La Hibris

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SÍNDROME DE HIBRIS O SÍNDROME DE CORIOLANO

Hibris es un término que se desarrolló en la antigua Grecia como descripción de un acto: un acto de hibris era aquel
en el cual un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza en sí mismo, trataba a los demás
con insolencia y desprecio. En el célebre pasaje del Fedro de Platón se define así la predisposición a la hibris: “si se
trata de un deseo que nos arrastra irrazonablemente a los placeres y nos gobierna, entonces se llama a este
gobierno intemperancia (hibris)”.

En su Retórica, Aristóteles sostiene que el placer que alguien busca en un acto de hibris se encuentra en mostrar
superioridad: “por esta razón los jóvenes y los ricos son proclives a insultar, pues piensan que cometiendo actos de
hibris, se muestran superiores”.

LA HIBRIS EN LA TRAGEDIA Y EL DRAMA

En la tragedia clásica y el drama que surge en el Barroco, la trayectoria de la


hibris solía tener las siguientes etapas:

1.El héroe se gana la gloria y la aclamación al obtener un éxito inusitado contra


todo pronóstico.

2.La experiencia se le sube a la cabeza: empieza a tratar a los demás, simples


mortales corrientes, con desprecio y desdén, y llega a tener tanta confianza en
sus propias facultades que empieza a creerse capaz de cualquier cosa.

3.Este exceso de confianza en sí mismo lo lleva a interpretar equivocadamente la


realidad que le rodea y empieza a cometer errores.

4.Al final se lleva su merecido y se encuentra con su némesis, que lo destruye.


Némesis es el nombre de la diosa del castigo. En la tragedia griega, los dioses
castigaban los actos de hibris de los hombres ya que era un desafío al orden
establecido por ellos. En este sentido religioso, la hibris era un intento de los hombres de ser como dioses. En otro
sentido, se pensaba que los dioses enviaban el éxito a los hombres y mandaban la hibris a los hombres en la cumbre
de su poder para precipitar su caída.

EJERCICIO

Identifica cada una de las etapas del proceso de hibris en la tragedia y el drama con escenas de la obra Coriolano
de Shakespeare.

LA HIBRIS EN LA POLÍTICA

El concepto de hibris se aplica sobre todo al ámbito político. Los síntomas conductuales que podrían dar lugar a un
diagnóstico de síndrome de hibris aumentan en intensidad conforme aumenta en duración la permanencia de un
jefe de Estado o de gobierno en el poder. Para ser diagnosticado debe presentar al menos cuatro de los siguientes
criterios:

1.Una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder
y buscar la gloria, en vez de un lugar con problemas que requiere un planteamiento pragmático y no
autorreferencial.

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2.Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidad de situarlos bajo una luz favorable, es decir, de dar
una buena imagen de ellos.

3.Una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.

4.Una forma mesiánica (como salvador del mundo) de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la
exaltación.

5.Una identificación de sí mismos como el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses particulares y
los generales.

6.Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o con el mayestático “nosotros”.

7.Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos.

8.Exagerada creencia –rayando en un sentimiento de omnipotencia- en lo que pueden conseguir personalmente.

9.La creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal de sus colegas o la opinión pública, sino ante un
tribunal mucho más alto: la Historia o Dios.

10.La creencia inamovible de que en ese tribunal serán justificados.

11.Inquietud, irreflexión e impulsividad.

12.Pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento.

13.Tendencia a considerar que su visión amplia sobre un tema, hace innecesarios tomar en cuenta los detalles o las
consecuencias de determinadas decisiones y una obstinada negativa a cambiar de rumbo.

14.Una forma de incompetencia que podría denominarse incompetencia propia de la hibris. Puede haber una falta
de atención a los detalles, negligencia.

El síndrome de hibris es algo que se puede manifestar en cualquier líder, pero solamente cuando está en el poder;
después es muy posible que se debilite una vez que se ha perdido ese poder. Con frecuencia, junto con la némesis,
aparece la desintegración paranoide y la erupción de irracionalidades largamente reprimidas. En este proceso, hay
una progresiva pérdida de confianza en la capacidad para controlar los acontecimientos.

El gobernante bajo el síndrome de hibris está convencido de que sus objetivos son rectos, de que su única meta es el
bien público, y le molesta los obstáculos a su voluntad. A menudo se presenta con otra enfermedad: la fiebre de
Potomac. Consiste en la incapacidad para elegir con criterio a un sucesor.

EL CASO DE NAPOLEÓN EN RUSIA


Para estudiar el proceso de cómo un hombre con poder y altas capacidades para el mando cae en la hibris, sería
bueno partir de los ejemplos que nos aportan la historia. En este sentido, el caso de Napoleón, como el del propio
Coriolano de Shakespeare, resultan paradigmáticos.

Para empezar, vamos a conocer los atributos y características psicológicas de Napoleón a partir de la lectura de la
obra de Davis Chandler Las campañas de Napoleón. Un emperador en el campo de batalla. De Tolón a Waterloo
(1796-1815), edit.: la esfera de los libros.

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El hombre y su genio
En primer lugar, tenía ciertos rasgos personales -no
necesariamente de carácter militar- que hicieron de él un
dirigente tan temible. En esa lista de atributos, su magnetismo
personal ocupó un lugar preeminente. Napoleón poseía un poder
casi hipnótico sobre las personas producido por una voluntad de
hierro, un irresistible encanto y la sensación que tenían quienes
estaban frente a él de los que se encontraban en presencia de un
jefe. Físicamente no resultaba atractivo – era de pequeña
estatura, de hábitos rudos incluso vulgares, y brutalmente franco
casi siempre- pero, así y todo, podía tener comiendo de la palma
de la mano a cualquier hombre o mujer si lo deseaba. La fascinación que producían sus grandes ojos grises (que,
según comentarios de sus contemporáneos, lo veían todo, lo sabían todo, a pesar de su apariencia casi inexpresiva)
era irresistible. Incluso el veterano general Vandamme admitió su impotencia cuando se enfrentaba al Emperador:
“Resulta que yo, que no temo a Dios y al diablo, me pongo a temblar como un niño cuando me acerco a él”. (Hudson,
op. Cit, p 213) Esta fascinación hipnótica sin duda tuvo mucho que ver con el dominio que ejercía sobre los militares
al margen de su graduación.

En segundo lugar, debemos referirnos a la gran capacidad intelectual de Napoleón. En palabras de un reciente y
distinguido biógrafo, Octave Aubry, Napoleón poseía “la más grande personalidad de todos los tiempos, superior a la
de cualquier otro hombre de acción, en virtud de la amplitud y agudeza de su inteligencia, de su rapidez a la hora de
tomar decisiones, de su gran determinación y su aguzado sentido de la realidad, todo ello unido a la gran
imaginación de la que hacen gala las grandes mentes” (F. Masson and Biagli, p. 170) (pág. 41)

(…) Sus intereses eran legión y su capacidad de respuesta ante una


nueva idea era enorme, igual que su habilidad para ver cada aspecto de
un problema sin caer en el peligro de que los “árboles no le dejaran ver
el bosque”. Estudiaba, amplia y profundamente cada asunto que se le
presen. Llegaba al corazón de cada materia, pero, al mismo tiempo,
tenía en cuenta todas las consideraciones periféricas. Su capacidad
para que no se le escapara nada era impresionante y, en sus mejores
tiempos, conocía hasta el último detalle de su ejército, lo que reflejaba
una memoria elefantina. (…) Un ejemplo puede ponernos al corriente
de su capacidad: En septiembre de 1805, el Emperador y su Estado
Mayor se toparon con una unidad de la recién creada Grande Armée
que se había separado de la formación a la que pertenecía durante la larga marcha desde la costa del canal hasta el
Rin. Su comandante había extraviado las órdenes y no sabía dónde encontrar su división. Mientras sus oficiales se
afanaban mirando con atención los mapas y revisando los innumerables cuadernos y duplicados de órdenes,
Napoleón, en un instante y sin la ayuda de ningún libro o asistente, informó al atónito oficial de la ubicación actual
de la unidad a la que pertenecía y dónde iba a permanecer las tres noches siguientes, proporcionándole, al mismo
tiempo, un informe detallado de las fuerzas y de la carrera militar del jefe de la división. En ese momento no había
menos de siete Cops d´armée, 200.00 hombres, en movimiento; no hace falta decir más. (pág. 42)

(…)

3
Napoleón tenía una gran capacidad de trabajo. “El trabajo es mi elemento”, aseguró en una ocasión.” Nací y fui
hecho para el trabajo”. Un día de 18 o 24 horas de actividad no era nada extraordinario para él. Leía mucho y con
voracidad. Hacía trabajar a sus sudorosos equipos de secretarios y escribientes hasta dejarlos exhaustos.

(…)

Tenía la suerte de poder dormitar en cualquier momento del día, cuando las circunstancias se lo permitían; incluso
en medio del estruendo de Wagram, fue capaz de hacerlo en su manta de piel de oso.

(…)

Su genio militar era impresionante. (…) Un atributo sobresaliente era el conocimiento de su profesión. Aseguraba
que sabía cómo fabricar pólvora, cómo fundir un cañón, cómo construir carruajes y armones (carro de transporte de
munición de artillería)

(…)

Utilizando su gran poder mental, Napoleón era capaz de pensar en cualquier problema militar, con días, e incluso
meses, de anticipación. (…) Nunca examinaba un problema sin tener en cuenta el contexto y prestaba atención a las
circunstancias que, presumiblemente, pudieran surgir y también a cualquier complicación imprevista.

(…)

Finalmente, debemos hablar del genio de Napoleón: Una infinita capacidad para tomarse la molestia de hacer
cualquier cosa con esmero. (…) Otra de las características incorporadas a su genio era una fértil imaginación para
adaptar los planes a las situaciones concretas, una gran intuición para adivinar las intenciones de su enemigo, una
indomable voluntad para seguir su camino a pesar de los obstáculos que se le pusieran delante o su negativa a que el
desgaste provocado por accidentes menores y otras complicaciones le apartasen de su objetivo primordial.

La hibris de Napoleón en Rusia


La Grande Armée llegó a una desierta Moscú el 14 de septiembre de 1812. El 5 de octubre salió de Moscú una
delegación para negociar un armisticio inmediato con el Zar Alejandro I y un acuerdo permanente. Kutusov dio a
entender a la embajada francesa que los militares rusos deseaban la paz, mientras enviaba al Zar cartas instándole a
no negociar. Alejandro aceptó este consejo y los embajadores franceses volvieron con las manos vacías. (pág. 844)

El Emperador no quiso creer que esta fuera realmente la respuesta


del Zar. (…) Calaincourt describió con agudeza la difícil situación de
Napoleón: “No podía admitir que la Fortuna, que tantas veces le
había sonreído, le hubiese dejado de lado justo cuando más
necesitaba sus milagros”. Recurrió al autoengaño, soterrando sus
dudas bajo un exceso de optimismo, ignorando la cruda realidad.
“Alargó las comidas – comentó Ségur-, que hasta entonces habían
sido breves y frugales. Parecía querer ahogar el pensamiento en la
saciedad. Solía pasar horas enteras medio recostado, como si en su
letargo esperase, con una novela entre las manos, el desastre final”.
A veces el personal de su Estado Mayor, exasperado a pesar de su
lealtad, tenía la impresión que la mente del Emperador había perdido el contacto con la realidad. Cuando se le
advirtió que los soldados iban a necesitar ropa de invierno para soportar el gélido invierno que se avecinaba,
respondía simplemente que se distribuyesen abrigos forrados de borreguillo, botas gruesas y capas especiales, sin
reparar en las protestas de sus oficiales, que le señalaron que no disponían de los materiales necesarios para
fabricarlos. Cuando se le avisó de que la artillería necesitaba urgentemente más caballos, autorizó la compra local de
20.000, si bien no había una sola montura en 150 kilómetros a la redonda. La sinrazón parecía estar apoderándose
de su mente y obnubilando su juicio. (Pág. 848-850)
4
(…)

Otro motivo por el cual Napoleón prolongó su estancia en Moscú fue la dificultad de decidir qué línea de acción
seguir. No había previsto nada para después de la ocupación de Moscú, convencido de que el Zar se rendiría antes
de que los franceses pudieran ni siquiera atisbar las doradas cúpulas del Kremlin. (Pág. 851)

Al final, terminó aceptando que el Zar se negaba a negociar y comenzó la vuelta de la Grande Armée.

Por aquel entonces, tanto el discernimiento como la intuición de Napoleón estaba muy por debajo de sus óptimos.
(…) La conjunción de esta inusual lentitud, la falta de decisión y la excesiva cautela iban a exponer a su ejército,
inexorablemente, a una muerte paulatina, así como una gran derrota en el campo de batalla. (pág. 857)

EJERCICIO

Señala los rasgos de la hibris que presenta Napoleón con las características de la hibris en la política. Justifica tu
respuesta.

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