La Gaceta Jurídica
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ORIGINALIDAD
En el campo de las ciencias sociales tenemos una discusión epistémica: unos que sostienen que la
construcción teórica es occidental y, por tanto, no es posible construir lo “propio” (aplicable al
Derecho); otros, por el contrario, sostienen que estamos construyendo lo propio”, es decir, una suerte
de purismo cultural con desdén de la cultura occidental (eso también pasa en el mundo del Derecho).
El Nuevo Código Procesal se inscribe en esta disputa intelectual. Partamos de una cita extractada de
un libro publicado por la Asamblea Legislativa Pluri- nacional (alp), concretamente por la
Presidencia de la Cámara de Diputa- dos. En la página 25, el presidente de la Comisión de
Constitución, Legislación y Sistema Electoral, Héctor Arce, sostiene que “...la mayoría de ellas, leyes
copiadas, inclusive de códigos europeos, que ni han dado la respuesta objetiva, real y necesaria que
requería Bolivia”.
En la página 26 sostiene que “nunca antes en Bolivia habíamos tenido la oportunidad de construir
una legislación PROPIA, surgida de nuestras propias necesidades...”. Este par de citas pertenecen al
libro colectivo El Nuevo Proceso Civil, publicado por la Editorial Kipus. Sin embargo, en ninguno de
los dos libros se explica cuál es la fuente.
No tenían porqué hacerlo, pues habían creado un instrumental jurídico ORIGINAL. En el mismo
libro colectivo escribe Mario Cordero Miranda (profesor de Derecho Civil). Él sostiene que “mediante
Ley Nº 1760 de 28 de febrero de 1997 se promulgó por nuestro país la Ley de Abreviación Procesal
Civil y Asistencia Familiar...”.
Más adelante agrega que el proceso monitorio adquiera carta de ciudadanía en nuevo país a partir del
Proyecto de Código de Proceso Civil, elaborado cuando René Blattmann Bauer se desempeñaba como
Ministro de Justicia, proyecto que fue remitido en su oportunidad al Poder Legislativo para sus
estudios y aprobación, sin embargo, nunca fue considerado”.
Una de las novedades del Nuevo Código Procesal Civil es el proceso monitorio (que en otros trabajos
analizaremos con rigor). Mario Cordero Miranda, en la página 95 del libro de marras, continúa
afirmando que el proyecto de 1997 se ocupa del proceso de estructura monitoria en sus artículos 431
al 433 y comienza proponiendo una noción básica del proceso monitorio en su artículo 431 (...).
El nuevo código regula este instituto en su artículo 375, reproduciendo literalmente la noción
introducida en el proyecto, con la modificación de “juez” por la de “autoridad Judicial” que empieza
la propuesta. Sigamos con la cita: “El proyecto, en su artículo 432, señala que el proceso monitorio
procede en las siguientes clases de proceso: ejecutivo, entrega de cosas, entrega de la herencia,
resolución de contrato por incumplimiento de la obligación de pago, cese de la copropiedad y
desalojo. Nuevo Código reproduce literalmente esta norma en su artículo 376, agregando como
novedad ‘otros casos expresamente señalados por Ley, lo que técnicamente no tiene sentido porque
no existe Ley alguna, que regule otros casos’ de procedencia monitoria”.
Cordero Miranda, enfáticamente, afirma en la página 97 del libro El nuevo proceso civil que “...como
se puede apreciar, EL NUEVO CÓDIGO ES COPIA DEL PROYECTO Y, POR TANTO, SUS
REDACTORES NO PUEDEN ATRIBUIRSE LA AUTORÍA DE UN TRABAJO REALIZADO por los
miembros de la Comisión Redactora del Proyecto; es más, para que nadie se atribuya la paternidad
que no le corresponde y, por un principio de honestidad, es necesario aclarar que el proyecto fue
redactado por una comisión constituida por los doctores Enrique Díaz Romero Monje, Kenny Prieto
Melgarejo y el suscrito, además del importante concurso de los consultores uruguayos Luis Torrelio
Giordano y Jorge Marabboto Lugano, teniendo como fuente principal el Código Procesal tipo para
Iberoamérica analizado y discutido en su estructura y contenido por los más ilustres procesalistas de
América, en las Jornadas de Derecho Procesal Civil auspiciadas por el Instituto Iberoamericano de
Derecho Procesal Civil, que finalmente encomendó su redacción a nivel de anteproyecto a los
profesores uruguayos Enrique Vascovi y Adolfo Gelsi Bidart a la que posteriormente se agregó el Dr.
Luis Torelio Giornado” (sic).
No obstante, es momento de realizar una reflexión lo más objetiva posible. El proyecto del que habla
Mario Cordero es de cuño LIBERAL, no podía ser de otro modo en ese entonces, el presidente era
Gonzalo Sánchez de Lozada, es decir, el mnr en el poder. En anteriores columnas sostuvimos que, en
el plano superestructural (usando categorías marxistas), el proyecto que refiere Cordero, responde al
apogeo del neoliberalismo en Bolivia y, en realidad, en el mundo.
Claro, una estructura económica liberal debía tener una superestructura jurídica también liberal; en
ese aspecto había coherencia. El ciclo liberal periclitó, hoy vivimos en un tiempo postliberal y
postsocialista; en otros términos, vivimos un socialismo de cuño comunitario. Entonces, ¿por qué
incorporar normas de inspiración liberal? Esta pregunta debe ser respondida por los políticos que
sancionaron y promulgaron el Nuevo Proceso Civil.
Reitero, en el mundo de la academia estamos esperando una respuesta al doctor Cordero. ¿Existe o
no honestidad intelectual? ¿El producto jurídico es realmente original y no copiado? Aún más,
¿rompe con los modelos culturales antioccidentales tan de moda en la actualidad?
Nosotros tenemos el proyecto que René Blattman, ministro de Justicia, dejó en la Memoria 94-97. En
la página 193 sostiene que, “dentro del programa de reformas a la legislación positiva (...)”, el
Ministerio de Justicia, en consonancia con el cambio estructural (se refiere al liberalismo) (...) no
podía faltar el Nuevo Código de Proceso Civil para cuya redacción se conformó una comisión del más
alto nivel, de la que fue presidente el ministro de Justicia, René Blattmann; coordinador general el
subsecretario de Justicia, Bernardo Wayar Caballero; consultores nacionales Mario Cordero Miranda,
Enrique Díaz Romero y Kenny Prieto Melgarejo; consultores internacionales Luis Torrelio Giornado
y Jorge Marabotto (...).
En la página 195 se sostiene que “el Nuevo Código Procesal Civil se sustenta en la oralidad, aunque
estrictamente se trata de un procesal mixto...”. El autor de esta columna encuentra muchas
similitudes entre el proyecto y el Nuevo Código Procesal Civil. Aunque, nobleza obliga, el proyecto no
abdicaba la competencia de los jueces a favor de los notarios de fe pública.
Las cuestiones eminentemente técnicas serán tratadas en otros trabajos. Desde el campo político,
habría que decir que el “estado aparente” fue imitado (copiado) por el “estado integral”, para usar
frases del notable político italiano Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, autor
de los Cuadernos de la Cárcel.
El debate apenas empieza. En lo inmediato, los proyectistas que nunca escribieron un libro deben dar
respuestas sobre el carácter original de su proyecto. Deben responder con puntualidad a Mario
Cordero Miranda.
Como profesor universita- rio –por supuesto de la umsa– estoy en contacto con alumnos de pregrado
y postgrado. Es- tos últimos me dijeron que, a pesar del escepticismo, está probado que el Có- digo
Procesal Civil (cpc) en vigencia fue copiado del anteproyecto dejado por René Blattman.
Así, estos interlocutores me pidieron que escriba sobre otros dispositivos legales. Les respondí que,
de acuerdo a nuestro plan, en lo inmediato viene un análisis riguroso del Código de las Familias y,
posteriormente, sobre Filosofía.
Desafortunadamente, esta área del cocimiento científico es considerada un relleno; así, intentaremos
demostrar lo falso de esta creencia. En noviembre del pasado año concluí el proceso de
documentación del Código de las Familias. Asimismo, mis lectores felicitaron esta columna que
permitió posicionar un tema trascendental en el imaginario individual y colectivo sobre el cpc.
Precisamente, estos días salió la 2ª edición del libro colectivo Curso sobre el Código Procesal Civil. No
puedo eludir su análisis. En esta edición, como en la anterior, el director es Jorge Omar Mostajo
Barrios.
Se trata de un libro interesante que, en el fondo, intenta imitar el modelo uruguayo pues allí existe un
volumen con el mismo título, publicado en dos tomos por Enrique Vescovi y otros. Creímos que del
libro serían excluidos un par de trabajos, los de Walter Guerra Pérez (págs. 330 a 381) y de Jorge
Mostajo (págs. 278 a 297). Nos equivocamos. Ambos textos quedaron en el libro.
El uruguayo Guerra escribe sobre el origen mediato del actual CPC, el Código Modelo para
Iberoamérica de Código Procesal Civil (porque la fuente inmediata es Blattman). Vuelvo a destacar la
honestidad intelectual de Mostajo, quien reconoce en su trabajo que el origen del nuevo CPC es el
Código Modelo. ¿Qué pasó?, ¿José César Villarroel y Andrés Valdivia no han leído este libro
colectivo? o ¿lo leyeron y no les quedó otra que aceptar los argumentos de ambos autores?
Como sea, el nuevo cpc no puede ser presentado como original. No. Los proyectistas tomaron el
anteproyecto de cpc dejado por el neoliberal René Blattman.
El autor de esta columna escribió el libro Periodismo Judicial. En España existe otro de José Luis
Calero, con el mismo título. Este autor inspiro mi texto, pero no le copié. No habría sido correcto
apropiarme de un trabajo ajeno. El lector, al cotejar los libros de Calero y el mío, advertirá que son
parecidos pero no iguales; pero, lo más trascendente es que nosotros, como deber intelectual, citamos
al español.
Amable lector, usted sabe que ninguna obra sale de la nada; toda producción tiene como base a otros
autores, a quienes rebatimos o apoyamos, también orientamos y damos nuevas direcciones a las
proposiciones teóricas. Presentar algo con soberbia como constructo nuevo es un despropósito
intelectual.
Además, el sistema jurídico de carácter privado es occidental, europeo; querer “crear” nuevas
instituciones, como proponen las filosofías postmodernas, es una aberración intelectual (de nada
sirve el pensamiento situado). Los intelectuales deben ser humildes y admitir que no hay creaciones
originales en el 100 por ciento.
Mis lectores deben saber que estoy de acuerdo con el actual cpc, salvo en pequeños acápites que son
mínimos. Se trata de una obra colectiva que arrancó en 1945 con el código que dejó el notable
procesalista uruguayo Eduardo J. Couture. En los años 90, mis maestros Mario Cordero Miranda y
Enrique Díaz Romero dejaron el Anteproyecto de Código Civil bajo la tuición de René Blattman.
Los dos autores citaron la fuente principal y dicen en su trabajo que tomaron el Código Modelo para
Iberoamérica de Código Procesal Civil. En el siglo XXI, cuando el actual gobierno contrató a
Villarroel y Valdivia para que produzcan un nuevo cpc, estos copiaron el anteproyecto de Blattman y
presentaron la obra como de su producción.
Esto no lo digo yo, el mismo Cordero Miranda se quejó de esa acción en el libro colectivo El Nuevo
Código Pro- cesal Civil, publicado por editorial Kipus. Infelizmente, Cordero nunca fue respondido
por César Villarroel.
En el proceso de investigación debemos cuidar estos detalles. Por eso advertí en columnas anteriores
que tengo los anteproyectos originales del Código Civil, del de Comercio y del de Propiedad
Intelectual ante la eventualidad de que sucedan hechos desagradables como los que rodearon al cpc.
En este escenario, tengo en mi poder más documentos, por ejemplo, el libro de Jaime Augusto
Rivera, Cathe- rine Alcázar y Walter Ramírez titulado Incorporación de la Oralidad y Cambios en el
Nuevo Código Procesal Civil, publicado el 2004 con 193 páginas. Los autores desarrollaron un
estudio prolijo del anteproyecto Blattman.
Por ejemplo, en la página 20 afirman que “el nuevo sistema permitirá la prevalencia de la oralidad a
cambio de la escrituración, que bien puede ser calificada como la madre de los problemas advertidos
hasta el presente en materia civil (...), se ha dado prelación a los medios extraordinarios de
conclusión de los procesos, asignado prelación a la Conciliación en un capítulo específico”.
¿Qué dirán estos autores? Segu- ramente sienten pena al no haber sido citados por Villarroel y
Valdivia. ¡Y la obra que glosamos es de 2004!
Pero el autor ignorado por los proyectistas es Gerardo Parajeles Vindas, del libro La Oralidad y el
Moderno Proceso Civil Boliviano, publicado por el Consejo de la Judicatura, aproximadamente en
2005. En todo caso, el libro tiene 183 páginas y es prologado por Teresa Rivero de Cuisicanqui, en ese
tiempo presidenta alterna de este consejo.
En la página 23, el autor sostiene que “ha habido muchos intentos y el derecho comparado ofrece
ejemplos (...). Empero, estos esfuerzos de reforma deben clasificarse en dos etapas marcadas por la
aparición del Código Procesal Civil Modelo, impulsado por el Instituto Iberoamericano de Derecho
Procesal Civil.
El código tipo sufrió un largo camino antes de surgir al mundo de la cultura. Fue redactado por los
miembros uruguayos del instituto, Adolfo Gelsi Bidart y Enrique Vescovi. Tiene como inspiración el
Proyecto Código Procesal Uruguayo de 1945, redactado por Eduardo J. Couture, cuyo ideal era
concebir un proceso basado en una oralidad por audiencias. Y, en el plano de la experiencia procesal,
se funda en el proceso oral y por audiencias concebido en Austria, Puerto Rico y Estados Unidos”
(sic).
Este autor tampoco fue citado. Parajeles sostiene en la página 26 que “(los bolivianos) han preparado
un anteproyecto de Código Procesal Civil, desde luego bajo las orientaciones e influencias del Código
Modelo para Iberoamérica y del Código General del Proceso de Uruguay. El Anteproyecto cuenta con
la participación de los autores nacionales Mario Cordero Miranda, Enrique Díaz Romero y Kenny
Prieto M.; los dos primeros como representantes del Ministerio de Justicia y el último de la Corte
Suprema de Justicia. Además, como consultores internacionales figuran Luis Torrelio y Jorge
Marabotto, el primero como propulsor del Código General en su país, Uru- guay” (sic). ¿Qué pueden
decir Villa- rroel y Valdivia?
En conclusión, el Código Procesal vigente no es original, tiene diferentes fuentes que los autores no
supieron (o no quisieron) citar.
La pertinencia y oportunidad de esta columna está justificada. Hemos escrito bastante sobre los
deberes del periodista; pero éste también tiene derechos tales como a celebrar un contrato laboral, a
la cláusula de conciencia, al secreto profesional y otros. Nos ocuparemos del derecho a informar que
tiene el periodista frente a los titulares del derecho a la información, que somos todos los lectores,
oyentes y televidentes.
Debo partir de un artículo registrado en el Animal Político del matutino La Razón, del 30 de
septiembre último. El periodista Edwin Flores Araoz sostiene que “...ahora, vemos señales del
periodismo que genera incertidumbre. En este ámbito existe un seudoperiodismo (sensacionalismo)
que considera que la noticia es sinónimo de mercancía; que apunta a las emociones/sensaciones
antes que a las razones; que escandaliza antes de informar (...), hace héroes al delincuente y
delincuente al justo; vende, pero no tiene credibilidad ni influencia; busca la emulación del periodista
y del medio con la lucha de la primicia por la primicia; es parcial y sectario, hace que prime la
venganza y la libertad de expresión...” (sic).
Comparto el diagnóstico. Precisa- mente, nuestra columna nace para contribuir a la formación de
periodistas. Nuestro propósito no es dañar ni lastimar a nadie; como cientista social sostengo que mis
verdades son provisionales; no creo poseer la verdad absoluta. El periodista Flores concluye: “Ante
esta realidad hace falta tomarse un tiempo de reflexión, asumida como una relación íntima entre el
observador (periodista), lo observado (dichos y hechos de la realidad social)”. De acuerdo.
Empecemos por afirmar que uno de los derechos del periodista INFORMAR. Este derecho está
consagrado en el artículo 1 de la LEY DE IMPRENTA, cuando manda: “todo hombre tiene derecho de
publicar sus pensamientos por la prensa, SIN PREVIA CENSURA, SALVO LAS RESTRICCIONES
ESTABLECIDAS EN LA PRESENTE LEY”. Lo que quiere decir que el DERECHO A INFORMAR no
es absoluto, sino relativo. Sobre los límites jurídicos y éticos nos remitimos a ensayos anteriores. En
todo caso, el artículo 11 de esa ley establece los límites al derecho a informar; no se debe publicar
noticias que atenten contra el derecho a la intimidad o los derechos del niño, la niña y adolescente.
El artículo 13 del Pacto de San José de Costa Rica (Convención Americana Sobre Derechos Humanos)
sostiene que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho
comprende la libertad de BUSCAR (...) y difundir informaciones e ideas de toda índole (...) 2. El
ejercicio del derecho previsto en el inciso precedente, NO PUEDE ESTAR SUJETO A PREVIA
CENSURA, SINO A RESPONSABILIDADES ULTERIORES...” (sic). La Ley de Imprenta y este pacto
son concordantes: el periodista no puede ser censurado previamente. Sin embargo, como vivimos en
un país de Leyes, sabe que su RESPONSABILIDAD penal o civil es posterior. Es una obviedad decir
que el delito o la falta se consuma con la publicación de la noticia, conforme al artículo 7 de la Ley de
Imprenta. La norma dice: “no hay delito de imprenta sin publicación” (sic).
La actual Constitución consagra el derecho a informar en el artículo 106, cuando sostiene que “El
Estado garantiza (...) la libertad de expresión (...) el derecho a emitir libremente las ideas por
cualquier medio de difusión, SIN CENSURA PREVIA. III El Estado garantiza a los trabajadoras y
trabajadores de la prensa LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN, el DERECHO a la Comunicación y a LA
INFORMACIÓN”. Sin embargo, éste derecho no es absoluto, sino relativo. La misma constitución
pone los límites, en el artículo 107 ordena que “la información y las opiniones emitidas a través de los
medios de comunicación social deben RESPETAR LOS PRINCIPIOS DE VERACIDAD Y
RESPONSABILIDAD” (sic).
El Estatuto Orgánico del Periodismo en Bolivia, aprobado mediante Decreto Supremo 20225 de 9 de
mayo de 1984, en su artículo 10 manda que “la libertad de información plena corresponde al
periodista y le da derecho de acceso a toda fuente informativa para comunicar hechos y
conocimientos, sin otras restricciones que las establecidas por la Ley de Imprenta de 19 de enero de
1925”.
El derecho a informar, buscar hechos noticiables, no es absoluto; puede entrar en colisión con otros
derechos, v. gr., intimidad. Entonces, el periodista debe evaluar los contornos jurídicos del hecho
informable; por supuesto que debe considerar los deberes éticos. Antes de buscar la información, el
periodista debe responder a dos requerimientos: a) conocimiento del tema (por ejemplo, si cubre
tribunales, debe leer los códigos y leyes o debe cursar Derecho); b) debe evaluar previamente los
riesgos y responsabilidades que conlleva la noticia que se publicará en el periódico, la radio y
televisión.
El periodista es el que tiene un vínculo cercano con las fuentes. Debe saber que puede ser
manipulado, usado maliciosamente por la fuente. En esta relación están los dilemas éticos, de los que
nos habla Bruno Swain; v. gr, la presentadora de noticias que es novia de un diputado. Difícil. ¿Qué
hacer? El periodista debe saber que su mayor patrimonio es su credibilidad; el día que malinforme,
desinforme, manipule, nadie más le creerá. El periodista debe cuidarse de sus fuentes.
El periodista debe ser lo más plural posible; que en la nota informativa estén parte y contraparte;
oficialismo y oposición. Que la noticia sea lo más completa posible. Es evidente que, por la falta de
tiempo, a veces no podemos tener todos los elementos del hecho noticioso, pero debemos desplegar
los mayores esfuerzos por tener la nota completa. Se debe procurar, radicalmente, separar la
información de la opinión. El titular del derecho a la información, que es el público, tiene derecho a
informarse. No se debe vender opiniones como información. Si el periodista quiere opinar, que utilice
los géneros opinativos; esto es, que escriba un artículo, ensayo, crónica, reportaje o sostenga una
columna. El lector, oyente y televidente tiene derecho a disentir de su opinión, porque tiene su propio
enfoque.
El periodista, no debe ser censurado. Pero eso no significa que puede informar lo que se le antoje.
Debe sujetar las noticias al ordenamiento jurídico vigente; lo contrario constituirá el ejercicio
irresponsable del oficio de informar. Aunque algunos sostienen lo contrario, para nosotros no debe
informarse el RUMOR. Tampoco se debe inventar fuentes que no existen.
No debemos utilizar los medios para amenazar, poner al aire nuestros odios personales.
Finalmente, este derecho a informar está sujeto a una ley especial: el derecho de acceso a las fuentes
oficiales de información. Esto significa que el Estado debe brindar información a todo ciudadano,
fundamentalmente a los periodistas. Existen decretos, pero se requiere una ley. El Estado debe emitir
una que diga qué documentos son reservados y qué documentos no lo son. Se puede acceder a los
documentos considerados reservados previo requerimiento judicial o fiscal y debidamente
justificado. Pero, Estado y periodistas deben tener una ley de acceso a la información pública para
evitar manejos poco serios de las noticias.