombies sedientos de sangre a punto
de empezar a arañar y morder mis pantorrillas desnudas.
La habitación pasa ante mis ojos mientras doy otra vuelta. Por lo
general no les presto atención, apenas miro a la gente; no hay nada que
tenga que ver. Un tipo le dice algo a su amigo, sus ojos están en mí,
traviesos, estrechos, y el amigo se ríe. Otro chico con su novia que
claramente no quiere estar aquí, me está mirando como si estuviera
tratando de hacer que mi cabeza explotara. A veces, las otras bailarinas
ríen con su movimiento en el tubo, yo arranco menos-que-con gracia. Y
entonces empiezas a pensar y tropiezas, tus zapatos se deslizan, tu codo 51
se mueve cuando no debe y sólo eres una bola de nieve.
Pero hoy no puedo evitar mirar. Exploro la multitud y mi corazón
salta cada vez que veo una silueta alta, de cabello oscuro. Pero por
supuesto que él no está aquí. No tendría el coraje.
¿Verdad?
Tengo que dejar de pensar. Tengo que parar.
Hago mi movimiento de tubo favorito, volteando mis piernas por
encima de mi cabeza y deslizándome hacia abajo, con una pierna
alrededor del tubo. Las primeras veces fracasé, mis brazos eran
demasiado débiles, o caían del tubo demasiado rápido para que mi
espalda golpeara la parte superior del escenario de metal, sacando el
aliento de mí y dejando una línea de contusiones a lo largo de mi espina.
Al día siguiente, mi compañera de cuarto vio la gigantesca mancha
púrpura en mi pierna y empezó a hacer preguntas.
Ahora mi piel está tan acostumbrada que apenas siento alguna
quemadura mientras me bajo a mí misma al suelo y separo mis piernas,
abriéndolas tanto como puedo. Mis zapatos golpean el suelo con
estrépito. Algunos chicos realmente aplauden. Es agradable, pero cinco
dólares serían más agradables. Un hombre se inclina, vislumbro el billete
con el que está jugando, doblado longitudinalmente, uno de veinte. Me
está dando esa sonrisa patentada. Sin defraudarlo, doy la vuelta y separo
mis rodillas, ignorando el roce, mi trasero está prácticamente en su
rostro. Me siento con la espalda recta y me deslizo un poco más cerca
para que pueda meter el billete de veinte en mi tanga.
No pasa nada. Miro por encima del hombro y veo que todavía tiene
el billete entre su dedo índice y medio. Quiere que trabaje por él, hijo de
puta.
Deslizo mis rodillas juntas y me siento con mis caderas justo
enfrente de él. Su sonrisa se ensancha mientras me inclino, presionando
las copas de mi sujetador con relleno, al nivel de sus ojos. Agita el billete
en el aire. Dejo que mi cabello falso se arrastre sobre él, un viejo
movimiento probado a través del tiempo y empujo mis pechos en su
rostro.
Él extiende la mano y agarra un puñado de mechones rubios
rizados.
Me congelo, tambaleándome por la sorpresa y casi caigo sobre mi
trasero. Envuelve los rizos alrededor de su mano y tira.
Mi mano se dispara a mi cabeza justo a tiempo para agarrar el
cabello a unos cuantos centímetros por encima de su mano.
52
—¡Ey! —grito.
Alguien a su lado hace un ruido de pelea de gatas.
—¡Suéltala!
Perezosamente, abre el puño y tiro de mi cabello fuera de su agarre.
—Gee, bien. Sólo quería tocarlo.
—Bueno, no lo toques.
—Lo que sea. —Él se inclina hacia atrás, pero soy más rápida y
extiendo la mano para arrebatarle el billete de veinte, y luego me levanto
con un movimiento practicado que una de las chicas me mostró. Su boca
se abre y comienza a decir algo, pero ya me he movido con elegantes rizos
rubios.
Cuando estoy en el otro extremo del escenario, veo, por el rabillo de
mi ojo, como el portero tiene una charla con Manos Codiciosas.
Hago un giro y mi cabello cae sobre mi rostro, escondiendo mi
sonrisa.
Otro tipo me da uno de diez de propina. Lo meto en la correa de mi
zapato, demorándome así puede tener un buen vistazo de mi escote.
Deslizo mi espalda por el tubo y desabrocho mi sujetador, siento la
desilusión, muchachos. Pero la mirada de interés en su rostro no ha
disminuido.
Después de salir del escenario, voy a la habitación champán, la
agradable con el sofá que cuesta extra.
—Vi eso —dice él—. Qué idiota es ese tipo.
—Oh, bueno —digo, asegurándome de sonreír radiantemente—. Es
un riesgo laboral.
En la bonita habitación, las camareras vienen a verte, y él ordena
bebidas antes de que le pueda decir que prefiero un vodka Red Bull, sin
vodka.
—¿Cómo tu novio te deja hacer esto? —pregunta. Parece estar a
mitad de sus veinte años, nerd, con esas gafas gruesas que son menos
hipster y más recetadas. Su desteñida camiseta de Linterna Verde tiene
un agujero cerca del cuello, pero entrega una tarjeta de crédito negra
para abrir la cuenta, por lo que en este caso las apariencias engañan.
No espera mi respuesta mientras me acomodo en su regazo, con la
sonrisa pegada a mi rostro.
—Si fuera tu novio, no te dejaría hacer esto.
Oh, grandioso. Es uno de esos tipos. Bueno, también resultan ser 53
más fáciles de manejar, sólo tengo que averiguar con qué subtipo estoy
lidiando.
Sonrío.
—No tengo novio.
Él se ve interesado. Bueno, de nuevo, estoy sentada casi desnuda en
su regazo. Lo menos que puede hacer es no verse aburrido.
—Oh, ¿no? ¿Por qué no?
Me encojo de hombros despreocupada.
—No quiero sentar cabeza.
Sutilmente pone su mano en mi muslo.
—Bueno. ¿Tienes novia, entonces?
Oh, ya entiendo.
—Sí —digo, sonriendo ampliamente—. Me atrapaste.
—¿Es celosa?
—Trabaja aquí, de hecho. —Giro un mechón rubio.
Quiere que la traiga. Salgo a la pista, miro alrededor, y Maryse está
ahí, alejándose de una mesa de tipos con mirada molesta. Le hago señas.
Tenemos esta señal. Bailamos para el hombre juntas, hacemos
nuestro falso acto de lesbianas. Maryse es mucho mejor en esto que yo.
Sé que paga el doble, pero es tan difícil y toma tanto esfuerzo que prefiero
bailar sola.
Ella me quita las bragas y pretende enterrar su rostro en mi
entrepierna, su melena de cabello rizado está convenientemente en el
camino. Yo pretendo gemir. Aprieto sus pechos, turgentes y duros con
los implantes que se hizo el año pasado, y son enormes, pero en ella
funcionan. A diferencia de mí, no tiene huesos sobresaliendo del pecho,
y tiene un trasero igual.
El chico ordena más bebidas, una ronda de tragos. Mi ron y cola
están sin tocar en la mesa de cristal baja, y lo miro de lado.
Maryse pone su trago en su boca sin pestañear.
—¡Ey! —Me ofrece uno de color ámbar pálido, algo fuerte. ¿Whisky?
Niego.
—Vamos, Alicia. Si no lo quieres, bien, más para mí.
Miro el trago, y la miro a ella. El tipo nos está mirando como si
54
esperara que lo sorbiera de su ombligo.
Aprovecho la oportunidad y lo bebo. El licor quema mi garganta y
estómago, aflojando mis músculos.
Maryse sorbe sus daiquiris de color rojo rubí.
—¿Quieres otra media hora, nene?
Se dirige al chico. Está de pie con una rodilla apoyada en el sofá
entre sus piernas, a pulgadas de distancia de su entrepierna. Se eleva
sobre él en su gloria desnuda, completamente sin conciencia de sí misma.
Él mira de ella a mí, entonces pone su brazo alrededor de mí para tirarme
más cerca.
Acepta otra media hora y nos vamos con trescientos cada una.
Esas son tres horas en el lugar de tatuajes, tal vez suficiente para
terminar de colorear el fondo de Leda; un perfume, un lápiz labial o dos
y un kit de rubor de Sephora; un par de jeans o zapatos en una tienda
en Ste-Cath; un tercio para la renta mensual, la mitad para un nuevo
portátil (siempre y cuando sea una mierda).
Una cámara vintage con las lentes, flashes y todo el kit.
Tengo que ganar más dinero.
Agarro el ron con cola de la mesa a mi salida. Está aguado con hielo
derretido, y demasiado caliente, pero sólo quiero unos pocos tragos.
A las 03 a.m. mis ojos están secos y mi cabeza está pesada, pero
estoy inquieta por demasiada cafeína mezclada con alcohol. Mis manos
tiemblan un poco. En el vestuario, Maryse está rebotando alrededor
poniéndose un par de vaqueros ajustados sobre sus muslos. Otras chicas
están retocando su maquillaje frente al espejo.
—¡Alicia! —grita Maryse cuando me ve—. Vámonos.
—Son las tres y cuarto. ¿A dónde diablos vas?
—A un lugar abierto después de horas. ¿Quieres venir?
Agarro mi mochila y mi ropa sale a borbotones: un par de viejos
pantalones vaqueros rasgados en las rodillas y una camisa negra de
algodón con un patrón de cisnes blancos. Además de eso, tengo mis
destartalados Converse.
—No estoy vestida para salir —digo, aunque sé que mi decisión ya
está hecha.
—A la mierda —dice Maryse—. Nadie va a estar viendo tus malditos
zapatos.
Así que digo a la mierda. Y salimos.
55
omamos un taxi hasta el lugar del después de horas; somos
cinco apretadas en el asiento trasero de un Toyota oxidado
mientras el taxista frunce el ceño en el espejo retrovisor
porque sólo necesitamos ir un par de cuadras por Ste-Catherine, a Gay
Village.
La discoteca más grande que funciona después de horas en la
ciudad se encuentra entre una farmacia y una sala de masajes con una
foto de tres metros de un hombre con vello en el pecho y tirantes de cuero
en su torso, en la ventana. Todavía estoy mareada de todos los vodka-
RedBulls (no tomo sólo vodka), al menos no tuve que pagar por ninguno
de ellos. Siempre y cuando no pagues por tu propio veneno, no tienes un 56
problema de abuso de sustancias... ¿verdad?
No sé a quién se le ocurrió esa regla. Probablemente a Maryse.
Somos cinco, pero soy la única que tiene documentación. Bueno,
también soy la única que se presenta en un club nocturno con zapatos
para correr. Muestro mi ID y el tipo de la puerta mira de la muchacha de
cabello castaño en la foto a mí y de regreso. Aparte de mi cabello, mis
facciones son adecuadamente genéricas por lo que podría ser casi
cualquier persona. Pero parece que lo convenzo porque me deja pasar.
El interior del club es oscuro como boca de lobo, ruidoso con el ritmo
de la música tecno que hace que mis huesos vibren. Luces azules se
alinean en el techo y las paredes, y luces estroboscópicas llenan el
espacio con luz de foto-flash al ritmo de la música.
Es el lugar perfecto para perderse.
Por ahora, sin embargo, lo único que parezco perder es a mis amigas.
Me doy la vuelta y se han ido, fundiéndose en la multitud que se revuelve
y salta como una masa amorfa, un mar vivo de manos, cabello y sudor.
Necesito por lo menos tres bebidas antes de que este lugar comience
a ser atractivo.
Así que rompo la regla fundamental de Maryse, yendo a la barra y
pidiendo un vodka con hielo. Sólo para que me digan que no sirven
alcohol a esta hora, ¿me gustaría una botella de agua?
No me gustaría una maldita botella de agua. Estoy nerviosa,
temblorosa, molesta, y demasiado sobria para mi propio bien. Voy al
baño, donde trago agua fría del grifo libre del cargo de cinco dólares hasta
que mis dientes duelen. Entonces, pretendo arreglar mi maquillaje en el
espejo y espero a que la solución se presente por sí misma.
Y lo hace, ni dos minutos más tarde. La chica lleva uno de esos
vestidos hipster holgados que muestran no sólo las correas negras de su
sujetador sino todo su sostén, y el ligero desbordamiento de la grasa
dorsal por encima de la correa. Entrecierra los ojos a mí con sus
deshilachadas pestañas falsas.
—¿Tienes algo? —pregunto. Me siento tonta y parte de mí está lista
para que se burle, pero asiente bruscamente seguido de un gesto con la
mano que trasciende todos los idiomas. Saco un billete de veinte dólares
de mi bolso. Ella lo arrebata de mi mano y lo guarda en su escote, de
donde emerge un segundo después, una pequeña bolsa de plástico. Está
caliente y sudorosa cuando la presiona en mi mano. Ew.
57
Entonces, tan rápido como apareció, se va. Saco la solitaria píldora
y la levanto hacia la luz, como si pudiera de alguna manera decir si es de
fiar. Luego oigo voces, alguien en uno de los puestos baja la palanca, y
sé que tengo que pensar rápido. Así que trago la píldora, con otra ráfaga
de agua gratis con sabor a cloro, y eso es todo.
No hay vuelta atrás.
Afuera, en la sala principal, choco con Maryse, que debe haber
encontrado algo para llevar al borde a sus ojos, porque son como charcos
de aceite de motor. Ella y las otras me arrastran al centro de la pista de
baile.
La multitud se balancea, se revuelve y salta. Ni siquiera necesito
moverme, las docenas de cuerpos me llevan como una marea. Espero que
la droga comience a filtrarse en mis miembros, para suavizar los bordes
del mundo, pero lo único que siento es el mismo extraño vacío
vertiginoso. Cuando me paro a mirar mis manos, se están sacudiendo, o
tal vez es sólo la luz estroboscópica.
Cuando miro hacia arriba, la luz estroboscópica parpadea de nuevo,
pero esta vez, es como una de esas películas de terror. Ya saben cuáles.
Relámpagos y, ¡dun dun dunnn!, hay una silueta en la ventana,
levantando un machete. Esas películas donde la prostituta siempre
muere primero.
Excepto que no hay tormenta y ningún machete. Pero el rostro que
veo en la multitud se imprime en mis retinas como si fuera cauterizada
con un flash fotográfico. Cierro mis párpados y todavía está allí.
Mis ojos se abren justo a tiempo para verlo apartarse y desaparecer
en la multitud.
Respiro hasta que mis pulmones están a punto de estallar. Mi
cabeza es un globo yendo hacia el techo y mi columna un frágil hilo
manteniéndome conectada a tierra.
Paso a dos chicas borrachas en minifaldas y voy tras él. Es difícil ver
una maldita cosa, y ni siquiera salgo de la pista de baile antes de perderlo.
Jadeante, me detengo y miro alrededor, protegiéndome los ojos de la
despiadada luz estroboscópica.
No lo puedo ver en ningún lugar.
Joder, tal vez fue sólo mi imaginación. Tal vez esa píldora fue una
mierda y me hace alucinar, y antes de que la noche termine estaré en el
baño tratando de cortar mi rostro con una navaja de afeitar para sacar los
bichos que se arrastran debajo de mi piel.
Un estremecimiento recorre mi espalda. Todo es cada vez más fluido, 58
la música golpea mi médula ósea y mi ritmo cardíaco cae a ese ritmo.
Cuando doy un paso hacia adelante, me doy cuenta de que no puedo
sentir mis pies, es como si estuviera flotando a unos cuantos centímetros
por encima del suelo.
No está bien.
Alguien grita mi nombre. El sonido es difuso, lejano y distorsionado;
confundida, me doy la vuelta. Incluso en mis Converse planos, estoy
tambaleándome.
Él está allí. Y es él, cabello y ojos oscuros. No es un truco de mi
imaginación, es Emmanuel; su rostro entra y sale de enfoque tan rápido
que es vertiginoso. Agarra mis hombros y ni siquiera tengo fuerzas para
levantar los brazos para alejarlo. Sólo me quedo allí y lo miro fijamente
en silencio.
Sus labios se mueven. Hannah, los leo. Es como si no se
sorprendiera incluso de verme.
Ese pensamiento me deja fuera, por lo menos un poco. Lo empujo
lejos, aunque soy la que tropieza de nuevo.
—¿Qué demonios? —grito encima de la música—. ¿Me estás
siguiendo? Dios, eres un canalla.
—Hannah. —Él extiende sus manos. Su expresión es difícil de leer
debido a la luz estroboscópica.
—¡Déjame sola!
—Creo que tenemos que hablar. Vamos. —Se estira para tomar mi
brazo, pero se detiene, y su mano se cierne torpemente encima de mi
hombro. Bien, porque si me toca creo que podría romperlo. Bueno, al
menos me gustaría probar.
En cambio, hace un gesto para que lo siga y se dirige hacia la parte
posterior del club, vacilante mirando sobre su hombro cada dos
segundos.
No me muevo. Él me puede obligar a seguirlo si quiere, pero les
aseguro que no iré tras él como un corderito obediente. ¿Quién se cree
que es? Una parte de mí está hirviendo de rabia, la otra está cagada de
miedo. Me siguió hasta aquí. Me siguió. ¿A dónde más me ha seguido?
Mi corazón empieza a martillar y mis palmas se vuelven sudorosas.
Excepto que no es como la cosa normal de instinto de lucha o huida. Mi
corazón es un puño golpeando el interior de mi esternón, como si
estuviera tratando de reventar y atravesarlo. Y el sudor corre por el surco
de mi columna, se acumula en gotas en mi frente y labio superior. Es frío 59
y húmedo, aunque el lugar es como un horno. Mis oídos comienzan a
sonar hasta que ahogan todo menos los graves golpes.
Mi instinto de lucha o huida, en este caso de lucha, finalmente entra
en acción. Me doy vuelta y me dirijo, dando codazos, hacia la luz roja que
dice SALIDA detrás de mí, pasando el guardarropa y saliendo.
Nadie me mira dos veces. Algunas personas están subiendo las
escaleras, chicas demasiado arregladas y chicos con peinados en puntas.
Las chicas fruncen sus labios con disgusto y se presionan a sí mismas
en la pared cuando paso.
Lo leo en sus ojos bordeados de brillo: “Quítate basura yonqui.”
Me pregunto cuántas de ellas vomitan sus entrañas en la acera a las
tres y media de la mañana cuatro noches a la semana.
El aire exterior vuelve cada gota de sudor en mi piel un cristal de
hielo. Mis dientes castañean como locos, completamente fuera de control.
Envuelvo los brazos alrededor de mí y froto mis antebrazos, que parecen
estar volviéndose demasiado entumecidos.
Bien hecho, Hannah. ¿O era Alicia? ¿Quién de ustedes perras fue tan
tonta como para meterse algo como esto?
La calle está vacía a excepción de algunos otros clientes del club
afuera de la entrada. Miro a mi alrededor por un taxi, pero no hay un
auto a la vista. La fiebre post-club en un jueves por la noche terminó hace
mucho tiempo.
—¡Hannah!
Me balanceo hacia él ciegamente y toma mi brazo. Me doy la vuelta,
tratando de liberar mi muñeca de su mano, pero la aferra. Me está
haciendo daño. Creo. Lo haría, si pudiera sentir una maldita cosa.
—¿Estás bien? No te ves bien.
—Y… tú… —me las arreglo para decir. Finalmente consigo que mis
dientes detengan su estrépito, pero todavía no es suficiente para hablar—
. ¿Por q… qué estás s… siguiéndome?
Maldice en francés.
—No te estaba siguiendo.
—Como el infierno.
—Hay un sólo lugar abierto después de horas en esta ciudad el
jueves. Entonces, cuáles eran las probabilidades. —Se ve enojado, como
si tuviera algún derecho a estar enojado—. Soy humano también,
Hannah. Salgo. Bebo a veces. En ocasiones hasta tomo sustancias
cuestionables. —Definitivamente no me gusta la forma en que me mira. 60
—¿Qué es lo que tomaste, Hannah? ¿Estás sola?
—Mis a… amigas están dentro. —Hundo mis uñas en mis codos. La
piel cede a los bordes afilados, pero es lo único que puedo sentir, es como
hundir mis dedos en plastilina.
Él mira por encima del hombro. La brisa estropea su cabello oscuro.
Lleva una camisa negra simple que está desabotonada en la parte
superior y puedo ver su clavícula. Por alguna razón, mi mente se enciende
por eso, en el punto justo debajo de su garganta. Un tendón en su cuello
aparece cuando se vuelve de nuevo a mí.
—¿Adentro?
Asiento.
—Bueno, ¿si voy por ellas, te irás?
Lo miro.
—A quién estoy engañando —murmura.
Trato de decir algo, pero no hay sonido que salga. La calle ondula y
se balancea. Los faroles que bordean la calle sangran luz multicolor,
mientras van y vienen.
Mis rodillas golpean el pavimento. Eso puedo sentirlo. Oh,
muchacho, y cómo.
Lejos, muy por encima, escucho a Emmanuel dejar escapar una
exclamación alarmada, seguida de toda palabra irrepetible en francés.
Entonces oscuros bloques deforman las luces sangrando. Se arrodilla a
mi lado. Me toma un poco darme cuenta de que está acariciando mi
espalda.
—Hannah —murmura—. Oye. Oye mírame. Dije mírame.
Toma mi barbilla y levanta mi cabeza, pero en lugar de ver su rostro
como esperaba, sólo veo una falta de definición, como una jodida foto.
—Espera, espera —murmura algo más, otra vez en francés, pero no
puede ser muy agradable—. Concéntrate. Mírame.
Parpadeo con confusión, arrastrada por una repentina ola de
vértigo. Tengo que cerrar los ojos. ¿Por qué estoy aquí? Quiero dormir.
Quiero que me deje en paz.
Él me está sacudiendo. Mi cabeza se mueve y veo el cielo y las luces
de nuevo. Y entonces la tierra desaparece y estoy flotando, elevándome.
Me duele el cuello así que trato de levantar la cabeza; mi sien se apoya
contra algo sólido pero cálido. Oigo un ritmo de latido, rápido y constante.
Me siento como un bebé en un vientre, sin peso, sin sentido. Pero
61
segura.
Como si estuviera bien dormir.
is pesadillas son sudorosas y vívidas, de esas en las que
no sabes lo que es real hasta que regresas a tu cuerpo, con
la ropa de cama aferrada a tu piel fría y húmeda. Excepto
que parece que no puedo escapar. Justo cuando creo que empiezo a llegar
a la superficie, algo me tira hacia atrás. Por mucho que me esfuerzo por
abrir mis ojos, sólo puedo ver una banda débil de luz que se desvanece
fuera de mi alcance.
Sueño con una vez hace mucho tiempo, de alguien encima de mí,
peso sujetándome, apretando mi caja torácica hasta que apenas puedo
respirar. Aprieto los dientes porque voy a seguir adelante, dije que lo
haría y lo haré, no hay discusión, no hay vuelta atrás. No quieres que 62
piense que eres una provocadora, ¿verdad? ¿O una mojigata?
Alguien más tiene la piel pegajosa en la mía, mi sudor se mezcla con
el suyo, y por un momento me da náuseas. Trato de no pensar en lo
profundo que está su cosa dentro de mí ahora. Siento el roce de su vello
púbico en lugares donde el mío solía estar, sólo unas pocas horas antes,
hasta que me afeité con un desafilado rastrillo Bic. Nos estábamos
besando hace dos noches cuando metió la mano en mis pantalones y me
dijo que me afeitara. Sabía que estaba en lo cierto, porque a tipos como
él no les gustaban las chicas peludas. Los tipos como él pueden tener a
cualquiera, pero soy yo a quien quiere y lo menos que puedo hacer es…
Luego soy presionada en la cama, y todavía no puedo conseguir que
mis ojos se abran, pero siento obstinadas lágrimas escapar desde debajo
de mis párpados, corriendo un corto sendero por mis sienes hasta que se
hunden en mi cabello. Me doy la vuelta y de alguna manera, sin
necesidad de abrir los ojos, veo el condón en el suelo, una masa pegajosa,
con materia blanca en la punta, y creo que voy a vomitar.
No tengo absolutamente ninguna razón para estar enojada. No hay
razón para odiarlo profundamente de la forma en que lo odio ahora. Le
dije que sí, me preguntó si estaba segura y dije que sí, porque quería que
se quedara conmigo, gustarle, que me amara. Estaba dispuesta hacer
cualquier cosa.
Vislumbro anillos rojos en ese condón, como esas líneas en un árbol,
anillos rojos ondulados.
Me inclino sobre el lado de la cama y empiezo a vomitar. Unas manos
me sostienen, y soy vagamente consciente de que alguien está
sosteniendo mi cabello, luego acarician mi espalda. Una voz murmura
algo relajante, pero estoy demasiado lejos, demasiado alejada en el
pasado, para entender las palabras.
Cuanto más voy a la superficie, más una nueva ola de pánico se
eleva, en sustitución de la anterior con un nuevo terror mucho más vivo.
¿Dónde estoy? ¿Qué me hizo? Él, oh Dios, ¿lo hizo?
Esto es lo que ocurre con las estúpidas putas como esa, dice una voz.
Es la voz engreída de mi madre, como cuando dice: “Te dije que nada
saldría de esas solicitudes a la escuela de arte, Hannah. Tal vez debas
irte a finanzas, si te reciben, con esas calificaciones”.
Las putas borrachas se desmayan y son violadas. Y entonces nadie
les cree.
¿Voy a tener que reportar a mi profesor? El pensamiento es suficiente
para enviarme a un lado de la cama de nuevo. Peleo y alejo sus manos. 63
El sueño me jala de nuevo.
Es más claro ahora, más brillante, pero de alguna manera menos
real por lo que tengo una muy buena idea de que es un sueño, que no
quiere decir que pueda encontrar una manera de escapar de él. Estoy en
el trabajo, en el club, con excepción de que todas las luces están
encendidas, como a las tres de la mañana al final del turno. Y mi madre
está ahí. Está de pie justo en frente de mí, su boca en una mueca. Me
doy la vuelta, pero soy detenida como si estuviera tratando de moverme
a través de un tanque de melaza. No me reconocerá, tengo una peluca,
creo. Incluso mis pensamientos son lentos.
Ella agarra mi peluca por detrás y la quita de mi cabeza. Las
horquillas que la sujetan en su lugar se sueltan, arrastrando pedazos
alarmantemente gruesos de cabello de mi cuero cabelludo junto con ellos.
Los veo claramente delante de mis ojos mientras caen al suelo en cámara
lenta.
Me arrastra fuera del club por el cabello. Estoy gritando en mi
cabeza, pero todos los que pasamos sólo se quedan allí, haciendo lo que
estaban haciendo. Como si vieran a través de mí, y de ella. Y entonces
todo se oscurece y estoy acurrucada en una esquina en alguna parte.
No puedo ver nada más que su silueta cerniéndose sobre mí, y tiene
algo en la mano, algo brillante. Se estira para agarrar un puñado de mi
cabello pastel y comienza a cortarlo en grandes trozos, hasta las raíces.
Quiero gritar, pero no tengo voz.
Te voy a mostrar cómo ser una puta. —Alicia—. ¿Quién te crees que
eres?
Todo se oscurece y estoy suspendida en el vacío. Mi cuerpo todavía
está paralizado, entumecido, pero poco a poco, mis dedos de las manos
y pies comienzan a sentir un hormigueo y a volver a la vida. Entonces me
doy cuenta de que estoy sobre algo blando. Levanto la mano, que está
dormida debajo de mi muñeca, una marioneta de mano floja, y
torpemente trato de sentir mi cabeza. Piscinas de sudor están en el hueco
entre mis clavículas; un pequeño río entre mis pechos. Las sábanas
debajo y sobre mí están literalmente empapadas. Se aferran a mi brazo,
por lo que es aún más difícil moverme.
Me las arreglo para sacar mi mano; la sensación de alfileres y agujas
vuelve. Siento mi cabello. Todo está ahí, en sudorosos, mechones
enmarañados planos contra mi cabeza y pegados a mi frente.
Pero es todo lo que hay.
Fue un sueño. Por supuesto que fue un sueño. 64
Gracias a Dios. Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios....
Y luego el resto regresa. Me pregunto si voy a vomitar de nuevo.
—Hannah. —La voz es familiar y relajante, pero salto como si alguien
me sacudiera con un desfibrilador. Aprieto mis dientes contra la corriente
de náuseas.
—Hannah. Dios, me asustaste como el infierno. Estaba a punto de
llamar a una ambulancia.
Mi visión nada con un enjambre de motas negras, más motas que la
visión real, pero puedo ver su silueta. La habitación está a oscuras
excepto por una anaranjada luz suave en la esquina.
—¿Cómo te sientes? ¿Estás bien?
Estoy jadeando. Mi boca está tan seca que mi lengua se pegó a mi
paladar. Pero lo primero que hago es meter la mano en mi ropa interior
por Dios, por lo menos todavía tengo ropa interior. La siento entre mis
piernas. Estoy seca, no dolorida.
Entonces me doy cuenta de lo que estoy haciendo, y saco mi mano.
La llevo a mi rostro y no hay olor a látex.
No puedo mirarlo.
—Estás bien —dice, respondiendo a su propia pregunta—. Estás
segura. Te traje directamente a mi casa.
Me quedo boquiabierta con horror entumecido. En la suave luz su
rostro se ve extrañamente sereno.
—No te hice nada —añade. Su mirada no deja la mía, ni siquiera
parpadea, no está mintiendo, pero ya lo sabía. Algo en su expresión se
rompe por sólo una fracción de segundo, y vislumbro tristeza aplastante,
desgarradora. Tristeza y lástima. Por mí.
Por mí.
Hundo mis manos en mi cabello enmarañado. El sonido que viene
de mí, no es del todo humano, medio gemido, medio ronco sollozo. Mi
visión explota con manchas negras de nuevo y me doblo, presionando
mis manos en mis ojos doloridos.
Esto es una pesadilla. Por favor, despiértenme, esta vez de verdad,
en mi propia cama en casa sin él aquí, sin su suave voz y sus manos, y
la mirada de lástima en sus ojos.
—Hannah, vas a estar bien —dice. Frota mi espalda en círculos, y lo 65
dejo. Sobre todo porque no tengo energía para pelear o resistir—. Nunca
te haría daño. Nunca siquiera pienses que haría algo así.
—¿Qué... —Finalmente me las arreglo para hacer un sonido como
humano—. ¿Qué pasó?
—¿Que recuerdas?
¿Qué recuerdo? El lugar después de horas, la acera, mis sentidos
girando uno por uno.
La píldora. Tomé una pastilla que compré de una extraña.
Demasiado estúpida para vivir.
Hundo mis uñas en mi cuero cabelludo. Quiero gritar.
—Tomaste algo —me recuerda. Gracias Capitán Obvio—. ¿Un
tranquilizante de algún tipo?
Trato de mover la cabeza, pero sólo hago un movimiento
espasmódico raro. Quiero decirle que se suponía que era X.
—Mira, no estoy aquí para darte la regañada de que las drogas son
malas —dice. Escucho las notas de juicio en su voz, pero no hay nada de
eso. Suena un poco ronco también, me doy cuenta. Cansado.
Eso pone en marcha una reacción en cadena de otras cuestiones
que caen como fichas de dominó. ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo estuve
desmayada?
¿Se quedó todo este tiempo?
Por mí.
—No es mi lugar para hacerlo de todos modos. Y sé muy bien que es
probable que no vayas a escuchar, así que... —Se detiene. Nunca deja de
frotar mi espalda. Sus manos, Dios, son tan cálidas. El aire enfría el
sudor de la larga ranura de mi columna y me pongo a temblar, pero sus
manos me mantienen conectada a tierra. Su calidez irradia en mis huesos
y músculos, mi boca se aprieta, mi estómago se agria. A pesar de mí
misma, siento mi cuerpo empezar a calmarse, a ceder.
—Pero por lo menos trata de comprar tus cosas de contactos
confiables. ¿Puedes hacer eso?
—Yo... —Trago, que es casi tan efectivo como tratar de beber arena
de la playa—. No consumo drogas.
Esperaba que se riera, o negara. Pero si lo hace, no me doy cuenta.
—Sólo… necesitaba... —Aquí es donde me desvanezco. No puedo
decir nada más. La frustración y la ira me llenan, caliente e inútil.
No debería tener que darle explicaciones. Todo esto ocurrió por su 66
culpa. Gracias a él rompí mis reglas. Cuando tomé medidas desesperadas
para emborracharme, era de él de quien estaba escapando.
Y él apareció en el club, como si me estuviera siguiendo. Me acorraló.
Me hizo correr a la calle sola.
Y entonces me salvó la vida.
Nada de esto encaja en el arquetipo adecuado que me han enseñado
en la escuela, del chico poniendo drogas en tu bebida y violando tu
cuerpo inconsciente. Del acosador. Del malvado profesor aprovechándose
de la estudiante ingenua.
Bueno, la estudiante ingenua era una stripper tonta y el profesor
arrastró su trasero a su casa y la mantuvo fuera de peligro. Eso es todo,
Su Señoría.
Me pone todavía más enojada. Mis ojos comienzan a quemar y me
toma un momento darme cuenta de que estoy llorando, sorprendida de
que todavía tengo suficiente agua en mi cuerpo.
Emmanuel se estira a un lado y su toque cálido desaparece. Regresa
con un vaso de agua. Pone su mano detrás de mi cabeza como si fuera
un bebé, con delicadeza, pero con firmeza, y pone el vaso en mis labios.
—La mezclé con algunos electrolitos —dice—. Sé que sabe horrible,
pero no quería dejarte sola para salir y conseguir un Gatorade o algo más
sabroso.
Lo miro, con sólo mis ojos. Mojar mis labios en el agua es suficiente,
es raro, salado y pica como Perrier pero peor. Cuchillos diminutos
apuñalan las membranas en carne viva dentro de mi nariz. Hago un
movimiento para volver la cabeza, pero su mano en la parte de atrás de
mi cuello es firme.
—Estás muy deshidratada. Bebe todo.
Fuerzo un par de tragos. Mis papilas gustativas gritan y se
retuercen. Lo odio, lo odio, lo odio.
—Bebe. —Levanta el vaso y algunas de esas cosas horribles escurren
hacia abajo de las comisuras de mi boca, goteando de mi barbilla a mi
pecho y a la sábana que jalé sobre mí misma.
Se va por el camino equivocado. Me ahogo, escupo, me doblo y
empiezo a toser hasta que creo que mis pulmones están a punto de
estallar. Me zumban los oídos, el interior de mi nariz está en llamas.
Él acaricia mi espalda, murmurando algo que se supone es
calmante. Las lágrimas corren por mis mejillas.
—Maldita sea. Hannah, lo siento. Ahora despacio. Respira. 67
No me gusta que me haga sentir mejor. No me gusta que su toque
calme mi tos, así como así. Levanto la vista hacia él con los ojos
inyectados de sangre.
—Sé que sabe horrible, pero realmente necesito que lo bebas. Va a
reemplazar todos los minerales que has perdido. Así que sólo contén la
respiración y traga, ¿de acuerdo?
Toma mi mano y la envuelve alrededor del vaso. Lo agarro con todas
mis fuerzas, hasta creo que el vaso podría estallar en mil pedazos, excepto
que tengo tanta fuerza como una polilla. Apenas puedo soportar la
maldita cosa. Me tiemblan las manos y algo más de líquido salpica a lo
largo de los lados.
Cierro los ojos y llevo el vaso a mis labios, donde golpea contra mis
dientes. Lo tomo y trago hasta que tengo que parar para respirar.
Estoy jadeando, mi boca gira en una mueca, pero más de la mitad
de ello se ha ido.
Y odio admitirlo, pero tan pronto como mi respiración se asienta y
las motas negras se aclaran de mi visión, me siento un poco mejor.
Termino el vaso en unos cuantos tragos de agonía y se lo doy de nuevo a
él. Mis manos están un poco más firmes ya, y tiro de la sábana más arriba
a mi pecho, consciente de mí misma. En el fondo me doy cuenta de lo
estúpido que es. Ya ha visto eso y algo más.
Bueno, esa habrá sido la primera vez y la última. Eso me golpea, me
hace apretar los dientes mientras una nueva ola de náuseas va a la parte
posterior de mi garganta.
—¿Me sacaste la ropa?
Ríe. Dios, quiero estrangularlo con mis propias manos.
—Tú, eh… enfermaste en el camino. Así que las puse en la lavadora.
El calor se eleva a mi rostro. Ahora sólo quiero acurrucarme y morir
de humillación.
—Iba a llamar a una ambulancia, Hannah. O a llevarte a la sala de
emergencias a la señal de la más mínima cosa mal, te lo juro.
Creo que vomitar y perder el conocimiento fue más que suficiente
para calificarlo como que “algo va mal”. Lo miro, y baja la mirada.
—Bueno, en la sala de emergencia sólo nos habrían dejado en la sala
de espera hasta el amanecer. Y no quería correr el riesgo de meterme en
problemas legales. Creo que no me habría gustado eso.
68
—Sólo tomé una estúpida píldora —me quejo—. Pensé, la chica me
dijo que era X.
Aunque ahora que lo pienso, por supuesto, no me dijo nada de eso.
Apenas intercambiamos dos palabras de francés. Dios, soy una imbécil.
¿Por qué aún sigo viva? No merezco despertar.
—Ey, está bien —dice, pero incluso no suena muy convincente.
—Nunca hago esto. No normalmente.
Asiente, pero puedo decir que no me cree.
—Por suerte, sé cómo hacerle frente a este tipo de cosas —añade.
Ni siquiera quiero saber lo que se supone que eso significa.
—¿Por qué estabas ahí? —Mis pensamientos son finalmente lo
suficientemente claros para hacer una pregunta coherente.
—Ya te lo dije. ¿No te acuerdas?
—Oh, lo recuerdo. Lo que quiero decir es, dime la verdad.
—Fue la verdad. Soy un ser humano normal. No vivo en una caja y
sólo salgo durante dos horas al día para dar una clase, sabes.
Sé eso.
—Y digamos que tenía que despejar mi mente de algunas cosas. —
Baja la mirada de nuevo. Sus pestañas proyectan sombras largas por sus
mejillas.
—Tuve toda la noche para pensar en lo que quería decirte, y…
—¿Toda la noche? ¿Estuviste despierto toda la noche?
—Quería asegurarme de que estabas bien. —Se acerca y pone
provisionalmente su mano sobre la mía. Quiero alejarme, pero al mismo
tiempo no quiero moverme. Su toque es caliente y seco—. Pero no me
importa. De cualquier manera no podría dormir, al diablo con el después
de hora. —Hace una mueca—. Pero lo que quería decir es que lamento
mucho haber sido un idiota en la clase pasada. Fue mezquino, infantil y
vengativo. Ese no soy yo. Sólo quería que supieras eso.
No tengo ni idea de qué decir. Se forma un nudo en mi garganta, que
está igual de bien, porque al menos podría impedirme impulsivamente
decir algo estúpido.
—Te das cuenta de lo ridículo que es esto —le digo con voz ronca—.
Después de lo que sucedió. Estoy desnuda en tu cama.
Lanza una suave risa amarga. 69
—Mira, me alegro de haber estado en el lugar correcto en el momento
adecuado.
Trago. Debería estarlo también. Quién diablos sabe lo que podría
haber sucedido si hubiera tropezado en ese club, sin nadie que me
ayudara. Claro, Maryse y las otras podrían haber cuidado de mí, pero no
me hago ilusiones.
—¿Cómo te sientes? ¿Quieres un poco de agua? Agua normal. Sin
electrolitos —modifica cuando me ve estremecer—. Tal vez un poco de
jugo de naranja. ¿O algo de comer?
Al pensar en comida mi estómago se hace un nudo. Pongo mis
manos en mi caja torácica y me doblo.
—Está bien, está bien, sin comida, entonces.
—Una ducha —digo con voz ronca. Balanceo mis pies de la cama,
envolviendo la sábana a mi alrededor, y cierro los ojos mientras el
torrente de mareos pasa.
—¿Estás bien sola?
¿Lo estoy? Bueno, eso no importa. Él ya limpió mi vómito y me quitó
la ropa interior, todo mientras estaba inconsciente. No voy a dejar que se
duche conmigo también.
—Me las arreglaré.
Aun así, no tengo más remedio que dejar que me ayude a
levantarme. Me sostiene cuando me paro; me toma cinco minutos llegar
al umbral.
El departamento es un gran condominio iluminado. Puedo ver la
cegadora luz del sol a través de los huecos en las gruesas cortinas
corridas. Tiene uno de esos enormes televisores con altavoces de sonido
envolvente. Hay obras de arte en las paredes, enormes y minimalistas
marcos de vidrios con fotografías en blanco y negro, pero sólo puedo
distinguir formas y siluetas: algo que podría ser una mujer de espalda
curvada, un borroso rostro en primer plano; un horizonte.
No me detengo. Me muestra el baño y cierro la puerta detrás de mí,
apoyándome en ella durante unos segundos mientras el suelo bajo mis
pies se estabiliza. El cuarto de baño es del tamaño de toda la habitación
de la residencia donde vivía cuando me mudé a la ciudad. El suelo es de
baldosas cálidas de estilo rústico, probablemente calefaccionadas, pienso
mientras me dirijo a la reluciente ducha. La enorme bañera oval de la
70
esquina es tentadora, pero no tengo ninguna intención de pasar más
tiempo aquí del que tengo que pasar.
Me toma un momento averiguar sobre las llaves, pero finalmente,
una gruesa niebla caliente sale de las placas de metal por encima de mi
cabeza, envolviéndome en su abrazo humeante. Tiene ese jabón natural
granulado que huele ligeramente a lavanda, no a las cosas perfumadas y
falsas como los geles de ducha que tengo en casa, sino a la cosa real,
limpia y astringente.
De alguna manera el aroma pone en marcha una reacción en cadena
en mi mente. Es su olor, me doy cuenta. He llegado a asociarlo con él
para ahora.
Es extraño y debe ser molesto, pero no lo es. Eso me gusta. Me
enjabono a fondo, tomándome mucho más tiempo del que necesito. Hay
champú y acondicionador, también orgánicos y naturales, y me siento un
poco mal por usarlos porque son caros, pero no me gusta la idea de estar
tan limpia y todavía tener el cabello sudorosamente repugnante.
No quiero que me vea con el cabello sudoroso.
Soy una idiota. Ya me ha visto no sólo en mi peor momento, sino en
un absoluto momento bajo.
Me envuelvo en sus toallas de pies a cabeza. Una alrededor de mi
cabello, otra alrededor de mi torso, y es tan larga que llega más allá de
mis rodillas. Con cautela, abro la puerta sólo una rendija y me asomo.
Mis ropas están en el suelo justo delante, bien dobladas. Las tomo
y cierro la puerta de nuevo. Las mantengo en mi rostro; todavía están
calientes de la secadora y perfumadas débilmente con el mismo aroma
de lavanda. Froto mi mejilla en mi camisa como una de esas mujeres en
un comercial de suavizante de telas, tomando consuelo en el hecho de
que nadie me puede ver.
Ponerme ropa limpia me hace sentir como un ser humano normal.
Cuando limpio el vapor del espejo y me miro a mí misma, mi piel se ve
casi transparente y los círculos bajo mis ojos son del color de las ciruelas
maduras. Pienso en mi mochila con la ropa de trabajo y bolsa de
maquillaje, de regreso en el armario en el vestuario del club.
Oh, por el amor de Dios. ¿A quién me estaré mostrando? ¿Por qué me
importa lo que piense?
Pero lo hace. Tal vez porque me siento totalmente humillada, y muda
como una piedra encima de eso. Me da vergüenza que me vea así.
Cuando salgo, hay un silbido procedente de la cocina, y el
inconfundible aroma celestial me despierta al instante. Café. Y cosa
buena también, expreso. 71
Voy a la cocina y tengo que proteger mis ojos del sol brillante. La
ventana ocupa casi toda la pared y está orientada al sur. Esperaba
estallar en llamas como un vampiro.
—Dime que vas a tomar un poco de café, por lo menos. —Emmanuel
mira por arriba de la brillante máquina de café que está operando con el
estilo de un barista experimentado—. Sólo tengo leche de soya, sin
embargo. Espero que esté bien.
Tomo mi café negro, pero no digo nada. Sólo me acerco al mostrador
y me subo a mí misma a una de las sillas altas. Mis pies descalzos
cuelgan a medio metro del suelo. Recuerdo que no me he hecho pedicura
en bastante tiempo.
Sutilmente, meto mis pies debajo.
Él pone una taza de café en frente de mí.
—Americano —dice.
—¿Eh?
—Expreso con un montón de agua caliente —explica—. Cómo los
estadounidenses lo toman en Europa, debido a que sus papilas
gustativas no están acostumbradas a la amargura del café de verdad,
solo a esa mierda de filtro que sirven en Tim’s.
No sé si es verdad o si lo acaba de inventar. Francamente, con el
aroma de café llenando mi cabeza, no podría importarme menos.
Recogiendo mi taza, lo huelo y lo tomo. Me despierto mientras un
golpe de velocidad y amargura hace que mi boca se doble, pero un
momento después el impacto se disipa y a partir de ahí es sólo
aterciopelada felicidad de café.
—Siento haberte traído de nuevo —dice Emmanuel. Su voz se vuelve
sombría mientras deja su taza sobre el mostrador y se sienta frente a mí.
Esto es muy parecido a las incómodas secuelas de una noche que nunca
fue. Todo lo torpe, sin ningún buen momento—. Pero, ¿puedo preguntarte
algo? ¿Estabas allí sola?
Quiere decir en el club.
—Sí... no. Algo así. —Me quedo mirando los finos patrones de
remolinos de espuma beige en la parte superior de mi café.
—¿Qué quieres decir, con “algo así”?
—Estaba con algunas chicas del trabajo —digo abruptamente—.
¿Ok? No somos amigas cercanas ni nada. Iban a salir y decidí ir. 72
Él no dice nada, tomando un reflexivo sorbo de su café. Ni siquiera
se inmuta, a pesar de que el suyo es un expreso doble negro.
—Así que sales con gente que realmente no conoces, que no te cuida.
¿Y tomas una píldora de una extraña al azar?
—Sé cómo suena —gruño. Mi boca se tuerce, y no tiene nada que
ver con el sabor amargo del café—. Como que soy una jodida idiota con
un deseo de muerte y soy demasiado tonta para estar viva.
—Eso no es cierto —dice suavemente.
—¿Oh sí? ¿Qué sabes?
—Nadie merece tener cosas malas sucediéndoles.
Eso es suficientemente genérico. ¿De quién se lo robó? ¿De Gandhi?
—No sabes eso. Quizás sí lo merezca.
—Tengo serias dudas de ello. Y antes de que preguntes, no creo que
te merezcas cosas malas debido a tu trabajo o a tu forma de vestir o
porque decidas salir.
—Bueno, eso es grandioso de ti. Pero por todo lo que sabes, soy una
persona terrible y lo merecía.
Niega.
—Annah —dice en voz baja. Se olvidó y dejó fuera la H de nuevo.
Me burlo.
—Te lo dije. Normalmente no consumo drogas, pero no me crees,
porque, por supuesto, diría eso. Cada patético drogadicto en el mundo y
cada delincuente de poca monta dice eso, la misma mierda una y otra
vez: “Yo no soy así, fue un accidente, sólo lo estaba guardando para un
amigo”. No tienes ninguna razón para no pensar lo peor de mí, y entiendo
eso. —Suelto todo en un solo aliento y tengo que hacer una pausa para
llevar un poco de aire a mis pulmones.
—No creo lo peor de ti —dice simplemente—. Y no tengo ninguna
razón para no creerte tampoco.
—Pero soy stripper —digo con el ceño fruncido—. Todas somos
adictas patéticas. Olemos a coca todo el tiempo, y tenemos problemas
con nuestro papá, no lo sabes.
Sólo se encoge de hombros.
—Si eso es lo que crees.
—¿Que se supone que significa eso? 73
—Eres la que lo dijo. Yo no.
Miro mi café enfriándose con odio repentino. Me gustaría que no se
diera aires. Es casi peor que si hubiera ido y dicho que sí. La hipocresía
es lo peor.
Dejé que el silencio persistiera; la luz del sol se desvanece un poco,
luego regresa con toda su fuerza. Motas de polvo bailan en los rayos
calientes.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—Las dos menos cuarto. —Empieza a guardar las tazas de café—.
¿No tienes que estar en alguna parte? ¿Quieres que te lleve?
Me enfurezco.
—No tengo ninguna clase el viernes. Y dudo que vaya a ir a trabajar.
—Entonces puedo llevarte a tu casa.
—Puedo tomar el metro a mi casa.
Medio gira así que puedo ver la comisura de sus labios hacia arriba.
—¿Sabes dónde estás?
—¿Dónde estoy? —Sueno patética.
—En Ville St-Laurent. Necesitas tomar el autobús a la parada de
metro más cercana. ¿Sabes qué autobús?
Me tenso. ¿A qué está jugando? ¿Está disfrutando esto, tenerme aquí
a su antojo y misericordia?
—Te llevaré a casa. O, si no quieres que sepa dónde está tu casa, te
llevaré a la parada del metro.
—L… lo siento, Emmanuel. —Las palabras escapan de mí, incluso
antes de que me dé cuenta de lo que estoy diciendo.
—¿Por qué?
—Por todo esto. Siento que me hayas visto así. Y sigo pensando lo
peor de ti y sigues demostrando que estoy equivocada.
No responde por un tiempo.
—Me pregunto qué pasó —dice en voz baja.
Ni siquiera estoy segura de si está hablando conmigo ni de mí o qué.
—¿Eh?
—Qué pasó para que fueras así. Para hacerte pensar que todos los
que conoces son idiotas.
Respiro para responder, pero agarra una chaqueta del respaldo de 74
una silla cercana.
—Bueno. Basta de hablar, apuesto a que te mueres por salir de aquí,
así que qué tal si sólo nos vamos.
Me levanto en rápido mientras se encoge de hombros en su
chaqueta.
—Espera.
Qué diablos estoy haciendo.
—Espera. Una cosa más.
—¿Sí?
—Acerca de... acerca de la clase. Hoy era la fecha límite. Al mediodía.
—¿La fecha límite? —Suena cansado.
—Sí. La fecha límite para dejarla. Y como dijiste, son las dos de la
tarde, y lo perdí.
—Todavía puedes hacer un retiro académico.
Muerdo todo lo que estaba a punto de decir. Él parece tan indiferente
al respecto. Ni siquiera me mira, y empiezo a sospechar que es
exactamente lo que quiere que haga. Es imposible seguir como que no
pasó nada, no después de esto. Probablemente me quiere fuera de su
clase por lo menos tanto como yo quiero estar fuera.
—No puedo hacer eso. Necesito los créditos para el estatus de tiempo
completo.
Me mira como diciendo: Bueno, qué quieres que haga al respecto.
—Tengo que pasar la clase, Emmanuel.
Suspira y vuelve a sentarse, con las manos sobre los muslos.
—Entonces. ¿De qué se trata esto? Sólo escúpelo, 'Annah, no pierdas
el tiempo. ¿Quieres que te apruebe sin ni siquiera aparecer? ¿O qué, vas
a ir a la junta escolar y a decirles que te violé?
Sus palabras son como una bofetada. Me siento con la espalda recta,
la niebla restante de la resaca golpea sacándolo de mi cabeza.
—¿Es eso lo que crees que voy a hacer?
—Bueno, no veo otra manera de salir de esta situación. Pero si lo
cuentas de esa manera, podría ser despedido. Sólo para que lo sepas.
—Nunca, ¿por qué pensarías que haría una cosa así? —digo como
si fueran tonterías.
—¿No acabas de decir, alrededor de un centenar de veces, que eres 75
una persona terrible y que te mereces todas las cosas horrible que te
pasan?
—No le voy a decir nada a nadie —digo. Mi mirada no deja su rostro,
calibrando su reacción.
Suspira y pasa las manos por su cabello.
—¿Entonces qué es lo que quieres?
—Yo... quiero la cámara de vuelta. Quiero aprender cómo usarla.
Me da una mirada que no puedo leer, cuidadosa y preocupada, pero
las comisuras de sus labios se levantan, sin lugar a dudas. Está
sopesando los riesgos. Evaluando, en su mente, lo loca que soy y lo lejos
que iré para arruinar su vida si dice que no.
Debe decidir qué iría bastante lejos, porque dice que sí.
a cámara es un peso frío, metálico en mis manos, su borde
afilado presionando en el puente de mi nariz mientras me
asomo a través del visor. Aun así, después de tanto tiempo
jugando con la lente y ajustando esto y lo otro, la cámara se mantiene en
mis temblorosas manos, porque soy muy consciente de los brazos de
Emmanuel a mi alrededor, con la mano izquierda sujeta la cámara en su
lugar, su mano derecha sobre la mía, guiando mis dedos.
Huelo a metal, a cuero y a lavanda. Su aliento hace cosquillas a un
lado de mi cuello.
—... Así, 'Annah. ¿Ves cómo es el zoom? De esta manera tendrás 76
una foto clara perfectamente enfocada, incluso en toda esta luz de sol.
Guía la yema de mi dedo índice al frío botón redondo en la parte
superior de la cámara y presiona hacia abajo. El obturador hace clic.
—El truco es olvidar que existe el color. Sólo trabajarás con blanco
y negro. Eso significa la sombra y la luz, y la nitidez y el contraste, son lo
que más importa.
Murmuro algo en voz baja, en el sentido de:
—Esto es estúpido y por qué se molestan cuando se pueden tomar
la foto HD en dos segundos con el teléfono. —Él finge que no escuchar.
—Es un reto, sí. Pero cuando lo controles, será como el día y la
noche. Nunca mirarás la cámara de tu teléfono de la misma manera.
Me muestra los filtros. Explica sobre la textura y el contraste.
—Sólo enfoca tus ojos. Como con estrabismo. Verás el contraste de
luz y sombra, la fotografía perfecta.
Bajo la cámara y él quita sus manos.
—Muy bien, es tu turno.
—¿Discúlpame?
—Tómame una foto. —Se sienta con la espalda recta y extiende el
cuello, sonríe como en una foto de escuela—. Continúa.
Trato de hacer todo lo que me enseñó. Busco a tientas la lente.
Entrecierro los ojos, tratando de encontrar el juego de luces y sombras.
Él tiene la piel clara y el cabello oscuro, y sus ojos se ven oscuros
hoy, verde bosque con el borde color marrón. Sus cejas son profundos
arcos oscuros y en tonos que casi no se ven y hay rastrojos en su barbilla
y mandíbula. En el sol brillante, puedo ver las sombras que acechan
debajo de sus ojos, en las esquinas interiores. Puedo decir que no durmió,
creo. Por mi culpa.
Pienso, oh, qué demonios y aprieto el botón. El obturador hace clic.
Tomo dos más para estar segura, y me quita la cámara.
—Esto es una mierda —digo—. No puedes ni siquiera tener vista
previa.
Pone los ojos en blanco sutilmente.
—Esa es la mitad del placer. ¿Siempre tienes que saber cómo va a
salir todo? Qué aburrido sería.
—Eso sería muy bonito, en realidad —digo con acritud.
—No tienes sentido de la aventura. 77
—Soy práctica.
—A eso me refería.
Levanta la cámara y antes de que pueda protestar, oigo el clic, luego
otro y otro. Mis ojos vuelan bien abiertos, mi mano se dispara para cubrir
mi rostro, pero él sólo sigue sacando fotos.
—¿Que estás haciendo?
—Vamos a ver quién sale mejor. Y te calificaré.
Mi estado de ánimo cae. Como si fuera una señal, una nube pasa
por encima del sol, amortiguando la brillante luz.
—¿Dónde puedes revelarlas?
—La farmacia al lado de donde vivo las revela.
Niega.
—Adelante, júzgame —digo—. No soy una purista, soy la plebe,
encomendando su precioso trabajo a un tipo de salario mínimo en el
mostrador de fotos.
Pero está sonriendo.
—Simplemente no lo entiendes, ¿verdad?
—Tal vez no.
—Esta no se supone que debe ser una tarea. Es una forma de arte.
Estás en el programa de arte, por lo que se asume que al menos te gusta
el proceso. Dibujo o pintura, o haces otra cosa.
—Pintura sobre todo —digo, con renuencia—. Pero hago un poco de
ambos.
—Me gustaría poder ver tu trabajo— dice con cuidado.
—Sólo pasa por el departamento de arte. Pusieron las obras de todas
las clases 200 y para arriba de ese nivel en los pasillos. Todo está ahí.
—No quiero ver todo lo que hay ahí. Quiero ver lo que haces tú.
Cuando no respondo, lo capta.
—Estoy sobrepasándome.
—Sí, te estás sobrepasando.
Suspira discretamente y se lanza a una explicación sobre revelar la
película, lo que debes usar y dónde comprarlo a granel si no quieres pagar 78
los exorbitantes precios en la tienda del campus. Asiento.
—Te estoy aburriendo hasta la muerte.
Mi cabeza no lo deja escapar.
—¿Hmm?
—Tus ojos están vidriosos como una dona de arce.
—Lo siento. —Trago—. En realidad, podría ir por una de esas en este
momento.
—¿De verdad? ¿Podrás mantenerla en tu estómago?
Debo haberme vuelto carmesí de vergüenza, porque él sigue, sin
perder el ritmo.
—Mira, ¿qué tal si nos conduzco a la ciudad para comer algo? ¿O
todavía no estás convencida de que es seguro entrar en un auto conmigo?
—Estoy bien —murmuro.
—Entonces ¿es un sí o un no?
Cuando miro hacia arriba, él está sonriendo.
Oh, mierda.
—Es un sí. Pero sólo porque no he comido nada en como veinticuatro
horas, y me muero de hambre. No hay segundas intenciones.
Se ríe en voz baja.
—Suficientemente bueno.
Nunca lo admitiría en un millón de años, no para mí misma y mucho
menos para él, pero estoy un poco preocupada por entrar en el auto con
él de todos modos. Aunque tal vez no por las razones que él piensa.
Cuando el brillante Audi nuevo emite un sonido a modo de saludo y
destella sus frías luces azuladas, mi corazón salta.
¿Me trajo aquí anoche? ¿Me desmayé en el asiento trasero como una
vagabunda borracha? ¿Vomité en su auto?
Espero que entre antes de subir en el asiento del pasajero. Cuero
beige pálido. Espumoso, sin latas vacías de Coca-Cola o grasosos
envoltorios de comida rápida o colillas de cigarrillos, como cualquier otro
auto en el que haya estado. Me muevo en el asiento, acomodándome,
puedo estirar las piernas cómodamente en frente de mí.
Nos dirigimos a la ciudad, bañada por la luz del sol de la tarde. 79
Vamos más allá del centro de la ciudad; echo un vistazo a una de las
torres de mi universidad, pero él conduce hasta Ste-Catherine, más allá
de las partes de mala muerte, más allá del pueblo, hasta que estamos en
el distrito Plateau en las discotecas hipster, en el barrio de moda, edición
francesa. Todo sobre las encantadoras calles estrechas por las que
caminamos grita Francia en lugar de Canadá: escaleras en espiral
cubiertas de gruesa hiedra exuberante, frontones ornamentados y
torretas pintadas de colores salvajes que se encienden en el sol, amarillo,
azul, carmesí, rosa pálido, anaranjado y verde. Me encuentro a mí misma
sacando la cámara escondida del asiento junto a mí. Mientras esperamos
por la luz verde, tomo una cuantas fotos.
No miro a Emmanuel, pero él se ríe y me siento enrojecer, feliz de
estar de espaldas y que no me pueda ver.
Aquí está la esperanza de que las fotos no apesten.
Tomo una más, y no puedo hacer nada ya.
—Tapa el objetivo —asevera.
Ojalá pudiera caer sobre la parte inferior del auto y desaparecer.
Estaciona el auto en una intersección, pero deja el motor en marcha.
Entonces me dice que cuide el auto en caso de que las personas de las
multas aparezcan, y bajo mi mirada atónita, sale y corre a través de la
calle sin esperar que el semáforo esté en rojo. Lo veo entrar en una tienda
y salir unos minutos más tarde con una botella de vino en cada mano.
—Espera, espera —digo—. ¿No dijiste que no tenías segundas
intenciones?
—¿Intenciones? —Parpadea inocentemente—. Creo que nos llevaré
a un muy buen restaurante pequeño que conozco, y puedes llevar tu
propio vino. Así que pensé que podría, ya sabes... llevar mi propio vino.
—¿Y la otra botella?
—Esa es para mi uso privado. —Sostiene mi mirada con expresión
inocente—. Ahora, ¿quién es presuntuoso?
Decido no responder a eso.
—¿Qué es “llevar tu propio vino”? Quiero decir, capto lo que es. —
Me sonrojo ligeramente—. Pero, um, en casa no puedes hacer eso.
No había querido decírselo. Lo último que quiero es que piense que
soy una especie de rústica de un pueblo pequeño de Minnesota.
A pesar de que eso es exactamente lo que soy. Razón de más.
80
No parece darse cuenta de mi desliz, o simplemente lo deja pasar.
—Bueno, me encantaría vino y cena en un elegante restaurante con
camareros de esmoquin que sirven Chateau de $200 de lo que sea... pero
decidimos que no hay segundas intenciones. Así que una botella de SAQ
de $20 tendrá que ser suficiente.
Mi rostro está en llamas.
—La botella de SAQ de $20 está muy bien. El vino más caro que he
tenido es un Chateau de Dépanneur. Diez dólares por litro.
—Guau, sabes lo que es un Dépanneur. Y lo cambiaste al sistema
métrico. Diría que lo estás asimilando bien.
Sus ojos se arrugan cuando sonríe, pero no de una vieja manera
atractiva. Desearía que no se detuviera. Lo hace parecer más real, más
humano. Y menos, bueno, perfecto.
—Aquí todo está en francés —digo, a la defensiva—. Y lo estudié por
tres años en la escuela. Conozco todos los días de la semana, e incluso
la mayoría de los meses del año.
—Tienes que pasar menos tiempo en la trampa del distrito turístico
—dice—, y más tiempo en Plateau. O mejor aún, salir de la ciudad. En
région. Nadie a treinta minutos fuera de Montreal habla una palabra de
inglés.
—No puede ser tan malo.
—¿Quién dice que es malo?
Se vuelve hacia otra estrecha calle residencial y se detiene en un
lugar, en un estacionamiento legítimo, espero. Esta vez apaga el motor y
quita la llave del encendido.
—Debería llevarte hasta la ciudad de Quebec algún día —dice en voz
baja, más para sí mismo que para mí. Pero ambos nos congelamos,
asolados por sus palabras. El auto se queda en silencio, ya que el motor
y el suave zumbido del jazz en la radio se han ido, es lo suficientemente
fuerte para cortarlo.
—Quiero decir, si te gusta Plateau, te gustará allá. Hermoso lugar.
—Nunca he estado ahí. —No sé por qué digo eso. Entrelazo mis
dedos hasta que mis nudillos se ponen blancos.
Se aclara la garganta.
—Lo siento, Annah. Debería haber preguntado antes, pero...
—Está bien —digo abruptamente.
—... ¿Tienes alguna restricción? En cuanto a comida, quiero decir,
81
¿eres alérgica a cosas o vegana o simplemente no puedes soportar las
anchoas?
Sintiéndome más muda que un salón de estudiantes de primer año,
niego.
—Eh, no. Nada como eso.
—¿Así que te gusta la comida francesa sin pretensiones?
—Creía que eso era, como, un oxímoron2. —Me río un poco, más con
nerviosismo que cualquier otra cosa—. Pero estoy abierta a descubrir
cosas.
2
Oxímoron: figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra
con otra.
El restaurante está escondido en la esquina de dos calles
residenciales, parpadeas y lo pierdes. Dudo en la puerta sólo para darme
cuenta de que Emmanuel está sosteniéndola para mí. Torpemente, entro.
El lugar es pequeño. Parece que el espacio solía ser un
departamento. La habitación en la que nos encontramos tiene un
sospechoso parecido a una sala de estar, con una entrada arqueada que
conduce a otra habitación más pequeña. Todas las paredes están
pintadas de diferentes colores brillantes, plantas en macetas cuelgan del
techo, las hojas y las flores acarician mi cabello cuando paso. El lugar
está salpicado de pequeñas mesas de bar redondas con manteles blancos
y sillas vintage no coincidentes.
Un camarero viene a saludarnos, y para mi sorpresa, le da la mano
a Emmanuel antes de darle un abrazo como si fueran amigos perdidos
hace mucho tiempo. Luego suelta a Emmanuel y me envuelve en un
abrazo y yo me quedo allí rígida, con los brazos presionados a mis lados.
Siento mi rostro caliente. Este delicado sentido francés puede ser raro a
82
veces, especialmente para los no informados.
Intercambian algunas palabras antes de que el hombre se vuelva
hacia mí y me pregunte algo rápido con acento francés Quebecois.
—Eh, esta es 'Annah —dice Emmanuel en inglés—. Es una... —se
calla—. Acaba de mudarse de Estados Unidos.
Trago. Me doy cuenta de que estaba a punto de decir que soy
estudiante, pero eso habría abierto la puerta a algún número de
preguntas que ninguno de nosotros quería responder.
—¡Fantastique! —La sonrisa del hombre se ensancha—. Esta es
realmente la primera vez que trae a alguien aquí con él, y lo conozco desde
antes de que se mudara a Montreal por primera vez. Debes ser muy
especial.
Guau. Tacto típico quebequés. Muerdo el interior de mi labio
inferior, preguntándome si debía decir algo.
El tipo está completamente ajeno.
—Entonces. ¿Dónde se conocieron? —No puedo decir si está dirigida
a mí o a Emmanuel.
Intercambiamos una mirada. ¿Qué podía contestar? ¿Ella es mi
estudiante? ¿Oh, la vi girando alrededor de un tubo una noche y, ya sabes,
una cosa llevó a la otra?
Pero lo que dice es como un puñetazo en mi plexo solar.
—Oh eso. No somos una pareja en realidad.
Me quedo clavada en el suelo.
La sonrisa del camarero se desvanece.
—Oh. Lamento escucharlo, simplemente pensé que se veían lindos
juntos.
—Entonces, ¿tienes un lugar para dos?
—Bueno, es viernes y vamos a estar llenos. Pero para ti y tu no cita,
creo que puedo manejar algo.
Nos guía a través de la gran habitación, a la más pequeña en la parte
posterior. Emmanuel va tras él, agarrando la botella de vino contra su
pecho, y yo sigo sus pasos. Con un pie en frente del otro. Mis piernas se
sienten como una marioneta de madera.
Si tuviera algún orgullo, simplemente me iría.
Entonces otra vez... ¿cuándo se supone que esto se volvió una cita?
Ese nunca fue el trato. No tengo ningún derecho moral a estar molesta.
83
Pero cuando Emmanuel saca la silla para mí, galantemente, y se
sienta frente a mí con esa sonrisa fácil como si nada... algo dentro de mí
no deja de hacerme un escozor. Estamos en la terraza, en el patio de la
parte trasera del restaurante, bajo un toldo con hiedra. El aire huele a
flores; pequeños faroles antiguos cubren las paredes, llenando el espacio
con una suave luz anaranjada. El camarero descorcha nuestra botella de
vino y vierte un poco en cada gigantesca copa de cristal.
—Bueno Annah, santé —dice Emmanuel y sostiene su vaso. El vino
atrapa la luz, un rubí oscuro. Como autómata, recojo mi vaso,
chocándolo contra el suyo.
—Mi nombre comienza con H —digo.
—¿Hmm?
—Sigues dejando de lado la H. No es lindo ya. Si mis padres me
hubieran querido poner Anna, me habrían llamado Anna. Si quisiera ser
llamada Anna, hubiera cambiado mi nombre legalmente. Hasta entonces,
es H… annah. Te guste o no.
—Lo siento. —Parece más divertido que lo que yo me siento.
—¡Y cuando no hay H, la agregas por cualquier razón —digo,
enojándome.
—¡No lo hago! —protesta.
—Sí lo haces. Cuando una palabra comienza con A o E, se agrega
una H antes. Así que es 'Annah, sino Halicia.
Se ríe.
—¡Es extraño! ¡Deja de hacerlo!
—Ey, no estoy criticando tu francés, ¿verdad? —Se ríe.
—Eso es porque no hay nada que criticar.
—Exactamente. Y fíjate, no te estoy dando un mal rato. De hecho,
me saldré con la mía al hablar inglés contigo...
—Enseñas en una universidad inglesa —señalo. Y al instante me
arrepiento, porque con el recordatorio, su sonrisa se desvanece un poco—
. Así que, ya sabes, hablar inglés decentemente es lo menos que puedes
hacer.
—Esta es una noche agradable, vamos a no arrastrar la centenaria
cuestión lingüística en ella —dice, y tomo mi copa de vino. Bebo un sorbo.
El vino es bueno en verdad. No Chateau de Bodega.
—¿Te gusta?
—Es agradable. ¿Cuál es el truco? ¿Le pusiste sedantes?
84
—Hannah. —Se ve exasperado—. No es divertido.
—Por lo menos te acuerdas de decir mi nombre.
Pone los ojos en blanco, pero está sonriendo de nuevo.
—Bebe. Quitaron el corcho, así que tenemos toda esta botella para
terminar.
Tomo un sorbo de vino de tamaño considerable y casi escupo.
—No tragues así. Disfrútalo. Dios... Les Américains.
Después de que terminamos con nuestros platos de un pequeño filet
mignon y verduras balsámicas, bebemos las últimas gotas de la botella y
salimos. Se ha vuelto oscuro y cuando salimos a St-Denis Street, está
empezando a llenarse de clientes de clubes haciendo fila delante de sus
lugares preferidos. Música fuerte resuena de alguna de las terrazas: jazz,
bandas en vivo. Un tipo en una intersección está tocando el violín. Tiene
alrededor de setenta años, sin camisa y con una barba rala blanca que
sale en todas direcciones, pero toca como si estuviera en la Orquesta
Sinfónica.
Pongo una moneda de dos dólares en el sombrero delante de él.
—¿No te encanta esta ciudad? —pregunta Emmanuel en voz tan
baja que ni siquiera me doy cuenta de que está hablando conmigo al
principio—. ¿Ni siquiera un poco?
—Nunca dije eso —digo—. Es diferente en casa. Eso es algo por lo
que vine aquí.
—¿Y te defraudó?
Me encojo de hombros.
—No lo sé. Sólo he estado aquí durante un año y medio.
Ríe.
—Recuerdo que cuando tenía tu edad. Un año y medio era para
siempre.
—¿Cuántos años tienes, de todos modos?
—Treinta y dos este invierno.
Uff. Once años mayor que yo. Eso no es raro. ¿Lo es? ¿Por qué me
importa lo suficiente para hacer un cálculo mental?
—Bueno, estaba la escuela para mantenerme ocupada. Y entonces...
—Y luego hubo trabajo, pero me abstengo de decirlo—. Odiaba estar en 85
casa. No me hubiera quedado, ni siquiera si…
Me detengo de nuevo. ¿Qué demonios es lo que me pasa? ¿Por qué es
que me las arreglé para estar el primer año y medio sin una sola persona
sabiendo mi nombre, y de repente estoy sincerándome?
Él no me llama a ello.
—Las ciudades pequeñas son duras —dice encogiéndose de
hombros—. Crecí en un pueblo no muy lejos de la ciudad de Quebec.
Solía pensar que era la forma más alta de sadismo, criar a un niño en un
lugar con más patos que personas de tu edad.
Me río.
—¿Y qué pasa ahora?
—¿Y ahora qué? Ahora me gustaría que mis padres no hubieran
vendido la casa por menos del precio de un nuevo Toyota a la primera
persona que se ofreció a comprarla. Habría tenido un lugar al cual
escapar. Dónde estuviera tranquilo.
Caminamos lado a lado por un tiempo, a pesar de que la acera es
estrecha y llena de gente. Nos empujamos más cerca hasta que mi
hombro acaricia el suyo, y antes de darme cuenta está entrelazando sus
dedos con los míos.
—Entonces —dice después de un tiempo. No me doy cuenta de que
se detiene, y mi mano se separa de la suya por un momento antes de que
la tome de nuevo. Asiente a una pequeña terraza de un café, con una fila
de personas en frente de ella que serpentea todo el camino por la acera.
—¿Helado? Por favor, no me digas que has vivido aquí durante un
año y medio y nunca has estado en Bardot’s.
—¿Bardot’s? —No puedo contener la risa.
—Oh, Dios mío, no lo has hecho. —Pretende levantar los ojos al cielo
con horror—. Ponte en línea, ignorante. Esta es la mejor confiserie en la
ciudad.
—Así no es como pronuncian los ignorantes.
—Sabía que te quedarías atascada en eso.
Caminamos hasta el final de la fila, de la mano. Las personas delante
de nosotros no nos dieron un vistazo, hablando entre sí, las chicas
abanicando sus hombros desnudos. Me pongo de puntillas para ver lo
lejos que estamos de la entrada.
Y entonces vislumbro un rostro al otro lado de la fila. Tiene el efecto
de la proverbial cubeta helada sobre mi cabeza. Bajo sobre mis talones y
giro alrededor. 86
—¿Hay algo mal? —pregunta Emmanuel en tono de broma. Lo callo.
—¿Qué? —pregunta en voz baja. Giro el rostro lejos de la calle—.
¿Qué es?
—Audrey —murmuro. Mierda. Mierda, mierda, mierda.
—¿Quién? —Le toma un segundo, pero luego veo su sonrisa
desvanecerse mientras recuerda—. Ah, calisse.
Pensé que había quitado su mano de la mía como si estuviera
quemándose, la que habría sido la reacción natural, por no hablar de la
cosa sensata de hacer. Pero en lugar de eso agarra mi mano con más
fuerza, con tanta fuerza que creo que mis dedos podrían romperse como
cerillas. Se da la vuelta y empieza a ir por la calle, en la dirección opuesta,
tirando de mí tras él.
—¡Espera! —siseo. Pero me lleva más allá de la fila, a la esquina de
la calle, y giramos en un callejón. Se detiene junto a unos contenedores
de reciclaje gigantes y una pila de cajas. Aquí es oscuro, y el ruido de la
calle principal es distante, desvaneciéndose. Puedo oír nuestra
respiración no coincidente.
—¿Crees que nos vio? —pregunto.
Se encoge de hombros.
—¿Eso es malo? —susurro.
—No lo sé. Tal vez estoy exagerando. Todos somos adultos aquí, y
técnicamente puedo socializar con quien yo quiera. Y tomar un helado
con quien se me dé la gana.
—¿A quién estás tratando de convencer?
—No estamos haciendo nada malo, eso es lo que estoy diciendo.
—Oh. —La sonrisa se arrastra nerviosamente de nuevo en las
comisuras de sus labios—. Así que estás preocupado de que ella no vaya
a tener un flechazo más por ti, si ve que eres tan coqueto con todos tus
estudiantes.
Él no lo encuentra gracioso.
—Es una clase pequeña, Hannah. Sólo quiero evitar el drama
innecesario.
—Verás, lo único que tendrías que hacer es llevarla a tomar un
helado mañana por la noche. Allí, crisis evitada. —Trato de que sea una
broma, pero algo me pica por las palabras. Y no sólo a mí, por su mirada. 87
Baja la cabeza hasta que la sombra cae sobre su rostro y no puedo ver
sus ojos.
—No debería haber hecho eso.
—¿Qué? —Mi voz tiembla, la alegría forzada suena hueca.
—Sobrepasé los límites.
Aturdida, lo miro. Estoy tan tentada a dar ese pequeño paso
adicional para cubrir la distancia que nos separa, para levantar su
barbilla hasta que me esté mirando a los ojos. Quiero saber lo que está
en su mente, lo que está pensando y sintiendo. Pero al mismo tiempo soy
consciente de que lo que sea, no es de mi incumbencia.
Él mismo lo dijo.
—¿Quieres ir al auto?
—Sí —digo. Quiero sonar como que estoy bien con eso. Pero no lo
estoy. Y para alguien que finge querer acostarse con viejos feos durante
ocho horas por noche estoy segura de que soy muy mala fingiendo.
—¿Qué pasa con ese helado? —Mi voz es baja.
—En otra ocasión. Bardot’s todavía estará allí mañana.
Bajo la cabeza y lo sigo. No vamos a salir a la calle principal, por
razones obvias, así que penosamente voy detrás de él a una calle lateral
mal iluminada. Las malas hierbas y las enredaderas de los patios
delanteros de las personas se dejan caer por la acera; el aire se llena con
el aroma de las flores y la tierra, de una floración tardía, no sofocada por
el hedor de los autos. Farolas muy por encima proyectan una luz
anaranjada parpadeante arriba de todo, convirtiendo todo en un extraño
mundo crepuscular. Un gato atraviesa la acera delante de nosotros; me
pregunto si es negro.
Por otra parte, ¿puede mi suerte ser peor?
El auto emite un pitido a modo de saludo, me sacude fuera de mis
pensamientos. En silencio, me meto en el asiento del pasajero.
—Entonces, ¿a dónde? —pregunta, arrancando el motor.
—¿Eh?
—¿A dónde te llevo?
—Bueno... —Me detengo, repasando lo que quiere decir, ¿dónde está
casa?
—Sólo llévame a la estación Berri-UQAM —digo.
—No estarás pensando en caminar. Es tarde. 88
Aprieto los puños, a pesar de que estoy sentada sobre mis manos y
no me puede ver.
—Puedo caminar. Está a sólo unos minutos del metro y no es tan
tarde. —Y puedo defenderme. No soy un bebé.
—No es un buen barrio.
—Mira, si me asaltan en un callejón, te absolveré de toda
responsabilidad —digo. Supongo que un poco de toda la amargura se
filtra en mi lengua y en mis palabras, porque su mirada va de la calle
delante de mí y de regreso.
—No te salvé de perder el conocimiento en un club sólo para que
seas asaltada en un callejón. —Oigo un atisbo de sonrisa en sus palabras.
—Lo único que quieres es saber dónde vivo —suelto. Miro por la
ventana aunque no puedo ver una maldita cosa más allá de mi reflejo
ligeramente distorsionado. Cuando no lo niega, miro hacia arriba.
—¿Es tan malo? Sabes qué marca de champú uso. ¿No puedo saber
en qué calle vives?
—¿Qué pasó con sobrepasarte? —Miro mis rodillas fuertemente
apretadas, lamentando lo que dije. Oigo su brusca inhalación.
—No es lo mismo —murmuro. —Tú me llevaste allí. No tenías que
hacerlo, podrías sólo haberme dejado en la acera frente a la sala de
emergencias.
—En primer lugar —dice llanamente—, nunca hubiera hecho eso,
sin importar quién fueras.
Me maldigo a mí misma. Por supuesto que no lo haría. Es
Emmanuel. Es el caballero raro en un Audi blanco.
—En segundo lugar… —Conduce a la calle principal y sale con un
rugido leve del motor. La gravedad me aplasta en el asiento de cuero. Sus
manos aprietan el volante firmemente—. En segundo lugar, no creo que
te des cuenta de esto, pero en realidad no tengo mucho más que perder
con esto que tú.
—¿Oh sí?
—¿No me crees?
No, no lo hago, porque no soy tan ingenua como piensa y tengo un
conocimiento rudimentario de cómo funciona realmente el mundo. Que
los hombres son perdonados y bienvenidos con los brazos abiertos y las
mujeres son marcadas como putas, como cualquieras, como intocables e 89
indeseables y son echadas fuera, para siempre, sin el perdón y la
redención. La sociedad no las quiere. Tipos como Emmanuel no salen con
ellas.
Pero por suerte no tengo tiempo para poner todo eso en palabras,
porque él continúa.
—¿Crees que podrías entrar en terrenos calientes debido a tu
trabajo? Quizás. Tal vez así es como funciona de dónde vienes, ¿pero
aquí? ¿Si, por ejemplo, decides presentar una queja contra mí, con la
policía, en la escuela, y dices que te drogué, que te llevé a mi casa y te
violé? Te creerían. Y perdería mi trabajo... en el mejor de los escenarios.
Así que en todo caso, debería ser el que hiciera todo lo posible por estar
lejos de ti.
—No tengo ninguna prueba —digo. Mi voz es ronca.
—No importa. Siempre le creen a la mujer en estas cosas.
—Dios. —Ahogo en una risa amarga—. ¿Me estás tomando el pelo?
¿De qué planeta vienes?
—Así es como funciona. Aquí, en esta provincia por lo menos. No
estoy diciendo que sea perfecta, pero obtendrías el beneficio de la duda,
casi con certeza.
Clavo mis dedos en el asiento de cuero bajo mis muslos.
—Guau —escupo—. Realmente no tienes idea de cómo funciona
esto, tampoco.
—Acabo de decirte cómo funciona.
—Esas sólo son palabras, Emmanuel. Palabras. Las acciones son
diferentes.
—¿Cómo?
—Sí, si decimos que vivimos en una utopía fantástica y loca y pierdes
tu trabajo y todo el mundo le cree a la pobrecita de mí, aunque no tengo
ninguna prueba física y me quito la ropa para ganarme la vida. ¿Crees
que eso es todo? Claro, van a seguir adelante con sus protocolos. El gran
malvado profesor se va. ¿Y entonces qué? Sólo sería esa puta borracha
estúpida que consiguió que el profesor favorito fuera despedido. Quién
probablemente mintió sobre todo el asunto de todos modos, y oh,
asegúrate de no sentarte demasiado cerca de ella, es posible que te pegue
gonorrea. Mi vida será discutida y diseccionada en todas las redes
sociales en existencia. Incluso si no me echan de la escuela, ¿cuánto
tiempo crees que pase antes de que me dé de baja por propia voluntad?
Disparo la última palabra y colapso en el respaldo del asiento. Mi
pecho sube y baja como si me encontrara en una carrera de 5 km y 90
pusiera calor sobre mis mejillas.
Él está en silencio. Gracias a Dios. No sé qué voy a hacer si comienza
a hablarme, a tratar de descifrar de dónde salió eso, de analizar y sobre-
analizar mis palabras.
—Guau —dice finalmente—. De verdad estás amargada, ¿lo sabes?
Miro hacia el frente, a la carretera que se desvanece en los haces de
los faros. Aturdida.
—¿Yo? ¿Amargada? Tal vez tú eres el que está fuera de contacto. Yo
sólo soy realista.
—Muchacha, entonces me alegro de que no ser realista —dice. La
ira hierve dentro de mi pecho. ¿Es esto una broma para él?
—No tienes que estarlo —digo con seriedad—. Eres hombre.
Da la vuelta a una rampa de salida y se detiene en un semáforo. El
rojo ardiente se mete en mis ojos y me escudo con la mano. No dice una
palabra. Ni siquiera me mira.
—Lo entiendo —digo—. Fea mierda deprimente. Hablemos de otra
cosa.
—No. —Su respuesta me sorprende—. No soy alguien que mete la
cabeza en la arena para evitar la fea mierda deprimente, como dices.
—¿Y?
—Simplemente no creí que fuera de mi incumbencia y no parecía
que querías compartir algo de todos modos.
Un nudo se eleva a mi garganta. Me alegro de que no me esté
mirando. La luz cambia a verde y él arranca.
—Entonces. Aquí es, el metro. ¿En qué salida debería dejarte?
Habla tan a la ligera, casualmente, como si fuera nada más que un
taxista extremadamente guapo y yo soy una pasajera problemática.
¿Cómo llegamos hasta aquí tan pronto? Ni siquiera han pasado cinco
minutos.
Trago. No voy a pedirle que me lleve a mi calle. No lo haré.
—Aquí. —Tengo férreo control del asiento—. Aquí está bien. Esto
está en realidad más cerca de mi casa que de la parada de metro.
Poco a poco, mete el auto en un estacionamiento. La calle está
oscura y vacía.
—¿Segura que no quieres que te acompañe hasta la puerta?
91
No, no lo estoy.
Desabrocha su cinturón de seguridad y yo el mío. Si fuera una
persona normal, aquí es donde le diría que lo pasé muy bien, o algo
común. Fue agradable verte, te enviaré un mensaje. Bueno, tienes mi
Facebook... sólo mándame un correo electrónico, ¿de acuerdo?
—No estoy tratando de convencerte de hacer nada —dice—. De
cualquier manera, parece que llegué demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde para qué, exactamente?
Se encoge de hombros. No puedo ver su rostro muy bien en la
oscuridad, pero su voz suena triste.
—Eres lo que eres. No es mi trabajo tratar de cambiarte y además,
eres adulta. Es, cómo dices... una lástima.
La palabra me abraza como un hierro de marcar.
—¿Discúlpame?
—Quiero decir, eres tan joven. Tienes todo delante de ti y ya decidiste
ser inamovible.
—No lo soy…
—No echo de menos tener veinte, sabes. Pensé que lo sabía todo y
resultó, bueno... —Se ríe con tristeza.
—Eso es condescendiente —digo—. No soy una niña delirante.
—Nunca dije que lo fueras. Pero si sigues aferrada a esa visión del
mundo que tienes, nunca tendrás la oportunidad de conocer algo
diferente. Y sólo creo... que eso sería triste.
Su mirada se encuentra con la mía. Sus ojos se ven de color verde
oscuro de nuevo, oscuros e intensos.
No sé si el mundo es realmente diferente de lo que veo. Suena como
un ensayo filosófico malo de alguien de primer año. Cuánto de lo que
percibimos es real, bla, bla, bla. ¿Hay realmente más en el mundo que lo
que está dentro de mi cabeza?
Miro sus ojos y me pregunto lo que está viendo en este momento.
Probablemente no es la misma cosa que veo en el espejo cada mañana,
no puede ser. Ahí está tu prueba de todas las teorías solapadoras en el
mundo, porque parece que quiere besarme.
Su mano se mueve, vacilante, a través del borde de su asiento 92
mientras se inclina más cerca. La tinta negra de las letras en sus nudillos
es dura contra su piel.
—Enséñame —digo.
Y me besa. Nuestros labios no se encuentran suaves y con una
coreografía de las películas. El rastrojo en su mejilla roza la esquina de
mi boca, dejando tras de sí un rastro de llamas, y luego sus labios cubren
los míos. Sin dudar sobre ellos. Asertivo, seguro de sí mismo como
pensaba que sería su beso, la promesa de esas manos fuertes y anchos
hombros y postura arrogante se hace real. Pero es cualquier cosa menos
arrogante. Pellizca suavemente mi labio inferior y sus manos acarician
mi cuello, mandíbula, toma mi rostro. Me sostiene como si fuera algo
frágil y precioso. Veo la larga sombra de sus pestañas sobre su pómulo,
los puntos de rastrojos, las ligeras arrugas en las comisuras de sus ojos
mientras sus cejas se levantan con concentración.
Tengo miedo de cerrar los ojos.
Él tiene ese aroma de lavanda, afilado y limpio, con una nota de
almizcle salvaje acechando debajo cuando te acercas lo suficiente,
teniendo en cuenta que es sólo de él. No sé qué hacer con mis manos, así
que las meto debajo de su chaqueta y las dejo en su cintura, justo encima
de su cinturón. Finalmente empiezo a esbozar cómo es su cuerpo debajo
de la camisa: musculoso y en forma y fuerte.
Sus manos finalmente siguen adelante, reflejando las mías, mi
vientre desnudo expuesto por mi top recortado. Los pequeños pelos a lo
largo de mi espina se levantan en punta. Un estremecimiento
involuntario me atraviesa, por lo que mis abdominales se contraen y
tiemblan. Su mano encuentra la parte baja de mi espalda y se instala allí,
guiándome hacia adelante con suave confianza, tirando de mí hacia él.
El calor de su palma se derrite a través de mi piel a mis huesos y a mi
columna, suavizando mis músculos hasta que todo mi cuerpo se siente
como cera caliente unida por una membrana de piel. Meto mi mano en
su cinturón, sólo con las yemas de mis dedos, más allá del borde de su
camisa, donde las yemas de mis dedos encuentran la piel caliente, suave
sobre el músculo tenso.
Se queja en voz baja en mi boca. Me inclino y me deslizo sobre su
regazo, apenas consciente de que estoy trepando sobre un asiento de
auto. Es tan suave y natural, las ranuras de nuestro cuerpo haciendo clic
en conjunto como un rompecabezas. Sus manos en mi cintura,
extendiendo piel de gallina en todo mi vientre, mi espalda y mis brazos;
después, se mueven hacia arriba, debajo de mi top, deteniéndose cuando
encuentran mi sujetador. Hace una pausa, vacilante.
93
Yo beso mi camino a lo largo de su mandíbula y cuello, quitando el
cuello de su camisa para continuar por su clavícula. Su mano se asienta
sobre mi sujetador y puedo sentir su calor a través de la tela, una
diminuta pequeña sacudida de sensaciones que ilumina mis
terminaciones nerviosas como un árbol de Navidad.
Mi mente flota hacia arriba, bajo el techo cerrado del Audi, y me
observa desde allí, impasible. Soy consciente de todo lo que estoy
haciendo, muy consciente, pero no me detengo. Mi cuerpo sigue como un
autómata, los labios, las manos, la realización de los movimientos. Como
si fuera un auto en un crucero, cambiando a modo familiar. Sé lo que
sucederá después.
Una parte de mí, muy en el fondo, espera que no.
Sólo hay una forma de averiguarlo.
Voy por la hebilla de su cinturón, encontrándolo, dándole un tirón.
Produce un tintineo suave.
Y justo cuando estoy a punto de meter la mano en sus pantalones,
él se retira.
—'Annah —jadea. Su mano se desliza debajo de la camisa y se
sumerge para tomar mi muñeca. Sus dedos se envuelven alrededor del
hueso de mi muñeca, fuerte y firme.
Tal vez es el toque lo que me regresa nuevo en mi cuerpo,
interrumpiendo mi funcionamiento. El paso en falso que lanza toda la
rutina, la mala nota que arruina el aria.
—¿Qué? —susurro. Los nervios de mi cuerpo se asientan en modo
normal uno por uno.
—No.
—¿Por qué no?
—Esto no está bien. Esto es... sobrepasarse.
Me siento de nuevo. Todavía estoy equilibrando mis espinillas en sus
piernas, como en el trabajo cuando apoyo mi cabello en el rostro de un
cliente, y le pregunto en un susurro seductor si quiere otro baile.
Parpadeo hacia él con consternación. Sacada de balance. Arrojada
por la borda en un territorio desconocido y no sé qué hacer.
Pero quiero estar haciendo esto, empiezo a decir. No estamos
haciendo nada malo. Si es debido a lo que dije antes, no quise decir nada
de eso.
Y hay otras razones, canto felizmente desde el fondo de mi mente.
Pero trato de excluirlas.
94
—Me siento atraído por ti —dice. Su voz todavía tiene un poco de
dificultad en su respiración—. Pero, de nuevo, ya lo sabías.
—Pero yo… —Me siento atraída a ti también. Eso debería ser obvio.
—Lo sé —dice en voz baja. Suelta mi muñeca y en su lugar toma mi
mano entre sus palmas tibias, cálidas. Las lleva a sus labios—. Pero esto
no está bien.
—No voy a decirle nada a nadie —me quejo—. Si de verdad crees que
voy a presentar una queja.
Hace un sonido en voz baja.
—Eso no es todo. Confío en que no arruinarás mi vida... ¿es tan
tonto de mí?
Niego.
—Gracias.
—¿Entonces qué es?
—Es todo. Es porque soy tu profesor, una figura de autoridad. Y sí,
es por la forma en que nos conocimos también. Tal vez cada una de esas
cosas las podría manejar, pero todas juntas, es simplemente demasiado.
¿Lo entiendes?
Niego.
—No comencé bien, 'Annah.
—¿Y qué? —digo en un susurro furioso y bajo—. ¿A quién le importa
cómo empezó? Los dos somos adultos, y ambos…
—Podemos quererlo ahora, pero vamos a arrepentirnos. No
empezamos de igual a igual. No empezamos bien, y no va a terminar bien.
—¿Qué importa cómo termine? —Tengo dificultades para evitar la
angustia en mi voz—. Estás a punto de hacer lo que cada chico fantasea,
y sólo…
Se encoge, y me muerdo la lengua tan fuerte que casi pongo un
improvisado piercing en mi lengua.
Dios, soy una idiota. ¿O él tiene razón y estoy irremediablemente
arruinada?
—De eso se trata, Annah. No quiero que seamos eso. No quiero ser
ese hombre.
El silencio se prolonga. El único sonido es el susurro de ropa y el
crujido de cuero cuando torpemente me apresuro hacia atrás en el 95
asiento del pasajero.
—Voy a llevarte a casa ahora —dice—. Por favor, no trates de
decirme que caminarás.
Y no lo hago. Le doy el nombre de la calle, y la intersección. El auto
se dirige a lo largo de la calle residencial y se detiene en la esquina.
Me trago el nudo con el tamaño de una sandía en mi garganta.
—Gracias —digo—. Por el viaje.
—No es nada.
Quiero decir algo más. Te veré en clase la semana que viene. O tal
vez incluso tuve un momento realmente agradable o alguna otra tontería.
Ahora una tontería suena bien.
Sin decir una palabra, abro la puerta y salgo del auto. Me detengo
un momento más de lo necesario antes de cerrar la puerta de golpe.
Y él dice mi nombre.
—¿Sí? —Me inclino cerca de la ventana mientras él la rueda hacia
abajo. Me asomo, pero él está envuelto en la sombra.
—La cámara. No la olvides.
La sostiene, la funda de cuero con la correa cuelga. Mi pecho se
constriñe. La arrebato de su mano y corro por el vestíbulo de mi edificio.
No lo sabe, pero espero en la puerta, mirando a través del turbio,
vidrio roto mientras el auto se aleja hasta que el último reflejo de los faros
se ha desvanecido.
96
s sábado por la noche y no tengo ni idea de qué hacer con mi
vida, así que elijo mostrar mi rostro en el trabajo. Estoy
detrás de mi meta semanal debido a toda la mierda que está
pasando, y apuesto a que mi jefe está molesto porque no aparecí anoche,
como se suponía que debía hacer.
Pero, resulta que a nadie le importa. Recibo una mirada vaga de
desaprobación del jefe mientras lo paso yendo al vestuario, y eso es todo.
Arriba, la habitación está tan llena que tengo que cambiarme en un
rincón. Las chicas se sientan frente a los espejos, rizándose el cabello,
haciendo porros y pegándose pestañas postizas. La brillante sombra de
ojos y restos de polvo ensucian el mostrador en medio de tubos de lápiz 97
labial, botellas de tamaño viaje de desinfectante para las manos, y
tampones. El olor a laca para el cabello, marihuana y a veinte diferentes
tipos de perfume barato entran en mis fosas nasales, un trasfondo de ese
extraño metálico olor-purificador con el que me he vuelto tan familiar me
vuelve paranoica. Lavo mi cabello todas las noches después del trabajo y
sigo oliendo las mangas de mi sudadera todo el día. ¿Pueden olerlo en
mí?
Maryse está ahí, junto con dos de las chicas de la otra noche. Apenas
levantan la vista de sus teléfonos y sus espejos. Maryse me da un gesto
de reconocimiento, que es casi lo mismo que esperaba de todos modos.
No es que esperara que se preocupara de lo que había sido de mí después
de la noche del jueves, probablemente decidieron que había me había ido
sin decir adiós y eso fue todo. Nadie quería hacerse demasiadas
preguntas. Siempre era mejor así, algo que se aprendía después de unos
meses de ser stripper. Mantener la nariz fuera del asunto de todos los
demás.
Realmente no tengo nada en contra de ellas. Yo haría lo mismo.
Probablemente.
Me pongo el más simple sujetador para salir y bragas a juego, a
pesar de que todas van a esforzarse a tope por la multitud de una noche
de sábado. Unos cuantos toques de brillo en los párpados, un poco más
de brillo de labios, la luminiscencia de la tanga y el sujetador con relleno.
No es que todas las demás no se hayan dado cuenta que a los chicos les
importa una mierda. Creo que esto es una farsa mantenida en su mayoría
para sí mismas y por los demás, algo así como mi ex-compañera de cuarto
y sus amigas que pasan una hora poniéndose maquillaje antes de salir.
La amistad femenina sigue siendo una cosa extraña y
desconcertante para mí. Estoy pensando que podría renunciar a la idea
por completo.
Pongo mis pies en los tacones de cristal de quince centímetros y llevo
las correas que los unen a mis tobillos, asegurándome de que no salgan
volando y lastimen a alguien en el rostro cuando haga un giro en el tubo.
La parte más larga de prepararse seguía siendo la peluca. La red sobre
mi cabello natural que seguía tratando de escapar de los lados y sobre
mi frente; entonces, cuando todo está escondido parezco una paciente
con cáncer o una trabajadora de comida rápida, arriba va la peluca, en
el centro, el flequillo peinado y hacia un lado para cubrir la totalidad de
la línea de cabello falso. Tres horquillas a cada lado para mantener la
mierda en su lugar.
Mi rostro, enmarcado por rizos rubios, me devuelve la mirada, un 98
poco desconcertada. Es tan evidentemente falsa, uno pensaría que todos
podrían verlo en el segundo en que camino a la pista. Pero la mayoría de
los chicos son, como siempre, ajenos.
Bajo las escaleras, tambaleándome un poco mientras mis tobillos se
ajustan a la elevación de los zapatos, y me preguntó qué música sentiría
como para bailar esta noche.
Algo retro. Algo triste.
Al menos es sábado, la pista ya está medio llena. Por lo menos estaré
demasiado ocupada para seguir pensando en lo de anoche una y otra vez
como un disco rayado en mi cabeza. Inclinada, doy mi sonrisa falsa,
sacudiendo mi cabello falso. Actúa como si el tipo fuera la persona más
cool que alguna vez caminara en este lugar. ¿Quieres un baile privado,
cariño?
Una cosa que nadie te informa de desnudarte es que es aburrido
como el infierno. No es una fiesta sin fin de glamur como en los videos
musicales, pero tampoco es el pozo negro viscoso, sucio, empapado de
drogas de almas perdidas igual que en las películas. Está en algún lugar
en medio del gris, donde lo único que te impide conciliar el sueño son tus
pies en la correa de vinilo de la sandalia cortando tu dedo del pie. Donde
levantas la cabeza, mostrando el cuello sensualmente para ocultar un
bostezo que supera al baile de regazo.
Y, por supuesto, los chicos son ajenos a esas cosas. Debes ponerte
tan excitada haciendo esto toda la noche. Tienes mucha suerte.
Cariño, no tienes ni idea. Sonrisa, rizar el cabello. Y volver a girar.
Es la razón por la que los clubes de striptease nunca salen del
negocio, sin importar qué tan mierda sea la economía y a pesar del diluvio
de pornografía en Internet al que se accede de forma gratuita en el
teléfono en cualquier lugar. Los clubes de striptease son la fantasía
perfecta de este mundo en donde la sobrecargada psique masculina
puede finalmente conseguir un poco de descanso después de la
fatigadora igualdad de género. Pretender que las mujeres son personas
es agotador.
No estoy tan delirante como para decir que desnudarme es
feminista. No es un video de Rihanna, donde todo es un gran cuento de
hadas de burlesque sembrado de brillo y de dólares, donde mujeres
seguras son habilitadas con títulos de cursos haciéndose cargo de su
sexualidad y ganan dinero como locas. Otras mujeres no ganan nada de
mí agitando el trasero. Todo lo que hago es confirmar lo que estos
hombres piensan ya: que todos y cada una de ellos, sin importar la edad,
la fealdad, el mal olor o repulsivo, tienen derecho a una mujer flaca,
convencionalmente bonita lo suficientemente joven como para ser su 99
hija. Que todo el cabello rizado, maquillaje, bronceados falsos e implantes
de seno en realidad son para ellos, y que queremos complacerlos.
Bienvenidos al Cabaret Le Secret, donde las mujeres conocen su lugar.
Por supuesto, si piensas que voy a darte dinero fácil por algo tan
efímero como principios morales, no me conoces muy bien.
Y él, Emmanuel, no quería ser ese tipo.
No quería ser el hombre que se jactara con sus amigos: ¡Clavé con
una stripper, hermano! Todo lo que tienes que hacer es llevarle tus
problemas y ella abrirá las piernas, así como así. O, podría decir que lo
quería, así que empujé su rostro en mi entrepierna. Y entonces llamó al
guardaespaldas y me dejó un labio hinchado, perra.
No quería ser ese tipo.
Vacilo entre la ira y la tristeza aplastante. No, él no consigue puntos
extra por ser un ser humano decente. Yo estuve allí, lo que él creía que
estaba probando en rechazarme. ¡A mí! Hay un centenar de chicos en
este club que darían su testículo izquierdo para estar donde él estuvo.
Y entonces me siento como una tonta y me molesto conmigo misma.
Tomo un taxi a casa a las tres y media de la mañana, con los huesos
cansados, con las orejas zumbándome por los niveles del volumen que
revienta el tímpano los sábados por la noche. Me duele la garganta de
tener que gritar sobre la música toda la noche y cuando me miro en el
espejo retrovisor veo que mi maquillaje se ha endurecido en los pliegues
de mi rostro de toda la plática, sonrisas y las muecas de seducción que
hice. El lápiz labial había sangrado en pequeñas grietas alrededor de mi
boca; mi rostro parece una máscara cansada. Incapaz de esperar un
segundo más, tiro broches fuera de mi dolorido cuero cabelludo uno por
uno y me quito la peluca. Mi cabello cae en rizos planos, sudorosos.
No soy un premio.
Siempre hago que el taxi se detenga a una cuadra de mi casa. Es
una tonta superstición que no puedo dejar. Si alguien me siguiera, sólo
estoy haciéndome a mí misma un objetivo más fácil, pero al mismo
tiempo, no me gusta la idea de un taxista al azar sabiendo donde vivo.
Una noche, cuando uno de ellos trató de comprar una mamada de mí
solamente lo confirmé.
Pero esta noche caminar se siente bien. Es bueno tener los pies
apoyados en el suelo de nuevo, y la noche es inusualmente silenciosa con
el frío y la leve llovizna. Inclino mi rostro y dejo que la lluvia enfríe mi
piel; en este punto, no tengo que cuidar de mi maquillaje corriéndose. Lo
dejo correr. Me imagino la niebla fría lavando toda la suciedad cansada 100
de mis poros hasta que mi piel puede respirar. Paso mis dedos por mi
cabello, frotando el cuero cabelludo con la picazón.
Cuando llego a mi puerta, me siento casi como un ser humano. Un
poco de dolor incluso sale de mis tobillos, rodillas y cuádriceps. Todavía
estoy cansada, pero es poco probable que me desplome y caiga dormida
en el momento en que vislumbro mi cama.
Tal vez me quede despierta hasta incluso dibujar un poco.
Desbloqueo la puerta principal. La bombilla sobre mi cabeza se
quemó de nuevo. Se lo dije al supervisor hace tres días, pero nadie aquí
arregla nada.
Algo en la esquina del vestíbulo se mueve. Salto y giro alrededor,
casi dejando caer mis llaves, pero la figura levanta la cabeza y se apresura
a levantarse.
No estoy segura si es mejor o peor de lo que pensaba que sería. Es
Emmanuel. Lleva una chaqueta de cuero vieja sobre una camiseta metida
sin cuidado en sus pantalones vaqueros, y su cabello todavía está un
poco húmedo por la lluvia.
—'Annah —dice, pero no se atreve a dar un paso más,
probablemente, al ver mi reacción. Debo tener una mirada de absoluto
terror.
—Esto fue tan tonto —dice entre dientes—. Calisse. Lo siento, fue
una mala idea. Me iré. —Mira a su alrededor el húmedo y oscuro
vestíbulo—. ¿Siempre es así? La puerta de entrada ni siquiera estaba
cerrada y el interruptor de la luz no funciona. ¿Estás segura aquí?
Sólo puedo bostezar.
—Aparentemente no.
Se ve angustiado.
—Mierda. Sé cómo se ve, pero tenía que hablar contigo…
—Tengo una clase contigo el lunes —señalo con toda la frialdad que
puedo reunir.
—Antes de eso. Y fuera de clase.
—¿Así que tu solución fue espiarme en dónde vivo?
—'Annah…
—¿Ves? Por esa razón, no quería que me trajeras a mi puerta.
—Lo sé —repite—. Es inaceptable.
101
—Creo que hemos establecido eso ya —digo—. ¿Por qué estás aquí?
—No tengo tu número de teléfono. Sólo tengo tu correo electrónico
de la universidad y supuse que lo verías tan a menudo como yo hago con
el mío. Y necesitaba verte.
Sus palabras cuelgan entre nosotros en el aire viciado.
—¿Has decidido ser ese tipo después de todo? —Lamento el
comentario tan pronto como sale de mis labios.
—¿Qué?
Al principio creo lo olvida. Pero luego pasa las manos por el cabello.
—No lo sé —dice. La cruda honestidad en su voz hace que mi
corazón se apriete—. Quizás lo sea. ¿Soy ese tipo? ¿Es así como me ves?
Porque si es así, voy a irme en este momento y no voy a volver.
Lo miro durante mucho, mucho tiempo. En el filtro de la débil luz
de la farola exterior, las sombras se esconden debajo de sus ojos.
—No deberías haber venido aquí en primer lugar.
No dice nada y baja la cabeza por lo que la sombra se arrastra por
toda su rostro. Sólo puedo ver el contorno de su mandíbula, pintada de
azul por la luz de la farola.
—¿Quieres que me vaya?
Y me doy cuenta que no puedo responder a eso, no sin mentirle a él
y a mí misma. No es que tenga un problema con las mentiras. Pero
instintivamente sé que es una de esas veces, aquellas raras ocasiones en
que una mentira regiamente joderá las cosas. Juras por la Santa Biblia
decir la verdad y nada más que la verdad.
Excepto que no hay nada remotamente santo en ello.
—Acabo de volver del trabajo —digo—. Estoy agotada. Necesito
bañarme. Y luego me gustaría dormir.
Suspira suavemente, luego comienza a girar y sé que está a punto
de abrir la puerta y salir.
—Si sólo me esperas —digo abruptamente, antes de que pueda
pensar correctamente—. Durante veinte minutos. Voy a ducharme y a
cambiarme. Y luego podremos hablar.
Un temblor pasa a través de él, pero rápidamente lo suprime.
—Hay una ducha en mi casa —dice.
—Guau. Eso es un poco presuntuoso.
—Ya la utilizaste. Y ya te has acostado ahí. 102
—¿Quién dice que dormiré de nuevo ahí?
—Si no es así, puedo traerte de vuelta.
—¿Justo ahora?
—Bebí como cinco RedBulls —admite. Deja escapar una pequeña
risa avergonzada—. Estoy estacionado en la esquina.
Cada célula de mi cuerpo sabe que esta no es una buena idea.
Debería decirle que se vaya. Y mañana, cuando esté lo suficiente
descansada como para tomar decisiones racionales, podremos hablar de
lo que sea que quiere hablar. Pero el problema es, que verlo aquí me
despertó mejor que cinco RedBulls o toda la coca que mis compañeras de
trabajo tuvieron esta pasada noche. Mi corazón está feliz zumbando, mi
cabeza se siente ligera como un globo. Estoy tan despierta que es como
si pudiera ver en HD.
Así que nos vamos. El trayecto dura menos tiempo de lo que pensé.
No hay tráfico, viajamos de una luz a la siguiente y todas parecen ponerse
de color verde en el segundo en que nos acercamos. En menos de veinte
minutos estamos en el edificio. Lo sigo al vestíbulo, impecablemente
limpio y bien iluminado en contraste con el mío, y el ascensor nos
traslada hasta el noveno piso.
Por ahora estoy seriamente dividida entre la emoción y el pesar. Mis
palmas sudan y tengo que limpiarlas en mis pantalones; en el espejo del
ascensor, me veo a mí misma, con máscara de ojos de mapache y cómico
lápiz labial rojo manchado en la esquina de mi boca como si alguien me
hubiera dado un puñetazo, con el cabello arreglado para ser plano y
enredado al mismo tiempo. Consciente de mí misma, me limpio
discretamente debajo de los ojos.
—Realmente necesito ducharme. Huelo como un desinfectante para
manos y spray para cuerpo —digo. Él se ríe.
—¿El de vainilla? Ey, me gustó el spray corporal.
Eso estaba destinado a hacer que me sintiera mejor, pero en su lugar
me ahogo mientras mi mente revolotea de nuevo a esa primera vez que
nos encontramos. Él se da cuenta de su error y se aclara la garganta—.
Tengo toallas limpias y una bata que puedes utilizar.
Sí, pienso. Por supuesto que sí. Y su jabón de lavanda natural y
toallas que se sienten como nubes tejidas. Y probablemente sales en citas
con el tipo de mujeres que usan perfume Chanel y no vainilla.
Avergonzada, entro al baño en el segundo que me permite pasar por
la puerta. Finalmente encerrada, me desvisto y contemplo mi reflejo. Mi 103
sostén dejó una marca roja. Mis nervios son como un paisaje de ciencia
ficción. Hay una pequeña cortada de rastrillo en mi muslo.
Me pregunto qué encuentra en todo esto. Creo que ya he arreglado
en aplastar por completo toda la fantasía-de mujer perfecta cuando me
desmayé en su auto, así que ¿qué quiere de mí?
También trato de imaginar cómo se verá desnudo. Tal vez hay algo
mal con él. Como que su pene hace algo raro o se curva o tiene una
espalda peluda o algo así.
Al mismo tiempo, sé que es mentira. Sólo un truco mental para
sentirme bien acerca de esto. Igual que la cosa con imaginar a la
audiencia en ropa interior (que no funciona muy bien cuando estás
completamente desnuda en el escenario).
Y no voy a tener sexo con él esta noche. O tal vez nunca. Excepto
que estoy desnuda en su cuarto de baño y no puedo evitar la sensación
de que estoy duchándome para él, como una virgen subastada en un
matrimonio en la Edad Media.
No estoy construyendo una acusación fuerte. Soy yo.
La ducha es muy caliente y estoy debajo de ella por lo que se siente
como una hora, disfrutando de la corriente de tono perfecta que da
masajes sin ser demasiado, justo con la presión adecuada, y el hecho de
que el agua caliente nunca parece agotarse. Mi propio tanque de agua
caliente está ahí en el baño, detrás de un panel de madera pelado, y
contiene sólo lo suficiente para que cualquiera se lave el cabello o se afeite
las piernas, pero nunca ambos.
Excelente. Ahora ¿estoy a punto de acostarme con alguien porque
tiene una ducha más agradable?
Alejo el pensamiento mientras me pongo champú y sigo con el
acondicionador. Cualquier hombre que posea esta cantidad de productos
simplemente no puede ser una buena noticia.
En el momento en que estoy terminado de fregarme con suave jabón
de aceite de oliva para cuerpo, el cuarto de baño se ha llenado con tanto
vapor que apenas puedo ver. Un ventilador se apaga con un suave
zumbido mientras voy de puntillas a través del suelo caliente y aprieto la
oreja a la puerta. Cuando no puedo escuchar un solo sonido, la abro solo
un poco y miro hacia el pasillo.
Está oscuro, a excepción de una lámpara encendida en algún lugar
de la sala de estar, fuera de la vista. El departamento está soñoliento y
callado. Me envuelvo en una de las batas (larga, hechas de la misma tela
que una nube suave como las toallas, como en un spa de lujo) y salgo del
baño. Mis pies descalzos suenan en el suelo. Estoy empezando a sentirme 104
como una virgen de nuevo. Medio esperaba encontrarlo estirado sobre su
lado, acariciando la cama junto a él.
En cambio, está completamente vestido, apoyado en el borde del sofá
de la sala y está inclinado sobre su portátil. La pantalla proyecta un
resplandor frío sobre sus facciones, lo que lo hace ver como una especie
de ángel o santo.
Levanta la vista cuando me oye.
—¿Te sientes mejor?
Asiento. Y luego acaricia el asiento de al lado y un poco de risa
maníaca se escapa de mí.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada.
Voy unirme a él en el sofá. El cuero chirria suavemente bajo mi peso.
—Querías hablar. —Lo apuro. Él cierra el portátil y mueve sus
párpados sobre sus ojos por un momento, como si estuviera
preparándose.
—Sí. Sabes que nada serio puede ocurrir alguna vez entre nosotros,
¿verdad?
Trago.
—Un infierno en un discurso de apertura.
Se mueve incómodamente, luego se sienta con la espalda recta. Sus
manos agarran el sofá cerca de sus muslos y su mirada atrapa la mía y
la mantiene como un imán.
—No puedo estar lejos de ti.
Es tan franco y crudo, que no supe cómo reaccionar. Me río con
nerviosismo.
—Eso es mucho mejor.
—No es coqueteo, Hannah. No son grandes palabras para llegar
entre tus piernas. Quiero decirlo y es por eso que estoy tratando de ser
lo más honesto posible. Debido a que ambas cosas que acabo de decir
son verdaderas.
Me muevo incómoda.
—Esto no puede ir a ninguna parte seria, por las razones que ya te
dije antes…
—¿Qué te hace pensar que quiero que esto sea serio? ¿Pensar que
105
quiero algo de ti?
—No. Sólo quiero ponerlo ahí, para que sepas en lo que te estás
metiendo. Y para que puedas decidir si deseas entrar en primer lugar.
Porque no voy a mentir y decir lo que quieres oír para conseguir algo de
ti y decepcionarte.
Cuando más nervioso se pone, noto que su acento francés se hace
más pronunciado e incluso comete un error aquí y allá. Se frota los ojos.
—No puedo estar lejos de ti. Eres hermosa, tienes una energía
increíble, como un aura que sólo he visto en un puñado de personas en
mi vida, y… —Se calla y suspira—. Dios, qué estoy haciendo. Debes oírlo
cien veces cada noche.
Me río.
—Sí. Ojalá te hubiera conocido en otro lugar.
Él no dice nada.
—Excepto que en tu caso de hecho es la verdad. —No es una
pregunta.
—No importa lo que sea en mi caso —dice en voz baja. Se inclina y
su mano queda a centímetros de la mía, descansando ligeramente en el
asiento de cuero junto a la parte exterior de mi muslo. Aguanto la
respiración—. La pregunta es para ti. ¿Deseas haberme conocido en otro
lugar?
¿Lo deseo? Mi respiración se corta y me emociono, impactándome
por su pregunta. Mis cejas pican y las lágrimas llegan a mis ojos. No hay
nada, absolutamente nada en el mundo que deseé más.
—Así que lo que quería preguntarte es, ¿puedes manejar el futuro,
sin saber dónde va a terminar? No hay expectativas, no hay promesas.
Como dijiste. Dos adultos que saben lo que quieren.
Su mano se detiene a menos de un centímetro de la mía. Siento el
calor que emana de su piel. Pero no me toca, ni siquiera acaricia la parte
exterior de mi dedo meñique. Eso sería manipulación, persuasión,
seducción. Debería saberlo. Lo hago cien veces cada noche.
Pero sus palabras me tiran por completo. No sé si debería
levantarme y cerrar la puerta o estar feliz, estar halagada de que piense
en mí como un adulto responsable que se hace cargo de sus deseos. Es
el tipo de persona por el que siempre me tomaría tantas molestias, sin
importar el costo, incluso cuando me pusiera incómoda o francamente
me hiciera miserable. Jugando a Jessa cuando en el fondo soy 106
Shoshanna.
Pero aquí no hay nadie, no hay teléfonos con cámara, ni Facebook
ni clics de aspirantes a reinas del baile leyendo mi estado y aprobándome.
Nadie mostrándose, sólo nosotros. En la oscuridad. Y cuando el empuje
llegue, ¿es ese el tipo de persona que podría ser? ¿El tipo de persona qué
quiero ser?
Estoy tan acostumbrada a ser el centro de atención de la secundaria,
calculando todas mis acciones y palabras para complacer. Y ahora, a
puerta cerrada, no tengo ni idea de lo que realmente quiero.
Bueno, casi ni idea.
Lo que quiero está sentado en el sofá junto a mí.
Y está diciendo que no quiere salir conmigo, por esto y por lo otro; y
al final las razones no importan, sólo importa el resultado.
Y, como una niña pequeña y débil que no puede resistir el caramelo
que con la navaja oculta en el interior, me estiro hacia él.
a bata es un charco blanco como la nieve en el suelo junto al
sofá, al lado del charco oscuro más pequeño de su camiseta.
Debajo de la camisa, él está en forma, no como un hombre
que levanta pesas todo el día, sino fibroso y musculoso. Miro hacia abajo
a la superficie plana de su vientre, ese rastro de vellos suaves corriendo
y desapareciendo en su cinturón. Es hermoso. No como me lo imaginaba,
no tenía mucho con quien compararlo de todos modos, pero es mucho
mejor. No tiene esa suave piel de adolescente sin vello, como ciertas
personas. Y tiene ese aire de fuerza; sus músculos ondulan un poco bajo
su piel con cada movimiento.
Puedo sentir su mirada en mí, yendo desde las contusiones frescas 107
en mis rodillas a la cicatriz de mi niñez en el muslo, mi ombligo, los
huesos de mi cadera, costillas, mis pequeños pechos, las hebras de
cabello mojado pegados a mi clavícula. Me ha visto antes, me recuerdo a
mí misma, de cerca y en detalle. Pensé que sería más fácil, pero no es así.
Sus manos siguen sus ojos, y sus labios no se quedan atrás. Me
subo a horcajadas sobre él y sus besos viajan por mi cuello, al hueco en
la base de mi garganta, a la línea entre mis pechos. Me muevo encima de
él y me doy cuenta de que está duro, el contorno de su pene presiona la
parte inferior de mi muslo. Me hace temblar un poco, o tal vez es sólo
todo lo que sus manos y su boca están haciendo y todas mis
terminaciones nerviosas cantan una sinfonía caótica.
Sin embargo, todo el tiempo, mi cabeza se siente vaporosa, como un
globo tratando de elevarse hacia el techo sólo para ser jalado de nuevo
una y otra vez por el niño cruel al final del hilo. Se supone que debo
perderme, hundirme en él, volverme inconscientes de cualquier cosa
menos de lo que estamos haciendo, ¿no es cómo sucede en todos los libros
obscenos? Me libero de todo como una vieja piel cansada, de todas mis
experiencias y de los problemas de bloqueos pasados y de las
inseguridades y de las dudas, y me vuelvo un charco caliente de placer.
Estar excitada se supone que limpia mi cerebro hasta que no hay más
para quemar, excepto deseo insaciable.
Pero en cambio parezco desarrollar siete sentidos adicionales. Veo,
oigo y siento cada crujido de cuero, cada roce, el débil zumbido de la
electrónica en el fondo. Veo cada pequeño canto de sus labios, cada
pequeño rastrojo a lo largo de su pómulo. Estoy excitada, probablemente
más de lo que he estado, pero cuanto más excitada me vuelvo, más me
doy cuenta de que estoy aterrada.
Pasa la lengua por el borde de mi pecho derecho y lame mi pezón
suavemente. Por puro instinto, me aparto y me sacudo un poco cuando
me doy cuenta de lo que estoy haciendo. El calor se derrama bajo mi piel
y pido que no se dé cuenta.
Pero lo hace. Mira hacia arriba; sus ojos son pesados bajo sus
párpados, pero la astucia de costumbre se remonta a ellos cuando su
mirada se encuentra con la mía.
—¿Estás bien?
—Sí —digo, con voz entrecortada.
Me tira hacia abajo, su mano sosteniendo la parte posterior de mi
cabeza, y me da un beso en la boca. Me permito relajar, fundiéndome en
sus labios. 108
—Si no quieres hacer esto…
—Lo quiero —aseguro—. Lo hago.
Sus manos descansan en la parte baja de mi espalda mientras me
muevo de ida y vuelta. Los vaqueros frotan mi muslo en crudo, por lo que
llego hasta ellos y los desabrocho, deslizando la cremallera hacia abajo.
Me tiemblan las manos un poco. Él las atrapa en el aire y las acuna entre
sus manos.
—Espera un minuto —susurra. No lo entiendo hasta que me toma
por la cintura, suave pero firme y fuerte, y me levanta de encima,
depositándome sobre el sofá. Se levanta y desaparece en la habitación
por un momento antes volver a salir con un conocido envoltorio de papel
dorado en la mano.
Así, sin un tira y afloja como: “No empezaste ya a tomar pastillas”; o
“No puedo sentir nada con esa cosa estúpida, ¿no me amas?”. Es tan
simple. Así es como los adultos lo hacen.
Mi corazón se queda atascado en algún lugar a medio de su camino
a mi garganta.
Emmanuel se acomoda a mi lado, el condón entre nosotros en el
sofá.
—Ni siquiera te lo pregunté. ¿Prefieres ir a la cama?
—Yo... estoy bien.
No estoy bien.
Acaricia mi cuello, empujando con cuidado el cabello húmedo fuera
del camino y me besa detrás de la oreja. Pequeñas sacudidas de
sensaciones viajan arriba y abajo de mi espina, pero cuando tira de mí
cerca de nuevo, el pánico me inunda, dominando cualquier otra cosa que
pueda estar sintiendo. Me inunda, la tensión bloquea la seguridad de mis
muslos. Miro hacia abajo a ellos, tan pálidos y vulnerables, y sólo mucho
más gruesos que sus brazos. Trato de imaginarlo entre ellos, conduciendo
su pene revestido de condón dentro de mí. La emoción y la guerra de
terror puro se adentran en mí, incluso cuando mis manos bajan a sus
pantalones vaqueros. Estiro mi palma y la dejo sobre su pene, grueso,
suave y caliente al tacto.
Es más grande que mi primera vez, y más grande que cualquiera de
los pocos chicos con lo que he andado. Se siente más duro también, de
acero bajo una fina capa de seda.
Mi corazón empieza a martillar contra mi esternón. Mi boca se seca.
Emmanuel se queja en voz baja. Sus párpados se cierran y su rostro 109
se relaja, su cabeza se apoya en el respaldo del sofá con felicidad.
¿Por qué no puede nunca ser tan fácil para mí? Alguien pone su mano
en mis pantalones y estoy a mitad de camino. Trago, mi mirada alarmada
no deja su rostro, en busca de todos sus cambios de expresión.
No sé si todavía estoy de acuerdo con esto.
Tal vez porque lo he superado en mi mente, ya sea que lo admita o
no. Tuve mi idea de cómo sería tener sexo con Emmanuel y
probablemente tuvo tanto que ver con la realidad como cualquiera de las
novelas obscenas, igual que había sido con las de antes de él. Incluso con
mi primero, cuando no esperaba nada porque no tenía ningún marco de
referencia. Y cada uno después de eso. Una vez que se ponen duros, una
vez que los dejo más allá de cierto punto, sacan a un Sr. Hyde. El chico
que pensé que era se va, y esta nueva persona, esta persona de una sola
opción, de una sola mirada, de una sola idea, empujarían mi cabeza hacia
abajo sobre su pene para que le diera una mamada, mientras yo intento
alejarme y tiene que agarrar mi cabello. O él mismo se metería dentro de
mí al segundo que el condón estuviera puesto en él, gruñendo hacia un
orgasmo de dos minutos y luego dándose la vuelta, contento, dejándome
con una masa pegajosa de lubricante entre mis muslos y una sensación
de ardor leve que muestra eso. O me preguntaría si podría pegarme en el
trasero, y cuando le dijera que no me diría que qué malo porque mi vagina
está tan floja.
No pasó mucho tiempo para averiguar que eran todos o la
abrumadora mayoría. La única cosa que siempre variaba era la rareza y
la tosquedad de las solicitudes. Y su tamaño de pene.
A pesar de que Emmanuel me tira más cerca, me doy cuenta de que
no puedo soportarlo. No puedo soportar que mi ilusión se haga añicos
así. No quiero que se convierta en otra persona una vez que el condón
esté puesto. Sería demasiado, la única decepción que pondría fin a lo que
queda de mi inocencia.
Y preferiría simplemente levantarme y alejarme.
Él se quita el pantalón, arrojándolo a un lado. Es realmente
hermoso. Su pene es grueso y recto, de un rosado grisáceo. El vello
oscuro por encima de él está perfectamente recortado y sus piernas son
fuertes y en forma mientras se estira y se sienta hasta llegar a la
envoltura del condón.
Mis muslos se abren en el sofá, lo veo ponérselo suavemente. Espero
no mostrar lo mucho que estoy temblando. 110
Sus manos se acomodan en la parte superior de mis muslos,
guiándolos para que se abran más mientras baja a sí mismo.
—¿Hannah?
Mi cabeza se mueve bruscamente hacia arriba como si estuviera
simplemente despertado de la hipnosis.
Emmanuel mira hacia mí, la preocupación está en sus ojos.
—¿Estás segura de que estás bien?
Fuerzo una sonrisa que estoy segura es la sonrisa más falsa que he
mostrado nunca.
—Sí. Estoy bien, es sólo que…
Respiro, incapaz de pronunciar otra palabra o voy a empezar a
sollozar.
—Mira, está bien, no tenemos que hacer nada que no quieras.
Suena como que siente lástima por mí. Mi corazón se aprieta de
vergüenza, de orgullo herido y de un montón de otras cosas para las que
no tengo ni siquiera palabras.
—No es eso —digo—. Quiero hacer esto.
Su mirada se vuelve dudosa, después alarmada.
—Espera. Por favor, dime que no estás…
—¡No! —digo abruptamente—. No. Por supuesto que no. —Me río
con nerviosismo como si fuera la cosa más ridícula que hubiera oído en
mi vida. No sé cómo decirle que nunca he estado con un hombre antes.
Por lo general, cuando le dices eso a un chico, él sólo dice algo arrogante
como nunca he tenido una novia que no pudiera hacer venir, y entonces
tienes que fingir un orgasmo o se enojará y te dirá que eres un
anormalidad. Ah, y también puede decir siempre cuando una chica está
fingiendo. Cuando te vienes tus músculos se hacen un nudo y no puedes
fingir eso, bla, bla, bla.
—Está bien si tú lo estás —señala Emmanuel—. No estoy asustado
por eso.
—Sí —resoplo—. Una virgen desnudista. ¿Qué es esto, una
telenovela cristiana?
No sonríe.
—Bueno, no sé lo que es, pero no pareces cómoda.
111
Mi rostro está en llamas. Aparto la mirada, de repente híper alerta
de que estoy desnuda. La piel de gallina llega hasta mis brazos; me abrazo
a mí misma y saco mis piernas del sofá. No puedo soportar mirar hacia
él, por lo que sólo oigo su suspiro y un roce de ropa mientras jala de sus
pantalones vaqueros de nuevo. Se sienta a mi lado y lanza la bata sobre
mis hombros.
—¿Fue algo que hice? —pregunta en voz baja. Deja su mano entre
mis omóplatos y puedo sentir su calor, incluso a través de la tela
esponjosa. Niego.
—Hannah... ya te dije, que no voy a mentir sobre que quiero entrar
en tus pantalones. Es lo que es. Y si eso no funciona para ti, está bien.
Tal vez deberíamos detenernos justo aquí.
Levanto la cabeza. Mi boca se retuerce como si estuviera a punto de
llorar a todo pulmón, así que bajo la frente de nuevo a mis rodillas.
—Eso no es. Por supuesto que quiero hacerlo. Eres… —mi voz se
quiebra un poco, pero sigo de todos modos—. eres hermoso. Y dulce.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—No quiero que termines como los otros. —Mi voz es tan suave que
es como que estoy diciendo eso para mí y no para él. Ni siquiera estoy
segura de que me oyó.
Siento que se mueve más cerca de mí, y sus brazos circulan mis
hombros, ligero pero tranquilizador.
—Oye, ¿quieres irte a dormir? Toma la cama, yo me quedaré en el
sofá.
—No, yo…
—Estás cansada. Son las cinco de la mañana, descansa. Ya
hablaremos de esto mañana, ¿de acuerdo?
Me estiro por su mano en una débil protesta. Él niega.
—Está bien, está bien, o no en absoluto. Todo está bien.
Trago, sintiéndome como el mayor fracaso del mundo. No estoy
cansada, quiero decir, excepto que lo estoy, sólo que no siento el familiar
vacío en mis huesos bajo el zumbido de adrenalina. Estoy agotada y al
mismo tiempo llena de energía. Y no me siento aliviada cuando toma su
camisa del suelo, en lo más mínimo. Quiero detenerlo, pero no sé cómo.
Estoy llena de pesar. Tenía la cosa más bella del mundo allí mismo,
ofrecida a mí, y dejé que se escapara.
Y ahora probablemente no tendré otra oportunidad. Él no es ese tipo 112
de persona, y de cualquier manera, una chica débil y quejumbrosa que
ni siquiera sabe lo que quiere no es exactamente excitante.
Emmanuel no espera mi respuesta. Me levanta a como una niña
pequeña y me lleva a la otra habitación. Está oscuro, las cortinas están
corridas. La única luz proviene de la pequeña luz verde del cargador del
portátil sobre el escritorio.
Me baja a la cama. Las sábanas son gruesas y suaves; me hundo en
ellas al instante, a gusto y cómoda. Antes de que lo sepa una manta se
asienta sobre mí como una nube. Me asomo de debajo de ella para ver la
silueta de Emmanuel al lado de la cama.
—¿Y tú? —susurro.
—Voy a dormir en el sofá. No te preocupes por mí.
—Lo siento mucho.
—No lo hagas. —Su tono es cuidadosamente neutral, con demasiada
atención. Debajo, juro que escucho una nota que es difícil de describir.
No es ira o decepción como esperaría. Es tristeza.
—Ve a dormir, Hannah, ¿de acuerdo? Voy a apagar la alarma para
que puedas dormir.
Con un crujido, empieza a levantarme. Un segundo más y estará
fuera de la puerta, fuera de mi alcance.
Me apoyo en el codo, estiro la mano y tomo la suya.
—No te vayas. Duerme aquí. Conmigo.
Hace una pausa y mira por encima del hombro; está demasiado
oscuro para ver su rostro.
—¿Estás segura?
—Si no es raro, quiero decir.
—No —dice después de un momento—. No es raro.
Escucho el susurro de la ropa mientras se desnuda, después el
colchón se inclina muy ligeramente cuando se mete bajo la manta al otro
lado. El calor que sale de él es como un horno. Su brazo acaricia mi
hombro, su mano encuentra la mía, entrelazando nuestros dedos. Me
pregunto si está completamente desnudo. Mis dedos se arrastran hacia
abajo ligeramente a su antebrazo, en su plano, tenso vientre hasta que
llegan a la cinturilla de sus calzoncillos.
Un ligero escalofrío lo atraviesa.
—Hannah.
—Lo siento.
113
Se da la vuelta y me abraza. Es tan inesperado que por un momento
estoy perdida. Lanza su brazo alrededor de mí y me tira estrecho como si
fuera un oso de peluche, una pierna por encima de la mía, cariñoso y de
propiedad exclusiva, al mismo tiempo, en el buen sentido. Da un suspiro
feliz.
—¿Cómoda?
—Mucho.
Giro la cabeza y pongo mis labios en su sien. Sus ojos se abren.
—No vas a dejarme dormir, ¿verdad? —susurra.
No, no lo haré.
Mis manos lo exploran, se deslizan bajo la cintura de su ropa
interior. Sus caderas están presionadas en las mías y está duro de nuevo,
con nada más que la delgada capa de tela que nos separa. Sus besos
comienzan en mi hombro y bajan, más allá de mi clavícula, por mi pecho
sobre mi estómago. Con una brusca inhalación, va a mi ombligo, pero de
nuevo, se mueve para ponerse de rodillas entre mis piernas. Yo tiro de la
manta y el aire fresco llega a mi piel recalentada.
Los labios hacen una pausa en mi hueso de cadera. Él mordisquea
un poco, haciéndome temblar, y aprieto los muslos abajo en las sábanas
de seda.
Cuando me doy cuenta de lo que va a hacer, quiero protestar, pero
mi voz parece haberse desmaterializado. Sus labios rozan los toques de
rastrojos que sólo me afeité ayer por la mañana, y mis muslos chocan de
vergüenza-excepto que no creo que le importe. Él empieza a lamer,
suavemente al principio, con tiernos movimiento de lengua como un
murmullo de gato, después más profundo, más duro. Me incorporo,
apoyándome en los codos, y lo observo, con la cabeza entre mis piernas,
los músculos de su espalda ondulan mientras se empuja a sí mismo.
Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida. Y parece que
realmente le gusta. Sus ojos están cerrados con concentración hasta que
levanta la vista, sólo momentáneamente, y bloquea su mirada con la mía.
Lentamente, pasa la lengua arriba y abajo. Y de nuevo. Y de nuevo.
Y es bueno, fantástico, increíblemente bueno. Bajo sobre las
sábanas y tiro hacia atrás mi cabeza, centrándome en la sensación de
calor extendiéndose a través de mi núcleo. Igual que lo que sentí en el
auto, igual que lo que sentí cuando nos estábamos besando, cuando me
tocó. Promesa cumplida.
Y cuando desliza sus dedos dentro de mí y empieza a moverlos, no 114
puedo aguantar más. Grito y aprieto mis muslos alrededor de su cabeza
como un tornillo de banco.
Cuando abro los ojos, mi corazón está martillando, estoy más
excitada que después de cinco expresos y Emmanuel se inclina sobre mí,
modestamente limpiando las comisuras de su boca con la mirada de un
gato satisfecho.
Se da la vuelta en la cama a mi lado, estirando los brazos sobre su
cabeza.
—¿Eso estuvo bien?
No contesto. Nunca pensé que un chico en realidad quisiera ir allí
abajo, no sólo porque se lo pedí o a cambio de algo que quería que hiciera
con él.
Sin decir una palabra, me subo encima de él a horcajadas. Le beso
el cuello y los labios, que todavía tienen un sabor ligeramente como a mí,
pero no es bruto sino todo fresco, como el agua de mar y algo fresco y
picante.
Se sienta, hurgando en el cajón junto a la cama y abriendo otra
envoltura dorada. Antes de que sepa me da la vuelta en la cama, y esta
vez soy yo la que toma su pene y lo lleva dentro.
Es fácil. Es suave y ni siquiera hago una mueca de dolor y se siente
bien, pone en marcha los ecos persistentes de la anterior, después sigue
y no retrocede. Envuelvo mis piernas alrededor de él, disfrutando de su
peso, de la sensación de sus músculos ondeando con cada golpe. Él
apoya la frente en mi hombro, entierra su rostro en mi cabello y hace
pequeños suaves gemidos de placer que me gustaría poder embotellar,
que se graban en mi mente para siempre. Cuando se queja y se estremece
retrocedo, tirándolo más estrecho y profundo con mis brazos y piernas,
aferrándome a él como si quisiera absorberlo todo, como si mi vida
dependiera de ello.
Nos quedamos ahí en la dicha del agotamiento. Su lado se eleva y
cae rápidamente a medida que acaricia mi cuello.
Echo la pierna por encima de él y disfruto de la calidez.
Siento como si hubiera encontrado algo que pensé que sólo existía
en los cuentos de hadas, como un unicornio o un pájaro de fuego. Como
que tal vez no hubiera nada de malo en mí por no sentir las cosas que
todo el mundo me dijo que tenía que sentir. Como si no estuviera
defectuosa o rota después de todo.
No me doy cuenta de que quedé dormida hasta que floto, el tiempo
suficiente para verlo sentado junto a mí, con el rostro sereno a la débil 115
luz de su MacBook mientras se mueve a través de un sitio de noticias.
—¿Estás bien? —murmuro, rodando.
—Sí. Todavía no estoy cansado. No te preocupes, duerme.
Y lo hago. Me siento caliente y segura. Vigilada.
P
asamos el domingo juntos, entrando y saliendo de la cama
hasta las cinco de la tarde. Luego, una vez que los dos
estuvimos cansados e irritados e incapaces de reunir la
energía para otra ronda, nos vestimos y condujimos al centro para cenar.
Estoy usando la misma ropa desde hace dos días, no tengo una pizca de
maquillaje en mi cara y mi cabello ha manchado de tinte todo el lugar
por dormir con él mojado. Lo último para lo que estoy vestida es para un
lugar lujoso, pero a Emmanuel no parece importarle. Vamos a un lugar
de sushi donde tienes que quitarte los zapatos en la puerta y sentarte en
tatamis en una pequeña cabina con una muralla de pantallas de bambú.
Él ordena sake que se siente como seda en mi lengua y miles de pequeños 116
platos de cerámica cuadrados apilados con sushi y sashimi. No puedo
evitar reír por las almejas gigantes a pesar de que la camarera nos da
miradas extrañas.
Él toma la pequeña taza de cerámica y yo bebo un trago de sake.
—Cuidado —dice Emmanuel con una sonrisa—. Tiene más alcohol
que el vino.
—No tienes que emborracharme —digo, agitando mis pestañas hacia
él por encima del borde de la copa—. Iré a casa contigo de todos modos.
Él pretende aventar un pedazo de sashimi de salmón hacia mí con
sus palillos. Me río y me agacho.
—¿Nunca habías bebido sake antes?
Niego.
—No señor. Definitivamente nunca he bebido sake antes. —Estoy
sonriendo de oreja a oreja a pesar de mí misma.
—¿Y cómo lo encuentras?
Tomo otro sorbo, chasqueando mis labios.
—Es suave. Y engañosamente dulce. Creo que lo tomaré de nuevo
en un futuro.
—Bien. Porque planeo ofrecerte mucho más sake en el futuro.
Se desliza detrás de la mesa baja junto a mí y me da de comer un
pedazo de sashimi con sus palillos. Es tan tierno que se deshace en mi
lengua.
125
rácticamente corro la distancia de la parada del metro a mi
edificio de apartamentos, y subo más de tres escalones a la
vez a la segunda planta. Me gustaría tener su número, así le
enviaría un texto. Pero de alguna manera, probó mi vagina, pero nunca
se nos ocurrió a ninguno de los dos intercambiar números de teléfono.
Me precipito a mi ordenador, la enciendo con mi pie, mientras tarda
una eternidad en arrancar, y uso el correo electrónico con la misma
dirección que usa para enviar anuncios de clase. Espero que lo
compruebe de vez en cuando.
Peleando contra el impulso de volver a cargar la página inútilmente, 126
recorro el loft, dándole una patada a una bolsa de reciclaje que nunca
logré llevar al basurero de la planta baja.
Segundos más tarde, mi computadora suena. Giro y veo: el mensaje
de la parte superior es de Emmanuel, y es cortante.
Llámame. Y debajo de él, un número. Mi corazón salta y busco
torpemente mi teléfono, metiendo el número tres veces hasta que lo hago
bien.
Él responde a la primera llamada.
—Hannah.
—Sí. Yo… volví al laboratorio, Audrey, ella…
—Lo escuché. Está bien. Deja de volverte loca.
¿Eso es todo? Es todo lo que tiene que decirme, que deje de volverme
loca. He pasado la última hora estúpidamente preocupada. Sólo puedo
sentir el amor.
—No puede haber sabido que yo estaba en el cuarto oscuro. Podría
haber sido otra persona totalmente, por lo que a ustedes dos concierne.
—Pero…
—Lo sé —dice sombríamente—. No se ve bien. Y estuvo demasiado
cerca.
En serio.
Su suspiro es una onda de estática en mi oído.
—Es mi culpa, Hannah. Estabas en lo cierto, y debería haber
escuchado. Fue demasiado arriesgado. Dos minutos antes o después, y
no habríamos sido tan afortunados.
No digo nada, mirando al vacío con ojos desenfocados.
—¿Hannah? —Me apura.
—Estaba pensando —digo—. ¿Es esto lo que se necesitaba para
obtener tu número de teléfono? ¿Casi ser atrapados por Audrey?
Él empieza a decir algo, pero cambia de opinión.
—Mira, nos encontraremos en otro lugar de ahora en adelante. Mi
casa, tu casa...
—Todo esto es tan jodido.
—Lo sé —repite. La irritación crepita en su voz, y no sé si está
enojado con Audrey o conmigo o consigo mismo o con toda la situación.
Deseo desesperadamente verlo ahora, para poder leer sus señales.
127
Lo que no me atrevo a decir, o incluso a pensar sin querer llorar, es
que, no estoy segura de si quiero seguir. Así no.
Tal vez puede decirlo con algún tipo de sexto sentido.
—¿Quieres que vaya?
—No. —Eso es verdad.
—Hannah, lo siento mucho. Esta fue una situación de mierda y no
me gusta haberte puesto en esa posición.
—Bueno, no hay otra alternativa —Cierro—. Está aquí. No podemos
ni siquiera salir a caminar o pasar por un lugar de helados sin correr el
riesgo de encontrarnos con alguien.
—Fue sólo una vez —dice—. Estás siendo paranoica. Lo entiendo,
fue tonto hacer eso en la escuela, pero…
—¿Paranoica? No, tú estás siendo descuidado. Está claro que no es
un gran riesgo, pero es un riesgo. Y mientras esté allí, no me puedo
relajar. Claro, podrías venir a recogerme, llevarme a tu casa y quedarnos
en la cama durante toda la tarde. Si ese es el tipo de cosas que estamos
teniendo.
Él se queda en silencio durante mucho, mucho tiempo.
Susurro su nombre en el teléfono.
—Estoy aquí —dice con voz ronca—. Estoy pensando. —Da un
suspiro—. Todo esto es tan complicado. Quisiera que las cosas
simplemente pudieran ser simples, ¿sabes?
No, no lo sé.
—Hey, así es esto. Hay un fin de semana largo viniendo, Action de
Grace, ustedes lo llaman, oh sí, Acción de Gracias. Si quieres, te llevo a
algún lugar.
—¿A algún lugar?
—A algún lugar donde podamos pasear por las calles y beber vino
en una terraza y rodar en la cama todo el día, o lo que queramos, no
necesariamente en ese orden. Con nadie que nos reconozca o nos espíe.
¿Te gustaría eso?
—Yo... —Mi respiración se corta y es un esfuerzo hablar. Estoy
contenta de que esté en el otro extremo del teléfono y no me pueda ver,
porque mis ojos se nublan—. Me encantaría eso.
—Excelente. —Puedo oír la sonrisa en su voz. Sólo puedo imaginarlo,
las comisuras de sus labios sutilmente levantadas, con los ojos
somnolientos. 128
—¿Dónde?
—Ya lo verás. Es una sorpresa.
145
asamos el día explorando la ciudad. Por la mañana, fuimos a
la cafetería de la planta baja por expresos y cruasanes; Llevo
la cámara conmigo y tomo fotos de Emmanuel, sonriendo,
despeinado. Está vestido con pantalones vaqueros y una camiseta, y me
doy cuenta que es la primera vez que lo veo salir vestido de manera
informal, y con mangas cortas que muestran su tatuaje. Nunca usa
mangas cortas en clase. Le pregunto si le hicieron burla sobre los tatuajes
de sus dedos también.
Él hace una mueca.
—Algo así. Se podría pensar que me estaban contratando para 146
supervisar un jardín de infantes. Todos somos adultos allí y los tatuajes
que se ven no dañarán sus pequeños cerebros impresionables.
Alzo una ceja. Él se sonroja un poco.
—Exceptuando la presente compañía.
—En realidad tengo más tatuajes que usted, señor.
—¿Y? ¿No tienes miedo de quedarte sin espacio en el momento en
que tengas mi edad?
—No en realidad no. Y ya pensé largo y tendido acerca de cómo me
van a gustar cuando tenga ochenta años y decida que me gustarán igual.
—Me inclino y trazo los remolinos de la vid en su brazo con la punta de
mis dedos. Las líneas están ligeramente elevadas, y a luz del sol que entra
por las ventanas del café puedo ver los puntos en donde la tinta cayó y
los bordes afilados que se vuelven un poco borrosos, es momento para
un retoque.
—¿Te arrepientes de ellos?
Él se encoge de hombros.
—No lo sé. Estoy acostumbrado a ellos. Cómo a un lunar o una
cicatriz.
—¿Qué edad tenías cuando te los hiciste?
—¿La vid? Cerca de tu edad. Un poco más joven.
—¿Cuál es la historia?
Él se ríe.
—¿Detrás de los tatuajes? Nada en concreto. Les vestiges d'un passé
tarado.
Solo entiendo dos palabras de eso, pero aun así, casi me hace
escupir café por la nariz.
—Me los puse porque todo el mundo estaba poniéndose y pensé que
me vería bien —explica—. Sí, sé cómo me hace sonar.
Me pregunto si piensa lo mismo de mí y de mi señora Leda.
—¿Qué pasa con los demás?
—Eso es todo lo que tengo. —Su frente se pliega ligeramente.
—Me refiero a tus manos.
Él abre los dedos sobre la mesa para que pueda ver claramente las
dos palabras: LIBRE CHOIX.
—Esa —dice—, es una larga historia para otro momento. 147
—Significa libre elección, ¿verdad? —No lo suelto a pesar de que su
sonrisa se desvanece.
—Ouais.
—Entonces, ¿qué elección fue esa?
—En otro momento, Hannah. —Se cruza de brazos, doblando los
dedos así que ya no puedo ver las letras. Mi mano se despega para cubrir
las suyas, pero me detengo a mitad de camino mientras él esconde sus
manos debajo de la mesa.
—Si es tan secreto, tal vez no deberías ponerlo en tus nudillos —digo
en broma. Pero en lugar de aligerar el estado de ánimo eso sólo empeora
las cosas. Él desliza hacia atrás su silla con un chirrido.
—Vamos a pagar por esto y a seguir, ven. Son casi las dos de la
tarde.
Lo sigo, apática, deslizándome en mi chaqueta de cuero y
envolviendo mi larga bufanda de punto alrededor de mi cuello. En el
exterior, una ráfaga fría de viento corta a través de todas mis capas como
un cuchillo a la mantequilla.
—Lo siento, Hannah —dice cuando lo alcanzo—. Es sólo que... no te
gusta que te pregunte sobre tus cosas privadas, así que deja las mías.
¿Suena justo?
Asiento, pensando que soy la que debería disculparse. Después de
todo, aquí estoy molestándolo sobre su pasado cuando yo todavía no le
he permitido poner un pie en mi apartamento.
Damos un paseo por el malecón, más allá de los bancos de hierro
forjado y de las farolas, pasando a otros turistas entrecerrando los ojos
ante el frío sol de otoño. Cierro la cremallera de la chaqueta contra el
viento penetrante y meto mis manos dentro de las mangas. Emmanuel
toma mi mano y la lleva en la suya, el calor se filtra en mis huesos,
derritiendo el frío; pone mi mano en su bolsillo y caminamos. Como una
pareja normal, de la mano, de forma abierta, felizmente. Por lo menos si
nos ven al principio puede parecer de esa manera.
Le pido a alguien que tome una foto de nosotros. Emmanuel parece
divertido y algo sorprendido, pero no más que la dama francesa de
mediana edad a la que se lo pido, quien está sujetando la cámara como
si fuera una especie de reliquia. Trato de enseñarle a tomar una foto, pero
ella no parece entender. Emmanuel interviene y ella dice unas cuantas
148
palabras en francés; él se ríe, respondiendo con el acento rápido de
Quebec. Ella está sonriendo hacia él como si fuera su hijo. O su novio.
Emmanuel da un paso atrás y pone su brazo alrededor de mí.
—¿Recopilando evidencia fotográfica? —susurra en mi oído de
broma y sonreímos a la cámara. El obturador se dispara y hace clic de
nuevo.
—Puedes leer mi mente —respondo.
—La gente piensa que somos una pareja de pretenciosos hipsters de
Montreal.
—Bueno, ¿no es así?
—Así que eres una Montrealeña ahora —dice. Se vuelve y me da un
beso mientras la mujer toma otra foto.
Tomo de vuelta la cámara (ella parece estar aliviada de librarse de
ese mastodonte de tres kilos) y le pongo la tapa a la lente.
—¿No te importa?
—Realmente no. En realidad, haré copias adicionales de esas.
Vamos en un viaje en un pequeño bote en el que nos hacen vestirnos
con capas impermeables de color amarillo, para evitar que nos
empapemos de pies a cabeza con el agua turbia y fría como el hielo del
río San Lorenzo. Nos empapamos de todos modos, a pesar de que estamos
afuera todo el tiempo.
Si él cree que soy atractiva en un impermeable de plástico de
anciana, podría ser un guardián.
Entonces se me ocurre que guardián o no, no voy a ser la que lo
conserve. Envuelvo mis brazos alrededor de mí y tiemblo. Emmanuel me
tira a un abrazo, haciendo a un lado los hilos sueltos de húmedo cabello
que se aferran a mi frente.
—¿Estás bien?
—Congelada —le digo. Eso es todo lo que es. Frío.
Recuperamos el bolso y la cámara del abrigo y seguimos adelante.
Emmanuel me ofrece su chaqueta, pero me niego, sabiendo que tiene
nada más que mangas cortas debajo.
Vamos al hotel, subimos las escaleras a nuestra suite y empezamos
a quitarnos nuestras ropas húmedas. Miro a Emmanuel desnudarse,
tirando de su camisa por su cabeza y tirándola a un lado, y luego
desabrochando su pantalón y tirando de ellos por sus piernas. 149
Momentáneamente hasta me olvido tener frío. Mis dientes detienen su
estrépito. Sólo me quedo allí y lo miro.
—¿Quieres ayudar? —pregunta. Paso la mano sobre su pecho y
estómago, sobre la piel fría cubierta de piel de gallina. Su ombligo se
estira cuando dejo que mis dedos se arrastre por la tenue línea de vello
hasta sus calzoncillos, y luego al interior.
—Guau —murmura. Sus pestañas se agitan y se desploma sobre mi
hombro cuando envuelvo mi mano alrededor de su pene. Es increíble
cómo vuelve a la vida bajo mi toque, duro y suave y caliente en cuestión
de segundos. Y entonces está quitando mis capas con manos
temblorosas, mi chaqueta, jersey, mi camiseta. Su boca en mis pezones
helados, piel de gallina corre por entre mis pechos y por encima de mi
estómago. Tira hacia abajo de mi ropa interior, que también está húmeda
y fría y el calor de su boca sobre mí es indescriptible. Mis piernas
tiemblan y se aprietan, mis músculos se tensan y luego se aflojan
mientras él me lame con gran abandono. Me vengo, mis uñas
hundiéndose en su hombro desnudo y dejando atrás una fila de medias
lunas rojas.
Calor va desde el núcleo fundido de mi vientre hacia afuera, hacia
mis brazos y piernas e incluso las puntas de los dedos de mis manos y
pies. Mi cara está enrojecida. Emmanuel de manera casual se limpia la
boca.
—¿Qué —suspiro—, es eso?
Él se encoge de hombros indiferente.
—Conseguí lo que quería. No sé tú.
Agarro su brazo y tiro de él hacia arriba de mí.
—Espera.
Esta es la primera vez que le doy una mamada. La primera vez desde
que hemos estado acostándonos juntos durante más de un mes. Nunca
pensé que me gustaría o resultaría agradable, pero cuando gime y su
cabeza se mueve hacia atrás, con los ojos cerrados, entiendo por qué
algunas chicas dicen que les gusta. Tengo todo el poder, tan ridículo
como suena. Él es mi esclavo. Cada movimiento de mi lengua y dedos
provoca una reacción en cadena diferente. Verlo tan abrumado, tan
perdido en las sensaciones, es a la vez dador de poder, y de placer, y de
control, y de todo lo demás. Me hace feliz.
Sus abdominales se tensan cuanto más se acerca al orgasmo, y su
trasero se arquea del sofá cuando se viene en su estómago. Me acurruco
junto a él mientras respira agitado por las secuelas del post-orgasmo,
desnudo, cálido y confortable. Me tira más cerca y me besa de lleno en la 150
boca, sin ninguno de los escrúpulos de los otros chicos con los que he
estado. Susurra palabras en francés hacia mí que no tengo problemas
para entender: tu es magnifique, cherie. Jet'adore.
Lo último me sacude y me siento. Él todavía está tendido junto a mí,
feliz. Quiero pedirle que repita lo que dijo. Je t'adore no es lo mismo que
je t'aime, incluso alguien como yo sabe la diferencia. No es lo mismo, pero
es suficiente para mí. Lo es.
Me visto mientras él se lava en la ducha. Mis pantalones vaqueros
más agradables, los que no tienen rasgaduras, un top negro liso. Ato mi
cabello húmedo y lo pongo en un moño. Incluso me pongo maquillaje,
sólo lo básico.
Emmanuel sale de la ducha, con nada más que una toalla alrededor
de sus caderas, y envuelve sus brazos alrededor de mí. Su piel todavía
está muy caliente.
—Te ves mejor sin esas cosas.
—Todos los chicos dicen eso. —Me zafo de su agarre y utilizo rímel
azul en mis pestañas.
—Algunos chicos quieren decir eso —dice, y besa la parte de atrás
de mi cuello.
—Bueno, no lo hacemos para los chicos —replico, y pretendo
aplastarlo con el aplicador de rímel.
—Seguirás siendo la más bella allí —dice—. Con maquillaje o sin él.
Me lleva a un restaurante en la cima de una colina, a sólo una
manzana o dos del hotel. Está escondido en una calle pequeña, estrecha;
la única indicación es una pequeña puerta con una de esas viejas señales
por encima que dice Chez Gauthier o algo por el estilo. Emmanuel
sostiene la puerta abierta para mí y cuando veo el lugar, inmediatamente
me arrepiento de haberlo escuchado y sólo empacado ropa práctica. Es
un lugar con manteles de color blanco. Tres tipos de tenedores y grandes
vasos de cristal, donde los camareros visten mejor que yo ahora.
Nos sentamos en una mesa en la parte de atrás y Emmanuel le dice
algo en francés al camarero que asiente y desaparece. Yo arrugo la frente.
—¿Acabas de pedir por mí?
—Por supuesto que no. Bueno, más o menos. ¿Te gustan las ostras?
No quiero sonar como una ignorante, pero realmente no tengo
ninguna alternativa.
—Nunca las he probado. 151
—¿Te gustaría hacerlo?
Sólo tengo tiempo para empezar a reflexionar sobre eso cuando el
camarero vuelve con una botella de vino que descorcha en la mesa,
salpicando el fondo de nuestros grandes vasos. Miro a Emmanuel
probarlo y hago todo lo posible por imitarlo, como si en realidad tuviera
una idea de lo que estoy haciendo.
El vino fluye por mis papilas gustativas como seda. Su sabor es como
melocotones y a flores con un fresco toque de uvas recién cortadas
cuando la haces estallar en tu boca y se revienta entre tus dientes.
Tenemos ostras. Equilibro la concha en mis dedos y considero la
cosa viscosa de color beige flotando en ella con recelo.
—¿Así que sólo la sorbo?
—Sí. Sólo sórbela.
Lanzo una mirada a mi alrededor para ver si alguien está viendo,
listo para reír cuando inevitablemente meta la pata. Después, llevó la
cáscara a mis labios y hago exactamente lo que dijo, sorbiendo todo. Es
salado, con mucha carne, pero delicada. Un poco de salmuera cae hacia
abajo de mi barbilla.
—Te gustará —dice Emmanuel—. Solo necesitas un poco de
práctica.
—Bueno, tú has tenido mucha práctica.
—Yo no beso y lo cuento.
Tenemos la mejor cena de pescado que he probado nunca y
acompañando con el vino que es como un día de verano embotellado.
—¿Todo está bien?
Miro hacia arriba, sólo hasta ahora me doy cuenta de que he estado
callada. Asiento.
—Sí.
—Te veías triste.
—No, es sólo... en casa, la mejor cena era, como, Langosta.
Él no dice nada por un momento.
—¿Y no lo extrañas en absoluto?
—¿Qué? ¿La langosta? —El absurdo de eso me hace escupir de risa.
—No. Casa.
La risa muere tan repentinamente como apareció.
152
—No hay nada que extrañar.
—Debes haber tenido amigos.
—¿Parezco alguien que tiene amigos?
Él suspira.
—¿Lo eres?
Tomo un sorbo de vino, terminando lo que queda en la copa, y casi
me ahogo. Alguien en la mesa más cercana mira por encima del hombro.
—No sé si pareces alguien que tiene amigos, Hannah. A veces siento
como si no te conociera en absoluto. O tal vez es porque eres tan joven...
que tienes todo por delante. No puedo decir en qué tipo de persona te
convertirás en tres, cinco, siete años. Y es probable que tú tampoco
puedas y está bien.
Yo inhalo una respiración. El interior de mi nariz aún arde por el
vino que se fue por el camino equivocado y mis ojos son acuosos. Sólo
me centro en respirar sin estallar en otro ataque de tos.
—Sé dónde quiero estar dentro de cinco años y no sé lo que tiene
que ver con sí he tenido o no mejores amigas en la secundaria.
—Estás haciendo un montón de suposiciones acerca de ti misma,
eso es todo —dice. Sin decir una palabra, se vuelve para llenar mi copa
de vino—. El hecho de que fueras de una manera determinada en la
secundaria no significa que estés marcada igual de esa forma por el resto
de tu vida. La gente cambia. No es un tatuaje, no es permanente.
Mi visión se borra un poco alrededor de los bordes. Me agarro de la
esquina de la mesa, mientras todo el restaurante se oscurece y empieza
a dar vueltas a mi alrededor. A través del creciente zumbido en mis oídos,
escucho la voz preocupada de Emmanuel:
—¿Hannah?
Cierro mis párpados y me obligo a respirar. Círculos rojos estallan
delante de mis ojos; cuando los abro, se desvanecen, dejando sólo un
puñado de motas rojas.
La mano de Emmanuel se posa encima de la mía.
—Hannah —repite—. ¿Estás bien? ¿Qué acaba de suceder? ¿Es el
vino?
Miro hacia arriba y me encuentro con su mirada. Los dos sabemos
que no es el vino, pero me está dando una salida y la tomo. No es como
si tuviera elección.
—Sí —le digo con voz ronca—. Creo que es el momento de tomar un 153
descanso.
Emmanuel se encarga de exageradamente llamar al camarero y
pedir agua con gas para mí, con hielo adicional. Yo trago aire, con los
hombros encorvados, y deseo poder caer directo al suelo.
—No voy a volver a preguntar —dice Emmanuel en voz baja, casi en
un susurro—. Deja que yo guarde mis secretos y yo te permitiré mantener
los tuyos.
Fuerzo una sonrisa. El camarero llega con el agua, me ahorra el
tener que decir algo.
—¿Así que prefieres que me endeude con seis cifras antes de incluso
de obtener mi BFA? —Presiono mis manos en la mesa, levantándome a
mí misma un poco para estar a nivel de él.
—Otras personas lo hacen —dice obstinadamente.
—¿Alguna vez has tenido que hacerlo?
La camarera se cierne vacilante a unos pocos metros de distancia,
con los brazos sobrecargados con nuestros platos. Los dos la miramos y
esperamos en silencio mientras los deja. Emmanuel le da un cortante
merci.
Nuestras hamburguesas de bisonte y papas fritas humean sobre la
mesa entre nosotros, pero ninguno ni siquiera piensa en tocarlos.
—He trabajado desde que tenía dieciséis años —dice escuetamente.
—Tienes un maldito fondo fiduciario —digo en voz alta—. Acabas de
decirlo. Puedes permitirte el lujo de sólo renunciar y dejar tu trabajo casi
por la sonrisa de una chica. Bueno, yo no puedo. Y si has trabajado desde
los dieciséis años, entonces adivina qué, yo también lo he hecho.
—Ese no es un trabajo —dice. Su labio se mueve con disgusto
hundiendo dagas en mi corazón—. Eso es…
—Vamos, dilo. Sé que estás pensando en sacarlo. 169
—Es degradante. Estás haciéndote a ti misma un objeto para que
los hombres te pisen.
—En primer lugar, no pisan...
—He hablado contigo, 'Annah —dice. En la oleada de emoción olvidó
la H en mi nombre otra vez, pero por alguna razón ya no resulta lindo—.
Suenas como una chica inteligente. Y suena como que tienes buenos
valores, como si aspiraras a ser algo más que un objeto bonito. ¿Cómo es
que eso se llama trabajo adecuado?
—Ese llamado trabajo —digo llanamente, aunque en el fondo estoy
chisporroteando de ira—, me permite vivir por mi cuenta y pagar mi
matrícula, sin entrar en una deuda. Me permitió alejarme de la jodida
Minnesota y vivir en un lugar que realmente me gusta, pagar mis
cuentas, y cuidar de mí misma.
Hago una pausa para tomar aliento, observando su expresión que
nunca flaquea. Su aspecto es de acero.
—A menos que —dice, con voz fría e indiferente—, a menos que todo
fuera sólo plática. Sólo algo que me dijiste para impresionarme y para
conseguir que crea que en realidad no eras una imbécil superficial,
materialista como el tipo de chicas que trabajan en esos lugares.
Las pocas personas en el restaurante están empezando a mirarnos.
Me he dado cuenta que las camareras están apiñadas junto a la barra,
lanzando miradas significativas a nuestra mesa, mientras susurran una
con la otra.
—Oh. ¿Eso lo que crees que soy? ¿Piensas que me salgo con la mía
diciéndote exactamente lo que quieres oír, así puedo aprovecharme de tu
puta alma sensible?
—Tal vez ni siquiera te das cuenta. Esa es la peor parte. Estás en
ello y no puedes ver los árboles en el bosque. Después te pondrás pechos
falsos y garras acrílicas, todo porque te hace más deseable para algunos
pendejos de Laval. La pregunta es, ¿es eso lo que quieres ser? Y si la
respuesta es sí, no quiero estar con una persona así.
Empujo la mesa lejos y me levanto. Estoy temblando y mi pulso está
en mis oídos. Él está mirando hacia mí, su expresión helada, nada más
que la línea entre sus cejas me da algún tipo de emociones.
Si tiene alguna en absoluto.
—Nunca te mentí —le digo—. Nunca pretendí ser lo que no soy.
Sabías cómo era y lo que hacía la primera vez que me perseguiste. Y
entonces comenzaste a alimentarme con tu mentira de me-estoy-
enamorando-de-ti. Pero no esperes que cambie todo lo que no te gusta de 170
mí a tu entera disposición.
—¡No te estoy pidiendo que cambies nada! —Explota. Cierra de golpe
las manos en la mesa, por lo que los platos y vasos saltan.
Mi corazón se tambalea, pero estoy de pie, sin pestañear, y
manteniendo su mirada.
—¡Estoy tratando de evitar la espiral que va hacia abajo en este
agujero en que me has metido! Este puesto de trabajo que no es bueno
para ti. No es bueno para nadie.
—Oh, no, claro que no. Soy independiente, cuido de mí misma, mi
alquiler se paga a tiempo. Y hago eso obligando a que los hombres paguen
por hacer lo que hacen el noventa por ciento del tiempo de todos modos-
comerse con los ojos mi cuerpo como si fuera un objeto. Qué horrible.
Durante unos instantes, mira hacia mí, y la amargura y la ira en sus
ojos es suficiente para que me tambaleé hacia atrás. Luego deja caer su
cabeza sobre sus manos.
Durante mucho tiempo, me quedo ahí, por encima de él, y espero.
—Merde —murmura finalmente. Todavía no mira hacia arriba—.
Tienes razón, Hannah. Igual que siempre.
Yo trago duro, pero no me muevo ni un centímetro. Un nudo se eleva
en mi garganta, ahogando mi voz.
—Sabía quién eras y me metí en ello de todos modos. —Sacude la
cabeza con incredulidad. —Y ahora he empezado a enamorarme de una
chica con la que no puedo tener nada, aunque lo sabía mejor. Qué típico
de mí.
Cada palabra es un clavo oxidado hundiéndose entre mis costillas,
una hoja de afeitar debajo de mis uñas.
—No tengo derecho a pedirte que cambies por mí.
Quiero decirle tienes toda la maldita razón, pero todavía no puedo
hablar. Siento lo que viene, y mi corazón salta como un canario en una
jaula.
—Todo es culpa mía. Siento tener que involucrarte en esto. Debería
haberte dejado desde el principio, pero simplemente no me pude resistir.
—Pasa las manos por su cabello—. Así soy yo. Siempre me siento atraído
por los rotos.
La furia se precipita a través de mí como una descarga eléctrica.
—No estoy rota —digo lentamente—. Y no necesito ser arreglada, o
salvada, o lo que diablos creas que estás tratando de hacer en este 171
momento.
—Sólo estoy tratando de hacerte entender —dice. Su voz se agotada,
amarga y ronca—. No depende de mí arreglarte.
—Y si eso es lo que te atrae de una persona, creer que está rota, tal
vez eres el que debería reevaluar su vida.
La angustia que llena su mirada es como un puñetazo debajo de mis
costillas. Si esto fuera una película, me enojaría y dejaría el asiento y
saldría precipitadamente, con mis tacones sonando, con los ojos
encendidos, con todo el mundo mirando mi estela. Pero no puedo
moverme, no por un largo momento. Espero a que diga algo, para
detenerme. Pero no lo hace.
Con voz frágil, le pido las llaves de la habitación del hotel. Él se
mueve lentamente, pero mete la mano en el bolsillo y desliza hasta la
mitad la tarjeta-llave encima de la mesa, después la deja allí, esperando
a que la tome.
Sólo cuando la pongo en mi bolsillo habla.
—¿Qué vas a hacer?
—Me iré a casa.
—No tienes auto.
—Voy a tomar el autobús.
No discute.
Mientras camino hacia fuera, no puedo obligarme a mirar por
encima del hombro. La lluvia cae en una pared monótona y vuelvo la cara
hacia arriba, dejando que las hebras de hielo laven mis lágrimas.
172
stoy en el último autobús de la terminal. No estaré en
Montreal, hasta las dos de la mañana.
No traje un libro o un cuaderno conmigo para pasar el
tiempo. Incluso dejé la cámara, excepto que saqué la película primero. Mi
primer pensamiento fue exponerla a la luz, destruirla, pero por alguna
razón, la guardé con seguridad en su recipiente de plástico, y en este
momento, está en el fondo de mi bolsa de lona.
Sólo una hora después que el autobús sale de la terminal me doy
cuenta que olvidé dejar el brazalete en el mostrador como pretendía, al
igual que hice con los otros regalos. Lo recuerdo cuando sale de debajo
173
del puño de mi sudadera y cae sobre mi mano con un tintineo suave de
los colgantes.
Sin hablar, levanto mi mano y lo miro. Algo para recordar este lugar,
sin duda. Me debato si tirarlo por la ventana del autobús. Incluso lo abro
y me lo quito. Es tan delicado, de oro blanco real, con reluciente esmalte
profundamente en las flores púrpuras de iris azul. No me atrevo a
hacerlo.
Quizás Emmanuel estaba en lo cierto acerca de mí. No soy más que
una puta materialista.
Tengo todo el viaje en autobús de tres horas para pensar en lo
sucedido. Para patearme alternativamente y hervir de rabia por
Emmanuel, con el mundo, con toda la situación. El cuento de Cenicienta
terminó, el príncipe es una rata, el carruaje es un autobús que huele a
goma quemada.
¿Cómo pude haber pensado que podría ser diferente? Sólo era
cuestión de tiempo antes que el otro zapato cayera. Y ni siquiera lo vi
venir.
Apoyo mi frente en el grueso cristal y trato de ver el exterior, pero
está demasiado oscuro y las ventanas están teñidas. Creo que todavía
podría estar lloviendo, pero no puedo decirlo con seguridad.
Miércoles.
Lamento el momento en que pongo un pie en la escuela. En el
trayecto, soy lenta, pierdo el metro a propósito, a pesar que el siguiente
está sólo dos minutos detrás. Dos minutos que voy a estar lejos de él.
Recogí las fotos de la farmacia en el camino. Las repaso, mientras
espero el tren, esas viejas fotos de ese día de septiembre, las que no me
atreví a revelar en el laboratorio de la escuela. Emmanuel está en ellas y
está sonriendo, tan hermoso y sin preocupaciones. Y entonces, le doy la
vuelta a la foto siguiente y me encuentro mirando mi propia cara. No
estoy mirando completamente a la cámara, y hay hoyuelos alrededor de
mi boca, como si estuviera frenando una gran sonrisa. A pesar de la
descolorida foto en blanco y negro, me veo iluminada desde dentro. Esta
no es el mismo rostro que veo en el espejo todos los días. Esa soy yo… a
través de los ojos de otra persona. A través de los ojos de Emmanuel.
Meto las fotos en mi mochila antes que pueda estallar en lágrimas
delante de toda la multitud a la hora pico.
Todo el mundo ya está ahí cuando llego a clase, con tres o cuatro
minutos de retraso. Lo primero que noto cuando paso, es que Audrey está
en mi asiento, más lejano a la derecha, más cerca de Emmanuel. El único
lugar libre está en el otro extremo de la mesa. Me tropiezo por un segundo
antes de dirigir mis pasos hacia él, sin mirar a la parte delantera de la
habitación.
Él ni siquiera levanta la vista de su computadora portátil cuando
tomo mi asiento. Lo observo discretamente mientras se levanta y
comienza la conferencia sobre técnicas avanzadas. Sus ojos se ven
hinchados y un poco rojos, y su cabello está desordenado, pero no se ve
intencional. 181
Evita mirarme todo el tiempo. No hace que se vea como que me está
evitando, simplemente se asegura de encontrar otro lugar para descansar
la vista y por lo general es en Audrey.
Ella está escuchándolo, absorta, haciendo preguntas sin levantar la
mano. Y él responde. Se asegura de llamarla por su nombre, de
pronunciarlo en la forma en que le gusta, a la francesa: AudRAY. Por
supuesto que sí. Ella puede hablar con él en su propio idioma. Y yo sólo
soy una puta americana estúpida que es demasiado tonta para
aprenderlo.
Al final de la clase, la gente comienza a salir y él aún evita que su
mirada se deslice sobre mí. Sé lo que tengo que hacer.
Me levanto y tomo el sobre con las fotos de mi mochila.
—Mi tarea —digo en voz alta y clara. Las personas que todavía no se
han ido se voltean.
—¿Tarea? —Es la primera y única palabra que me ha dicho en toda
la clase, y todavía se las arregla para hacer que suene como si estuviera
hablando conmigo, no a mí—. No creo que nada se deba hoy.
—Es la asignación tardía —digo, manteniendo mi voz neutra y fría—
. Se suponía que debía entregarla hace un tiempo. Pero sólo pude hacerlo
ahora.
Le extiendo el feo sobre naranja delante de mí, su esquina señalando
acusadoramente al centro de su pecho. Desafiándolo a que lo tome.
Después de un breve compás, lo hace. Lo sostiene por la esquina
con dos dedos.
Me voy sin decir adiós.
Nunca he estado tan feliz de no tener que verlo hasta la próxima
semana.
182
iernes.
Me escapo de la clase de Leary tan pronto como nos deja salir, con
la esperanza de perderme en la multitud antes que pueda atraparme sola
afuera y exigir que haga una cita. La última cosa que quiero ahora es
hablar de mi dedicación y compromiso académico y esto y lo otro. Apenas
puedo concentrarme en la conferencia en sí.
Pero en el segundo en que estoy en el pasillo, prácticamente tropiezo
con Emmanuel. Literalmente. Choco mi cabeza-con su pecho, tropiezo y
183
tengo que detener mi equilibrio contra la pared. Miro hacia él, confundida
y furiosa.
—Estoy a punto de irme —le digo—. Por favor, déjame pasar.
Sus ojos se estrechan. Me clava en la pared, con los brazos a cada
lado de mí. Los estudiantes nos pasan, algunos nos ven, y con una
mirada enfadada por encima del hombro baja los brazos. Pero todavía
está bloqueando mi camino.
—Tenemos que hablar —dice, su voz es un siseo bajo.
—No lo creo. —Mantengo mi tono uniforme y constante, pero mi
corazón es un globo en una cadena de nuevo, tirando y torciéndose y
tirando. ¿Se trata de las fotos? ¿Es acerca de…?
—Oh, creo que sí.
—Entonces habla. Si tienes algo que decirme, puedes decirlo aquí
fuera. —Sostengo su mirada con una confianza que no siento. Mi interior
se vuelve alternativamente lava o hielo.
El flujo de estudiantes a cada lado de nosotros es aleatorio,
alejándose en dirección a la escalera. Somos solo nosotros ahora, y el
extraño vagando en las máquinas expendedoras.
—¿A qué crees que estás jugando? —gruñe.
—Sólo tíralas —digo—. No te di esas fotos para tratar de convencerte
de nada. Es sólo que ya no las quiero. No tengo nada que ver con ellas.
—¡No se trata de las fotos de mierda! —dice bruscamente—. ¡No
puedo creerlo! Debería haber esperado algo, pero honestamente, pensé
que eras mejor que esto.
—¿De qué estás hablando? —Un temblor de preocupación empieza
en lo profundo dentro de mí, pero no lo demuestro.
—Sabes de lo que estoy hablando. ¿Un reclamo por conducta
indebida? ¿Estás jodidamente bromeando?
—¿Cuál reclamo? —Mi corazón se hunde, el aire caliente en el globo
se ha vuelto hielo.
—Alguien —pronuncia la palabra con una mueca de disgusto—,
presentó una demanda por conducta indebida en mi contra. Con los
directores de la escuela. Anónimo.
Casi me tropiezo con mis propios pies.
—¿Qué?
—Por favor, no te hagas la inocente. No funciona muy bien.
184
—¡No estoy jugando! —grito—. No presenté nada, ¿quién crees que
soy?
Realmente no quiero que responda a eso.
—¿Te das cuenta de lo que podría hacerme?
—Pensé que no te importaba este trabajo. La semana pasada
estabas listo para renunciar. —No es broma, pero no puedo evitarlo. Un
brillo de ira destella en sus ojos, y a pesar que no tuve nada que ver con
eso, es extrañamente doloroso y satisfactorio al mismo tiempo, como
quitarse una costra.
—¡Una cosa es renunciar y otra ser despedido debido a una
reclamación de conducta indebida! —Se pasa la mano por el cabello en
un gesto dolorosamente familiar de angustia—. Pensé que tal vez serías
lo suficientemente madura para entender eso. No podré enseñar de
nuevo, y con eso en mi currículum necesitaré muy buena suerte
buscando cualquier otro trabajo.
Hay tantas malas, feas palabras bailando en la punta de mi lengua.
Tal vez, debiste haber pensado en eso, antes de empezar a acechar a una
de tus estudiantes, quiero decirlo, pero eso no sería del todo cierto. Tal
vez, debiste haber pensado en eso antes de arrastrarme hasta el cuarto
oscuro en el departamento de arte. Tal vez, debiste haber pensado en eso,
antes de hacer que me enamore de ti.
Pero la única cosa que puedo atreverme a decir es la verdad.
—No lo hice, Emmanuel. No soy tan vengativa.
—Bueno, alguien lo hizo.
—Tal vez —digo, incapaz de contener mi maligna alegría—. Tal vez
fue Audrey.
Me mira en estado de shock e ira. Fuerzo a mis labios en una falsa
sonrisa, soy buena en eso.
—Yo no hice nada. Y no es mi responsabilidad lo demás que sueles
hacer por ahí en tu tiempo libre.
Comienzo a caminar por el pasillo vacío, hacia los ascensores. Cada
paso es lento, un esfuerzo meticuloso como si estuviera caminando sobre
una cuerda floja colgada sobre la nada, sin red y sin arnés. Espero y
espero y espero a que diga mi nombre…
Y lo hace, cuando estoy casi a las puertas del ascensor.
185
—¡Hannah!
No me vuelvo. Sólo me quedo allí y veo los números parpadear por
encima del ascensor. Seis, siete, ocho. Ping.
Cuando me meto en el ascensor lo veo dudando no muy lejos, con
la mirada perdida en su rostro. En una película, se apresura a través del
pasillo para atrapar la puerta en el último segundo, cuando está a punto
de cerrarse. Y entonces, mientras se cierra, compartimos un beso grande
de Hollywood, seguimos y vivimos felices para siempre.
Pero esto no es una película. Ninguno se mueve hasta que las
puertas se cierran delante de mí con un ruido sordo.
Sábado.
Sólo en la tarde me doy cuenta que no me apunté para trabajar,
como es mi vieja costumbre, para conservar mi fin de semana libre para
pasar tiempo con Emmanuel. Me quejo entre dientes cuando pienso en
todo el dinero que pude haber ganado, si no hubiera desperdiciado todos
estos lucrativos sábados por la noche.
Así que estoy obligada a pasar la noche en casa, conmigo misma de
compañía. Y en este momento no puedo pensar en peor compañía que
yo.
Comienzo mi lista de reproducción de pintura y trato de seguir con
mi último trabajo en progreso donde lo dejé. Ésta también es una
desnudista, pero no está en el escenario, está en la habitación champán.
Está de pie mirando al espectador, de espaldas a la forma oscura, sin
rostro, de un hombre sentado en el sillón, con las rodillas extendidas
hacia fuera, con los pantalones arriba para mostrar los calcetines sobre
zapatos de punta de ala. Está vestido enteramente en tonos azul añil, sus
pálidas manos de zombie, fantasmas plantadas en las caderas de la
chica. Las manos de la chica están presionadas contra los bordes de la
pintura en un enredo como si estuviera tratando de salir de la tela; su
cabeza se inclina hacia atrás por lo que sólo se ven los labios y la barbilla
y el cabello en cascada, trenzado, que si te acercas más, resultan ser
pequeñas serpientes con lenguas reptantes. Es aterrador y violento y sexy
al mismo tiempo.
Sombreo sus piernas musculosas, añadiendo detalles a su parte
inferior del bikini con un patrón de pequeños cráneos. Agregando reflejos
de puntos blancos cuando es necesario. Está casi completa.
El llamado a la puerta me hace saltar y girar alrededor. Hay tubos
186
de pintura y hojas de paleta descartadas por todas partes y
probablemente tengo pintura en el cabello. Los golpes se repiten, unos
groseros golpes contundentes, como si estuvieran tratando de sacar la
puerta de sus bisagras. Si lo vuelven a hacer muy bien podrían tener
éxito.
Voy de puntillas a la puerta, mi corazón salta locamente arriba y
abajo.
—¿Quién es? —grito.
Espero a cualquiera, desde el superintendente a la policía, no sería
la primera vez que algo desafortunado ocurriera en este desprestigiado
cuchitril. Pero la voz que me responde me desconcentra por completo,
sumergiéndome en una realidad paralela surrealista.
—¡Hola, Hannah! Somos nosotros. Abre la puerta.
—Audrey —digo con voz apagada. Más para mí que para ella—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
—¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Estás loca? ¡Abre, no te gritaré a
través de la puerta!
Mi corazón pasa de saltar a martillar contra mi esternón como si
quisiera romperlo y escapar. Abro la puerta justo lo suficiente como para
mirar hacia fuera.
No se trata sólo de Audrey. Hay al menos diez personas reunidas
detrás de ella, personas del taller de fotografía y algunos de mis otras
clases. Son sólo los que puedo ver.
—¿Qué quieres? —pregunto con voz ronca.
Audrey pone los ojos en blanco.
—Sí, sí, muy divertido. Nos invitaste, por lo que basta con el acto
sorprendido y abre la maldita puerta. Apesta aquí afuera.
—Yo no… —Me toma dos intentos tener mi voz bajo control—. No
invité a nadie.
—¡Claro que lo hiciste! Lo enviaste por Facebook para invitar a todos
los miembros de nuestra clase. Sábado 24, a las nueve. Bueno, es sábado
y es cuarto para las diez, así que aquí estamos.
El mundo hace dos círculos completos alrededor de mí.
—Yo no envié ninguna invitación.
—Por supuesto que sí. —Saca su teléfono y empieza a meterse en la
pantalla.
—No, no lo hice —digo llanamente—. No estoy en Facebook. Y lo 187
sabes.
Audrey levanta una ceja.
—Oh, lo estás —dice—. Si no fuiste tú, ¿cómo sabe, quien quiera
que fuera, tu dirección? Y estoy aquí y tú también, así que asumo que
aquí es donde vives.
Con eso, avanza a empujones sin contemplaciones. Los otros detrás
de ella se agitan y ya no puedo contenerlos. Tropiezo lejos de la puerta y
me pasan. Alguien lleva una caja de cerveza.
El pánico inunda todo mi ser. Me empujo más allá de ellos hasta el
otro extremo de la habitación, donde volteo la pintura inacabada, con el
montón de otras contra la pared, meto los tubos de pintura y pinceles en
una caja que guardo debajo de la mesa.
—No los guardes —dice Audrey, materializándose detrás de mí. —.
¡Quiero verlos! Nunca he visto nada de tu trabajo. Eres tan reservada.
Mi ex-compañera de piso, Madison, se voltea hacia nosotras.
Cuando la veo, mi interior se ata en un nudo. Le dije que hice un acuerdo
con tres compañeros de habitación en un piso de cuatro dormitorios en
Mile End. Maddie podría no ser el lápiz de color brillante de la caja, pero
esto claramente no es un apartamento de cuatro dormitorios en Mile End
y mis únicos compañeros son las chicas de mis pinturas—. Bonito lugar
—dice, lanzando una mirada apreciativa alrededor, al alto techo
industrial con las viejas tuberías por debajo—. Muy cool. Debe costar una
fortuna.
Su mirada, ligeramente distorsionada por el alcohol y cualquier cosa
que aspiró o fumó, antes de llegar aquí, se posa sobre mí, burlándose.
Sabiéndolo.
—Creo que tienen que irse —digo.
Audrey me lleva a la parte posterior.
—Oh, Dios mío, Hannah, eres hilarante. Juro, que eres la
Américaine más fría que he conocido.
Alguien está en mi ordenador portátil, cambiando la música, un
ritmo hip-hop está sacudiendo y golpeando las paredes en cuestión de
minutos. Más gente se presenta, alguien se pone a bailar en medio de la
habitación. Alguien derrama su cerveza. Alguien tira una silla y empieza
a hurgar en mis armarios.
—Hola —dice la voz de un hombre—. Nena. Ha pasado un tiempo.
—Me doy la vuelta y veo a ese tipo con el que me puse en contacto meses
atrás, creo que es Jack, Santiago o Jackson. Él inclina su cerveza hacia 188
mí como un hola.
Creo que me voy a ahogar, así que huyo hacia el pasillo y me
presiono a mí misma contra la puerta. Puedo sentir la vibración de la
música en mi espalda mientras me deslizo hacia abajo hasta que estoy
acurrucada a los pies de la puerta, encojo mis rodillas contra mi pecho.
Espero a que mi respiración se calme un poco.
Entonces saco mi teléfono de mi bolsillo, alabando a las estrellas
porque no lo dejé ahí dentro. Mis dedos tiemblan un poco cuando voy a
Facebook y escribo mi propio nombre.
La pantalla es demasiado pequeña para que vea mucho, pero lo que
veo es más que suficiente. Hay una cuenta, con mi nombre completo,
Hannah Melissa Shay, y una foto de perfil que toco con mi dedo
tembloroso: yo, en el pasillo de la escuela, en una de mis grandes
sudaderas habituales, sin mirar a la cámara. Tomada cándidamente con
el teléfono de alguien.
No puedo soportar mirarla por más tiempo. Cierro la aplicación y
sostengo mi teléfono en mi mano sudorosa hasta que creo que podría
aplastarlo.
Entonces, abro el teléfono de nuevo y miro perdida la pantalla por
defecto. En el otro lado de la puerta, escucho una explosión de gritos y
risas a través de la música golpeando.
Lo único que puedo pensar es: en llamar a Emmanuel.
Tengo que subir todo el volumen en mi teléfono hasta ajustar el
máximo para poder oír algo a través del ruido. El tono de llamada en mi
oído es interminable. Una, dos veces.
Al segundo que vea mi número va a oprimir Declinar, pienso justo
antes que haga clic en el otro extremo.
Pero en lugar del zumbido de estática y sin alma de la voz
automatizada, escucho un crujido, y luego:
—¿Hannah? ¿Eres tú?
Al sonido de su voz, el alivio llena mi pecho, caliente y grueso como
chocolate caliente. Me hundo un poco más en el suelo.
—Emmanuel —le digo. Por algún milagro mi voz no se rompe.
—¿Qué pasa? ¿Qué es esa música? ¿Me estás llamando de…?
Antes que pueda decir el trabajo, lo corto.
—No. Estoy... Estoy en casa, y hay… La gente sólo se presentó. Y 189
Audrey. Y otros.
Aturdido silencio en el otro extremo.
—¿Qué quieres decir con que se presentaron? —Suena totalmente
despierto y alerta.
—Alguien envió una falsa invitación por Facebook —digo. Un sollozo
escapa de mí y pongo mi mano sobre mi boca para contenerlo.
Por un momento está en silencio.
—Estoy en camino —dice.
—¡Espera! —Entro en pánico—. Si te ven…
—No me importa. Voy para allá.
Una A.M.
Me mostró dónde reportar mi cuenta falsa. Para mañana, dijo,
deberá ser atendido.
Nos sentamos al lado del otro, acurrucados en mi silla de la
computadora, nuestros rostros están bañados por el resplandor de la
pantalla, la única fuente de luz en el apartamento. Me muevo por el grupo
del taller de fotografía. La gente publica sus obras, blanco y negro, a color,
sólo disparos fríos de cosas al azar en la calle. Conversan entre sí y
comparten artículos estúpidos de Buzzfeed y similares. Muy normal. Algo
de lo que siempre fui excluida.
El recordatorio nunca deja de arder, incluso después de todo este
tiempo.
Dejo de navegar cuando veo la imagen del perfil de Audrey, un
disparo pretencioso desde arriba, donde ve por encima de la montura de
sus gruesas gafas de plástico. Mi estado de ánimo se oscurece.
—Ella te vio aquí —digo. Sí, gracias, Capitán Obvio—. ¿Qué vamos
a hacer? 193
—Tú no harás nada. Yo me encargaré.
—¿Cómo es, exactamente, que vas a manejar la situación? ¿Incluye
sierras para metales y una tina de ácido?
—Lamentablemente no.
Chasqueo los dedos.
—Diablos. Estaba esperando eso.
—Incluso si fue ella quien puso la queja, no tiene nada sobre
nosotros. Nada real de todos modos.
—Y no lo hará.
Todavía estoy mirando directamente la pantalla del ordenador. Lo
siento moverse mientras se vuelve para mirarme.
—Vamos a ser muy cuidadosos.
—No. —Cierro los ojos. La imagen de la pantalla todavía nada en
frente de mi visión—. No vamos a tener mucho cuidado. No vamos a ser
nada.
Escucho su reacción. Él se mueve. Respira
—Hannah...
—Nada ha cambiado —le digo. Cada palabra sale de mi boca como
si estuviera escupiendo fragmentos de vidrio—. Nada es diferente de hace
una semana. Si regresáramos el tiempo, terminaría de la misma manera.
Dentro de una semana, un mes, no importa.
—Pero…
—Lo siento, Emmanuel. Te dije que estaba de acuerdo con una
relación que no fuera a ninguna parte, una cosa de sexo casual, pero
estaba equivocada. No lo estoy. No puedo tener nada real contigo y no
quiero nada menos.
—Hannah. —Pone su mano en mi brazo pero me zafo. No puedo
soportarlo ahora.
—Y si lo que me dijiste en la ciudad de Quebec era cierto, realmente
no puedes estar de acuerdo con eso tampoco.
Finalmente abro los ojos y lo miro. La luz de la computadora portátil
arroja la mitad de su rostro en la sombra, dibujando intrincados patrones
de oscuridad y de luz azulada, fantasmal.
Habla después de una pequeña eternidad.
—¿Es eso lo que realmente quieres?
—No. Pero es la única cosa que puedo tener.
194
Se pone de pie, lentamente.
—¿Así que eso es todo? ¿Debería irme? —Su voz es seca y
quebradiza y está luchando para no mostrarlo.
—Creo que es lo mejor.
—Pero... Acabamos… -—Se desvanece, se frota los ojos y mueve la
cabeza con incredulidad—. ¿Fue algún tipo de… desquite? ¿De pequeña
venganza?
—No. Creo que solo fue un error.
Su garganta se mueve mientras traga.
—Te hice daño, así que ¿estás tratando de lastimarme? ¿Es así?
—No tiene nada que ver con eso. —Las lágrimas se acumulan en el
fondo de mi garganta, y necesito todo el esfuerzo que puedo reunir para
contenerlas. Me gustaría soltarlas. Un minuto más y voy a colapsar, a
caer de nuevo en ese sentido tango de masoquismo que siempre termina
de la misma manera—. Sólo estoy tratando de salvarme de otra ciudad
como Quebec.
Toma un tiempo para que procese eso.
—¿Es así como lo recuerdas? ¿El incidente de la ciudad de Quebec?
¿El peor fin de semana de tu vida?
—No. —Es mi turno de tragar—. Fue el mejor. Precisamente, ese es
el problema.
omingo. Lunes. Martes. Miércoles.
¿Qué horrible es que, a los veinte años desees sólo poder avanzar
rápidamente en tu vida?
El jueves por la noche. El club está lleno.
Hago mi puesta en escena y un chico está lanzándome billetes, de
cinco y de diez. Me bajo del tubo, sobre mis rodillas, y me arrastro hacia
él. Recordando la última vez, muevo a un lado mi cabello falso fuera del 195
camino, con gracia le doy vuelta sobre mi hombro, y me inclino. Ruedo
mis hombros, aprieto mis pechos en su cara y me apoyo en los codos, por
lo que está frente a mi lado suave para que meta un billete de veinte en
mi tanga. Recojo el resto del dinero y lo doblo detrás de la correa de mi
sandalia, asegurándome de pasar la mano seductoramente por mi pierna,
todo el camino hasta mi entrepierna.
Entonces me levanto, mareada por la prisa. Mi canción está llegando
a su fin, puedo sentir la aparición gradual de la vibración de las cuerdas
a través de la fase metálica. La habitación es un carrusel de luces y
espejos y brillos, de rostros distorsionados intermitentes. Me balanceo
sobre mis tacones, que en este momento se sienten tan altos como la
torre Eiffel, y agarro el tubo, olvidando que se vea intencional o atractivo.
Me veo reflejada en el espejo al otro lado del escenario, flotando por
encima de las cabezas, dando vueltas sobre mis espectadores como una
especie de diosa de neón. Mi sonrisa de trabajo se desvanece y mis ojos
se abren como si estuvieran a punto de devorar mi cara.
Él está en la multitud.
Mi primer pensamiento es, no puede ser él. No es como que esto no
haya ocurrido antes, dos, o tres veces cada noche que he trabajado desde
el fin de semana largo, veo a un tipo en la multitud, con el cabello oscuro
y corto, con la altura correcta, con la postura familiar, con el ángulo de
la mandíbula igual. Después, se mueve y los reflejos son un espejismo, y
se desvanecen. Es simplemente otro tipo.
Pero esta vez es él.
Camino a través del escenario, y sigue siendo él. Bajo al piso, todavía
es él. Está mirándome. Es el único aquí que ni siquiera mira mi cuerpo,
su mirada se clava en mi rostro todo el tiempo.
Alguien me llama, deseando llevarme a la parte posterior para un
baile, y levanto mi mano: estaré contigo en un segundo. Me acerco a él:
en mis tacones de doce centímetros finalmente estamos cara a cara. Él
sostiene mi mirada; tal vez la oscuridad debajo de sus ojos es un juego
de luces y sombras, o quizá de noches sin dormir.
—¿Qué quieres? —le digo. Prácticamente tengo que gritar encima de
la música, así que cualquier frialdad que quiera infundir en mis palabras
se pierde.
—Quiero hablar contigo.
—No tengo tiempo para hablar. Estoy trabajando.
—Puedo esperarte.
—No hay necesidad que esperes por mí. Terminaré de trabajar en 196
una hora, o en dos. Y luego volveré a casa.
Antes que pueda decir nada más, añado:
—... Y si me esperas en frente de mi casa de nuevo, voy a llamar a
la policía y a decirles que me estás acechando.
Veo las emociones revolotear cruzando su rostro. La angustia, el
dolor, la desesperación. Todas las mías también, reflejadas en sus ojos.
—Sólo dame cinco minutos, Hannah. Por favor.
—¡No me llames así aquí! —grito. Mis manos se aprietan en puños—
. Aquí, soy Alicia. Alicia para todo el mundo y es Alicia para ti.
—Bien —dice. Su garganta se mueve—. Alicia. ¿Puedo hablar
contigo?
Levanto la barbilla. Su imagen está empezando a difuminarse con
las lágrimas que llenan mis ojos, y no me atrevo a abrirlos y cerrarlos
para que no rueden por mis mejillas, me alejo.
—Mi tiempo no es gratis. Ya sabes lo que cuesta.
Cierra los ojos. Puedo ver que está apretando la mandíbula mientras
los tendones de su cuello sobresalen.
—¿Tengo que llevarte a la parte de atrás?
—Sí. Exactamente.
Piensa en ello y puedo ver su guerra interna detrás de sus ojos.
—Entonces que así sea.
Vuelvo mi espalda, mis tacones suenan en el suelo. No miro por
encima del hombro para ver si me está siguiendo, y me alegro que no
pueda ver mi cara. Voy más allá de todos los otros puestos con sus
cortinas corridas, la mayoría de ellos ocupados, hasta que estoy hasta el
fondo, en el último puesto al final de la fila. Sólo cuando le doy un tirón
a la cortina, recuerdo que aquí es exactamente donde estábamos hace
todas esas semanas. Antes que supiera que era mi maestro. Antes que lo
conociera.
Sin decir una palabra, Emmanuel se mueve pasando al interior. Si
lo recuerda también, no dice nada. Yo sigo, dejando caer la cortina detrás
de mí.
Nos quedamos ahí, pecho a pecho.
—Siéntate —digo en voz alta.
—No estoy aquí para conseguir un baile —se queja—. Ha-Alicia.
—Siéntate —repito. 197
Lo hace.
—Las reglas son las siguientes. —Voy sobre la vieja rutina. Mi voz
perfectamente sin emociones, un robot, una autómata—. Y son veinte
dólares, eso es por cada canción. ¿Entiendes?
Sólo hace un movimiento de cabeza apenas perceptible.
—Por favor…
—Dime que lo entiendes.
—Entiendo.
—Bien.
Estoy por encima de él, con mis piernas abiertas, cabalgando entre
los brazos de la silla. Y comienzo a balancearme al ritmo de la música.
—Por favor, detente —susurra.
—Esta es la razón por la gente viene aquí, Emmanuel —siseo,
inclinándome más cerca de su oreja por lo que mis rizos rubios falsos
acarician su hombro—. Así que esto es lo que voy a hacer.
—Sólo quería decir que lo siento —dice. Se estira para tocarme y
tomo su muñeca en el aire. Se resiste, y me doy cuenta, como si fuera la
primera vez, de lo mucho más fuerte que realmente es.
—No me toques —grito—. Si tratas de tocarme de nuevo, haré que
el gorila te lance fuera.
Nos enfrentamos entre sí por un segundo en silencio. Luego
retrocede, liberando su muñeca.
Comienzo a moverme de nuevo, volviendo a caer en el dominio de la
música suave que brota de la sobrecarga de altavoces. Algo de la vieja
escuela y cursi, como Phil Collins. Lo que les gusta a todos estos tipos
más grandes, porque les recuerda sus días de gloria. Pongo mi pie arriba
en la parte posterior de la silla, junto a su oreja.
—No tienes que hacer eso —dice. Está temblando un poco, puedo
decirlo, pero todavía me está mirando a los ojos.
—Es lo que hago.
—Sabes a lo que me refiero.
Me giro y doblo, moviendo el trasero tan cerca de su rostro como las
normas lo permiten, asomándome entre mis piernas. Él no se mueve ni
un centímetro.
—¿Puedes escucharme? ¿Por favor? 198
—Estoy escuchando.
—Entonces deja de hacer lo que estás haciendo —dice con voz ronca.
—Se trata de un baile de regazo, Emmanuel. Así que bailaré en tu
regazo. No evitaré que hables, así que habla.
Respira profundo, y luego pasa las manos por su cara y las hunde
en su cabello.
—Tienes razón. No sé por qué hago esto. No sé por qué estoy aquí.
—Es por una canción —digo con frialdad.
—Lo que sea —dice bruscamente—. Dios, ¿es esto lo que piensas?
¿Es el dinero el problema aquí?
—Sólo quiero que me paguen —le digo—. Por el trabajo que hago.
Eso es todo. Parece justo, ¿no?
Para mi sorpresa y consternación, mete la mano en el bolsillo y saca
su cartera. Saca cinco billetes de veinte dólares y me los da.
—Si ese es el problema, aquí. Resuelto. Por un rato.
A pesar que se siente como si mi corazón estuviera a punto de
romperse por la mitad, me esfuerzo para tomarlos con mano temblorosa
y agarro los billetes. No dejo que mi mirada vacile, ni siquiera por un
segundo.
—Sólo debería irme. No quieres verme —dice.
No digo nada. Todo lo que podría decir sería una mentira.
—Sólo pensé en decirte que lo siento —prosigue—. Por todo esto.
Pero me di cuenta que nada de eso importa realmente. Siento
encontrarme contigo aquí y no en otro lugar, pero por otra parte,
escuchas eso cientos de veces por noche. Siento haberte perseguido, pero
soy solo yo, siendo un idiota típico que piensa que un baile de regazo
significa algo. Siento tenerte después de horas, pero porque algo malo
pudiera haber ocurrido y no quiero que nada malo te pase. Así que todas
mis disculpas son sólo una mentira de auto-servicio.
Mi garganta se bloquea. Las luces rojas tenues que recubren las
paredes de la cabina se desdibujan a un infernal carmesí frío y las
lágrimas están a punto de desbordarse de un momento a otro, por lo que
giro alrededor de la habitación tan rápido ante mis ojos.
—Tienes razón. Nunca debiste haber venido. Nunca debiste haberte
quedado después de esa fiesta. Y quiero decirte que me alejaré. No te
molestaré más.
Sigo balanceándome, al ritmo de la única correa que me sostiene en 199
el mundo. Bajo a su regazo y lanzo la cabeza hacia atrás.
—Di que no me quieres —murmuro entre dientes.
—¿Qué?
Todo su cuerpo se pone rígido debajo de mí, sus músculos tiemblan
por un esfuerzo sobrehumano.
—Dime que ya no me quieres. Sin mentir.
—Yo…
—Dilo.
Giro en su regazo, lentamente al principio, luego rápido y agresivo.
Mis manos empujan las paredes de la cabina, mis zapatos se deslizan en
el suelo y mis músculos queman mi muslo haciéndome apretar los
dientes, pero no me detengo ni disminuyo la velocidad.
—Hannah, por favor...
—Mírame a los ojos, y dime que ya no me quieres. Ni a mí ni a mi
cuerpo ni a cualquier parte de mí. Dilo.
Lo siento crecer con fuerza a través de la pernera del pantalón. Su
pene presiona la parte posterior de mi muslo, y siento su calor, un dulce
recuerdo lánguido. El dolor y la dicha.
Inclino la cabeza para evitar que las lágrimas se desborden. El techo
es un modelo del caleidoscopio de luces borrosas.
—Hannah, detente. Te lo ruego.
—¡Dilo!
—Ya no te quiero.
Su susurro me sacude. Salto de pie y doy la vuelta. Hebras rubias
de plástico se adhieren a mis mejillas por mis lágrimas húmedas. Me
cierno sobre él, una Diana, una diosa retozona, de piernas largas por
encima de mi desafortunado admirador humano. Y cuando veo las
huellas de las lágrimas brillar por sus mejillas, desapareciendo en su
barba, mi mundo se detiene.
—También es una mentira. Por supuesto que lo es. Pero no puedo
hacer otra cosa, parece, por lo que una mentira tendrá que ser
suficientemente buena.
Jalo aire en mis pulmones.
—¿Te das cuenta de lo jodido que es todo esto? —le digo. Es un alivio
hablar en mi tono de voz normal—. ¿Qué tan loco fue desde el principio?
—No me importa. No puedo dejar de pensar en ti. Esto es una 200
tortura.
—Es lo que me pagan por hacer.
—¡Lo sé! Pero también sé, que fue diferente entre nosotros. Dime que
lo fue, que no soy uno de esos idiotas delirantes.
—Lo fue —digo en voz baja—. Pasado. Queríamos cosas diferentes.
—No, ¡no lo hicimos! —Su voz es baja e intensa—. ¿No lo ves?
Queríamos lo mismo. El único problema… ¡El único problema es este! —
Hace un gesto alrededor, abarcando la cabina, el club, tal vez el mundo—
. Te convenciste a ti misma que no mereces nada mejor que este trabajo
de mierda. Ese es el problema.
Estoy por encima de él, mirando su rostro.
—No estás aquí para decir que lo sientes —digo—. Ya sea cierto o
no. No estás aquí para disculparte. Estás aquí para restregármelo en mi
cara. Para tratar de convencerme de hacer algo que ya te dije que no
haría.
—Eso no es cierto.
—Sí lo es.
—Te extraño, Hannah. Es por eso que estoy aquí.
—¿Crees que malditamente no te extraño? —exploto—. Crees que
sólo tomé el autobús desde la ciudad de Quebec y seguí adelante con mi
vida como si nada hubiera sucedido, moviendo el trasero por dinero,
pintando mis pequeños cuadros. ¿Crees que porque hago este trabajo no
tengo sentimientos?
—Nunca dije eso.
—Bueno, si eso es lo que piensas, estaba en lo cierto. No queremos
las mismas cosas. Y estás tan sumido en tus estereotipos y lo que piensas
que es la verdad universal, que estás dispuesto a dejar de lado lo que te
hace feliz.
—Ese no es el punto —murmura—. ¿No lo entiendes?
—Oh, entiendo perfectamente. No quieres salir con una stripper y
oh, mira eso, soy una stripper. Así que eso resuelve todo el dilema moral
allí mismo, ¿verdad?
—No es así —afirma rotundamente.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Escucha, Hannah. —Pone sus manos en mi cintura y ni siquiera
se da cuenta que técnicamente está rompiendo las reglas. Es tan natural,
201
como si pertenecieras allí—. Te extraño terriblemente. Quiero estar
contigo. Y en este momento es todo lo que me importa, pero... Tengo que
pensar en el futuro. Tenías razón cuando dijiste que no había ningún
punto en comenzar algo que terminará de la misma manera, en uno o
dos meses a partir de ahora.
—¿Qué te hace pensar que no tengo futuro?
Suspira, y quita sus manos, por lo que extraño su calor, su firmeza,
antes que el recuerdo se desvanezca de mi piel y frota sus ojos.
—Sólo estás asumiendo que yo…
—Nada que ver con eso.
—¿Entonces qué es? Deja de darle vueltas al asunto. Deja de ser
vago. Acaba por decir lo que quieres, por una vez. Por favor. Me merezco
eso.
Me mira, los bordes de sus ojos están rojos y crudos, tal vez es sólo
toda la luz roja.
—Hace diez años, salí con una chica llamada Vanessa. —Hace una
pausa, como si fuera un esfuerzo sólo pronunciar las palabras—.
Acababa de mudarme de mi ciudad natal a Montreal, la vida nocturna,
los clubes, las fiestas, sí, nos pusimos un poco locos. Estoy seguro de
que sabes lo que es eso.
—Tal vez no tanto como piensas. —Cruzo los brazos sobre mi pecho.
—Todas las fiestas, estaba empezando a tener sentido. Los dos
estábamos en la escuela, en la UQAM. Trabajando a tiempo parcial los
fines de mes, apenas sobrevivía, no quería pedirle dinero a mis padres,
que todavía estaban un poco enojados conmigo por haberme mudado a
Montreal en vez de ir a estudiar cerca de casa, en la ciudad de Quebec.
Tal vez sospechaban lo que estaba sucediendo. —Se ríe con amargura—.
Así que un día, Vanessa fue a audicionar a uno de los clubes más grandes
de la ciudad. Sin decírmelo.
—¿Así es que de eso se trata? ¿Tu ex novia de dos caras?
—Déjame terminar. Lo descubrí, y estaba tan enojado que casi rompí
con ella. Pero ella me dijo todos sus buenos argumentos, todas las
excusas, que podríamos vivir en un apartamento normal sin compañeras,
sólo los dos. Que podríamos comprar todo lo que quisiéramos, con
quinientos dólares, incluso en una noche lenta, nunca nos lo
terminaríamos. Me compró una computadora nueva, un nuevo televisor.
Por lo que finalmente dije que sí. A pesar que no me dio mucha elección.
202
Y por un tiempo, funcionó. Después de la escuela iba al club para verla
bailar y después de un tiempo apenas estaba celoso. Ella pagaba la mayor
parte de la renta y me sentía un poco como una mierda sobre eso, pero
me decía que estaba bien.
Hace una pausa. Está mirando hacia el espacio con ojos vacíos.
—Y lo fue, hasta que después no lo fue. Un día estoy en el rellano
para obtener el correo electrónico y el propietario se me acerca y empieza
a gritarme. Al principio ni siquiera entendí por qué, resulta que nuestra
renta no había sido pagada en tres meses. Lo que hizo con el dinero que
le di es una incógnita. La confronté, hubo lágrimas y gritos y finalmente
admitió que había estado consumiendo coca todas las noches mientras
trabajaba, y la mayoría de las noches en medio. Bueno, eso no es algo
que no hubiéramos hecho antes. Pero juró que eso fue todo.
»No fue todo. Estaba empezando a verse como el demonio y luego
una noche, un tipo estuvo gritando, bajo la ventana de nuestro
apartamento, hasta las cinco de la mañana. Había seguido a Vanessa
desde el trabajo. Yo quería llamar a la policía y ella se asustó. Esa noche,
admitió que había estado consumiendo algo y que ese tipo le había
vendido parte de ello y que le debía dinero.
Me doy cuenta que apenas estoy respirando cuando mi cabeza
comienza a girar. Me obligo a respirar.
—No necesito decirte toda la historia. Ella dijo que terminaría con
todo eso, pero entonces tendría que renunciar a su trabajo. Dijo que
podía bailar y no consumir, pero cada vez que regresaba había llegado a
casa con los ojos vidriosos. Fue a rehabilitación, regresó, dijo que
necesitaba dinero para un depósito de un apartamento nuevo, se puso a
trabajar, y, ya sabes. Al final, desapareció durante tres días. Estaba muy
preocupado, llamé a cada hospital y entonces ella me llamó, del teléfono
de algún tipo como si no hubiera pasado nada, dando alguna excusa de
mierda mientras podía escuchar en su voz que parecía estar drogada. Así
que empaqué mis cosas y me fui. Fui a quedarme en casa de un amigo,
encontré mi propia casa al día siguiente, un pequeño estudio de mierda,
pero tenía que tomar lo que pudiera conseguir. Cambié mi número de
teléfono. Nunca me puse en contacto con ella otra vez. Ni siquiera sé lo
que le pasó. Tal vez eso me convierte en un idiota, pero había hecho todo
lo que pude. Ella tenía que elegir, e hizo su elección y no fui yo.
Mi mirada cae sobre sus manos, que todavía están descansando
sobre sus muslos. Sus dedos tiemblan con nerviosismo en sus vaqueros.
Incluso la tenue luz roja de las letras se destacan crudamente.
—Es por eso que no soy fan de los clubes de striptease, y no quería
203
que bailaras la noche que nos conocimos. Y es por eso que no puedo
poner mi confianza en ti, sin importar lo mucho que quiera hacerlo.
Y digo el cliché más trillado imaginable. Lo único que espera oír.
—No soy así.
—Sé que no lo eres.
Poco a poco, me agacho para estar a la altura de su rostro. Me asomo
a sus ojos tristes.
—Pensé que al menos merecías saber por qué —susurra.
—No soy tu ex novia. Ni siquiera estoy en drogas. —Recuerdo los
fuera de horario y mi cara se pone caliente—. Y no tengo ninguna
intención de comenzar.
Se acerca y pone su dedo en mis labios.
—Hannah, por favor. Todo eso lo sé.
—Entonces, ¿por qué? —La pregunta se escapa de mí en un torrente
de pura angustia—. ¿Por qué no podemos simplemente hacer esto? ¿Sólo
ser nosotros?
—No puedo. Sin saber cómo podría terminar.
—¡Nunca sabrás cómo podría terminar nada! —Mi voz se quiebra
con lágrimas—. Ese es todo el punto. ¿Crees que contaba con que
estuvieras en la escuela? ¿Piensas que había planeado iniciar un asunto
jodido con mi profesor? Nunca sabemos el resultado de algo. No con
seguridad.
Quiero darle un beso, tan desesperadamente, que estoy dolorida. Su
rostro está tan cerca del mío, que lo único que tiene que hacer es
acercarse.
—¿Podemos? ¿Por favor? ¿Podemos hacer esto y no preocuparnos y
no pensar en el futuro? ¿No podemos tener esto... por un rato?
No dice una palabra.
—¿No te parece que vale la pena?
La comisura de su boca se mueve unos centímetros.
—Cuando tengas mi edad jeune femme, no estarás pensando de esa
manera.
—Oh, por favor. —Estoy sonriendo, y los rastros de lágrimas secas
se arrugan en mis mejillas—. Eso será en, como un millón de años.
Limpia la última de las lágrimas bajo mis pestañas inferiores con el
pulgar.
204
—No me importa nada. Sólo quiero tenerte en mi vida. Por un millón
de años o durante una semana.
Y me derrito, mis rodillas se doblan, y me hundo en su abrazo.
Permanecemos así hasta que tenemos que separarnos antes que alguien
nos vea.
s increíble, la facilidad con la que continuamos donde lo
dejamos.
Paso todo el fin de semana con Emmanuel, en su
casa. Me lleva a una pequeña ciudad de esquí, a un par de horas de
distancia de Montreal, sólo por el día; está vacío y de aspecto desolado,
con la última de las hojas caídas y no hay nieve para cubrir las laderas y
los árboles de deprimentes marrón gris. Pasamos la tarde en un spa al
aire libre antes de ir a cenar a un acogedor restaurante francés.
Pero sobre todo nos quedamos en la cama. 205
—Así que, ahora ya sabes mi historia —dice, acercándome a él—.
¿Tu turno?
Le doy un puñetazo en el brazo en broma.
—Eso desearías.
Se supone que me llevaría a casa la noche del domingo, pero los dos
estamos demasiado cómodos para levantarnos, y ninguno lo dice, pero
aún no hemos tenido suficiente uno del otro. Sospecho que podría tomar
un tiempo.
Así que el lunes por la mañana, seguimos con la farsa. Me deja en
la estación de metro más cercana a la escuela y se va a estacionar su
auto mientras yo voy a clases a través del túnel subterráneo de
costumbre. Al menos eso significa que seré la primera en llegar, así que
llego a mi asiento de atrás, el más cercano a él.
Antes que comience la clase, toma algo de su bolsa. Mi corazón salta
de alegría cuando veo que es la cámara. La pone en la mesa frente a mí
y la tomo; la rugosidad familiar de la caja de cuero, su satisfactorio peso
en mis manos, se siente como un viejo amigo.
—Gracias —le digo.
—Pensé en ello, y te la puedes quedar. Es tuya.
—Pero… ¿No es de tu padre?
—Y así fue. Todavía quiero que la tengas.
Los primeros estudiantes llegan, y nos aseguramos de cambiar de
tema a algo neutro. Audrey está entre ellos, pero no parece parpadear por
el hecho de que tomé su asiento. Se acerca a su antiguo lugar,
conversando con otra chica.
Pero noto que sus ojos se mantienen como dardos en mi dirección.
Sólo por medio segundo a la vez, cuando piensa que no puedo verla.
Un escalofrío me recorre, profundamente.
—Entonces. —Emmanuel toma su lugar en la parte delantera y se
inclina sobre la mesa—. Debido a que todos me gustan demasiado como
para darles un examen final, creo que es momento de hablar de qué
dependerá su calificación. El proyecto final.
—Dun-Dun-Dun. —Alguien se hace eco de forma dramática.
—Como ya hemos comentado, será una serie de fotos. Todos los
proyectos serán exhibidos en la exhibición del fin de curso del
departamento, así que ténganlo en cuenta. Ya saben, si hacen algo que 206
no quieren que un montón de extraños vean.
Audrey se ríe.
—La propuesta es la próxima semana y el proyecto debe ser
entregado el 7 de diciembre. ¿Todo el mundo aquí sabe cómo hacer una
propuesta?
—¿Podemos cambiar de opinión una vez que la propuesta sea
entregada? —pregunta Audrey.
Emmanuel asiente.
—Sí, pero sería preferible si me lo dijeran de todos modos, incluso si
es sólo por correo electrónico. Vale la mayor parte de su calificación, así
que quiero que les vaya bien.
—Porque estoy trabajando en algo —dice con timidez—. Pero todavía
no sé cómo va a resultar.
Los labios de Emmanuel se extienden en una fría sonrisa.
—Tómate tu tiempo.
—Oh, he estado en ello desde que se inició el semestre. —Agita sus
pestañas. Es la peor en ligar que he visto nunca. Sería una fantástica
stripper.
El pensamiento hace que una sonrisa vengativa se abra camino en
mi rostro.
—Entonces espero ver el resultado del trabajo de todo un semestre
—dice Emmanuel.
—Oh, no lo olvidará.
—¿Te superarás a ti misma un poco, tal vez? —Emmanuel se burla
con frialdad.
—No soy de ese tipo.
Realmente me gustaría que se detuviera, y dejara de seguirle la
corriente. Todo el mundo está mirándolos.
Afortunadamente, después de eso, alguien hace una pregunta real,
y Emmanuel se lanza a la explicación. La gente empieza a hablar entre
sí, discutiendo sus ideas. Alguien, un chico, naturalmente quiere hacer
una serie de fotos de camas sin hacer. De las chicas con las que había
estado, da a entender.
—Esa mierda Tracey Emin es tan 1990 —se burla una chica. Me
pregunto si fue una de las desafortunadas en acostarse con él. 207
Otra chica hará un conjunto de escaparates, aparentemente
aleatorios, que solían estar en todas las tiendas de música, ahora
convertidos en lugares fro-yo o puntos de venta GAP o lo que sea. Quiere
llamarlo Notas Muertas.
Miro la página de cuaderno en blanco delante de mí. ¿De qué será
mi proyecto? Todas mis ideas son patéticas.
Pienso en las pinturas en mi casa, pero las saco de mi mente. Igual
que mi relación, mi verdadero arte tiene que mantenerse en secreto. Por
un momento fugaz, me da tristeza.
214
D
ejé un mensaje en el celular de Emmanuel y cancelé
nuestros planes para ir a cenar después de la escuela. No
es que pudiera haber comido algo de todos modos.
En su lugar, me voy a casa, desde la oficina de Leary. Estoy
caminando en una niebla. Casi olvido mi parada de metro y evito por poco
ser atropellada cuando cruzo la calle con el semáforo en rojo. Los
conductores hacen sonar sus bocinas y bajan la ventana para gritarme,
¡Osti de salope!
Voy directamente a mi loft, donde cierro la puerta y deslizo la cadena
en su lugar. Me desnudo y pienso en prepararme un baño, pero la idea 215
de esperar tanto tiempo me hace querer vomitar. Así que sólo abro el
agua caliente y me meto debajo hasta que se acaba.
Creo que podría estar llorando, pero no puedo estar segura. El agua
caliente lava todo.
Hago gárgaras hasta que me quedo sin enjuague bucal y mi boca
está en llamas, después, hago buches con el vodka del congelador. Paso
la siguiente media hora semi doblada en el inodoro, vomitando y llorando.
Siento como si cada vena y arteria en mi rostro estuviera a punto de
estallar simultáneamente.
Cuando no tengo nada más que devolver, me desplomo al lado del
inodoro y dejo que el cuarto gire a mi alrededor como un carrusel infernal.
No sé qué hora es cuando finalmente me arrastro desde el baño, o
por qué milagro siquiera llego a mi cama. En mi bolsa, mi teléfono es un
hervidero sonando como loco, y no tengo más remedio que caminar sin
prisa y sacarlo. Cuando veo el nombre de Emmanuel en la pantalla, creo
que voy a empezar a vomitar de nuevo. Me dejo caer en la cama con un
gemido, presionando mi mano sobre mi estómago. Juro que puedo sentir
mi columna. Mis costillas sobresalen como arcos sobre el plano cóncavo
de mi vientre.
Con dedos temblorosos, le envío un texto:
No me siento bien. Lo siento.
Segundos después un texto llega:
¿Algo que pueda hacer?
No. Está bien, sólo necesito acostarme.
¿Quieres que vaya a cuidar de ti? Seguido por un emoticón sonriente.
Pongo mi mano en mi boca.
No. No quiero que me veas así. Pienso en ello, borro la última frase,
y escribo algo patético sobre ser contagioso.
Ni siquiera sé si duermo. La realidad y la pesadilla se han convertido,
más o menos, en la misma cosa, hasta que ya no puedo notar la
diferencia.
04:42.
Una frenética llamada a la puerta me saca de mi estado semi-
comatoso. Conteniendo un gemido, me levanto de la desarreglada cama;
mi cabeza cae, pesada como plomo. Me tropiezo, caminando en zigzag a
la puerta, necesitando aferrarme a los muebles sólo para mantenerme en
posición vertical.
—¡Hannah! —llama una voz apagada al otro lado de la puerta—.
¿Estás ahí? Por favor contesta.
Me detengo a pulgadas de la puerta, respirando con dificultad como
si acabara de subir una montaña.
—Hannah. Voy a entrar por la fuerza si no abres.
Me estremezco con todo mi cuerpo. Mi febril imaginación dibuja un
cuadro vivo de Leary en cuclillas detrás de la puerta, como un duende,
hablando con Emmanuel de alguna manera. Lo mejor para sacarme.
—Por favor. Necesito saber que estás bien, parecías un poco
desorientada ayer. ¿Tienes fiebre? ¿Te pusiste peor? —Una pausa—.
Háblame. Puedo escucharte detrás de la puerta.
Fuerzo el nudo en mi garganta, y así sin más, sé exactamente lo que
tengo que hacer.
Sería más fácil cortar mi propio corazón con unas tijeras de
manicura. Pero es la única salida.
Sin palabras, doy vuelta a la cerradura, después quito la cadena. La
puerta cruje y se abre, y ahí está. Verlo hace que mi corazón salte; tiene
sombras de preocupación debajo de los ojos, barba en la mandíbula,
siempre se afeita antes de la clase. Oh Dios, ¿qué estoy haciendo?
Antes que pueda decir una palabra, me envuelve en un condenado
abrazo.
—Hannah —susurra. Su aliento me hace cosquillas en la oreja, y
cierro los ojos, deleitándome en su cercanía.
—¿Te sientes peor? ¿Necesitas que te lleve al hospital?
La verdadera preocupación y la pena en su voz me cortan hasta la
médula. Las lágrimas comienzan a brotar en la parte posterior de mi
garganta. Niego.
—Entonces sólo quiero cuidar de ti. Puedo hacerte sopa de pollo. 218
Hacer una carrera a la farmacia si necesitas algo. —Aparta un par de
hebras sueltas de cabello de mi rostro, y luego me toca la frente buscando
si tengo fiebre—. Pareces bien. No estás demasiado caliente.
Se necesita toda la fuerza de voluntad que soy capaz de reunir, pero
aparto sus manos. Una línea de ceño de confusión pliega su frente.
—¿Qué pasa? ¿Pasó algo? —Su mandíbula se tensa—. ¿Algo en el
trabajo?
—No. —Mi voz suena casi como yo, más áspera y ronca—.
Emmanuel... necesito hablar contigo de algo.
No dice nada. Por reflejo, da un pequeño paso adelante, para poner
sus manos en mi cintura, pero las deja caer torpemente a los costados.
Puedo ver como su rostro se pone serio, cuando empieza a sospechar de
qué se trata.
—Yo... tuve la oportunidad de reconsiderar todo esto.
Veo mi nombre formándose en sus labios antes que se materialice
en sonido. No hay nada que vaya a extrañar más, que oírle decir mi
nombre. Es un sonido hermoso. Hace que todo en mi vida sea hermoso.
Sin él…
—No podemos vernos más.
Aunque él sabía que esto iba a suceder, la mirada de asombro en su
rostro es sorprendente.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Pensé que nosotros… fue algo que dije? ¿Algo
que hice?
Cierro los ojos, apretando los párpados hasta que mi visión nada en
rojo, y muevo la cabeza. El mundo gira y se balancea. Por favor, que sea
sólo una continuación de la pesadilla. Por favor, que me despierten de un
momento a otro, y que esté en la cama de Emmanuel, acurrucada contra
su figura, durmiendo entre sábanas de seda. Contenta. Completa.
—Por favor, no discutas. Es mejor así para los dos, sólo confía en
mí. Esta cosa que tenemos… Sólo va a arruinar nuestras vidas.
—¿Cómo puedes decir eso? Eres la única que…
—No puedes verlo, y tal vez yo no podía verlo tampoco. Pero estabas
en lo cierto, es como tú y Vanessa. —Verlo estremecerse ante la mención
de su nombre, como si lo hubiera abofeteado hace que cada célula de mi
cuerpo se retuerza de dolor—. Se arrastrará entre los dos, y no lo
sabremos hasta que nos destruya. Tenemos que parar. ¿Me entiendes?
Tenemos que parar. 219
Sus fosas nasales se ensanchan y da un pequeño paso hacia atrás,
casi tropezando.
—No puedes acabar con eso de esta manera.
—Sí puedo.
—Tienes que pensar en ello.
—Por favor entiende. No discutas. Se terminó, ¿de acuerdo? Se
terminó, esta vez es para siempre.
Veo el entendimiento trabajar en él. Lo esconde lo mejor que puede,
pero conozco demasiado bien cada temblor, cada tic, su tensa mandíbula,
el casi aleteo de un párpado.
—Vamos a hablar de esto en otra ocasión —dice con voz firme—. No
te sientes bien. Cuando baje tu fiebre, las cosas no se verán tan mal, te
lo prometo.
—No hay nada de qué hablar.
—Tú no… no puedes. No eres sólo tú, somos dos en esto, no puedes
decidir por ambos, eso no está bien...
—Por favor —susurro—. Sólo tienes que irte, ¿de acuerdo? En este
momento necesito que te vayas.
Se aleja. Está herido y aturdido, desconcertado, desorientado y
perdido, veo todas esas cosas revolotear en su rostro, antes que pueda
esconderlas bajo la máscara de normalidad.
—Te llamaré —dice.
Cierro la puerta. Durante unos segundos, me apoyo en ella con todo
mi peso; conteniendo la respiración, escucho pasos al otro lado. Él no se
mueve. Durante mucho tiempo, sólo se queda ahí, a centímetros de
distancia de mí, con nada más que un delgado panel de madera
contrachapada entre nosotros.
Justo cuando pienso que nunca podré volver a respirar, lo escucho
ponerse de pie.
Las rodillas se me aflojan y me dejo deslizar al suelo, donde me
encojo y abrazo mis rodillas contra mi pecho, mi mejilla contra las tablas
del suelo áspero, sucio, me pongo a llorar, poco a poco, un goteo que se
intensifica en una inundación, en un tsunami, en un torrente de dolor.
Nunca he estado más sola en el mundo.
220
e gustaría retirarme.
La asistente del coordinador asociado al programa, quien sea que
podría ser esta chica, me mira, aturdida, por encima de sus grandes gafas
cuadradas.
Estoy en la ventana de Asesoría Académica, con la espalda recta, y
la barbilla en alto. Soy consciente, de cómo mi delgado cuello sobresale
del cuello de la gran camiseta, de la forma en que las manchas de color
rojo cubren mi cara, sin siquiera una pizca de maquillaje. Cada vez que 221
cierro los ojos es como si el interior de mis párpados se volviera papel de
lija. Cada parpadeo es lento y doloroso, raspando, raspando.
—Pero no puedes retirarte —dice.
—Lo consideré con cuidado, las implicaciones y todo —digo—. Y
quiero retirarme. Ahora dame los papeles que necesito para firmar y
acabemos de una vez.
—¿Es una situación personal? —pregunta. Está tratando de ayudar,
puedo decirlo, y es su trabajo tratar de ayudar a los perdedores
desesperados como yo, que quedan en la escuela, para que no malgasten
sus vidas. No tengo derecho a estar tan enojada con ella. Pero aprieto los
puños en mis bolsillos hasta que mis uñas cortan mis palmas.
—Es personal —le digo.
—... Porque si se trata de una situación personal, como una
emergencia familiar, se pueden hacer excepciones —canturrea.
—No necesito excepciones. Tengo que abandonar los estudios. —
Dios, ¿no hay nadie en esta ciudad de mierda que entienda inglés
adecuadamente?
—Bueno, verás, no puedes abandonarlos en este momento —dice—
. La fecha límite para la retirada académica será de nuevo en octubre. Si
dejas de asistir a clases ahora, serás marcada como un fracaso, y tu
promedio de calificaciones...
—No me importa mi GPA —digo bruscamente—. Y no es sólo por el
semestre. Quiero retirarme del programa. De la escuela. Quiero irme, por
completo, sin vuelta atrás.
—Las clases de este semestre aún estarán en tu registro —repite.
Sus labios se presionan juntos en una línea delgada. Puedo decir que
está perdiendo la paciencia—. Pero si deseas retirarte de la universidad,
puedes hacerlo después del periodo de exámenes. Sólo tienes que venir a
esta misma oficina, y...
Me quejo en voz baja.
—¿No hay nada que puedas hacer?
Ella suspira.
—Si se trata de una situación personal...
Me doy cuenta que no le sacaré nada. Giro sobre mis talones y
empiezo a ir por el pasillo, con su mirada sorprendida y molesta en la
espalda. 222
La clase de Leary es en este momento. Y estoy segura de que ya se
dio cuenta que no estoy presente.
De cualquier manera, no hay necesidad de ser teatral y tener
pretensiones. Espero por él delante de su oficina, agachada junto a la
pared.
Cuando aparece al final del pasillo y me ve, su rostro se ilumina,
como si fuera un pariente perdido hace mucho tiempo. O su novia, que
vino de visita. Hace que me gire el estómago.
Por suerte no había comido nada por, ni siquiera recuerdo desde
hace cuánto tiempo.
—¡Hannah! —dice alegremente—. Tenía la esperanza de verte. Es
bueno tener una estudiante que es seria acerca de su trabajo.
Da una mirada apenas con énfasis en la palabra trabajo.
—Necesito hablar con usted —le digo de manera cortante. No quiero
mirarlo desde abajo como un animal asustado, así que me pongo de pie.
Demasiado rápido. Motas negras explotan en frente a mis ojos y tengo
que aferrarme a la pared.
—Por supuesto, por supuesto. Con gusto.
La puerta de su oficina cruje. Cierra con un clic.
La humedad, el olor a húmedo de este lugar me revuelve el
estómago.
Él no pierde el tiempo. En el segundo que cierra la puerta, va
directamente a mi pecho, frotándolo y atravesando mi sudadera.
—¿Vas a levantar esa cosa? —murmura mientras sus manos van al
dobladillo—. Podrías haber usado algo mejor.
Tomo sus manos por las muñecas. No es que sea lo suficientemente
fuerte como para retenerlas. Pero se detiene y me mira con frío desdén.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—No estoy haciendo nada. Terminamos.
Él da un suspiro, se frota las sienes, como un profesor que le explica
algo a un estudiante muda por millonésima vez.
—No creo que tengas la última palabra aquí, Hannah. Creo que
olvidaste…
—Rompí con él —le digo—. Rompí con él, y dejaré todo a primera
hora de diciembre. Voy a volver a Estados Unidos. Usted ya no tendrá
nada para utilizar contra mí.
223
Su mirada es dura, pero sus labios se extienden en una sonrisa
grasienta.
—Bueno, no es tan noble de tu parte, Hannah. Qué sacrificio. Y todo
lo que pedía era un poco de alivio de tensión. ¿Fue realmente tan horrible,
que prefieres volver a Minnesota?
—Se acabó.
—No lo creo. —Agarra mi antebrazo y lo aplasta en su agarre hasta
que grito—. Te olvidas de quién tiene el poder aquí. Tengo acceso a toda
la información que registraste, ¿recuerdas? Tu dirección, el número de
teléfono de tus padres, tu número de la maldita seguridad social. —
Retuerce mi brazo hasta que creo que el codo se romperá, y rechino los
dientes de dolor mudo. El pánico se derrama en mi pecho—. Haz lo que
quieras, retírate si lo deseas. Pero aún no hemos terminado.
Suelta mi brazo tan bruscamente que tropiezo, acunándolo en mi
pecho. Palpita. Estoy segura que voy a tener una contusión en forma de
dedos por la mañana.
Si llego a mañana.
—No voy a forzarte. No quiero marcas de garras o contusiones, y de
todas formas, no es divertido. Puedes salir directo de esta oficina, en este
momento. La puerta no tiene seguro. Pero si lo haces, me aseguraré de
que nunca dejes todo esto atrás. Voy a llamar y decirles a tus padres lo
que haces. ¿Piensas que no le creerán a un maestro preocupado? ¿Sobre
todo porque ya saben qué clase de hija tienen?
Mi cuerpo es una cáscara pesada llena con nada más que los latidos
de mi corazón. Mi estómago rueda. Quiero correr o gritar o hacer algo,
cualquier cosa, pero estoy clavada en el suelo, una marioneta sin
voluntad, una estatua que no tiene voz.
—No impediré que desertes el próximo semestre —dice casualmente,
cruzando la distancia entre nosotros. Su aliento me barre. Rancio—. Eso
no es lo que quiero de todos modos. Sólo quiero que nos separemos en
buenos términos.
No me muevo. De alguna manera ni siquiera lo hago cuando empieza
a manosearme, cuando su áspera respiración deja un rastro húmedo por
mi clavícula, ni siquiera cuando sus manos encuentran su camino debajo
de mi sudadera, después por mi camiseta, y sus dedos se hunden en
crudo en mi seno. Respira agitado en mi oído. Mi mirada se centra en un
rasguño en la puerta, una marca larga y profunda que corre abajo a lo
largo del vidrio tintado inserto. El rasguño, hecho Dios sabe cuándo ni
por quién, es mi salvavidas.
224
Muerdo el interior de mi mejilla para ahogar un grito cuando sus
dedos se arrastran debajo de la cintura de mis pantalones de yoga y
empieza a tirar de ellos hacia abajo. Su mano fría y áspera se asienta
sobre mi pubis, raspando contra el rastrojo allí.
Me dejo ir. Cierro los ojos, cierro mis sentidos, uno por uno,
recluyéndome en la cáscara frágil de piel, músculos y huesos.
Desvaneciéndome.
Su voz en mi oído está a un millón de millas de distancia.
—No sólo te quedes allí. Si quisiera penetrar a una muñeca inflable…
Mis labios se abren y un débil gemido se me escapa. Me sube sobre
la mesa, apartando un montón de papeles marcados en familiar rojo con
un feo garabato. Mi cóccix golpea con fuerza contra el tablero de la mesa,
sacando otro grito fuera de mí, y en un momento de shock mis ojos se
abren.
Luz fantasmal de neón inunda mi visión. Todos los colores parecen
eliminados, igual que en una antigua foto de película, pero sin la
misericordia de difuminar los bordes. Todo es tan agudo como siempre.
Los carteles, la puerta, el rasguño, el panel de cristal nublado.
Y más allá de ella, una forma oscura.
No tengo tiempo para reaccionar. Todos mis músculos se bloquean
y mi grito sale a mitad de camino hasta mi garganta. Ajeno, Leary todavía
está tratando de tirar de mis pantalones cuando la puerta se abre.
Por encima del hombro, veo a Emmanuel en la puerta, y la expresión
de su cara es de shock, o de ira, o de terror, estaría de acuerdo con eso.
Podría vivir con eso. Pero no es ninguna de esas cosas. Su cara es
perfectamente impasible, tranquila, a excepción de una ligera curvatura
de sus labios. Asco.
—Lo sabía —dice, su voz es uniforme y segura—. Debí haberlo
sabido todo el tiempo.
Se vuelve y camina por el pasillo, dejando la puerta entreabierta.
Leary ya no está gruñendo y resoplando. Se desliza fuera de mí,
ajustándose el cinturón. Se está riendo, con la cara roja y sudorosa.
—Bueno, parece que el problema se hizo cargo de sí mismo,
¿verdad?
Me deslizo fuera de la mesa y me pongo en cuclillas en el suelo,
abrazando mis rodillas. Leary viene sobre mí, tirando de su entrepierna.
No puedo obligarme a mí misma a mirar hacia arriba. Sólo veo su vientre 225
abultado sobre la cintura de sus pantalones.
—¿Qué estás esperando? —dice bruscamente—. Vamos, sal de aquí.
No quieres que tu novio aparezca aquí con todo el departamento a
cuestas.
Me tambaleo sobre mis pies. El mundo entero se está balanceando,
desentrañándose alrededor de los bordes.
—¿No vas a correr detrás de él? ¿A explicarle todo? —Leary frunce
el ceño con desdén—. Dile que tu malo, maldito profesor de Historia del
Arte te violó, porque sabía que eras stripper y, oh, espera.
Mi mirada viaja a la puerta abierta, al pasillo vacío más allá. El
pensamiento cruza mi mente para hacer precisamente eso. Tal vez
todavía pueda alcanzarlo, tal vez pueda explicarle y lo entienda.
Tal vez no sea demasiado tarde, trina un hilo de voz, una voz
esperanzada, en el fondo de mi mente.
Salvo que es demasiado tarde. Desde el momento en que todo
empezó todo había terminado.
No voy a correr detrás de nadie, no voy a decirle nada a nadie. No
hay nada que pueda hacer para que la gente me escuche, para hacer que
me entiendan. Debería haber aprendido eso hace mucho tiempo, en la
secundaria. La gente ve y oye y cree lo que quiere, lo que se adecúa a su
forma de ver el mundo, porque todo lo demás podría erizar sus plumas y
hacer que cuestionen cosas que siempre han dado por verdades
universales. Todas las mujeres son putas, todas las strippers son
prostitutas, ella lo pidió, ¿en qué estaba pensando, mostrando sus senos
y luego con la esperanza de ser tratada como humana?
No voy a hacer una maldita cosa.
Voy a desaparecer.
226
l día siguiente no me molesto en aparecer. Al diablo con los
plazos para retirarme, al diablo mi promedio. Voy a faltar a
cada clase y soy completamente indiferente a ese hecho.
Nunca voy a volver, ni el próximo semestre, ni nunca. Con mi promedio
por el suelo nunca voy a conseguir entrar en otra universidad, ni aquí o
de regreso en casa. Tal vez sólo encuentre un club nocturno de mierda
en algún lugar de Minnesota, junto a una estación de servicio, y les dé
sexo oral a los camioneros en la llamada habitación champán por el resto
de mi vida.
Me paso el día en la bañera, hasta que el agua se pone tan fría que
parece que filtra la energía vital a través de mi piel erizada. Cuando mis 227
dientes comienzan a castañear tan fuerte que creo que podrían romperse,
salgo y me dejo caer en la cama.
El fin de semana pasa en una neblina. Mi teléfono está muerto: ni
un mensaje de texto, ni una llamada, ni de Emmanuel, ni del trabajo, ni
de Maryse o de nadie. Se siente como si hubiera sido completamente
olvidada por el mundo en general, como si nunca hubiera existido.
Tal vez sólo me olvidé de pagar la factura.
El lunes, recibo un solo correo electrónico, sin ninguna línea de
asunto. Miro la dirección: desconocida, algo así como hotgirl
probablemente falsa. Estoy a punto de eliminarlo como correo basura
cuando veo que se trata de un enlace de Facebook al grupo de nuestra
clase de fotografía.
Hago clic en él, y la imagen de perfil de Audrey se expande en la
pantalla de mi teléfono.
Oigan chicos,
Creo que sé cuál será mi proyecto final. No es una película en blanco
y negro, pero espero que esté bien porque es demasiado jugoso como para
dejarlo pasar. Me gustaría llamarlo EXPOSICIÓN. Háganme saber que
piensan.
Me desplazo por la publicación.
Fotos ligeramente borrosas a todo color, con la cámara de un
teléfono de alta resolución, sin duda.
Las fotos son del interior del club. De mí. Bailando en el escenario.
Mi rostro está borroso, al igual que mi entrepierna y mis pechos, en
esas fotos donde salgo completamente desnuda.
Acerco el teléfono más a mis ojos: No estoy usando mi peluca en las
fotos, y mi traje es ese viejo bikini dorado que boté hace mucho tiempo.
Fueron tomadas en agosto, si no fue antes. Antes de este semestre. Antes
de Emmanuel. Antes de todo.
Tengo una muy buena idea de dónde vinieron.
Muevo el pulgar a través de los comentarios: son lo que habría de
esperarse. OMD, Mierda, le entraría a eso. Las chicas sueltan palabras
alrededor con z y p.
Todas y cada una de ellas son tomadas desde mi espalda. Me quedo
mirando la pantalla, buscando dentro de mí misma algún tipo de santo
terror, vergüenza, humillación, tal vez dolor, y nada llega. Tal vez
simplemente se agotó. Tal vez nunca estuvo allí. 228
Tal vez soy todo lo que Emmanuel cree que soy. Soy Vanessa, peor
que Vanessa.
Pensar en él es lo único que puede llenar mis ojos de lágrimas ahora.
3
Pas de deux: Es un movimiento de ballet en las parejas ejecutan los movimientos a la
par.
La gente puede hablar, ser mezquina y juzgar todo lo que quiera.
Cada uno consigue su propio final feliz, en sus propios términos.
Y al diablo con lo demás.
256
Nina Lemay es una escritora de
novelas para Jóvenes Adultos de día y
autora de pecaminosamente retorcidas
novelas Nuevo Adulto... bueno, también de
día.
Ella ama todas las cosas oscuras y
tensas y no se cansa de atormentar a sus
personajes.
Aunque Nina es fanática de todos los
temas tenebrosos, góticos y fantásticos, 257
ella no se asusta de un descarnado
romance contemporáneo cuando la musa
golpea.
Vive en Montreal, una ciudad que
nunca falla en inspirarla, con su pareja y
su perro.
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