San Anselmo - Proslogion

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PROSOLOGIÓN

San Anselmo

PROEMIO

Haciendo caso finalmente a los ruegos de algunos hermanos (1), publiqué un opúsculo que
pudiese servir de ejemplo de meditación de los misterios de la fe a un hombre que busca en
silencio consigo mismo descubrir lo que ignora, me he dado cuenta que esta obra (2) tenía el
inconveniente de hacer necesario el encadenamiento de un buen número de raciocinios. Desde
ese momento comencé a pensar si no sería posible encontrar una sola prueba que no necesitase
para ser completa más que de sí misma y que demostrase que Dios existe verdaderamente; que es
el bien supremo que no necesita de ningún otro principio, y del cual, por el contrario, todos los
otros seres tienen necesidad para existir y ser buenos; que apoyase, en una palabra, con razones
sólidas y claras, todo lo que creemos de la substancia divina.

Al revolver con infatigable atención estos pensamientos en mi mente, me parecía unas veces
que iba a obtener lo que buscaba, y otras que la solución de esta dificultad se desvanecía para
siempre y enteramente de mi espíritu. Desesperado, por fin, de llegar a ello, decidí dejarlo como
algo cuya búsqueda era vana e imposible de obtener. En el temor de que este pensamiento
ocupando inútilmente mi espíritu, le apartase de otros objetos en el estudio de los cuales podía
hacer útiles progresos, quise alejarle completamente de mí. Pero cuanto más me defendía contra
esta idea y menos quería darle entrada, más me perseguía ella con una especie de importunidad.
Un día, pues, cansado ya de resistir a esta persecución importuna, en la lucha misma de mis
pensamientos, se ofreció la idea que ya desesperaba de encontrar, y la acogí con tanto
entusiasmo como cuidado había puesto en rechazarla.

Pensando en seguida que lo que yo había encontrado con tanto placer podría, si era
desarrollado por escrito, causar otro tanto al que lo leyese, escribí sobre este tema y algunos otros
el opúsculo siguiente, en el cual hago hablar a una persona que busca elevar su alma a la
contemplación de Dios y que se esfuerza en comprender lo que cree. Y como ni el primer tratado
ni éste me parecen merecer el nombre de libro, ni ser bastante considerables para que se colocase
al frente el nombre del autor, pero que, sin embargo, era necesario que tuviesen un título que
invitase a leerlos a aquellos en cuyas manos podrían caer, les puse uno a cada uno de ellos, y
designé al primero por estas palabras: Ejemplo de meditación sobre el fundamento racional de la
fe; y al segundo por éstas: La fe buscando apoyarse en la razón.

Pero como fueron transcritos después por varios con esos títulos, me persuadieron algunas
personas, y entre ellas el reverendo arzobispo de Lyón, Hugo, legado apostólico de la Galia, más
bien me ordenó con su autoridad apostólica que pusiera en él mi nombre. Para que esto fuera más
fácil, intitulé a uno Monologium, es decir, conversación conmigo mismo, y el otro Proslogium,
es decir, alocución.

CAPÍTULO I
Incitación del Espíritu a la contemplación de Dios

¡Oh hombre, lleno de miseria y debilidad!, sal un momento de tus ocupaciones habituales;
ensimísmate un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos; arroja lejos de ti las
preocupaciones agobiadoras, aparta de ti tus trabajosas inquietudes. Busca, a Dios un momento,
sí, descansa siquiera un momento en su seno. Entra en el santuario(3) de tu alma, apártate de
todo, excepto de Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarle; y "una vez cerrada la puerta"(4),
¡búscale! ¡Oh corazón mío! di con todas tus fuerzas, di a Dios: ¡Busco tu rostro, Señor, tu rostro
es lo que busco!(5)

Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío! , enseña a mi corazón dónde y cómo te encontrará, dónde y
cómo tiene que buscarte. Si no estás en mí, ¡oh Señor! , si estás ausente, ¿dónde te encontraré?
Desde luego habitas una luz inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa luz inaccesible?(6) ¿Cómo me
aproximaré a ella? ¿Quién me guiará, quién me introducirá en esa morada de luz? ¿Quién hará
que allí te contemple? ¿Por qué signos, bajo qué forma te buscaré? Nunca te he visto, Señor Dios
mío; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor omnipotente, este tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué
hará tu servidor, atormentado con el amor de tus perfecciones y arrojado lejos de tu presencia?(7)
Fatígase intentando verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es
inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y
jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi maestro, y nunca te he visto. Tú me
has creado y rescatado, tú me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
Finalmente, he sido creado para verte, y todavía no he alcanzado este fin de mi nacimiento.

¡Oh suerte llena de miseria! El hombre ha perdido el bien para el cual ha sido creado. ¡Oh dura
condición, oh cruel desgracia! ¡Ay! ¿Qué ha perdido y qué ha encontrado? ¿Qué se le ha
quitado? ¿Qué le ha quedado? Ha perdido la dicha para la cual había nacido, ha encontrado la
desdicha para la cual no estaba destinado. Ha visto desvanecerse lejos de él las condiciones
necesarias de la felicidad, y no le queda más que una desdicha inevitable. El hombre comía el
pan de los ángeles(8), ahora tiene hambre y come el pan del dolor(9), que ni siquiera conocía
entonces. ¡Oh duelo público de la humanidad, gemido universal de los hijos de Adán! Este padre
común gozaba en la abundancia, ahora gemimos en la necesidad; mendigamos, y él estaba en la
riqueza. Poseía felicidad; lo ha perdido todo y vive en las angustias de la miseria; como él,
estamos nosotros en la necesidad y el dolor; formamos deseos sellados con el carácter de
nuestros sufrimientos y, ¡ay! , no son satisfechos. Puesto que lo podía fácilmente, ¿por qué no
nos ha conservado un bien cuya pérdida debía sernos tan dolorosa? ¿Por qué nos ha cerrado el
acceso a la luz y nos ha rodeado de tinieblas? ¿Por qué nos ha quitado la vida para condenarnos a
muerte? ¡Desgraciados! ¿De dónde hemos sido arrojados? ¿Dónde hemos sido relegados? ¿De
dónde hemos sido precipitados? ¿En qué abismo hemos sido sepultados? Hemos pasado de la
patria al destierro; de la vista de Dios, a la ceguera en que nos hallamos; de la dulce
inmortalidad, a la amargura y el horror de la muerte. ¡Funesto cambio! ¡Qué mal tan horroroso
ha reemplazado a tan gran bien! ¡Pérdida lastimosa, dolor profundo, terrible reunión de miserias!

¡Cuán desgraciado soy, hijo infortunado de Eva apartado de Dios por el crimen! ¿En qué
empresa me he metido? ¿Qué es lo que he hecho? ¿Dónde iba? ¿A dónde he llegado? ¿Qué es lo
que yo pretendía? ¿A qué término he llegado? ¿Quién suscita mis suspiros? He buscado la
dicha(10), y la consecuencia ha sido la agitación(11). Yo quería ir hasta Dios, y no he encontrado
más que a mí mismo. Buscaba el descanso en el secreto de mi soledad, y no he encontrado en el
fondo de mi corazón más que dolor y tribulación(12). ¿Quería alegrarme con toda la alegría de
mi alma? Me veo obligado a gemir con los gemidos de mi corazón(13). Esperaba la felicidad, y
no he encontrado más que una triste ocasión de redoblar mis suspiros

Y tú, Señor, ¿hasta cuándo nos olvidarás? ¿Hasta cuándo apartarás de nosotros tu rostro?(14)
¿Cuándo volverás hacia nosotros tus miradas? ¿Cuándo nos escucharás? ¿Cuándo iluminarás
nuestros ojos? ¿Cuándo nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo accederás a nuestros deseos? Señor,
vuelve tus ojos hacia nosotros, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Sin ti no hay para
nosotros más que desdichas; ríndete a nuestros deseos para que la dicha nos venga de nuevo. Ten
piedad de nuestros trabajos y de los esfuerzos que hacemos para llegar hasta ti, sin cuyo socorro
no podemos nada. Tú nos invitas, ayúdanos. Señor, yo te suplico que la desesperación no
reemplace a mis gemidos; que la esperanza me permita respirar. Suplícote, Señor; mi corazón
está sumergido en la amargura de la desolación que lleva en sí; endulza su pena por tus
consuelos. Señor, empujado por la necesidad, he comenzado a buscarte; no permitas, te lo
suplico, que yo me retire sin quedar saciado. Me he acercado para apaciguar mi hambre; que no
tenga que volverme sin haberla satisfecho. Pobre como soy, imploro tu riqueza; desgraciado, tu
misericordia; que la negativa y el desprecio no sean el efecto de mi oración. Y si suspiro por la
llegada de ese precioso alimento (15), que al menos no me falte después de la prueba. Encorvado
como estoy, Señor, no puedo mirar más que la tierra; enderézame, y mis miradas se dirigirán
hacia los cielos. Mis iniquidades se han alzado por encima de mi cabeza, me rodean por todas
partes y me oprimen como una carga pesada (16). Desembarázame de estos obstáculos,
descárgame de este peso; que no me encierren en sus profundidades como en un pozo (17). Que
me sea permitido volver los ojos hacia tu luz desde lejos o del fondo de mi abismo. Enséñame a
buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No
puedo encontrarte si no te haces presente. Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te
encontraré amándote, te amaré encontrándote.

Reconozco, Señor, y te doy gracias, que has creado en mí esta imagen para que me acuerde de
ti, para que piense en ti, para que te ame. Pero esta imagen se halla tan deteriorada por la acción
de los vicios, tan oscurecida por el vapor del pecado, que no puede alcanzar el fin que se le había
señalado desde un principio si no te preocupas de renovarla y reformarla. No intento, Señor,
penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia;
pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree
y ama. Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender(18).
Creo, en efecto, porque, si no creyere, no llegaría a comprender(19).

CAPÍTULO II
Que Dios existe verdaderamente

Así, pues, ¡oh Señor! , tú que das la inteligencia de la fe, concédeme, en cuanto este
conocimiento me puede ser útil, el comprender que tú existes, como lo creemos, y que eres lo
que creemos. Creemos que encima de ti no se puede concebir nada por el pensamiento. Se trata,
por consiguiente, de saber si tal Ser existe, porque el insensato ha dicho en su corazón: No hay
Dios (20). Pero cuando me oye decir que hay un ser por encima del cual no se puede imaginar
nada mayor, este mismo insensato comprende lo que digo; el pensamiento está en su inteligencia,
aunque no crea que existe el objeto de este pensamiento. Porque una cosa es tener la idea de un
objeto cualquiera y otra creer en su existencia. Porque cuando el pintor piensa de antemano en el
cuadro que va a hacer, lo posee ciertamente en su inteligencia, pero sabe que no existe aún, ya
que todavía no lo ha ejecutado. Cuando, por el contrario, lo tiene pintado, no solamente lo tiene
en el espíritu, pero sabe también que lo ha hecho. El insensato tiene que convenir en que tiene en
el espíritu la idea de un ser por encima del cual no se puede imaginar ninguna otra cosa mayor,
porque cuando oye enunciar este pensamiento, lo comprende, y todo lo que se comprende está en
la inteligencia: y sin duda ninguna este objeto por encima del cual no se puede concebir nada
mayor, no existe en la inteligencia solamente, porque, si así fuera, se podría suponer, por lo
menos, que existe también en la realidad, nueva condición que haría a un ser mayor que aquel
que no tiene existencia más que en el puro y simple pensamiento. Por consiguiente, si este objeto
por encima del cual no hay nada mayor estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin
embargo, tal que habría algo por encima de él, conclusión que no sería legítima. Existe, por
consiguiente, de un modo cierto, un ser por encima del cual no se puede imaginar nada, ni en el
pensamiento ni en la realidad.

CAPÍTULO III
Que no puede pensarse que Dios no existe

Lo que acabamos de decir es tan cierto, que no se puede imaginar que Dios no exista. Porque
se puede concebir un ser tal que no pueda ser pensado como no existente en la realidad, y que,
por consiguiente, es mayor que aquel cuya idea no implica necesariamente la existencia. Por lo
cual, si el ser por encima del cual nada mayor se puede imaginar puede ser considerado como no
existente, síguese que este ser que no tenía igual, ya no es aquel por encima del cual no se puede
concebir cosa mayor, conclusión necesariamente contradictoria. Existe, por tanto,
verdaderamente un ser por encima del cual no podemos levantar otro, y de tal manera que no se
le puede siquiera pensar como no existente; este ser eres tú, ¡oh Dios, Señor nuestro!

Existes, pues, ¡oh Señor, Dios mío! , y tan verdaderamente, que no es siquiera posible pensarte
como no existente, y con razón. Porque si una inteligencia pudiese concebir algo que fuese mejor
que tú, la criatura se elevaría por encima del Creador y vendría a ser su juez, lo que es absurdo.
Por lo demás, todo, excepto tú, puede por el pensamiento ser supuesto no existir. A ti solo, entre
todos, pertenece la cualidad de existir verdaderamente y en el más alto grado. Todo lo que no es
tú, no posee más que una realidad inferior y no ha recibido el ser más que en menor grado. ¿Por
qué entonces el insensato ha dicho en su corazón: No hay Dios, cuando es tan fácil a un alma
racional comprender que existes más realmente que todas las cosas? Precisamente porque es
insensato y sin inteligencia.

CAPÍTULO IV
Cómo el insensato ha dicho en su corazón lo que no se puede pensar

Pero ¿cómo el insensato ha dicho en su corazón lo que no ha podido pensar o cómo no ha


podido pensar lo que ha dicho en su corazón, puesto que decir en su corazón no es otra cosa que
pensar? Y si se puede decir verdaderamente que lo ha pensado, puesto que lo ha dicho en su
corazón, y al mismo tiempo que no lo ha dicho en su corazón, porque no ha podido pensarlo, hay
que admitir que hay muchas maneras de decir en su corazón o pensar. Se piensa de distinto .
modo una cosa cuando se piensa la palabra que la significa o cuando la inteligencia percibe y
comprende la cosa misma. En el primer sentido se puede pensar que Dios no existe; en el
segundo, no. Aquel que comprende lo que es Dios, no puede pensar que Dios no existe, aunque
pueda pronunciar estas palabras en sí mismo, ya sin atribuirles ningún significado, ya
atribuyéndoles un significado torcido, porque Dios es un ser tal, que no se puede concebir mayor
que El. El que comprende bien esto, comprende al mismo tiempo que tal ser no puede ser
concebido sin existir de hecho. Por consiguiente, aquel que comprende estas condiciones de la
existencia de Dios, no puede pensar que no existe.

Gracias, pues, te sean dadas, ¡oh Señor! Porque lo que he creído al principio por el don que me
has hecho, lo comprendo ahora por la luz con que me iluminas, y aun cuando no quisiera creer
que existes, no podría concebirlo.

CAPÍTULO V
Que Dios es todo aquello que es mejor ser que no ser, y que, siendo el
único que existe por sí mismo, ha hecho todas las demás cosas de la nada
¿Qué eres tú, pues, ¡oh Señor Dios mío!, tú por encima del cual no se puede suponer nada
mejor? Y ¿quién puedes tú ser sino aquel que, existiendo solo por encima de todos por sí mismo,
lo ha hecho todo de la nada? Porque todo lo que no es este poder creador, es inferior a lo que
nuestro pensamiento puede comprender en su más alto concepto; pero estos pensamientos no
pueden ser concebidos de ti ni convenir a tu esencia. ¿Qué bien podría entonces faltar al bien
supremo, a ese bien del cual todo bien ha emanado? Eres, por tanto, necesariamente justo,
verdadero, feliz y todo lo que vale más que exista que no exista, porque vale más ser justo que no
serlo, ser feliz que no serlo.

CAPÍTULO VI
Cómo Dios es sensible aunque no sea cuerpo

Pero puesto que es mejor que seas sensible (capaz de sentir), omnipotente, misericordioso,
impasible, que carecer de todos estos atributos, ¿cómo eres sensible si no tienes cuerpo, y
todopoderoso si no puedes todo, o lleno de misericordia y a la vez impasible? Porque si
solamente los seres corporales son sensibles, porque los sentidos están extendidos por el cuerpo
y forman parte de él, ¿cómo puedes tú ser sensible si no eres cuerpo, sino espíritu supremo, y,
por lo mismo, mejor que el cuerpo? Es que, sin duda, sentir es conocer, porque el que siente
conoce según la propiedad de los sentidos, como los colores por la vista, los sabores por el gusto.
Con razón se dice, por tanto, que todo ser que de algún modo conoce, siente. Así, ¡oh Señor! ,
aunque no seas cuerpo, eres, sin embargo, soberanamente sensible, puesto que conoces en su ser
mismo todas las cosas, y no como un animal, que no conoce más que por los sentidos corporales.

CAPÍTULO VII
Cómo es omnipotente aunque muchas cosas no las pueda hacer

Pero ¿cómo eres omnipotente si no puedes todo, si no puedes corromperte, mentir ni hacer que
lo verdadero sea falso, que lo que está hecho no lo sea, y otras cosas semejantes? ¿Cómo puedes
todo, a menos, quizá, que poder hacer algunas de estas cosas no sea potencia, sino, por el
contrario, una verdadera impotencia? Porque el que puede hacer tales cosas puede hacer lo que
es funesto, lo que es contra su deber. Ahora bien, cuanto más poderoso es de esta manera, tanto
más poder tiene sobre él la adversidad y el mal y menos fuerza tiene él contra ellas. Semejante
facultad no es poder, sino impotencia. De hecho, no se dice que posee personalmente el poder,
sino que se deja que otros lo tengan sobre él; también es una manera de hablar, como cuando se
dicen muchas cosas impropiamente. Decimos, por ejemplo, ser por no ser, y hacer para expresar
una situación que consiste en no hacer o no hacer nada. Por ejemplo, respondemos a un hombre
que niega una cosa: Así es como usted dice, aunque más conveniente sería decir: La cosa, en
efecto, no es como usted dice que no es. También decimos: éste se sienta como este otro, o éste
descansa como hace este otro, aunque por sentarse entendamos no hacer una cosa, y por
descansar no hacer nada. Así, pues, cuando se dice de alguien que tiene poder de hacer o sufrir
algo que no le es provechoso o que no debe hacer, se entiende que es impotencia, aunque se
emplee la palabra potencia, porque cuanto más poderoso es en este sentido, tanto más fuertes son
contra él el infortunio y la perversidad, y él tanto más débil contra ellas. Así, pues, Señor Dios
nuestro, tú eres verdaderamente omnipotente, en el sentido de que no puedes nada en lo que es
fruto de la impotencia y de que nada prevalece contra ti.

CAPÍTULO VIII
Cómo es misericordioso e impasible
Pero ¿cómo puedes ser a la vez misericordioso e impasible? Pues si eres impasible no te
compadeces de nadie, y si no te compadeces de nadie tu corazón no se siente desdichado por
compasión del desdichado, que es lo que ser misericordioso significa. Y si no eres
misericordioso ¿porqué eres tan gran consuelo para los desdichados?

¿ Cómo puedes ser y no ser misericordioso, Señor, sino porque eres misericordioso conforme a
nosotros y no conforme a ti? Lo eres conforme a nuestro sentir, y no conforme al tuyo. Así,
cuando nos miras a nosotros, desdichados, sen timos el efecto de tu misericordia, pero tú no te
sientes afectado. y eres misericordioso porque salvas a los desdichados y perdonas a tus peca
dores, y no eres misericordioso porque no eres afectado por la compasión de ninguna desdicha.

CAPÍTULO IX
Como entera y sumamente justo, perdona a
los malos y se complace con justicia de ellos

Mas ¿cómo perdonas a los malos si eres total y sumamente justo? ¿Cómo tú, total y sumamente
justo, puedes hacer algo que no es justo? ¿Qué justicia es esta de dar la vida eterna al que merece
la muerte eterna? ¿En virtud de qué, Dios bueno, bueno para buenos y malos, en virtud de qué
salvas a los malos si esto no es justo; tú que no haces nada injusto?

¿Acaso porque tu bondad es incomprensible esto permanece oculto en la luz inaccesible en que
habitas? Verdaderamente es en lo más alto e íntimo de tu bondad donde permanece oculta la
fuente de donde mana el torrente de tu misericordia. Como eres total y sumamente justo, por eso
mismo eres benigno con los malos; ya que eres entera y sumamente bueno. Serías menos bueno
si no fueses benigno con algún malo, ya que el que es bondadoso con buenos y malos es mejor
que aquel que sólo es bueno con los buenos. y también es mejor el que es bondadoso castigando
y perdonando a los malos que el que sólo lo es castigándolos. Eres, pues, misericordioso porque
eres entera y sumamente bueno. Y, mientras que tal vez podemos ver por qué retribuyes con
bienes a los buenos y con males a los malos, causa un gran asombro que siendo tú entera y
sumamente justo, que no te falta nada, retribuyas también con tus bienes a los malos y culpables.
¡Oh, Dios mío, qué excelsa es tu bondad! Entrevemos de dónde proviene tu misericordia, pero no
alcanzamos a distinguirla. Vemos de dónde mana el río, pero no divisamos la fuente donde nace.
De la plenitud de tu bondad proviene que seas piadoso con tus pecadores, y en la excelsitud de tu
bondad se oculta la razón por la cual lo eres. En efecto, si por tu bondad retribuyes con bienes a
los buenos y con males a los malos, parece que lo exige la razón de la justicia. Pero cuando
retribuyes con bienes a los malos, a pesar de que sepamos que es el sumo bien el que lo quiere
hacer, nos asombramos de que el que es sumamente justo lo pueda querer.

¡ Oh misericordia, con qué abundante dulzura y con qué dulce abundancia afluyes a nosotros!
¡Oh inmensidad de la bondad divina, con cuánto afecto te tienen que amar los pecadores! Salvas
a los justos con la justicia que corresponde y verdaderamente liberas a los injustos de la jus ticia
que condena. A los primeros, por sus méritos; a los segundos, pese a sus faltas. A unos,
reconociendo los bienes que les has dado; a otros, ignorándoles los males que odias. ¡ Oh,
inmensa bondad que así excedes todo intelecto! ¡Que caiga sobre mí esta misericordia que con
tanta abundancia procede de ti! ¡Que afluya a mí lo que fluye de ti! ¡Perdona por tu clemencia
para no tener que condenar con justicia! Y, aunque es difícil entender de qué modo tu
misericordia coincide con tu justicia, es necesario creer que lo que se derrama abundantemente
de tu bondad no se opone a la justicia, pues no hay bondad sin justicia, sino que realmente
concuerda con ella. Pues si eres misericordioso porque eres sumamente bueno, y no eres
sumamente bueno sino porque eres sumamente justo, entonces eres en verdad misericordioso
porque eres suma mente justo. ¡Ayúdame, Dios justo y misericordioso cuya luz busco, ayúdame
a entender lo que digo! Verdaderamente, pues, eres misericordioso porque eres justo.

¿Tu misericordia nace pues de tu justicia? ¿Es por tu justicia, entonces, que perdonas a los
malos? Si es así, Señor, si es así, enséñame cómo es que sea así. ¿Acaso es porque es justo que
seas bueno de modo que no podamos pensarte mejor, y que actúes de modo tan potente que no
puedas ser pensado como más poderoso? Pues ¿qué hay de más justo? Y esto no sería así si sólo
fueses bueno para retribuir y no para perdonar, si sólo hicieras buenos a los que no lo son y no a
los malos. Por esto es bien justo que perdones a los malos y que los vuelvas buenos. Sin
embargo, lo que no se hace justamente, no se debe hacer, y lo que no se debe hacer es injusto si
se hace. Por tanto, si no te apiadas justamente de los malos, no tienes que apiadarte de ellos; y si
no tienes que apiadarte de ellos, te apiadas injustamente. Y que te apiades justa mente de los
malos no es algo fácil de decir, pero sí en cambio de creer.

CAPÍTULO X
Cómo castiga y perdona justamente a los malos

Pero es también justo que castigues a los malos. Porque ¿no es lo más justo el que los buenos
reciban bienes y los malos males? ¿Cómo puede ser pues justo que castigues a los malos y ser
justo también que los perdones?

¿Es que tal vez de un modo los castigas justamente y de otro los perdonas justamente? Cuando
castigas a los malos es justo porque lo merecen, pero cuando los perdonas también es justo, no
porque lo merezcan, sino porque es digno de tu bondad. Entonces, perdonando a los malos eres
justo conforme a ti y no conforme a nosotros, así como eres misericordioso conforme a nosotros
y no conforme a ti; ya que, salvándonos a nosotros que con justicia podrías condenar, eres
misericordioso, no porque te sientas afectado, sino porque nosotros sentimos el efecto. Así pues,
tú eres justo no porque nos des lo que merecemos, sino porque haces lo que es digno de ti, sumo
bien. Por consiguiente, castigas justamente y perdonas justamente sin contradicción.

CAPÍTULO XI
Cómo «Todos los caminos del Señor son misericordia
y verdad» ,si bien «El Señor es justo en todos sus caminos»

Pero ¿no sería justo incluso conforme a ti, Señor, que castigaras a los malos? Es ciertamente
justo que seas tan justo que no te podamos pensar más justo. Y no lo serias si sólo retribuyeras
con bienes a los justos y no con males a los malos. Pues es más justo quien retribuye los méritos
a buenos y malos que aquel que sólo los retribuye a los buenos. Es pues justo conforme a ti, Dios
justo y benigno, que castigues tanto como que perdones. En efecto, es verdadero que «todos los
caminos del Señor son misericordia y verdad»(21), si bien «el Señor es justo en todos sus
caminos»(22). y esto no es contradictorio, puesto que no es justo que se salven los que tú quieres
condenar, ni es justo que se condenen los que quieres perdonar. Pues sólo es justo lo que tú
quieres, e injusto lo que tú no quieres. Así es como nace de tu justicia tu misericordia, ya que es
justo que seas de tal modo bueno que perdonando también seas bueno. y ésta es posible- mente la
razón por la cual el que es sumamente justo pueda querer bienes para los malos. Pero, si bien
podemos llegar a comprender por qué puedes querer salvar a los malos, ninguna razón entiende
por qué, entre los que son igualmente malos salvas por tu suma bondad a éstos más que a
aquellos, mientras que por tu suma justicia condenas a aquellos más que a éstos.
Así pues, eres verdaderamente sensible, omnipotente, misericordioso e impasible, así como
viviente, sabio, feliz, eterno y todo lo que es mejor ser que no ser.

CAPÍTULO XII
Que Dios es la misma vida por la que vive, y así de todo lo parecido

Pero ciertamente lo que eres no lo eres por otro, sino por ti mismo. Tú eres, pues, la misma
vida por la que vives, la sabiduría por la que sabes y la misma bondad por la que eres bueno para
buenos y malos, y así igualmente de todo lo parecido.

CAPÍTULO XIII
Cómo solamente Él es insircunscrito y eterno, aunque los
demás espíritus sean también insircunscritos y eternos

Todo lo que de alguna manera está contenido en un lugar o tiempo es menos que lo que no está
sometido a ninguna ley de lugar o tiempo(23). Por tanto, puesto que no hay nada mayor que tú,
ningún lugar o tiempo te constriñe, sino que estás en todas partes y siempre. Y, como esto sólo se
puede decir de ti, sólo tú eres incircunscrito y eterno. ¿Cómo entonces se puede decir de los
demás espíritus que son incircunscritos y eternos?

Sólo tú eres eterno, ya que sólo tú, de entre todas las cosas, al igual que no dejarás de ser, no
comenzaste a existir. Pero ¿de qué modo únicamente tú eres incircunscrito? ¿Acaso es por- que
el espíritu creado es circunscrito comparado contigo e incircunscrito comparado con el cuerpo?
En efecto, es completamente circunscrito aquello que cuando está todo entero en alguna parte no
puede estar en otra al mismo tiempo, lo cual sólo concierne a los cuerpos. En cambio es
incircunscrito lo que está todo a la vez en todas partes, lo cual sólo se entiende de ti. Circunscrito
e incircunscrito a la vez es lo que estando todo en alguna parte puede estar a la vez en otro lugar,
pero no en todas partes; y éste es el caso de los espíritus creados. En efecto, si el alma no
estuviese toda en cada uno de los miembros de su cuerpo no sentiría toda ella en cada uno. Así
pues, Señor, tú eres el único incircunscrito y eterno, aunque los demás espíritus sean también
incircunscritos y eternos.

CAPÍTULO XIV
Cómo y por qué Dios es visto y no visto de aquellos que le buscan

¡Oh alma mía!, ¿has encontrado lo que buscabas? Buscabas a Dios, y has llegado a conocer
que está por encima de todas las cosas, mayor que lo que nuestro pensamiento puede imaginar;
que es la vida, la luz, la sabiduría, la bondad, la bienaventuranza eterna y la eternidad feliz; que
está por todas partes y siempre. Porque si no has encontrado a tu Dios, ¿cómo es el ser que has
encontrado, y cómo has comprendido con verdad tan firme y tan verdadera firmeza que el objeto
que acababas de alcanzar era Dios? Si, por el contrario, le has encontrado, ¿cómo no sientes la
presencia de lo que has encontrado? ¿Por qué, oh Señor Dios mío, mi alma no te siente si te ha
encontrado?

¿Será que no te ha encontrado cuando ha creído comprender que eres luz y verdad? ¿Ha podido
ella comprender esto si no es viendo la luz y la verdad? ¿Ha podido comprender algo de tu
esencia si no es por tu luz y tu verdad?(24) Si, pues, ella ha visto la luz y la verdad, ella te ha
visto; y si t ella no te ha visto, no ha visto la luz y la verdad. ¿Cómo creer, en efecto, que ha visto
la luz y la verdad y que, sin embargo, no te ha visto, si no es que te ha visto de cierto modo, pero
no cual eres tú?
Señor, Dios mío, creador y reparador de mi ser, di a mi alma, llena de deseos; dile que eres otro
del que ella ha visto, para que vea, en fin, sin velo lo que aspira a ver. Atentamente busca ver
más de lo que ha vista, pero no ve nada más de lo que ha visto, nada sino profundas tinieblas. O,
más bien, no ve tinieblas, porque en ti no las hay, pero ve que no puede ver más a causa de sus
propias tinieblas. ¿Por qué esto, Señor, por qué? ¿Su ojo está oscurecido por su debilidad o
deslumbrado por tu esplendor? Sí, su ojo está oscurecido por sus propias tinieblas y deslumbrado
por tu luz. Su corto alcance la ciega, se pierde en tu inmensidad, está encerrado por sus estrechos
límites, sobrepasado por tu grandeza ilimitada. Porque, ¡cuán grande es esta luz de donde brota y
brilla toda verdad, que luce a los ojos del alma dotada de razón! ¡Cuán vasta esta verdad en la
cual está todo lo que es verdad y fuera de la cual no hay más que nada y mentira! ¡Cuán inmensa
es, ella que de un solo vistazo ve todo lo que existe, de qué principio, por qué poder y de qué
manera ha sido hecho de la nada! ¡Qué pureza, qué simplicidad, qué certeza, qué brillo se
encuentra en ella! Mucho más, sin duda, de lo que la criatura puede comprender.

CAPÍTULO XV
Que es mayor que lo que podemos pensar

Así pues, Señor, no sólo eres algo mayor que lo cual nada podemos pensar, sino que eres algo
mayor que lo que podemos pensar. Y dado que somos capaces de pensar que existe algo así, si tú
no eres eso mismo, podríamos pensar algo mayor que tú, lo cual es imposible.

CAPÍTULO XVI
Que es «Una luz inaccesible» la que Él habita

Señor, la luz en que habitas es realmente inaccesible(25). En verdad no hay nada que la penetre
para poderte ver claramente. Francamente no veo tu luz porque es demasiado intensa para mí, y
sin embargo todo lo que veo lo veo gracias a ella; del mismo modo que el ojo débil ve todo lo
que ve por la luz del sol, aunque no pueda dirigir su mirada al propio sol. Mi entendimiento no se
puede dirigir a ella. Su fulgor es demasiado intenso, el ojo del alma no puede captarla, ni siguiera
dirigirle la mirada pues no soporta mirarla directamente. Su fulgor deslumbra, su vastedad
anonada, su inmensidad ofusca, con funde su grandeza. ¡Oh suma e inaccesible luz, oh completa
y bienaventurada verdad, qué lejos estás de mí, que estoy tan cerca de ti! ¡Qué lejos estás de mi
vista, que está tan presente a la tuya! Estás completamente presente en todas partes y no te veo.
En ti me muevo, en ti soy(26), y no puedo acercarme a ti. Estás en mí y en tomo a mí y no te
siento.

CAPÍTULO XVII
Que en Dios hay armonía, olor, sabor, suavidad,
belleza, de un modo inefablemente suyo

Todavía permaneces, Señor, en tu luz y bienaventuranza oculto a mi alma, y por ello se halla
envuelta en tinieblas y en su miseria. Mira a su alrededor y no ve tu belleza. Escucha y no oye tu
armonía. Huele y no percibe tu aroma. Gusta y no halla tu sabor. Palpa y no siente tu suavidad.
Todo esto lo tienes, Señor Dios, a tu modo inefable, y lo has dado a su modo sensible a las cosas
que has creado; pero los sentidos de mi alma están envarados, aturdidos, obstruidos por la
inveterada flaqueza del pecado. que alguna vez o de algún modo eres, eso eres enteramente y
siempre.
Tú eres el que propia y simplemente eres porque no tienes pasado ni futuro, sino sólo presente,
y no puedes ser pensado en ningún momento como no existente. Y eres también vida, luz,
sabiduría, bienaventuranza, eternidad y todo lo que es bueno; y sin embargo, no eres sino un
único y supremo bien. Te bastas absolutamente a ti mismo, de nada careces y de ti, en cambio,
todas las cosas han de menester para ser y ser buenas.

CAPÍTULO XVIII
Que ni en Dios ni en su eternidad,
que es Él mismo, hay partes
   ¡Y he aquí de nuevo la turbación! ¡He aquí que de nuevo me encuentro triste y apenado cuando
buscaba el gozo y la alegría! Mi alma esperaba ya la saciedad, ¡y hela aquí de nuevo abrumada
por la escasez! Creía que ya iba a comer ¡Y he aquí que estoy más hambriento! Me esforzaba por
elevarme a la luz de Dios ¡ y he vuelto a caer en mis tinieblas! y no sólo he recaído en ellas, sino
que me siento envuelto por ellas. En ellas caí antes de que «me concibiera mi madre»(27). En su
seno fui concebido y en su rebujo nací. Hace tiempo que caímos con aquel «en quien todos
pecamos»(28). En aquel que poseía sin esfuerzo y para su mal y el nuestro lo perdió, todos
perdimos lo que ignoramos cuando que remos buscarlo, lo que no encontramos cuando
indagamos, lo que una vez hallado no es lo que buscábamos. Ayúdame, «por tu bondad, Señor».
«He buscado tu rostro, Señor, buscaré tu rostro; no apartes tu faz de mí»(29). Elévame de mí a ti.
Purifica, cura, aguza, ilumina el ojo de mi espí ritu para que te vea. ¡ Que mi alma reúna todas
sus fuerzas y que con todo su entendimiento se dirija de nuevo hacia ti, Señor!
   ¿ Qué eres, Señor, qué eres, qué entenderá de ti mi corazón? Eres ciertamente vida, sabiduría,
verdad, bondad, beatitud y eres todo verdadero bien. Esto es mucho. Mi endeble entendimiento
no puede abarcarlo todo de una sola mirada para deleitarse con todo a la vez. ¿Cómo es, Señor,
que eres todo esto? ¿Acaso se trata de partes tuyas o en cada una de ellas está todo lo que eres?
Pero todo lo que consta de partes no es totalmente uno, sino de algún modo múltiple y diverso de
sí mismo y puede descomponerse ya sea realmente o con el entendimiento; lo que es ajeno a ti,
mejor que lo cual nada puede ser pensado. No hay pues partes en ti, Señor, no eres múltiple, sino
que eres de tal modo uno e idéntico a ti mismo que en nada eres desemejante de ti mismo. Es
más, eres la misma unidad, no divisible por ningún entendimiento. Así pues, la vida, la sabiduría
y todo lo demás no son partes tuyas, sino que todas son una, y cualquiera de ellas es todo lo que
tú eres y todo lo que son todas las demás. De modo que ni tú tienes pares ni tu eternidad, que
eres tú, en lugar alguno ni nunca es parte tuya o parte de sí misma, sino que estás entero en todo
lugar, y tu eternidad está siempre entera. 
CAPÍTULO XIX
Que no está en lugar ni tiempo,
aunque todo está en Él
   Pero si por tu eternidad has sido, eres y serás, y haber sido no es lo mismo que ser, ni ir a ser; y
ser no es haber sido ni ir a ser, e ir a ser no es haber sido ni ser, ¿de qué modo tu eternidad es
siempre entera?
   ¿Es acaso porque en tu eternidad nada ha acontecido que ya no sea, ni nada será en el futuro
que todavía no sea? Por tanto, no fuiste ayer o serás mañana, sino que eres ayer, hoy y mañana.
Es más, no eres ni ayer ni hoy ni mañana, sino que simplemente eres fuera de todo tiempo. Ya
que ayer, hoy y mañana son sólo algo en el tiempo. Tú, en cambio, a pesar de que nada sea sin ti,
no estás en lugar ni tiempo alguno, si bien todas las cosas están en ti. Nada te contiene y, sin
embargo, tú lo contienes todo.
CAPÍTULO XX
Que es antes y más allá de todas
las cosas, incluso de las eternas
   Tú llenas y envuelves todas las cosas, eres antes y más allá de todas las cosas. Eres sin duda
antes de todas las cosas porque antes de que fueran hechas tú eras. Sin embargo ¿cómo puedes
ser más allá de todas las cosas? ¿Cómo es que seas más allá de las cosas que no tendrán fin?
   ¿Es tal vez porque las cosas no pueden ser sin ti si bien tú no serías menos aunque todas ellas
volviesen a parar a la nada? Es en este sentido que eres de algún modo más allá de ellas. ¿Acaso
porque podemos pensar que ellas tienen fin, y en cambio, tú verdaderamente no? Pues, así como
ellas tienen fin de algún modo, tú no lo tienes de ninguno. y en verdad lo que de ningún modo
tiene fin es posterior a lo que de alguna manera acaba. ¿Quizás sobrepasas todas las cosas,
incluso las eternas porque tu eternidad y la suya te es enteramente presente a ti, mientras que las
cosas eternas no gozan todavía de la parte de su eternidad que está por venir como tampoco
gozan de la que ya aconteció? Así es como eres siempre más allá de ellas, porque estás siempre
presente, es decir, porque te es siempre presente aquello a lo que ellas todavía no han llegado.
CAPÍTULO XXI
Si esto es «El siglo del siglo»
o «Los siglos de los siglos»
   ¿Y esto es «el siglo del siglo» o «los siglos de los siglos»(30). Pues así como el siglo contiene
todo lo temporal, así tu eternidad contiene los siglos mismos de los tiempos. Y esta eternidad
tuya es «siglo» por su indivisible unidad, y «siglos» por su interminable inmensidad. Y aunque
seas tan grande, Señor, que todas las cosas están llenas de ti y en ti son, sin embargo el espacio te
es de tal modo ajeno, que en ti no hay medio, ni mitad, ni parte alguna.
CAPÍTULO XXII
Que sólo Él es lo que es y El que es
   Por tanto, sólo tú, Señor, eres lo que eres y eres el que eres(31). Porque aquello que es una cosa
si la tomamos como todo y otra si la vemos en sus partes, y en la que algo es mudable, no es
totalmente lo que es. Y lo que empezó del no ser y puede ser pensado como no existente, que si
no subsiste en otro vuelve al no ser, y que tiene un pasado que ya no es y un futuro que no es
todavía, no es de una manera propia y absoluta. Pero tú eres verdaderamente lo que eres, porque
lo que alguna vez o de algún modo eres, eso eres enteramente y siempre.
   Tu eres el que propia y simplemente eres porque no tienes pasado ni futuro, sino sólo presente,
y no puedes ser pensado en ningún momento como no existente. Y eres también vida, luz,
sabiduría, bienaventuranza, eternidad y todo lo que es bueno; y sin embargo, no eres sino un
único y supremo bien. Te bastas absolutamente a ti mismo, de nada careces y de tí, en cambio,
todas las cosas han de menester para ser y ser buenas.
CAPÍTULO XXIII
Que este bien es igualmente el Padre, el Hijo
 y el Espíritu Santo; y que Él es el Uno necesario,
 es decir, lo que es Todo, entero y sólo bueno
   Este bien eres tú, Dios Padre, y es tu Verbo(32), es decir, tu Hijo. Pues en el Verbo con el cual
te dices a ti mismo no puede haber otra cosa que lo que hay en ti, nada mayor ni menor, ya que tu
Verbo es tan verdadero como tú eres veraz. Por esto es la misma verdad, la misma que tú, y no
otra distinta de ti. Y eres de tal modo simple que de ti no puede nacer nada distinto de lo que tú
eres. Este mismo bien es también el amor uno y mutuo entre tú y tu Hijo, esto es, el Espíritu
Santo que procede de ambos. Y en este amor no hay diferencia entre tú y tu Hijo, pues tú lo amas
y te amas y él te ama y se ama en tanto y en cuanto tú eres y él es. Y lo que no es dispar de ti y
de él no es distinto de ti y de él, además, de la suma simplicidad no puede proceder algo dis tinto
de aquello de lo que procede. y lo que es cada uno de ellos por sí mismo, eso es toda la Trinidad
a la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque cada uno de ellos no es otra cosa que la unidad
sumamente simple, la cual no puede ser múltiple ni ser una cosa y otra.
   «Y sólo una cosa es necesaria»(33). Esto es aquel uno necesario en el que es todo bien o, mejor
dicho, que es el bien de todo, bien único, bien total y sólo bien.
CAPÍTULO XXIV
Conjetura sobre cómo y cuánto es este bien
   Ahora reacciona, alma mía, alza todo tu entendimiento y piensa cuanto puedas acerca de cómo
y cuán grande es este bien. Pues, si cada uno de los bienes es deleitable, calcula cuán deleitable
debe ser aquel bien que contiene el disfrute de todos los bienes, y no tal como lo hemos
experimentado en las cosas creadas, sino de modo tan diferente como difiere el creador de la
criatura. Si la vida creada es buena, ¡cuán buena será la vida creadora! Si la salud creada es
lozana, ¡qué lozanía la de la salud que creó toda salud! Si la sabiduría en el conocimiento de las
cosas creadas es digna de ser amada, ¡qué digna de ser amada será la sabiduría que creó todas las
cosas de la nada! En fin, si hay tantos y tan grandes deleites en las cosas deleitables, ¡cuál y
cuánto deleite habrá en aquel que las hizo!
CAPÍTULO XXV
Cuáles y cuán grandes bienes
hay para los que gocen de él
   ¡Oh, quién fruirá de este bien! ¿Cómo será y cómo no será? Será ciertamente como quiera, y
como no quiera no será. Allí los bienes del cuerpo y del alma serán tales como «el ojo no ha
visto, ni el oído ha oído ni el corazón del hombre»(34) ha imaginado. ¿Por qué vagas pues,
esbozo de hombre, a través de tantas cosas, bus cando los bienes de tu alma y de tu cuerpo? Ama
el único bien en quien están todos los bienes y basta. Desea el bien simple que es todo bien y es
todo. Pues ¿qué amas carne mía, qué deseas alma mía? Allí está, allí está todo lo que amáis, todo
lo que deseáis.
   Si os deleita la belleza «los justos resplandecerán como el sol»(35). Si la velocidad o la
fortaleza o la libertad del cuerpo a la que nada puede oponerse, «serán semejantes a los ángeles
de Dios»(36) puesto que «se siembra un cuerpo animal y brota un cuerpo espiritual»(37) por el
poder divino, desde luego, no por su naturaleza. ¿Si una vida larga y llena de salud? Allí se halla
la sana eternidad y la eterna salud, porque «los justos vivirán eternamente»(38) y «la salud de los
justos proviene del Señor»(39). Si la saciedad serán saciados «cuando la gloria de Dios se
manifieste»(40). Si la  embriaguez, «se embriagarán de la abundancia de la casa de Dios»(41). Si
la música, allí los coros de ángeles cantan a Dios sin fin. Si cualquier voluptuosidad no impura,
sino pura, Dios «les dará de beber del torrente de su voluptuosidad»(42).
   Si os deleita la sabiduría, la propia sabiduría de Dios se manifestará. Si la amistad, amarán a
Dios más que a sí mismos y se amarán los unos a los otros tanto como a sí mismos, y Dios los
amará más de lo que se aman ellos mismos, pues por él lo aman, se aman a sí mismos y aman a
los demás, mientras que Él se ama y los ama por sí mismo. Si la concordia, todos ellos tendrán
una única voluntad porque no tendrán más que la voluntad de Dios. Si el poder, serán tan
omnipotentes con su voluntad como Dios con la suya; pues, así como Dios puede lo que quiere
por sí mismo, así podrán ellos lo que quieran por Él, puesto que no querrán sino lo que Él quiera,
y asimismo Él querrá lo que ellos quieran, y lo que Él quiere no puede no ser. ¿Si honores y
riquezas? Dios «establecerá a sus siervos buenos y fieles encima de muchas»(43) más aún,
«serán llamados hijos de Dios»(44) y dioses, y lo serán; y donde esté su hijo allí estarán ellos
como «herederos de Dios y coherederos de Cristo».(45) Si la verdadera seguridad, estarán tan
seguros que nunca y de ningún modo les han de faltar estos bienes o, mejor dicho, este Bien;
como lo están de que nunca querrán renunciar a ellos, y de que Dios, que los ama a ellos que lo
aman, no se lo ha de quitar por su voluntad, ni que algo más poderoso que Dios les haya de
forzar a separarse de Él.
   ¡Cuál y cuán gran gozo hay donde hay tal y tan gran bien! Corazón humano, corazón indigente,
corazón lleno de calamidades, corazón abrumado por ellas..., ¡cuánto gozarías si tuvieras todos
estos bienes en abundancia! Pregunta a las profundidades de tu alma si podrían contener el gozo
de tanta felicidad. Lo cierto es que, si alguien otro a quien amaras totalmente como a ti mismo
gozara de la misma felicidad, se duplicaría tu gozo, porque no te alegrarías menos  por él que por
ti mismo. Y si fueran dos o tres o muchos más los que gozaran de él, gozarías por cada uno de
ellos tanto como por ti mismo si los amaras como a ti mismo. Por consiguiente, en el amor
perfecto de los innumerables bienaventurados ángeles y humanos donde nadie ama menos a otro
que a sí mismo, ninguno gozará por cada uno de los demás menos que por sí mismo. Si pues el
corazón del hombre apenas puede contener su gozo por tan gran bien propio, ¿cómo será capaz
de contener tantos y tan grandes goces? Y puesto que cuanto más se ama a alguien, más se alegra
uno de su bien, así en la felicidad perfecta cualquiera amará incomparablemente más a Dios que
a sí mismo y que a todos los que están con Él, y así gozará incomparablemente más por la
felicidad de Dios que por la suya propia y la de todos los que están con Él. Mas si aman a Dios
«con todo su corazón, con todo su espíritu y con toda su alma»(46), y sin embargo todo su
corazón, todo su espíritu y toda su alma no bastan para la medida de este amor, entonces
ciertamente gozarán de tal modo con todo su corazón, todo su espíritu y toda su alma que todo su
corazón, todo su espíritu y toda su alma no bastarán para la plenitud de su gozo.
CAPÍTULO XXVI
Si éste será el «gozo pleno» que promete el Señor
   Mi Señor y mi Dios, mi esperanza y la alegría de mí corazón, di a mí alma si es ésa la alegría
que nos anuncias por las palabras de tu Hijo: Pedid y recibiréis(47), a fin de que vuestra alegría
sea completa, porque he encontrado una alegría plena y más que plena. Después que haya
llenado al hombre entero su corazón, su espíritu, su alma, todavía le quedará más allá de toda
medida. Esta alegría no entrará enteramente en aquellos que la disfruten, sino que éstos entrarán
en la alegría. Di, Señor, di a tu siervo en el fondo de su alma si es ésta la felicidad del Señor en la
que entrarán aquellos servidores tuyos que son llamados. Esta alegría de que ciertamente gozarán
tus elegidos(48), ni la ha visto el ojo, ni el oído la ha escuchado, ni entró jamás en el corazón del
hombre(49). No he expresado, pues, todavía, ni pensado, ¡oh Señor! lo que se alegrarán estos
bienaventurados. Su alegría será, sin duda, igual a su amor; su amor, a su conocimiento. ¿En qué
medida te conocerán entonces, Señor, y hasta qué punto te amarán? Cierto que el ojo no ha visto
en esta vida, ni el oído escuchado, ni el corazón del hombre comprendido en qué medida te
conocerán y amarán en la otra vida.
   Yo te suplico, ¡oh Señor! ;haz que te conozca, que te ame, a fin de que encuentre en ti toda mi
alegría. Y si en este mundo no puedo alcanzar la plenitud de la dicha, que al menos crezca en mí
cada día hasta ese momento deseado. Que en esta vida cada instante me eleve más y más al
conocimiento de ti mismo, y que en la vida futura este conocimiento sea perfecto; que aquí mi
amor por ti aumente, que allí alcance su plenitud; que aquí mi alegría en esperanza sea cada vez
mayor, que allí sea completa; en realidad, Señor, tú nos ordenas, nos aconsejas por tu Hijo que
pidamos y nos prometes que recibiremos, a fin de que nuestro gozo sea perfecto. Yo te lo pido,
Señor, como nos lo aconsejas por boca del Maestro admirable que nos has dado: haz que reciba,
como lo prometes por tu Verdad, a fin de que mi alegría sea llena. Yo pido: haz, ¡oh Dios fiel en
tus promesas! , que yo reciba, para que mi alegría sea completa. Y ahora, en medio de estos
deseos y favores, que sea éste el objeto de las meditaciones de mi alma y de las palabras de mi
lengua. Que sea eso lo que ame mi corazón, lo que hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de
esa felicidad; que mi cuerpo tenga sed; que mi sustancia entera la desee, hasta que entre la gloria
del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos. Así sea(50).

NOTAS

 (1) Además de ser superior del monasterio de Le Bec, estaba encargado de la educación


de los aspirantes.
 (2) Se refiere al Monologion, obra que precede a la presente, y en la que pretende,
dejando a un lado la Sagrada Escritura, "buscar con la sola razón lo que es Dios, y cómo
es cierto lo que lo que sobre el particular nos dice la fe, y que no puede ser de otro modo.
 (3) Agustín, De Trinitate.

 (4) Mt. 6, 6.

 (5) Sal., 26, 8

 (6) I Timoteo 6, 16. 

 (7) Sal., 50 13. 

 (8) Sal., 77, 25.

 (9) Sal, 126, 2.

 (10) Sal. 121, 9

 (11)  Jer., 14, 19

 (12)sal,. 114, 13

 (13) Sal., 37 9.

 (14) Sal., 12, 1. 

 (15)  Job, 3, 24.

 (16) Sal., 37, 5.

 (17)  Sal., 68, 16.

 (18) Cf. Agustín, Tract. in Joh, XL, n. 9 (Pl 35, 1690)

 (19) Is., 7, 9.

 (20) Sal. 13, 1 y 52, 1.

 (22)  Sal., 144, 17.


 (23) Cf. Monologion, caps. XVIII-XXII.

 (24) Sal., 42, 3.

 (25)) I Tim., 6, 16.

 (26) Cf. Act. 17, 28.  

 (27) Cf. Sal., 50, 7.  


 (28) Cf. Rom. 5, 12.  

 (29) Sal., 26, 8.  


 (30) Expresión hebrea que significa «eternidad».
 (31) Cf. Éx 3,14. Durante la Edad Media esta frase del Antiguo Testamento tuvo un valor
muy relevante. Son las palabras que, cuenta la Biblia, Dios respondió a Moisés cuando
éste le preguntó quién era. En la tradición judía la revelación del nombre es símbolo de
revelación de la identidad. La respuesta «soy el que soy» equivale, para un judío, a «soy
el innombrable». Pero en la Edad Media latina se interpretó en un sentido muy distinto:
se consideró que Dios revelaba su ser por excelencia, idea que, por otra parte, es una de
las principales características de la filosofía medieval. Así como en el neoplatonismo
Dios es caracterizado primariamente como el sumo bien, la escolástica hará hincapié en
el ser.

 (32)  Traducimos verbum por «verbo» porque denota más fielmente el carácter de
«acción» que tiene la dimensión creadora de Dios, aun- que también se puede traducir
por «palabra».

 (33) .
 (34) 36 Mt., 13, 43.
 (35) I Cor 2, 9. 
 (36)  Mt 22, 30.
 (37)  1 Cor 15, 44.
 (38) Sab 5,16.
 (39) Sal 36, 49.  
 (40) Sal 16, 15. 
 (41) Sal 35, 9.  
 (42) Ibídem.     
 (43) Mt 25, 21-23.  
 (44) Mt 5, 9.  
 (45) Rorn 8, 17.  
 (46) Mt 22, 37.  
 (47) Jn., 16, 24.   
 (48) Mt., 25, 21.    
 (49) I Cor., 2, 9.   
 (50) Rom., 1, 21.    

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