Del Paro Al Ocio
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EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA
Portada:
lulio Vivas
Ilustración: fotograma de «Tiempos modernos» de Chaplin
ISBN 84-339-0069-2
Depósito Legal: B. 4371-1984
Printed in Spain
¿
INTRODUCCIÓN
11
del sistema ha producido estas contradicciones, que sólo lo son
mientras se miran desde la filosofía puritana y utilitaria de los
orígenes del capitalismo. Si, por un proceso de concienciación pú-
blica, se adoptara un nuevo sistema de valores, la ahora denomi-
nada sobreproducción se llamaría abundancia, y el paro, ocio crea-
tivo.
El camino es largo y, no excluyendo los esfuerzos por amainar
la crisis del paro a corto plazo, la solución duradera sólo se lo-
grará mediante un cambio de valores que permitan la redistribu-
ción —sin plusvalía ni acumulación de capital— de lo producido
por las máquinas entre todos los que trabajan, que serán todos
los ciudadanos, durapte menos tiempo. La otra alternativa, com-
batir el paro aumentando la producción, tiene, como se está vien-
do, escasas posibilidades de éxito y, aunque las tuviese, conlleva
todos los inconvenientes, explicitados aquí, de la mentalidad de-
sarrollista, causa principal de la crisis actual. Es esta mentalidad
la que debe ponerse en cuestión precisamente y, una vez susti-
tuida por un sistema económico en equilibrio, los problemas .que
ahora parecen insalvables se resolverán como casos particulares.
De no operarse el cambio filosófico, las medidas sólo tecnológicas
prolongarán la actual trayectoria de crisis, oscilaciones, guerras
reactivadoras e incertidumbre generalizada.
12
I. OCIO, NEGOCIO Y PARO
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Tras la Reforma protestante, que fue la negativa de los pue-
blos del norte a pagar el Renacimiento italiano, el puritanismo
calvinista y cuáquero establecen el trabajo y el negocio como me-
dida terrenal de los méritos ganados para acumular un tesoro en
el cielo. La Revolución Industrial eleva la sociedad del trabajo
y el negocio a límites inconcebibles en la vieja Roma; los pueblos
del norte, con la falta de medida característica de las sociedades
recientemente civilizadas, acaban imponiendo el modelo de la so-
ciedad de consumo, su ideología del desarrollo sin límites y el
resultado de ambas cosas: la infelicidad en la opulencia. Pero
todo en la naturaleza tiene un límite, y éste le viene impuesto
al sistema económico industrialista por dos fenómenos descon-
certantes, inesperados y, por el momento, insolubles: el paro y la
inflación.
El tema del paro estaba teóricamente resuelto en la economía
política del capitalismo anglosajón por la ley de la oferta y de-
manda: si hay paro, la oferta supera la demanda y el precio del
trabajo o salario ha de bajar. El incumplimiento de esta ley mo-
tivó a Keynes a cuestionar la teoría neoclásica, dando como alter-
nativa para superar el paro y la crisis del veintinueve la interven-
ción estatal en forma de inversión pública, aunque sea en pirá-
mides, para poner dinero en manos de los parados y reanimar la
economía. La solución keynesiana, ayudada por la segunda guerra
mundial, por la guerra de Corea en 1953 y por la Viet-Nam en
los años sesenta, ha permitido salir del paso, pero no ha resuelto
satisfactoriamente el problema. El paro aumenta en los países avan-
zados; en España es ya más del 16 %; ¿por qué no se utiliza la
solución keynesiana? Y si se usa, ¿por qué no funciona e incluso
crea inflación? La situación es muy otra a la provocada en 1929.
Entonces la economía estaba desanimada, había una crisis de des-
confianza («La única cosa que hemos de temer —dijo Roosevelt
en su discurso programático del New Deal— es el temor mis-
mo»), pero las fábricas esperaban vacías e inactivas que los obre-
ros ocuparan sus puestos: había capacidad productiva no utilizada.
Ahora se ha llegado al paro por un camino radicalmente dis-
tinto: la economía occidental funcionaba a toda máquina en la
década de los 60, rozando el pleno empleo. En medio de esta
14
prosperidad y debido al propio éxito, la tecnología se mejora, se
progresa espectacularmente en cibernética y se comienza a auto-
matizar la industria. Naturalmente, cuanto más eficientes son las
máquinas, menos hombres son necesarios. Estos hombres despla-
zados por las máquinas no pueden ser absorbidos por nuevas em-
presas, porque la economía funciona a plena capacidad; y si ésta
se aumenta, los recursos naturales suben de precio y se empeora
la inflación. La salida del paro por aumento global de producción
es inflacionista y, a la larga, limitada por las materias primas dis-
ponibles, por la crisis ecológica, y por la capacidad de ingurgi-
tación, ya un tanto estragada, de la sociedad de consumo.
Evitar el paro por medio del aumento de la producción es
una idea perfectamente coherente con la mentalidad laboralista
del puritanismo nórdico, pero totalmente incoherente con la no-
ción de medida y equilibrio que debe presidir en cualquier socie-
dad civilizada. Por supuesto, el paro, verdadera espada de Damo-
cles para la mayoría de los políticos, es un problema grave, vital
y apremiante; pero lo que no es, es un problema coyuntural y,
por lo mismo, aunque es preciso aliviarlo por todos los medios
a corto plazo, no se solucionará con medidas coyunturales ni tec-
nológicas. El paro de los años ochenta es un problema estructural,
es decir, de largo plazo, producido por una contradicción interna
del sistema industrial: pretender a la vez automatizar y mantener
el pleno empleo.
La solución estructural pasa por la comprensión del hecho dia-
léctico de que es el propio éxito del sistema lo que provoca la
crisis, que el trabajo llevado a un nivel de intensidad excesivo se
torna en la antítesis del bienestar; que toda fuerza, beneficiosa
en un momento, se vuelve perjudicial y contraria si se continúa
aplicando indefinidamente, como la quemazón que sentimos al
apretar persistentemente una barra de hielo.
Que no se nos diga que somos utópicos, porque la utopía es
precisamente empecinarse en mantener el pleno empleo a 40 horas
semanales, cuando enormes fábricas automatizadas emplean 10 ope-
rarios donde antes se ocuparían un millar. Quienes tachan estas
ideas de utópicas son precisamente los que crean el actual proble-
ma del paro, por mantener tina mentalidad decimonónica, desfa-
15
sada e incoherente con el progreso tecnológico del siglo xx. Ahí
reside la principal dificultad para solucionar el paro: se necesita
un cambio de mentalidad, el abandono de los valores puritanos
laboralistas del protestantismo nórdico, que si bien fueron útiles
para realizar la revolución industrial, ahora, por la dialéctica de la
historia, se han convertido en la causa del paro.
«¡Que inventen ellos!» exclamaba Unamuno, en medio de la
indignación de los progresistas de su época. Que inventen ellos, y
ahora que ya han inventado y producido, que nos dejen a los me-
diterráneos organizar la vida y la sociedad de modo que podamos
disfrutar de esa invención, en vez de vivir, como hasta ahora,
supeditados a ella.
La solución consiste en que trabajen todas las personas me-
nos horas, con lo cual no habrá parados, y que el producto produ-
cido por las máquinas se reparta eliminando plusvalías, de modo
que todo el mundo cobre lo necesario para mantener su nivel de
vida como cuando trabajaba 40 horas. El proceso hacia esta so-
lución es factible pero necesita un cambio de mentalidad que su-
pere el puritanismo laboralista de los calvinistas que instauraron
el capitalismo y de los estajanovistas que ensayaron el comunismo
ruso. La solución ha de nacer de la tradición humanista medite-
rránea de otium cum dignitate.
El camino es largo y supone un grado de altruismo por parte
de quienes detentan el capital o la dirección burocrática de la eco-
nomía; el resultado compensaría con creces todos los esfuerzos:
se alcanzaría otra vez una civilización del ocio, pero esta vez a un
nivel superior, sin esclavos, porque ahora el trabajo necesario de
los esclavos lo pueden hacer las máquinas. Por otro lado, la so-
ciedad occidental, que normalmente se reclama cristiana, no haría
más que seguir las directrices humanistas y mesuradas del Evan-
gelio en aquella parábola en que Jesucristo, con visión profética,
recomienda pagar al último obrero, que ha trabajado menos horas,
lo mismo que al primero. Este último obrero que ha de cobrar
lo mismo, aunque trabaje menos, es el obrero que ha llegado al
campo de la historia en esta hora nona de Occidente que es el
último tercio del siglo xx.
16
II. DESARROLLO SIN CRECIMIENTO
17
los medios; que es preciso ocuparse de los valores éticos y no
de las máquinas.
Es evidente que con más o menos tiempo y coste el proble-
ma de la escasez de petróleo se puede resolver: la química puede
dar sucedáneos, la ingeniería diseñar motores diferentes. Pero no
se trata de eso. La crisis del petróleo es sólo un síntoma dentro
de una enfermedad más grave que se ha incubado en el mundo
industrializado. Es la enfermedad del crecimiento ilimitado.
Por una de esas casualidades siniestras de la historia, la men-
talidad de desarrollo a la europea es una de las pocas ideas que
parecen compartir hoy todos los países del mundo: europeos o
africanos, capitalistas y comunistas, pobres o ricos. El peligro de
esta ideología de crecimiento continuado es enorme: es una bom-
ba de relojería colocada en el mundo hace doscientos años por
los mercaderes y filósofos utilitaristas de los países nórdicos, ahora
devenida peligro global; sus ideas atañen a todo el mundo. El
equipo de economistas y científicos del Club de Roma que han
estudiado en el Massachusetts Institute of Technology la futura
evolución de la economía mundial evalúa la situación en estos tér-
minos:
«Si las tendencias presentes en población, industrialización,
polución, producción de alimentos y agotamiento de recursos na-
turales continúan al ritmo actual, este planeta alcanzará los lími-
tes de su crecimiento dentro de sesenta años. El resultado proba-
ble será una disminución súbita e incontrolable de la población
y de la capacidad industrial. No somos el primer grupo en llegar
a estas conclusiones. Durante las últimas décadas, los que han es-
tudiado el mundo con una perspectiva global a largo plazo han
llegado a conclusiones similares. No obstante, la mayoría de po-
líticos y gobernantes parecen perseguir objetivos que van en contra
de estas advertencias.»
¿Por qué se ha llegado a esta ominosa situación, y por qué
los estadistas de las naciones no parecen darse cuenta de ella? Es
una vieja historia: como todas las cosas graves, no se ha impro-
visado en un día ni la podría precipitar un jeque árabe desde su
desértica opulencia, si los europeos no la hubiesen ganado a pulso
desde hace dos siglos.
18
Los bárbarosdel Norte y el «homo ceconomicus»
19
valece en Europa, es un sistema básicamente bárbaro. Todo lo
cual no empece para que los mediterráneos, depositarios de la
tradición humanista de medida y ocio, hayamos seguido entusiás-
ticamente el modelo del crecimiento sin medida y de la sociedad
de consumo. Los mediterráneos somos doblemente culpables de la
actual crisis europea y del marasmo mundial, porque hemos aban-
donado la herencia secular del otium cum dignitate y la noción
aristotélica de que el objetivo de la acción es la contemplación, el
de la cantidad su transmutación en calidad, traicionando los idea-
les que debíamos mantener.
El actual sistema económico es bárbaro, porque sus valores
y fines son distintos a los prevalentes en todas las culturas civi-
lizadas que en el mundo han sido. En primer lugar, porque va-
lora por encima de todo y pone como finalidad de la vida el éxito
medido en dinero: «Tanto tienes, tanto vales.» En culturas ci-
vilizadas, la riqueza ha sido sólo un medio para llegar al fin, que
es el ocio y la vida confortable para dedicarse a las aficiones per-
sonales. El actual sistema bárbaro se ha parado en el medio, y ha
sublimado el medio —la riqueza— a fin. En segundo lugar, el
objetivo de la actividad económica no es, en el actual sistema, la
obra bien hecha tal como se comenta en el capítulo 5, sino el
máximo beneficio en dinero. El éxito de una empresa no se evalúa
por la calidad de lo que fabrica o la satisfacción que da a los con-
sumidores, sino por los beneficios que muestra el balance a fin de
año. Es fácil que ocurra, y de hecho se da el caso con frecuencia,
que el máximo beneficio se obtenga a base de fabricar cosas de baja
calidad, de mal gusto, que polucionan y que se tienen que cam-
biar cada tres años. En tercer lugar, el actual sistema económico
está basado en la competencia, que es el concepto más bárbaro
de todos, pues es la traslación a la economía de la ley de la jun-
gla. El postulado de los economistas liberales ingleses y de sus
ideólogos, los filósofos utilitaristas de la escuela de Bentham, es
que si cada persona persigue su interés individual y compite con
los demás, se producirá en el conjunto de la sociedad el máximo
rendimiento del sistema económico.
El utilitarismo, formalizado por Bentham sobre ideas de Hume
y Helvetius y aplicado a la economía por Ricardo y Mili, pretende
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ordenar la sociedad según el criterio de «la mayor felicidad para
el mayor número», empleando para ello una aritmética moral que,
en el pensamiento de Bentham, ha de ser un cálculo hedonístico
cuantificado en unidades de placer y dolor. Evidentemente esta
medida jamás se ha conseguido, pero las ideas generales del uti-
litarismo han inspirado la estructura legal y filosófica del sistema
económico industrial. Para los utilitaristas, una acción es correcta
si tiende a promover felicidad, no sólo del agente, sino de todos
los afectados; de modo que el utilitarismo se centra en las con-
secuencias del acto en vez de en su naturaleza intrínseca o las
intenciones del agente. Ni la ley natural, ni los derechos del hom-
bre, ni el contrato social, justifican la organización económica y
social; sólo el cómputo de la utilidad.
La idea central de la filosofía utilitaria —que hay que fomen-
tar la felicidad y abolir la infelicidad— es innegablemente correc-
ta; el problema es compaginar las utilidades personales y que
cada cual la maximice sin perjudicar a los demás. Es en las reglas
de juego interpersonal donde reside la cuestión básica, y estas
reglas, tal como las estableció la economía inglesa en tiempos de
los utilitaristas, fueron la competencia y la maximización del be-
neficio. En este marco, el altruismo presupuesto por los utilitaris-
tas no se da y el sistema degenera en una ley del más fuerte
aplicada al mercado.
La secuela americana del utilitarismo inglés fue el pragmatis-
mo de principios de siglo formulado por Charles Sanders Pierce,
William James y John Dewey, según el cual la utilidad, viabilidad
y eficiencia práctica de las ideas es el criterio de su valor. Es
decir: lo que funciona es bueno. El problema de este planteo es
que todo lo que funciona está inserto en un sistema con ciertas
reglas de juego: si el sistema es bárbaro, lo bueno será lo que
funciona bárbaramente, que es exactamente lo que ha ocurrido con
la economía industrial, tanto capitalista como comunista.
Característico del actual sistema es su énfasis en la eficiencia
productiva —producir lo máximo al mínimo de coste—, eliminan-
do de la producción cualquier consideración de estética, satisfac-
ción en el trabajo, mejora en las condiciones de participación en
el trabajo, mejora de calidad y duración en el producto, cuando
21
estos aspectos implican una reducción en la eficiencia productiva.
Por último, el sistema es bárbaro porque, olvidando el lema grie-
go «nada en exceso», incita a las personas a escalar, enriquecerse
y consumir indefinidamente; a las empresas, a explotar recursos
naturales, instalar fábricas y levantar edificios sin cesar, y al mun-
do a continuar aumentando su población, su producción y su po-
lución sin límite. Tal es el sistema que hoy por hoy organiza la
economía mundial. El protagonista de este sistema es el homo
oeconomicus, descrito en los manuales de economía como el su-
jeto racional que actúa en el mercado de competencia, buscando
maximizar su utilidad como consumidor y su beneficio como em-
presario. Es además, aunque eso quede sólo implícito en los tra-
tados, un hombre que prefiere acumular posesiones materiales a
desarrollar en ocio creativo sus potencialidades físicas y menta-
les; que está dispuesto a producir objetos inútiles, sin calidad ni
estética, y hasta dañinos, con tal de ganar unas pesetas más;
que es individualista, egoísta, agresivo y competitivo, en vez de ser
desinteresado, apacible y cooperativo; que toma al hombre como
un medio en vez de un fin, y sacrifica la satisfacción en el tra-
bajo a la eficacia productiva o la compensación monetaria; que
prosigue, en fin, una carrera de enriquecimiento y acumulación
de éxitos, poder, prestigio y posesiones materiales, como si tales
fuesen los objetivos vitales de una persona y las bases de su fe-
licidad. Cada día resulta más claro que este homo oeconomicus es
la raza más peligrosa entre todas las aparecidas sobre la tierra y
cabe preguntarse si habrá tiempo de civilizarlo antes de que pro-
voque mayores males.
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nes materiales del mundo: en un mundo de escasez es coherente
una ciencia económica y unos sistemas legales basados en la esca-
sez, enmarcados en una omnipresente mentalidad de miedo: miedo
a la naturaleza, miedo a morir de hambre, miedo a que no habrá
bastante para todos, miedo a perder lo poseído. El mundo de la
escasez a nivel material es el mundo del miedo a nivel psicoló-
gico y el mundo de la autoridad a nivel social. La escasez engen-
dra miedo, que justifica el autoritarismo.
En las últimas décadas esta situación ha cambiado con rapi-
dez: en bastantes países la escasez ya no existe; existe la pobreza,
porque la renta no está bien repartida, pero no hay penuria ma-
terial en términos absolutos. Bien repartido, habría de sobra para
todos. En estos momentos hay treinta países que están por encima
de la renta per capita de 600 dólares que se considera como fron-
tera de la pobreza, según muestran las cifras de renta per capita
y proyecciones futuras en el cuadro adjunto.
Estos países constituyen ya el mundo de la abundancia. Pero
sus sistemas económicos están aún basados en la teoría econó-
mica del mundo de la escasez. De ahí se derivan problemas que
no son técnicos, sino filosóficos: los valores y objetivos económi-
cos vigentes no corresponden a las posibilidades vitales que per-
miten las condiciones objetivas de abundancia. Estos países son
como nuevos ricos que siguieran trabajando doce horas y viviendo
míseramente, por falta de imaginación para disfrutar del dinero
que han ganado. Los países ricos, en vez de pararse a pensar cómo
usar su riqueza en mejorar la calidad de vida, siguen obsesiona-
dos en su trayectoria de crecimiento. Todo el mundo compadecía
a los ingleses porque su renta nacional sólo crecía el 1 % anual,
pero nadie aludía a la calidad de vida que disfrutan los ingleses.
Y es que los economistas, hoy por hoy, saben medir la cantidad
de producto nacional, pero no se han ocupado todavía en medir
la calidad de vida, tema del que hablaremos en el capítulo si-
guiente.
La economía en una nueva clave es la economía de la abun-
dancia. En la economía de la escasez, el objetivo primordial es
aumentar al máximo el Producto Nacional Bruto (total de bienes
y servicios producidos por la economía nacional durante un año).
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ESTADIOS DE EVOLUCIÓN SOCIO-ECONÓMICA
Renta per capita 50 a 200 200 a 600 600 a 1500 1500 a 4000 4000 a 16000
$ dólares
Productividad agrícola
(personas alimentadas 1 1'25 2 5 20
por un agricultor)
% personas dedicadas a
— Agucultura 90% 75% 30% 20% 5%
— Industria 5% 10 % 40 % 30 % 5%
— Servicios 5% 15 % 30 % 50 % 90 %
Tamaño del grupo 100 100 a 100.000 a 100 a 1.000 6.000 millonues
100.000 100 millones millones
Pre-Indus~ Transicional Industrial Consumo Post Industrial
trial masas
Países que estarán El resto de Brasil 200 1/4 América España U.S.A. 320
en ese estadio en el Africa 350 Pakistán 230 Sur 150 Portugal Japón 120
año 2000 (la cifra 2/3 países China 1300 1/3 países Austria Canadá 40
indica población que árabes 200 India 1000 árabes 100 Yugoslavia Escandinavia
tendrán en millones) El resto de Indonesia 220 1/3 Asia E. Albania y Suiza 25
Asia 160 Nigeria 150 y S.E. 200 Grecia, Francia,
El resto de Otros 50 Bulgaria R.F.A.,
Sud-América TOTAL: 3100 Hungría, Benelux,
40 TOTAL: 500 Irlanda Inglaterra 215
125 Italia 60
TOTAL: 750 U.R.S.S. 350
Turquía 75 R.D.A.,
Polonia
Méjico, Checoslovaquia 135
Argentina Israel 5
Colombia, Australia,
Venezuela, Nueva Zelanda 25
Chile 300
TOTAL: 1300
Taiwan,
Korea S.,
Malasia, etc.
220
TOTAL: 620
26
lo que aumenta el miedo existencial. Solamente una reducción
de las necesidades consigue una genuina reducción en el miedo,
que es la causa última de las agresiones y la guerra.
Por eso, una paz mundial en un mundo de comunidades hu-
manas, todas con nivel de vida decente, de modo que nadie tenga
que codiciar lo que tienen otros, es algo imposible de conseguir
sólo con el progreso material de los países. Mientras el desarro-
llo económico se haga con un sistema basado en el individualis-
mo, la competencia, la codicia y la envidia, las personas y las
naciones estarán en pie de guerra. Esta es la inquietante paradoja
oculta en el fondo del actual sistema económico mundial. Y, hoy
por hoy, todos los países del mundo, excepto China, parecen ha-
ber caído en ella.
Recuerdo, a este respecto, un apólogo de Chuang-Zzu en el
que dice:
27
apreciar a los demás? Está abandonado, no le queda nada:
no hay arma más mortal que la voluntad.»
Crecimiento cero
28
ahora, la respuesta ha sido trabajar al mismo ritmo y seguir aumen-
tando el nivel de vida, medido en producción por habitante, no en
calidad de vida, que se va deteriorando.
En los últimos años han entrado en juego nuevos factores que
están haciendo revisar esta postura. En primer lugar, cuando el
nivel de vida era bajo, la gente estaba dispuesta a cambiar más
trabajo por consumo; en una economía pobre, el recurso escaso
son los artículos (coches, neveras, alimentos), y el recurso abun-
dante, la mano de obra. La gente prefiere seguir trabajando para
adquirir más cosas. Cuando el país sobrepasa ciertos niveles de
riqueza, esta preferencia cambia. Las jóvenes generaciones en los
países más ricos lo indican ya: se prefiere menos trabajo a sueldo
(el trabajo por gusto se sigue desarrollando como siempre, porque
no viene motivado por necesidades económicas) y un nivel de
ingresos que no aumente. Esto es posible porque el nivel es ya un
mínimo vital decoroso. En ese nivel prefieren más tiempo libre
para sus aficiones y menos televisores en color. En segundo lugar,
la gente está viendo que aunque el nivel de vida sube, medido en
ingresos y en cosas que se pueden comprar, la calidad de vida se
deteriora. Prisas, nervios, polución, aglomeraciones, incomodidad
y demás inconvenientes que crecen con la producción creciente.
Esto ha provocado el movimiento hacia la medición de la calidad
de vida y el establecimiento de indicadores sociales para medir el
progreso en calidad y no sólo en cantidad.
Por último, y aquí entramos en el aspecto ejemplificado por
la crisis del petróleo, empiezan a aparecer cuellos de botella en la
producción. Los recursos naturales para la industria han sido el
primero de ellos, pero dentro de unos años puede ser la polución
o la producción de alimentos, lo que se estrangule si la población
sigue creciendo. Lo que no se ha divulgado demasiado a raíz de
la crisis del petróleo es que desde hacía tiempo se venía plan-
teando una escasez creciente en minerales industriales clave, como
zinc, estaño, cobre. La oferta de estos materiales se ve desbor-
dada por las necesidades crecientes, y el parón producido en la
industria por su escasez es la espada de Damocles de la presente
coyuntura económica. Hay también cuellos de botella en la dis-
tribución: recuérdese el apagón eléctrico de Nueva York: ¿cuán-
29
tos días puede resistir una metrópoli como Madrid o Barcelona,
si no funcionan las cámaras frigoríficas y los camiones de apro-
visionamiento no llegan?
De nuevo es preciso hacer notar que el problema no es co-
yuntural, ni se debe resolver técnicamente buscando sustitutivos
sintéticos a las materias escasas. Tomar este curso y seguir cre-
ciendo es trasladar el problema más adelante y a otro sector. Ha-
ciéndolo así es cada vez más peligroso, porque la máquina produc-
tiva se especializa más y es cada vez menos versátil y más vulne-
rable. La evolución biológica demuestra cuan peligrosa es la su-
perespecialización para la supervivencia de las especies. Lo mismo
para el sistema productivo mundial.
La solución estriba en una decisión ideológica sobre los fines
del sistema económico: la decisión de optar por una economía de
crecimiento cero, es decir, de desarrollo cualitativo sin crecimien-
to cuantitativo. El informe del MIT lo plantea así: «Es posible
alterar las actuales tendencias y establecer una situación de esta-
bilidad económica y ecológica que se pueda sostener en el futuro.
El estado de equilibrio global se podría diseñar de modo que las
necesidades materiales de cada persona en el mundo sean satis-
fechas y cada persona tenga una oportunidad igual de realizar su
potencial humano individual. Si los habitantes del mundo deciden
este curso de acción, cuanto antes empiecen a trabajar en esta
dirección, mayores serán sus probabilidades de conseguirlo.»
El crecimiento actual de la población, de la producción, el
desgaste de recursos naturales y la polución, son procesos expo-
nenciales; es decir, la velocidad y el tamaño de estas magnitudes
aumentan como una bola de nieve. Los procesos exponenciales tie-
nen un peligro: el colapso final sucede de la noche a la mañana,
sin que parezca inminente el día antes. Por ejemplo, si una planta
crece exponencialmente y cubre un estanque en treinta días y
sabemos que dobla el tamaño cada día, resulta que el día vein-
tinueve sólo hay medio estanque tapado, pero en el trigésimo día,
la planta, al doblar otra vez su tamaño, cubre la otra mitad del
estanque que quedaba. Así son los procesos exponenciales. Cuan-
do se dice que la urbanización crece exponencialmente, se está di-
ciendo que Madrid, por ejemplo, doblará su población en treinta
30
años y que en las próximas tres décadas tendrá que acomodar
tanta gente nueva como la que ya tiene. No es lo mismo acomo-
dar tres millones de habitantes en dos mil años que en treinta.
Y si sigue el crecimiento, en otros treinta años deberá acomodar
no tres, sino seis millones nuevos de habitantes.
En 1650, la población del mundo crecía un 0,3 % al año, lo
cual es un proceso exponencial que dobla el tamaño cada doscien-
tos cincuenta años.Hoy, la población mundial crece al 2,1 % anual
y doblará en treinta y tres años. Esto es la bola de nieve de la
población. Lo mismo está sucediendo con el agotamiento de re-
cursos naturales, con la producción industrial y con la polución.
El alud está desatado y la avalancha gana volumen y velocidad
amenazadoramente. De continuar sin ser detenida, un día, de la
noche a la mañana (es decir, en una generación o treinta y tres
años), el estanque donde nació la vida puede aparecer totalmente
cubierto.
¿Qué se puede hacer antes de que sea demasiado tarde?
¿Cómo se puede cambiar a una economía de estado estacionario?
¿Cómo persuadir a un mundo acostumbrado a medir el éxito por
el crecimiento a pensar en términos de crecimiento cero y de cali-
dad en vez de cantidad?
31
crecimiento ilimitado y sus peligros. Boulding llama al mundo la
«Astronave Espacial Tierra», lo cual supone decir que la Tierra es
un sistema cerrado: las fronteras y los continentes vírgenes por
explotar se han terminado. Esta tierra cerrada, completa, requiere
unos principios económicos diferentes de los de la tierra abierta
del pasado.
«Para caricaturizar —dice Boulding, que cuando escribía no
había visto aún a J.R.— estoy tentado de llamar a la economía
abierta la ""economía del cow-boy"', pues el "cow-boy" es el sím-
bolo de las llanuras ilimitadas, asociado con el comportamiento
inescrupuloso, explotador, apasionado y violento que es caracte-
rístico de las sociedades expansionistas. La economía cerrada del
futuro se podría igualmente llamar la ''economía del austronauta",
porque la Tierra se ha convertido en una astronave espacial, que
no tiene reservas ilimitadas de nada, ni para extraer ni para
polucionar, y que, por tanto, obliga al hombre a encontrar su si-
tio en un sistema ecológico cíclico que sea capaz de continua re-
producción de material, aunque no pueda evitar necesarias entra-
das de energía.»
«En la economía del cow-boy —que en mi terminología es
la economía bárbara actual— el consumo y la producción son
los grandes objetivos, y el éxito de la economía se mide por la
cantidad de producto que se consigue a partir de los factores de
producción. En la "'economía del astronauta", el producto no es
un desideratum y se debe considerar como algo a minimizar, no
a maximizar.»
«La medida del éxito de la economía no es producción y con-
sumo, sino la naturaleza, tamaño, calidad y complejidad del "stock"'
total del capital, incluyendo en éste el estado de los cuerpos y las
mentes humanos incluidos en el sistema.»
Barbara Ward, directora de The Economist de Londres, y el
biólogo Rene Dubos, en su libro Sólo un mundo, argumentan en
el mismo sentido y señalan como objetivo inmediato reducir el
crecimiento de la población mundial a cero. La astronave espacial
está completa y ya sólo pueden entrar tantos pasajeros como se
apeen, o, más exactamente, tomen tierra. Ward y Dubos señalan
además que el modo de reconciliar las necesidades de desarrollo
32
en países pobres, los objetivos humanos y la conservación de la
naturaleza, es la ordenación del territorio y el planeamiento de los
usos del suelo.
El consenso de los economistas que proponen el crecimiento
cero, que todavía son los menos, sobre las condiciones mínimas
para un estado global de equilibrio incluye: 1) que el capital in-
dustrial y la población se estabilicen, para lo cual se ha de llegar
a que la tasa de natalidad iguale la de mortalidad, y la tasa de
inversión de capital industrial iguale la tasa de depreciación; 2) las
tasas de nacimiento, defunción, inversión y depreciación se man-
tengan lo más bajas posible. Con estas dos condiciones, los mo-
delos de simulación aplicados indican que se puede llegar a un
estado estacionario que tenga la población de 1975, el capital
industrial que habrá en 1990, que no hay que estabilizar hasta
esa fecha; la vida media de setenta años, la cantidad de alimento
por cabeza doble de la actual y la renta per capita de 1.800 dóla-
res, que es el actual nivel de Europa (tres veces el mundial), lo
cual no es una mala perspectiva.
La conclusión inescapable de estos estudios es que el creci-
miento ilimitado no puede continuar. Si nosotros no ponemos me-
dida, la Naturaleza impondrá despiadadamente los límites. Si acep-
tamos que la Naturaleza decida, dejando las cosas como están y
esperando, lo más probable es una disminución incontrolable de
población y capital. Es difícil imaginar cómo será el colapso, por-
que puede tomar formas diferentes. Puede suceder en momentos
distintos, en diferentes partes delmundo o puede ser global. Puede
ser repentino o gradual. Si el primer límite que se alcanza es el
de la producción de alimentos, los que sufrirían la mortalidad más
fuerte serían los países pobres. Si el primer límite fuese impuesto
por el agotamiento de recursos no renovables, los más afectados
serían los países industrializados. Podría ser que el colapso afec-
tase la vida animal y vegetal en la Tierra, que la redujera o la
destruyera. Lo que es claro, es que los supervivientes tendrían
poco con que empezar una nueva civilización. Cuando le pregun-
taron a Einstein que si había una guerra atómica cómo sería la
siguiente, el sabio respondió: «A pedradas».
Por último conviene repetir lo que el economista inglés John
33
Stuart Mill señaló hace más de cien años: «Una situación esta-
cionaria de capital y población no implica un estado estacionario
de progreso humano. Habría tanta posibilidad como siempre para
toda clase de cultura mental y progreso moral y social; tanto cam-
po para mejorar el Arte de Vivir y más facilidades de hacerlo.»
Las únicas cantidades que han de mantenerse constantes son la
población y el capital. Cualquier actividad humana que no requie-
ra un gran flujo de recursos irremplazables o que no produzca
severa degradación ambiental, puede continuar creciendo indefi-
nidamente. En particular, las ocupaciones que muchos consideran
las actividades más deseables y satisfactorias del hombre: educa-
ción, arte, música, religión, investigación científica, deporte y co-
municación social en todas sus formas. No hay razón para que
los aumentos de productividad no se puedan traducir en niveles
de vida más altos en calidad, en más tiempo libre o en ciudades y
ambientes físicos más agradables Para ello, desde un punto de
vista político y social, se debe demostrar repetidamente que una
«economía en desarrollo» continuo no es un éxito, sino un cán-
cer. Y que el despilfarro que se permite en nombre de la compe-
tencia y con ayuda de la publicidad debe detenerse. La economía
debe verse como una rama de la ecología; y la producción, dis-
tribución y consumo deben realizarse por empresas o grupos con
la misma elegancia y mesura que se ve en la Naturaleza. Desde
el punto de vista de la comunidad se trata de despertar el poder
de renunciación: cuando un número suficiente de personas se nie-
guen a cambiar de coche o televisor cada tres años, el actual siste-
ma de consumo variará radicalmente. Sin embargo, es difícil re-
nunciar antes de tener; por eso, el proceso puede llevar años.
Desde el punto de vista personal se trata de ver con claridad cómo
las posesiones esclavizan, cómo las nociones de acumulación y ex-
pansión se interponen entre la persona y una forma verdadera,
clara y liberada de ver el mundo.
En una economía de crecimiento cero, la cantidad de produc-
ción material sería fija, y toda mejora en los métodos productivos
podría resultar en mayor ocio para la población. Esto plantea el
segundo gran tema de la economía del futuro.
34
Calidad de vida, ocio y trabajo
35
persona rellena su declaración anual de trabajo, sabiendo que debe
totalizar por obligación un cierto número de horas al año. Estas
declaraciones se recogen y procesan en un computador central,
que ajusta las necesidades a las ofertas de trabajo y que indica las
reasignaciones iterativas que deban efectuarse hasta hacer coincidir
oferta y demanda de trabajo.
La adopción de mecanismos de asignación de recursos de este
tipo u otros diferentes al actual sistema de precios y salarios en
el mercado se verá fomentada por los aumentos de productividad
y la decisión de no aumentar la producción en cantidad. Hasta
ahora, los aumentos en productividad se han compensado ha-
ciendo trabajar a la mano de obra desplazada en producir más
cantidad. Se ha tomado la falsa solución de no cambiar nada en
las formas de retribución a los factores y de compensar las horas
de trabajo ahorradas por la automatización, con crecimiento en
otros sectores. Producir más para que la máquina no se pare, solu-
ción insostenible e innecesaria.
Un experto de la Rand Corporation calculó que, dadas las
tasas de aumento de la productividad, los Estados Unidos pueden
llegar a satisfacer todas sus necesidades con sólo un 2 por 100
de su población activa, que equivale a un 1 por ciento de su po-
blación total. Es decir, que la cantidad de trabajo humano nece-
saria para satisfacer las necesidades materiales será 50 veces me-
nos que la actual; por ejemplo, trabajar sólo una semana al año.
Esto es una caricatura, pero el argumento es cierto. Las máquinas
pueden liberar al hombre de la necesidad de trabajar para cubrir
necesidades materiales. La mejora en la tecnología lo hará posible,
pero la posibilidad no se pondrá en práctica sin un cambio filo-
sófico en las actitudes culturales hacia el trabajo. En el cuadro
adjunto se cuantifica la reducción de empleo por automatización
en algunos países industriales.
El viejo proverbio de «ganarás el pan con el sudor de tu
frente» se habrá de referir al sudor de las generaciones pasadas,
que han acumulado la tecnología que hará los trabajos mecánicos.
El valor supremo que se concedía al trabajo obligatorio como
loable y necesaria contribución a la supervivencia social se habrá
de pasar al trabajo que se haga para proveer el mínimo necesario
36
REDUCCIÓN DEL EMPLEO POR AUTOMATIZACIÓN
Y COMPUTADORES
1) USA
37
de horas humanas para que las máquinas marchen, para repararlas
e idear mejoras en ellas.
El empleo reemplazado por las máquinas en Estados Unidos
es de un 3 % anual. Las computadoras sustituyen unos 100.000
oficinistas al año. Se estima que en el año 2000 en Estados Unidos
la industria sólo necesitará el 18 % del empleo total; la agricul-
tura el 5 % , de modo que con sólo un 23 % de los que pueden
trabajar se producirán los alimentos y bienes de consumo dura-
bles. El restante 77 % de los trabajadores se dedicarán a servi-
cios, educación, investigación, ocio o amor al arte.
Se tendrá que aceptar el ocio creativo como un ideal de vida,
por otro lado nada desagradable. Sólo entonces se podrá estable-
cer un sistema de distribución del producto que reparta entre los
obreros desplazados el producto fabricado por las máquinas auto-
máticas, sin necesidad de buscarles cuarenta horas de trabajo se-
manal en otro sitio. El círculo vicioso actual es así: supongamos
que IBM inventa una máquina que mecanografía textos dictados
directamente por la voz humana, y con flexibilidad para introdu-
cir correcciones en lo ya escrito. Esta máquina —que si no existe
ya, podría técnicamente existir— liberaría a millones de secre-
tarias de horas de trabajo mimético no creativo. Tal como están
las reglas de retribución hoy, si esa máquina saliera a la venta,
las secretarias serían las primeras en oponerse a ella. Una solución
para aplicarla sería seguir remunerando a las secretarias igual y
dándoles de ocio las horas ahorradas por la máquina, menos el
tiempo proporcional para amortizar la inversión en la máquina.
Para adoptar este curso de acción se ha de cambiar la actitud filo-
sófica —ética y moral— hacia el trabajo. Se ha de romper la
secular ligazón entre ingresos y trabajo que se inició con la civi-
lización y se ha momificado con la mecanización.
Descentralización
38
los grandes tamaños de las empresas, las administraciones públi-
cas, las ciudades y las naciones.
La producción en establecimientos de pequeño tamaño, la ad-
ministración en unidades territoriales y demográficas pequeñas, y
el asentamiento de fábricas y cualquier otra actividad en ciudades
pequeñas es técnicamente posible. Las ventajas que la desconcen-
tración supondría para la calidad de vida están en la mente de
todos. Supondría, además, el ahorro de los enormes costes so-
ciales que tiene la gran ciudad.
La Atenas clásica o la Florencia del Renacimiento no tenían
más de 60.000 habitantes. Con esta base de población se consi-
guieron niveles culminantes en la cultura humana y descubrimien-
tos de los que se ha vivido de renta durante siglos. Las ciudades
no tienen porqué ser mayores, y si lo son, deberían fragmentarse
en células cuyas dimensiones comentaremos en el capítulo siguien-
te. Sobre el tamaño de las unidades administrativas ya dijo con
mucho sentido común Aristóteles que el óptimo es el que permite
conocer a todo el mundo el carácter de sus conciudadanos.
En cuanto a las posibilidades de una tecnología descentrali-
zada, las ideas son abundantes. El propio lord Keynes especuló,
en medio de la depresión de 1930, sobre «las posibilidades eco-
nómicas de nuestros nietos», y concluyó que no estaría muy lejos
el día en que todos serían ricos. Entonces, decía Keynes, «valo-
raremos otra vez los fines por encima de los medios, y preferire-
mos lo bueno a lo útil. ¡Pero cuidado! Todavía no ha llegado ese
momento. Al menos durante otros cien años debemos engañarnos
pensando que lo hermoso es sucio y lo sucio es hermoso, porque
lo sucio es práctico y lo hermoso no». Contra esta predicción de
Keynes, muchos consideran que no es necesario esperar sesenta
años más para empezar a evaluar lo hermoso por encima de lo
práctico o las consideraciones éticas antes que las utilitarias.
E. F. Schumacher, siguiendo las intuiciones del sistema eco-
nómico que Gandhi perseguía, y basándose en el enfoque cultural
hindú, ha acuñado el inesperado término «Economía budista» para
nombrar una economía que tenga como objetivo la consecución del
máximo bienestar con el mínimo consumo. Esta economía se ba-
saría en una mentalidad que ve la esencia de la civilización no en
39
la multiplicación de necesidades, sino en el mejoramiento del ca-
rácter humano. Una de las bases de tal economía será la descen-
tralización.
La concentración es un fenómeno relativamente reciente. Si
losseres humanos tienen una historia de medio millón de años,la
concentración espacial, productiva y estatal, sólo ha existido en
la centésima parte de ese tiempo: sólo desde los faraones, hace
cinco mil años. Y en ese tiempo sólo en los países civilizados, es
decir, los capaces de organizar grandes guerras e imperios. Todo
el resto de la historia de la humanidad pertenece a la familia yel
clan, tribu, aldea y ciudad pequeña.
Paracorregirlosefectos delacentralización,iniciadaenEgipto
y aumentada en el siglo xvi con el invento de la nación, y en
el xvili con la concentración fabril, será necesario que los hom-
bres del xxi aprendan a usar una tecnología descentralizada. No
se trata de repudiar la tecnología, sino de asimilar la máquina
a la función artesanal. Esto quiere decir emplear la máquina en
las labores más pesadas del proceso productivo, dejando para el
hombre el acabado artístico del trabajo. No hay razón por la cual
la maquinaria automatizada no pueda usarse de modo que el aca-
badodelosartículos,en especiallosdeusopersonal,no sepuedan
dejar algusto artístico yhabilidad artesanal del individuo. Calidad
y estética suplantarían el énfasis actual en cantidad y estandariza-
ción. Como afirma el economista Murray Boockchin, la escala hu-
mana en la producción no está reñida con un alto nivel tecnoló-
gico. No es que la actual tecnología requiera para funcionar un
elevado grado de concentración, sino que gran parte de la actual
«complejidad» de la sociedad industrial es creada por su propia
organización actual. La sociedad actual sólo es compleja mientras
se quieran mantener sus actuales premisas de competencia, acu-
mulación decapital, explotación, centralización, financiación, coac-
ción, burocracia; es decir, la dominación del hombre por el hom-
bre. Unidas a cada una de estas premisas están las instituciones
que las realizan: oficinas, millones de empleados, toneladas de
papeles, escritorios, máquinas informáticas, teléfonos y archivos
interminables. Organizado de un modo totalmente distinto, re-
sulta que producir y repartir lo que la gente necesita para vivir
40
decentemente es bastante más sencillo que el sistema actual. Pero
para llegar a ello es preciso cambiar los supuestos básicos en que
se basa la actual organización de la economía, supuestos elabora-
dos por los utilitaristas ingleses. Por ejemplo, en vez de partir
de la base de que el hombre es malo por naturaleza, se podría
construir la sociedad partiendo de la base de que el hombre es
bueno por naturaleza. Esta es la primera proposición que se enseña
a los niños de escuela en China, aforismo debido al filósofo
Mencio, quien señalaba: «El agua sólo salta hacia arriba cuando
se la golpea con un bastón.» En vez de suponer que el hombre
es egoísta e individualista, como supone el actual sistema econó-
mico, se puede suponer que el hombre es altruista y cooperativo,
y montar la economía en la cooperación en vez de la competencia.
En lugar de suponer que el móvil del trabajo ha de ser el máximo
beneficio monetario, se puede suponer que consiste en lograr una
obra bien hecha, que llene al que la realiza. En vez de suponer
que los demás países son un grupo de seres peligrosos, perpetua-
mente al acecho de la oportunidad para invadir y arrebatar lo
ajeno, o, si son pobres, verlos como presa apetecible a la que des-
pojar en provecho propio; en vez de eso, se puede ver a los otros
países como miembros de igual clase en la astronave espacial Tie-
rra; gentes con las que hay que cooperar y a las que se debe ayu-
dar en lo posible.
Si se cambiaran todos estos supuestos, las funciones económi-
cas de producción y distribución se podrían hacer de modo mucho
más simple y agradable para todos. Porque, curiosamente, los su-
puestos sobre la naturaleza humana son hipótesis que acaban con-
virtiéndose en realidades. Una comunidad montada sobre el su-
puesto de que el hombre es malo acaba por producir hombres
malos. Si se monta sobre la competencia, cada vez vuelve más
competitivas a las personas. Si se monta sobre la violencia y la
guerra, cada vez vuelve más violentas y belicosas a las naciones.
No deja de ser alarmante que el único animal que hace la guerra
en el mundo sea el hombre, y el único que mata más de lo que
come. Uno de esos predicadores callejeros de los que Estados Uni-
dos tiene el secreto proponía, para terminar la guerra en Vietnam,
41
que el Congreso pasara una ley obligando a los soldados a co-
merse lo que mataran.
La tecnología presenta ya indicios claros de que el sistema pro-
ductivo puede funcionar de modo descentralizado. La aplicación
de energía solar está suficientemente avanzada para permitir a
cada vivienda abastecerse por sí misma de electricidad para alum-
brado y calor. Los métodos de eliminación de basuras y reciclaje
de agua desarrollados para las cápsulas aeroespaciales permitirán
a las viviendas autosuficiencia y no polución del entorno natural.
Unidades de producción integradas como el Nuplex —que es una
planta atómica de desalinización de agua marina, unido a indus-
trias movidas por la electricidad generada, y agricultura irrigada
por el agua desalinizada— pueden constituir la base económica
de agrupaciones humanas descentralizadas. El Nuplex se ha expe-
rimentado en Israel en sus costas desérticas, a base de energía
atómica. El mismo concepto Nuplex de unidad de producción in-
tegrada —agricultura, industria, servicios— para un asentamiento
humano no muy numeroso, se puede aplicar en otros lugares y
con otras fuentes de energía. Si la energía atómica se obtiene con
una tecnología más avanzada que la actual puede no ser peligrosa.
Y si lo es, basta desarrollar el uso de la solar y la eólica. En In-
glaterra se está llevando a cabo un experimento sobre «tecnología
intermedia», en el que un grupo de científicos prueban las posi-
bilidades de unidades de producción de pequeño tamaño y descen-
tralizadas.
Las innovaciones en comunicaciones y transportes influyen
también en favor de la descentralización. Si vivir en una ciudad
de tres millones de habitantes significa tener acceso aesa población
en un tiempo de desplazamiento de media hora en promedio,
cualquier sistema de pueblos y ciudades pequeñas y medianas
—como el Randstadt holandés—, unidos por transporte rápido a
una distancia no mayor de media hora, es una ciudad de tres
millones, sin la congestión y las incomodidades de ésta. Los
monorraíles a 200 km/h se podrán emplear para conectar rosarios
de ciudades de pequeño tamaño, formando ejes lineales, anillos
u otras estructuras espaciales, de modo que los núcleos sean de
escala humana (50.000 a 300.000 habitantes), y el sistema com-
42
pleto de núcleos forme una ciudad de tres, seis o más millones de
habitantes.
La Cultura Científico-Natural
43
sario: los druidas, los taoístas, los gnósticos, los hilozoístas, los
shamanes, los yoguis, los sufis árabes, los alquimistas, los maes-
tros Zen japoneses, los indios americanos, los polinesios. Como
no parece práctico ni deseable pensar en un cambio por la fuerza
violenta,esmejor considerar yapoyar todaslas corrientes queper-
sigan una revolución cultural, una «revolución de la conciencia»,
que será realizada no por las armas, sino por la fuerza de las
convicciones, que se apoderarán y cambiarán las imágenes clave,
losarquetipos, modelos,valoresy mitos por los que vive la gente.
Conseguido esto, se reorientarán la «ciencia y tecnología», dedi-
cando susinmensas posibilidades al servicio de la vida en la astro-
nave espacial Tierra. Se trata de darse cuenta de que todas las
culturas que existen en la Tierra, con sus organizaciones sociales
y sus costumbres, sus técnicas y sus lenguajes, son creaciones hu-
manas y, por tanto, pueden ser cambiadas por acuerdo entre los
hombres. Una tierra polucionada es como un avión en el que
empieza a funcionar mal el sistema de oxígeno. Si, tras el aviso
del petróleo, las naciones ricas optasen por el estado estacionario
y la economía del ocio que aquí estamos apuntando, el mundo
podría entrar, por fin, en una fase de verdadera civilización.
En un mundo donde por fin haya bastante para todos, porque
se adopte el antiguo lema de Grecia: «Nada en exceso»,la guerra
ya no tendrá sentido, y las naciones se podrán unir enuna frater-
nidad mundial. Los pueblos de todos los países compartirán la
herencia cultural de todas las razas de la Humanidad, y las per-
sonas podrán adoptar individualmente las costumbres, rituales,
obras de arte y formas de vida que más se adapten a sus gustos,
sean de la época o de la civilización que sean. El tesoro de cultu-
ras que en el mundo han sido será un archivo donde los hombres
del futuro podrán escoger la forma de vida que más se adapte
a su idiosincrasia. En este mundo por venir podrá, por fin, reali-
zarse el deseo con que Lao-tse terminaba hace dos mil años el
Tao-te-ching:
En un reino pequeño,
donde los habitantes sean pocos
Y aunque entre los pocos hubiese hombres muy capaces
44
no usarían artefactos para producir más.
Aprenderían más bien a temer a la muerte
y a no ir en busca de ella.
Aunque existieran carruajes y embarcaciones
los hombres no viajarían.
Aunque tuvieran corazas y espadas,
jamás tendrían necesidad de usarlas.
Volverían a utilizar las cuerdas y los nudos
y a servirse de ellos.
Entonces encontrarían buenas sus comidas,
hermosos sus vestidos,
tranquilos sus hogares,
acogedoras sus costumbres.
Aunque las aldeas vecinas estuviesen tan cercanas
que se pudiera oír el ladrido de los perros
y el canto de sus gallos,
los habitantes de este pequeño reino
no desearían abandonarlo jamás.
BIBLIOGRAFÍA
45
John Maynard Keynes, Essays in Persuasion, Londres 1931.
Herman E. Daly, Toward a Steady State Economy, W. H. Free-
man Co., San Francisco 1973.
E. F. Schumacher, Budist Economics, en Herman E. Daly, op.
cit.
— Surall is Beautiful, Blond and Briggs, Londres 1973.
Murray Bookchin, Post-Scarcity Anarchism, The Ramparts Press,
Berkeley, 1971.
Lao-tse, Tao-te-ching, Editora Nacional, Madrid 1978.
Ramón Tamames, La polémica sobre los límites al crecimiento,
Alianza Editorial, Madrid 1974.
46
I I I . INDICADORES SOCIALES Y CALIDAD DE VIDA
47
económicas recogidas bajo el nombre de «externalidades».2 Las
externalidades impiden que el mecanismo del mercado regule todas
las interacciones entre agentes económicos. Mientras las externa-
lidades no han entrañado peligro, o mientras la población estaba
dispuesta a soportar estos costes sociales a cambio de un aumento
deseado de la producción, las externalidades se han dejado de
lado y la Teoría Económica ha procedido como si fueran despre-
ciables.
48
En los últimos años las externalidades han tomado propor-
ciones alarmantes y se han manifestado en cosas tan inmediatas
como la polución del aire, la congestión de tráfico, el ruido en
la ciudad, la inutilización de playas. A la vez que ocurría este
incremento de las diseconomías externas del actual sistema pro-
ductivo, una serie de países han superado la fase postindustrial.3
Losciudadanos de estospaíses han tenido el tiempo ylosingresos
suficientes para calibrar las utilidades que les reportan los bienes
y servicios de la sociedad de consumo. Las utilidades de estos
bienes se han revelado insuficientes para satisfacer las necesidades
físicas y mentales de los consumidores. Saturados de bienes de
consumo durables y de los demás bienes y servicios que pueden
adquirirseen el mercado,los ciudadanos delospaíses másdesarro-
llados empiezan a revelar preferencia por ciertos tipos de bienes
que no se compran en el mercado: bienes públicos y merit goods*
3. En Herman Kahn y Anthony J. Wiener, Faustian Powers and Human
Choices, en William Ewald Jr.: Environment and Change, Indiana Univer-
sity Press, 1968, se propone una tipología de estadios de desarrollo econó-
mico que es la siguiente:
49
Los artículos mercables individualmente están bajando de utilidad
en relación a este otro tipo de bienes no divisibles e intangibles.
Los bienes públicos intangibles y/o indivisibles son cosas tales
como: el paisaje, la belleza estética del espacio urbano, la infor-
mación, los transportes colectivos.
Estos nuevos bienes económicos (son bienes económicos desde
el momento que el público expresa una demanda hacia ellos y
además son escasos),están muchomássujetos aexternalidades que
losbienes deconsumo tradicionales.Alincluir estos nuevos bienes
en las funciones de utilidad de los individuos, volvemos a encon-
trarnos con un defecto básico de la microeconomía: el supuesto
dequelasfunciones deutilidad delaspersonas son independientes
unas de otras.
La mezcla de bienes privados de consumo y bienes públicos
dentro del P.N.B. es objeto hoy por hoy de una pugna entre
empresarios y consumidores. Para los empresarios modernos la
detección y cobertura de nuevas «sutiles» necesidades es una acti-
vidad legítima y meritoria. El empresario se ve mejorando la
calidad de vida, pero para sus críticos muchas de estas actividades
son sospechosas. Para el crítico estas «sutiles» necesidades no
existen hasta que el experto en marketing las crea. Una reacción
característica es la de Dorothy Sayers: «Una sociedad en la que
se tiene que estimular artificialmente el consumo para mantener
en marcha la producción es una sociedad fundada en basura y
desperdicio, y tal sociedad es una casa construida sobre arena.»s
En los últimos años se ha llegado a la conclusión de que el
P.N.B. no es la medida del funcionamiento de un país. La abun-
dancia material que mide el P.N.B. no trae automáticamente la
calidad de vida o «felicidad» que en último término es el objetivo
de la actividad vital, económica y no económica. Por ello, del
mismo modo que en la década de los 20 se inventó el concepto
50
de P.N.B. y Renta Nacional, ahora se está investigando el diseño
de un índice compuesto, una variable macrosociológica y macro-
psicológica que complemente al P.N.B. como indicador del fun-
cionamiento anual de una sociedad. Este «Bienestar Nacional
Bruto» sería el indicador agregado que mediría el aumento anual
de calidad de vida en la nación.6 ¿Cómo se puede llegar a tal
magnitud agregada?
Se requiere un proceso de tres fases: 1) Selección de variables
componentes; 2) Medición y 3) Agregación.
Selección de variables
51
y a mi modo de ver erróneo por lo siguiente. Wingo cae en uno
de los dilemas típicos del planteamiento: si imponemos valores
a la gente, podemos tiranizarla, pero si le preguntamos lo que
quiere, nos dirá que quiere lo que tiene.8 Y si observamos su
comportamiento, no podremos saber sus preferencias por otras
alternativas que aún no se han puesto en práctica y que, por lo
mismo, su comportamiento no puede revelar.
Otra manera puede ser consultar a un grupo de expertos en
calidad de vida como planners, urbanistas, arquitectos, sociólogos,
psicólogos o simplemente a un grupo de personas representativo.
La manera de realizar una evaluación por grupo es el método
ideado por Olaf Helmer.9 El método de Helmer se ha hecho
famoso en su aplicación a prospecciones futuristas bajo el nombre
de método Delphi, pero su aplicación es útil en cualquier tipo
de evaluación por grupos y parece el más indicado para objetivizar
los juicios en cuanto al contenido del término calidad de vida,
es decir, en cuanto a ponerse de acuerdo sobre qué indicadores
debe incluir.
La diferenciación regional plantea una dificultad adicional a
la medición de la calidad de vida. No podemos concluir si la
calidad de vida disfrutada por un valenciano es superior a la de
un gallego hasta que seamos capaces de: 1) construir puentes
conceptuables entre sistemas de preferencias psico-fisiológicas in-
dividuales; 2) expresar las características de distintos ambientes
en un lenguaje normativo común.10 Una manera de derivar varia-
bles indicadoras que puedan ser utilizadas «inter-culturalmente»,
es decir, para comparar calidades de vida entre regiones y países,
es partir de una clasificación jerárquica de necesidades como la de
Maslow." Según Maslow, «la satisfacción de necesidades básicas
se interpreta demasiado a menudo como poseer objetos, tierras,
52
dinero, vestidos, automóviles y similares. Pero éstos en símismos
no satisfacen las necesidades básicas que, una vez cubiertas las
necesidades biológicas, son: 1) protección, seguridad, salud; 2)
pertenencia (como en una familia), comunidad, clan; amistad,
afecto y amor; 3) respeto, aprobación, estima, dignidad, amor
propio; y 4) libertad para el pleno desarrollo de los talentos y
capacidades de cada persona. Esto parece muy claro, pero poca
gente parece haber asimilado lo que quiere decir. Como las nece-
sidades básicas y más urgentes son materiales, por ejemplo, co-
mida, vivienda, vestidos, etc., se tiende a generalizar esto en una
psicología materialista de la motivación, olvidando que hay nece-
sidades superiores no materiales que también son básicas».
Siguiendo la jerarquía de necesidades de Maslow, se pueden
identificar cuatro campos de indicadores descriptivos de la calidad
de vida. Estos son:
1. Seguridad personal: incluye a) la cobertura de las necesi-
dades materiales biológicas del cuerpo, y sus indicadores
son los económicos: renta percapita, dietas alimenticias en
calorías/día, etc., y b) las necesidades de protección, segu-
ridad y salud, cuyos indicadores ya son indicadores sociales:
índices de criminalidad, camas de hospital por 1.000 habi-
tantes, etc.
2. Ambiente físico: incluye indicadores que también describen
aspectos de protección, seguridad y salud en cuanto son
afectados por la calidad del ambiente urbano. Los indica-
dores de este campo se refieren a polución, ruido, conges-
tión, desplazamientos. Una primera definición de las carac-
terísticas ambientales de los espacios urbanos ha sido pro-
puesta por Perloff.12
3. Ambiente social: incluye indicadores sobre las necesidades
que Maslow denomina Pertenencia/Amistad/Afecto y Res-
peto/Aprobación/Amor propio. Estos indicadores se refie-
12. Harvey S. Perloff, «A framework for dealing with the urban
environment: introductory statement», en H. S. Perloff, The Quality of the
Urban Environment, Resources for the Future, Johns Hopkins Press, Balti-
more 1969, pp. 22 y 27.
53
ren a número de contactos con otras personas, número y
facilidad de asociación, capacidad de influir en decisiones
públicas que atañen a la vida cotidiana del individuo, grado
de alienación en el trabajo, etc.
4. Ambiente psíquico: incluye indicadores sobre la necesidad
de auto-realización o libertad para el pleno desarrollo de
los talentos y capacidades de la persona. Este campo incluye
indicadores sociales e indicadores psicológicos, como por
ejemplo: anomia, prisa, ocio, grados de libertad en estilos
de vida, alternativas existentes en estilos de vida, facili-
dades de educación, etc.
Medición de variables
X £ / aceptable, inaceptable /
X £ / bueno, malo /
X £ / no puede ser peor, no puede ser mejor /
X £ / 1, 2, 3, 4, ... n /
X £ / útiles /
X £ / — 5 , —4, ... 0, ... + 5 /
54
Osgood ha elaborado un método para construir funciones de
evaluación de intangibles, usando una escala del tipo de la última
mencionada.13 El método consiste en describir la variable intan-
gible por un conjunto de 50 pares de cualidades opuestas del
tipo: bueno — malo, lujoso — austero, vacío — congestionado,
frío — caliente, etc.
Entre cada dos polos opuestos se construye una escala nu-
mérica de —5 a + 5 , por ejemplo. Se pregunta a una muestra
representativa de personas que evalúen el intangible indicador de
calidad de vida y lo puntúen en esas 50 escalas bipolares. Un refi-
namiento del método consiste en preguntar la puntuación que
corresponde al estado actual de la variable y la puntuación que
se estima tendría según la imagen que la persona tiene de lo
que debería ser, y tomar la suma de cuadrados de las diferencias.
Esto permite comparar entre varios indicadores cuál está más lejos
de las condiciones deseables.
La medición de indicadores sociales es la más difícil de las
tres tareas. Se han hecho ya algunos intentos, pero es a este as-
pecto al que conviene dedicar en el futuro mayores esfuerzos de
investigación. En España el camino ha sido abierto desde hace
unos años por los excelentes Informes sobre la situación social de
España de la Fundación FOESSA.
Agregación
55
«Seguridad Personal», «Ambiente Físico», «Ambiente Social», y
«Ambiente Psíquico».
La cuestión es cómo se debe realizar la agregación de indica-
dores simples en indicadores parciales agregados y de éstos en
el indicador global. Si llamamos F a la función de agregación,
y xi, X2, ... x¡ a los indicadores simples de calidad de vida, la
función
F (xi, X2, x„) = B.N.B.
i = n
2. F (Xi Xn) = Zu Xi
i = 1 = x
N
i = n
3. F (Xl Xn) = ZJ (xi X
*)
i = 1
xs = estándar deseado
a p
4. F (xi xn) = a xl . b X2 n x^ n
a p Y
5. F (xi xn) = a xl + b X2 + e s + n xn
6. F (xi xn) = a xl + b x2 + n xn
56
Cualquiera de estas formas o una combinación de varias para
llegar a indicadores parciales y el global, permitirán calcular índi-
ces agregados descriptivos de aspectos de la calidad de vida. La
forma a adoptar para las funciones de agregación es una decisión
técnica en cuanto se debe usar aquella que describa con mayor
exactitud la situación. En cambio, la decisión sobre los valores
que deben darse a los parámetros de ponderación de los indica-
dores (a, b, ... n) es una decisión política y debe ser realizada por
la sociedad. La ponderación que se dé a cada variable reflejará
la importancia que los ciudadanos otorgan a ese aspecto de la
calidad de vida.
El modo de organizar la encuesta para llegar a una evaluación
de grupo en cuanto a las ponderaciones debe ser un método de
objetivación de juicios (A ha objetivado las bases de su juicio
a B, si B puede llegar a los mismos juicios de A, sin necesidad
de compartirlos). Se puede aplicar el método de evaluación por
grupo ideado por Helmer, ya descrito anteriormente.
Así como los indicadores xj, X2, ... xn serán fijos, añadién-
dose sólo nuevos indicadores que maticen más la evaluación de
la calidad de vida, los valores que se den a los parámetros pon-
deradores se variarán a medio e incluso a corto plazo por acuerdo
de la sociedad para reflejar los cambios en las preferencias y priori-
dades en calidad de vida. Se pueden variar asimismo para reflejar
preferencias distintas por regiones en cuanto a los aspectos priori-
tarios de la calidad de vida, que correspondan a la tradición
cultural particular de la región y a la peculiar idiosincrasia psico-
lógica de sus ciudadanos. La variedad es una componente principal
de la calidad de vida, y ésta, en las sociedades avanzadas, es vida
urbana para el 80 % de la población del país: el urbanismo ecoló-
gico es una condición fundamental para mejorar la calidad de
vida.
57
IV. URBANISMO Y ECOLOGÍA
59
difícilmente cuantificable, pero no por ello menos real: la civiliza-
ción. Civilización viene de civitas, ciudad, y es el talante pacífico,
abierto, tolerante e innovador creado por el contacto diario en
agora y mercado, paseo, tertulia y vecindario. La ciudad ha do-
mado el salvajismo del hombre, matizado la intransigencia con el
diálogo, refinado las emociones con el drama, la música y las artes,
fomentado la creatividad innovadora en su abigarrada diversidad
de actividades y comportamientos.
Pero todo lo físico es una cuestión de medida; así como lo
mental no tiene límites, lo material no soporta bien el exceso. Lo
mastodóntico se abotarga, anquilosa y muere porque es demasiado
pesado e inerte para adaptarse a los rápidos movimientos de un
cambio imprevisto en el ambiente. Así sucedió con los grandes
mamíferos y es lo que está pasando con las grandes ciudades. So-
brepasado un umbral de medida, las ventajas se tornan incon-
venientes, por más que quienes la habitan quieran convencerse a
sí mismos de que el asfalto es lo agradable, el ruido estimulante,
el aire puro una nostalgia romántica, y los rascacielos el pináculo
del arte. La prodigiosa civilidad clásica del siglo de Pericles surgió
cuando Atenas contaba 50.000 habitantes; el esplendoroso indi-
vidualismo creativo del Renacimiento italiano sucedió en una Flo-
rencia de 60.000 ciudadanos. Para crear una civilización no son,
pues, necesarias ciudades más grandes; es más, todo parece indicar
que el crecimiento excesivo la imposibilita: el Renacimiento era
como una inmensa tertulia en que Leonardo se encontraba a Mi-
guel Ángel por la calle, discutían el Dante, visitaban el taller de
Verrochio para un detalle de fundición o el estudio de Ficino
para una traducción de Platón. Todo esto podían hacerlo a pie,
dialogando tranquilamente y en poco tiempo, parándose incluso
a disfrutar los encuentros inesperados que su camino les depa-
rara.
Ahora la gente se encuentra sólo bajo cita, y si por casualidad
lo hacen en la calle, no pueden hablar porque tienen el coche mal
aparcado. Por cita oen simposioprogramado sepuede intercambiar
información, pero no se genera creatividad. El mismo exceso de
información, estímulo, posibilidades, genera un ruido —en el
concepto informático del término— que impide que la información
60
cale hondo y estimule; la receptividad se satura y la creatividad
se ahoga. La alternativa, que la hay, requeriría una concepdón
de la ciudad en d sentido mediterráneo, es dedr, como agora de
encuentro a escala humana, en vezde ladudad como campamento
industrial y pasillo de negodos que han propiciado los bárbaros
del Norte. En cualquier caso, el urbanismo debe inspirarse en
criterios ecológicos y no en las consideradones de eficiencia eco-
nómica que han procreado las monstruosas, irrespirables, super-
excitantes y maravillosamente asfálticas megalopolis industriales,
cantadas por los snobs de nuestro tiempo, pero habitadas por la-
mentables masas desencajadas.
El modelo ecológico
La Ecología, al ser la cienda de la interacdón entre los sis-
temas de seres vivos y su medio ambiente, extrae de sus observa-
ciones unas regularidades empíricas que se pueden generalizar
como leyes de comportamiento, derivándose de ellas criterios y
directrices para guiar la acción en cualquier tipo de sistema donde
el paradigma ecológico sea aplicable. Es indudable que el asenta-
miento humano es uno de estos casos.
Desde el punto de vista ecológico, a partir del estudio de
ecosistemas complejos, donde numerosas espedes de plantas yani-
malesinteraccionan entre síyconelmedio ambiente,seha llegado
a determinar cuáles son las condiciones características de un eco-
sistema sanoy,por oposición, del enfermo.1
Características de un Ecosistema
Sano: en evolución Enfermo: en regresión
Complejidad Simplicidad
Diversidad Uniformidad
Simbiosis Autarquía
Estabilidad Inestabilidad
Alto número de especies Bajo número de espedes
Baja entropía Alta entropía
61
Un país cuya población se vaya concentrando en unas pocas
grandes ciudades presenta los síntomas de un sistema ecológico
enfermo (a menos que la metrópoli diversifique su interior, se
estabilice y adopte las demás condiciones, cosa no visible por el
momento); el número de especies, que son las ciudades, es cada
vez más bajo y el sistema pierde diversidad y complejidad. La
evolución biológica muestra cuál es el destino de los animales que
se sobreespecializan: su propia unidimensionalidad les hace más
vulnerables a los inevitables cambios en el medio ambiente. Es
el caso de la economía occidental, basada unidireccionalmente en
el petróleo: un alza en el precio de la gasolina desencadena la in-
flación.
Ecológicamente, un país necesita un sistema de ciudades com-
plejo, diversificado, simbiótico, estable y con numerosas ciudades
de todos los tamaños: todas estas características apuntan a un
sistema urbano descentralizado. Desde el otro lado del espectro
territorial, es decir, visto desde el medio rural, la aplicación de las
condiciones ecológicas apunta asimismo hacia la diversificación,
complejidad, simbiosis y estabilidad de las actividades y asenta-
mientos rurales; de modo que la antigua dicotomía campo-ciudad
estaría en vías de disolución si se siguieran los criterios del mo-
delo ecológico, puesto que éste empuja desde los extremos del
espectro campo-ciudad, hacia una convergencia en la descentrali-
zación y diversificación de los dos medios, rural y urbano.
Cualquier tipo de política dirigida a cambiar el asentamiento
humano debe contrastarse con los criterios del sistema ecológico
sano, adoptando aquellos medios que más eficazmente promuevan
las características antes enunciadas. Si tanto la política urbana
como la rural emprendieran igual camino, ambas llegarían a encon-
trarse en un sistema descentralizado, en el cual los asentamientos
humanos ya no serían catalogables como urbano o rural. De hecho,
el nacimiento de las megalopolis es un movimiento en este sen-
tido que se da, espontáneamente, en las áreas más ricas y urba-
nizadas del globo. Sólo que el continuo urbano-rural de la mega-
lopolis nace más bien de la dispersión y derrame de las grandes
ciudades que de una consciente política de descentralización.
62
El modelo de Ordenación del Territorio
63
España, la distribución espacial de la pobladón española en 1990
se configura de la siguiente manera: 3
64
España, las actuales áreas de mercado, determinadas por encuesta,
tienen unas dimensiones que oscilan entre los 50 Km de diámetro
y los 100 Km, difiriendo este alcance según las regiones; por
ejemplo, en Galiciaes,en promedio, 82Km; enAndalucía 90Km
y en Castilla 106 Km. Hoy día, en que el coche o autobús ha
sustituido los desplazamientos a pie, la comarca tradicional sigue
constituyendo la cuenca natural para movimientos de desplaza-
miento diario; las nuevas industrias se suelen localizar enlascapi-
tales comarcales, y lo que antes eran viajes semanales a pie al
mercado comarcal, son hoy viajes diarios en coche o autobús al
trabajo ogestión, en la capital comarcal, accesibleaunos 20 minu-
tos en coche desde todas las aldeas, pueblos y casas rurales del
territorio.
No esirreal proponer el sistema de comarcas comofocos difu-
sores de nivel de vida y cultura en elmedio rural, puesto que las
dimensiones dedertas sociedades consideradas comomoddo cultu-
ral eran de similar tamaño. Por ejemplo, el territorio de las
ciudades-Estado griegas abarcaba desde superfides pequeñas de
100Km2,comoAegina,hastaespados de 5.000Km2comoArcadia
y Laconia, es decir, territorios de 10 a 70 Km de diámetro. En
promedio, las ciudades-Estado tenían un territorio de unos 40Km
de diámetro, de modo que podían cruzarse a pie en una jornada,
ysila ciudad estaba centrada, sepodía llegar apie desde cualquier
punto del territorio en 4 horas y desplazarse de una ciudad a la
vecina en un día. Las fronteras entre Estados eran barreras físicas
entre las pequeñas llanuras griegas, de modo que dentro de la
ciudad-Estado no había normalmente que cruzar montañas. El
estado de Ática medía 50 Km de diámetro, con una población
de 300.000 habitantes en el siglode Perides, de los cuales 60.000
estaban en Atenas. Arcadia tenía 30.000 subditos, Boecia
100.000,yCorinto 100.000.Ladudad deMiletotenía 20.000ha-
bitantes, Délos 30.000.
Esto indica que la existencia de un alto nivel cultural escom-
patible con los pequeños tamaños; es más,históricamente secorre-
laciona con las épocas de fraccionamiento demográfico. Al igual
que el esplendor griego, el Renacimiento italiano se da en ciuda-
des-Estado independientes, enuna época en que el tamaño urbano
65
de Florencia era de 60.000 habitantes. La cultura nace en la
diversidad y el pluralismo, y se estanca con la uniformación cen-
tralista provocada por los grandes Estados nacionales, tal como
predice el modelo ecológico, pues el sistema sano exige un alto
número de especies diversificadas y simbióticas. El nacionalismo
europeo acabó con el Renacimiento, igual que el imperialismo co-
mercial acabó con la creatividad cultural del siglo de Pericles.
Hoy día la uniformación de las grandes metrópolis provoca efec-
tos similares.
De ahí la necesidad de fomentar un renacimiento de las comar-
cas como ciudades-Estado con autonomías que fomenten su diver-
sidad, federadas en una simbiosis a escala regional, nacional e
internacional. Esto, que revitalizaría la creatividad cultural, resol-
vería además la crisis del medio rural y frenaría la costosísima
aglomeración en las grandes ciudades. Si la política de apoyo a las
comarcas se adoptara como medio prioritario de cambio del medio
rural, las acciones recomendables serían las siguientes: reestructu-
rar el sistema de lugares centrales, reagrupando servicios tercia-
rios públicos y comerciales en menos núcleos, pero más accesibles
por transporte público y privado. Organizar en los lugares cen-
trales, reestructurados como cabeceras de comarca, las actividades
de recogida de productos comarcales (mercados de origen) y de
distribución de bienes y servicios exteriores (funciones terciarias).
Planear áreas comarcales complementarias con varios núcleos de
similar actividad predominante: Zonas agrícolas con industrias
transformadoras comunes; áreas de expansión industrial con in-
fraestructuras comunes; nudos de transporte con actividades de
comercio, servicios y manufactura complementarios. Estos núdeos
no deben estar a más de 60 Km de distancia. Completar la malla
de carreteras y transporte público para que la población dispersa
en los territorios rurales esté más cerca de la capital comarcal.
Todas estas medidas tienen por objeto fomentar el estableci-
miento en la comarca de las mismas funciones terciarias de tra-
bajo y ocio que hay en las ciudades medianas, y fomentar la exis-
tencia en la comarca de puestos de trabajo en industria o servicios,
abiertos y accesibles a la población rural. En el límite, el desi-
deratum es un estilo de vida en el medio rural, en el que una
66
misma persona compagine actividades agrícolas con horas de tra-
bajo industrial o en los servicios, y unas posibilidades de odo y
compras que sólo le obligue a desplazarse a la gran ciudad para
un número limitado de necesidades de rango sofisticado y, por
consiguiente, de escasa frecuencia.
La eco-región
67
cuatrocientos años de agotadores esfuerzos colonialistas, las na-
ciones-Estado están en decadencia y las culturas interiores que
ellos reprimieron están emergiendo por todas partes, exigiendo
reconocimiento. Los Estados nacionales están muriendo de atrición
espiritual: su razón de ser, basada en la conquista, ha pasado a la
historia y no se ha encontrado un proyecto unificador que lo
sustituya.
Perdido el motor aglutinante de la expansión exterior, recobra
su fuerza el imperativo territorial,4 omnipresente en todas las
sociedades animales, incluido el hombre. La principal motivación
para este imperativo territorial no es la seguridad, sino la nece-
sidad de raíces, de identificación, tanto para el grupo como para
el individuo. La vida animal, desde sus formas más simples a las
más complejas, parece estar definida primariamente por el locus,
por la situación exacta, además del tamaño, del espacio que ocupa
en la superficie de la tierra. Puede decirse que posición y movi-
miento determinan tipo, carácter y destino. Es evidente que el
área de definición más natural del grupo humano es la eco-región,
es decir, la comarca ecológica.
La dicotomía entre la eco-región natural y Estado nacional
artificial explica la persistencia de la guerra. La paz es sinónimo
de eco-región; el Estado nacional se unificó para la guerra. Suiza,
el país más pacífico del mundo, es una confederación de eco-
regiones donde cada grupo étnico lingüístico goza del grado mayor
de autonomía posible, dejando suficiente poder al gobierno central
para sostener una guerra defensiva, pero no para lanzarse a con-
flictos internacionales.
Más que una revolución, el concepto de eco-región es una
revelación, puesto que, de hecho, es el medio ambiente en que
realmente se vive. El 90 % de los aspectos políticos y económicos
que atañen a la vida diaria suceden en el ámbito comarcal inme-
diato y el restante 10 % puede ser resuelto por un parlamento
federal de comarcas, y si no es así, escapará también al poder de
control del actual Estado nacional, como sucede hoy con la infla-
ción, el ciclo económico o la crisis energética. Es más, cada vez
parece más claro que las grandes crisis que sacuden el sistema
económico son causadas por la propia enormidad de su tamaño
68
y que la concentración industrial y tecnocrática complica, en lugar
de resolver, los problemas. La solución biológica y evolutiva no
corresponde, desgraciadamente, a la maximización del beneficio,
de la expansión y del poder, que motiva a las grandes compañías
multinacionales, demasiado parecidas al equivocado proceso evolu-
tivo de los dinosaurios. Es fragmentación en pequeños elementos
y la versatilidad de éstos la actitud más sabia, por conforme con
la experiencia evolutiva, ante los cambios en el medio ambiente
económico, energético y político que suceden continuamente.
Tecnologías intermedias
69
canica; bombeo de agua para riego, fotosíntesis y metalurgia de
altas temperaturas. La ubicuidad del sol lo convierte en fuente
de energía idónea para la eco-región. Hay otras tecnologías des-
centralizadoras, por ejemplo, las que se están obteniendo como
derivados de la investigación aeroespacial: los procesos reciclados
de las cápsulas espaciales pueden adaptarse a la vivienda: pilas y
baterías solares alimentarán los electrodomésticos; el agua y las
basuras recicladas o eliminadas; las comunicaciones inalámbricas.
Incluso las viviendas podrán ser construidas de modo que se trans-
porten y depositen en cualquier punto del territorio sin polu-
cionarlo.
Las tecnologías intermedias y autónomas pueden invertir el
proceso actual de superespecialización y gigantismo, dirigiéndolo
hacia un proceso de trabajo a escala humana, en unidades mane-
jables y versátiles, donde el operario recupere la visión de con-
junto del proceso productivo y el producto se manufacture en
islas en vez de cadenas; un estilo de vida que permita la fusión
de actividades simultáneas en una agricultura intensiva y una
industria descentralizada. La eco-región urbano-rural descentrali-
zada tendría asentamientos basados en campo y factoría y sus
habitantes se beneficiarán de ambos, sin que ello presuponga re-
gresión tecnológica, pero sí la renuncia a la actual ideología de
crecimiento ilimitado. El peligro futuro está en que el expansio-
nismo belicista de los Estados nacionales sea sustituido por el
expansionismo comercial de las empresas multinacionales, las
cuales, por otro lado, han de existir, pero invertidas, es dedr,
como federaciones de talleres comarcales.
Es evidente que el proceso de descentralización espacial y tec-
nológico, que podría resolver la crisis del medio rural y urbano,
no va a suceder por generación espontánea. Tiene que ser una
creación humana deliberada y artificial como lo ha sido el actual
proceso de concentración. Primero hay que adoptar una opción
ideológica, de valores, abandono del gigantismo y concentración;
luego invertir sumas importantes de dinero en la investigación de
tecnologías intermedias y en la construcción de infraestructuras
descentralizadoras. La eco-región, convergencia de una política des-
centralizadora de la ciudad, con una política potenciadora del me-
70
dio rural, aparece como una alternativa de futuro que, como toda
originalidad, es una vuelta al origen, pero en un estadio superior
de la espiral evolutiva.
El espacio urbano
71
urbano donde el hombre se encuentre a gusto, pueda andar, en-
contrarse y conversar, son de sobras conocidas y están a disposi-
ción de quien se moleste en estudiarlas.6 Que no se pongan en
práctica en Reus, París ni Londres es otra cuestión, motivada
por el universal incentivo de beneficio que prefiere convertir las
ciudades en avisperos inhabitables antes que dejar de ganar unos
millones en el mercado del suelo.Es en este aspecto donde pueden
intervenir las asociaciones de vecinos, como ya lo están haciendo,
y exigir la aplicadón de un urbanismo estético y a escala humana.
¿Algunos principios?: la preservación del carácter de los barrios,
saneándolos y extrayendo algunos inmuebles para esponjar el casco
con plazas abundantes y pequeñas; que las casas no pasen de cinco
pisos, por lo general, y, donde sea posible, que sean de parecida
altura al ancho de la calle; que las plazas sean para estar y no
encrucijadas de coches; que haya ramblas, ágoras, es decir, plazas
habitables; jardines y equipamientos en todos los barrios; que se
preserven los jardines y edificios antiguos; que se creen zonas
peatonales; que se adopte el coche eléctrico, técnicamente re-
suelto, pero retenido por intereses económicos. Un método de
diseño para que los usuarios participen en el planeamiento urbano
ha sido puesto en uso por Christopher Alexander con notable efec-
tividad.7
Los temas urbanísticos a reivindicar por los organismos de
base de los barrios son claros: faltan los canales representativos
y la estructura política descentralizada para que los barrios sean
tal como los desean sus propios habitantes. Una ciudad descen-
tralizada es el reflejo lógico de un país con autonomías: el barrio
es la eco-región de la ciudad.
72
BIBLIOGRAFÍA
73
V. LAS DOS CULTURAS
OCTAVIO PAZ
75
Científicos y humanistas no han tenido siempre mentalidades
tan distintas como las que les conocemos ahora: durante d Rena-
cimiento eran lo mismo, hasta el siglo xvr estaban confundidos;
su esdsión data tan sólo de cuatrodentos años. Tal separadón
fue provocada por dos motivos: la necesidad del método dentí-
fico de apartar lo no incluido por él, y el tipo de educadón
espedalista corrientedesde entonces.Ambos motivos tuvieronuna
causa justificada en su momento, el método dentífico necesitaba
plantear unas reglas limitadas y rigurosas para combatir d oscu-
rantismo de la religión y el confusionismo dd pensamiento esco-
lástico; para ello puso su énfasis en pesar, medir, comprobar,
observar y razonar lógicamente a partir de experimentos. Larien-
da nádente tuvo que ser materialista para limpiar Europa dd
uso oscurantista del espíritu realizado por la Iglesia con fines de
dominio mental,quees, automáticamente, dominio material. Tuvo
que centrarse en los hechos tangibles para analizar «objetivamen-
te» los fenómenos. Este método científico dejaba fuera, necesa-
riamente, todos los aspectos que en el ser humano tienen que
ver con la emotividad y la imaginación; ámbitos, no sólo de la
religión, sino también, desgradadamente, dd arte. Dejaba fuera
también todos los aspectos que en d mundo exterior tienen que
ver con el «sentido» y la estructura global del universo, ámbitos
que,al no ser incluidos, eliminaban de la ciencia las mixtificantes
cosmologías religiosas, pero que, a la vez, barrían los valores dd
mundo de los hechos.Entonces comenzó la esdsión de Ocddente
en dos culturas: la de los valores, constituida por los humanistas,
yla de los hechos, que agrupa a los científicos. La profundizadón
de td rotura viene perpetuada por la educación espedalista: a
quienes se adiestra para las dendas se les aparta tempranamente
de las letras, como temiendo que contaminen surigurosaascética
empírico-radonalista con formas de pensamiento irracionales, es
decir, imaginativas y emotivas. Con ello se robustece la creadón
de dos mentalidades, cuya separación es cada vez más notable: el
estilo de pensar de «los de ciendas» y el de «los de letras» por
usar la pedestre división acuñada por d Ministerio de Educadón
y Cienda, en cuyo nombre, inddentalmente, está patente la con-
fusión mental a que me refiero.
76
Por causas que, en su día, fueron plenamente justificadas, se
inidó una división que todavía dura; ha pasado d sufidente
número de añoscomopara percatarse de quela esdsión comienza
a ser peligrosa. ¿En qué reside d peligro? ¿Por qué esta grieta
que separa a dentíficos de humanistas puede acabar dando al
traste con el poderoso edifido de la cultura ocddental?
Valoresy hechos
77
en la historia en las cuales la racionalidad no excluyó la presencia
de valores. Los griegos no tenían una palabra separada para arte
y fabricación: techné, en su raíz, significaba arte. Comaraswamy
afirma que, en la India, arte quiere decir la obra bien hecha. Si
la obra está bien hecha, todo producto tecnológico es un arte-
facto y todo obrero es un artesano. Rozamos aquí un tema que
dejo para el final, y que aparecerá como consecuencia lógica de
todo lo dicho: la necesidad de un cambio radical en las relaciones
de producción. Notemos, por el momento, que la introducción de
valores (obra bien hecha) en el mundo de la técnica, implica incor-
porar el concepto de cualidad; hechos más valores son cualidades;
los juidos de valor introducen el concepto de calidad.
El método de Leonardo
78
en términos estructuralistas, denominaríamos isomorfismos. Leo-
nardo parece partir de la hipótesis de que fenómenos con la mis-
ma forma deben ser estudiados conjuntamente, aunque provengan
de campos tan dispares como la luz, la percusión o la voz. Existe
una hoja en el Códice Atlántico en la cual dibuja cómo pasan a
través de una pared, o se reflejan, la luz, la percusión, el sonido,
el magnetismo y el olor. Al margen anota varias conclusiones, por
ejemplo, «El olor hace lo mismo que el golpe». Con la forma
como elemento clasificatorio, Leonardo corta a través de las fron-
teras de las actuales clasificaciones científicas, provocando una fér-
til interpretación por analogía que, al parecer, es la causa de la
mayoría de invendones científicas.3 Pero Leonardo hace algo to-
davía más sorprendente: detiene sus análisis al nivel de la forma,
como dando a entender que es la forma en sí la explicación última
de cada fenómeno. Estamos en el elusivo pensamiento de «las rú-
bricas de las cosas», según lo formulaba Goethe. Los dos hombres
universales del Occidente moderno, Leonardo y Goethe, parecen
indicar que los significados de las cosas y fenómenos están con-
tenidos en sus formas y procesos, al igual que la concha de un
molusco es la cristalización del polígono de fuerzas que actuaba
sobre las moléculas fluidas cuando se formó la concha. En esta
Filosofía de la forma, preguntar por qué existe el universo es
plantear la cuestión equivocada; equivocada porque es una pre-
gunta causal, de la variable tiempo, y el universo nada tiene que
ver con el tiempo —que es una ilusión subjetiva—, sino con el
espacio; y la respuesta sobre el propósito de su existencia está en
su propia existencia; es su forma. «Todo significado es un án-
gulo.» 4
Las formas de los fenómenos, las leyes de la naturaleza, toma-
das en el sentido pitagórico de número y orden, proporcionan los
criterios de valor con que infundir los hechos y distinguir calidad
entre ellos. Con una postura pitagórica como la de Leonardo y
Goethe es posible reintroducir el valor en el hecho y fusionar la
rotura entre ciencia y arte en una síntesis que induya ambos.
Porque las actitudes románticas de los humanistas que pretenden
vivir sólo por la emodón, prescindiendo de la tecnología, son in-
sostenibles. Es necesario contar con la forma del universo, con las
79
leyes de la naturaleza, las cuales, manipuladas por la técnica, pue-
den simplificar el trabajo, eliminar la enfermedad y reducir el ham-
bre. Pero simétricamente, la tecnología basada en el radonalismo
mecanidsta es tan insostenible como el humanismo sin técnica,
porque obtiene las ventajas materiales al predo de convertir el
mundo en un vertedero de basuras «diseñadas».
80
te en ello y la obra sde con totd fluidez, porque le da placer, le
absorbe y le hace perder condencia de sí mismo hasta desapare-
cer en puro acto creativo. El materid y los pensamientos del pro-
ductor caminan juntos en una progresión de cambios enlazados y
lisos, hasta que la mente se para en el mismo instante en que el
materid está bien.5 Es esta identificadón lo que se halla en la
base de la artesanía y de toda tecnología penetrada de vdores hu-
manos, y es esta identificación lo que le fdta a la tecnología mo-
derna concebida en términos de un racionalismo dualista. El pro-
ductor no siente un sentido de integración con la obra porque todo
está dividido científicamente en objetivo y subjetivo, y está prohi-
bido mezdar ambos.
El modo de resolver este conflicto entre valores humanistas
y necesidades tecnológicas no es renunciar a la tecnología, sino
romper las barreras del pensamiento dualista, que impiden ver
que la tecnología no es una explotadón de la naturaleza, sino la
fusión de naturaleza y persona humana; de acto y propósito, lo
cual implica un juicio de valor. La reintroducción de los valores
en el mundo de los hechos implica, no el abandono de la técnica,
sino el retorno a la artesanía, aunque ésta actúe con lasers y com-
putadoras. La artesanía no es un cambio en las herramientas sino
en la actitud ante el proceso productivo; un cambio en su organi-
zación, lo cual supone, necesariamente, una revoludón en las re-
laciones de producción.
Consideremos primero el lado del consumo: la fusión de arte
y cienda supone un cambio en las relaciones de consumo. En la
actualidad, estamos sepultados por una avdancha de «estilo» y
«design» porque no existe conocimiento de las estructuras de
sentido o «significados» subyacentes a las formas. La esterilidad
de una tecnología «objetiva» se edulcora con fdsedad romántica,
en un esfuerzo por produdr belleza, como si la cualidad fuera dgo
que se añade encima, cuando la cualidad es predsamente el jui-
cio de vdor que da origen a la forma antes de nacer ésta.
Y esto nos lleva d lado de la producdón: la forma con cali-
dad nace de un juicio de valor del operario. La forma con sentido
es materia más evaluación humana. Donde el juicio de vdor del
operario sea exduido, la forma será «objetiva» y tendrá ese aspec-
81
to estéril, fútil y aséptico que el consumidor resiente y que el de-
partamento de ventas intenta endulzar por todos los medios con
melifluas capas de design ultramoderno, romántico o conceptual,
que de todo hay. Para permitir que el operario introduzca jui-
dos de valor en la materia que está moldeando, es necesario un
cambio radicd en las rdaciones de producción: la relación opera-
rio-producto y la reladón operario-empresario. Estoy refiriéndome
en primer lugar a la rdación operario-producto; esta relación ha
de estar legislada de tal manera que el operario pueda introdudr
juicios de vdor en la forma del producto y, por tanto, cudquier
aspecto de la relación operario-empresario que lo impida, debería
ser eliminada.
Las formas de trabajo que resultarían de introdudr la condi-
ción de libertad de juidos de valor por parte d d operario se pa-
recen más d taller artesanal que a la enorme fábrica despersona-
lizada. La cadena de producción en serie tendría que sacrificarse,
así como toda fijación autoritaria del proceso productivo por parte
de empresarios, tecnócratas, capataces o burócratas estatdes, tan-
to en países capitalistas como comunistas, pues en ambos, poseí-
dos por el racionalismo dudista de la «objetividad» dentífica, el
operario es tratado como una pieza y se le prohibe, en aras de la
«eficacia», introducir sus juicios de vdor en el artículo. El resul-
tado es, naturalmente, un hecho sin vdor, es decir, sin calidad;
un producto vacío aunque tenga un precio, porque, como decía
Machado, «todo necio confunde vdor y predo».
Como contrapeso a la destrucción del artesano, que es, como
lo definimos aquí, el operario al que se le permiten introducir
juicios de vdor en su producto, el sistema radonalista dualista
ha provocado el mito del «artista genio», a quien se le permite
volcar en una producción para minorías todo el subjetivismo que
se niega al operario. En contrapeso siniestro, especie de vasos co-
municantes de la represión, los «artistas genios» de nuestra época,
incluso comunistas como Picasso, Tapies o Visconti, han sido uti-
lizados por el sistema racionaHsta dudista como engañoso escape
compensatorio de todos los juicios de valor que se prohibe a los
operarios. En vez de fusión de arte y técnica en una artesanía
que permita d operario juicios de valor, se ha provocado una
82
escisión arte-técnica en dos grupos separados: uno de productores
dienados a los que no se les tolera juicios de vdor en el traba-
jo, y otro de «artistas genios» a los que se les desvía, como vaso
comunicante, toda la creatividad reprimida en los operarios indus-
trides.
Mi tesis es que la causa de esta siniestra paradoja en que se
ven envueltos, a pesar suyo, nuestros más venerados artistas con-
temporáneos, no es provocada solamente por el sistema capitalista,
que lo es, sino que viene de más hondo y está causada por una
actitud filosófica: el radonalismo dualista que subyace a la cien-
cia «objetiva», vaciada de conceptos de vdor. Esta esdsión ocurre
en el siglo xvn con la consagración del paradigma 6 científico ac-
tud, pero tiene un origen anterior: la entronización por Platón
y Aristóteles del método dialéctico racionalista como método para
llegar al fin último de la filosofía, que, según ellos, sería la Ver-
dad. En oposición a esto, los primeros humanistas, que fueron los
sofistas griegos, tomaban como fin último de la filosofía no la
Verdad, sino el Bien, es decir, la Calidad. El objetivo de los so-
fistas no era obtener la sola Verdad absoluta, sino mejorar las
condiciones de los hombres; todos los principios, las verdades, son
relativos: «El hombre es la medida de todas las cosas.» Los diá-
logos de Platón pueden leerse en la clave de esta lucha entre
sofistas y dialécticos, como reflejando una lucha por el futuro de
la mente humana entre la redidad del Bien, representada por los
sofistas, y la realidad de la Verdad, representada por los dialéc-
ticos. Ganó la Verdad y perdió el Bien, y es por ello que hoy día
nos parece tan normal aceptar la realidad de la Verdad, y tanto
más difícil aceptar la redidad de la Calidad; aunque ni lo uno
ni lo otro sean evidentes. El martirio de Sócrates y la prosa de
Platón prestigiaron en Occidente un dudismo raciondista en el
que la Verdad, el Conocimiento, aquello que es independiente de
lo que cudquiera piense acerca de ello, son el objetivo último de
la filosofía. En ese momento se produce la escisión entre las dos
culturas; hasta entonces no existían en la mente humana conceptos
dudistas como mente y materia, subjetivo y objetivo, forma y sus-
tancia; esas divisiones son meras invenciones que aparecen en el
siglo v; es preciso insistir sobre esto, porque muchos parecen
83
ignorar que dichos conceptos no son constantes universales, a prio-
ns, hechos caídos del cielo, sino meras convenciones de la mente
humana. Y estas invenciones tienen una importanda capitd; el
desprecio de Nietzsche por Sócrates debiera habernos puesto so-
bre la pista, su intuición veía en Platón y Aristóteles a los des-
tructores de la arete griega, es decir, de la calidad, del derecho a
la introducción del juido de vdor en todas las actividades hu-
manas.
La radical alteración en las relaciones de producción en que
muchos estamos de acuerdo, no puede olvidar, como se ha he-
cho en las revoluciones sólo políticas y económicas, la relación
básica de la producción, que es la relación entre el operario y su
producto. Y el que esta relación sea libre y permita al operario
juicios de valor no viene garantizado automáticamente por un cam-
bio político y económico, sino que necesita una revolución a un
tercer nivel, filosófico; d racionalismo dudista de la ciencia obje-
tiva debe superarse por una síntesis superior, con su opuesto el
racionalismo humanista, recuperándose la mentalidad universal
del hombre del Renacimiento. Esta síntesis daría un pensamiento
muy cercano al de Leonardo y los presocráticos griegos, en el cual
la reintroducción de los valores en el mundo de los hechos garan-
tizaría al intelectual la fusión de ciencia y arte, y al operario la
experiencia creativa de infundir el producto con sus juicios de
vdor. Se llegaría entonces a un estado muy parecido d descrito
por Leonardo en este pasaje de sus manuscritos que titula «Su-
jeto con la Forma», y que dice así:
84
BIBLIOGRAFÍA
85
VI. LA NUEVA CLASE OCIOSA:
BEATNIKS, HIPPIES, PUNK
87
do como tema unificador el funcionamiento de una dase odosa, en
este caso los marginados. No es sorprendente proponer d ocio
como concepto común de una contraposidón en la que se com-
paran los ricos burgueses del siglo xix con los jóvenes margina-
dos del xx: las condiciones objetivas han evolucionado de t d
modo que el ocio ha pasado de una clase a otra. En 1880, Estados
Unidos o Gran Bretaña tenían d 80 % de su población activa en la
agricultura: hoy tienen menos del 10 %; en aquellos tiempos una
persona necesitaba trabajar ocho horas diarias para asegurar un
nivel de subsistenda: hoy se puede subsistir trabajando sólo unos
meses d año. Y las predicciones tecnológicas a largo plazo apuntan
a la posibilidad de producir todo lo necesario con sólo el trabajo
de un 2 % de la población activa. Es evidente que el ocio de-
viene artículo de consumo de masas y que t d evolución plantea
crisis estructurdes graves, que comentaremos d find.
88
consumo conspicuo, dos marcas irreprochables de primada sodd
en la sodedad pecuniaria.
La situación actual, ochenta años después de escrito d libro
de Veblen, revela importantes diferendas al contrastar el modelo
con la redidad. Todo parece indicar que la situación conocida
por él a find del siglo Xix ha evolucionado hasta convertirse en
una caricatura de sí misma, por obra de la masificadón: el con-
sumo conspicuo seha difundido alas clases trabajadoras en forma
de consumismo de masas; el ocio ha pasado de las dases dirigen-
tes a los jóvenes de la clase media y trabajadora. El modelo de
Veblen sigue en pie, pero se han trocado los papeles en una sor-
prendente transformación didáctica: de una parte, vemos la an-
tigua clase ociosa, dedicada d trabajo, dirigiendo bancos, grupos
financieros, empresas y partidos políticos, para conservar elpode-
río y liderazgo social; de otra parte, vemos la antigua clase tra-
bajadora gastando por encima del nivel de subsistencia y entran-
do en unas pautas de consumo que imitan, a lo masificado y en
serie, las costumbres de consumo conspicuo de la clase alta. Se
ha pasado del gran tour de los aristócratas ingleses del xix a los
viajes masivos de Mundicolor. La dase ociosa se ha puesto a tra-
bajar, la trabajadora sigue trabajando, pero adopta consumo cons-
picuo barato y, además, se desgaja una parte de la juventud, que
pasa a clase ociosa, por su conspicua abstención del trabajo.
Entre todos los sociólogos quizáfue Veblen el único que supo
introducir dentro de su modelo dos variables capaces de explicar
esta reciente evolución: 1) los hijos y, en menor grado, la mujer
en las clases humildes; y 2) la conservación de motivaciones «no
envidiosas», latentes desde la sodedad preguerrera en los indi-
viduos ociosos, como factores que provocan la transidón a una
situación radicdmente nueva:
«La base en que descansa la buena reputación en una comu-
nidad industrial avanzada es el poder pecuniario, que se demues-
tra por el ocio y el consumo conspicuo. Estos comportamientos
se dan tan abajo de la escda social como es posible y en los es-
tratos más bajos en que sedan, son delegados,en gran parte, ala
mujer y los hijos. Más abajo aún, donde ni siquiera un mínimo
grado de ocio es ya practicable para la esposa, el consumo cons-
89
picuo es mantenido por los niños. El movimiento feminista es un
esfuerzo por rehabilitar el status que tenía la mujer en la época
anterior a las glaciaciones; marca el retorno a un estadio menos
diferenciado de evolución económica y evidencia una tendencia
general a invertir la prioridad de los vdores «envidiosos» pecu-
niarios.
»Con el tiempo, aparecen nuevas motivaciones e impulsos ex-
traños a la sociedad pecuniaria: diversas expresiones del sentido
de solidaridad humana, y otro, aún más característico, un sentido
respetuoso de congruencia estética con el medio ambiente; estos
impulsos no envidiosos actúan de modo difuso, cambiando los
hábitos mentales; pero la acción de esta clase de proclividades es
algo vaga, y sus efectos difíciles de trazar en detalle. Pero lo que
sí está claro es que esta clase de motivos o aptitudes tiende en
dirección contraria a los principios subyacentes a la institución de
la clase ociosa. La supervivencia de rasgos propios de la cultura
preguerrera es favorecida por la vida cómoda de la clase ociosa,
aunque va contra sus principios predatorios.»
Renuncia y marginación
Desde los dos extremos del espectro social, una curiosa con-
vergencia ha reunido a miles de jóvenes en una actitud de renun-
cia y marginación: ni los ricos quieren dirigir las empresas here-
dables, ni los pobres consumirse en ellas como sus padres prole-
tarios. El programa de vida que ofrece la sociedad de consumo
no convence, por motivos distintos, a unos ni otros. Los ricos tie-
nen la vida asegurada y prefieren ocio a la vida desencajada del
ejecutivo agresivo, triste depredador sin halcón ni caballo; los
pobres saben que en el siglo xx nadie se muere de hambre en los
países avanzados y que, con un mínimo de trabajo, podrán salir
adelante. En esta coincidencia de constelaciones motivadoras tan
distintas está el origen de los movimientos juveniles de las tres
últimas décadas.
En los años cincuenta aparecen los beatniks, catalizados por el
grupo poético de San Francisco: Rethrox, Ginsberg, Ferlinghetti,
90
Kerouac, Corso,Brother Antoninus, Snider; sus señas de identidad
eran la comunidad en una experiencia cuasi mística de la poesía,
que les daba un estado beatific (de ahí beatnik) de evasión fren-
te a la realidad de los escaladores de corporaciones americanos.
Su alucinógeno ritual era el alcohol y su música sagrada el jazz.
En los sesenta la intelligentsia beatnik ofició como partera de los
hippies, nueva clase, mucho más numerosa y difundida que ellos.
En el festival rock de Woodstock, momento culminante de los
hijos de las flores, se contaron 300.000 asistentes, estableciéndose
sucursales en las islas de Wight e Ibiza, en Amsterdam y en cada
plaza medianamente agradable de las capitales de provincia. El
hippie es el que está hip a lo que pasa, término tomado del argot
negro americano, que cabe interpretar como despierto, entonado,
en resonancia lúdica con el entorno; esto se consigue bien median-
te un alucinógeno de diario, que es la hierba marihuana, o con
otro más rebuscado como la dietilamida del ácido lisérgico (LSD);
su música ritual es el rock eléctrico. En los setenta el hippie se
ve desbordado por un tipo más hosco y destemplado, que no está
para flores ni musiquillas orientales, prefiere la lucidez agresiva
de la cocaína a las pasivas voluptuosidades de la hierba, y cuya
música tribal es el punk, especie de ruido crispado en consonan-
cia con la fealdad de la vida urbana en la cual, por reducción al
absurdo, se recrea, retozando entre plásticos, hamburguesas y tra-
gaperras.
El atuendo permite seguir con exactitud el cambio de talante
que se va operando entre los marginados: los téjanos, cazadoras
y zapatillas de tenis de los beatniks, con sus barbas y cabelleras
franciscanas, pasan a las melenas, túnicas y abalorios de los hip-
pies, para transformarse en cazadoras negras, pelos rapados y con-
decoraciones nazis de los punk, vestidos de riguroso imperdible.
El cambio indumentario refleja una euforia que, nacida en los
beatíficos presupuestos utópicos de los cincuenta, culmina en la
florida explosión hippie, y se marchita en amargor punk al no po-
der transformar la sociedad.
La generación beat fue un fenómeno de élite: intelectudes,
poetas y escritores que se reunían en los cafés de North Beach,
en San Francisco, publicaban en la editorial City Lights, dirigida
91
por Laurence Ferlinghetti, y trasnochaban en los clubs de jazz de
Columbus Avenue o del Greenwich Village en Nueva York; en su
novela Los vagabundos del Dharma, Kerouac dejó una exacta des-
cripción de este ambiente; en esa época Ginsberg asistía a la
Universidad de Berkeley, donde Snider tomaba cursos de filosofía
oriental, y Rethrox aportaba su calidad de humanista maduro d
heterogéneo grupo de jóvenes bohemios. En Nueva York los beat-
niks de Greenwich Village se reunían en torno a la música de
jazz, cuyo monstruo sagrado era el irrepetible Charlie Parker.
La generación beatnik fue un movimiento de protesta, aban-
dono de valores, rescisión del contrato socid con el American
way of Ufe, pero siempre quedando en dimensiones de élite, de
grupo literario que cultivaba, en suelo cdiforniano y neoyorqui-
no, trasplantes de los poetas malditos franceses y ramalazos da-
daístas. El movimiento beat, más que una utopía social, fue una
rebelión personal de escape hacia paraísos mentales no utilitarios:
la poesía, la filosofía orientd, Rimbaud, Pound, el Zen, los gnós-
ticos, las culturas indígenas americanas, el existencialismo.
Su papel fue inspirador y revulsivo, cuestionando los cimien-
tos de la cultura utilitarista puritana; su toque de alerta adoptó
diversos matices; desde el talante optimista y reflexivo de Ferlin-
ghetti: «La marcha de la civilización hacia el Oeste llega a su
límite en Big Sur, Portland y Santa Mónica, para volverse, por
fin, sobre sí misma», a la desgarrada poética de Ginsberg: «He
visto las mejores cabezas de mi generación destruidas por la lo-
cura, muriendo histéricas y desnudas, arrastrándose por las calles
al amanecer. ¿Qué esfinge de cemento y asfalto abre sus cráneos
para devorarles el cerebro y la imaginación? ¡Moloch! ¡Soledad!
¡Suciedad! ¡Deformidad! ¡Moloch, cuya mente está formada por
máquinas! ¡Moloch, cuyos dedos son ejércitos, cuyos ojos son mi-
les de ventanas ciegas, cuyos rascacielos se yerguen en calles in-
terminables como infinitos Jehovás!»
El quejido de Ginsberg no cayó en el vacío, fue el preludio
de una renuncia a los valores puritanos y utilitaristas anglosajones
que se concretaría en los años sesenta en la actitud «hippy». Los
hippies intentaron pasar de lo ideal a la utopía habitable, recons-
truyendo parcelas de sodedad según valores diametrdmente opues-
92
tos a la competitividad, violencia, afán de lucro, tecnocratismo
y puritanismo que caracteriza la sociedad de consumo de los
países industrides avanzados. Los hippies no eran una élite, sino
una subcultura que se identificaba en la praxis de nuevos estilos
de vida. El proyecto hippy era eminentemente pragmático, y si
resultó irrealizable, fue porque chocó de frente con los poderes
fácticos. El sistema no dejó que los hippies lo abandonaran, no
respetó su marginadón voluntaria, yencontró la manera de hacer-
les la vida imposible, violentándolos, como el mastín obliga a las
ovejas díscolas a volver al rebaño. La llamada utopía hippy fra-
casó, no por fdta de pragmatismo propio, sino por la agresión
violenta del sistema dominante que, d parecer, no tolera el dere-
cho a marginarse de él.
Quizá por ese fracaso, el hippy frustrado, acosado y exacer-
bado por la represión sistemática de sus proyectos vitales, secon-
vierte en el punk resabiado, desabrido y, a su vez, violento como
el sistema que le ahoga. La estética de la fealdad, lo negro y lo
agresivo es la desesperadón del ided pacifista y bucólico de
los sesenta: el punk es el hippy marchito. La música meliflua
de los Beatles deja paso a la «marcha» de los Rolling Stones y se
deforma en el espejo cóncavo del punk esperpéntico de Ramon-
cín de Vallecas y Oriol Tramvía.
El desencanto
93
de yoga, naturismo, acupuntura, macrobiótica, psicología, danza
y un largo etcétera que gira en torno al cultivo del cuerpo y de
la mente: ya nadie espera cambiar la sociedad; no porque no
quiera, realmente, sino porque no puede, y este desencanto del
individuo ante el estado le lleva a cambiarse a sí mismo, quizás
el único cand viable para, a la larga, cambiar la sociedad. Por el
momento esta reacción aparece como narcisismo. .
Esta teoría, establecida por Christopher Lasch para América, ha
sido contrastada en España por Amando de Miguel, quien ha rea-
lizado una encuesta entre los universitarios, explorando sus ac-
titudes en una escala bipolar acotada por dos prototipos: prome-
teos y narcisos. Conservadores, partidarios de la ética del trabajo,
perteneciendo a la cultura gráfica los primeros; vitalistas, hedonis-
tas, partidarios del ocio y pertenecientes a la cultura audiovisud
los segundos, con muchos matices intermedios, donde las caracte-
rísticas de unos y otros se mezdan. Por su parte, Carlos Moya
constata en su estudio sobre las pautas juveniles en la sociedad
post-industrial la ineficacia mítico-ritual del sistema estableado
para integrar a los jóvenes. Incluso la izquierda, que hasta ahora
gdvanizaba la energía juvenil, ha perdido su ascendenda por la
bandización de su discurso electoral; aparece en su lugar un terro-
rismo narcisista que deviene endémico, agravado por los propios
errores de la fuerza pública. La disparidad entre los mundos de
Tejero y la discoteca hace prever una viabilidad de la democracia
permisiva frente a intentos de los gerontes por volver atrás; las
oscilaciones pueden ser melodramáticas. La última generación con
mentalidad patriarcal se perfila hoy en el segmento demográfico
de 30 a 45 años, señalando el crepúsculo de la cultura configu-
rativa dominada por el padre, y el ascenso de una cultura prefigu-
rativa —en terminología de Margaret Mead— donde la juventud
establece el modelo vital a toda la sociedad. La presencia de un
mercado de consumo de masas para los comprendidos entre 15 y
35 años asegura viabilidad económica a este proceso; los últimos
adultos tipográficos dejan el mercado al mundo juvenil audiovi-
sud. Esta juvenilización de la sociedad, lejos de ser darmante,
puede ser el camino de salida al problema de fines que no resuel-
ve la sociedad industrid europea por mantener una escala de va-
94
lores que las condiciones materiales han convertido en inútilmente
austera y represiva.
95
Biblia pesara aún sobre marxistas y cristianos, el reino indiscutido
del trabajo por el trabajo se extiende a todos los países indus-
triales. Es sintomático que en la copiosa producción de los teóricos
marxistas no aparezca casi nunca la obra del yerno de Marx, Paul
Lafargue, El Derecho a la Pereza, tema que los teóricos y tecnó-
cratas, rojos o blancos, parecen aborrecer al unísono. Y, sin em-
bargo, es un tema de plena relevancia, aunque no encaje en el
modelo teórico de los marxistas ni de los keynesianos. Es patético
ver a los jefes de Estado, que ya no pueden unificar sus países
mediante guerras de conquista, cruzadas religiosas o arengas xe-
nófobas, proponiendo en sus discursos ideales tan poco carismá-
ticos como «apretarse los cinturones», «trabajar más» y «luchar
contra el paro». El hecho es que, pese a sus arengas, el pleno em-
pleo es, hoy día, un ided contradictorio. El pleno empleo se con-
tradice con la automatización en un mundo de recursos limitados.
Una mínima perspectiva histórica demuestra que la economía
ha evolucionado en tres etapas: una primera, el modo de pro-
ducción agrícola, en la que trabajaba un 80 % de la población
activa y cuyo excedente apropiable consistía en alimentos, que se
acumulaban por la posesión de tierras, mantenidas a base de poder
físico; una segunda etapa, el modo de producción industrial, con
d 50 % del empleo ocupado en sectores fabriles, cuyo excedente
son artefactos y el modo de acumular es la posesión de fábricas
o medios de producción en general, que se mantienen por el po-
der del dinero. Se ha entrado recientemente en una tercera fase,
el modo de producción postindustrial o de servicios, en el cual la
mayoría del empleo está en el sector terciario y cuyos excedentes
apropiables son la información; el modo de acumular son los mass
media, y la forma de poder es la propaganda.
En esta tercera fase inaugurada por las sociedades capitalistas
avanzadas, la información deviene más importante que el dinero,
y la fuerza de trabajo pasa de la industria a los servicios, como an-
tes pasó de la agricultura a la industria. Y cada vez se necesita
menos porcentaje de empleo en cada sector. La abundancia gene-
ralizada de productos agrícolas e industriales permite vivir con
menos trabajo, proliferando las actividades intelectuales y de ocio.
Ante esta tendencia de la economía moderna, los comportamien-
96
tos adoptados por la nueva clase ociosa pueden servir de paute
para los cambios ideológicos necesarios ante las condiciones obje-
tivas de la sociedad postindustrial. No lo ven así, todavía, los
políticos escasamente imaginativos que rigen los destinos del mun-
do. Su mentalidad anticuada permanece detenida en el escollo del
paro.
El problema del paro es un residuo de la mentalidad deci-
monónica; tal como se está abordando es insoluble, porque se
aplican esquemas teóricos de hace un siglo a situaciones de facto
radicalmente nuevas. El problema del paro se enfoca con men-
talidad puritana, siguiendo la más pura tradición cdvinista de asce-
tismo protestante, a pesar de que las condiciones objetivas han
pasado de una economía de escasez a una de abundancia, y las fá-
bricas, de talleres manuales a cadenas cibernéticas automatizadas.
El problema del paro es un problema de mentalidad, no de indus-
tria: mientras se mantenga el puritanismo protestante, el labora-
lismo bíblico de «ganarás el pan con el sudor de tu frente» en una
sociedad de desodorantes, el paro será el espurio problema insolu-
ble que nosotros mismos estamos creando. En cuanto se llegue
a un acuerdo para dejar que trabajen las máquinas y repartir
sensatamente lo que éstas producen, estará solucionado el proble-
ma del paro y se trabajará mucho menos.
Se entrará entonces en la cultura del ocio, que es el verdadero
problema de nuestro tiempo: ¿Cómo educar la sociedad entera
para una cultura que cultive el ocio tal como lo practicaron en
minoría los griegos y los humanistas del renacimiento? ¿Cómo
disfrutar del ocio todos, no sólo los ricos ciudadanos, dejando el
papel de esclavos y de obreros a las máquinas? A esto se deberían
aplicar la teoría marxista, ingeniándoselas para abolir los pobres,
además de los ricos, y la teoría keynesiana, trascendiendo el ab-
surdo objetivo de pleno empleo en una sociedad automatizada. De
no hacerse así, las alternativas están perfilándose netamente: el
amargor punk se convierte en pasotismo entre los jóvenes margi-
nados y parados, mientras el desencanto político se trueca en nar-
cisismo entre los desengañados progresistas de las clases aco-
modadas.
97
BIBLIOGRAFÍA
98
VIL AMERICA NARCISISTA
99
misa de cuello abotonado, escuchaban desde el césped del jardín,
cortado todos los sábados. En el cine drive-in veíamos desde el
coche El puente sobre el río Kwai y Los hermanos Karamazov;
el equipo de base-ball de mi ciudad adoptiva, los «Braves» de
Milwaukee, se disponían a disputar las series mundiales a los
«Yankees» de Nueva York. Todo estaba en orden bajo la égida
del general Eisenhower en el sosegado, opulento y promediado
marco del American way of life.
Cuando diez años más tarde volví a Estados Unidos para
doctorarme en urbanismo por la Universidad de California y resi-
dí dos años en Berkeley, el panorama había cambiado radicalmen-
te: era el verano del 68. En lugar de bermudas, pantalones va-
queros; los pdos al cepillo se habían convertido en cabelleras
hippiescas; Perry Como y Dean Martin eran venerables reliquias
enterradas por los Rolling Stones, Hendrix y Janice Joplin; los
jóvenes iban d festival de Monterrey en vez de d estadio de los
«Giants», y la policía había decretado toque de queda en las ca-
lles de Berkeley. El American, way of life estaba en entredicho
y Jos ruidosos acontecimientos de la convención demócrata de
Chicago, donde el grupo juvenil de los «yippies» habían nominado
d cerdo «Pigasus» far president, tenían en vilo al país. Bob Dylan
cantaba: «Algo está pasando y Vd. no sabe qué es, ¿verdad Mr.
Jones?» ,
Entre 1958 y 1968 habían pasado muchas cosas: en 1960 los
estudiantes negros de Greensboro, Carolina del Norte, ocuparon
las aulas para protestar contra la segregación; siguieron manifes-
taciones en otros lugares del Sur; los estudiantes blancos de iz-
quierdas organizaron el movimiento SDS, Estudiantes para una
Sociedad Democrática. La SDS, a partir de 1962 y con la decla-
radón de Port Huron, tomó el relevo de la New Left, aglutinan-
do a su alrededor un conjunto cada vez mayor de grupos raciales
tan distintos entre sí que sólo se parecían en su rechazo del Ame-
rican way of life. En 1963 son expulsados de Harvard los pro-
fesores de psicología Timothy Leary y Richard Alpert por realizar
experiencias con LSD, alucinógeno importado de Méjico, donde
los indios lo usaban desde tiempo inmemorial: comienza el mo-
vimiento psiquedélico, elemento cultural decisivo en la formación
100
del underground. Es el año del asesinato de Kennedy, primera
gran fisura en la fachada norteamericana que se resquebraja ante
la opinión mundial. El informe Warren no hace sino reforzar las
sospechas dé que algún grupo de extrema derecha está detrás del
crimen; sospechas fuera de los Estados Unidos, claro está, porque
allí los medios de comunicación se ocuparon de enseñar la lección
a la «mayoría silenciosa». En 1964 hay el primer enfrentamiento
grave en la universidad: en Berkeley estalla una revuelta para con-
seguir libertad de expresión para debatir cuestiones políticas en la
universidad; es el Free Speech Movement que encabeza Mario Sa-
vio: pardizan la universidad y obtienen sus demandas. En 1965
asesinan al dirigente radical negro Malcolm X, estalla la rebelión
de los negros en el barrio Watts de los Angeles, se producen mar-
chas de protesta en el Sur (Selma, Montgomery), y sobre Washing-
ton D.C. Los Estados Unidos invaden la República Dominicana
y bombardean sistemáticamente Viet-Nam del Norte. El año 1967
el movimiento hippy aflora en todo sü esplendor multiforme: pri-
mer «Be-in», festival en el parque Golden Gate de San Francisco
con asistencia de George Harrison, Leary, Ginsberg y Kerouac.
Comienza la resistencia contra el reclutamiento militar y se orga-
niza la marcha contra el Pentágono que Norman Mailer describe
en'The Armies of the Night. En 1968 se multiplican los inciden-
tes: Martin Luther King cae asesinado, la policía de Chicago apdea
a los hippies que organizaban una convención bufa para designar
como candidato a la presidenda al cerdo que, por cierto, acabó en
la cárcel como los demás; en el desmadre policial que se desenca-
dena son agredidos periodistas, reporteros de TV, los clientes del
hotel donde estaban las oficinas d d candidato Me Carthy, y hasta
el inefable Hugh Heffner, director de Playboy, que pasaba por
allí. Disturbios en las universidades de Columbia, Stanford, Ber-
keley, Orangeburg y San Francisco State.
El año 1969 nace el Movimiento de Liberación de la Mujer, se
construye el People's Park de Berkeley y la policía lo ocupa, mue-
re una persona y la universidad es tomada militarmente por el
ejército. Avionetas gasean indiscriminadamente el campus, y quien
esto escribe tiene que salir de clase llorando a lágrima viva prece-
dido por el eximio sodólogo judío Leo Lowenthal, de la escuela
101
de Frankfurt, exilado de Alemania por la venida de Hitler, y cuya
indignación puede imaginar el lector al ser gaseado, en dase, en
la democrática América. Comienza una operación a escala nacional
contra los Black Panthers: Fred Hampton es muerto a tiros en
su cama en Chicago, Bobby Seale es encarcelado y Eldridge Cleaver
se exilia a Argelia. Un sacerdote católico, Daniel Berrigan, ocupa
con otros una caja de reclutas y quema miles de cartillas militares
destinadas a la guerra del Viet-Nam. En el verano, unos 300.000
hippies asisten al festival musical de Woodstock, que marca un
hito en la toma de identidad del underground. El año 1970, Ni-
xon, Agnew y Mitchell inician una operación de represión contra
el underground, cuyos efectos devastadores arrasaron la contra-
cultura en la década de los setenta.
El sistema, consciente del peligro potencial que entrañaba la
revolución cultural de los jóvenes, desplegó, a partir del adveni-
miento de Nixon, una eficacísima campaña de represión, atacando
a cada oponente con una estrategia distinta. A los activistas más
politizados como Weatherman, Black Panthers y Sinbiotic Libe-
ration, los eliminó por la fuerza de las armas; a los hippies inofen-
sivos los destruyó con la diseminación de drogas adictivas (he-
roína, «speed»), los marginó en comunas rurales inocuas, o asimiló
merced a movimientos pseudo-espirituales como el cerduno gurú
Maha-ri-ji o los «Jesus-freaks». En este sálvese quien pueda ge-
neral, algunos han tenido la habilidad y el cinismo de comercia-
lizar el movimiento en engendros bandizadores como Hair y Jesu-
cristo Superstar.
Cuando en el verano de 1975 visité de nuevo California, el
pulso de la nación americana había vuelto a cambiar; había me-
nos violencia y más conformismo. Estaba en la cola del cine de
Los Angeles donde se exhibía Todos los hombres del Presidente,
que era la película sobre el escándalo Watergate, y pasó el candi-
dato republicano para el Senado dándonos la mano. La sensación
desconcertante e indefinible que tuve entonces la he encontrado
después caracterizada por Christopher Lasch, en lo que él llama
la sociedad narcisista.
Los americanos, perdida buena parte de la fe en la política,
presa del manido desencanto, se retiran a satisfacciones puramente
102
personales: la creciente desilusión ante la incapaddad de cambiar
la sociedad, incluso de entenderla, ha generado un renacimiento
de la religión, por una parte, y del culto d «crecimiento persond»,
al potencial humano y a la expansión de la conciencia, por otro.
Perdida la esperanza de mejorar su vida a través del cambio so-
cid y político, la gente se ha autoconvenddo de que lo importante
es el perfeccionamiento psíquico: entrar en contacto con d cuer-
po, comer dimentos macrobióticos, tomar clases de baile, sumer-
girse en la sabiduría orientd, correr hadendo jogging o superar el
«miedo d placer». Recomendables y positivas como pueden ser
en sí mismas, estas actividades, t d como se las ha presentado,
envueltas en una retórica de autenticidad y conciencia, conver-
tidas en programa vitd, significan una retirada de la lucha política
de la década de los 60. Parece como si los americanos quisieran
olvidar las rebeliones estudiantiles, la marcha contra el Pentágono,
la New Left, Viet-Nam, Watergate, los asesinatos de Kennedy y la
presidencia de Nixon.
Tom Wolfe interpreta este nuevo narcisismo como un gran
despertar, el inicio de una religiosidad sensual y orgiástica. Jim
Hougan lo compara, como ya hiciera Umberto Eco, d milenarismo
de la Edad Media: si la sociedad no tiene futuro, hay que vivir
para el presente y centrarse en uno mismo. El nardsismo colectivo
se convirtió en la tesitura dominante de la América de los setenta.
Así se entiende Jimmy Carter.
El vacío político
103
d deseo de ignorar los problemas presentes y volver a los tiempos
y estilos de vida de cuando los Estados Unidos eran la superpo-
tencia autocomplacida y sin fisuras. De ahí el revival de los cin-
cuenta, y de ahí la popularidad de Jimmy Carter, un perfecto ame-
ricano de los años cincuenta.
Lo trágico, como imaginará el lector, es pretender afrontar
la situación actud buceando en la dudosa reserva espiritual que
constituye d american way of life de los años cincuenta. A los
americanos se les enseñaba, en la escuela de bachillerato, al menos
cuando yo estuve, que su sistema económico era d mejor del mun-
do, su nivel de vida d más dto alcanzado por la humanidad, y su
misión en el mundo la de convertir a todos los países a su estilo
de vida, favor por el que los Estados Unidos recibirían la gratitud
eterna de los países atrasados. Como corolario de este ideario, se
seguía la necesidad de proteger al «mundo libre» contra los peli-
gros de otros sistemas económicos diferentes. Y debajo de todo
ello estaba la frase famosa de aquel presidente de General Motors:
«Lo que es bueno para General Motors, es bueno para Estados
Unidos.»
Pese a las severas crisis económicas, d desastre del petróleo,
a los problemas ecológicos, las crisis del crecimiento, el deterioro
de la calidad de la vida y la insatisfacción en la opulencia, la fe
en el sistema americano tarda en morir. Todavía no hace mucho,
la revista Time publicaba un largo ensayo defendiendo las venta-
jas del sistema económico de Adam Smith. No quiero entrar aquí
en la polémica de un sistema contra otro, pero sí me parece evi-
dente, se esté de parte del sistema que se quiera, que lo único
que no puede hacerse es ocultar la cabeza como el avestruz, pre-
tendiendo seguir 200 años más tarde con el sistema económico in-
ventado por los utilitaristas ingleses del siglo xvin. Ya he insisti-
do suficientemente y me parece daro que las crisis actudes de la
economía mundial no son de medios, sino de fines. Y por lo mis-
mo, es irresponsable y suicida mantener a ultranza un sistema cu-
yos fines son precisamente los causantes de las crisis. Conste que
esto no significa un alegato en favor de un sistema planificado tipo
Rusia o China, porque en estos sistemas el autoritarismo ha des-
virtuado las ventajas que su distinto enfoque podría lograr.
104
Lo que estoy diciendo, y me parece el tema pendiente de
nuestro tiempo, es que es preciso inventar un nuevo sistema eco-
nómico, una economía humanista, que ponga el desarrollo intelec-
tual y moral del hombre por encima de la eficiencia, del beneficio
e incluso del crecimiento; que tome al individuo como un fin en
sí mismo, no alquilándolo ni colocándolo como eslabón en una
cadena de fabricación en serie. Una economía que recoja lo mejor
y lo aprovechable del capitalismo y del comunismo, pero que
corrija los aspectos bárbaros del sistema inventado por los utili-
taristas ingleses (como la competencia, el crecimiento sin límites,
la agresividad) y los aspectos autoritarios del sistema practicado
por los marxistas (como la planificación centralizada, la supresión
de la iniciativa individud). Una economía humanística, descentra-
lizada, a escala humana, asociativa, ecológica, dirigida hacia el ocio
creativo para fomentar el desarrollo de las potencialidades intelec-
tuales, afectivas y sensudes del hombre.
Por eso, enfrentados ante la acuciante necesidad de una nue-
va economía, y cada vez más conscientes de su urgencia, resulta
penoso ver cómo el país más poderoso de la Tierra, aquel que
tiene en sus manos, en esta hora, los destinos de la humanidad,
ha presentado perspectivas tan decepcionantes como el advenimien-
to de Reagan o la elección entre Ford o Carter, tan triste y ra-
quítica como la que ya se dio ocho años antes entre Nixon y
Humphrey. Después de la guerra mundial el mundo quedó repar-
tido: las cosas pasan dentro de una estructura jerarquizada de
naciones, en la cual las inferiores no pueden moverse sin la aquies-
cencia de las superiores. En otras pdabras, la revolución en el
Tercer Mundo es, como se ha demostrado repetidamente, casi
imposible. El cambio, cuando se haga, se tendrá que hacer en el
primerísimo mundo: en Estados Unidos. Por eso, una América
narcisista, que abandona la lucha política y la voluntad de cambio
social por una búsqueda personal introspectiva supone un error
histórico que puede atrasar el reloj del progreso durante décadas.
He defendido otras veces, y con calor, la necesidad del cambio
psicológico y la utilidad de la filosofía oriental; pero en esta co-
yuntura, la deserción política de los americanos resulta por demás
inoportuna, porque en estos momentos el eje de la historia pasa
105
por los Estados Unidos, y lo que allí desaten quedará desatado
en la Tierra; pero lo que allí aten, quedará también atado en los
demás países. Atado y bien atado.
106
VIII. RUSIA ESTAJANOVISTA
107
no se le idoliza en evangelio ni se esderotiza en pdabra revelada.
Es cierto que el pensamiento de Marx se presta a tal manipula-
ción, porque al ser un sistema cerrado, una teoría que lo ex-
plica todo —incluso las objeciones de otros pensadores— como
producto de las relaciones de producción y de la situación de cada
uno en la lucha de clases, se cierra sobre sí mismo y no da lugar
a la crítica ni a la evolución. Sin embargo, buena parte de su pro-
digiosa construcción teórica sigue vigente como la más rigurosa
y lúcida explicación de la problemática político-económica en la
historia del industridismo europeo.
Su concepto de la plusvalía, de la tasa descendente de bene-
ficios, de la aniquilación de la competencia por fagocitosis de las
grandes empresas sobre las pequeñas, de las contradicciones inter-
nas que generan la tensión que mueve la evolución social hacia
d cambio, son pilares inevitables en cualquier construcdón teó-
rica que se haga después de él. Inevitable Marx que persiste, como
los colosos de Memón en el desierto, para dejar oír su voz impe-
recedera cada vez que asoman los rayos de luz de una nueva gene-
ración. Para Marx la evolución socid está marcada por unas leyes
históricas tan rigurosas como las leyes de la física, y nada puede
cambiarse sin atenerse a ellas. La oportunidad en la acción es el
todo, y para saber cuándo actuar es preciso conocer en qué estadio
de movimiento de la ley histórica se está viviendo. Naturdmente
Calíope, quizás molesta con el adusto erudito demán que preten-
día arrancarle su velo, se ha vengado provocando la realización de
sus previsiones en el país que él, por deducción de su sistema, su-
ponía menos preparado para ello. La realidad es siempre más rica
que las limitadas redes intelectuales con que se pretende envol-
verla y reducirla. Pero, ateniéndose a una modestia que los ideó-
logos marxistas no suelen practicar —porque el sistema da a sus
seguidores la prepotente y halagadora sensación de penetrar los
mecanismos sociales con más sabiduría que nadie—, se pueden
derivar del materialismo didéctico conceptos esdarecedores de la
situación actud.
La didáctica, que Hegel tomó de la filosofía china, es la no-
dón de enantiodromía o transmutación de cada fuerza en su con-
trario —que él llamó antítesis— por exceso de intensidad en el
108
crecimiento,t d el ardor que se siente apretando una barra dehie-
lo. Toda fuerza, movimiento o situadón, llega, con el tiempo, a
convertirse en su contrario por dteración de las circunstandas
concomitantes; así, lo que en un momento dado es adecuado y
beneficioso, devienecatastrófico; y lo que en derto momento pa-
rece y esnegativo, resulta, a la larga, un benefitío. Es lo que su-
cede con el actual problema del paro.
Analizadodesdeel puntode vista de las contradicciones inter-
nas del sistema, el paro esel resultado de una contradicdón que
Marx no pudo prever: automatizar la industria y a la vez pre-
tender el pleno empleo. Analizado con perspectiva histórica, el
paro esprecisamente el síntoma del éxito del sistema tecnológico.
El paro se convierte en odo, que es la antítesis del trabajo, y
para ellosólofalta un progresoconcomitante de la mentalidad con
que se ordene la distribución de lo producido por las máquinas,
tal como se ha señalado en los capítulos anteriores. El paro es el
mecanismo forzoso con que el progreso de la historia obliga a la
sociedad industrial a reducir la cantidad de trabajo del hombre.
¿Es esto una catástrofe? ¿Por qué se considera en estos momen-
tos como td? Porque aúnsemantiene la mentalidad puritanacal-
vinista y estajanovista, y todavía lasleyesqueordenan la distribu-
ción del producto no se han puesto á la dtura del progreso tec-
nológico.
En esta mentalidad reside otra de las contradicciones internas
del actual sistema industrial en ambos bloques: la contradicción
entre la mord puritana de trabajo impuesta auna juventud cuyas
condiciones materides objetivas la sitúan en un mundo de abun-
dancia. Siguiendo un proceso descrito en términos de materialis-
mo didéctico, el sistema industrial, por su propio éxito, d ser
aplicado con toda intensidad, ha creado los elementos de su abo-
lición: el paro y los pasotas, la sobreproducción y el hedonismo.
Anteesta situación, el estajanovismo ruso supone unode loserro-
tes tácticos denunciados por Marx: no entender en qué fase dd
proceso histórico se está y, por lo mismo, no actuar a favor dd
devenir dialéctico inevitable, sino en contra de él, con la inutili-
dad que ello supone. La Primavera de Praga y el Mayo Francés
son signos de los tiempos, termómetros del nivel de lascontradic-
109
dones internas que ambos sistemas sufren, imponiendo a los du-
dadanos un excedente de represión que las condidones objetivas
no justifican.
Si d Partido Comunista pierde terreno en Europa, sedebe a
que su rigidez ideológica está en contradicdón con las condidones
objetivas hedonistas de la juventud actud. Cuando nadó el mo-
vimiento juvenil, fue analizado despectivamente por los ideólogos
marxistas como movimiento pequeñoburgués, integrado d siste-
ma, negándole la carga de oposidón d sistema capitalista, a nivel
de vdores, que td movimiento comportaba. Se les despredó,
desprestigió y, con ello, se desaprovechó un potencid juvenil de
cambio inmenso, hoy convertido en pasotismo. Cuando surgió el
movimiento ecologista, los teóricos marxistas volvieron a catdo-
garlo de embeleco burgués, hasta que los hechos han obligado a
cambiar de postura, integrando reivindicadones ecologistas para
ganar votos.
Ante estos repetidos errores de perspectiva se diría que hay
dgo en el enfoque marxista que le impide comprender ycapitali-
zar los fenómenos no analizados por Marx en sus obras: costosa
actitud en un mundo que cambia tan rápidamente como el nues-
tro. Marx, como he señdado d prindpio, es inescapable, ha dado
a las dendas soddes conceptos puntdes, como el enfoque didéc-
tico, el materialismo en la historia, la idea de que el sistema so-
doeconómico tiene unas leyes de movimiento. Quienquiera que se
pregunte sobre d modo enque pensamos acerca de lo socid, debe
confrontar el pensamiento de Marx: adoptarlo, refutarlo, adap-
tarlo o extenderlo. Pero aplicarlo como una máquina de pensar
infalible es un enquilosamiento que el propio Marx rechazaba.
Los sindicatos marxistas se atienen a rdvindicar cuestiones sa-
larides y mejoras labordes de menor cuantía cuando la juventud
actud está redamando el derecho a la autorrealizadón, a la crea-
tividad artesana, d odo positivo que permita d cultivo de las
facultades mentdes y sensibles. Las contradicciones no afectan
sólo d sistema capitalista, sino a los autoritarios, centralistas y
estajanovistas partidarios del marxismo que pretenden encuadrar
en una mord de trabajo decimonónica a los jóvenes de la era d-
bernética. Si Marx escribiera ahora, induiría en su pensamiento,
110
porque las condiciones objetivas en las sodedades avanzadas así
lo permiten, la noción del derecho d ocio y las condidones nece-
sarias para lograr que sea puesto en práctica. Esto, a su manera,
lo hizo Paul Lafargue.
BIBLIOGRAFÍA
Ill
IX. EL DERECHO AL OCIO
113
la invendón del molino de agua que venía a libertar las mujeres
esdavas: "¡Ahorrad el brazo que hace girar la piedra, oh moline-
ras!", Danae ha impuesto a las ninfas (el agua) d trabajo de las
esclavas. Vivamos de la vida de nuestros padres y gocemos con-
tentos en la pereza los dones que la diosa concede.» Pero las
comodidades que d poeta pagano anundaba no han llegado toda-
vía, la pasión dega, perversa y homidda del trabajo transforma
la máquina libertadora en instrumento de esdavitud. Una obrera
no hace con su huso más de cinco mallas por minuto; ciertas má-
quinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de la
máquina equivale a den horas de trabajo de la obrera, o, lo que
es igud: cada minuto de trabajo de la máquina hace posible a la
obrera diez días de reposo. ¿Pero qué vemos suceder? A medida
que la máquina se perfecdona y sustituye d trabajo humano, d
obrero, en vez de aumentar en razón directa su reposo, redobla
su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh com-
petencia absurda y homidda! Para dar libre curso a esta compe-
tenda entre el hombre y la máquina, los proletarios han abolido
las sabias leyes que limitaban el trabajo de los artesanos en las
antiguas corporaciones y suprimido los días de fiesta.»
El argumento es perfectamente válido en la situación actud,
máxime cuando la producdón de alimentos y bienes de consumo
durables es muy superior a la existente cuando Lafargue escribía
en 1880. La supresión de días festivos es una incoherencia per-
petrada en estos últimos años por los «progresistas» cachorros del
neo-capitdismo que, desde su visión provinciana y su utilitarismo
decimonónico recién aprendido, consideran el suprimir fiestas como
un índice de modernidad, europeísmo y racionalidad económica.
Cada día de fiesta suprimido supone automáticamente 50.000
parados, tomando la población activa de España en 12 millones
de personas. El exceso de trabajo produce, además, el problema
de la sobreproducción, dado que el producto no se distribuye equi-
tativamente y se acumula en manos de unos pocos. Lafargue lo
veía en términos pintorescos, pero exactos, y lo escribía en su es-
tilo trabajoso y elaborado.
«Desde que la dase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe,
se ha dejado trastornar la cabeza, arrojándose ciegamente, con su
114
impetuosidad nativa, d trabajo y la abstinencia, la dase capita-
lista se ve obligada a la pereza y d goce forzados, a la improduc-
tividad y a la sobreconsumidón. Si d sobretrabajo del proleta-
riado aniquila su carne y atenaza sus nervios, d exceso de consu-
mo no es menos fecundo en sufrimientos para elburgués. Laabs-
tinenda a la cud se condena la dase productora obliga a los bur-
gueses a consagrarse a la sobreconsumidón de los productos que
aquélla fabrica desordenadamente. Al prindpio de la producdón
capitalista,uno o dos siglos ha, d burgués era un hombre ordena-
do, de costumbres moderadas y pacíficas; se contentaba con su
mujer, y no bebía sino cuando tenía sed, ni comía más que cuan-
do tenía hambre. Hoy día no existe burgués que no se atraque
de capones con trufas y de burdeos, ni hijo de advenedizo enri-
queddo que no se crea en la obligadón de desarrollar la prostí-
tudón y mercurializar su cuerpo, a fin de que tengan su explica-
ción los trabajos que se imponen los obreros de las minas de
mercurio. En este ofido el organismo se gasta rápidamente, d
cuerpo se deforma, la barriga se bincha, la respiradón se hace fa-
tigosa. La dase obrera, al estrechar su vientre, ha desarrollado
desmesuradamente el vientre de la burguesía, condenándola d
sobreconsumo. Ante esta doble locura de los obreros, de matarse
trabajando en excesoy vegetar en la abstinenda, elgran problema
de la producdón capitalista no es ya encontrar productores y du-
plicar sus fuerzas, sino descubrir consumidores, excitar sus apeti-
tos y crearles necesidades ficticias.»
Lafargue está presentando aquí un problema plenamente vi-
gente den años después de sulibro: eldela sodedad deconsumo.
Un autor tan académico como Gdbrdth y tan poco sospechoso de
marxismo,repite este tema en su The Industrid State,demostran-
do cómola ley deoferta ydemanda no fundona conla pretendida
libertad por el lado dela demanda, porque los fabricantes no sólo
establecen la oferta sino que, además,por medio dela publiddad,
guían la demanda hada la compra y consumo que más les con-
viene.La supuesta libertad dd consumidor, la teórica racionalidad
del homo oeconomicus, no funciona porque éste no maximiza su
utilidad persond, sino que obedece las consignas que le insinúan,
a través de prensa, radio, carteles y TV los persuasores ocultos.
115
Pero sigamos a Paul Lafargue en su descripdón de otro tema ac-
tud: la obsolescencia planeada.
«La productividad de los obreros europeos desafía todo consu-
mo, todo derroche. Los fabricantes, enloqueddos, no saben dónde
encontrar suficiente materia prima para satisfacer la desordenada
y depravada pasión de sus obreros por d trabajo. En Lyon, en
vez de dejar a la fibra de seda su pureza y flexibilidad naturd, se
la recarga de sdes minerdes que la hacen más pesada, más frágil
y de menos uso. Todos nuestros productos son adulterados a fin
de fadlitar su salida y abreviar su duración.»
Tras comentar los intentos de exportar la sobreproducción a
las regiones ignotas de Africa y Asia, que explican los viajes ex-
ploratorios de Stanley, Livingstone o Burton, Lafargue concluye
eon «Una explicadón con los moralistas», donde expone los testi-
monios de los autores clásicos:
«"Yo no podría afirmar —dice Herodoto— que los griegos ha-
yan redbido de los egipcios el desprecio al trabajo, por cuanto
encuentro arrdgado el mismo despredó entre los tracios, los es-
dtas, los persas y los árabes." Los filósofos discutían sobre el ori-
gen de las ideas, pero estaban de acuerdo en aborrecer el trabajo.
"La Naturdeza —dice Platón en la República-^ no ha hecho al
zapatero ni d herrero; en cuanto a los negociantes, habituados a
mentir y engañar, serán tolerados en la dudad como un m d
necesario. El dudadano que se degrada con los negocios comer-
d d e s debe ser castigado por este delito: si está convicto, será
condenado a un año de prisión, y la pena será doblada cada vez
que ranada." Jenofonte, en su obra sobre economía, escribe: "Las
personas que se dan a los trabajos manudes no son elevadas a car-
gos públicos, y con razón: condenados a estar sentados todo el
día y a soportar, dgunos, un fuego continuo, no pueden menos
que tener el cuerpo alterado y es difícil que el espíritu no se re-
sienta." Cicerón exclama: "¿Qué puede salir de honorable de
un negocio, y qué puede producir de honesto el comercio? Todo
lo que se llama negocio es indigno de un hombre honrado. Los
negociantes no pueden ganar sin mentir, y ¿qué hay más vergon-
zoso que la mentira? Por lo tanto, es necesario considerar como
dgo bajo y vil d oficio de los que venden sus fatigas o su indus-
116
tria; desde que uno se da d trabajo por dinero, él mismo se
vende y se pone al nivel de los esclavos." Los romanos sólo cono-
cían dos ofidos nobles y libres: la agricultura y las armas. Todos
los ciudadanos vivían de derecho a expensas del tesoro, sin poder
ser obligados a proveer su subsistenda con ninguna de las sordi-
dae artes, como designaban ellos a los oficios, que estaban reser-
vados únicamente a los esclavos. Según Plutarco, el gran título de
Licurgo —el más sabio de los hombres— a la admiradón de la
posteridad era haber concedido comodidades a los ciudadanos de
la República, prohibiéndoles toda clase de oficio. Pero —respon-
derán los intelectuales de la mord cristiano-capitalista— esos filó-
sofos preconizaban la esclavitud. Muy derto, ¿pero podía ser de
otra manera, dadas las condidones económicas de la época? Para
tener guerreros y ciudadanos, los filósofos y legisladores antiguos
tenían que admitir esdavos en sus repúblicas. Y los moralistas
y economistas, ¿no preconizan la esclavitud moderna, el asdaria-
do? El prejuicio de la esclavitud dominaba d espíritu de Aristó-
teles y Platón, se ha escrito desdeñosamente, y, sin embargo, Aris-
tóteles pensaba que: "Si todo instrumento pudiera ejecutar por sí
solo su propia función, moviéndose por sí mismo, como las ca-
bezas de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que se dedicaban
espontáneamente a su trabajo sagrado, si, por ejemplo, los husos
de los tejedores tejieran por sí solos, ni el maestro tendría ne-
cesidad de ayudantes, ni d patrono de esclavos." El sueño de Aris-
tóteles —concluye Lafargue— es nuestra realidad: nuestras má-
quinas de hálito de fuego, infatigables miembros de acero, fecun-
didad maravillosa e inextinguible, cumplen dócilmente y por sí
mismas su trabajo sagrado, y, a pesar de esto, el espíritu de los
grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el pre-
juicio del sistema sdarial, la peor de las esdavitudes. Aún no han
alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la
Humanidad, la diosa que rescatará d hombre de las sordidae artes
y del trabajo asdariado, la diosa que le dará comodidades y liber-
tad.»
¿Qué añadir a esta profecía de hace cien años, escrita en tono
declamativo y panfletario, asistemático y subjetivo, pero que bajo
117
sus defectos de forma contiene un argumento plenamente vigente,
que aún espera refutación un siglo después de escrito? Nada.
BIBLIOGRAFÍA
118
X. LA SOCIEDAD POSTINDUSTRIAL
119
Según este criterio, la primera característica, y la más evidente,
de una sodedad postindustrial es que la fuerza de trabajo no se
ocupa ya, en su mayoría, en la agricultura o en las fábricas sino
en los servicios, que induyen, además de las oficinas empresaria-
les, el comercio, las finanzas, el transporte, la sanidad, el recreo,
la educación, la investigadón y la administración pública. Se habla
incluso de un naciente sector cuaternario que separaría del ter-
ciario las actividades más sofisticadas de investigación, informática
y planeamiento del futuro. Algunas cifras (referidas d año 1960)
nos darán idea de la estructura económica comparativa o estadio
de evolución en este proceso de trasvase labord de un sector a
otro;
120
el industrial más el agrícola. Veamos en detalle las cifras para los
países más avanzados, referidas al año 1969. Como referencia
diremos que en España, en 1975, la repartición era: 20 % en
agricultura, 38 % en industria, y 42 % en servicios.
121
can incluso a economías urbanas, como probó Roland Artie en
Estocolmo.
La prepotencia de la informática sobre la mecánica implica
un cambio importante en el equilibrio de poder: antes era la indus-
tria quien marcaba la pauta de la economía, hoy es la cibernética
el sector que detenta los hilos, literalmente, del poder, y luego
disuelve incluso esos hilos, reemplazándolos por microondas para
que su trama de autoridad se haga realmente invisible e inasequi-
ble. Esto quiere decir que los adelantos en cualquier campo depen-
den cada vez más de la prioridad del trabajo teórico, no mecánico,
que codifica lo que se conoce y señala el camino para una confir-
mación empírica. El conocimiento teórico, la información, mane-
jada en el sector terciario y más bien en el cuaternario, se con-
vierte cada vez más en el recurso estratégico: el principio axial
de la sociedad y lo que confiere poder.
Estas son las condiciones objetivas de la evolución económica
y socid en las últimas décadas: el proceso plantea unos cambios
fundamentales que deben ser afrontados con ideas también radi-
cales. De ello depende que los cambios provoquen crisis insolubles
o se candicen hacia situaciones de bienestar inusitado. Todo de-
pende de un cambio de vdores: si es cierto que entramos en la
sociedad postindustrial, parece irracional mantener en ella los va-
lores de la sociedad industrid. Aquí entran, de nuevo, las ideolo-
gías. Daniel Bell, precisamente, matiza su debatido ensayo The
End of Ideology, señalando no haber afirmado que las ideologías
hubiesen acabado, sino que el agotamiento de las viejas ideologías
conduce inevitablemente a anhelar otras nuevas: «A finales de los
años cincuenta, en Occidente, entre los intelectuales, se han ago-
tado las viejas pasiones. Las nuevas generaciones, que no tienen
tradición segura donde apoyarse, están buscando nuevas metas den-
tro de un marco político que ha rechazado, intelectudmente ha-
blando, las viejas ideas apocalípticas. La ironía reside en que los
trabajadores, cuyos sufrimientos fueron otras veces la energía im-
pulsadora del cambio social, están más satisfechos en la sociedad
que los intelectuales.»
La escisión entre motivaciones de trabajadores e intelectuales
se debe d cambio en las condiciones materides objetivas de los
122
primeros, integrados en la sociedad de consumo en un nivel de
vida muy superior a las privadones del siglo xrx. Los intdectudes
no se rebelan por carencia, sino por utopía, hada la consecución
de Estados socides que aún no existen, pero que son viables
según los niveles tecnológicos alcanzados; es el tipo de pensamien-
to ejemplificado por Lafargue y que, quien esto escribe, presendó
materializado en San Francisco, donde una manifestación de uni-
versitarios fue disuelta a porrazos por obreros de la construcción.
Que los intelectuales desertan los vdores del sistema cuando
éste alcanza un estadio de contradicciones culturales, fue puesto
de manifiesto por Schumpeter: «La policía no puede apresar a los
intelectuales o tiene que soltarlos inmediatamente; de lo con-
trario, el estrato burgués, aunque desapruebe algunos de sus he-
chos, los respaldará, porque la libertad que desaprueba no puede
ser destruida sin destruir también la libertad que aprueba. Al
defender a los intelectuales como grupo, la burguesía no lo hace
por generosidad o idedismo, sino porque se está defendiendo a
sí misma y a su forma de vida. Solamente un gobierno de carácter
no burgués y de filiación no burguesa tiene fuerza suficiente para
disciplinar a los intelectuales, y para ello tendría que cambiar las
instituciones típicamente burguesas y reducir drásticamente la li-
bertad individud de todos los estratos de la nación. Así, de una
parte, la libertad de discusión pública, que encierra en sí la liber-
tad para criticar los fundamentos de la sociedad capitdista es, a la
larga, inevitable. De otra parte, el grupo intelectual no puede
dejar de criticar, porque vive de la crítica, y ésta ha de desembo-
car fatalmente en una situadón en que no quede nada sacrosanto
por criticar, ya sea de las clases como de las instituciones.»
La deserción de los intelectudes es una de las contradicciones
culturales del capitalismo, otra el ocaso de la fundón de empresa-
rio, que Schumpeter señala como un germen de descomposición
interna del sistema: el progreso económico tiende a despersona-
lizarse y automatizarse, el trabajo de oficina y comisión tiende
a reemplazar la acción individual; la evolución capitdista empe-
queñece a la larga la importancia de la fundón que constituye la
razón de ser de la clase capitalista. Daniel Bell señala la oposidón
entre la raciondidad del sistema capitalista en su plano económico
123
—problemas de organización, efidenda y coste-benefido— y su
hedonismo en el plano cultural —credente interés en la gratifi-
cación persond, realización de la persona y su sensibilidad-—. Estos
análisis apuntan evidentes contradicdones internas del sistema,
pero no aportan vías de salida que induyan, además, la reciente
complicadón de la crisis del paro.
La entrada de las naciones avanzadas en la sociedad postindus-
tríd presenta unas condidones objetivas de las que puede sacarse
provecho sólo con un cambio de vdores coherentes con la dviliza-
dón del ocio. Esto lo habían entendido precisamente los primeros
que acuñaron y utilizaron el término. David Riesman escribe en
1958 un ensayo sobre Ocio y trabajo en la sociedad postindustrial,
en el cual se sirve de la expresión «postindustrial» para referirse
d ocio, contrapuesto d trabajo. Arthur J. Penty, en 1917, in-
fluido por las ideas de William Morris y Ruskin, aplica d término
«estado postindustrid» a la sodedad artesand descentralizada y
de pequeños talleres. El cambio de valores hada el ocio y la des-
centralización son vías coherentes con el nivd tecnológico dcan-
zado en los ochenta y soludones a problemas —el paro, la polu-
ción, la congestión— que cuando ellos escribían no se habían
presentado en el aspecto crítico amenazador que ahora revisten.
Kenneth Boulding entiende el fenómeno postindustrid como
un cambio multisecular de la magnitud del que engendró la dvi-
lizadón. Las institudones características de la dvÜizadón son,
según Boulding, la agricultura, la dudad, la guerra y la desigud-
dad (entre ricos y pobres, dudad y campo); esta situación está
basada fundamentalmente en Ja vioknda y la explotación, y la
cultura tiende a ser espiritualmente monolítica. En la postciviliza-
ción, que es el nuevo estadio, todas esas instituciones sufren un
cambio radicd: la agricultura disminuye hasta convertirse en una
pequeña pordón de la sociedad; d mismo tiempo, la ciudad en el
sentido clásico se desintegra. Los Angdes es t d vez el primer
ejemplo urbano de la postdvilizadón, una aglomeración posturba-
na que ya no puede llamarse ciudad. Igud sucede con la Mega-
lopolis Boston-Washington, definida por Jean Gottman y que no
es ciudad ni campo sino un territorio fuertemente marcado por su
accesibilidad a cinco importantes centros urbanos: Boston, Nueva
124
York, Filadelfia, Baltimore, Washington. La guerra es también,
según Boulding, una institudón en proceso dé desintégradón:
¡Dios le oiga!, pues, con ese optimismo^propio de los dentíficos
socidesrigurosos,afirma categóricamente que la defensa nadond
como sistema socid se ha destruido a escda mundid: el ICBM
(misEintercontinental) yla guerra nudear han hechode la nadón-
Estado dgo tan anticuado, militarmente hablando, como la tribu
sioux; en ningún pds las fuerzas armadas pueden, ahora, asegurar
la defensa de las fronteras. Por último, la desigualdad se aminora
porque en la sociedad postcivilizada d rico le es casi imposible
consumir a una escda, por ejemplo, diez veces superior a la dd
pobre. Quizás. El tránsito a la postdvilizadón debe vencer tres
peligros: la guerra, la pobladón y la tecnología; si no se cae en
lospeligrosde ellas,Bouldingprofetiza elpasoseguroa una post-
dvilizadón.
Sean o no ciertas estas previsiones, el uso de términos casi
escatológicos comfr postindustrid, postdvilizado y otros que sur-
gen en las obras de pensadores a largo plazo en las dendas so-
ddes, indican la condenda de un momento de cambio profundo
en la estructura de la sociedad. Quizá, después de todo, sea la
nuestra una época privilegiada y temible porque estemos viviendo
en un punto de inflexión histórico, preparado desde hace mucho
tiempo y cuya secuela se dejará sentir por un largo futuro.
A las tres revoluciones tecnológicas del mundo: agrícola hacia
el 8000 a.C.; urbana hacia el 4000 a.C, e industrid hacia 1800,
siguen con retraso multisecular tres revoludones ideológicas: co-
pernicana en 1500 —el mundo no es el centro del universo—,
darwiniana en 1850 —el hombre no es el centro del mundo—,
freudiana en 1900 —la razón no es el centro del hombre—. En
las últimas décadas el proceso se precipita, y de la revoludón
industrial se pasa a la cibernética, áú poder mecánico al poder
electrónico,yla sociedad, aúnconvulsa por el atropello de larevo-
lución industrial, seve arrollada de nuevo por la revolución infor-
mática. ¿Qué revoludón ideológica corresponderá a esta cuarta
revolución tecnológica? No lo sabemos, pero la hipótesis de este
ensayoes que debe tratarse de una revolución culturd, es decir,
un cambio radical en los vdores y pautas de comportamiento que
125
estructuran el modo de vida de la sociedad, valores que defiendan
la calidad de vida, el Estado estadonario, la descentralizadón es-
pacid y tecnológica, el ocio creativo. Una revolución, en suma,
que resudva la contradicdón entre una tecnología avanzada y los
vdores anticuados con que ésta se aplica.
Evidentemente, las revoluciones tecnológicas no se correspon-
den en el tiempo con las ideológicas, lo cual crea los problemas
de crisis que estamos viviendo ahora. Pero, además, los cambios
en d tiempo no secorresponden a cambios similares en el espacio;
ciertas áreas alcanzan la revolución agrícola, urbana, industrid o
cibernética antes que otras, y este desfase espacio-temporal pro-
voca los grandes enfrentamientos, intercambios, fertilizaciones y
roturas de la historia mundid. Así, la civilización de la revoludón
urbana incidiendo sobre la cultura de la revolución agrícola crea
los imperios: centralización y explotación; la mecanización de la
revolución industrid cayendo sobre la cultura de la revolución
agrícola crea el problema del tercer mundo: subdesarrollo y ex-
plotación; la mecanizadón de la revolución industrid cayendo so-
bre la civilización de la revolución urbana crea el problema de la
calidad de vida: polución, congestión, anomia, alienación.
Los dos primeros, imperio y tercer mundo, caen fuera del
tema de este ensayo, pero el tercero entra de lleno en lo que aquí
se analiza: el impacto de la revolución industrid sobre la civili-
zadón humanista de las tradiciones urbanas, las crisis que ello ha
provocado y, sobre todo, las salidas viables de la crisis reivindi-
cando a un nivel superior, sin esclavos, los valores de la civilidad
humanista.
Antes de la revolución industrial, el 80 % de la población
activa, en todos los países del mundo, trabajaba en la agricultura;
ahora, en muchos países sólo se necesita un 5 %. Con la industria
ha sucedido lo mismo, hasta el punto de que hay más trabajadores
en servicios que en la industria. Hemos visto cómo se acuña el
término de sociedad postindustrid para describir países como
Estados Unidos, Gran Bretaña o Suecia, en los que la industria
y la agricultura son sectores minoritarios en cuanto a empleo,
aunque no en producción, que realizan las máquinas. Nada hace
suponer que este proceso de sustitución hombre-máquina no se
126
realice también en los servidos, aunque en éstos sea más compli-
cado. De este modo, la población activa muestra una dará tenden-
cia a desplazarse de agricultura a industria, de ésta a servidos, y
de éstos ¿adonde irá?
Este es el centro de la cuestión, el punto decisivo de la so-
ciedad contemporánea: según se resuelva esta cuestión, la civili-
zadón entera virará en un sentido o en otro. La soludón que se
le da, hasta ahora, basada en valores decimonónicos de crecimiento
y puritanismo laboral, tanto capitalistas como comunistas, consiste
en crear puestos de trabajo nuevos, para lo cual se ha de cargar
el lado del consumo con artículos superfluos, la demanda de ma-
terias primas con presiones que hacen subir los precios y crean
inflación, y la burocracia con funcionarios cada vez más nume-
rosos que, para justificar su propio sueldo, han de crear nuevos
controles, organismos, institutos y así ad infinitum en la espiral
del trabajo por el trabajo.
La solución que parece más lógica se basa en la abolición de
los valores bárbaros que configuran el moderno Estado industrial,
sustituyéndolos por una nueva escala de valores basados en las
tradiciones humanistas del Mediterráneo, la India y China. Para
una sociedad civilizada, el trabajo es un mal necesario y no un
medio de ganar el cielo, como lo ha sido para los puritanos nór-
dicos propulsores del capitalismo. Como ya señalamos d principio,
trabajo viene de tripalium, que era el instrumento de castigo que
se utilizaba contra los esclavos; negocio viene de nec-otium, la
negación del ocio. En ambos casos la raíz filológica indica que son
conceptos derivados de otro anterior, aparecidos como castigo y
negación del estado natural anterior, que era el ocio. La objeción
clásica contra la civilización griega de que el ocio platónico estaba
conseguido sobre el trabajo de los esclavos ya no es válida, por-
que los esclavos han sido reemplazados por las máquinas.
Adoptando una escala de vdores humanista y civilizada, el
estado natural del ciudadano es el ocio creativo, con unas jornadas
de trabajo al año para cubrir el servicio social necesario en lo que
no pueden realizar las máquinas. Partiendo de esta base, en la
sociedad postindustrial, el problema del paro se invierte: el Ins-
tituto Naciond de Estadística publicará las cifras de población
127
inactiva y el papel margind y peyorativo que ahora tiene el paro
lo tendrá el empleo, cuyo porcentaje, como ahora el paro, se in-
tentará reducir por todos los medios. El Ministerio de Trabajo
será el organismo residual ocupado en solucionar el engorroso
problema de empleo, mientras que la población ociosa será la
clientela del Ministerio de Cultura. El trabajo será lo residual; lo
fundamentd el ocio y la población inactiva.
Una actitud imaginativa del poder convertiría el Instituto Na-
ciond de Previsión en Instituto Naciond de Realización, pues si
bien vde más prevenir que curar, es aún mejor fomentar la auto-
realización. Los ingentes presupuestos que se consumen en la Se-
guridad Social podrían encaminarse en parte a las necesidades de
orden psíquico, espiritual y creativo. En d límite, la «república»
pasaría a segundo plano, quedando como una sencilla y necesaria
administración de empresas, t d como lo planteó D. H, Lawrence,
uno de los intelectuales desertores del sistema:
«La Sociedad, Democracia, o cualquier Estado Político o Co-
munidad, existen para establecer el Promedio que hace la vida
conjunta posible, es decir, proporcionar las facilidades adecuadas
para que cada hombre vista, coma, habite, trabaje, duerma, copule,
juegue, de acuerdo a su necesidad como unidad común; un pro-
medio. Todo lo demás, que cae más allá de tales necesidades co-
munes, depende sólo del individuo.
»E1 Estado existe para ajustar los medios adecuados de sub-
sistencia, para eso y nada más. El Estado es un ideal muerto. La
Nación es un ideal muerto. Democracia y Socidismo son ideales
muertos. Son sólo instalaciones para proveer las más bajas nece-
sidades materiales de un pueblo. Son grandes hoteles donde cada
huésped desempeña alguna pequeña tarea cotidiana para pagar
su estancia. Inglaterra, Francia, Alemania, esas grandes naciones
no tienen ya significado vital, excepto como grandes Comités Ali-
menticios e Institutos de la Vivienda para grupos de gente que
coinciden en gustos materides. No hay duda que tuvieron otros
significados, los franceses del xvn se sentirían gloriosamente ex-
presados en la piedra de Versalles, pero el hombre pierde más
y más su facultad de autoexpresión colectiva. El gran desarrollo
en expresión colectiva de la humanidad ha sido el progreso hacia
128
la posibilidad de la expresión puramente individud. La más alta
Colectividad tiene por fin el más puro individualismo, la pura
espontanddad individual. Pero una vez más hemos confundido
los medios con los fines, y los Presidentes, esos representantes
de las masas, en vez de ser considerados el j d e de la sda de
máquinas de la sodedad, que es lo que son, se reverencian como
seres idedes.
»E1 hombre ya no se expresa en su forma de gobierno, y su
Presidente es sólo, estrictamente, su mayordomo prindpd. Es
preciso eliminar toda la tramoya idealista de las naciones, Estados,
imperios, para dejarlos en lo que son: empresas comerciales. Las
Ligas de Nadones deberían ser simplemente comités donde los
representantes de las diversas casas comerddes, llamadas naciones,
se reúnan y consulten. ¿Representantes de pueblos? ¿Quién puede
representarme? Yo soy yo y no pretendo que nadie me repre-
sente. Usted, ministro del gobierno, ¿quién es Ud.? Usted es d
super-gerente de hotel, el super-vendedor de ultramarinos, d jefe
de estadón mayor, ¿y qué más? Usted es el super-vendedor: mis-
mo aire, misma persuasividad persistente, igud en todo. ¿Qué
son los gobiernos? Simples consejos de administración de hombres
de negocios, cuya misión es ocuparse de alimentar, transportar y
dar vivienda al promedio de la colectividad. A partir de este pro-
medio que garantiza la política y que se ocupa de las cuestiones
caseras, domésticas, materides, se alza el individualismo, que es
personal e intransferible y el objeto de la verdadera libertad,
adonde ya no llegan las fundones promediadoras del Estado.»
El pensamiento de Lawrence intuye las posibilidades objetivas
de la economía postindustrid: lo que hasta ahora fue prioritario
—la creación de riqueza— deviene mero pedestd logístico para
actividades inmaterides en las cuales el individuo se realiza como
persona. El postulado ético «no sólo de pan vive el hombre» llega
a su momento de contrastadón con la realidad, aplicable a toda
la sociedad. Este experimento a gran escda supone la puesta en
práctica de la cultura del ocio. El trabajo para cubrir necesidades
materiales, por primera vez en la historia, requiere menos horas
de vigilia que las disponibles para el trabajo gustoso, amateur,
lúdicoy desinteresado. A esta infanda recuperada del hombre, libre
129
como en su niñez para ocupar las horas entre la curiosidad, la
únaginadón y el juego, que juntos forman el método investigador
y creativo por excelencia, se llama ocio. Es la superadón didác-
tica dd negodo ydel paro,convertidos en trabajo gustoso.
BIBLIOGRAFÍA
130
XI. UN MODELO DE CAMBIO SOCIAL
131
culturales, no se suden discutir; se aceptan subliminalmente, in-
cluso por aquellos que pretenden el cambio sodd. Los vdores
son como los cromosomas del cuerpo cultural, el código genético
que programa automáticamente cómo habrán de conformarse to-
das las formas culturales. Cambiar los valores es una Revolución
Culturd.
Por poder entiendo el poder social detentado por un grupo
de miembros de la cultura y materidizado en leyes e instituciones,
por ejemplo las leyes sobre la propiedad privada, la herenda, los
beneficios, las elecciones, los poderes del Estado, el derecho mer-
cantil. Las instituciones que materializan el poder son el ejército,
la policía, la pena de muerte, la cárcel, los colegios profesionales,
los títulos. La distribución del poder en la sociedad condiciona
toda posibilidad de cambio social, que necesariamente implica una
redistribución de poder entre las personas. Cambiar el poder es
una Revolución política, como la francesa y la rusa.
La tecnología es el conjunto de instrumentos, ya sean concep-
tuales {soft-ware), como un programa de computadora y los pla-
nos de un motor, o materiales {hard-ware),como una herramienta,
una válvula electrónica o un motor. La tecnología es relevante en
el cambio social porque su nivel posibilita que se redicen o no
unos valores y que se acepten o no unas distribuciones de poder.
Cambiar la tecnología es una revolución tecnológica, como la
inglesa.
La interacción de estos tres motores de la dinámica socid
produce el cambio. Esta interrelación es vista con distinto énfasis
por distintas ideologías y temperamentos. Una de las hipótesis de
trabajo más plausibles sobre su relación es ésta: los valores justi-
fican una cierta distribución de poder, la cual a su vez ordena a
qué usos se aplica la tecnología. Los que detentan el poder deciden
qué se hace con la tecnología, y los que detentan el poder se legi-
timan y justifican apelando a ciertos valores. Así, en la cultura
industrial capitalista el poder está en manos de los empresarios
y/o tecnócratas que controlan las empresas y los gobiernos, por-
que en el fondo la política está supeditada a la economía; los
tecnócratas argumentan que hay que proteger la iniciativa indivi-
dual, la competencia, la eficiencia y demás valores industrialistas
132
para con ellos efectuar la asignación de recursos a los usos que
producen máximo beneficio. En la cultura industrid comunista
el poder está en manos de los tecnócratas y miembros del partido
que controlan las empresas y los gobiernos, aun menos democrá-
ticos que los capitalistas; estos tecnócratas del partido argumen-
tan que hay que mantener la eficienda, la autoridad, la disciplina,
y con estos valores justifican el dedicar la tecnología a producir
acero, cohetes a la luna y, para hacerlo, utilizan las mismas fábri-
cas alienantes de los capitalistas.
En todos los casos, es el poder quien decide qué se hace con
la tecnología: en el clásico ejemplo de los manuales de economía,
si se producen cañones o mantequilla. La tecnología no tiene diná-
mica propia, es el hombre quien profundiza unas líneas de inves-
tigación y detiene otras. Si se ha llegado a la luna, el coche eléc-
trico podía estar en las carreteras hace años; la TV en color no
se puso a la venta hasta haber colocado a cada comprador un
aparato en blanco y negro. Es siempre el poder quien decide el
uso de la tecnología, y este mismo poder, en última instancia,
apela a los valores para justificar sus opciones. Cuando este argu-
mento falla, el poder recurre a la fuerza para imponerse. Los
vdores, como símbolos y arquetipos que son del subconsciente
colectivo, tienen muchas veces más efectividad represiva y opre-
sora que el propio uso de la fuerza pública. El poder se impone
a dos niveles: uno físico, que es el de la fuerza pública y se ejerce
por medio de leyes, policía y cárceles; y otro nivel mental, que
es el de la fuerza subconsciente subliminal de los vdores manipu-
lados a través de arquetipos, símbolos y mitos adaptados al tipo
más efectivo de recompensas y castigos de cada época y sociedad.
El cambio cultural consiste en un proceso que altera poder,
tecnología y valores. ¿Cómo se lleva a cabo un proceso de cambio
en los tres? La simultaneidad parece imposible: el cambio polí-
tico puede ser el más rápido, pero no es estable; el cambio tec-
nológico necesita décadas, y el cambio de valores es aún más lento.
Este desfase temporal en las duraciones del cambio de los tres
elementos lleva al problema de las prioridades: ¿sobre cud de los
tres elementos actuar? La respuesta tiene mucho de idiosincrasia
persond: si uno es Che Guevara, actúa sobre el poder; si es
133
Einstein, sobre la tecnología; si es Jesucristo, sobre los vdores.
En el primer caso se suele acabar fusilado, en d segundo Premio
Nobel, en el tercero crudficado.
Los optimistas tecnológicos a lo Buckminster Fuller y Alvin
Toffler creen que la tecnología por sí sola puede llegar a resolver
problemas sociales, los optimistas políticos creen que una revo-
lución política con cambio de gobierno y leyes puede crear evolu-
ción sodal, los optimistas éticos creen que una mejora persond
del hombre lo resolverá todo. Ninguno de los tres tiene razón,
porque el cambio en uno solo de los tres dementes, sin cambio
simultáneo en los otros, no es más que un engañoso progreso
superficial a corto plazo. Así, por ejemplo, cambiar la política
sin cambiar la tecnología industrid centraÜsta y eficientista, como
en Rusia, trae a la larga el renacer del autoritarismo; cambiar los
vdores sin cambiar el poder es condenarse a ser parásitos del sis-
tema, perseguidos y marginados como los hippies de California;
cambiar sólo la tecnología puede representar el paso de un fas-
cismo en burro a un fascismo en seiscientos.
Las experiencias históricas parecen indicar que, sin abandonar
las revoluciones políticas y tecnológicas, en la actual fase del pro-
ceso histórico, una vez consolidada la revolución industrial y las
libertades democráticas, conviene dedicar más energías que las
empleadas hasta ahora al cambio de valores. Porque las revolu-
ciones sólo políticas han traicionado a la larga sus idedes anti-
autoritarios, y las revoluciones tecnológicas han conseguido la
alienación en la opulencia. Sin un profundo cambio de vdores, la
policía roja reemplaza a la policía blanca y el tecnócrata d cacique,
pero la cultura sigue su descomposición porque nada ha cambiado
básicamente, sólo las formas, tal como quería el Príncipe de Lam-
pedusa: «Hay que cambiarlo todo para que no cambie nada», el
ideal siciliano.
Aplicando este modelo de cambio socid, se diría que el pro-
ceso evolutivo que necesita Occidente para sdir de la crisis actud
es un cambio en los valores, ideales y arquetipos que motivan a
nivel consciente y subconsciente el comportamiento de la sociedad
y estructuran el programa vital.
Para ello conviene descubrir cómo los vdores, revestidos de
134
su capa simbólica que les hace visibles, y de su realización mítica,
que les hace posibles, actúan sobre la mente de cada individuo, a
nivel consciente y subconsciente, manteniéndolo en sumisión a los
intereses no sólo de una clase dominante, sino de toda una cul-
tura dominadora, en la que todos, empresarios, trabajadores, poli-
cías y ministros son arrastrados en la misma corriente subterránea
del símbolo subconsciente de la cud no pueden —aunque lo de-
searían— salirse, porque no son consdentes de su existenda y su
fuerza.
Esto son temas que nos llevarían lejos de las intendones de
este libro hacia las relaciones entre política y mitología, que tra-
taremos en otra ocasión. Baste señdar aquí, por ejemplo, que una
religión monoteísta y patriarcd refuerza desde el otro mundo la
autoridad monolítica en todas sus formas: dictador, ejecutivo,
partido, secretariado generd, ejército, centralización, intransigen-
cia. Los dioses animistas paganos imbuían a la sodedad, por su
pluralidad, un modelo de tolerancia, identidad locd y descentra-
lización; el monoteísmo unifica en d cielo como en la tierra,
abóle los dioses locdes como el poder centrd elimina los gobier-
nos locdes: el proceso mitológico refuerza y justifica subliminal-
mente el proceso político. De ahí que los vdores, metafísica de la
organización socid, tengan una importancia capital.
En las ciencias sociales, valor es una cualidad de cudquier
objeto que le confiere la propiedad de ser considerado necesario
o deseable por un individuo o un grupo. En el sentido ético de
vdores culturales, un valor no es una cualidad, sino un precepto
mord: «no robarás», «ganarás el pan con el sudor de tu frente»,
«tanto tienes, tanto vales». Este último es un juicio de vdor esta-
blecido por consenso en la sociedad; independientemente d d ori-
gen metafísico, mitológico, religioso o consensud, los valores, una
vez establecidos y aceptados, dirigen totdmente los destinos de
una sociedad.
En 1957 Sorokin convocó en Harvard una conferencia para
determinar científicamente lo que se sabe sobre valores culturdes.
De las reuniones quedaron claros tres enfoques sobre el origen
y justificación de los vdores. El enfoque naturalista —presentado
por Bronowski, Margenau, von Bertalanffy, Dobzhansky— deriva
135
los vdores directamente de la dencia, considera los conceptos de
evolución y supervivenda como fundamentdes y d procedimiento
científico de investigación como modelo de honestidad. El enfo-
que humanista considera que la ciencia no puede probar que
felicidad, evolución, progreso son valores, que no puede deducir
valores a partir de la naturaleza humana, porque sus andisis fác-
ticos nunca encuentran en el hombre o en la naturaleza una orden
que diga: «realiza tu naturaleza», o «sigue tus impulsos». Es evi-
dente: entre hechos o datos y valores hay un abismo infranquea-
ble: unos son lo que es y otros lo que debe ser. La validez de los
valores no depende de los hechos a que estos valores están rela-
cionados: los Diez Mandamientos son valores vdidos si uno cree
en el Dios que los promulgó en el Sinaí y no porque aseguraran
la supervivencia de la tribu de Israel.
Von Bertalanffy rechaza el derivar los valores a partir de la
ciencia, prudente actitud, dado que la dencia está en su prehistoria
comparado con lo que falta por conocer. Quizá cuando la ciencia
alcance un entendimiento del mundo más completo, que com-
prenda las relaciones unificadas de mente y materia, de luz y
gravitación, espacio y materia, sea posible derivar unos manda-
mientos basados en el comportamiento conocido de los procesos
cósmicos. De momento el debate inconcluso de la Sociobiología
muestra lo prematuro de los intentos. Sólo la Ecología ha dado
dgunos conceptos básicos válidos para juzgar la estructura social,
como se indicó en el capítulo 4.
El enfoque humanista deriva los vdores sobre la base de la
naturaleza humana. Problema arduo por cuanto la auto-realización
que propone Maslow como vdor, ¿incluye el crimen, guerra y
explotación, que se dan tan a menudo entre humanos? Se necesita,
pues, un criterio de orden superior para separar las hebras posi-
tivas de las negativas en la cuerda de la auto-realización. Con-
ceptos como salud y auto-realización implican juicios de valor
normativos, sin los cuales no tienen significado. Por tanto, ni el
concepto de sdud mental o psicológica, ni el concepto de auto-
realización propuesto por Maslow, Fromm, Allport, Goldstein,
parecen bases científicas apropiadas para fundamentar valores,
porque estos conceptos están basados en juidos de vdor implí-
136
citos, que no son derivables de los hechos observados científica-
mente.
Tanto los naturalistas como los humanistas intentan derivar
los valores sociales de la realidad: los primeros de la naturdeza
estudiada por el método dentífico, los segundos del hombre estu-
diado por el psicoanálisis. En ambos casos se presenta la dicotomía
infranqueable entre hechos y valores, entre lo que se ve y lo que
debería ser.
El enfoque ontológico remite la fundamentación de los valores
a una instancia superior metafísica. Todos eluden trabajosamente
hablar de Dios, pero utilizan referencias como «la estructura esen-
cial del ser» (Tillich). Este rechaza el derivar valores ya sea de
«las órdenes arbitrarias de un tirano trascendente» como de «los
cálculos utilitarios o convenciones de grupo»; para él los valores
son autónomos por estar «enraizados en el ser esencial del hom-
bre». Pese a los esfuerzos de lenguaje, el concepto me parece igud-
mente remoto y vago. ¿Qué es «el ser esencid del hombre»?
Quizás esta esencia coincide con la auto-realización de los huma-
nistas: lo que se realiza no son algunas tendencias aisladas del
organismo humano, sino una entidad completa, un gestalt, en el
que se incluye la totalidad de lo que es humano, pero sin su dis-
torsión en la existencia práctica.
Lo más positivo de este enfoque es que tanto el concepto de
auto-realización como el de esencia tienen en común un carácter
holístico, es decir, equilibrado, armonioso e integrador. Pero en
todos los casos, naturdistas, humanistas y ontológicos, los enfo-
ques son incapaces de trazar la conexión razonada entre el «ser»
y d «debe ser», por lo que es preciso remitir los valores, el «debe
ser», a la revdidación de una instancia metafísica o del consenso
social. En tanto la ciencia no progrese a un nivd más esclarecedor
capaz de mostrar pautas éticas, el consenso social parece lo más
adecuado. Es por ello que la invención y proposición de valores
acordes con la era postindustrial es ahora la tarea prioritaria de
los intdectudes, y su implementación práctica, de los políticos.
Quizás el aumento enorme de las posibilidades de información,
propiciado por la revolución cibernética, permita a unos y a otros
difundir nuevos valores y llevar a término un proceso de concien-
137
ciadón que culmine en un cambio de vdores y, por tanto, en
una incruenta revolución culturd. El poder y la tecnología segui-
rían indefectiblemente si el cambio de mentalidad fuese sincero,
mayoritario y generalizado, es decir, también entre los generdes.
BIBLIOGRAFÍA
138
XH. OTIUM CUM DIGNITATE
139
nología postindustrid. Esta nueva dvilizadón heredera de la Occi-
dentd puede ser la dvilizadón del ocio.
Hemos demostrado en estas páginas que los tiempos están
maduros para la emergencia de una civilización basada en las con-
diciones objetivas de abundancia y automatización. Hemos seña-
lado cómo la cultura del negocio se debate en contradicciones in-
solubles: se persigue pleno empleo cuando las máquinas pueden
hacer el trabajo humano, se defiende la libre iniciativa cuando los
monopolios se concentran hasta devenir multinaciondes que con-
trolan no sólo la producción sino también los gustos del consu-
midor, se mantiene un excedente puritano de represión, labora-
lismo y militarismo, sobre una juventud que crece en medio de
la abundanda y el hedonismo de la sociedad de consumo.
Los psicólogos y pensadores contemporáneos se han reunido
en diversos simposios para debatir los vdores de una nueva civi-
lización; sus conclusiones vuelven siempre a lo mismo: hay una
jerarquía de necesidades humanas que la sociedad debe cubrir
sucesivamente. Primero la supervivencia: necesidades corpordes,
protección, seguridad, tranquilidad. En un segundo nivel la auto-
realización, d sentido de pertenenda a familia, clan, comunidad,
la necesidad de amistad, decto, amor, y el sentido de respeto,
estima, aprobación, dignidad humana. Por último, en un tercer
nivel, la trascendencia, la dimensión creativa, poética, la libertad
para desarrollar los tdentos y capacidades plantados en la semilla
de la personalidad individual. Todo lo cual se resume en un vdor
global: unión por medio del amor, en vez del actual motivo de
cohesión sodal: convivencia por interés, según la filosofía del
utilitarismo anglosajón.
Las condiciones objetivas del final del siglo xx señalan a la
posibilidad de concretar estos idedes abstractos en una sodedad
del odo cuyo rasgo fundamentd sea la nodón de la medida: en
lo económico por un desarrollo sin crecimiento, que autolimite
la agresividad competitiva y la avaricia acumulativa; en lo eco-
lógico por una escda humana que convierta las ciudades en habi-
tables y descentralice la población en comarcas y ciudades-Estado
donde pueda recuperarse el individuo universal.
Las bases filosóficas y éticas de esta nueva sociedad, que será
140
un estadio más allá de la cultura y la dvilizadón, están en las
tradiciones de los tres mediterráneos: Europa, India y China. Del
taoísmo chino se deriva una ética ecológica respetuosa con la
naturdeza, basada en una metafísica de integración panteísta con
ella; se trasluce además un sistema de vida coherente con el cam-
bio dialéctico, cosa que no se da en el abstracto aristotelismo
europeo; el flujo universal que postulaban Heráclito y los preso-
cráticos, cuando Oriente y Occidente eran uno, se puede recu-
perar por medio de la visión del mundo taoísta. De la India el
trabajo interior o yoga que refina la inteligencia y la sensibilidad,
llegando a un estado de ánimo donde lo materid es secundario
y prevalecen finalidades de orden espiritud, o mentd, si se pre-
fiere. Del Mediterráneo propiamente dicho la tradición griega apor-
ta el tdante de didogo raciond entre individuos tolerantes y el
hombre universal de la ciudad-Estado a escda humana; del cris-
tianismo el valor de fraternidad que viene del amor d prójimo
en un marco jurídico de igualdad ante la ley.
Con una respetuosa integración a la ecología de la naturdeza,
aceptación del cambio, trabajo psicofísico hacia estados de ánimo
desinteresados, diálogo raciond tolerante y amorosa confraterni-
dad, no sería difícil construir un sistema de vdores nuevo que
superara la barbarie del ya utilizado, agotado y exhausto sistema
industrid puritano.
El progreso tecnológico del siglo xx permite un ecumenismo
que aproveche lo mejor de la historia; mucho de lo que han pen-
sado y sentido los grandes hombres de todos los tiempos y luga-
res, sus obras de arte, sus inventos, están adisposición y se pueden
utilizar. No debería ser imposible establecer un sistema global de
vdores basados en d Tao-te-ching de Lao-tse, el Damaphada de
Buda, los Diálogos de Platón y los Evangelios de Jesucristo. Una
honesta reunión de humanistas podría elaborar una tabla de valo-
res que inspiraran y se concretasen en un sistema legal y una
política económica adecuada.
A modo de ejemplo, recordaré aquí una de estas propuestas,
los derechos humanos de la sociedad postindustrial elaborados por
Richard Farson; el autor habla en primera persona:
«Primero, Derecho al Ocio, punto seguro para partir de A, por-
141
que ya conocemos la ociosidad. Pero, según la actud definidón,
ocio significa tiempo libre de trabajo; se trata aquí de una so-
ciedad en la cual odo no significará tiempo libre, sino derecho
a no trabajar y, así y todo, seguir siendo considerados seres huma-
nos valiosos. Actualmente, trabajo significa tarea a cambio de
pago. Muchas autoridades en esta materia creen que esta dase
de trabajo será realizada por un porcentaje relativamente redu-
cido de la población, de modo que, para muchos, las oportuni-
dades de tener empleo en el sentido tradiciond (o sea, "ganar el
pan") serán limitadas. Esto plantea un grave problema. ¿Cómo
vamos a sentirnos vdiosos, dcanzar nuestra propia estimación y
la de los demás, sin sentirnos útiles?
»E1segundo punto de la Declaración de Derechos es el Dere-
cho a la Belleza. Creo que también es predecir un punto muy
seguro, porque la gente ya está empezando a rebelarse contra la
fealdad que le rodea; ya se está proponiendo una legislación que
acabe con los carteles publicitarios, que establezca cinturones ver-
des, que oculte la chatarra, que renueve y embellezca las ciudades.
"Belleza", "cultura" y "vida" no serán compartimientos separados,
como hoy en día. A medida que la energía humana sea sustituida
por esclavos cibernéticos, y la cultura, el ocio, el trabajo y el juego
se fusionen, la gente irá volviéndose progresivamente hacia expe-
riencias que refresquen el espíritu y expansionen los sentidos.
Estamos descubriendo que la belleza es una necesidad humana;
la fealdad será considerada, literdmente, como un crimen contra
la vida.
»E1 tercer punto sería el Derecho a la Salud. Quizá, lógica-
mente, debiera ser el primero, pero aunque, actualmente, la idea
de que la atención médica debiera estar garantizada para todos es
motivo de polémica, en 1984 el derecho a la salud parecerá, segu-
ramente, tan fundamental y esencial para la sociedad como el de-
recho a la educación. Sin embargo, tendremos que volver a definir
lo que es "salud": no simplemente como la ausencia de enferme-
dades, sino como lo opuesto a enfermedad, una condición positiva
de bienestar, con experiendas límite de vigor, fuerza, coordinación,
tranquilidad. No puedo menos que preguntarme qué métodos, qué
experiencias, qué agentes químicos se emplearán para originar y
142
aumentar estos momentos cumbres y abrir el camino a nuevos
dominios de experiencia sensorial.
»Lo mismo se aplicará a la salud mental. Entonces no se
hablará de la simple ausencia de síntomas: hablaremos de bienestar
total, un estado positivo de bienestar en el cual se integran las
emociones con la conducta, produciendo una sensación de poten-
cia, de euforia. Estaremos cada vez más interesados en los proble-
mas normales de la gente normal, los problemas de la vida coti-
diana: soledad, superficialidad, frustración, temor, culpa, ansiedad,
desesperación. Y no solamente trataremos estos problemas en clí-
nicas, sino también en las instituciones básicas de nuestra socie-
dad, en escuelas, iglesias, hogares, industrias, en el vecindario.
Esta tarea no puede dejarse en manos de los psicólogos. Apren-
deremos a utilizar los recursos terapéuticos que existen en todo
ser humano si facilitamos las circunstancias para que realmente
puedan llegar unos a otros.
»E1 cuarto punto es el Derecho a la Intimidad. En esta so-
ciedad compacta, urbanizada, ocupadísima, nuestras complicadas
relaciones con tantas personas diferentes parecen conducir inevita-
blemente a una aterradora superficialidad y, paradójicamente, la
proximidad física ha provocado la distanciación emocional. Millo-
nes de personas no han tenido nunca, ni lo tendrán en toda su
vida, un solo momento de intimidad con otro ser humano, ni si-
quiera con aquellos que están más próximos a ellos; un solo mo-
mento en el que pudieran ser ellos mismos honrada, auténtica y
genuinamente. La gente necesita conocimientos sobre sus propios
sentimientos, y también necesita ser capaz de compartirlos. Pero
en nuestra sociedad nos sentimos desconcertados ante la intimidad.
Tenemos la idea de que sólo debe darse en el retiro del círculo
familiar; la dificultad estriba en que tampoco allí aparece ese tipo
íntimo de sentimiento compartido. Creo que buscaremos delibe-
radamente unas relaciones íntimas, auténticas, y al mismo tiempo
estaremos relativamente satisfechos con las relaciones efímeras o
pasajeras. Pues la intimidad no es necesariamente, como creemos,
una consecuencia del tiempo. Necesitamos relaciones de intimidad,
de corta olarga duración, para que nos recuerden que somos miem-
bros de la raza humana, para darnos un sentido de comunidad,
143
para ayudarnos a no temernos unos a otros, para permitirnos reír
y llorar unos con otros. Necesitamos nuevos métodos de vida que
estimulen una intimidad emodond espontánea, no forzada. Esta
será una forma de satisfacer nuestra necesidad de experimentarnos
a nosotros mismos, y a los demás, completamente.
»En quinto lugar está el Derecho a la Verdad. Algunos sodólo-
gos distinguen entre dos estilos de conducta en las relaciones:
"presentándose" y "compartiendo". Usted puede "presentarse" a
otra persona, intenta asegurarse de que le causa una impresión
favorable, o puede "compartirse" con ella admitiéndola a lo que
es usted en un momento dado. Casi todas nuestras reladones
—en el trabajo, la escuela, en reuniones e induso en el hogar—
son del tipo "presentarse". El compartirse es mucho más corriente
en la joven generadón, que ha sido denominada la "Generadón
Sincera". Los teenagers y universitarios parecen mucho menos
inclinados a disfrazar lo que dicen; parecen preferir la verdad de
ellos mismos y de los demás, unas relaciones más sinceras, y
rechazan lo que llaman "la hipocresía de los adultos".
»Nuestra reivindicación del derecho a la verdad se hace más
y más firme según nos dirigimos hada una sociedad más abierta.
Parecemos menos dispuestos a seguir con las decepciones y secre-
tos que hemos tolerado durante tantos años. Exigimos la verdad
en la demanda de un producto, en su empaquetado y en su publi-
cidad. Conforme la ciencia y la tecnología nos van proporcionando
un mayor control sobre la herencia, así como sobre la conducta y
el pensamiento, tememos más las grabaciones magnetofónicas, los
tests psicológicos, los ficheros computabilizados, las confesiones
psicológicamente coercitivas.
»E1derecho número seis de mi lista es el Derecho d Estudio.
Pensaba denominarlo el Derecho a la Educación, pero no es de
ella de la que hablo, ya que la "educación" prepara a la gente para
ganarse la vida, formar parte de una profesión o servir a las
necesidades de la tecnología y la industria, y tenemos derecho a
que se restrinja esa clase de educación. Hablo del derecho a toda
una vida de estudio y aprendizaje, a la enriquecedora experiencia
de aprender como un fin en sí mismo. La búsqueda de conod-
miento y comprensión es únicamente humana, pero con frecuencia
144
actuamos como si la gente pudiera ser condudda hasta ella por
la competencia, por disciplina o temor al fracaso, por toda dase
de presiones. En el futuro el aprendizaje será parte integral de
un vivir creativo; estaremos estudiando y aprendiendo toda nues-
tra vida, porque será tan grato como convertirse en un buen
esquiador o un buen artesano.
»E1 séptimo derecho es el Derecho a Viajar. Muy pronto, los
viajes serán tan baratos, tan fáciles y tan rápidos, serán tan ac-
cesibles los lugares más exóticos del mundo, que la gente insistirá
en su derecho a viajar. Puedo anticipar la posibilidad de que los
contratos de trabajo que se redacten en las próximas décadas in-
cluirán como beneficio marginal el derecho a viajar con cargo a
la empresa. Una consecuencia inevitable de los viajes a gran escda
será el desarrollo de una nueva dase de dudadano, el ciudadano
del mundo. Regresará cambiado de sus viajes en muchos as-
pectos.
»E1octavo punto es el Derecho a la Satisfacción Sexual. Toda-
vía estamos plagados por la ignorancia, la culpa y el temor, pero
creo y espero que seamos la última generación que se conforme
con menos de un disfrute total de nuestra sexualidad. El placer
sexual será tan legítimo como el de comer, beber o escuchar mú-
sica, y nos sentiremos libres para derivar hada el disfrute erótico
de todo tipo de experiencias. La revoludón sexual ya está en
camino: creo que producirá dgunos cambios inesperados, parti-
cularmente en nuestros conceptos sobre el papd que realice cada
cual, y la diferendadón de papeles. Cuando el sexo deje de ser
un medio simple encaminado a un fin (la procreación o seguridad
económica para las mujeres, una dirmación del ego para los hom-
bres), podremos desplegar y disfrutar toda la gama de nuestro
potencial sensorial y emocional. Para la generadón que viva en
1984, la satisfaction sexud y la experienda erótica no serán
solamente un aspecto natural y delidoso de la vida, como lo ha
sido en muchas culturas antes de la nuestra: creo que será algo
más. Exploraremos las posibilidades del sexo para encontrar nuevas
formas de experimentamos a nosotros mismos, nuevos modos de
incrementar nuestros potencides físicos, mentales y emodondes,
nuevas maneras de relacionarlas con los demás.
145
»E1 punto noveno en mi nueva Declaración de Derechos es
el Derecho a la Paz. De los Cuatro Jinetes d d Apocalipsis, la
Guerra ha usurpado el lugar de la Peste y el Hambre como la más
devastadora amenaza para la humanidad. Creo que podemos tener
esperanzas de paz internacional cuando el inestable "equilibrio de
terror" actual haya sido reemplazado por una fórmula más estable.
Pero no crean que sueño con un mundo de amor fraterno y de
tranquilidad. En la era de la protesta, el fermento revolucionario
se incrementará, probablemente, en la mitad subdesarrollada del
mundo. Pero los pueblos de las naciones occidentales están pro-
damando ya su Derecho a la Paz, en la amplia ayuda de las Na-
ciones Unidas, en el número creciente de grupos orientados hacia
la paz y manifestaciones pacifistas, en el empleo de técnicas de
no-violencia para cumplir la Ley de derechos civiles. Nuestra ere-
dente comprensión de los procesos sociales se va aplicando a los
problemas de conflicto internacional; en todo el mundo, los cien-
tíficos expertos en conducta están estudiando y desarrollando
nuevas técnicas no-violentas para resolver los conflictos, ideando,
por ejemplo, nuevas pautas de investigación de la comunidad
mundial para constatar el buen resultado de diversas estrategias.
»Finalmente, creo que exigiremos el Derecho a Ser Únicos, a
ser diferentes, a ser autónomos. Las actuales presiones hacia el
conformismo son inmensas y llegarán a serlo todavía más, como
consecuencia inevitable de vivir y trabajar en grupos. La guerra
de la clase media contra la clase baja ha sido denominada Guerra
a la Pobreza. Si gana la dase media, el resultado será una sociedad
homogénea, y creo que lo lamentaremos muchísimo.
»Nos deleitaremos en la diversidad, valorizaremos y acentua-
remos la variación. Desearemos preservar nuestros usos y costum-
bres, las diferencias étnicas entre nosotros; nos complaceremos en
todo lo que sea una evidencia única, característica de la extraña
y maravillosa inventiva del hombre según se inventa a sí mismo.
Salvaguardaremos estas diferencias en profundidad, no sólo como
una festividad tradicional que se revive cada año.
»Pero el derecho a ser únicos plantea hoy algunas cuestiones
fundamentales. ¿Cómo podemos capacitar a la gente atrapada en
ghettos para que mejore sus vidas y disfrute de una completa
146
dudadanía y, d mismo tiempo, ayudarla a retener, en benefido
de todos los demás, la riqueza de su propia cultura? Tal vez fes-
tejar estas diferencias étnicas más que pretender ignorarlas hiciera
más en favor de una ciudadanía completa y una completa huma-
nidad de todos. Los negros jóvenes están apartándose de los vdo-
res "blancos" al descubrir en la historia del África Negra una
fuente de orgullo y dignidad. Están exigiendo el derecho a la ciu-
dadanía totd sin que se les exija a su vez asimilarla, y tienen
razón, creo yo, pues ¿cómo podremos realizar la multiformidad
del potendd humano si ponemos barreras a su expresión?»
Hasta aquí Farson, ingenuo, optimista, americano, pero cer-
tero. ¿Quién no firmaría esta lista de derechos? La tarea actual
es aplicarlos, estos u otros similares. Este tipo de vdores se ponen
en práctica por medio de una legisladón coherente con ellos y
de una educación que los inculque, explique y matice. La educa-
ción es quizás el punto estratégico fundamentd de la transición
a la civilización del ocio. En primer lugar, porque cuando se habla
del ocio la primera objeción es: ¿qué hará la gente con el tiempo
libre? Esta es una de las objeciones más comunes a la disminución
de la jornada laboral. Se trata de fomentar el ocio con dignidad.
El ocio sin dignidad es el que se basa en la explotación del hom-
bre por d hombre o el que se malgasta en libertinaje perezoso,
decadente y degenerado. Por ejemplo, en la película «El Desen-
canto», d primogénito del fenecido poeta explica con satisfaction
cómo al acompañar a su madre a un restaurante le toman por d
gigoló de ésta, cosa que al parecer le complace mucho: ese es el
ocio sin dignidad. El ocio con dignidad es el basado en un trabajo
suficiente y empleado en quehaceres personales o filantrópicos que
mejoran d individuo y la sociedad. Antonio Machado lo expresa
en forma inolvidable: «Y al cabo, nada os debo; debeísme cuanto
he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que
me cubre y la mansión que habito, el pan que me dimenta y d
lecho donde yago.»
El ocio de los griegos era perfecto en su forma, pero viciado
en su fundamento de esclavos, también el de los renacentistas. De
ambos vale el ejemplo de cómo ocupar el ocio, pero no el sistema
de conseguirlo. Los griegos habían grabado en el templo de
147
Delfos dos máximas que orientaban su ocio creativo: «Nada en
exceso» y «Conócete a ti mismo». En el Renacimiento, Ficino
había escrito en las paredes de su Academia Neoplatónica de
Florencia este lema que él transcribe en una carta a petición de
un amigo: «Todas las cosas van del bien hacia el bien. Disfruta d
presente; no vdores la posesión, no persigas honores. Evita el
exceso; evita la actividad. Disfruta el presente». En nuestro siglo,
la escuda de pensadores de Cambridge agrupada en torno a G. E.
Moore comparte el ideal del Renacimiento. Los discípulos de Moo-
re integrados en el grupo de Bloomsbury, entre los que se contaba
J. M. Keynes, concebían la civilización como el estado más avan-
zado y deseable del hombre y la definían —en palabras de Clive
Bell— como la producción de estados mentales intensos y exqui-
sitos, para conseguir los cudes se necesitan tres condiciones: segu-
ridad, ocio y libertad.
Disfrutar del ocio es un arte que puede enseñarse: en pocos
meses de escuela se pueden dar tantos elementos, abrir tantas
purtas que ocupen el quehacer creativo de una vida. Es cierto
que dgunos jubilados mueren de tristeza al no poder presentarse
en el trabajo cada mañana, y que los fines de semana con sus
horas de embotellamiento en las autopistas indican los esfuerzos
desesperados que hace la gente para pasar el rato, pero esto son
síntomas de un nivel de educación pensado para una sociedad de
trabajadores eficientes. Cuando la educación se piense y dirija a
formar una sociedad de trabajadores semiociosos, la gente estará
preparada para invertir sus horas de ocio y sus años de jubi-
lación.
La educación será, además, importante en la sociedad del ocio
por su carácter sinergético. Así como en lo material se cumple
la ley de conservación de la energía, en lo intelectual los procesos
son sinergéticos: d dar información se aumenta. Si regalo tres
libros, tengo tres libros menos, pero si explico una clase a tres
alumnos, no pierdo mi conocimiento y, además, lo adquieren tres
personas más.
El mundo de la informática es sinergético: la información no
cumple la ley de conservación, sino que, d difundirlo, se incre-
menta. Además, lo intelectud no ocupa lugar, no contamina, su
148
producdón puede aumentarse enormemente sin que la economía
se congestione por ello. Las capacidades de producdón del hom-
bre en pintura, música, escritura, danza, teatro, deportes, investi-
gación, son casi ilimitadas y no producen problemas económicos
de materias primas, de explotadón, de especulación ni compe-
tenda.
Es evidente que un gasto prioritario en educadón que fomente
los tres ámbitos humanos —inteligenda para las tiendas, sensibi-
lidad para las artes y voluntad para el comportamiento— devará
el nivel culturd de la sociedad y la acercará al cultivo de lo
bueno, lo verdadero y lo bello. Con ello se lograría superar la
rebelión de las masas por la disolución de éstas, como globa-
lidad amorfa, en provecho del individualismo diferendado; se
extendería el ided de vida de la élite humanista a toda la sociedad,
y se haría verdad el antiguo lema otium cum dignitate porque
abarcaría todas las clases soddes, cada vez menos separadas d
no tenerse que vender las horas por un sueldo. No puede imagi-
narse mejor inversión para preparar a la sociedad a las horas de
ocio que, inevitablemente, se le vienen encima. Porque d paro
no es más que d ocio forzoso impuesto por la naturaleza, más
sabia que políticos y economistas, en busca de su propio equi-
librio.
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ÍNDICE
En preparación
Fernando Savater
Las razones del antimilitarismo
y otras razones
Hans Magnus Enzensberger
Migajas políticas
Jean Baudrillard
Las estrategias fatales