America AltaWEB
America AltaWEB
America AltaWEB
un siglo de independencias
pág. 11
Presentación
Ignacio Sánchez Galán
pág. 13
Prólogo
Ricardo Martí Fluxá
pág. 21
Proemio
América y España. Un siglo de independencias.
La mirada compartida de Antonio García Pérez
Julio Zamora Bátiz
pág. 23
pág. 33
Estudios
Añoranzas americanas
Begoña Cava Mesa
pág. 369
10
Presentación
que se mantienen a lo largo del tiempo gracias a los fuertes vínculos cultu-
rales y a las crecientes relaciones económicas y comerciales.
Todo ello nos ha permitido ir labrando una historia compartida, que se
pone de manifiesto en publicaciones como esta, en la que más de quince
expertos internacionales analizan los textos de García Pérez, dedicados a la
organización militar de Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Guatemala, Para-
guay y Uruguay en el siglo xix.
En la obra también encontramos un capítulo sobre la Guerra de Sece-
sión norteamericana (1861-1865), en el que se aborda este crucial episodio
de la historia de Estados Unidos, que fue decisivo en la configuración ac-
tual de este país.
Estoy convencido de que serán muchas las personas que disfrutarán
no solo de los textos de García Pérez sino también de los interesantes estu-
dios de los expertos, que han aportado nuevos enfoques y reflexiones, en-
riqueciendo la visión que podíamos tener de los diferentes acontecimien-
tos históricos.
A todos ellos, los felicito y les agradezco su trabajo y su esfuerzo, al
tiempo que animo a todos los lectores a seguir profundizando en el conoci-
miento de la historia, en la que podemos encontrar la inspiración necesaria
para seguir progresando individual y colectivamente.
ción impidieron que circularan hasta los más recónditos lugares del Impe-
rio pese al analfabetismo de una inmensa mayoría de la sociedad. Pero no
fueron solo las ideas de la Ilustración las que incidieron en el proceso. Es
también patente la base doctrinal en los diferentes manifiestos y proclamas
de los principios de la soberanía popular y del poder civil que hunden sus
raíces en la escolástica y en el iusnaturalismo.
En el campo de los procesos de secesión, es importante destacar lo que
supuso de acicate la independencia norteamericana, que queda patente en
multitud de escritos de los criollos ilustrados de la época. Criollos que ha-
bían bebido de las aguas de la Enciclopedia y que veían la posibilidad in-
mediata de lograr una mayor participación en el gobierno de sus diferentes
países al lograr la separación de la metrópoli. Así, en su Carta a los españoles
americanos, el jesuita Viscardo escribía:
El valor con que las colonias inglesas de la América han combatido por la li-
bertad, de que ahora gozan gloriosamente, cubre de vergüenza nuestra indolen-
cia. Nosotros les hemos cedido la palma con que han coronado, las primeras, al
Nuevo Mundo, de una soberanía independiente. (...) Que sea ahora el estímulo
de nuestro honor provocado con ultrajes que han durado trescientos años (Vis-
cardo: 2005, 26).
Por otra parte, los intentos desde 1810 de las Cortes de Cádiz de redac-
tar una constitución que consiguiera calmar los impulsos independentistas
no llegaron a buen puerto. Ni siguiera con el artículo 1 de la Constitución
gaditana, que señalaba que «la Nación Española es la reunión de todos los
españoles de ambos hemisferios» y reconocía la igualdad de derechos y la
ciudadanía para todos los nacidos en territorios americanos. Ni tampoco
con la presencia en las Cortes de representantes de ultramar. Se consagra-
ban principios liberales más atractivos para los dirigentes de la insurgencia,
y se concedía la posibilidad de constituir nuevas y más progresivas formas
de gobierno. Se logró entonces la abolición de la esclavitud, la supresión de
tributos a los indios, la carta de ciudadanía y la libertad de prensa y pensa-
miento. Pero, pese a todo ello, era demasiado tarde para sofocar una rebe-
lión que era ya imparable.
A partir de 1826 (Congreso de Panamá), se inicia una etapa de con-
solidación de las diferentes naciones, con problemas, revueltas e inestabi-
lidades, que llega hasta finales del siglo xix y que marca el final de nues-
tra presencia como potencia colonial en el continente. Existió alguna breve
aventura, como la vuelta de Santo Domingo a la Corona durante unos bre-
ves años (1861-1865) e, indudablemente, el control de Cuba y Puerto Rico
hasta el desastre de 1898. Una primera etapa recoge la lucha del liberalismo
contra los principios más conservadores y concluye con la implantación de
un nacionalismo de base liberal en casi todas las nuevas naciones. Más tar-
de, y con el afianzamiento de la idea nacional, aparecen los grandes caudi-
llos, tal vez herencia de la estructura política prehispana. En el campo eco-
nómico, se implanta la libertad de comercio, se suprimen los monopolios y,
rotos los vínculos con España, se aceptan las relaciones privilegiadas con el
Reino Unido, que rentabilizará la ayuda prestada durante el proceso inde-
pendentista y disfrutará de la apertura de los puertos del continente.
Siempre nos quedará la duda de qué hubiera sucedido si España hu-
biera sido más hábil al enfrentarse con el movimiento independentista o
si, simplemente, este se hubiera desarrollado en otro momento menos con-
vulso de nuestra historia. Fueron, sin duda, rompedores e imaginativos los
planes del conde de Aranda, a los que nos hemos referido, o, muchos años
más tarde, audaces las propuestas de Antonio Maura, ministro de Ultramar
en 1892, que propugnaban la plena autonomía de Cuba y Puerto Rico, pero
sin duda faltó el arrojo para llevarlos a cabo. Es muy difícil hacer conjetu-
ras, pero no por ello podemos dejar de comparar nuestra salida del conti-
nente con el fenómeno, un siglo más tarde, de la descolonización británica
y la aparición de la Commonwealth. Por ello, y en un tiempo histórico ra-
dicalmente distinto, podemos creer que, hoy en día, unas naciones unidas
por la lengua, por una historia común, por la defensa, en una gran mayo-
ría, de los mismos principios democráticos están en la mejor de las circuns-
tancias para olvidar retóricas imperialistas y caminar con paso firme hacia
unas estructuras de ayuda mutua que deberían lograrse partiendo de las ya
consolidadas Cumbres Iberoamericanas.
Bibliografía
Konetzke, R.: América Latina. La época colonial, Madrid, Siglo xxi de España, 1981.
Madariaga, S.: El auge y el ocaso del Imperio español en América, Madrid, Espasa Cal-
pe, 1977.
Morales Padrón, F.: Historia Universal. Tomo VI, Historia de América, Madrid, Es-
pasa Calpe, 1962.
Seco Serrano, C.: Manuel Godoy. Memorias, Madrid, Biblioteca de Autores Españo-
les, 1965.
Viscardo y Guzmán, J.: Carta dirigida a los españoles americanos, Madrid, Fondo de
Cultura Económica de España, 2005.
TÍTULO
Flor de México, 1900-1920.
Biblioteca Nacional de España.
América y España.
Un siglo de independencias.
La mirada compartida de Antonio García Pérez
1. Introducción
2. Nota biográfica
pero, muy probablemente, esta tendría lugar en los primeros días de sep-
tiembre de 1921. En aquellos momentos, el Estado Mayor Central estaba
mandado por el capitán general Weyler, también inspector general del Ejér-
cito, que permanecía al frente de él desde su recreación; siendo su segundo
jefe y secretario el general de división Manuel Agar Cincúnegui. Este orga-
nismo contaba con una secretaría y siete secciones.
García Pérez prestará servicio, desde su incorporación, en la segunda
sección, denominada Instrucción General del Ejército, mandada por el co-
ronel de Infantería Leopoldo Ruiz Trillo y en la que servían cinco coman-
dantes, uno de las restantes armas (Caballería, Artillería e Ingenieros) y dos
del Cuerpo de Estado Mayor, siendo Antonio el único teniente coronel. En-
tre sus cometidos estarían las visitas de inspección a centros, unidades y or-
ganismos para comprobar el desarrollo de cursos y escuelas prácticas. Con
motivo de una nueva reorganización del Estado Mayor Central, decretada
el 21 de febrero de 1923, su sección pasó a ser la 6.ª, Doctrina Militar. Unos
meses más tarde, el 5 de noviembre de ese año, deja esta sección y se hace
cargo de la Secretaría del Estado Mayor Central. En ella permanece hasta
que la reorganización del ejército, a finales de 1925, hizo que desapareciese,
de nuevo, aquel organismo.
En efecto, disuelto este el 14 de diciembre de ese año, Antonio quedó
integrado en el Ministerio de la Guerra, al igual que el resto del personal
del extinto Estado Mayor Central, pasando a prestar servicio con los mis-
mos cometidos que tenía a la Dirección General de Preparación de Campa-
ña. Más adelante, en virtud de la organización del Ministerio de la Guerra
decretada en 19 de abril de 1926, fue destinado a la primera Sección (Esta-
do Mayor) de la mencionada Dirección General, empezando su cometido
en ella el 1 de mayo de este último año. Allí continuará sus servicios hasta
el 7 de diciembre de 1928, cuando debe cesar en su destino por ascender, en
esa fecha, a coronel, con la antigüedad de 25 de noviembre anterior. Apenas
un mes más tarde, el 23 de enero de 1929, es destinado al mando del Regi-
miento de Infantería Segovia número 75, de guarnición en Cáceres.
El destino al mando del Regimiento Segovia número 75 implicaba tam-
bién el cargo de gobernador militar de la plaza. En calidad de tal acude a
actos y celebraciones en la ciudad extremeña. Según relata el propio García
Pérez, su labor durante los casi dos años en que permaneció en Cáceres fue
intensa, tanto al mando del Regimiento como al frente del Gobierno Militar
cacereño. A pesar de estas apreciaciones de Antonio, su actuación fue criticada
por algunos y juzgada por un tribunal de honor que tuvo lugar en Valladolid,
el 29 de octubre de 1930. Tras el dictamen de este tribunal terminará su carre-
formado por tres magistrados del Tribunal Supremo, designados por la Sala
de Gobierno, tres miembros del Consejo Superior de la Guerra, nombrados
por el ministro del ramo, y un presidente que era el del Tribunal Supremo.
Dicho tribunal debía reunirse en un plazo de quince días, a partir de la
diligencia dictada el día 11 de noviembre, según lo dispuesto en el artículo
5.º de la citada ley de revisión. Sin embargo, no existía plazo para dictar la
resolución definitiva, bien confirmando, bien anulando el fallo del tribunal
de honor. Aunque, por el momento, no disponemos del texto ni sabemos su
fecha exacta, lo cierto es que la revisión confirmó dicho fallo. Así lo afirma
el propio García Pérez en marzo de 1933 cuando presenta una nueva ins-
tancia, ahora dirigida a las Cortes, para conseguir su rehabilitación.
En efecto, el 14 de marzo de ese año remitía Antonio un escrito al pre-
sidente de las Cortes Constituyentes, al que adjuntaba una extensa y deta-
llada instancia dirigida a sus miembros, solicitándole que la admitiese y le
diese el curso correspondiente. En la instancia hacía un apretado resumen
de las causas que hasta entonces habrían justificado la anulación del fallo; y
respecto al tribunal de revisión, señalaba que había sido un segundo tribu-
nal de honor, ya que había dictado sentencia sin darle oportunidad de co-
nocer la acusación primitiva, ni las declaraciones prestadas ni el dictamen
del ponente, y recalcaba que «la defensa, una vez más, se ha visto privada
de sus derechos jurídicos». Señalando, además, que al confirmar el fallo de
su tribunal de honor, se había dado validez jurídica a unos tribunales ya
abolidos, admitiendo el principio de que obraron con sano espíritu de justi-
cia, y en oposición a lo que preceptuaba la Constitución española.
En la sesión de las Cortes Constituyentes del 30 de marzo era leída una
relación de las peticiones que habían tenido entrada en la secretaría, en
la que se incluía la de Antonio García Pérez con el número 470, señalan-
do que todas pedían que se revisasen los fallos de los tribunales de honor
que los separaron del Ejército y Cuerpo de Carabineros, en algún caso, y
que se nombrase por las Cortes un organismo encargado de ello. Al día si-
guiente de esta lectura, la Comisión de Peticiones proponía que todas ellas
se remitiesen a la Presidencia del Consejo de Ministros.
La respuesta de la Presidencia del Consejo no debió de resultar favora-
ble, ya que el 25 de mayo de ese mismo año la reclamación de Antonio vol-
vía a las Cortes, ahora de la mano del diputado Federico Fernández Cas-
tillejo, militar y diplomado de Estado Mayor como el propio García Pérez.
Este presentaba ese mismo día una petición por escrito al ministro de la
Guerra para que se remitiese al Congreso el expediente completo que mo-
tivó la separación del servicio, así como su hoja de servicios y las diligencias
que se uniría, unos meses después, otra española de carácter civil: la Meda-
lla de Plata de Ultramar, concedida por la Presidencia del Directorio Mili-
tar, en virtud de una Real Orden comunicada de 4 de mayo de 1925, por la
que aprobaba la propuesta de la Comisión Permanente de la Junta Nacio-
nal del Comercio Español en Ultramar en la que se le reconocía su valiosa
cooperación a los trabajos de aproximación hispano americana, con arreglo
al artículo 2.º del Real Decreto de 21 de diciembre de 1923.
Estos premios ponen de relieve la vocación americanista de Antonio
García Pérez, que adquiere plena vigencia en la relación completa de sus
obras de temática americana. Los primeros son dos artículos relacionados
con la guerra de Cuba: «Geografía y Política colonial», publicado en La Co-
rrespondencia de España el domingo 13 de febrero de 1898; y «Política de la
Guerra», publicado en la revista La Nación Militar el 29 de enero de 1899.
Después de estos primeros trabajos seguirá una larga lista de libros, artícu-
los y conferencias, de la que nos limitaremos a reflejar sus títulos y datos
cronológicos, ya que su estudio crítico es abordado en esta misma obra por
el profesor Gahete Jurado:
En 1900
Responsable de la sección «Ecos militares de América» en la revista
La Nación Militar (Madrid), entre marzo y septiembre de ese año.
«República del Acre» en la revista La Nación Militar (Madrid), de
18 de septiembre.
«Americanistas improvisados» en revista La Nación Militar (Ma-
drid) de 30 de septiembre.
Una campaña de ocho días en Chile. (Agosto de 1891), Madrid, Im-
prenta del Cuerpo de Artillería, 105 páginas. Publicaciones de los
Estudios Militares. Con una carta prólogo de Casto Barbasán La-
gueruela.
Reseña histórico-militar de la campaña del Paraguay (1864 a 1870),
Burgos, Imprenta de Agapito Díez y Compañía, 160 páginas.
Coautor junto con Rafael Howard y Arrien.
Estudio político-militar de la campaña de Méjico 1861-1867, Madrid,
Avrial Impresores, 425 páginas. Con prólogo de Antonio Díaz Benzo.
En 1901
Proyecto de nueva organización del Estado Mayor en la República
Oriental de Uruguay, Madrid, Imprenta del Cuerpo de Artillería, 28
páginas. Publicaciones de los Estudios Militares.
Guerra de Secesión. El general Pope, Madrid, Est. Tip. El Trabajo, a
cargo de H. Sevilla, 36 páginas.
En 1902
«Organización Militar de México», publicado en nueve entregas en
la Revista Contemporánea (Madrid) entre 1902 y 1903.
Organización militar de México, Madrid, Imp. Hijos de M. G. Her-
nández, 170 páginas.
Organización militar de América. República del Ecuador, Madrid,
Imp. R. Velasco, 49 páginas. Publicaciones de los Anales del Ejér-
cito y la Armada.
Organización militar de América. República del Brasil, Madrid, Im-
prenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 73
páginas. Publicaciones de los Anales del Ejército y la Armada.
Organización militar de América. Guatemala, Madrid, Imprenta
del Cuerpo de Artillería, 50 páginas. Publicaciones de los Estu-
dios Militares.
Organización militar de América. Bolivia, Madrid, Imprenta del Cuer-
po de Artillería, 56 páginas. Publicaciones de los Estudios Militares.
Reflejos militares de América, Madrid, Imp. R. Velasco, 30 páginas.
Publicaciones de los Anales del Ejército y de la Armada.
En 1903
Organización militar de México, Madrid, Imp. Hijos de M. G. Her-
nández, 170 páginas.
Organización militar de América. Bolivia, Madrid, Imprenta del
Cuerpo de Artillería, 56 páginas. Publicaciones de los Estudios Mi-
litares.
Guerra de Secesión. Historia militar contemporánea de Norte-América
1861-1865, manuscrito en 5 volúmenes, 1889 páginas a una sola cara.
En 1904
Antecedentes político-diplomáticos de la expedición española a Méxi-
co (1836-62), Madrid, Imp. a cargo de Eduardo Arias, 180 páginas.
En 1905
Añoranzas americanas, conferencia pronunciada en la noche del miér-
coles 21 de Diciembre de 1904 por Antonio García Pérez, Madrid, Imp.
R. Velasco, 40 páginas. Centro del Ejército y la Armada, 40 páginas.
En 1906
México y la invasión norteamericana, Madrid, Imprenta de Fomento
Naval, 114 páginas.
En 1909
Javier Mina y la independencia mexicana, Madrid, Imp. de Eduardo
Arias, 47 páginas. Publicaciones de los Estudios Militares.
Hacia 1918
Flores del heroísmo. Filipinas, Cuba y Marruecos, Madrid, Imp. Mili-
tar de Cleto Vallinas, 95 páginas.
En 1919
Flores del heroísmo (Filipinas, Cuba y Marruecos), Madrid, Imp. de
Eduardo Arias, 135 páginas. 2.ª edición.
Entre 1926 y 1928
Tríptico de gloria. Cervantes-Vara de Rey-Benítez, Toledo, Imp. del
Colegio María Cristina para Huérfanos de la Infantería, 43 páginas.
ricanos. El caso más obvio es el de Rafael Howard y Arrien, coautor del li-
bro Reseña histórico-militar de la campaña del Paraguay (1864 a 1870), que
consta en él como «Teniente de Artillería, agregado militar a la legación del
Uruguay en España». Esta misma obra añade un nuevo personaje al elen-
co de personalidades hispanoamericanas relacionadas con García Pérez ya
que está dedicado a don Thomas W. Howard, que, como veremos, era el
padre de Rafael.
La pista de las dedicatorias arroja nuevas luces y ensancha el círculo de
amistades y conocidos. Así, en el año 1898 dedica su primera obra impresa,
La Guerra de África de 1859 á 1860: lecciones que explicó en el curso de estu-
dios superiores del Ateneo de Madrid Francisco Martín Arrúe; extractadas por
Antonio García Pérez, a tres oficiales uruguayos, uno de ellos el citado Ra-
fael Howard, con cariñosas palabras:
A los Señores D. Alejandro Aguiar, D. Roberto P. Riverós y D. Rafael Howard,
Oficiales de la República O. del Uruguay. Al tener el alto honor de que sus nombres
encabecen la primera página de este libro, lo hago reconociendo a las inequívocas
muestras de aprecio que de ustedes he recibido. Homenaje que de simpatía y franca
amistad les tributa su compañero de armas = Antonio García Pérez.
Pocos años más tarde, en 1901, dedica uno de sus trabajos sobre historia
de América, la citada Guerra de Secesión. El general Pope, a otro uruguayo
con palabras que demuestran la estrecha relación que existía por aquel en-
tonces entre Antonio García Pérez y los miembros de la embajada de la Re-
pública Oriental del Uruguay en España. Esta dedicatoria a Eduardo He-
rrera y Obes decía así:
Al Ilmo. Sr. D. Eduardo Herrera y Obes, Ministro del Uruguay en España.
Como cariñoso recuerdo de aquellos mates (cebados sin torta frita), le dedica este
pequeño trabajo su afectísimo amigo = El Autor.
Estas no son las únicas palabras del autor relacionadas con países ame-
ricanos que podemos encontrar en sus dedicatorias. Existen, al menos,
otros dos libros de García Pérez en los que se hace alusión a militares del
otro lado del Atlántico: su Compendio de moral (editado entre 1919 y 1928)
lo dedica al Ejército de Bolivia, mientras que en diciembre de 1924 dedica
un ejemplar de la 5.ª edición de Patria a «la sección de castellano de la Es-
cuela Militar de West-Point».
Es muy probable que una revisión detallada de todos los ejemplares de
la extensa obra de Antonio García Pérez nos permitiría ampliar esta nómi-
na de personajes e instituciones americanas con las que el autor se sintió
identificado de una o de otra manera. En el caso de los citados, esbozare-
mos un breve apunte de estas relaciones en las líneas siguientes.
En 1899 el general Reyes escribió una obra descriptiva del ejército mexi-
cano destinada a ser incluida en la gran obra compilatoria titulada Méxi-
co. Su evolución social. Esta aportación sería publicada separadamente en
1901 con el largo título de El ejército mexicano: Monografía histórica escrita
en 1899 por el general D. Bernardo Reyes para la obra México —su evolución
social. Dos ejemplares de este último libro, de setenta y seis páginas, se en-
cuentran hoy en la Biblioteca Central Militar de Madrid. Pero no es esta la
única obra del ilustre militar mexicano existente en esa biblioteca; en efec-
to, también se encuentra allí un ejemplar impreso que recoge el discurso
que el general dio en la clausura de las primeras conferencias científicas de
la Asociación del Colegio Militar de México, editado en 1902.
Antonio García Pérez conoció la primera de estas obras durante su estancia
en la Escuela Superior de Guerra y, probablemente, la segunda. Es indudable
que se inspiró en El ejército mexicano y que utilizó esta obra para sus trabajos
sobre el ejército de México, como ya ha señalado el profesor Manuel Gahete al
comentar la obra de García Pérez dedicada al país centroamericano (Gahete;
2012, 321-325). Sin descartar que ambas fuesen el inicio de su amistad con el
entonces ministro de la Guerra del Gobierno de Porfirio Díaz. De la admira-
ción de Antonio por Bernardo Reyes queda constancia en el prólogo de su obra
Organización militar de México, donde incluyó nueve párrafos de la obra del ge-
neral Reyes como homenaje de respeto y consideración hacia el militar mexi-
cano, al que dedicaba su estudio. Sin dejar de reconocer que los datos que ha-
bía manejado para su trabajo se los había proporcionado el militar mexicano:
«representados en su ilustrado Ministro de Guerra y Marina, General Reyes,
al que debo los datos que me han servido para la ordenación de este trabajo».
Además, en ese mismo prólogo reconoce que el general Reyes le ha-
bía regalado varias obras, entre las que se encontraba la citada El ejército
mexicano. La relación entre ambos es pues manifiesta ya en 1902, cuando
se publica el trabajo de García Pérez —en sucesivos artículos en la revista
Contemporánea, con nueve entregas que llegan hasta 1903, y en un libro—,
pero podemos conjeturar que se remonta, al menos, a un año antes; tiempo
que necesitaría el oficial español para dar forma a su propia obra a partir de
los datos aportados por el ministro mexicano. Recordemos que Bernardo
Reyes ocupó el cargo de ministro de la Guerra en el Gobierno de Porfirio
Díaz entre el 24 de enero de 1900 y el 22 de diciembre de 1902.
Tras su cese como ministro el general Reyes volvería a retomar sus
obligaciones como gobernador del estado de Nuevo León, cuya capital era
Apenas un año más tarde, pero ya con el gran desastre consumado para
España, Antonio García Pérez defiende el papel del Ejército en Cuba y
Filipinas y lo injusto de los cargos que contra esa institución se hacían:
«Tristes y recientes sucesos, falsamente juzgados, han venido acumulan-
do, injustamente por cierto, contra la veneranda institución militar, gra-
ves y abrumadores cargos» (García Pérez: 1899). Denunciando, al mismo
tiempo, el recibimiento que se estaba haciendo a los soldados repatriados,
que un día habían sido despedidos entre aclamaciones, con estas palabras:
«Hoy los aclamados soldados vuelven al hogar con frío en el corazón y en-
tre la indiferencia de los que ayer les vitoreaban». Consideraba García Pérez
que el resultado de toda campaña depende de dos factores en cada uno de
los contendientes: el ejército y la política de la guerra. Respecto al primero
toma las palabras de «un ilustre oficial de Uruguay» con relación al solda-
do español y el sentimiento del honor: «Un héroe en el momento solemne
de la prueba, y de cada héroe un soldado de orden en los períodos de paz».
En cuanto a la segunda, destaca que la política de guerra es una fuerza di-
rectriz de todas las demás que se funda en la geografía, la historia y las re-
laciones internacionales. Por esta razón avanza los principios en los que se
basarán posteriores estudios sobre los ejércitos y conflictos americanos:
En el estudio de la historia no deben examinarse las campañas desde el punto
de vista puramente militar; para que su conocimiento sea completo y para deducir
útiles consecuencias, es necesario analizar juntamente el aspecto político, interna-
cional y militar de una guerra cualquiera; hay que estudiar el origen y las conse-
cuencias, no solamente los medios empleados. (...)
Compréndese, pues, cuan útil como necesario es el completo conocimiento de
la política de la guerra; no asociar la política a la guerra, no examinar las causas
morales para contrarrestarlas con otras de la misma índole, pretender imponerse
única y exclusivamente por la fuerza de las armas sin que a ésta acompañe otra que
prepare el terreno y recoja sus frutos, es esterilizar el empuje de la fuerza armada.
Sospechar que la punta de las bayonetas acallará odios y rencores, es una candi-
dez; por lo cual la política de la guerra deja sentir su influencia, tanto como la ac-
ción de las armas.
Compara la situación que se daba ante el inicio del congreso con el de-
bate que propicia el inicio de una guerra o la ocurrencia de un gran cata-
clismo social; con él, señala, «surgen sabios por doquier, y lo que ayer era
desconocido para los más, es olvidado mañana por éstos, como cosa ya de
suyo machacada». Pone como ejemplo el reciente desastre de la guerra con
Estados Unidos, que califica de «breve y desgraciada»:
Una nube de platónicos patrioteros, muchos de ellos que pasaban por doctos,
se encargaron de pronosticarnos que Nueva York sería nuestra tan sólo a fuerza de
navajazos y que Washington sería rendido a nuestros pies por el poder de nuestras
picas. ¿Convencer a esas gentes de su error? Temeraria empresa, y hasta tachada
de filibusterismo. Sucedió, pues, lo que era de temer; un pueblo que no conoce a
su enemigo y que fía en que la victoria ha de llover como el maná, camina irremi-
siblemente a su perdición.
Aún va más allá y se atreve a señalar el déficit que presentan los licen-
ciados universitarios y los militares oficiales de carrera en el conocimiento
de estas disciplinas, en cuanto al continente americano; y apunta su origen:
la escasa formación recibida en universidades y academias:
Si al menos en España, después de haber aprendido muy a la ligera allá a los
diez u once años la posición de las Repúblicas americanas, hubiésemos dedicado algo,
aunque poco, de nuestra carrera, a conocer bien la geografía e historia de esos jóve-
nes Estados, es indudable que al hablarse hoy de América, no se quedarían las gen-
tes admiradas como si les hablasen de la República de Liberia. Por que {sic} es tris-
te que hombres de carrera confundan el Uruguay con el Paraguay, ignoren no ya las
capitalidades, que eso es cosa secundaria, sino los límites de unas naciones con otras.
Y lo mismo que les pasa a muchos licenciados o doctores les sucede a gran nú-
mero de militares, para los que la campaña del Pacífico, la de Chile (1891), la del
Paraguay, etc., etc., ni siquiera han llegado a sus oídos; no ya las notables operacio-
nes de Bolívar, San Martín, etc., sino las modernas de Lee, Grant, López, Conde
d’Eu, Juárez, Grant, Körner, etc., no las han visto escritas en los libros de estudios;
junto a las hermosas páginas de Waterloo, Zaragoza, Moscou {sic}, Plewna, etc., el
espíritu ardiente del alumno militar no ha encontrado las otras no menos grandio-
sas de Puebla, Querétaro, Humaita, Montevideo, Chorrillos, etc., etc.
Las soluciones que propone Antonio García Pérez van más allá del
congreso iberoamericano, aunque se sirve de él para apuntarlas, y profun-
dizan en su línea de mejorar el conocimiento general de la historia y geo-
grafía americanas como medio de favorecer las relaciones de España con el
nuevo continente; para lo que, señala, es preciso mejorar la formación en
las universidades y centros de formación militares:
Para que la idea que el Congreso propone se desarrolle y madure, es necesario
que la semilla arrojada encuentre un terreno bien dispuesto, un pueblo que conoz-
ca aquel otro que trata de abrazar, un pueblo que sepa a conciencia cual es la vida
y la situación del otro que intenta saludar. Porque hablar de altos problemas sin
que el pueblo se dé cuenta donde está, por ejemplo, Nicaragua, cual es su historia
y sus relaciones exteriores, es lo mismo que hablarles de cálculo infinitesimal a los
segadores de Galicia. Si la labor del Congreso ha de ser fecunda, lo primero y más
inmediato es procurar, a todo trance, que la geografía e historia político-militar de
América se estudie con interés y extensión en Universidades y Academias militares
y, únicamente, después de logrado esto, es cuando la fraternidad entre los pueblos
americanos y España será una verdad; solamente después de haber consagrado es-
pecial estudio a la geografía e historia de América, es cuando podremos hablar de
esos vigorosos Estados, que ignorantes supimos calificarlas de Republiquitas.
Muchos de los conceptos vertidos en este artículo son los mismos que
expone García Pérez en el prólogo de su obra Guerra de Secesión: el Gene-
ral Pope (García Pérez; 1901). En él defiende que la geografía y la historia
deben ser objeto constante de la atención del militar, porque si este tiene
que ser algo más que un evolucionista debe alimentar su inteligencia con el
asiduo estudio de los recuerdos históricos, destacando que su conocimiento
siempre puede servir de guía en los instantes más apurados. También seña-
la que entre la variedad de asuntos histórico-geográficos tiene gran interés
cuanto atañe a América, ya que su historia es continuación de la de Espa-
ña. Tras recurrir al recurso de su asombro por la confusión de Paraguay y
Uruguay, y otros aspectos citados en el artículo, añade:
Es cierto: en aquel continente donde yacen sepultados millones de españoles
y donde nuestra sangre ha sido tan pródiga; en aquella tierra que conserva nuestra
religión, idioma y costumbres, nada parece que se nos ha perdido.
Y así ha sucedido que en reciente congreso ibero-americano, el Ejército no haya
tomado parte, siendo como es órgano vital de la sociedad; así sucede que comisiones
europeas vayan a implantar organizaciones extrañas en tierras regadas por sangre
de tanto caudillo español; así ocurre que muchos oficiales acudan a otros ejércitos,
aun luchando con inconvenientes de raza e idioma y no busquen en la Madre Patria
lo que era lógico obtuvieran. Y todo eso sucede porque a nosotros nos ha importado
muy poco conocer aquellos países, esperando, dormidos en ensueños de gloria, que
las naciones americanas acudiesen a rendirnos pleito homenaje.
[La Reunión] Cree justo consignar ahora, que el Capitán D. Antonio García
Pérez, aparte el mayor o menor éxito o acierto que su esfuerzo alcanzó, ha demos-
trado extraordinaria laboriosidad y mucho amor al estudio. (...) Además de los cin-
co libros que hemos reseñado, dio a luz antes cuatro y tiene tres en preparación se-
gún anuncia en la portada de uno de aquellos (...) Todo esto realizado en un plazo
de tiempo relativamente corto, revela, como hemos dicho, gran aplicación y cons-
tancia en el estudio, cualidad siempre digna de elogio y que bien dirigida podrá ser
de resultados provechosos.
Aquella no fue la única ocasión en que los estudios de García Pérez re-
cibieron duras críticas por parte del mismo órgano. En efecto, apenas un
año después, en 1904, la citada comisión consultiva sería encargada de in-
formar sobre su obra Organización militar de México, cuando Antonio la
presentó, conjuntamente con otros estudios sobre Guatemala, Ecuador, Bo-
livia y Brasil, bajo el título general Organización militar de América, 1.ª par-
te, como aval para obtener una nueva recompensa. En el informe, firmado
el 29 de octubre de 1904, se le critica duramente la asunción de los postula-
dos del general Reyes como propios, por ser atentatorios al concepto histó-
rico de los españoles, señalando:
Uno de esos párrafos comienza así: ‹‹De la mezcla de conquistadores y cau-
tivos nace una nueva y ardorosa gente, que arroja al fin a los advenedizos, que
siempre engreídos, conservar quisieron el dominio, cansándoles, venciéndolos en
cruenta, prolongada guerra; y entonces se forma una nacionalidad heterogénea, la
nacionalidad mejicana, de distintos orígenes y etc››. El Capitán García Pérez dice
que copia esos renglones para rendir homenaje de respeto y consideración a su au-
tor al cual por gratitud dedica su trabajo; pero olvidó por lo visto otros respetos y
consideraciones más avenidos con las frases que hemos subrayado que parece in-
creíble figuren sin protesta en una obra presentada al Gobierno de España en sú-
plica de recompensa por un Oficial de su propio Ejército. Cierto es que el Capitán
García Pérez en el «Prólogo general» manuscrito con que encabeza el tomo que
ahora ha formado con sus cinco folletos, dice al referirse a diez y ocho de los ac-
tuales Estados americanos, entre los cuales alude a Méjico, que fueron «conquis-
tados a la civilización por el saber de nuestros misioneros y por la energía de nues-
tros caudillos», pero este «Prólogo general» es inédito, y el de la «Organización
militar de Méjico» fue ya publicado.
Para ser justos, hay que señalar que en las valoraciones de la Junta
Consultiva de Guerra para la concesión de recompensas se tomaban en
cuenta, en ocasiones, los informes que previamente habían remitido los su-
periores de los respectivos solicitantes, y que eran conocidos por la reunión
del arma o cuerpo correspondiente a la hora de elaborar el suyo. En los dos
casos citados para Antonio García Pérez, si bien el director de la Escuela
Superior de Guerra informó de las cinco obras evaluadas en 1903, sin gran-
des discrepancias respecto a lo que luego dijo la reunión, en la de 1904 no
consta ningún informe de su superior.
En contraste con estos juicios de sus propios compañeros, la valoración
de sus obras en la prensa, tanto civil como militar, suele ser mucho más
amable y laudatoria. Así, el Heraldo de Madrid señalaba el 19 de diciembre
de 1900, respecto al libro Una campaña de ocho días en Chile:
El capitán de Infantería, alumno de la Escuela Superior de Guerra, D. Antonio
García Pérez ha tenido el buen acuerdo de traducir al castellano una obra que, a pe-
sar de su brevedad resulta muy interesante, a la que añadió un notable apéndice con
observaciones y juicios propios. Trátase de «Una campaña de ocho días en Chile»,
reseña escrita por el general francés Lamiraux, y en la que describe la que en agos-
to de 1891 realizaron las fuerzas constitucionales de aquella República contra las
del dictador Balmaceda. (...) Todo esto aparece estudiado y descrito con gran exac-
titud y conocimiento de los hechos y de la ciencia militar por el general Lamiraux,
y ampliado en el apéndice por el capitán García Pérez, que traza admirablemente
el cuadro de las batallas de Concon y Placillas, continuando así la serie de estudios
sobre las guerras del centro y sur de América, de que forma parte la notable Guerra
del Paraguay, escrita por el capitán {sic} del ejército uruguayo D. Rafael Howard.
La cita a Rafael Howard y a la obra sobre la guerra de Paraguay, sor-
prende un tanto, ya que el mismo periódico había publicado también, el 24
de abril de ese mismo año, una reseña bibliográfica de la historia de la cam-
paña de Paraguay, de la que eran coautores el uruguayo y García Pérez, de-
dicando palabras elogiosas para ambos, aunque unos meses más tarde se
equivoque la cita. Así, se dice de la obra y sus autores:
Dos distinguidos oficiales, uno americano, D. Rafael Howard y Arrien, te-
niente de Artillería, agregado militar a la Legación del Uruguay en España, y otro
de nuestro Ejército, D. Antonio García y Pérez, capitán de Infantería, alumno de
la Escuela Superior de Guerra, acaban de publicar en Burgos un interesante tra-
bajo, cuyo título es el que antecede y en el que se relata con sobriedad, elegancia y
exactitud las campañas que desde 1864 a 1870 sostuvieron, aliadas, las tropas del
Uruguay, la República Argentina y el Brasil, contra las del Paraguay (...) Nada más
satisfactorio que ver unidas en un mismo libro las firmas de dos militares estudio-
sos, nacidos uno en la Península ibérica, otro en tierra americana; pero animados
ambos del mismo espíritu, poseedores del mismo lenguaje y dispuestos a emplear
sus esfuerzos en la descripción de hechos históricos que han de servir de enseñan-
za a los oficiales de uno y otro ejército. (...) la lectura de sus seis capítulos cautiva el
interés y la atención, haciéndonos conocer las pausas de la guerra y su curso, hasta
su terminación con la muerte de López (...) Sigan por el camino comenzado los se-
ñores García y Howard, aparezcan pronto los estudios sobre las campañas de Mé-
jico y del Pacífico, y los episodios militares en el Río de la Plata que nos anuncian,
y serán recibidos con igual favor que el volumen de que nos ocupamos, en justa re-
compensa a los talentos y laboriosidad de ambos autores.
Bibliografía
Arenas monreal, R.: Alfonso Reyes y los hados de febrero, México, Universidad Nacio-
nal Autónoma de México y Universidad Autónoma de Baja California, 2004.
Benavides hinojosa, A.: Bernardo Reyes. Vida de un liberal porfirista, Barcelona, Tus-
quets Editores, 2009.
1. Visiones de América
de diciembre de 1928, fecha en que, según Real Orden, García Pérez as-
cendió al empleo de coronel.
Resulta anecdótico que el autor escoja un poema para prologar su li-
bro, aunque se convierta en ecdótico cuando comprendemos que se trata
de una exaltada composición «original del inspirado vate Rey Soto» ponde-
1224). Componen el cuarto tomo los capítulos XIII (pp. 1225-1274), XIV
(pp. 1275-1318), XV (pp. 1319-1363), XVI (pp. 1364-1406), XVII (pp. 1407-
1454), XVIII (pp. 1455-1512) y XIX (pp. 1513-1574). Al quinto y último
pertenecen los capítulos XX (pp. 1575-1632) XXI (pp. 1633-1726), XXII
(pp. 1727-1842) y XXIII (pp. 1843-1857). La ingente obra se cierra con la
redacción final y reiterada del «Índice» (pp. 1858-1885) y una nómina de
«Mapas, planos y croquis de batallas y operaciones» (pp. 1886-1887). Como
es usual en la bibliografía de García Pérez, el colofón de la obra siempre lo
constituye una relación detallada de las «Obras del autor», publicadas, en
prensa y en preparación (pp. 1888-1889). Muy ilustrativos son los tres ca-
pítulos finales: En el XXI, que titula «Exámen crítico de ésta campaña»,
analiza las diferentes armas y mandos que componen el ejército norteame-
ricano: Infantería, Caballería, Artillería, Ingeniería, Sanidad Militar, Es-
tado Mayor, Marina. El XXII nos remite a un explicativo florilegio de las
«Biografias mas notables de federados y confederados», que eleva a prota-
gonistas de la historia. Y en el XXIII, la enjuta «Relación nominal y alfabé-
tica de los Estadistas, Marinos, Generales, Jefes y Oficiales, tanto del Norte
como del Sur, que se mencionan en este trabajo».
El capitán García Pérez tuvo intención de editar esta monumental obra
en la Biblioteca de «La Infantería Española» (Valladolid, Imp. de Juan R.
Hernando —calle Duque de la Victoria, 18—, 1903), aunque la edición
quedó interrumpida probablemente por la densidad documental y la ca-
restía consecuente. Se conserva una primera impresión parcial del primer
tomo que corresponde a los tres primeros capítulos, aunque el tercero que-
da inconcluso (como curiosidad señalamos que el texto impreso finaliza
en el epígrafe 27, correspondiente al B’ del manuscrito original, donde ad-
vertimos un ligero cambio, pasando de ser «Expedición del Norte contra el
fuerte Hatteras» a «Expedición de los federales contra el fuerte Hatteras»,
lo que es bastante usual en los procesos de edición). Un total de noventa y
seis páginas que evidencian el esfuerzo e interés de una obra que se hace
necesario recuperar. Sobre el general Pope y la Guerra de Secesión, remito
al excelente trabajo de R. Geoffrey Jensen recogido en este libro.
Con fecha de 1900, hallamos la Reseña histórico-militar de la campaña del
Paraguay (1864 á 1870) [Burgos, 1900, Imprenta de Agapito Díez y Compa-
ñía], escrita por el entonces capitán de infantería Antonio García Pérez en
colaboración con el oficial uruguayo Rafael Howard y Arrien, «Teniente de
Artillería, agregado militar a la legación del Uruguay en España». El libro
está dedicado por los autores al Sr. D. Thomas W. Howard, padre de Ra-
fael, «en testimonio de afecto y consideración distinguida» (15 de febrero de
La obra fue premiada con la cruz de 1.ª clase del Mérito Militar con dis-
tintivo blanco por Real Orden de 3 de mayo de 1901 (D. O. núm. 97), según
consta en el cursus honorum del entonces capitán de infantería y en las aden-
das de algunas de sus obras (García Pérez: 1911, 33; 1905, 41). En La Corres-
pondencia Militar del 6 de mayo de 1901 se hace mención a esta recompensa:
«Cruz de primera clase del Mérito Militar con distintivo blanco al capitán
don Antonio García Pérez, por su obra Reseña histórico-militar de la cam-
paña del Paraguay (1864 al 1870)». Asimismo se recoge esta distinción en el
periódico El País («Noticias de Guerra») de la misma fecha: «Al capitán de
Infantería, D. Antonio García Pérez, se ha concedido la cruz blanca del Mé-
rito Militar, por la publicación de la obra Reseña histórica de la campaña del
Paraguay». Sobre tan cruento enfrentamiento armado, remitimos al excelen-
te trabajo de la profesora Gabriela Dalla Corte, recogido en esta publicación.
En 1900, Antonio García Pérez, siendo alumno en prácticas de la Es-
cuela Superior de Guerra, editará Una campaña de ocho días en Chile (agos-
to de 1891), una obra compuesta de dos partes claramente identificadas: el
capítulo I corresponde a una correcta traducción del trabajo del general
francés Lamiraux, comandante de la 24.ª División de Infantería, a la que
se añadirá un segundo con el epígrafe «Apéndice», donde, según señala el
autor de la carta-prólogo (Madrid, 20 de octubre de 1900), Casto Barbasán
Lagueruela, comandante de Infantería y profesor de García Pérez en la Es-
cuela Superior de Guerra, se da a conocer
la relación circunstanciada de los dos hechos de armas principales de la campaña,
y forma un complemento indispensable del trabajo anterior, que viene á poner más
en relieve el mérito de las gran síntesis realizada por el General francés, al par que
evidencia, una vez más, las dotes que adornan a Vd., y el provecho que ha sacado
de las enseñanzas de la Escuela Superior de Guerra.
afortunados del documento mas antiguo.»— «Por cuanto llevo dicho respecto á
este libro y por el estilo adoptado por el autor, tampoco esta obra puede clasificarse
entre los estudios de crítica militar, sino entre las monografias de historia general
de aquellos paises».
Informe de la Reunión
Era evidente que les importaba más mantener el statu quo vigente que
iniciar cualquier proceso reformador y, por muy voluntarioso y franco que
se mostraba el capitán, el dictamen de la reunión sobre la obra es asaz lan-
cinante:
Todo este folleto parece redactado con alguna impremeditación y ligereza que
se revela hasta en el cálculo, á que ya aludimos del tiempo que el Uruguay nece-
sitaria para formar un número determinado de oficiales de Estado Mayor por el
procedimiento que propone. Para que el resultado del cálculo sea exacto hay que
suponer que solo se hiciera una convocatoria cada tres años; y sin embargo, la orga-
nización del cuadro de profesores, algunas observaciones que consigna, y el deseo
que manifiesta de llegar pronto al resultado, no parecen confirmar aquel supuesto.
que la obra dispuesta para el año 1902 vio la luz al año siguiente. Así, en la
primera página leemos que el libro se elaboró en la Imprenta del Cuerpo de
Caballería, situada en la calle San Lorenzo, 5, bajo, de Madrid, en 1902; y,
posteriormente, en la dedicatoria que García Pérez dirige a su compañero y
buen amigo Alfonso Bazaine y de la Peña, 2.º teniente de caballería, se seña-
la la fecha de enero de 1903, en Córdoba. Comienza este texto de cincuen-
ta y seis páginas, siguiendo el modelo general, con una «Reseña histórica de
la República de Bolivia» (pp. 9-15). Titula la segunda parte «Constitución y
reclutamiento» del ejército boliviano (pp. 17-21). «Grados, situaciones y asi-
milaciones» conforman la tercera (pp. 21-22). «Estado Mayor General» (pp.
23-25), «Infantería» (pp. 26-27), «Caballería» (pp. 27-28), «Artillería é Inge-
nieros» (pp. 28-29), «Sanidad militar» (pp. 29-30), «Administración Militar»
(pp. 30-31), «Clero militar» (p. 32), «Instrucción militar» (pp. 33-36), «Cuer-
pos de guarnición local» (pp. 36-37), «Ejercicios doctrinales» (p. 37), «Ali-
mentación y destinos civiles de las clases de tropa» (pp. 38-41), «Ascensos»
(pp. 42-43), «Licencias» (pp. 43-44), «Retirados, inválidos y montepíos» (pp.
44-46), «Bagajes, raciones de campaña é indemnizaciones de guerra» (pp. 46-
47), «Guardias de honor y escoltas» (p. 47), «Matrimonios de oficiales» (p. 48),
«Bendición de banderas ó estandartes» (pp. 48-49), «Enseña de los Cuerpos»
(p. 49) y «Bandera y Escudo de Armas nacionales» (pp. 49-50) completan este
análisis. Dos capítulos últimos aportan a la obra valores complementarios: la
reproducción de «La Constitución política de Bolivia» de 1880 que sanciona
y proclama la anterior Constitución de 1868, con las modificaciones acorda-
das por la Convención Nacional durante el tiempo de la presidencia de Nar-
ciso Campero; y los «Datos biográficos del Presidente de la República y Mi-
nistro de Guerra y Colonización», dos nombres señeros en la revivificación
de Bolivia tras «una centuria de luchas, odios y miserables rencillas» (García
Pérez: 1902, 56). El general José Manuel Pando, gladiador, héroe y revolu-
cionario, fue elegido presidente el 24 de octubre de 1899 y, durante el tiempo
de su mandato, se distinguió por sus dotes de geógrafo y estadista, ocultando
en su modestia la grandeza de su alma y sus ideas (García Pérez: 1902, 55).
De igual manera destaca la figura del general Ismael Montes, como ministro
de Guerra y Colonización, noble de ideas, amante del progreso y muy versa-
do en asuntos militares (García Pérez: 1902, 55-56). Gracias a la magna obra
de ambos, «Bolivia no tardará mucho en ser uno de los más prósperos Esta-
dos de la América meridional» (García Pérez: 1902, 56). Acerca de Bolivia
nos habla en esta obra la investigadora Lucía Rossel.
Antonio García Pérez compilará estos textos en un volumen único que,
ateniéndonos a lo que indica, debía ser el primero de otros futuros que
nunca llegó a escribir. Así, nos encontramos con una megaobra titulada
Organización militar de América —1.ª parte— Guatemala, Ecuador, Boli-
via, Brasil y México, integrada, como hemos señalado, por la sucesión de los
cinco libros impresos que había publicado con anterioridad en distintas fe-
chas; a los que añade, a mano, un prólogo general de una página y un ín-
dice común de cuatro; numerando una a una, también a mano, el conjunto
hasta las cuatrocientas páginas (Guatemala, 2-47; Ecuador, 48-98; Bolivia,
99-154; Brasil, 155-232, México, 233-400), y añadiendo un apéndice final de
mapas, banderas, escudos y distintivos.
El informe sobre esta compilación, firmado el 29 de octubre de 1904
por el capitán secretario Lino Sánchez, con el visto bueno del general pre-
sidente y el consenso de los miembros de la Reunión de Estado Mayor, no
puede decirse que fuera halagüeño. En él se describen con minuciosidad
fotográfica la forma y fondo del libro, imputándose al escritor la reutiliza-
ción de estudios, incluso ya publicados, con una escasa reelaboración, con
el solo fin de buscar nuevos reconocimientos y premios. Aunque García
Pérez había dejado constancia de este hecho, se le reprocha el uso de da-
tos estadísticos e históricos, procedentes en su mayor parte del Diccionario
enciclopédico hispano-americano, para prologar sus estudios de Guatema-
la, Bolivia, Ecuador y Brasil. También se califican sus trabajos de «me-
ras compilaciones de legislación militar de los países á que se refieren»,
sin contrastar si «tales preceptos se hallan aún vigentes ó fueron deroga-
dos por disposiciones posteriores». Asimismo se critica su forma de traba-
jar, recopilando datos a partir de consultas a personalidades y organismos,
pero faltos de investigación documental que, salvo casos puntuales, apoye
sus escritos. Y no se duda en afirmar que «los países á que se refiere obra
no pueden presentarse como modelos de organización militar, y no han
sido por lo tanto objeto preferente de estudio, en ese concepto, de nues-
tros tratadistas militares». A pesar de todo ello, la conclusión es positiva,
destacando que «el capitán García Pérez (...) es digno sin duda alguna de
elogio y consideración por un buen deseo de ser útil á sus compañeros y á
su patria, y por su infatigable laboriosidad». No es descartable que preci-
samente esta reconocida capacidad de trabajo y su fecunda producción in-
telectual, unidas a la novedad y liberalidad de algunos de sus juicios, des-
pertaran la rivalidad y hasta animadversión de sus colegas, lo que puede
columbrarse entre líneas en el prólogo de la obra, particularmente intere-
sante además por incidir temosamente en el sentimiento que impregna su
devoción americana, el injusto olvido de unos pueblos que son continua-
ción de nuestra historia:
La ignorancia unas veces y otras el odio, vierten sus implacables iras contra las
jóvenes Nacionalidades Americanas.
En libros y en periódicos estámpanse groseras calumnias contra los pueblos
del Nuevo Mundo, suponiendolos guiados por la torpe ambición de un Dictador
ó por el predominio absoluto de una casta social; corre asimismo como cierto que,
en aquellos 18 Estados conquistados á la civilización por el saber de nuestros mi-
sioneros y por las energías de nuestros caudillos, la inestabilidad detiene el benéfico
avance del progreso. Podrá ser cierta esta afirmación para alguno que otro Estado,
pero en falsa para la mayoría de ellos.
Y como semejantes fantasías trascienden el orden militar, mis trabajos de Or-
ganización no encierran otro objeto sino servir á la verdad y llamar la atención de
mis compañeros hacia la potencia militar de cinco Naciones del mundo de Colón.
El autor, Córdoba, 30 de agosto de 1903.
Bibliografía
Gahete Jurado, M.: México y España: la mirada compartida de Antonio García Pérez,
Bilbao/Córdoba, Iberdrola/Ánfora Nova, Colección páginas de historia, 2012.
García Pérez, A.: «Geografía y política colonial», en La Correspondencia de España,
13 de febrero de 1898.
— «Americanistas improvisados», en La Nación Militar, 30 de septiembre de 1900.
— Reseña histórico-militar de la campaña del Paraguay (1864 á 1870), Burgos, Impren-
ta de Agapito Díez y Compañía, 1900a.
— Una campaña de ocho días en Chile (agosto de 1891), Madrid, Publicaciones de los
Estudios Militares, Imprenta del Cuerpo de Artillería, 1900b (Reprint. Hong Kong: For-
gotten Books, 2013. Classic Reprint Series).
— Guerra de Secesión. El general Pope, Madrid, Tipografía El Trabajo, 1901a.
— Proyecto de nueva organización del Estado Mayor en la República Oriental de Uruguay,
Madrid, Publicaciones de los Estudios Militares, Imprenta del Cuerpo de Artillería, 1901b.
— Reflejos militares de América, Madrid, Imp. R. Velasco, Publicaciones de los Anales
del Ejército y de la Armada, 1902, 30 páginas.
— Organización militar de América. República del Ecuador, Madrid, Imp. R. Velasco,
Publicaciones de los Anales del Ejército y la Armada, 1902, 49 páginas.
— Organización militar de América. República del Brasil, Madrid, Imprenta del Asilo
de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, Publicaciones de los Anales del Ejército y la
Armada, 1902, 73 páginas.
— Organización militar de América. Guatemala, Madrid, Imprenta del Cuerpo de Ar-
tillería, Publicaciones de los Estudios Militares, 1902, 50 páginas.
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ría, Publicaciones de los Estudios Militares, 1902, 56 páginas.
— Guerra de Secesión. Historia militar contemporánea de Norte-América 1861-1865,
manuscrito, primeras pruebas incompletas en Valladolid, Imprenta de Juan R. Hernando,
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— Añoranzas americanas. Conferencia pronunciada en la noche del miércoles 21 de Di-
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— Braulio de la Portilla. Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio de 1909 (Meli-
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Vallinas, 1918, 95 páginas.
— Flores del heroísmo (Filipinas, Cuba y Marruecos), Madrid, Imprenta de Eduardo
Arias, 1919, 135 páginas, 2.ª edición.
— Tríptico de gloria. Cervantes, Vara de Rey, Benítez, Toledo, Imprenta del Colegio
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Jiménez Tejada, T.: «Añoranzas americanas», en Revista Católica de las Cuestiones So-
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Redacción: «Escuela de Estudios Militares», en La Correspondencia de España, 23 de
diciembre de 1904.
Redacción: La Época, 6 de febrero de1905.
Redacción: La Correspondencia Militar, 4 de marzo de 1905.
nía por costumbre, a petición de los autores, publicó una separata en forma
de libro-folleto, que llevaba impreso en la portada «Edición de regalo». El
librito se tituló Reflejos militares de América y en la portada se indicaba que
era una de las «Publicaciones de los Anales del Ejército y de la Armada».
Estaba impreso en Madrid por R. Velasco, en 1902.
Contenía los siguientes artículos:
— «Páginas militares de Chile».
— «México. Reveses y triunfos».
— «Recuerdos militares de cuatro Repúblicas sudamericanas (Ar-
gentina, Paraguay, Uruguay y Brasil)».
— «Dos hijos ilustres de Centro América y el Ecuador. Morazán y
Rodríguez».
— «El Perú ante la contienda del Pacífico. Grau y el “Huáscar”».
mulo superior al estricto cumplimiento del deber; descuella en todos los actos ofi-
ciales del pueblo chileno un ansia de grandeza y triunfos; su lema «por la razón o
por la fuerza» sintetiza su modo de proceder.
bre los sucesos de Chile, García Pérez tuviese en mente a la propia Espa-
ña, y que los valores y las virtudes que atribuye a la nación chilena fueran
los que en su interior deseara ver aplicados a su alrededor más cercano: las
previsiones del Gobierno, el arrebato inteligente de las multitudes, el cum-
plimiento estricto del deber, su ansia de grandeza y de triunfos, la voluntad
que vence, la tenacidad que destruye, la fiereza que pulveriza, la magnani-
midad que desarma, la nobleza que subyuga, componentes de la mayor de
las virtudes: «el alto concepto de la patria».
Con la emoción y el lirismo que sabe imprimir a todos sus escritos, lle-
ga a decir:
Chile no había heredado riquezas de España, ni fértiles provincias que cu-
briesen los gastos de una nación, mas como el pobre hidalgo, ascendió al pináculo
de la gloria apropiándose lo que España no utilizó en sus días de grandeza: valor
y patriotismo, hábilmente dirigido y cuidadosamente educado, sin quijotismos ni
alharacas.
La triste historia de este invento, que García Pérez narra con admira-
ción y simpatía, su olvido desgraciado a pesar la buena voluntad del cons-
tructor y del Gobierno ecuatoriano, le sirven de estímulo para entonar al
final un «¡Gloria pues al Ecuador que hace sesenta años fue la iniciadora
de los submarinos!».
gesta del almirante peruano Miguel Grau, capitán del navío monitor Huás-
car, que se enfrentó a los barcos chilenos y antes de caer muerto en comba-
te ordenó a la tripulación el hundimiento de la nave. Grau, considerado en
Perú el gran héroe de la guerra del Pacífico, se corresponde con el almiran-
te chileno Arturo Prat, máximo héroe naval, que murió en la cubierta del
propio Huáscar, tras ordenar el fallido asalto en un enfrentamiento anterior.
La noche del 21 de Mayo envolvió en sus lúgubres sombras los gloriosos restos
de las naves sacrificadas y en ella vió el Perú descender al ocaso el sol de sus Incas
y de sus ilustres recuerdos, si bien contempló orgullosa sobre los gritos, vítores, ca-
ñonazos y el rugir de la metralla la aparición de un astro sumergiendo en la cons-
telación de los héroes: Arturo Prat.
6. Reflexión final
Geoffrey Jensen
gran habilidad para obtener una publicidad considerable de una victoria re-
lativamente poco importante, y, como consecuencia de ello, se le concedió
el mando del Ejército del Mississippi, donde tuvo una buena actuación. Su
ascenso profesional prosiguió cuando le nombraron comandante del Ejérci-
to de Virginia en junio de 1862. Nada más asumir el mando, dictó una pro-
clama ante sus tropas digna de atención por su arrogancia y su osadía que
se reproduce en el manuscrito de García Pérez.
Pero Pope pasaría a la historia por su desafortunada actuación en la
Segunda Batalla de Bull Run, también conocida como la Segunda Bata-
lla de Manassas, que tuvo lugar en los últimos días del mes de agosto de
1862. El análisis de esta batalla que lleva a cabo García Pérez es uno de los
más acertados de su obra, pues, en lugar de limitarse a ofrecer una cróni-
ca convencional de los acontecimientos, realiza un estudio profundo, am-
plio y contextualizado. Es cierto que tanto su interpretación de la batalla
como las conclusiones que extrae —sobre todo en relación con la actuación
de Pope— contradicen en algunos puntos importantes la versión que de-
fienden la mayoría de los historiadores. Pero su examen de la contienda es
digno de atención, pues abandona el enfoque descriptivo que suele emplear
en el resto del manuscrito para estudiar el modo en que las distintas perso-
nalidades, los estilos de mando y los métodos tácticos se combinaron para
brindar una importante victoria al bando confederado.
Esta batalla había sido el punto culminante de una campaña ofensiva
que había lanzado el Ejército de Virginia del Norte al mando del general
Robert E. Lee contra el Ejército de Virginia de Pope, y en ella se había des-
plegado el tipo de movilizaciones de masas que suscitaron el interés por la
Guerra de Secesión de los analistas militares de la época y también de los
actuales. La contienda tuvo lugar a unos cuarenta kilómetros al sudoeste de
Washington, cerca de un nudo ferroviario de la línea de comunicaciones de
Pope donde el Ejército de la Unión contaba además con un enorme depósito
de suministros. Vulnerando las normas militares convencionales, ese mismo
mes Lee se había arriesgado a dividir su ejército para intentar ganarle la par-
tida a Pope, cuyas tropas excedían en número a las suyas. La batalla comen-
zó cuando las fuerzas del general confederado Thomas J. Stonewall Jackson,
al frente de veintitrés mil efectivos del ejército de Lee, alcanzaron el depósi-
to de suministros del nudo de Manassas y se apoderaron de él, entrando en
combate con las fuerzas de la Unión. Pope pensó en ese momento que se en-
contraba en condiciones de cercar y destruir el ejército de Jackson, que pare-
cía batirse en retirada. Pero, sin que Pope lo supiera, parece ser, el resto de las
tropas de Lee, al mando del general James Longstreet, se sumó a las fuerzas
de Jackson, de tal manera que el Ejército del Norte de Virginia se volvió a re-
unir. Las cinco divisiones de Longstreet abandonaron en aquel momento su
escondite y atacaron a las fuerzas de la Unión por el flanco izquierdo. Fue la
ofensiva simultánea de masas más importante de la guerra, pues las divisio-
nes de ataque de Longstreet contaban con unos veinticinco mil efectivos. Las
tropas de la Unión fueron aplastadas y tuvieron que emprender la retirada,
aunque los hombres de Pope se concentraron para defender su territorio, im-
pidiendo la derrota total. En cualquier caso la moral de la tropa estaba por los
suelos, y Pope decidió retirarse hacia el nordeste en dirección a Washington.
Según García Pérez, no había que culpar al «valiente e inteligente
Pope» del desastre que había asolado a la Unión cerca del nudo ferroviario
de Manassas, y tampoco a sus generales. En lugar de ello, «la causa de re-
veses tan continuados era la falta de noticias del adversario, el empleo poco
adecuado de la caballería y la mucha impedimenta que quitaba movilidad
a las columnas» (García Pérez: 1903, 634). Después, Pope había sufrido las
consecuencias de la profunda desmoralización de sus tropas y de la nega-
tiva de sus generales a obedecer sus órdenes (García Pérez: 1903, 647-648).
En su manuscrito, García Pérez examina algunos de los efectos colaterales
de la batalla, y explica que a Pope le habían retirado el mando de ese ejér-
cito y había sido destinado al oeste.
En realidad, la controversia en torno a la actuación de Pope en la bata-
lla aún no se había extinguido en la época en que García Pérez escribió su
manuscrito. Pope había culpado a uno de sus subordinados, el general Fitz
John Porter, de la debacle de Manassas, lo cual le había valido a este últi-
mo el oprobio y un juicio en consejo de guerra. Pero en 1879, una Junta de
Investigación exoneró a Porter y dictaminó que el principal responsable del
resultado de la batalla había sido Pope. Parece ser que García Pérez no es-
taba al tanto de la decisión de la Junta, quizá porque las fuentes que utili-
zaba no mencionaban este episodio.
Al margen de las dudas que podamos albergar en torno a la fidelidad
histórica del retrato de Pope que ofrece García Pérez, lo más interesante para
nuestros propósitos es averiguar por qué decidió prestarle tanta atención pre-
cisamente a este personaje. De todos los mandos importantes involucrados
en este episodio histórico, en el que encontramos nombres tan destacados
como el de Lee, Jackson, McClellan o William Tecumseh Sherman, Pope es
la única figura que García Pérez estudiaría en profundidad en otra obra, un
folleto de treinta y seis páginas que contiene material del manuscrito inédito.
De hecho, en esta breve obra, la única que publicó su autor sobre la Guerra
de Secesión, el principal tema de estudio es precisamente la figura de Pope.
Aunque es imposible saber con certeza qué fue lo que atrajo de Pope al
joven oficial español, existen varios factores que intervinieron en su decisión.
Si nos situamos en el nivel más elemental, podríamos decir que, a fin de
cuentas, Pope había decidido el resultado de una de las batallas más dramáti-
cas de la guerra. Además, era un personaje que se estudiaba en detalle y ocu-
paba un lugar prominente en las fuentes que había utilizado García Pérez
para escribir su manuscrito. Pero si profundizamos un poco más, no es difí-
cil advertir que era exactamente el tipo de personaje que atraía a García Pé-
rez. Como hemos visto, este último tenía una innegable predisposición a de-
fender las causas más insólitas, desde la del infante Alfonso de Orleans hasta
la de Francisco Javier Mina, un militar antimonárquico y partidario de los
mexicanos, sin olvidar su interés por la historia de las Américas en general.
De hecho, García Pérez pasó gran parte de su carrera literaria inten-
tando justificar la relevancia de la historia de este continente, un tema al
que sus colegas le prestaban una atención relativamente escasa. Por extraño
que parezca, los militares españoles mostraban una mayor predisposición
a estudiar las campañas europeas que sus propias experiencias coloniales
para extraer lecciones didácticas de historia militar, una práctica que ha-
bían advertido algunos oficiales perspicaces. García Pérez se hacía eco de
los lamentos de estos oficiales y se preguntaba: «¿Cuántos, por desgracia,
desconocen o si lo saben no quieren comprenderlo, las grandes epopeyas,
las cruentas campañas, las mil enseñanzas que la historia militar de Améri-
ca, de ese joven y hermoso continente […], ofrece a los militares y hombres
civiles?». Por el contrario, señalaba, los mandos militares españoles cono-
cían mejor conflictos como la Guerra franco-prusiana, la Guerra ruso-tur-
ca, y la Guerra ruso-japonesa (García Pérez: 1901, II). ¿Por qué, se pregun-
taba, debemos observar la historia militar de Europa, cuando las campañas
americanas ofrecen «un arsenal suficiente para multitud de ejemplos? Mi
afición extremada al estudio de las campañas americanas me ha mostrado
con una evidencia que no deja lugar a dudas que en aquellas guerras mu-
cho digno de estudio y no menos existe» (García Pérez: 1901, V).
La finalidad de los ensayos sobre Pope, sobre la Guerra de Secesión y
sobre Hispanoamérica que escribió García Pérez era precisamente subsa-
nar esta deficiencia de la cultura militar española. El autor lamentaba que
el ejército español no hubiera sido capaz de enviar una delegación a la Con-
ferencia Iberoamericana que se acababa de celebrar, una decisión que no
podía comprender dada la relevancia que tenía el continente para sus co-
legas de armas. En la introducción a su breve obra sobre Pope, explicaba
que lo que sucedía en las Américas debería interesar a todos los españoles,
«tanto por ser continuación de nuestra historia, cuanto por tratarse de com-
batientes que llevan inoculados en sus venas todos los vicios y virtudes de
nuestra raza». En un pasaje bastante extraño para una obra dedicada a la
historia de los EE. UU., García Pérez insistía en la herencia española de
«aquel continente, donde yacen sepultados millones de españoles, y donde
nuestra sangre ha sido tan pródiga; en aquella tierra que conserva nuestra
religión, idioma y costumbres […]» (García Pérez: 1901, I).
Es indudable que este interés por las Américas se debía en parte a las raí-
ces cubanas de García Pérez; había nacido en Puerto Príncipe, el Camagüey
actual, en el centro de la isla. Pero, al igual que muchos españoles de su época
—y a pesar de sus orígenes—, pensaba que, si bien el linaje y los rasgos inhe-
rentemente españoles de América Latina habían alcanzado su estado de ma-
durez después de que estos pueblos hubieran obtenido la independencia, las
raíces de sus logros se encontraban en la Península Ibérica. Discrepaba, sin
embargo, de la mayoría de los que defendían esta teoría en la medida en que
trasladaba muchas de estas generalizaciones culturales a Norteamérica. La
ideología de la «Hispanidad» era, por supuesto, un motivo muy extendido en-
tre los escritores civiles y militares vinculados a la Generación del 98, pero la
mayoría de ellos establecían distinciones explícitas y muy marcadas entre los
pueblos «anglosajones» y protestantes de Norteamérica y los pueblos del sur.
La tendencia de García Pérez a subrayar los rasgos comunes que a su
juicio compartían todos los pueblos americanos, desde el sur hasta el norte,
se revela sobre todo en la única obra sobre la Guerra de Secesión estadouni-
dense que llegó a publicar: su breve estudio sobre Pope. En la introducción
que escribió para este ensayo dedica bastante espacio a exponer sus teorías
panamericanas. En este texto identifica a varios personajes que en su opi-
nión encarnan la riqueza de la historia militar americana, y resulta bas-
tante significativo que incluya a Grant y a Lee junto a figuras tan destaca-
das de la historia de Hispanoamérica como Simón Bolívar y Benito Juárez
(García Pérez: 1901, II). Influido por el tipo de determinismo geográfico
presente en la literatura de la Generación del 98 y por la noción imprecisa
y variable de «raza» tan extendida en la cultura militar de la época, decide
hacer hincapié en los rasgos comunes de la historia militar panamericana y
de sus héroes, en lugar de subrayar las diferencias. En su opinión,
las guerras de América encierran enseñanzas preciosas; el genio de muchos Generales;
los inventos ocasionados en los momentos de mayor fragor en la pelea; los mil resortes
empleados para asegurar el éxito, la modificación introducida en las ramas del Arte
militar, etc., etc., ponen de manifiesto que las luchas sostenidas en al Nuevo Mun-
do son altamente instructivas. Desde la bahía de Hudson hasta el estatuario del Pla-
ta; desde las costas del Atlántico hasta las del Pacífico, […] (García Pérez: 1901, IV).
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Introducción
guay», mientras que en los ámbitos externos de los países actores predomi-
nó el nombre de «Guerra de la Triple Alianza» (Brezzo: 2004, 11).
Para describir la guerra que sufrió el Paraguay —ese país casi descono-
cido por entonces en la propia España—, Antonio García Pérez publicó en
1900 una interesante obra titulada Reseña histórico-militar de la campaña del
Paraguay (1864 a 1870). Como vemos, este joven autor español prefirió el con-
cepto de «campaña militar» para hacer referencia a todas las operaciones y ac-
ciones militares que transcurrieron en la misma zona geográfica y en el mis-
mo período, y que fueron ejecutadas por las fuerzas atacantes y defensivas.
Desde esta perspectiva historiográfica, García Pérez se centró en las operacio-
nes militares y en los combates que acompañaron a una sucesión de batallas
enlazadas, en las que cada fuerza militar procuró derrotar a las otras. Esta
obra dedicada a la campaña de Paraguay no fue su primera contribución his-
tórica, pero sí la más extensa y la más trascendente, ya que en sus páginas se
establecía claramente el criterio del autor sobre el papel ejercido por el ejército
como instrumento de análisis a la hora de reconstruir el protagonismo de la
guerra en la organización de los Estados nacionales del continente americano.
En efecto, antes de dar a conocer su primera gran obra historiográfi-
ca dedicada al Paraguay, García Pérez elaboró un pequeño texto bautiza-
do como Nomenclatura del fusil Mauser español, modelo 1893. Recién salido
de la Academia de Infantería con el cargo de teniente, Antonio dio a luz
esta contribución histórica por la que fue premiado con mención honorífi-
ca según Real Orden del 22 de febrero de 1896 (Pérez Frías: 2005, 319-320).
También cabe señalar que, en 1898, Antonio García Pérez reprodujo la lec-
ción ofrecida por Francisco Martín Arrúe en el Ateneo de Madrid y publicó
sus reflexiones en la obra titulada La Guerra de África de 1859 a 1860 (Jen-
sen: 2002, 173). Dos años después, en 1900, y cuando ya era capitán, dio a
luz el libro bautizado con el nombre de Una campaña de ocho días en Chile
(agosto de 1891). Por entonces también estaba en prensa su libro Estudio po-
lítico militar de la campaña de Méjico 1861-1867, prologado por el teniente
coronel Antonio Díaz Benzo, su profesor en el seno de la Escuela Superior
de Guerra, y que el autor dedicó a su padre, Bernardino García García, por
entonces comandante mayor del Regimiento de Infantería de la Lealtad.
Antonio también se encontraba preparando tres libros: uno sobre la
campaña del Pacífico; otro sobre los episodios militares en el Río de la Pla-
ta; y el último sobre la campaña de México de los años 1846 y 1848. Como
vemos, se trataba de reflexiones acerca de la antigua dominación española
en América, a sabiendas de que él mismo había nacido en uno de esos do-
minios, en este caso en Cuba. Por ello, García Pérez editó también diver-
Ecuador y Colombia. Ante las protestas que se levantaron por todas partes,
Antonio García Pérez comparó esta guerra con la de los Estados Unidos:
No bastaba reunir los hombres, armarlos, organizarlos mal o bien en compa-
ñías y estas en batallones; era necesario pagarlos, equiparlos, alimentarlos, curando
y transportando los enfermos y heridos. Desde luego, nada estaba dispuesto, era ne-
cesario improvisarlo todo y conducirlo al teatro de la guerra, Dios sabe de qué dis-
tancia. Se utilizaron todos los recursos del país, carretas de bueyes, caballos, carnes
saladas, etc.; se aportaron medicinas de todas partes, y se trató de inculcar las re-
glas de la disciplina a aquellas tropas que no tenían más que nociones de un valor a
toda prueba. Los que tengan una idea del extraño caos del que surgió el magnífico
ejército federal en la guerra de Secesión de Estados Unidos, se figurarán igualmen-
te lo que sería Concordia, sobre todo teniendo en cuenta la actividad de los hom-
bres del Norte y el temperamento algo indolente de los que habitamos el Centro y
Sur de América (García Pérez: 1900, 32).
de abnegación, de la del mundo antiguo; digna es, pues, de figurar la raza paragua-
ya al lado de aquella otra que asombró a la humanidad por el genio de sus hijos y
la nobleza de sus matronas (García Pérez: 1900, 125-126).
Pero a partir de esto, la crítica más importante que hacía Márquez Val-
dés era que la obra había sido elaborada en Europa, escrita por alguien que
no había participado en la guerra y dirigida a la población española. El au-
tor había utilizado un título que no coincidía en absoluto con el texto de-
finitivo, el cual también acumulaba el mal gusto y la extraviada conciencia
histórica del militar que no había vivido la guerra del Paraguay. El urugua-
yo insistía en que el libro carecía de una reflexión penetrante al referirse a
la hostil invasión que hizo Brasil a Uruguay en 1864. Según él, el español
no había podido dilucidar el motivo de la guerra, ya que solo había bosque-
jado a grandes rasgos la situación política del Uruguay. Seguía así a los es-
critores uruguayos que reclamaban a los ensayistas extranjeros su falta de
interés en defender la República Oriental.
La invasión provocada por el Imperio de Brasil en Uruguay era, según
Márquez Valdés, el inicio de la Guerra de la Triple Alianza, y por ello se
centraba en dos de los mensajes de García Pérez: la intervención brasilera
en la República Oriental en octubre de 1864 y la muerte del mariscal Ló-
pez. En primer lugar rechazaba la afirmación de que Uruguay había ata-
cado el territorio del Imperio del Brasil y reforzaba el principio de que este
último había invadido sin previa reclamación. Para él, el ejército regular del
Brasil había declarado la guerra de facto el 6 de diciembre de 1864 al inva-
Márquez Valdés comprobó que diferían sobre el efectivo de las tropas, pero
que los aliados llegaron a nueve mil quinientos efectivos, frente a los para-
guayos que no sumaron ni tres mil hombres.
Márquez Valdés empezó por el general León de Pallejas, quien en su
Diario de Campaña afirmó que el ejército paraguayo llegaba a tres mil veinte
hombres, una cifra que también afirmaba por entonces el ingeniero inglés co-
ronel George (Jorge) Thompson, quien durante años estuvo al servicio de los
presidentes Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López. En ca-
lidad de ingeniero, acompañó a Bernardino Caballero en la construcción de
las trincheras de Curupaití. Posteriormente levantó las fortificaciones de Pi-
quisiry y de Lomas Valentinas. En el año 1868 fue capturado y escribió su re-
lato sobre la guerra (Thompson: 1869). Márquez Valdés precisamente repro-
ducía la afirmación de Thompson de que los paraguayos llegaron a tres mil.
Para el autor, «las noticias dadas por el ingeniero Thompson son dignas de
crédito, porque su conducta correcta en el Paraguay y los juicios imparciales
que sobre la guerra, la alianza y López emitió después, han rodeado su nom-
bre de respeto y consideración». La obra de Thompson —una fuente común
para todo aquel que pretendía verificar la información sobre la guerra (Ro-
dríguez Alcalá: 2003)— coincidía, según Márquez Valdés, con la de Pallejas.
En síntesis, Thompson y Pallejas eran dos autores «fidedignos» que le servían
de «únicas fuentes de información, y sus vistas llenarían cumplidamente el
objeto propuesto». Según él, quienes modificaban ese número de soldados en
manos paraguayas pretendían, en realidad, desfigurar los hechos para salvar-
se de críticas acerbas que les llovían encima (Márquez Valdés: 1901b, 223).
Márquez Valdés se centró entonces en José Cándido Bustamante, quien
de secretario particular del general Flores durante la revolución oriental de
1863 se convirtió en organizador y jefe del batallón Voluntarios de la Liber-
tad. Fue él quien actuó en la acción militar de Yatay y quien señaló, en una
carta conservada en la Biblioteca Nacional de Uruguay, que las fuerzas pa-
raguayas llegaban a cuatro o cinco mil hombres. Según Márquez Valdés,
Bustamante había aumentado el número de soldados paraguayos y «solía
extremar la nota de la exageración; de ahí que viese las pobres huestes pa-
raguayas con los ojos de su fantasía y con la alucinación que producen las
primeras victorias» (Márquez Valdés: 1901b, 225).
Le tocó el turno al general paraguayo Francisco Isidoro Resquín, au-
tor del libro Datos Históricos que publicó en 1896. La obra de Resquín era
para Márquez Valdés «una recopilación aumentada y caprichosamente co-
rregida de la declaración que él mismo prestó en Humaitá ante los brasi-
leros, después de hecho prisionero en Cerro-Corá». En este caso, Resquín
Reflexiones finales
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1. Antecedentes
que declaraba «los guanos situados al sur del paralelo 23° de latitud meri-
dional como propiedad de la República, por estar dentro de los límites del
territorio» (Bulnes: 1955a, 34).
La protesta de Bolivia no se hizo esperar. Producto de la vaga delimita-
ción heredada de la colonia con la adopción del uti possidetis de 1810, Chile
incluía como parte de su territorio por el norte hasta el paralelo 23°; por su
parte, Bolivia consideraba como límite sur el paralelo 26°.
La guerra contra España (1865-1866) vino a calmar momentáneamen-
te los exaltados ánimos, producto de numerosos incidentes como el apresa-
miento de naves cargueras y la destrucción de faenas «no autorizadas» que
trataban de hacer respetar sus derechos de extracción de guano por parte
de particulares premunidos de patentes de explotación entregados por am-
bos Gobiernos, todo esto en los territorios comprendidos entre los paralelos
23° y 26°.
El tratado de 1866 fue la consecuencia del acercamiento entre Chile y
Bolivia, producto de la guerra contra España. Este consideraba que
El límite internacional será en adelante el paralelo 24°, el que fijarán en el te-
rreno por medio de señales visibles y permanentes desde el Pacífico hasta los lí-
mites orientales de Chile. No obstante lo anterior, se permitirán por mitad entre
Chile y Bolivia los derechos de exportación que paguen el guano y los minerales
de la zona comprendida entre el paralelo 23° por el norte y el 25° por el sur (Bul-
nes: 1955a, 37).
Esta fue quizás la razón que motivó el tratado secreto firmado entre
Perú y Bolivia el 6 de febrero de 1873 y que pavimentará el camino que
condujo a la guerra.
El historiador peruano Mariano Paz Soldán señala al respecto:
... la verdadera causa de la guerra declarada por esta nación (Chile) al Perú y Boli-
via en 1979, la que precedió a todo juicio, a toda liberación; la que daba cierto im-
pulso a las relaciones políticas y comerciales de Chile con sus vecinos del norte, era
la ambición de ensanchar su territorio a costa de éstos; los guanos de la costa y las
salitreras de Atacama y Tarapacá embargan pues la codicia del gobierno y del pue-
blo chileno (Paz Soldán: 1979, 83).
3. Campaña marítima
Chile, a raíz del último conflicto con España, después del bombardeo a
Valparaíso el 31 de marzo de 1865, comprendió que el dominio del mar era
imprescindible, ya que, impotente, sufrió la humillación de no poder defen-
der su puerto principal.
Perú contaba con los blindados Huáscar e Independencia, y Chile con el
Cochrane y el Blanco, buques que se podrían considerar de primera línea.
Los blindados peruanos eran más rápidos y los buques chilenos de mayor
calado. Ambos beligerantes contaban además con algunas fragatas y cor-
betas de vela. Chile poseía una escuadra superior a la peruana y Bolivia no
disponía de una fuerza naval.
3.1. comparación de fuerzas navales de chile y Perú
3.1.1. Chile
Los oficiales peruanos eran buenos profesionales, pero les faltaba ma-
yor contacto con el mar y estaban muy politizados debido a los continuos
cuartelazos, mal instalado en el Perú de aquella época, por lo cual la dis-
ciplina no podía ejercerse debidamente a bordo de los buques de guerra.
Las tripulaciones eran mediocres, por no decir deficientes, y gran par-
te de los artilleros, tanto en los buques como en los fuertes, eran chilenos, a
quienes hubo que licenciar y tomar gente nueva, la gran mayoría de diver-
sas nacionalidades (Fuenzalida: 1975, 663).
Cabe mencionar que los chilenos licenciados aprovecharon para regre-
sar a su país y muchos se incorporaron a su escuadra. Algo parecido pasó
con los cientos de obreros y trabajadores chilenos que habían migrado a la
provincia de Tarapacá —provincia a la sazón peruana, que perdió como
consecuencia de la guerra— para explotar los minerales del salitre, que,
al ser hostigados y luego expulsados de esos territorios, se transformaron
en los más entusiastas reclutas de los regimientos que se movilizaron para
acudir al llamado de su patria.
3.1.3. Las operaciones de la campaña marítima
4. Operaciones terrestres
El coronel Wilhelm Ekdahl Auglin, autor del quizás mejor texto mili-
tar que se ha escrito sobre esta guerra, titulado Historia Militar de la Guerra
del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia, en su introducción señala que «esta
guerra podría ser llamada la guerra de las improvisaciones, de los pequeños
ejércitos, de las grandes distancias y de los largos plazos» (Ekdahl: 1917, 3).
En efecto, Chile tuvo que enfrentar esta guerra de manera improvisa-
da. No existía un plan de guerra, entendiendo por tal un conjunto de pre-
visiones encaminadas a impulsar la capacidad militar de un país hacia la
victoria en caso de guerra, elaborado por un órgano técnico y aprobado por
la autoridad política del Estado (Arancibia: 2007, 179).
Al respecto el historiador chileno Gonzalo Vial Correa señala:
«Preparación» chilena de la guerra. Y es que bajo Errázuriz y luego bajo Pinto,
los chilenos juzgaron inverosímil, inconcebible, la guerra con Perú y Bolivia. Por
consiguiente, no la prepararon... con una sola pero decisiva excepción: el encargo a
Una mirada desde un punto de vista neutral, por decirlo así, nos la po-
drían aportar los historiadores estadounidenses Simon Collier y William F.
Sater, quienes afirman:
Los apologistas de los aliados derrotados han descrito a Chile como la Prusia
del Pacífico —una nación depredadora en busca de cualquier excusa para empezar
una guerra con sus desafortunados vecinos—. El puro sentido común indica otra
cosa. En 1879, las fuerzas armadas chilenas eran pequeñas en tamaño, pobres en
pertrechos y, debido a que muchos oficiales debían su alto rango a relaciones polí-
ticas, eran deficientes en su comando (Collier y Sater: 1998, 129).
InFanTeRía
aRTIlleRía
caBalleRía
ToTal eSTIMado
cuadro comparativo general al momento del inicio del conflicto (eMge: 1981, 108).
cañones 16 16 21 37
ametralladoras 2 2 4 6
A pesar de que las cifras que se muestran son producto de una aproxi-
mación a lo señalado por diferentes historiadores (chilenos, peruanos y bo-
livianos), nos permiten tener una idea sobre los potenciales enfrentados en
el momento del inicio de las hostilidades. Reflejan una clara ventaja de las
fuerzas de la alianza Perú-Bolivia frente a las de Chile y ponen en duda la
afirmación que este se habría preparado, organizado y deseado la guerra
con el solo fin de expandir sus territorios hacia el norte.
4.1. Primeras operaciones
... el pequeño ejército de Línea de 1879 fue la espina dorsal del que improvisaron
las necesidades de la campaña. Los soldados veteranos pasaron a ser cabos y sar-
gentos y los oficiales se distribuyeron en los nuevos cuerpos y les inculcaron la dis-
ciplina que había sido la gloriosa escuela de ellos (Bulnes: 1955a, 127).
4.2.1. El escenario
(Toro Dávila: 1969, 68). El apoyo de fuego naval y el empuje de esta primera
oleada permitieron ganar el espacio suficiente para proteger la llegada de un
segundo y tercer grupo de desembarco hasta completar una fuerza de tres
mil soldados, que fueron capaces en las horas siguientes de romper la resis-
tencia y moverse tierra adentro. Al final del día, un ejército expedicionario
de diez mil hombres había desembarcado en el puerto capturado.
Una vez conquistado el puerto, los buques transporte pudieron acercarse
a tierra y desembarcaron al resto del ejército. Se tomaron medidas para ase-
gurar el normal abastecimiento de las tropas y muy en especial el agua pota-
ble, que sería de un valor inapreciable para la continuación de la campaña.
Entre el 4 y el 5 de noviembre, el ejército expedicionario se mantu-
vo concentrado en Alto Hospicio, preparándose para operar hacia el inte-
rior del territorio peruano. Se enviaron patrullas de reconocimiento hacia
el norte y el sur. Hacia el norte se encontraba el ejército del presidente Hi-
larión Daza con una fuerza aproximada de dos mil trescientos hombres y
hacia el sur, las fuerzas comandadas por el general peruano Juan Buendía
y Noriega, con una tropa estimada en nueve mil hombres entre peruanos
y bolivianos, que se dirigía desde Iquique hacia el norte para enfrentarse a
la fuerza invasora.
4.2.3. Combate de Pampa Germania
Una de las patrullas, enviada hacia el sur y compuesta por dos compa-
ñías del Regimiento de Caballería Cazadores con ciento setenta y cinco ji-
netes (AHMCH: 2010, 68), al mando del teniente coronel de milicias José
Francisco Vergara, que se desempeñaba como secretario del general en jefe
—luego de la muerte del ministro en campaña, Rafael Sotomayor, asumi-
ría ese alto cargo—, después de reconocer la línea férrea y verificar el estado
de los pozos de agua tuvo un encuentro con un destacamento de caballería
aliada, que el historiador peruano Carlos Dellepiane cifra en noventa jine-
tes aunque otras fuentes chilenas lo consideran superior a cien (Dellepiane:
1941, 138), pertenecientes a los Húsares de Junín y Húsares de Bolivia. El
combate fue un choque de ambas caballerías y ante la superioridad, tanto
en número como en calidad, de las fuerzas chilenas, según el parte entre-
gado por el propio teniente coronel José Francisco Vergara, perecieron entre
cincuenta y sesenta jinetes aliados, entre ellos el jefe de las fuerzas, teniente
coronel José Buenaventura Sepúlveda; y fue tomado prisionero el teniente
coronel Ricardo Chocano junto a otros oficiales y soldados. Las bajas chi-
lenas fueron tres muertos y seis heridos. A partir de este combate y duran-
te el resto de la guerra, la caballería aliada eludiría enfrentarse a la chilena.
las fuerzas aliadas, que se habían reunido en cantidad de cinco mil, se en-
contraban descansadas y se aprestaban a marchar hacia Arica por los con-
trafuertes cordilleranos.
El general Escala, quien ya se había sumado a las fuerzas que se en-
contraban en Dolores, decide enviar una fuerza de dos mil hombres al
mando del coronel Luis Arteaga. Después de dos días de marcha y agota-
das las reservas de alimentos y agua, en la noche del 26 al 27 de noviem-
bre deciden atacar al alba, divididos en tres columnas para «sorprender» a
las fuerzas aliadas, que, según Vergara, se encontraban con la moral baja
(AHMCH: 2010, 139).
Recuperadas de la sorpresa inicial, las fuerzas aliadas efectúan un fuer-
te contraataque, especialmente contra la columna al mando del tenien-
te coronel Eleuterio Ramírez, comandante del Regimiento 2.° de Línea,
que avanzaba por el fondo de la quebrada, quien lucha hasta ser ultimado.
La derrota de las fuerzas chilenas dejó un resultado de quinientos treinta
muertos y ciento ochenta heridos. Los aliados, por su parte, tuvieron dos-
cientos treinta y seis muertos y doscientos sesenta y un heridos.
Al concluir esta batalla, el general Buendía inicia una penosa marcha
hacia Arica abandonando la provincia de Tarapacá. A su llegada, el almi-
rante Lizardo Montero lo somete a juicio acusándolo de traición.
La campaña de Tarapacá trajo profundas consecuencias. El presidente
de Perú, Ignacio Prado, se retira del teatro de operaciones (se encontraba en
Arica), se dirige a Lima y luego se embarca rumbo a Europa con el propósi-
to de comprar armas y buques para continuar la guerra. El coronel bolivia-
no Eleodoro Camacho destituye al general Hilarión Daza, reemplazándo-
lo por el general Narciso Campero, quien asume la presidencia de Bolivia.
Chile queda en posesión de la provincia de Tarapacá, lo que le permite
iniciar la explotación de sus riquezas asegurándose a la vez una «prenda»
para negociar la paz en condiciones ventajosas.
4.3. campaña de Tacna y arica
habían reivindicado los derechos chilenos al sur del paralelo 23° y se con-
taba con la rica provincia de Tarapacá para obligar al Perú y Bolivia a una
negociación compensatoria. Pero faltaba someter al ejército aliado, que se
encontraba aún en el sur del Perú con una fuerza importante y que reorga-
nizado podría amenazar las conquistas efectuadas por Chile.
Convencido finalmente el presidente Pinto de que las operaciones de-
bían continuar, se reorganiza el ejército en cuatro divisiones con una fuer-
za de catorce mil quinientos hombres, más cinco mil quinientos que que-
daron en el territorio de Tarapacá. Se potenció el Estado Mayor, se nombró
jefe de Estado Mayor al coronel Pedro Lagos, se creó el cuerpo de ingenie-
ros, se reestructuró la intendencia, se mejoró la sanidad en campaña y se
incrementó la artillería con nuevo material Krupp.
A la escuadra se le asignó la misión de bloquear los puertos y caletas
entre Arica y Mollendo, procediendo a bombardear las instalaciones por-
tuarias, lo que causó fuertes reclamos de los países neutrales.
Chile, prácticamente dueño del mar, podía escoger libremente dónde ata-
car para someter a las fuerzas aliadas del sur. El ejército expedicionario des-
embarcó en dos núcleos, el 25 de febrero de 1880 en Ilo y el 1 de marzo en
Pacocha, dando inicio a la campaña. Cumpliendo la idea del presidente Pin-
to, quedó allí estacionado en actitud defensiva y en contacto con el litoral, a
la espera de ser atacado por las fuerzas del almirante Montero, jefe en ese
momento del ejército aliado. Transcurrido un mes de espera, el ministro So-
tomayor se convenció de que había que ir en busca del enemigo. El ejército
aliado estaba dividido en tres núcleos: en la zona de Tacna y Arica, trece mil
hombres; en Moquegua, unos mil cuatrocientos soldados al mando del coro-
nel Andrés Gamarra; y en Arequipa, al mando del coronel Segundo Leiva,
había unos cuatro mil efectivos. En total sumaban más o menos veinte mil
hombres de los cuales unos cuatro mil eran bolivianos (AHMCH: 2010, 145).
Serias discrepancias entre el ministro Sotomayor y el general Escala
provocan la renuncia del general en jefe. El recién nombrado jefe de Estado
Mayor, coronel Pedro Lagos, es enviado a Santiago para informar al Go-
bierno sobre la situación del alto mando y las operaciones se inician sin co-
mandante en jefe y sin jefe de Estado Mayor.
Finalmente, el Gobierno de Santiago decide efectuar los desplazamien-
tos necesarios para ir en busca de las fuerzas aliadas del sur. Al general Ma-
nuel Baquedano, que era comandante general de la caballería, se le asigna
la misión de atacar las fuerzas de Moquegua, para lo cual se organiza una
división con tropas de infantería, artillería y caballería, con un total de dos
mil hombres.
y para resistir tan violento ataque tuvimos que retirarnos como una cuadra, para
reconcentrarnos (Producto de haber agotado las municiones la 1.ª división detuvo
el ataque y las fuerzas aliadas aprovecharon para salir de sus posiciones y contraa-
tacar, con la llegada de la 3.ª división y reamunicionados, se reinició el ataque). La
retirada se hizo paso a paso y con mucho orden; hasta que se creyó conveniente.
El enemigo al pasar sobre nuestros heridos los destrozó a bayonetazos, llenan-
do nuestros corazones de odio.
Inmediatamente que se oyó el de «a la carga atacameños» todos prorrumpie-
ron en un entusiasta ¡Viva Chile! cargaron con furia sobre los peruanos que, cre-
yendo cierta nuestra retirada, venían muy risueños y contentos.
Hicieron alto y nos esperaron a pié firme; pero cuando se convencieron que
nuestra carga era hecha con la resolución de vencer o morir, empezaron a ceder
poco a poco hasta que se convirtió en verdadera fuga.
El miedo les dio alas, pero no los puso tan fuera del alcance de nuestras balas
que les hacían numerosas bajas. Los heridos fueron muertos a culatazos, en retor-
no de lo que habían hecho con los nuestros. ¡Ellos lo quisieron así! (El contingente:
1881, 413 y 414).
No será posible extenderse sobre esta batalla, una de las más cruentas
de toda la guerra; se combatió con fiereza por parte de ambos ejércitos, im-
poniéndose finalmente la superioridad de un mando centralizado y la dis-
ciplina y arrojo del soldado chileno, que enfrentó a un adversario tenaz y
valeroso que solo al haber sido rebasado en casi todo su frente se desmora-
liza y se desintegra. El autor francés Claude Michel Cluny describe el mo-
mento culminante de la batalla, afirmando lo siguiente:
En el centro y la derecha, dos divisiones intactas se abalanzan al asalto de las
posiciones de Castro Pinto y Montero, machacadas por los obuses. Aprovechando
las ondulaciones del terreno, los chilenos, que descubren repentinamente su gru-
po de maniobra, acaban de desmoralizar a los defensores de la meseta Intiorco, ese
«Campo de la Alianza» donde se desploman las esperanzas de dos ejércitos pri-
vados tanto de política como de estrategia. Son las tres de la tarde; ni los coman-
dantes de unidad sobrevivientes ni el general Campero, quien trata de levantar los
ánimos en torno a una bandera peruana, pueden retener a unos combatientes cuya
determinación ha caído de golpe, como se rompe una cuerda. Cuando los boquetes
entre el humo y el polvo los revelan, los batallones chilenos parecen innumerables.
A las tres y media de la tarde, atacando a bayoneta calada, dominan la escarpadu-
ra y ven huir, entre el polvo y el temor, a los abrumados y derrotados soldados de la
Alianza. Los primeros fugitivos, entre ellos la caballería, tan mediocre que no en-
tró en batalla, se encuentra ya en las inmediaciones de Tacna. Entonces, la ciudad
se ve invadida por una tropa desalentada, desorientada... (Cluny: 2008, 345).
Al caer la noche quedan en el campo más de cinco mil muertos o he-
ridos, de los que, por falta de atención sanitaria, la mayoría no sobrevivirá.
Solo las bajas del ejército chileno, entre muertos y heridos, alcanzaron los
dos mil ciento veintiocho hombres (HMCH: 1997, 157), alrededor de un
20% de su fuerza total; el Regimiento Atacama tuvo un 40% de bajas. A pe-
sar de la victoria obtenida por las armas chilenas, la cantidad de caídos se-
ría motivo de preocupación por parte del Gobierno y aparecerían críticos al
general Baquedano en cierta prensa santiaguina.
Como consecuencia inmediata de la batalla de Tacna o del Alto de la
Alianza, Bolivia, aunque no abandonó políticamente a su aliado, ya no
participaría con fuerzas durante la guerra.
4.3.3. Asalto y toma de Arica
A pesar de que parte importante del ejército de línea del Perú fue destrui-
do en la batalla de Chorrillos, Nicolás de Piérola insistió en defender Lima
5. Fin de la guerra
Batalla de Huamachuco
10 de julio de 1883
BRASIL
PERÚ
Combate de Sangra
26 de julio de 1881
Campaña de la Sierra
Combate de La Concepción
SANGRA 9 y 10 de julio de 1882
ICA
Expedición a Mollendo
9 al 12 de marzo de 1880
BOLIVIA
AREQUIPA
Combate de los Ángeles
22 de marzo de 1880
MOLLENDO MOQUEGUA
LOS ÁNGELES
ILO Combate de Tacna
Buena Vista 26 de mayo de 1880
Campaña de Tacna-Arica TACNA
ARICA Asalto de Arica
7 de junio de 1880
CAMARONES
Batalla de Dolores
PISAGUA DOLORES 19 de noviembre de 1879
Desembarco de Pisagua
Campaña de Tarapacá 2 de noviembre de 1879 TARAPACÁ
IQUIQUE Combate de Tarapacá
27 de noviembre de 1879
(Antigua frontera
peruano-boliviana)
Combate de Pampa Germania
2 de noviembre de 1879
Batallas Combate de Calama
Desplazamientos fuerzas: 23 de marzo de 1879
chilenas COBIJA CALAMA
peruanas
bolivianas Ocupación de Antofagasta
MEJILLONES CARACOLES
14 de febrero de 1879
ANTOFAGASTA CHILE ARGEN
Bibliografía adicional
ahmch (Atlas Histórico Militar de Chile), Santiago de Chile, Ediciones Academia de
Historia Militar, 2010.
cje (Comandantes en Jefe del Ejército de Chile): Historia Biográfica 1813-2002, San-
tiago de Chile, Instituto Geográfico Militar, 2002.
El contingente de la Provincia de Atacama en la Guerra del Pacífico, Chile, Copiapó,
1881, tomo II.
emge (Estado Mayor General del Ejército): Historia del Ejército de Chile, Santiago de
Chile, Talleres de Impresos Vicuña, 1981, tomo V.
hmch: Historia Militar de Chile, Santiago de Chile, Biblioteca Militar, Estado Mayor
General del Ejército, 3.ª edición, 1997, tomo II.
Introducción
proceso histórico, nos obliga a explorar cómo llegamos a ese momento. Por
lo tanto, aprovecharemos la oportunidad de rescatar la Revolución de 1891
que nos brindó el capitán García Pérez, utilizándola como eje central para
entregar una mirada rápida y particular del camino recorrido por Chile en
el siglo xix, lo que nos conducirá a la revolución y al cruce de la frontera del
1900, que empezará a poner orden en un Chile convulsionado.
La presencia española en América, y particularmente en Chile, nos
legó algo más que el idioma: nos dejó la forma de pensar, la estructura
política, el respeto a la autoridad del rey que, a la vista de Mario Góngora
(1994), se transformó en el respeto a la autoridad nacional. Es este hecho
específico el que tomará dimensiones encontradas y, al final del siglo,
desembocará en la Revolución de 1891, al entrar en conflicto la autoridad
presidencial con el poder legislativo.
Veamos algunos elementos influyentes en nuestro proceso histórico.
Los sucesos provocados por el avance de Napoleón en la Península Ibérica
motivaron que en las colonias se conformaran juntas de gobierno para res-
guardar la autoridad del rey. Chile no fue ajeno a ello y, en el año 1810, se
conformó la Primera Junta Nacional de Gobierno con el propósito de man-
tener la lealtad al monarca. Con el tiempo, ésta, junto a la capacidad de sus
integrantes y el darse cuenta de que podíamos gobernarnos solos, reforzado
por acontecimientos mundiales como fueron la independencia de Estados
Unidos y la misma Revolución francesa, empezó a generar los impulsos ne-
cesarios para pensar en la independencia nacional.
Es decir, esa Primera Junta Nacional de Gobierno fue también el pri-
mer impulso del proceso de independencia de Chile que pronto se mate-
rializaría a través de las guerras de independencia que abarcaron, en una
primera parte, hasta 1818.
Importante resulta la posibilidad de observar en el tiempo estos hechos
particulares. Con una mirada interesante, Góngora plantea que «la nacio-
nalidad chilena ha sido formada por un Estado que ha antecedido a ella»
(Góngora: 1994, 37), lo que marca la diferencia con Perú y México, países
que, a la llegada de los españoles, contenían en sus espacios geográficos
grandes culturas que han sobrevivido en el tiempo por su cosmovisión y
por la enseñanza que aún entregan en diferentes aspectos, desde el traba-
jo de la tierra y las comunicaciones hasta los conocimientos astronómicos.
Esa formación de la nacionalidad chilena es también un hilo conduc-
tor desde el cual podemos derivar a aspectos sociales, culturales, militares,
económicos, etc.; y cualquiera que sea el área que investiguemos, encontra-
remos alguna señal que nos demuestre que nos fuimos construyendo como
Esta primera visión general está plagada de detalles que van estable-
ciendo la historia. Al existir innumerables visiones sobre cómo se construía
el Chile que queríamos, muchas teorías respecto del poder y del manejo de
este, numerosas influencias de las ideas ilustradas desarrolladas en Europa,
y un gran peso de la Iglesia católica frente a un laicismo que avanzaba, es
decir, numerosas ideas políticas en juego, para descubrir el último cuarto
del siglo xix y la transición a la siguiente centuria nos adentraremos en al-
gunos de ellos, siempre con la perspectiva de que fue durante el 1800 cuan-
do Chile se independizó y comenzó un recorrido hacia la conformación de
la República. La primera parte de la historia.
Parecieran lejanos, pero hay dos factores en el escenario internacional
que marcaron alguna influencia en lo que sucedía en América. Aprove-
chando esta «mirada compartida», los expondremos solo como hechos, sin
hacer un mayor análisis de ellos. El primero de estos eventos posibles de
considerar fue la batalla de Trafalgar de 1805, cuya consecuencia más re-
levante para Chile fue que restó el dominio del mar a España y lo dejó sin
el principal sostén del ejercicio del poder español en sus potestades ameri-
canas. Por lo tanto, lo único que quedó de ese ejercicio fue la lealtad al rey,
que se vio alterada en 1808 con las invasiones napoleónicas y el nombra-
miento de José I como nuevo monarca; es decir, la presencia española en el
escenario americano se sostuvo en esos años en los virreinatos y, en el caso
de Chile, en la fuerza del virreinato de Lima.
En el plano de los precursores de la patria, debemos considerar la edu-
cación de nuestros próceres. En primer lugar, es necesario destacar que
Bernardo O’Higgins, nacido en Chillán en 1778, cursó sus primeros años
en su pueblo, pero rápidamente fue enviado a Lima, sede del virreinato,
para luego finalizar su educación en Londres, donde observó los procesos
de decadencia del absolutismo y la implantación del parlamentarismo ab-
sorbió las ideas libertarias de Francisco de Miranda. O’Higgins regresó a
Chile a los veinticuatro años, en 1802, convirtiéndose en diputado por Los
Ángeles en el Primer Congreso Nacional de 1811.
Por otro lado, José Miguel Carrera, hijo de un vocal de la Junta de Go-
bierno, era un criollo independentista que vivía su vida a gran velocidad, lo
que le significó ser enviado primero a Lima y luego, en 1807, a España, don-
de se enroló en los Voluntarios de Madrid para combatir contra Napoleón,
alcanzando el grado de sargento mayor en 1810. Regresó a Chile en 1811 y,
tras sendos golpes de Estado, se convirtió en líder del Congreso Nacional y
de la Junta de Gobierno, provocando la renuncia de O’Higgins a aquella
instancia. Carrera promovió el primer ensayo constitucional en 1812.
Estos pudieran ser, desde el punto de vista del autor, los hechos que
afectaron el escenario e influyeron en los sucesos y procesos que se desa-
taron en América y, particularmente, en Chile cuando el 18 de septiembre
de 1810 se instituyó la Primera Junta Nacional de Gobierno, que buscó se-
guir gobernando lealmente al rey Fernando VII —capturado por el ejér-
cito napoleónico y, por tanto, imposibilitado de gobernar—, pero a la vez
tomando, de las ideas ilustradas, el paso de la soberanía desde el monar-
ca absoluto al pueblo. El ejercicio del poder, la influencia de las ideas de la
Ilustración llegadas de Europa, la independencia de Estados Unidos y la
fuerza de la voluntad para salir de la hegemonía española, hicieron que esta
Junta de Gobierno se convirtiera en el primer impulso libertario de Chile.
El Chile que se estaba formando era una estructura que se debatía en-
tre sus ansias de libertad y la presencia realista en la sociedad chilena. En
1814 hubo un giro en estos avances republicanos que se habían dado, como
la instauración del primer Congreso Nacional y el primer ensayo constitu-
cional de 1812. El regreso de Fernando VII al poder significó una intensa
y potente campaña militar por la reconquista de América; por lo tanto, los
esfuerzos de independencia se transformaron en una guerra contra España.
Las ideas de libertad se confundieron con las ambiciones de poder pro-
pias de hombres de armas y políticos que buscaban imponer sus ideas en
un Estado naciente. Esta dinámica fue generando distintos golpes de Esta-
do, comenzando con la dictadura de José Miguel Carrera. La lucha militar
por la independencia se confunde, entonces, con la lucha política de los lí-
deres por el poder en un proceso que termina en dos momentos específicos.
El primero de ellos está marcado por la derrota en Rancagua el 2 de octu-
bre de 1814, muestra de la potencia de la reconquista española y la desinte-
ligencia política chilena que tuvo como consecuencia el buscar la forma de
salir de la derrota y no abandonar los ideales independentistas, optando por
reorganizarse en Mendoza. Y, en segundo lugar, cuando ese ejército derro-
tado en Rancagua y transformado en el Ejército de los Andes, luego de un
cruce ejecutado con una sincronización digna de un ejército veterano por el
Y de ello dan cuenta los esfuerzos por normar la vida social y política:
Entre 1810-1814 se dictaron tres reglamentos constitucionales, los que dada su
limitada preceptiva no merecen la denominación de Constitución. Un rasgo carac-
terístico del pensamiento de la emancipación en nuestro país es la creencia en la
eficacia todopoderosa de las leyes. Se estima que una buena Constitución puede
construir un buen país. En consecuencia, la actividad política se centró, por más de
una década, en la elaboración de una Constitución que terminara con el desorden
administrativo y fiscal (http://enlaces.ucv.cl/educacioncivica).
Es muy probable que Santa Cruz haya pensado que, muerto Portales,
Chile no insistiría en su esfuerzo bélico; sin embargo, la Guerra contra la
Confederación Perú-Boliviana se convirtió en una realidad y el 15 de sep-
tiembre de 1837, al mando del almirante Manuel Blanco Encalada, zarpa
la Expedición Restauradora desde Valparaíso para desembarcar en Chilca,
Perú, el 4 de octubre. Esta primera incursión terminó en un fracaso y, pro-
ducto de la posición desventajosa de las tropas chilenas, Blanco optó por
firmar el Tratado de Paucarpata, y las tropas chilenas abandonaron el terri-
torio peruano el 17 de noviembre de 1837.
Antes planteamos lo que señala Góngora, que las características de la
nación chilena se habían conformado en la guerra y las dificultades. Las
crónicas locales demuestran que los habitantes de Valparaíso, y posterior-
mente de otros lugares del territorio, se manifestaron en contra del acuer-
do y ofrecieron sus personas y sus bienes para «lavar la afrenta» del trata-
do. Ante el clamor popular y el convencimiento del riesgo de mantener a la
Confederación de Santa Cruz en nuestra frontera, el Gobierno desaprobó
este pacto, lo que fue apoyado en el Congreso, manteniéndose las hostili-
dades.
El 10 de julio de 1838 zarpó desde Valparaíso la Segunda Expedición
Restauradora al mando del general Manuel Bulnes Prieto y, luego del de-
sarrollo de su planificación, ocupó Lima el 21 de agosto de 1838. El 20 de
agosto de 1839, en la batalla de Yungay, el Ejército Restaurador de Bulnes
derrotó definitivamente a las fuerzas de Santa Cruz poniendo fin a la Con-
federación Perú-Boliviana, restableciendo la independencia de Perú y Boli-
via y eliminando el peligro hegemónico de las ideas de Santa Cruz.
Al término de este conflicto se empezó a construir lo que Portales so-
ñaba para Chile, que se quedó con el dominio del Pacífico sur, lo que le
permitio un desarrollo comercial y un lugar de prestigio en América. Una
constitución sin discusiones propició la estabilidad política, a lo que se
sumó un general victorioso que, gracias a su capacidad y crédito, se con-
virtió en presidente de Chile durante dos períodos consecutivos (1841-1846
y 1846-1851). A tal punto llegó su reputación que en 1851, cuando entregó
el mando de la República, se levantó una revolución en Concepción como
protesta por el nombramiento de Manuel Montt como presidente de Chile.
El general Bulnes, que acababa de entregar su cargo, fue nombrado gene-
ral en jefe del Ejército con la misión de restablecer el orden interno, lo que
logró en un corto período de tres meses.
Durante esta época, especialmente con el gobierno de Bulnes, existió
un gran auge económico que Eyzaguirre describe como
los adelantos de la industria y de las artes, que caminan por nuevos derroteros; el
cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación
de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la ma-
yor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos,
juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la
contienda (http://www.vatican.va).
Hacia el fin del siglo, las cuestiones política y social alteraban a la so-
ciedad chilena. El auge del salitre mostraba grandes avances urbanísticos
en Santiago; el reordenamiento social, las pasiones de las ideas que gira-
ban en la política y el poder que se hacía visible, y a veces disponible, en
otras se ocultaba. Alrededor del gobierno de Balmaceda existía también
otro grave problema representado por su relación con la Iglesia. Monse-
ñor Carlos Oviedo Cavada describe la actitud del clero ante los sucesos
políticos del país:
Nos situaremos, en particular, ante el clero del Arzobispado de Santiago, ya
que allí es donde tendrían lugar las más decisivas e importantes luchas políticas. El
clero de Santiago había sufrido muy de cerca la política anticlerical de los liberales,
que había llegado a su mayor grado de odiosidad durante la vacancia del Arzobis-
pado, por las llamadas luchas teológicas. (El Presidente) Santa María había lucha-
do en toda forma por imponer en el Arzobispado al canónigo Francisco de Paula
Tafaró, que era rechazado por la mayor y más influyente parte del clero de Santia-
go, por gran parte de los católicos y por el Partido Conservador. Y no sólo rechaza-
ban este candidato, sino que las miras estaban puestas en que ocupara ese cargo el
Por lo tanto, las relaciones con la Santa Sede estaban cortadas y Balma-
ceda había sido el ministro de Relaciones Exteriores de Santa María, razón
por la que monseñor Oviedo señala que el problema no le era ajeno.
Ya instalado Balmaceda en el gobierno desde 1886, avancemos hacia la
Revolución de 1891, que quebró a la sociedad chilena y al Estado y acabó
con la vida del gobernante.
Al comienzo de nuestro ensayo señalamos que el capitán español de in-
fantería Antonio García Pérez había escrito una interesante obra llamada
Una campaña de ocho días en Chile, que nos permite indagar en la historia de
nuestro país para llegar a un punto en que podamos explicar el relato que
García Pérez hace de las batallas de Concón y Placilla, los últimos enfren-
tamientos de un conflicto de política interna transformado en guerra civil.
La guerra civil de 1891 no es un golpe de Estado o un cuartelazo. Ya
hemos podido asomarnos a algunos aspectos que han ido conformando a
la sociedad chilena. La disputa entre conservadores y liberales, las guerras,
la influencia de la Iglesia, los conflictos sociales producto de la industriali-
zación, las ideas ilustradas importadas desde Europa, las ambiciones, el di-
nero, el poder, la Constitución de 1833 y un presidencialismo exacerbado
con las posteriores modificaciones que intentan restar poderes al Ejecutivo
dando paso a un parlamentarismo modelo chileno y otras causas se fue-
ron incorporando a un proceso que en algún instante estalló. Brian Love-
man señala que «existe evidencia para apoyar todas las versiones del con-
flicto» (Loveman: 2001,152); por lo tanto, teniendo presente esa premisa,
nos adentraremos en los distintos vericuetos de una guerra como esta.
Si pudiésemos observar con la distancia necesaria, se podría señalar
que la Revolución de 1891 fue el resultado de la modernización. En el cen-
tro del país se debatía la política y en los extremos sur y norte se producían
los ingresos. La movilidad social se aceleraba, las élites variaban. El poder
de los conservadores se encontraba amenazado por un avance de las ideas
liberales que capturaban a las élites intelectuales y buscaban la forma de
hacer retroceder el poder de la Iglesia a través de un laicismo en la política
y en la educación. El Chile de la Constitución de 1833 había cambiado; sin
embargo, la forma en que el presidente Balmaceda observaba los procesos
no había cambiado. Aun cuando alcanzó el poder con los liberales, perte-
la letra y en el espíritu una prerrogativa del presidente (art. 73, n.º 6). Jun-
to con esto, esta alianza opositora inició un manejo de los tiempos para la
aprobación de los proyectos, lo que produjo un descontento en la población;
«por si esto fuera poco, el presidente también debió enfrentarse a la prime-
ra ola de huelgas seria en la historia chilena: ésta paralizó el puerto de Iqui-
que y se extendió por la pampa salitrera hasta Valparaíso, Concepción y las
minas de carbón de Lota» (Collier y Sater: 1998, 144). Toda la infraestruc-
tura productiva de Chile se encontraba paralizada con los desórdenes con-
siguientes y la represión resultante, con enfrentamientos que derivaron en
numerosos muertos. La oposición y el Gobierno tenían la sensación de que
habría una salida violenta al problema. En este cuadro, la oposición presio-
naba a Balmaceda, hasta que logró que el presidente les diera la posibilidad
de intervenir en sus designaciones, consiguiéndolo no solo una vez, sino en
repetidas oportunidades, considerándose como el primer paso hacia un ré-
gimen parlamentario, como se demostró en uno de los últimos cambios: «El
15 de octubre de 1890, después de varios fracasos sucesivos para formar un
gabinete del agrado de la mayoría del Congreso, el Presidente llamó a don
Claudio Vicuña para encargarle la organización de un nuevo Ministerio»
(Bravo: 1946, 36). Balmaceda a estas alturas había perdido todo el apoyo con
que asumió su gobierno. «La oposición contaba con el apoyo avasallador de
la clase política como un todo y, durante 1890, la sensación de crisis inmi-
nente se hizo cada vez más fuerte» (Collier: 1998, 144). Bañados describe las
contradicciones del mandatario cuando sentía que intentaban doblegarlo:
En diversas ocasiones, cuando sentía hasta el fondo de su honrado corazón la
espuela clavadora de invasiones de poder, de las usurpaciones a sus prerrogativas
constitucionales y de públicas muestras de desconfianza a su carácter de hombre y
a su honor de Mandatario (....) nada decía y nada anunciaba; pero se traslucía que
estaba dispuesto a todo antes de aparecer en la historia como consintiendo en el
desmedro de la autoridad pública (Bañados: 2005, 284).
Tal como señala Loveman, existe evidencia para todas las versiones y
habiendo llegado al punto del quiebre institucional intentaré incorporar,
además de mi versión, el apoyo de diferentes historiadores para hacer más
objetivo este momento.
Existe coincidencia en que la escalada de la crisis se aceleró cuando el
Congreso Nacional no aprobó el presupuesto ni las Fuerzas de Mar y Tie-
rra en 1891, por lo que se inició una veloz pugna por imponer las visiones
de cada bando. La tensión fue evidente y el camino a la crisis institucional
estaba decidido. La oposición necesitaba llegar al 1 de enero de 1891 sin el
presupuesto aprobado ni el ordenamiento de las Fuerzas de Mar y Tierra.
Esto obligó al presidente a ejercer sin una Ley de Presupuestos, que deter-
mina y regula los recursos que el Estado autoriza, y sin la conformación de
las instituciones armadas; es decir, lo instaló fuera de la ley o, mejor dicho,
lo convirtió en dictador.
El historiador Alejandro San Francisco transcribe en una de sus obras
una conversación, reproducida por el escritor Emilio Rodríguez Mendoza
en una crónica, entre el orador parlamentario Eulogio Altamirano y el pre-
sidente del Senado, Víctor Reyes, en diciembre de 1890, a muy pocos días
del plazo final:
—El Ejército —contestó el Señor Altamirano— pide dinero; pero la Marina
anda bien.
—El hecho que el Ejército piense de un modo y la Marina de otro —replicó el
Sr. Reyes— significa la guerra civil, de la cual se alejan mis principios, sin descono-
cer que el Congreso tiene derecho a hacer respetar sus prerrogativas constituciona-
les (San Francisco: 2008, t. 2, 50).
éxito a las tropas gobiernistas. La falta de apoyos, dado el dominio del mar
de los congresistas y la imposibilidad de llegar por tierra, hicieron que los
gobiernistas abandonaran la zona y marcharan hacia el norte para alcanzar
Arica el 20 de marzo.
La movilidad que entregaba a las fuerzas congresistas el control de la es-
cuadra y el dominio del mar les permitió rápidamente conquistar el control
de las guarniciones de Iquique, la zona interior de la provincia, Antofagasta,
Calama y, posteriormente, Arica y Tacna. Toda la zona norte del país estaba
en poder de las tropas congresistas o parlamentarias. En esta situación,
el 12 de abril de 1891 queda acordada la formación de una Junta de Gobierno com-
puesta de tres miembros. Presidente de ella quedó designado el capitán de navío
y Comandante de la Escuadra don Jorge Montt y como vocales los señores Waldo
Silva y Ramón Barros Luco, Vicepresidente del Senado y Presidente de la Cámara
de Diputados respectivamente (Bravo: 1946, 53).
Con ese espíritu, las fuerzas congresistas avanzaron hacia el sur y al-
canzaron Quintero el 20 de agosto de 1891. Habían pasado siete meses y
medio y se acercaba la parte final, ya sobre Valparaíso y Santiago. En este
momento comienza el relato del capitán García Pérez sobre la Campaña de
ocho días en Chile, donde detalla con gran acierto los momentos del desem-
barco y del avance, y señala que
para ser llevada a cabo con éxito, necesitaba de una energía extraordinaria en las
tropas; durante ocho días de campaña, fue preciso apelar a todos los medios para
sobrellevar tan gran número de dificultades y evitar desmayase tan bisoño ejército
en su arriesgada empresa (García Pérez: 1900, 42).
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Bañados, E. J.: Balmaceda, su Gobierno y la Revolución de 1891, Santiago de Chile,
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Basadre, J.: La iniciación de la República: contribución al estudio de la evolución po-
lítica y social del Perú, Lima, UNMSM, Fondo Editorial, 2002, tomos I y II, 1929-1930.
Anexo 1
Manifiesto a la nación del presidente José Manuel Balmaceda
Hoy día 1° de enero de 1891 me encuentro gobernando a Chile en las mismas condi-
ciones que durante todo el mes de enero y parte de febrero de 1897: sin ley de Presupuestos
y sin que haya renovado la ley que fija las fuerzas de Mar y de Tierra.
Todos los Presidentes desde 1833 hasta la fecha, con excepción de uno solo, hemos
gobernado la República durante años, meses o días, pero siempre por algún tiempo, sin
ley de Presupuestos y sin la que fija las fuerzas de Mar y Tierra. Nadie había creído hasta
este momento que los Presidentes constitucionales de esta Nación culta y laboriosa, nos
hubiéramos convertido en tiranos o dictadores, porque en los casos de omisión voluntaria,
negligencia u otro motivo, para cumplir el Congreso con el deber constitucional e inelu-
dible de concurrir oportunamente a la formación de las leyes de Presupuestos y que fijan
las Fuerzas de mar y Tierra, continuaremos, en obedecimiento a un mandato fundamental
y expreso de la Constitución, administrando el Estado y extendiendo nuestra autoridad a
todo cuanto tiene por objeto la conservación del orden público en el interior, y la seguridad
exterior de la República.
Ni en la sesión ordinaria, ni en la prorrogada de septiembre, ni en la extraordinaria
de octubre, se aprobaron las leyes de Presupuestos y que fijan las Fuerzas de Mar y Tierra.
Se clausuró el Congreso en octubre, es verdad, pero por motivos que expondré en el
orden de las ideas y de los hechos que me propongo enunciar. No he convocado después
al Congreso, porque en el ejercicio discrecional de mis atribuciones más privativas, debía
convocarlo según el juicio o el criterio que yo formara acerca de la actitud que asumiría la
mayoría parlamentaria.
Esa actitud ha sido conocida de todos.
En nombre de un pretendido régimen parlamentario, incompatible con la República
y el régimen popular representativo que consagra la Constitución, se ha querido por cau-
sas exclusivamente electorales, adueñarse del gobierno por ministros de la confianza de la
mayoría del Congreso.
En la prensa y en actos oficiales de la Coalición, se ha declarado en términos los más
perentorios, que la mayoría del Congreso tiene el derecho de no cumplir con el deber
constitucional de aprobar oportunamente las leyes que afectan a la existencia misma del
2. Nueva España
3. Nueva Granada
que cayeron prisioneros durante la retirada y fueron fusilados por Páez, re-
cibieron también la Cruz Laureada; la misma recompensa que se concedió
al teniente del Regimiento de Numancia Francisco de Aragón, que cayó
prisionero y más tarde fue rescatado.
El avance de Bolívar hacia Caracas sería detenido en La Puerta (16 de
marzo de 1818) por Morillo, al que acompañaban en esta victoriosa batalla
los brigadieres Francisco Tomás Morales y Miguel Luciano de la Torre. El
segundo de ellos se había enfrentado meses antes a tropas de Bolívar en el
hato La Hogaza (2 de diciembre de 1817), derrotándolas y siendo recom-
pensado por ello con la Cruz Laureada de San Fernando. El general De la
Torre había tomado parte en la Guerra de la Independencia con el empleo
de subteniente, cayendo herido por primera vez en Medellín y por segunda
en Ocaña. En 1815, ya coronel, formó parte de la expedición a América al
mando de Morillo, siendo ascendido a brigadier un año más tarde y cayen-
do muy pronto herido de gravedad. Sustituyó a Morillo en 1820 como gene-
ral en jefe y al año siguiente sufrió una gran derrota en Carabobo. Abando-
nado el virreinato, desempeñaría durante quince años el cargo de capitán
general de Puerto Rico, mereciendo su labor de pacificación, organización
y construcción de obras públicas la Gran Cruz de San Fernando en 1825 y
al año siguiente el ascenso a teniente general.
Bolívar puso sitio el 26 de marzo de 1818 a la población de Ortiz, de-
fendida por el general De la Torre al mando de fuerzas muy inferiores que,
no obstante, impidieron que fuese tomada, consiguiendo evacuarla una vez
Bolívar desistió del cerco. El capitán Víctor Urquiza, del Regimiento Expe-
dicionario de Valencey, que se encontraba en ese día de avanzada al man-
do de una compañía, detuvo el avance de los cerca de tres mil hombres del
ejército de Bolívar, rechazando a la bayoneta hasta seis ataques, para así
dar tiempo a la división a tomar posiciones, resultando herido de gravedad
y siendo premiada su actuación con la Cruz Laureada de San Fernando.
Había terminado la Guerra de la Independencia con el empleo de teniente,
embarcando al año siguiente hacia Costa Firme acompañando a Morillo, a
cuyas órdenes intervino en la toma de la isla de Margarita, resultando heri-
do poco después. Fue herido de nuevo al año siguiente y en 1818 participó
en las batallas de El Sombrero, La Puerta y Ortiz (26 de marzo de 1818).
El 2 de mayo siguiente, fuerzas realistas al mando de Sebastián de la
Calzada derrotaron a las independentistas de José Antonio Páez en Co-
jedes. En este combate el capitán Antonio López de Mendoza cargó a la
bayoneta sobre las líneas enemigas al frente de la Compañía de Tiradores
del Regimiento de Hostalrich, perdiendo más de las dos terceras partes de
4. Perú
En los primeros años de guerra, en el virreinato del Perú, peleó sin des-
canso el general Toribio de Montes, quien había desempeñado en 1804 el
cargo de capitán general de Puerto Rico, cuya parte francesa consiguió re-
cuperar en 1808. Más tarde, fue nombrado subinspector general de las tro-
pas veteranas y de milicias del Perú, y en 1811 presidente de la Audiencia
del Barrio se puede leer que al mando de la 1.ª División del Ejército Real
del Perú se halló «en varias acciones y frecuentes marchas, habiendo atrave-
sado en todas 24 veces la Cordillera de los Andes».
Pero todavía continuaría la resistencia española. Era Callao el más im-
portante puerto marítimo del Perú, situado a escasos kilómetros de Lima
y con una espaciosa bahía cerrada por varias islas y protegida por robus-
tos fuertes entre los que destacaba el del Real Felipe, levantado en el si-
glo xviii para defensa contra piratas y corsarios. Desde los inicios de la gue-
rra de emancipación había sufrido esta población frecuentes ataques de los
independentistas, tanto desde mar como desde tierra, pero los realistas con-
siguieron mantenerlo en su poder hasta que en 1821 hubo de capitular su
guarnición debido a la falta de alimentos y a las enfermedades. La situación
de la fortaleza no varió hasta que en febrero de 1824 se sublevó su guarni-
ción, que se pasó a las filas realistas. La capitulación de Ayacucho no fue
aceptada por Rodil, gobernador militar del Callao, que continuaría la re-
sistencia amparándose en los fuertes de aquella población. Disponía Rodil
de tan solo dos mil ochocientos combatientes, sin esperanza alguna de re-
cibir refuerzos al haber desaparecido del Perú los restos del ejército y de la
escuadra. Durante catorce meses, del 9 de diciembre de 1824 al 23 de enero
de 1826, resistieron aquellos valientes un duro asedio por mar y tierra, has-
ta que, una vez agotados los víveres, consumida hasta la carne de caballo y
de otros animales marítimos y terrestres, después de recibir desde mar y tie-
rra más de veinte mil balas de cañón de grueso calibre, trescientas bombas
e innumerables proyectiles de metralla, la guarnición se vio reducida como
consecuencia del fuego enemigo, las privaciones y la peste a tan solo cua-
trocientos hombres, casi todos enfermos de escorbuto e incapaces de prestar
ningún servicio, lo que obligaría a Rodil a capitular.
Por esta heroica defensa fueron recompensados con la Cruz Laurea-
da de San Fernando los siguientes oficiales del Arma de Infantería: maris-
cal de campo José Ramón Rodil Gayoso, coroneles Isidro de Alaix Fábregas
y Pedro Aznar Martín, teniente coronel Antonio Marzo, comandantes José
Rafael Basabe Esquivel, Benito María Miranda y Fernández Valdés y Ber-
nardo Villarón Acero, capitanes Juan Álvarez Mijares y José Luis Mellid
de Bolaño y teniente José Ignacio Tíscar Herrero, y el capitán de Artillería
Francisco Duró López.
Rodil había dejado la carrera de Derecho para alistarse en el ejército
al estallar la Guerra de la Independencia, que terminó con el empleo de
teniente. En 1816 embarcó hacia el Perú encuadrado en el Regimiento de
Infantería Expedicionario del Infante Don Carlos (el nombre por el que
5. Río de la Plata
mayor de Córdoba, capitán José González, que fue llevado a Buenos Aires,
encerrado en la cárcel conocida como la Cuna y condenado a muerte.
La buena o mala suerte uniría a los dos militares, Ansay y González, y
a los dos civiles, Torres y Gómez de Liaño, a quienes en el mes de septiem-
bre se les conmutó la pena de muerte por confinamiento de diez años en el
fuerte de Carmen de Patagones, en la desembocadura del río Negro.
Ya en la Patagonia, tuvieron que emplear cerca de dos años hasta con-
seguir sobornar a parte de la guarnición y formar un grupo dispuesto a
huir de su confinamiento. El 21 de abril de 1812 consiguieron hacer prisio-
nero al comandante militar del fuerte y a continuación Torres se hizo car-
go de la administración de la provincia. Pronto se les presentó la ocasión
de partir cuando de Buenos Aires llegó un bergantín del que se apodera-
ron, pero al tratar de salir del río Negro al mar fue lanzada la embarcación
contra la costa. Hubo que esperar al mes de mayo para que les llegase otra
oportunidad, esta vez el queche Hiena, a cuyo capitán y parte de la tripula-
ción apresaron. Dueños del barco, lograron llegar a Montevideo, donde hi-
cieron donación del mismo al Gobierno, para a continuación partir hacia la
Península, a la que llegaron en el mes de diciembre. Se suscitó una peque-
ña controversia cuando Torres y Gómez de Liaño fueron propuestos para
la Cruz Laureada, al tratarse de civiles y no estar contemplado el caso en el
reglamento, pero las Cortes decidieron concedérsela en sesión de 27 de no-
viembre de 1813. También la recibió el capitán José González, pero no así
Faustino Ansay por motivos que se desconocen.
Montevideo no resistiría durante mucho tiempo. Vigodet fue vencido
en la batalla del Cerrito (31 de diciembre de 1812) y la escuadra realista des-
arbolada en los combates navales que tuvieron lugar los meses de marzo
y mayo de 1814, con lo que la ciudad se vio obligada a rendirse el siguien-
te 23 de junio, mientras Patagones era recuperada por los insurrectos en el
mes de diciembre. Vigodet regresó a España y allí fue recompensado con la
Gran Cruz de San Fernando por su defensa de Montevideo.
Hemos dejado para el final a un controvertido personaje que vivió de
cerca todo el proceso de emancipación de Hispanoamérica, al que se en-
frentó decididamente, tratando no solo de ponerle freno sino de recondu-
cirlo a su situación anterior. Se trata de Isidro Barradas Valdés. Había na-
cido en Tenerife pero muy pronto se trasladó con su familia a Venezuela,
entrando a servir a los veinte años en el Cuerpo de Milicias. Comenzó en-
tonces una lucha sin descanso, primero contra los corsarios ingleses y más
tarde contra los independentistas; apresó barcos y participó en la toma de
San Fernando de Apure, donde, como comandante militar de la plaza y al
Enrique Hernández
Introducción
Ponsonby, quien partió desde Devon a fines de marzo de ese año, reci-
bió la orden de lord Canning de desembarcar en Río de Janeiro para ma-
nifestar a los ministros brasileros las bases sobre las cuales se deseaba ne-
gociar. Ponsonby debía evaluar la disposición del emperador al respecto y
ofrecer su mediación para trasladar a Buenos Aires las contraofertas que el
monarca creyera convenientes (Carta de Canning a Ponsonby, Londres, 18-
III-1826, NA, Londres, Leg. 6-12).
puerto libre para todas las naciones, firmando un tratado de comercio, na-
vegación y paz con Buenos Aires que garantizara a sus barcos la exención
impositiva en dicho puerto (Carta de Inhambupe a Ponsonby, Río, 10-VI-
1826, NA, Londres, Leg. 6-12).
2.3. la propuesta brasilera
Cuando todo indicaba que las negociaciones iban a llegar a un feliz tér-
mino, la exigencia de Buenos Aires de que, durante el armisticio, las tropas
imperiales abandonaran las plazas fuertes que defendían provocó su fraca-
so (Carta de Gordon a Dudley, Río, 10-XI-1827, NA, Londres, Leg. 6-18).
Ponsonby lamentó dicho rechazo, pues la tregua hubiera sido apoyada
por Lavalleja, cuya política era no contradecir abiertamente al Gobierno
de Buenos Aires debido a la necesidad de los recursos que recibía. Sin em-
bargo, esto no significaba que privadamente Lavalleja defendiera la conve-
niencia del armisticio y que procurara influir sobre el gobernador Dorrego.
Ponsonby se mostró preocupado por la prolongación del conflicto, ya
que afectaba los intereses de los comerciantes británicos cuyas mercaderías,
preferentemente cueros, estaban paralizadas por el bloqueo y se perderían
si no las conseguían embarcar en un plazo de siete meses (Carta secreta
de Ponsonby a Dudley, Buenos Aires, 15-X-1827, NA, Londres, Leg. 6-18).
A pesar del acuerdo entre ambas partes de negociar la paz en base a las
propuestas intercambiadas, surgió un nuevo inconveniente provocado por el
malentendido del Gobierno republicano, que interpretó la propuesta brasi-
lera como una iniciativa de Ponsonby. La contestación de la República fue
calificada como vaga por el Gobierno del Brasil, que propuso el cambio de
sede de las negociaciones de Montevideo a Río de Janeiro (Carta de Gordon
a Dudley, Río, 10-V-1828; Herrera: 1986, t. 2, 291). Esto provocó el rechazo
y malestar del ministro Gordon, que acusó al Gobierno brasilero de actuar
de mala fe al modificar sin justa causa el lugar de las negociaciones propues-
tas (Carta de Gordon a Ponsonby, Río, 17-V-1828; Herrera: 1986, t. 2, 302).
Mientras ocurrían las tratativas diplomáticas, el general Rivera había
presentado al Gobierno nacional y luego al provincial su plan de invadir
las Misiones. Rivera había estado en contacto con jefes riograndenses para
procurar la separación de ese estado del Imperio y la conformación con la
Banda Oriental de un Estado independiente. Lavalleja, comprometido con
Ponsonby a no sublevar a los habitantes de Río Grande, no aprobó dicho
plan. Dorrego apoyaba esta operación, pero siempre que tuviera el man-
do el general Estanislao López. Rivera cruzó el río Uruguay en febrero
El sistema de gobierno sería elegido por los habitantes del nuevo Estado
mediante la redacción de una constitución política, con la única limitación
de que las partes contratantes se reservaban el derecho de examinar si la car-
ta contenía algún artículo opuesto a la seguridad de sus respectivos Estados.
Las partes se obligaban a auxiliar y proteger la seguridad del nuevo Es-
tado y de cualquier perturbación derivada de una guerra civil hasta cinco
años después de jurada la constitución. Pasado dicho término se reconocía
la perfecta y absoluta independencia del Estado.
Respecto a la evacuación de las tropas por los beligerantes, ambos se
comprometieron a desocupar el territorio brasilero y el de la Banda Oriental
en el término de dos meses contados desde el día en que fueren canjeadas las
ratificaciones de la presente convención. El bloqueo sería levantado por par-
te de la escuadra imperial; las hostilidades por mar cesarían dentro de pla-
zos que iban de dos a ochenta días dependiendo de la situación geográfica de
los buques, lo que era importante para determinar la legalidad de las presas.
7.2. efectos de la convención
8. Conclusiones
Bibliografía
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1. Época colonial
Entre las cuestiones que marcan una diferencia sustancial entre Europa y
América están los fenómenos naturales que afectan de una forma particular
a esta última región del planeta, especialmente los terremotos. Veremos más
adelante que marcan el ritmo incluso de la vida política y social de Guatemala.
El 23 de julio de 1773 ocurrió la catástrofe que destruyó la ciudad de
Santiago de Guatemala, hoy Antigua Guatemala. El presidente de la Real
Audiencia, gobernador y capitán general Martín de Mayorga informó al
rey de que, para atender tantas urgencias, custodiar los caudales del rey, au-
xiliar los intereses y alhajas de particulares y comunidades y contener los
excesos que provocó el terremoto, «solo había tenido la tropa de 48 drago-
nes, porque la milicia y paisanaje apenas podía atender su casa y familia...»
(Chinchilla Aguilar: 1964, 11-12). Finalmente, Mayorga llevó adelante la
translación de la ciudad a su nuevo sitio en el valle de la Ermita, o valle de
la Vacas, o valle de la Culebra, nombres con los cuales se conocía al paraje
donde se construyó la Nueva Guatemala de la Asunción, iniciando oficial-
mente sus labores el 2 de enero de 1776 (Peláez Almengor: 2007; Zilber-
man de Luján: 1987; Galicia Díaz: 1976; y Pérez Valenzuela: 1970).
En aquellos años y con el esfuerzo de los oficiales del rey, se llegó a for-
mar en la capital de Guatemala un Batallón Fijo de infantería y un escua-
drón de caballería de dragones. El presidente hizo traer jefes, ayudantes y
tambores, con los que, en 1778, Matías de Gálvez, anteriormente coman-
dante en las islas Canarias y luego en Guatemala inspector general de las
milicias y segundo comandante del reino, fue formando cuerpos de infan-
tería y caballería en Chiquimula, Santa Ana, Tegucigalpa, Comayagua y
otras provincias, hasta Cartago; nombró además interinamente coroneles,
capitanes, oficiales; y pidió armas de todo género, con lo que paulatina-
mente fueron pasando las milicias de su estado inicial con Pedro de Salazar
a otras mejor equipadas y disciplinadas.
Matías de Gálvez, citado por Chinchilla Aguilar, informó el 23 de oc-
tubre de 1781 sobre
el adjunto Estado que manifiesta los partidos donde se han restablecido los cuerpos
de milicia arreglada, ciudades, villas y pueblos que les dan nombre, y las clases de
tropa de que se componen, la cual asciende a trece mil ciento ochenta plazas efecti-
vas, y mil seiscientos cuatro que se han dejado de supernumerarias, con lo que que-
dan empleadas en el servicio catorce mil seiscientas ochenta y cuatro plazas, como
consta en las correspondientes casillas del referido Estado.
Al número de milicias, debe agregarse el batallón Fijo de infantería, compues-
to de 8 compañías de 50 hombres. El escuadrón de dragones, reducido a 90 plazas,
que fue suprimido por los vicios de su reclutamiento, y reemplazado por el regi-
miento de milicias, con título de «dragones provinciales».
forma, sería en los días de Pascua cuando se realizaría esta diligencia o los
primeros días de las fiestas del verano (AGCA: 1799, 12-18).
Así, la milicia ya reclutada debía hacer ejercicios militares solamente
una vez a la semana, por una hora. Se señalaba el domingo (antes o des-
pués de la misa) para que fuera más cómodo a los milicianos; pero los que
no estuvieran instruidos y los reemplazos se ejercitarían todos los días fes-
tivos por espacio de dos horas, siempre las que les fueran más cómodas.
También los batallones de infantería de milicias debían hacer ejercicios con
las armas de fuego cada cuatro meses. Para ello se suministraban veinte
cartuchos de media onza a cada voluntario: en total sesenta tiros, que su-
maban treinta onzas, para los tres ejercicios anuales. El parque se repartía
solamente en el momento en que la tropa estuviera formada para el ejerci-
cio. De la misma manera se daban diez balas a cada soldado para que prac-
ticara: cargar y disparar. Tiraban tres balas al blanco y siete en formación.
Este último ejercicio se realizaba en Pascua o cada vez que pasaba revista
el subinspector (AGCA: 1799, 19).
En los escuadrones de dragones se observaban las mismas reglas en
cuanto al método, días y tiempos en que debían realizarse los ejercicios,
pero su instrucción se dividía en dos partes: la primera, como infantería;
y la segunda, con el caballo. Todos los años debían reunirse para realizar
ejercicios militares a caballo y a pie, pasar revista y resolver cuestiones ad-
ministrativas. Todos los meses debía pasarse revista exacta de las armas. En
ellas debían estar presentes todos los oficiales de plana mayor y voluntarios;
todos eran responsables del buen estado del armamento (AGCA: 1799, 20-
21). Probablemente estos reglamentos no se cumplieron al pie de la letra;
sin embargo, es necesario hacer mención de que la organización de milicias
tal y como fue indicada por la Corona española a finales del siglo xviii pre-
valeció hasta la segunda mitad del xix; más adelante veremos cómo cada
uno de los batallones involucrados en las acciones de guerra llevaron siem-
pre el nombre de la población o cabeza de partido.
Seguidamente, intentaremos ofrecer una idea de la situación de varios
contingentes armados a inicios del siglo xix. Es notorio el avance en la or-
ganización de las tropas regulares en el reino de Guatemala, quizá debido
al celo de los funcionarios de la Corona.
De acuerdo con el Reglamento de las Compañías fijas de Omoa, el Golfo,
Trujillo, fuerte de San Carlos y Peten, formulado por el subinspector general
de las tropas del reino de Guatemala, brigadier Roque Abarca, y aprobado
por su majestad el rey el 5 de octubre de 1802, los puestos y salarios fueron
los siguientes:
12,588
Golfo
4,968
Trugillo
17,052
Fuerte de S. carlos. una compañía igual a la de Trugillo, que cuesta al año 17,052
Peten
7,020
sostiene que, a pesar del contacto de los oficiales guatemaltecos con ejérci-
tos de otros lugares, la tradición dominante es la española. En este sentido,
podemos pensar que Antonio García Pérez es un continuador de esa tradi-
ción. En esta parte hemos querido dejar ilustrado que el ejército en sí mis-
mo, como las milicias, fue creación del ejército español y que la tradición
que privó en la conformación de las fuerzas armadas de Centroamérica fue
peninsular.
2. Independencia,1821
Tropa veterana
Milicia disciplinada
Fuerza sacada de los cuerpos de milicias que sobre poco más 9 386 47.916
o menos se mantienen sobre las armas en los puntos fronterizos
ciales del ejército guatemalteco fueron formadas dentro del espíritu de las
armas hispanas. Hubo, en muchos casos, oficiales de otros países, sin em-
bargo predominó la escuela peninsular sobre cualquier otra.
Un segundo punto importante de destacar es que la reglamentación de la
institución militar de aquella época también tenía un fuerte acento hispano.
El Código Militar de la República de Guatemala fue decretado el primero de
agosto de 1878 (Código Militar, 1907), dividido en dos partes: una que trata
de los delitos y faltas y otra referente a los tribunales y procedimientos. En la
parte penal se buscó conciliar el carácter y costumbres de los guatemaltecos
con la severidad que demandan el régimen y la disciplina militares. Las pe-
nas se diferenciaron dependiendo de si se encontraban en época de paz o de
guerra; así, un mismo delito se penaba de diferente forma dependiendo de la
situación que imperase. En la parte relativa a los tribunales y procedimientos,
se adoptaron algunas reformas y todos los principios y normas para que estos
fueran fructíferos y uniformes. Se suprimió el fuero de guerra en asuntos ci-
viles de mayor cuantía, ante la necesidad de homologar todos los fueros du-
rante la república. Los autores indicaban que hacia este principio tendían to-
dos los países progresistas y liberales del mundo. Se otorgó competencia a los
comandantes de batallón, a los locales y a otros jefes para que instruyeran las
primeras diligencias de las causas criminales, con el objeto de responder me-
jor al servicio público. Si se comete un crimen en un cuartel —preguntaban
sus autores—, ¿por qué no ha de haber una persona competente que inicie
las primeras diligencias? Además, prescribían que los comandantes de plaza
instruyeran los procesos contra individuos de la tropa en donde no hubiera
fiscales o jueces de instrucción. Se organizaba la corte marcial para delitos
puramente militares, y además se facilitaban reglas claras en el código en ar-
monía con las prescripciones del Código Civil. Así, los autores consideraban
que mucha de la organización misma del ejército descansaba en el Código
Militar. Firmaron la introducción del documento J. M. Barrundia, Cayeta-
no Díaz y José Salazar, firmantes asimismo de la Ley Constitutiva del Ejér-
cito Nacional de la cual Antonio García Pérez hace uso extensivo en su libro.
4. Consideraciones finales
Bibliografía
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Peláez Almengor, Ó.: En el corazón del reino, Guatemala, Century Print, 2007.
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1. Introducción
60
56
50 50
40
31
30
30
20 19 22
10 8 10 9
8
5 5
3 4
0
3 generales
8 coroneles efectivos
5 coroneles graduados
30 capitanes efectivos
50 tenientes
56 subtenientes
9 cirujanos
5 capellanes
4 directores de música
31 capitanes graduados
Sucres
Total 647.392,24
de Enrique Ayala Mora, era un ejército típico del siglo xix: teóricamente
compuesto por «ciudadanos en armas». En definitiva, era un ejército con
una organización irregular cuya experiencia de combate fue adquirida en
el campo de batalla. Un ejército de pronta organización y de próxima di-
solución.
INFANTERÍA
CABALLERÍA
Totales 64 238
(esc: escuadrones).
ARTILLERÍA
(Bias: baterías).
Esmeraldas
Tulcán
COLOMBIA Pie de fuerza 1895-1896
Ibarra
Unidades de Infantería
QUITO Unidad de Caballería
Unidades de Artillería
Latacunga
Portoviejo Ambato
Guaranda Riobamba
OCÉANO GUAYAQUIL
PACÍFICO
Azogues
CUENCA
Machala
Loja
PERÚ
Por otro lado, en mayo de 1896 fue creada una comisión presidida por
el general Vernaza, la misma que se encargó del análisis y formulación de
los siguientes reglamentos: Código Militar, Enjuiciamientos y Leyes Pena-
les Militares, Ley Orgánica, Ley Orgánica de Guardias Nacionales, Ley de
Inválidos y Retirados del Montepío y demás reglamentos tácticos de Infan-
tería, Caballería y Artillería.
En cuanto a sueldos —vía decreto del 28 de septiembre de 1896—, Al-
faro dispuso la tarifa para los generales, jefes, oficiales y miembros de tro-
pa de acuerdo al escalafón existente: general, cuatrocientos sucres; coronel,
doscientos sucres; teniente coronel, ciento cuarenta sucres; sargento mayor,
cien sucres; capitán, setenta sucres; teniente, sesenta sucres; subteniente,
cincuenta sucres; sargento primero, treinta y cuatro sucres; sargento segun-
do, treinta sucres; cabo primero, veintiocho sucres; cabo segundo, veintiséis
sucres; soldado, veintidós sucres.
Faltaba entonces institucionalizar la enseñanza militar. El tema de la
fundación del Colegio Militar no era nada nuevo, ya se había creado en
cuatro ocasiones anteriores: 1838, 1869, 1888 y 1893. La quinta fue la de-
finitiva. Se estableció el Colegio Militar por decreto ejecutivo del 11 de di-
ciembre de 1899. Era la respuesta a la necesidad estricta de tener un ins-
tituto de formación de oficiales académicamente preparados. El Colegio
Militar inició sus actividades en diciembre de 1902 con cuarenta y nueve
7. Consideraciones finales
8. Posdata
Bibliografía
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1991.
veces en un período de veinte años, entre 1828 y 1848, y que ejerció la vice-
presidencia durante el gobierno de Andrés de Santa Cruz, es elegido presi-
dente por la cuarta Asamblea Constituyente convocada desde la indepen-
dencia. En su mandato, llamado Gobierno de Restauración y caracterizado
por su inestabilidad, tuvo que enfrentar varias sublevaciones. Al frente del
ejército intervino en la batalla de Ingavi y sofocó la insurrección liderada
por José Ballivián, Armaza y Manuel Vera.
La historia se refiere a él como un hombre de buenas intenciones, pero
sin carácter e iniciativa para sacar al país del caos. Después de su primer
gobierno, es sucedido por Pedro Blanco, asesinado en Sucre, cuyo gobierno
solamente duraría cinco días, tiempo durante el que dispuso la separación
de las filas del ejército de todos los jefes y oficiales comprometidos con la
política del mariscal de Ayacucho.
Sigue en la línea de poder José Ballivián, héroe de la batalla de Ingavi
y continuador de la línea de Santa Cruz. Desde temprana edad dedicó su
vida a la independencia de Sudamérica. Siendo un militar como sus cole-
gas, participó en las batallas de Junín y Ayacucho, bajo el mando de José
Antonio de Sucre. Fue ministro plenipotenciario en Lima (Perú) bajo las
órdenes de Andrés de Santa Cruz. Murió en La Paz en 1875. Durante su
mandato aprobó, en 1843, una nueva constitución, la quinta del país, en la
que establecía que las fuerzas armadas son esencialmente obedientes y sin
la potestad de deliberar. Estos artículos draconianos llevaron a la oposición
a señalar que parecía más una «ordenanza militar» que una constitución.
Bajo la dirección del militar argentino Bartolomé Mitre, Ballivián, refundó
el Colegio Militar el 12 de abril de 1842. Sus grandes críticos obviaron las
verdaderas intenciones de este patriota, que fueron gobernar en paz con las
leyes en mano (Mesa-Gisbert: 1997, 357).
Desde la independencia hasta su consolidación sucedieron varios go-
biernos de facto caracterizados por la inestabilidad y los varios intentos de
asambleas constituyentes que pretendieron legalizarlos. Es a partir de 1848
cuando se abre una nueva etapa en la historia militar boliviana, con presi-
dentes militares caracterizados por desde un desmedido populismo hasta
un moderado moralismo. Este período parte con el acceso a la presidencia
de Manuel Isidoro Tata Belzu, llamado así por su humilde origen campe-
sino, que le sirvió en esa época como herramienta para utilizar y exaltar
el indigenismo contra la oligarquía como medio de alcanzar el poder. Su
gobierno se caracterizó por la inestabilidad política y los muchos levanta-
mientos que tuvo que soportar y lo llevaron a renunciar al poder en 1855.
Ante su renuncia entran en escena Jorge Córdova, yerno de Belzu, y el go-
bierno civil de José María Linares, dictador este último que asciende al
poder mediante un golpe de Estado. La rectitud e inflexibilidad de su go-
bierno provocarían que tuviera que soportar de manera escalonada siete le-
vantamientos hasta 1861, liderados por militares como Melgarejo, Agreda,
Hilarión Ortiz y Gregorio Pérez, que se alzaron en armas con intención
de derrocarlo. Estos levantamientos fueron sofocados, y los revolucionarios
condenados a muerte el 1 de septiembre de 1858.
Al darse cuenta de que su presencia en el gobierno era imposible, Lina-
res convocó al Congreso para su dimisión (Mesa-Gisbert: 1997, 395) dan-
do así paso a una Junta de Gobierno, la primera en la historia de Bolivia,
integrada por José María Achá, el argentino Ruperto Fernández y Manuel
Antonio Sánchez. Dicha junta duró tres meses y en ella fue elegido presi-
dente el general José María Achá, quien gobernaría con fuerte respaldo le-
gal pero sin tranquilidad, sobre todo por uno de los hechos más dolorosos
para el país: la matanza de Yáñez, en la que sin juicio se sentenció a muerte
a sesenta personas, entre militares y civiles, bajo el supuesto cargo de sedi-
ción contra su gobierno. Esta matanza dejó bajas devastadoras en una ins-
titución todavía poco estructurada, donde los ascensos se obtenían bien por
el ejercicio de las armas, bien por concesión de los mandatarios o jefes de
alta graduación.
Siendo frecuentes las expresiones del descontento popular, sobre todo
por los gobiernos de corta duración y los problemas limítrofes que el país
enfrentaba principalmente con Chile, Brasil, Perú y Argentina, llega al po-
der Melgarejo, un militar temerario y polémico, quien, valiéndose de un
golpe de Estado, establecerá durante siete años una dictadura (1864-1871),
período en el que se enajena gran parte del territorio nacional. Muestra de
la peculiar personalidad de este general es el asesinato del presidente que lo
precedió: Belzu. Cuenta la historia que, encontrándose Belzu en el palco
del palacio presidencial, vio acercarse a Melgarejo y a sus seguidores; inge-
nuamente creyó que venían a pactar una rendición, por lo que salió a re-
cibirlos, momento en el cual un disparo terminó con su vida. Concluido el
magnicidio, Melgarejo se dirige al palco y ante la multitud proclama: «Bel-
zu ha muerto, ¿quién vive ahora?», a lo que responden: «¡Viva Melgarejo!».
No fue sino hasta 1879 que el país se vería envuelto en una confronta-
ción bélica, que lo llevaría a una guerra con Chile por el litoral boliviano.
Anteceden a esta confrontación el descubrimiento de yacimientos de gua-
no y salitre en el Departamento del Litoral en 1863 y una seguidilla de go-
biernos de corta duración: Tomas Frías (1872-1873), Adolfo Ballivián Coll
(1873-1874) y nuevamente Tomas Frías (1874-1876). Es así como, en 1876,
de cadetes. Por orden del general Kundt, que ya había regresado de Alema-
nia para hacerse cargo del Estado Mayor, el Colegio Militar fue atacado y la
revuelta aplastada (Quiroga: 1974, 51). La segunda misión de Kundt sería
diferente a la primera, porque asumió un rol eminentemente político en su
condición de ciudadano naturalizado boliviano, no obstante las objeciones
políticas de la oposición y de algunos países. Después de su regreso, Kundt
se había ganado muchos enemigos, sobre todo por haber puesto a Siles en
el poder. Fueron muchas las acusaciones en su contra; la más grave tenía
relación con la supuesta intención de Kundt de dejar Bolivia para ponerse
al mando del ejército chileno. Reivindicado de estas acusaciones, Kundt de-
cidió ausentarse del país.
A pesar de los infructuosos intentos diplomáticos por solucionar la con-
troversia, las relaciones con el Paraguay cada vez se hacían más tensas, si
bien se suscribieron varios tratados que fueron imposibles de cumplir, sobre
todo porque ambos países alegaban soberanía territorial (Quiroga: 1974, 63).
El rompimiento de las relaciones da comienzo a la guerra por el Chaco
Boreal que duraría tres años, desde 1932 hasta 1935. Esta contienda bélica
con Paraguay tendría como protagonista a Daniel Salamanca, fundador del
partido republicano, un hombre considerado honrado y de conducta inta-
chable que llegaría a la presidencia en 1931 y se quedaría hasta 1934.
Esta guerra pondría a prueba al ejército boliviano. Como en todas las
guerras, el militar entrenado para enfrentar al enemigo tiene la oportuni-
dad de demostrar su valía con responsabilidad y patriotismo; de tales he-
chos surgen los héroes que perduran en la memoria histórica de un país.
Para figurar y ser mencionados en la historia asumen acciones con el peli-
gro de perder la vida, la familia y la patria en última instancia. Esta gue-
rra deja héroes anónimos entre la tropa y héroes con nombre y apellido que
pasarán de generación a generación. Tal es el caso de hombres como Víctor
Ustares, Tomás Manchego y otros.
Manuel Marzana es otro de estos héroes. Al mando de cuatrocientos
cincuenta efectivos entre tropa y oficiales se mantuvo asediado, en el cerco
del fortín Boquerón, por quince mil paraguayos durante veintidós días. No
se rindieron estos hombres por el bloqueo del enemigo sino por la escasez
de agua, municiones y alimentos. Esta acción de guerra fue comentada por
la prensa internacional. El jefe militar del enemigo, presidente de Paraguay,
Eusebio Ayala dijo que «se comportaron con tal bravura y coraje, que mere-
cen todo nuestro respeto». A su retorno del cautiverio, el coronel Marzana,
al ser requerido por un diario de La Paz, manifestó simplemente: «No hici-
mos más que cumplir con nuestro deber», palabras de un verdadero patriota.
en el cuartel mayor encabezado por el coronel Arias, hecho que sin duda
reflejaba todavía la lógica de tantos años de intervención militar en los des-
tinos del país (Mesa-Gisbert: 2007, 559).
Una segunda intervención de la milicia en Bolivia tendría lugar cuan-
do el exdictador Hugo Banzer Suárez se encontraba al mando de la nación,
luego de haber sido democráticamente electo. El Gobierno sustentaba su
programa sobre la base de cuatro pilares, uno de ellos, el Plan Dignidad,
relacionado con la lucha contra el narcotráfico y la erradicación de la hoja
de coca. Fue en el período de 1997-2001 en el que se logró la mayor canti-
dad de hectáreas erradicadas, logro en el que la participación de las fuerzas
militares fue vital, sobre todo en los enfrentamientos que se dieron en la lo-
calidad del Chapare.
Finalmente, el segundo mandato de Gonzalo Sánchez de Lozada, ca-
racterizado por los movimientos nacionalistas liderados por Evo Morales,
culminó con su renuncia y huida del país el 17 de octubre de 2002. Fue el
intento de privatizar la compañía de agua en el Valle de Cochabamba y la
idea de quitarle el control del gas a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Boli-
vianos (YPFB) lo que gatilló los masivos movimientos y protestas de la po-
blación, y los enfrentamientos de civiles con la fuerza militar que culmi-
naron con la muerte de una gran cantidad de personas (Klein: 2011, 263).
Han transcurrido treinta y un años y ya no se ven uniformes en el Pa-
lacio Quemado. El militarismo en Latinoamérica fue constante en los go-
biernos de los años setenta hasta principios del ochenta. Bolivia no podía
ser una excepción en el concierto americano por su menor desarrollo eco-
nómico y cultural. Su población, en constante crecimiento demográfico,
demanda cada vez más bienes y recursos para la educación y el desarrollo
humano, tan lejanos en este continente de enorme riqueza en materias pri-
mas, que son exportadas sin mayor valor agregado debido a la incipiente in-
dustrialización que padece por siglos desde su fundación como república.
Como corolario de esta síntesis, podemos afirmar que la mayoría de
los países de este continente tuvieron una organización militar al mando
del gobierno, posiblemente guiados por una sana y patriótica intención de
mejorar la democracia tan venida a menos, consecuencia del subdesarrollo
económico y cultural y la pobreza subsistente en la mayoría de los países de
este hemisferio. Estamos en la primera década del siglo xxi y aún no hay
una visión de futuro.
Finalmente, haciendo un breve parangón con lo señalado por Antonio
García Pérez en su libro Organización militar de América sobre la República
de Bolivia en 1902, he de precisar que, después de ciento doce años, Bolivia
Esta nueva década recibe una Bolivia distinta. Quedó atrás aquella or-
ganización militar participante de la política y de la toma de decisiones so-
bre el destino del país. Queda atrás la República de Bolivia cuya constitu-
ción y organización estuvieron marcadas por la impronta militar. Hoy, en
el Estado Plurinacional de Bolivia, la organización militar tiene como de-
safío enfrentar una nueva concepción de país, donde su rol está dirigido a
la preservación de la democracia y el desarrollo e integración física y espi-
ritual de la nación.
Este parangón —que busca ilustrar la situación actual de Bolivia y el
desafío acaecido en el seno de su ejército— no podría haber sido realizado
sin el valioso aporte del ilustre coronel Antonio García Pérez, cuya investi-
gación sobre la organización militar en América Latina entre los siglos xix
y xx no solo sirvió en su época para mostrar al mundo el potencial militar
de los países americanos, sino que hoy resulta esencial para entender el de-
sarrollo político organizativo y el devenir de nuestro continente.
Bibliografía
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Quiroga, O.: En la paz y en la guerra al servicio de la patria: 1916-1971. La Paz, Gisbert
y Cía., 1974 (1.ª edición).
Introducción
Los de servicio público serían reforzados, a partir del año 1625, con tro-
pas enviadas desde Portugal para defender el territorio de Bahía, que sufrió
una prolongada invasión holandesa.
Así las nuevas tierras se consolidarían en manos portuguesas por la
vía armada y la conquista de territorio. Sucesivamente, el territorio va de-
viniendo portugués mediante la integración de las funciones y ceremonias
militares, que no son más que una prolongación de la metrópoli en la co-
lonia. Al poco tiempo se produciría la unión de los grupos dominantes de
Portugal con la emergente categoría de los señores coloniales.
Entre los años 1835 a 1845 se desarrolló en Rio Grande do Sul la Gue-
rra de los Farrapos que, pese a su alto costo material y de vidas humanas,
permitió conocer la grandeza y habilidades de los soldados brasileños que
serían claves para el engrandecimiento de Brasil.
Cabe recordar que Rio Grande do Sul constituye el estado más meri-
dional de Brasil. Para el año 1738, en su actual territorio se ubicaba la Co-
mandancia Militar de Río Grande de São Pedro, con sede en Santa Catari-
na y vinculada a Río de Janeiro.
En 1760, tras desvincularse de Santa Catarina, es elevada a capitanía
general manteniendo su lazo con Río de Janeiro, situación que se manten-
dría hasta 1807, cuando pasa a depender directamente del virrey de Brasil,
bajo el nombre de Capitanía de São Pedro.
Con la primera Constitución brasileña de 1824, la Capitanía de São Pe-
dro se convierte en la provincia de Rio Grande do Sul, para finalmente en
1889, constituirse en el actual estado de Rio Grande do Sul.
En ese escenario se desarrollaría la Revolución Farroupilha con la con-
quista de Porto Alegre, el 20 de septiembre de 1835, por parte de las fuerzas
farrapas. El conflicto se extendería hasta el 1 de marzo de 1845 con la fir-
ma de la Paz de Ponche Verde, que puso término a la rebelión separatista.
3.1.1. Causas de la Guerra de los Farrapos
sión en los modos en los cuales hombres y mujeres de Rio Grande do Sul
concebían su sentido patriótico de pertenencia.
El conflicto entre las posiciones conservadoras y liberales sobre el tipo
de monarquía constitucional que debía existir en Brasil después de la inde-
pendencia no era en absoluto una novedad ni tampoco solo atingente a Rio
Grande do Sul. Sin embargo, las discrepancias se convirtieron en un asun-
to particularmente relevante para la unidad nacional brasilera durante los
primeros años de la regencia, desde 1831 a 1840.
Presionado por oposiciones liberales y militares, en 1831 el emperador
Pedro I abdicó a favor de su hijo, entonces de cinco años, quien regiría el
Imperio de Brasil como Pedro II tras cumplir los quince años de edad. Du-
rante ese período el país fue gobernado por una regencia.
La primera fase del período de regencia, entre los años 1831 y 1837, el
país carecía de un foco unificador inmediato en la forma de una monar-
quía, surgiendo una intensa competencia entre las elites dominantes, que
implicó cambios radicales en la organización y distribución del poder gu-
bernamental brasileño y amenazó, en el largo plazo, la unidad nacional.
a) efecto del acto adicional de 1834 en la causa de los farrapos
4.1. Mariscal luis alves de lima, duque de caxias y Patrono del ejército de Brasil
Luis Alves de Lima, duque de Caxias, es considerado uno de los mayo-
res soldados brasileños. Su nacimiento acaeció el 25 de agosto de 1803, en
la hacienda São Paulo de la Vila do Porto da Estrela, capitanía de Río. Ac-
La región de Rio Grande do Sul fue influenciada por las campañas in-
dependentistas de las provincias del Río de la Plata, como la Revolución
Oriental y la de las provincias argentinas, representando un gravísimo peli-
gro para la unidad e integridad del Imperio.
La clase dominante de esa región había brindado un importante apoyo
económico, militar y moral a las tropas brasileñas durante el conflicto con
Ambos soldados cuentan hoy con lugares que mantienen vivo el espíri-
tu de sus hazañas militares y el profundo amor que tuvieron a su territorio,
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guerra (Madrid, Imprenta Fortanet, 1881), desde el 20 de julio de 1919 al 12
de diciembre de 1919 se le ubica en el Ministerio de la Guerra durante la
presidencia del Consejo de Joaquín Sánchez de Toca.
Remontándonos a la juventud de Tovar conocemos que, tras sus estu-
dios, ingresa en el Batallón de Cazadores de Cataluña y con posterioridad
en el de Chiclana. Como subteniente pasará a los cuerpos de Infantería en
el Batallón de Cazadores de Cataluña y Alcalá de Henares. En 1867 parti-
cipará enérgicamente contra las partidas de insurgentes carlistas en Cata-
luña y Huesca, librando acción meritoria en Benasque por la que recibe la
cruz roja de 1.ª clase del Mérito militar. Como teniente pasará luego a Na-
varra y Santander.
En 1868 fue nombrado ayudante en jefe de la Primera Brigada de la Se-
gunda División del Ejército de Castilla la Nueva, regresando luego al Ba-
tallón de Cazadores de Barcelona en persecución de las facciones carlistas
de Vizcaya y de Burgos, lo que le posibilitó, por los importantes servicios y
acciones prestados, obtener el grado de capitán. Formando parte del Ejér-
cito del Norte (campañas de Zudaire, Ibarra, Fuentes de Berdoyzar), Tovar
realiza operaciones destacadas, habiendo logrado meritorias acciones que
lo conducen a Valencia y al Maestrazgo, además de su posterior destino en
Cataluña.
En diciembre de 1876, tiempo de la Restauración de Alfonso XII y de
finiquito a la foralidad vasca, se hacen patentes los enfrentamientos políti-
cos y militares, derivados de las secuelas de las guerras carlistas, que llegan,
en estos momentos, a su fin. Por sus extraordinarios servicios en el Ministe-
rio de la Guerra, Antonio Tovar Marcoleta será nombrado teniente coronel;
y posteriormente, por nuevos méritos refrendados en la campaña desplega-
da frente a los carlistas, será ascendido al empleo de comandante.
Pero en 1885 —tras formar parte de la plantilla del Ministerio de
Guerra— fue nombrado gobernador político-militar de la isla de Negros,
en las lejanas islas Filipinas. Consecuentemente, en 1889 se le ubica en
múltiples responsabilidades como secretario del Gobierno Militar de Ma-
nila. En 1890 es fiscal de causas de la Capitanía General de Filipinas y,
en julio del mismo año, se le envía al Regimiento de Visayas, un cargo de
responsabilidad en el que cesa al ser nombrado director de la Academia
Militar de Manila.
En 1892, Tovar regresará a España desde el lejano y complejo Oriente
español para ser de nuevo enviado a la isla de Puerto Rico, al mando del
glorioso Batallón de Cazadores de Colón, permaneciendo en la isla cari-
beña de 1892 a 1895, para asumir, tras órdenes expresas, su paso a Cuba y
tomar parte activa en la campaña bélica de la guerra hispano-cubana, con
acciones y combates de confrontación contra los insurrectos y mambises.
Declarada la guerra a los Estados Unidos (Guerra Hispano-Cubana-
Norteamericana) se le destinará a la División de Defensa de La Habana,
prestando sus servicios en la línea exterior durante el bloqueo de la escua-
dra americana. En este tiempo de conflicto bélico, crisis y pérdida colonial
para España, complejos acontecimientos del 98 y el epílogo de la guerra en
el Caribe, permanece Tovar en la isla de Cuba hasta el año 1899, condu-
ciéndose responsablemente en los acontecimientos finales de la indepen-
dencia tutelada de Cuba por los Estados Unidos Antonio Tovar y Marcole-
ta finalmente se trasladará a España como tantos militares y civiles tras la
pérdida de los últimos vestigios coloniales del Caribe.
Tovar fue nombrado vocal de la junta clasificadora de jefes y oficiales
movilizados de Ultramar. Sus méritos en la campaña cubana propiciaron
su ascenso a general de brigada (1900) y jefe de brigada de la 3.ª División,
desempeñando el gobierno militar de Alcalá de Henares, y en 1902 le lle-
ga el nombramiento de jefe de la Sección de Infantería del Ministerio de
la Guerra. Un tiempo en el que desarrolla su gestión y servicio en Madrid
y oportunamente coincide con «su respetuoso subordinado y amigo Anto-
nio García Pérez», en la forma que expresa por dedicatoria el escritor mi-
litar cordobés.
En 1906, Antonio Tovar y Marcoleta será designado secretario en la
Dirección General de la Guardia Civil; su idiosincrasia queda definida en
la Revista Técnica de la Guardia Civil del 31 de marzo de 1917 como «hom-
bre recto y justo, caballeroso como nadie, dispuesto siempre a favorecer al
humilde y con exacta visión de las realidades que imponen las circunstan-
cias». Sabemos por expediente sobre su participación en los sucesos de Me-
lilla de 1909 como general de división en la denominada Segunda Guerra
de Marruecos al frente de la División de Cazadores. De regreso a España
fue nombrado subsecretario del Ministerio de Guerra.
Antonio Tovar y Marcoleta representa, sin duda alguna, un nuevo pro-
tagonista del ejército español, de indudable interés por su trayectoria perso-
nal y profesional, que se suma a los evidentes méritos contraídos junto a sus
responsabilidades políticas y militares en sintonía de proyección americana
y con las islas Filipinas; de esta forma no nos sorprende que, por amistad y
respetuoso aprecio, el autor y militar Antonio García Pérez dedicara su con-
ferencia del 21 de diciembre de 1904 al destacado general y jefe de la Sec-
ción de Infantería del Ministerio de la Guerra Antonio Tovar y Marcoleta.
La apelación al pasado, mirar con añoranza pero sin ira hacia la histo-
ria de América y de España, una historia común, permite a Antonio Gar-
cía Pérez focalizar su conferencia, a modo de crónica épica, sobre aconte-
cimientos destacados, seleccionados protagonistas de su preferencia en la
historia de la independencia y la andadura de las jóvenes repúblicas hispa-
noamericanas. En esta calidad de observación, se nos conduce a las figuras
de los héroes patrios latinoamericanos y al culto al heroísmo que legitima
sin duda alguna García Pérez como profesional castrense en las acciones y
en el sacrificio por la patria, reafirmando el escritor y orador el especial sen-
tido que se imprime a la guerra y a la lucha bélica en su percepción genera-
dora de civilización y no como símbolo de destrucción, tragedia y muerte.
La patria se ha apreciado como un valor/destino concreto para el militar, ya
que el amor patrio mantiene principios y características esenciales de vida
como el concepto del honor o el servicio, además del compromiso de la de-
fensa y en la pertenencia a las raíces así como el cumplimiento del deber; la
patria es el origen/destino de su condición, por la que los militares velan y
se responsabilizan.
En esta conferencia del escritor y militar se evidencia un profundo senti-
miento americanista y un notable conocimiento de la historia del continen-
te, además de un discurso erudito sobre acontecimientos de referencia en la
independencia y la evolución político-militar de varios países latinoamerica-
nos independizados a mediados del siglo xix. Antonio García Pérez, además
de recordar aquellos hitos principales del proceso bélico que se desarrollaron
en los distintos espacios del siglo xix americano, se traslada en su discurso
entre la leyenda épica y la propia historia política acontecida en lo real, ofre-
ciendo elogio y reafirmando criterios del imaginario del heroísmo militar.
Representa su disertación, sin duda alguna, un recorrido por horizon-
tes americanos, con seguridad preferidos, a los que dedicará a lo largo de
toda su trayectoria vital una especial atención. Existe un interés claramente
explicable, y justificado, en virtud de su propio nacimiento en Puerto Prín-
cipe, Cuba, en 1874, y en consecuencia a los estrechos vínculos castrenses
paterno-familiares incardinados en la misma isla de Cuba. Lazos que se
fusionan con la propia vivencia personal y profesional de García Pérez en
video y, a su vez, López invadió parte del Mato Grosso brasileño. Frente a
Paraguay se alzaba la Triple Alianza del Imperio (Brasil, Argentina y Uru-
guay), y de esta manera la guerra se declaraba álgidamente contra López y
no contra el pueblo paraguayo, mas parece ser que, en un secreto pacto, ya
Argentina y Brasil se distribuyeron los territorios en litigio que abarcaban
más de la mitad de la extensa superficie del país enemigo. El heroísmo pa-
raguayo en este conflicto asombró al mundo y, de esta forma, la guerra, tras
cinco años de duración, hizo perder al país casi toda la población adulta y
flagrantemente descapitalizó un potencial humano de futuro.
Como si se tratara de actores principales en el teatro de operaciones bé-
lico, García Pérez va pasando revista a figuras notables vinculadas estrecha-
mente a este trágico conflicto, citando verdaderamente a hombres en su propia
circunstancia en la forma que estimaría el escritor uruguayo Mario Benedetti
y hombres en su laberinto según pudo valorar Gabriel García Márquez.
El orador va poniendo el acento intencionadamente en todos los ardientes
patriotas desde sus diversas raíces y orígenes nacionales, como así se señala, y
que mantuvieron un rol de protagonismo histórico esencial para el escritor
y la historia acontecida: Carlos Antonio López en Paraguay, como presidente
autoritario y vitalicio; el conde d’Eu, Gastón de Orleans, noble a su vez casa-
do con la hija de Pedro II de Brasil e implicado como otros muchos en la di-
námica militar de la Guerra de la Triple Alianza; se aludirá luego a León de
Palleja, gran luchador frente al minúsculo Paraguay y a quien tilda de pru-
dente; el ilustre y polifacético argentino Bartolomé Mitre, poliédrico en oficio
de milicia, político e historiador, que, a su vez, por mor de la selección del au-
tor, comparte protagonismo junto al valeroso Venancio Flores de patrón cau-
dillesco en tierra uruguaya entre la rivalidad de blancos y colorados; y, final-
mente, menciona a Luis Alves de Lima, duque de Caxias, brasileño, invasor
de la banda oriental de Uruguay y triunfador en Monte Caseros en alianza
con el argentino Mitre, aludiendo por implicaciones y mención igualmente de
interés militar al enérgico Menna Barreto, brasileño y mariscal, quien habría
de participar activamente en la terrible Guerra de la Triple Alianza.
El sitio de Humaitá en este conflicto efervescente, para García Pérez,
representa más que un símbolo, como sucede para los paraguayos contem-
poráneamente en su recuerdo patrio de una toma resistente del ejército bra-
sileño en 1868; los ejércitos paraguayos defendieron tenazmente la fortale-
za levantada por López en la orilla del río Paraguay, y así se representa en
un hermoso monumento conmemorativo de la sangre paraguaya vertida y
del heroísmo que se perpetúa en la cultura visual y monumental del país
suramericano. Como la historia interpreta, la atroz guerra solo finalizó con
rante seis meses y entre las correrías con su buque armado Huáscar en la
Guerra del Pacífico, se arroja valeroso en los combates en una doble opor-
tunidad en Antofagasta (mayo y agosto de 1879), además de la captura del
Regimiento de Caballería de Yungay a bordo del vapor Rimac; aconteci-
mientos en la desigualdad de las armadas que condujeron a precipitar una
verdadera crisis en el Gobierno chileno, provocando renuncias inexcusables
de aquellos mandos responsables en la escuadra chilena.
La campaña naval dará paso igualmente a los combates terrestres con
las acciones de los chilenos en Tarapacá, Tacna y Arica en 1880. Los chi-
lenos entrarán en Lima tras Miraflores y la batalla de San Juan, lo que se
traduce, como sucedió en Miraflores y Chorrillos, en un alto costo de vidas
humanas y desórdenes. La guerra concluirá el 20 de octubre de 1883 por el
Tratado de Ancón que consuma la absorción por Chile de plazas y ciuda-
des de valor e interés junto a la apropiación de los depósitos salitreros, gua-
neros y cupríferos que estuvieron firmemente incardinados con los intereses
británicos y sus capitales para la futura explotación.
Y en estas últimas consideraciones de batallas, hitos y heroicidades que
remiten a enfrentamientos fraternales y sacrificios por algunas de las nacio-
nes de América Latina a lo largo de los siglos xix y xx, además de constituir el
sustrato histórico común del nacionalismo de los países americanos y la me-
moria colectiva del culto a los héroes, todo le lleva a expresar al ilustre orador:
Voy a terminar, hablaros de chilenos, ecuatorianos, nicaragüenses, costarricenses,
colombianos, salvadoreños, guatemaltecos (...) tienen las Naciones sus días de apoteo-
sis, evocan los pueblos sus glorias, ensalzan las ciudades acontecimientos culminan-
tes de la historia patria (...) son testigos elocuentes del pasado glorioso de América...
cho más plural y analítico; aunque es fácil clarificar que la sociedad postin-
dependiente de las nuevas naciones hispanoamericanas siguió manteniendo
un marcado carácter dicotómico, en función de riqueza y etnia, a pesar de los
decretos y supresiones libertadores emitidos por las repúblicas nacionales que
patentizaron avances en los derechos y la nivelación de la oprobiosa distinción
colonial (mita, tributo indígena, abolición de la esclavitud).
Tras la guerra de independencia, Hispanoamérica ofrecía una muy dis-
tinta realidad. La guerra con su mantenimiento en el tiempo (1810-1824),
además de las transformaciones de todo signo desarrolladas en cada uno
de los espacios americanos, propició la revolución y contrarrevolución, y de
«aquellas ruinas se esperaba que surgiera un orden nuevo cuyos rasgos ha-
bían sido previstos desde el comienzo de la lucha por la Independencia».
Sin embargo, este orden tardaba en nacer.
Tras el fin de las guerras de independencia, la gravitación del poder
militar comenzó por perpetuarse. Sin embargo, los cambios operados en lo
político son inmensos en virtud de aquella transformación político-militar
en Río de la Plata, en Venezuela, en México, Colombia, Chile; así, es bien
oportuno recordar igualmente que la movilización militar y su profesiona-
lización activaron la propia vida política de las jóvenes naciones.
Quince años de guerra permitieron a la sociedad criolla un nuevo es-
tilo de acción por parte de la elite socio-militar impregnada del espíritu de
cuerpo que se erige en instrumento de poder para la sociedad que ha pro-
movido la revolución liberadora.
Los estados forjados en el concepto global de Hispanoamérica fluctua-
ron por fuerzas contrarias, la centrípeta que los impulsó a seguir unidos y
otra centrífuga que los impulsó hacia la disgregación. En una primera fase
puede que perdurara la primera tendencia, pero realmente se impone acla-
rar que la disgregadora cobró mayor dimensión en muchos países america-
nos. A pesar de los loables pensamientos de Simón Bolívar al promover uni-
dades políticas nacionales, las confederaciones, y evitar los fraccionamientos
y el consiguiente debilitamiento de la deseable unión continental (Congreso
de Panamá ), el afán bolivariano unificador fracasó antes de su muerte; y los
países se vieron abocados a un fraccionamiento que neutralizó una pujante
confederación sudamericana que hubiera propiciado la unión política de los
recién nacidos países americanos frente al coloso del Norte.
La volatilización de las ideas unificadoras dio paso a una serie de fric-
ciones fronterizas que incrementaron la diferenciación nacional, a la vez
que la decadencia del conjunto americano frente a las potencias y apeten-
cias de Europa y la emergente Norteamérica.
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo xix se desa-
rrollaron numerosos conflictos armados conocidos como «las guerras de
prestigio» —por tener entre sus causas motivos de índole nacionalista o ex-
pansionista—, sin que faltaran también las de tipo colonial y las guerras
civiles a uno y otro lado del Atlántico. Dichos sucesos coincidieron crono-
lógicamente con la aparición de las primeras revistas ilustradas que, gra-
cias a los avances de las técnicas de imprenta, permitieron incluir graba-
dos litográficos para mostrar al público el aspecto de los combatientes y la
imagen de las batallas. Fue la edad de oro de los corresponsales de guerra,
muchos de los cuales eran artistas que elaboraban croquis, escenas y retra-
tos que luego se transformaban en ilustraciones en el papel. La fotografía
los que acompañaron a las tropas durante la Guerra de África del invierno
de 1859-1860. El más famoso fue el escritor Pedro Antonio de Alarcón, que
contrató al fotógrafo malagueño Enrique Facio, cuya colección de retratos
y paisajes se conserva en el archivo del Palacio Real de Madrid. Facio y sus
ayudantes recorrieron los escenarios de la guerra con sus cámaras y equi-
pos fotográficos cargados a lomos de mulas. Alarcón publicaría una edición
de su Diario de un testigo de la guerra de África, con grabados basados en las
placas de Facio. Otro corresponsal destacado sería Gaspar Núñez de Arce
por sus Crónicas periodísticas enviadas desde el frente.
Una de las diversas publicaciones que rivalizaron para relatar el mismo
conflicto sería Crónicas de la Guerra de África, escrita por varios autores, en-
tre los que se encontraba un joven Emilio Castelar, e ilustrada con dibujos
de José Vallejo y Galeazo. Otra obra profusamente ilustrada con vistas de
los escenarios y las batallas principales es el Atlas histórico y topográfico de
la Guerra de África, publicado por la Imprenta de M. Rivadeneyra en 1861.
Pero la más rica iconográficamente sería Episodios de la Guerra de África,
editada entre 1859 y 1860; una colección de veinticuatro litografías realiza-
das por Blanco, Giménez, Múgica, Urrabieta, Villegas y Zarza, un tanto
idealizadas, aunque muchas tomadas de apuntes in situ.
Estampas de los combates de Marruecos tuvieron también reflejo en
El Museo Universal, aunque este semanario se dedicaba más a la literatura
y las artes que a temas de actualidad. Pero la publicación que cubrió con
más extensión todas las guerras de la época fue la revista ilustrada El Mun-
do Militar, semanario gráfico que se publicó en Madrid de 1859 a 1865, di-
rigido por Mariano Pérez de Castro. Su aparición coincidió con el inicio de
las operaciones en Marruecos. Acompañó al ejército al norte de África un
nutrido grupo de corresponsales y artistas cuya identidad apenas conoce-
mos salvo por las siglas o apellidos con que firmaban las crónicas, o situa-
dos bajo las ilustraciones que enviaron. Estos eran A. Calderón, E. Meras,
E. Castroverde, Nicasio Landa y un tal M. C. Como ilustradores figuran
M. M. Jiménez y Urrabieta, y los citados Villegas —quizás el más destaca-
do y prolífico dibujante de tema militar— y Landa, que era médico militar.
La Guerra de Cochinchina entre el Imperio anamita —los reinos de
Tonquín y Cochinchina, hoy Vietnam— y una coalición militar formada
por España y Francia fue conocida en España gracias a las crónicas apare-
cidas en la misma revista, acompañadas por abundantes ilustraciones, que
enviaron Serafín de Olave y Gabriel López de Iliana, este último subte-
niente de infantería y dibujante.
El camino hacia la guerra se abrió cuando los estados del sur, predomi-
nantemente agrícolas, vieron amenazado su estilo de vida por las reformas
económicas del Gobierno federal, que gravaron con impuestos los productos
del sur y obligaron a venderlos dentro de la Unión, acabando con su autono-
mía comercial. La simpatía hacia el movimiento abolicionista de la esclavi-
tud que mostró el presidente Lincoln —candidato republicano vencedor en
las elecciones de 1860— lo convirtió en una amenaza a ojos de los sureños.
En efecto, tras los primeros meses de guerra, se dio una situación aná-
loga a la que se había experimentado en Norteamérica: los reducidos ejér-
citos permanentes de los contendientes tuvieron que ser reforzados por vo-
luntarios y reclutas sin apenas preparación que hubieron de ser equipados
apresuradamente. ¿Cómo era el aspecto de los combatientes de esta larga y
sangrienta contienda? El color rojo era muy empleado en la indumentaria
militar de los países limítrofes y también en los uniformes de campaña de
la infantería paraguaya. Veamos la descripción que nos ofrece García Pérez
sobre los soldados paraguayos:
La Caballería era de personal escogido, casi toda gente alta y blanca, sus ar-
mas eran la lanza, pistola y sable; su vestuario se componía de morrión con vise-
ra de cuero y un escudo de armas paraguayo a su frente entre dos banderas, ca-
miseta roja con cuello y puños negros, chiripá [prenda típica de los habitantes de
los países ribereños del Plata análoga a los pantalones] de lana celeste y blanco
y con los pies descalzos desde sargento abajo; solo los oficiales iban calzados. La
Infantería llevaba un uniforme parecido, diferenciándose en que usaba una espe-
cie de gorra de cuartel en lugar de morrión, y en él dos letras «R P» de color blan-
co. Su armamento, fusil inglés de chispa, cuya bayoneta no se guardaba en vaina
alguna, si no que se volvía para abajo en el mismo fusil y se ataba a este con una
tirilla de cuero. Su equipo se reducía a una maleta de lana blanca con una aber-
tura en el medio, como los ponchos, para pasar la cabeza, llevando también esta
última prenda de vestir, tan esencial en la indumentaria sudamericana (García
Pérez: 1900, 50-51).
tribuyó al estallido de una nueva guerra civil. Fue aquella una guerra de
combates de infantería y caballería, pero también de asedios y trincheras,
que transcurrió a veces sobre la vasta llanura de la Pampa, pero también a
través de pantanos y caudalosos cursos de agua, donde se emplearon am-
pliamente las cañoneras, los vapores y los buques blindados —idénticos a
los conocidos monitores de la guerra civil norteamericana— y la artillería
de asedio o las primitivas ametralladoras, a la par que las cargas a la ba-
yoneta. La eficacia del armamento provocaría cifras de bajas desconocidas
hasta la fecha en aquel continente.
Caballería chilena con los uniformes de estilo alemán adaptados a finales de siglo.
Ilustración de P. Subercaseaux. Revista Zig- Zag, 1906.
Agradecimientos
El autor quiere expresar su agradecimiento al general don Marcos López Ardiles,
director de la Academia de Historia Militar del Ejército de Chile; así como al coronel don
Miguel Toledo, del Departamento de Estudios Históricos del Ejército de la República
de Uruguay; a don Peter Harrington, conservador de la colección A. S. K. Brown de la
Universidad de Providence; al coronel don Keith E. Gibson, director del Virgina Military
Museum System; a doña Isabella Donadio del Harvard art Museums; y al New York State
Military Museum (EE UU).
Recursos electrónicos
http://civilwartalk.com/forums/artwork-of-the-american-civil-war.155/
http://wolfsonianfiulibrary.wordpress.com/2012/03/30/spanish-american-war-vi-
sions-of-victory-at-the-wolfsonian/
http://www.cedib.org/documentos/a-proposito-del-gral-rufino-carrasco/
http://www.histarmar.com.ar/Pinturas/MethfesselAdolf.htm
Frederic Remington. The storming of San Juan – The head of the charge, Santiago de Cuba,
July 1. Ilustración realizada sobre apunte al natural para Harper´s Weekly.
A Journal of Civilization (número 2172, agosto de 1898).
(1850-1900)
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Batalla de Spottsylvania.
Cromolitografía sobre dibujo de Thure de Thulstrup, L. Prang & Co.
Puesta de sol en Fuerte Federal Hill en Baltimore / Fort Federal Hill Baltimore at sunset.
Óleo sobre lienzo de Sanford Gifford, 1862.
New York State Military Museum, EE UU.
La paraguaya.
Óleo sobre lienzo de Juan Manuel Blanes, 1879.
Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo, Uruguay.
La banda en la llanura.
Óleo sobre lienzo de Juan Manuel Blanes, 1875.
Colección particular.
Leva de gauchos.
Óleo sobre papel de Adolfo Methesseler, ca. 1892,
subastado en la Sala Sarachaga, Buenos Aires, noviembre de 2013.
El repase.
El artista muestra a un soldado chileno rematando a un peruano
mientras su soldadera o rabona intenta impedirlo.
Óleo sobre lienzo de Ramón Muñiz.
Museo del Ejército Fortaleza del Real Felipe, Callao (Perú).
Uniformes brasileños.
Inválido, Colegio Militar y General, 1894.
Ejército de Ecuador.
Escuela Militar.
Uniformes bolivianos.
Abanderado de infantería y escolta.
ASK Brown Military Collection, EE UU.
Barrios achavar, verónica. Geógrafa, Universidad de São Paulo. Magíster en Estudios Internacionales.
Coordinadora del Área de Gobierno, Defensa y Relaciones Institucionales de la Biblioteca
del Congreso Nacional de Chile.
Bravo, kléver antonio. Doctor en Historia de América Latina. Especialista en Historia Militar.
cava mesa, Begoña. Titular de la Cátedra de Historia de América, Universidad de Deusto-Bilbao.
Dalla-corte caBallero, gaBriela. Profesora titular de Historia de América,
Facultad de Geografía e Historia, Universidad de Barcelona.
EnBerg castro, josé Francisco. Magíster en Ciencias Militares, mención en planificación y gestión estratégica.
Gahete jurado, manuel. Doctor en Historia. Catedrático de Lengua y Literatura.
Miembro numerario de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.
Guerrero acosta, josé manuel. Teniente coronel, Instituto de Historia y Cultura Militar.
Hernández, enrique. Profesor agregado de Derecho Internacional Público y adjunto de Historia
de las Relaciones Internacionales, Universidad de la República, Uruguay.
IsaBel sánchez, josé luis. Militar historiador.
Jensen, geoFFrey. Catedrático, Department of History, Virginia Military Institute.
Martí Fluxá, ricardo. Diplomático. Presidente del Consejo Social de la Universidad Rey Juan Carlos.
Miembro de la Academia de Ciencias y Artes.
Ortuño martínez, manuel. Doctor en Historia de América Contemporánea.
Peláez almengor, óscar. Director del Centro de Estudios Urbanos y Regionales,
Universidad de San Carlos de Guatemala.
Pérez Frías, Pedro luis. Doctor en Historia. tcol dem (Reserva).
Rossel Flores, lucía E. Investigadora.
Sánchez galán, ignacio. Presidente de Iberdrola.
Sanz joFré, jorge. Magíster en Ciencias Militares.
Zamora Bátiz, julio. Presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de México.
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