Hora Santa y El Rosario
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CAPÍTULO III.
VARIAS FORMAS DE CULTO A LA SAGRADA EUCARISTÍA
EXPOSICIÓN PROLONGADA
86. En las iglesias y oratorios en que se reserva la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición
solemne del santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente
continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y adorar más intensamente este misterio.
Pero esta exposición se hará solamente si se prevé una asistencia conveniente de fieles [6].
165. La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de
piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas
maneras:
- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo,
motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la
píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una
comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a
numerosas expresiones de piedad eucarística.
En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura
como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se
familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año
litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente
que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales
en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María
con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación
cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
[137.] La exposición de la santísima Eucaristía hágase siempre como se prescribe en los libros
litúrgicos.[235] Además, no se excluya el rezo del rosario, admirable «en su sencillez y en su
profundidad»,[236] delante de la reserva eucarística o del santísimo Sacramento expuesto. Sin
embargo, especialmente cuando se hace la exposición, se evidencie el carácter de esta oración como
contemplación de los misterios de la vida de Cristo Redentor y de los designios salvíficos del Padre
omnipotente, sobre todo empleando lecturas sacadas de la sagrada Escritura.[237]
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([235] Cf. RITUALE ROMANUM, De sacra Communione et de cultu Mysterii eucharistici extra Missam, nn. 82-100; MISSALE
ROMANUM, Institutio Generalis, n. 317; Código de Derecho Canónico, c. 941 § 2.
[236] JUAN PABLO II, Carta Apostólica, Rosarium Virginis Mariae, día 16 de octubre del 2002: AAS 95 (2003) pp. 5-36, esto
en n. 2, p. 6.
[237] Cf. CONGR. CULTO DIVINO Y DISC. SACRAMENTOS, Carta de la Congregación, día 15 de enero de 1998: Notitiae
34 (1998) pp. 506-510; PENITENCIARÍA APOSTÓLICA, Carta ad quemdam sacerdotem, día 8 de marzo de 1996: Notitiae 34
(1998) p. 511.
Capítulo tercero
De la noción de sacramento como signo eficaz de la gracia se sigue que únicamente Dios, autor de
toda gracia, puede ser la causa principal en la institución de un sacramento. La criatura no puede
instituirlo sino como causa instrumental (o ministerial). El poder que corresponde a Dios con respecto
a Ios sacramentos recibe el nombre de potestas auctoritatis; y el que corresponde a la criatura, potestas
ministerii. Cristo, como Dios, posee la «potestas auctoritatis» y, como hombre, la «potestas ministerii».
Esta última es denominada «potestas ministerii principalis» o potestas excellentiae, a causa de la unión
hipostática de la naturaleza humana con la persona divina del Logos ; cf. S.th. III 64, 3 y 4.
Todos los sacramentos del Nuevo Testamento fueron instituidos por Jesucristo (de fe).
El concilio de Trento se pronunció contra los reformadores, que consideraban la mayor parte de los
sacramentos como invención de los hombres, e hizo la siguiente declaración : «Si quis dixerit,
sacramenta novae Iegis non fuisse omnia a Iesu Christo Domino nostro instituta», a. s.; Dz 844.
Se opone también al dogma católico la teoría de los modernistas según la cual los sacramentos no
proceden del Cristo histórico, sino que fueron introducidos por los apóstoles y sus sucesores ante la
necesidad psicológica de poseer formas exteriores de culto que se refirieran a determinados hechos
de la vida de Jesús ; Dz 2039 s.
El intento de los modernos «historiadores de la religión» por explicar los sacramentos como imitaciones
de los misterios paganos es una construcción infundada. Es imposible probar que los ritos esenciales
se deriven de los misterios del culto pagano. En ceremonias de importancia secundaria se advierte un
influjo limitado del ambiente pagano sobre el cristianismo naciente. Varias semejanzas en cuanto a las
ideas y expresiones religiosas se explican por la disposición hacia la religión que siente la naturaleza
humana — algo común a todos los hombres — y se explican también por la adaptación psicológica a
las circunstancias de la época.
2. Institución inmediata
Que Cristo instituyera directamente los sacramentos significa que El determinó el efecto específico de
la gracia sacramental en cada uno de ellos, y que ordenó un signo externo correspondiente para
simbolizar y producir ese efecto de la gracia. Cristo hubiera instituido de manera mediata los
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sacramentos si hubiera dejado a los apóstoles y sus sucesores el encargo de determinar el efecto de
la gracia sacramental y su correspondiente signo externo. Algunos teólogos escolásticos (Hugo de San
Víctor, Pedro Lombardo, Maestro Rolando, Buenaventura) sostuvieron la opinión de que los
sacramentos de la confirmación y la extremaunción fueron instituidos por los apóstoles movidos por el
Espíritu Santo. San Alberto Magno, SANTO TOMÁS DE AQUINO (S.th. III 64, 2) y Escoto enseñan que
Cristo instituyó directamente todos los sacramentos.
La Sagrada Escritura da testimonio de que Cristo instituyó directamente los sacramentos del bautismo,
la eucaristía y el orden. Los demás sacramentos existían ya en tiempo de los apóstoles, como sabemos
por testimonio de la Sagrada Escritura. Los apóstoles no se atribuyen a sí mismos derecho alguno para
instituirlos, sino que se consideran como «ministros y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor
4, 1) ; cf. 1 Cor 3, 5.
Los padres no parecen saber nada sobre la institución de sacramento alguno por los apóstoles o la
Iglesia. SAN AMBROSIO dice refiriéndose a la eucaristía: ¿Quién es el autor de los sagrados misterios
[sacramentos], sino el Señor Jesús? Del cielo han venido estos sagrados misterios» (De sacr. rv 4, 13);
cf. SAN AGUSTÍN, In loh., tr. 5, 7.
Cristo ha fijado la sustancia de los sacramentos. La Iglesia no tiene derecho para cambiarla (sent.
cierta).
La verdad de que Cristo instituyera inmediatamente los sacramentos nos permite concluir que la
sustancia de éstos está determinada y es inmutable para todos los tiempos. Cambiar la sustancia de
alguno de ellos sería instituir un nuevo sacramento. El concilio de Trento enseña que la Iglesia ha tenido
desde siempre el poder de introducir cambios en la administración de los sacramentos, pero «sin alterar
su sustancia» («salva illorum substantia»). La Iglesia jamás pretendió tener el derecho de cambiar la
sustancia de los sacramentos ; Dz 931 ; cf. Dz 570m, 2147a, 2301, n. 1.
Se discute si Cristo instituyó en especial (in specie) o en general (in genere) la materia y la forma de
los sacramentos, es decir, si Él determinó la naturaleza específica del signo sacramental o si solamente
dio, en general, la idea del sacramento, dejando a su Iglesia que precisara la materia y la forma. Esta
última manera de institución deja un amplio margen a la cooperación de la Iglesia y se aproxima a la
teoría de la institución mediata. La declaración del concilio de Trento que presentamos anteriormente
(Dz 931) habla más bien en favor de la institución específica, pues la expresión «sustancia de los
sacramentos» significa, según su sentido obvio, la sustancia concreta, es decir, la materia y la forma;
aunque tales palabras no excluyen, desde luego, la institución genérica. Con respecto al bautismo y a
la eucaristía, hallamos en la Escritura testimonios claros de su institución específica; pero no ocurre así
con respecto a los demás sacramentos. Debemos excluir que Cristo hubiera determinado en concreto
(in individuo) el signo sacramental, es decir, todos los pormenores del rito (v.g., la inmersión o infusión
tratándose del bautismo, el texto de la forma). La forma sacramental no fue regulada por Cristo en
cuanto a su texto, sino únicamente en cuanto a su sentido.
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4. Ritos accidentales
Hay que distinguir entre los ritos esenciales de los sacramentos, que se basan en la institución divina,
y aquellas otras oraciones, ceremonias y ritos accidentales que con el correr del tiempo fueron
introduciéndose por la costumbre o por una prescripción eclesiástica positiva, y que tienen la finalidad
de presentar simbólicamente el efecto de la gracia sacramental, dar idea de la dignidad y sublimidad
de los sacramentos, satisfacer el ansia natural del hombre (que es un ser sensitivo-racional) por poseer
formas exteriores de culto y prepararle a la recepción de la gracia; cf. Dz 856, 931, 943, 946.
Contra los reformadores, que después de muchas vacilaciones terminaron por no admitir más que dos
sacramentos : el bautismo y la cena del Señor, declaró el concilio de Trento que no existen ni más ni
menos que siete sacramentos, a saber : el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia, la
unción de los enfermos, el orden y el matrimonio : «Si quis dixerit, sacramenta Novae Legis... esse
plura ve] pauciora quam septem», a. s.; Dz 844.
La Sagrada Escritura menciona incidentalmente los siete sacramentos, pero no enuncia todavía
formalmente su número de siete. Tampoco entre los padres se halla expresión formal de este número.
Tal enunciación formal presupone ya un concepto de sacramento muy desarrollado. Por eso, no
aparece antes de mediados del siglo xII. Los primeros en hablar de este número son el Maestro Simón,
las Sententiae divinitatis de la escuela de Gilberto de Poitiers, Pedro Lombardo y el Maestro Rolando
(Alejandro III).
Tres son los argumentos que podemos presentar en favor del número septenario de los sacramentos :
1. Argumento teológico
La existencia de los siete sacramentos es considerada como verdad de fe en toda la Iglesia desde
mediados del siglo xii. Primeramente la encontramos como convicción científica de los teólogos, y
después la vemos confirmada en el siglo xiii por el magisterio de la Iglesia. Los concilios unionistas de
Lyón (1274) y Florencia (1438-1445) enseñan expresamente el número de siete; I)z 465, 695; cf. Dz
424, 665 ss. Como Cristo sigue viviendo en la Iglesia (Mt 28, 20) y el Espíritu Santo la dirige en su labor
docente (Ioh 14, 26), la Iglesia universal no puede padecer errores en la fe. Por eso, la fe de la Iglesia
universal constituye para los creyentes un criterio suficiente para conocer el carácter revelado de una
doctrina.
2. Prueba de prescripción
No es posible probar que alguno de los siete sacramentos fuera instituido en una época cualquiera por
algún concilio, algún Papa u obispo o alguna comunidad cristiana. Las definiciones emanadas de los
concilios, las enseñanzas de los padres y teólogos suponen que la existencia de cada uno de los
sacramentos es algo que se remonta a muy antigua tradición.
De ello podemos inferir que los siete sacramentos existieron desde un principio en la Iglesia; cf. SAN
AGUSTÍN, De baptismo Iv 24, 31: «Lo que toda la Iglesia pro fesa y no ha sido instituido por los
concilios, sino que siempre se ha mantenido como tal, eso creemos con toda razón que ha sido
transmitido por la autoridad apostólica.»
3. Argumento histórico
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Podemos aducir el testimonio de la Iglesia ortodoxa griega, que en el siglo ix, siendo patriarca Focio,
se separó temporalmente de la Iglesia católica, haciéndolo de manera definitiva en el siglo xi (1054)
bajo el patriarcado de Miguel Cerulario. Esta Iglesia disidente está de acuerdo con la Iglesia católica en
el número de los sacramentos, y así lo atestiguan sus libros litúrgicos, sus declaraciones en los concilios
unionistas de Lyón (Dz 465) y Florencia (Dz 695), las respuestas que dio a las proposiciones de unión
por parte de los protestantes en el siglo xvi y sus profesiones de fe oficiales. La expresión formal de ser
siete el número de los sacramentos fue tomada sin reparo de la Iglesia católica de Occidente en el siglo
XIII, pues respondía a las convicciones de la fe profesada en la Iglesia ortodoxa griega.
Martín Crusius y Jacobo .Andreae, teólogos protestantes y profesores de Tubinga, enviaron al patriarca
Jeremías II de Constantinopla una versión griega de la Confesión de Augsburgo para que sirviera de
fundamento a las conversaciones en torno a la unión con los protestantes. El citado patriarca, en su
primera reunión (1576), les contestó refutando sus doctrinas con palabras tomadas de SIMEÓN DE
TESALÓNICA (De sacramentis 33) : «Los misterios o sacramentos existentes en la misma Iglesia
católica de los cristianos ortodoxos, son siete, a saber : el bautismo, la unción con el Myron divino, la
sagrada comunión, la ordenación, el matrimonio, la penitencia y los santos óleos. Pues siete son los
dones de gracia del Espíritu divino, como dice Isaías, y siete son también los misterios de la Iglesia,
que son operados por el Espíritu» (c. 7). Refiriéndose expresamente a esta declaración, la Confesiio
orthodoxa (I 98) del metropolita Pedro Mogilas de Kiev (1643) enumera también siete sacramentos. La
confesión del patriarca DOSITEO DE JERUSALÉN (1672) se opone a la confesión del patriarca Cirilo
Lucaris de Constantinopla, de ideas calvinistas y que no admitía más que dos sacramentos : el bautismo
y la cena ; y proclama expresamente, recalcándolo bien, que son siete el número de los sacramentos :
«En la Iglesia no poseemos un número mayor ni menor de sacramentos ; pues cualquier otro número
que difiera de siete es engendro de desvaríos heréticos» (Decr. 15). .
Las sectas de los nestorianos y los monofisitas, desgajados de la Iglesia durante el siglo v, profesan
también que es siete el número de los sacramentos. Mientras que los nestorianos difieren algún tanto
de la Iglesia católica en la enunciación de los sacramentos, los monofisitas concuerdan completamente
con ella. El teólogo nestoriano Ebedjesu (t 1318) enumera los siete sacramentos que siguen a
continuación : sacerdocio, bautismo, óleo de unción, eucaristía, remisión de los pecados, sagrado
fermento (= fermento para preparar el pan de las hostias) y el signo de la cruz. El catecismo del obispo
monofisita sirio llamado Severio Barsaum (1930), enseña : «Los sacramentos de la Iglesia son : el
bautismo, el Myron, la eucaristía, la penitencia, el orden sacerdotal, la unción de los enfermos y el
matrimonio.»
Prueba especulativa
La conveniencia de que sean siete los sacramentos se infiere por analogía de la vida sobrenatural del
alma con la vida natural del cuerpo: por el bautismo se engendra la vida sobrenatural, por la
confirmación llega a su madurez, por la eucaristía recibe alimento, por la penitencia y la extremaunción
se cura de la enfermedad del pecado y de las debilidades que éste deja en el alma; por medio de los
dos sacramentos sociales del orden y el matrimonio es regida la sociedad eclesiástica y se conserva y
acrecienta tanto en su cuerpo como en su espíritu ; cf. S.th. Iii 65, 1; SAN BUENAVENTURA,
Breviloquium Iv 3; Dz 695.
La liturgia de las Horas es la oración general y pública de la Iglesia. Textos bíblicos introducen al orante cada vez
más profundamente en el misterio de la vida de Jesucristo. De este modo, en todo el mundo, en cada hora del
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día, se da al Dios trino espacio para transformar paso a paso al orante y al mundo. No sólo los presbíteros y los
monjes rezan la liturgia de las Horas. Muchos cristianos para quienes la fe es importante unen su voz a la
invocación de miles y miles, que se eleva a Dios desde todos los lugares del mundo. [1174-1178, 1196]
Las siete horas litúrgicas son como un vocabulario de oración de la Iglesia, que nos suelta la lengua también
cuando la alegría, la preocupación o el miedo nos dejan sin palabras. Una y otra vez nos asombramos al rezar la
liturgia de las Horas: una frase, un texto entero concuerdan «casualmente» de forma exacta con mi situación.
Dios escucha cuando le llamamos. Nos responde en estos textos, a veces de un modo tan concreto que causa
estupor. No obstante muchas veces nos exige largos penados de silencio y de sequedad, en espera de nuestra
fidelidad.
CENIZA
No hay reglas fijas. Depende del ámbito cultural y de las costumbres locales.
En los países de tradición latina, las cenizas se imponen más hacia el pelo que en la frente, espolvoreando.
En los países del ámbito anglosajón, con agua bendita se hace una pasta y se suele «marcar la frente».
Después de la homilía, el sacerdote bendice las cenizas y las rocía con agua bendita. Luego se impone con una
de estas dos fórmulas:
En lo personal no importa el lugar en que se impone la ceniza, lo más importante es la intención con que te la
impones, recordar San Mateo 6,6: Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta,
ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.