El Sacerdote, Un Regalo de Dios para El Mundo
El Sacerdote, Un Regalo de Dios para El Mundo
El Sacerdote, Un Regalo de Dios para El Mundo
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla con motivo del Día del Seminario
El sacerdote, elegido por Dios de entre los hombres, ha de ser ante todo y por
entero un hombre de Dios. Nos lo recuerda el Santo Padre Benedicto XVI en su
reciente Carta a los Seminaristas del mundo: “Quien quiera ser sacerdote debe ser
sobre todo un hombre de Dios”. Al secundar la llamada del Señor a estar con Él,
abandonándolo todo, el sacerdote se expropia de sí mismo y adquiere, por la
eficacia del sacramento del orden, una nueva condición, un modo nuevo de ser y
de estar en el mundo, desde Dios y en favor de todos los hombres. Su corazón
entregado se torna posesión de Dios, configurando de modo definitivo su identidad
personal, su presente y su futuro. El sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino
a Cristo, con quien ha fundido su vida en amor, para perpetuar en el tiempo la obra
del Redentor. Todo en él está enteramente referido a Cristo; y por tanto, sólo a la
luz de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdocio adquiere su pleno significado.
Esta comprensión del sacerdocio desde su fuente, que es Dios, alienta nuestra
confianza en la presente coyuntura, pues a pesar del invierno vocacional que nos
impide atender como quisiéramos las constantes demandas pastorales, tenemos la
certeza de que “Dios no permitirá que su Iglesia carezca de ministros” (OT 6).
Como expresa el lema de este año, el sacerdocio es un verdadero don de Dios para
el mundo. El servicio ministerial del sacerdote es un destello del amor de Dios por
el hombre, y de la irrevocable voluntad del Señor “que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2, 4). El
sacerdote es presencia de Cristo en su Iglesia; pregonero infatigable del Evangelio
y maestro de vida cristiana, por la predicación constante de la Palabra de Dios y su
testimonio de vida. Es también padre fecundo del hombre nuevo que brota del
bautismo; vehículo del consuelo divino para los enfermos; y expresión de la
solicitud de Dios por los pobres y desvalidos.
De sus manos consagradas recibimos los beneficios de la divina misericordia,
capaces de levantar al hombre de la postración del pecado y liberarle de su
esclavitud. Los sacerdotes, extendiendo sus manos sobre el pan y el vino y
pronunciando las palabras sacrosantas de la consagración, perpetuán la presencia
real y verdadera de Jesucristo sobre el altar de nuestro mundo, y nos brindan el
alimento del caminante, el viático del peregrino y el sustento que hoy necesitamos
más que nunca para vivir fielmente en los tiempos recios que nos ha tocado vivir.
Al mismo tiempo, hacen posible que en cada sagrario se cumpla la promesa del
Señor de no dejarnos huérfanos y de estar con nosotros “todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 28,20).
Por todo ello, hago mías las palabras del Cura de Ars, San Juan María Vianney,
cuando afirma que "un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el
tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los
dones más preciosos de la misericordia divina". Donde quiera que haya un
sacerdote, mediante el testimonio de su vida sencilla y entregada, se está
afirmando la presencia amorosa de Dios y su fidelidad a los hombres de todo
tiempo y lugar. Por esta razón, no quiero dejar pasar esta ocasión para dar gracias
a Dios por la vida entregada de tantos sacerdotes de nuestra Archidiócesis, que
obedeciendo al encargo recibido del Señor, sirven fiel y ejemplarmente a la Iglesia,
ofrendando su vida, con generosidad y de buena gana, por amor a Dios y en favor
de nuestro pueblo. Recibid, queridos sacerdotes, el afecto, la amistad y el aprecio
sincero de vuestro Obispo, y la certeza de que mi oración os acompaña.
Pero siendo cierto que el sacerdocio constituye un verdadero regalo de Dios para
cuantos por su mediación reciben la gracia y los dones de la salvación, no lo es
menos para quienes han sido llamados por el Señor para este ministerio. Por ello,
me dirijo ahora a los jóvenes de nuestra Archidiócesis, para asegurarles que los
primeros beneficiados por el don del sacerdocio son aquellos a los que el Señor
distingue con un amor de predilección, llamándolos a vivir en su compañía,
haciéndoles partícipes de su misión salvadora y sumergiéndolos en las
profundidades de su Corazón.
Queridos jóvenes: cuando Dios llama, Él nos garantiza una vida en plenitud, pues
nos convoca a compartir la vida y la misión de su Hijo, el único que puede saciar las
ansias infinitas de felicidad que laten en vuestros corazones juveniles. Así lo
reconoce San Agustín en sus Confesiones cuando nos dice: “Nos hiciste Señor para
ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”. Hoy igual que
ayer, como hiciera el Señor al llamar a los Doce junto al algo de Galilea, Jesucristo
no cesa de invitar a los jóvenes a abandonar los afanes de este mundo e iniciar su
seguimiento. Por ello, “si hoy escucháis su voz”, como nos dice el salmo 94, yo os
ruego en nombre de la Iglesia y de tantos hermanos que os necesitan, que no
cerréis vuestro corazón, que entreguéis vuestra vida al Señor y pronunciéis un sí
generoso imitando a la Virgen María. La paga será la felicidad en esta vida, una
felicidad que el mundo no puede dar, y el ciento por uno en la vida futura.
El futuro Seminario Menor, junto con el Seminario Mayor, donde en este curso se
forman 35 seminaristas, constituyen el “corazón de la diócesis”, según expresión
feliz del Concilio Vaticano II (OT 5). De él habrán de salir los futuros pastores de
nuestro pueblo, singulares servidores de la Palabra de Dios y de los sacramentos,
quienes habrán de ejercer el ministerio de la presidencia de la comunidad cristiana
in persona Christi, es decir, representando a Cristo, siendo al mismo tiempo
solícitos administradores de la caridad en favor de los más necesitados. De ahí que
con toda verdad, el Seminario venga a ser la esperanza de una Diócesis y uno de
sus bienes más preciados, como nos dice la Exhortación Apostólica Pastores gregis
(n. 48). Por lo que a mí respecta, trato de que sea objeto de una especial cercanía
y predilección, pues como escribiera hace casi ochenta años el Papa Pío XI, el
Seminario tiene que ser la niña de los ojos del Obispo (pupilla oculi episcopi). Y
porque el Seminario es el corazón de la Diócesis, todos lo debemos mirar como algo
propio y muy querido.
Con ocasión del Día del Seminario, quisiera hacer llegar el calor y el afecto de Padre
y Pastor a nuestros queridos seminaristas, a quienes animo a vivir con generosidad
su vocación, buscando cada vez con mayor ahínco en su vida joven la voluntad de
Dios y la belleza de la santidad. Vuestro testimonio alegre y entusiasta, propio de
un corazón enamorado de Jesucristo, estimulará a otros muchos jóvenes a dar una
respuesta decidida y generosa al Señor que les llama, como a vosotros, a vivir en
sus cercanías y les invita a su seguimiento en el ministerio sacerdotal. Como os
escribía el Santo Padre en su Carta ya citada, “también ahora hay mucha gente
que, de una u otra forma, piensa que el sacerdocio católico no es una “profesión”
con futuro, sino que pertenece más bien al pasado. Vosotros, queridos amigos,
habéis decidido entrar en el Seminario y, por tanto, os habéis puesto en camino
hacia el ministerio sacerdotal en la Iglesia católica, en contra de estas objeciones y
opiniones. Habéis hecho bien. (…) Dios está vivo, y necesita hombres que vivan
para Él y que lo lleven a los demás. Sí, tiene sentido ser sacerdote: el mundo,
mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre”.
Secundando estas hermosas y estimulantes palabras del Santo Padre, yo también
quisiera alentaros, queridos seminaristas, a prepararos para vivir la belleza de una
vida sacerdotal fiel. Estimad grandemente el don inmerecido de la vocación que
Dios os ha regalado. Pedidle a la Virgen cada día que os custodie este tesoro con su
solicitud maternal. Por mi parte, os aseguro mi oración diaria por vuestra
perseverancia y os invito a corresponder a la predilección del todo especial que el
Señor ha tenido con vosotros, respondiendo cada día con generosidad y prontitud.
Como tuve ocasión de reiterar al principio de este curso pastoral en mi visita a las
distintas Vicarias de la Archidiócesis, la pastoral de las vocaciones, su promoción y
el acompañamiento de los jóvenes en su discernimiento vocacional, es una de las
primeras urgencias que tenemos planteadas en nuestra Iglesia diocesana. No os
oculto que es también una de mis primeras preocupaciones. En el corto espacio de
tiempo que llevo sirviendo a nuestra Diócesis observo que la mayor parte de los
sacerdotes están sobrecargados de trabajo y que hay muchos flancos de la vida
pastoral al descubierto. Necesitamos más sacerdotes, y sacerdotes santos, para
cubrir adecuadamente las múltiples necesidades pastorales de nuestra Iglesia.
También los requieren otras Diócesis más necesitadas, con las que debemos
sentirnos solidarios compartiendo nuestros dones. En el pasado mes de octubre,
enviábamos dos sacerdotes a la Prelatura de Moyobamba en la selva peruana, a
pesar de nuestras estrecheces. Me movió a ello la petición espontánea de nuestros
hermanos José Antonio y Diego y mi conciencia de que la pertenencia al Colegio
Episcopal obliga al Obispo y a la Diócesis a la que sirve a sentir muy a lo vivo la
solicitud por la Iglesia universal y la ayuda eficaz a las misiones. Dios quiera que
llegue el día en que nuestra ayuda a otras Iglesia, cercanas o lejanas, pueda ser
más intensa.
A todos os pido la caridad de vuestra oración al Dueño de la mies para que envíe
operarios a su mies (Mt 9,37-38). Encomiendo especialmente esta intención a las
comunidades de vida contemplativa, a los ancianos y enfermos y a los niños de
nuestras catequesis, pues Dios nuestro Señor escucha especialmente la oración
limpia e inocente de los niños. Encomendad esta intención, verdaderamente mayor,
cada jueves ante el Santísimo Sacramento en vuestras parroquias y comunidades y
ofreced vuestras obras, vuestros dolores y sufrimientos, vuestros padecimientos y
enfermedades, vuestra vida entera, por las vocaciones sacerdotales. Pedid al
Señor que toque el corazón de muchos jóvenes alegres, limpios, valientes y
generosos, que estén dispuestos a ofrecerle sus vidas al servicio del anuncio del
Evangelio, al servicio de la iglesia y de sus hermanos. Orad con insistencia al Señor
por la perseverancia y fidelidad de nuestros seminaristas, así como por los frutos de
santidad de nuestro Seminario. La crisis vocacional que asola a nuestra vieja
Europa no es crisis de llamada, sino de respuestas. De ahí nuestra responsabilidad
a la hora de suscitar vocaciones, sostenerlas y acompañarlas con nuestra plegaria.
Concluyo esta carta pastoral invitando a todos los sacerdotes, religiosos, laicos
consagrados y fieles de nuestra Iglesia Diocesana a vivir con ilusión y verdadero
compromiso el Día del Seminario. Pido a los sacerdotes y religiosos con cura de
almas que expliquen a los fieles en la homilía del domingo 20 de marzo la belleza
de la vocación sacerdotal y el don de Dios que supone para nuestro pueblo. Otro
tanto pido a los catequistas, profesores de Religión y responsables de grupos
juveniles. Acoged con interés a los seminaristas que en estos días visitarán las
parroquias y colegios en el marco de la Campaña vocacional. Aunque no sea éste el
aspecto más decisivo, sí quiero recordar a todos que el Seminario necesita medios
económicos para asegurar la mejor formación posible de nuestros seminaristas, sin
lujos que están fuera de lugar, y sí con la sencilla austeridad con que deberán vivir
cuando sean sacerdotes. Los necesita especialmente el Seminario Menor que
estamos preparando y que inauguraremos en el próximo mes de septiembre. Por
ello, pido a los sacerdotes y religiosos con cura de almas que hagan con todo
interés la colecta a favor del Seminario, al mismo tiempo que pido a todos que sean
generosos con sus aportaciones económicas.
14. Conclusión
Para todos, y muy especialmente para los seminaristas y los jóvenes, mi saludo
fraterno y mi bendición.