Tema 19 - Presencia de Cristo en La Liturgia

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SOMELIT – SLP CURSO DE VERANO – 2012

PRESENCIAS DE CRISTO EN LA LITURGIA

- Introducción.
La Presencia de Cristo en la Liturgia además de ser viva y real, es también preponderante, porque en
realidad no existe más que un solo sacerdote: Jesucristo, y una sola Liturgia: la de Jesucristo. La
Encíclica Mediator Dei tiene el mérito, entre otros, de haber expuesto con toda profundidad y
exactitud que la acción litúrgica es, ante todo, una acción del mismo Jesucristo: «en toda acción
litúrgica –dice juntamente con la Iglesia-, está presente su divino Fundador»; luego va indicando esa
presencia de Cristo en las diversas acciones litúrgicas: Misa, sacramentos, sacramentales, oración
pública de la Iglesia y año litúrgico. El Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum
Concilium (art.7) sobre la Sagrada Liturgia, no hace otra cosa que re-mencionar lo expuesto en la
Mediator Dei.
Todo ello está fundado en el Sacerdocio de Cristo y para entenderlo adecuadamente hay que tener en
cuenta la gran síntesis de la historia y de la vida cristiana propuesta en la Epístola a los Hebreos. La
carta expresa el sentido profundo que se desprende de todas estas afirmaciones es que en la tierra no
existe más que una sola santificación, que es la realizada continuamente en los hombres por Cristo, y
que no existe más que un culto, que es el ofrecido ininterrumpidamente en ellos y con ellos por Cristo.
La Liturgia terrestre es verdadera santificación y verdadero culto, porque en ella se hace presente la
santidad y el culto de Cristo ahora glorioso en los cielos. La tradición patrística y litúrgica ha tenido
siempre gran solicitud por inculcar que en nuestra Liturgia terrestre es siempre y principalmente
Jesucristo mismo quien actúa bajo el velo de los ritos y por el instrumento de los ministros humanos,
de modo que, siempre y principalmente, Cristo es el ministro principal de toda la acción litúrgica bajo
todas sus formas.

I. La ‘Presencia de Cristo’ Expresada en el Texto Litúrgico.


Son muchas las fórmulas litúrgicas, tanto de la liturgia oriental como de la occidental, en las que se
invoca a Jesucristo para que Él mismo realice la acción litúrgica, especialmente la del sacrificio de la
Misa: «... por el mismo Jesucristo nuestro Señor, por quien ofrecemos este sacrificio para nuestra
salvación, Él que es Sacerdote y Cordero a la vez…» (Missale Gothicum: PL 95,116). En el Missale
Mixtum se lee inmediatamente antes de las palabras de la consagración: «…Por eso mismo, Jesús el
Mediador Bueno en medio de nosotros, así como lo estuviste en medio de tu discípulos: santifica esta
oblación, a fin de que santificada suba a lo alto por manos de tu ángel…» (PL 95,116).
En el Cherubikon de la liturgia llamada de S. Juan Crisóstomo se dice casi diariamente: «…Tú has
sido hecho hombre, no cambiando nada de lo que eres, Tú has sido hecho nuestro Sumo Pontífice, Tú
nos has dado el ministerio de este sacrificio público e incruento... Pues Tú eres el que lo ofreces y el
que eres ofrecido, el que distribuyes y eres distribuido, oh Cristo, Dios nuestro…». Lo mismo se
encuentra en la liturgia oriental de S. Gregorio Nacianceno. No es rara en las pinturas de los s. XIII-
XV la representación de Jesucristo revestido con los ornamentos sacerdotales de la celebración del
santo sacrificio de la Misa, como puede verse en la basílica de S. Lorenzo extramuros de Roma. Con
respecto a la presencia de Cristo en el sacrificio eucarístico son asimismo bien explícitos el Concilio
de Trento (cfr. sess. 22, De sacrificio Missae, c. 1 y 2, Denz. Sch. 1739 ss.).

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Lo mismo puede afirmarse con respecto a los otros sacramentos. Bien conocido es el texto de S.
Agustín, varias veces citado en los documentos pontificios: «…Que bautice Pedro, Pablo, o Judas,
siempre es Él (Cristo) quien bautiza…»; y en otro lugar: «…Él (Cristo) es quien bautiza, ni dejó
alguna vez de bautizar… sino que sigue actuando aún, no con el ministerio del cuerpo, sino por obra
de su invisible majestad…». Por eso el Catecismo Romano dice: «el mismo Dios instituyó los
sacramentos por medio de Cristo, e igualmente debe creerse con firmeza y constancia que Él es quien
también los administra interiormente…» (11,1,23).
También en los demás ritos de la Iglesia aparece esa presencia de Jesucristo que hemos visto en las
líneas anteriores. El testimonio de S. Agustín sobre la oración de la Iglesia es muy expresivo: «…Dios
no podía conceder a los hombres mayor don que aquel por el cual les dio por Cabeza al Verbo y los
hizo sus miembros, de modo que Él es Hijo de Dios e Hijo del hombre, Dios con el Padre y hombre
con los hombres; y cuando hablamos nosotros a Dios en la oración no separamos el Hijo de Dios, y
cuando ruega el Cuerpo del Hijo no separa de sí a su Cabeza; y Él es el mismo Señor nuestro,
Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador de su cuerpo, que ruega por nosotros y ruega en nosotros y es
rogado por nosotros. Ruega por nosotros como Sumo Sacerdote; ruega en nosotros como Cabeza
nuestra; es rogado por nosotros como nuestro Dios..» (Enarratio in Psalmos, 85,1: PL 37,1081). Con
razón insertó el Papa Pío XII este texto augustiniano en la Encíclica Mediator Dei al hablar del Oficio
Divino,como oración oficial de la Iglesia.

II. La ‘Presencia de Cristo’ en el Año Litúrgico


Mayor dificultad ha supuesto la consideración crítica de la Presencia del Señor en el año litúrgico,
sobre todo en la interpretación dada por O. Casel. Dejando a un lado lo más específico de la doctrina
de O. Casel y la polémica que levantó, todos los teólogos están de acuerdo en el hecho de una cierta
presencia de Jesucristo en el año litúrgico. De hecho esta presencia está claramente supuesta en la
Enc. Mediator Dei; en ella el Papa Pío XII, sin querer dirimir una pura controversia de teólogos y
liturgistas, subraya más bien el efecto de esta presencia. Los misterios de la vida de Cristo están
presentes y operan, ya que en el año litúrgico no se da sólo una «renovación pura y simple de cosas
pasadas»; los misterios de la vida de Jesucristo están presentes en la Iglesia, de tal modo que los
hombres son capaces de sentir a Jesucristo; son ejemplos de perfección cristiana, pero, aún más, son
manantiales de gracia y prolongan en nosotros sus efectos, son causa de nuestra salvación, cada uno a
su modo (subrayemos esta afirmación, pues es de suma importancia). Esta causalidad propia se
efectúa cuando celebramos la fiesta correspondiente, en la proclamación de la palabra de Dios, en la
celebración del sacramento, en todo su desarrollo simbólico. Esta celebración nos alcanza el
«contacto» salvador con el misterio correspondiente de la vida de Cristo.
Esta misma doctrina ha quedado sintetizada en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Vaticano
II, al decir: «…el círculo del año litúrgico desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación
y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del
Señor. Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y
de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo
para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación…»
(no 102).

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Todo lo dicho explica perfectamente el verdadero sentido del ‘Per Christum Dominum nostrum’ (por,
por medio de Cristo nuestro Señor), que se dice generalmente al final de las oraciones litúrgicas; es
una expresión de la mediación de Jesucristo en todo acto litúrgico, que es siempre acto de culto a Dios
y acto santificador de los hombres, tan insistentemente repetida en todos los ritos de la Liturgia
cristiana, por serlo igualmente en los libros del N. T., especialmente en las epístolas paulinas. En la
Carta a los Corintios (61,3) de S. Clemente Romano (v.), escrita hacia el año 95, encontramos ya una
magnífica explicitación de esta fórmula litúrgica.

III. Las Fiestas de Cristo en el Año Litúrgico.


Como es obvio, la oración cristiana está desde el principio orientada cristológicamente. Son muchos
los himnos y cánticos insertados en el N. T. en honor a Jesucristo. Esto lo conocían hasta los mismos
paganos: Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, en la carta que dirigió a Trajano el año 212, declara
que los cristianos arrestados «…afirmaban que toda su falta o su error se había limitado a reunirse
un día fijo, antes del alba, para cantar entre ellos un canto a Cristo como a un dios…» (vgr. ed.
castellana por D. Ruiz Bueno en Actas de los Mártires, Madrid 1951, 244-247). Muy pronto se
establecieron fiestas conmemorativas de los principales acontecimientos de la vida de Jesucristo, de
modo especial su Misterio Pascual que es el centro de todo el año litúrgico, formado principalmente
por los ciclos litúrgicos de Adviento, Epifanía, Cuaresma, Pascua, en los que tiene una importancia
grande la vida y obra de Jesucristo. En esos ciclos litúrgicos se conmemoran los misterios de Navidad,
Epifanía, Bautismo de Jesucristo, su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión a los cielos.
Además de esos tiempos litúrgicos con impronta eminentemente cristológica-trinitaria, la Iglesia ha
insertado en su calendario litúrgico otras fiestas de Jesucristo, como la Transfiguración, el Cuerpo y la
Sangre de Cristo (CORPUS CHRISTI), Corazón de Jesús, Cristo Rey. En el nuevo Calendario
promulgado por Paulo VI por la carta apostólica Mysterii Paschalis del 14 mar. 1969, incluye, además
de las anteriores, como fiesta de Jesucristo, la Presentación del Señor en el templo, que ya el Codex
Rubricarum de 1960 consideraba como fiesta del Señor; se vuelve así al uso antiguo, es decir, el
mantenido desde el s. V al X en el que comenzó a divulgarse esta fiesta con el título de ‘La
Purificación de la Virgen María. También aparece como fiesta del Señor ‘La Anunciación’ que según
el Liber Pontificalis, se introdujo en Roma hacia el s. VII con el título de Annuntiatio Domini y así es
conocida en los ritos orientales y en el rito ambrosiano.
Se considera también fiesta de Jesucristo la Dedicación de la Archi-Basílica del Santísimo Salvador,
(S. Juan de Letrán) que se recuerda en los Calendarios de Roma desde el s. XI. No podemos olvidar
que Jesucristo también es celebrado en la fiesta de la Sagrada Familia y en la de la Exaltación de la
Cruz. Han dejado de ser obligatorias para la Iglesia universal las fiestas del Santísimo Nombre de
Jesús y la de la Preciosísima Sangre de Cristo que, en cierto modo, están incluidas en otras
celebraciones del año litúrgico, p. ej., la del 1 de enero, Semana Santa, Solemnidades de Corpus
Christi y Sacratísimo Corazón de Jesús, así como en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Otras
fiestas de Jesucristo se dejan para los Calendarios particulares, para muchas de las cuales se
encuentran en el nuevo Misal, promulgado por Paulo VI, formularios propios entre las Misas votivas.
En esas fiestas o solemnidades litúrgicas se da relieve especial a la humanidad de Jesucristo, que es
también objeto de culto por su unión hipostática con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y,
por lo mismo, se ha de adorar con la misma veneración que la Divinidad, como enseña la doctrina de

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la Iglesia (cfr. Conc. de Efeso, Denz.Sch. 259; Conc. Constantinopolitano II, Denz.Sch. 431; Sum.Th.
3 q25 al-4). Dos son las solemnidades que reflejan de modo especial el culto a la Humanidad de
Jesucristo, además de la del Cuerpo y la Sangre de Cristo: la del Sagrado Corazón de Jesús y la de
Cristo Rey. La primera se conoció como devoción particular en la Edad Media; como fiesta litúrgica
aparece en 1675, a raíz de las apariciones de Jesucristo a S. Margarita María de Alacoque (v.); Pío IX
la extendió a la Iglesia universal en 1856; Pío XI la elevó en 1928 al rango de fiesta de primera clase y
ha permanecido con la suma categoría litúrgica de solemnidad en el Calendario de Paulo VI. Su
fundamento teológico es grande: bajo el símbolo del corazón se considera ante todo el Amor de
Jesucristo. La fiesta de Cristo Rey fue establecida en 1925 por Pío XI para proclamar la realeza de
Jesucristo sobre el mundo; en el nuevo Calendario esta solemnidad se ha colocado en el último
domingo del año litúrgico, subrayando así el anuncio que la Iglesia hace del triunfo total de Jesucristo

IV. Nuestra Experiencia de Cristo en la Liturgia.


En la profundidad de la liturgia está el “Misterio Pascual”, esto es en el tránsito de Cristo a través de
su pasión, muerte y resurrección. Es aquí donde se encuentra la esencia más noble de la presencia y la
acción de Cristo en la liturgia. Cristo, encarnado y glorificado, en la Gloria del Padre, no está presente
solamente “bajo las especies eucarísticas”. Él está presente también en todos los sacramentos, “de
modo que cuando uno bautiza es Cristo mismo el que bautiza”. Él está presente también en su palabra,
en la Sagrada Escritura, que la liturgia anuncia y explica. Es Él mismo quien habla en esta su Palabra.
Él está presente en la liturgia cuando la Iglesia ora y canta.
Esta repetición de las palabras “está presente”, demuestra lo lejos que está la visión restringida según
la cual la “presencia” de Cristo glorificado en la Iglesia terrena, estuviera solamente en la eucaristía.
En la Liturgia Cristo se hace presente de diversas maneras. De una manera “bajo las especies
eucarísticas”, de otra, por medio de su palabra. En efecto, Jesús dice: “la paz les dejo, mi paz les
doy… Quien permanece en Mí y yo en Él, da mucho fruto”. Precisamente a causa de “esta presencia”,
que se realiza por medio de signos sensibles, se lleva a cabo la santificación del hombre.
Precisamente porque se realiza la presencia de Cristo en la liturgia, el cristiano, ¿no debería darse
cuenta de esta presencia, de alguna manera?. Los más antiguos himnos sagrados que se han rezado y
cantado en la liturgia por todo el pueblo, expresan la experiencia de esta presencia de Cristo. Cuando
la comunidad cristiana, en la acción litúrgica, escucha, ora y canta, la fuerza de la fe se reaviva en los
corazones, porque siempre la acompaña una luz interior que los cristianos la conocen bien y la piden.
Esta luz es Cristo, que ilumina el alma y sus sentidos. Los cristianos, cuando oran, piden a Dios que
ilumine la oscuridad interior, a fin de que la mente pueda gozar de esta luz. Jesucristo está
“realmente” presente en los cristianos. Cuando los cristianos piden ser “iluminados”, lo que están
pidiendo es la presencia experimental de Cristo para poder sentirla. Cuando Cristo ilumina el alma, la
despierta de su somnolencia y la libera de las cadenas del pecado. Los cristianos lo invocan cuando
dicen: “Tú que participas de la luz del Padre, que eres Tú mismo luz de luz, libera nuestra alma de la
oscuridad”. O también cuando dicen: “Tú, Jesucristo, quita el sueño, rompe las ataduras de la noche,
deshaz el viejo pecado, ilumina el corazón con una nueva luz”.
Y también es notable, cómo la sola mirada de Cristo, indujo a Pedro, al arrepentimiento después de
que lo negó tres veces. De esta manera Cristo lavó la culpa de Pedro con solo su mirada. Por eso, se
entiende cómo la mirada interior de Cristo es, para todos los cristianos, un medio de redención, como
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se verifica cada vez que un pecador se confiesa sacramentalmente, al recuperar la paz interior y la
liberación del sentimiento de culpa.
Estos son los cristianos, que se alimentan con la Sagrada Escritura y reciben con regularidad los
sacramentos de la Iglesia. Encontramos claramente en las cartas de san Pablo expresiones que
manifiestan la unión vital y experimental que el apóstol de los gentiles tenía de Cristo glorificado.
Esta experiencia, según san Pablo, no es un privilegio especial, ni una cosa que supere la vocación del
cristiano ordinario. En 2Cor 13, 5, él supone que todos los cristianos vivan la unión experimental con
Cristo: “¡Pónganse a prueba para ver si están en la fe, examínense a ustedes mismos! ¿O no saben
reconocer que Jesús está en ustedes? a través de la experiencia de Cristo podrán reconocer ustedes
mismos si están en lo justo. Y entonces tendrán la prueba de que es Cristo el que habla en mí” (2 Cor.
13, 3).

V. Las Presencias de Cristo en las Acciones Litúrgicas.


En las historias de las religiones, constatamos que el hombre siempre quiso llegar a Dios… ¡y nunca
pudo! En los tiempos de Cristo, Dios quiso llegare al hombre… ¡y pudo! -Hoy nos preguntamos
¿cuándo Dios llega a nosotros? y ¿cómo? Por supuesto que Dios está en toda obra de verdad y de
bien, dado que nuestros bienes y verdades, son la expresión del Sumo Bien y de la Suma Verdad, que
es Dios.
Sabemos que la Liturgia se desenvuelve en el género de los signos y en el orden de la sensibilidad. No
hay Liturgia sin gestos, signos, expresiones. Sin el lenguaje simbólico que nos manifiesta todo lo que
podemos saber de Dios y de los modos en que se hace presente a nosotros. Cristo es el mayor y mejor
modo de presencia del Dios vivo. Es el gran “sacramento” del Padre para que, insertados en él, Dios
nos hable y se haga expresivo y, también en él, nosotros podamos llegar a Dios, como quien cruza un
puente que une dos extremos aparentemente infranqueables.
¿Cómo Cristo llega a mí en la Liturgia? Dejemos que nos hable el último Concilio: lo hará mucho
mejor que nosotros, pues la voz de la Iglesia tiene la garantía Espíritu Santo. La Constitución
apostólica “Sacrosanctum Concilium”, en su n.7, trata el tema. Veremos algunas de sus
consideraciones.
Cristo no hace huelga ni “se borra”: Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción
litúrgica. Esta es una certeza que ningún cristiano discute. Podremos escudriñar nuestra inteligencia
hasta que los sesos se nos derritan para saber “cómo” está presente, cómo el que murió hace dos mil
años puede reaparecer en escena, de qué modo misterioso los tiempos nos hacen esta jugarreta
incomprensible para el entendimiento humano: que podamos actualizar el pasado y adelantar el futuro,
todo en el “aquí-y-ahora” de mi contemporaneidad y de mi historia.
Y aquí el Concilio comienza a enumerar dónde está Cristo presente en la acción litúrgica, de modo
privilegiado, en el misterio de la Eucaristía. Y dice el texto conciliar: (Cristo) está presente en el
sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro (…) sea, sobre todo bajo las especies
eucarísticas (…) Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura,
es Él quien habla. Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió:
-Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Consideraremos
estas varias “presencias”, en otro orden, diverso al antes citado:

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1. En la asamblea congregada: En este signo (el de los fieles reunidos para significar a la Iglesia y
para celebrar los misterios salvíficos de Cristo), se da una primera “presencia” del Señor Jesús que,
así, cumple su promesa para con los congregados en su nombre. Y reunirse para suplicar y cantar
salmos, o sea, para orar, es el contexto apto para que Jesús pueda decir: -“Allí estoy yo en medio de
ellos”-. Se ratificará esta idea, cuando la “Ordenación General de la Liturgia de las Horas” [OGLH]
(n. 13), al hablar de la celebración de dicha Liturgia, diga que “en ella (en la Liturgia de las Horas…)
Cristo está presente en la asamblea congregada, en la palabra de Dios que se proclama y ‘cuando la
Iglesia suplican y canta salmos’ ”. Lo que dijo de la celebración de la Misa, lo repite respecto a las
Horas celebradas y santificadas.
En el mismo Documento [OGLH] (n. 14), hablando de la santificación del hombre y la glorificación
de Dios, afirma que en la Liturgia de las Horas “se establece (una) especie de correspondencia o
diálogo entre Dios y los hombres”. Pero para que se dé diálogo, se requiere presencia. Esto vale para
el diálogo humano y para el que entablamos con Dios.
2. En la Palabra proclamada: Sabemos que la relación entre “Palabra de Dios” y “Fe” es estrecha:
la fe entra por el oído…, nos dirá san Pablo. La fe viene de lo Alto: es Dios quien la da,
“hablándonos”. Esa voz hará que lo reconozca, le responda, y la fe se perfeccione con la respuesta del
creyente. Además, si bien es bueno “leer la Biblia” y debemos recomendar esa práctica, orando y
estudiando la Escritura santa, nunca la Palabra es más eficaz y, por lo tanto, nunca la fe puede
alimentarse y crecer más, que cuando es fruto de la Palabra proclamada en la Iglesia, o sea, ante una
asamblea congregada para escucharla. La SC nos dirá que “cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura, es Él (Cristo) quien habla”. Esto trae consecuencia para los lectores de dicha Palabra: los
fieles no sólo deben oír, sino entender lo que escuchan y moverse a vivir según la Palabra en la que
Cristo les ha hablado, o sea, convertir nuestras conductas según las conductas de Dios, tal como Cristo
nos lo manifiesta.
3. En el ministro que preside la Eucaristía : El gran “momento presidencial” del sacerdote en la Misa,
es la celebración de la Plegaria eucarística, en la que se opera la consagración de los dones de pan y
vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cada vez que hoy celebro, no digo: -Esto es el Cuerpo de
Cristo…, ni -Este es el cáliz de la sangre de Cristo…, sino simplemente: -Esto es mi Cuerpo…, -Este
es el cáliz de mi sangre… y, evidentemente, no es ni el cuerpo ni la sangre del Padre Juan, sino los de
Jesús.
¿Qué pasó en este momento? Simplemente que el sacerdote obró in Persona Christi, según la fórmula
teológica acuñada desde hace largo tiempo. ¿Cómo obró Cristo este hecho de posibilitar que un
hombre le preste su inteligencia, su voluntad y sus labios para que, pronunciando las palabras que Él
dijo en su última Cena, ¡ayer!, ocurra ¡hoy!, lo mismo que en su tiempo, en el Cenáculo, con los
Apóstoles. No me detendré en la consideración de esta afirmación de la Teología. Pero el hecho es
que el Señor Jesús, en el “hoy” de la vida de la Iglesia, en la celebración del Banquete del Cordero, es
quien en verdad preside una nueva “última Cena”. En el misterio del sacerdocio cristiano, continúa
“ofreciéndose, ahora, por ministerio de los sacerdotes, el mismo que entonces se ofreció en la cruz”.
Jesús se ofrece en el sacerdote que, presidiendo, ofrece.
4. En las especies eucarísticas de Pan y Vino : El texto conciliar dice de modo escueto que Cristo está
presente, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Para esto “sirvió” el ministerio sacerdotal: para
que Jesús quedara entre nosotros, en un simple pedazo de pan, en el simple vino de una copa…
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5. En los otros sacramentos: Está presente, con su virtud, en los sacramentos, de modo que, cuando
alguien bautiza, es Cristo quien bautiza.
El 25 de Mayo de 1967, la Instrucción Eucharisticum Mysterium, de la Sagrada Congregación de
Ritos, cita a la Encíclica Mysterium Fidei, de Pablo VI, al hablar de la presencia real de Cristo bajo
las especies eucarísticas, afirmando que ésta “se dice real, no por exclusión, como si las otras no
fueran reales, sino por excelencia”.
- ¿Conclusión? Que hay “varias presencias reales” de Cristo en la Liturgia, y debemos tener ojos
para descubrirlas y, descubriéndolas, hacerlas presente, celebrando.

TALLER LITÚRGICO - PRESENCIA DE CRISTO EN LOS CRISTIANOS

I. Ambientación. La liturgia reaviva la presencia de Cristo y de su misterio pascual para salvar y


santificar a los que en él creen. Y ese mismo Cristo, que se halla presente de diversas maneras en la
celebración litúrgica, es el mismo que, con su Espíritu, también actúa en la vida y existencia de los
cristianos. En este tema reflexionemos sobre cómo se hace presente Jesucristo en la vida de cada
creyente, cómo actúa en su vida concreta, en sus actitudes y en su conducta por mediación de la
liturgia.
2. Vemos la realidad. Hacemos un repaso de la realidad de los cristianos: la nuestra personal y la de
los demás, no para criticar, sino porque por medio de otras personas también el Señor nos puede dar
su mensaje.
¿Pensamos que la mayor parte de los cristianos se alimenta conscientemente de la liturgia? ¿Cómo
entienden las celebraciones? ¿Cómo actos piadosos o devociones? ¿O, tal vez, no las entienden y
buscan su alimento espiritual en prácticas devocionales que no están basadas en la palabra de Dios y
en la liturgia, como recomienda la Sacrosanctum Concilium, en los números 12 y 13?
3. Leemos la Palabra de Dios. (De la Carta de san Pablo a los Colosenses 2, 6-14).
Ya que han aceptado a Cristo Jesús, vivan como cristianos, enraizados y edificados sobre él, firmes
en la fe, como se les ha enseñado, y permanentemente den gracias.
Estén atentos, no sea que alguien los seduzca por medio de filosofías o de estériles especulaciones
fundadas en tradiciones humanas o en poderes cósmicos, pero no en Cristo. Porque es en Cristo
hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad, y en él, que es cabeza de todo dominio y
potestad, ustedes han obtenido la plenitud. Por su unión con él están también circuncidados, no
físicamente por mano de hombre, sino con la circuncisión de Cristo, qué los libera de su condición
pecadora.
Han sido sepultados con Cristo en el bautismo, y también con él han resucitado, pues han creído en
el poder de Dios que lo ha resucitado de entre los muertos. Ustedes estaban muertos a causa de sus
delitos y de su condición pecadora; pero Dios los ha hecho revivir junto con Cristo, perdonándoles
todos sus pecados. Ha destruido el documento acusador que nos era contrario y lo hizo desaparecer
clavándolo en la cruz.
4. Explicación. Esta Carta afirma la soberanía y la supremacía de Cristo sobre todas las potestades
celestiales, en contra de los errores que los cristianos de Colosas estaban aceptando. Pablo no mira
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bien la filosofía que atentaba contra el mensaje que él mismo había predicado.
Cristo está por encima de todas esas potestades o fuerzas cósmicas, que parecen dominar a los
hombres. Cristo posee la plenitud de la Divinidad, y, por eso, es el autor de la salvación. Los
cristianos no tienen por qué temer, pues ellos, por el bautismo y por la fe, han sido incorporados al
mismo Cristo.
El autor toca aspectos concretos, derivados de esa incorporación a Cristo. Los cristianos han recibido
la vida, pues estaban muertos por el pecado, gracias a la resurrección del mismo Cristo. Han sido
redimidos por el misterio pascual. Han recibido el perdón de todos los pecados. Incluso, Cristo, ha
hecho pedazos el documento acusador. Se refiere, sin duda, a los preceptos de la ley. Ésta no puede
dar la salvación ni la gracia para cumplirla. Sólo da obligaciones y ocasión de quebrantadas.
5. Leemos la palabra de la Iglesia. Así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió a los
Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura,
anunciaran que el Hijo de Dios con su muerte y resurrección nos ha liberado del poder de Satanás y
de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de
salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda
la vida litúrgica....
Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo
"cuanto a él se refiere en toda la Escritura", celebrando la eucaristía, en la cual "se hacen de nuevo
presentes la victoria y el triunfo de su muerte"... (Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 6).
…(Jesucristo) Cordero inocente, por su sangre libremente derramada nos mereció la vida, y en él
Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado,
de manera que cualquiera de nosotros puede decir con el apóstol: El Hijo de Dios "me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (GáI 2, 20). Padeciendo por nosotros, no sólo nos dio ejemplo para
seguir sus huellas, sino también abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se
santifican y adquieren un sentido nuevo...
…(El cristiano), asociado al misterio pascua/, configurado con la muerte de Cristo, fortalecido por la
esperanza, llegará a la resurrección… (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22)
6. Reflexión. El mismo Cristo, que está presente y actúa en la liturgia, es quien actúa en el corazón de
los cristianos, en su existencia y en sus actividades.
a. La presencia de Cristo en los cristianos. Cristo está presente en los sacramentos, en la
eucaristía, en su palabra, etc., para comunicarse con su Iglesia. Su vida y su virtualidad salvadora se
derraman, por medio de su Espíritu, en la conciencia de los que en él creen. Y la liturgia es el lugar
teológico y vivencial de tal encuentro y de la actuación de Cristo a favor de los cristianos. La liturgia
tiende a crear y alimentar la vida en el Espíritu.
La presencia de Cristo es el hecho más grande y sublime, la meta y la recompensa del cristiano, el
signo y medio de la presencia espiritual permanente de Cristo en el corazón del cristiano, significada
y aumentada por el signo sacramental. Por ese sacramento, Cristo viene a nosotros y se queda con
nosotros (Kart Rahner)
Esta presencia de Cristo en la vida del cristiano, la unión y comunión de éste con el misterio pascual,
es solamente un comienzo. Se mantiene en una expectativa y tensión constante, que llegará a su
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madurez en la gloria. Cada encuentro con el Señor motiva la esperanza y el deseo del encuentro
definitivo y total en la gloria. Ven, Señor Jesús. Maranhatha (Ap 22, 20).
b. La santificación como comunión en Cristo. Podemos afirmar que la celebración litúrgica
nos lleva a entenderla como comunión con Cristo. La santidad y la santificación es identificarse con
Cristo, comunión con él, con su vida, su misterio y su Espíritu. La gracia santificante no es algo. Es
Alguien: es Cristo que salva y santifica.
Por el bautismo, quedamos incorporados, injertados con Cristo, sumergidos en su misterio pascual.
Así por esa unión con Cristo, desaparece el pecado de nuestra conciencia y nace la vida nueva, para
que crezca en asimilación constante y permanente con el misterio pascual. La vida del cristiano es una
comunión con la muerte y resurrección de Cristo (Romano Guardini).
Peregrinando todavía sobre la tierra, siguiendo de cerca sus pasos en la tribulación y en la
persecución, nos asociamos a sus dolores como el cuerpo a la cabeza, padeciendo con él a fin de ser
glorificados con él (Vaticano 11. Lumen gentium, 7).
c. La respuesta del cristiano a la acción de Cristo. Para que la liturgia realice su efecto, el
cristiano ha de responder y acoger la acción salvífica que se celebra. En esta comunicación, actúan:
- Cristo que santifica - y el cristiano que es santificado en su vida diaria.

La actuación de Cristo en la liturgia cambia y transforma los elementos naturales ofrecidos en la


celebración: agua, aceite, pan, vino. Del mismo modo, también la acción santificadora está llamada a
transformar las personas que creen en el misterio pascual.
Las personas son instrumentos conscientes. Por tanto, deben poner su conciencia y su aceptación libre,
para que la virtualidad sacramental pueda producir su efecto. La acción santificadora llega a la
asamblea que celebra y, de un modo especial, a aquellas personas que ejercen un ministerio litúrgico
dentro de la celebración: ministro que preside, lector, cantor, acólito, etc.
Para el creyente, participar en la liturgia es fuente extraordinaria de santificación. Exige a la
comunidad cristiana que sea en su vida signo vivo y transparente de la presencia de Dios en la
sociedad.
d. Prolongación en la vida. La presencia de Cristo en la celebración sacramental da paso a su
presencia en el "sacramento existencial", en la vida diaria. La presencia sacramental de Cristo en la
eucaristía depende de la duración del signo. El signo del pan termina cuando es asumido y digerido,
pero da paso a la presencia espiritual en el interior de quien lo recibe. Así comienza en el corazón de
los fieles la presencia espiritual de Cristo y su eficacia para la vida. La presencia sacramental lleva a la
presencia espiritual del mismo Cristo.
El mismo Jesús pone de relieve este dinamismo de su presencia, cuando dice: "Quien come mi carne y
bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por él, así
también, el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 56-57)
El cristiano que fundamenta su crecimiento espiritual en la liturgia ha de llevar a su vida el misterio
pascual: muerte-resurrección. El dolor y el gozo, la paciencia y la esperanza, todos son caminos de
muerte para resucitar. El cristiano ha de orientar su vida en la perspectiva de la pascua.
e. La Liturgia para la gracia. Karl Rahner califica de epifanía de la gracia sacramental la

Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 5


SOMELIT – SLP CURSO DE VERANO – 2012

presencia del cristiano en el mundo: “Dondequiera que el hombre, en el ámbito del Espíritu, ejercita
mediante su actividad la gracia que se le ha comunicado, la actualiza y le da una manifestación
histórica, en cierto modo visible, existe allí -si bien de forma anónima- una auténtica presencia de
Cristo en el mundo y en su historia. Aunque tal presencia no puede llamarse cultual, por carecer de
signo de los elementos estrictamente culturales. Dondequiera y como quiera que la Iglesia sea
sacramento, allí y de esa forma se halla Cristo presente en el Espíritu, haciendo palpable esa
presencia. De ahí que Cristo se haga presente, aunque con rostro velado, cuando uno se muestra
sinceramente misericordioso para con los demás”.
f. Ser "sacramento" del encuentro con Dios. El teólogo E. Schillebeeckx también recalca esta
idea sugerente. El cristiano que ha recibido del misterio pascual, por medio de la liturgia, la gracia
santificadora está llamado a ser un sacramento de Cristo.
El cristiano que vive de y por la comunión en Cristo ha de manifestar esta comunión con los demás en
un amor afectivo y efectivo, sobre todo para aquellos que viven alejados de la práctica de su fe. Así,
cada discípulo de Jesús, se convierte en sacramento del encuentro con Dios.
La participación en la celebración litúrgica conduce a dar testimonio de vida. Comulgar con el Señor
en la liturgia y comulgar con el Señor en el hermano: así es la relación e intimidad que existe entre la
celebración y la vida. Con tal testimonio de vida, muchos podrán entender qué supone en la vida de
cada uno la presencia liberadora del misterio pascual de Cristo.
7. Confrontamos nuestra realidad.
 ¿Qué nos sugiere esta reflexión? ¿Qué puntos podemos subrayar?
 ¿Tiene que cambiar algo nuestra vida en la relación que se da entre la liturgia y las tareas
diarias?
 ¿Nos vamos dando cuenta de la importancia que la liturgia tiene en la vida espiritual y social del
cristiano?
 ¿En qué tenemos que mejorar?
8. Nos comprometemos
 Cada uno puede expresar su compromiso.
 Concretemos nuestro compromiso como grupo.
9. Juntos oramos. En silencio, pensemos cuál es nuestra aportación y colaboración para mejorar
nuestras celebraciones litúrgicas y para hacer que los cristianos las celebren mejor. Pidamos al Señor
ayuda, constancia e interés para esta tarea.
- Oremos con la liturgia (Prefacio I de Cuaresma)
En verdad es justo y necesario, Es nuestro deber y salvación Darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, Por Cristo, Señor nuestro. Por él concedes a tus
hijos Anhelar, año tras año, Con el gozo de habernos purificado, La solemnidad de la Pascua, Para
que, dedicados con mayor entrega A la alabanza divina y al amor fraterno, Por la celebración de los
misterios Que nos dieron nueva vida, Lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios.
Por eso, Con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, Cantamos sin cesar el himno
de tu gloria Amén.
- Mil gracias -
Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 5

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