NP Relaciones, Vivencias y Psicopatologías
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sufrimiento infantil
Los autores insisten en que, sin querer buscar “culpables”, “cuando un nino que vive entre
nosotros sufre emocionalmente en exceso, por condiciones que serían evitables, somos
los adultos los responsables de esta situacion”. Los autores niegan que los problemas
psicológicos sean genéticos u orgánicos, sino que son relacionales, producto de las relaciones
que los hijos establece con los padres y el tipo de sociedad en la cuál está inserta la familia.
El libro se completa con numerosos casos clínicos que ayudan a ilustrar cada unas de las
patologías y situaciones conflictivas que se describen en la obra así como con abundante
bibliografía al final de cada uno de los capítulos.
Los autores
Antoni Talarn (Barcelona, 1959), doctor en Psicología y especialista en Psicología
clínica, ejerce la docencia en la Facultad de Psicología de la Universitat de
Barcelona. Es compilador de los volúmenes Globalización y salud mental y
Manual de psicopatología clínica (junto con Adolfo Jarne) y autor de Sándor
Ferenczi. El mejor discípulo de Freud y Psicoanálisis al alcance de todos.
“En salud mental, o mejor dicho, en el campo del sufrimiento mental excesivo, predomina en la
actualidad un enfoque muy simple: todo malestar es una enfermedad. De esto se deriva que la
enfermedad es orgánica y genética, que todo radica en el funcionamiento de la máquina cerebral y
que a toda enfermedad le corresponde un diagnóstico objetivo y un tratamiento medicamentoso,
aplicado por un experto. Este enfoque pueril es recibido con entusiasmo por ciertos sectores de la
psiquiatría, ya que ven en estas ideas rudimentarias la puerta de acceso a la medicina basada en
la evidencia que tanto añoran”.
“La ideología de los vínculos familiares biológicos (Berger, 2003) implica el postulado de que los
lazos sanguíneos son prioritarios ante cualquier otra consideración. Por ejemplo, no son
infrecuentes las resoluciones judiciales en la que se permite que padres «abandonistas»
recuperen a sus hijos cuando estos apenas los conocen y viven en paz en una familia de acogida
o preadoptiva. O las sentencias que obligan a los niños a ser visitados por su progenitores, ante
los que se muestran aterrorizados debido a sus más que probadas experiencias traumáticas.
También abundan los casos de niños que, cuando ya han establecido un vínculo sólido con una
familia de acogida, son retirados de sin más y entregados a los padres biológicos, partiendo de la
idea de que estos tienen siempre un derecho mayor en el ejercicio de su crianza y custodia.”.
“Algunos padres, por ejemplo, muestran reticencia a elogiar a sus hijos por miedo a que se
hagan arrogantes. Lo cierto es que sucede al contrario: el niño necesita sentirse significativo e
importante para sus padres. Si se siente especial en estos momentos de desarrollo no necesitará
ser especial para el resto del mundo durante el resto de su vida (Sáinz, 2007).
“Ejemplo clínico:
Una madre trae a consulta en un servicio de salud mental a su hija Petra, que tiene 13 años.
Según explica, «es muy rebelde, no hace caso y, sobre todo, me ataca muchísimo. Apenas me
habla, no dice nada, todo lo hace para hacerme daño a mí, todo lo que tiene es contra mí». Petra
escucha cabizbaja, con el pelo por encima de la cara, ni siquiera se le ven los ojos. En un
momento de la entrevista, la madre explica que ella, a la edad de su hija, era una niña «muy
obediente».
En ese momento, el clínico considera que es crucial que la madre hable de sí misma. Explica
que fue alejada de sus padres para ir a un internado; «lo hicieron por mí bien», asegura. Casi
nunca iban a visitarla porque tenían otros hijos de los que ocuparse. De hecho, solo la visitaban
cada tres meses. Se le comenta que tal vez se sintió sola, incluso triste o enfadada con sus
padres, a lo que responde que ella nunca se pudo enfadar con su madre. Muy alterada añade:
«no tengo derecho a estar dolida, ni enfadada con mi madre». A todo esto, Petra ha levantado la
cabeza y, dirigiéndose a su madre, le dice que no sabía nada de su historia. Petra parece
conmovida con la narración de su madre. La madre llora en ese momento y su hija le pasa el
brazo por encima de los hombros para consolarla. El clínico puede recoger el dolor y el enfado
que ella tenía con su propia madre y también su soledad en el internado.”
“En la actualidad no solo se consideran traumas los que se adecuan a su definición estricta sino
también aquellos otros de naturaleza más sutil, más difíciles de detectar, menos violentos en sus
formas, pero no inocuos en sus consecuencias. En este sentido, Crastnopol (2011) define el
«microtrauma» como agresiones leves pero insistentes que van dañando la autoestima y
deteriorando las relaciones con los demás. Se trata de agresiones de menor intensidad y menos
evidentes que los grandes traumas en lo que respecta a su cualidad destructiva, y por ello son
más fáciles de negar o más difíciles de detectar. La relación microtraumática perturba, casi sin que
el sujeto lo perciba, la propia sensación de bienestar, eficacia o cohesión. Como se trata de algo
sutil, nadie —ni víctima ni victimario— adopta medidas reparadoras, ni se defiende
adecuadamente”.
Ejemplo Clínico
“Teresa tiene 4 años. Es fruto de un embarazo deseado por el padre pero no por la madre, que ya
tenía dos hijas de dos matrimonios anteriores, de 11 y 15 años, respectivamente. A pesar de la
aparente ilusión paterna inicial, esta no logra sostenerse en la realidad cotidiana. El padre, que
está en el paro, no juega con la niña cuando esta se lo pide. Tampoco la lleva nunca al parque y le
pide a la hermana mayor que la saque de casa para que se distraiga. La regaña por no ir a dormir
sola, aunque ha comprobado que si la acompaña y le lee un cuento durante diez minutos la
pequeña se duerme tranquila. Se queja de que la niña, a la hora de comer, se levanta y se distrae,
pero no se da cuenta de detalles como que nadie le corta la carne o se sienta a su lado, o que
cuando el resto de la familia acaba de comer, todos se levantan de la mesa y se van, dejando a
Teresa sola ante su plato. En casa, la niña necesita verlos o se angustia, aunque los padres
manifiestan que en las fies- tas de su pueblo la han perdido más de una vez y no tiene ningún
miedo de ir con cualquier desconocido. La madre, con lágrimas en los ojos pero frialdad en sus
palabras, reconoce que no se siente con energía para encargarse de la niña, que nunca quiso
tenerla. Teresa se muestra triste, con un temblor en la voz y en el cuerpo que delatan su miedo, su
inseguridad, su falta de amor correspondido”.
Silvia Cobo
Prensa Herder Editorial
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Silvia@herdereditorial.com