MOLINER - GONZALEZ - JUAN - ANTONIO - Tesis Etica Militar
MOLINER - GONZALEZ - JUAN - ANTONIO - Tesis Etica Militar
MOLINER - GONZALEZ - JUAN - ANTONIO - Tesis Etica Militar
2020
4.6.2. Informe del Grupo de Alto Nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio
(HLPTCC). ........................................................................................................... 131
5.6. ¿El avance de la inteligencia artificial hacia los robots “éticos”? ............... 194
Los militares son los profesionales que tienen delegada la utilización de la violencia
legítima1 y los primeros involucrados en ejercerla produciendo destrucción y muerte,
además de exponer sus propias vidas y las de sus hombres. Por ello no cabe duda de la
necesidad de que su convicción moral para desempeñar ese cometido sea totalmente
sólida y esté éticamente amparada en la justicia y legitimidad de su causa. A ello hay que
añadir que el ejercicio de la función de combate, además de basarse y tener como objetivo
final el cumplimiento de la misión, debe adecuarse a las restricciones legales que impone
el Derecho Internacional Humanitario (DIH) y a las convicciones éticas y el principio de
humanidad.
Desde el punto de vista individual el tomar una vida ajena solo encuentra justificación
si se hace como defensa y no como agresión, si se asume su necesidad para la propia
supervivencia y se adquiere conciencia de su significado.
1
Recordemos a este respecto la conocida y generalizada definición de Max Weber en su conferencia «La
Política como profesión», pronunciada en enero de 1919, y en la que afirmó: «Estado es aquella comunidad
humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es el elemento distintivo), reclama (con
éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima». (Weber, M. 2006. El político y el científico, p.
83).
1
El mantenimiento de las reglas de la guerra y los principios éticos en el uso de la fuerza
militar son unas de las más serias responsabilidades de los militares, políticos y
legisladores y, también, de toda la sociedad que mayoritariamente deberá asumirlas
haciéndolas compatibles con otros derechos individuales como puede ser el de la objeción
de conciencia.
Esa utilización de la fuerza militar tiene que ser legal, pero sobre todo ha de ser ética,
siendo esta una de las importantes razones que avalan la existencia de la ética militar, así
como la necesidad que tienen los militares profesionales de formarse en sus conceptos,
contenidos y procedimientos.
Probablemente la forma en que la guerra afecta a todos los que en ella participan, unos
llamados a combatir exponiendo su vida, otros tomando decisiones sobre ellos, todos
apoyados en sus convicciones, no sea la misma y dependa del nivel de responsabilidad.
En los niveles jerárquicos más altos la información y certeza del que tiene
responsabilidades de mando sobre la legitimidad de la causa, en la que asesora a los
líderes políticos, responsables últimos en una sociedad democrática de involucrarse en el
conflicto, es una implicación de enormes consecuencias morales y de responsabilidad
social.
Responsabilidad que también alcanza al resto de los niveles hasta llegar al escalón más
bajo, el de los soldados y otros intervinientes directos en el ejercicio de la violencia que
suponen las guerras, pero en un grado menor que nunca será exculpatorio. Sin duda, a
mayor mando y liderazgo se debe tener mayor conciencia de las consecuencias de las
decisiones que se adopten o puedan adoptar.2
2
Así se pone de manifiesto en el libro «Los verdugos voluntarios de Hitler». En el mismo se argumenta
que no solo los responsables intelectuales del Holocausto, sino muchos alemanes corrientes fueron
responsables y se implicaron activamente como verdugos voluntarios de compatriotas judíos. Unos
utilizando la oportunidad de cumplir las órdenes dando rienda suelta a sus instintos más bajos y brutales
sin ningún resentimiento o resquemor; otros, el grupo mayoritario, que fueron los que obedecieron con
disgusto y malestar y que en gran parte se acostumbraron a ello con el tiempo; y un grupo minoritario que
fue el que se negó a obedecer esas órdenes. Aunque la tesis de Goldhagen levantó un enorme debate y ha
recibido elogios y críticas, parece que la causa que se ofrece para ese comportamiento social ante la
“solución final”, centrada exclusivamente en una supuesta versión cultural de los alemanes hacia los judíos
con raíces históricas y sociológicas, no da completa cuenta de los motivos de este. En todo caso, el ser
humano ha seguido cometiendo crímenes atroces contra la humanidad después de la Segunda Guerra
Mundial a lo largo del siglo XX, como muestran los casos de Ruanda, Camboya o la exYugoslavia. Véase,
a este respecto, Konrad Kweit, “Hithler Willing Executioners and Ordinary Germans. Some comments on
Goldhagen Ideas”, pp. 1-9. web.ceu.hu/jewishstudies/pdf/01_kwiet.pdf
2
La convicción legal y ética sobre la justicia en el uso de la fuerza afecta a todos los
miembros de las Fuerzas Armadas sin excepción, pues es la institución en la que
disciplina y lealtad al superior impregnan los principios y valores que contribuyen al
mejor cumplimiento de su misión y funciones.
Desde la perspectiva ética adoptada dejemos constancia de lo que dicen las Reales
Ordenanzas de las Fuerzas Armadas de España, en vigor desde 2009, que en su artículo
48 establecen: «Si las órdenes entrañan la ejecución de actos constitutivos de delito, en
particular contra la Constitución y contra las personas y bienes protegidos en caso de
conflicto armado, el militar no estará obligado a obedecerlos. En todo caso asumirá la
grave responsabilidad de su acción u omisión». Más adelante, en el artículo 55 se recoge:
«…Todo mando tiene el deber de exigir obediencia a sus subordinados y el derecho a que
se respete su autoridad, pero no podrá ordenar actos contrarios a las leyes o que
constituyan delito»3.
Ejercer la fuerza exige convicción moral y para ello son necesarios los principios que
conforman una justa causa de la guerra, así como su adecuada interpretación y aplicación.
Como lo es el atenerse en el desarrollo del combate a unas reglas y una forma de conducir
las operaciones, que hunden sus raíces en la historia de la humanidad y han llegado en el
siglo XX, con el desarrollo moral de la humanidad, a ser incluidos en el Derecho
Internacional Humanitario, a pesar de las limitaciones que se le puedan achacar.
3
Real Decreto 96/2009, de 6 de febrero. Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas (ROFAS), BOE
Núm. 33, 7 de febrero de 2009.
3
La formación y entrenamiento de los militares en esas reglas y principios es una tarea
esencial a la que la ética militar contribuye profundizando y ampliando el conocimiento
de la confrontación violenta que es la guerra, ofreciendo razones no solo para comprobar
la legitimidad del recurso a la fuerza, el ius ad bellum, sino también en relación con el
uso de la violencia militar siguiendo principios éticos y de humanidad, que recoge el ius
in bello.
En la guerra se utiliza la violencia bélica que puede producir muerte de seres humanos
y destrucción de bienes materiales. Si, además, uno es un mando militar que tiene la
responsabilidad de poner en riesgo no solo la vida propia sino la de otras personas, resulta
indispensable poseer una fundada justificación y convicción ética y moral4 que supere los
reparos genuinos y la repulsión, innata o culturalmente adquirida, al uso de la violencia
letal y sus consecuencias.
La institución militar se convierte en una fuerza policial cuando está continuamente preparada para
actuar, comprometida en ejercer un uso mínimo de la fuerza y cuando aspira a establecer relaciones
internacionales viables y no se empeñe en la victoria, porque ha incorporado una postura militar
protectora (Janowitz, 1996, p. 522).
Vemos el profundo significado que para la ética militar tiene esta concepción, cada
vez más en boga en las operaciones internacionales de naturaleza humanitaria, y que
refuerza la necesidad de una formación ética que proporcione a jefes y soldados una
capacitación moral imprescindible a la hora de utilización de la fuerza que puede llegar a
ser letal.
4
Sobre las diferencias entre los términos de ética y moral, que frecuentemente se utilizan como
intercambiables, se especificarán sus significados y diferencias en el capítulo 3.2. dedicado a la delimitación
de los conceptos de ética y moral militar.
4
Como profesional de la guerra, que puede ser llamado a combatir por el gobierno
legítimo del sistema democrático, el militar participando en una guerra es el principal
agente responsable y ello le exige una convicción moral que no puede delegar en otras
autoridades políticas o líderes sociales.
El soldado no puede ser simplemente un agente de la voluntad política, en la que delega la elección
de ir a la guerra, justificada o injusta, especialmente desde que la decisión de cómo se conduce la guerra
reside en él. Los soldados de las más viejas naciones, que conocen el sufrimiento causado por las
guerras, no pueden dejar el peso de la defensa de la ética de la guerra, duramente ganada, solamente a
los legisladores, pensadores o líderes políticos (Royal, 2012, p. 27, traducción propia).
En estos inicios del siglo XXI se observa que la ética militar no solo debe observar los
cambios en las características de guerras y conflictos, sino que ella misma, en ocasiones,
se utiliza como instrumento.
La ética y la moralidad se han convertido en armas de guerra utilizadas contra Estados, (que son
signatarios del Derecho Internacional Humanitario) por actores no estatales pero que bien pueden, por
razones ideológicas, haber repudiado o ignorado las convenciones aceptadas internacionalmente
(McCormack, 2019, p. 23, traducción propia).
Este conjunto de razones son las que justifican que el combatiente, principal agente en
la guerra, indague y analice por los principios éticos de ella.
Como soldado, cuando al que esto escribe comenzó su profesión de militar, algunas
de las ideas anteriores se le planteaban de forma vaga e imprecisa. Con el trascurrir del
tiempo, la adquisición de experiencia (este doctorando participó como Observador Militar
de Naciones Unidas en Bosnia) y de conocimientos (unos profesionales como los de
Estado Mayor o de Altos Estudios Militares y otros civiles como los recibidos al estudiar
la Licenciatura de Filosofía y Ciencias de la Educación), contribuyeron a la reflexión y
profundización sobre aquellas ideas, que se plasmaron en artículos y capítulos de libros
publicados en revistas y obras dirigidas al ámbito militar.
5
Hay que reconocer que la guerra es un mal y un problema que ha sido constante para
el ser humano, pues a pesar del estímulo que ha supuesto para el desarrollo de la especie
en multitud de ámbitos científicos y artísticos a lo largo de la historia, los efectos y
consecuencias de los conflictos afectan a lo más preciado del ser humano: la vida.
El objeto principal en el análisis que se inicia es demostrar que existe una legitimación
para el uso de la fuerza militar, para la guerra, que debe cumplir con todas las exigencias,
condiciones, imposiciones y limitaciones necesarias, siendo la ética militar el marco para
la reflexión y evaluación, para conocer y aplicar los criterios a que debe responder ese
ejercicio de la violencia legal.
La motivación subjetiva en la elección del tema de la tesis surge por la condición que
tiene el autor de militar, de soldado. Profesión elegida voluntariamente y que consiste,
esencialmente, en prepararse para arriesgar la vida propia y usar la violencia letal formal
y legítimamente delegada por la sociedad a la que se pertenece y defiende.
6
En estos inicios del siglo XXI, tras los avances de la humanidad en los tratamientos
legal y ético del fenómeno de la guerra, algunos cambios, impulsados por el enormemente
acelerado desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero que siguen estando motivados por
la política, amenazan con mutar esa permanente naturaleza de la guerra, incluso en su
condición de hecho social esencialmente humano.
Esos mismos avances, dada la condición de hecho sociológico que es la guerra, han
propiciado que la humanidad adquiera conciencia de que los derechos y la dignidad
esencial de los seres humanos son patrimonio de todos por igual, y su protección y
preservación, en ocasiones mediante las intervenciones militares, es responsabilidad que
afecta a todas las sociedades y personas.
Por todo esto, los conflictos bélicos que se producen hoy en día han modificado sus
características al compás de cambios culturales, sociales y la universalización del respeto
a la igualdad y dignidad inherente a todos los seres humanos.
En espera de que un Código más completo de las leyes de la guerra pueda ser dictado, las Altas partes
contratantes juzgan oportuno hacer constar que en los casos no comprendidos en las disposiciones
reglamentarias aceptadas por ellas, los pueblos y los beligerantes queden bajo la salvaguarda y el
imperio de los principios del derecho de gentes, tales como resultan del de los usos establecidos entre
naciones civilizadas, de las leyes de humanidad y de las exigencias de la conciencia pública.
Las aproximaciones al fenómeno de la guerra se pueden hacer desde distintos campos
del conocimiento, pero se considera que uno apropiado e imprescindible es el de la ética,
especialmente para el ser humano que tiene como profesión la preparación y capacitación
para el uso más efectivo de la violencia letal si llegara el caso.
7
En esta tesis se adopta como instrumento para aproximarse a la guerra la ética militar,
entendida como ética aplicada que dispone de herramientas que permiten efectuar de
forma rigurosa el análisis, la categorización y la prescripción adecuados.
Esto significa que, en este momento, más que en ninguna época histórica anterior, el
uso de la fuerza debe estar justificado desde razones y principios éticos, además de
ampararse en razones jurídicas, y no en motivos políticos, económicos o de cualquier otra
índole (ius ad bellum). Dada la generalización habitual en la literatura, y también en esta
tesis, del concepto de ius ad bellum parece muy necesario fijar el significado y los
elementos esenciales de este término. Para ello seguimos a Pérez González que, al tratar
la respuesta del Derecho, indica que: «ante el espectáculo desolador de la guerra, la
Comunidad Internacional ha ido tomando conciencia y procurando dar una respuesta por
medio del Derecho» (Pérez G., 2017, p. 30). La misma se ha plasmado en el ius ad bellum,
elemento del Derecho Internacional que «se preocupa por establecer las condiciones en
que les es lícito a los Estados recurrir a la fuerza armada» (Pérez G., 2017, p. 30).
Además, la forma en que se usa la fuerza militar tiene que adecuarse plenamente a esos
principios, además de a los imperativos legales del Derecho Internacional y especialmente
del Derecho Internacional Humanitario (ius in bello). Al ius in bello dentro del Derecho
Internacional, apoyado en el tradicional Derecho de la Guerra «que regula los medios o
modos de conducción de las hostilidades» (Rodríguez-Villasante J.L. y López Sánchez,
J., 2017, p. 56), y que en la actualidad se asocia con el Derecho Internacional Humanitario
8
se le puede asignar como significado el de «conjunto de reglas que buscan limitar las
consecuencias humanitarias de los conflictos armados»5.
Estas consideraciones desde la perspectiva jurídica del uso militar de la fuerza, las
formas y modos en que es ejercido y sus consecuencias tras una guerra, fundan y dan
5
ICRC/Comité Internacional de la Cruz Roja (2016). Autonoous Weapons Systrems: implications of
increasing autonomy in the critical functions of weapons. https://www.icrc.org/en/publication/4283-
autonomous-weapons-systems
6
Es interesante la definición de victoria moral desarrollada al elaborar el ius ex bello y que Colonomos
propone: «El cese de hostilidades basado en la apreciación de un bien común que es indispensable para
minimizar el sufrimiento y necesario para la conquista de la paz» (Colonomos, 2015, p. 8).
9
sentido a la ética militar como instrumento de análisis y reflexión. Disciplina que no es
demasiado conocida en España, pero que justificaremos y validaremos en nuestra
construcción teórica.
La ética militar, como saber aplicado al fenómeno de la guerra, tiene diferentes objetos
de estudio, elementos y características, métodos e instrumentos de análisis. Como muestra
de la aplicabilidad y coherencia de la ética militar analizaremos dos aspectos concretos
de la guerra.
Ambos nos ofrecen una interpretación de algunos de los tipos de conflictos bélicos que
se presentan en nuestra época y cómo hundiendo sus raíces en la ética militar, se
consideran esenciales en relación con las concepciones del ius ad bellum y del ius in bello.
Por esto, la pregunta de investigación inicial que se propone, para esta aproximación
a la guerra desde la reflexión ética, se desdobla en dos. Por un lado:
Se pretende demostrar, desde la ética militar, que el uso de la fuerza que implica la
intervención humanitaria, que más recientemente se expresa como Responsabilidad de
7
La teoría de la Guerra Justa se analiza con amplitud en el capítulo 3 de este trabajo.
10
Proteger, es un deber de la Comunidad Internacional de naciones y supone una extensión
de la injerencia humanitaria, aunque aún no se ha plasmado en derecho positivo.
Aquí entramos en los aspectos del cómo, de los medios y las formas -ius in bello- que
ya se emplean y se van a emplear en las guerras y conflictos modernos.
11
- La segunda hipótesis es que a pesar del cambio en las nuevas formas de guerra,
sobre todo en sus formas e instrumentos, la ética militar debe seguir funcionando
con sus principios reguladores y orientadores de las conductas bélicas, y debe
fomentar el comportamiento moral de las Fuerzas Armadas de los países
occidentales e inspirar la producción de normas legales de alcance internacional,
que regulen el uso de la fuerza con los nuevos sistemas de armas, medios e
instrumentos que el imparable avance de ciencia y tecnología pone a disposición
del ser humano.
El marco teórico en que se desenvuelve el análisis que se lleva a cabo desarrolla los
siguientes componentes esenciales:
12
- Como ejemplo de aplicación de esa ética como herramienta de investigación nos
referiremos en el capítulo 4 a una causa que pensamos es justa y que ha llevado y
puede llevar en el futuro a conflictos internacionales (ius ad bellum). Nos referimos
a la intervención humanitaria y la Responsabilidad de Proteger, concepto este que
nació a finales del siglo XX y comienzos del XXI, con un desarrollo controvertido
y que goza de defensores y detractores.
Los nuevos sistemas de armas8 modifican las formas y medios de hacer la guerra,
alterando, o pudiendo hacerlo, los principios y las reglas éticas que buscan limitar
la barbarie y violencia asociadas al conflicto bélico. Por esto es importante que los
8
En una relación no exhaustiva de desarrollos científicos y tecnológicos podemos mencionar la nanotecnología, la
robótica, la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología, la ingeniería genética, los sistemas
autónomos, o las técnicas de fabricación aditiva, que tendrán un extraordinario impacto social, político,
medioambiental, económico, y por supuesto ético e incluso ontológico. Transformaciones que por otro lado no están
formando aún parte del imaginario colectivo, pero ya experimentamos cada día en la forma en cómo trabajamos,
aprendemos, nos relacionamos, o percibimos la realidad que nos rodea. En definitiva, en nuestra forma de «estar en
la vida» (Carrillo, 2019).
13
estudiosos de la ética militar, como cuerpo doctrinal desarrollado, se involucren y
se puedan llegar a establecer pautas desde la concepción teórica hasta la forma de
utilización de los nuevos sistemas.
Dada la naturaleza social de la guerra, fenómeno en cuyo estudio se adentra esta tesis,
la aproximación metodológica en la investigación será la cualitativa-interpretativa, con
métodos tanto de análisis como de descripción detallada y exhaustiva de la realidad objeto
de estudio.
14
estudio, e incluso de la influencia de su experiencia militar incluyendo la obtenida en
operaciones militares a la hora de la obtención de datos y de la interpretación de estos.
Para llevar esto a cabo la herramienta a emplear será el estudio de caso como estrategia
de investigación, instrumento muy utilizado en las Ciencias Sociales. Además de que «se
beneficia del desarrollo previo de proposiciones teóricas que guían la recolección y el
análisis de datos» (Durán, 2012, p. 125), en él suele ocurrir que las principales fuentes
vienen de los propios estudios y análisis de expertos y académicos que permiten
profundizar en el complejo fenómeno de la guerra que se considera.
Entendiendo «deber» en sentido ético, pues los militares son seres humanos y como
tales conscientes, inteligentes y libres que deben aceptar la responsabilidad de sus
conductas. La respuesta al deber de intervenir en guerras y conflictos es ética en cuanto
es aceptada libremente, plenamente racional y consciente de los valores - virtudes morales
9
Definida como «impresionismo sociológico», la sociología de Simmel cuando aborda el conflicto y la
guerra muestra que «la tensión política entre liberalismo y socialismo inherente al propio Simmel aflora en
la discusión sociológica y filosófica para desarrollar lo que se podría denominar una teoría del conflicto
como forma de socialización» (Mateu Alonso, D., 2002. La sociología de la guerra según Simmel, p. 216.
https://docplayer.es/docview/31/14756295) .
15
que se imponen al ser humano como deberes u obligaciones- que fundamentan los
comportamientos bélicos. Encuentra su fundamentación subjetiva en la propia libertad
personal y la objetiva en la preeminencia del valor de la libertad como principio esencial
a defender10, llegando a la entrega de la propia vida, y que es el elemento esencial de la
dignidad humana. Este es el armazón de la ética militar que se desarrolla en el
mencionado capítulo 3.
Como modelo ilustrativo de la justificación que se debe dar desde la ética militar se
analizará la participación de fuerzas militares en esos conflictos, más recientes en la
historia bélica, que se han catalogado como intervenciones humanitarias, o injerencias
humanitarias y que en estos momentos se engloban en el concepto de Responsabilidad de
Proteger. Son, por tanto, los que no responden a los tradicionales e internacionalmente
aceptados principios de uso de la fuerza en legítima defensa o bajo las prescripciones del
capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas. Son fenómenos bélicos en los que se apela
a la conciencia y al principio de humanidad para legitimar el inmiscuirse, mediante el uso
de la fuerza, en otros países, con diferentes modalidades de intervención, para imponer,
mantener y establecer las condiciones de la paz.
Se pretende mostrar que hay momentos y hechos en los que existe una justificación y
legitimación para hacer la guerra, para usar la fuerza militar no solo por imperativos
legales del Derecho Internacional, sino por imperativos de naturaleza ética. Razones
éticas esencialmente apoyadas en la realidad de seres humanos que no son tratados, a
veces de forma masiva, en el respeto a su dignidad esencial.
Para el ser humano que ejerce la profesión militar el combate es la acción definitiva
en la que seres humanos llevan a sus más definitivas consecuencias el morir y el matar.
Con ella se busca el objetivo final de la acción militar: cumplir la misión mediante el
10
Merece la pena recordar a nuestro insigne Cervantes cuando recoge sobre ella: «La libertad, Sancho, es
uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros
que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la
vida». Cervantes, El Quijote, cap. LVIII.
16
combate. «La entraña de las Fuerzas Armadas está en su fuerza de combate» (Fernández,
2018, p. 138).
Quizá convenga apostillar a Cook reconociendo que ese respeto por la humano es lo
que «debería» marcar permanentemente la condición esencial del militar, pues la historia
nos ha dado ejemplos sobrados que podemos sentir y racionalizar incluso a través de obras
de arte, como «Los desastres de la Guerra», que de forma tan inteligente nos muestra
Goya.
Es el debate entre una realidad que es y otra teórica que debe ser y que se expresa en
el problema, ya comentado, sobre la obediencia debida en el marco de la disciplina, tan
esencial constituyente de la estructura intrínseca de la organización militar.
17
utilización de los nuevos medios y sistemas de armas letales. Algunas de esas armas ya
se están utilizando y otras no tardarán en hacerlo, dado que la ciencia y la tecnología
tienen un avance imparable y ponen esos instrumentos de guerra en manos del Estado y
del ser humano, que los utiliza para dirimir conflictos cuando la confrontación de valores
e intereses no se logra conciliar por medios pacíficos.
Sistemas que pueden alterar los principios y usos hasta ahora utilizados en la guerra y
que alteran fundamentalmente sus características, con combatientes alejados física y
psicológicamente del campo de batalla y que se argumenta lleva a la deshumanización
del enemigo y a la quiebra de los usos y leyes de la guerra. Algunos incluso plantean que
la propia naturaleza de la guerra, que desde Clausewitz conocemos como inmutable,
podría estar cambiando y transformándose.
Nos dice Bellamy: «Es importante reconocer que la naturaleza de la guerra toma la
forma de la política sobre la que está basada y, como tal, la guerra puede resultar más o
menos limitada, puede obedecer a ciertas reglas» (Bellamy, 2009, p. 22). Si la guerra «es
la continuación de la política por otros medios» como decía el estratega alemán, podemos
con fundamento pensar que la política ha cambiado su forma y modos de proceder. Este
cambio también se ha trasladado a la guerra y a los modos y medios que en ella se
emplean, dada su condición de instrumento de la política que está cambiando su, hasta
ahora, permanente naturaleza. ¿Por qué no avanzar en las reglas éticas que humanicen ese
desastre que es la guerra para aliviar sus consecuencias y evitar su transformación en
barbarie?
Es, por tanto, la ética militar como disciplina la que constituye la estructura reflexiva
trasversal que guía todo el análisis presentado en esta tesis, es el esqueleto básico que
cohesiona y permite esta aproximación heurística para dar interpretaciones y obtener
conclusiones en relación con el fenómeno de la guerra en las dos perspectivas
18
consideradas: la justificación de usar la fuerza en un conflicto más allá de la legítima
defensa, como es la Responsabilidad de Proteger, y los problemas éticos que plantea el
uso de ciertos sistemas de armas puestos a disposición de los combatientes por los
imparables desarrollos de la ciencia y la tecnología.
Merece la pena destacar, sin embargo, que el Ejército del Aire desarrolló mediante la
Instrucción General IG-00-4, el 1 de octubre de 2015, su modelo de Liderazgo y Valores
en el Ejército del Aire11, documento doctrinal que recoge los valores a impulsar y
promover, así como fundar conductas que se deben utilizar en la formación y desempeño
de sus miembros. Más recientemente, en enero de 2018 el Ejército de Tierra ha publicado
un documento: Valores en el Ejército de Tierra12, en el que se referencian los valores que
deben inspirar el comportamiento de sus integrantes en todas sus funciones y actividades.
Entre los centros e instituciones que se ocupan de la ética militar, resulta necesario
mencionar en Europa a EuroISME. Esta organización no gubernamental, independiente
políticamente y sin ánimo de lucro, promueve la discusión, el análisis y la investigación
sobre ética militar, derecho de los conflictos armados y responsabilidad profesional del
militar13. Varias de sus publicaciones son referidas en esta investigación y por su calidad
y variedad de contenidos son importantes.
11
Véase: http://www.ejercitodelaire.mde.es/EA/ejercitodelaire/es/culturaaeronautica/identidad-
propia/index.html?open=4
12
Véase: http://www.ejercito.mde.es/personal/valores/index.html
13
Creada en 2011 en Europa a partir de la International Society for Military Ethics de Estados Unidos. Su
Octava Conferencia Anual en mayo de 2018 tuvo lugar, por primera vez, en España, en la Academia Militar
de Infantería (Toledo).
19
En cuanto a publicaciones, con origen en Estados Unidos, merece citarse la
publicación Journal of Military Ethics, desde 2002, que, con vocación internacional, se
dedica a los aspectos normativos y profesionales de la función militar, tanto en la
justificación de uso de la fuerza, como de lo que puede ser justificado en el modo de la
utilización de esta. También constituye una fuente habitual e importante de inspiración y
referencias en esta investigación doctoral.
20
2. CONSIDERACIONES PREVIAS SOBRE GUERRA Y PAZ, ÉTICA Y DERECHO
Es difícil aceptar que el fenómeno humano de la guerra no sea visto como un mal o al
menos como un problema que se presenta en la vida de los pueblos y cuya solución es
eliminarlo o siquiera minimizar sus consecuencias, siempre desdichadas.
El esfuerzo por hacer desaparecer las guerras ha tenido un hecho de alcance histórico
con la Carta de las Naciones Unidas de 194514, que prohíbe el recurso a la guerra como
medio legítimo de resolución de conflictos internacionales.
Aunque proscrito su uso, dada la cierta incomodidad que produce, con la simple
omisión o el silencio en la utilización de la palabra «guerra» no se elimina su realidad. Se
recoge en la Constitución Española de 197815, pero el vocablo va siendo progresivamente
apartado de publicaciones y documentos oficiales16. En este trabajo se utilizarán
indistintamente las expresiones «guerra», «conflicto bélico» y «conflicto armado», pues
se considera que, aunque proscrita, la guerra existe y el uso del término facilita en el
discurso ético la comprensión de las ideas y razonamientos que tienen en el fenómeno de
la guerra, prohibida o no, su elemento central.
14
Carta de las Naciones Unidas y el Estatuto de la Corte Internacional de Justicia.
https://www.un.org/es/charter-united-nations/index-html
15
En los artículos 15 (sobre los Derechos y libertades), 63 (sobre Refrendo de los actos del Rey) y 169
(sobre Reformas esenciales de la Constitución).
16
De hecho, no aparece en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 2009 y resulta en este
sentido pertinente referir que el Código Penal Militar español también ha eliminado la mención a la misma,
recogiendo en su Preámbulo, II: «Las referencias que el Código Penal Militar que se deroga realizaba a la
locución ´en tiempos de guerra` se sustituyen por la utilización en determinados tipos penales de la
expresión ´en situación de conflicto armado`, conforme con el concepto y terminología empleados por los
Convenios de Ginebra de 12 de agosto de 1949, sus Protocolos Adicionales y la jurisprudencia consolidada
en materia de Derecho Internacional Humanitario». Ley Orgánica 14/2015, de 14 de octubre.
17
Naciones Unidas adoptó por Resolución 31/72 de la Asamblea General una Convención para prohibir las
Técnicas de modificación ambiental para su uso militar u cualquier otro uso hostil.
21
definición globalmente aceptada al ser muy difícil o casi imposible determinar la autoría
o responsabilidad del Estado enemigo o si se puede aplicar al concepto de legítima
defensa y está justificada la posible respuesta militar contra acciones disruptivas y
agresiones en el ciberespacio.
En cualquier caso, dadas las consecuencias terribles de las guerras se debe intentar
siempre controlar el cuándo, cómo y dónde del recurso a la guerra, con el objetivo final
de retornar a su ausencia, el estado de paz.
Recientemente se preguntaba Pere Vilanova que «Siendo así que hay un amplísimo
consenso moral en que las guerras son malas, ¿por qué siempre ha habido guerras (y
parece que siempre las habrá)?» (Vilanova, 2019, 10 de marzo). En esta línea y a pesar
de que nuestra historia ha estado marcada por esas guerras, es razonable pensar que son
mayoría las personas que consideran, como Quincy Wright ya afirmaba en 1942:
La repetición de las guerras se ha convertido en un problema para un número mayor de personas que,
en proporción creciente ha llegado a pensar que la eliminación de las guerras en las relaciones
internacionales no solo es deseable sino también posible (Wright, Estudio de la guerra, 2016, p. 35).
22
Para este autor, como recoge García Picazo, la guerra estaría «sujeta a una evolución
histórica como parte de la evolución humana, la guerra representa un rasgo constitutivo
de la faceta biológica, animal, del hombre» (García Picazo, 2016, p. 298).
La lucha constituye para Simmel una forma de socialización, que actúa en todos los
momentos de la vida del ser humano, que es socialmente productiva y que contribuye a la
formación y el progreso de las sociedades humanas.
Ese progreso llega cuando en la lucha, en el conflicto (y aquí se incluye a la guerra), aparece
un límite de la violencia, que se convierte así, en elemento socializador. Contención, que en el
caso de la guerra comienza en las reservas legales para su desarrollo y acaba con la paz, para la
cual la «enemistad existente entre las partes, puede no haber disminuido en nada» (Simmel,
1977, p. 276), pero que preludia y crea el germen de una comunidad futura.
Esta idea, que parece recordarnos la kantiana «insociable sociabilidad» del ser humano, se
justifica en una disposición del ser humano a relacionarse con otros hombres sobre la existencia
de un impulso natural simultáneo a la hostilidad y a la simpatía. Es, en otra expresión, el
principio de la lucha y el principio de la unión, gracias a los cuales «el uno solo adquiere, gracias
al otro, su pleno sentido y efectividad sociológicos». (Simmel, 1977, p. 284).
Muchas veces esos opuestos se generan en las relaciones humanas sociales produciendo el
sentimiento contrario. Conscientes de nuestra culpa, se la echamos al otro y la ocultamos bajo
el sentimiento del odio, que nos permite exculparnos y hacer caer la culpa en los demás.
23
enemistad se dirigen a algún elemento (o subgrupo social) que ha pertenecido al propio grupo
y que está poniendo en peligro su propia existencia.
La necesidad de que la ética, un mínimo ético, dirija el conflicto y aun la guerra, encuentra
en Simmel una justificación, apoyándose en su analogía con el estado y la ley penal que «fija
el límite hasta donde la lucha y la venganza, la violencia y el engaño, son compatibles con la
existencia del todo» (Simmel, 1977, p.307). Pero esa ley penal no es ese mínimum ético. Este
tiene que ir un paso más allá, pues un Estado se disolverá si, aun evitando todo lo prohibido por
la ley penal, se realizasen en él los atentados, daños y hostilidades que son aún compatibles con
dicha ley.
Otra relevante significación de la lucha que propone Simmel es que ésta no solo modifica
las relaciones entre las partes, sino a cada una en sí misma, en su estructura, produciendo
modificaciones y adaptaciones necesarias para el mejor desarrollo del conflicto. Y en el caso
de los grupos o Estados que entran en conflicto la necesidad de concentración, de centralización
de todos los elementos es imprescindible para no perder energías y ser eficaces.
Incluso, desde su visión sociológica, defiende Simmel que la lucha y la guerra pueden unir
al grupo, por encima de discrepancias, clarificarlas, y avanzar hacia su solución, llegando a
considerar que «una guerra entre Estados modernos, por destructora y cara que resulte, ofrece
un balance final más favorable que las incontables pequeñas luchas y rozamientos en los
periodos en los que los Gobiernos estaban menos centralizadas» (Simmel, 1977, p. 328).
Aunque también reconoce que la guerra exterior como último medio de lograr la unidad del
grupo y superar las disensiones internas «otras veces es causa de que se deshaga totalmente la
unidad» (Simmel, 1977, p. 330).
24
Derecho Internacional Humanitario y otros en el valor ético de la condición social del ser
humano.
Los intereses vitales del grupo se unifican y condensan en la lucha frente al enemigo exterior
y la propia creación del estado unitario es un exponente de los principios expuestos. «La guerra
contra los moros fue lo que convirtió en un solo pueblo a las comarcas españolas» (Simmel,
1977, p. 336). Defiende Simmel que esa unidad, aunque nacida en la lucha, continúa después y
hace florecer «otros intereses y energías socializantes, que ya nada tienen que ver con el fin
guerrero» (Simmel, 1977, p. 337).
Nos anticipa, así, Simmel, la conveniencia de las coaliciones para los fines de la lucha
defensiva. «El fin defensivo es el mínimum colectivo, porque para cada grupo y para cada
individuo, es exigencia indispensable del instinto de conservación» (Simmel, 1977, p. 337). E
incluso las coaliciones ad hoc encuentran su justificación en el poder unificador de la lucha,
poniendo todos los elementos sus energías para contribuir al objeto perseguido, y de tanto más
valor cuanto más indiferentes, o incluso hostiles, sean elementos entre sí. Si la amenaza de un
enemigo común persiste, la asociación será más intensa y persistente. La crisis de la OTAN, al
perder al enemigo común con la desintegración de la antigua URSS quizá sea debida a ese
principio señalado por Simmel.
Se considera, a menudo que hoy en día es difícil determinar el momento en que un conflicto
o una guerra han finalizado y se ha llegado al estado de paz. Al respecto considera Simmel, con
un cierto pesimismo, que hay una íntima conexión entre ambos estados y que uno y otro tienen
en sí mismos las condiciones del otro, siendo más difícil el paso de la guerra a la paz.
Entre los motivos para la terminación de la lucha, además del cansancio, es definitivo “el
deseo de paz” entendido “como un estado concreto, que no significa meramente la cesación de
la lucha.” (Simmel, 1977, p. 345), y que significa una desviación del objetivo inicial de la lucha
a otros a los que se les aplican las energías. La victoria es el modo más radical de pasar de la
lucha a la paz. Otras son el declararse vencido, la avenencia y la reconciliación.
Concluiríamos esta importante aportación de nuestro autor señalando que aunque para
Simmel la categoría de «social» del humano alcanza un valor extraordinario y en ella
encuentran explicación el conflicto y la lucha, sigue siendo «los polos metódicos de la
consideración de la vida humana, la humanidad y el individuo» (Simmel, 1977, p. 808).
25
Por esto, la ética y la moral, que «no tiene más poder ejecutivo que la conciencia del propio
individuo» (Simmel, 1977, p. 331), son necesarias y deben continuar desarrollándose y
expandiendo su influencia en el conflicto, la lucha y la guerra, fenómenos que se dan en
sociedad y por la propia sociabilidad humana, pero que son específicamente fenómenos
humanos.
La humanidad puede haber deseado desde siempre la paz y para ello, también desde
muy antiguo se ha pensado que la mejor forma de alcanzar ese objetivo es establecer un
gobierno global. En el momento actual tenemos en la Organización de Naciones Unidas
(ONU) el último modelo de gobernanza universal para atajar el fenómeno de la guerra,
aunque sus actuaciones y la propia estructura organizativa no están exentas, y con razón,
de críticas.
26
unos más que otros, ha ido acompañado de un progreso moral, insuficiente aún pero
indiscutible» (Camps, 2019, p. 112).
Francisco Suárez defendió una paz mundial basada en la igualdad y libertad de los
pueblos en los que las comunidades políticas eran jurídicamente iguales y tenían derecho
a su soberanía, «sin estar autorizada a injerirse en los asuntos internos de los demás
mientras no hubiera pruebas de violación de derechos fundamentales» (García Picazo,
2016, p. 171).
Charles Irénée Castel, abate de Saint-Pierre, planteó un proyecto que preveía crear una
federación llamada «unión europea» para arbitrar y regular las diferencias entre los
Estados y que «dispondría de un ejército confederal como medio de imponer
coercitivamente sus decisiones si fuera preciso» (García Picazo, 2016, p. 259).
27
Ya en una obra de 1784, “Ideas para una historia universal en clave cosmopolita”,
había justificado Kant la existencia de la guerra en la condición humana, cuya disposición
aúna una tendencia a la sociabilidad al tiempo que una predisposición a lo individual y
egoísta. Es el conflicto con los otros «a los que no puede soportar, pero de los que tampoco
es capaz de prescindir» (Kant, 1987, p. 9).
Esto es lo que Kant denomina «la insociable sociabilidad de los hombres» (Kant, 1987,
p. 8), que, cuando se inclinan a lo insociable, produce el conflicto. Pero, además y de
forma indirecta, la guerra contribuye, a través de la búsqueda de la paz como obligación
moral dictada por la razón, a que la cultura avance y la humanidad vaya saliendo del
estado de barbarie. Como dice García Picazo: «la consecución de la paz representaba a
partir de ahí un objetivo o finalidad de orden moral dictado por un raciocinio obligado a
asumir de modo pragmático una constante situación de amenaza» (García Picazo, 2016,
p. 281).
Así pues, dado el nivel cultural en el que se halla todavía el género humano, la guerra constituye un
medio indispensable para seguir haciendo avanzar la cultura; y solo después de haberse consumado una
cultura –sabe Dios cuando- podría sernos provechosa una paz perpetua, que además solo sería posible en
virtud de aquella (Kant, 1987, p. 74).
Nos dice Kant que con las guerras, cuya reglamentación es necesaria, la humanidad va
avanzando y aprendiendo que la devastación solo se puede superar llegando a acuerdos
que garanticen la seguridad de todos y que sean frutos «de un poder unificado y de la
decisión conforme a la voluntad común» (Kant, 1987, p. 14).
Por esto las guerras son esfuerzos progresivos para desarrollar nuevas relaciones entre
Estados, esfuerzos para que la mutua resistencia entre ellos conduzca al equilibrio, a la
seguridad colectiva, a un «Estado cosmopolita universal» (Kant, 1987, p. 20).
Para lograr ese nivel de civilización se han dado pasos, pero aún falta mucho camino
por recorrer y, sobre todo, añadir al “estar civilizados” el “estar moralizados”. La ética
avanza también en las relaciones entre Estados, en especial estableciendo normas y
principios que regulen los conflictos y las guerras.
29
necesidad de superar el precario Derecho Internacional mediante la organización global
a través de una federación de Estados libres, algo que nos parece una aportación decisiva
del filósofo alemán.
Pero cómo someter a los Estados a una jurisdicción superior es tarea francamente
difícil, pues para resolver los conflictos el medio es la fuerza, lo que exige su regulación
a través de un derecho de guerra. En esa propuesta federación mundial «toda violación de
un derecho cometida en el territorio de algún miembro de la federación mundial implicaba
una infracción de carácter universal, con repercusiones para todos los estados» (García
Picazo, 2016, p. 281).
El antecedente del gobierno global al que aspira la humanidad y que tiene en nuestros
días su reflejo en la Organización de Naciones Unidas podemos intuirlo en Kant, pues
según Antonio Truyol, en la presentación que hace al ensayo mencionado, a Kant
corresponde «la idea de que la paz, éticamente necesaria, va vinculada a la organización
a través de la federación» (Truyol, A. (1987). Presentación a Kant, en Kant, Sobre la paz
perpetua, p. xx).
Aunque por naturaleza pacífico y tímido [el hombre] y solo las pasiones, que le son desconocidas en
estado natural, le hacen afrontar peligros y muerte, de modo que únicamente después de haberse
asociado con otro hombre se decide a atacar a los demás, y no se convierte en soldado más que después
de haber sido ciudadano (Rousseau, 1982, p. 50).
30
Para García Picazo, «Rousseau creía que la guerra podía evitarse dentro de la sociedad
particular; sin embargo, esto era imposible entre los Estados puesto que a esa escala la
justa constitución política era impracticable» (García, P., 2016, p. 279). En consecuencia,
el contrato social y la paz perpetua, concebibles en la ciudad, nunca se podrían extender
a las relaciones entre los Estados.
En cuanto a lo que ordinariamente se denomina derecho de gentes, es cierto que, sin sanción, sus leyes
no son más que quimeras y todavía más débiles que la ley de la naturaleza, por lo menos esta habla al
corazón de los particulares mientras que las decisiones del derecho de gentes, que no tiene más garantía
que la utilidad del que a él se somete, solo son respetadas cuando el interés las confirma (Rousseau,
1982, p. 61).
Frente al abate Saint-Pierre, Rousseau fue escéptico e incluso consideró sus propuestas
como ilusorias. Respecto a Kant se diferenciaba en que éste aceptaba a priori la
posibilidad de una paz perpetua, que Rousseau rechaza de antemano.
Recordemos que con la civitas máxima o comunidad universal de Estados, una de las
cuestiones sin resolver sigue siendo el gobierno de esta.
Se abría el problema de asignarle [a la civitas máxima] lo que denominó un rector u órgano que, a la
par que aglutinante, tuviera competencias de gobierno (recto civitas maximae) según el dictado de la
recta razón natural que las naciones siguieran como norma de su ordenamiento legal preceptivo. (García
Picazo, 2016, p. 244).
31
desarrollado valores, normas y principios de guerra justa, que habían estimulado el
encuentro de los pueblos y su convivencia, sufre un gran retroceso con las guerras
mundiales del pasado siglo XX.
No solo los Estados, también los individuos han sufrido las consecuencias desastrosas,
físicas, psicológicas y morales, de la guerra, pero sobre todo la desilusión de que los
avances morales y educativos seguían decayendo ante la aparente vigencia de una
naturaleza intrínseca al ser humano abocada a la confrontación, la destrucción y la
barbarie.
Como indica García Picazo, se colapsa todo un desarrollo cultural regido por el
«respeto por un orden ético y moral superior unido a la convicción de atenerse a unas
reglas justas acordes con principios de validez universal» (García, P., p. 291). En esa
caída, la ciencia –exponente avanzado del desarrollo cultural- colabora a la brutalidad de
una segunda guerra mundial que hace retroceder el desarrollo moral de la humanidad.
Lo cierto es que la guerra deshizo toda expectativa de desarrollo moral que, junto con una estructura
organizativa superior y el consiguiente incremento de las comunicaciones y la producción, hubiera
podido crear un conjunto de intereses capaz de coartar las tendencias irracionales (García Picazo, 2016,
p. 292).
32
Humanos. Para ello se configura una institución global, Naciones Unidas, que reúne a los
Estados y promulga, tras analizar, debatir y acordar (con todas las limitaciones a este
respecto), medios para avanzar en el control de la guerra, establece la prohibición del uso
de la fuerza salvo en legítima defensa y cuando la paz se pone en riesgo ante los desafíos
que puedan amenazarla.
Analizado con amplia perspectiva histórica, creemos que existe un progreso moral de
la humanidad que lleva a plantear, al menos como posibilidad, que guerras y conflictos
desaparezcan del futuro de las relaciones entre los pueblos. Para ello hay que dialogar con
el «diferente», a pesar del temor que ello produce y está implícito en la propia condición
humana.
33
efectos contrarios: la concentración del poder en un número menor de actores políticos,
el agravamiento de las desigualdades sociales globales y la perversión de utilizar
determinadas intervenciones que justificándose como humanitarias, se emplean como
guerras de agresión y no como instrumento de difusión de los Derechos Humanos y la
democracia. «En el contexto del proceso de globalización, la guerra de agresión se ha ido
legalizando y “normalizando” como una “guerra justa”» (Zolo, 2011, p. 7).
Con los medios de comunicación globales el sufrimiento y las penalidades, los heridos
y las muertes de seres humanos en conflictos bélicos se difunden en tiempo real y entran
en nuestros hogares, donde además de verlos y oírlos casi los tocamos. Se remueve
entonces la sensibilidad de los grupos humanos y también los espíritus individuales,
empujando al rechazo de la violencia armada indiscriminada y sin sujeción a las reglas
de la guerra e incrementando el impulso para tomar partido en aras de eliminar o reducir
las consecuencias de ese flagelo que suponen los conflictos armados.
La sensibilidad humana ante el dolor ajeno, sin embargo, muestra aspectos peculiares.
Así, la identificación del dolor suele ser inversamente proporcional a la posición social,
cultural o ideológica. Un fallecido próximo con el que nos identificamos causa más dolor
que varias decenas de personas lejanas. Por el contrario, se busca lejos el ejemplo
olvidando lo que está próximo.
18
Experimento clásico de la psicología social llevado a cabo en los años 70 y en el que se muestra como
una mayoría de personas normales, en acatamiento a la autoridad y bajo su presión, dejan eclipsados sus
principios éticos y desarrollan conductas moralmente reprobables que consisten en causar daño a otros,
cuando tienen la posibilidad de responder voluntariamente o no hacerlo, ante las instrucciones de una figura
de autoridad que les induce a ello. Véase: Milgram, S. (2005). Los peligros de la obediencia. Polis. Revista
Latinoamericana 11/2005. http://journals.openedition.org/polis/5923 , pp. 1-9. Visitado el 11.09.19. Para
una consulta más detallada: Milgram, S. (1980). Obediencia a la autoridad. Un punto de vista excepcional,
Bilbao: Desclée de Brouwer.
34
También es llamativo otro concepto que expone Milgram como es el de la «ideología
justificativa», que «es vital cuando se trata de conseguir una obediencia voluntaria, ya
que permite que la persona vea su propio comportamiento como algo que sirve para
alcanzar una meta deseable» (Pereira, 2016, p. 84).
Victoria Camps argumenta que nuestra constitución nace de la necesidad mutua y que
«La vida en común nos constituye, nos necesitamos mutuamente y hemos llegado a
entender que el camino hacia una vida mejor debemos emprenderlo juntos. De esa
convicción nace la idea de unos derechos universales» (Camps, 2019, p.13).
Con ellos se debe avanzar hacia «el desarrollo de una ética universal, al estilo de la
establecida en la Declaración de los Derechos Humanos» (Centre Delàs, 2004, p. 2). En
ella tiene que caber ese aparente anhelo de rechazo a la guerra y contribuir a establecer
mecanismos eficaces para su control, haciendo que su uso responda exclusivamente a
consideraciones legítimas y legales, y siempre como último recurso en el viaje hacia la
utopía de su desaparición.
35
El cambio en los códigos morales para asumir estos desarrollos no es fácil, ni por
supuesto rápido. Es un hecho que los códigos morales están integrados en la cultura de
cada sociedad y marcan fuertemente las relaciones humanas, lo que constituye en
ocasiones motivo de conflicto, tanto dentro de la misma sociedad como con otras
sociedades, por la percepción de que se quieren imponer determinados sistemas de valores
y principios ajenos a la tradición propia.
Las sociedades que asumen la defensa de los Derechos Humanos, a pesar de que
incluso dentro de los estados democráticos el seguimiento de estos no es total y ni siquiera
existe la garantía absoluta para el derecho a la vida, incluyen la posibilidad de que junto
a otros intereses nacionales vitales y estratégicos, hay que defender, también con las
Fuerzas Armadas, aquellos Derechos Humanos que son los que deben configuran y regir
las relaciones sociales. Así, la defensa militar, sustentada en todos los supuestos de
legalidad y legitimidad, aparece como un servicio público que contribuye a la salvaguarda
de los valores e intereses de un sistema político que promueve la libertad, la dignidad del
ser humano (con su sentido moral) y los principios democráticos. Servicio que
proporciona confianza y seguridad, elementos básicos de la sociedad moderna, la
sociedad que avanza, que se desarrolla.
Los desarrollos de la ciencia y la tecnología en el apoyo a esa defensa militar que busca
la disuasión y si llega el enfrentamiento, la superioridad, se justifican por consideraciones
éticas como la reducción de errores en los objetivos a batir o la disminución del número
de víctimas colaterales gracias a que tienen una mayor precisión y fiabilidad que la del
propio combatiente humano.
Los cambios para los militares encargados de la defensa han sido muy claros en los
últimos decenios y, al respecto, apunta Martínez Paricio:
36
La militar es una organización para y por la guerra, pero cada día que pasa se hace más patente lo de
“ejércitos para la paz”. Cómo adaptar la organización para esa función, qué cambios habría que
introducir en sus símbolos y en sus sistemas de valores, si se pueden adaptar los medios y recursos para
tan noble objetivos como son los de convencer antes que los de vencer. (Martínez, 1990, p. 15).
Decir que los ejércitos son unos «Ejércitos para la paz» puede producir confusiones,
empezando por y entre los propios militares, así como para buena parte de la población.
Pero sí es completamente ajustado proclamar «la responsabilidad de los Ejércitos con la
paz». Las Fuerzas Armadas están comprometidas y los militares son responsables con la
paz cuando están preparados para defender a su país de diversas amenazas, incluyendo
las que puedan surgir de forma imprevista, rápida, asimétrica y en unos escenarios en los
que cada vez más se diluyen las fronteras protectoras mezclándose las nociones de
seguridad interior y exterior.
Hay que reconocer que las nuevas tecnologías están cambiando la faz de la guerra y
que presentan problemas éticos de trascendencia, algo que es una tarea urgente (Singer,
2010, pp. 342-368) en la que aparecen problemas como la falta de conexión entre la ética
y las disciplinas científicas emergentes, o las diferentes percepciones culturales de lo que
es ético y lo que no lo es19.
19
Resulta interesante ver cómo el Parlamento Europeo recoge de forma expresa la necesidad de adoptar
una posición común sobre el uso de drones armados que debe entenderse extensiva a otros sistemas
autónomos y la necesidad de la intervención humana en las acciones en que participen. Posición que debería
contemplar no solo aspectos legales relacionados con el Derecho Internacional Humanitario, sino
cuestiones de índole ética que entran de lleno en el control humano de la tecnología de uso militar (UE,
Parlamento Europeo, Uso de aviones armados no tripulados, P7_TA(2014)0172, Resolución del
Parlamento Europeo, 2014/2567 (RSP), de 27 de febrero de 2014,
https://www.europarl.europa.eu/sides/.../EP//TEXT+TA+P7-TA-2014-0172+O+DOC+XLM+UO//ES
37
La «conciencia social», estimulada por el avance de los Derechos Humanos, es factor
decisivo en las manifestaciones de la opinión pública, uno de los factores que ejerce una
mayor influencia sobre los gobiernos y los dirigentes políticos que con sus actuaciones
en la escena internacional configuran la realidad de conflictos y guerras.
En esta línea, el mismo Parlamento también ha aprobado en 2017 un informe que urge la adopción de
medidas como un código de conducta ética para ingenieros en robótica y un código deontológico para los
comités de ética de la investigación, con el fin de que operen con principios éticos en los que se salvaguarde
la dignidad humana, igualdad y justicia, entre otros (UE, Parlamento Europeo, Normas de Derecho civil
sobre robótica, P8_TA(2017)0051, Resolución del Parlamento Europeo, 2015/2013/INL, de 16 de febrero
de 2017, https://www.europarl.europa.es/.../EP/NONSGLM+TA+P8-TA-2017-0051+O+DOC+...
20
Declaración Universal de Derechos Humanos. Resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948, de
la Asamblea General de Naciones Unidas, https://www.un.org/universal-declaration-human-rights.
38
Creemos firmemente, como apostilla Gross Espiel, que:
La universalidad de los Derechos Humanos es hoy un extremo aceptado, que no puede ponerse en
duda y respecto del cual no es posible volver atrás. Esta idea deriva de la noción misma de persona
humana, común a la humanidad entera, del carácter igualitario ante el derecho de todos los individuos
y de la ineludible proscripción de toda discriminación, cualquiera que sea su razón o motivo
(nacionalidad, raza, religión, ideología, sexo, etc.) (Gross, p. 7).
21
Conceptos introducidos en el Informe sobre la “Comisión de la Seguridad Humana”, presentado a Kofi
Annan por Sadako Ogata, quien fue Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Refugiados, el 1 de
mayo de 2003. También son interesantes la Tesis Doctoral de Juan Carlos Fernández Pereira: Seguridad
Humana, Universidad Autónoma de Barcelona, Junio de 2005. Finalmente conviene tener en cuenta el
documento de Naciones Unidas, Asamblea General “Documento Final de la Cumbre Mundial 2005”,
AG/RES/60/1, de 2005, https://www.un.org/spanish/summit2005/fact_sheet4.pdf visitado el 12.09.19 y
el documento de Naciones Unidas, Informe del Secretario General sobre “Seguridad Humana”, A/64/701,
de 2010, https://www.urjc.es/images/ceib/revista_electronica/vol_4_2010_2/REIB...
39
p. 12). Por tanto, es la persona, el propio ser humano quién se constituye en referencia
para la política y que los Estados deben ir incorporando en sus relaciones internacionales.
Es, por tanto, la seguridad y protección de los seres humanos la razón primigenia del
contrato social que origina el Estado. Seguridad y protección en el interior de este y que
Hobbes no amplió a las relaciones internacionales entre los Estados. Pero la idea de la
seguridad humana se fundamenta precisamente, como se dice arriba, que los individuos
no se vean amenazados por su propio Estado, que al hacerlo rompe ese contrato social
original que está en la base de su fundación.
Al analizar los conflictos de finales del siglo pasado se constata que las guerras civiles
e interestatales, aquellas en las que el ciudadano está amenazado por su propio Estado o
este no puede protegerle, son abrumadoramente mayoría.
Aún más importante, si en la Primera Guerra Mundial se estima que, de todas las
víctimas, un 10 por ciento fueron civiles y en la Segunda se llegó al 50 por ciento, en los
últimos conflictos, incluyendo los actuales (Siria, Irak, Afganistán, etc.), ese porcentaje
ha podido llegar al 90 por ciento. Es una realidad que hay más víctimas civiles que
combatientes, «porque las personas civiles desempeñan un papel cada vez más relevante,
como víctimas y victimarias, en los conflictos actuales» (Rodríguez-Villasante, 2013, p.
15).
40
naturaleza cultural no menos importante (Rothschild, 1995). En dicha controversia,
afirma Mack:
Algunos Estados equiparan la seguridad humana como los intentos de imponer por parte del mundo
occidental una visión foránea e inapropiada del concepto de Derechos Humanos a los países en
desarrollo (en el marco del síndrome de “Occidente contra el resto del mundo”), que a su vez se asocia
con las políticas de intervención humanitaria (Mack, 2005, p. 15).
22
Recordemos que el conocido como régimen de Pol Pot fue el responsable del genocidio camboyano de
los años setenta del pasado siglo. Con un férreo control militar sobre la población civil, sometida en buena
parte a un régimen de trabajos forzados, en el que desarrollaron extensos métodos de detención, tortura y
asesinatos selectivos en masa, desde abril de 1975 a enero de 1979. Sus acciones y maneras de imponer su
política condujeron a lo que se conoce como el «genocidio camboyano», con una estimación de 1,7 millones
de muertos. Estos actos llevaron a alguno de los principales autores a ser juzgados por un tribunal
internacional, siendo en 2018 cuando los dos últimos importantes responsables fueron condenados a cadena
perpetua por crímenes contra la humanidad.
23
Término local que se utiliza comúnmente para la esclavitud sexual y la prostitución infantil y juvenil en
la que niños y adolescentes deben someterse a actividades sexuales y de entretenimiento de ricos o
poderosos y que se mantiene como un símbolo del estatus.
https://www.infobae.com/america/mundo/2017/03/02/el-drama-de-los-bacha-bazi-los-ninos-prostituidos-
que-son-usados-por-los-talibanes-como-espias-en-fiestas-militares/
41
apoyan conceptualmente y los fundamentan» (1948, Preámbulo, párrafo tercero). Y
continúa: «Y puesto que la moral y buenas maneras constituyen la floración más noble
de la cultura, es deber de todo hombre aceptarlas siempre» (1948, Preámbulo, párrafo
sexto)24.
Asumido que, en las relaciones entre los seres humanos, individualmente y en grupo,
se producen habitualmente situaciones de violencia y conflicto, se intenta por el Derecho,
como normas que imponen deberes y confieren derechos, prescribir formas de conductas
que eviten esas situaciones. También en el ordenamiento jurídico del Derecho
Internacional debe destacarse que sólo será efectivo si, ante su incumplimiento, está
respaldado para hacerlo efectivo por medios coactivos, o sea con uso de la violencia, a
quién actúa en contra de sus normas.
Al preguntarse qué guerra sería justa, dado que a todas ellas los rivales dan su propia
legitimación, Kelsen creía que esas justificaciones eran de naturaleza política y solo una
de naturaleza moral tendría sentido «porque, en última instancia, la moral internacional
es la tierra que nutre el crecimiento del Derecho Internacional. Es la moral internacional
la que determina la dirección general del desarrollo del Derecho Internacional» (Kelsen,
1974, ápud en García Picazo, 2016, p. 60).
Entre las causas de los conflictos armados algunas llevan existiendo mucho tiempo,
como reivindicaciones territoriales, desigualdades individuales y colectivas, luchas
ideológicas y económicas, intolerancia religiosa, odio racial o étnico, nacionalismos
intransigentes, supresión de Derechos Humanos, etc. Otras son más novedosas, como el
cambio climático y la pugna por recursos básicos, desplazamientos de población en busca
de mejores condiciones de vida cuando no de la propia supervivencia física, o la
24
Declaración americana de los Derechos y Deberes del Hombre (1948).
https://www.oas.org/dil/esp/Declaraci%C3%B3n_Americana_de_los_Derechos_y_Deberes_del_Hombre
_1948.pdf
42
consecución de la supremacía y el poder que otorgan los avances y desarrollos
tecnológicos, por mencionar algunos.
La teoría católica de la guerra justa y el pacifismo del Renacimiento eran una advertencia continua
para los juristas internacionales de que el derecho y la ética nunca pueden estar completamente
separados. Ambos se derivan de las necesidades e intereses humanos más que de casualidades de la
soberanía (Wright, 2016, p. 224).
25
Debe anotarse que aparece con vigor creciente el concepto de Lawfare que, traducida como «Guerra
Jurídica», se refiere a la utilización de la ley, y particularmente del Derecho Internacional, como un arma
de guerra en los modernos conflictos del siglo XXI. La define Dunlap como «el uso de la ley como un
medio para conseguir lo que de otra manera tendría que conseguirse con la aplicación de la fuerza militar
43
pues el progreso jurídico que aspira a que la Comunidad Internacional transite por la
senda de una paz justa y perdurable tiene como motor «la tensión permanente entre el ser
y el deber ser» (Drnas de Clement, 1999, n.d., p. 9) y se fundan más en la auctoritas que
en la potestas. Valores como la paz, la justicia, la libertad, que en sí son abstractas y tienen
vocación de eternas y universales, se plasman en la realidad a través de expresiones
culturales diversas que varían y se modifican, como el propio ser humano, a través del
tiempo.
Dentro del primero destaca el Derecho Internacional Humanitario que en relación con
las condiciones en que el recurso a la fuerza armada es lícito se apoya en «la Carta de las
Naciones Unidas. Esta «solo reconoce como válidas las excepciones de legítima defensa
(art. 51) y de acción coercitiva institucionalizada en casos de amenazas a la paz,
quebrantamiento de la paz o actos de agresión (capítulo VII –artículos 39 y siguientes-)»
(Pérez G., 2017, p. 30).
Las limitaciones, que, desde la perspectiva ética, presenta esa regulación son puestas
frecuentemente de manifiesto en relación con la intervención por razones humanitarias
en casos de violencia étnica, actos de genocidio y flagrantes crímenes contra la
humanidad.
Reconocemos que mientras para la doctrina iusnaturalista, los principios (de naturaleza
ética) se consideran fuentes principales frente a las convenciones y la costumbre, para la
positivista «solo tendrá un rol suplementario, admitiéndose su aplicación, únicamente,
tradicional…Sin embargo, con mucha frecuencia solo formará parte de una estrategia más amplia que
probablemente implicará capacidades militares tradicionales y cinéticas (letales)» (Dunlap, 2017, p. 2).
44
como medio de interpretación del texto normativo y no como base del desarrollo propio
del derecho» (Drnas de Clement, 1999, n.d., p. 13). Sin embargo, adelantamos nuestra
defensa en el capítulo 4, por las argumentaciones expuestas, de que la razón ética del
principio de humanidad está en la base que justifica la incorporación al ius ad bellum de
la intervención humanitaria como causa justa de uso de la fuerza.
Esa noción ética, ese principio de humanidad se apoya en el valor universal que
Aristóteles estableció en la «auténtica amistad» y que va en círculos progresivos desde la
familia al Estado y de este a la humanidad. Los principios y Derechos Humanos tienen
un valor de carácter antropológico y han sido criticados por su aparente origen occidental,
aunque no creo que sea así. «Hoy en día, este punto de partida [el principio de humanidad]
no es visto como únicamente occidental; es antropológico, es decir, característico de todas
las sociedades» (Royal, 2012, p. 22). Quizá convenga añadir o limitar de momento la
aplicación de esta aseveración a las sociedades avanzadas y a las que avanzan hacia la
modernidad.
Tanto el ius ad bellum como el ius in bello configuran un conjunto de normas jurídicas
que se apoyan en razones éticas de humanidad, previas a su regulación positiva. Así ha
sido desde la cláusula Martens26, mencionada en el Capítulo 1, de tanta influencia en la
formación e interpretación del Derecho de la guerra y del Derecho Internacional
Humanitario. Introducida en los preámbulos de la Segunda Convención de La Haya, de
1899, sobre Leyes y Costumbres de la Guerra Terrestre y en el Cuarto Convenio de La
Haya de 1907, son principios éticos y como recoge una sentencia del Tribunal Supremo
26
Fyodor Fyodorovich Martens fue el delegado ruso a las Conferencias de Paz de La Haya de 1899 y la
cláusula con su nombre ya ha sido recogida en el apartado 1.3.
45
de España no demasiado vinculantes27 los que dan sentido a la cláusula. Esos principios
son:
Pese a lo relativamente vago e indeterminado del contenido jurídico de la cláusula, ésta, a través de
la doble conexión con los principios y con las reglas consuetudinarias (los “usos establecidos”), expresa
en un lenguaje rotundo, en el doble sentido retorico y ético, su influencia en la formación y la
interpretación del Derecho de la guerra y del Derecho Internacional Humanitario (Pérez, 2017, p. 79).
En consecuencia, han sido principios y razones de naturaleza ética las que han ido
ampliando y extendiendo la reclamación de la necesidad de una normativa jurídica
internacional basada en razones humanitarias a los conflictos internos y no solo a los de
carácter internacional. Estos cambios progresivos en el Derecho Internacional tienen su
fundamento en motivos y razones éticas, en una orientación que progresivamente presta
más atención al ser humano que a la soberanía del Estado y que no puede justificar
determinadas regulaciones y protecciones a la población civil en la conducción de guerras
internacionales y no cuando la violencia armada tiene lugar dentro de un Estado soberano.
Los principios y las reglas del Derecho Humanitario y de los Derechos Humanos no
deben dejar de aplicarse ni siquiera en los conflictos internos por los Gobiernos
establecidos con el «pretexto de que con ello se daría pábulo a la violencia interna al
conferir un cierto estatuto internacional a los grupos rebeldes que atentan contra la
legalidad constitucional» (Pérez, 2017, p. 38).
Sin duda, uno de los instrumentos para la lucha contra estas amenazas es la elaboración de normas
internacionales para fortalecer la capacidad de los Estados, de las Naciones Unidas y de otras
instituciones internacionales, con creación incluso de nuevos mecanismos institucionales para prevenir
conflictos y lograr un nivel aceptable de seguridad colectiva. (Rodríguez-Villasante, 2013, p.12).
27
En la sentencia 101/2012, de 27 de febrero, del Tribunal Supremo de España, se recoge en su Fundamento
de Derecho Tercero que: «La cláusula Martens aparece redactada en términos muy genéricos, -“leyes de la
humanidad y dictados de conciencia pública”- y sin previsión de una consecuencia jurídica a su
inobservancia, que impiden su consideración como norma jurídica sustantiva».
http://supremo.vlex.es/vid/prevaricacio-crimenes-franquismo-injusticia-356948146
46
La humanización de los conflictos armados y el derecho que los regula han avanzado
incluso en los conflictos internos a pesar de su impermeabilidad a su reglamentación
durante mucho tiempo. Aún está pendiente la consolidación del Derecho Internacional
Humanitario para hacer frente a los conflictos internos y no hay razones éticas que
justifiquen la aplicación de este a determinados conflictos entre Estados soberanos y no
se aplique cuando se llevan a cabo dentro de uno de esos Estados (Gutiérrez, 1996, pp.
13-35).
El compromiso moral que en su caso quiere la conciencia del que decide permite valorar si actúa
libremente o si se limita al dictado de impulsos biológicos, políticos, económicos, psicológicos,
culturales,…irresistible. Esto abre el imperecedero dilema de establecer si las guerras suponen una
condición necesaria y fatal de la existencia humana o si responden a decisiones morales, imputables a
elecciones y voliciones concretas (García Picazo, 2016, p. 396).
47
utilización de la fuerza armada para imponer la paz, opinión compartida, entre otros
autores por García Picazo:
El ius ad bellum tiene su fundamento en los Derechos Humanos y el ius in bello en las
leyes de humanidad, en ambos casos principios éticos que nos remiten a lo que está bien
o mal, a lo justo o injusto.
Concluimos esta parte en la que hemos considerado las relaciones entre ética y derecho
reafirmando que el principio de humanidad es un valor ético superior y previo al derecho,
y de valor y aplicación simultánea con éste, siendo necesario considerar las razones
morales al lado de las jurídicas cuando llega el momento de decidir el uso o no de la
violencia armada, que tiene en la guerra su manifestación más brutal e inhumana.
Dado que la ética militar contribuye al avance moral que supone el control de las
guerras y la construcción de la paz, debemos confirmar a continuación su coherencia
como instrumento de reflexión, el vigor de sus principios y estructuras metodológicas, y
el sentido, en fin, de saber aplicado a la actividad humana de tanta trascendencia como es
la guerra.
48
3. ÉTICA MILITAR. PERTINENCIA Y NECESIDAD
Esta tesis tiene como viga maestra que sustenta su discurso el concepto de ética militar.
La reflexión ética que se utiliza se apoya en una metodología tanto racional y apriorística,
teniendo a la razón como cualidad definidora y definitiva del ser humano, como empírica,
prestando atención a los datos de la realidad que se presentan a la experiencia en las
relaciones humanas y sociales.
La ética militar es una ética especial y aplicada, parte de la ética profesional, que
incluye principios y conclusiones sobre un objeto material que es el fenómeno humano
de la guerra. En la consideración de este, la ética militar se configura con un cuerpo
doctrinal cuya formación y capacitación es esencial para el profesional de las armas en el
ejercicio de sus funciones y cometidos, pero también para la sociedad que delega en los
militares el uso de la fuerza legal y legítima.
Los militares deben reflexionar, analizar y valorar los asuntos de la ética militar, dada
la trascendencia de su función y cometidos, que se integra de forma armónica en el
entramado institucional del Estado a cuyo buen gobierno contribuyen.
En su relación con el poder político del Estado que participa en un conflicto, nos dice
Quero Rodiles:
49
En cuanto a la compatibilidad de la ética profesional castrense con la ideología dominante en un
momento dado, hay que considerar el hecho de que la Institución militar ejercita una función política,
y ello le obliga a integrarse, plena y rigurosamente y sin reserva alguna, en la tarea de gobernación del
estado y le exige, a su vez, el más escrupuloso neutralismo en el debate de las ideologías que pugnan
por alcanzar el poder (Quero, 1990, pp. 144-145).
Sin embargo, hay teóricos como MacIntyre para quién esta ética aplicada es una
disciplina en crisis, especialmente tras el fin de la I Guerra Mundial, como consecuencia
de los cambios políticos y el uso de las nuevas tecnologías en los conflictos armados
(MacIntyre, 2015, p. 3).
No compartimos ese pesimismo y a pesar de ello creemos que sigue teniendo validez,
con lo que para salir de esa supuesta crisis hay que perseverar en el desarrollo de la ética
militar, dado que gracias a ella encontrará el combatiente principios morales reguladores
y orientadores de la conducta bélica desde la justificación al uso de la fuerza hasta la
forma adecuada de utilizar la violencia militar. A ello se dedica el presente capítulo.
Empezaré constatando que las ideas y consideraciones que siguen no se pueden separar
del contexto de una sociedad democrática que elige a sus representantes legalmente28 y a
cuyas instituciones los militares deben lealtad y acatamiento en la defensa de los
ciudadanos y del Estado29.
Se asume como punto de partida que la democracia es el sistema político en el que las
consideraciones éticas alcanzan su más alta expresión en la regulación de la vida social.
Basada en la libertad y la justicia y con todas sus deficiencias, las democracias depositan
en la organización militar, sometida al poder político, el uso legal de la fuerza. De nuevo
retornamos a Max Weber:
El Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con
éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación y
que, a este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de su dirigente y ha expropiado a todos
los funcionarios estamentales que antes disponían de ello por derecho propio, sustituyéndolos con sus
propias jerarquías supremas (Weber, 1996, p. 92).
Los militares, hombres y mujeres que ejercen su profesión en las Fuerzas Armadas,
están dotados de razón y emoción. Su comportamiento profesional se asienta en una
amplia capacitación técnica y se apoya en unos fundamentos éticos que desarrolla en
28
Remarquemos que los representantes elegidos democráticamente «están en el Estado, pero no son el
Estado».
29
Apoyándonos en la sociología militar partimos de un modelo de relaciones Fuerzas Armadas-sociedad,
calificado como democrático, que «parte de la premisa de que el Ejército es legítimo solo en tanto su
existencia y la utilización que hace de su poder han sido aprobadas por todo el conjunto de la sociedad. El
rasgo fundamental es el consentimiento. De aquí se deduce que cualquier derecho coercitivo que posea un
Estado le ha sido conferido por los individuos y no surge de forma automática por el hecho de ser un
Estado» (Harries-Jenkins, G. y Moskos, C.C., 1984, p. 108).
50
prescripciones morales coherentes. De aquí la necesidad de indagar en las justificaciones
legales y legítimas en el uso de la fuerza que la comunidad social ha puesto en sus manos.
Aquellos que ejercen la fuerza legítima deben someterse a sí mismos a un auténtico ´programa de
mejora de conciencia`, porque es la única forma de adquirir los medios capaces de afrontar las más
extremas situaciones con humanidad y dignidad. Es solamente en esa condición que el soldado puede
jugar un papel real en la evolución de la ética de la guerra (Royal, 2012, p. 34, traducción propia).
La disciplina y la confianza en el mando son valores fundamentales de la milicia y,
como continuación a las consideraciones efectuadas en la Introducción sobre la
obediencia debida, tenemos que preguntarnos sobre quién asume la responsabilidad de la
desobediencia de un subordinado (que puede ser un general) que se niega a cumplir una
orden no ética dictada por su superior.
En nuestra ayuda acude el general Ortega Martín con quién compartimos el criterio de
que incluso órdenes legales pueden no ser morales. Ante las órdenes que pongan en riesgo
la conducta ética, en todos los casos, pero particularmente en el combate, la cúpula militar
tiene «el derecho y el deber de analizarlas profesional y moralmente antes de cumplirlas»
(Ortega Martín, 2015, p. 50).
La responsabilidad que adquiere el militar que acepta y traslada a sus subordinados una orden
manifiestamente no ética no le exime de la responsabilidad por el hecho de que no haya nacido en él.
Siempre cabe la solución de resignar el cargo antes de cumplir algo no conforme con su moral militar,
o la desobediencia frontal a la orden (Ortega Martín, 2015, pp. 50-51).
Recordemos que existen ejemplos históricos (Nuremberg), que ponen de manifiesto
las consecuencias nefastas para subordinados y cúpulas militares por autorizar y cumplir
órdenes manifiestamente inmorales. También reconocemos que no siempre ha sido así y
pensamos que ello ha sido y es un error que perjudica al militar y a las Fuerzas Armadas.
El que elige como profesión la de militar, es decir, prepararse y llegado el caso ejercer
la fuerza mediante la violencia letal que produce destrucción y muerte, tiene que mantener
y reforzar la tranquilidad de su conciencia en el convencimiento de que los Ejércitos
colaboran para mantener y preservar la paz y que, llegado el caso, el militar interviene en
guerras y conflictos armados inevitables y que se determinan como justos, concepto que
refrendan las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de España cuando expresan:
«alentado por la legalidad y legitimidad de su causa y el apoyo de la Nación,...con
inquebrantable voluntad de vencer» (ROFAS, 2009, art. 88).
51
La felicidad como aspiración universal individual tiene en la paz su correlato como
valor global, de raíz ética, en el orden internacional. Su protección y restitución, cuando
se rompe, teniendo en cuenta las diversas circunstancias, es una premisa para la ética
militar, y también para el derecho y la política como arte de lo prudente y apreciable.
30
El término Polemología es definido en el diccionario de la RAE como «estudio científico de la guerra
como fenómeno social». Término acuñado por el francés Gaston Bouthoul para referirse al análisis del
fenómeno bélico y sus efectos. En su análisis polemológico, que considero no es autónomo de la ciencia
política, Bouthoul se focaliza en causas demográficas, económicas y psicológicas, y al considerar estas
últimas se considera existe una cierta injusticia por la falta de rigor al tratar las virtudes morales del militar.
31
Para un análisis de los conceptos de cultura y conciencia de seguridad y defensa puede verse el artículo
de Moliner (2019), pp. 15-41.
52
Aunque su análisis supera ampliamente esta tesis, amerita dejar constancia de su
trascendencia e implicaciones, especialmente porque el sostén ciudadano a la
organización militar y a sus miembros es la base legitimadora y, en consecuencia, ética
del uso de la fuerza en guerras y conflictos.
Nos dice Cortina Aracil que «No se puede tomar una vida ajena y sobrevivir sin
convertirse en un miserable salvo que se haga como defensa y no como agresión, que se
haga sin gratuidad y se comprenda y asuma el peso de lo hecho en propia carne» (Cortina
Aracil, 2012, pp. 65-69).
Para quién entiende la profesión de militar como un servicio a sus congéneres, que
desearía que las guerras no existieran y que la condición de ser humano pacífico y social
prevaleciera sobre todas las demás, es natural y legítimo querer dar un sentido y
fundamento ético a su profesión.
53
existencia de unos ejércitos bien preparados también cumple una función que contribuye
a disuadir e impedir que se produzcan conflictos y guerras32.
Con ello se podrán establecer los elementos esenciales que configuran la ética militar
y con los que, tras la reflexión ética, se podrá llegar al establecimiento de códigos morales
militares, cierto que particulares en cuanto deontológicos, pero válidos en el ejercicio de
una profesión tan específica y distintiva como lo es la militar, al menos mientras otras
circunstancias, por ejemplo, la influencia en la función militar del desarrollo de la ciencia
y la tecnología, no aconsejen su revisión y replanteamiento. En todo caso, e
32
La disuasión es efectiva si se está preparado para usar la fuerza, si se dispone del potencial adecuado
y si se difunden apropiadamente los elementos anteriores. Por desgracia, la historia nos muestra ejemplos
más que sobrados en los que la disuasión no cumplió su objetivo de mantener la paz y el conflicto, fenómeno
social íntimamente asociado a la condición imperfecta del ser humano, tuvo lugar.
54
independientemente de que a lo largo de la historia las formas de combatir y los medios
empleados, es decir, sus características, no dejan de evolucionar, se mantiene «la
exigencia [ética] de encontrar acomodo a los principios de la guerra justa» (Martínez,
2017, p. 10). Exigencia que asume las disonancias, ambivalencias e incluso los conflictos
que se dan en las relaciones sociales, o sea, la necesidad de ser pragmáticamente realista.
Como también es evidente que el uso social de tales vocablos no nos invita a deslindarlos, puesto que,
en el lenguaje ordinario, incluso en la aplicación del lenguaje ordinario a la reflexión filosófica, se
utilizan indistintamente ambos términos de manera habitual (Cortina, 2015, p. 197).
Por lo tanto, a medida que se avanza en este estudio se utilizarán indistintamente
ambos términos, pero se considera imprescindible distinguir con la mayor precisión
posible, en estas observaciones iniciales, las nociones de ética y moral, que algunos
simplemente diferencian «argumentando que la ética trata de valores sociales y la moral
acerca de valores de la persona» (Ciulla, 2009, p. 303).
55
dejando para la moral la prescripción, el establecimiento inmediato del comportamiento,
el «¿qué hacer?».
De las importantes consideraciones que nos proporciona esta autora, queremos dejar
constancia, finalmente, de la diferencia entre la moral y el derecho. Esa distinción se
considera importante para los militares, por un lado, dado el importante papel que el
Derecho Internacional Humanitario tiene a la hora de considerar el uso de la fuerza en sus
funciones y cometidos y, por otro, la no menos importante función asignada en la
reflexión profesional a la ética militar.
Complementando estos asuntos nos dice Fernando Savater: «la ética se ocupa de las
cosas que duran, que no se van del todo, que permanecen, de aquello que siglo tras siglo
sigue siendo importante para los seres humanos» (Savater, 2012, p. 11). Ello nos lleva a
56
considerar que en el reflexionar ético es preciso tener en cuenta que los valores y los
principios que actúan como referentes y tienen una influencia directa sobre la conducta
moral cambian, se modifican. Las alteraciones ocurren de forma lenta, pero se producen
y, además, producen transformaciones que se fijan en normas de obligado cumplimiento,
como las jurídicas.
Como si no explicar que para Aristóteles la esclavitud era uno de los estados naturales
de la persona. Quién hoy defendería, bajo cualquier circunstancia, que algún ser humano
puede ser mantenido en cualquier forma de esclavitud (Aristóteles, 2011, pp. 37-48).
Y más cerca de nuestros días surgen valores que no podemos olvidar que
progresivamente se transforman en derechos, como el valor supremo de la vida que hace
insostenible e ilegal la pena de muerte, o la objeción de conciencia con sus implicaciones
en la organización militar que está al servicio de la seguridad y defensa del Estado.
57
Si el universalismo ético es más una necesidad para la supervivencia de la especie y
un servicio a la humanidad para vivir mejor, y como tal está inscrito en el cerebro de
forma que las normas morales cumplen una función adaptativa y sirven a los humanos
para sobrevivir, no nos parece aceptable ningún relativismo moral fundado en un supuesto
relativismo cultural.
Aunque el fundamento de una norma moral pretende ir más allá del interés individual
o grupal y ser universal, el sentido moral es proclive al error y por eso es necesario
establecer unos principios que sean universalmente válidos. Por ello es necesario el
desarrollo de la ética militar y por eso el ser humano ha ido desarrollando normas relativas
a la licitud del uso de la fuerza en las relaciones internacionales (ius ad bellum) y un
Derecho Internacional Humanitario que limite los sufrimientos que causan las guerras
(ius in bello).
Ética que se apoya en valores universales y que han sido criticados por su connotación
occidental, a pesar de su vocación y realidad global. Como decía Bernard-Kouchner,
fundador de “Médicos Sin Fronteras”: «No sé si podemos afirmar que nuestros valores
occidentales son universales, pero de lo que estoy absolutamente cierto es que el
sufrimiento humano tiene una irrefutable dimensión universal» (Bernard-Kouchner, ápud
Royal, 2012, p. 23, traducción propia).
Pero eso no debe entenderse con ningún ánimo de «choque entre civilizaciones», sino
como la imperiosa necesidad de realizar esfuerzos de entendimiento entre las
civilizaciones, particularmente a nivel de los medios de comunicación, y que nos lleven,
como sugiere Antonio Robles a:
58
Conciliar la riqueza que supone la variedad de culturas con aquello que las reúne a todas y las unifica,
a saber, una cultura mediática de alcance planetario como herramienta y medio de difusión de
conocimientos. Solamente así se podrán dar respuesta a las aspiraciones comunes que comparten todos los
pueblos del planeta (Robles, 2011, p. 143).
A menudo se argumenta que dada la existencia de una gran diversidad de culturas en
el mundo actual y que todas las culturas son moralmente equiparables, no hay una mejor
o peor que otra. Pero al analizar la realidad se observa que hay culturas que otorgan a
algunos seres más Derechos Humanos que a otros (en estos casos es frecuente que sean
las mujeres quienes menos tienen, en otros son los niños, o los viejos, o los que pertenecen
a un grupo social, incluso a una región), o sea, que no todas las personas disfrutan de los
mismos Derechos Humanos y, en consecuencia, la dignidad esencial de unos y otros no
tiene la misma consideración y respeto.
Pero aquí hay que apoyarse en Dahrendorf (2006) para hacer una defensa y validez del
concepto de Occidente como promotor y defensor de valores morales y reglas que son
aplicables en todas partes y sirven para toda la humanidad. La ausencia de reglas, normas
y autoridades eficaces es una anomía que representa una amenaza para la libertad y por
eso el autor defiende el orden liberal, que se caracteriza por:
- Libertad del individuo. Que debe estar jurídicamente garantizada gracias al imperio
de la ley y basarse en el consentimiento que dan los individuos y no en la revelación
que reciben. Que permite la libertad individual de tener convicciones divergentes,
discutirlas y defenderlas. Que se plasma en el sistema democrático, representativo
y parlamentario y la libertad de mercado. Que busca a modo del imperativo moral
de Kant y rechazando el relativismo cultural, una sociedad cosmopolita en la que
todos los seres humanos sean ciudadanos de un solo mundo.
- La ciudadanía entendida como propósito moral del sujeto que satisface en ella su
necesidad de pertenencia y protección, y que encuentra su desarrollo en el Estado
nacional que salvaguarda la diferencia de seres humanos que tienen sin excepción
los mismos valores y derechos fundamentales.
- La democracia o el Estado de Derecho no son garantías de bienestar económico,
pero ni la recesión o decadencia económica hacen que se pueda prescindir de la
59
democracia. Por esto la democracia tiene que estar asentada en la conciencia del
ciudadano y, en la interacción entre política y economía, hay que tener en cuenta
que «cuando los valores económicos determinan la política, la libertad suele estar
en peligro» (Dahrendorf, 2006, p. 98).
Algunas consecuencias de ello han sido que ya no sabe con claridad qué es cultura y
qué no; se generan especialistas que saben mucho de un dominio, pero que no se conectan
con otros, aislándose en esa especialidad; se envilece y degrada la noción de humanidad;
y se pierde el orden e importancia de los valores.
Pero lo peor es que ha surgido en amplias capas de las sociedades occidentales abiertas,
en las que nos ampara el Estado de derecho y disfrutamos de democracia y libertad, en la
que se han logrado «los más altos niveles de vida de la historia y reducido más la violencia
social, la explotación y la discriminación» (Vargas Llosa, 2012, p. 143), una indiferencia,
cuando no hostilidad, hacia las propias sociedades. Se plantea la duda, incluso se rechaza
la idea, de que las personas que viven en ellas estén dispuestas a defenderlas. Más
incertidumbre se plantea aún si esa civilización y los hombres que la forman estarían
dispuestos a sacrificarse y defenderla, si llegare al extremo de tener que hacerlo en una
guerra y aceptarían poner en riesgo la propia vida, como lo han hecho ciudadanos de otros
pueblos en defensa de sus propias civilizaciones y los valores que encarnan.
Como dice Milehan: «La aceptación de una diversidad cultural, mientras se reconozca
algún tipo de filosofía global y estándar de lo que está bien, es lo que fundamentalmente
es la ética y en particular la ética militar, con todas sus tensiones y contradicciones
inherentes» (Milehan, 2017, p. 139). Aunque podríamos plantearnos la cuestión de
cuántos de los que defienden esa idea están dispuestos a vivir en esas otras sociedades
con diferentes, grandes en ocasiones, culturas.
Por todo ello creemos que la civilización occidental ofrece unos referentes éticos y
valores morales de orden universal que sí merece la pena defender. La Declaración de
Derechos Humanos proporciona una convicción moral y ética, que permite fundar la
opinión de que existen Derechos Humanos con alcance y valor universal, o al menos con
la vocación de tenerlo, y, en consecuencia, las culturas que no los protegen y defienden
no son moralmente equiparables a las que sí lo hacen.
60
se puede torturar, mutilar, violar, lapidar, gasear o utilizar armas químicas contra seres
humanos indefensos por ninguna razón, sea esta militar, cultural, social, económica o de
cualquier otro tipo.
Pero incluso con directrices establecidas, prescribiendo, por ejemplo, que uno no debe interferir,
podría incluso plantearse un dilema: el conflicto entre principios personales y leyes, reglas y
procedimientos, y los soldados tienen que elegir entre seguir las reglas y seguir la conciencia. Si el
personal militar decide mirar para otro lado, su respeto por otras culturas se produce no solo al coste de
los propios valores y de los valores que la mayoría de la gente considera que son universales; ello
evidentemente también deteriora la dignidad humana y la integridad física de las víctimas (Olsthoorn,
2019, p. 5, traducción propia).
No se puede justificar a Al Qaeda argumentando que lo que hace es defender su
cultura, aunque se diga que de forma inapropiada, pues lo inapropiado, creemos, está en
la existencia misma de unos elementos culturales que permiten, por ejemplo, castigar sin
juicio a una mujer tachada de adúltera con la muerte por lapidación.
61
Es generalmente aceptado que Bertrand Russell fue un defensor de ideas pacifistas y
promotor de actividades contra la guerra en la Primera Guerra Mundial y más adelante
contra las armas nucleares. Además de pacifista se reconoció como ferviente patriota,
aunque pueda estar extendida la idea de que pacifismo y patriotismo son conceptos que
no casan muy bien. «El amor a Inglaterra es probablemente el sentimiento más fuerte que
tengo» (Russell, 1991, p.17).
El declararse y ser activo pacifista le llevó a ser encarcelado durante unos meses en la
Primera Guerra Mundial, para más adelante oponerse a Hitler y el nazismo, por lo que
conviene resaltar las razones de esas excepciones al pacifismo.
Otra razón que Russel consideraba que podía justificar la guerra era la necesidad de
defender lo que tenía valor generalmente aceptado: «si alguna vez se establecía un
gobierno mundial, sería necesario defenderlo de los rebeldes mediante la fuerza»
(Russell, 1991, p. 270).
Por esto, el pacifismo y la no violencia, aunque sean defendidos por Russell y otros
como formas absolutas de enfrentarse al conflicto, no suelen pasar la prueba de la
confrontación con la realidad y la razón concluye en la necesidad de la guerra como mal
menor. Esto le lleva a Russell a declarar: «Nunca me adscribí totalmente a la doctrina de
la no-violencia; siempre reconocí la necesidad de la policía y de las leyes penales, e
incluso durante la Primera Guerra Mundial afirmé en público que algunas guerras están
justificadas» (Russell, 1991, p.270).
62
la violencia y el conflicto son ajenos a la naturaleza humana. El propio Russell se acabaría
convenciendo de que la realidad es esquiva con esa innata bondad humana33.
En cuanto a Dahrendorf, aunque considera que la guerra jamás está justificada desde
el punto de vista moral, piensa que en ocasiones hay que hacer lo moralmente dudoso
para defender los valores occidentales fundamentales que, aunque nacidos en Occidente,
aspiran a ser disfrutados por todos los seres humanos, por lo que se justifica el apoyo de
Occidente en otras partes del mundo donde se desprecian sistemáticamente.
Igual que cuando no hay desarrollo social, político y económico, surge la violencia
individual contra el vecino, los privilegios de unos estados no pueden mantenerse en paz
sin que otros estados los reclamen hasta llegar a un estado de «derechos civiles para todos
los seres del mundo» (Dahrendorf, 2006, p. 104), por lo que los conflictos seguirán
ocurriendo. Lo que hay que abordar es el control de esos conflictos avanzando en la
regulación de la economía, repensar el estado de Bienestar, la promoción de la cohesión
social y la afirmación de la democracia y el imperio de la ley, incluyendo la importancia
de una justicia internacional.
33
En 1927 Russell crea con su mujer Dora una escuela para educar a sus hijos, junto a otros niños de la
misma edad, en un ambiente de libertad, aunque manteniendo la instrucción escolástica y sin prescindir
totalmente de la disciplina. Esta experiencia le convence de la necesidad del orden y la norma, pues la
convivencia de los seres humanos, ya desde su infancia, presenta problemas y conflictos. Así, recoge en su
Autobiografía: «Cualquiera que fuesen los años, los niños eran crueles y destructivos. Dejarles en libertad
era lo mismo que establecer un reino del terror en el que los fuertes hacían sufrir y temblar a los débiles.
Una escuela es como el mundo: solo el gobierno puede quitar la brutalidad y la violencia» (Russell, 1991,
p. 216).
63
transformarse en guerras. El simple rechazo a las mismas mediante los principios
pacifistas no las elimina ni las evita.
El orden alterado por el uso de la fuerza solo se puede restablecer, en la mayoría de las
ocasiones, por el uso de otra fuerza que tenga la convicción moral, basada en un riguroso
razonamiento ético, de que el uso de la violencia –incluida la que se genera en la guerra
que es letal- es el mal menor inevitable para restaurar la paz.
La obra De la Guerra del militar prusiano del siglo XXI Carl von Clausewitz34 es
compleja, escrita hace más de doscientos años y que se presta a variadas interpretaciones.
Una obra en la que los conceptos están dispersos y no siempre es fácil relacionarlos en
significados coherentes. Además de una objetiva dificultad en su comprensión,
Clausewitz murió cuando su obra estaba incompleta y sin terminar.
34
Se sigue como obra de referencia la de Clausewitz, C. von (1999). De la guerra (Volúmenes I y II).
Versión española de la traducción inglesa de M. Howard y P. Paret. Es uno de los trabajos más reconocidos
por su rigor y el de los ensayos que lo acompañan.
64
establecimiento de un código de conducta para los profesionales de la milicia. Eso es lo
que consideramos un código moral militar y que nos permite pensar que estamos ante esa
ética práctica que es la ética militar. Para su correcta aplicación el conocimiento de lo que
sobre ella han postulado pensadores como Clausewitz se considera importante y
necesario.
Violencia y fuerza que tiende a escalar a los extremos y hacia la guerra absoluta, en
donde no hay limitaciones en sistemas de avisos, procedimientos, tecnología y personas
implicadas. O sea, que en la teoría y en la concepción ideal de la guerra de Clausewitz,
tan utilizada por los estrategas militares occidentales, los principios y restricciones éticas
y las consideraciones de la Guerra Justa, también argumento imprescindible para el uso
de la fuerza en Occidente, no tienen, aparentemente, cabida. De hecho, dice que «la guerra
es un asunto tan peligroso que los errores debidos a la benevolencia son los más graves
de todos» (Clausewitz, 1999, p. 180).
Para Clausewitz la guerra como idea pura no atiende a códigos éticos ni morales, ni a
razones de benevolencia o humanidad, aunque sí reconoce que «hay una serie de
limitaciones imperceptibles y autoimpuestas que son ajenas a la fuerza y que casi no
merece la pena mencionar, conocidas como leyes y costumbres internacionales que
apenas la atenúan» (Clausewitz, 1999, p. 179).
65
que existen en esas sociedades y la forma de relacionarse entre ellas, pero «no forma parte
de la guerra por si mismas; ya existen antes del comienzo de las hostilidades. Introducir
el principio de moderación en la teoría de la guerra siempre conduce al absurdo lógico»
(Clausewitz, 1999, p. 180).
Por tanto, Clausewitz parte de una concepción pura de la guerra para desarrollar su
modelo, una teoría que pretende ser general, abarcadora, y que luego aplica a la realidad,
«pues la guerra real se haya con frecuencia muy alejada del concepto puro postulado para
la teoría» (Clausewitz, 1999, pp. 198-199).
Tras considerar la tesis y la antítesis, Clausewitz concluirá en una síntesis que dé razón
a la guerra y que es la consideración de la guerra como un instrumento político. La política
es la que da sentido a la guerra. De hecho, la política actúa como principio justificador de
la guerra y contribuye a que «se da razón de la guerra en virtud de la propia racionalidad
de la política» (García Caneiro y Vidarte, 2002, p. 97).
66
En cualquier enfoque para analizar a Clausewitz es una exigencia considerar su
esencial asunción de que es la política la que dirige y motiva la guerra, pues para nuestro
autor «el concepto de que la guerra es solo una rama de la actividad política; que en
ningún sentido es autónoma» (Clausewitz, 1999, p. 853).
Por ello en la guerra las consideraciones éticas, intrínsecas al ser humano, también
desempeñan un papel esencial, aunque no sean tenidas en cuenta permanentemente, ni de
igual forma, por los diferentes grupos sociales y culturales.
Para justificar y dar razón a la guerra, la ética militar como reflexión, descripción y
prescripción del uso de la fuerza en sus causas y desarrollo es imprescindible, y creemos
que sin hacer un análisis especifico de ello como en otros aspectos de su obra, también
Clausewitz adelanta en su teoría de la guerra cuestiones que afectan a la legitimidad de
esta.
67
En cualquier caso, es conveniente reconocer que en la época de Clausewitz el papel de
la ética en los conflictos era secundario, mientras que en la nuestra la ética está en el
centro del pensamiento estratégico militar.
Como dice Paret «Algunos estudiosos han criticado a Clausewitz por ignorar la ética
en De la Guerra, por no analizar las causas de la guerra en profundidad, y por no
cuestionar la validez de las políticas que conducen a la guerra» (Paret, 1991, p. 220). Este
autor interpreta que Clausewitz no trata los aspectos de legitimación de la guerra por
considerarlos no de ética militar, sino de ética política, y por tanto fuera de su teoría de la
guerra.
Pero hay una continuidad en la naturaleza de la guerra que llega a nuestros días, de
igual forma que hay cambios en sus características que se producen constantemente a lo
largo del tiempo. «El no comprender la guerra tomando en cuenta la continuidad y el
cambio, pone en peligro lo que el filósofo prusiano del siglo XIX, Carl Von Clausewitz
advirtió: el considerar la guerra como ´algo autónomo` en lugar de un ´instrumento de la
política` nos hace malentender la clase de guerra en la cual nos embarcamos, e intentar
convertirla en algo ´ajeno a su naturaleza`» (McMaster, 2015, p. 65).
Cornish interpreta que para Clausewitz «la guerra debería permanecer siempre
englobada dentro y constreñida por la política» (Cornish, 2003, p. 217, traducción propia)
y no que tratara de eliminar los inconvenientes que introduce la política. Lo defiende
apoyándose en lo recogido en el libro VIII, «Subordinar el punto de vista político al militar
68
sería absurdo porque es la política la que ha creado la guerra. La política es la inteligencia
que dirige y la guerra solo el instrumento y no al contrario. Por tanto, no existe otra
posibilidad que subordinar el punto de vista militar al político» (Clausewitz, 1999, p.
217).
A pesar de ello suele haber dificultades en el diálogo entre los líderes políticos y los
rectores militares, como si la expresión de los objetivos a alcanzar de unos y otros se
hiciera en lenguajes diferentes y ello produce, a veces, disfunciones en la coordinación
de los intereses políticos y los objetivos militares.
Acudir al uso de la fuerza requiere para Clausewitz considerar los fines y los objetivos,
mantener el balance entre ellos para dar sentido a la guerra y todo esto entra en la tradición
ética de la Guerra Justa. También la realidad de la guerra como un hecho social, marcado
por las peculiaridades de nuestra inevitable condición de seres sociales, que al
relacionarse con otros también proyectamos nuestra naturaleza de individuos morales y
éticos.
Nos dice Clausewitz que no solo la guerra «debe tener necesariamente un carácter
político y medirse con criterios políticos» (Clausewitz, 1999, p. 859) o «que la guerra no
es un simple acto de política, sino un instrumento político, una continuación de las
relaciones políticas, proseguidas con otros medios» (Clausewitz, 1999, p. 194), sino que
acudir a ella y la forma de conducirla son un acto político en el que las consideraciones
éticas deben ser tenidas en cuenta. «Por tanto, la conducción de la guerra es en sus grandes
líneas, la política misma, que empuña la espada en lugar de la pluma, pero no por ello
deja de pensar de acuerdo con sus propias leyes» (Clausewitz, 1999, p. 859). Incluyendo
las derivadas de la ética.
69
La política es la que determina en última instancia las restricciones y límites de la
guerra, de la batalla, para evitar que se conviertan en un hecho social y humano absurdo.
Pero también para la política es la paz la finalidad última de la guerra, cuando se intenta
minimizar duración, destrucción y daños, y se busca ofrecer unas condiciones adecuadas
sociales y políticas.
Ello para Clausewitz «desempeña una función más importante en sus métodos de
guerra (de las naciones civilizadas que no matan a sus prisioneros ni devastan ciudades y
países) y así han aprendido formas más eficaces de aplicar la fuerza que la cruda expresión
del instinto» (Clausewitz, 1999, p. 181).
Pero aún hay otros conceptos que desarrolla Clausewitz y que nos permiten interpretar
hasta donde los principios y características de la ética militar se encuentran presentes en
el autor.
Ética aplicada a la guerra que se apoya no solo en valores que actúen como referencias
en el combate que produce destrucción y muerte, sino también en principios a adquirir y
desarrollar de naturaleza deontológica y profesional e incluso en guías y orientaciones de
tipo utilitarista para apoyar la toma de decisiones, tan importante en la guerra, ante la
elección del mal menor.
70
tienen siempre un efecto en la guerra» (Paret, 1991, p. 220). La clave es si esos códigos
o normas de conducta limitan o pueden delimitar la conducción de la guerra.
La historia nos ha mostrado que aquellos que obtuvieron victorias militares (Argelia,
Vietnam), no siempre consiguen la victoria política definitiva. En ello tuvieron una
influencia determinante las formas y medios utilizados en determinadas operaciones
militares y su influencia en la población que las sufrió y en el conjunto de la opinión
pública del propio país y del resto de la Comunidad Internacional.
Incluso cuando los bandos enfrentados tienen fuerzas muy desiguales, los
enfrentamientos han tenido y tienen lugar, pues «En última instancia, la disparidad
material no sería superior a la de las fuerzas morales a las que podría reemplazar»
(Clausewitz, 1999, p. 198).
Dar una visión comprensiva de la guerra le exigía a Clausewitz considerar los factores
morales, propios de la ética, por más que ello complique aún más su teoría de la guerra.
«Clausewitz perseguía desarrollar una teoría de la guerra, que considerando los factores
morales posibilitara la comprensión del fenómeno y permitiera concebir cada conflicto
en particular, tanto a los involucrados como a aquellos estudiosos posteriores» (Mora,
1999, p. 5).
Las fuerzas morales no se pueden dejar de lado en la guerra y ello aunque Clausewitz
mantenga «que la resolución violenta de la crisis, el deseo de aniquilar las fuerzas del
enemigo, es el primogénito de la guerra» (Clausewitz, 1999, p. 208). También remarca
que aquellas pueden llegar a desempeñar un papel esencial ya que «el factor moral es, por
así decir, el elemento más fluido de todos y, por tanto, el que se difunde más fácilmente
y afecta a todo lo demás» (Clausewitz, 1999, p. 208). En esta línea, al final de su obra nos
71
advierte el autor «…el éxito no se debe simplemente a causas generales…También puede
haber factores morales que nunca salen a la luz» (Clausewitz, 1999, p. 842).
Por tanto, Clausewitz otorga un gran valor a las fuerzas morales en su sentido
tradicional. Fuerzas que en su interacción con las fuerzas físicas son fundamentales para
el desarrollo de la guerra, a pesar de que regularlas de forma científica, como intenta
llevar a cabo nuestro autor al considerarlas junto a otros factores, es muy difícil.
Algún autor lo reconoce: «pero los factores morales son a menudo muy difíciles de
controlar e imposible de cuantificar, aunque al final son los más importantes» (Sánchez,
2014, p. 115).
Una vez más hay que remarcar que el hecho de que Clausewitz no afronte las
consideraciones éticas en su análisis de la guerra no significa que en la explicación que
ofrece, esas reflexiones morales no ocupen ningún lugar.
Considerar las fuerzas o cualidades morales es propio de la ética y, por tanto, si la ética
militar es saber aplicado, el análisis ético de las reflexiones de Clausewitz sobre las
fuerzas morales es pertinente y necesario.
En el capítulo uno de su obra nos da cuenta Clausewitz del valor, al que considera
como «la más importante de todas las cualidades morales» (Clausewitz, 1999, p. 192).
Valor que aunque asocia a otras cualidades psicológicas, pues en su teoría de la guerra
debe haber «espacio para el valor, la osadía y la temeridad» (Clausewitz, 1999, p. 192),
debe entenderse como virtud templada por la responsabilidad del que dirige la guerra,
líderes políticos y jefes militares, «el juego del valor y el talento…dependerá del carácter
del mando y del ejército» (Clausewitz, 1999, p. 196).
Valor que no puede ser pasión incontrolada que lleve a esa situación extrema a la que
puede conducir el uso de la fuerza sin límite, pues en el mundo de la realidad «esta postura
conduciría con frecuencia al derroche de efectivos, lo que está en contra de otros
principios de la administración del Estado» (Clausewitz, 1999, p. 183).
72
El componente moral del valor que plantea Clausewitz sirve para contrarrestar la
incertidumbre y la falta de certeza que también forman parte de la guerra y contra las que
«es preciso acumular en el otro valor y confianza en sí mismo para restaurar el equilibrio»
(Clausewitz, 1999, p. 192).
Pero incluso exige que esa fuerza moral se adecue a normas, a principios éticos que
las controlen y las limiten. «El valor y la seguridad en sí mismo son esenciales en la guerra
y la teoría sólo debe proponer normas que abran amplios abanicos a estas virtudes, las
más excelsas e indispensables en la guerra, en todos sus grados y variaciones. Hasta en el
arrojo puede haber método y precaución, pero se miden por un patrón distinto»
(Clausewitz, 1999, p. 192).
Clausewitz considera que conseguir los objetivos políticos no tiene por qué significar
una destrucción total del enemigo o de sus Fuerzas Armadas. Esta idea se aproxima al
principio de humanidad que es básico para introducir las restricciones éticas en el
desarrollo de los combates (ius in bello) y en el logro de la paz como objetivo esencial de
toda guerra.
73
Por tanto, desde el punto de vista de los fines políticos existen unos objetivos mínimos
aceptables que son o pueden ser suficientes para quebrantar la voluntad del enemigo y
para ello el medio es siempre el combate, pues «es intrínseco al concepto mismo de guerra
el que todo lo que ocurra debe originalmente derivarse del combate» (Clausewitz, 1999,
p. 203).
En esta época, más que nunca, los ciudadanos influyen y exigen a líderes políticos y
militares que las consideraciones éticas ocupen un puesto central tanto a la hora de utilizar
la fuerza, como en la forma de conducir las operaciones.
74
3.3.3.6. La “trinidad paradójica”
Para fijar los elementos que componen el fenómeno de la guerra, Clausewitz utilizó
un modelo apoyado en una trinidad de factores con «lo que Clausewitz nos trasmitía es
que la guerra es un fenómeno político y social, y no exclusivamente militar» (Calvo
Albero, 2014, p. 1).
Esos tres factores son: «violencia, odio y enemistad primarios, que deben considerarse
como una fuerza natural ciega; juego del azar y las probabilidades dentro del cual el
espíritu libre puede campar a sus anchas; y elemento de subordinación, de instrumento de
la política, sujeto únicamente a la razón» (Clausewitz, 1999, p. 195).
Estos tres conceptos deben ser tenidos en cuenta para mantener un equilibrio, pero no
tienen la misma importancia y mantienen relaciones muy variables.
Se puede considerar que estas tres entidades son fuerzas de naturaleza moral, más
evidente en relación con la pasión y la voluntad y menos respecto a la razón. Pero como
se ha argumentado en páginas anteriores, la razón, o sea, la inteligencia, se puede
trasformar en elemento ético que en la guerra dirige y controla a la pasión y a la voluntad.
El remarcar la necesidad de balance equilibrado entre los tres agentes con capacidad
moral: gobierno, militares y pueblo, tiene una directa implicación tanto en relación con
el uso de la fuerza como respecto a la forma en que la misma debe ser utilizada. «Como
resultado, es posible identificar lazos de engranaje de obligación moral que conecten los
diversos componentes de la trinidad» (Mattox, 2008, p. 210, traducción propia).
75
Concluimos que todos estos son elementos centrales de la ética militar que Clausewitz
está recogiendo al establecer su concepción trinitaria, aunque él nunca pretendió hacerlo
desde la reflexión filosófica.
Las limitaciones introducidas son, por un lado, las procedentes de la razón política.
Por otro, las decididas por la inteligencia del jefe militar. En ambos casos, ello significa
aplicar consideraciones que funcionan como restricciones éticas en el uso de la violencia
natural a la guerra.
Todo ello lo justifica Clausewitz al tiempo que asigna una gran importancia a los
factores no racionales como el miedo, el odio, la pasión o la incertidumbre, aspectos que
el líder militar debe controlar mediante su valor moral, su carácter y su voluntad,
elementos que deben formarse en los principios de la ética militar.
Es cierto que no son los aspectos de ética militar los más analizados e importantes de
la explicación que nos da Clausewitz de la guerra, incluso no los integra en su teoría con
la sistematicidad de otros elementos más estratégicos de su obra, pero considerarlos es
necesario y, en nuestros días, imprescindible.
76
Como dice Paret: «Sería reconfortante creer que este conocimiento intelectual, no solo
forma parte de la base para una estrategia efectiva, sino que conduce también a una
política militar responsable» (Paret, 1991, p. 224).
Ello debiera ayudar a plantear, en esta época dominada crecientemente por disruptivos
desarrollos sociales científicos y tecnológicos, una política militar responsable que tenga
a la ética militar, además del Derecho Internacional Humanitario, entre sus requisitos a la
hora de trasladarse en estrategias, operaciones y tácticas, a cuya contribución Clausewitz
sigue siendo referencia imprescindible.
La ética profesional militar trata de los cimientos morales de la profesión de las armas,
los valores que constituyen su núcleo, los principios que guían a los que ejercen esa
profesión y las responsabilidades esenciales que deben asumir en la defensa y protección
de su país. Se refiere a lo que hacen y como lo desarrollan, pero también a lo que se espera
de su comportamiento, a sus relaciones profesionales e incluso a la percepción que tienen
de ellos sus conciudadanos.
35
Josep Baqués plantea como los parámetros elementales de toda teoría de la guerra justa los siguientes:
77
Más tarde, algunos autores, sobre todo con la influencia de Michael Walzer (2001),
han reformulado los criterios clásicos de la Guerra Justa, adaptándolos a los tipos de
guerra moderna y distinguiendo aquellos que pueden justificarse de los que no36. Algunos
de estos serían:
En este trabajo defiendo la opinión de que los esfuerzos por dotar a la ética militar de
consistencia como disciplina son modernos. Es cierto que desde siempre los ejércitos y
los soldados han tenido, con todas las variaciones que la historia ha generado, una suerte
de aureola de estimación y consideración al poner en riesgo la vida y sacrificarla por los
demás (ethos militar), los más débiles. Tradicionalmente el militar ha asumido que lo
principal era conseguir la victoria y, a lo sumo, que debía luchar honorablemente para lo
que se apoyaba en la costumbre y códigos no escritos, que fundaban sus principios en el
a) Se ubica en un punto intermedio entre las tesis pacifistas y los realistas que dan primacía a la razón de
Estado sobre cualquier otra consideración, y que conoce e integra en sus razonamientos tanto la ética
como la política.
b) Su objetivo no es justificar guerras pasadas o futuras sino una tentativa de fiscalizarlas considerando
incluso situaciones de flagrante injusticia internacional.
c) No es, estrictamente hablando, Derecho Internacional, aunque algunos principios de su teoría han sido
incorporados al denominado «Derecho Internacional común», fenómeno producido sobre todo después
de la 2ª Guerra Mundial.
d) El referente principal para iniciar la teoría suele ser Santo Tomás de Aquino y aunque su núcleo inicial
lo forman autores vinculados a la tradición católica clásica, se incorporan otros fuera de ella como
Grocio o en la actualidad procedentes de otras confesiones, como es el caso del judío Michael Walzer,
por otro lado, autor principal en la adaptación de la teoría a los nuevos tiempos. (Baqués, 2007, pp. 33-
49).
36
Richard Schoonhoven (2015, p. 47, traducción propia) señala que «Parece que se ha escrito más sobre el
asunto [la ética militar] en los últimos diez años que en los treinta precedentes a la publicación de la obra
de Walzer Guerras justas e injustas».
78
honor y la valentía. Su entrenamiento no incluía el adiestramiento en el logro de una
capacitación ética y moral, algo que se comienza a hacer desde época reciente y que aún
debe avanzar en la formación del profesional militar.
Para algunos, aspectos esenciales que están en el origen del nuevo enfoque, interés,
consideración e importancia de la ética militar son el fin de la Guerra Fría y la
intervención militar decidida en operaciones humanitarias y de mantenimiento de paz:
Este cambio no refleja simplemente el final de la Guerra Fría y de este modo el fin de la perspectiva
de una guerra convencional que terminara en un holocausto nuclear. En su lugar, esta nueva forma de
pensar sobre la ética militar emergió en concierto con la creciente utilización de fuerzas militares en
operaciones que no se parecían a las batallas convencionales (Tripodi y Wolfendale, 2012, p. 1,
traducción propia).
En nuestra opinión, a los factores anteriores habría que añadir uno que empieza a
adquirir una importancia extraordinaria en el siglo XXI y que son las consecuencias e
implicaciones éticas que aparecen con el desarrollo y utilización de nuevas tecnologías
en el campo de batalla. Como dice Aznar: «Y es que un cambio tecnológico, si es
trascendente, puede provocar otro cultural al modificar el espacio de relación y hasta el
ético. Obligando a la revisión del sistema normativo vigente» (Aznar, 2019, p. 64).
Son las nuevas guerras, las nuevas armas y por supuesto, los modernos soldados que
habrán de acomodarse en todos los aspectos al futuro que se presenta ante nosotros:
En nuestros días, se desarrollan a una velocidad increíble nuevas y emergentes tecnologías, la mayoría
de las ocasiones de aplicación dual civil y militar. Sin embargo, la consideración de las implicaciones
y aspectos éticos y legales que su empleo trae consigo no avanzan a la par que lo hace la tecnología
(Moliner, 2018, p. 1).
Se ha mencionado en la introducción que este tema solo esporádicamente aparece en
publicaciones de las Fuerzas Armadas y es inhabitual su tratamiento en otras, como
pudieran ser las especializadas en Filosofía. También se afirmaba que no ha habido en
nuestro país una sistematización teórica de la ética y moral militar.
En contra de esta limitación de nuestro país, merece la pena destacar, sin embargo, que
el Ejército del Aire desarrolló su doctrina de Liderazgo y Valores en el Ejército del Aire,
reseñada en el capítulo 1. Como teoría que recoge como modelo los valores a impulsar y
promover, así como fundar conductas que se deben utilizar en la formación y desempeño
ético y moral de sus miembros.
79
Más recientemente, el Ejército de Tierra ha publicado un documento: Los Valores en
el Ejército de Tierra37, en el que se referencian los valores que deben inspirar el
comportamiento de sus integrantes en todas sus funciones y actividades.
Pensar en forma amplia acerca de la ética militar implica tomar en cuenta los aspectos y características
particulares del conflicto armado que se examina y hacer un esfuerzo para comprender los problemas
normativos que presenta cada contexto para las fuerzas militares que podrían verse envueltos en él
(Johnson, 2002, p.2, traducción propia).
Esta es la consideración pragmática que deseamos seguir en nuestro análisis del
conflicto bélico bajo la perspectiva de la ética militar.
37
Documento del Estado Mayor del Ejército de Tierra «Los valores en el Ejército de Tierra», enero de
2018, https://amel.org.es/.../03/EME-Valoresdel-Ejercito-de-Tierra-2018.pdf
38
Ya se ha mencionado que, aunque se recoge en la Constitución española de 1978, el vocablo guerra ha
sido progresivamente eliminado de todas las publicaciones y documentos oficiales, y resulta relevante que
no aparezca la palabra guerra en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 2009. Curioso
abandono en el lenguaje coloquial y también en el aparentemente culto. Sin embargo, no hay empacho de
utilizarlo cuando se describe la guerra de marcas, de empresas, deportiva…En este trabajo se utilizan
indistintamente las expresiones guerra, conflicto bélico y conflicto armado, pues se considera que, aunque
prescrita legalmente, la guerra existe y el uso del término facilita en el discurso ético la comprensión de las
ideas y razonamientos que tienen en ella, prohibida o no, su elemento central.
39
Para este autor, el Derecho Internacional Humanitario está inspirado en la noción ética de humanidad,
que «aspira a proteger a la persona en toda situación de conflicto armado, tenga este carácter internacional
o interno» (Pérez, 2017, p. 31).
80
Encontramos en la literatura diversas referencias al concepto de ethos militar40. Por un
lado, tenemos a Harrier-Jenkins y Moskos, que la consideran como:
Un conjunto de valores entre los que revisten una especial importancia ciertas características de la
vida militar, como son un código de honor –personal y colectivo-, un alto nivel de solidaridad de grupo,
un concepto restrictivo de las relaciones del cuerpo de oficiales con los otros componentes del Ejército
y con la sociedad civil y una preocupación por el status de los militares (Harrier-Jenkins y Moskos,
1984, p. 57).
De hecho, concluye este autor que «la justificación del ethos militar es en última
instancia antes funcional que ideológica» (Baqués, 2004, p. 139), lo que conviene
reafirmar y está en línea con otros autores que lo consideran como: «Valores centrales
que han sido los que la institución ha validado históricamente como los necesarios para
cumplir con su propósito» (Podesta, 2012, p. 27).
40
El diccionario de la Real Academia Española traduce el ethos como «costumbre», «carácter» y lo define
como «conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una
persona o comunidad». Por su parte la filósofa Victoria Camps, lo define como «Una manera de ser, un
carácter que le disponga y le ayude a vivir bien» (Camps, 2019, p. 10). En nuestro caso, constituye los
valores que modelan el comportamiento de los militares en su actuación profesional.
81
Una segunda característica del ethos militar se enmarca en el conjunto de reglas de
comportamiento que, inspiradas en esos valores, debe observar el profesional de la milicia
en la ejecución de sus funciones, misiones y cometidos, y que están incrustados en la
cultura profesional militar para unificar el propósito de los miembros del grupo.
Es, por tanto, el ethos militar, con sus valores, un buen punto de apoyo para avanzar
en la conceptualización y naturaleza de la ética militar. Valores que son, en gran parte,
compartidos por muchos pueblos a lo largo de la historia y tienen, a menudo, alcance
universal.
Ejemplo palpable del compromiso del ciudadano que a la vez es militar lo encontramos
en el concepto de la Innere Führung de la Bundeswehr (Fuerzas Armadas de Alemania).
Concepto moral esencial que tiene como elemento central al ciudadano de uniforme, a la
vez una persona libre, un ciudadano moralmente responsable y un voluntario apasionado
y comprometido con el servicio de las armas.
El concepto afecta a todo el personal militar, desde los mandos a los soldados y todos
tienen que ser conscientes de los valores y principios que deben guiar su conducta,
especialmente en las más complejas misiones de prevención de conflictos y gestión de
crisis, en las que la capacidad de persuasión es esencial.
82
en la sociedad y que, como consecuencia, exige del militar unas responsabilidades
morales extraordinarias.
Las características de esa ética militar entendida como soporte moral de la profesión
militar serían las siguientes:
1) Una primera es que se trata de una «ética profesional aplicada», basada en una
ética de la virtud sustentada en principios y valores. Su objeto es ayudar al militar en el
desarrollo de sus funciones, cometidos y tareas, al enfrentarse a los retos, desafíos y
dilemas morales que lleva consigo el ejercicio de su profesión, de servicio social y público
y no de servicio a sí mismo.
Esta ética de la virtud confiere al militar una sólida base de conducta, enriqueciendo
su capacidad de decisión ética como agentes morales individuales al configurar un
carácter sólidamente fundado en hábitos resistentes y metódicos.
Como ocurre en muchos oficios y tareas, para los militares no se trata solamente de
ser buenos profesionales dotados de conocimientos y pericia técnica, sino que al igual
que otros profesionales aspiran a ejercer su profesión con criterios morales «que saben
utilizar las técnicas para ponerlas al servicio de buenos fines, que se hacen responsables
de los medios y de las consecuencias de sus acciones con vistas a alcanzar los fines
83
mejores» (Cortina, 2012, p. 135). Significa el reconocimiento de que la competencia de
un militar puede y debe ser moral, de igual forma que puede ser estratégica, táctica,
logística, mecánica o gestora.
«Al utilitarismo no le importan tanto los principios éticos como los resultados de su
aplicación, los cuales se convierten en las mejores pautas para la acción» (Camps, 2019,
p. 118). En nuestro campo, se asume como mal menor el uso de la fuerza cuando se
convierte en la única solución, a pesar de los resultados de muerte y destrucción que
supone la guerra.
Weber dirá en concreto que frente a la ética de la convicción que se aferra a lo en sí preferible, a los
principios, a la tesis de que al mal solo hay que resistir con el bien, debe defenderse la ética de la
responsabilidad por las consecuencias, que se centra en lo realizable y que sabe que a veces es preciso
resistir al mal con la fuerza (Etxeberría, 1999, p. 52).
Dahrendorf, a partir de la diferencia de Max Weber entre ética de la convicción y ética
de la responsabilidad, aquella de los santos y esta de los políticos, argumenta que hay
circunstancias (Hitler, Stalin) en las que la única moral adecuada viene de la ética de la
convicción, aunque el poner en riesgo la propia vida es un sacrificio que solo puede
exigirse de uno mismo. Por eso los regímenes totalitarios (China, Cuba) son inaceptables
y solo admiten rechazo y resistencia incondicionales y por eso hay momentos en que hay
«que abandonar el mundo acogedor de la ética de la responsabilidad y tomar posición»
(Dahrendorf, 2006.p. 164).
84
2) En segundo lugar, la ética militar proporciona una motivación y una convicción
moral para mantener los valores, actitudes y esfuerzos que exige la milicia, reforzando y
consolidando la vocación de servicio público que significa la profesión militar, en la que
se debe estar dispuesto al máximo sacrificio, la entrega de la propia vida, si fuere
necesario.
Para ello el militar debe ser un profesional ético, que se apoya en una serie de virtudes
y valores para ejercer su profesión, en el ya mencionado ethos militar. El militar no puede
llevar a cabo su oficio con esos principios y aislar esa actuación del resto de su vida
personal. El militar moral lo será si toda su vida está impregnada de esas virtudes morales.
En esa línea de guerra irregular, las nuevas fronteras geopolíticas exigen a la profesión
militar mantener su autonomía, perfeccionar su experiencia y enriquecer su tradición
ética, incluyendo la virtud de la prudencia política, como marcas distintivas.
Una cuestión muy relevante cuando se trata de la crisis a la que tienen que hacer frente
las Fuerzas Armadas actuales es la relativa a «qué sentido tiene la profesión militar en el
nuevo escenario de incertidumbre que se vive en estos momentos y en el que se vivirá el
futuro inmediato» (Martínez, 2007, p. 345). Para responder a esa pregunta se deben tener
en cuenta tanto al elemento humano que compone los ejércitos, como a la sociedad a cuyo
servicio dirige su misión, debiéndose adecuar las respuestas que se obtengan al entorno
social y cultural y a sus cambios. Como ha dicho García Servert:
85
relevante que esta ética profesional así planteada capacite para hacer «evaluación crítica
de las leyes de los conflictos armados es un componente fundamental de la ética militar.»
(Cook y Syse, 2010, p. 120, traducción propia).
El militar debe ser formado en las más exigentes y exactas prácticas profesionales,
legales y morales para ejercer su responsabilidad en el combate. Hay que fomentar la
autonomía individual y la capacidad para hacer juicios morales en todos y cada uno de
los militares, encuadrando esa autonomía dentro de la estructura jerárquica de la
organización militar. Aspecto este fundamental, aunque hay que insistir en la importancia,
pero también en las dificultades que supone esta exigencia.
86
«humanidad» y la responsabilidad respecto a ella de los militares tienen prioridad sobre
otros intereses, aunque sean del Estado. Y ello es especialmente relevante, y una de las
responsabilidades más importantes de los profesionales militares, en aspectos como el
principio de la discriminación entre civiles inocentes y combatientes, la necesidad y
proporcionalidad en los medios utilizados o el causar el menor daño posible y reducir al
máximo los «daños colaterales» para cumplir la misión.
De especial interés en relación con esta idea de moral, que en ocasiones se refiere al
grupo, al conjunto de militares que forman una unidad orgánica, a toda la institución
militar, e incluso a la motivación del combatiente aislado ̶ y a la que se le denomina de
diversas formas: moral de victoria, moral de combate, espíritu de lucha, voluntad de
vencer, etc. ̶ es la que nos dan García, Gutiérrez y Núñez y que se considera también
oportuna en su concepción individual:
87
configuraba sus virtudes a semejanza de las de sus compatriotas –areté griega o virtus
romana- (Calvo A., 2019, pp. 1-4).
A finales del siglo XVII y las revoluciones americana y francesa renace el ciudadano
soldado y con él el patriotismo y la lealtad no al individuo, sino al grupo social. Por
desgracia, el siglo XX ha significado un retroceso en la aplicación de la ética militar y las
guerras mundiales han sido un flagelo que generó un antimilitarismo básicamente
emocional que aún perdura.
88
un papel necesario para tener la visión abarcadora e integradora que la reflexión ética
exige.
Es clara la dificultad de tal exigencia y es aquí donde el mando, el líder militar, tiene
que asumir la necesidad, que se viene remarcando, de una profunda capacitación y
competencia en el campo de la ética y moral.
Seguro que otras disciplinas demandan con razón su participación en la ética militar,
como por ejemplo ocurre con las modernas concepciones del Cross-Cultural Awareness
que hace entrar en liza la antropología, dado que «La necesidad de conocer el entorno
socio-cultural siempre ha sido un factor clave en cualquier estrategia militar» (Rocha y
Otero, 2010, p. 3). La presencia de antropólogos, al igual que la de médicos, sacerdotes o
periodistas, en su condición de narradores de los hechos, empotrados con las tropas,
plantea cuestiones éticas asociadas a riesgos y ventajas.
A lo que se añade otro problema pues puede que vean el árbol, pero no el bosque. Ver
el bosque desde los despachos, o a la distancia que proporcionan las pantallas, reduce la
consciencia de la tensión y el riesgo que viven quienes sufren la tensión y el riesgo de lo
inmediato.
89
no se entiende por el participante al considerarla muy alejada de su propia experiencia, la
simplificación de la realidad, o el problema de compartir experiencias que se perciben
como demasiado personales.
Hacer frente a esos conflictos armados exige la utilización de la fuerza militar, que a
su vez requiere de la existencia de ejércitos. Ejércitos que no desean ni promueven las
guerras y que, como institución, en las democracias occidentales, deben estar
comprometidos solidariamente al servicio de la paz, la libertad, la justicia y la
democracia.
El militar ejerce sus cometidos dentro de las Fuerzas Armadas, llevando a cabo
diversas tareas, en ocasiones directamente relacionadas con la función esencial de la
organización militar que es el combate y la lucha, dónde hay un uso de la violencia que
puede llegar a ser letal y producir destrucción y muerte, y en donde acepta penalidades y
sacrificios implicando voluntaria y conscientemente su propia vida en el cumplimiento
de la misión. En otras ocasiones, sus tareas no están unidas directamente al empleo de las
armas en las misiones de combate, sino que se dirigen al planeamiento, dirección,
90
logística y otros variados cometidos de apoyo necesarios para que el éxito y la victoria se
impongan en el ejercicio de la violencia por las fuerzas propias.
Mientras que tanto el IV Convenio de Ginebra, como el Protocolo I adicional a los Convenios de
Ginebra, proscriben las penas colectivas, el Protocolo II adicional a los referidos Convenios prohíbe los
castigos colectivos, con el fin de incluir en su campo de aplicación las medidas administrativas, como
ha resaltado la doctrina internacionalista (Cuerda Riezu, 2009, p. 236)
Pero, además de esa posible responsabilidad común, hay una responsabilidad
específica de la actuación concreta de cada soldado, formando parte de unidades militares
de mayor o menor entidad o como combatiente individual y aislado, y que tiene su origen
en la obligación de ejecutar esa acción de acuerdo con unos principios éticos y según unas
normas legales.
Violencia siempre dolorosa y que emerge una y otra vez en las relaciones humanas y
sociales, posiblemente por estar tan enraizada en la condición del ser humano, como
descubrió el propio Bertrand Russell, pacifista radical, que evolucionó, como hemos visto
91
en este mismo capítulo anteriormente, hasta llegar a esa convicción de que violencia y
conflicto no son ajenos a la naturaleza humana.
Si se confirmara ese final anunciado por Fukuyama gracias al avance lineal del
progreso económico y moral, entonces las Fuerzas Armadas, las que ejercen la violencia
legítimamente delegado por el Estado, se trasformarían en algo distinto. Tanto que, en el
X Congreso Internacional de Sociología celebrado en Madrid en 1990, el propio Charles
C. Moskos «anunció que acaba de dejar en la imprenta un trabajo, el citado, donde
matizaba su planteamiento aceptando la posibilidad de ir más allá de lo que propuso en
su momento, a lo que ha sido y es: el ejército como una organización institucional»
(Moskos, apud Martínez, 2017, p. 3).
Sin embargo, a pesar de esa visión optimista de la Historia y del propio ser humano,
los hechos nos demuestran que la Humanidad continúa afrontando guerras, por muy
diversos motivos y en casi todos los ámbitos geográficos, que se unen a otros más
tradicionales, como conflictos armados, el terrorismo, las armas de destrucción masiva,
el espionaje o el crimen organizado, además de amenazas y desafíos en los espacios
comunes globales42. De modo similar a como ocurre con la energía, nuestra humana
realidad conflictiva no se destruye, se transforma.
Los cambios y transformaciones que afronta el ser humano en estos comienzos del
siglo XXI nunca habían sido tan acelerados. Nuevos riesgos y amenazas, como el cambio
climático o la escasez de recursos básicos, la sostenibilidad, moldean el ya de por sí
41
Nos dice Fukuyama: «Lo que aparece como victorioso, en otras palabras, no es tanto la práctica liberal
como la idea liberal. Es decir, para gran parte del mundo, no hay actualmente ninguna ideología con
pretensiones de universalidad que esté en condiciones de desafiar a la democracia liberal, ni ningún
principio universal de legitimidad que no sea la soberanía del pueblo» (Fukuyama, 1992, p. 82).
42
Estrategia de Seguridad Nacional. Un proyecto compartido de todos y para todos, Presidencia del
Gobierno, Madrid, 2017, cap. 4. https://www.dsn.gob.es/.../estrategias/estrategia-seguridad-nacional-2017
92
bastante dinámico concepto de seguridad y demandan nuevas respuestas y formas de
actuación. Frente al respeto general como causa justa de guerra a la defensa de la
soberanía nacional agredida, conceptos como la intervención humanitaria o la
responsabilidad de proteger se van abriendo paso de la mano del respeto a los Derechos
Humanos y la legitimidad conferida internacionalmente y esto modifica la
fundamentación ética del uso de la fuerza.
Por su parte, las nuevas tecnologías siempre se han ido incorporando en las guerras al
tiempo que modificaban su conducción y desarrollo. En otras ocasiones han sido las
propias guerras las que han impulsado nuevos avances científicos, trasformando las
estructuras militares, la gestión de los conflictos y las responsabilidades de los militares
ante el conflicto armado. Estos cambios que llegan de la mano de las nuevas tecnologías
también modifican a los soldados y su comportamiento en combate, imponiéndoles
conductas y actitudes que difieren de las que en otros momentos se consideraban actos de
valor heroico, elemento esencial de su ethos militar. No impiden al soldado demostrar su
43
Constitución Española de 1978, Preámbulo.
44
Ley Orgánica 5/2005, de la Defensa Nacional, de 17 de noviembre de 2005, artículo 19.
https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-2005-18933
93
heroísmo, pero éste se expresa, a menudo, de otras formas y maneras, además de las
tradicionales.
En fin, el paradigma militar, si por un lado es posheroico en un sentido, a la vez que en otro da ese
heroísmo por supuesto, es al mismo tiempo una instancia ideal de acendrada humanidad que, junto a
muchos errores, se ha ido validando a lo largo de la historia. De este modo ese paradigma es un depósito
de reflexión antropológica que funciona críticamente desde un punto de vista ético, precisamente como
freno a la idea de una guerra absoluta; y sobre todo en el entendimiento de que la última justificación
de la guerra no puede ser otro que la paz (Hernández-Pacheco, 2012. p. 201).
Avances en el campo de la inteligencia artificial, la robótica y las comunicaciones,
entre otros, permiten elucubrar sobre un futuro de la guerra en el que la máquina sustituirá
al ser humano como combatiente para disminuir el riesgo de pérdida de vidas humanas,
en el que deseablemente los daños colaterales se reducirán al mínimo, y en el que el
sacrificio de la propia vida en defensa de otros − hasta ahora principio esencial de la
profesión − quizá llegue a no ser imprescindible.
Además, los conflictos y crisis actuales exigen más requerimientos al que participa en
ellos: conocimiento de la cultura de la región o país de despliegue, capacidad de coordinar
sus actividades con organizaciones civiles, y otros requisitos que han producido que los
militares no sólo asumen su papel esencial y tradicional de combatientes, sino también
los que se derivan de cometidos como cooperante o agente policial en tareas de ayuda
humanitaria, estabilización o reconstrucción45.
45
A este respecto: «Tomando como base un estudio de campo sobre una fuerza de pacificación de las
Naciones Unidas, Moskos formuló el concepto de “soldado de la paz” como extensión del modelo policial»
(Harries-Jenkins, G y Moskos, C.C., 1984, p. 84).
94
Por supuesto, hemos de asumir la complicación que supone que lo material es
alcanzable de manera más fácil que cambiar opiniones, conductas y actitudes. Ello
produce falta de sincronización, que es otro elemento para añadir a las dificultades
analizadas.
La difusión entre las líneas que separan la seguridad interior de la defensa y seguridad
nacional, la prolongación de los conflictos sin transición entre la fase de conflicto y la de
post-conflicto, la borrosa definición de victoria en muchas ocasiones, la actuación en
estructuras multinacionales con otros ejércitos y con organizaciones y elementos civiles,
la diferencia entre actividades militares y no militares que se hace más difusa, todo ello
complica las pautas de actuación a que estaban acostumbradas las Fuerzas Armadas.
El propósito principal de sus capacidades militares ya no es hacer la guerra entre estados, sino actuar
puntualmente frente a las amenazas. Los historiadores no han tenido aún tiempo de dar cuenta de la
trascendencia de esta evolución que supone un cambio radical de la razón de ser de los estamentos
militares, diferente a la que han tenido durante siglos. En todo caso, el mérito de nuestros militares que
han sabido adaptarse en las nuevas misiones, es muy grande (Ortega Carcelén, 2009, p. 61).
Reconocer el mérito de adaptación de esos militares, formados en otros sistemas de
referencia, a veces alejados del propugnado, es importante, a pesar del conflicto
generacional que ello ha podido llevar consigo.
Esto exige una instrucción y adiestramiento que contemple estos novedosos aspectos,
que capacite al militar no solo para afrontar operaciones de combate, sino otras de
estabilización, reconstrucción, reforma, e incluso las directamente enfocadas a la acción
humanitaria.
Entre los nuevos conceptos que han emergido con fuerza destacan los de guerra híbrida
y asimétrica46, y donde también podíamos incluir al terrorismo y los ciberataques. A esta
46
Los graves problemas morales que plantea la guerra asimétrica pueden revisarse en: Aznar Fernández-
Montesinos, F. (2018). Repensando la guerra asimétrica, Documento de Análisis 11/2018, Madrid: IEEE.
95
investigación interesa, especialmente, el uso asimétrico de usos, normas, convenciones y
leyes que despliegan los contendientes y que se dirigen especialmente, aparte de otros
ámbitos, al campo cognitivo y moral. Unos, sin consideración y respeto alguno por
principios éticos y normas de Derecho Internacional; otros, intentando ajustar su conducta
bélica a valores de ética militar y prescripciones legales. En este «conflicto de simetrías»,
las consideraciones de ética militar son ineludibles para mantener la justicia de la causa
y el modo de defenderla.
Esa ética militar obliga a tomar todas las precauciones para evitar bajas civiles hasta
extremos ahora insospechados, aumentando la capacidad de contención gracias a la
formación en la reflexión ética, así como capacidades psicológicas y emocionales para
contener reacciones impulsivas o evitar infligir daños excesivos en relación con los
objetivos militares a la hora de destruir un objetivo y prevenir los daños colaterales.
El papel del líder militar ético alcanza así, particularmente en el combate, una gran
trascendencia, pues su preparación y capacitación para establecer la brújula moral de sus
subordinados, para involucrarse en cualquiera de sus actuaciones y conductas, para
resolver dudas y, llegado el caso, defender de los errores cometidos (voluntaria o
involuntariamente), asumiendo su responsabilidad en ellos, es esencial.
Mientras la especie humana no sea sustituida por robots y otras máquinas inteligentes,
esa complejidad de funciones arriba mencionada da respaldo ético y legitimidad a las
actuaciones de los militares siempre que las lleven a cabo desde los supuestos de la ética
96
militar y con los comportamientos morales establecidos sobre la base de los Derechos
Humanos y la esencial dignidad del ser humano.
Pero se debe aceptar, como acuerdo general, el papel central de la ética, el overlapping
consensus sobre la ética militar y su papel en influir e informar políticas de seguridad
nacional, apoyadas en los conceptos de moralidad, benevolencia y dignidad humanas.
Hay una aproximación global en el entendimiento de los valores y mejores prácticas en
la esencia de la profesión militar.
La reforma moral más importante en las Fuerzas Armadas españolas empezó apenas efectuadas las
elecciones de 1977… Desde este momento, podemos observar cómo durante los años en que se realizó
la reforma militar ha ocurrido una lenta, pero inexorable transformación de las referencias morales y
éticas, hasta alcanzar posiciones homologables con cualquier democracia occidental (Molinero, 2010,
p. 369).
Resulta difícil poner fecha a procesos complejos, como fue el caso de la Transición en
España a una democracia plenamente asentada en principios políticos y éticos de
naturaleza social y liberal. En el debate sobre el comienzo de esa reforma moral de las
97
Fuerzas Armadas, que menciona Molinero, quizá en comienzo deba buscarse bastante
antes de 1975. Piénsese en el teniente general Manuel Díez-Alegría y otros que ya habían
dado pasos importantes para lograr la profesionalización y modernización de las Fuerzas
Armadas, trasformando principios y comportamientos desde unos valores y ethos militar
anclados en la historia47.
47
Sirva de muestra la defensa del Proyecto de Ley sobre objeción de conciencia, que Díez-Alegría defendió
en julio de 1971 y que logró sacar adelante a pesar de la oposición de destacados representantes del régimen
(González-Pola de la Granja, 2018, pp. 23-26).
48
A este respecto resulta interesante la posible diferente concepción sociológica entre las bajas militares y
las civiles. Dice Gómez de Ágreda: «Por mucho que se sigue diferenciando entre las víctimas civiles y
militares como si estos últimos fuesen elementos fungibles privados de dignidad humana, cualquier baja
evitable provoca el rechazo de la opinión pública» (Gómez, 2019, p. 128).
49
Aunque se puede decir que siempre se ha planteado cuando aparecieron nuevas circunstancias en el
escenario militar. Recordemos el «duelo personal» que Carlos V planteó a Francisco I para dirimir sus
disputas tras el regreso de éste a Francia después de haber estado prisionero del emperador en Madrid.
98
convencimiento de la legalidad y legitimidad de su actuación, aunque no sea la institución
militar, ni tiene porqué serlo en una sociedad democrática, la responsable de esa decisión.
Como señala Cortina: «Una institución no es per se ética o moral, porque esta es una
facultad de los sujetos» (Cortina, 2012, p. 67), y por ello son los sujetos que integran las
Fuerzas Armadas los que, para cumplir su diferenciado y difícil cometido, necesitan
interiorizar la cultura, el código ético asumido por toda la institución para facilitar el
cumplimiento de la misión.
Esto conlleva un riesgo, que no es otro que encontrar ese apoyo nada más que entre
los miembros de la profesión y reducidos grupos sociales, con el peligro de cierre sobre
sí mismos. De aquí surge como exigencia ética que todos asuman sus responsabilidades
y no solo los miembros de las Fuerzas Armadas.
1) Entre las materias generales de ética militar, que permiten establecer sus
fundamentos y considerar los elementos básicos de la misma, nos encontramos:
99
- Los valores o virtudes50 que los militares, de manera bastante general y permanente,
han venido considerando que forman parte del ejercicio de la profesión. Se trata del
análisis, definición, aclaración, contextualización o modificación, consecuencia de
la evolución de la profesión, de esos principios y valores.
50
Algunos estudiosos militares justifican preferir el término de virtud por considerar que «está ligado al
espíritu como fuerza interior que orienta hacia el bien», mientras que valor está «unido a lo externo como
estimación de una realidad que creemos buena y que debe permanecer» (Muñoz-Grandes, A., 2010, p. 36).
Muy interesante es la idea de McCormack de que la ética militar debe apoyarse en la ética de las virtudes,
por oposición a una ética de los valores, más fluidos y susceptibles de fluctuación cultural. (McCormack,
2019, pp. 15-30).
100
materias, por «el estudio de casos concretos históricos y contemporáneos en los tres
niveles jerárquicos: oficial, suboficial y tropa profesional». La enseñanza teórica
debe ir estrechamente unida a la preparación práctica, informando ejercicios y
práctica operativa (Elbner y Janker, 2016). Así, se evitarán las críticas que algún
autor extiende a las autoridades responsables de la formación de los militares, a los
que «lo que ya existe parece suficiente en materia de ética castrense» (Ortega
Martín, 2015, p. 174).
- La relevancia del principio de causa justa, y por extensión de guerra justa, con los
nuevos desarrollos que presentan los conflictos bélicos (guerra asimétrica, guerra
híbrida, etc.).
- El posible conflicto ético que se puede presentar al militar (y que varía según el
rango y la responsabilidad) que debe lealtad al Estado democrático y no tiene
claridad en la justicia de la guerra en la que se le obliga a intervenir. Exposición,
razonamientos y conclusiones sobre esta cuestión son expuestas por Montrose
(2013).
101
no combatientes en los futuros conflictos que se desarrollarán mucho más en áreas
urbanas o los aspectos relacionados con las armas de destrucción masiva.
51
En un trabajo reciente, ya hemos dado cuenta de un importante grupo de problemas éticos asociados al
avance científico y su producto en tecnologías militares emergentes. Así, el desarrollo, empleo y control de
nuevas y modernas armas que se incorporan a las capacidades militares de las actuales Fuerzas Armadas
plantea problemas éticos que afectan, o pueden afectar, a alguno de los valores tradicionales del ethos
militar del combatiente, como la valentía, responsabilidad, contención o desapego emocional en el caso de
los pilotos de drones. En esta línea, se plantea la exigencia de que el uso en la guerra de la inteligencia
artificial y los robots responda a rigurosos códigos éticos, con la intervención adecuada del hombre, que
evite que los robots soldados puedan «tomar la decisión de herir o matar, de forma independiente a cualquier
control del ser humano». Si consideramos el ciberespacio como un nuevo dominio de confrontación y lucha,
la ética militar tiene ante sí diferentes y variados retos a considerar y evaluar. Entre ellas, desde las acciones
que se pueden y deben (éticamente y su correlato jurídico) considerar acto de guerra o ataque armado, hasta
la implicación de civiles o la atribución de las acciones que causan enormes daños a la seguridad y defensa
de un país y de las que ya existen claros antecedentes. Estos asuntos se amplían y desarrollan en el capítulo
quinto.
102
- El desarrollo y utilización de armas no letales o la tipología de conflictos en el
ciberespacio, que cuestionan los principios básicos de justicia, equidad y Derechos
Humanos como fundamentos morales de la profesión.
- Los asuntos relacionados con los deberes con el vencido y las medidas a aplicar e
imponer.
- La necesidad de tener en cuenta el objetivo ético de avanzar hacia una paz duradera en
los Estados vencidos y los factores culturales específicos de esas sociedades.
Para sistematizar y normalizar con el mayor rigor posible lo que se interpreta por ética
militar, se ha considerado oportuno precisar sus relaciones y diferencias con la moral
militar y con otras nociones tradicionalmente asociadas como el ethos militar.
Se ha establecido que la ética militar tiene entre sus características principales ser una
ética profesional que integre equilibradamente las éticas de la virtud, deontológica y
utilitarista. Apoya al militar proporcionando soporte moral necesario para un buen
ejercicio de sus funciones, incluida la de ejercer la fuerza que produce destrucción y
violencia letal; le asiste en el incremento de sus principios, motivaciones y convicciones
morales; le facilita la evaluación ética de su conducta profesional; y le inspira conductas
y actitudes para superar las penalidades y sacrificios, en ocasiones el máximo de poner
en riesgo la propia vida, que habitualmente demanda la vida militar.
103
violencia letal en el combate −aspecto definitorio de la función militar− está justificado
en razones éticas.
Sin embargo, consideramos que esa exigencia no debe recaer en los ciudadanos del
común, sino que se dirige a los profesionales de la milicia como gestores de las decisiones
políticas y también a los que toman éstas. Exigir del ciudadano lo que no cumple la
autoridad no es legítimo y por ello se debe avanzar en una auténtica promoción de la
cultura de seguridad y defensa entre la ciudadanía.
Aunque no solo exigencia para los miembros de las Fuerzas Armadas. Si constatamos
la escasez, por no decir completa ausencia de estudios, análisis y publicaciones sobre ética
militar, incluso en los ámbitos especializados, también los técnicos civiles en las diversas
ramas del arte militar deberían dedicar su tiempo y sus esfuerzos al desarrollo de la ética
militar.
Con todo ello la sociedad debe asumir la convicción del papel de servidor público que
desempeña el militar y tener plena convicción moral de lo justificado y necesario de la
profesión. En los comienzos del siglo XXI, y hasta llegar al ideal de paz perpetua y
104
ausencia del conflicto bélico, la institución militar y sus miembros son una realidad y un
instrumento habitual e imprescindible en el desarrollo de las relaciones entre los diversos
grupos humanos a nivel internacional.
El objetivo del siguiente capítulo será analizar si las reglas y los estándares básicos de
humanidad son, deben ser, aplicables en cualquier lugar y circunstancia. También si su
ampliación a los conflictos armados, sin distinción entre internacionales o internos, se ha
ido generalizando para convertirse en fundamento y legitimidad ética esencial, previa a
la legalidad jurídica, de la intervención humanitaria y la Responsabilidad de Proteger.
105
106
4. ÉTICA MILITAR Y RESPONSABILIDAD DE PROTEGER
Todo ello dentro de las consideraciones relativas al ius ad bellum, para lo que
consideraremos, en primer lugar, las aportaciones de la teoría de la Guerra Justa en
relación con la intervención humanitaria.
Como se ha señalado la noción de «Guerra Justa» nació como un concepto moral que
progresivamente fue siendo trasladado al ámbito jurídico. Esto concuerda con la idea de
que la ética surge, se discute y se establece antes que el derecho, y por ello nos valemos
del ejemplo de esta teoría, de antecedentes y larga historia.
Continuaremos con las más modernas concepciones, que llegan a nuestros días, sobre
la intervención humanitaria que plantean la concepción cosmopolita y las teorías de
Michael Walzer, para finalizar con el análisis de una modalidad nueva y diferente de
intervención humanitaria que es la Responsabilidad de Proteger (mencionada
frecuentemente con las siglas R2P que vienen de la expresión inglesa Responsability to
Protect) y sobre la que se ha generado una abundante doctrina.
52
A nivel terminológico se habla de «intervención humanitaria», «intervención de humanidad»,
«intervención por causa de humanidad», «protección humanitaria», etc. (Bermejo García y López-Jacoiste,
2013, nota (8)).
107
La Responsabilidad de Proteger se desarrolla, desde los últimos años del siglo pasado,
dentro del progreso moral auspiciado por la consolidación y vocación de universalidad
de los Derechos Humanos. Se refiere a conflictos y guerras que, produciéndose en el
interior de los Estados, tienen una incidencia muy importante en las relaciones
internacionales y se apoyan en una perspectiva humanitaria a la hora de establecer las
fundamentaciones y justificaciones que la soportan.
Las cuestiones de por qué hay guerras y si pueden ser justas están íntimamente
relacionadas. La teoría de la Guerra Justa es relevante para la ética militar en su intento
de establecer las condiciones morales que determinan la licitud y justicia de la guerra,
aunque en ella se tiene en cuenta tanto la legitimidad del recurso a la misma en base a los
motivos para emprenderla y participar en ella (ius ad bellum), como respecto a las
justificaciones morales de su desarrollo y forma de llevarla a cabo apoyadas en la
proporcionalidad y la necesidad (ius in bello).
Nos interesa como uno de los soportes teóricos de la intervención humanitaria dado su
largo recorrido desde el punto de vista de la legitimidad del uso de la fuerza militar, idea
clave en la estructuración sistemática de la ética militar.
Como dice Josep Baqués la teoría y el lenguaje de la Guerra Justa «se ha convertido
en un tópico, siendo empleado indistintamente por quienes desean justificar una
intervención como por quienes desean criticarla» (Baqués, 2007, p. 15).
Sin embargo, no todos los autores han pensado igual sobre esta teoría. Kant, coherente
con su crítica al iusnaturalismo, considera que «otra muestra de los perniciosos efectos
de sus errores era la doctrina de la guerra justa» (García Picazo, 2016, pp. 285-286).
108
Considera incompatibles las nociones de guerra y justicia. Una guerra no puede ser justa,
solo puede ser tolerada provisionalmente y el derecho a iniciarla solo se puede legítimar
por una injuria o injusticia a reparar y si los ciudadanos la consienten a través de sus
representantes, si es último recurso, si hay proporcionalidad en los objetivos y los medios
y si se adoptan reparaciones y satisfacciones post bellum que produzcan acuerdos
estables.
A pesar de esta crítica kantiana, creemos que tiene sentido analizar, aunque sea
brevemente, la relación de la teoría de la Guerra Justa con la intervención e injerencia
humanitaria a través de los autores principales que se han ocupado de ella, pues las
razones éticas ofrecidas tienen sentido y más vigencia bajo el prisma del desarrollo y los
avances experimentados por la humanidad.
Aunque Cicerón (106-43 a.C.) se preocupó por la moralidad de las causas de la guerra
y su empleo como ultima ratio, la búsqueda en su legado de referencias referidas a la
intervención humanitaria no encuentra sino un antecedente tangencial en su creencia «en
la posibilidad de dar con un derecho natural universal o cosmopolita, superior a las
diferentes concepciones particulares (o nacionales, valga la expresión) de la vida buena»
(García Picazo, 2016, p. 29).
San Ambrosio (340-397) sostenía que se podía atacar en defensa de otros, aunque eso
significara matar al atacante (Bellamy, 2009). Cuestión que se deja sin resolver es el
significado a dar al concepto de «defensa de otros», sus circunstancias, medios y procesos
que avalan la destrucción del atacante.
109
cristiano, y remarcó la importancia de la autoridad principal para justificar las guerras
justas.
A esto se opuso Bartolomé de las Casas (1474-1566), argumentando que los sujetos
merecedores del uso de la fuerza eran la excepción y «este tipo humano sería
necesariamente escaso, contrariando a la razón que esa barbarie fuera extensible a todo
un pueblo, nación o continente» (García Picazo, 2016, pp. 155-156). Lo permisible según
las Casas era lo que él consideraba crímenes públicos de las autoridades indígenas y no
justificaba el derecho a combatir a los indios para suprimir los sacrificios humanos y la
antropofagia que sí era causa justa para Sepúlveda. Para este autor, sin embargo, «En
términos de derecho natural la evangelización suponía un deber de humanidad, librando
a aquellas gentes de su ruina moral» (García Picazo, 2016, p. 156).
110
Vitoria coincide con Sepúlveda en el derecho de guerra lícita para obtener el bien
superior que significaba librar a los indígenas de una tiranía o gobierno abusivo, arbitrario
o ilegitimo de las autoridades que con sus leyes inhumanas ofrecían sacrificios de
víctimas que luego eran canibalizadas. Aclara García Picazo:
Podrían intervenir ahí los españoles incluso sin mandato pontificio: tanto por derecho natural, que
obliga a defender de una muerte impuesta a un inocente, como por mandato divino, que impone socorrer
a quién se debe liberar de la opresión no solo durante la ejecución, sino antes, erradicando la barbarie
como función de gobierno (García Picazo, 2016, p. 160).
Para ello no es necesaria ninguna vinculación entre los oprimidos y los que acuden en
su auxilio, aunque sería recomendable esa relación, por ejemplo, compartir la misma fe.
En efecto, cuando la violación de los derechos de la población oprimida sea de tal
naturaleza que atente contra la conciencia de todo ser humano, entonces ni ese vínculo
anterior es necesario ni el uso de la fuerza tendría dudas en cuanto a su legitimidad.
Vitoria también pondría limitaciones a esa intervención que debería evitar que: «El
Estado no puede prolongar más su intervención con el pretexto de defensa de inocentes
prolongando más la recuperación de sus territorios» (Vitoria, 1989, p. 123).
111
condiciones que debían tenerse en cuenta a la hora de establecer la paz le hacen precursor
del más moderno concepto del ius post bellum.
Como adalid del Derecho Internacional, para Grocio la injerencia en otro país se torna
compleja. Sin embargo, como defensor de que «existe un derecho común a toda la
humanidad -un derecho de gentes- que estaría por encima de los Estados, de los Príncipes
y de las diversas jurisdicciones particulares» (Baqués, 2007, p. 128), cuando ese derecho
112
se conculca la injerencia sería causa justa de guerra. Derecho que existe antes que los
Estados y que tiene por objeto servir a los seres humanos a través de esos Estados.
En cuanto a los casos en los que se podría ejecutar esa intervención, Grocio recuerda
a Vitoria y amplía algunos casos, aunque no acepta ni la injerencia para civilizar a otros
pueblos ni los motivos religiosos.
Figura como autor que consolidó el uso del vocablo “sociedad de naciones”, a la que llamó
“república”, que Grocio y sus predecesores hispánicos habían anticipado solo que, considerándola una
asociación de cuerpos políticos dispares, sin llegar a concluir los términos de una sociedad de Estados
(García Picazo, 2016, p. 245).
Vattel mencionó en su obra que la destrucción del vínculo social que el soberano
acusado de tiranía otorgaba no solo a los súbditos sino a la entera comunidad de Estados
el derecho de resistencia y el de intervención, como «derecho natural a reprimir y castigar
a los infractores de las normas fundamentales» (García Picazo, 2016, p. 248).
113
motor preservara la utilidad conjunta e igual todas las naciones y contribuyera a la
perfección mundial.
En ese orden se consideraba como una de las causas alegadas para justificar la guerra
a «las injerencias en disturbios y conflictos intestinos, en particular, si un Estado decide
no reconocer a un gobierno recién instaurado y apoya a sus adversarios» (García Picazo,
2016, p. 248).
Para resumir las consideraciones sobre la teoría de la Guerra Justa en relación a nuestro
objeto de estudio y en el periodo que va desde la Edad Media al fin de la II Guerra
Mundial nos apoyamos en Bellamy, que nos dice: «el consenso moral y legal sostenía que
existía el derecho, pero no la obligación de iniciar la guerra para proteger al inocente»
(Bellamy, 2009, p. 309).
Estratégicamente hablando, consiste [la aportación de la teoría de la Guerra Justa] en mantener álgida
esta reflexión. Y en denunciar, a partir de su idea de justicia, las carencias del derecho positivo vigente.
O, lo que es bastante similar (aunque no idéntico), las carencias de la práctica política actual (Baqués,
2007, p. 251).
114
Ya hace mucho tiempo que los actores políticos dejaron de pensar que el genocidio, el asesinato
masivo y la limpieza étnica estaban justificados, lo cual parece indicar la existencia de un amplio
consenso en que estos actos son erróneos porque violan Derechos Humanos comunes a todos (Bellamy,
2009, pp. 313-314).
La “intervención cosmopolita” se apoya en que todos los seres humanos tienen ciertos
derechos inalienables, que son básicamente los de las democracias liberales, por lo que la
privación de cualquiera de ellos haría al Estado opresor un objetivo legítimo y causa justa
de intervención que, por otro lado, debería ir acompañada de los otros requerimientos del
ius ad bellum. También en esta concepción la soberanía deja de ser un valor absoluto para
convertirse en instrumental. En su significado importa lo que es, pero sobre todo importa
lo que hace, para qué se utiliza.
A fin de no abandonar a su suerte a las víctimas de las violaciones graves del Derecho humanitario,
en la lucha contra estas violaciones se precisan no solo métodos individuales (de cada Estado por
separado) sino también colectivos (mediante la cooperación internacional), sobre todo si se trata de
conductas que por su especial repugnancia merecen el calificativo de crímenes internacionales, como la
“depuración étnica” u otras prácticas de una gravedad equiparable (Pérez, 2017, p. 40).
115
Con Michael Walzer la teoría de la Guerra Justa ha tenido una importante
revalorización que llega a nuestros días. Con diferencias que pueden llegar a ser
importantes, «puede decirse que sus textos recuperan el espíritu de la tradición de la
guerra justa, aunque con relevantes aportaciones personales» (Baqués, 2007, p. 138).
Alejado de la filosofía iusnaturalista, apoyado en el análisis de casos particulares, sobre
todo las guerras y conflictos sufridos por la humanidad en la etapa final del siglo XX, en
la intuición y el sentido común, ecléctico e innovador, en sus análisis «podemos observar
las enormes similitudes que existen entre sus parámetros y los estándares morales de que
hicieron gala los clásicos» (Baqués, 2007, p. 140).
53
Los Estados pueden responder a la agresión con fines militares no solo cuando el ataque se ha producido
sino «cuando se encuentren ante amenazas de guerra y siempre que no hacerlo ponga ´seriamente` su
integridad territorial o su independencia» (Walzer, 2001, p. 130).
54
Esta doctrina la explica como una forma de reconciliar la absoluta prohibición de atacar a los no
combatientes con la legítima conducta de la actividad militar. Debe cumplir cuatro condiciones siendo la
más importante, desde la ética militar, la de lograr «Que la intención de la entidad que actúa sea buena, esto
es, que sólo se proponga lograr el efecto aceptable porque el efecto funesto no entra en sus fines y tampoco
es un medio para sus fines» (Walzer, 2001, pp. 214-215).
116
En cuanto al ius post bellum nos proporciona «el concepto de rendición incondicional»
y su papel en el retorno a una auténtica paz que no solo signifique el fin de los combates,
sino el establecimiento de unas condiciones justas que faciliten la reconstrucción y el cese
definitivo de la conflictividad que, a menudo, reemerge una y otra vez.
Nuestro interés en la reflexión que efectuamos desde la ética militar se centrará en sus
concepciones sobre la intervención humanitaria, por cierto, la parte de la mencionada
obra de Michael Walzer, sometida a mayor escrutinio y confrontación.
55
El paradigma legalista, en su primera formulación, tiene seis proposiciones fundamentales:
1) Existe una sociedad internacional de Estados independientes que se fundan para salvaguardar la vida
y la sociedad.
2) En esta sociedad los Estados tienen los derechos de integridad territorial y soberanía política.
3) El uso de la fuerza o su amenaza inminente por parte de un estado contra la integridad y soberanía
de otro es una agresión criminal.
4) Ante la agresión, está justificada la guerra de defensa individual del agredido y víctima y de
cualquier otro miembro de la sociedad internacional que quiera ayudarle.
5) Nada, excepto la agresión, puede justificar la guerra y particularmente no la justifica ninguna
diferencia política o de religión.
6) Una vez que el estado agresor ha sido rechazado militarmente, también puede ser castigado.
117
reformula reiteradamente el paradigma legalista, formulando tres condiciones en las que
la intervención es justa:
La tercera excepción sería la más clásica injerencia humanitaria para proteger a los
súbditos de la tiranía de su propio Estado que, aunque se ajusta a las tesis más clásicas de
la Guerra Justa, choca con el principio de soberanía estatal en el vigente Derecho
Internacional. Esta noción de intervención humanitaria es planteada de forma que «el
asesinato masivo de la población civil no puede ser siempre evitado por una fuerza
118
interna, por lo que es inaceptable para los países vecinos permanecer sin hacer nada hasta
que la situación mejore por sí misma» (Baqués, 2007, 195).
Los supuestos éticos en los que se apoya Walzer parten de la consideración, propia de
la teoría de la Guerra Justa, de que los Estados se constituyen para proteger a sus súbditos
y sus derechos fundamentales, y deben cumplir dos condiciones: la primera es, como se
ha dicho, que se «conmueva la conciencia moral de la humanidad», esencial para la
justificación ética, y la segunda es que esas violaciones han de ser «masivas», de modo
que «No bastaría, pues, ninguna combinación de inferiores prestaciones» (Baqués, 2007,
p. 179).
Una vez más revisará Walzer el paradigma legalista para que la intervención
humanitaria, como guerra justa, sea limitada, realista y prudente y guiada por la existencia
de razones morales, dado que, además, «a veces hay razones morales para prolongar una
guerra», siempre que el objetivo final sea la paz mediante la mejora de la situación, una
«mejor situación de paz» (Baqués, 2007, p. 176).
Para Walzer el multilateralismo no garantiza nada y quien tiene poder para tomar la
decisión de intervenir debe hacerlo con prontitud.
En la teoría de la intervención humanitaria hay implícita una idea que es «el mundo
está separado en dos partes –en un lado estados sujetos a política, leyes y valores políticos,
sociales y morales, y en el otro, estados que no tienen nada en común con esa herencia
global de humanidad» (Baqués, 2007, p. 196).
Nuestro filósofo político acepta que enviar tropas para intervenir y evitar atrocidades,
masacres o limpieza étnica, es un deber moral para los líderes políticos, razón que apoya
la gente corriente, por lo que en la intervención humanitaria se puede ver como la
moralidad prevalece sobre la ley.
119
La propuesta sería que los principios morales que apoyan la intervención humanitaria
constituyeran (y obligaran a constituir) la base de la ley internacional.
En ese caso, los problemas a resolver aun serían: ofensa a la soberanía, dualismo
moral, usar la intervención humanitaria para políticas agresivas con intenciones que
ponen en riesgo la propia idea de la preocupación humanitaria como causa justa de guerra.
También es necesario que para justificar esas intervenciones deban seguirse unos
criterios materiales y formales56 «con el fin de evitar los eventuales abusos y hacer
prevalecer los intereses humanitarios sobre los políticos» (Baqués, 2007, p. 31).
Esas condiciones deben respetar, además, las exigencias éticas de que sea el verdadero
motivo de la intervención el humanitario y no otros de tipo político o económico, aunque
hay argumentos para los que lo importante es evitar el desastre humanitario y otros para
los que el motivo debe ser «absolutamente desinteresado». También es objeto de
discusión el grado de abuso de los Derechos Humanos antes de que sea moralmente
legítima la intervención.
56
Entre los criterios establecidos por la doctrina y la práctica internacional figuran los siguientes: a)
existencia de una violación grave de los Derechos Humanos fundamentales; b) situación de urgencia y
necesidad de actuar; c) agotamiento de otros medios de protección sin que se haya conseguido salvaguardar
esos Derechos Humanos; d) proporcionalidad entre el uso de la fuerza y los objetivos perseguidos: e)
carácter limitado de la operación en el tiempo y en el espacio; y f) informe inmediato de la intervención al
Consejo de Seguridad y, si se da el caso, al organismo regional pertinente» (Baqués, 2007, p. 32).
120
moderación en el uso de la fuerza militar también es justificación exigible a la
intervención humanitaria.
Ahora bien, soberanía no significa, como en otros tiempos, poder absoluto e ilimitado del Estado ni
siquiera en su territorio, ni sobre sus nacionales. Hoy no puede concebirse de este modo; aun siendo
soberano, está sometido a las reglas de Derecho Internacional y la práctica reciente de las organizaciones
internacionales, con la Organización de las Naciones Unidas a la cabeza, así lo viene demostrando de
forma reiterada (De Castro, 2006, p. 119).
Si la soberanía no es una licencia de los Estados para ejercer violencia sobre sus
ciudadanos con total impunidad, y sin negar el concepto mismo, parece clara la necesidad
de limitación del poder soberano del estado.
57
Surgido en la Edad Media y consolidado en la Paz de Westfalia, es el punto de partida del Derecho
Internacional Contemporáneo, de modo que el concepto de soberanía es el que caracteriza al Estado
moderno y está indisolublemente asociado a él.
58
Seguimos a De Castro, que establece el origen del principio en las revoluciones burguesas y
particularmente en el impulso recibido con la Revolución Francesa y que ha tenido una nueva etapa tras la
caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS (De Castro, 2006, pp. 125-128).
122
Tratado de renuncia a la guerra o Pacto de Briand-Kellog y concretado con la Carta de
las Naciones Unidas. Su ambigüedad y diferentes concepciones de los términos «fuerza»
y «agresión», resulta en las diversas concepciones sobre las excepciones al mismo, entre
las que se incluye, no sin discusión doctrinal y política, la intervención humanitaria.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, hay autores que defienden: «Es evidente que
cualquier gran trasformación del propósito moral y el significado de la guerra ha seguido
una gran trasformación en la conducta en la guerra» (Kashnikov, 2017, p. 268, traducción
propia). En estas guerras del nuevo orden de la soberanía, y trasformando el principio
clausewitziano de la guerra como continuación de la política, ahora es la política la que
se constituye en la continuación de la guerra por otros medios y uno de los motivos es
«para intervenir con altruismo humanitario, para crear nuevas naciones y para proponer
nuevos valores» (Kashnikov, 2017, p. 272, traducción propia).
De las concepciones anteriores surgen unos retos que consideramos claves y a los que
la ética militar debe dar respuesta en relación con la intervención humanitaria. Son, según
Kumankov:
123
- ¿Es una genuina justa causa para iniciar hostilidad que satisface la exigencia de
intención recta?
- ¿En qué circunstancias la intervención militar se puede considerar moralmente
permisible?
- ¿Cuál es el deber moral implicado?
¿Cuál es y qué debe ser considerado como la victoria en la intervención
humanitaria? (Kumankov, 2017, pp. 190-204). Pregunta poliédrica que plantea a su
vez varias: ¿Qué resultado se debe buscar al final de la intervención? ¿Volver al
punto de partida? ¿Imponer un modelo de sociedad incompatible con su historia,
cultura, religión…? ¿Cuándo se da por terminada la intervención?
En las páginas que siguen se intentará ir dando respuestas a estas cuestiones, de las
que consideramos como elemento central a la hora de considerar la posibilidad de la
intervención algo más: la cuestión sobre si existe la obligación de intervenir.
El supuesto derecho de injerencia humanitaria cae dentro del ámbito del ius ad bellum
y son las razones humanitarias las que otorgan, o deben otorgar, licitud a la utilización de
la fuerza. La ética militar, como ética aplicada que es, tiene que debatir sobre la
justificación del uso de la fuerza militar. Creemos que el argumento ético importante y
decisivo se centra en la necesidad de defender los valores y principios humanos que están
en peligro y pueden exigir la intervención con uso de la fuerza armada. Además, esa
justificación basada en la defensa de esos valores no puede estar contaminada por otras
motivaciones como la búsqueda de intereses materiales o políticos.
124
en un consentimiento tácito, que promovía su relación y circulación en una civitas
máxima por un derecho natural en el que su soberanía radicaba en el conjunto de la
humanidad.
Aparece de nuevo ese constituyente de la ética que son los valores morales y se
refuerza el valor de la ética como filosofía moral que debe contribuir a que los asuntos de
la política, incluyendo los referidos a la guerra como uno de sus instrumentos, sean
conocidos y debatidos tanto por los responsables políticos y ciudadanos, que son quienes
padecen sus efectos y consecuencias, como por los militares. Ética de extraordinario valor
para estos, no solo porque son los primeros en implicar sus vidas en caso de guerra, sino
también porque entre sus funciones está el asesorar a los políticos, en cuya acción deben
tener en cuenta las razones éticas, para legitimar las decisiones que aquellos tomen y que
pueden llevar a un conflicto, incluyendo el que se produce con la intervención
humanitaria.
59
Sirva como ejemplo que, en la elección del George W. Bush como Presidente de Estados Unidos, «los
sondeos a pie de urna evidenciaron que el tema en el que más votantes basaron su voto presidencial fue el
de los ´valores morales` (más incluso que el terrorismo, la guerra de Irak o el estado de la economía)».
(Sandel, 2008, p. 13).
125
Reconozcamos que la disputa sobre valores y concepciones morales ha sido una de las
causas frecuentes de guerras en la historia de la humanidad. Cuando se percibe que
determinadas visiones alteran o destruyen los fundamentos en los que se apoya el modo
de vida de un grupo social y su interpretación de la realidad, se originan conflictos que,
en no pocas ocasiones, se convierten en auténticas guerras.
Prudencia y proporcionalidad que deben llevar a la reconstrucción del país después del
conflicto y que ha sufrido sus consecuencias, compromiso que es, además, un indicador
importante de los propósitos humanitarios del interviniente. Nos dice Bellamy «En cierto
126
sentido, todos los participantes en una guerra tienen esta obligación y hay motivos sólidos
para sostener que el ius post bellum debe incorporarse como un tercer nivel de la tradición
de la guerra justa, aunque por ahora es algo prematuro» (Bellamy, 2009, p. 324).
Consideraciones, las éticas y morales, que siempre han ejercido una influencia
determinante en las jurídicas y han hecho avanzar el Derecho Internacional. Esto es así
hasta el punto de que las normas legales tienen uno de sus fundamentos últimos en los
principios del obrar recto y justo, y de la preservación y búsqueda del bien común en las
relaciones humanas basadas en la igualdad esencial en dignidad de los seres humanos.
Los derechos siempre han ido por delante de los hechos: establecen lo que debería ser y todavía no es,
ponen de relieve unos fallos que habría que considerar injustos o indignos y, por tanto, merecen ser
corregidos. Esa distancia entre lo que es y lo que debería ser produce contradicciones insólitas pero
necesarias como punto de partida para trasformar la realidad (Camps, 2019, p. 105).
En este sentido, la democracia, aunque seamos exigentes con ella y reconozcamos sus
imperfecciones, ha costado mucho esfuerzo, sudor y también guerras. La globalización,
que produce difusión de ideas y formas de vida, también ha extendido y ha hecho llegar
a prácticamente todos los rincones del planeta la democracia. Esto no es poca cosa, pues
los que reciben esa información pueden compararla con sus propios sistemas políticos y
considerar y decidir, hasta y dónde pueden, si es mejor o peor sistema que el propio.
60
Comisión Internacional Independiente sobre Intervención y Soberanía de los Estados, creada a iniciativa
del Gobierno de Canadá que aprovechó la celebración del 56º período de sesiones de la Asamblea General
de las Naciones Unidas (2001) para informar a la Comunidad Internacional de los resultados obtenidos por
la Comisión y de sus recomendaciones. Se denomina “La Responsabilidad de Proteger”,
https://responsabilitytoprotect.org/ICISSReport.pdf
127
y no en simples impresiones y emociones. Hoy, que gracias a las nuevas tecnologías
somos más manipulables que nunca y nos dejamos influir por imágenes más que por
concepciones fundadas en la razón y en los valores, es cuando éstos alcanzan su auténtica
importancia. De aquí la necesidad de la reflexión ética en cualquier ámbito de nuestra
condición humana.
La dignidad humana hace que todos los seres humanos seamos esencialmente iguales
en ella. Cuando a algunos «otros» seres humanos les pisotean esa dignidad, el resto no
podemos permanecer indiferentes e inanes. Si así lo hacemos, rebajaremos nuestra propia
dignidad. Esto es especialmente grave en caso de crímenes contra la humanidad,
genocidios o violaciones masivas de Derechos Humanos.
Quienes llevamos largo tiempo trabajando en la defensa de los Derechos Humanos en el ámbito
internacional, y más concretamente en el área de los comportamientos militares, sabemos que uno de
los logros más notables experimentados en los últimos tiempos en este campo no es otro que la
progresiva implantación del principio de injerencia humanitaria, en detrimento de aquella vieja y
siniestra coartada de la no injerencia en los asuntos internos que, durante tantos años, permitió a tantos
represores y genocidas perpetrar sus excesos con absoluta impunidad (García M., 1999).
Aunque podría resultar difícil no aceptar la propuesta anterior, las fronteras siguen
existiendo y el principio de soberanía, a pesar de su apertura a nuevas concepciones, sigue
existiendo y siendo válido en el ordenamiento jurídico internacional. Por esto las
dificultades de llevarlo a la práctica son muy reales y el mundo global en que estamos
instalados, con el Estado-nación, el respeto a la soberanía nacional y el equilibrio entre
potencias, siguen siendo muestra de un «Orden Westfaliano» que, aunque teóricamente
desmoronado en 1914, aún perdura en algunos de sus aspectos más significativos61.
61
Por orden de «Westfalia» u «orden westfaliano» se suele entender el sistema de gobernanza internacional
instaurado tras la Guerra de los Treinta Años, en las ciudades de Münster y Osnabrück (Westfalia,
Alemania). Aunque el sistema se da por finalizado, para unos en 1798 con la Revolución Francesa y para
otros perdura hasta 1914, sus reglas fueron evolucionando, mientras que sus principios, que se han ido
modificando, se mantienen más de lo que habitualmente se piensa. Así, el Estado-nación como base del
sistema; el respeto por la soberanía nacional como principio esencial; y el equilibrio entre potencias,
mantenido inicialmente por la diplomacia y finalmente con la guerra, el mecanismo fundamental para
manejar las relaciones de fuerza. Nuevos sistemas de gobernanza mundial se han instalado a lo largo del
siglo XX, pero esos elementos westfalianos siguen resonando en las relaciones internacionales de
comienzos del siglo XXI.
128
las razones éticas. Por ello y aunque la norma jurídica va por detrás de la regla ética, es
necesario que el principio de intervención (injerencia humanitaria) se incorpore al ius ad
bellum internacional, regulándolo con todas las precauciones y condicionamientos
necesarios.
Aunque al analizar este tema las consideraciones políticas sean inevitables, será la
reflexión ética y moral la que impregne el discurso y el análisis. Desde la posición
defendida de prevalencia del enfoque ético para el análisis de la Responsabilidad de
Proteger, me apoyaré en una serie de documentos que han sido elaborados por Naciones
Unidas y en los que aparecen, de forma muy destacada, las razones morales y
humanitarias que se pretende den sustento a las motivaciones jurídicas y legales.
129
Humanos, la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención contra el
Genocidio, los Convenios de Ginebra y sus Protocolos Adicionales relativos al Derecho
Internacional Humanitario, el Estatuto de la Corte Penal Internacional, y otros muchos
acuerdos y pactos internacionales de Derechos Humanos y protección humana» (ICISS,
2001, punto 2.26).
Es obvio que a la hora de intervenir militarmente deben seguirse unos criterios. Los
mismos no están recogidos en una lista universalmente aceptada, por lo que se suelen
agrupar en una serie de categorías: «autoridad competente, causa justa, intención
correcta, último recurso, medios proporcionales y posibilidades razonables» (ICISS,
2001, punto 4.16).
Este informe analiza en primer lugar el criterio de justa causa y establece que, si se
cumple al menos una de las dos condiciones que siguen, se satisface el componente de
justa causa a la hora de intervenir:
- Grandes pérdidas de vidas humanas, reales o previsibles, con o sin intención genocida, que sean
consecuencia de la acción deliberada de un estado, o de su negligencia o incapacidad de actuar o del
colapso de un Estado; o
- Una “depuración étnica” en gran escala, real o previsible, llevada a cabo mediante el asesinato, la
expulsión forzosa, el terror o la violación. (ICISS, 2001, punto 4.19).
4.6.2. Informe del Grupo de Alto Nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio
(HLPTCC)62
Un elemento esencial que este informe hace emerger es el reconocimiento de que la
seguridad colectiva establecida en la Carta de Naciones Unidas reconoce la necesidad de
la fuerza para prevenir y eliminar amenazas a la paz y esa fuerza son los ejércitos, que
por otro lado son de los Estados. Ese uso de la fuerza, para ser legal y legítimo, se apoya
en el marco aceptado de Naciones Unidas: legítima defensa o intervención autorizada por
el Consejo de Seguridad en base a los capítulos VII y VIII de la Carta.
Para este informe el principio de no intervención no puede invocarse en casos de
genocidio u otras atrocidades porque la Carta como principio ético «Reafirma la fe en los
62
En 2003 el entonces Secretario General de Naciones Unidas, Koffi Annan, propuso la creación de un
Grupo de Alto Nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio. Este grupo presentó su informe, titulado:
“Un mundo más seguro: la responsabilidad que compartimos”, a la Asamblea General de Naciones Unidas,
el 2 de diciembre de 2004. Documento A/59/565, de 2 de diciembre de 2004.
131
derechos fundamentales del hombre» (HLPTCC, 2004, párrafo 199) y por tanto justifica
las medidas que se adopten para protegerlos. Así, menciona expresamente que:
Esto lleva al Grupo en su informe a defender «la intervención militar como último
recurso en caso de genocidio y otras matanzas a gran escala» (HLPTCC, 2004, párrafo
203), o sea la Responsabilidad de Proteger.
4.6.3. Informe del Secretario General. Un concepto más amplio de libertad: desarrollo,
seguridad y Derechos Humanos para todos (ISGNU)63
De este informe, que sigue esencialmente las ideas del anterior, conviene remarcar
algunas ideas. En primer lugar, se modifica el «autorizar o aprobar» del informe anterior
por «autorizar o ratificar», y aunque no se justifica el cambio, el uso del vocablo ratificar
parece sugerir que se podría utilizar una intervención armada que el Consejo de Seguridad
ratificaría después.
63
Elaborado por el Secretario General de Naciones Unidas y titulado: “Un concepto más amplio de libertad:
desarrollo, libertad y Derechos Humanos para todos”, se presentó en diciembre de 2005. Codificado como
Documento A/59/2005, de la Asamblea General, de 21 de marzo de 2005.
132
fundamentales de las personas en contra de la indiferencia e inacción que conduce a la
comisión de crímenes y atrocidades que repugnan a la conciencia moral del ser humano.
Reconocemos que la exigencia ética sigue siendo el no perseguir otros fines (político,
económico, social…) distintos al humanitario, lo que en la realidad de las intervenciones
internacionales no siempre ha sido así.
Las dudas planteadas por una parte de los expertos internacionalistas al dar primacía
al principio de no injerencia sobre las consideraciones humanitarias han llevado a la
inacción internacional. Las consecuencias han sido, por poner varios ejemplos y hay
muchos, a la aniquilación de más de dos millones de personas por los jemeres rojos de
Pol Pot en Camboya entre 1975 y 1978; o al genocidio de Ruanda entre abril y junio de
1994, en el que más de 800.000 personas fueron masacradas por milicias extremistas
hutus; o a mirar para otro lado ante la limpieza étnica en la Antigua Yugoslavia, que solo
en Kosovo produjo un millón de desplazados y refugiados internos.
Estos casos muestran como las razones humanitarias/éticas deben tener la mayor
importancia, por encima incluso de razones políticas, para evitar estos fallos del más
elemental deber de humanidad utilizando adecuadamente las excepciones al principio de
no injerencia.
133
pidió disculpas por no haber impedido esos hechos y solicitó a la Asamblea General que
en el futuro se tomaran todas las medidas necesarias cuando hay intentos sistemáticos y
deliberados de aterrorizar, expulsar o asesinar a la población.
El derecho de un estado a defender a sus nacionales de los ataques externos indiscriminados de terror
y violencia. Efectivamente, el derecho/responsabilidad de protección del Estado sobre sus nacionales
existe, pero hallaría su fundamento directo en el artículo 51 de la Carta y demás fuentes internacionales
(López-Jacoiste, 2006, pp. 300-301).
Por su parte, De Castro indica que «La base de la intervención, pues, es la nacionalidad
de los individuos socorridos y, por lo tanto, caería dentro de las competencias nacionales
del Estado interventor» (De Castro, 2006, p. 140). Argumenta que deben darse dos
condiciones esenciales: nacionalidad de los ciudadanos a proteger; y peligro inminente
para sus vidas, y solo tendría legitimidad si busca «la protección de los Derechos
Humanos fundamentales de los nacionales (esencialmente la vida y la integridad física)»
(De Castro, 2006, p. 140).
También en España, la ya mencionada Ley Orgánica de la Defensa Nacional, en sus
artículos 15.4. y 16. f), recoge como misión de las Fuerzas Armadas la evacuación de los
residentes españoles en el extranjero, cuya vida e intereses esté en grave riesgo.
En cuanto al análisis de los casos en los que se ha dado el paso necesario apelando a
las razones de la conciencia moral internacional, surge el caso de Somalia en 1992. Este
país estaba padeciendo una gravísima hambruna y para defender el mínimo humanitario
de descargar alimentos habiéndose producido ya miles de muertes, Naciones Unidas
64
Esa antigüedad empieza a mostrarse con la operación que España llevó a cabo, en 1857, a petición de
Francia, organizando una expedición conjunta a la Conchinchina (o Cochinchina), en la península
Indochina, actual Vietnam. Aunque hay que tener en cuenta la mentalidad colonial de la época, el pretexto
fue castigar por la matanza de sacerdotes católicos –entre ellos el obispo español Díaz Sanjurjo– que se
había producido en la zona y defender la vida de los que quedaban, ante la continuación de la persecución
religiosa de misioneros españoles y occidentales.
134
autorizó mediante la Resolución 794 una intervención humanitaria, que no se llevó a cabo
bajo bandera de la ONU sino por una fuerza multinacional.
65
Naciones Unidas, Consejo de Seguridad, Resolución 794(1992). Documento S/RES/794, de 3 de
diciembre de 1992. http://research.un.org/es/docs/sc/resolutions
66
Naciones Unidas, Consejo de Seguridad, Resolución 1973 (2011). Documento S/RES/1973, de 17 de
marzo de 2011. http://research.un.org/es/docs/sc/resolutions
135
profundas razones éticas, no las eche a perder por no tener en cuenta las adecuadas
políticas de reparación, reconstrucción y desarrollo que deben formar parte de su
concepción y ejecución.
El tomar partido por alguna de las partes, el propiciar el cambio de régimen político,
el apartarse, en fin, de los fines y objetivos que en teoría demandaba la Resolución, ha
llevado a la conclusión de que es indispensable que la Responsabilidad de Proteger, que
parte como una justificación de naturaleza ética para abordar una crisis humanitaria, no
se desvíe un ápice de las condiciones que debe cumplimentar y en las que no cabe la
defensa de intereses políticos nacionales particulares.
Quizá por las lecciones extraídas del caso anterior, en Siria, a pesar de plantearse una
intervención humanitaria ante violaciones gravísimas y atrocidades contra la población,
la Responsabilidad de Proteger no fue ni siquiera esgrimida en los debates del Consejo
de Seguridad para justificar aquella intervención, a pesar de las menciones a la misma por
la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que recordó
«que si un Estado no protege a su población de los crímenes internacionales que se están
cometiendo, la Comunidad Internacional «Tiene la responsabilidad de dar un paso
tomando acciones de protección de forma colectiva, oportuna y decisiva» (Bermejo y
López-Jacoiste, 2013, p. 69).
136
Con la Responsabilidad de Proteger se trata de conciliar los principios de la Carta de
Naciones Unidas de respeto a la soberanía de los Estados, no injerencia y prohibición del
uso de la fuerza. Con el nuevo concepto se trata de mantener las excepciones de legítima
defensa y las que se derivan del capítulo VII de dicha carta. Pero se trata, sobre todo, de
preservar los derechos básicos de supervivencia, justicia y libertad cuando grupos
humanos estuvieran sufriendo atrocidades y graves persecuciones dentro de su Estado.
Estado que no podría o querría defender, ni evitar, los graves sufrimientos de esos grupos
de su población.
Mucho más amplia y políticamente correcta que el termino intervención humanitaria. Por una parte,
no se perciben en ella los aspectos «peyorativos» que contiene la palabra intervención; por otra, con la
responsabilidad de proteger no nos limitamos solo a la acción militar (responsabilidad de reaccionar)
sino que esta conlleva también la responsabilidad de prevenir y la responsabilidad de reconstruir. Por
tanto, la Comisión afirma la existencia para la Comunidad Internacional de la responsabilidad de
proteger (De Castro, 2006, pp. 165-166).
Este nuevo principio consiste en que la intervención con fines de protección humana, incluida la
intervención militar en casos extremos, es admisible cuando la población civil esté sufriendo o corra un
peligro inminente de sufrir graves daños y el Estado correspondiente no pueda o no quiera atajarlo, o
sea él mismo el responsable (ICISS, 2001, puntos 2.24-2.25).
Desde la perspectiva del Derecho Internacional hay que constatar que los avances han
sido escasos y limitados, pero si se adopta, como pensamos que se debe hacer, un enfoque
ético y moral consideramos que el progreso ha sido evidente. Aún más, la influencia de
los argumentos humanitarios, profundamente éticos, ha resultado en una amplia revisión
y discusión en los foros internacionales responsables de la paz mundial, principalmente
137
las Naciones Unidas, de los principios jurídicos que regulan los vínculos entre los
diferentes pueblos de la Tierra. Tampoco ha sido menor la influencia del ius
comunicationis, derecho natural de cada pueblo a comunicarse con cualquier otro, en esta
evolución que la globalización ha propiciado de las relaciones internacionales.
La ley internacional regida por los principios de Naciones Unidas y a pesar de vivir en
un mundo globalizado no se corresponde aun con el desarrollo y la existencia de unos
principios éticos globales. Algunos Estados, a pesar de haber aceptado los principios de
Naciones Unidas, no aceptan o rechazan los Derechos Humanos de la organización.
También se ha considerado que esa intervención fue alegal más que ilegal.
Consecuencia de no tener amparo legal, pero que tampoco puede ser condenada
explícitamente al no estar expresamente prohibida por no tener un marco correctamente
reglamentado. La consecuencia es que puede estar exenta de responsabilidades y exige
que se reformule la legalidad para amparar situaciones futuras. Sin entrar en esta
disquisición legalista, sin duda pertinente, se quiere remarcar la visión desde el
razonamiento ético y la justificación que se considera plenamente válida desde esta
perspectiva.
La razón ética avala esa intervención que significa la Responsabilidad de Proteger,
aunque la realidad de las relaciones internacionales impone sus condiciones y aún no se
han resuelto los problemas que impiden que aún no se haya convertido en razón jurídica
plasmada en el Derecho Internacional. Entre esos problemas, el ampliar el consenso sobre
la legitimidad de la Responsabilidad de Proteger es un primer paso imprescindible y a
esto pretende contribuir este trabajo.
138
como norma primaria del Derecho Internacional cuyo incumplimiento podría generar la
responsabilidad internacional del Estado- como norma secundaria» (López-Jacoiste,
2006, p. 285).
Aunque para algunos debería ser considerado como un principio que progresivamente
habría de incorporarse al Derecho Internacional, también se mantiene la postura de que
es un concepto de carácter político y no jurídico.
Pero desde la ética militar y aceptando que, como suele ser habitual, los principios
éticos avanzan y se modifican lentamente, y más en el escenario internacional, la
Responsabilidad de Proteger debe ser un concepto que impregne progresivamente la
conciencia moral no solo de los individuos sino de los Estados. Debe ser un principio al
que se le dote de unos métodos claros y que los fines humanitarios que persigue no se
contaminen por motivaciones, justificaciones e intereses de unos y otros ajenos al deber
moral de humanidad.
139
La Responsabilidad de Proteger debe avanzar como justa causa de la intervención
militar cuando crímenes contra la humanidad, genocidios y atrocidades cometidas contra
población civil solo pueden ser evitados o minimizados con el uso de la fuerza que
persigue evitar esos graves atentados contra la humanidad y los Derechos Humanos.
Dado que los humanos organizamos nuestras relaciones sociales y políticas en Estados,
el principio humanitario afecta también a la estructura social que es el Estado. En el
ámbito de las relaciones internacionales las posibles intervenciones para defender el
principio humanitario entran en conflicto con otro principio: el de la soberanía de los
Estados «que reclaman soberanía frente a cualquier injerencia del exterior o de alguno de
los contendientes armados en un conflicto en el que está en juego el control del Estado»
(Etxeberria, 1999, p. 11) y que demandan la no injerencia en sus asuntos internos, por
más que los estén conduciendo de forma violenta contra grupos sociales, a los que, en
consecuencia, se les impide disfrutar del derecho de asistencia y del correlato deber de
asistir que tienen el resto de Estados.
140
En relación con el respeto al principio de soberanía y su correlato de no injerencia, hay
que destacar que el valor creciente que se asigna a los Derechos Humanos y a la seguridad
humana ha hecho que se replantee el concepto de la soberanía estatal como pilar esencial
del Derecho Internacional. Así, se ha avanzado hacia una modificación «de la soberanía
como control a la soberanía como responsabilidad, tanto en el ejercicio de las funciones
internas como en la ejecución de las obligaciones internacionales» (López-Jacoiste, 2006,
p. 289).
La cuestión clave se plantea cuando la intervención humanitaria, que debe ser neutral
e imparcial, solo se puede llevar a cabo mediante el uso de la fuerza. Neutralidad ante las
causas, pero no ante el sufrimiento, e imparcialidad, pero no tratando igual a la víctima
que al victimario, que solo producirá un aumento del sufrimiento de aquella. Por tanto,
fijemos esa pregunta decisiva: ¿existe legitimidad y exigencia moral para acudir a la
violencia armada en la intervención de carácter humanitario?
Creo que la respuesta debe ser afirmativa con la referencia y criterio básico en los
derechos de las víctimas, en la protección de la persona humana.
Una vez más emergen las disonancias entre el ser y el deber ser, pues el mantenimiento
en Derecho Internacional de los principios de soberanía y no injerencia entra en conflicto
con la protección de los Derechos Humanos como bien jurídico fundamental de la
Comunidad Internacional. Para considerar legítima la intervención humanitaria habría
que cumplir una serie de requisitos y seguir una serie de principios 67 que no siempre se
67
«Puede afirmarse que para considerar legítima la intervención humanitaria, será imprescindible el
cumplimiento de una serie de requisitos: a) situación de urgencia generada por la existencia de una violación
grave de los Derechos Humanos, b) necesidad de actuar debido a la imposibilidad del Estado en cuyo
territorio se produce la catástrofe de afrontar la situación, c) agotamiento de los medios internacionales de
protección de los Derechos Humanos sin que se haya conseguido salvaguardarlos. Por otra parte, una vez
decidida la acción de asistencia es importante que la misma se rija en su desarrollo por una serie de
principios: a) carácter limitado de la operación en el tiempo y en el espacio, b) prestación proporcionada a
las necesidades, y c) neutralidad e imparcialidad» (De Castro, 2006, pp. 142-143).
141
han cumplido, al contrario, se han utilizado «como excusa utilizada por esos Estados para
intervenir en los asuntos de otros Estados más débiles» (De Castro, 2006, p. 146).
En un somero repaso histórico vemos que las razones morales humanitarias se han
practicado antes de que el concepto de Responsabilidad de Proteger apareciera
configurado de forma expresa. La intervención de paracaidistas británicos en Sierra
Leona, los casos de Srebrenica en julio de 1995, el genocidio de Ruanda entre abril y
junio de 1994, han sido casos paradigmáticos que explican el hecho de que la injerencia,
como deber de humanidad internacional, se ha generalizado. Por contra, muestra de la
dificultad de aplicación del concepto son las ocasiones en que se han esgrimido esas
razones para justificar una intervención sin que finalmente ninguna acción tuviera lugar.
142
los nacionales de un país en un estado extranjero. Es el deber de protección de un estado
hacia sus ciudadanos cuando estos se encuentran amenazados por un peligro inminente y
real para sus vidas. Es la razón, además de invocar la legítima defensa, esgrimida por
Israel, y que ha sido asumido por más Estados, para justificar su intervención en Entebbe
(Uganda).
«Como el derecho de los estados a recurrir a la fuerza sobre el territorio de otro estado –sin el
consentimiento del Gobierno de este país- con el fin de proteger a las personas que se encuentran en
este último de los tratos inhumanos a los que están sometidos por ese estado, y que no se pueden evitar
más que por un recurso a la fuerza» (Bermejo y López-Jacoiste, 2013, p. 27).
Este doctorando argumenta que existen sólidos argumentos éticos que fundamentan la
intervención humanitaria. El primer argumento se apoya en consideraciones morales de
raíz utilitarista. Con la intervención también buscamos defender nuestro propio interés,
haciéndolo «egoísmo inteligente ilustrado», de modo que a través de un cálculo
68
Bermejo y López-Jacoiste recogen los casos de Egipto y Jordania con ocasión de la creación del Estado
de Israel en 1948; los Estados Unidos en Líbano en 1958, en Santo Domingo en 1965, en Irán en 1980, en
la isla de Granada en 1983 y en Liberia en 1990; Bélgica en el Congo en 1964; la India en Bangladesh en
1971; Turquía en Chipre en 1974; Francia en Loyola (Somalia) en 1976; la República Sudafricana en
Calueque (Angola) en 1976; Israel en Entebbe en 1976; la República Federal de Alemania en Mogadiscio
en 1977; Egipto en Lárnaca en 1978; Vietnam en Kampuchea en 1978; Francia y Bélgica en el Zaire en
1978; Tanzania en Uganda en 1979, y Francia en la República Centroafricana en 1979.
143
inteligente la satisfacción de nuestro interés acaba incluyendo el de otros. Al no atender
los sufrimientos de seres humanos que justifiquen una intervención humanitaria pueden
producirse resultados que perjudiquen nuestros propios intereses, como «la extensión de
los conflictos a zonas que nos afectan directamente o con la generalización de excesos,
descontrolados y desestabilizadores movimientos migratorios hacia nuestro país»
(Etxeberria, 1999, pp. 17-18). Es lo que este autor denomina «autointerés inteligente»,
algo que se produce regularmente en el debate social y político.
Cuando las amenazas contra la paz y las violaciones de los Derechos Humanos y del
Derecho Internacional Humanitario se cometen dentro de un país, la intervención
humanitaria no goza aún de aceptación unánime. El debate se centra en determinar si el
consenso actualmente existente apoyado en las experiencias y situaciones en las que se
144
ha producido una intervención armada es lo suficientemente amplio como para hablar ya
de costumbre internacional que se debe incorporar al Derecho Internacional.
No se trata, por lo tanto, de aplicar el Derecho Internacional Humanitario, sino de utilizar la fuerza
para hacer cesar violaciones graves y masivas de este derecho…en la medida en que estas violaciones
pueden considerarse como una amenaza contra la paz y la seguridad internacionales (Sandoz, 1992, p.
3).
La realidad es que «la historia del Derecho Internacional Humanitario demuestra una
progresiva “erosión” de la esfera reservada de la soberanía nacional en provecho de la
acción humanitaria» (Sandoz, 1999, p. 3), erosión que hunde sus raíces en las
consideraciones éticas que se van abriendo paso, no sin enormes dificultades y que aun
han de avanzar para que lo haga el desarrollo moral (y no solo el económico, social o
político) de la humanidad.
Con los planteamientos de una ética militar se apoya una postura normativista que
defiende la necesidad que tiene el ser humano de trascender esos incentivos materiales y
buscar lo que es correcto o incorrecto. Desde el derecho la Responsabilidad de Proteger
solo es apropiada si es legal y como lo moral y lo legal no siempre se corresponden, hay
que avanzar en el reforzamiento de la Responsabilidad de Proteger mediante su inserción
en el Derecho Internacional Positivo.
Con la Carta de las Naciones Unidas en la que se prohíbe el uso de la fuerza, con las
excepciones de la legítima defensa y las decisiones del Consejo de Seguridad, parece que
se configura la paz como un imperativo categórico de base kantiana que puede estar por
encima de la promoción de la justicia y en la que la violencia no se admite por
considerarse inmoral, independientemente de que las consecuencias de su mantenimiento
a toda costa sean buenas o justas.
145
Esto entra en contradicción con el valor moral de una injerencia humanitaria ideal
entendida como principio de justa causa. Tal injerencia la consideramos moralmente
legítima cuando, además de estar apropiadamente motivada, significa la salvación de una
población civil indefensa y asediada y el esfuerzo de la intervención no produce
beneficios para el interviniente.
A pesar de que «Occidente, representado por sus dirigentes, sus juristas y sus gentes,
veía la intervención humanitaria en Kosovo como una intervención moral» (De Castro,
2006, p. 165), las críticas a esa intervención, imprescindible y necesaria para el logro de
los objetivos perseguidos, considerada justificada desde razones éticas y morales, hacen
que la intervención humanitaria siga sin alcanzar ese imprescindible consenso
internacional que, de momento, hace prevalecer lo legal sobre lo legitimo.
146
La Responsabilidad de Proteger contra crímenes contra la humanidad y el genocidio
resulta deteriorada cuando intereses e intenciones políticas y militares, a menudo
asociadas a Estados que ocupan posiciones relevantes en el escenario en cuestión, entran
en conflicto.
Existen razones éticas que no se pueden obviar cuando la defensa internacional de los
Derechos Humanos y del principio de humanidad no se respetan, lo que produce un grave
riesgo de comisión de atrocidades y crímenes contra poblaciones indefensas.
Los principios éticos han de continuar impregnando las relaciones internacionales. Son
las razones propias de nuestra condición de seres humanos y del principio de humanidad
las principales justificaciones que se deben considerar y que dan pleno sentido, desde la
ética militar, al concepto de la Responsabilidad de Proteger y su inclusión normalizada
en el Derecho Internacional, con todas las salvedades y condiciones que se consensuen
como necesarias.
Los crímenes que atentan contra Derechos Humanos esenciales han de ser castigados,
pero en el ámbito internacional, la soberanía sigue desempeñando un papel esencial. Lo
147
que para unos es una concepción del bien, puede no serlo en otra comunidad política, con
lo que la posibilidad de abuso o intención no recta es real.
Por muy complicado que sea establecer juicios sobre la justicia o injusticia de las
razones que avocan a la guerra, esa dificultad no exime de elaborar y fundar sobre los
principios, contenidos y normas de una ética militar que alcanza en ese intento plena
justificación para consolidar su existencia y aplicación. Aunque se critique que su origen
occidental le inhabilita como defecto de inicio, los Derechos Humanos apoyados en la
dignidad última de la dignidad del ser humano ofrecen una base suficientemente sólida
de su vocación universal.
148
Posiblemente estos juicios morales entren en contradicción con otros intereses
estatales y soberanos que se puedan aducir, pero sería mucho más dramático que no fuera
así, que no se continuara avanzando en el desarrollo moral de la humanidad con la paz
como objetivo final por muy utópico que pueda parecer.
En este contexto, la existencia de una ética militar permite considerar tanto las razones
y justificaciones morales de guerras y conflictos mientras se consolida de forma positiva
ese Derecho Internacional, como influir en ese proceso, de forma que cuando este llegue
a su madurez lo haga de acuerdo con parámetros, reglas, principios y valores éticos de
aspiración y alcance universal.
La labor del jurista debe consistir en velar por el cumplimiento del derecho y, en aquellos casos en
que la realidad supere a los parámetros establecidos por la norma, proponer nuevas soluciones para
realizar todas aquellas modificaciones y reformas necesarias que permitan la adaptación del derecho a
las nuevas realidades (De Castro, 2006, p. 165).
Por tanto, el derecho avanza, pero lo hace por detrás de la ética, que afronta las nuevas
realidades y expone razones y prescripciones para hacerles frente, siendo entonces el
momento de que el Derecho, incluyendo el Internacional y se reconocen todas las
dificultades de la realidad global, se ajuste y actualice, pues nadie deja de reconocer el
supremo valor de los principios de humanidad y de los Derechos Humanos. Las
argumentaciones dadas constituyen una aplicación de la ética militar al porqué de la
guerra en relación con la injerencia humanitaria y la Responsabilidad de Proteger, a la
legitimación de su causa que, claramente enmarcada en el ius ad bellum, debe también
complementarse con la validación de su utilidad práctica en relación con el ius in bello.
149
Se avanzará y planteará si las características cambiantes de la guerra -fenómeno social
y humano- y tan moduladas por los disruptivos sistemas de armas que el futuro nos
comienza a presentar, producirán una disminución, o incluso la desaparición, de la
necesidad que tiene el ser humano de que el conflicto y la guerra se desarrollen de forma
legítima, atendiendo no solo a las razones legales, sino también a las éticas.
150
5. LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS A LA LUZ DE LA ÉTICA MILITAR
De hecho, algunos como Mumford defienden que la guerra ha sido el principal agente
de mecanización y de desarrollo de la técnica: «El considerar los horrores de la guerra
moderna como el resultado accidental de un desarrollo técnico inocente y pacífico es
olvidar los hechos elementales de la historia de la máquina» (Mumford, 1977, p. 107).
Adicionalmente, muchos de los desarrollos e instrumentos generados en los conflictos
bélicos han terminado siendo trasvasados en beneficio de la vida cotidiana de la sociedad.
Aunque «los impulsos hacia la destrucción no han disminuido de ninguna manera con
el progreso en los medios» (Mumford, 1977, p. 330), la introducción de las armas de
destrucción masiva supuso un cambio rotundo en el rostro del combate y con las nuevas
capacidades, desarrolladas en paralelo con los avances científicos y tecnológicos, las
propias características de la guerra están sufriendo una gran mutación. Inéditas dinámicas
sociales, nuevos actores e insólitos espacios y escenarios, así como inusuales formas de
confrontación están transformando la forma de combatir.
69
El concepto de hybrid warfare lo introduce en 1998 el marine Robert Walker en su tesis El cuerpo de
Marines y las operaciones especiales, siendo en 2005 cuando los oficiales estadounidenses Mattis y
Hofman publican Future warfare: the rise of hybrid wars, considerado punto de partida del análisis
conceptual de la guerra híbrida (Gamboa, 2017, 26-27). En España, un documento del Ministerio de
Defensa indica: «En los próximos años, las guerras serán cada vez más hibridas, con una combinación de
operaciones convencionales y no convencionales, guerra cibernética y acciones de información, y se darán
preferentemente en los espacios grises, donde la acción de los Gobiernos es limitada o, simplemente,
151
Entre sus características podemos señalar que con las guerras híbridas se difuminan
las situaciones de guerra y paz; se mezclan técnicas tradicionales de combate con otras
propias de actores no estatales; fuerzas militares se enfrentan a contendientes
convencionales y no convencionales que a veces incluyen elementos criminales,
dificultando la distinción entre combatiente y no combatiente; son de muy difícil
identificación y atribución; intentan utilizar capacidades tecnológicas de forma
sorpresiva, haciendo complejo asignar la condición de acto de guerra como ocurre con
los ataques cibernéticos; y aparecen y desaparecen de los escenarios, haciendo imposible
doblegarles de forma definitiva en su voluntad de lucha y produciendo que nunca haya
una finalización clásica del conflicto.
Por otra parte, en estos comienzos del siglo XXI, más que nunca, los ciudadanos de
países occidentales muestran un profundo desasosiego ante las víctimas que se producen
en conflictos bélicos, tanto si son combatientes como víctimas civiles. Esa alarma social
se traslada eficientemente a los políticos, cada vez más presionados sobre la conveniencia
u oportunidad de usar la fuerza, incluso si existen justificaciones morales y humanitarias,
inexistente. Operar en estos entornos será la norma general de los ejércitos» (Ministerio de Defensa, 2018,
Panorama de tendencias geopolíticas. Horizonte 2040, p. 153),
https://www.ieee.es/contenido/noticias/2015/05/EntornoyPanorama.html . Sus características las resume
Del Pozo indicando como las más relevantes las de ser un conjunto de acciones, utilizadas como
herramienta, de forma sinérgica y con el objetivo de alterar las funciones sociales. «Es gris, es nebulosa, es
el ejemplo perfecto del famoso dictum de Clausewitz respecto a la niebla y la fricción como componentes
intrínsecos de la guerra» (Del Pozo, 2019, p. 4). Para profundizar más en el concepto de «guerra híbrida»,
véase García Guindo, M. y Martínez-Valera, G. (2015).
152
y actúa como limitador moral en el empleo de la fuerza militar. Fuerza que, no se puede
olvidar, por su propia naturaleza produce destrucción y muerte.
Los valores que constituyen la base sobre la que se proporciona la seguridad en nuestra
civilización occidental, están constituidos por los principios éticos esenciales que deben
guiar la actuación de los militares, junto a la inviolable dignidad de la persona humana.
En los conflictos y guerras del futuro el militar que aspira a mantener la justicia de su
causa deberá tener en cuenta varios retos que afectarán a su sensibilidad moral de respeto
a la dignidad y los Derechos Humanos. Apunta Barret que son los relativos al aumento
de la distancia física entre combatientes; la rápida expansión de las fuerzas de operaciones
especiales; la mejora y potenciación de las capacidades físicas, emocionales y cognitivas
del soldado; y la separación ideológica y de concepciones morales entre civiles y militares
(Barret, 2019, pp. 36-38).
70
Este desarrollo tecnológico en nuestra época se produce de forma exponencial, sin precedentes en
otros momentos históricos y aúna el carácter acumulativo del conocimiento y su aplicación a muchos y
diversos ámbitos de la vida social, resolviendo problemas que contribuyen a potenciar facultades
cognitivas, fisiológicas y psicológicas del ser humano.
153
tecnologías de doble uso. Nadie quiere disminuir sus capacidades para la legítima defensa
y, si no se adaptan medidas y se tienen los principios éticos a respetar, pudiera llegar a
darse el caso de que:
Los nuevos descubrimientos que podrían permitir muy pronto a los doctores diseñar tratamientos
específicos dirigidos el código genético de ciertas personas, podría también permitir el desarrollo de
armas biológicas ligadas al DNA: un virus diseñado para incapacitar o matar solamente a un individuo
específico (Brooks, 2016, p. 132, traducción propia).
Así, la tecnología ha contribuido, por ejemplo, gracias a las municiones guiadas de alta
precisión a reducir exponencialmente el error en el objetivo y el número de víctimas
colaterales. Solo tenemos que pensar en los mencionados bombardeos sobre ciudades de
la Segunda Guerra Mundial y compararlo, incluyendo las consecuencias en víctimas
colaterales, con la precisión en los objetivos militares de los misiles guiados actuales.
71
En la discusión sobre las víctimas civiles de los drones no se puede perder de vista que en los bombardeos
sobre las ciudades alemanas y japonesas se lanzaron toneladas de bombas y se estima que más de 300.000
civiles murieron en los que sufrieron los japoneses (Scharre, 2019, p. 282).
72
A pesar de ese esfuerzo en prevenir víctimas colaterales, en el conflicto de Ucrania y ante la utilización
de cohetes no guiados en áreas urbanas densamente pobladas, la organización Human Rights Watch sugirió
que el empleo de esas armas en áreas urbanas podría constituir un crimen de guerra, al no discriminar entre
combatientes y simples habitantes de las ciudades. (Human Rights Watch, 2014, traducción propia).
154
Precisamente el apoyo que recibe de la tecnología la defensa militar, en la búsqueda
de la disuasión y defensa de valores e intereses hace que esos avances científicos tengan
que respetar las consideraciones éticas. Pero los nuevos sistemas de armas y la tecnología
que los desarrolla van progresivamente suplantando al ser humano, dotado de razones y
emociones, no sólo en el control de la ejecución, sino en la cadena de mando que toma la
decisión final del empleo de la fuerza letal, cada vez más apoyada en las nuevas
tecnologías, contra el enemigo.
¿Qué desafíos éticos, en consecuencia, deberán afrontarse en los conflictos del futuro?
Algunos ya están aquí, pues han vuelto a salir de las experiencias semejantes de tiempos
pasados, como el empleo de drogas en soldados que combaten para evitar que se duerman,
o los implantes robóticos biomédicos que mejoran las capacidades y prestaciones
psicofísicas de los combatientes, o la cuestión de quién ejerce realmente el control
significativo en la decisión de emplear la fuerza letal con los sistemas de armas
autónomos.
Pero no solo en la eticidad de los fines, sino también con los nuevos medios
tecnológicos y en la forma de conducir las operaciones militares persigue Occidente
mantener en el desarrollo de las guerras y conflictos unos estándares morales de conducta
bélica que estén alineados con los valores y principios que rigen la convivencia en sus
sociedades, consecuencia del progreso moral alcanzado. Los valores que nuestra
civilización promueve habrá ocasiones en que se defiendan con el empleo de la violencia
legítima, pero el modo en que se decide su empleo, ius ad bellum, y la forma en que esa
utilización se lleva a cabo, ius in bello, también contribuyen a la promoción de los
mismos.
155
Las consideraciones éticas y legales en el campo de batalla siempre han jugado un
importante papel en las operaciones. El impulso ético, la naturaleza moral y la empatía
del ser humano permitieron el desarrollo de los Convenios de Ginebra y La Haya y que
se hayan establecido las reglas de enfrentamiento para encauzar el desarrollo de las
intervenciones militares. Sin embargo, creemos que en el combate el respeto a la ley
ejerce una influencia menor que el vital y humano respeto a la ética militar. Es el
asentimiento a las reglas morales y al honor del soldado profesional. Como recoge
Prudencio García es el «principio de autolimitación moral» surgido de las propias
convicciones morales del militar, arraigado en su espíritu y conciencia y no solo por
obligación legal o normativa (García M., 2005, pp. 62 y ss.).
Si, como se postula, avanzamos hacia una trasformación en las características de los
conflictos que deben enfrentar los Ejércitos, también los nuevos medios y las formas de
acción en ellos deberían ser reevaluadas a la luz de los principios éticos. Como nos dice
Brooks: «Permitir que decisiones éticas sobre la vida o la muerte sean realizadas por
máquinas traspasa una fundamental línea moral y distorsiona el principio fundamental de
la dignidad humana» (Brooks, 2016, p. 136). Remarca Ai Weiwei:
La humanidad nos incluye a cada uno de nosotros. No importa lo aterradores que puedan llegar a ser
los agravios culturales y políticos que produce la historia, nuestra última e irreductible posesión, que
nos resultaría evidente si de repente nos colocaran en un desierto árido, es el respeto por la dignidad
humana (WeiWei, 2019, p.1).
Hoy día todo está sujeto a cambio acelerado. Factores de esta mudanza son la
innovación tecnológica, la variedad que se produce en la evolución de los riesgos y las
amenazas, la trasformación en la naturaleza de los conflictos que deben enfrentar los
156
Ejércitos y, por todo ello, también las respuestas cambian en sus componentes éticos73.
En consecuencia, en esta era de la globalización es absolutamente necesaria no sólo la
legalidad, sino imprescindible la legitimidad moral a la hora de utilizar la fuerza que, en
última instancia, no se debe olvidar, es fuerza letal.
Todo ello demuestra que se ha ensanchado el papel del militar que tiene que asumir no
sólo las responsabilidades propias de su condición esencial y primordial de combatiente,
sino también las que se derivan de sus nuevos cometidos y tareas como cooperante,
asistente, o incluso, y a veces al mismo tiempo, como agente policial. Se puede decir que
el paradigma militar no cambia, se amplía. Una razón más para desear que se inicien, se
desarrollen y se mantengan debates donde participen militares y civiles con el fin de
proponer argumentos que pongan orden en este escenario de incertidumbres y
contradicciones.
73
Los últimos conflictos, como Afganistán, Siria o Irak muestran cómo se han desarrollado
fundamentalmente en ciudades y áreas urbanas, a menudo densamente pobladas, con la población civil
expuesta permanentemente, utilizada como escudo humano y que es la que ha sufrido el mayor número de
bajas.
74
A modo de ejemplo, podemos citar la aparición de la ballesta y su pronta generalización como arma de
guerra en Europa durante la Edad Media. La inquietud generada por el incremento de su letalidad en las
batallas llevó al Papa Inocencio II a prohibir en el II Concilio de Letrán, en 1139, el uso de ballestas por
los ejércitos cristianos, dado el peligro que representaba para la humanidad un arma semejante. En el siglo
XX, con la aparición del armamento nuclear, se debatió muy ardientemente la posición ética de los
científicos que lo desarrollaron y hasta qué punto eran conscientes de sus terribles efectos o sucumbieron a
la rivalidad entre los Estados por hacerse los primeros con el poder que proporcionan el arma nuclear y
poder utilizarlas como amenaza disuasoria.
157
ser conscientes de que los avances tecnológicos pueden tener consecuencias no solo
beneficiosas para el individuo y la sociedad, pero también ser empleados para producir
destrucción y muerte, y, por tanto, ser conscientes de las repercusiones éticas de su
ciencia.
En este sentido, se ha tenido noticia reciente de la búsqueda, por parte del Pentágono
de EE. UU., de expertos éticos que colaboren con los científicos en las turbulentas aguas
de la inteligencia artificial, considerada como el campo de batalla del siglo XXI (The
Guardian, 2019, 7 de septiembre, traducción propia).
Esos expertos en ética, junto a los juristas, deberían colaborar en que el uso de los
sistemas de armas liderados por la IA sea ético, seguro y legal, y respondan a los valores
e intereses de las sociedades libres y democráticas en su pugna con otros Estados que no
tienen aquellos en cuenta. Como dice Mazzacato: «La amenaza que representan la
inteligencia artificial y otras tecnologías no está en su ritmo de desarrollo, sino en cómo
se conciben y se utilizan. El reto que tenemos es el de marcar un rumbo nuevo»
(Mazzacato, 2019).
Debemos reconocer que con las nuevas tecnologías está empezando a cambiar la faz
de la guerra75. Todo ello presenta problemas éticos de trascendencia cuyo análisis y
consideración es una tarea urgente (Singer, 2010, pp. 299-312). Las cuestiones para
dilucidar son muy variables y van desde la falta de conexión entre la ética y las disciplinas
científicas emergentes, hasta las diferentes percepciones culturales de lo que es ético y lo
que no lo es en el uso de nuevas tecnologías y en la forma de emplearlas.
Ello exige que se analicen los aspectos éticos y legales que, eventualmente, podrían
producir una revisión de los códigos morales que han regulado tradicionalmente la guerra.
En ese esfuerzo nos centraremos en tres casos concretos en los que los desarrollos de las
75
Aunque se necesita tiempo. La realidad actual en el terreno no parece asemejarse a ese futuro de ciencia
ficción que parece inevitable. «A pesar del creciente número de robots desplegados por las fuerzas militares
[en Irak y Afganistán], las características fundamentales de la guerra continúan prevaleciendo incluso con
el creciente uso de artefactos controlados remotamente» (Danet y Hanon, 2014, p. xv, traducción propia).
158
nuevas tecnologías presentan desafíos éticos en su utilización militar: los drones, los
ciberataques y la inteligencia artificial y la robótica.
Al analizar los componentes y posibles dilemas éticos que se presentan con el avance
de esta tecnología, que llevó a decir al Secretario de Defensa de Estado Unidos Robert
Gates que «la próxima generación de aviones de combate, el F-35, cuyo desarrollo llevó
décadas a un coste de más de 500 millones de dólares por unidad, será el último avión de
76
Sobre la denominación de drones elegida en este trabajo se comparten y siguen las ideas expuestas por
Calvo González-Regueral y que nos informa: «A los efectos del presente trabajo utilizaremos el término
“drones” para evitar la utilización del uso de acrónimos. La Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA)
ha utilizado esta denominación para aeronaves pilotadas por control remoto cuando tienen un determinado
uso profesional. La normativa establecida por el Real Decreto Ley 8/2014 de 4 de julio, utiliza la
denominación de “aeronaves pilotadas por control remoto”. La denominación actualmente más extendida
en el Ministerio de Defensa español es la de RPAS (Remotedly Piloted Aircraft Systems). La OTAN en sus
documentos utiliza la denominación UAS (Unmanned Aerial System), UAV (Unmanned Aerial Vehicle) o
UCAS/UCAV (Unmanned Combat Aerial Systems/Vehicles) para referirse a los drones armados» (Calvo,
2014, p. 3).
77
Debe hacerse extensiva la mención a sistemas no tripulados en todos los dominios: tierra, aire, superficie
marina o bajo las aguas. De hecho, ya son realidad los Vehículos Submarinos no Tripulados (UUV en sus
siglas en inglés), que están experimentando un rápido desarrollo y ya están en servicio en la Armada de
Estados Unidos (EE. UU.) operando desde buques y submarinos en misiones de minado, desminado,
reconocimiento y cartografía del fondo marino, entre otros cometidos.
159
combate del Pentágono pilotado por humanos» (Benjamin, 2013, p. 17, traducción
propia), nos encontramos con aspectos diferentes que se recogen a continuación.
Una virtud esencial al piloto militar es la acometividad. Pues bien, el futuro avión de
combate seguirá necesitando el coraje de su piloto, pero posiblemente acompañada de
mucha más capacidad y destreza técnica y computacional dado el creciente entorno
informático, además de preparación emocional y psicológica. La valentía, entendida
como impulso psicológico que despreciando el riesgo y la exposición física lleva a la
acción heroica en el combate, exige nuevas consideraciones y para ello puede resultar
ilustrativo considerar el caso del nuevo tipo de piloto que es el responsable de los sistemas
aéreos tripulados remotamente, el ser humano que desde la lejanía tripula los drones.
78
En un artículo publicado en la revista Ethics and Armed Forces, en 2014, Matthews comenta ciertas
informaciones de medios de comunicación en las que se recoge que el Departamento de Defensa USA
indica la existencia de «Trastorno de estrés postraumático» en pilotos de drones, con índices similares a
otros combatientes más tradicionales. Aunque su opinión es que esta conclusión necesita más
investigaciones científicas, concluía con la idea de que el daño moral (moral injury) puede afectar como un
trauma psicológico seriamente a los pilotos de drones (Matthews, 2014).
160
Si, además, las posibles restricciones morales que se pueden plantear al contacto
directo con la realidad se nublan, por la distancia o la interposición de máquinas, el riesgo
ético de caer en conductas inapropiadas crece significativamente.
No menor es el cambio que supone que donde antes había un oficial capacitado y de
exigente, duradera y costosa formación y entrenamiento, ahora podría haber un militar
con cualquier graduación (incluso que ha podido ser formado en la cultura de los
videojuegos) que pilote un dron desde la distancia. Como dice el general Charles Dunlap:
«El coraje físico, por muy admirable que sea, no es la única cualidad que se necesita para
la victoria en el siglo XXI, y quizá siempre» (Dunlap, 2012, p. 16).
El pilotar drones ha generado dudas sobre el valor marcial de sus operadores, al menos
parcialmente y en determinados estamentos militares, bajo la consideración de que operar
estos sistemas en una guerra «libre de riesgos»79, no ofrece la oportunidad de demostrar
la valentía como tienen aquellos que exponen sus vidas en el contacto directo80.
79
Conviene recordar que en las guerras siempre ha habido militares implicados en operaciones con diversos
grados de distancia física y menor exposición al riesgo, como la artillería de largo alcance, los misiles de
crucero e incluso los bombardeos a alta altitud, por no citar a los responsables jerárquicos y personal de
Estados Mayores situados más o menos alejados de las líneas del frente.
80
Estados Unidos vivió en 2013 una controversia surgida cuando el Secretario de Defensa Leon Panetta
anunció su intención de recompensar con Medallas Distinguidas de Guerra a pilotos de drones. Tanto en la
opinión pública como en ambientes militares se levantaron voces que hicieron que se cancelara su concesión
(Sparrow, 2015, p. 380).
161
que cambio en la naturaleza de la guerra, coincido con Clausewitz, que es un cambio,
constante a lo largo de la historia, de sus características.
Algunos, de forma quizá un poco ligera, como Philip Altson, han insinuado sobre el
«riesgo de desarrollar una mentalidad de Play Station a la hora de matar [en una guerra],
pero eso es ciertamente para lo que la tecnología ha sido diseñada» (Benjamin, 2013, p.
86, traducción propia). Otros líderes religiosos y expertos en ética han llegado a decir que
«la guerra de drones es un modo particular de hacer la guerra que viola los preceptos de
la teoría de la guerra justa» (Benjamin, 2013, p. 160, traducción propia), cuestionando si
evitar el riesgo para la vida de combatientes propios está por encima del riesgo a que se
exponen los no combatientes. Aún más, algunos califican como «guerra de cobardes» el
empleo de estos sistemas dada la ausencia de riesgo y con menos limitaciones (Monbiot,
2012, traducción propia).
Para otros (Strawser, 2010, pp. 342-368), sin embargo, el empleo de drones (o de
cualquier otro sistema de armas letal controlado remotamente), es una obligación ética
que continúa la tradición de alejar al combatiente propio del enemigo para mejorar su
protección.
Sus argumentos se apoyan en varios principios. Por un lado, en el «principio del riesgo
innecesario», dado que es moralmente inaceptable exponer a alguien a un riesgo
innecesario si se puede lograr el mismo objetivo sin esa exposición. De igual modo que
si un robot puede desactivar una bomba no se debe poner en riesgo la vida del técnico
especialista en explosivos. Habría que remarcar que es necesario cumplir de forma clara
la parte referida al logro del objetivo, del cumplimiento de la misión, sin disminución de
la probabilidad de conseguirlo por el empleo de drones.
162
Otra razón es la obligación de utilizar los recursos con la mayor eficiencia, que el
empleo de drones sea más económico, consiguiendo el mismo resultado, que el uso de un
avión con tripulación a bordo. A esta postura se adhieren otros autores que consideran
«que el empleo de drones que permite salvar vidas propias puede verse como ético y
moral de acuerdo con los usos y costumbres de la guerra» (Calvo González-Regueral,
2014, p. 6).
Ante estos plausibles cambios que la tecnología produciría en valores y principios del
ethos militar, hay que constatar que hay un elemento que debe permanecer y es el de las
exigencias morales que impone el combate. El piloto de dron, al igual que el de aeronaves,
mantiene su responsabilidad respecto a los efectos de sus acciones al emplear la violencia
letal. Y ello, aunque pueda parecer que esa responsabilidad se desvanece por la enorme
distancia entre su posición en un ordenador desde el que ejecuta sus acciones y los
resultados que se producen en el objetivo.
Es cierto que se produce un cambio respecto a la ética militar del combatiente presente
físicamente en el combate y la de estos pilotos de drones, para los que algunos consideran
que:
El hecho de seguir la guerra a través de unas pantallas y manejarla con un mando introduciría un
elemento de desapego emocional que podría traducirse en la indiferencia ante la muerte o incluso en
una excesiva facilidad para matar, tanto a los objetivos del dron como a individuos no combatientes, las
llamadas víctimas colaterales (Yousef, 2007, p. 534).
Estos analistas parecen olvidar que la razón ética, aquí basada en efectos más que en
reglas, y el Derecho Internacional Humanitario favorecen el menor daño, por ejemplo,
capturar como prisionero al enemigo antes que eliminarlo, lo primero de imposible
ejecución para un dron en la actualidad. Pero esto no va en contra del principio de
cumplimiento de la misión militar con el menor daño posible, pues también con un dron
se puede conseguir el objetivo perseguido con el menor número de víctimas, además que
la precisión de estos sistemas posibilita la reducción significativa de daños colaterales
con relación a sistemas más tradicionales (bombas de aviación) mucho más
incontroladamente destructivos.
Por el contrario, se argumenta que, así como los pilotos de un avión de combate lanzan
sus bombas y, en muchas ocasiones, no perciben el resultado y las consecuencias directas
(lo que facilita su deshumanización), los responsables de dirigir un dron y lanzar un misil
viven en directo y con detalle los resultados en la pantalla, además de tener un estrecho
163
conocimiento previo del individuo objetivo, su entorno, familias, etc. Nos dice Benjamin:
«Pero uno conocía esas personas estrechamente, por lo que puede llegar a ser bastante
personal» (Benjamin, 2013, p. 90, traducción propia). Y se producen problemas mentales
y morales, además de fatiga, cansancio emocional y altos niveles de tensión,
contradiciendo la argumentación anterior.
Por esto el piloto de dron no puede dejarse llevar por la sensación de que la distancia
y lejanía del blanco hace que su consideración del objetivo, en el que están implicadas
personas, sea algo menos real y humano y, en consecuencia, no puede dejarse llevar por
la consideración de que esa distancia también le aleja de la exigencia de adecuada
implicación y atención moral. De hecho, al no estar expuesto al riesgo directo de ser
herido, a la situación de estrés, miedo o cansancio del combate directo, su contención y
respeto por las reglas de enfrentamiento y normas éticas al utilizar los drones debe ser
mayor.
Otro problema de naturaleza ética que se plantea es que el ataque con drones se
justifica con el argumento económico de que es un arma barata y con los argumentos
éticos de «que mueren menos soldados y que apenas causan bajas civiles» (Yousef, 2007,
p. 535).
Merece una reflexión el asunto de las bajas que se pueden producir entre los no
combatientes. La utilización de drones elimina el riesgo de víctimas entre los pilotos
propios, pero de momento sigue planteando dudas ante el riesgo de aumentar las víctimas
colaterales no combatientes, a las que tan sensible resulta la ética militar y que, según las
leyes internacionales de la guerra, son siempre víctimas inocentes.
164
sufrirían la violencia letal y ello a pesar de haber seleccionado cuidadosamente los
objetivos para que no afectaran a no combatientes.
Aunque ya hemos indicado que los drones no causan más víctimas colaterales, sino
que por su precisión producen una disminución, no es menos cierto que el impacto de
estos sistemas en las opiniones públicas empieza a ser relevante, a pesar de que «este
tema no ha llegado con fuerza a los medios de comunicación y se encuentra en un estado
incipiente, limitado todavía a centros especializados» (Alcalde y Aguiar, 2014, p. 57).
El Pew Research Center (PRC) llevó a cabo una encuesta en 2013, entre 39 países de
todos los rincones del globo, referida a la utilización de drones que EE. UU. había llevado
a cabo en Pakistán contra Al Qaeda y los talibanes. De todos los países solo en tres, Israel
USA y Kenia, había una opinión pública mayoritaria favorable a su empleo, mientras que,
del resto, en Sudáfrica, Nigeria y Uganda la opinión era más favorable que desfavorable,
aunque no llegaba al 50 por ciento. En los restantes 33 países, la desaprobación estaba
por encima de la aprobación.
Entre los aspectos que generaban más preocupación destacan: el riesgo en que se pone
a poblaciones civiles; el daño a la reputación internacional del atacante (USA); y el
cuestionamiento de la legalidad de los ataques. Respecto a España, cabe decir que la
oposición es mayoritaria (71 por ciento) frente a la aprobación (21 por ciento).
Por esto, las dudas sobre si los drones son armas en cuya utilización se tienen en cuenta
los principios éticos de la guerra, además de tener sólidos fundamentos para dar una
respuesta positiva, deben ser trasladados en su totalidad a los militares que los controlan
y que son los que tienen la capacidad del razonamiento moral y la necesidad de
capacitación en ética militar. Formación moral que los debe llevar a superar esas
165
características que reducen la resistencia humana innata a matar, como son la presión de
la autoridad, la difusión de la responsabilidad y la deshumanización del enemigo.
Si, por ejemplo, una central energética de un país fuera destruida por un ataque armado,
no se dudaría en considerarlo como una agresión, un causus belli al que se podría
81
En abril de 2019 el Consejo de Seguridad Nacional aprobó la Estrategia de Ciberseguridad Nacional
2019. En la misma se define el ciberespacio como «un espacio global común caracterizado por su apertura
funcional y su dinamismo. La ausencia de soberanía, su débil jurisdicción, la facilidad de acceso y la
dificultad de atribución de las acciones que en él se desarrollan definen un escenario que ofrece
innumerables oportunidades de futuro, aunque también presenta serios desafíos a la seguridad…Sus
implicaciones van más allá de la dimensión tecnológica, se extienden hacia nuevos modelos sociales y se
adentran en el campo de las relaciones personales y la ética…El ciberespacio se configura como campo de
batalla donde la información y la privacidad de los datos son activos de alto valor en un entorno de mayor
competición geopolítica, reordenación del poder y empoderamiento del individuo». La estrategia también
considera que el ciberespacio «se ha convertido en un objetivo prioritario en las agendas de los gobiernos
con el fin de garantizar su seguridad nacional» (Estrategia Nacional de Ciberseguridad, 2019, Presidencia
del Gobierno, https://www.dsn.es/.../estrategias/estrategia-ciberseguridad-nacional pp. 17-18).
166
responder en legítima defensa. Pero la misma central que fuera dejada completamente
inoperativa por acciones hostiles como una infección de malware, plantea muy difíciles
problemas para poder reaccionar.
82
El Concepto Estratégico de 2010, al tratar la Defensa Colectiva, indica que la OTAN se defenderá «contra
cualquier amenaza de agresión, y contra los retos emergentes de seguridad que amenacen la seguridad
fundamental de los Aliados individualmente o a la Alianza como un todo» (OTAN, 2010, Strategic Concept
for the Defence and Security of the Members of the North Atlantic Treaty Organization,
https://www.nato.int/nato-welcome/index_es.html p. 7, traducción propia).
167
La capacidad de alcance global e instantáneo que Internet ha dado a la información
lleva a la primera línea del conflicto a la red, constituido en campo de batalla y que
presenta, entre otros, importantes riesgos de naturaleza ética. Las personas y la sociedad
tienen en el mundo digital la posibilidad de establecer relaciones que son reales y
producen consecuencias. Entre ellas y dada su divulgación incontrolada y emitirse sin
filtros, con urgencia, sin verificar, se difunden hechos engañosos o exagerados, y a los
que por su gran alcance se presta mucha atención asumiéndola sin crítica, considerando
el mensaje como verdadero a fuerza de ser profusamente repetido.
83
El informe Global Risks Report es un documento publicado anualmente desde 2006 por el Foro
Económico Mundial. Describe los cambios en el paisaje de riesgos globales y la interrelación entre los
mismos. Los riesgos se analizan en base a su grado de impacto y probabilidad en un periodo de diez años
y se clasifican en cinco categorías: económica, medioambiental, geopolítica, social y tecnológica. La
identificación de los riesgos está basada en una encuesta a miembros del Global Risk Network, una red de
alrededor de 1000 expertos.
168
La primera responsabilidad es cumplir la Ley, pero los deberes de la ética militar van
un paso más allá de los deberes legales. Sobre todo, porque la claridad con que están
enunciados los preceptos jurídicos tiene a menudo difícil interpretación en el fragor del
campo de batalla. Si, además, este escenario de combate es el ciberespacio, con ausencia
de fronteras físicas, y en el que apenas ha comenzado su regulación la ley, las
consideraciones éticas se hacen más problemáticas.
Aunque hay definiciones legales de esos conceptos, el asunto desde la perspectiva ética
se refiere a la justicia de la intervención y el derecho de legítima defensa ante el supuesto
ataque cibernético a la luz de la teoría de la guerra justa. Como se ha indicado, atribuir el
origen y responsabilidad de un ataque es, desde el punto de vista ético y legal, en muchas
ocasiones, ciertamente difícil de determinar y también es complejo precisar el alcance de
los daños causados para actuar con proporcionalidad y necesidad, principios que la ética
169
y el Derecho Internacional Humanitario exigen a la guerra justa. Aunque ambos aspectos
son, al final, problemas tecnológicos, la ética y la ley se tienen que enfrentar a ellos y
están por desarrollar principios que les den respuestas y soluciones.
En relación con el problema de la “causa justa” desde una perspectiva ética, en relación
con los ciberataques, vamos a plantear unas características que deben ser tenidas en
cuenta siguiendo algunas reflexiones de Edward T. Barret (2013, pp. 6-7) y de Pete Kilner
(2017, pp. 1-5).
Aunque tanto las características de un ataque cinético como de un ciberataque para ser
considerado causa justa deben basarse en los mismos principios, el último presenta
algunos aspectos que dificultan la claridad del juicio ético a establecer. Cook, sin
embargo, da una opinión más tajante: «Los efectos y las intenciones son los objetos
necesarios para la evaluación moral de la ciberguerra así como de lo que no es
ciberguerra» (Cook, 2015b, p. 429, traducción propia).
En cierto que los ciberataques pueden causar daños enormes e incluso muertes. Por
ejemplo, los que llevaran a la destrucción catastrófica de una infraestructura crítica y que
podrían considerarse causa justa. El hecho de producirse diferidos en el tiempo no reduce
el daño que causan como las dosis sucesivas de veneno también llegan a producir la
muerte del envenenado. Supongamos los ciberataques intencionados al sistema general
de control aéreo de un Estado con pérdida progresiva de la funcionalidad de las redes que
controlan ese sistema y que producido su colapso acarrearía accidentes aéreos gravísimos.
Aquí el resultado y no el tiempo trascurrido entre ataques es la variable por considerar
como posible causa justa para responder con la fuerza. Pero no producido el resultado
final, sino mantenida la pérdida de funcionalidad solo temporal, es difícil aceptar como
causa justa esos ataques para responder con la fuerza, a menos que se tenga la certeza de
un ataque inminente que destruiría el sistema.
Más difícil sería otorgar esa posibilidad de causa justa acreedora a la respuesta con
fuerza letal en el caso de robo cibernético de información relativa a la seguridad y defensa
de un Estado o información sensible de tipo económico, a menos que produzca un
debilitamiento de las condiciones de seguridad, defensa o economía del Estado que lleve
o pueda llevar a su colapso.
170
Otro aspecto de los ciberataques que podría llegar a ser causus belli sería el espionaje
o las bombas lógicas, ataques que producen sus efectos no en el momento de producirse
sino diferidos en el tiempo de su ocurrencia. Sin duda, la posibilidad de causar destrucción
puede llegar a ser extrema y en esos casos, basados no solo en la mera presunción, sino
en la claridad de la identidad, capacidades, preparativos e intenciones del atacante, podría
llegarse a que un Estado considere que existe una causa justa dado el derecho y la
responsabilidad moral de defender a sus ciudadanos contra amenazas de ataques que
ponen en riesgo sus vidas o su estructura social, aunque no se sepa el momento exacto de
ocurrencia del ataque. La necesidad de capacidades de inteligencia que permitan
evaluaciones e interpretaciones precisas es obvia, pero lo más difícil es que los decisores
políticos estén adecuadamente preparados para asumir las consecuencias de las acciones
que deben tomar.
Por otro lado, aunque las Fuerzas Armadas han hecho un gran esfuerzo en su
organización, formación y operación en el campo de la ciberdefensa, dada la
especialización que el ámbito civil ha desarrollado en el ciberespacio, de nuevo se
considera necesaria y esencial la colaboración civil y militar. Así lo recoge la Estrategia
de Seguridad Nacional de España, aprobada el 1 de diciembre de 2017, que determina
como uno de sus objetivos la ciberseguridad. Entre las líneas de acción establecidas se
menciona el «Reforzar y mejorar las estructuras de cooperación público-público y
público-privada nacionales en materia de seguridad» (ESN, 2017, p. 101).
Precisamente a comienzos del año 2018 fueron frecuentes en la prensa las noticias
sobre la posibilidad de que en España se constituya un grupo de reservistas voluntarios,
que incluiría desde hackers y expertos en Derecho Internacional hasta analistas de datos
y matemáticos84. Se ha informado que el objetivo que se considera es crear una «Reserva
Estratégica de talento en Ciberseguridad» que contaría con unos 1.500 civiles capaces de
responder a una amenaza ciberespacial con tareas de contención, defensa y prevención, y
sin potestades ofensivas.
84
Véanse a este respecto las noticias aparecidas en diversos diarios:
https://www.lavanguardia.com/politica/20180318/441633694925/mando-ciberdefensa-propone-crear-
una-unidad-de-reservistas-ante-ciberataques.html ; https://www.eldiario.es/politica/Ciberdefensa-propone-
unidad-reservistas-ciberataques_0_751374968.html ; https://www.europapress.es/nacional/noticia-jefe-
militar-ciberdefensa-favor-unidad-reservistas-tecnologicos-20171123170859.html
171
Si bien estos reservistas, durante sus periodos de activación, tendrían la consideración
de militares (y combatientes en caso de conflicto armado), no cabe duda de que su
conocimiento experto viene del campo civil, donde desarrollan su vida cotidiana y como
civiles se recuerda que pueden participar en actos como interferir electrónicamente en
redes de computadoras militares y ser considerados combatientes. En consecuencia,
existe el riesgo de que bajo esa consideración de combatientes fueran considerados
objetivos militares. Aunque estuvieran respaldados por el Derecho Internacional, desde
un punto de vista ético deben ser conscientes del riesgo que corren, ya que no se les puede
pedir que asuman «el proverbial contrato de responsabilidad ilimitada del servicio militar
para ponerse en peligro» (Dunlap, 2012, p. 15).
Esto nos lleva a otro problema en el que los criterios éticos también deben ser
aplicados: el de la atribución. Hay dos problemas a tener en cuenta. El primero se refiere
a la necesidad de la certeza en la identidad del atacante para infringirle una respuesta letal,
la cual no solo puede afectarle a él, sino a personas que no han infringido ningún daño.
La evidencia circunstancial, por muchos motivos, medios y oportunidad que se considere
se han producido, muy habitual en los ataques cibernéticos, no parece causa suficiente
para una respuesta legítima de uso de fuerza letal.
172
caso de ciberataques, puede producirse mucho tiempo después, lo que introduce dudas
morales en castigar con la fuerza letal al que ha cometido esa ciberagresión tiempo atrás
en el pasado (Barret, 2013, pp. 8-9).
Este repaso que hacemos analizando desde una perspectiva ética elementos propios
del ius ad bellum, también exige una consideración específica del principio de respetar la
soberanía, integridad territorial e independencia política de cualquier Estado. El problema
se presenta cuando la fuente del ciberataque está claramente localizada en el territorio de
un Estado, pero el actor origen es un individuo o grupo que actúa independientemente de
ese Estado.
Aquí entran en consideración aún más complejas consideraciones éticas y legales que
las que se argumentan relacionadas con la «Responsabilidad de Proteger». El Estado tiene
la responsabilidad en la protección de sus ciudadanos, pero también tiene responsabilidad
en «proteger a los ciudadanos de otros Estados de amenazas que emanan desde dentro de
sus jurisdicciones» (Barret, 2013, p. 9, traducción propia).
El daño causado por un ciberataque, que puede tener la suficiente gravedad para ser
respondido con la fuerza, originado en el interior de un Estado que no persigue
activamente ni coopera adecuadamente para detener y responsabilizar a los autores,
podría tener una consideración similar a los casos de responsabilidad de proteger y la
posible excepción al respeto del principio de soberanía.
También hay retos éticos en relación con aspectos propios del ius in bello como la
discriminación, la necesidad militar y otros relativos a las ciberoperaciones militares.
173
En efecto, en el caso de las ciberarmas es o puede ser mucho menos controlable y para
los defensores del control ético de las operaciones militares, sigue siendo necesario
promover la prevalencia del principio de discriminación, aunque algunos defienden que
el uso de las ciberarmas en relación con la discriminación podría ser más ético que
empleando armas cinéticas (Strawser 2010, p. 9).
Ciertamente la ley internacional establece que el uso de la fuerza no sea dirigido contra
civiles si el ataque causa muertos, heridos, daño y destrucción. Como se puede
argumentar que el ciberataque no produce esos efectos directos en los civiles objetivos,
estos podrían ser atacados (Barret, 2013, p. 11). Sin embargo, desde una posición ética
(ahora nos apoyamos en razones éticas de tipo deontológico, basadas en reglas y no en
los efectos), esos ataques se deben considerar injustos.
En ese esfuerzo por abarcar de forma comprensiva las leyes internacionales que
gobiernan las ciberactividades en tiempo de paz es importante mencionar la publicación
del «Manual de Tallin», impulsado por el Centro de Excelencia en ciberdefensa de la
OTAN situado en la ciudad estonia de Tallin.
174
en ciberoperaciones»85. Publicado en 2017, daba continuidad al «Manual de Tallin» de
2013 y cuyo alcance se limitó a las relaciones de las ciberoperaciones con el Derecho
Internacional sobre el uso de la fuerza y el Derecho Internacional Humanitario.
A nuestro propósito resultan de particular interés las reglas 71 y 92 del Manual 2.0. La
regla 71 indica: «Un Estado que es el objetivo de una ciberoperación que alcanza el nivel
de un ataque armado puede ejercer su derecho inherente de legítima defensa. Si una
ciberoperación constituye un ataque armado depende de su escala y efectos» (Schmitt,
2017, p. 339). Por su parte, la regla 92 establece: «Un ciberataque es una ciberoperación,
tanto ofensiva como defensiva, que puede razonablemente causar heridas o muerte a
personas, o daño o destrucción a los objetos» (Schmitt, 2017, p. 415).
Ante la gravedad de estas amenazas que la tecnología cibernética impulsa con tanto
ímpetu, los Estados tienen que protegerse y defenderse. Para ello son cada vez más
numerosas las voces que demandan el desarrollo de leyes de ámbito internacional para lo
que el manual arriba referido puede ser de gran utilidad.
Por su parte y para cumplir su misión, también los militares deberán organizar sus
capacidades de defensa también en este nuevo dominio y deberán continuar integrando
no solo las consideraciones legales, sino también las éticas, en todas las acciones
cibernéticas.
85
Fue preparado por un Grupo de Expertos a invitación del Centro de Excelencia OTAN en Ciberdefensa
Cooperativa, siendo el líder del grupo y editor general Michael N. Schmitt de la Universidad de Exeter
(Reino Unido).
175
Como nos dice Scharre, la IA influye incluso en el ámbito cognitivo, tan
específicamente humano:
Para ofrecer una referencia que permita aunar las diferentes interpretaciones que se
pueden dar a la IA, recogemos a continuación la que se da en el documento de la Unión
Europea de 2019 «Una definición de IA: principales capacidades y disciplinas», y que es
la siguiente:
Los sistemas de Inteligencia Artificial (IA) son sistemas de software (y posiblemente hardware)
diseñados por humanos que, planteado un objetivo complejo, actual en la dimensión física o digital
percibiendo su entorno a través de la adquisición de datos, interpretando los datos recogidos
estructurados o desestructurados, razonando sobre la comprensión, o procesando la información,
derivada de estos datos y decidiendo la mejor acción o acciones a tomar para conseguir el objetivo
perseguido. Los sistemas de IA pueden utilizar reglas simbólicas o aprender modelos numéricos, y
pueden también adaptar su comportamiento analizando como el entorno es afectado por sus acciones
previas87.
86
Parece adecuado recoger dentro de las concepciones del concepto de «singularidad» la de Nadella: «el
momento en que la inteligencia de los ordenadores superará a la inteligencia humana, puede darse hacia el
año 2100 (aunque otros afirman que eso seguirá siendo un simple tema de ciencia ficción)» (Nadella, 2017,
p. 184), así como la de Kurzweil, que en su libro La singularidad está cerca: cuando los humanos
trascendemos la tecnología, expresa que la singularidad tecnológica será un periodo del futuro en el que
los avances tecnológicos afecten y puedan cuestionar la propia existencia de la vida humana en nuestro
planeta (Kurzweil, 2012).
87
Comisión Europea (2019). A definition of AI: main capabilities and disciplines, p. 1,
https://ec.europa.eu/digital-single-market/en/news/definitions...
176
Plataformas y Dominios (entre los que destacan los sistemas y vehículos autónomos y los
equipos hombre-máquina), los Sensores y Guerra Electrónica (láser de alta potencia).
Materiales y Energía y los Factores Humanos (de los que destacamos la interacción
hombre –máquina). Esas áreas están divididas para la investigación en una taxonomía que
tiene como una de sus 17 categorías; «La ética de la Inteligencia Artificial» (Martín
Sánchez, 2019)88.
Aunque de momento es preciso reconocer que las máquinas lo que hacen es desarrollar
comportamientos inteligentes y quién es realmente inteligente es el ser humano, el creador
de las máquinas, conviene analizar los desafíos éticos que plantea la IA, lo que significa
considerar los resultados producidos por máquinas dirigidas y controladas en diversos
grados por eso que llamamos inteligencia artificial.
Por otro lado, hay que remarcar que la IA y todas las nuevas tecnologías asociadas,
además de avanzar de forma paralela, a menudo interactúan y se combinan entre ellas,
dando como resultado la fusión de los mundos físico, virtual y biológico, circunstancia
que en el ámbito de la Defensa tienen inmediatas consecuencias y que altera el rostro de
la guerra. Aquí es donde adquieren relevancia los nuevos sistemas de armas desarrollados
88
Ponencia presentada el 03.10.19 en la Academia de las Ciencias y las Artes Militares de España, en la
Jornada sobre “Las tecnologías del futuro y su aplicación a las Fuerzas Armadas”. https://acami.es/
89
Se están desarrollando los proyectos SOPRENE (2018-2020) para la utilización de redes neuronales
como método para mantenimiento basado en la condición de buques de la Armada y COINCIDENTE 2018,
relacionado con el empleo de técnicas de inteligencia artificial para el mantenimiento de vehículos
terrestres, para el apoyo a la vigilancia marítima, para el desarrollo de operaciones terrestres o para
ciberdefensa. Ponencia presentada en la misma jornada que la anteriormente referida, https://acami.es/
177
al amparo de los avances científicos y donde la inteligencia artificial juega el papel de
cerebro director de complejas tecnologías y aplicaciones90.
En las páginas que siguen se analizan las consecuencias éticas de las conductas
desplegadas por los sistemas de armas, máquinas y robots regidos por IA y sus algoritmos.
Algoritmos que son instrucciones de programación, siendo sus aplicaciones y
consecuencias las que se valoran éticamente, entre ellas la «delegación de funciones a un
algoritmo», que veremos en el apartado 5.4.3 de este trabajo.
Los sistemas de armas dirigidos por la IA son una realidad como prueba el hecho de
que el Ejército de Tierra norteamericano emitió en marzo de 2017, y en consonancia con
la Estrategia Militar Nacional de 2015, su Estrategia de Sistemas Robóticos y Autónomos.
90
Mecánica, electrónica, telecomunicaciones, biotecnología, informática e inteligencia artificial son
algunas de las tecnologías que se cruzan y funden en la robótica. Así, las máquinas con mayor o menor
autonomía se despliegan en todos los ámbitos, incluyendo el campo de batalla. Pero recordemos que ya
desde la Segunda Guerra Mundial se habían utilizado sistemas programados o controlados remotamente.
91
Entre los sistemas científicos que se requieren para disponer de las capacidades perseguidas es obvio el
lugar preeminente que esta agencia asigna a la IA, que entre otros objetivos «simplificará la toma de
decisiones teniendo en cuenta las reglas de enfrentamiento». Pero en DARPA no solo llevan a cabo
investigaciones en relación con la IA, sino que todas las nuevas tecnologías en su utilización militar tienen
programas de investigación en marcha. Ingeniería genética, química cerebral y robótica en relación con
soldados «potenciados»; sensores, IA, drones y psicología humana para protección de la fuerza y
discriminación combatientes no combatientes; biosensores e IA implantados para acelerar procesos de
curación e interfaces neuronales para controlar máquinas con el pensamiento; óptica para crear lentes de
contacto inteligentes que expanden las capacidades visuales; IA en sistemas autónomos para evaluar la
competencia; y un largo etcétera.
178
En la misma, este importante Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército de Tierra
norteamericano describe la IA como la «capacidad de los sistemas de computación para
ejecutar tareas que normalmente requieren inteligencia humana como percepción,
conversación y toma de decisiones» (U.S. Army, 2017, p. 3., traducción propia).
5.4.2. El principio ético de reducción del riesgo innecesario a los combatientes propios
El jefe militar tiene la obligación de proteger a sus hombres reduciendo al máximo las
posibles bajas en vidas humanas o en heridas físicas, pero también debe velar por
minimizar el riesgo ético de la pérdida del principio de humanidad y la integridad moral
que, incluso en las terribles condiciones de violencia en la guerra, deben mantener los
combatientes.
Dada la obligación ética de todo comandante militar de reducir al máximo las bajas
entre los combatientes a sus órdenes, el empleo de Sistemas de Armas Autónomos (SAA)
92
Comisión Europea (2019). Ethics Guidelines for Trustworthy AI, pp. 2-3,
https://ec.europa.eu/futurium/en/ai-alliance-consultation
93
La integración hombre-máquina parece imparable en las futuras operaciones militares y la propia OTAN
recoge en uno de sus documentos doctrinales «la utilización de la potenciación del humano y la creciente
importancia del interfaz hombre-máquina» (OTAN, Framework for future Alliance operations, 2018, p.
13, traducción propia).
179
apoyados en la IA contribuye a ese objetivo94. Las misiones que pudieran ser
desempeñadas por sistemas autónomos con mayor eficacia en entornos peligrosos, desde
la inteligencia, vigilancia y reconocimiento del campo de batalla en todos los dominios
hasta el desminado y el combate en áreas urbanas, la lucha antisubmarina o las misiones
de interdicción aérea, evitan la sobreexposición a riesgos de soldados mucho más
vulnerables físicamente y con menos capacidades funcionales. Además de otras ventajas
en los ámbitos de la fiabilidad, el coste y la multiplicación de fuerzas.
Como dice Rubio: «En este sentido, se puede anticipar que la disponibilidad de robots
acabará disminuyendo el umbral de amenaza necesario para que un Gobierno decida
involucrarse en una guerra» (Rubio, 2019, p.2). Idea que apuntala Gómez de Ágreda:
94
Los Sistemas de Armas Autónomos (SAA) son descritos como aquellos sistemas que gracias a la IA «una
vez activados, son capaces de seleccionar y atacar objetos sin una intervención adicional de un operador
humano» (López-Sánchez, 2017, p. 12).
180
Todo esto podría llevar a un aumento en la proliferación de conflictos bélicos, algo
que afecta sin duda a la ética militar, también ocupada en la necesidad de reducir las
guerras y su duración, incluso cuando tengan la plena legitimidad de una justa causa y un
desarrollo acorde a los principios morales y legales del Derecho Internacional
Humanitario.
Los riesgos de esta «delegación» afectan a aspectos éticos, además de jurídicos. Por
ejemplo, en selección y ataque a objetivos con sistemas autónomos se argumenta que no
se puede dejar la responsabilidad de esa decisión en máquinas y robots por la
trascendencia de la evitación de víctimas inocentes, la diferenciación entre civiles y
combatientes, la responsabilidad del que decide su utilización y su rendición de cuentas,
además de la falta de empatía de los sistema autónomos si llegan a tener «la capacidad de
seleccionar a los objetivos y atacar a estos por su cuenta en un conflicto» (Travieso, 2015,
p. 2).
95
La agencia DARPA tiene en marcha un proyecto denominado Urban Reconnaissance through Supervised
Autonomy (URSA) con el objetivo de usar sistemas autónomos para ayudar a detectar a fuerzas hostiles en
las ciudades e identificar positivamente a los combatientes antes de que las tropas entren en contacto
(APTIE, 2019, 31 mayo).
181
Se justifica la crítica en que los sistemas autónomos y la IA que los dirige son
incapaces de discernir las complejas situaciones que se pueden producir en el campo de
batalla, como la posibilidad de que determinados objetivos hayan perdido su valor militar,
o evaluar si un objetivo pretende atacar o rendirse.
De igual forma podría plantearse respecto a civiles afectados de repente por las
operaciones y situados en medio del campo de batalla. De momento es imposible para los
sistemas autónomos y la IA desarrollar comportamientos basados en la clemencia o la
empatía, valores específicamente humanos de trascendencia a la hora de tomar decisiones
éticas y legales en el combate.
182
principio de prevención. Este principio exige que los científicos no dejen su investigación
si algo malo o inapropiado ocurre, sino que desde el inicio hagan un esfuerzo para
«prevenir los potenciales malos efectos que podrían venir de sus inventos» (Singer, 2009,
p. 426, traducción propia).
Lo cierto es que el investigador cuando publica los resultados de sus análisis deja de
ser dueño de sus hallazgos y cualquier otro puede utilizarlos en la misma dirección o con
otros fines bien distintos.
Algunas voces han pedido un régimen de control del desarrollo de sistemas de armas
autónomos, sugiriendo que se prohíba la investigación de «la integración de inteligencia
artificial y sistemas de armas» (Sparrow, 2009, p. 28, traducción propia).
En este sentido, como recuerda José A. Plaza (2017), hay que mencionar al manifiesto
que en julio de 2015 y a modo de carta abierta además de constatar que las armas
autónomas podían considerarse como la tercera revolución en la guerra, después de la
pólvora y las armas nucleares, alertaba de los peligros de la inteligencia artificial y pedía
su regulación para prevenir una carrera de armamentos en IA y la prohibición de sistemas
autónomos ofensivos que estuvieran más allá de un control humano significativo. Este
manifiesto está apoyado por prestigiosos expertos como Stephen Hawking, Steve
Wozniak, Martin Rees o Noam Chomsky, entre otros. En septiembre de 2016 se creó la
asociación Partnership on AI con participación de Amazon, Apple, Google, Microsoft y
otras empresas con los mismos objetivos.
183
prohibición de lo que llama «robots asesinos» a los sistemas que en el futuro serán capaces
de elegir y disparar sobre objetivos sin ninguna intervención humana96. También destaca
la de Elon Musk, presidente de Tesla, que ha lanzado una iniciativa cuyo objetivo es que
la inteligencia artificial tenga siempre como finalidad el ser beneficiosa para la
humanidad.
Por los medios de comunicación, por la ciencia ficción y, también, es importante decirlo, por la
proyección psicológica de nuestros miedos… Les otorgamos demasiadas características humanas… No
hay que olvidar que los ordenadores son diseñados por nosotros; no evolucionan solos. Esa es la
diferencia (Bengio, 2018, p. 8).
Quizá lo que ocurre es que se está manteniendo el prejuicio de asignar a la IA, y a los
sistemas de armas apoyados en ella, el que va a reflejar la misma o mayor malevolencia
con la que ha actuado el ser humano.
La sensibilidad ética la deben tener los que diseñan las máquinas, que seguramente no
podrán llegar a tener ni el sentido común de los humanos ni tomar decisiones apoyadas
96
Una carta firmada en 2015 por más de 3000 científicos y personalidades finaliza: «En resumen, creemos
que la IA tiene un gran potencial para beneficiar a la humanidad de muchas formas, y el objetivo debe ser
ese. Comenzar una carrera de armas en IA es una mala idea, y debería ser prevenida por una prohibición
en sistemas de armas ofensivas utilizadas sin un control humano significativo».
https://futureoflife.org/open-letter-autonomous-weapon . La ambigüedad de la frase y el hecho de que no
existe una clara diferencia entre armas defensivas y ofensivas muestran la ingenuidad bienintencionada de
sus autores.
184
en un juicio moral basado en valores, pero no debemos olvidar que los humanos, en
determinados ambientes y esferas de acción del campo de batalla, también cometemos
errores cuya disminución y eliminación es un objetivo por mejorar, también desde la
perspectiva ética, y a ello pudiera ayudar la IA97.
Cuestión central para considerar éticamente es la autonomía de los sistemas, que lleva
funcionando en diversos grados más de 70 años, y el control que sobre ellos ejerce el ser
humano, que no puede hacer dejación de responsabilidad, en relación con los resultados
de las acciones ejercidas como armas que llegan a ser letales. Ante los posibles fallos en
la competencia y las decisiones tomadas por máquinas, el nivel de control humano
exigido por la ética debe ser tal que siempre haya un individuo responsable y que la
rendición de cuentas por sus acciones y decisiones sea verificable.
97
El sentido común en las máquinas sigue estando fuera del alcance de la IA. Definido como «la capacidad
básica de percibir, comprender y juzgar cosas que son compartidas por casi todas las personas y que se
puede esperar razonablemente de casi todas las personas sin necesidad de debate», DARPA tiene en
desarrollo un programa: el Machine Common Sense que busca abordar el desafío de articular y codificar el
razonamiento humano del sentido común para máquinas inteligentes (APTIE, 2018, 19 diciembre).
98
El concepto de sistemas de armas debe comprender todos los elementos que lo forman: plataforma de
lanzamiento, sensores, equipos de comunicación, procesadores y la propia munición.
185
La autonomía de los sistemas99 debe tener en cuenta las dimensiones que puede
alcanzar. A este respecto Scharre (2019, pp. 26-34) menciona 3 como las más relevantes:
A los efectos de este trabajo nos parece interesante las definiciones apuntadas en una
Directiva del Departamento de Defensa USA (DoD, 2012, pp. 13-14):
- Sistema de armas autónomo: un sistema de armas que, una vez activado, puede
seleccionar y atacar objetivos sin intervención posterior de un operador humano.
Esto incluye sistemas de armas autónomos supervisados por humanos que están
diseñados para permitir que esos operadores tengan la capacidad de intervenir y
finalizar los ataques, incluyendo el caso de un fallo del sistema de armas, antes de
que ocurran niveles inaceptables de daño.
- Sistema de armas semiautónomo: un sistema de armas que, una vez activado, solo
puede seleccionar y atacar objetivos que han sido seleccionados por un operador
humano.
99
Ya en un informe de 2011 del DoD de USA se menciona la evolución de cuatro tipos de autonomía:
operada por humanos, delegada a humanos, supervisada por humanos y completamente autónoma.
https://ndiastorage.blob.core.usgovcloudapi.net/ndia/2011/MCSC/...
186
De aquí, una vez más, la importancia de la ética militar en los futuros conflictos que
se abren a nuestros ojos. Para este caso, la discusión ética parece se centra entre la postura
utilitarista (consecuencialista) de que la decisión correcta se debe centrar en los resultados
de las acciones y la ética deontológica regida por la bondad innata de las acciones
independientemente de sus resultados.
100
«Significativo», «efectivo» o «apropiado» son términos también utilizados por el Comité Central de la
Cruz Roja para designar el tipo y grado de control que preserva la decisión y responsabilidad moral del ser
humano en decisiones para usar la fuerza [letal]. (ICRC, 2018, p. 2). Esta expresión «fue acuñada en 2013
por la organización no gubernamental Article 36 y se ha extendido progresivamente por los distintos foros
que tratan lo relativo a los sistemas de armas autónomos en todas sus vertientes (militar, técnica, jurídica,
ética y gubernamental)» (Jiménez-Segovia, R., 2019, P.24)
187
autonomía según el ámbito que se considere: autonomía respecto a la relación de mando
y control entre hombre y máquina; autonomía en relación con la propia complejidad o
«inteligencia» de la máquina; y autonomía respecto al tipo de decisión que la máquina va
a tomar independientemente (Scharre y Horowitz, 2015, pp. 5-8).
En sentido amplio, parece que la IA no debería ser utilizada para reemplazar la toma
de decisiones que hacemos los humanos cuando los asuntos son difíciles desde la
perspectiva ética y tenemos que basarnos en juicios morales como es el caso de la
evaluación de la proporcionalidad de un ataque militar. Recordemos el principio de
proporcionalidad «que no aparece recogido expressis verbis en los textos convencionales
reguladores de los conflictos armados, aunque sí viene reflejado en diversas disposiciones
de esos textos» (Pérez, 2017, p. 40).
Todas las épocas han desarrollado y ejecutado la acumulación de información para que
el mando militar pueda adoptar decisiones que se pretenden racionales y que, también
tienen que ser legales y éticas. Con la IA se obtendrán los «datos aristocráticos» que mejor
describen la realidad que interesa y dejen de lado la información que produce ruido y que
origina decisiones y juicios casuales y no causales.
101
El cisne negro es un suceso que se caracteriza por los siguientes atributos:
188
La de proporcionalidad es posiblemente la más compleja de las reglas a satisfacer en
sus requerimientos éticos y cuya evaluación y toma de decisión implica complejos
procesos psicológicos hoy por hoy fuera del alcance de la IA, aunque alguno postula que
quizá algún día se llegue a máquinas con autoconciencia, capaces de predecir
comportamientos y sentimientos ajenos, como se apunta en otro apartado de este trabajo.
189
(«munición merodeante») como el sistema israelí anti-radar Harpy 2 sería un
ejemplo102.
Es claro que en todos los casos anteriores hay un control humano inicial en el diseño
y programación. Con la IA al problema del error o mal funcionamiento se le añade el de
la autoprogramación que el sistema autónomo pueda llevar a cabo gracias al aprendizaje
automático, escapando aún más al control y la necesidad de responsabilidad humana.
Pero también es posible hacer un mal uso de la IA, y a nuestro objeto interesa
especialmente considerar la posibilidad de llegar a «crear armas letales autónomas»
apoyadas en los desarrollos que está teniendo la IA. Por esto resulta de particular interés
este nuevo concepto de Sistemas de Armas Letales Autónomas (SALAS en español y
LAWS en inglés: Lethal Autonomous Weapon Systems), que algunos refieren como
robots asesinos y otros dicen serán la punta de lanza de la ««séptima revolución militar».
En realidad, son robots inteligentes o dispositivos de robótica inteligente que según la
organización Human Rights Watch serían «armas completamente autónomas que pueden
seleccionar y entablar combate contra objetivos sin intervención humana» y que deberían
ser prohibidos (HRW, 2012, p. 1).
Como indica Irene Savio (2017), estos sistemas tienen el riesgo de ser utilizados en el
futuro como armas que podrían tomar la decisión de herir o matar, de forma independiente
a cualquier control del ser humano, existiendo en la actualidad un vacío en el Derecho
Internacional Humanitario.
102
Para Scharre, el drone Harpy israelí ha cruzado la línea que lleva a la autonomía completa. «A diferencia
del drone Predator, que es controlado por un humano, el Harpy puede vigilar una amplia área en busca de
radares enemigos y, una vez encuentra uno, destruirlo sin pedir permiso» (Scharre, 2019, p.5). Aquí aparece
uno de sus problemas: ¿y si hay un hombre al lado del misil?
190
en el marco de la Convención de 1980 sobre las Prohibiciones o Restricciones en el uso
de Ciertas Armas Convencionales (Certain Conventional Weapons: CCW, en inglés),
diversas reuniones de un Grupo de Expertos Gubernamentales sobre la tecnologías
Emergentes en el Área de los Sistemas de Armas Autónomos Letales para lograr un marco
regulador internacional (Naciones Unidas, 2019, Informe CCW/GGE.1/2019/3), o
incluso una prohibición total de los mismos.
191
• Es esencial para cumplir con las obligaciones del Derecho Internacional
Humanitario en el uso de estos sistemas, apoyado en la información disponible
en el momento.
• En cualquier caso, los civiles y los no combatientes están protegidos por los
principios derivados de la costumbre, el principio de humanidad y los dictados
de la conciencia pública.
• Algunos Estados defienden que estos sistemas reducen el error humano y
aumentan la precisión de los ataques por lo que su utilización es compatible con
el Derecho Internacional Humanitario, mientras que otros demandan una
utilización basada siempre en el juicio humano.
Desde la ética militar las acciones llevadas a cabo por sistemas de armas autónomos
letales, y más si están basados en la IA, exigen el control y la supervisión de humanos,
únicos a los que se les puede exigir responsabilidad sobre sus acciones, y se comparte la
opinión de la organización Human Rights Watch, cuando expresa:
Armas completamente autónomas carecen de cualquier emoción que les pueda producir
remordimiento si algún otro [humano] es castigado por sus acciones. Por lo tanto, el castigo de otros
intervinientes no haría nada para cambiar la conducta del robot (HRW, 2012, p. 1).
Son una piedra angular conceptual y técnica de muchos sistemas. Estos sistemas incluyen
arquitecturas de aprendizaje que hoy presentan algunas de las cuestiones más peliagudas sobre
reemplazar el juicio humano con elecciones producidas algorítmicamente (Lewis, Blum y Modirzadek,
2016, p. vii, traducción propia).
192
algoritmo aprende en el proceso y por la experiencia que va teniendo, hace que se resienta
la predictibilidad de su acción y objetivo, pudiendo quedar fuera del control humano.
En las fases iniciales de su diseño se puede testar, verificar y validar, pero estos
procesos deberían continuarse a lo largo de toda la fase de aprendizaje de la máquina. Si
no es así, el sistema se puede convertir en impredecible y la identificación y selección de
objetivos militares, por ejemplo, devenir en ilegal y por supuesto no ética.
Pero los riesgos que se presentan tampoco son menores. Para alguno, con los
algoritmos «la posibilidad de reemplazar el juicio humano con decisiones basadas en
algoritmos ˗especialmente en guerra˗ amenazan lo que muchos consideran es lo que nos
define como humanos» (Lewis et al., 2016, p. x, traducción propia). Para otros, incluso
el liderazgo militar será cuestionado:
Es claro que en todos los casos anteriores hay un control humano inicial en el diseño
y programación. Con la IA al problema del error o mal funcionamiento se le añade el de
la auto programación que el sistema autónomo pueda llevar a cabo gracias al aprendizaje
automático, escapando aún más al control y la necesidad de responsabilidad humana.
193
5.6. ¿El avance de la inteligencia artificial hacia los robots “éticos”?
Por otro lado, y en sentido favorable a estos desarrollos, se argumenta que además de
evitar muertes militares causadas por el conflicto, las máquinas no estarían sujetas al
instinto de supervivencia ni al influjo de emociones, como la ira, el temor o la venganza.
Se deduciría la mayor dificultad de cometer actos ilegales o no éticos participando en
conflictos y guerras.
Para este autor hay un pesimismo tecnológico que considera infundado y sostiene que
el avance científico llegará al diseño de máquinas con una gran «sensibilidad» hacia los
asuntos que importan desde la ética. Para ello también considera imprescindible el trabajo
conjunto de «filósofos» e «ingenieros» desde el diseño de los sistemas apoyados por la
IA, de forma que:
Las diferentes clases de rigor que proporcionan filósofos e ingenieros son necesarias para informar la
construcción de máquinas, de forma que, cuando se incrusten en sistemas bien diseñados para la
interacción hombre-máquina, producen decisiones razonables moralmente, incluso en situaciones en las
que las leyes de Asimov llevarían a un punto muerto (Allen, 2011, p. 6, traducción propia).
En el campo militar, científicos como Ronald Arkin consideran que los robots con
capacidad letal pueden llevar a cabo su trabajo de forma más eficiente y también más
ética que los soldados humanos. Para este científico hay una fundada esperanza de que si
estos sistemas son diseñados apropiadamente y utilizados adecuadamente se pueden
reducir los daños colaterales e incluso:
Cuando se trabaje en una unidad orgánica de soldados humanos y sistemas autónomos, los robots
tienen el potencial de monitorizar la conducta de todas las partes en el campo de batalla de forma
independiente y objetiva e informar de las infracciones que puedan ser observadas. Su presencia por si
sola podía llevar a una reducción en las infracciones éticas de los humanos (Arkin, 2009, pp. 30-33,
traducción propia).
La principal idea de Arkin es que estos sistemas puedan diseñarse con determinadas
restricciones (como evitar que gracias al machine learning los sistemas se programaran
sin diferenciar los objetivos), que salvaguardarían el respeto a las reglas éticas y al
194
Derecho Internacional Humanitario en el campo de batalla sin el riesgo del fallo humano
que puede llevar al acto ilegal y, sobre todo, inmoral, en el desarrollo de las operaciones
militares.
A lo anterior habría que añadir las ventajas que sin duda tiene el uso de sistemas de
armas y robóticas dirigidas por la IA, como serían las de menor vulnerabilidad a ciertas
armas como las químicas y biológicas, reducción de bajas y del riesgo a que se exponen
los humanos (que en última instancia podría llevar a plantear la utilización de armas no
letales, como la tecnología de «denegación activa» que produce un calor incapacitante,
pero no quemaduras), menor coste, proporcionar mayor libertad de acción y fortaleza, y
reducción del error en los ataques a objetivos militares.
Dado que los robots soldados estarían programados para matar, obedecer órdenes de
superiores (recordemos que el combatiente tiene el derecho y el deber de no obedecer
órdenes que supongan un acto ilegal o sean manifiestamente inmorales) y no tener
preocupación por su propia supervivencia, en ese hipotético modelo ético traducido en
los algoritmos y las instrucciones de programación del robot, se debería incluir la
posibilidad de que estos sistemas pudieran abandonar la misión ante circunstancias
imprevistas y sobrevenidas, ya que si llegaran a ejecutarla tendría la consideración de
inmoral o ilegal. Y todo ello gracias a que los robots podrían procesar más información,
más rápido y de forma más completa que los humanos antes de utilizar la fuerza letal y,
además, no están influenciados por emociones humanas como el miedo o la ira.
195
Otros autores como McGinnis también defienden que armas robóticas con una fuerte
IA serían capaces de superar todos los problemas éticos, de forma que:
Robots guiados por IA en el campo de batalla podrían realmente producir menos destrucción,
convirtiéndose en una fuerza civilizada en guerras, así como una ayuda a la civilización en su lucha
contra el terrorismo (McGinnis, 2011, p. 4, traducción propia).
- Diseñar mecanismos que aseguren el control humano para desactivar a las máquinas
cada vez más autónomas. Esto debería incluir controles de seguridad que eviten a
todo tipo de “hackers” que puedan hacerse con el control o reprogramar las
máquinas; construir múltiples redundancias en los sistemas (resiliencia); y
196
- Mantener la información recogida en un sistema que esté fuera del alcance general
para evitar su mal empleo, pero que permita el acceso por parte de las autoridades
públicas.
Los oponentes de los killer robots defienden la significativa mayor eficacia de los
robots en el cumplimiento del Derecho Internacional Humanitario y se aventuran a
plantear la siguiente cuestión «¿Podría llegar a establecerse una obligación legal y ética
para utilizar killer robots en lugar de killer humans?» (Brooks, 2016, p. 137, traducción
propia).
Otras iniciativas que abordan estas cuestiones éticas relativas a los sistemas de IA en
general y que propugnan «diseños éticamente orientados» para los mismos son la
“Iniciativa Global sobre Ética de los Sistemas Autónomos e Inteligentes” del Institute of
Electrical and Electronics Engineers u otros trabajos del Future of Life Institute.
El problema ético y la exigencia de tener un human in the loop se resolvería con los
HAND, pues el operador no presenta los problemas de gestión de interfaces, los errores
197
en sensores propioceptivos o táctiles y el sistema funciona a voluntad de un operador que
asume las responsabilidades de sus acciones.
Ya se ha expuesto que la cuestión central de quién puede dar la orden de matar y que
sea moralmente permisible es central en la ética militar. Y para los teóricos de la ética,
que pretenden que las guerras respondan a una justa causa, esa admisibilidad moral se
debe fundar en el respeto a los principios de necesidad, proporcionalidad y distinción o
inmunidad de los no combatientes cuando en la lucha se intentan conseguir los objetivos
militares y se pelea por preservar la vida propia.
Sin embargo, el desarrollo hacia esos sistemas continúa, apoyándose en razones como
la posibilidad de su uso con armas no letales o la necesidad de contrarrestar las acciones
asimétricas de enemigos más débiles, que siempre se han utilizado en la historia de la
guerra.
Ante todos estos desarrollos futuros que la IA podría introducir en robots y sistemas
de armas a los que se pretende dotar de restricciones éticas en su arquitectura algorítmica,
las objeciones que se presentan se expresan a continuación resumiéndolos en dos grandes
apartados:
198
que sean los robots autónomos armados los que se impliquen en el combate,
tolerando que sean ellos los que tomen las decisiones y pretendiendo olvidar la
responsabilidad humana esencial en la utilización de la fuerza letal. En esta línea,
en muchas operaciones modernas un objetivo esencial es ganar «la mente y los
corazones» de las poblaciones locales en las que despliegan fuerzas, pues es la única
forma de que el combate tenga legitimidad, y ello suele implicar el aumento del
riesgo en las tropas propias. Que sean robots muy previsiblemente arruinaría la
consecución de ese objetivo.
La justificación dada para esta modificación genética, aún en fase experimental y que
según expertos podría producir problemas consecuencia de la mutación genética en el
futuro a las niñas, es que lo realizado es «abrir una igualdad de oportunidades para tener
familias sanas»103 y que se trata de crear niños sanos y no producir otras modificaciones.
Por otro lado, y aunque es el primer caso conocido de mutación genética de embriones
humanos sanos, el caso nos lleva directamente a la posibilidad no sólo de mejorar la salud
evitando enfermedades, sino de potenciar las capacidades humanas en aspectos como la
inteligencia, la potencia física o la resistencia y control del dolor y otras emociones.
103
VIDAL, M. (2018, 27 de noviembre). Científicos chinos dicen haber creado dos bebes con ADN
modificado, EL PAÍS, p. 27.
199
(Shunk, 2015, pp. 39-46). Como se ha indicado, la genética es una de las ciencias que
junto a otras como la biogenética, biotecnología, nanotecnología, robótica, inteligencia
artificial o neurotecnología se desarrollan e invitan a mejorar las potencialidades del
combatiente.
No podemos dejar de lado que, también como requisito ético, el mando militar debe
procurar proporcionar a sus subordinados las mejores capacidades y reducir al mínimo
posible la exposición al riesgo en el combate y aumentar la mejora de la supervivencia,
intentando llegar a cero bajas.
Pero, además, la ciencia nos ha enseñado que sus avances son imparables y las
consideraciones éticas y morales solo de forma muy limitada han supuesto un freno en su
desarrollo. También en el ámbito militar los avances tecnológicos se han incorporado y
«son muchos los ejemplos de inventos aplicados al campo militar que, debidamente
empleados, han dado la victoria al primero en disponer de ellos» (Baqués, 2013, p. 119).
Con estas consideraciones previas llegamos al problema central que se refiere a los
múltiples desafíos éticos que planea la potenciación, incluso genética, de los soldados. Es
muy necesario considerar seriamente esta posibilidad antes de que los avances se
consoliden y las posibles reacciones sean reactivas e insuficientes. La ética militar
también contribuye a poner de manifiesto la naturaleza de algunos de los problemas éticos
104
Los exosuits se diferencian de los exoesqueletos, como recoge Mohino: «Algunos autores diferencian
entre Exoesqueletos y Exosuits. La principal diferencia viene dada por que estos últimos no soportan carga,
sino que ayudan a las articulaciones a facilitar el movimiento y reducir la fatiga aumentando la resistencia
y ahorrando energía» (Mohino, 2019, p. 30).
200
(y legales) que se nos vienen encima y la conveniencia de empezar a considerarlos para
plantear acuerdos y soluciones.
Por otro lado, esos soldados del futuro podrían asumir mayores riesgos e impulsar a
otras unidades y compañeros a compartirlos, a pesar de que carecen de esas capacidades.
Pensemos en un piloto militar potenciado combatiendo, y arriesgando, en una escuadrilla
donde no todos tienen su destreza y capacidad.
Lo cierto es que la manipulación del cerebro humano ya era puesta de manifiesto por
Rodríguez-Delgado en 1975 y alertaba de los riesgos de su mal uso y la necesidad de
encauzar este desarrollo. «En la planificación del hombre futuro, la manipulación cerebral
puede ser mucho más peligrosa que la energía atómica, si unos grupos llegasen a dirigir
nocivamente a otros» (Fundación Juan March, 1975, p. 30).
Ya entonces, este científico español alertaba de los peligros de robotizar al ser humano,
algo que podría llevar a la programación de conductas desde un ordenador enviando las
órdenes a distancia. En el campo de batalla, el jefe podría dirigir la acción desde su puesto
201
de mando, controlando así a sus subordinados que perderían su capacidad de tomar
decisiones con las graves implicaciones éticas (y legales) que conlleva la perdida de
libertad de comportamiento, además de la trasformación del soldado en un combatiente
robotizado enajenado de su condición humana.
105
https://www.foxnews.com/tech/army-details-future-tactical-war-network
202
En todo caso, las nuevas tecnologías plantean unos desafíos éticos, como los que han
sido mencionados, que deben resolverse, pues cabe esperar «que el soldado potenciado
aparezca en la escena guiado por nuestra ética y no por la tecnología» (Shunk, 2015, p.
46).
Los asuntos éticos que emergen en el diseño, desarrollo y utilización de las tecnologías
robóticas son reales y muy dignas de tomar en consideración. Por razones éticas 107 y de
legitimidad democrática los ciudadanos y la sociedad deben implicarse en el debate y ser
conscientes de los riesgos y los desafíos que implican. Considerar la influencia de la
inteligencia artificial y la robótica en la evolución y el desarrollo de nuestra especie, no
como algo propio de la ciencia ficción, permitirá prevenir desarrollos inesperados e
indeseados en el futuro108.
106
El documento “Doctrina para el empleo de las FAS”, recoge: «La rápida evolución científica,
tecnológica y social obliga a valorar los aspectos éticos del futuro entorno de seguridad, derivados
principalmente del desarrollo de la robótica, la biotecnología, los sistemas autónomos, las actividades
llevadas e a cabo en el ciberespacio, el combate urbano y la difusa separación entre combatientes y no
combatientes» (Doctrina para el empleo de las FAS, 2018, PDC-01(A), p. 20, https://iugm-es/wp-
content/uploads/2019/03PDC-01-COMPLETO_L.pdf ).
107
En el Preámbulo del Protocolo Adicional II a las Convenciones de Ginebra se recoge la denominada
cláusula Martens, ya mencionada en esta tesis: «Recordando que, en los casos no previstos por el derecho
vigente, la persona humana queda bajo la salvaguarda de los principios de humanidad y de las exigencias
de la conciencia pública». La IA y los sistemas autónomos introducen sin duda casos no previstos hasta
ahora.
108
Recordemos que existe una corriente, el transhumanismo, que promueve que la tecnología puede
mejorar al ser humano y sus capacidades de forma extraordinaria y avanzar en la búsqueda de la
inmortalidad. El avance de las tecnologías informáticas y de la biotecnología ha llevado a los defensores
de esta corriente a postular que llegará el día en que los ordenadores adquirirán conciencia de sí mismos y
se producirá una fusión entre inteligencia artificial y humana. Adviértase que, en ese camino de integración
con máquinas mediante la incorporación de implementos robóticos, la propia naturaleza de la condición
humana se modifica y en esa evolución se podría llegar a una nueva especie humana y la desaparición de
la actual (Diéguez, A., 2018, pp. 22-31). Ese ser poshumano con un cuerpo en el que estarían perfectamente
203
Merece la pena considerar, en este momento, la importancia del ámbito cognitivo y su
creciente papel en el campo de batalla como uno de los ámbitos de las operaciones junto
al ciberespacio, el espacio ultraterrestre y los tradicionales ámbitos físicos terrestre, naval
y aéreo. Ámbito, el cognitivo, «muy cercano a la esencia intelectual y espiritual del ser
humano (pues alimenta sus valores, actitudes, conciencia, educación, perjuicios,
percepciones, etc.)»109.
Los resultados más destacados, expresados de forma resumida, se refieren a que todos
los tipos de SALAS deberían ser prohibidos internacionalmente (67 por ciento), así como
su utilización y desarrollo (56 por ciento); no deben ser usados para propósitos ofensivos
(85 por ciento); se deberían utilizar sistemas de armas operados remotamente en lugar de
204
SALAS (71 por ciento); y preferirían ser atacados por sistemas operados remotamente
antes que por esos sistemas (60 por ciento).
Aspectos adicionales relevantes son el que hay un 20 por ciento que desconfía de que
la tecnología sea lo suficientemente robusta para llevar a cabo esos cometidos; un 14 por
ciento cree que la probabilidad de que caiga en manos equivocadas es enorme; y un 12
por ciento manifiesta su preocupación por la asignación de responsabilidad cuando un
arma autónoma cometa un error que cueste vidas humanas.
205
La contención y el esfuerzo de las sociedades democráticas en evitar, contener y
regular las guerras, dentro de normas legales y éticas, continúan teniendo un apoyo
mayoritario de los ciudadanos de aquellas sociedades. La popularidad en el empleo de la
IA y de las máquinas inteligentes sigue siendo reducida, a pesar de la ventaja de disminuir
drásticamente la pérdida de soldados que pudieran implicarse en conflictos bélicos.
Máquinas y robots van a marcar las guerras del futuro. Doctrinas, estrategias, planes y
operaciones aún están por establecerse e incluso es muy probable que en el desarrollo
futuro de esos conceptos las máquinas estén llamadas a desempeñar un papel
determinante. Las tendencias prospectivas adelantan la mudanza de seres humanos a
máquinas también en la realidad social de conflictos y guerras.
Los avances científicos, algunos impensables hace pocos años, están transformando
las Fuerzas Armadas. Ello exige cambios orgánicos y doctrinales, impone nuevas
misiones, demanda mejores instrumentos y reclama apertura de las mentalidades.
Podemos concluir que la IA cambiará el carácter de la guerra, siendo los cambios más
visibles en los niveles táctico y operacional.
206
de los soldados y marineros ante el combate. Por ello, se modifican las conductas en
misiones de combate y de apoyo al combate y, por supuesto, en misiones de paz.
Los nuevos conflictos del siglo XXI, inspirados por el desarrollo científico y
tecnológico, necesitan una modificación de los principios legales y éticos que inspiraron
las guerras y conflictos del siglo XX, pues nuevas armas y tipos de combate aparecen y
cuestionan la validez de aquellos, así como nuevas sensaciones y sentimientos que se
añaden a las crudas emociones y pasiones que tradicionalmente han implicado al
combatiente.
En su control y dirección habrá que tener en cuenta, además, que muy frecuentemente
el enemigo al que se enfrenta no tendrá, previsiblemente, ninguna restricción ética ni legal
en sus acciones y medios de combate.
Desde un punto de vista ético, las sociedades occidentales se han impuesto contención
a la hora de implicarse en conflictos bélicos, y las reglas jurídicas se aplican con rigor
creciente. Una consecuencia importante es que la utilización de sistemas autónomos y
otras máquinas letales no debe producir una disminución del rigor y de la relevancia de
los códigos morales con que la civilización occidental, incluyendo su tecnología, ha
avanzado. La ética es de los hombres y son los principales afectados, por lo que debe
avanzar en paralelo con la ciencia teniendo en el centro de sus objetivos al ser humano111.
Una conclusión que nos parece evidente es que el uso de la IA en sistemas autónomos
y robóticos está éticamente justificado en el principio del riesgo innecesario y el deber
moral de evitar la exposición arriesgada al combatiente en un conflicto justo y legal.
«Vamos a compartir la toma de decisiones con las máquinas, y ellas minimizarán los
riesgos que pedimos correr a nuestros soldados» (Ortega, 2016, p. 198). Sin duda, esto
puede llevar a un cambio en los valores que constituyen el ethos militar tradicional de las
Fuerzas Armadas, lo que constituye otra muestra de ese cambio en las características de
la guerra en esta sociedad posheroica.
111
A este respecto, la filósofa Adela Cortina nos advierte que cualquiera que sea el desarrollo de los avances
tecnológicos, debe tener en cuenta que estos están al servicio del ser humano, de modo que «la razón moral
debe ir por delante de la razón técnica» (Cortina, 2018, p. 13).
207
verificabilidad de sus decisiones y consecuencias. Si es bastante claro que el combate
futuro tendrá un componente importante, y seguramente decisivo, en sistemas de armas
y robots, si la IA va a formar parte decisiva en la capacidad de decidir de las máquinas
autónomas, es necesario mantener y avanzar en reglas legales y éticas que sigan dando la
primacía en la decisión y el mantenimiento de la responsabilidad final en el uso de la
fuerza letal al ser humano. Y ello a pesar de lo legítimo que resulta pensar que el
desarrollo tecnológico puede contribuir, como ya lo ha hecho, a reducir las limitaciones
y errores del combatiente.
Aunque las guerras van a tener más componentes tecnológicos que nunca, estos van a
implicar a los seres humanos, a sus emociones y voluntades. Es el denominado dominio
cognitivo en el que la ética militar exige la adquisición de capacidades de reflexión y
toma de decisiones morales coherentes con la utilización de avanzados e inteligentes
sistemas de armas autónomos que no tendrán la competencia ética para decidir sobre el
uso de la fuerza letal.
Aunque para muchos la máquina no será capaz de desarrollar lo más propio al ser
humano, el sentido común asociado a su inteligencia y la decisión ética basada en valores,
por lo que el temor al robot asesino estaría infundado, podemos imaginar al menos como
asunto de ficción y, en consecuencia, tomar medidas para evitarlo, la posibilidad de que
algún día la ciencia de la IA desarrolle máquinas que escapen al control y se trasformen
en algo más inteligente que el propio ser humano, pudiendo diseñar y construir otros
artilugios por su cuenta.
Las guerras son de tal importancia y los esfuerzos de las sociedades en evitarlas son
un asunto tan grave, que la mayor implicación en ellas de las máquinas, incluso si el
riesgo de pérdidas de soldados se reduce drásticamente, debe ser cuidadosamente
considerada.
208
Como se ha puesto de manifiesto en otras circunstancias, los avances militares en este
aspecto también terminarán influyendo en el mundo civil, siendo un claro ejemplo los
vehículos autónomos inteligentes y las dificultades éticas asociadas a su programación,
que deberá establecerse teniendo en cuenta los problemas que en la toma de decisiones
puede acarrear decidir si en caso de necesidad se atropella a una persona mayor o a un
joven, por citar solo un ejemplo.
Es a través de la ética militar como debemos abordar las cuestiones que surgen
progresivamente en relación con diseño, desarrollo y utilización de las nuevas tecnologías
en el campo de batalla guiadas por la inteligencia artificial. Los ciudadanos, la sociedad,
y por supuesto, los militares, deben implicarse en el debate y ser conscientes de los riesgos
y los desafíos que se deben hacer frente. Las nuevas tecnologías disruptivas están
comenzando a influir en la evolución y el desarrollo del ser humano como especie y este
no es asunto de ciencia ficción, sino de un futuro que tenemos delante de nosotros y sobre
el que no debemos permitir proporcione resultados inesperados e indeseados.
La cuestión sería establecer si esas máquinas también podrían disponer del juicio moral
para convertirse en responsables de las acciones que adopten en el campo de batalla e
incluso si lucharían unas contra otras, convirtiendo a la guerra en un fenómeno
literalmente «inhumano». Entonces sí que podríamos afirmar la completa trasformación
de la naturaleza de la guerra que desde Clausewitz hemos considerado inmutable.
209
210
6. CONCLUSIONES
La guerra, ese fenómeno humano donde se ejerce violencia letal y que está
subordinado a la política en la tradicional caracterización de su naturaleza que nos da
Clausewitz, no solo justifica, sino que exige la reflexión ética específica sobre sus
elementos y características, sobre la institución en la que las sociedades delegan el uso de
la fuerza y sobre las personas que la integran.
Una inquietud que comienza a ser considerada en las instituciones militares de los
países occidentales, preocupados por la ética militar y la inclusión de sus análisis y
postulados en las características del combate, es que no existe la misma disposición en
rivales estatales y no estatales que no valoran ni tienen en consideración las reflexiones
éticas. Pero desde los postulados del desarrollo moral occidental que, con todas sus
limitaciones, ha avanzado en la consideración y respeto de la dignidad esencial del ser
humano y ha contribuido a la sistematización de un orden basado en los Derechos
Humanos, no resulta digno hacer dejación u olvido de los principios éticos de la guerra,
alcanzados con tanto esfuerzo, por mucho que rivales y enemigos no los tuvieran en
consideración.
Ante la guerra, que permanece presente en las relaciones entre los pueblos, existen dos
posturas. Una que afirma su fatal inevitabilidad y parte esencial de la condición humana
y otra en la que su ocurrencia y desarrollo responde a decisiones morales concretas de
seres humanos concretos que las toman voluntariamente.
211
Con el ius ad bellum, fundado especialmente en los Derechos Humanos y el ius in
bello, en las leyes de humanidad, nuestra especie ha desarrollado altas cotas de moralidad
que, sin duda con limitaciones, ha impregnado un Derecho Internacional que pretende
mantener la paz entre los pueblos.
Se ha establecido que la ética militar tiene entre sus características principales ser una
ética profesional, pero también ética de la virtud, ética deontológica y ética utilitarista.
Apoya al militar proporcionando soporte moral necesario para un buen ejercicio de sus
funciones, incluida la de ejercer la fuerza que produce destrucción y violencia letal; le
asiste en el incremento de sus principios, motivaciones y convicciones morales; le facilita
la evaluación ética de su conducta profesional; y le inspira conductas y actitudes para
superar las penalidades y sacrificios, en ocasiones máximos, que habitualmente demanda
la vida militar.
212
ética militar nos impulsa a mantener un máximo respeto por valores éticos y morales y
por los Derechos Humanos. Un uso apropiado y proporcionado de la fuerza es la mejor
forma de ganar la mente y los corazones del enemigo para que renuncie a la violencia y
obtener la paz.
Con la Carta de las Naciones Unidas en la que se prohíbe el uso de la fuerza, con las
excepciones de la legítima defensa y las decisiones del Consejo de Seguridad, parece que
se configura la paz como un imperativo categórico de base kantiana que puede estar por
encima de la promoción de la justicia y en la que la violencia no se admite por
considerarse inmoral, independientemente de que las consecuencias de su mantenimiento
a toda costa sean buenas o justas.
Esto entra en contradicción con el valor moral de una injerencia humanitaria ideal
entendida como principio de justa causa. Tal injerencia la consideramos moralmente
legítima cuando, además de estar apropiadamente motivada, significa la salvación de una
población civil indefensa y asediada y el esfuerzo de la intervención no produce
beneficios para el interviniente.
213
Naciones Unidas confiere y que resulta necesaria para el logro de los objetivos
perseguidos, por muy éticas y morales que se puedan considerar las justificaciones que
se han presentado a lo largo de la historia y, sobre todo, en los últimos decenios del siglo
XX y principios del XXI.
Existen razones éticas que no se pueden obviar cuando la defensa internacional de los
Derechos Humanos y del principio de humanidad no se respetan, lo que produce un grave
riesgo de comisión de atrocidades y crímenes contra poblaciones indefensas.
Los principios éticos han de continuar impregnando las relaciones internacionales. Son
las razones propias de nuestra condición de seres humanos y del principio de humanidad
las principales justificaciones que se deben considerar y que dan pleno sentido, desde la
ética militar, al concepto de la Responsabilidad de Proteger y su inclusión normalizada
en el Derecho Internacional, con todas las salvedades y condiciones que se consensuen
como necesarias.
214
no serlo en otra comunidad política, con lo que la posibilidad de abuso o intención no
recta cuando se interviene para paliar esos crímenes es un obstáculo real.
Parece claro que la modificación del actual Derecho Internacional Positivo es siempre
peligrosa y solo algunos países pueden asumir su implicación en una intervención
humanitaria que no tenga el consenso de Naciones Unidas. Por contra, la no intervención
también ha demostrado ser inmoral e inefectiva.
En este contexto, creemos confirmada nuestra primera hipótesis. Esto es, la existencia
de una ética militar permite controlar al individuo y a la institución militar en el respeto
a principios y valores, así como considerar las razones y justificaciones morales de
guerras y conflictos, tanto mientras se consolida de forma positiva ese Derecho
Internacional, como para influir en ese proceso, de forma que cuando llegue a su madurez
lo haga de acuerdo con parámetros, reglas, principios y valores éticos de aspiración y
alcance universal.
Los nuevos conflictos del siglo XXI, inspirados por el desarrollo científico y
tecnológico, necesitan una modificación de los principios legales y éticos que inspiraron
las guerras y conflictos del siglo XX, pues nuevas armas y tipos de combate aparecen y
cuestionan la validez de aquellos, así como nuevas sensaciones y sentimientos que se
añaden a las crudas emociones y pasiones que tradicionalmente han implicado al
combatiente.
En su control y dirección habrá que tener en cuenta, además, que muy frecuentemente
el enemigo al que se enfrenta no tendrá, previsiblemente, ninguna restricción ética ni legal
en sus acciones y medios de combate.
Desde un punto de vista ético, las sociedades occidentales se han impuesto contención
a la hora de implicarse en conflictos bélicos, y las reglas jurídicas se aplican con rigor
creciente. Una consecuencia importante es que la utilización de sistemas autónomos y
otras máquinas letales no debe producir una disminución del rigor y de la relevancia de
los códigos morales con que la civilización occidental, incluyendo su tecnología, ha
avanzado.
La ética, que aborda problemas complejos que incumben a la compleja naturaleza del
hombre y la mujer, los principales afectados, debe caminar en paralelo con los avances
215
que la ciencia produce en los sistemas de armas teniendo en el centro de sus objetivos a
los seres humanos.
Las guerras son de tal importancia y los esfuerzos de las sociedades en evitarlas
suponen un asunto tan grave, que la mayor implicación en ellas de las máquinas, incluso
si el riesgo de pérdidas de soldados se reduce drásticamente, debe ser cuidadosamente
considerada. Es a través de la ética militar como se deben abordar las cuestiones que
surgen progresivamente en relación con diseño, desarrollo y utilización de las nuevas
tecnologías guiadas por la inteligencia artificial.
216
La cuestión sería establecer si esas máquinas también podrían disponer del juicio moral
para convertirse en responsables de las acciones que adopten en el campo de batalla. La
principal es que los sistemas de armas, por muy eficientes que sean sus algoritmos, no
pueden tomar la decisión sobre la muerte de combatientes que pertenece en exclusiva al
ser humano. Como sentencia Scharre: «Tomar decisiones sobre la vida o la muerte en el
campo de batalla es la esencia de la profesión militar. Las armas autónomas no solo
plantean retos éticos abstractos- suponen un asalto directo al corazón de la profesión
militar» (Scharre, 2019, p. 293, traducción propia).
217
inseguridad dominará permanentemente las relaciones humanas sociales e
internacionales. Por esto es tan importante el esfuerzo que pueda desarrollar la ética
militar.
218
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