Tema 19 - Presencia de Cristo en La Liturgia
Tema 19 - Presencia de Cristo en La Liturgia
Tema 19 - Presencia de Cristo en La Liturgia
- Introducción.
La Presencia de Cristo en la Liturgia además de ser viva y real, es también preponderante, porque en
realidad no existe más que un solo sacerdote: Jesucristo, y una sola Liturgia: la de Jesucristo. La
Encíclica Mediator Dei tiene el mérito, entre otros, de haber expuesto con toda profundidad y
exactitud que la acción litúrgica es, ante todo, una acción del mismo Jesucristo: «en toda acción
litúrgica –dice juntamente con la Iglesia-, está presente su divino Fundador»; luego va indicando esa
presencia de Cristo en las diversas acciones litúrgicas: Misa, sacramentos, sacramentales, oración
pública de la Iglesia y año litúrgico. El Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum
Concilium (art.7) sobre la Sagrada Liturgia, no hace otra cosa que re-mencionar lo expuesto en la
Mediator Dei.
Todo ello está fundado en el Sacerdocio de Cristo y para entenderlo adecuadamente hay que tener en
cuenta la gran síntesis de la historia y de la vida cristiana propuesta en la Epístola a los Hebreos. La
carta expresa el sentido profundo que se desprende de todas estas afirmaciones es que en la tierra no
existe más que una sola santificación, que es la realizada continuamente en los hombres por Cristo, y
que no existe más que un culto, que es el ofrecido ininterrumpidamente en ellos y con ellos por Cristo.
La Liturgia terrestre es verdadera santificación y verdadero culto, porque en ella se hace presente la
santidad y el culto de Cristo ahora glorioso en los cielos. La tradición patrística y litúrgica ha tenido
siempre gran solicitud por inculcar que en nuestra Liturgia terrestre es siempre y principalmente
Jesucristo mismo quien actúa bajo el velo de los ritos y por el instrumento de los ministros humanos,
de modo que, siempre y principalmente, Cristo es el ministro principal de toda la acción litúrgica bajo
todas sus formas.
Lo mismo puede afirmarse con respecto a los otros sacramentos. Bien conocido es el texto de S.
Agustín, varias veces citado en los documentos pontificios: «…Que bautice Pedro, Pablo, o Judas,
siempre es Él (Cristo) quien bautiza…»; y en otro lugar: «…Él (Cristo) es quien bautiza, ni dejó
alguna vez de bautizar… sino que sigue actuando aún, no con el ministerio del cuerpo, sino por obra
de su invisible majestad…». Por eso el Catecismo Romano dice: «el mismo Dios instituyó los
sacramentos por medio de Cristo, e igualmente debe creerse con firmeza y constancia que Él es quien
también los administra interiormente…» (11,1,23).
También en los demás ritos de la Iglesia aparece esa presencia de Jesucristo que hemos visto en las
líneas anteriores. El testimonio de S. Agustín sobre la oración de la Iglesia es muy expresivo: «…Dios
no podía conceder a los hombres mayor don que aquel por el cual les dio por Cabeza al Verbo y los
hizo sus miembros, de modo que Él es Hijo de Dios e Hijo del hombre, Dios con el Padre y hombre
con los hombres; y cuando hablamos nosotros a Dios en la oración no separamos el Hijo de Dios, y
cuando ruega el Cuerpo del Hijo no separa de sí a su Cabeza; y Él es el mismo Señor nuestro,
Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador de su cuerpo, que ruega por nosotros y ruega en nosotros y es
rogado por nosotros. Ruega por nosotros como Sumo Sacerdote; ruega en nosotros como Cabeza
nuestra; es rogado por nosotros como nuestro Dios..» (Enarratio in Psalmos, 85,1: PL 37,1081). Con
razón insertó el Papa Pío XII este texto augustiniano en la Encíclica Mediator Dei al hablar del Oficio
Divino,como oración oficial de la Iglesia.
Todo lo dicho explica perfectamente el verdadero sentido del ‘Per Christum Dominum nostrum’ (por,
por medio de Cristo nuestro Señor), que se dice generalmente al final de las oraciones litúrgicas; es
una expresión de la mediación de Jesucristo en todo acto litúrgico, que es siempre acto de culto a Dios
y acto santificador de los hombres, tan insistentemente repetida en todos los ritos de la Liturgia
cristiana, por serlo igualmente en los libros del N. T., especialmente en las epístolas paulinas. En la
Carta a los Corintios (61,3) de S. Clemente Romano (v.), escrita hacia el año 95, encontramos ya una
magnífica explicitación de esta fórmula litúrgica.
la Iglesia (cfr. Conc. de Efeso, Denz.Sch. 259; Conc. Constantinopolitano II, Denz.Sch. 431; Sum.Th.
3 q25 al-4). Dos son las solemnidades que reflejan de modo especial el culto a la Humanidad de
Jesucristo, además de la del Cuerpo y la Sangre de Cristo: la del Sagrado Corazón de Jesús y la de
Cristo Rey. La primera se conoció como devoción particular en la Edad Media; como fiesta litúrgica
aparece en 1675, a raíz de las apariciones de Jesucristo a S. Margarita María de Alacoque (v.); Pío IX
la extendió a la Iglesia universal en 1856; Pío XI la elevó en 1928 al rango de fiesta de primera clase y
ha permanecido con la suma categoría litúrgica de solemnidad en el Calendario de Paulo VI. Su
fundamento teológico es grande: bajo el símbolo del corazón se considera ante todo el Amor de
Jesucristo. La fiesta de Cristo Rey fue establecida en 1925 por Pío XI para proclamar la realeza de
Jesucristo sobre el mundo; en el nuevo Calendario esta solemnidad se ha colocado en el último
domingo del año litúrgico, subrayando así el anuncio que la Iglesia hace del triunfo total de Jesucristo
se verifica cada vez que un pecador se confiesa sacramentalmente, al recuperar la paz interior y la
liberación del sentimiento de culpa.
Estos son los cristianos, que se alimentan con la Sagrada Escritura y reciben con regularidad los
sacramentos de la Iglesia. Encontramos claramente en las cartas de san Pablo expresiones que
manifiestan la unión vital y experimental que el apóstol de los gentiles tenía de Cristo glorificado.
Esta experiencia, según san Pablo, no es un privilegio especial, ni una cosa que supere la vocación del
cristiano ordinario. En 2Cor 13, 5, él supone que todos los cristianos vivan la unión experimental con
Cristo: “¡Pónganse a prueba para ver si están en la fe, examínense a ustedes mismos! ¿O no saben
reconocer que Jesús está en ustedes? a través de la experiencia de Cristo podrán reconocer ustedes
mismos si están en lo justo. Y entonces tendrán la prueba de que es Cristo el que habla en mí” (2 Cor.
13, 3).
1. En la asamblea congregada: En este signo (el de los fieles reunidos para significar a la Iglesia y
para celebrar los misterios salvíficos de Cristo), se da una primera “presencia” del Señor Jesús que,
así, cumple su promesa para con los congregados en su nombre. Y reunirse para suplicar y cantar
salmos, o sea, para orar, es el contexto apto para que Jesús pueda decir: -“Allí estoy yo en medio de
ellos”-. Se ratificará esta idea, cuando la “Ordenación General de la Liturgia de las Horas” [OGLH]
(n. 13), al hablar de la celebración de dicha Liturgia, diga que “en ella (en la Liturgia de las Horas…)
Cristo está presente en la asamblea congregada, en la palabra de Dios que se proclama y ‘cuando la
Iglesia suplican y canta salmos’ ”. Lo que dijo de la celebración de la Misa, lo repite respecto a las
Horas celebradas y santificadas.
En el mismo Documento [OGLH] (n. 14), hablando de la santificación del hombre y la glorificación
de Dios, afirma que en la Liturgia de las Horas “se establece (una) especie de correspondencia o
diálogo entre Dios y los hombres”. Pero para que se dé diálogo, se requiere presencia. Esto vale para
el diálogo humano y para el que entablamos con Dios.
2. En la Palabra proclamada: Sabemos que la relación entre “Palabra de Dios” y “Fe” es estrecha:
la fe entra por el oído…, nos dirá san Pablo. La fe viene de lo Alto: es Dios quien la da,
“hablándonos”. Esa voz hará que lo reconozca, le responda, y la fe se perfeccione con la respuesta del
creyente. Además, si bien es bueno “leer la Biblia” y debemos recomendar esa práctica, orando y
estudiando la Escritura santa, nunca la Palabra es más eficaz y, por lo tanto, nunca la fe puede
alimentarse y crecer más, que cuando es fruto de la Palabra proclamada en la Iglesia, o sea, ante una
asamblea congregada para escucharla. La SC nos dirá que “cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura, es Él (Cristo) quien habla”. Esto trae consecuencia para los lectores de dicha Palabra: los
fieles no sólo deben oír, sino entender lo que escuchan y moverse a vivir según la Palabra en la que
Cristo les ha hablado, o sea, convertir nuestras conductas según las conductas de Dios, tal como Cristo
nos lo manifiesta.
3. En el ministro que preside la Eucaristía : El gran “momento presidencial” del sacerdote en la Misa,
es la celebración de la Plegaria eucarística, en la que se opera la consagración de los dones de pan y
vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cada vez que hoy celebro, no digo: -Esto es el Cuerpo de
Cristo…, ni -Este es el cáliz de la sangre de Cristo…, sino simplemente: -Esto es mi Cuerpo…, -Este
es el cáliz de mi sangre… y, evidentemente, no es ni el cuerpo ni la sangre del Padre Juan, sino los de
Jesús.
¿Qué pasó en este momento? Simplemente que el sacerdote obró in Persona Christi, según la fórmula
teológica acuñada desde hace largo tiempo. ¿Cómo obró Cristo este hecho de posibilitar que un
hombre le preste su inteligencia, su voluntad y sus labios para que, pronunciando las palabras que Él
dijo en su última Cena, ¡ayer!, ocurra ¡hoy!, lo mismo que en su tiempo, en el Cenáculo, con los
Apóstoles. No me detendré en la consideración de esta afirmación de la Teología. Pero el hecho es
que el Señor Jesús, en el “hoy” de la vida de la Iglesia, en la celebración del Banquete del Cordero, es
quien en verdad preside una nueva “última Cena”. En el misterio del sacerdocio cristiano, continúa
“ofreciéndose, ahora, por ministerio de los sacerdotes, el mismo que entonces se ofreció en la cruz”.
Jesús se ofrece en el sacerdote que, presidiendo, ofrece.
4. En las especies eucarísticas de Pan y Vino : El texto conciliar dice de modo escueto que Cristo está
presente, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Para esto “sirvió” el ministerio sacerdotal: para
que Jesús quedara entre nosotros, en un simple pedazo de pan, en el simple vino de una copa…
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5. En los otros sacramentos: Está presente, con su virtud, en los sacramentos, de modo que, cuando
alguien bautiza, es Cristo quien bautiza.
El 25 de Mayo de 1967, la Instrucción Eucharisticum Mysterium, de la Sagrada Congregación de
Ritos, cita a la Encíclica Mysterium Fidei, de Pablo VI, al hablar de la presencia real de Cristo bajo
las especies eucarísticas, afirmando que ésta “se dice real, no por exclusión, como si las otras no
fueran reales, sino por excelencia”.
- ¿Conclusión? Que hay “varias presencias reales” de Cristo en la Liturgia, y debemos tener ojos
para descubrirlas y, descubriéndolas, hacerlas presente, celebrando.
bien la filosofía que atentaba contra el mensaje que él mismo había predicado.
Cristo está por encima de todas esas potestades o fuerzas cósmicas, que parecen dominar a los
hombres. Cristo posee la plenitud de la Divinidad, y, por eso, es el autor de la salvación. Los
cristianos no tienen por qué temer, pues ellos, por el bautismo y por la fe, han sido incorporados al
mismo Cristo.
El autor toca aspectos concretos, derivados de esa incorporación a Cristo. Los cristianos han recibido
la vida, pues estaban muertos por el pecado, gracias a la resurrección del mismo Cristo. Han sido
redimidos por el misterio pascual. Han recibido el perdón de todos los pecados. Incluso, Cristo, ha
hecho pedazos el documento acusador. Se refiere, sin duda, a los preceptos de la ley. Ésta no puede
dar la salvación ni la gracia para cumplirla. Sólo da obligaciones y ocasión de quebrantadas.
5. Leemos la palabra de la Iglesia. Así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió a los
Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura,
anunciaran que el Hijo de Dios con su muerte y resurrección nos ha liberado del poder de Satanás y
de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de
salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda
la vida litúrgica....
Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo
"cuanto a él se refiere en toda la Escritura", celebrando la eucaristía, en la cual "se hacen de nuevo
presentes la victoria y el triunfo de su muerte"... (Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 6).
…(Jesucristo) Cordero inocente, por su sangre libremente derramada nos mereció la vida, y en él
Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado,
de manera que cualquiera de nosotros puede decir con el apóstol: El Hijo de Dios "me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (GáI 2, 20). Padeciendo por nosotros, no sólo nos dio ejemplo para
seguir sus huellas, sino también abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se
santifican y adquieren un sentido nuevo...
…(El cristiano), asociado al misterio pascua/, configurado con la muerte de Cristo, fortalecido por la
esperanza, llegará a la resurrección… (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22)
6. Reflexión. El mismo Cristo, que está presente y actúa en la liturgia, es quien actúa en el corazón de
los cristianos, en su existencia y en sus actividades.
a. La presencia de Cristo en los cristianos. Cristo está presente en los sacramentos, en la
eucaristía, en su palabra, etc., para comunicarse con su Iglesia. Su vida y su virtualidad salvadora se
derraman, por medio de su Espíritu, en la conciencia de los que en él creen. Y la liturgia es el lugar
teológico y vivencial de tal encuentro y de la actuación de Cristo a favor de los cristianos. La liturgia
tiende a crear y alimentar la vida en el Espíritu.
La presencia de Cristo es el hecho más grande y sublime, la meta y la recompensa del cristiano, el
signo y medio de la presencia espiritual permanente de Cristo en el corazón del cristiano, significada
y aumentada por el signo sacramental. Por ese sacramento, Cristo viene a nosotros y se queda con
nosotros (Kart Rahner)
Esta presencia de Cristo en la vida del cristiano, la unión y comunión de éste con el misterio pascual,
es solamente un comienzo. Se mantiene en una expectativa y tensión constante, que llegará a su
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madurez en la gloria. Cada encuentro con el Señor motiva la esperanza y el deseo del encuentro
definitivo y total en la gloria. Ven, Señor Jesús. Maranhatha (Ap 22, 20).
b. La santificación como comunión en Cristo. Podemos afirmar que la celebración litúrgica
nos lleva a entenderla como comunión con Cristo. La santidad y la santificación es identificarse con
Cristo, comunión con él, con su vida, su misterio y su Espíritu. La gracia santificante no es algo. Es
Alguien: es Cristo que salva y santifica.
Por el bautismo, quedamos incorporados, injertados con Cristo, sumergidos en su misterio pascual.
Así por esa unión con Cristo, desaparece el pecado de nuestra conciencia y nace la vida nueva, para
que crezca en asimilación constante y permanente con el misterio pascual. La vida del cristiano es una
comunión con la muerte y resurrección de Cristo (Romano Guardini).
Peregrinando todavía sobre la tierra, siguiendo de cerca sus pasos en la tribulación y en la
persecución, nos asociamos a sus dolores como el cuerpo a la cabeza, padeciendo con él a fin de ser
glorificados con él (Vaticano 11. Lumen gentium, 7).
c. La respuesta del cristiano a la acción de Cristo. Para que la liturgia realice su efecto, el
cristiano ha de responder y acoger la acción salvífica que se celebra. En esta comunicación, actúan:
- Cristo que santifica - y el cristiano que es santificado en su vida diaria.
presencia del cristiano en el mundo: “Dondequiera que el hombre, en el ámbito del Espíritu, ejercita
mediante su actividad la gracia que se le ha comunicado, la actualiza y le da una manifestación
histórica, en cierto modo visible, existe allí -si bien de forma anónima- una auténtica presencia de
Cristo en el mundo y en su historia. Aunque tal presencia no puede llamarse cultual, por carecer de
signo de los elementos estrictamente culturales. Dondequiera y como quiera que la Iglesia sea
sacramento, allí y de esa forma se halla Cristo presente en el Espíritu, haciendo palpable esa
presencia. De ahí que Cristo se haga presente, aunque con rostro velado, cuando uno se muestra
sinceramente misericordioso para con los demás”.
f. Ser "sacramento" del encuentro con Dios. El teólogo E. Schillebeeckx también recalca esta
idea sugerente. El cristiano que ha recibido del misterio pascual, por medio de la liturgia, la gracia
santificadora está llamado a ser un sacramento de Cristo.
El cristiano que vive de y por la comunión en Cristo ha de manifestar esta comunión con los demás en
un amor afectivo y efectivo, sobre todo para aquellos que viven alejados de la práctica de su fe. Así,
cada discípulo de Jesús, se convierte en sacramento del encuentro con Dios.
La participación en la celebración litúrgica conduce a dar testimonio de vida. Comulgar con el Señor
en la liturgia y comulgar con el Señor en el hermano: así es la relación e intimidad que existe entre la
celebración y la vida. Con tal testimonio de vida, muchos podrán entender qué supone en la vida de
cada uno la presencia liberadora del misterio pascual de Cristo.
7. Confrontamos nuestra realidad.
¿Qué nos sugiere esta reflexión? ¿Qué puntos podemos subrayar?
¿Tiene que cambiar algo nuestra vida en la relación que se da entre la liturgia y las tareas
diarias?
¿Nos vamos dando cuenta de la importancia que la liturgia tiene en la vida espiritual y social del
cristiano?
¿En qué tenemos que mejorar?
8. Nos comprometemos
Cada uno puede expresar su compromiso.
Concretemos nuestro compromiso como grupo.
9. Juntos oramos. En silencio, pensemos cuál es nuestra aportación y colaboración para mejorar
nuestras celebraciones litúrgicas y para hacer que los cristianos las celebren mejor. Pidamos al Señor
ayuda, constancia e interés para esta tarea.
- Oremos con la liturgia (Prefacio I de Cuaresma)
En verdad es justo y necesario, Es nuestro deber y salvación Darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, Por Cristo, Señor nuestro. Por él concedes a tus
hijos Anhelar, año tras año, Con el gozo de habernos purificado, La solemnidad de la Pascua, Para
que, dedicados con mayor entrega A la alabanza divina y al amor fraterno, Por la celebración de los
misterios Que nos dieron nueva vida, Lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios.
Por eso, Con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, Cantamos sin cesar el himno
de tu gloria Amén.
- Mil gracias -
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