Nuevo Documento de Texto
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punto de que sucedió algo inesperado: se quedó embarazada, y a los nueve meses dio
a luz a una lindísima niña a la que llamaron Rapunzel.
La felicidad de la pareja era tan grande, que Robert ni se acordó del pacto con la
bruja. La malvada Gothel, en cambio, lo tenía muy presente: nada más escuchar el
llanto del bebé, se dio prisa por ir a reclamarlo.
¡Je, je, je! Ha llegado la hora de hacer una visita a los vecinos. ¡Menuda
sorpresita se van a llevar!
Sin mostrar ni un ápice de compasión, la muy miserable se coló sigilosamente en la
vivienda de Robert y Anna. Como era de esperar, los encontró mirando embelesados a
la chiquitina, que dormía plácidamente en su cuna de madera. Al feliz papá le dio
un vuelco el corazón cuando vio a la bruja entrar como una rata mugrienta en la
habitación.
¿Qué me vaya?… Sí, pero cuando cumplas tu palabra, queridísimo vecino. Hicimos un
trato, ¿recuerdas? Tu mujer está sana gracias a mis flores, así que esta niña es
mía.
Anna, que no sabía nada del pacto, se puso delante de la cuna y gritó:
—————–
Rapunzel, te has convertido en una mujer y no quiero que nadie te separe de mí.
Desde que naciste hemos vivido juntas en este pueblo de montaña, pero a partir de
ahora permanecerás aislada del resto del mundo.
¿Por qué, señora? Yo no he hecho nada malo… ¡Usted no puede hacerme eso!
¡¿Que no puedo?! ¡Tú misma lo vas a comprobar!
Y sin más explicaciones, la llevó a un torreón abandonado en medio del bosque y la
encerró en la parte más alta. Antes de largarse, la vieja se aseguró de tapiar la
puerta de entrada para que de ninguna manera se pudiera escapar.
—————–
A partir de esa fatídica decisión Rapunzel tuvo que resignarse a vivir prisionera,
con la única compañía de unos pocos libros y un arpa de la que extraía las más
exquisitas melodías. La bruja se presentaba todas las tardes con una cesta llena de
alimentos, y como la entrada estaba sellada, se colocaba a los pies de la torre y
la llamaba a gritos:
Esta era la vida de la bella Rapunzel hasta que, una tarde de primavera, el apuesto
príncipe Alexander salió a pasear, y sin darse cuenta se adentró en lo más profundo
del bosque a lomos de Donner, su inseparable corcel.
Caballito mío, me temo que nos hemos alejado demasiado y nadie sabe que estamos
aquí.
Al girar para tomar el camino de vuelta, divisó algo que despertó su curiosidad.
¡Menudo hallazgo! Este torreón debió formar parte del castillo de algún noble, o
quizá de uno de mis antepasados. ¡Qué interesante!
Estaba pasmado mirando la sorprendente construcción de piedra, cuando llegó a sus
oídos el canto más delicioso que nadie pueda imaginar. Sin bajarse del caballo,
empezó a mirar en todas las direcciones.