El Tesoro Del Mariscal Lopez

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El tesoro del Mariscal López

Esta es la historia de Higinio Escobar, el Ypacarainse que participo de la


Guerra Grande y del descomunal tesoro Loperè que aún sigue enterrado
en la Antigua Tacuaral.

Durante la Guerra Grande, el antiguo tapé po’í que bajaba desde Cerrito
fue testigo de la angustiosa caravana Lopizta que conducía oro hacia el
Campamento Cerro León – Pirayú - Dpto de Paraguarì, situado a pocos
kilómetros de Ypacaraì.

“En diciembre de 1868, luego de su derrota en Itá Ybaté, el mariscal


López, con un puñado de hombres que habían sobrevivido lograron
escapar por Potrero Mármol y llegar hasta el Campamento Cerro León.

Allí pudo reorganizar el ejército. Luego marchó con sus tropas a apostarse
a poca distancia del campamento, en la cordillera de Azcurra, dejando en
Cerro León seiscientos hombres al mando del Coronel Sosa.

El 25 de mayo de 1869 una columna de caballería brasileña al mando del


coronel Morais atacó a la guarnición paraguaya del Campamento Cerro
León y capturó un buen número de prisioneros.

Poco antes, el 1 de enero, ya había sido ocupada Asunción.

El vandalismo, como en todas las guerras, asolaba el territorio paraguayo,


sembraba miedo y caos con saqueos y mil formas de barbarie por
doquier.” * Fuente ABC Color- “Campamento Cerro León, memoria y
música” – edición 28/09/29014.

Precisamente por la inminente y peor aún, inevitable llegada de las


fuerzas Aliadas a Asunción, dos comitivas habían partido de la capital del
país con destino a Pirayú, una de ellas, compuesta por familiares de los
altos mandos con soldados que conducían ganado y carretas cargadas con
municiones y provistas, llegaron a Cerro León ingresando por Azcurra, y
acortaron distancia al lugar cruzando propiedades particulares. En la
actualidad la compañía lleva como denominación el apellido de una de las
familias que otrora fueron propietarias de los terrenos: Las hermanas
PEDROZO.

La otra de las caravanas era más reducida pero más valiosa, en su secreto
recorrido desvió del trayecto fijado Asunción – Patiño – Cerro León, que
en principio debía hacerse en Tren.

En efecto, una orden secreta firmada por López hizo trasbordar el


contenido de los vagones en la estación Patiño y dispuso que sean
cargados en 5 enormes carretas tipo “Alzaprima” tirados por 4 juntas de
bueyes cada una.

Aquellas 5 carretas capaces de soportar el peso del traslado de colosales


rollos siguieron el antiguo sendero transitado por la primigenia parcialidad
indígena CARIO : Tramo Patiño - Itauguá y luego bajaron hasta lo que hoy
sería el km 34 de la ruta 2 ,ingresando a la derecha frente a lo que
actualmente es el Santuario se Schoenstadd dirigiéndose al sur hasta el
cruce de caminos 4 vientos actual Cerríto, y desde ahí, por consejo de un
baqueano soldado oriundo de la zona, siguieron hacia al esté utilizando el
viejo sendero Itauguá - Guazu Virá (actual Ypacarai), abriendo una picada
para ensanchar el tapé po'í ,creando las bases de lo que hoy sería la calle
Presidente González.

El soldado baqueano se llamaba Higinio Escobar, era natural de la vasta


zona del valle de Pirayù, luego Guazú Vira y posteriormente llamado
Ypacaraì.

El motivo de este desvío fue con el propósito de intentar asegurar que el


cargamento llegara a destino, pues existía la posibilidad de que el enemigo
haya interceptado la información de que el ferrocarril trasladaría el gran
tesoro, por eso y a sabiendas de que la oscuridad sería su aliada, esa
misma noche López ordeno trasbordar el cargamento, y al día siguiente el
tren siguió su rumbo marcado hasta la Estación Cerro León, habilitada
desde el año 1864 y a donde llegó con los vagones vacíos.

Desviarse de una ruta conocida disminuía la posibilidad de ser


emboscados por alguna eventual avanzada de las fuerzas aliadas, cuya
inteligencia estaba enterada de que la capital era evacuada y que valiosos
cargamentos serian puestos a resguardo.

Pasar la noche en la estación Patiño y luego llegar con los vagones vacíos
hasta Cerro León fue una jugada muy inteligente, el espionaje aliado le
perdió el rastro al montón de oro, la estrategia fue tan eficiente que hasta
en nuestros días los buscadores de tesoros siguen intentando dar con el
contenido de aquel convoy en las cercanías de la vieja Estación
caracterizada por la plantación de Frutillas.

Lo conducido en estos vagones y luego en carretas era lo que quedaba del


Tesoro Nacional de un País que era RICO.

En esos tiempos todo el país se alistó para la guerra, no hubo tiempo de


que nadie ponga a resguardo seguro las posesiones compuestas por
prendas personales.

El oro, la plata y otro tipo de valores y enseres pertenecientes a la


población fueron enterrados luego de que los integrantes de cada familia
depositaran en un cántaro de barro, una tinaja, un baúl, o incluso en ollas
de acero todas las pertenencias de los parientes de manera a que cuando
terminara la guerra, cada cual pudiera recuperar lo suyo, y de no
sobrevivir el clan completo a la contienda, que un integrante de la familia
pudiera quedarse con los objetos que en vida perteneciera a integrantes
de su parentela.

Pero la guerra acabó con las familias, con los apellidos, núcleos enteros
fueron aniquilados y de otros solo quedaron niños y ancianos.

Por ese motivo, algunos tesoros enterrados en pequeños cofres nunca


fueron desenterrados. En la huida, los pequeños cúmulos de joyas, kuãirū
karretón, rosarios y vajillas de oro y plata, etc, fueron sepultados a la orilla
de algún arroyo, cerca de un frondoso árbol o en alguna propiedad, y
hasta hoy yacen bajo el suelo convertidos en plata yvyguý esperando ser
desenterrados para que según la creencia popular “su antiguo propietario
pueda descansar”.

Retomando nuestro relato, la caravana cargada con oro bajó por la picada
abierta a machetazos y tras terminar su descenso sufrieron un percance
200 metros antes de llegar a la estación Guazú Virá, desde donde en
principio pretendían llegar hasta Cerro León transitando en paralelo pero
alejados de las vías, cosa que nunca ocurrió.

Debido al peso que soportaban, una de las carretas partió sus ejes en el
accidentado camino agrietado por fuertes raudales que bajaban desde
Cerrito, quedando la misma completamente inutilizada.

Aprovechando las colosales plantas de ingá y una enorme y única laguna


en el lugar, que servirían como punto de referencia en las cercanías del
arroyo Tarumâ (lugar situado hoy en el cruce de las calles Cabañas y Pdte.
González), el contenido de la carreta fue enterrada a 80 pasos del arroyo,
y los tres barriles fueron plantados configurando un triángulo distante a
50 pasos el uno del otro y conectados entre sí por cadenas.

La idea de los oficiales era volver después de la guerra a desenterrarlos, y


para dar con los tres barriles solo tendrían que desenterrar una y seguir la
cadena en forma triangular para toparse con los otros dos.

Luego de que la carreta partiera su eje, el resto de la caravana guiada por


Higinio Escobar siguió camino. Para poner a resguardo lo que ya no se
podía transportar, cinco soldados y dos oficiales superiores quedaron en el
lugar a enterrar los enormes barriles repletos de oro, y tras esconder en el
vientre de la tierra aquella monumental riqueza, los oficiales montaron
sus caballos, desde donde cobardemente sablearon a los famélicos
soldados, quienes murieron imposibilitados de huir a pie de sus
superiores.

Los dos oficiales guiados por la codicia, ejecutaron a los humildes soldados
creyendo que sobrevivirían a la guerra para luego disfrutar desenterrando
el ensangrentado tesoro oculto en los tres barriles. Para consumar ese
plan final, luego de que la carreta partiera sus ejes, ambos habían pactado
traicionar al Mariscal propiciando su rápida muerte de manera a que la
contienda bélica tenga un acelerado desenlace.

Nunca pudieron aprovechar la riqueza por la que habían despojado de sus


vidas a sus subalternos, dias después aquellos oficiales fueron torturados
hasta morir en Cerro León.
En el tribunal de guerra instalado en las cercanías de Pirayu para juzgar a
los traidores a la Patria, el fiscal de sangre Cnel. Francisco Aveiro había
acusado a los oficiales de ser colaboradores de una conspiración y de
espías del Imperio del Brasil; y luego de pasar días enteros en posición de
“Cepo”, los cuervos devoraron sus cuerpos.

El CEPO DE URUGUAYANA era una bestial técnica de tortura que consistía


en lo siguiente: Con las muñecas de las manos y los tobillos atados entre
sí, el prisionero era puesto de cuclillas, haciendo que se abrase las piernas
a la altura de las tibias y se pasaba un fusil en el espacio formado por los
antebrazos y por detrás de las rodillas, luego de varios días en esa posición
y tras insoportables calambres, la espalda del desgraciado explotaba
ocasionando una dolorosa muerte.

Higinio Escobar sobrevivió a la guerra, junto con el Gral Bernardino


Caballero fue apresado por el ejército Imperial Brasilero en las cercanías
del Rio Ápa el 8 de abril de 1870 y conducido prisionero a Rio de Janeiro, a
donde llego en una jaula como si fuese un peligroso animal.

El Centauro de Ybycuí, Higinio Escobar y otros héroes regresaron al país en


diciembre de ese año, Escobar volvió a su pueblo y en setiembre de 1887
fue fundador de la ciudad de Ypacaraì.

Por su formación, el respeto y admiración que infundía y generaba en


propios y extraños se convirtió en el primer Alcalde de la ciudad, su
descendencia permanece en el pueblo hasta nuestros días, fue abuelo del
fallecido Ubaldino Escobar.

Por todo lo mencionado en relación a la ruta del oro Loperè, es común


que en noches de amenaza de tormenta algunos puedan divisar los
espectros de los que alguna vez fueron soldados asesinados luego de
enterrar los tesoros.

Muy cerca del arroyo Tarumâ, si se presta atención se puede escuchar el


eco espectral de la caravana y el grito lastimero de los que ahí fueron
ejecutados. Testigos afirmaron ver fantasmagóricas figuras que visten
capa de color crema como resistiendo a la lluvia, turnándose en hacer
guardia de a uno.
En paso marcial portan los alargados fusiles a chispa y cuando un
relámpago o aratirì alumbra la oscura noche, hasta se puede observar las
puntiagudas bayonetas que sobresalen detrás de una lanza que agita una
desteñida bandera casi convertida en harapos.

En la actualidad no hay pistas ni informes que certifiquen que la caravana


cargada con oro haya llegado a destino, en sigilo Higinio Escobar enterró
en algún lugar de Ypacaraì el tesoro contenido en 4 carretas, elaboro un
mapa de la ubicación y desviándose del trayecto a Cerro León, junto a sus
compañeros se dirigió a Escurra en donde dio parte de lo acontecido y
entrego el mapa al Mariscal.

Francisco Solano López llevaba ese croquis bajo la chaqueta hasta que en
Cerro Corà fue atravesado por la lanza del soldado Brasilero Chico Diabo, y
empapado con la sangre de su portador aquel mapa se destruyó por
completo.

A su regreso a Ypacaraì, Higinio Escobar nunca se propuso desenterrar


aquella gigantesca plata avyguy, por lealtad a su comandante cuyo
nombre fue proscripto, su dignidad de guerrero no le permitió tocar una
sola moneda de aquello que perteneció a su patria desbastada, y por ello
llevó el secreto de su ubicación a la tumba.

Tampoco nadie ha desenterrado los tesoros del Tarumá, que hoy por hoy
se sitúan en dos propiedades particulares y una Escuela de la zona.

El primero que encuentre el barril será rico y siguiendo la cadena


convertirá en potentado millonario a su vecino en cuya propiedad se
encuentra el segundo barril y así sucesivamente hasta desenterrar los tres;
pero antes sin duda tendrán que cumplir con alguna exigencia de los cinco
espíritus de soldados que cada noche montan guardia, custodiando el
tesoro por el que fueron vilmente asesinados.
Ypacaraì es misteriosa, fantasmas y vivos conviven en una dimensión
paralela, pero umbilicalmente unidas.

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