Actividad 3 Estudio de Caso
Actividad 3 Estudio de Caso
Actividad 3 Estudio de Caso
CASOS - PARTE II
PRESENTADO POR:
KELLY SINDINEY TORRES CELIS ID 100075709
María (M) es una niña de 3,1 años de edad adoptada en Nepal y llega a España a la edad de 11
meses. Tiene un hermano, también adoptado, de 6 años y ambos padres de 40 años. El nivel
sociocultural de la familia es medio-alto y los padres muestran una relación positiva entre
ellos, siendo una familia bien organizada y unida.
MOTIVO DE CONSULTA
Los padres acuden a consulta derivados por su pediatra por los problemas de ansiedad de
separación y de conducta especialmente durante el último año Estas dificultades interfieren
negativamente en la dinámica familiar, asimismo presenta problemas de lenguaje.
Al mes de nacer M. ingresa en una institución donde convivía junto con otros 30 niños. A los
9 meses, estuvo con una familia de acogida hasta el momento de la adopción. Los padres
indican que no parecía haber establecido vínculo con una figura de referencia, ni en el
orfanato ni con la familia de acogida. Al llegar a España, la exploración médica realizada
refleja un buen estado de salud. No ha sufrido enfermedades relevantes.
En los hitos evolutivos, el desarrollo motor fue lento, anduvo a los 18 meses, actualmente, es
ágil tanto en la motricidad fina como en la gruesa. respecto a los hábitos de autonomía, fueron
adquiridos con normalidad (esfínteres, alimentación, sueño y vestido). En el área de la
comunicación y el lenguaje, en el momento de la adopción los padres no apreciaban
problemas en la comprensión y, a nivel expresivo, producía vocalizaciones y su evolución fue
lenta. Actualmente continúa con retraso y recibe estimulación en su centro escolar. A lo largo
del proceso de adaptación a la familia presentó problemas de conducta, y actualmente,
continúa manifestándolos, aunque en menor medida: es retadora, se frustra con facilidad y
utiliza el silencio como forma de llamar la atención. A nivel social, la describen como una
niña tímida, retraída, miedosa, meticulosa y ordenada. Los cambios le cuestan, mostrándose
poco flexible. Además, informan de la dificultad para separarse de la madre limitando la vida
social de la niña y de la familia. Ante estas situaciones la madre se angustia y la atiende y
coge en brazos porque atribuye que su hija "se siente poco querida" tiene "falta de
afecto" y "tiene miedo de que la abandonen".
Fue escolarizada en guardería a los 17 meses con problemas de adaptación, estableciendo con
su profesora un vínculo especial, no separándose de ella mientras permanecía en la escuela.
Con el inicio de Educación Infantil también, a los 2,9 años, también tardó en adaptarse,
llorando de forma persistente durante los dos primeros meses. Se mostraba inhibida y
rehusaba hablar con los profesores y los niños. Los profesores también atribuían que estos
comportamientos eran debidos a "la necesidad de afecto de la niña".
EVALUACIÓN
La valoración se lleva a cabo tanto con los padres como con la niña. El análisis de las
características familiares (ansiedad, manejo del estrés, estilo educativo, atribuciones y
expectativas parentales, etc.) permite establecer un tratamiento ajustado e individualizado a la
familia y descartar otras patologías que puedan acentuar el problema inicial o interferir en el
tratamiento.
Los resultados de la evaluación indicaron que el desarrollo cognitivo general de la niña era
medio, correspondiente a 3,0 años de edad (McCarthy, 1986). Sin embargo, se situaba por
debajo de los 2, 6 años en las tareas donde se exigía lenguaje oral en las que mostró escasa
colaboración (Escala Verbal y de Memoria).
Los registros indicaban que las situaciones que generaban ansiedad en la niña estaban
relacionadas con la ausencia de la madre, ir al colegio, quedarse con el padre en casa, ir a casa
de sus abuelos y quedarse sola jugando con otros niños en fiestas familiares o de amigos,
incluso estando la madre presente. Los comportamientos de la niña eran sistemáticos y
similares en todas las situaciones, como llorar, no hablar, buscar contacto físico, no separarse,
aunque variaban en intensidad, frecuencia y duración en función de la familiaridad del
contexto.
Las consecuencias o respuestas de los padres variaban, por un lado, atendían con
preocupación a la niña; intentar calmarla con caricias, explicarle que no pasaba nada, etc.
(refuerzo positivo). En otros momentos, de mayor intensidad de la conducta de la niña,
reiteración o aumento de la exigencia, los padres rechazaban o sancionaban a la niña,
mostrando enfado y desaprobación, mediante expresiones verbales y no verbales. Sin
embargo, finalmente ante la ansiedad de la niña los padres evitaban la separación y
permanecían con ella (castigo y refuerzo negativo).
Ante estas situaciones la madre registraba el grado de preocupación o ansiedad que percibía
por la conducta de su hija, reflejando una puntuación media de 8, en una escala de 0 a 10
(ver Figura 1). La madre relacionaba sus altos niveles de ansiedad con su falta de recursos
para controlar estas conductas, con su propia preocupación por no poder generar estrategias
de afrontamiento a su hija, así como por la atribución de la carencia de afecto sufrido por la
niña en el pasado.
Paralelamente, se observó la capacidad para separarse de la madre en distintas situaciones
dentro de la sesión, con el fin de establecer la línea base para iniciar el tratamiento. M. no
aceptó distancia de separación con su madre, manifestando llanto persistente y no fue capaz
de separarse físicamente de ella, requiriendo mantener contacto físico.
Se grabó el Perfil de Interacción madre-hija (en video, Rustin, Botterill y Kelman, 1996); se le
indicó que jugara con la niña y conversara, tal como "lo haría en casa" para observar la
interacción entre ambas. En la relación se analizaron ambas conductas, especialmente la de la
madre, atendiendo tanto a los aspectos verbales como a los no verbales. Se aprecia que
cuando M. manifiesta las conductas de apego desajustadas (sentarse encima de la madre,
llorar, negarse a realizar aquello que se le plantea, etc.), la madre establece límites, aunque no
es capaz de mantenerlos, mostrándose permisiva con aquello que la niña pretende realizar.
En la historia clínica los padres describieron a la niña conductualmente, como inhibida, tímida
y precavida ante situaciones nuevas, especialmente en contextos desconocidos, respondiendo
con evitación social y emocional. Estas manifestaciones cuando se han producido a lo largo
del desarrollo de manera recurrente se definen como temperamento inhibido (Thomas y
Chess, 1977).
Asimismo, los padres bajo condiciones de estrés tenían dificultades en ayudar a la niña a
sentirse segura y cuando los problemas de conducta aumentaban se incrementaba el estrés de
los padres y les llevaba a percibirla como "difícil".
Por otro lado, al considerar a su hija como frágil y vulnerable se genera un estilo de
protección, limitando su conducta de manera inapropiada y dificultando la adquisición de
habilidades autónomas que debía adquirir durante su desarrollo.
DIAGNOSTICO
TRATAMIENTO
OBJETIVOS
- Técnicas cognitivas de control de la ansiedad en los padres ante las situaciones de estrés.
La intervención se llevó a cabo de forma paralela con los padres en sesión con su hija y de
forma independiente en sesiones de padres.
Por otro lado, se les expuso que los comportamientos problemáticos de la menor se estaban
manteniendo en el tiempo por las consecuencias que obtenía. Estas consecuencias son las
respuestas y actitudes que los padres emitían, sin ánimo de que provocaran este efecto. De
esta forma, involuntariamente podían favorecer que la niña volviera a reiterarlos en
situaciones similares.
Por otro lado, las actitudes de protección permitían a la niña evadir las exigencias cuando no
se la considera capaz de afrontar estas peticiones. Las respuestas de ansiedad eran acogidas y
atendidas con preocupación (reforzadas) y en ocasiones de mayor intensidad, reiteración o
aumento de la exigencia, eran rechazadas o sancionadas por ellos. Este era un claro paradigma
del estilo protector que los progenitores mostraban favoreciendo conductas dependientes,
reduciendo posibilidad de resolver problemas de forma autónoma y reforzando la ansiedad de
la niña. Además, la propia ansiedad que ellos manifestaban dificultaba el manejo adecuado
del problema. Por tanto, se proporcionaron recursos para manejar su ansiedad, con base en la
información recogida por los propios padres en los registros de conducta, que realizaban
semanalmente desde el comienzo de la intervención.
Igualmente, se enfocó la conducta de la niña desde la perspectiva del desarrollo para que
comprendieran que la adaptación a las situaciones estresantes dependía de un proceso en el
que intervenían tanto la niña como ellos mismos. Sus expectativas hacia la conducta de la
niña debían ser ajustadas a la capacidad de respuesta emocional que era capaz de manifestar
ante situaciones nuevas, no esperadas o frustrantes. Con los padres se trató la necesidad de
desarrollar expectativas apropiadas sobre lo que la niña era capaz de conseguir y favorecer el
establecimiento de límites, demostrándoles en sesión la capacidad que la niña poseía para
resolver estas situaciones con éxito.
TÉCNICAS OPERANTES
Se enseñó a los padres a reforzar positivamente las conductas adecuadas de la niña con los
reforzar dores específicos. Asimismo, ante el comportamiento inadecuado se les indicó cómo
seleccionar otra conducta apropiada incompatible.
Igualmente, se les mostró el uso de la extinción para disminuir o eliminar las conductas
inadecuadas, indicando cuándo utilizarla.
También se les hizo reflexionar sobre la necesidad de poner límites a la niña, ya que de esa
forma tendría claro qué podía hacer en cada situación. Se dieron pautas por escrito:
- Ser firmes: mostrarse cariñosos pero firmes es la forma de decirle que deje de realizar ese
comportamiento inadecuado.
- Poner normas claras para que la niña comprenda qué es lo que se espera de ella.
- Formular las pautas de manera positiva, es decir, informar sobre lo que se puede hacer y no
sobre lo que no se puede realizar.
- Ser consistentes. Los límites deben cumplirse siempre que las circunstancias sean las
mismas.
Se les informó que el vínculo es una relación afectiva que se establece entre padres e hijos y
que se va construyendo en la medida en que los padres van proporcionando los cuidados, el
afecto y el cariño necesarios de forma estable e invariable. El niño tiende a establecer un
apego seguro en sus primeros años, entre los dos y tres años de edad (Bowlby, 1993). En los
niños adoptados el vínculo también depende, entre otros, de estos factores y los estudios
indican que generalmente los padres establecen vínculos fuertes con sus hijos adoptivos
(Dozier y rutter, 2008).
A lo largo del tratamiento se favorecieron actitudes y conductas en los padres que además de
reducir las respuestas de ansiedad y los problemas de conducta, facilitaran un apego seguro de
la niña. Se explicó que las características de los padres, identificados como favorecedores de
un apego seguro, son aquellos que ofrecen respuestas cálidas cuando el niño se encuentra en
una situación estresante y proporcionan apoyo y modelo adecuado de cómo actuar; mantienen
expectativas apropiadas a las capacidades del niño y un ambiente familiar estructurado con
normas claras y adecuadas en la casa (Werner, 1993).
• Listado de refuerzos:
- Por ejemplo:
- La madre sentada en el despacho al lado de la mesa de trabajo con la niña sentada encima de
ella.
- De pie en el pasillo con la puerta abierta, fuera del campo visual de la niña.
- Separación activa, en un segundo nivel, la niña es la que se traslada de un lugar a otro del
centro, alejándose activamente de la madre (Méndez et al., 2008).
- Por ejemplo:
- Etc.
• Tiempos:
Se graduaron los tiempos en cada uno de los niveles de separación, empezando por la línea
base, de 2 segundos y posteriormente se aumentó el tiempo gradualmente en función de la
tolerancia de la niña, hasta conseguir los 30 minutos que duraba la sesión de tratamiento.
También se especificaron las conductas de participación que la niña debía emitir en la sesión
para ser reforzadas, sin la intervención de la madre.
- Por ejemplo:
Se usaron estímulos discriminativos sociales y verbales como "venga, vamos que eres muy
mayor”, “mamá viene enseguida", o físicos, como "ayudarla a mantenerse sentada" o
"establecer contacto corporal en el traslado de un lugar a otro".
Desde el tercer mes de tratamiento, los padres reconocieron como las orientaciones y pautas
habían mejorado la percepción de la dificultad de la niña, que disminuyó progresivamente de
una media de 8 hasta alcanzar una media de 2 (en la escala de 0 a 10). Esta reducción les
permitió controlar su preocupación e inseguridad ante los comportamientos de su hija. La
frecuencia de las conductas de ansiedad e inhibición de la niña disminuyeron quedando
recogidas en los registros.
La colaboración de los padres fue constante. Aprendieron a usar de forma adecuada tanto el
refuerzo como la extinción, así como las pautas de conducta que se les iban dando durante las
distintas sesiones. El uso de los registros de conducta les sirvió para comprender qué
determinados comportamientos de la niña estaban relacionados con sus reacciones y también
para observar qué el cambio en su forma de actuar favorecía la aparición de conductas nuevas
y ajustadas en la niña.
SEGUIMIENTO
A partir de este momento, se inició otra fase de tratamiento, donde se plantearían otras
jerarquías de situaciones de ansiedad con el fin de continuar favoreciendo el desarrollo social
de la niña es otros contextos poco familiares.
REFERENCIA
https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1130-52742012000300004
Bar, A. (2010). La metodología cuantitativa y su uso en América Latina. Cinta de Moebio, (37), 1-14.
Recuperado de https://dialnet-unirioja-es.ibero.basesdedatosezproxy.com/servlet/articulo?
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Lindsay, G. (2009). Ética profesional y psicología. Papeles del Psicólogo, Vol. 30 (3), 184-194.
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codigo=3066241