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Gracias a las infusiones diarias Anna recuperó la salud y el buen humor hasta el

punto de que sucedió algo inesperado: se quedó embarazada, y a los nueve meses dio
a luz a una lindísima niña a la que llamaron Rapunzel.

La felicidad de la pareja era tan grande, que Robert ni se acordó del pacto con la
bruja. La malvada Gothel, en cambio, lo tenía muy presente: nada más escuchar el
llanto del bebé, se dio prisa por ir a reclamarlo.

¡Je, je, je! Ha llegado la hora de hacer una visita a los vecinos. ¡Menuda
sorpresita se van a llevar!
Sin mostrar ni un ápice de compasión, la muy miserable se coló sigilosamente en la
vivienda de Robert y Anna. Como era de esperar, los encontró mirando embelesados a
la chiquitina, que dormía plácidamente en su cuna de madera. Al feliz papá le dio
un vuelco el corazón cuando vio a la bruja entrar como una rata mugrienta en la
habitación.

¡¿Qué hace usted aquí?!… ¡Fuera de mi casa!


Gothel, sin inmutarse, se encaró con él.

¿Qué me vaya?… Sí, pero cuando cumplas tu palabra, queridísimo vecino. Hicimos un
trato, ¿recuerdas? Tu mujer está sana gracias a mis flores, así que esta niña es
mía.
Anna, que no sabía nada del pacto, se puso delante de la cuna y gritó:

¡Nunca te daré a mi hijita, vieja loca!


De nada sirvió. Gothel la apartó de un empujón y la pobre fue a caer sobre Robert,
quedando ambos tirados en el suelo. Aprovechando ese estado de indefensión, la
miserable bruja raptó a la recién nacida y se la llevó a un lugar donde sabía que
nadie la iba a encontrar.

—————–

Pasaron los años y Rapunzel se convirtió en una joven adorable e increíblemente


atractiva. Sus ojos color esmeralda y unos larguísimos cabellos dorados como el sol
despertaban admiración. ¡Todos los muchachos de la comarca suspiraban por su amor!
Gothel, temerosa de que decidiera casarse con alguno, tomó una cruel determinación
el día que la muchacha cumplió dieciocho años.

Rapunzel, te has convertido en una mujer y no quiero que nadie te separe de mí.
Desde que naciste hemos vivido juntas en este pueblo de montaña, pero a partir de
ahora permanecerás aislada del resto del mundo.
¿Por qué, señora? Yo no he hecho nada malo… ¡Usted no puede hacerme eso!
¡¿Que no puedo?! ¡Tú misma lo vas a comprobar!
Y sin más explicaciones, la llevó a un torreón abandonado en medio del bosque y la
encerró en la parte más alta. Antes de largarse, la vieja se aseguró de tapiar la
puerta de entrada para que de ninguna manera se pudiera escapar.

—————–

A partir de esa fatídica decisión Rapunzel tuvo que resignarse a vivir prisionera,
con la única compañía de unos pocos libros y un arpa de la que extraía las más
exquisitas melodías. La bruja se presentaba todas las tardes con una cesta llena de
alimentos, y como la entrada estaba sellada, se colocaba a los pies de la torre y
la llamaba a gritos:

¡Rapunzel, niña hechicera, lánzame tu cabellera!


Rapunzel, siempre obediente, se asomaba a la ventana y dejaba caer su larguísima
trenza rubia para que Gothel pudiera trepar por ella hasta la ventana. Cuando la
visita terminaba, la bruja la utilizaba de nuevo para bajar como si de una cuerda
se tratara, y se marchaba dejando a la muchacha en total soledad.

Esta era la vida de la bella Rapunzel hasta que, una tarde de primavera, el apuesto
príncipe Alexander salió a pasear, y sin darse cuenta se adentró en lo más profundo
del bosque a lomos de Donner, su inseparable corcel.

Caballito mío, me temo que nos hemos alejado demasiado y nadie sabe que estamos
aquí.
Al girar para tomar el camino de vuelta, divisó algo que despertó su curiosidad.

¡Un momento! ¿Qué es eso que se ve detrás de aquellos árboles?


El príncipe se acercó y confirmó que se trataba de una torre muy antigua,
aparentemente deshabitada.

¡Menudo hallazgo! Este torreón debió formar parte del castillo de algún noble, o
quizá de uno de mis antepasados. ¡Qué interesante!
Estaba pasmado mirando la sorprendente construcción de piedra, cuando llegó a sus
oídos el canto más delicioso que nadie pueda imaginar. Sin bajarse del caballo,
empezó a mirar en todas las direcciones.

No sé si estoy soñando o son alucinaciones, pero ¡acabo de escuchar una voz


angelical!
El joven procuró no mover ni un pelo para concentrarse en el sonido.

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