Las Rupturas Del Pecado
Las Rupturas Del Pecado
Las Rupturas Del Pecado
«El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados de nuestro tiempo.
La predicación religiosa intenta, a ser posible, eludirlo. El cine y el teatro utilizan la
palabra irónicamente o como forma de entretenimiento. La Sociología y la Psicología
intentan desenmascararlo como ilusión o complejo. El Derecho mismo intenta cada vez
más arreglarse sin el concepto de culpa. Prefiere servirse de la figura sociológica que
incluye en la estadística de los conceptos de bien y mal y distingue, en lugar de ellos,
entre el comportamiento desviado y el normal.
De donde se deduce que también las proporciones estadísticas también pueden
invertirse: pues si lo que ahora es considerado desviado puede alguna vez llegar a
convertirse en norma, entonces quizá merezca la pena en esforzarse por hacer normal la
desviación. Con esta vuelta a lo cuantitativo se ha perdido, por lo tanto, toda moción de
moralidad. Es lógico que, si no existe ninguna medida para los hombres, ninguna
medida que nos preceda, que no haya sido inventada por nosotros, sino que se siga de la
bondad interna de la creación. Y aquí esta propiamente lo fundamental de nuestro tema.
El hombre de hoy no conoce ninguna medida, ni quiere, por su puesto conocerla porque
vería en ella una amenaza para su libertad»1
Hoy en día, muchos rechazan el pecado, que según las Escrituras es causa profunda de
todo mal, pero esta afirmación no es algo que se pueda dar por descontado, y muchos
rechazan la misma palabra pecado, pues supone una visión religiosa del mundo y del
hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar
de pecado. A igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras, del mismo
modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el
sentido del pecado – que no es lo mismo que el sentido de culpa, como entiende la
psicología –, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios.
Definición y esencia.
Como se ha manifestado al inicio de este escrito que, la naturaleza profunda del pecado
solo puede ser captada en contraste con el amor y misericordia de Dios. Sin embargo, la
definición de pecado que se ha hecho más tradicional en la teología y la doctrina
católica ha sido la de San Agustín, que define al pecado como todo acto, palabra o deseo
contrarios a la ley eterna y también la de Santo Tomás de Aquino que toma la definición
Estas definiciones hacen notar dos cuestiones importantes respecto al pecado, por una
parte, que puede afectar a cualquier acto humano, no solo a los actos externos; de allí la
mención explícita a las palabras y deseos; por otra parte, que consiste en una violación
de la ley eterna de Dios, es decir, que el hombre, por medio de su conducta y acciones,
se levanta contra la voluntad de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica, define al pecado como: «una falta contra la razón, la
verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo a causa de un apego perverso a ciertos bienes hiere la naturaleza del hombre y
atenta contra la solidaridad humana, ha sido definido como, una palabra, un acto o un
deseo contrarios a la ley eterna»3
Si bien es cierto el hombre no puede causar ningún daño efectivo a la naturaleza divina,
de allí se deduce que el único realmente dañado o afectado por el pecado es el hombre
mismo. Sin embargo, «el Doctor Angélico nos enseña que, aunque la criatura no puede
causar daño a su Creador el que peca, atenta de alguna manera contra su gloria, no es
que el hombre peque porque dañe a Dios, sino porque se niega a darle algo que le debe,
el motivo para el cual ha sido creado, para glorificarlo; y en este sentido le causa ofensa.
Por otro lado, el pecado impide a Dios consumar su amor de Padre por el hombre, de tal
manera que, sin menoscabar la naturaleza divina, causa violencia a Dios impidiéndole
llevar a cabo su plan sobre el hombre»4
El pecado original
Estoy convencido que todos en algún momento hemos tratado el tema del pecado
original, y sobre todo lo hemos referido como el pecado que cometieron nuestros
primeros padres Adán y Eva; hemos aprendido que fue cuando Eva comió la manzana y
también compartió con Adán, etc. Estamos de acuerdo con gran parte de esto, pero en el
fondo que nos quiere decir todo este relato, cuál es el mensaje central. Enseguida
trataremos de estudiarlo.
2 TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología, parte I-II, BAC, Madrid, 2011, q. 71, a.6.
3 CEC n.1849
4 A. SARMIENTO - E. MOLINA - T. TRIGO; Teología Moral Fundamental, primera edición, EUNSA,
Pamplona, 2013, p. 512-514.
respetar con confianza. El hombre depende del Creador está sometido a las leyes de la
Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad»5
Hay que recordar el carácter profundamente simbólico del relato del Génesis. Allí,
Adán, además de ser el primer hombre, representa a todo ser humano. Lo que le sucede
es un arquetipo de lo que sucede a todos. Y su pecado, además de ser el primer pecado,
es también el arquetipo de todo pecado humano.
El Génesis describe el pecado como una desobediencia al mandato del Creador. Por la
insinuación del maligno, y deseando “ser como dioses” Gn 3,5 que disponen del bien y
del mal, los primeros hombres desobedecen. Ellos no son los creadores ni del mundo ni
de sí mismos, pero quieren darse su propia ley. El mal del pecado no está en lo que
eligen, sino en la desobediencia voluntaria al Creador, que es quien ha dado las leyes.
Unas leyes que están impregnadas de amor al ser humano. A diferencia del mito de
Prometeo, donde la rebelión del hombre es contra la injusticia de los dioses, en el
Génesis, la rebelión del hombre es contra el amor sabio de Dios que ha dispuesto lo
mejor para el hombre.
Pero la forma más grave del pecado consiste en que el hombre quiere negar el hecho de
ser una criatura, porque no quiere aceptar la medida ni los límites que trae consigo, no
quiere ser dependiente. Entiende su dependencia del amor Creador de Dios como una
resolución extraña. Pero esta resolución extraña es esclavitud, y por tanto expresa que
de esta esclavitud hay que liberarse. De esta manera el hombre pretende ser Dios
mismo, cuando lo intenta se transforma todo.
El relato del Génesis nos muestra una verdad, que está más allá de nuestra comprensión,
por medio sobre todo de dos grandes imágenes: la del jardín a la que pertenece la
imagen del árbol y de la serpiente. El jardín es imagen de un mundo que no es para el
hombre una selva, ni un peligro ni una amenaza, sino su patria que lo mantiene a salvo,
que lo nutre y que lo sostiene. Es una expresión de un mundo que posee los rasgos del
Espíritu, de un mundo que se ha hecho de acuerdo con el deseo del Creador.
5 CEC n. 396
La serpiente en aquella religiosidad era símbolo de la sabiduría, que domina el mundo y
de la fecundidad, con la que el hombre se sumerge en la corriente divina de la vida para
un momento saberse a si mismo fundido con su fuerza divina. La serpiente es también
símbolo de la atracción que estas religiones significaban para Israel frente al misterio
del Dios de la Alianza.
Según el Génesis, el pecado de Adán ha deteriorado todas las relaciones del ser humano
con el mundo. La separación de Dios es la causa de la muerte; de que se desate la
concupiscencia, de que se pierda el paraíso, de que se deterioren las relaciones entre los
esposos. Y después, de otros innumerables pecados, que deterioran a la humanidad. Si al
principio, la amistad de Dios, fuente de vida, ponía al hombre por encima de los límites
de su naturaleza; ahora vive hundido en esos límites. El deterioro de la relación con
Dios, fuente de la vida, ocasiona, como en cadena, todo lo demás. Todas las relaciones
del hombre se deterioran. Esta idea ha sido conservada por la tradición cristiana, como
una explicación de la presencia de los distintos aspectos del mal.
San Agustín nos habla de la ruptura del orden cósmico, la realidad es que el hombre ha
sido creado no para vivir según el mismo, según el que lo creó, es decir para hacer la
voluntad de Aquel con preferencia a la suya. Porque Dios es la fuente de la vida
humana, de todos los bienes de su espíritu y de la felicidad última. El orden moral
humano exige el sometimiento a la voluntad de Dios. El primer hombre no moriría de
haber seguido unido a Dios. Cuando la mente del hombre dejó de estar sometida a Dios,
6 S.Th. I-II, q. 82, a.2.
todo lo que debería estarle sometido se le rebeló: sus pasiones, su cuerpo mortal, la
naturaleza.
Santo Tomás recoge y precisa esta doctrina en tres escalones, y explica claramente las
rupturas del pecado original. La separación de Dios produce la división interior entre
espíritu y cuerpo o sensibilidad, y la división exterior entre el ser humano y la
naturaleza. El orden primero se llama justicia original, y guarda una simetría con las
consecuencias del pecado.
Santo Tomás de Aquino supone que la armonía de que gozaba el hombre venía
sostenida por una particular acción de Dios. Por unos dones, que la teología ha llamado
preternaturales que, junto con la gracia, constituyen el estado de justicia original. Unas
ayudas que corregían los defectos naturales de la naturaleza humana para que se
adaptaran mejor a las necesidades del espíritu. Una vez producido el pecado la
naturaleza queda sibi relicta, es decir, abandonada a sí misma, a sus propias fuerzas y
defectos. Estas carencias se transmiten y tienen un carácter penal, porque proceden del
primer pecado.
El Catecismo recoge estas ideas: «Aunque propio de cada uno, el pecado original no
tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de
la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al
sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado; esta inclinación al mal es
llamada concupiscencia»7