GORDON CHILDE - Los-Origenes-De-La-Civilizacion
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GORDON CHILDE - Los-Origenes-De-La-Civilizacion
LOS ORÍGENES
DE LA CIVILIZACIÓN
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LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN
Libro 172
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Vere Gordon Childe
Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LA SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789-1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS
Karl Marx y Friedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya
Libro 22 DIALÉCTICA Y CONSCIENCIA DE CLASE
György Lukács
Libro 23 EL MATERIALISMO HISTÓRICO ALEMÁN
Franz Mehring
Libro 24 DIALÉCTICA PARA LA INDEPENDENCIA
Ruy Mauro Marini
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DE LA CIVILIZACIÓN
V. Gordon Childe
(1936)
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Prefacio
I. Historia humana e historia natural
II. Evolución orgánica y progreso cultural
III. Escalas de tiempo
IV. Recolectores de alimentos
V. La revolución neolítica
VI. Preludio a la segunda revolución
VII. La revolución urbana
VIII. La revolución en el conocimiento humano
Nota sobre la magia, la religión y la ciencia
IX. La aceleración y la retardación del progreso
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Primera edición en inglés, 1936. Primera edición en español, 1954
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PREFACIO
Con este libro no se tuvo el propósito de hacer un manual de
arqueología, ni menos de historia de la ciencia. Tratamos de que
resultara legible a quienes no se interesan por los problemas de detalle
que los especialistas discuten con calor. Por tanto, el libro ignora tales
problemas y evita, además, los términos técnicos y los nombres raros,
los cuales dan carácter científico a los textos sobre prehistoria
(incluyendo a los del autor), pero los hacen más difíciles de seguir.
Ahora bien, para simplificar los temas y el vocabulario hemos tenido
que sacrificar precisión. Tratándose de prehistoria, casi todos los
enunciados tendrían que ir acompañados de la frase: “con los
testimonios de que disponemos hasta ahora, la probabilidad favorece
la opinión de que...” En consecuencia, pedimos al lector que añada
esta reserva, o alguna otra semejante, a la mayoría de nuestros
enunciados. Ni siquiera con. esta restricción, resultarán aceptadas por
todos, la totalidad de nuestras aseveraciones; pero, ha sido imposible
embrollar el texto con explicaciones minuciosas, ajenas o la tesis
principal.
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Sin embargo, sostenemos que los hechos han sido establecidos con
precisión suficiente a los propósitos de este libro, y que las enmiendas
admisibles no afectarían a las explicaciones en manera alguna.
Por último, confesamos que, mientras los capítulos IV, V, VI y VII se
basan en estudios de primera mano sobre los objetos o los testimonios
originales, en cambio, para el capítulo VIII empleamos exclusivamente
traducciones y comentarios hechos por las competentes autoridades
que se citan en las notas.
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Capítulo 1
HISTORIA HUMANA E HISTORIA NATURAL
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“caída”. La historia de Atenas, entre los años 600 y 450 a.C., era
presentada como un ascenso, en tanto que el siguiente siglo era la
caída. Los siglos subsecuentes, omitidos del todo en los libros
escolares, había que suponerlos como una era de tinieblas y de
muerte. Por tanto, nos desconcertó el saber que Aristóteles floreció por
el año 325 a.C. y que algunos de los más grandes hombres de ciencia
griegos –médicos, matemáticos, astrónomos y geógrafos– trabajaron
en la época en que, supuestamente, ya había desaparecido la historia
“clásica” griega. La civilización griega no había muerto, aun cuando
Atenas hubiera declinado en su poder político; y sobrevivían las
contribuciones atenienses a un helenismo más amplio. El “ascenso” de
Roma era representado por ese período en el cual, por la crueldad y
aún por el engaño, un grupo de obscuros aldeanos de las márgenes
del Tíber la convirtieron en capital de un imperio que comprendía toda
la cuenca del Mediterráneo, Francia, Inglaterra y una buena tajada de
Europa Central. Por último, este vasto dominio fue pacificado y Roma
aseguró a sus súbditos dos siglos de paz relativa, sin precedente en
Europa. No obstante, se nos llevaba a imaginar que estos doscientos
años, omitidos discretamente de los libros escolares, habían
constituido una era de “decadencia”.
En la historia británica, los altibajos se hacían solamente un poco
menos notorios o más racionales. La época de Isabel había sido “de
oro”, a causa de que los ingleses tuvieron fortuna como piratas en
contra de los españoles, y porque quemaron en hogueras principalmente
a los católicos, y se mostraron condescendientes con las obras de
Shakespeare. En comparación, los siglos XVII y XVIII carecieron de
gloria, a pesar de que Newton le dio realce al primero y James Watt al
segundo.
De hecho, se tendía a presentar la historia antigua, y la historia
británica, exclusivamente como una historia política –como un registro
de las intrigas de reyes, gobernantes, soldados y preceptores
religiosos, de las guerras y persecuciones, y del desarropo de las
instituciones políticas y los sistemas eclesiásticos–.
Es claro que, incidentalmente, se hacía alusión a las condiciones
económicas, los descubrimientos científicos o los movimientos
artísticos de cada “período”, pero los períodos eran definidos en
términos políticos por los nombres de las dinastías o de las facciones
de partidos. Esta clase de historia difícilmente podía hacerse en forma
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Capítulo II
EVOLUCIÓN ORGÁNICA Y PROGRESO CULTURAL
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Fig. 3. Mamut grabado por un artista contemporáneo suyo en una cueva de Francia
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Leakey, Adan´s Ancestors, p. 224.
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respecto a un hacha de bronce, sólo que, en este caso, será útil una
breve explicación.
Los arqueólogos han dividido las culturas del pasado en Edades de
Piedra (Antigua y Nueva), Edad de Bronce y Edad de Hierro, sobre la
base del material empleado generalmente, y en forma preferente, para
los instrumentos cortantes. Las hachas y cuchillos de bronce son
instrumentos distintivos de la Edad de Bronce; a diferencia de los de
piedra, indicativos de una Edad de Piedra anterior, o de los de hierro
de la subsecuente Edad de Hierro. Para la manufactura de un hacha
de bronce se tiene que aplicar un conjunto de conocimientos mayor
que para una de piedra. La de bronce implica un conocimiento básico
considerable de geología (para localizar e identificar los minerales) y
de química (para reducirlos), lo mismo que el dominio de procesos
técnicos complicados. Es presumible que un pueblo de la “Edad de
Piedra”, por valerse exclusivamente de instrumentes de piedra,
careciera de dichos conocimientos. De esta manera, los criterios
utilizados por los arqueólogos para distinguir sus diversas “edades”,
también sirven como índices del estado de la ciencia.
Sin embargo, cuando los utensilios, los cimientos de las viviendas y las
otras reliquias arqueológicas no se consideran aisladamente, sino en
su conjunto, pueden mostrar mucho más. Entonces, no solo ponen de
manifiesto el nivel alcanzado por la destreza técnica y la ciencia, sino
también la manera en que sus autores obtenían su subsistencia, esto
es, cuál era su economía. Y es justamente la economía la que
determina la multiplicación de nuestra especie y, por consiguiente, su
éxito biológico. Estudiadas desde esta perspectiva. las antiguas
divisiones arqueológicas adquieren un nuevo significado. Las edades
arqueológicas corresponden, aproximadamente, a las etapas econó-
micas. Cada nueva “edad” es introducida por una revolución
económica, del mismo tipo y con los mismos efectos que la Revolución
Industrial del siglo XVIII.
En la “Antigua Edad de Piedra” (período paleolítico), los hombres
vivían enteramente de la caza, la pesca y la recolección de granos
silvestres, raíces, insectos y mariscos. Su número estuvo limitado a la
provisión de alimentos ofrecida por la propia naturaleza y, en realidad,
parece haber sido muy corto. En la “Nueva Edad de Piedra” (época
neolítica), los hombres controlaron su abastecimiento de alimentos,
cultivando plantas y criando animales. Debido a las circunstancias
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Capítulo III
ESCALAS DE TIEMPO
Antes de proceder a describir el contenido de las “edades” que
acabamos de definir, es conveniente tratar de dar alguna indicación
acerca de su duración. Sin tal intento no es posible estimar con
claridad el movimiento del progreso humano, ni siquiera es asequible
su realidad. Pero, es necesario hacer un gran esfuerzo imaginativo. El
drama de la historia humana ocupa un período que no es mensurable
en años, ni en siglos, ni aún en milenios. Los geólogos y los
arqueólogos hablan con versatilidad de estos grandes periodos de
tiempo, como si no se dieran cuenta de que son de la misma clase de
los períodos que nosotros mismos vivimos.
Para la mayor parte de nosotros, un año parece ser un tiempo largo; si
lo contemplamos retrospectivamente, lo encontramos lleno de
acontecimientos más o menos emocionantes que han afectado
nuestras propias vidas, nuestra ciudad, nuestro país y aún al mundo
entero. Ya una década, o sean diez años, sólo se puede contemplar de
una manera poco menos vivida. Recordamos la última década, llena de
sucesos notables, con las proezas aéreas, los asesinatos, las
violaciones y los divorcios que solamente son “destacados” en la
prensa popular, o de experiencias personales de la misma significación
histórica, o bien de acontecimientos verdaderamente importantes,
como el descubrimiento del hidrógeno pesado o de las Tumbas Reales
de Ur. Nuestra imagen de los períodos más prolongados es más
atenuada. Han transcurrido cincuenta y dos años desde la Guerra de
los Boers, la cual podemos recordar muchos de nosotros. En el
intervalo hemos sido testigos de acontecimientos de todas clases, tos
cuales han dejado una impresión permanente en nuestras mentes.
Podemos recordar las primeras máquinas voladoras, la multiplicación
de los automóviles, los comienzos de la telegrafía sin hilos comunicando
a los trasatlánticos, las sufragistas, una guerra mundial, la revolución
rusa, una huelga general. y otros muchos sucesos.
Pero, si nos remontamos treinta y cuatro décadas, llegamos hasta los
grandes días de la reina Isabel. El período es justamente diez veces
mayor que el que acabamos de tratar de recordar. Sin embargo, en
general, no estaremos enterados de que contiene diez veces más
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de más de 300 metros. Cubrió los valles y sepultó las cumbres de las
montañas de Pentland. En Francia, el glaciar del Ródano, el cual
puede verse actualmente a distancia por encima del Lago de Ginebra,
se extendió por el valle del Ródano hasta Lyon.
La formación y extensión de estos glaciares y láminas de hielo, debe
haber tomado una cantidad asombrosa de tiempo. Un glaciar es un río
de hielo y no un río helado. La extensión del glaciar del Ródano hasta
Lyon, no significa que el Ródano se hubiese congelado bruscamente,
sino que el glaciar escurrió desde las alturas de los Alpes hasta el nivel
de Lyon. Pero, un glaciar fluye con mucha lentitud: su movimiento
apenas si resulta perceptible a simple vista. La mayor velocidad
observada es de sólo 30 metros por día y, con frecuencia, el flujo es
mucho más lento. Las grandes láminas de hielo que escurrieron sobre
las llanuras de Inglaterra oriental y del norte de Alemania, no se
movieron con un ritmo semejante. En Groenlandia, tales láminas de
hielo se mueven ahora sólo unos cuantos centímetros diarios; en la
Antártida, el ritmo del flujo es de unos 500 metros al año. ¡Cuán largo
debe haber sido el tiempo transcurrido para que el glaciar del Ródano
llegara a Lyon y para que las láminas de hielo escocesas se
extendieran hasta Suffolk!
La fundición de las inmensas láminas de hielo debe haber sido
igualmente lenta. Una gran masa de hielo requiere mucho tiempo para
derretirse. Es posible encontrar, en pleno verano, algún iceberg
flotando al sur de Nueva York. Pero, por enorme que sea, ese islote de
hielo es incomparablemente más pequeño y más fundible que las
inmensas láminas de hielo y los glaciares que estamos considerando.
Su derretimiento debe haber sido tan lento, que la diferencia de
posición del borde del hielo entre un verano y el siguiente,
posiblemente haya sido muy difícil de percibir para los hombres de la
época.
Con todo, la humanidad fue testigo del avance y de la desaparición de
las láminas de hielo sobre Europa, bastante tiempo antes de que la
historia comenzara. Y no sólo eso. Muchos geólogos consideran que
hubo cuatro distintas Edades de hielo o glaciaciones, durante el
período pleistoceno. Cuatro veces, los glaciares y las láminas de hielo
se extendieron lentamente sobre Europa y, otras tantas veces, se
fundieron imperceptiblemente o se desecaron. Y, en cada episodio
glacial, hubo una época interglacial de temperatura cálida y de
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Capítulo IV
RECOLECTORES DE ALIMENTOS
Para el arqueólogo, la aparición del hombre sobre la tierra ha quedado
señalada por los utensilios que fabrico. Como hemos dicho el hombre
necesita utensilios para llenar las deficiencias de sus aprestos
fisiológicos, asegurándose alimento y abrigo. Está capacitado para
fabricarlos, por la delicada correlación entre la mano y el ojo, la cual, a
su vez, como señalamos antes, es posible por la constitución de su
cerebro y de su sistema nervioso. Es de presumir que los primeros
utensilios fueron trozos de madera, hueso o piedra, toscamente
afilados o acomodados a la mano, rompiéndolos o astillándolos. Los
utensilios fabricados de madera han desaparecido. En cuanto a los
primeros instrumentos de piedra, en lo general, deben haber sido
indistinguibles de los productos de una fractura natural (piedras
despedazadas por congelación, por calentamiento, o por haberse
destrozado en los golpes recibidos contra las rocas del lecho de un
río). No obstante, los arqueólogos han reconocido piezas de pedernal,
aún de la época anterior a la primera Edad de Hielo, que parecen
haber sido descantilladas en forma inteligente, como si hubiesen sido
adaptadas para servir de cuchillos, navajas y raspadores. La
producción humana de tales objetos “eolíticos” todavía se encuentra en
duda, pero es admitida por la mayoría de quienes son autoridades en
la materia.
En los comienzos mismos del pleistoceno, existieron ciertos “hombres”
que fabricaron inconfundibles implementos de piedra y también
controlaron el fuego. Se han encontrado evidencias concluyentes en la
caverna de Choukou-tien, cerca de Pekín. Allí, junto con los restos
fósiles del “hombre de Pekín” y de animales extintos, se encontraron
lascas talladas con mucha rudeza, de cuarcita y de otras rocas, y
también de hueso, que habían sido expuestas indudablemente a la
acción del fuego. En depósitos geológicos de la misma edad, en el
oriente de Inglaterra y en otras partes, se han hallado utensilios
superiores, aun cuando no asociados de un modo definido con
esqueletos “humanos”. Es poco lo que se ha aprendido de esta clase
de utensilios porque, sencillamente, ponen de manifiesto que algunas
criaturas semejantes al hombre adaptaron las piedras a sus
rudimentarias necesidades, pero casi es esto todo. Para qué fueron
hechos tales instrumentos, es algo que sólo se puede conjeturar. Las
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Fig. 4, Escena de caza, en una pintura de la Edad de Piedra del Sureste de España
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Capítulo V
LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA
En el transcurso de los inmensos periodos de las Edades de Hielo, el
hombre no introdujo cambio fundamental alguno en su actitud hacia la
naturaleza exterior. Se contentó con seguir tomando lo que podía
coger, aun cuando mejoró enormemente sus procedimientos de
recolección y aprendió a discriminar lo que podía coger. Pero, apenas
terminada la Edad de Hielo, la actitud del hombre (o, más bien, de
algunas comunidades) hacia su medio ambiente, sufrió un cambio
radical, preñado de consecuencias revolucionarias para la especie
entera. En cifras absolutas, el período transcurrido después de la Edad
de Hielo es una fracción insignificante del total del tiempo que lleva el
hombre, o criaturas semejantes al hombre, de actuar sobre la tierra.
Estimando con largueza la duración del período post-glacial en unos
quince millares de años, contrasta con la atribución conservadora de
250.000 años para la era precedente. No obstante, en la última
vigésima parte de su historia, el hombre ha empezado a controlar la
naturaleza o, por lo menos, ha logrado ejercer su control cooperando
con ella.
La manera como se ha ido haciendo efectivo este control del hombre
es a base de pasos graduales, cuyos efectos se han ido acumulando.
Pero, entre ellos, podemos distinguir algunos que se destacan como
revoluciones, juzgándolos con arreglo a las normas explicadas en el
Capítulo 1. La primera revolución que transformó la economía humana
dio al hombre el control sobre su propio abastecimiento de alimentos.
El hombre comenzó a sembrar, a cultivar y a mejorar por selección
algunas yerbas, raíces y arbustos comestibles. Y, también, logró
domesticar y unir firmemente a su persona a ciertas especies de
animales, en correspondencia a los forrajes que les podía ofrecer, a la
protección que estaba en condiciones de depararles y a la providencia
que representaba para ellos. Los dos pasos se encuentran
relacionados íntimamente. En la actualidad, muchos investigadores
autorizados consideran que el cultivo de la tierra antecedió en todas
partes a la cría del ganado. Otros investigadores, particularmente los
de la escuela histórica alemana, estiman que, mientras algunos grupos
humanos comenzaron por el cultivo de las plantas, otros grupos
empezaron domesticando animales. Algunos más, sostienen que hubo
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en Asam, entre los boro de la cuenca del Amazonas, y aún entre los
cultivadores de grano en el Sudán. Sin embargo, es un procedimiento
dispendioso y, en último término, restringe la población, ya que la tierra
disponible no es ilimitada en ninguna parte.
Si bien el cultivo nómada hortense es la forma más primitiva de la
agricultura, no por ello es la más simple, ni tampoco la más antigua. A
través de la gran faja de regiones actualmente áridas o desiertas, que
se extiende entre los bosques templados del norte y las selvas de los
trópicos, las mejores tierras para la agricultura se encuentran, con
frecuencia, en los suelos de aluvión depositados cuando los torrentes
intermitentes fluyen de las colinas hacia las llanuras, y en los valles de
los ríos que se desbordan periódicamente. En esta zona árida, el fango
inunda las llanuras próximas a los grandes ríos, y los sedimentos,
esparciéndose en abanico a la salida de los desfiladeros del torrente,
forman un contraste agradable con las arenas infecundas o las rocas
estériles del desierto. Y, en ellas, las aguas remanentes de las cursos
ocupan el lugar de las lluvias inciertas, suministrando la humedad
necesaria para la germinación y la maduración de los cultivos. De esta
manera, en el oriente del Sudán, los hadendoa5 esparcen las semillas
de mijo sobre el fango húmedo depositado por la avenida del Nilo cada
otoño, y esperan, simplemente, que broten las plantas. Cada vez que
se abate una tempestad sobre el Monte Sinaí, provocando una crecida
del Wady el Arish, los árabes del desierto se apresuran a sembrar
granos de cebada en el sedimento acabado de depositar y recogen
una grata cosecha.
Ahora bien, en tales condiciones, las avenidas utilizadas de este modo,
no sólo riegan los cultivos, sino que crean un suelo nuevo. Las aguas
de las avenidas son amarillentas y fangosas, por los sedimentos
recogidos a su impetuoso paso a través de las colinas. Debido a que
las aguas se esparcen, fluyendo mansamente, el fango en suspensión
se deposita como un sedimento profundo en las tierras inundadas. El
sedimento contiene los elementos químicos que los cultivos del año
anterior tomaron del suelo, de tal manera que éste es renovado y
vuelto a fertilizar.
5
Hadendoa es el nombre de una subdivisión nómada de la gente de Beja. El área
históricamente habitada por los Hadendoa es hoy parte de Sudán, Egipto y Eritrea
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Una parte de los animales que pueden vivir cómodamente con una
precipitación pluvial de treinta centímetros al año, se convierte en
población sobrante cuando la precipitación disminuye unos cinco
centímetros durante dos o tres años. Los herbívoros tienen que
congregarse en un número decreciente de manantiales y arroyos, en
los oasis, para obtener alimento y agua. Así, quedan más expuestos
que antes a los ataques de las fieras –leones, leopardos y lobos– las
cuales también gravitan alrededor de los oasis para obtener agua. Y
también se enfrentarán al hombre; porque los cazadores se ven
obligados, por las mismas causas, a frecuentar los manantiales y los
valles. De esta manera los cazadores y sus presas se encontraron
unidos en un esfuerzo por eludir las terribles consecuencias de la
sequía. Pero, si el cazador es al mismo tiempo agricultor, tendrá algo
que ofrecer a las bestias hambrientas: el rastrojo de sus campos recién
segados podía proporcionar la mejor pastura en el oasis. Una vez
almacenados los granos, el agricultor pudo tolerar que los musmones o
los bueyes muertos de hambre invadieran sus parcelas cultivadas.
Éstos estarían demasiado débiles para huir, demasiado flacos para que
valiera la pena matarlos para servir de alimento. En lugar de eso, el
hombre pudo estudiar sus hábitos, ahuyentar a los leones y lobos que
podían devorarlos y, tal vez, incluso ofrecerles alguna cantidad de
grano que sobrara de sus provisiones. Las bestias, por su parte, deben
haber crecido mansamente y se acostumbraron a la proximidad del
hombre.
Los cazadores actuales y, sin duda, también en los tiempos pre-
históricos, han estado acostumbrados a tener favoritos entre los
cachorros de los animales salvajes, con propósitos rituales o por
simple diversión. El hombre ha permitido al perro frecuentar su
vivienda, recompensándolo con los desperdicios de su cacería y con
los desechos de sus comidas. En las condiciones de la desecación
incipiente, el agricultor tuvo oportunidad de agregar a su familia no sólo
cachorros aislados, sino los restos de rebaños o manadas completas,
comprendiendo animales de ambos sexos y de todas las edades. Si se
dio cuenta entonces de la ventaja de tener un grupo de estas bestias
medio mansas rondando en las cercanías de su vivienda, como una
reserva de caza que podía coger con facilidad, pudo encontrarse en la
vía de la domesticación.
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especie de comercio irregular, por medio del cual los objetos podían
recorrer grandes distancias. Así, en los poblados neolíticos del lago
Fayum, se han encontrado conchas procedentes del Mediterráneo y
del Mar Rojo. Incluso en tumbas neolíticas de Bohemia y del sur de
Alemania se han encontrado brazaletes hechos de la concha de un
mejillón mediterráneo, el Spondylus gaederopi.
El hecho es que tal comercio no formó parte integrante de la vida
económica de la comunidad; los artículos que comprendía eran, en
cierto sentido, lujos, en modo alguno esenciales. No obstante, el
intercambio del cual dan testimonio, fue de vital importancia para el
progreso humano; fueron conductos por los cuales las ideas de una
sociedad pudieron llegar a otras, por los cuales se pudieron comparar
los materiales extranjeros, por los cuales se pudo difundir, de hecho, la
cultura. En realidad, la “civilización neolítica” debe su expansión, en
parte, a la existencia previa entre las comunidades todavía esparcidas
de cazadores, de un enlace comercial rudimentario.
En casos excepcionales, la comunicación entre grupos separados del
tipo que estamos considerando, pudo llevar a un “comercio” más
regular y a una especialización intercomunal, aun dentro de la
estructura de la economía neolítica. En Inglaterra, Bélgica y Francia,
los arqueólogos han descubierto minas neolíticas de pedernal.
Probablemente, en los intervalos del trabajo en las minas, los mineros
cultivaban plantas y criaban ganado. Pero, es enteramente cierto que
no sólo producían para sí mismos, sino que exportaban sus piedras de
pedernal a un mercado más amplio. Sin embargo, cuando se
interponían mares, selvas o montañas boscosas, el intercambio en los
tiempos neolíticos se debe haber hecho, en general, poco frecuente y
la filtración de ideas debe haber sido excesivamente lenta. Únicamente
en la zona árida del Mediterráneo y en la región vecina del Oriente, el
intercambio fue completamente rápido y extenso.
En esta forma, al hablar de “período neolítico” se puede abarcar desde
el año 6.000 a.C. hasta el año 1.800 d.C. “Civilización neolítica” es un
término peligroso, que resulta aplicable a una enorme variedad de
grupos culturales, todos ellos situados, más o menos, en el mismo
nivel económico. Aún más, en lugares como Tasa, el lago Fayum y los
niveles inferiores de Arpachiyah, en Asiría, la economía que acabamos
de esbozar parece representar, en realidad, la forma superior de
organización lograda en determinados lugares en aquel preciso
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PRELUDIO A LA SEGUNDA REVOLUCIÓN
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granos y sus frutos con los nómadas del desierto. Para estos últimos,
las gemas y la malaquita constituían artículos portátiles que podían
permutarse por productos agrícolas. Las cuentas deben haber sido uno
de los artículos principales del comercio regular más primitivo.
La elevada estimación por las substancias mágicas bien pudo haber
llevado a la búsqueda activa de ellas. W. J. Perry ha llegado a la
conclusión de que, en una época posterior, los antiguos egipcios
emprendieron una búsqueda en escala mundial de oro, piedras
preciosas, ámbar y otras substancias supuestamente mágicas. Esta
búsqueda debe haber sido un factor importante en la difusión de la
civilización. Aun cuando su pretensión debe tenerse por exagerada, la
estimación por tales substancias bien pudo haber impulsado a la
realización de una especie de exploración geológica en regiones que,
de otra manera, no resultaban atractivas. A más de esto, tenemos un
hecho importante: la malaquita es un carbonato de cobre y la turquesa
es un fosfato de aluminio matizado con cobre; tanto la malaquita como
la turquesa se encuentran en los sitios donde hay minerales de cobre,
y muchos de estos minerales tienen, por sí mismos, brillantes colores y
se les presumen virtudes mágicas. La recolección de malaquita,
turquesas y otras piedras de color, provocó, por consiguiente, que el
hombre frecuentara las regiones metalíferas y puso en sus manos los
minerales de cobre. En este sentido, el surgimiento de la metalurgia, la
cual fue uno de los factores dominantes en la segunda revolución,
vendría a ser un resultado indirecto de las ideas mágicas que
acabamos de considerar.
El trabajo de los metales implica dos grupos o conjuntos de
descubrimientos: 1) que el cobre, cuando es calentado, se funde y
puede vaciarse en cualquier molde deseado, y que, al enfriarse, se
hace tan duro como una piedra y se le puede sacar un filo tan bueno
como a ésta; y 2), que este metal resistente, cortante y rojizo se puede
producir calentando ciertas piedras o tierras cristalinas, poniéndolas en
contacto con carbón vegetal. En realidad, el cobre se puede hallar, aun
cuando sólo raramente, en estado metálico, como cobre nativo. Los
indios precolombinos de la región de los Grandes Lagos, en EE.UU.,
empleaban intensivamente los depósitos locales de cobre dativo para
fines industriales. Trataban el metal como una especie superior de
piedra y aun llegaron a descubrir su maleabilidad, produciendo objetos
de cobre batido. Pero, nunca trataron de fundirlo o de colarlo. Sub
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En la actual República Democrática del Congo
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Por otro lado, a pesar de ser tan plástico cuando está caliente, el
metal, al enfriarse, posee las virtudes fundamentales de la piedra y del
hueso; es igualmente sólido y también se puede afilar o aguzar
finamente. Además, tiene la ventaja adicional de ser maleable. Y, por
último, es más durable que la piedra o el hueso. Un hacha de hueso se
puede astillar fácilmente con el uso, echándose a perder; en el mejor
de los casos, habrá necesidad de afilarla con frecuencia, quedando
reducida bien pronto, a un tamaño que la hace inútil. En cambio, un
hacha de cobre se puede volver a fundir una y otra vez, quedando
siempre tan buena como cuando estaba nueva. El empleo inteligente
del metal –es decir, de la metalurgia simple– se inicia cuando estas
ventajas han sido entendidas.
Pero, esta comprensión requiere un reajuste de las formas de pensar.
La transformación del cobre sólido y resistente en metal fundido y,
luego, su vuelta al estado sólido de nuevo, es un proceso dramático, el
cual debe haber parecido misterioso. En un principio, la identidad entre
la masa informe del cobre en bruto, el líquido en el crisol y la pieza
fundida bien formada, debe haber sido difícil de entender. El hombre
estaba controlando, así, un notable proceso de transformación física.
Tuvo que reajustar las ingenuas ideas que había mantenido sobre la
substancia, cualquiera que hayan sido, para reconocer la identidad a
través de sus diversos cambios.
A más de esto, el control del proceso únicamente fue posible por medio
de todo un conjunto de descubrimientos e invenciones. Para fundir el
cobre, es necesario alcanzar una temperatura de cerca de 1.200° C.
Esto requiere un fuelle. Tuvo que inventarse algún artificio para dirigir
una corriente de aire sobre la llama; la solución correcta la
constituyeron los fuelles, pero no se tienen pruebas directas de ellos
hasta el año 1.600 a.C. Hubo necesidad de inventar hornos, crisoles y
tenazas. El vaciado requiere moldes. Es bastante fácil reproducir, por
colado, un objeto que sea plano de un lado, imprimiéndolo en arcilla y
vertiendo el metal fundido en el hueco dejado por el modelo. Pero, el
procedimiento es inútil para hacer una daga sólida con ambas caras
acanaladas para darle mayor resistencia. Tal instrumento requiere un
molde de dos piezas, cuyas mitades deben corresponder y unirse o
acoplarse con exactitud. Hacia el año 3.000 a.C. se empleó en
Mesopotamia el ingenioso procedimiento de la cera perdida. Primero,
se hace en cera un modelo del objeto deseado, y luego se reviste con
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narrias tiradas por bueyes.) Las narrias tiradas por bueyes todavía
seguían siendo empleadas en Ur, hacia el año 3000 a.C., para
conducir a su última morada los cadáveres reales. Sin embargo,
mucho antes de esa fecha, la narria había sido transformada por una
invención que revolucionó la locomoción terrestre. La rueda fue la
conquista culminante de la carpintería prehistórica; constituyó la
condición previa para la maquinaria moderna y, aplicada al transporte,
convirtió la narria en una carreta o furgón; los cuales fueron los
ancestros directos de la locomotora y del automóvil.
Es fácil hacer conjeturas acerca de la manera de cómo se pudo haber
inventado la rueda, pero los datos reales al respecto son difíciles de
obtener. Como los objetos de madera no pueden durar, generalmente,
muchos siglos, el arqueólogo sólo se puede informar acerca de los
vehículos por medio de los dibujos o modelos que hicieron de ellos los
contemporáneos, en algún material durable, como la arcilla cocida o la
piedra. Su testimonio claramente defectuoso y unilateral, justifica las
siguientes consideraciones positivas: Los vehículos con ruedas están
representados en el arte sumerio hacia el año 3.500 a.C., y en el norte
de Siria, tal vez, un poco antes.
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Capítulo VII
LA REVOLUCIÓN URBANA
Hacia el año 4.000 a.C., la enorme comarca de tierras semi-áridas que
bordea el Mediterráneo oriental y se extiende basta la India, se
encontraba poblada por un gran número de comunidades. Entre ellas,
debemos imaginar que existía una diversidad de economías, adecuadas
a la variedad de condiciones locales; comprendiendo cazadores y
pescadores, agricultores de azada, pastores nómadas y agricultores
sedentarios. A su alrededor, podemos añadir otras tribus dispersas en
la inmensidad del desierto. Entre todas estas comunidades, se había
aumentado el capital cultural del hombre, con los descubrimientos e
invenciones señalados en el capítulo anterior. Habían acumulado
laboriosamente un conjunto importante de conocimientos científicos
–topográficos, geológicos, astronómicos, químicos, zoológicos y
botánicos– de saber y destreza prácticos, aplicables a la agricultura, la
mecánica, la metalurgia y la arquitectura, y de creencias mágicas que
también eran consagradas como verdades científicas. Como resultado
del comercio y de las migraciones de pueblos que hemos indicado, la
ciencia, las técnicas y las creencias se habían propagado con amplitud;
el conocimiento y la destreza eran aprovechados. Al propio tiempo, se
venía quebrantando la exclusividad de los grupos locales, se relajaba
la rigidez de las instituciones sociales y se sacrificaba la independencia
económica de las comunidades autosuficientes.
Este desarrollo avanzaba con mayor rapidez en las grandes depresiones
de los ríos, en el valle del Nilo, en las grandes llanuras de aluvión
comprendidas entre el Tigris y el Eufrates, y en las que bordean el Indo
y sus afluentes, en las regiones de Sind y Penjab. En ellas, una
dotación generosa e infalible de agua y un suelo fértil renovado cada
año por las avenidas, aseguraba un abastecimiento superabundante
de alimentos y permitía el crecimiento de la población. Por otra parte,
tanto el drenaje original de los pantanos y cañaverales que crecían
junto a los ríos, como la subsecuente conservación de los vados y de
los diques de protección, imponían exigencias excepcionalmente
pesadas, requiriendo un esfuerzo continuo y disciplinado de las
comunidades que disfrutaban de estas ventajas. Como lo explicamos
más arriba, la irrigación puso en manos de las comunidades un medio
eficaz para fortalecer la disciplina.
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que recogen las lluvias: de Zagros o, tal vez, del Líbano o de la costa
mediterránea. Se cree que el lapislázuli era traído desde Afganistán.
El comercio no se limitó a las materias primas. En Egipto y la India, ya
se había consumado la segunda revolución; las ciudades de Sumer
mantenían relaciones comerciales con las del Nilo y el Indo. Las
mercancías fabricadas por las industrias especializadas de un centro
urbano, eran vendidas en los bazares de otro. En varias ciudades
mesopotámicas se han hallado algunos sellos, cuentas y hasta vasijas
cuyas características no son sumerias; pero que, por lo demás, eran
comunes en las ciudades contemporáneas del Sind y del Penjab. Estos
objetos constituyen una prueba concluyente del comercio internacional
que enlazaba al Tigris con el Indo, salvando una distancia de cerca de
2.000 km. Nos señalan la existencia de caravanas que cruzaban
regularmente la desmesurada distancia y los desiertos salados que
separan ambos valles, o bien, de flotas de embarcaciones que
navegaban siguiendo el árido litoral del Mar de Omán, entre las
desembocaduras de los dos ríos.
Ahora bien, en el Oriente, esta clase de comercio no consiste, ni ha
podido consistir nunca, en el mero transporte de los fardos de
mercancías, de un lugar a otro. En las estaciones terminales y en las
de tránsito, las caravanas y los barcos mercantes deben haber hecho
escalas prolongadas. Los representantes del país exportador,
probablemente colonos, deben haber recibido las mercancías en el
lugar de su destino y preparado cargas para el viaje de regreso,
entreteniendo a los viajantes mientras tanto. Del mismo modo que
existen colonias permanentes de comerciantes británicos en Oporto,
Estambul y Shanghai, debemos imaginar colonias de mercaderes
hindúes establecidas en Ur y en Kish. En tales condiciones, el
comercio es verdaderamente un medio de intercambio, una cadena por
la cual se pueden propagar las ideas en una escala internacional.
Además, las caravanas no sólo transportaban mercancías –realizaciones
concretas de las nuevas invenciones–, sino también hombres –artesanos
e inventores–. En el Oriente, el trabajador experto es, por tradición,
extraordinariamente móvil. Los artesanos gravitan alrededor de centros
en los cuales pueden practicar provechosamente su destreza. Y esto
debe haber ocurrido así desde la antigüedad. La nueva clase de
hábiles artesanos, creada por la segunda revolución, se había liberado
de las tareas de la producción primaria de alimentos y, por
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tarifa del templo fuera considerada como usuraria, por parte de los
impíos.
Este sistema económico que hizo del dios un gran capitalista y
terrateniente, convirtiendo su templo en un banco urbano, se originó,
evidentemente, en una remota época prehistórica. La tablilla de yeso
con figuras del primer templo de Erech y las tablillas de Jemdet Nasr,
con sus inscripciones, son, sin duda, precursoras de las cuentas de
templos que ahora podemos leer. En consecuencia, estas últimas
justifican la descripción del desarrollo económico de Sumer que antes
hemos inferido. Asimismo, servirán de base para el análisis de las
consecuencias científicas de la segunda revolución, que exponemos
en el capítulo siguiente.
Hacia el año 3.000 a.C., ya había surgido en cada ciudad, junto con la
deidad, un potentado temporal. Se presentaba humildemente como
“vicegerente” del dios, aun cuando también se ostentaba como “rey”.
Tal vez, había personificado anteriormente al dios, en aquellos dramas
sagrados que hemos imaginado anteriormente como factores en la
génesis de la deidad. En realidad, seguía representando el papel del
dios en algunos actos del drama. Pero se había emancipado del
destino del actor original –el ser enterrado en una tumba, tal como se
hace con la semilla–. Lo cierto es que usurpó una buena parte del
poder temporal del dios sobre los hombres. Desde los primeros
documentos, aparece oprimiendo a sus súbditos. En realidad, el
Estado había “surgido de la sociedad, colocándose por encima y
aparte de ella”.
Con todo, el rey desempeñó ciertas funciones económicas esenciales
en el desarrollo de la sociedad sumeria. Se encontraba en posesión del
poder material de un gobernante civil y de un comandante militar. Uno
de los usos de este poder debe haber sido el de velar que “los
antagonismos” generados por la revolución, “las clases con intereses
en conflicto, no se consumieran a sí mismas y a la propia sociedad, en
una lucha estéril”. Pero, acerca de esto, las relaciones guardan
silencio. Lo que se menciona en ellas es el empleo del poder estatal
para complementar la obra de las “empresas privadas”, satisfaciendo
las necesidades económicas del país. Los primeros reyes se jactaban
de sus actividades económicas –la excavación de canales, la
construcción de templos, la importación de madera de Siria, y de cobre
y granito de Omán–. Algunas veces se les representaba en los
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Por supuesto, los reyes morían realmente y eran sucedidos por sus
hijos o hermanos. Incluso, llegó a haber cambios de dinastías, en
circunstancias que eludiremos aquí. Sin embargo, la idea del rey
divino, la jerarquía de funcionarios designados por el rey, y la
organización del Estado creado por él y administrado por ellos,
constituyeron efectivamente elementos de continuidad. A través del
Antiguo Imperio, la autoridad del faraón como dios y su poder mágico
para garantizar la prosperidad del territorio, se consolidaron continua-
mente con la invención de nuevos ritos y el acrecentamiento de
atributos. Con el encumbramiento de la 3a dinastía y el traslado de la
capital, de Abidos en el Alto Egipto, a Menfis cerca del vértice del Delta,
el rey empezó a absorber las cualidades vivificantes del sol; de la
fuerza que aparecía a los ojos de los egipcios, junto con el Nilo, como
la fuente de fertilidad y de abundancia. Ya en la 5 a dinastía, el faraón se
había convertido en Hijo del Sol, y se le tenía como consubstancializado
con esta fuerza benéfica.
Desde luego, el faraón no se captaba la obediencia de sus súbditos
con sólo otorgarles beneficios ficticios. Su autoridad se consolidaba
con los beneficios económicos tangibles que concedía a su reino. Al
igual que las deidades inmateriales de Mesopotamia, este dios
corpóreo dedicaba parte de su poder y de sus riquezas a lograr la
prosperidad material de su reino; una porción de sus rentas era
invertida en empresas auténticamente reproductivas. Existe la
representación de un faraón de la dinastía, “dando el primer
azadonazo” para un nuevo canal de riego. Tenemos mención de las
operaciones instituidas por el rey para el control de las avenidas.
Desde la fundación del imperio unificado, bajo Menes. se construyó
una escala graduada especial, el nilómetro, para medir la altura del
caudal de agua del Nilo, llevándose registro de las crecidas. Estas
mediciones y registros tenían el propósito primordial de servir de base
para la imposición de impuestos. Pero al igual que el calendario,
ayudaban al agricultor, indirectamente, al mismo tiempo que al
recaudador de impuestos.
La importación de materias primas, necesarias para el desenvolvimiento
de la; industrias egipcias y para las ceremonias funerarias, era
financiada con las rentas reales. El cobre y la turquesa provenían de
las minas del Sinaí. Con el propósito de extraerlos se enviaban
periódicamente expediciones, a través del desierto, equipadas por el
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Fig. 8. Taller de un orfebre, según la pintura mural de una tumba del Reino Antiguo.
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Finalmente, hacia el año 2.000 a.C., los bárbaros que vivían al norte de
los Balcanes, en la región que llegaría a ser después el Imperio Austro-
Húngaro, principiaban apenas a utilizar el metal para armas y
ornamentos y, ocasionalmente, para fabricar utensilios. Pero, seguían
viviendo en poblados pequeños, formando comunidades casi auto-
suficientes. Por supuesto, no sabían escribir, ni siquiera tenían sellos.
La metalurgia la habían aprendido de los griegos y los troyanos, sólo
que estaban muy lejos de alcanzan el nivel de sus maestros. Por lo
demás, sus vecinos del norte todavía eran neolíticos.
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Capítulo VIII
LA REVOLUCIÓN EN EL CONOCIMIENTO HUMANO
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2 4
√4 2
√ 8 1
Resultado 2+4+8
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Fig. 11. Reproducción exacta de una figura del Papiro de Moscú, invertida y con los
símbolos en caracteres modernos
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√1 1+ ½+ ¼
2 3+½
√4 7
√ 1/7 ¼
1
¼ + / 28 ½
√ ½ + 1 / 14 1
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Capítulo IX
LA ACELERACIÓN Y LA RETARDACIÓN DEL PROGRESO
Con anterioridad a la revolución urbana, comunidades comparativa-
mente pobres e ignorantes habían hecho una serie de contribuciones
grandiosas al progreso humano. En los dos milenios inmediatamente
anteriores al año 3.060 a.C., se hicieron descubrimientos en ciencia
aplicada que, directa o indirectamente, afectaron la prosperidad de
millones de hombres y fomentaron de modo manifiesto el bienestar de
nuestra especie, facilitando su multiplicación. Ya hemos mencionado
las siguientes aplicaciones de la ciencia: el riego artificial utilizando
canales y presas; el arado; los aparejos para emplear la fuerza motriz
animal; el bote de vela; los vehículos con ruedas; la agricultura
hortense; la fermentación; la producción y el uso del cobre; el ladrillo; el
arco; la vidriería; el sello; y –en las primeras etapas de la revolución–
un calendario solar, la escritura, la notación numérica y el bronce.
Los dos millares de años inmediatamente posteriores a la revolución –
es decir, de 2600 a 600 a.C.– produjeron pocas contribuciones, de
importancia comparable, para el progreso humano. Tal vez, sólo cuatro
hazañas merecen ser colocadas en la misma categoría de las dieciséis
que acabamos de enumerar. Ellas son: la “notación decimal” de
Babilonia hacia el año 266 a.C.; un método económico para fundir
hierro en gran escala (1.400 a.C.); una escritura verdaderamente
alfabética (1.300 a.C.); y los acueductos para proveer de agua a las
ciudades (700 a.C.).
La “notación decimal” permitió a los babilonios tratar efectivamente
cantidades fraccionarias y establecer una astronomía matemática.
Pero, el valor de posición desapareció junto con su escritura, aun
cuando sus fracciones sexagesimales sobrevivieron para inspirar las
“decimales”, en el año 1590 de nuestra era. La fundición económica del
hierro hizo a los instrumentos metálicos tan baratos, que se pudieron
utilizar universalmente para despejar bosques y drenar pantanos. En
las latitudes templadas, las nuevas herramientas abrieron al cultivo
extensas comarcas de tierras hasta entonces no habitables, haciendo
posible un gran aumento de la población. Sin embargo, el descubrimiento
crucial no se produjo en las comunidades ricas y muy civilizadas de
Babilonia o de Egipto, sino en una comunidad desconocida hasta
entonces, dependiente del Imperio Hitita.
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NOTA GEOGRÁFICA
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