Enrique Dussel - Materiales para Una Politca de La Liberación
Enrique Dussel - Materiales para Una Politca de La Liberación
Enrique Dussel - Materiales para Una Politca de La Liberación
Enrique Dussel
Primera edición: 2007
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Índice
FILOSOFÍA LATINOAMERICANA
ÉTICA
FILOSOFÍA POLÍTICA
E sta obra es una colección de veintidós artículos, que se sitúan entre la publica-
ción de mi Ética de la Liberación1 y la Política de la Liberación.2 En el 2001
publiqué otro conjunto de trabajos bajo el título Hacia una filosofía política
crítica,3 que reunió otras colaboraciones sobre temas posteriores a la Ética y prepara-
torios también a la Política de la Liberación.
El material lo hemos dividido en tres partes, aunque todos rondan cuestiones de
filosofía política, o me son útiles en ese sentido.
La primera parte, Filosofía latinoamericana, reúne seis trabajos. El primero de
ellos, Modernidad y Alteridad en el siglo XVI español (1514, fecha del cambio de ac-
titud por parte de Bartolomé de Las Casas, hasta 1617, fecha de la muerte de Francisco
Suárez), trata no sólo algunas opiniones sobre política de autores españoles, sino que
pretendo que debe interpretarse como el comienzo de la Modernidad —en especial en
filosofía política, antes de Th. Hobbes o B. Spinoza—. Si esto fuera así se deberán
reinterpretar el sentido de la totalidad de la Modernidad, que significa la «apertura»
al Atlántico por parte de la secundaria y periférica Europa sitiada por el Imperio oto-
mano. Intenta este trabajo, no sólo dar material para el pensamiento latinoamericano,
sino presentar una nueva periodización de la filosofía política moderna en su conjunto.
La segunda contribución, se propone mostrar algunos aspectos del pensamiento de
José Carlos Mariátegui, que ocupa un lugar preferente dentro de la tradición marxista
latinoamericana.
En tercer lugar, abordo el pensamiento de otro peruano, Augusto Salazar Bondy,
desde la perspectiva del origen de la Filosofía de la Liberación. Salazar Bondy, que
se nos fue en la flor de la edad y cuando podía esperarse lo mejor de su producción
—y con quien intercambiamos punto de vista en Buenos Aires en 1973 y pensamos
en proyectos conjuntos futuros— plantea los supuestos de la Filosofía de la Libera-
ción, como filosofía de la dominación, situando así adecuadamente el desarrollo poste-
rior de la filosofía latinoamericana.
El cuarto trabajo, sobre Leopoldo Zea en el ochenta aniversario de su nacimiento,
tiende a justificar el sentido de su proyecto, el que se defiende ante detractores que
1
Trotta, Madrid, 1998.
2
Trotta, Madrid, 2007.
3
Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001.
10 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
no es fruto sólo de una tecnología anti-ecológica, sino más bien del criterio anti-
ecológico, contra la vida humana, del capital en cuanto tal.
En la Escuela Sandinista de cuadros tuve el honor de exponer temas sobre «Ética
y política», invitado por Miguel Escoto y ante el comandante Daniel Ortega, donde
surgió el tema del Principio de coherencia, tan exigido a los políticos de profesión en
nuestros días, y que consiste en la adecuada articulación analógica de los principios
normativos en los diversos campos prácticos. El que pretenda luchar a favor de la jus-
ticia de los oprimidos en el campo político, debería hacerlo en el económico, en el
familiar (no dominando a la mujer e hijos), en el cultural, etc. La conducta del sujeto
debe ser coherente en cuanto se presenta como actor en los diversos campos —el
escándalo de Clinton en Estados Unidos o los «videos» sobre políticos en México, son
ejemplos de incoherencias hoy cada vez más intolerables para la conciencia ciudadana.
Julio Cabrera, un colega de la Universidad de Brasilia, expuso en un artículo una
crítica a mi Ética de la Liberación. Este decimosegundo trabajo es mi respuesta a lo
que llamo «falacia abstractiva», no advirtiendo la mayor complejidad del campo polí-
tico (con respecto al ámbito ético abstracto), lo que permite descubrir, por otro lado,
la normatividad específica de la política (que no se sitúa fuera de la ética, sino que
subsume analógicamente sus principios). La cuestión será resuelta con mayor preci-
sión en la Política de la Liberación.
En la tercera parte, Filosofía política, entramos de lleno en algunos aspectos de esta
rama de la filosofía práctica. El primer artículo, Modernidad, imperios europeos, colonia-
lismo y capitalismo, fue una ponencia a un seminario convocado por Iris Young, por des-
gracia recientemente desaparecida, en la Universidad de Chicago. Muestro la simultanei-
dad problemática de los cuatro fenómenos que se coimplican: a) el mundo metropolitano,
organiza b) las estructuras coloniales, lo que permite, c) por la acumulación de valor de
la periferia (más el plusvalor en el centro), el nacimiento propiamente dicho del capitalis-
mo, que, como fenómeno civilizatorio y cultural, d) llamamos Modernidad. La fecha a
retenerse es el 1492. Esto modifica buena parte del debate actual sobre estos temas. El
mero hecho de situar el origen de dichos fenómenos simultáneos en la «apertura» al
Atlántico norte le abre a la filosofía política otro horizonte no advertido de constitución.
La corta colaboración en un seminario en Binghamton (SUNY) y posteriormente
en Nápoles, sobre una reinterpretación de la categoría y el ámbito desde el cual Marx
desarrolla su discurso económico crítico (el decimacuarto artículo: Hegel, Schelling
y el plusvalor), abre la posibilidad de contar con una «fuente creadora del valor», que
después deberemos aplicar igualmente en la política (la hiperpotentia de un pueblo en
«Estado de rebelión», y que Marx nos sugiere).
Nuevamente Marx nos ayudará a plantear en la filosofía política el tema del Estado
secular. Marx ironiza —como S. Kierkegaard contra Hegel— la existencia de un «Es-
tado cristiano» —en correcta tradición cristiana, que él indica a partir de Agustín de
Hipona y los «Padres de la Iglesia»—. Será la posición marxista en este punto la que
nos guiará en la Historia de la Política de la Liberación en la cuestión de la seculari-
zación del Estado, lo que no significa la negación liberal o laicista (secularista) del
12 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ENRIQUE DUSSEL
Departamento de Filosofía (UAM-Iztapalapa)
México, 2007
I
FILOSOFÍA LATINOAMERICANA
1. Modernidad y alteridad
(Las Casas, Vitoria y Suárez: 1514-1617)
Que no haya habido causa justa parece [...] porque ni por injurias que los indios hubieran
hecho, ni porque les persiguiesen, impugnasen, ni inquietasen (porque nunca los vieron ni
conocieron), según hacen los turcos y los moros de África;4 ni porque tuviesen nuestras tie-
rras, que en otro tiempo hubiesen sido de cristianos (porque nunca lo fueron, o a lo menos
no hay noticia de ello, como África lo fue en tiempo de San Agustín, y el reino de Granada,
y lo es el Imperio de Constantinopla y el reino de Jerusalén);5 tampoco porque sean hostes
justa» de defensa del indio contra los cristianos españoles), y hasta el «Juicio Final». No ha habido, que
yo sepa, posición más coherente y crítica.
3
Las Casas, 1957, t. I, pp. 258 ss.
4
«Porque nunca los conocieron» es una referencia a la extrema novedad del acontecimiento. Además
sus indicaciones se relacionan con el Mediterráneo, con el Sur de Europa, como es obvio. Las culturas
más desarrolladas estaban en el Sur de Europa, nada de importancia geopolítica del «sistema mundo»
podía venir del Norte de Europa en ese momento.
5
Nuevamente todas sus referencias tienen que ver con el Sur de la Cristiandad europea, con el Medite-
rráneo, desde Agustín a Granada, a Constantinopla o a los cruzados en Jerusalén. Posteriormente Descartes,
Spinoza o Hobbes para nada se referirán ya al Sur, al Mediterráneo, sino al Occidente, al Atlántico, al «nue-
vo mundo». Serán protagonistas de un «segundo» momento de la Temprana Modernidad (que pasa por ser
el «comienzo absoluto» de dicha Modernidad para la filosofía europea hasta el presente).
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 19
propios o enemigos capitales6 [...] Pues por la sola ampliación y predicación de la fe entre
gentes e tierra de gentiles [...] nunca hubo ley divina ni humana que guerra consintiese ni
permitiese, antes la condenan todas [... a no ser que] se deba de introducir como la suya in-
trodujo Mahoma.7
6
Explícita referencia a los dos tipos de antagonistas, como indicando ya el tema que ocupará a
C. Schmitt.
7
Las Casas, op. cit., pp. 258-259.
8
La situación de este cambio ético a favor de la liberación de los indios se ve muy claramente en
su relato autobiográfico: «El clérigo Bartolomé de Las Casas [...] andaba bien ocupado y muy solícito
en sus granjerías [business diríamos hoy] como los otros, enviando indios de su repartimiento a las minas,
a sacar oro y hacer sementeras y aprovechándose de ellos cuanto más podía [... Pero un día de] Pascua
de Pentecostés [...] comenzó a considerar [...] del Eclesiástico [Ben Sira] capítulo 34: Quien ofrece en
sacrificio algo robado es culpable [...] Ofrecer sacrificio con lo que pertenece a los pobres es lo mismo
que matar al hijo en presencia de su padre [...] Comenzó, digo, a considerar su miseria» (Historia de las
Indias, libro III, cap. 79; Las Casas, 1957, t. 2, p. 356).
9
Véase Dussel, 1998, cap. 4.
20 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Luego que las conocieron [Bartolomé metafóricamente presenta a los indios como ovejas]
como lobos e tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos se arrojaron sobre
ellas. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día
lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas
por las extrañas y nuevas y varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de
crueldad.11
Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios las más simples, sin maldades
ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales, sin rencillas ni bollicios, que
hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complexión, que
menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad.12
[Han] publicado que no eran gentes de buena razón para gobernarse, carecientes de huma-
na policía y ordenadas repúblicas [...] Para demostración de la verdad, que es en contrario,
se traen y copilan en este libro13 [tantos ejemplos...] Cuanto a la política, digo, no sólo se
mostraron ser gentes muy prudentes y de vivos y señalados entendimientos, teniendo sus
repúblicas [...] prudentemente regidas, proveídas y con justicia prosperadas [...].14
10
Véase el sentido de la «negatividad originaria» en mi obra Dussel, 1998 [209], momento 1 del
esquema 4.3.
11
Las Casas, 1957, vol. 5, p. 136.
12
Ibid., p. 136. El texto continúa abundando en las cualidades de los indios: «Son también gentes
paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales [...] Son eso mesmo de limpios
e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para
recebir nuestra sancta fee [...] En estas ovejas mansas, y de las cualidades susodichas por su Hacedor y
Criador así dotadas [...]» (ibid.). Estas fórmulas son frecuentes: «tan mansas, pacientes y humildes» (Las
Casas, 1957, vol. 3, p. 3).
13
Aquí Bartolomé enumera la organización territorial, la estructura cultural, religiosa y ética de los
pueblos americanos, constituyendo toda ella una inmensa y auténtica Apología (de allí su nombre: Apologé-
tica historia), en dos enormes tomos (Las Casas, 1957, vol. 3 y 4, de 470 y 472 pp., a dos columnas y gran
formato. La obra culmina (cap. 263, vol. 4, pp. 434 ss.) con una descripción de lo que sea «bárbaro», y las
cuatro maneras de serlo, indicando que el único título de barbarie sería el de «infiel» o desconocedor de la
fe cristiana, pero este tipo de barbarie ni es culpable ni merece ninguna pena ni justa guerra.
14
Las Casas, 1957, vol. 3, pp. 3-4.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 21
Dos maneras generales y principales ha tenido los que allá han pasado que se llaman cris-
tianos15 en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. [a] La una,
por injustas, crueles y sangrientas guerras.16 [b] La otra, después que han muerto todos los
que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad,17 o en salir de los tormentos que pade-
cen, como son todos los señores naturales y los hombres varones18 (porque comúnmente
no dejan en las guerras a vida sino los mozos y las mujeres19), oprimiéndolos con la más
dura, horrible y áspera servidumbre20 en que jamás hombres ni bestias pudieron ser pues-
tas.21
a. Todo ser humano, y el cristiano o europeo también, puede (y debe) tener una
razonable, honesta y seria «pretensión universal de verdad». Es decir, afirmar
o creer que su posición práctica y teórica es verdadera para todos. Lo que se
afirma como verdadero (por ser humano, finito22) puede ser falsable, pero no
es falso hasta que no se demuestre lo contrario.
b. Al enfrentarse dos culturas, como en el caso de la invasión de América, debe
admitirse que la otra cultura, sus participantes y como totalidad, tenga también
dicha pretensión universal de verdad. Quitarle al otro este derecho es «mala fe».
El participante de la cultura europea o cristiana de manera honesta puede en su
fuero interno considerar la «pretensión de verdad» del participante de la otra
15
Adviértase que Bartolomé indica que «se llaman» a sí mismo «cristianos», pero en verdad no lo
son. Más bien son la contradicción misma de la comprensión del cristianismo por parte de aquel gran
crítico.
16
Si el «señor» mata al Otro la dialéctica no se inicia: es el simple aniquilamiento de la exterioridad.
17
Para Bartolomé las rebeliones indígenas se originaban entre aquellos que podían «pensar en liber-
tad». Una vez asesinados se inauguraba el «Orden colonial».
18
Como anticipándose en siglos habla de «hombres varones» para distinguirlos de los «hombres
mujeres».
19
Este texto esclarecido, distingue entonces la dominación económica-política del indio, la violación
erótica de la mujer, y la pedagogía de la dominación de los niños (véase Dussel, 1973, vol. 2, inicio). En
efecto, nuestra obra de 1973 se inspiró explícitamente en este texto para desarrollar una política, una
erótica y una pedagógica (volúmenes 3, 4 y 5).
20
Se trata del «siervo» dejado en vida, explícitamente.
21
Las Casas, 1957, vol. 5, p. 137.
22
Aun para un creyente, cristiano, náhuatl o musulmán, la revelación divina puede ser afirmada
como no falsable, pero su recepción, su interpretación, sus aplicaciones son humanas, por ello falsables.
22 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cultura como una «ignorancia invencible», que no puede ser considerada por
ello como culpable.
c. Surge así el tiempo de la discusión, ya que sólo puede demostrarse a la otra
cultura su falsedad por argumentos racionales y coherencia de vida (articulando
efectivamente la praxis con la teoría) y gracias a ello mover la voluntad (ética-
mente) y la razón (teóricamente) del Otro a aceptar las razones, que se denomi-
na consenso. La aceptación del disenso del Otro, en el ámbito de la validez (si-
multánea al otorgarle el derecho de su pretensión de verdad) abre un espacio no
sólo de la tolerancia (puramente negativa, como hemos dicho) sino de la acep-
tación de la posibilidad de la no aceptación de las razones (que con pretensión
de verdad) profiere el europeo al indígena. La pretensión de validez (o de la
«aceptabilidad del Otro» de las razones del europeo) tiene como límite la liber-
tad del Otro: la autonomía del no-aceptar los argumentos y permanecer en el di-
senso. Del no-aceptar los argumentos del europeo se sigue un proceso práctico
que Bartolomé enuncia de una manera sorprendentemente actual.
d. En este momento de la argumentación, el indígena no sólo tiene el derecho de
afirmar todavía sus creencias como verdaderas (ya que no han sido falseadas),
sino que tiene además el deber de cumplirlas. Bartolomé llega al extremo de
mostrar que los sacrificios humanos de ciertos indígenas a sus dioses no sólo
no están contra la «ley natural», sino que es posible que se sitúen dentro de un
argumento racional (al menos dentro de los recursos argumentativos de las cul-
turas indígenas antes de la llegada de los europeos), y, por ello, no realizar di-
chos sacrificios para el que no se le ha demostrado su irracionalidad es un acto
éticamente culpable. Más, si alguien se le opusiera por la fuerza, por las armas
(como pretende Ginés y el mismo Francisco Vitoria, como veremos), la guerra
del indígena sería ahora una «guerra justa», por cuanto defendería su deber de
cumplir tales sacrificios, que le son obligatorios.
e. Bartolomé entonces parte de la premisa de que el Otro, la otra cultura, tiene li-
bertad por derecho natural a aceptar o no argumentos. Hacerle la guerra o vio-
lencia para que acepte (es una cuestión de consenso o un problema procedi-
mental normativo23) el contenido de verdad del conquistador europeo (de su
«pretensión universal de verdad»), es irracional teóricamente y éticamente in-
justo, porque nadie puede ni debe «aceptar» la verdad de otro sin razones (por
la pura violencia, el temor o la cobardía de oponérsele).
f. La única solución racional y ética para el que tiene una honesta y seria preten-
sión universal de verdad (cuyo criterio es la producción, reproducción y desa-
rrollo de la vida humana24) es argumentar y dar un ejemplo ético coherente en
su praxis, ya que si usa la violencia muestra que no tiene una «pretensión uni-
versal de validez», porque válido es lo aceptado por el Otro libremente (si se
23
Véase Dussel, 1998, cap. 2.
24
Véase Dussel, 2001: «La vida humana como criterio de verdad».
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 23
niega la libertad del Otro se le impone una pretendida verdad sin validez; se
muestra en los hechos la contradicción preformativa de tener, por una parte, la
pretensión del asentimiento libre y racional del otro y, por otro, de negarla: se
duda de la pretensión de validez; se manifiesta así el dogmatismo, el fanatismo,
la confusión de intentar «hacer aceptar» la propia verdad sin convencer; sería
contradictoriamente una verdad no-válida). Para Bartolomé, por el contrario, se
«abre» así el tiempo de la no-aceptación de la verdad de uno por parte del Otro,
en donde una honesta y seria «pretensión de validez» de uno sería saber esperar
la maduración histórica del Otro.
[Los] hombres, por derecho natural, están obligados a honrar a Dios con los mejores me-
dios a su alcance y a ofrecerle, en sacrificio, las mejores cosas.25
Ahora bien, corresponde a la ley humana y a la legislación positiva determinar qué cosas
deban ser ofrecidas a Dios; esto último se confía ya a la comunidad entera.26
La propia naturaleza dicta y enseña [...] que a falta de una ley positiva que ordene lo con-
trario deben27 inmolar incluso víctimas humanas al Dios verdadero o falso, considerado
como verdadero,28 de manera que al ofrecerle la cosa más preciosa, se muestren especial-
mente agradecidos por tantos beneficios recibidos.29
Es decir, el ofrecer sacrificios no es de ley natural, sino una decisión positiva que
racionalmente pueden tomar los miembros de una cultura, pero no contraria a la ley
natural. Es decir, «el hecho de inmolar hombres, aunque sean inocentes, cuando se
hace por el bienestar de toda la república, no es tan contrario a la razón natural [...] Así
25
Las Casas, 1989, pp. 155-156.
26
Ibid., p. 157.
27
Obsérvese que se habla ahora no ya de un «derecho», sino de un «deber» (deben...).
28
Aquí Bartolomé concede al otro «pretensión de verdad», mientras no pueda ser falseada, y también
«pretensión de validez» universal en su respectivo universo cultural.
29
Op. cit., p. 160. Si no hay un recurso argumentativo a disposición en una cultura dada, «estamos
obligados a ofrecerle lo que nos parece el bien más importante y precioso, esto es, la vida humana» (ibid.,
p. 161).
24 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
este error puede tener su origen en la razón natural probable».30 Y por ello Bartolomé
establece el derecho al «largo tiempo del disenso»:
Obrarían ligeramente y serían dignos de reprensión y castigo si en cosa tan ardua, tan im-
portante y de tan difícil abandono [...] prestaran fe a aquellos soldados españoles, haciendo
caso omiso de tantos y tan graves testimonios y de tan grande autoridad, hasta que con ar-
gumentos más convincentes, se les demostrara que la religión cristiana es más digna de que
en ella se crea, lo que no puede hacerse en corto espacio de tiempo.31
Bartolomé, además, tiene conciencia de internarse por primera vez en tan osados
juicios críticos, ya que escribe que al releer su Apología contra Sepúlveda, «tuve y
probé muchas conclusiones que antes de mi nunca hombre las osó tocar o escribir, y
una de ellas fue no ser contra ley ni razón natural excluida toda ley positiva humana
o divina ofrecer hombres a Dios, falso o verdadero (teniendo al falso por verdadero32)
en sacrificio».33 En esto Bartolomé se opondrá aún a los mejores teóricos progresistas
(como Vitoria, Soto o Melchor Cano). Y llega, hasta reconocer el deber de los indíge-
nas de efectuar una «justa guerra» por defensa de sus tradiciones contra los cristianos
europeos:
Dado que ellos se complacen en mantener [...] que, al adorar a sus ídolos, adoran al verda-
dero Dios [...] y a pesar de la suposición de que ellos tienen una errónea conciencia, hasta
que no se les predique el verdadero Dios con mejores y más creíbles y convincentes argu-
mentos,34 sobre todo con los ejemplos de una conducta cristiana, ellos están, sin duda obli-
gados a defender el culto a sus dioses y a su religión y a salir con sus fuerzas armadas
contra todo aquel que intente privarles de tal culto [...]; están así obligados a luchar contra
éstos, matarlos, capturarlos y ejercer todo los derechos que son corolario de una justa
guerra, de acuerdo con el derecho de gentes.35
30
Ibid., p. 166.
31
Ibid., p. 154.
32
Si lo «falso» no ha sido falseado (por imposibilidad histórica de recursos argumentativos disponi-
bles), la «pretensión de verdad» sigue siendo universal, honesta y seria.
33
Carta a los dominicos de Guatemala de 1563 (Las Casas, 1957, vol. 5, p. 471).
34
La posición de un racionalismo crítico universalista queda claramente evidenciado, lo que no obsta
(contra R. Rorty, avant la lettre) el reconocer al Otro toda su libertad y deber de ser coherente.
35
Ibid., p. 168.
36
Ibid., p. 166.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 25
Leí [ante la Junta] la Apología que hice contra Sepúlveda [...] en la cual tuve y probé mu-
chas conclusiones que antes de mí nunca hombre las osó tocar ni escrebir, e una dellas fue
no ser contra ley ni razón natural [...] ofrecer hombres a Dios, falso o verdadero (teniendo
el falso por verdadero37), en sacrificio [...].38
Desde el principio del género humano, todos los humanos, todas las tierras y todas las co-
sas, por derecho natural y de gentes fueron libres [...] o sea francas y no sujetas a servi-
dumbre.39
37
Bartolomé siempre da al Otro, por respeto a su Alteridad, el derecho a una «pretensión de ver-
dad», que es la contrapartida de la propia «pretensión universal de validez», en cuanto se propone
seria y honestamente convencer con razones (y no con violencia) al Otro. Si no se le concede al Otro
«pretensión de verdad», sino que se lo sitúa como sujeto de «ignorancia culpable», se podría por la
violencia imponerle «la» verdad, nuestra «verdad», la que «poseemos» con certeza no falsable. En ese
caso el europeo no tendría «pretensión de verdad» sino conocimiento dogmático, y por ello, habiendo
sobrepasado los límites de las posibilidades de una razón «finita», podría afirmar su verdad como no
falible, como «absoluta», conteniendo así inevitablemente un momento completamente erróneo: la
incapacidad de evolucionar, de aprender lo nuevo, de avanzar históricamente, además de ser injusto
con respecto a la dignidad del Otro como sujeto de argumentación, al haberlo situado «asimétrica-
mente» y por lo tanto la «coincidencia», no el «acuerdo» libre y racional con el Otro obligado por
violencia, no sería racional sino mera «afirmación» externa del Otro acerca de lo que se le impone
sin convicción ni validez intersubjetiva. Poder y violencia no dan razones a favor de la verdad; lo que
se impone es una «no-verdad» para el Otro.
38
«Carta a los dominicos de Chiapas y Guatemala, 1563», en Las Casas, 1957, vol. 5, p. 471.
39
De Regia Potestate, I, § 1; Las Casas, 1969, p. 16.
26 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Ningún rey o gobernante, por muy supremo que sea, puede ordenar o mandar nada concer-
niente a la república (republicam), en prejuicio o detrimento del pueblo (populi) o de los
súbditos, sin haber tenido el consenso (consensu) de ellos, en forma lícita y debida. De otra
manera no valdría (valet) por derecho.40
Nadie puede legítimamente (legitima) [...] inferir perjuicio alguno a la libertad de sus pue-
blos (libertati populorum suorum); si alguien decidiera en contra de la común utilidad del
pueblo, sin contar con el consenso del pueblo (consensu populi), serían nulas dichas deci-
siones. La libertad (libertas) es lo más precioso y estimable que un pueblo libre pueda te-
ner.41
En todo esto Bartolomé no innovaba, pero aplicaba la antigua tradición del derecho
romano y medieval en la defensa del nuevo y moderno «actor político» que eran los
indígenas americanos, ciudadanos (potenciales) de la periferia colonial de la naciente
Modernidad. Dada la ilegitimidad, no sólo de la pretendida venta de los indígenas en
las encomiendas del Perú, sino de toda la conquista como tal, Bartolomé comienza una
verdadera campaña política para la «restauración del Imperio de los Incas a los Incas»,
es decir, una acción estratégica para cumplir con un acto de restitución exigida por
justicia histórica. Todo estaba fundado en que la legitimidad exige el «consenso del
pueblo» gobernado que tienen plena potestad sobre sus bienes y sobre su reino. Es el
«principio primero» desde el cual se resuelve el Tratado de las Doce Dudas (1564).
Así lo expresa:
Todos los infieles, de cualquiera secta o religión que fueren [...] cuanto al derecho natural
y divino, y el que llaman derecho de las gentes, justamente tienen y poseen señorío sobre
sus cosas [...] Y también con la misma justicia poseen sus principados, reinos, estados, dig-
nidades, jurisdicciones y señoríos [... El] regente o gobernador no puede ser otro sino aquel
que toda la sociedad y comunidad eligió al principio [...].42
es ilegítima. Además, «los gastos y expensas que para la consecución de dicho fin
fueron necesarios» —y contra lo que opinará después John Locke— corren por cuenta
de los cristianos y no puede obligarse a los indígenas a pagarlos, «si ellos de su vo-
luntad no los quisieren pagar».45 Por lo que concluye:
Es obligado pues el Rey, nuestro señor, so pena de no salvarse, a restituir aquellos reinos
al Rey Tito [así era llamado un Inca todavía en vida], sucesor o heredero de Guayna Cápac
y de los demás Incas, y poner en ello todas sus fuerzas y poder.46
Es obvio que los europeos nunca abandonarán colonia alguna. Pero, y he aquí una
limitación última de la posición providencialista de Bartolomé, «sería ilícito a los es-
pañoles el abandonar tales regiones y pecarían mortalmente si lo hicieran. A ello, co-
mo se ha dicho, están obligados, por necesidad de salvación, a causa de la desapari-
ción de la fe».47 Es decir, es ilegítimo imponer a los indios un dominio contra su
voluntad, pero es igualmente ilícito al español escapar a la responsabilidad de salvar
a los indios predicándoles el cristianismo. Luego, la única solución es que los indios
se gobernaran regionalmente a sí mismos bajo el imperio del rey de España, habiendo
acogido la fe cristiana racional y libremente.
Bartolomé de Las Casas permanecerá en la historia de la Modernidad como un
fracaso político, aunque también como el primer crítico y el más radical escéptico de
las pretensiones civilizadoras de dicha Modernidad. Las «Reducciones jesuíticas»,
como las del Paraguay, en las que la comunidad indígena se gobernaba a sí misma
(mediando, claro está el «paternalismo» de los jesuitas), sin relación directa con los
españoles pero bajo el imperio del rey, fue lo que históricamente más se aproximó al
ideal lascasiano. Pero fracasó igualmente en el siglo XVIII por el impacto de la Ilustra-
ción burguesa de los Borbones.
Ninguna de las culturas «antiguas» (desde la China al Islam) pudo tener hegemonía
sobre culturas universales transoceánicas. China, el Indostán o el mundo musulmán
no tendrán ese tipo de subsistemas dependientes que la Modernidad europea llama
«colonias». Es una exclusiva particularidad del sistema económico, político y cultural
europeo, que le redituará muchos beneficios, y que instaurará una asimetría «centro-
periferia» hasta la actualidad. Las culturas amerindias, sin caballo ni hierro, permitie-
ron ese tan peculiar tipo de relación entre sistemas económico-culturales. Europa,
aunque era una cultura secundaria y periférica en el continente euroasiático hasta el
45
Tratado de las Doce Dudas, Principio V; Las Casas, 1957, vol. 5, p. 492.
46
De Thesauris, p. 218
47
Ibid., cap. 36.
28 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
48
Véase mi obra Dussel, 1967
49
Lo que, es evidente, supone el aspecto positivo de gran novedad mundial, pero, al mismo tiempo
y desde Heidegger, los postmodernos y anti-eurocéntricos, el aspecto negativo de la «colonialidad del
Poder».
50
Para Cayetano hay tres tipos de paganos, infieles, no-cristianos o bárbaros (términos frecuente-
mente tenidos por sinónimos): a) Los judíos, herejes y musulmanes que están sometidos a los príncipes
cristianos (como en Castilla). b) Los que ocupan territorios que un día fueron cristianos, y que son «ene-
migos» de los cristianos (los turcos p. ej.). c) Los que nunca fueron sometidos ni ocuparon territorios
cristianos (como los tártaros). Contra estos últimos «ningún rey, ni emperador, ni tampoco la iglesia
romana, debe guerrear contra ellos» (Com. S. Theol., II-II, q. 66, a. 8). Como es evidente, los amerindios
serán clasificados en el tercer tipo.
51
De ecclesiastica potestate, lib. I, cap. 4; Aegidius, 1929, p. 13.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 29
52
En el Defensor Pacis, conociendo la experiencia electiva del «Gran Consejo» con respecto al
Doge veneciano, indica que el Poder emana directamente del pueblo, que puede elegir al rey (op. cit.,
Dictio I, cap. 9, § 2; Marsilio, 1932, p. 40); y por ello no queda lugar para un Emperador universal, y
menos aún para un Poder universal del Papa, ni siquiera sobre los otros obispos (Dictio III, cap. 2, § 17;
p. 606), ya que, en último caso, debiera ejercerlo un Concilio universal (Dictio II, cap. 18, § 18; p. 382).
Esta tradición nominalista, y por la experiencia castellana e hispánica en general, será adoptada y desa-
rrollada por Vitoria y Suárez, p. ej.
53
Tampoco aceptaba ya el Poder universal del emperador, menos el Poder temporal del Papa. Éste
regía sólo con «poder espiritual» (Dialogus, Pars III, tr. II, lib. I, cap. 25; Ockam, 1614, p. 896 ss.).
54
Es sabido que Venecia reivindicaba igualmente su libertad ante el Imperio, dada su posición geo-
política de semi-subordinación al Imperio bizantino, lo mismo que Génova.
55
Véase, Botella, 1998, pp. 143 ss.; Guy, 1985, pp. 96; Fraile, 1966, pp. 313 ss.; Vitoria, 1960,
pp. 549, en la introducción al De Indis, de Teófilo Urdanoz.
56
Véase por ejemplo Beuchot, 1997, pp. 67: «Bartolomé de Las Casas intenta seguir a Vitoria y a
Soto [...] incluso parece desmerecer en comparación con esos dos maestros». La posición de Las Casas
termina por ser radicalmente diversa a los dos pensadores españoles.
57
Contra nuestra opinión el introductor escribe cuando considera todas las Relecciones dictadas
desde 1527 a 1541: «Ante este conjunto de temas dispares» (Vitoria, 1960, p. 82).
58
A esto se refieren las Relecciones siguientes: De potestate civili, De potestate Ecclesiae prior y
posterior, De potestate Papae et Concilii, entre las seis primeras.
59
De homicidio, De matrimonio (referido al problema inglés, en defensa de España y el Papado
ahora), De temperantia.
60
De Indis y De iure belli. Las restantes Relecciones, De augmento caritatis, De eo ad quod tenetur,
De simonia y De magia, se refieren indirectamente a algunos aspectos, pero quedan fuera de nuestra
consideración.
30 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
mentación, sin detenerme en las razones que da para mostrar la ilegitimidad de la con-
quista,61 que doy por sabidas, es decir, las premisas determinantes en la justificación
del orden colonial. La posición crítica de Vitoria se deja ver en esta conclusión:
Los príncipes cristianos, aun con la autoridad del Papa, no pueden apartar por la fuerza a
los bárbaros de sus pecados contra naturaleza ni por causa de ello castigarlos.62
Si hay cosas entre los bárbaros que son comunes, tanto a los ciudadanos como a los hués-
pedes (hospitibus), no es lícito a los bárbaros prohibir a los españoles la comunicación y
participación (communicatione et participatione) de esas cosas.64
Los españoles [a] tienen derecho a recorrer (ius peregrinandi) aquellas provincias y de
permanecer allí, sin que puedan prohibírselo los bárbaros, pero sin daño alguno de ellos.65
Es lícito a los españoles [b] comerciar con ellos (negotiari apud illos), pero sin prejuicio
de su patria, importándoles los productos de que carecen y extrayendo de allí oro y plata
u otras cosas en que ellos abundan.66
61
En la De Indis, Relección Primera, primera parte («por qué derecho han venido los bárbaros a
dominio de los españoles») se estudia que los indígenas tuvieron «pública y privadamente en pacífica
posesión de las cosas» (op. cit., I, 5; Vitoria, 1960, p. 651) y no hay razón de la conquista por un preten-
dido estado irracional, de herejía, etc. En la «segunda parte» («De los títulos no legítimos...») se descar-
tan como razón para la conquista que tenga el emperador algún derecho (ibid., II; pp. 667 ss.), o el Papa
(II, 2; pp. 676 ss.), por estar en estado de «ignorancia invencible» (9 ss.; pp. 690 ss.), porque estén «obligados
a creer en la fe de Cristo» (10; pp. 692), y al no aceptarla sería razón para hacerles la guerra (11 ss.; p. 693 ss.),
y se dan todavía muchas razones contrarias a la legitimidad de la guerra contra los indios.
62
Ibid., II, 16; p. 698.
63
Véase Dussel, 1998, [6]: «He hecho justicia con el extranjero».
64
De Indis, III, 4; Vitoria, 1960, p. 709.
65
Ibid., 2; p. 705.
66
Ibid., 3; p. 708.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 31
Incluso si [c] a algún español le nacen allí hijos y quisieran éstos ser ciudadanos del país,
no parece que se les pueda impedir el habitar en la ciudad o el gozar del acomodo y dere-
chos de los restantes ciudadanos.67
67
Ibid., 5; p. 710.
68
Se dice, y con razón, que Vitoria fue reprimido por el rey a no tocar cuestiones de las Indias en
sus cursos. Esto explicaría sus contradicciones.
32 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
enemigo [del indio] de los gastos de guerra y de todos los daños causados por él in-
justamente».69 Es decir, una vez «obtenida la victoria, recobradas las cosas y asegura-
da la paz y tranquilidad [de la conquista], se puede vengar la injuria recibida [por los
españoles] de los enemigos [de los indígenas culpables, y] escarmentarlos y castigarlos
por las injurias inferidas».70 Y Vitoria concluye:
Si los bárbaros quisieran negar a los españoles dichos derechos arriba declarados de dere-
cho de gentes (a iure gentium), como el comercio y las otras cosas dichas, los españoles
deben (debent)71 [...] dada razón de todo, [y] si los bárbaros no quieren acceder, sino que
acuden a la violencia, los españoles pueden defenderse y tomar todas las precauciones que
para su seguridad necesiten [...] y llevar adelante los demás derechos de la guerra.72
Como puede verse Vitoria legitima la conquista cuando toma el punto de partida
o la perspectiva de «observación» de un europeo mercantilista «en» América.
Los jesuitas, que llegan a América varios decenios después de las primeras Órdenes,
vieron ya constituido un cierto «orden colonial»; se enfrentaron a un estado de cosas
existente. Así, entre los que llegaron al Perú, se encuentra por ejemplo José de Acosta
(1540-1600), que tiene un juicio más conservador o menos crítico que Bartolomé de
Las Casas y semejante al de Vitoria, ya que aunque no acepta el argumento de Ginés
de Sepúlveda, afirma la legitimidad de la conquista de América, que tendría por fun-
damento el deber de cristianizarla. En su obra De procuranda indorum salute,73 indica
que los indios son llamados bárbaros porque «rechazan la recta razón y el modo co-
mún de vida de los hombres»,74 sin advertir, como es evidente, el eurocentrismo de tal
definición, porque está hablando de la «recta razón» y el «modo común de vida» eu-
ropeos (aquí ingenuamente idéntico a lo «humano»).
Para Acosta hay tres tipos de «bárbaros» —para Bartolomé había cuatro tipos de
bárbaros, pero ahora sin referencia al proceso de evangelización y teniendo en consi-
deración un cierto desarrollo civilizatorio—. En primer lugar, «aquellos que no se
apartan demasiado de la recta razón y del uso común del género humano»,75 y son los
69
De Indis, Relección Segunda, 18; p. 827.
70
Ibid., 19; p. 829.
71
Adviértase que es un «deber», correlativo al «deber» que Bartolomé otorga a los indígenas de
realizar sacrificios a sus dioses y de defender dichas costumbres contra extraños.
72
De Indis, Relección Primera, III, 6; pp. 711-712.
73
Desde el Proemio (Acosta, 1954, pp. 391 ss.).
74
Ibid., p. 392. «Los hombres», evidentemente, piensan universalmente como los europeos. Se trata,
como siempre, de un eurocentrismo decidido.
75
Este y todos los textos siguientes se encuentran en las pp. 392-394 del op. cit.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 33
que tienen «república estable, leyes públicas, ciudades fortificadas, magistrados obe-
decidos y lo que más importa, uso y conocimiento de las letras, porque dondequiera
que hay libros y monumentos escritos, la gente es más humana». Los chinos, japone-
ses, y «muchas provincias de la India oriental» tienen este grado de desarrollo:
En la segunda clase incluyo los bárbaros, que aunque no llegaron a alcanzar el uso de la
escritura, ni los conocimientos filosóficos y civiles, sin embargo tienen república y magis-
trados ciertos, y asientos o poblaciones estables, donde guardan manera de policía y orden
de ejércitos y capitanes, y finalmente alguna forma solemne de culto religioso. De este gé-
nero eran nuestros mejicanos y peruanos.76
«La tercera clase de bárbaros» son «semejantes a fieras, que apenas tienen senti-
mientos humanos»; son los Caribes, como «infinitas manadas», los Mojos, Chirigua-
nos, los del Brasil, de Florida, etc. Acosta se opone a Ginés y siendo un humanista no
admite tan fácilmente que los más virtuosos y sabios deban mandar a los más rudos
e ignorantes:
Mas quien quisiere deducir de aquí que es lícito arrebatar a los bárbaros el poder que po-
seen, con la misma razón concluirá que donde reine un adolescente o una mujer se les pue-
de por fuerza quitar el reino [...] Tomado del mismo filósofo [Aristóteles], sobre la guerra
justa contra los bárbaros que rehúsan servir, es más oscuro e infunde sospechas de que no
proviene de razón filosófica, sino de la opinión popular.77
Es importante indicar que para Acosta, que ya en el siglo XVI conocía las experien-
cias de sus hermanos jesuitas en el Extremo Oriente —civilizaciones en pleno desa-
rrollo y superiores en muchos aspectos a Europa—, era necesario establecer diferen-
cias cuando se trataba de la China y la India de las otras culturas:
Todas estas naciones [la China y el Indostán] deben ser llamadas al Evangelio del modo
análogo a como los apóstoles predicaron a los griegos y romanos [...] Porque son poderosas
y no carecen de humana sabiduría y por eso han de ser vencidas y sujetas al Evangelio por
su misma razón [...]; y si se quiere someterlas por la fuerza y con las armas, no se logrará
otra cosa sino volverlas enemicísima del nombre cristiano.78
Alonso Sánchez, misionero jesuita de Filipinas que aunque había conocido el mé-
todo de la «adaptación cultural pacífica» de los padres Ruggieri, Ricci (en China) y
Nobili (en India), se opondrá a Acosta, aconsejando usar las armas como en América
contra la China y la India. Ese eurocentrismo, compartido por las autoridades romanas,
76
Ibid., p. 392.
77
Ibid., libro II, cap. V, p. 437. Acusa entonces aquí a Ginés de ser más un ideólogo que un filósofo.
78
Ibid., Proemio, p. 392.
34 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
tendrá nefastas consecuencias.79 Hemos visto que en este punto Bartolomé de Las
Casas era aún más radical, ya que opinaba que tampoco en América hubiera debió
haberse usado el método violento de las armas.
Por su parte Francisco Suárez significó la culminación político-jurídica de la filoso-
fía de la «Primera Modernidad», la hispano-lusitana, fundamento de los desarrollos
de la nueva filosofía política del siglo XVII en Flandes, Francia, Inglaterra y Alemania.
Aunque implícitamente reconocido por todos no se le ha dado el lugar que merece en
la historia de la Filosofía Política Moderna.
En efecto, Suárez se sitúa de una manera asombrosamente creativa al subsumir supe-
rando las posiciones nominalistas (de Duns Scoto y del ockamismo acepta el conoci-
miento de los «singulares», aunque de manera diferenciada), escotistas (por su noción
de «concepto»80) y tomistas (en la analogía del ente), desde la experiencia moderna de
la subjetividad —en lo que tiene de positivo y criticable—. Es una primera síntesis «mo-
derna» que sirve de puente entre el comienzo del siglo XVI, que confronta los problemas
del «descubrimiento» del Nuevo Mundo (la alteridad absoluta del indígena) con la nueva
experiencia de la subjetividad individual de la Modernidad del Norte europeo, que el
mismo movimiento jesuita se encarga de desarrollar en el tradicional Sur de Europa.81
Por ello Suárez será el gran maestro del racionalismo europeo del siglo XVII y XVIII. Las
Disputationes Metaphysicae de Suárez tuvieron diecinueve ediciones entre 1597 y 1751
(ocho solamente en Alemania). Sus escritos políticos fueron alabados por Grotius, como
«sin igual»; las Disputaciones fueron leídas por Descartes, estudiante jesuita en La
Flèche, muy atentamente («es justamente el primer autor que vino a mis manos»); Spi-
noza se inspiró en ellas al leer las obras de Revius, Franco, Burgersdijk y Heereboord
(este último llama a Suárez: «metahpysicorum omnium papam atque principem»);
Leibniz, las meditó en su juventud; Vico dedicó todo un año estudiándolas;82 aún más
puede decirse de Christian Wolff83 o A. G. Baumgarten.84 Suárez permitió al pensa-
miento filosófico del Norte de Europa, bajo el influjo teologizante del luteranismo,85
79
Acosta escribió su parecer en 1586 en un trabajo titulado Parecer sobre la Guerra de la China,
y en otro Respuesta a los Fundamentos que justifican la Guerra contra la China.
80
Véase Minges, 1919.
81
El «examen de conciencia» que realizaba cada día Suárez debió darle suficiente tema para una
metafísica de la reflexión autoconsciente de su propia subjetividad. Descartes, que debió igualmente
efectuar esa práctica del «examen de conciencia» diario, no es extraordinario que comience su discurso
filosófico con una auto-reflexividad consciente sobre su propio «ego»: ego cogito, significa: «Yo tengo
conciencia de estar conciente» sin contenido objetivo alguno todavía. La «individualidad» de la subjeti-
vidad del «examen de conciencia» se transforma en un momento filosófico ontológico inicial. La cuestión
ha sido estudiada por Etienne Wilson, 1930.
82
Véase Fraile, 1965, vol. 3, p. 468.
83
Es sabido que su Philosophia Prima sive Ontologia de 1729 fue estructurada explícitamente a
partir de Suárez (véase The Enciclopedia of Philosophy, 1967, vol. 8, pp. 340-341).
84
Su Metaphysica de 1739 muestran todavía la presencia suareciana.
85
Véanse K. Streitcher, 1928, y K. Eschweiler, 1928, sobre la influencia de la filosofía española,
en especial el suarecianismo, del siglo XVI, sobre la filosofía alemana del siglo XVII.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 35
Suarez’s philosophy became the center of the curriculum in Catholic and many Protestant
universities (especially in Germany) for 200 years [...] Wolff takes ontology as purely self-
contained argument over first principles, governed by the principle of non-contradiction.
From thence he deduces the principle of sufficient reason which governs physical, non-
logical necessity [...] This is a touchstone of Leibniz’s philosophy as well, and it is implicit
in Kant’s problematic of pure reason, the justification of the synthetic a priori. When
Schopenhauer at the beginning of his career proposed to overthrow constructive idealism
and return to Kant, his first statement was The Four-fold Root of the Principle of Sufficient
Reason, with its explicit admiration of Suarez. Still later, Heidegger —the product of a
Catholic seminary education— revived the ontological question [...] This was one more
move on the turf delineated by Suarez.86
rio que de alguna manera se forme vitalmente (vitaliter) en el intelecto» (De Anima, IV, 5, 11). Por des-
gracia el pensamiento de Suárez ha sido comparado con el de Tomás de Aquino, en disputas intraesco-
lásticas intrascendentes, o se lo ha usado para remozarlo desde Kant o Heidegger (por ejemplo con Mare-
chal o Rahner), pero no se ha efectuado la tarea histórica mucho más importante de mostrar los temas
filosóficos centrales del siglo XVII y XVIII ya intuidos e incoados por Suárez. Esto es estratégico en mi
intento de mostrar cómo la Modernidad filosófica empezó en España en el siglo XVI, y se formula al final
de dicho siglo con Suárez y muchos otros.
93
El Defensor Fidei (publicada en 1613), como veremos, fue quemada en Inglaterra y condenada
en Francia, por mostrar que los reyes no recibían el poder (potestas) directamente de Dios. También
negaba, como era usual en la filosofía política española, que el Papa tuviera poder temporal.
94
En América hispana, el hecho de la prisión del rey de España, Fernando VII Borbón, en manos
de Napoleón en 1808, desata todo el proceso de la emancipación a partir de un razonamiento jurídico
suareciano (y aun de Vitoria), pero no de la filosofía ilustrada francesa: estando el rey preso queda sin
efecto el «pacto» de la comunidad con el soberano, y por ello las «comunidades» recobran su «principa-
tum» (soberanía).
95
«Dicemus enim primo de lege in communi et deinde ad singulas species descendamus» (De legi-
bus, Prólogo). Es interesante anotar que Marx escribió metódicamente: «De lo abstracto se asciende a
lo concreto» (véase Dussel, 1985), pero lo abstracto para Marx era lo singular, y lo concreto era lo uni-
versal (el todo), de donde posteriormente habría que «descender» a lo singular explicado. Suárez igual-
mente asciende, primero, inductivamente de lo singular (conceptuado) a lo universal (construido), y de
ello, ahora, «desciende» a lo singular (de lo que partió inductivamente), para verificar la descripción
universal en su diferencia específica.
96
De legibus, Prólogo.
97
Kant comentará, siguiendo en esto la tradición suareciana, que en el «Faktum» de la ley moral se
incluye una «obligación». La «obligación» es posible en el sujeto ético (no con necesidad física o natural)
si es autónomo, lo que exige afirmar la «libertad» (que como «noumenon» es incognoscible empírica-
mente para Kant) como el postulado práctico fundamental, como una de las cuatro «Ideas». Todo se
funda en la «obligatoriedad» de la ley.
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 37
Una vez que hemos hablado de la ley eterna103 y de la temporal natural,104 nos corresponde
ahora hablar de la ley positiva. A esta la hemos dividido en divina105 y humana106 [...] Se-
gún Justiniano, la ley humana puede por su parte dividirse en de derecho común107 y de de-
recho de lo propio (proprii). La primera pertenece al derecho de gentes (ius gentium) [...]
ahora trataremos del derecho humano de lo propio, a la cual se le ha reservado el nombre
de ley positiva de lo propio de alguna ciudad, de una república (rei publicae)108 o de otra
comunidad autárquica (perfectae congregationis)109 similar.110
98
Para Suárez, en última instancia, era la voluntad de Dios, y posteriormente la del legislador huma-
no. Para nosotros será la misma comunidad política, en tanto «soberana» («principata»), que, como vo-
luntad comunitaria legisladora, se da la ley legítima, y por ello debe obedecerla (es decir: obliga).
99
«Imponendo moralem necessitatem operandi» (De legibus, I, 1).
100
Por ello «la inclinación de la concupiscencia (fomitis propensio) puede llamarse ley [...] porque
inclina a la falta moral» (De legibus, I, 1, 4).
101
En latín «necessitudo» indica un tipo coercitivo de necesidad, la del «deudor» (de deudo que
viene de debitum: «debitor»). En el náhuatl mexicano «mazehual» significa, exactamente, el «deudor-
merecido» (deudor de la vida merecida por el dios).
102
Ibid., I, 2, 5.
103
Pasa Suárez del concepto universal constructor de derecho en cuanto tal (libro I del De legibus)
a sus «differentia», en primer lugar como ley eterna en el libro II, caps. 1-4.
104
Como ley natural en el libro II, desde el capítulo 5 al 16.
105
Como ley positiva divina en los libros IX y X.
106
Desde el cap. 17 del libro II.
107
Como derecho de gentes (libro II, cap. 17-20), como no-escrita o costumbres (libro VII) o como
escrita.
108
En Suárez «reipublicae» en genetivo, es «de la cosa pública» o «lo público» o comunitario. No
la forma de gobierno distinta de la monarquía. Es sinónimo de comunidad.
109
A diferencia de Aristóteles, por ejemplo, Suárez está pensando en una «comunidad (comunitas)»
que «puede crecer hasta convertirse en un reino o poseer el principatum por la sociedad (societatem) de
varias ciudades» (ibid., III, 1, 3). Suárez está pensando en Castilla o Aragón, naciones modernas.
110
De legibus, III, 1, 1-2. En la ley escrita civil o política, positiva ocupará a Suárez todo el libro
III. Además, escribirá todavía sobre la ley canónica (libro IV), la penal (libro V) y la meritocrática (libro
VIIII). Se trata del tratado más sistemático nunca escrito sobre el tema. Es el primero en toda la Moderni-
38 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
En este punto Suárez es maestro de filosofía política moderna europea, y con mucha
mayor claridad que Hobbes y posteriormente Hume, expone una teoría política que
tendrá vigencia en América hispánica hasta el siglo XIX, y con la cual se justificarán
las luchas de la emancipación anticolonial, y también permitiría la superación de la
«Modernidad tardía» actual.
En primer lugar, el poder (potestas) o «principado (principatum)» —la «soberanía»
que Bodin acababa de definir pero teniendo como sujeto al rey— reside en el pueblo
o comunidad, que recibe del creador, no directamente por la misma naturaleza huma-
na111 o en cada individuo como particular y ni siquiera en una comunidad no madura
para ejercer tal mandato, sino cuando se tiene un desarrollo civilizatorio suficiente:
Este poder no se da en cada uno de los seres humanos tomados por separado,112 ni en el
conjunto o multitud de ellos como en confuso y sin orden ni unión de los miembros en un
cuerpo [...] porque antes del poder (potestas) tiene que existir el sujeto de ese poder (su-
biectum potestatis)113 [...]; sin embargo no se da a ella de una manera inmutable sino que
por el consenso (consensu)114 de la misma comunidad [...] aunque por la naturaleza de la
cosa sea libre y tenga poder sobre sí misma.115
A la multitud humana, pues, hay que considerarla [...] en cuanto que por una voluntad es-
pecial (speciali voluntate) o consenso común (communi consensu) se reúne en un cuerpo
dad. Es semejante, en cuanto a su constitución lógica como «tratado» moderno, a sus Disputaciones
Metafísicas. En cuatro momentos de su vida Suárez se ocupó intensivamente de reflexionar sobre el tema
del derecho y la ley: en 1561-1562 como estudiante en Salamanca; en Roma como profesor entre 1582-
1584; en Coimbra entre 1601-1603, y en el trabajo de edición del De legibus en torno al 1612.
111
«El dominio de un ser humano sobre otro no procede de una primera institución de la naturaleza»
(ibid., III, 1, 12).
112
Contra el individualismo metafísico que se instauraba ya en la Modernidad noreuropea.
113
Es interesante anotar la actualidad aún de su expresión terminológica.
114
Obsérvese nuevamente la expresión cuasi-habermasiana. Hemos ya hecho notar esta teoría del
«consenso» en Bartolomé de Las Casas, ya en 1536 (en el De unico modo; véase Dussel, 1995).
115
Ibid., III, 3, 6-7. La posición de Suárez, como la de Las Casas y Vitoria es clara: «Por naturaleza
todos los seres humanos nacen libres [pero en comunidad], y por eso ninguno tiene jurisdicción política
sobre otro» (ibid., III, 3, 3).
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 39
político (corpus politicum) con un vínculo de sociedad;116 [...] no sin la intervención de las
voluntades y del consenso (voluntatum et consensuum) de los seres humanos en virtud de
los cuales tal comunidad autárquica se ha constituido.117
El modo de ese ejercicio delegado del poder, en ciertos casos, se los reserva direc-
tamente el pueblo o la comunidad, como entre las repúblicas bizantinas. Hablando de
su «poder legislativo» escribe:
De lo dicho se deduce que este poder legislativo (potestatem legislativam) lo tienen tam-
bién en su debido tiempo las comunidades autárquicas que no se gobiernan por reyes sino
por sí mismas (per se ipsa), sea aristocrática sea popularmente (populariter) [...] como la
de Venecia, la de Génova y otras semejantes, las cuales, aunque tienen un Doge o principal
(principem), sin embargo no le traspasan (transferunt) todo el poder;121 por eso en ellas el
116
Ibid., III, 2, 4. Suárez escribe, como posteriormente Kant en la Crítica de la razón pura, inspirán-
dose en Leibniz (que por su parte se refiere a Suárez): «forman un cuerpo místico (corpus mysticum) que
moralmente (moraliter) puede llamarse uno por sí mismo (per se)» (ibid.). Para Suárez, sin embargo, este
«cuerpo místico» es el cuerpo político empírico. Para Leibniz y Kant la «comunidad ética» (moraliter
dice Suárez) es trascendental; es el «Reino de los espíritus». Téngase además en consideración que ese
consenso ratificante a posteriori (no como un pacto a priori de los individuos aislados, como en Hobbes),
constituye explícitamente el «vínculo de sociedad» (societatis vinculo)» (ibid.) en cuanto tal.
117
Ibid., III, 3, 6.
118
«Ex natura rei homines nascitur liberi» (ibid., III, 2, 3).
119
Ibid., III, 1, 11.
120
Ibid., III, 1, 2.
121
En ese «reservarse» el derecho de juicio o revocación del pacto estriba la «última instancia» del
poder, que ostentan los sujetos libres de la comunidad política. Solución compleja y más interesante que
muchas posiciones reductivistas posteriores.
40 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
régimen es mixto y el poder supremo (suprema potestas) se halla [...] en todo el cuerpo
junto con la cabeza [...] De esta forma el poder de legislar reside en todo él.122
El poder político (potestate civile), cuando se encuentra en una institución o príncipe por
un título legitimo (legitimo)124 [...] es que ha emanado del pueblo y de la comunidad (ab
populo et communitate manasse), sea inmediata o mediatamente.125
Alcanza aquí Suárez una de las expresiones cumbres de la filosofía política mun-
dial:
La razón [...] es que este poder por la naturaleza de la cosa (potestas ex natura rei) inme-
diatamente reside en la comunidad; luego para que comience a residir justamente (iustem)
en alguna persona como en el príncipe, es preciso que se le atribuya a partir del consenso
de la comunidad (ex consensu communitatis).126
Suárez piensa que los tipos de gobierno son de «institución positiva», aunque la de-
mocracia es el único que no exige organización específica, ya que cumple las exigencias
de ser la «institución o dimanación natural, con sólo abstenerse de una institución nueva
o positiva».127 En el caso de la monarquía esa transferencia no es absoluta (como en
Hobbes) ni natural ni de institución divina (como lo pretendía James I, el escocés rey de
Inglaterra128), sino humana y condicionada por un pacto o convenio positivo:
122
Ibid., III, 9, 6.
123
Hay entonces un primer momento reflejo consensual de querer formar parte de una comunidad
(primer consenso), y el segundo acto consensual de transferir el poder originario, condicionadamente,
a una autoridad particular (sea el Doge o el Rey) (el pacto político propiamente dicho). Aquí no hay
Leviatán alguno.
124
El concepto de «legitimidad» en Suárez tiene una claridad conceptual clásica: es el poder que
cuenta con el consenso del pueblo, o que cumple adecuadamente el pacto contraído con las condiciones
del consenso.
125
Ibid., 4, 2.
126
Ibid., III, 4, 2.
127
Defensor Fidei, III, 2, 8-9.
128
Puede entenderse el enfado del rey de origen escocés cuando, en la obra Defensor Fidei (1613),
Suárez escribe: «El poder del rey viene [...] por cierta natural consecuencia que muestra la razón natural;
por lo mismo, inmediatamente [el poder político, aún del rey] se da por Dios solamente a aquel sujeto
en quien se encuentra por fuerza de la razón natural. Ahora bien, este sujeto es el pueblo mismo, y no
alguna persona dentro de él» (Defensor Fidei, III, 3, 2).
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 41
Que el régimen de tal república (reipublicae) o región sea monárquico es originado por una
institución humana (ex hominum institutione) [...], luego la monarquía misma proviene de
los seres humanos.129 Señal de ello es que, según el pacto o convenio (pactum vel conven-
tionem) que hace el reino y el rey, el poder de éste es mayor o menor.130
Una vez traspasado el poder (translata potestate) a la persona del rey, ese mismo poder le
hace superior incluso al reino que se lo dio, pues al dárselo se le sometió y se privó de su
anterior libertad.131
El magistrado político recibe a partir del pueblo su poder (ab populo potestatem); luego
el pueblo pudo no dárselo si no era con esta condición, que las leyes del príncipe no le
obligaran si el mismo pueblo no consentía también en ellas aceptándolas.133
129
La tal donación se efectuaba por elección, por consentimiento del pueblo, por guerra justa, por
legítima sucesión o por alguna donación. «Cuando la comunidad es autárquica elige voluntariamente al
rey, a quien transfiere su poder» (De legibus, III, 4, 1).
130
En España, no sólo Castilla o Aragón, sino también los «Reynos de las Indias» eran las comuni-
dades las que efectuaban el pacto con el rey de España. Cuando Fernando VII será puesto preso por
Napoleón, los «Reynos de las Indias» recobraban su poder, su autonomía, su libertad igual a los otros
«Reynos» de la Península hispánica en 1809. Esto era rechazado por James I (Jacobo I) de Inglaterra, por
lo que el Defensor Fidei de Suárez fue quemado en la plaza pública de Londres. La Cristiandad anglicana
era todavía más regalista, conservadora (hobbesiana) que la española.
131
De legibus, III, 3, 6.
132
Ibid., III, 3, 11. En el caso del «senado» romano, por ejemplo, Suárez reconoce que la comunidad
es de ese tipo de repúblicas «que de hecho son libres ya que se han reservado para sí el poder supremo»
y sólo «encargan de la promulgación de las leyes al senado» (ibid., 12).
133
Ibid., III, 19, 2.
42 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Si el rey cambiase su poder justo en tiranía, abusando de ella para daño manifiesto de la
ciudad, el pueblo podría usar de su poder natural para defenderse, porque nunca ha sido
privado de éste.134
Por lo cual es lícito repeler la fuerza con la fuerza [...] por ser necesario para la propia con-
servación de la república, [y por esto] se entiende el quedar exceptuado del primer pacto
por el cual la república transfirió al rey su poder.135
Es decir, cuando el pueblo reprueba el ejercicio del poder del rey, y ya que nunca
ha sido privado del poder, «ese poder permanece (permansisse) en la comunidad»
como cuando «no había sido transferido al príncipe».136
Además, el Papa no tiene poder «para dar leyes civiles»,137 ni el Emperador tiene
«poder universal» para obligar a toda la cristiandad,138 menos aún «en todo el mundo
(universum orbem)».
Suárez critica anticipada y explícitamente la pérdida de normatividad de la acción
estratégico política moderna, como en el caso de Maquiavelo, por tener éste una visión
minimalista de la política:
Error de Maquiavelo [... Para Maquiavelo] lo que busca el poder seglar (potestatem lai-
cam) y el derecho civil directo y primeramente es la estabilidad política y su conservación
[...]; la materia (materiam) de las leyes es lo que sirve para la estabilidad política y para su
conservación y aumento; y que en orden a este fin se dan las leyes, ya que se encuentre en
ellas una verdadera honestidad, ya solamente una honestidad fingida y aparente, incluso
disimulando lo que es injusto si resulta útil para la república (reipublicae utilia).139
Anticipándose a Kant observa que la ley «no puede mandar un acto puramente in-
terno directamente y en sí mismo»140 (es decir, no puede exigir inmediatamente la
moralidad), pero, aunque impere sobre «actos exteriores» puede «indirectamente man-
dar el acto interno, como consecuencia»141 (la legalidad se completa necesariamente
con la moralidad). Es toda la cuestión de si «¿puede la ley civil obligar a los súbditos
en el fuero de la conciencia (conscientiae foro)?»,142 y responde:
134
Defensor Fidei, III, 3, 3.
135
Defensor Fidei, VI, 4, 15.
136
De legibus, III, 21, 6.
137
Ibid., III, 6.
138
Ibid., III, 7.
139
Ibid., III, 12, 2. Es interesante anotar que se tiene un sentido normativo de la acción política,
contra la mera estrategia de la política moderna, exitosa «a corto plazo».
140
Ibid., III, 13, 2.
141
Ibid., III, 3, 9.
142
Ibid., III, 21, título. Llama la atención la «modernidad» de la terminología. Los jesuitas son los
maestros del «examen de conciencia», que Descartes practicará diariamente en La Flèche, como hemos
ya indicado. Sin embargo, aunque define la legalidad en el fuero externo (como Kant), muestra que la
MODERNIDAD Y ALTERIDAD 43
[...] la metáfora de la palabra foro. Al principio se llamó así el lugar en que se tenían los
juicios, pero después pasó a significar el juicio mismo, y así se distingue un doble fuero,
el interno y el externo.143
Estamos en presencia de una filosofía política moderna europea en su sentido más po-
sitivo, sin los reduccionismos del individualismo hobbesiano o liberal lockeano posterior.
Esta teoría del derecho servirá de justificación teórico-política a las comunidades de crio-
llos y mestizos emancipadores latinoamericanos en torno al 1810, para recuperar el ejerci-
cio del poder de la comunidad (el «Estado de las Indias») transferido al rey de España o
Portugal por un pacto originario implícito (en el caso de Portugal la comunidad brasileña
efectuó el «nuevo pacto» en 1821 con el hijo del rey de Portugal, que será el emperador
Pedro I del Brasil y del Marañâo). Pero el ideario suareciano no sólo motivará a los crio-
llos y mestizos (otro tipo de alteridad que la de los indios), sino también alentará la expe-
riencia comunitaria de las «reducciones» jesuíticas, el origen más lejano y el antecedente
histórico inmediato en el que se inspirarán los primeros socialistas europeos en el siglo
XVIII, tales como Mably y Morelli, de donde surgirá la revolution des egaux con Babeuf
en 1794, en plena Revolución francesa (la nueva revolución futura en el corazón mismo
de la revolución burguesa) y el socialismo posterior.
En efecto, los jesuitas criollos del siglo XVIII volverán a los orígenes indígenas para
definirse ante los europeos borbónicos, absolutistas. Es asombroso descubrir una gran
generación, con figuras de eminentes intelectuales tales como José Gumilla, Vicente
Maldonado, Juan de Velasco, Juan Ignacio Molina, Francisco Xavier Clavijero, Fran-
cisco Xavier Alegre, Andrés Cavo, Andrés de Guevara, Diego José Abad, Rafael Lan-
dívar y tantos otros jesuitas. Una vez exilados, por la expulsión borbónica del 1767
en Hispanoamérica (y anteriormente en 1759 en Brasil), en un número aproximado a
2.500 padres, escribieron en Europa, en Italia y otros países, no sólo la historia colo-
nial de América, sino que principalmente se ocuparon de narrar la vida y culturas indí-
genas anteriores a la invasión europea del siglo XV.
Mariano Picón-Salas la denomina con justicia «la literatura de la emigración jesui-
ta»,145 que da una interpretación filosófica del estado de ánimo de los criollos (que
recuerda la etapa más consensual de los Austrias) contra el absolutismo borbónico
ilustrado (en lo que tenía de antipopular y represivo por su concepción colonial de la
política). Andrés Cavo indica que los indígenas mexicanos tenían un «estado de cultu-
ley civil tiene igualmente capacidad imperativa interna, aspira a una normatividad política fuerte, mayor
que la habermasiana —solamente discursiva.
143
Ibid., III, 21, 2.
144
Ibid., III, 21, 8. El tema exigiría un tratamiento extenso que es imposible en este corto panorama.
145
Picón-Salas, 1965, pp. 185 ss. Véase Cavo, 1852; Decorme, 1941; Furlong, 1946; Alegre, 1956.
44 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ra que excedía, en gran manera, al de los mismos españoles cuando fueron conocidos
por los griegos y los romanos».146 Clavijero147 no escribe una historia de los criollos,
sino de los aztecas, como defensa contra la ignorancia sobre las cuestiones indígenas
americanas de C. Pauw.148 Pedro José Márquez, otro de ellos, escribe una estética so-
bre el arte mexicano de los aztecas,149 y, estando en Europa, la lejanía le permite apre-
ciar mejor la estatura y personalidad de las culturas indígenas americanas.
Había comenzado así en el siglo XVIII la afirmación, como nuevo reconocimiento
de una Alteridad, que había sido negada desde la conquista de finales del siglo XV.
146
Cita Picón-Salas, op. cit., p. 186.
147
Véase Clavijero, 1945.
148
Véase Pauw, 1768.
149
En italiano: Due Antichi Monumenti di Architettura Messicana. En esta obra describe las obras
que fueron «violentamente destruidas por los españoles y que merecen compararse con las mejores obras
de caldeos, asirios o egipcios» (cit. Picón-Salas, p. 187).
2. El marxismo de Carlos Mariátegui
como «Filosofía de la Revolución»
P ienso que puede aplicarse a Mariátegui lo que él escribía sobre G. Sorel, cuando
habla de «una filosofía de la revolución, profundamente impregnada de realis-
mo psicológico y sociológico»,1 ya que esa realidad está antes que las teorías,
el mito antes que la racionalidad abstracta, el mundo cultural del trabajador antes que
la pura materia, el indigenismo antes que la abstracta lucha proletaria europea, los
sindicatos antes que el partido. Mariátegui no teme la heterodoxia, odia el dogmatis-
mo. Nos dice claramente:
Y todavía explica:
La suerte de las teorías científicas o filosóficas, que él [Marx] usó, superándolas y trascen-
diéndolas, como elementos de su trabajo teórico, no compromete en lo absoluto la validez
y la vigencia de su idea. Ésta es radicalmente extraña a la mudable fortuna de las ideas
científicas y filosóficas que la acompañan o anteceden inmediatamente en el tiempo.3
No son nuevos los reproches al marxismo por su supuesta anti-eticidad, por sus móviles
materialistas, por el sarcasmo con que Marx y Engels tratan en sus páginas polémicas la
moral burguesa.4
1
En Mariátegui, 1987, p. 21.
2
Mariátegui, 1987, pp. 40-41.
3
Ibid., p. 41.
4
Ibid., p. 55: «Ética y socialismo».
46 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Y aquí se atreve Mariátegui a proponer una tesis —con la que concuerdo plenamente,
y que extrae de B. Croce— que epistemológicamente se opone a casi todas las inter-
pretaciones que sobre Marx se han expresado:
¿No es, acaso, un interés moral o social, como se quiera decir, el interés que nos mueve a
construir un concepto del sobrevalor? ¿En economía pura,5 se puede hablar de plusvalía?6 7
La función ética del socialismo [...] debe ser buscada, no en grandilocuentes decálogos, ni
en especulaciones filosóficas, que en ningún modo constituían una necesidad de la teoriza-
ción marxista, sino en la creación de una moral de productores por el propio proceso de
la lucha anticapitalista.8
En efecto, la función práctica de El capital era dar razones para dicha lucha, y era
en esa praxis concreta que la «moral de productores» se iba realizando. Marx tenía
claro que su teoría no se cerraba como pura demostración para producir un consenso
teórico como acuerdo entre los trabajadores, sino que debía ser razón de una praxis
transformadora que cambiara efectivamente las relaciones de producción —donde se
encontraba instituacionalizada la dominación ética histórico-concreta.
5
Es decir, en la economía capitalista o puramente de mercado; la ciencia económica vigente desde
Jevons o Waldras, el marginalismo.
6
Aquí escribe citando a Croce: «¿No vende el proletariado su fuerza de trabajo por lo que vale...?»
(ibid., p. 56). La fuerza de trabajo es pagada en un precio final de oferta-demanda (salario), pero que, y
ahí está el problema, no puede ser equivalente al «trabajo vivo» —porque éste no tiene precio—. Véase
estos aspectos en Dussel, 1985, 1988, 1990. Ciertamente Mariátegui no pudo conocer teóricamente, de
manera estricta, la obra misma de Marx. Es comprensible por su época y lugar. Pero tuvo intuiciones
geniales que provenían de su perspicacia política concreta.
7
Ibid., p. 56.
8
Ibid., p. 57. Aquí Mariátegui, espantado por las formulaciones de muchos teóricos diletantes, quizá
ignoraba —lo cual es explicable— las precisas formulaciones teórico-filosóficas del mismo Marx sobre
estas cuestiones éticas (véase Dussel, 1990, cap. 10, 4: «El capital es una ética»). Además, es necesario
anotar que Mariátegui nombra aquí a Kautsky, Daniel Halevy, Henri de Man, Gobetti, Renan, Labriola
y muchos otros, pero no a Marx mismo.
9
Ibid., p. 60.
EL MARXISMO DE CARLOS MARIÁTEGUI COMO «FILOSOFÍA DE LA REVOLUCIÓN» 47
Otra actitud frecuente de los intelectuales que se entretienen en roer la bibliografía marxis-
ta, es la de exagerar interesadamente el determinismo de Marx y su escuela con el objeto
de declararlos, también desde este punto de vista, un producto de la mentalidad mecanicista
del siglo XIX.11
Para Mariátegui Marx no era un determinista, sino que sostenía «una política rea-
lista», y aunque mostraba que el «proceso de la economía capitalista» llegaría a un
término, había que anticiparla «a través de la lucha de clases».12 Mariátegui mostraba
lo que él mismo llamaba un «voluntarismo», pero un voluntarismo que:
Aquellas fases del proceso económico que Marx no previó [...] no afectan [sino] mínima-
mente los fundamentos de la economía marxista.14
Me sería largo explicar por qué Mariátegui tenía más razón de lo que se supone.
Podemos afirmar que, habiendo situado Marx su análisis en un alto grado de abstrac-
ción, los fundamentos de la economía capitalistas y el desarrollo del sistema de la
categorías críticas que él construyó hace más de un siglo tienen plena vigencia, en un
nivel abstracto, en el presente.15
10
Ibid., p. 73.
11
Ibid., p. 65.
12
Ibid., p. 67.
13
Ibid., pp. 68-69.
14
Ibid., p. 75.
15
Categorías tales como «trabajo vivo», valor, plusvalor, plusvalor absoluto o relativo, composición
orgánica del capital, acumulación, competencia en abstracto, etc., tienen hoy vigencia teórica. Claro es
que muchos lo niegan; se trata de un debate en el que hemos participado por las tres obras nombradas
arriba —y donde entramos en detalles.
48 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
16
Ibid., pp. 79 ss.
17
Ibid., p. 102.
18
Por ello se opone a Max Eastmann (ibid., pp. 127 ss.).
19
Mariátegui, 1988.
20
Arico, 1989, p. xix.
21
Op. cit., pp. 35-104. Este ensayo 3 no se ocupa del indio, pero se escribe desde su horizonte teórico.
22
En el ensayo 1: «Esquema de la evolución económica», desde su primera página escribe: «En el
Imperio de los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo más interesante era la economía.
Todos los testimonios históricos coinciden en la serción de que el pueblo inkaico —laborioso, disciplina-
do, panteista y sencillo— vivía con bienestar material» (p. 13). En el ensayo 4: «El proceso de la instruc-
ción pública»: «Somos un pueblo en el que conviven, sin fusionarse aún, sin entenderse todavía, indíge-
nas y conquistadores [...] La revolución de la independencia [...] ignoraba al indio» (p. 106). En el ensayo
5: «El factor religioso», expone la «religión del Tawantisuyo» (pp. 162 ss.). En el ensayo 6: «Regiona-
lismo y centralismo», tampoco deja de tocar el asunto: «El problema del indio, la cuestión agraria intere-
san mucho más a los peruanos de nuestro tiempo que el principio de la autoridad, la soberanía popular,
el sufragio universal...» (p. 198). En el último ensayo: «El proceso de la literatura», reflexiona sobre «el
dualismo quechua-español del Perú, no resuelto aún [...] Garcilaso es más inka que conquistador, más
quechua que español» (pp. 236-237). Mariátegui escribe el total de sus ensayos desde el horizonte del
«problema del indio».
23
Sin clara conciencia del «sistema-mundo», usa la categoría «feudal» para caracterizar la economía
peruana en su conjunto. En efecto, si «los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explota-
ción del oro y la plata peruanos» (Ensayo 1; ibid., p. 15) es porque por la España «moderna», mercanti-
lista, el Perú se integraba al «sistema-mundo», aportando con México el primer «dinero-mundial»: la
plata (y en menor medida el oro). No era un sistema económico feudal, pero sí periférico.
EL MARXISMO DE CARLOS MARIÁTEGUI COMO «FILOSOFÍA DE LA REVOLUCIÓN» 49
del Imperio inglés, para analizar el «período del guano y del salitre»24 y el de la pre-
ponderancia norteamericana, pero todo atravesado por el «latifundismo feudal»25
—como le denomina Mariátegui—. Por ello hay una contradicción insuperable:
Es por esto que Mariátegui debe remitirse a la doctrina del «mito» en Sorel, debe
luchar contra el dogmatismo marxista propios de la II y III Internacional. Mariátegui
no encontraba antecedentes para plantear los problemas del Perú:
La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del más enveje-
cido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de razas inferiores sirvió al occidente
blanco para su obra de expansión.29
24
Ibid., pp. 20 ss.
25
Ibid., p. 28 ss.
26
Fin del Ensayo 1; en ibid., p. 34.
27
Inicio del Ensayo 2; ibid., p. 35.
28
Ibid., p. 36.
29
Ibid., p. 40.
50 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Este cambio lo habría desnaturalizado un poco; pero lo habría puesto en grado de organi-
zarse y emanciparse como clase, por la vía de los demás proletariados del mundo.35
30
Ibid., pp. 54 ss.
31
Ibid., p. 44 ss.
32
Ibid., 67. Aquí, poco antes, parece igualar el indígena con «la clase campesina» (ibid.).
33
Ibid., p. 68.
34
Ibid., p. 77.
35
Ibid., p. 77.
36
Véase mi obra El último Marx (1863-1882) ya cit., pp. 255 ss.: «7. 3. La respuesta a Vera Zasúlich
o el apoyo a los populistas rusos (1877-1881)». En efecto, Marx piensa que las «comunas rusas» preca-
pitalistas pueden ser el «punto de partida» del socialismo en Rusia, sin pasar por el capitalismo. En su
carta a V. Zasúlich, por ello escribe: «Llegando ahora a la comuna rural en Rusia, dejo de lado por el
momento todas las miserias que la oprimen. Considero sólo las capacidades que le permitirán un desarro-
llo posterior, su medio constitutivo y su medio histórico...» (Marx-Engels Archiv, ed. de D. Riazánov,
vol. 1, Frankfurt, 1925, p. 323; en castellano Escritos sobre Rusia, vol. 2, p. 37).
37
Ibid., pp. 87-88.
EL MARXISMO DE CARLOS MARIÁTEGUI COMO «FILOSOFÍA DE LA REVOLUCIÓN» 51
38
Véase el tratamiento de estas categorías en mi artículo «Cultura latinoamericana y filosofía de la
liberación. Cultura popular revolucionaria más allá del populismo y del dogmatismo», en Latinoamérica,
Anuario Estudios Latinoamericanos (México), 17 (1985), pp. 77-127.
39
Véase el concepto de «subsunción» en mis obras Dussel, 1988, pp. 263 ss., y en Dussel, 1990, p. 359,
nota 69. «Sub-sumir» (Auf-heben) es la trasliteración de la palabra de raíz alemana Aufhebung por la de
raíz latina subsuntio. Significa el acto por el que lo situado en la «exterioridad» es «in-corporado» (intra-
totalizado, intra-sistematizado) en el capital. El tema es central en el VI Capítulo inédito de los Manus-
critos de 1863-1865, pero como no fueron incluidos por Marx en la redacción definitiva (1866) del tomo I
de El capital, el marxismo posterior no prestó atención a este concepto central de todo el discurso crítico
de Marx (véase todavía en El último Marx, pp. 42 ss.).
40
Véase esta noción diferenciada de las otras que describiré a continuación en mi artículo «El Na-
cionalismo. Sobre las condiciones de su aparición (Hacia una teoría general)», 35 p., publicado en
Dussel, 2001.
41
Véase en mi obra Dussel, 1985, el capítulo 18. 6: «La cuestión popular» (pp. 400 ss.). Fidel Castro
muestra el carácter «político» de esta categoría cuando indica: «Entendemos por pueblo, cuando habla-
mos de lucha, la gran masa irredenta... la que ansía grandes y sabias transformaciones de todos los órde-
nes y está dispuesta a lograrlas» («La historia me absolverá», en su obra La revolución cubana (1953-
1962), 1975, p. 39). La categoría «clase» es intrasistémica (p. ej. «en» el capital o capitalismo), la de
«etnia» puede ser externa al sistema capitalista y aun al Estado. La de «pueblo» es una categoría política
de la formación social que perdura a través de los sistemas históricos (el «pueblo» galo-francés puede
sufrir el sistema esclavista romano, feudal medieval o capitalista moderno).
52 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
XIX en América Latina) una clase o fracción de clase puede liderar un «pueblo» que
cobra su unidad particular en el mismo proceso político de lucha.
En cuarto lugar, «nación» quiere indicar un horizonte comunitario en relación con
el «Estado» (sea antiguo o moderno), que tiene semejanza con la etnia (ya que también
están en un mismo suelo, tienen una lengua, religión, cultura, y por ello con derecho
las etnias originarias de América desean ser denominadas naciones, tales como las
mayas, zapotecos, kunas, quechuas, aymaras, etc.), pero que tiene mayor extensión.
De esta manera una «nación» podría incluir varias etnias, o simplemente se va consti-
tuyendo por el proceso histórico del mismo Estado (como en el caso de los criollos y
mestizos en América Latina desde el siglo XVI).
Puede entonces ahora comprenderse el «problema del indio». Son etnias (o naciones),
existentes antes de la «invasión» europea de América desde el siglo XV, que en el interior
de un Estado independiente desde comienzo del siglo XIX (denominado ambiguamente
«nacional») no se les reconoce autonomía propia ante la «nación» criolla o mestiza (cons-
tituida desde hace 500 años por el proceso de la conquista y colonización).
Marx permite perfectamente categorizar estos grupos humanos, desarrollando las
categorías que él no pudo producir. Es decir, las comunidades indígenas no son clase
ni nación-Estado, sino etnias o naciones originarias, anteriores a los Estados criollos-
mestizos del capitalismo dependiente, y que deben ser tratados como sujetos autóno-
mos en los niveles político, económico, cultural educativo, religioso, etc. Estas comu-
nidades, como las obshinas rusas —y tal como el viejo Marx lo propuso— podrían
superar el capitalismo y mostrar de manera paradigmática un modo de vida ecológico-
económico de ejemplaridad particular.42
Como Mariátegui, debemos afirmar que en los países andinos (Bolivia, Perú,
Ecuador y en parte Colombia y Venezuela) y en Mesoamérica (México, Guatemala y
en parte otros países centroamericanos) el «problema del indio» sigue constituyendo
un problema central —en algunos de dichos países, como por ejemplo en Ecuador
donde la comunidad indígena va adquiriendo liderazgo político nacional—, o cierta-
mente estructural —sobre todo con respecto al problema agrario, como lo muestra la
rebelión de los «Altos de Chiapas» en México.
¿Qué diremos como síntesis del pensamiento de Mariátegui? Deseo expresarlo con
sus propias palabras, tal como lo escribe en el prólogo a los Siete ensayos, y que es
como un resumen de suma actualidad. Allí leemos:
Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito
espero y reclamo que me sea reconocido es el de [...] meter toda mi sangre en mis ideas.43
42
En un reciente encuentro con «sabios» de las culturas originarias americanas, en el mes de junio
de 1994 en Quito, el amauta Javier Sandoval del Tiahuanaco mostraba cómo en el paradigma «Culla»
(colla) del cosmos, hacia el sur, representado en amarillo, estaba la «Pachamama», el horizonte denomi-
nado «Lura Illa» o la «económica». Desde esta relación sujeto-tierra se va desarrollando una red compleja
de relaciones e instituciones aymaras de ejemplar consistencia y de máxima actualidad.
43
Mariátegui, 1969, p. 11.
EL MARXISMO DE CARLOS MARIÁTEGUI COMO «FILOSOFÍA DE LA REVOLUCIÓN» 53
De la misma manera, para una Filosofía de la Liberación la praxis militante del fi-
lósofo debe saber ser coherente, debe avanzar una pretensión de verdad práctica al
comprometerse históricamente con los «de abajo»; al pensar e ir pensando su proceso
de liberación codo-a-codo, para que la teoría como filosofía sea el acto reflejo del
«intelectual orgánico» que clarifique, explicite, demuestre la validez ética de la praxis
de los oprimidos como proceso concreto de liberación, que es la realidad primera y
fáctica de la que se parte.
3. Augusto Salazar Bondy
y el origen de la Filosofía de la Liberación1
E sta exposición se relaciona con el capítulo anterior, ya que en realidad fueron dos
trabajos presentados, uno como conferencia y otro como ponencia en mesas re-
dondas, en el V Congreso Nacional de Filosofía del Perú. Guardan unidad, como
podrá verse, ya que han sido redactadas siguiendo un mismo tema. En efecto, la estrategia
argumentativa se establece en torno a la cuestión de la Filosofía de la Liberación, desde
el antecedente de una proto «filosofía de la revolución» en el marxismo creador de José
Carlos Mariátegui, y desde el filósofo que realizó la crítica a la «filosofía de la domina-
ción» (Augusto Salazar Bondy), para delimitar el horizonte de una filosofía de la libera-
ción en la actualidad, a finales del siglo XX y a comienzos del tercer milenio.
4
Yo llegaba a París en 1961, diez años después, cuando moría Merleau-Ponty, que ciertamente
influenció profundamente a Augusto.
5
Las obras más importantes de este período son: Las ideas del saber, la naturaleza y Dios en el
pensamiento de Hipólito Unanue, 1950; Ensayo sobre la distinción entre el ser irreal y el ser ideal, 1953;
Philosophy in Peru, 1954 (nosotros citamos de Editorial Universo, Lima, 1967); Introducción a la filoso-
fía, 1963; Historia de las Ideas en el Perú Contemporáneo (1965), 1967; Apuntes sobre el pensamiento
de Wittgenstein, 1966; ¿Qué es filosofía?, 1967. En cierta manera su obra definitiva Para una filosofía
del valor, 1971, pertenece a esta primera época. No aparece en ella el tema de la dominación todavía (que
hubiera sido posible aplicarlo a los valores, por supuesto).
6
Salazar Bondy, 1985, pp. 20-38.
7
Salazar Bondy, 1968. En esta etapa habría todavía que agregar todos los trabajos de la obra nom-
brada Entre Escila y Caribdi.
8
En mis obras he insistido que es desde la «afirmación» del Otro de donde parte el proceso de la
negación. La conciencia de la negación es inevitable si se pretende la liberación.
AUGUSTO SALAZAR BONDY Y EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 57
[... Comprendimos] que nuestra miseria era riqueza para unos cuantos, que sobre los huesos
y el polvo de nuestros antepasados y de nuestros hijos se construyó la casa de los poderosos,
y que en esa casa no podían entrar nuestros pasos, y que la luz que la iluminaba se alimentaba
de la oscuridad de los nuestros, y que la abundancia de su mesa se llenaba con el vacío de
nuestros estómagos, y que sus lujos eran paridos por nuestra miseria, y que las fuerzas de sus
techos y paredes se levantaron sobre la fragilidad de nuestros cuerpos, y que la salud que lle-
naba sus espacios venía de la muerte nuestra, que la sabiduría que ahí vivía de nuestra igno-
rancia se nutría, y que la paz que la cobijaba era guerra para nuestras gentes.9
Las insuficiencias y debilidades de nuestra filosofía, que subsisten pese a los esfuerzos y
progresos actuales, no son, pues, rasgos negativos de la filosofía tomada separadamente
y como tal, sino efecto sintomático de una falla más honda y fundamental que afecta a
nuestra cultura y a nuestra sociedad en conjunto.10
El pensamiento filosófico debe hacerse, hasta donde lo permitan las energías humanas que
es capaz de potenciar, un instrumento de crítica radical a fin de lograr, por el análisis y la
iluminación racional, una conciencia plenamente realista de nuestra situación.11
Creo que ésta fue la misión que Augusto se fijó y cumplió durante los diez últimos
años de su vida. La filosofía es una actividad de «crítica radical» de la «realidad» so-
cial. Lo mismo nos decía en otra de sus obras de esa época:
La imagen de nuestra filosofía puede ser vista también en negativo [...] Sin respaldo en su
propia historia, la meditación ha tenido esencialmente un carácter imitativo; su evolución
puede ser reducida todavía a sucesivas influencias extranjeras.12
9
«Mensaje a la Coordinadora Nacional de Acción Cívica» del EZLN, en La Jornada (México), 22
de febrero de 1994, p. 8, col. 1.
10
Salazar Bondy, 1968, p. 118.
11
Ibid.
12
Salazar Bondy, 1967, vol. 2, p. 456.
13
Debo decir que Salazar permanecerá siempre en la idea de que es necesario el «desarrollo» —un
cierto desarrollismo inevitable de la época, pero que la posición de liberación no puede admitir, ya en
1968.
58 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Si queremos ser veraces con nosotros mismos nos es preciso reconocernos como depen-
dientes y dominados, poner al descubierto el sistema de nuestra dependencia y nuestra do-
minación y proceder sobre la base de esta premisa real.14
Y ahora deseo citar un largo texto que debe ser copiado en extenso:
Al lado de las filosofías vinculadas con los grandes bloques actuales o del futuro inmediato
es preciso, pues, forjar un pensamiento que, a la vez que arraigue en la realidad histórico-
social de nuestras comunidades y traduzca sus necesidades y metas, sirva como medio para
cancelar el subdesarrollo y la dominación que tipifican nuestra condición histórica. Es pre-
ciso que, dentro del cuadro general del Tercer Mundo, los países hispanoamericanos,
puestos a construir su desarrollo y a lograr su independencia, encuentren el apoyo de una
reflexión filosófica consciente de la coyuntura histórica y decidida a construirse como un
pensar riguroso, realista y transformador.16
Pero hay todavía posibilidad de liberación, y, en la medida en que la hay, estamos obliga-
dos a optar decididamente por una línea de acción que materialice esa posibilidad y evite
su frustración. La filosofía hispanoamericana tiene también por delante esta opción de que,
además, depende su propia constitución como pensamiento auténtico.17
Este texto lo cité en el comienzo del capítulo 6 de mi obra Para una ética de la li-
beración latinoamericana,18 escrito en 1971. Por ello, al final de la ponencia presenta-
da ese año en el II Congreso Nacional de Filosofía en Córdoba,19 escribía:
Al pueblo puesto en movimiento, al hombre de acción [...] le habla el que tiene adiestrado
su oído, al que piensa desde la opresión para que nazca la filosofía en América Latina.20
14
Art. cit. en Salazar Bondy, 1985, p. 33.
15
Ibid., p. 37.
16
Salazar Bondy, 1968, p. 127.
17
Ibid., p. 133.
18
Dussel, 1973, I, p. 129. Allí comentaba: «Nuestro discurso, el discurrir de nuestro pensar, intenta
partir de la realidad, de América Latina. Para ello es necesario antes poder permitir que el camino sea
abierto, es decir, debemos derribar demasiados obstáculos que la historia de la filosofía noratlántica ha
ido poniendo en su propio caminar a nuestro nuevo camino» (ibid.).
19
Véase Dussel, 1971, pp. 27-32.
20
Nueva edición de esa ponencia en mi obra Dussel, 1994, p. 320.
AUGUSTO SALAZAR BONDY Y EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 59
Una radical demistificación de la vida ha de ser el resultado positivo de esta función ins-
trumental y crítica de nuestra filosofía. Ella no podrá prescindir al comienzo de las herra-
mientas intelectuales del pensar occidental, pero, en el plan terapéutico y depurador que
aquí le asignamos, habrá de terminar curándose y depurándose a sí misma de los ídolos y
de las debilidades que son producto de su sujeción secular y capacitándose como creadora
de nuevas categorías y de procedimientos reflexivos más ajustados a nuestra perspectiva
vital y a la comprensión de nuestro mundo.23
En 1971, en «La alternativa del Tercer Mundo», afirma todavía una posición en fa-
vor del «desarrollo»:
Las condiciones en que se produjo el desarrollo de los países occidentales, hoy metrópolis
o «centros» del poder mundial, son claramente diferenciales de las que prevalecen cuando
los países del Tercer Mundo se aprestan a lanzarse a un proceso acelerado de desarrollo.24
Mientras tanto, Salazar fue en esos años desarrollando su hipótesis de trabajo filo-
sófico, que debía inspirarse más y más en las ciencias sociales críticas latinoamerica-
nas desde las cuales en el próximo futuro se podría practicar una filosofía nueva en
nuestro continente. Explicaba Salazar Bondy en 1973 en Buenos Aires, y en el diálogo
que organizamos allí:
21
Ibid., p. 61.
22
Ibid., p. 64. Para Salazar igualmente la tradición analítica tenía el mismo defecto.
23
Ibid., p. 70.
24
Ibid., p. 123.
60 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Salazar indica que dicha nueva filosofía debería responder diacrónicamente a tres
momentos:
[a] Un trabajo crítico en la medida en que la realidad histórica lo permita, [b] un trabajo de
replanteo en la medida en que vamos emergiendo hacia una óptica nueva, y [c] una recons-
trucción de la filosofía, en la medida en que esa óptica nos da una manera de producir un
pensamiento ya orientado en el sentido de la filosofía de la liberación.26
31
El mismo Leopoldo Zea escribe: «El no haber querido tomar conciencia de nuestra situación ex-
plica en parte que no hemos podido tener una filosofía propia» («La filosofía como compromiso», en
Zea, 1952, p. 33). Adviértase que aquí Zea coincide con Salazar y conmigo. Véase lo que al respecto he
escrito en mi artículo «El proyecto de una filosofía de la Historia Latinoamericana de Leopoldo Zea»,
en Fornet, 1992, pp. 33 ss.; el artículo ha sido publicado en Cuadernos Americanos y en los tomos con-
memorativos del 80 aniversario de Leopoldo Zea, incluido en esta obra (cuarto trabajo), y del que, en
cierta manera, este trabajo es continuación.
32
Se realizó en el Goethe Institut de Porto Alegre (Brasil) un seminario sobre: «¿Existe una filosofía
latinoamericana?», donde participaron Karl-Otto Apel, Arturo Roig, Türcker y yo mismo, donde se llega-
ron a conclusiones unánimes en estas tesis.
33
En mi obra Dussel, 1998, dedico los dos primeros capítulos a esta cuestión hermenéutico-mundial.
Mis obras de Marx ya nombradas fueron una exigencia para poseer mediaciones socio-económicas más
rigurosas.
62 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Pienso que hay cuatro posiciones posibles ante este problema: a) La que admite la
validez de la «filosofía latinoamericana» historiográfica o como hermenéutica del
«mundo de la vida».34 b) La que descubre el grado de postración de nuestra filosofía
académico-normalizada. c) La que indica igualmente la posibilidad de una filosofía
latinoamericana como historiográfica, y que dialoga con lo mejor de la comunidad
filosófica hegemónica europeo-norteamericana. d) La que intenta el desarrollo de una
filosofía de la liberación como diferenciada de los anteriores proyectos, aunque deba
articularse con ellos —es decir, apoyarse en la historiografía, en el rigor epistemológi-
co y en diálogos o debates aclaratorios con las otras corrientes filosóficas reconocidas
y hegemónicas.
El proyecto de Salazar Bondy, y el mío propio,35 se distingue de la «Filosofía Lati-
noamerica» (a), pero opina que la «Filosofía de la Liberación» (d) puede ser conside-
rada un movimiento interno a la gran familia de la «Filosofía Latinoamericana». De
hecho lo es también por su origen. Pero, no es sólo un proceso particular (aunque
arranca de la particularidad), sino que al mismo tiempo es «filosofía universal», que
se abre a la mundialidad (en el sentido de articularse a los movimientos filosóficos de
liberación de la periferia en general, de las naciones subdesarrolladas, de las clases
sociales dominadas, de las etnias, de los marginales, de las mujeres, de los homose-
xuales, de los niños, jóvenes y de la cultura popular, de las razas descriminadas, de las
generaciones futuras en la cuestión ecológica, etc.). Lo cierto es que esta nueva filoso-
fía cuya agenda abre Salazar Bondy desde su momento negativo (como «Filosofía de
la dominación»), se ha desarrollado en las últimas décadas.36
34
Véase mi artículo «El proyecto de la filosofía de la Historia Latinoamericana», ya citado.
35
Salazar avanzó en a), llamó la atención de b); intentó igualmente c), posición que de manera inde-
pendiente practicamos desde 1969-1970 en Argentina. En d) coincidimos personalmente en 1973. Salazar
vió todo un proceso de desarrollo de la Filosofía de la Liberación (d) que él ignoraba, pero que «recono-
ció» de inmediato.
36
Para un panorama general véase mi artículo «Filosofía de la liberación desde la praxis de los opri-
midos», en Dussel, 1993b.
AUGUSTO SALAZAR BONDY Y EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 63
ESQUEMA 1
DIVERSAS POSICIONES FILOSÓFICAS
a’ b’ c’ d’ e’
a b
c” d” e” n
Filosofía de la Liberación
37
En realidad siempre son particularizados desde el acceso concreto (a determina de alguna manera
siempre a a’) sea egipcio, griego, árabe, europeo latino o moderno, norteamericano, latinoamericano, etc.
Es una «universalidad» histórica (porque se acrecienta a través de los siglos) y «temáticamente» diferen-
ciada. La llamada linguistic turn, por ejemplo, marca a la filosofía futura, pero surge desde una «aten-
ción» específica de la cultura europea-norteamericana desde finales del siglo XIX. La pragmatic turn, en
cambio, es más propiamente americana, o mejor anglosajona —en su origen—, asumida hoy por la se-
gunda generación Escuela de Frankfurt.
64 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
38
Véase de Rafael Moreno, «La filosofía moderna en la Nueva España»; Moreno, 1963, pp. 145-202.
39
Véase su obra Ideas para presidir la confección de un curso de filosofía contemporánea (1842),
en Alberdi, 1986.
40
La corriente de filosofía analítica, posteriormente, hace un proyecto de pensar filosóficamente con
rigor, que era del todo necesario (aunque se cometieron excesos); en los noventa esta corriente encuentra
sus propios límites en todo el mundo. De todas maneras ha aportado dicho espíritu de «rigor» que co-
mienza ya a ser un valor en algunos círculos de la filosofía latinoamericana actual. Véase Gracia, 1985
(excelente historia latinoamericana de una corriente filosófica).
41
Es interesante considerar que en su Introducción a la Filosofía, 1979, L. Zea no expone ninguna
particularidad latinoamericana. Lo mismo acontece con la Iniciación filosófica (Salazar, 1967b) de Sala-
zar Bondy. No hay una redefinición de la estructura de la historia de la filosofía, ni de la temática, y no
se introduce la etapa filosófica (a la altura de los presocráticos al menos) de los amautas o tlamatinime
amerindios. Es todavía una «introducción» a la filosofía eurocéntrica.
42
La visión de la «filosofía latinoamericana» nos permite comprender los proyectos ibérico, coloni-
zador occidental, criollo, libertario, conservador, liberal civilizador o asuntivo (véase Zea, 1978). Pero
alguien podría preguntarse: ¿Y el proyecto de los pueblos originarios (incas, chibchas, aztecas), del pue-
blo indio, negro y mestizo dominado en la colonia, del pueblo latinoamericano posterior a la emancipa-
ción —campesino, obrero, marginal—? ¿No son proyectos más importantes que los enunciados arriba?
Para ello habría que comprender la diferencia entre la mera «libertad» (como un hecho) y la «liberación»
como un proceso que parte de la negatividad analíticamente descripta hacia una situación donde sea
posible cumplir con los intereses económicos, políticos, culturales, etc., de los explotados o excluidos.
AUGUSTO SALAZAR BONDY Y EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 65
45
La ética como filosofía primera es un supuesto no sólo para Charles Peirce, Emmanuel Lévinas
o Karl Marx, sino que es igualmente una tendencia del pensamiento y la filosofía latinoamericana: la
afirmación de la dignidad como punto de partida (como lo ha analizado tan adecuadamente Arturo Roig).
¿Cómo podrá liberarse al oprimido o excluido sino a partir del a priori del reconocimiento mutuo de su
igual dignidad ante todo otro sujeto histórico, y como presupuesto para constituirse como sujeto ético
de dicha liberación?
46
El pasaje de b a b’ en el Esquema 1 sería algo así como el ir de lo concreto a la universalidad sin
autoconciencia de la distinción del pensar en Europa o en América Latina (entre a’ y b’), que es lo que
nos acontecía cuando estudiábamos filosofía en las universidades latinoamericanas eurocéntricas. El
pasaje de b’ a c’ sería, nada más, la autoconciencia de la distinción entre a’ y b’, corroborado por el
estudio explícito de nuestra historiografía filosófica. El proyecto válido de muchos analíticos en las déca-
das de los cincuenta y sesenta era alcanzar el «rigor» universal (a’), sin advertir que ese discurso ya era
europeo-norteamericano. Eran sin advertirlo ingenuos de dos momentos: 1) de que el rigor no es absoluto
y menos en la mera autoconciencia lingüística sintáctico-semántica abstracta pre-pragmática, y 2) de que
la crisis de la analítica, p. ej. en Estados Unidos, produce en muchos un retorno al pragmatismo (y como
dicha filosofía es claramente «norteamericana» quedan ahora desubicados, porque comprenden que la
misma tradición analítica era histórica, intuicionista o emotivista, anglosajona, etc.). Como latinoameri-
AUGUSTO SALAZAR BONDY Y EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 67
canos algunos analíticos se refugian ahora en un historicismo kantiano, otros caen en el escepticismo,
otros se vuelcan a la filosofía política o la ética —cuya complejidad sobrepasa en mucho las meras cate-
gorías instrumentales analítico-lingüísticas—. El «rigor» intentado se alcanzó en parte, y es lo válido del
proyecto; pero, en parte, dieron razón a la Filosofía Latinoamericana, por tener que regresar después de
un periplo de tres décadas a la realidad, a lo concreto. Creo que la Filosofía de la Liberación planteó de
otra manera la aparente aporía: o pensamiento universal o pensamiento latinoamericano. Ambos son necesa-
rios, pero articulados según la exigencia de la «realidad original» desde donde se piensa. Es la «realidad»
la que exige al discurso echar mano de los «recursos» cuasi-universales de los que disponemos.
47
En nuestra obrita Filosofía de la Liberación (Dussel, 1977), se expone una «agenda» de una tal
«reconstrucción» del discurso filosófico.
48
No es la filosofía la «original», la original es la «realidad», y toda filosofía que piensa su propia
realidad —que inevitablemente es original— simplemente «cumple» con su tiempo. Una filosofía debe
tener pretensión de «verdad» —no sólo «validez»—, nunca de «originalidad». Será original si es verdade-
ra, entendiendo la verdad como una noción compleja articulada que no debe caer en falacias reduccio-
nistas, ya que es histórica (Marx), intersubjetiva y pragmática (Peirce), en referencia a una intuición
fenomenológica o interpretación hermenéutica compartida (Apel), y además «válida» o consensual (Ha-
bermas), horizonte que se abre con novedad desde los oprimidos o excluidos (determinación última de
la Filosofía de la Liberación). Esta cuestión será tratada bajo el título de «verdad práctica» (capítulo 5)
en Dussel, 1998.
49
Pienso que hay filosofías de diversas «liberaciones», como por ejemplo: «Filosofía feminista de
la Liberación», «Filosofía étnica de la Liberación», «Filosofía ecológica de la Liberación», «Filosofía
política de la Liberación», etc. Pero afirmo igualmente que hay un «meta-discurso» de todas esas «filoso-
fías», y que puede denominarse estrictamente «Filosofía de la Liberación». Está claro que la Filosofía
de la Liberación que yo practico, en concreto, es «una» de las posibles, como opina con razón Francisco
Miró Quesada.
4. El proyecto de una Filosofía
de la Historia Latinoamericana
En honor a los ochenta años de Leopoldo Zea, a más de cincuenta del origen de
su proyecto filosófico (1941), en agradecimiento.
1
Hale, 1970.
2
Raat, 1970.
3
Véase por ejemplo el juicio de Luis Villoro, en Villoro, 1972, cuando expresa, hablando de la
filosofía mexicana de ese decenio futuro: «Serán trabajos con escaso color local y la producción filosófi-
ca mexicana se asemejará a la que se haga en cualquier otro lugar del mundo». Difícil es expresar un
proyecto filosófico más contrario al de Zea (aunque Zea defenderá un cierto universalismo, en su expre-
sión «filosofía sin más», contra Salazar Bondy). Para Villoro esta decisión fue clara, ya que en su juven-
tud había producido excelentes trabajos en la línea de Zea, como por ejemplo Los grandes momentos del
indigenismo en México (Villoro, 1950), y también investigaciones en la tradición de la historia de las
ideas sobre la ideología en el proceso de la emancipación nacional.
70 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
¿En qué sentido tenían que ser continuados mis anteriores trabajos? Éstos han marchado,
relativamente y veremos por qué, en dos direcciones. Una, la empeñada en elaborar una
historia de las ideas de nuestra América [...] Otra, buscando una interpretación de esta
historia, su sentido como totalidad y como parte de la historia universal, la historia del
Hombre.11
4
Véase la cuestión planteada en Zea, 1974.
5
Zea, 1978, p. 27.
6
Zea, 1953.
7
Ibid., p. 11.
8
Leopoldo Zea, «Superbus Philosophus», en Zea, 1943, p. 30.
9
Zea, 1953b.
10
Cabe destacar que aquí Zea no plantea la cuestión de la filosofía latinoamericana. Es evidente que
es una obra de juventud, pero sería importante siempre introducir la cuestión del pensar latinoamericano
en obras filosóficas «universalistas», ya que es inevitable si pensamos desde nuestra realidad.
11
Zea, 1976, p. 10.
EL PROYECTO DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA LATINOAMERICANA 71
A la historia de las ideas, en un sentido más positivo (y que sería el más aceptable
para Haley Raat) pertenecen principalmente tres obras: El positivismo en México, Dos
etapas del pensamiento en Hispanoamérica y El pensamiento latinoamericano;12 aun-
que también: América como conciencia, Esquema para una historia de las Ideas en
Iberoamérica y Antología de la filosofía americana contemporánea,13 las de filosofía
de la historia latinoamericana son más numerosas: América como conciencia, El Occi-
dente y la conciencia de México, América en la conciencia de Europa, América en la
historia, América Latina y el mundo, La esencia de lo americano, Dialéctica de la
conciencia americana, Filosofía latinoamericana, Filosofía de la historia americana,
Latinoamérica en la encrucijada de la historia,14 y parcialmente, como prehistoria,
Discurso desde la marginación y la barbarie.15
Vemos que, biográficamente, esta segunda vertiente es la que ocupará más y más
a Zea, concretamente a partir del fin de la década de los cincuenta, ya que la obra
de 1965, El pensamiento latinoamericano, es ampliación de Dos etapas del pensa-
miento en Hispanoamérica, de 1949. Lo mismo acontece con El positivismo en Mé-
xico. Nacimiento, apogeo y decadencia, de 1975,16 con respecto a El positivismo en
México, de 1943. Creo que existe, aunque no pareciera dársele la misma importan-
cia, además de la tercera dirección (la universalista), una cuarta dirección, que de-
nominaría de definición de un horizonte problemático (cuestión siempre presente
en todas sus obras, pero explícita en trabajos como «América y su posible filosofía»
ensayo de 194117 —hace ya más de cincuenta años, y por ello hemos indicado esta
fecha en la dedicatoria de este corto trabajo—, ampliado en 1942, «En torno a una
filosofía americana» reimpreso en 1945,18 y, además, otros en «La filosofía como
compromiso» (1948), Conciencia y posibilidad del mexicano (1952), La filosofía
latinoamericana como filosofía sin más (1969), Dependencia y liberación en la
cultura latinoamericana (1974), etcétera.19
En las obras de esta cuarta dirección (de «definición de un horizonte problemáti-
co») —que él mismo denomina: «una forma que combina ambas formas» anterior-
mente nombradas—,20 se plantea el proyecto filosófico que se desarrolla en la segunda
dirección (de la «filosofía de la historia», latinoamericana). Pienso que en ese «hori-
zonte problemático», se observa un cierto cambio de perspectiva en torno al 1973
donde la «dependencia», visualizada principalmente en una dimensión cultural y
12
Zea, 1943, 1949, 1965.
13
Zea, 1956, 1968.
14
Zea, 1953, 1953c, 1955, 1957, 1960, 1971, 1976, 1978, 1981.
15
Zea, 1988.
16
Zea, 1975.
17
«América y su posible filosofía», Zea, 1941.
18
«En torno a una filosofía americana», en Zea, 1942. Reimpreso en Jornada (México), n.º 52, 1945.
19
«La filosofía como compromiso», en Zea, 1948; y Zea, 1952, 1969, 1974.
20
Zea, 1974, p. 10.
72 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cuestión ya presente desde 1949,21 es ahora pensada desde su superación como «libe-
ración» (como por ejemplo «La filosofía latinoamericana como filosofía de la libera-
ción»22), fruto de la discusión comenzada en 1969, no ya con positivistas o analíticos,
sino con filósofos latinoamericanos con conciencia y pretensión de hacer filosofía
latinoamericana, pero que se sitúan de otra manera con respecto a la interpretación
histórico-filosófica ya de la filosofía misma.23
Pienso entonces que, para un diálogo fecundo, todo debe centrarse en torno al pro-
yecto de una «filosofía de la historia latinoamericana» que es el aporte central de Zea,
y que tiene carácter de definitivo (y que, no está de más decirlo, sitúa sin lugar a dudas
a Zea como uno de los grandes pensadores latinoamericanos del siglo xx), proyecto
en el que nuestro filósofo se ha mantenido con extrema firmeza y constante fidelidad
durante más de cincuenta años, y que lo ha desarrollado de manera ejemplar e inimita-
ble (en todo aquello que tenga de positivo y de situacional, es decir, propio de un filó-
sofo que es fruto de su tiempo, como todos, formado fundamentalmente en las décadas
de los años treinta y cuarenta, y en especial por su maestro José Gaos cuando, en su
Carta abierta, éste juzgaba la obra juvenil de Zea como «una nueva filosofía de la
historia hispanoamericana»).
Gaos consideraba, además, que esa filosofía juvenil de Zea (1949) «podría ser con-
siderada como propia de esta América»,24 es decir, «una filosofía de la historia que,
por serlo de la realidad de esta América, se expresará en forma distinta de lo que ha
sido la filosofía de la historia europea u occidental».25 Téngase en cuenta, sin embar-
go, que Gaos se está refiriendo a una obra de «historia de las ideas» de 1949 (Dos
etapas del pensamiento en Hispanoamérica) —primera dirección de las obras de
Zea— y no de lo que para Zea es «filosofía de la historia» latinoamericana (la primera
de ellas, formalmente sólo en América como conciencia (1953), o aun ya en Concien-
cia y posibilidad del mexicano (1952) —la segunda dirección—. Pero esto no es la
cuestión esencial.
Preguntémonos ahora: ¿en qué consiste esa filosofía de la historia latinoamerica-
na? Pienso que es una hermenéutica histórica, una interpretación como autoconciencia
de la propia historia (historia en su sentido de «acontecimiento» [Geschichte en Hei-
degger], del nivel del «mundo de la vida cotidiana» [Lebenswelt de Husserl y Haber-
mas], o en el de la historia como el relato de la «ciencia histórica» [Historie], y, en un
tercer sentido, como historia ya reflexionada por los pensadores [no necesariamente
estrictamente filósofos] latinoamericanos, que Zea estudia positivamente como incan-
sable lector para sus obras de «historia de las ideas»). Debe retenerse como teórica-
mente central el concepto de «Conciencia» (con un contenido específico y creciente-
21
Zea, 1949, p. 15.
22
Zea, 1974, pp. 32-47.
23
Véase la cuestión en Zea, 1969, en la ponencia de 1974 ya citada, pp. 39-44, y en otras obras de
esos años.
24
Carta abierta.
25
Zea, 1978, p. 19.
EL PROYECTO DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA LATINOAMERICANA 73
26
Zea, 1976, p. 10.
27
«¿Filosofía latinoamericana? No, filosofía sin más; que lo latinoamericano se dará ineludiblemen-
te. Será la respuesta de la filosofía latinoamericana a la pregunta sobre su propia existencia» (Zea, 1971,
p. 186). La universalidad es la pretensión hacia la que se tiende desde una particularidad que parte de una
realidad latinoamericana propia
74 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ideas». No quiero indicar que Zea no tenga limitaciones, pero ha mostrado, sin embar-
go, que no puede estudiarse la historia de las ideas sólo como reflejo de los procesos
de la «infraestructura». Está hoy claro, también, que la crítica del marxismo economi-
cista, incluso el latinoamericano, debía ser tarea propia del filósofo latinoamericano
que pretenda producir una filosofía latinoamericana, exigencia de una «reconstruc-
ción», del marxismo mismo que Zea no incluía en su proyecto hermenéutico (pero que
una vez realizado sirve para mejor fundamentar ese proyecto de un filosofar latinoa-
mericano).28
En un tercer momento (después de la crítica del positivismo y la filosofía analítica
o del marxismo), en cuanto filósofo de la historia de América Latina, se produce un
nuevo debate, como ya hemos indicado, cuya toma de posición deja Zea plasmada en
La filosofía latinoamericana como filosofía sin más (1969). El argumento central, que
se viene desarrollando en el pensamiento de Zea desde 1941, consiste en afirmar que no
puede negarse el pasado latinoamericano (como parece que lo pretendía Augusto Sala-
zar Bondy en su obra ¿Existe una filosofía en nuestra América Latina?29). En palabras
de Zea:
Pasado propio y pasado impuesto y, por impuesto, también propio, han de formar el pa-
sado que ha de ser dialécticamente asimilado por pueblos como los nuestros. De allí esa
lucha con la filosofía y la cultura occidentales que parece propia del pensamiento lati-
noamericano.30
Sin embargo, parece extraño que se critique por negar el pasado a historiadores que
se han ocupado reiteradamente de América Latina (Salazar Bondy tiene dos tomos
sobre historia de la filosofía peruana [en el nivel de historia de las ideas],31 y, por mi
28
Ésa fue nuestra intención en las tres obras de filosofía latinoamericana: Dussel, 1985, 1988, 1990,
cuestiones que Zea no incluye como tarea de una filosofía latinoamericana.
29
Salazar Bondy, 1968. Salazar Bondy escribía: «nuestra filosofía con sus peculiaridades propias, no ha
sido un pensamiento genuino y original, sino inauténtico e imitativo en lo fundamental» (ibid., p. 131). A lo
que nosotros agregábamos: «Si es así, posible una filosofía auténtica en nuestro continente subdesarrollado,
dependiente (y por ello subdesarrollado) y oprimido aun cultural y filosóficamente» (Dussel, 1973, t. 1, p. 154).
Al respecto véase la «Destrucción de la filosofía europea» (cap. 2, pp. 31 ss.) y «Hacia la concepción filosófi-
ca-histórica e histórica-filosófica de Enrique Dussel» (cap. 3, pp. 57 ss.), en Schelkshorn, 1992.
30
Zea, 1978, p. 32.
31
Salazar Bondy, 1965, 2 vols. En su conclusión dice sobre la filosofía peruana: «La meditación ha
tenido esencialmente un carácter imitativo; su evolución puede ser reducida todavía a sucesivas influen-
cias extranjeras. Con ello ha perdido en gran parte su sentido de reflexión auténtica, quedándose sólo en
repetición y divulgación de ideas y doctrinas» (vol. II, p. 456). Exigente con su propia realidad nacional
dice todavía: «La frustración del sujeto histórico en la vida peruana ha sido especialmente grave para la
filosofía hasta nuestros días» (ibid., p. 459). Aquí se encuentran ya todas las tesis de su obra posterior,
con la que polemiza Zea. En nuestro encuentro en Buenos Aires en 1973, habíamos pensado comenzar
a colaborar activamente en la construcción filosófica futura. Augusto se murió «demasiado pronto», en
plena juventud creativa, en 1974.
EL PROYECTO DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA LATINOAMERICANA 75
parte,32 tengo más de una decena de obras sobre historia latinoamericana [en el ámbito
de la ciencia histórica, en alguno de sus aspectos],33 varias sobre una interpretación de
la historia latinoamericana,34 desde su proto-historia,35 y aun en historia de las ideas).36
No se pretende negar el pasado de un pensamiento latinoamericano liberador. Lo
que negamos con Salazar Bondy es la existencia de una filosofía crítica latinoamericana
en la «etapa de normalidad filosófica»37 y que haya podido en cuanto filosofía latinoa-
mericana afirmarse a sí misma y ser reconocida como expresión de filosofía universal,
la que se practica en los programas centrales de los estudios filosóficos y no en la es-
pecialidad de estudios latinoamericanos, o como cátedra específica: filosofía en un
sentido restringido, o según la define la «comunidad filosófica hegemónica euro-
norteamericana». Se debe distinguir esa filosofía en sentido restringido de la filosofía
como «filosofía de la historia Latinoamericana», o como hermenéutica histórico-
fundamental del «mundo de la vida cotidiana» (la Lebenswelt husserliana, desde Die
Krisis der europäischen Wissenschaften, y ciertamente por el impacto que causó en
él Ser y tiempo de Heidegger). La «filosofía de la historia latinoamericana», de Zea,
en mi interpretación, es una hermenéutica que hace explícita una actitud presupuesta
32
Zea critica mi posición reiteradamente, aunque no puedo sino agradecer el tono con el que lo hace,
como cuando escribe: «Salazar Bondy, Dussel, Fanon y quienes como ellos pugnan o han pugnado por
una filosofía de la liberación...», Zea, 1974, p. 42.
33
Por ejemplo, la primera de ella en los nueve tomos de El episcopado hispanoamericano, insti-
tución misionera en defensa del indio (1504-1620), Cuernavaca, CIDOC, 1969-1971, producto de
cuatro años de investigaciones en el Archivo General de Indias en Sevilla (y como tesis de historia
en La Sorbona).
34
Véase, por ejemplo, «Iberoamérica en la historia universal», en Dussel, 1965, pp. 85-95, y sobre
la «autoconciencia» de la historia latinoamericana dos artículos en Esprit (París), julio de 1965. Debo
expresar que en esos años, la obra de Zea América como conciencia (1953) me impactó de tal manera
que desde aquel momento hasta hoy todo mi intento es justamente posibilitar la «entrada» de América
Latina en la historia mundial (en cuanto a la autointerpretación histórica de la Humanidad, y en cuanto
a la «comunidad filosófica hegemónica», de la que hablaré más adelante). Debo agradecer a Zea, y por
ello lo menciono en la dedicatoria, el haberme enseñado que América Latina estaba fuera de la historia.
Años después repite: «Fuera quedan, Asia por anacrónica y América y África por jóvenes o primitivas»,
(Zea, 1978, p. 36). Vuelvo a plantear este tema en mi última obra 1492: El encubrimiento del Otro. Hacia
el origen del «mito de la Modernidad» (Dussel, 1993), que dicté como conferencia en la Universidad
Goethe de Frankfurt en octubre de 1992.
35
Véase Dussel, 1963; 1961; 1974; 1966, t. 1, 268 pp. Como puede observarse, no sólo no hemos
negado nuestra historia, sino que le hemos dedicado, como filósofos, muchos años y muchas obras, y
hemos partido, para situar América Latina en la Historia Mundial, desde varios milenios antes de Cristo
—como lo indicamos explícitamente en el prólogo a El humanismo semita, y como presupuesto para una
filosofía latinoamericana.
36
Como por ejemplo en Dussel, 1968b, pp. 117-119; Dussel, 1979, pp. 79-106; Dussel, 1982,
pp. 405-436. Esta expresión es de Francisco Romero («Sobre la filosofía en Iberoamérica» en La Nación,
Buenos Aires, 24 de diciembre de 1940), citada por Leopoldo Zea en Jornada, n.º 52 (1945), p. 20.
37
Esta expresión es de Francisco Romero («Sobre la filosofía en Iberoamérica», en La Nación, Bue-
nos Aires, 24 de diciembre de 1940), citada por Leopoldo Zea en Jornada, n.º 52 (1945), p. 20.
76 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
México, como el resto de los países de Iberoamérica, no ha dado aún origen a una filoso-
fía38 a la que se pueda llamar propia. Más bien ha venido glosando las grandes corrientes
del pensamiento europeo.39
¿No es acaso esto exactamente la posición de Salazar Bondy y la mía propia? Por
un lado, todos pensamos que es necesario tener autoconciencia de la realidad o del
«mundo de la vida cotidiana» latinoamericana (como pasado), y que en este sentido
ha habido auténticos pensadores latinoamericanos (no «filósofos normalizados»). Pe-
ro, por otro lado, en América Latina la filosofía en sentido restringido (que se autoa-
firma como universal y es reconocida por la «comunidad filosófica hegemónica euro-
norteamericana») no había producido una filosofía «propia». ¿Es esto una contradic-
ción? Creo que no, porque se dan en dos niveles distintos; en uno se sitúan los autores
interpretados en la «filosofía de la historia» de Zea, y, en otro, los filósofos de la «filo-
sofía», normalizada, a la que nos estamos refiriendo con Salazar Bondy.
Por una parte, el filósofo latinoamericano debe efectuar la hermenéutica que descu-
bre40 el sentido de su propia historia, de su propia realidad, tarea efectuada por Zea,
así como Aristóteles exigía que en el uso del método más fundamental de todos, el
dialéctico, ni la ciencia ni la filosofía servían, porque debía pensarse directamente ta
endoxa (las opiniones del «mundo de la vida cotidiana» desde donde pueden ser pen-
sados los «principios» de la ciencia y de la misma filosofía en sentido estricto o res-
tringido),41 y para ello sólo valía la paideia (como una «cultura», fundamental).42
38
Es evidente que aquí «filosofía» para Zea tiene un sentido restringido, que no incluye a Bolívar,
Alberdi o Martí, o entonces se contradiría.
39
Zea, 1955, p. 47.
40
Este descubrimiento es como un acto inverso del originario de América: «El descubrimiento de
América —escribe Zea—, había sido en realidad su encubrimiento. Encubrimiento de la realidad de los
hombres y pueblos de esta América» (Zea, 1981, p. 53).
41
Véase Tópicos I, 1; 100 a 18-b 23. Hemos expuesto esto en Método para una filosofía de la libe-
ración, (Dussel, 1974), pp. 17 ss., reimpreso por la Universidad de Guadalajara, México, 1992.
42
«En todo género de especulación y de método, desde el más cotidiano al más elevado, parece que
hay dos tipos de actitudes: a la primera podríamos denominarla ciencia del ente, y a la otra como cultura
(paideían). En efecto, es del hombre culto (pepaideuménou) el poder efectuar la crítica (Krísis). Y es
precisamente esta actitud la que pensamos que pertenece al hombre que tiene cultura universal y como
resultado de la cultura» (Aristóteles, 639 a 1-10).
EL PROYECTO DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA LATINOAMERICANA 77
43
Zea, 1952, p. 11.
78 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
44
Quizá sea, por ejemplo, indicador de ese avance el artículo de Karl-Otto Apel, «Die Diskursethik
vor der Herausforderung der Philosophie der Befreiung» [La ética del discurso ante el desafío de la filo-
sofía de la liberación], en Fornet, 1992b, pp. 16-54; o de P. Ricoeur, «Filosofia e Liberazione», en Ri-
coeur, 1992, pp. 108 ss.
45
Se denomina «Filosofía de la Liberación» a la filosofía que usa categorías universalizables, a partir
de la situación de dependencia, dominación, explotación de América Latina. Pero, al mismo tiempo, de
toda otra posición de opresión: de la mujer, de las razas no-blancas, de la juventud, de la cultura popular,
de los obreros explotados por el capitalismo, de continentes excluidos de los beneficios del capitalismo
central, etc. Un metalenguaje universalizable, que parte desde América Latina.
46
Habría todavía muchos otros temas que exponer, tales como la diferencia entre un «proyecto
asuntivo» (Zea, 1978, pp. 269 ss.) y un «proyecto de liberación» popular (que no es ni el de los criollos
libertarios, ni de los conservadores o liberales, sino de las etnias, clases explotadas, de los marginales,
del «bloque social de los oprimidos»: el pueblo latinoamericano); el problema del mestizo y la necesaria
inclusión del indio y el afro en un proyecto latinoamericano; la articulación de la dependencia cultural
con la económica (y de allí la importancia todavía actual de Marx), etc. Es decir, hay un diálogo a efec-
tuar aun en el nivel mismo de la hermenéutica histórica del mundo de la vida cotidiana o de la «filosofía
de la historia latinoamericana» de Zea.
EL PROYECTO DE UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA LATINOAMERICANA 79
E
Chiapas.
l primero de enero de 1994, ante la sorpresa universal y al comienzo de la apli-
cación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, México
escuchó en los programas de radio la noticia de un levantamiento maya en
Somos producto de 500 años de luchas [...] Pero nosotros hoy decimos ¡Basta! Somos he-
rederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos somos millo-
nes y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado como el único
camino para no morir de hambre [...] [Nos oponemos a] los mismos que se opusieron a Hi-
dalgo y Morelos, los que traicionaron a Vicente Guerrero, a los mismos que vendieron más
de la mitad de nuestro suelo al extranjero invasor...3
1
Escrito en febrero de 1994.
2
«Los condenados de la Sierra. Chiapas», panfleto impreso por el EZLN el 7 de febrero de 1994,
p. 5.
3
«Declaración de la Selva Lacandona. Hoy decimos ¡Basta!», en El Despertador Mexicano (Órgano
Informativo del EZLN, México), n.º 1, diciembre de 1993, p. 1. A esta declaración se sigue una «Decla-
ración de Guerra», «Instrucciones para Jefes y Oficiales del EZLN», etc. Es decir, un lenguaje propio
de un movimiento revolucionario como el conocido en otros lugares.
82 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
canos) y «ladinos» (mestizos), cuando toda la nación se hizo eco de su protesta, pare-
ciera que la «institución» revolucionaria, el EZLN, fue revelando otro lenguaje, y no
ocultó ya la manera de hablar propia de la etnia maya, la del pueblo indígena de donde
el EZLN ha nacido y para quien lucha:
Los más viejos de los viejos de nuestros pueblos nos hablaron palabras que venían de muy
lejos, de cuando nuestras vidas no eran, de cuando nuestra voz era callada. Y caminaba la
verdad en las palabras de los más viejos de los viejos de nuestros pueblos. Y aprendimos
en su palabra de los más viejos de los viejos que la larga noche de dolor de nuestras gente
venía de las manos y palabras de los poderosos [...].4
4
«Mensaje a la Coordinadora Nacional de Acción Cívica», en La Jornada, 22 de febrero de 1994,
p. 8, col. 1.
5
Es lo que el periodista Hermann Bellinghausen llamó «fase semántica del conflicto» (La Jornada,
7 de febrero de 1994, p. 9, col. 1).
6
Es decir, los conquistadores les arrojaron perros domesticados para la lucha, para esas tareas gue-
rreras, y éstos los devoraron bestialmente.
7
Eran los famosos «códices» pintados con dibujos en negro (del color del misterio de la noche origi-
naria) y del rojo (de la claridad del día, del amor, de la vida, de la sangre).
8
Del ya citado Ms. Anónimo de Tlatelolco (León-Portilla, 1979, p. 61).
9
Los aztecas habían tomado los códices de Azcapotzalco (y después de los otros pueblos domina-
dos), al comienzo los estudiaban, los asumían (esto es lo que esperaban que los europeos hicieran) y
después los destruían. Pero, al menos, habían quedado subsumidos de alguna manera en los «códices»
(en la historia y teoría) del vencedor.
SENTIDO ÉTICO DE LA REBELIÓN MAYA DE 1994 EN CHIAPAS 83
En 1524 aconteció otro hecho, quizá el único diálogo formal entre las dos culturas.
Fue un rotundo fracaso. El manuscrito de los Colloquios y Doctrina Christiana10 tie-
nen un particular valor, porque fue testimonio de aquel enfrentamiento histórico: por
primera y por última vez los tlamatinime, los pocos que quedaban en vida, pudieron
argumentar ante españoles cultos, los doce misioneros franciscanos recién llegados.
Era un diálogo entre «la razón del Otro» (la del amerindio) y el «discurso de la Mo-
dernidad» naciente. No había simetría: no era una «comunidad de argumentación» en
situación ideal, ya que unos eran los vencidos, y otros los vencedores. Además, y con-
tra lo que pudiera pensarse, el saber de ambos argumentantes tenía diferente desarro-
llo. El de los tlamatinime conservaba el alto grado de sofisticación del Calmécac (es-
cuela filosófica azteca). Los frailes, aunque muy escogidos y excelentes religiosos, no
tenían el nivel formal de los aztecas. Fue en realidad un «diálogo» donde los amerin-
dios estaban como mudos y los españoles como sordos (faltaba un «traductor»). Pero
los españoles tenían el poder emanado de la conquista, y por ello no prestaban aten-
ción suficiente a la argumentación —como lo exigía Bartolomé de Las Casas en el
De Unico Modo—. Pronto se interrumpirá el «diálogo argumentativo» y se pasará
al «adoctrinamiento», a la «doctrina», a la destrucción ideológica del imaginario
amerindio.
En aquel momento histórico, los tlamatinime construyeron una pieza estricta del
arte retórico («flor y canto»), plena de belleza y lógica.11 Veamos sólo el inicio, la
introducción al diálogo, conducido por los sabios:
Señores nuestros, muy estimados señores: Habéis padecido trabajos para llegar a esta tie-
rra.12 Aquí, ante vosotros, os contemplamos, nosotros gente ignorante.13
10
Citaremos siempre el texto de la edición de Lehmann, 1949 (en castellano y náhuatl de León-
Portilla, 1979, pp. 129-136). Es interesante anotar que el texto náhuatl fue escrito posteriormente en el
Colegio de Tlatelolco que fundaron los franciscanos para los niños de caciques. Uno de los redactores
fue Antonio Valeriano, vecino de Azcapotzalco, tendrá que ver con el texto de la tradición de la Virgen
de Guadalupe. Se trataba de 30 capítulos de «todas las pláticas, confabulaciones y sermones que hubo
entre los doce religiosos y los principales y señores y sátrapas» (Lehmann, 1949, p. 52) en México, en
1524; es decir, tres años después de la destrucción de la antigua metrópoli.
11
Para una narrativa de este hecho consúltese Dussel, 1993.
12
Obsérvese que es la misma manera como Moctezuma «recibe» a Cortés: se tiene respeto por el
Otro, se le da lugar, que establece primero el momento «pragmático» o «ilocucionario» de la «razón
comunicativa». Es un momento todavía actual en la cultura mexicana: nunca se va directo al asunto
(razón instrumental), al «contenido proposicional». Esto parece improductivo al businessman capitalista.
13
«Timaceualti»: su «ignorancia» es justo lo que se tiene desde la sabiduría, como enseñaba Ne-
zahualcoyotl: «—¿Acaso hablamos algo verdadero aquí, Dador de Vida? Sólo soñamos, sólo nos levan-
tamos del sueño, sólo es un sueño. ¡Nadie habla aquí verdad!» (Mis Cantares Mexicanos, fol. 17, r; León-
Portilla, 1979, p. 60).
84 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Y ahora, ¿qué es lo que diremos? ¿qué es lo que debemos dirigir a vuestros oídos?14 ¿So-
mos acaso nosotros algo? Somos tan sólo gente vulgar...
Después de este breve marco (que en el texto continúa), se pasa, como segunda
parte, a «elaborar» la dificultad del diálogo mismo, como respuesta a la propuesta que
han hecho los misioneros —propuesta que, en resumen es un «catecismo» no muy
sofisticado y «aceptable» para alguien que ya es cristiano; pero «incomprensible» para
«el Otro» real, de otra cultura, lengua, religión, todo el nivel empírico hermenéutico,
como podía ser el caso de aquellos tlamatinime:
14
Aquellos sabios de «otra» cultura tienen ya conciencia de la «distancia». Los franciscanos recién
llegados tienen el optimismo simplista moderno de quererles enseñar «la fe cristiana» —es una posición
racionalista, honesta, ingenua, sincera, verdadera... pero no ven la «distancia» que los tlamatinime supo-
nen (debajo de la posible futura «conversación» o «discusión») como dificultad, como inconmensurabili-
dad, como patología de la comunicación—. Para ellos, los vencidos, todo esto es evidente. Para los ven-
cedores modernos es un obstáculo que hay que vencer en el menor tiempo posible para pasar a la
«información» del «contenido proposicional». El momento «pragmático-comunicativo» no tiene la mis-
ma insoportable y casi insuperable prioridad que pesa abismalmente sobre los que quieren comunicar la
«razón (ratio, Grund) del Otro».
15
De nuevo un momento esencial. El «traductor» de los sabios aztecas no puede ser del nivel exigi-
do. No había nadie que pudiera conocer ambas culturas a tal nivel que realmente expresara en ellas lo
que cada uno estaba hablando. En realidad el pretendido «diálogo» se hacía en la lengua de Castilla: era
la hegemónica, la que tenía el poder (su «consenso», «acuerdo» era lo «válido», la lengua del Otro debía
entrar en dicha comunidad desde fuera, si quería ser oído).
16
«Yn ihiio yn itlatol.» Esta manera de expresión del náhuatl, como el «cara-a-cara» semita, se
denomina «difrasismo», y serán numerosos en este texto retórico tan refinado.
17
«In tloque, nauaque.» El Ometeótl como experiencia mística de la divinidad que penetra hasta lo
íntimo del ser y está presente en todo lo que nos circunda. ¿Cómo podían aquellos franciscanos, que sin
embargo venían de buenas escuelas místicas españolas reformadas por Cisneros, comprender que hubie-
ran debido detenerse a «dialogar» durante semanas sólo sobre esta «concepto-experiencia». Como si ante
Budda se pasara rápidamente por el concepto de «nirvana».
18
Considérese la situación trágica que se enfrenta con valentía, lucidez, magnanimidad heroica.
«Santidad» que los mismos franciscanos no podían apreciar suficientemente —y mucho menos los «con-
quistadores» presentes.
19
«Tipoliuini timiquini», expresión de la sabiduría ética que sabe que todo es «finito» en la tierra
(in Tlalticpac). El otro lugar donde se puede ir, si no es ya la tierra, es al Topan mictlan (lo que sobrepa-
sa, la Región de los Muertos, el «más-allá»).
20
«Tel ca tetu in omicque.» Un «mundo» ha muerto y ¿qué vale la vida sin él? Los europeos están
lejos de sospechar la tragedia de estos «vivos-muertos». Lo único honesto hubiera sido, justamente,
SENTIDO ÉTICO DE LA REBELIÓN MAYA DE 1994 EN CHIAPAS 85
remos de todas maneras un poco ahora, un poquito abriremos el secreto,21 el arca del Se-
ñor, nuestro dios.
Porque por la bondad y misericordia de Dios, que tuvo a bien de elegirme por su ministro
(en Chiapas) sin yo se lo merecer, para procurar y volver por aquellas universas gentes de
las que llamamos Indias... sobre los daños, males y agravios nunca otros tales vistos ni oí-
dos, que de nosotros los españoles han recibido contra toda razón e justicia.25
Largo sería escribir la historia de las injusticias que comenzaron en Chiapas con
la conquista. Efectuemos ahora un salto en el tiempo y volvamos al presente.
asumir su cultura en el «nuevo mundo». Pero estaba fuera de todo posible proyecto histórico (hubiera
sido auténticamente el «nacimiento de un Nuevo Mundo», pero no lo fue).
21
«In top in ipetlacal», otro difrasismo que indica lo oculto, lo que no se revela, lo que «no se pue-
de» revelar por imposibilidad del que recibe lo «guardado» en el arca de seguridad. Otro momento
«pragmático» supremo: es la «vivencia» misma de una cultura «por dentro» que no puede comunicarse
sino sólo por la «experiencia» de una praxis comunitaria histórica. Se necesita «vivir juntos» mucho
tiempo para «comprender» lo que se revela. En nuestra Filosofía de la Liberación (Dussel, 1977) hemos
tratado largamente este tema en la «semiótica», lo mismo que en Para una ética de la liberación latinoa-
mericana, (Dussel, 1973), t. I, cap. 3, y en nuestra ponencia en la discusión con K.-O. Apel: «La inter-
pelación como acto-de-habla», en mi obra Apel, Ricoeur, Rorty y la filosofía de la liberación (Dussel,
1993b). Es el sentido de «revelar» (Offenbarung) que no es lo mismo que «manifestar» o «aparecer»
(Erscheinung) (del fenómeno y su palabra con sentido proposicional tautológico o «ya sabida»).
22
Véase El Episcopado Hispanoamericano. Institución misionera en defensa del indio (1504-1620)
(Dussel, 1970), t. IV, pp. 249 ss. (es parte de mi tesis doctoral de La Sorbonne, obra en nueve volúmenes
con documentos de Archivo General de Indias de Sevilla).
23
Ibid., t. IV, p. 248.
24
Ibid., p. 249.
25
«Clausula del Testamento», de 1566, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de
México, t. II, p. 511.
86 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Los miembros del EZLN hablan ahora con el lenguaje de los mayas, milenios más
antiguo que el hecho de la conquista en el siglo XVI; hablan desde su mismo horizonte
teórico originario.
Deseo, para comenzar, referirme a los tres criterios de validez ética presente en los
«Comunicados» dados a conocer. Llama la atención, en primer lugar, la insistencia
rebelde a referirse a la dignidad del sujeto histórico negado. El «Delegado Juan» re-
pite muchas veces la misma exigencia:
Es por eso que nosotros nos levantamos [...], nos vimos en esa necesidad de hacerlo, noso-
tros los indígenas luchamos porque se nos respete nuestra dignidad. Eso es lo que nosotros
decidimos a que se nos tuviera respeto.26
[Los que nos han tratado injustamente han] negado respeto y dignidad a los que, antes que
ellos, ya poblaban estas tierras. Olvidaron que la dignidad humana no es sólo patrimonio
de los que tienen resueltas sus condiciones elementales de vida, también los que nada tie-
nen de material poseen lo que nos hace diferentes de cosas y animales: la dignidad.27
¡No dejemos que nuestra dignidad sea ofertada en el gran mercado de los poderosos! Si
perdemos la dignidad todo perdemos. Que la lucha sea alegría para los hermanos todos,
que se unan a nuestras manos y nuestros pasos en el camino de la verdad y la justicia.28
ESQUEMA 1.
PROCESO DE RE-CONOCIMIENTO DEL OTRO
Una razón anterior al comienzo, anterior al presente, pues mi responsabilidad por el otro
se impone antes que toda decisión, antes que toda deliberación [antes que todo argu-
mento].37
32
Véanse los tres niveles estudiados por Honneth: emocional (amor, Liebe), cognitivo (derechos,
Rechte), reconocimiento social (dignidad, Würde) (Honneth, 1992, p. 211).
33
Marx, 1842, p. 4. Véase Dussel, 1993c.
34
«Sistema» aquí aun en el sentido de Niklas Luhmann: «Nuestra tesis de que existen sistemas puede
ahora delimitarse con más precisión: existen sistemas autorreferenciales» (Luhmann, 1984, p. 31). El
individuo en un sistema tal actúa como «función».
35
En Sâo Leopoldo, Hans J. Sandkühler me pidió que explicara esta constitución del Otro como
persona. La respuesta la expuse, en parte, en el cap. 4.2 de la Ética de la Liberación (Dussel, 1998).
36
Será objeto del cap. 5.7 de Ética de la Liberación, al estudiar los «tipos de racionalidad».
37
Lévinas, 1974, p. 212.
88 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Es por eso que nosotros nos levantamos [...], porque tuviéramos una vivienda digna, por-
que tuviéramos un buen trabajo y también porque tuviéramos tierra donde trabajar.40
Todos son culpables, desde los altos funcionarios federales [...] todos nos han negado sa-
lud, educación, tierra, vivienda, servicios, trabajo justo, alimentos, justicia.41
Para nuestros niños y niñas no hay escuelas, ni medicinas, no hay ropa ni alimentos, no han
un techo digno en donde guardar nuestra pobreza. Para nuestros niños y niñas sólo hay tra-
bajo, ignorancia y muerte. La tierra que tenemos no sirve para nada, con tal de conseguir
algo para nuestros hijos salimos a buscar la paga en la tierra de otros, los poderosos, y nos
dan muy barato nuestro trabajo. Nuestros hijos tienen que entrar a trabajar desde muy pe-
queños para poder conseguir algo de alimento, ropa y medicinas. Los juguetes de nuestros
hijos son el machete, el hacha y el azadón, jugando y sufriendo trabajando salen a buscar
leña, a tumbar monte, a sembrar desde que apenas aprenden a caminar.42
38
Esta es la «re-sponsabilidad» (del latín: spondere: «tomar-a-cargo-al-Otro» indefenso) a priori
anterior a la responsabilidad de Hans Jonas o K.-O. Apel.
39
Reyes Mate, 1991: «Por una ética compasiva» (pp. 141 ss.), sitúa correctamente la cuestión, desde
Horkheimer (véase Schnädelbach, 1986), citando: «Ese amor no se puede entender sin la orientación a
una vida futura feliz del hombre, orientación que no viene por revelación sino que brota de la miseria del
presente» (Horkheimer, «Materialismus und Moral», 1933, pp. 162-197; cit. R. Mate, 1991, p. 143). Sin
embargo, Horkheimer opina que la compasión es un «sentimiento moral»; pienso, en cambio, que es un
momento primero de la «razón ética originaria», y la diferencia es esencial, ya que no afirmamos un
ambiguo «sentimentalismo» compasivo.
40
«Delegado Juan: luchamos por que se nos respete como indígenas», en La Jornada, 25 de febrero
de 1994, p. 6, col. 3.
41
«Carta a tres periódicos», en La Jornada, 18 de enero de 1994, p. 2 de «Perfil».
42
«Buscamos caminos de paz y sólo encontramos burla», en La Jornada, 12 de febrero de 1994, p. 15,
col. 1.
SENTIDO ÉTICO DE LA REBELIÓN MAYA DE 1994 EN CHIAPAS 89
[... Comprendimos] que nuestra miseria era riqueza para unos cuantos, que sobre los huesos
y el polvo de nuestros antepasados y de nuestros hijos se construyó la casa de los podero-
sos, y que en esa casa no podía entrar nuestro paso, y que la luz que la iluminaba se ali-
mentaba de la oscuridad de los nuestros, y que la abundancia de su mesa se llenaba con el
vacío de nuestros estómagos, y que sus lujos eran paridos por nuestra miseria, y que las
fuerzas de sus techos y paredes se levantaron sobre la fragilidad de nuestros cuerpos, y que
la salud que llenaba sus espacios venía de la muerte nuestra, y que la sabiduría que ahí vi-
vida de nuestra ignorancia se nutría, que la paz que la cobijaba era guerra para nuestras
gentes.43
Se trata, una vez más, de ligar la validez ética de una acción a la exigencia de la re-
producción corporal del sujeto ético, como condición absoluta de la misma eticidad
(si el sujeto muere no hay más eticidad posible; pero, además, el responsable de la
imposibilidad de la reproducción de la vida es perverso por excelencia). En el juicio
final de Osiris, 3000 a. C. en Egipto, en el Libro de los Muertos, se enuncia en el ca-
pítulo 125 (retomado después en Isaías 58 y en Mateo 25): «Di de comer al ham-
briento, de beber al sediento, de vestir al desnudo...», exigencias corporales primarias,
y por ello criterio también primero de validez ética. El EZLN intuye, desde la sabidu-
ría popular, estas exigencias fundamentales.
En tercer lugar, otro criterio de validez ética fundamental es el de la «comunidad».
Todo acto que pretenda validez ética debe ser solidario con respecto al cuerpo social
dentro del cual el sujeto ético es miembro. En las etnias mayas esta «comunitariedad»
es antiquísima, indeclinable, principal. Pero no es una comunidad espontánea, natural; es
una comunidad institucionalizada, con instrumentos de acuerdo, consenso, decisión.
El primero de ellos podríamos denominarlo: la «democracia maya». Las expresiones
que leeremos no se inspiran en textos políticos de la democracia de un Aristóteles,
Rousseau o Bobbio. Son mayas, fruto de milenios de una de las columnas culturales
de la Historia Mundial (junto al Egipto, la Mesopotamia, el Indo, la China, los mexi-
cas y los incas). Veamos unos textos hermosos y reveladores.
El marco teórico político del EZLN es propio, no es imitativo:
Las graves condiciones de pobreza de nuestros compatriotas tienen una causa común: la
falta de libertad y democracia. Nosotros consideramos que el respeto auténtico a las liber-
tades y a la voluntad democrática del pueblo son los requisitos indispensables para el mejo-
ramiento de las condiciones económicas y sociales de los desposeídos de nuestro país.44
43
«Mensaje a la Coordinadora Nacional de Acción Cívica», en La Jornada, 22 de febrero de 1994,
p. 8, col. 1.
44
«Comunicado del 6 de enero», en La Jornada, 11 de enero de 1994, p. 10, col. 3.
90 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Es por eso que nosotros nos levantamos [...] porque tuviéramos libertad de expresión, por-
que también tuviéramos la participación, lo que nosotros ponemos en nuestros puntos como
democracia.45
Pero esa «democracia» es maya. Veamos un texto donde la «lengua» maya es tra-
ducida al castellano («castilla» le llaman, como en el siglo XVI):
Cuando el EZLN era tan sólo una sombra entre la niebla y la oscuridad de la montaña,
cuando las palabras justicia, libertad y democracia eran sólo eso: palabras. Apenas un sue-
ño46 que los ancianos de nuestras comunidades, guardianes verdaderos de la palabra de
nuestros muertos, nos habían entregado en el tiempo justo en que el día cede su paso a la
noche [...] Cuando los tiempos se repetían sobre sí mismos, sin salida, sin puerta alguna,
sin mañana, cuanto todo era como injusto era, hablaron los hombres verdaderos, los sin
rostro, los que en la noche andan, los que son montaña, y así dijeron:47 Es razón y voluntad
de los hombres y mujeres buenos buscar y encontrar la manera mejor de gobernar y gober-
narse, lo que es bueno para los más para todos es bueno. Pero que no se acallen las voces
de los menos,48 sino que sigan en su lugar, esperando que el pensamiento y el corazón se
hagan común49 en lo que es voluntad de los más y parecer de los menos. Así los pueblos
de los hombres y mujeres verdaderos crecen hacia dentro y se hacen grandes y no hay fuer-
za de fuera que los rompa o lleve sus pasos a otros caminos.50
Si se apartaba su andar de lo que era razón de la gente, el corazón que mandaba debía cam-
biar por otro que obedeciera. Así nació nuestra fuerza en la montaña, el que manda obedece
si es verdadero, el que obedece manda por el corazón común de los hombres y mujeres
verdaderos.51
Fue nuestro camino siempre que la voluntad de los más se hiciera común en el corazón de
hombres y mujeres de mando. Era esa voluntad mayoritaria el camino en el que debía andar
el paso del que mandaba.
45
«Delegado Juan: luchamos por que se nos respete como indígenas», en La Jornada, 25 de febrero
de 1994, p. 6, col. 3.
46
Recuérdese que los sueños, desde los indígenas mapuches de Chile, lo guaraníes del Paraguay,
los aztecas o los esquimales, son el lugar donde se «revela» la «verdad». Interpretar los sueños era uno
de los cursos más extensos que los tlamatinime debían aprender en el Calmecac de México-Tenochtitlan.
47
Se trata entonces de un «Mensaje» de los antiguos que hablan por los sueños.
48
En este tipo de gobierno las minorías no sólo tienen derechos, sino que tienen igual derecho que
la mayoría.
49
Es decir, es necesario ir madurando la unanimidad, no sólo la mayoría. Esto toma tiempo, es el
tiempo de la reflexión, de la argumentación, del consenso.
50
«Comunicado de la Comandancia General: Elecciones democráticas», en La Jornada, 27 de febre-
ro de 1994, p. 11, col. 1
51
Ibid.
SENTIDO ÉTICO DE LA REBELIÓN MAYA DE 1994 EN CHIAPAS 91
Hasta aquí se explica cuál es el sistema político de los mayas, sistema anterior a la
conquista, que nada debe a la ciencia política actual, y del que todos, desde Aristóte-
les, hubieran aprendido mucho. El texto sigue enseñando:
Otra palabra vino de lejos para que este gobierno se nombrara52 democracia, este camino
nuestro que andaba desde antes que caminaran las palabras.53
Los que en la noche andan hablaron: Y vemos que este camino de gobierno que nombra-
mos no es ya camino para los más, vemos que son los menos los que ahora mandan, y
mandan sin obedecer, mandan mandando.54 Y entre los menos se pasan el poder del mando,
sin escuchar a los más, mandan mandando los menos, sin obedecer el mando de los más.
Sin razón mandan los menos. La palabra que viene de lejos55 dice que mandan sin demo-
cracia,56 sin mando del pueblo, y vemos que esta sinrazón de los que mandan mandando
es lo que conduce el andar de nuestro dolor y la que alimenta la pena de nuestros muertos.
Y vemos que los que mandan mandando deben irse lejos para que haya otra vez razón y
verdad en nuestro suelo. Y vemos57 que hay que cambiar, y que manden los que mandan
obedeciendo, y vemos que esa palabra que viene de lejos para nombrar la razón de gobier-
no, democracia, es buena para los más y para los menos.58
Los hombres sin rostro siguieron hablando:59 Es el mundo60 otro mundo,61 no en el que go-
bierna la razón y voluntad de los hombres verdaderos, pocos somos y olvidados,62 encima
nuestro caminan la muerte y el desprecio,63 somos pequeños, nuestra palabra se apaga, el si-
lencio lleva mucho tiempo habitando nuestra casa, llega ya la hora de hablar para nuestro co-
52
Tienen conciencia de que es otro «nombre» de algo «semejante» pero no exactamente «igual».
53
Ibid.
54
Se están refiriendo al Estado moderno, al Estado actual.
55
Es de nuevo la «palabra» reveladora que se manifiesta en los sueños, en los más viejos de los
viejos, la palabra de «antes».
56
Lo que ellos llaman democracia no lo cumplen.
57
Con voz profética, de sabiduría que viene de los siglos.
58
Ibid.
59
Continúa la «revelación».
60
El actual.
61
El originario deseado por los más viejos de los viejos, el ideal.
62
Los mayas mismos.
63
Siempre el problema de la dignidad negada.
92 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
razón y para otros corazones,64 de la noche65 y la tierra66 deben venir nuestros muertos, los
sin rostro, los que son montaña, que se vistan de guerra para que su voz se escuche, que calle
después su palabra y vuelven otra vez a la noche y a la tierra, que hablen a otros hombres y
mujeres que caminan otras tierras,67 que lleva verdad su palabra, que no se pierda en la menti-
ra. Que busquen a los hombres y mujeres que mandan obedeciendo, los que tienen fuerza en
la palabra y no en el fuego,68 que encontrándolos les hablen y les entreguen el bastón de man-
do, que vuelvan otra vez a la tierra y a la noche los sin rostro, los que son montaña, que si
vuelve la razón a estas tierras se calle la furia del fuego, que los que son montaña, los sin ros-
tro, los que en la noche andan descansen por fin junto a la tierra.69
Hasta aquí la revelación de los ancianos. Y por ello concluye el texto de la «Co-
mandancia General del EZLN»:
Hablaron así los hombres sin rostro,70 no había fuego en sus manos y era su palabra clara
y sin dobleces. Antes que el día venciera otra vez la noche71 se fueron y en la tierra quedó
su palabra sola: ¡Ya Basta!72
montaña, buscaron palabras que otros hombres entendieran y así dicen: Primero. Deman-
damos que se convoquen a una elección verdaderamente libre y democrática...74
Esto pone en cuestión muchas cosas. La primera de ellas, la concepción del llama-
do Estado nacional. En realidad los Estados naciones fueron Estados impuestos por
una nación a otras. Por ejemplo, la nación castellana impuso el Estado español a los
catalanes, andaluces, vascos, gallegos. Lo mismo acontece en Francia, en Italia, en
Alemania, en el Reino Unido. En América Latina, las «naciones indígenas» nunca
fueron consideradas como naciones, con lengua, religión, historia, instituciones políti-
cas propias. La reciente Constitución colombiana, fruto del trabajo del M19, logró
autoconcebirse como la de un Estado plurinacional: el Estado es uno e institucionaliza
la vida de «muchas naciones». Además, los indígenas tienen representación directa y
en cuanto tales en el Congreso de todo el país, sin mediadores. Todo esto exige recon-
cebir las instituciones políticas al nivel de todo el Estado federal, de los Estados pro-
vinciales y hasta los Municipios (donde los indígenas podrían gobernarse con sus ins-
tituciones tradicionales).
El lenguaje político traduce lo que la sabiduría milenaria ha profundamente funda-
mentado antes. Es decir, ellos hablan desde su propia tradición, sin imitaciones euro-
céntricas:
La palabra de verdad75 que viene desde lo más hondo de nuestra historia, de nuestro dolor,
de los muertos que con nosotros viven, luchará con dignidad en los labios de nuestros jefes
[...] no había mentira en el corazón de nosotros los hombres verdaderos. En nuestra voz76
irá la voz de los más, de los que nada tienen, de los condenados al silencio y la ignorancia,
de los arrojados de su tierra y de su historia por el poder de los poderosos, de todos los
hombres y mujeres buenos que caminan estos mundos de dolor y rabia, de los niños y los
ancianos muertos de soledad y abandono, de las mujeres humilladas, de los hombres pe-
queños. Por nuestra voz hablarán los muertos, nuestros muertos, tan solos y olvidados, tan
muertos y sin embargo tan vivos en nuestra voz y nuestros pasos. No iremos a pedir perdón
ni a suplicar, no iremos a mendigar limosnas o a recoger las sobras que caen de las mesas
llenas de los poderosos. Iremos a exigir lo que es derecho y razón (!) de las gentes todas:
libertad, justicia, democracia.77 78
74
Ibid.
75
Véase el sentido maya y azteca del concepto de «verdad» en Dussel, 1993, conferencia 7, nota 17.
76
Esta voz es la «interpelación» (véase Dussel, 1993b, el capítulo sobre «La interpelación del Otro»).
77
Véase mi colaboración, § 3: «Intermezzo» en Dussel, 1992, pp. 67-71.
78
«Comunicado dirigido al pueblo» del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en La Jornada
(México), 20 de febrero (1994), p. 14, col. 4.
94 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Pero la verdad que seguía los pasos de la palabra de los más viejos de los viejos de nuestros
pueblos no era sólo de dolor y muerte. En su palabra de los más viejos de los viejos venía
también la esperanza para nuestra historia. [..] El temor fue enterrado junto a nuestros
muertos de antes, y vimos de llevar nuestra voz a la tierra de los poderosos, y cargamos
nuestra verdad para sembrarla en medio de la tierra donde gobierna la mentira, a la ciudad
llegamos cargando nuestros muertos para mostarlos a los ojos ciegos de nuestros compa-
triotas, de los buenos y los malos, de los sabios y de los ignorantes, de los poderosos y los
humildes...79
79
«Entramos otra vez a la historia de México: EZLN», en La Jornada, 22 de febrero de 1994, p. 8,
cols. 2-3. Pareciera que escuchamos nuevamente el Libro de los Libros de Chalam Balan: «El 9 Ahuau
Katun es el segundo que se cuenta. Ichcaansihó, Faz-del-nacimiento-del-cielo, será su asiento. En su
época recibirán el tributo los extranjeros que vengan a la tierra, en la época que lleguen los amos de
nuestros almas y congreguen a los pueblos comience a enseñarse la Santa Fe del cristianismo [...] Enorme
trabajo será la carga del katun porque será el comenzar de los ahorcamientos, el estallar del fuego en el
extremo del brazo de los blancos...» (FCE, México, 1991, pp. 70-71). Esto aconteció en el siglo XVI. El
texto actual dice: «Nuestro suelo se cubrió de guerra, nuestros pasos echaron a andar de nuevo armados,
el temor fue enterrado junto a nuestros muertos...» (op. cit., p. 8, col. 2). Es una manera maya de expre-
sarse por medio de poderosas imágenes que sustantivizan las acciones como si fueran sujetos: «nuestros
pasos echaron a andar...».
6. «Ser-hispano». Un mundo en el border
de muchos mundos
N o se trata de proponer una utópica «raza cósmica» como la que nos habla
A. Vasconcelos, ni la «hibridez» de N. García Canclini, ni una historia inter-
pretada literariamente como la de Octavio Paz en Laberintos de la soledad,
sino más bien un ir descubriendo al hispano como «localizado» creativamente entre
(el «in-between» de Homi Bhabha1) muchos mundos que van constituyendo, en el
«border» intercultural,2 una identidad histórica, no sustancialista ni esencialista, sino
dialécticamente creadora de sus propios componentes en el proceso mismo de la histo-
ria en continua integración de nuevos desafíos. Pero dicha experiencia histórica es al
mismo tiempo normativa: debe ser descubierta y afirmada en su dignidad, mucho más
cuando el estado actual de la comunidad hispana parte de una negativa autoevaluación
de su propia existencia. La complejidad cultural del «ser-hispano» debe ser vivida
desde una subjetividad, desde su intersubjetividad activa y creadora, que acepta los
retos y los integra, y no los vive como simple dispersión o desgarramiento.
La estrategia de mi exposición en esta contribución, presentada de viva voz en un
seminario de la Universidad de Pittsburgh, se sitúa en un horizonte pedagógico, com-
prometido, que intenta ser comprensible para un hispano no-universitario ni académi-
co; para un hispano de la base social, a los que he expuesto este tema muchas veces,
desde California a North Caroline en Duke, de New York a Chicago, y en tantas otras
ciudades norteamericanas. Cuando el hispano descubre su compleja historia constitu-
tiva reacciona al final de la exposición con un cierto enfado: «—¿Por qué no nos han
mostrado esto nunca, por qué nos han ocultado nuestra historia en las instituciones
educativas o de otro tipo norteamericanas?». A cuya protesta he respondido, aproxi-
madamente: «Difícilmente en alguna escuela primaria, high school, universidad, grupo
sindical o religioso se mostrará al hispano esta existencia3 tan rica, antigua y con tan-
1
Véase Bhabha, 1994.
2
Pero el «border» no como una línea, sino como un territorio espeso en significado como el «entre-
cruce» de horizonte de Gadamer; un «espacio» más que un límite; un «espacio» entre muchos mundos,
que la subjetividad (intersubjetiva) del actor, los vive simultáneamente, articulándolos, siendo todos ellos
«mi mundo», «nuestro mundo», en la solidaridad del «estar-en-casa» (zu-Hause) hegeliano, pero «exte-
rior» al mundo hegemónico de los anglos, en la «alteridad» (levinasiana).
3
En este caso, en el título, y a lo largo de este «paper», la palabra «ex-sistencia» será técnica, tendrá
un significado sartreano o heideggeriano («ex-»: el punto de origen; «-sistencia»: la trascendencia o el
«estar» arrojado en el «mundo»).
96 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Cuando en Los Ángeles o San José uno encuentra a un mexicano, aunque advierte
rápidamente que se trata por ejemplo de un zapoteco de Oaxaca, que habla su lengua
amerindia y que quizá en poco tiempo llegue a expresarse mejor en inglés que en cas-
tellano, descubre un hispano que, sin embargo, se diferencia notablemente de muchos
otros que también se identifican con esta comunidad cultural, histórica y política.
En efecto, el hispano tiene siempre una cierta referencia originaria, constitutiva con
las culturas amerindias. Para el que pertenece por raza, lengua, cultura, religión, histo-
ria a una comunidad indígena, esta pertenencia es mucho más fuerte. De todas maneras
los hispanos reaccionan espontáneamente ante un indígena procedente de América
Latina como ante un miembro de su propia comunidad. Puede observarse esto en el
arte mural que llena numerosas paredes (arte tan azteca y tan mexicano, que se inspira
en los Rivera, Orozco u O’Gorman de inicios del siglo XX) de los barrios hispanos de
las ciudades norteamericanas. El indígena aparece frecuentemente como un momento
simbólico en esas representaciones históricas. No es un despreciado «nativo», sino que
es el fundamento sobre el que se edifica una identidad histórica. Como si quisieran
expresar en sus obras los artistas populares: «¡Nosotros hemos estado aquí desde
siempre! ¡Venimos de Aztlán!». Este componente referencial es esencial. El hispano
tiene relación con América como «su» continente (geográfico y cultural) ancestral,
originario, por «Malinche» (sea indígena o mestizo) su «madre», que se enlaza con la
«terra mater» (la «Pacha Mama» de los Andes o la «Cuatlicue» del valle de México,
la «tonanzintla»: nuestra madrecita). Esa tierra es América y fue originariamente his-
pana, por parte de madre. No fue la tierra «vacía» de John Locke o Walt Whitman,
7
Yo era ciudadano argentino de cuarta generación latinoamericana, cuyo origen es en parte alemán
y en parte italiano.
8
Escribo «World first» y no «First world» por razones obvias, para evitar una confusión geopolítica.
98 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
9
Dussel, 1966 (incluido en un CD que puede pedirse a < dussamb@servidor.unam.mx >), 1993, y
1998, pp. 15-98.
10
Esa experiencia de «llegar» a Amerindia por el oeste, debe hacerse vivir a los hispanos como una
experiencia ontológica de la primera importancia.
SER-HISPANO. UN MUNDO EN EL BORDER DE MUCHOS MUNDOS 99
el sol, las nubes, los pájaros, los animales... desde sus mitos, desde antiguo, desde las
«raíces». Deben poder saborear la dignidad de ser «los primeros», «los más antiguos»
en referencia a todos los que vendrán «después». No para despreciarlos, ni para creer-
se superiores, pero sí para experimentar el don gratuito de haber sido los que recibie-
ron a los que llegaron de otros «mundos», ofreciéndoles alimento (el «pavo» es un
animal americano, amerindio) a los pobres que desembarcaban hambrientos (los que
después celebrarán recordando la comida que les brindaron, pero olvidando el asesi-
nato con el que pagaron a los que tan generosamente les dieron hospitalidad hasta con
sus propios y escasos bienes, y en su propia tierra que les será expoliada).
ESQUEMA 1
EL HISPANO: UN «MUNDO» COMO BORDER LAND ENTRE (IN-BETWEEN)
MUCHOS «MUNDOS»
5. Estados Unidos
2. Europa
1. Asia
4. África
3. América Latina
Aclaración del esquema 1. 1. Desde el oriente extremo del Extremo Oriente asiático. 2. Desde el occi-
dente extremo del extremo Occidente europeo. 3. El extremo norte del Sur latinoamericano. 4. Desde el
occidente de África. 5. El extremo sur del Norte anglosajón.
Deben los hispanos conocer y apreciar del mundo amerindio no sólo la existencia
de comunidades nómades (del norte en Estados Unidos hasta del sur del Imperio inca),
o de los plantadores de las praderas, del Caribe y del Amazonas, sino también a las
100 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
imponentes culturas urbanas de la «América nuclear»: a los mayas, a los aztecas, a los
chibchas, a los incas... Civilizaciones de las que deben apreciar su implantación en el
espacio, sus hechos históricos, sus textos fundamentales, sus espléndidas estructuras
culturales, políticas, religiosas, estéticas, comerciales, económicas, militares... Los
hispanos deben estudiar esas culturas como un momento de la constitución de su pro-
pia identidad, que se va creando, modificando, creciendo en su paso por el espacio y
el tiempo. En este caso la memoria es un momento fundamental de la creación de
identidad solidaria.
Cuarenta siglos a. C., en el norte del Mar Negro, había pueblos que fundían el hierro,
que domesticaban el caballo, y que sepultaban los cadáveres de los jinetes junto a sus
caballos.11 Era la cultura del «Kurgán» (al sur de Rusia). Siglos después podemos ob-
servar en bronce la estatua agresiva de un jinete con espada de hierro en su mano, es
la figura de Francisco Pizarro en la plaza mayor de Lima. La cultura del caballo y el
hierro había llegado a América. Es la historia de un pueblo que del este hacia el oeste
llegó hasta nuestro continente.
España y Portugal eran el finis terris (el fin del mundo) de ese sistema antiguo, que
comenzando por Japón o la China en el este, culminaba en el oeste con Europa. Espa-
ña, colonizada ya por fenicios en el segundo milenio a. C., provincia del Imperio ro-
mano al final del primer milenio a. C. (cuya lengua indoeuropea, el «castellano», naci-
da en la Edad Media en la reconquista ante los musulmanes, es la que más semejanza
guarda en el presente con el antiguo latín), albergará una Cristiandad en cuya plenitud
(con Isidorio de Sevilla) será reemplazada por el Califato de Córdoba (otra gloria his-
pánica que ningún otro país europeo puede ostentar), centro cultural, filosófico (con
Ibn-Rosh), teológico (con Maimónides), donde el Occidente obtuvo la traducción de
las obras de los griegos al latín, a partir del árabe o del mismo griego, y que permitie-
ron el clásico siglo XIII medieval de París. La nombrada «reconquista», comenzada en
el 718 en una escaramuza guerrera que la tradición llama Covadonga, durará hasta
enero de 1492, cuando los reyes de Castilla y Aragón ocupan Granada. La «recon-
quista» será continuada sin ninguna pausa como «conquista» de América.
Los países ibéricos inician así la «primera» Modernidad Temprana, ya que en el
siglo XV será España, junto a Portugal que se le anticipa en la empresa por un siglos,
11
Estos jinetes llegaron de la China y la India (por Kabul), hasta los medos y persas, griegos y lati-
nos. Fueron los primeros «cowboys», que después surcaron los desiertos árabes, llegaron como vaqueros
musulmanes a Andalucía, de allí pasaron a México (hacia el sur del continente como «llaneros» en los
Llanos colombianos, y como «gauchos» en las Pampas argentinas). Por último pasaron al norte de Méxi-
co, y llegaron entonces al sur de los Estados Unidos. Su historia es ya la historia del «padre» de los his-
panos.
SER-HISPANO. UN MUNDO EN EL BORDER DE MUCHOS MUNDOS 101
12
Véase Wallerstein, 1974.
13
Escribe Cromwell el 17 de septiembre de 1656: «The first thing therefore [...] is that: [...] Being
and Preservation [...] Why, truly, your great Enemy is the Spaniard. He is a natural enemy [...] by reason
of that enemity that is in him against whatsoever is of God» (cita Schmitt, 1996, § 7, p. 67)
14
Y no está de más recordar que aquella batalla del 1571 en la que participó Miguel de Cervantes,
en la que España vence a los otomanos, es igualmente el final de la importancia del Mediterráneo y el
comienzo de la hegemonía ya sin interrupción del Atlántico, el gran cambio geopolítico de los últimos
quinientos años, que inicia España.
SER-HISPANO. UN MUNDO EN EL BORDER DE MUCHOS MUNDOS 103
El mestizo, el «pocho» en Los Ángeles del que nos habla Octavio Paz, es una mezcla
racial y cultural tan antigua como la Modernidad. Ninguna otra raza o cultura le puede
arrebatar esa dignidad, y ese estigma. Martín Cortés, el hijo de Malinche y del capitán
español, morirá olvidado por una causa ajena como militar en España. Destino de un
mestizo, símbolo del olvido de su origen y del sentido de su existencia.
El hispano es una síntesis (mundo tercero), un/a hermano/a de los latinoamericanos
(el/la que llegaron al «Norte»), descendencia del mundo primero (Malinche) y del
segundo (Cortés), o un criollo (un blanco nacido en América, y por lo tanto america-
no). Es uno de aquellos jóvenes criollos que, habiendo desde niños remado con pira-
guas por los inmensos e infinitos ríos del Paraguay guaraní, comiendo, durmiendo,
vistiéndose como los indígenas, pudieron fundar las Reducciones jesuíticas,15 respe-
tando las costumbres de los amerindios, sin propiedad privada, hablando sus lenguas,
y viviendo los usos lugareños como propios. Los «españoles» que venían de Europa,
no podían ya comprender el espíritu de estos latinoamericanos nacidos en tierras de
este continente. Los hispanos son, por todo ello, «americanos» más antiguos que los
que vendrán después, por parte de madre y como nacidos en estas tierras, por ser, co-
mo mestizos o criollos, habitantes de este continente desde finales del siglo XV. Los
otros grupos que llegarán posteriormente a Nueva Inglaterra, no sólo los africanos,
sino también los europeos de regiones no anglosajonas,16 tendrán plena conciencia de
haber sido acogidos en tierra extraña y ya colonizada. Los hispanos, en cambio, tienen
plena conciencia de que estas tierras americanas fueron por ellos habitadas «antes»
que ningún otro grupo, incluyendo a los anglos. Y que fueron despojados de esas tie-
rras, siendo declaradas «tierras vacías», y por ello excluidos, como los cananeos fue-
ron excluidos de sus propias tierras cuando Josué ocupó Jericó, viniendo del desierto
y habiendo sido esclavo en Egipto.
La historia de la vertiente latinoamericana del hispano se desarrolla como historia
colonial del Caribe colombino hacia la «Tierra Firme», de Panamá a Venezuela, y
15
Véase Dussel, 1981.
16
Es interesante recordar, una entre tantas historias, las comunidades españolas judías que huyeron
hacia Portugal tras la injusta expulsión del 1492. De Portugal algunas, como la familia de Spinoza, partie-
ron en el exilio hacia las Provincias Unidas de Holanda. De allí pasaron a las islas caribeñas colonias
holandesas, como la de Curação. La comunidad errante judía pasó por último a Nueva Amsterdan en
Nueva Holanda. Dicha comunidad permanecerá cuando pase a manos de Inglaterra y se transformará en
la comunidad judía de Nueva York, muy anterior a los anglos.
104 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
hacia Florida. De allí va hacia el sur por Nueva Granada y por el Pacífico de Ecuador
al Perú, a Chile, uniéndose en el Plata con la corriente colonizadora del Atlántico sur-
occidental de Asunción y Buenos Aires. Con Huancavélica y el Potosí la plata (descu-
bierta en 1546 en el monte nombrado) inunda España, Holanda, Europa, y por las
estepas y los navíos portugueses se acumula al final en la China (alcanzada igualmente
desde Acapulco hacia Manila). Hacia el norte, el mundo colonial latinoamericano se
expande en Centroamérica, en el México continental azteca, el ámbito yucateco-
guatemalteco maya. Por último la corriente conquistadora va hacia el norte, hacia las
minas de Durango, Saltillo, hacia California y la Pomería.
En 162017 toda la organización política latinoamericana había concluido, con sus
virreynatos, sus audiencias, sus capitanías generales, cabildos, etc. La organización
eclesiástica con más de treinta y cinco diócesis (fundándose en ese año en el norte la
diócesis de Durango y en el sur la de Buenos Aires) había quedado concluida prácti-
camente hasta finales del siglo XVIII. La civilización latinoamericana colonial estructu-
ra grandes universidades del rango de Salamanca (en 1553),18 decenas de colegios
universitarios, seminarios teológicos. La «ciudad letrada» crece barroca en el siglo
XVII, y después ilustrada en el siglo XVIII.
Cuando en 1610, procedentes del Sur, llegando así al extremo norte de México, el
extremo norte de América Latina, se fundaba la ciudad mexicana de Santa Fe en
«Nuevo México» (así como México era la «Nueva España»), contemplamos en el
actual territorio ocupado por Estados Unidos, su extremo sur, la región norte del mun-
do latinoamericano; mundo ya antiguo de más de un siglo, con todas sus bibliotecas
(como la Palafoxiana de Puebla), imprentas, catedrales artísticamente imponentes,
grandes palacios urbanos en las ciudades, espléndidos puertos amurallados (como los
de la Habana, San Juan de Ulúa, Cartagena de Indias), caminos, acueductos, hacien-
das, ingenios... Todas estas instituciones son «anteriores» al origen del mundo anglo-
sajón en el continente americano con la llegada de los Pilgrims. Las Reducciones je-
suíticas de California y Misiones franciscanas en Texas, por ejemplo, nos hablan de
la presencia de los hispanos en el extremo norte de una Latinoamérica que, desde la
Patagonia, venía expandiéndose más allá del río Bravo.
El hispano es entonces un latinoamericano, un «latino», que como la cabeza del
iceberg se apoya sobre una inmensa masa cultural, que yace oculta bajo las aguas,
en la sombra de una historia, una población de más de cuatrocientos millones de
ciudadanos, que como los Visigodos comenzaban a cruzar el Danubio rumbo al Im-
17
Paradójicamente éste es el año en que recién llegan los Pilgrims en el norte.
18
En Harvard hay una placa frente a la estatua del fundador, donde consta: «Desde 1636, primera
universidad de América». En Santo Domingo se fundó en 1538 el primer centro de estudios de filosofía
y teología en América, por parte de los dominicos. En 1540 en Tiripetío, Michoacán, Alfonso de la Vera
Cruz funda la primera facultad agustiniana. En el nombrado 1553 se fundan las universidades de Lima
y México con iguales prerrogativas que Salamanca, París, Oxford o Cambridge, en filosofía, teología,
derecho y medicina. Los hispanos puede arrogarse, por parte de sus «hermanos» latinoamericanos, el
haber iniciado la vida universitaria en el continente.
SER-HISPANO. UN MUNDO EN EL BORDER DE MUCHOS MUNDOS 105
perio romano bizantino (también allá eran «mojados» que iban hacia el sur, aquí
hacia el norte).
De nuevo, estos latinoamericanos norteños tienen conciencia de haber estado en
estas tierras desde «antes» de la ocupación del desierto, antes de que se cruzaran los
Apalaches, se extendieran por el río Misisipi y se alcanzaran Texas o California. Los
hispanos/as son los/as hermanos/as latino-americanos/as del norte. Una nación lati-
noamericana a ser considerada como tal.
Los hispanos contienen además en su «mundo» otro mundo de extrema vitalidad y muy
antiguo también. Se originó cuando en 1520 en Santo Domingo los conquistadores ter-
minaron con la extracción del oro de los ríos, ultimando igualmente a los indígenas taí-
nos, y comenzando así el ciclo del azúcar. Para ello se trajeron los primeros esclavos
africanos, procedentes de España y después directamente del África occidental.19
Nació así el «mundo» de los trasterrados afro-caribeños, que se extendió por todas
las islas, e igualmente por la Costa Atlántica de Centroamérica, por el norte de Vene-
zuela y Colombia, las costas del Pacífico hasta Guayaquil en Ecuador, y el Brasil por-
tugués, donde el azúcar y otros productos tropicales se convirtió en la mercancía más
preciada del mundo luso-brasileño.
El afro-latinoamericano creció creando cultura, religión, mito, ritmo, junto al tra-
bajo despiadado que exigían sus inhumanos propietarios. Ellos sobrevivieron gracias
a su música, su danza, sus espíritus (orishas), su fortaleza impresionante. Cuando en
el 1898 Estados Unidos anexionó las tres islas, colonias españolas, de Filipinas, Cuba
y Puerto Rico, llegó ya al comienzo del siglo XX una población afro-caribeña a Nueva
York, en primer lugar. Eran los portorriqueños. Todos los hispanos adoptaron los rit-
mos de la cultura afro-caribeña como propia. Tanto los hispanos de preponderancia
indígena, como la mestiza o criolla blanca aprendieron la cadencia armoniosa del tam-
bor africano. Por ello tenía alguna razón aquellas preguntas racistas de la universidad
norteamericana cuando me interrogaban: «¿Es usted afro (no hispano)?», porque el
afro-caribeño es hispano y también afro. Su hispanidad no niega ni confunde su afri-
canidad. Es «otro» mundo (el cuarto), que compone la conciencia hispana en Estados
Unidos. Son los latino-caribeños, afro-caribeños de Puerto Rico o Santo Domingo con
su «salsa», los cubanos con sus cultos de santería, el vudú de los haitianos, el ritmo
de tambor de Haití, la macumba y el candomblé brasileños. El hispano es también
afro, con sus bellos ojos frecuentemente orientales (de su «madre») y sus labios sen-
suales del África, moviendo en la danza sus caderas como sólo puede hacerlo un «lati-
no». Es la complejidad creada «entre» los borders de muchos mundos, «entre» los
intersticios de muchas culturas.
19
Véase Blackburn, 1999.
106 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Inglaterra, las Islas Británicas, tienen otra historia que España y Portugal. La Antigüe-
dad y la Edad Media europea los dividió. Los franciscanos fundan Oxford y Cam-
bridge. La «voluntad» contingente de Duns Scoto y el empirismo de los Bacon nos
habla de otra tradición cultural que la de los dominicos, más inclinados a la «inteligen-
cia» continental de París o Salamanca. El catolicismo barroco poco tiene que ver con
el anglicanismo, el presbiterianismo democrático, el puritanismo utópico. La monar-
quía absoluta hispánica, fortalecida por la plata americana, derrota a su burguesía na-
ciente española en 1521 en Valladar. Además, al expulsar a los seiscientos mil judíos,
que debieron ser la clase financiera interior al imperio, fueron reemplazados por ex-
tranjeros, la Génova mercantil renacentista. En cambio, la debilidad de la monarquía
inglesa permite la primera revolución burguesa triunfante en el siglo XVII, siendo esa
misma burguesía ahora la encargada de organizar parlamentariamente el Estado, apo-
yar el comercio y desplegar la estructura colonial del creciente Imperio inglés (que
desde el siglo XVII, reemplazará lentamente a las potencias ibéricas). El anglo proyecta
hacia el pasado el esplendor creciente británico de los siglos XVII y XVIII, y oculta
cuidadosamente en las sombras al siglo XVI. El hispano debe partir del siglo XVI para
autointerpretarse positivamente y poder resistir la humillación y la dominación pre-
sente.
En América los primeros anglosajones habían sido por su parte anticipados por los
holandeses, ya que la «Nueva Inglaterra» había sido antes «Nueva Holanda», y «Nue-
va York» se había denominado «Nueva Amsterdam». Así, las primitivas comunidades
utópicas que tanto admiró Tocqueville, que huían de una Inglaterra bajo el modelo del
Leviatán de Hobbes, el Estado absoluto, fueron ya modernas, en el espíritu de la «se-
gunda» Modernidad Temprana (de Amsterdam, Londres o Edinburgh). En el siglo
XVIII los norteamericanos asimilaron creativamente a la Ilustración y realizaron «su»
Revolución industrial, no para disminuir la proporción del salario en el valor del pro-
ducto, sino para permitir a los pequeños propietarios libres mayor producción. Las
colonias inglesas participaron así en el origen de la Modernidad Madura, capitalista,
liberal, industrial, y por ello no tuvieron en el continente americano ninguna otra po-
tencia industrial ni militar que pudiera ser un oponente a su nivel. Su expansión era
cuestión de tiempo, y el tiempo estaba con los anglos.
Cuando las comunidades de las Trece Colonias de la costa atlántica del nordeste,
emancipadas del yugo inglés en 1776, fueron ocupando el territorio mexicano, hacia
el occidente (el largo camino hacia el «far West», que comenzó por la Luisiana —tam-
bién parte originaria de Nueva España—, siguió hacia el sur con Texas, y hacia el
oeste por Arkansas, Nuevo México y California), incorporarán no sólo territorios sino
también población hispana, que viniendo desde «antes» quedaron atrapados «adentro»
de un «nuevo mundo» por ellos desconocido que venía del nordeste: el de los Estados
Unidos de Norte América. Esta «inclusión» —que será seguida por una lenta disper-
sión hispana del sur hacia el norte, durante un largo siglo—, tendrá toda la caracterís-
SER-HISPANO. UN MUNDO EN EL BORDER DE MUCHOS MUNDOS 107
tica de una «expulsión» (como la del pueblo elegido bajo Josué, que derrotaba a los
cananeos en Jericó, ahora con rostros de indios o mexicanos: hispanos);20 expulsión
no de parte de europeos extranjeros, sino que ahora de los propios americanos del
norte que se expandirán ocupando territorios y manejando las poblaciones que queda-
ron en el sur, los hispanos.
Las poblaciones incluidas permanecerán indefensas, sin protección alguna. Como
en el caso de la figura protagónica del cura Martínez,21 formado en el seminario de
Durango en México, párroco de Santa Fe en Nuevo México, elegido diputado para
representar a su provincia en la Ciudad de México en varias oportunidades, después
en la asamblea independiente de Nuevo México como Estado autónomo, y, por último,
representante de New Mexico en Washington. Como sacerdote católico mexicano, en
rebelión contra el manejo de la Iglesia por parte de «extranjeros» (no hispanos) será
excomulgado por el obispo Lamy de San Antonio, de nacionalidad francesa (que no
comprendía a la comunidad hispana, que era la mayoría de la población católica),
obispo nombrado por un Vaticano que confiaba más en el gobierno norteamericano
que en el mexicano. Quedó así todo un pueblo «como ovejas sin pastor».
Durante un siglo, desde 1848 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1945),
el pueblo hispano fue ignorado, oprimido, eliminado. Su lengua era proscrita. Por su
participación como militares en esa guerra y en las posteriores, por el aumento de su
población, por la presencia masiva portorriqueña en el Este, mexicana en el Suroeste,
y por último cubana en Florida, la importancia política de la comunidad hispana no
podía ya ser acallada. El movimiento social y artístico chicano, el sindicalismo como
el de César Chávez, la presencia de organizaciones como «Padres» y «Madres» de
sacerdotes y religiosas en la Iglesia católica, al igual que el nombramiento de muchos
obispos hispanos, la aparición de líderes políticos, empresariales, intelectuales y artis-
tas, dio a la comunidad hispana, poco a poco, el rostro de la mayor minoría de Estados
Unidos. Movilizaciones como las realizadas contra al decreto 187 en California mostró
ya una comunidad inicialmente conciente de sus derechos.
El futuro no está de ninguna manera garantizado. Su cultura compleja, rica y «ame-
ricana» necesita ser creativamente desarrollada. Su presencia política debe adquirir
mayor autonomía, para no inscribirse en el carro del poder sin exigir condiciones para
el desarrollo de la propia comunidad. De todas maneras su reciente «aparición» en la
20
El pensador hispano de Texas, Virgilio Elizondo, muestra la transformación del discurso de libera-
ción del Moisés saliendo de Egipto con los antiguos esclavos (las comunidades utópico-cristianas que
abandonaban Inglaterra o Irlanda, y que de la pobreza y la persecución entraban a la «Tierra prometida»,
en nombre del «Dios de los esclavos»), en el discurso que en el momento de la ocupación de la tierra, en
cambio, empuñaban con Josué para justificar la conquista de la «Tierra vacía», o que había que vaciar,
en nombre del «Dios de los ejércitos». Ese discurso será el permanente en Estados Unidos desde la ocu-
pación del «far West» hasta la lucha contra el terrorismo de George W. Bush en el presente, inspirado
en el «Western Design» de Cromwell, en el «Manifest Destiny» y la Doctrina Monroe, hasta las narrati-
vas del expansionismo fundamentalista cristiano norteamericano.
21
Véase Dussel, 1983c.
108 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ÉTICA
7. La teoría de la verdad en Zubiri
y sus necesarias mediaciones
Como la actualización intelectiva, por ser mera actualización, envuelve lo actualizado co-
mo cosa que ya era en sí misma algo propio [...], resulta que lo que verdadea en3 la intelec-
ción es la cosa misma en su índole propia. Es ella la que al actualizarse funda la verdad de4
la intelección. El primer momento de la verdad es, pues, ser actualización de la cosa en la
inteligencia.5
De otra manera:
[...] Por inteligir lo que la cosa realmente es diremos que la intelección es verdadera [...]
Verdad es la intelección en cuanto aprehende lo real presente como real [...] La pregunta
de qué sea verdad es una pregunta que concierne a la intelección en cuanto tal [...] Verdad
es pura y simplemente el momento de la real presencia intelectiva6 de la realidad.7
1
Véase el tema «Verdad», en el Índice de Temas en Dussel, 1998, p. 653 y el artículo «La vida
humana como criterio de verdad», en Dussel, 2001, pp. 103-110.
2
La vinculación del alumno progresista y ejemplar de Zubiri en El Salvador no excluye una inter-
pretación no-crítica de la obra de Zubiri.
3
Yo subrayo (E. D.).
4
Yo subrayo nuevamente (E. D.).
5
Zubiri, 1963, p. 114.
6
Yo subrayo (E. D.).
7
Zubiri, 1981, pp. 230-231.
112 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
[...] La inteligencia [...] aparece como realidad [...] en el momento en que un animal hiper-
formalizado no puede subsistir sino haciéndose cargo de la realidad. La inteligencia, por
consiguiente, tiene ante todo y sobre todo una función biológica. Estabiliza precisamente
la especie. Una especie de idiotas sería inviable.9 La inteligencia es un factor biológico de
estabilización de la especie, como es un factor biológico de respuesta adecuada en cada uno
de los individuos.10
Es decir, para que pueda haber verdad, en un sentido zubiriano fuerte, es necesario
que se «ponga» la inteligencia sentiente como real ante la realidad de lo real que es su
entorno. Esta diferenciación originaria entre la «inteligencia» real y la «cosa» real, que
es actualizada en la inteligencia, está presupuesta en una teoría de la verdad.
Pero esta diferenciación formal (entre la realidad de la inteligencia y de las cosas
reales del entorno) sólo se alcanza en un alto grado de evolución cerebral. No supone
8
Zubiri, 1986, p. 71.
9
Pienso que el ejemplo no es pertinente. Una especie no inteligente es perfectamente viable. Lo son
todas las especies no humanas. Ser «idiota» sería un ser humano no inteligente, y no estamos hablando de
eso. Lo que sí puede afirmarse es que la especie inteligente es la más viable de todas, incluyendo la negación
total de la vida, porque puede cometer el suicidio colectivo final (ecológico, atómico), imposible para las
especies no-inteligentes. La inteligencia es una posibilidad pero también un peligro de no mediar una ética
vigente y respetada de la vida (lo que no es el caso hoy, en un «estado de guerra» permanente).
10
Zubiri, 1995, p. 213.
LA TEORÍA DE LA VERDAD EN ZUBIRI Y SUS NECESARIAS MEDIACIONES 113
Pareciera que esa «inmediación» hay que explicarla adecuadamente para pueda ser
aceptada. En efecto, la inteligencia, lo que llamaría la subjetividad cerebral, se «abre»
a lo real y se deja «afectar» por lo que el ojo ve, el órgano del oído oye, el del olfato
huele, etc. Todo esto es «compuesto», «sintetizado», «constituido» por complejas ac-
ciones de estructuras, mapas interneuronales, órganos del sistema nervioso, en la «in-
terioridad» del cerebro como una cosa real actualizada «intencionalmente» —por usar
la expresión fenomenológica—. La realidad «de suyo» de la cosa real no es igual a la
existencia intencional14 de su «re-construcción» en el cerebro («en la inteligencia»
diría Zubiri).
11
Véase Dussel, 1998, cap. 1.1. Me refiero a las obras de Maturana o del premio Nobel en neurolo-
gía Edelman (Edelman, 1992, pp. 124 ss.).
12
Damasio, 1999, pp. 133 ss. y 195 ss. Damasio lanza la hipótesis de que la «conciencia» es un
sentimiento (un «feeling of knowing and feelings»). El tema del conocer («The Organism and the Ob-
ject») es muy importante.
13
Zubiri, 1980, p. 239.
14
Usamos aquí una conceptualización fenomenológica para poder explicar «desde afuera» el pensar
zubiriano.
114 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
15
Roth, 1996, pp. 314 ss.
16
Ibid., pp. 314-320.
17
Ibid., p. 325.
18
Ibid..
19
Ibid., cap. 14, pp. 339 ss.
20
«Objeto» no en el sentido zubiriano (véase Zubiri, 1983, pp. 174 ss.).
LA TEORÍA DE LA VERDAD EN ZUBIRI Y SUS NECESARIAS MEDIACIONES 115
29
Escribe: «Intellectus noster cognoscit singulare materiale per propriam ipsius speciem» (Suárez,
1621, IV, 3, 5).
30
«Intellectus cognoscit proprio conceptu universalia, abstrahendo a singularibus seu non curando
de illis» (ibid, IV, 3, 11).
31
Véase Foucault, 1996, III, 3, pp. 67 ss.
32
Y hablar de objectum es una novedad «moderna».
33
Este «intelecto activo» (de Aristóteles y Tomás de Aquino), quedará subsumido en la modernidad
en la capacidad productiva y creadora de la razón humana en la «constitución» del «objeto» (hasta
Husserl o Heidegger). Será la «subjetividad» como actividad. La «génesis pasiva» de un Husserl, indaga-
rá los presupuestos «materiales» de la subjetividad.
LA TEORÍA DE LA VERDAD EN ZUBIRI Y SUS NECESARIAS MEDIACIONES 117
(como cosa conocida).34 Sin embargo, no quedó expresamente claro que el acto de
«producir» el concepto objetivo era el acto cognoscente mismo (como concepto for-
mal). De todas maneras está en un momento originario de la Modernidad (en su dua-
lismo «sujeto cognoscente-objeto»).
El mismo Descartes dio una imagen distorsionada que quedó gravada en la historia
moderna. En su Traité del’homme Cartesio dibuja el órgano cerebral con la compleji-
dad que las investigaciones de la época se lo permitía. En el centro del cerebro, de la
caja craneal, había una glándula H, a la que los «espíritus (esprits)» —los famosos
«espíritus animales»— daban información de los diversos órganos de los sentidos por
medio de múltiples «tubos (tuyaux)». Todo este diseño supone un «homunculus» (la
«glande H»),35 aunque en ese Traité no está dibujado ningún «objeto» interior, sino
que los órganos de los sentidos se comunican directamente a la «glándula H».
En Kant, por ejemplo, leemos:
Para que un conocimiento (Erkenntnis) pueda tener una realidad objetiva, es decir, referirse
(sich beziehen) a un objeto (Gegenstand), encontrando su valor y significación, es necesa-
rio que el objeto se pueda dar (gegeben werden koennen) de alguna manera.36
Puede entonces observarse que el acto cognitivo se refiere a un objeto, que por su
parte es «construido» con el material del fenómeno y las formas a priori del entendi-
miento. Hay entonces tres términos: una subjetividad cognoscente, un objeto y el
noumenon o cosa real. La misma tridimensionalidad la encontramos en Husserl con
la noesis (acto cognoscente intencional) y el noéma (el contenido eidético dado en la
subjetividad), distinto este último de la cosa real.
Lo que deseamos expresar es que hay solamente dos términos: el acto cognoscente
cerebral como acto representativo de millones de grupos neuronales en conexión ac-
tual y la cosa real. Los grupos neuronales se conectan «actualmente» de determinada
manera (entre otros «modos»: con verdad) para «conocer» la cosa real en la «actuali-
dad» de un «mapa de mapas» que es la «presentación» (o la impresión) de la cosa real
como acto cognitivo cerebral. La «conectabilidad» de los grupos neuronales (redes
34
Escribe Suárez: «No es aquello en lo cual (in quo) se produce el conocimiento [...], sino que es
aquello por lo cual (id quo) el mismo objeto (ipsum objectum) se conoce en cuanto concepto formal de
la cosa conocida (conceptus formali rei cognitae), ya que para que la cosa pueda ser inteligida es necesa-
rio que de alguna manera se forme vitalmente (vitaliter) en el intelecto» (Suárez, 1621, IV, 5, 11). Por
desgracia el pensamiento de Suárez ha sido comparado con el de Tomás de Aquino, en disputas intraes-
colásticas intrascendentes, o se lo ha usado para remozarlo desde Kant o Heidegger (por ejemplo con
Marechal o Rahner), pero no se ha efectuado la tarea histórica mucho más importante de mostrar los
temas filosóficos centrales del siglo XVII y XVIII ya intuidos e incoados por Suárez. Esto es estratégico
en mi intento de mostrar cómo la Modernidad filosófica empezó en España en el siglo XVI, y se formula
al final de dicho siglo con Suárez y muchos otros.
35
Op. cit., en Descartes, 1953, pp. 844-870.
36
Crítica de la razón pura, B 194, A 155 (Kant, 1967, pp. 298; Kant, 1968, p. 199).
118 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
virtuales que se actualizan) es una disponibilidad memorizada por otros mapas (mapas
de mapas) de la respectividad de todos los grupos neuronales entre ellos en la totalidad
del cerebro, y entre sus órganos internos. Al «presentar» (que es un «originarse» per-
ceptual desde la cosa real por los órganos de los sentidos, y al mismo tiempo un recall
o llamada de nuevo por la «memoria» de dichas redes conectivas potenciales y de los
«contenidos» de los mapas recordados del mismo «tipo» que el producido por la per-
cepción actual de la cosa real) la conexión se «actualiza». Creo que Zubiri permite
pensar la cosa de esta manera.
Debe advertirse que la actualización está igualmente «conectada» con la cosa real
exterior. Si se ve un antílope corriendo, la «presentación» actual cerebral del animal
se va modificando con el correr mismo del antílope. Visualmente sus patas se mueven,
se escucha el sonido de sus cascos y relincho, se percibe el olor de sus excrementos.
La «re-presentación» se ajusta a la cosa real moviente, y puede, en conexión con mi-
llones de mapas, «conocer» que «ese antílope» (verbalizado, y por ello igualmente
conectado a los mapas lexicales) «corre», «brilla» su piel reflejando la luz del sol en
su sudor, y «se alegra» ante la pradera que se le abre. Los «mapas» que «re-conocen»
al antílope, están conectados con los «mapas» de «mapas» de la acción del «correr»,
del «brillar», del «sudar», del «sol que calienta»... Una complejidad que la teoría del
caos, como nueva «lógica de la complejidad» comienza a vislumbrar.
Por ello, el concepto objetivo como constructo cerebral es ya el concepto subjetivo
como acto cognitivo: son exactamente lo mismo, aunque con diversas «referencias»
(el concepto «objetivo» dice referencia a la cosa real, el concepto «subjetivo» al sujeto
mismo). Además la categoría de lo «intencional» para los fenomenólogos indica la
realidad física «neuronal» (química, orgánica, eléctrica, etc.) del ámbito y actividades
del cerebro.
Lo que denominamos «verdad» es un momento de la realidad físico-neuronal del
objeto constructo o de la realidad de la actualidad intencional de la cosa real (para
Zubiri «verdad real»). La verdad es un modo (el modo adecuado) de la captación,
actualización, impresión, presencia intencional, neuronal, cerebral, subjetal... de la
cosa real. Tiene razón Zubiri en expresar que la verdad real no se opone al error, si el
error es definido como un juicio que no da cuenta de la realidad de la cosa real. El
error se opondría así a la «verdad dual», o a la verdad como «proceso» (cuando la
hipótesis se verifica como falsa). Pero la verdad real de la actualización se opone a una
inadecuada constitución del objeto primordial. Por ejemplo, una profunda y vibrante
emoción puede distorsionar al sujeto hasta tal punto que la constitución misma repre-
sentativa o el acto cognoscente en cuanto tal (y en ese caso sería anterior al juicio) no
alcance adecuadamente su performance cognitiva, y en este caso ¿la actualización no
sería verdadera? O, en un día nublado, alguien puede mostrar con su dedo (deística-
mente) «algo» en el cielo y exclamar simplemente: «Un pájaro» —sin más; sin profe-
rir todavía un juicio—. Pero resulta que poco después se escucha el ruido de los moto-
res y era «un avión». ¿Ha habido una percepción primera inadecuada, no verdadera?
¿Qué me diría ante este ejemplo Zubiri?
LA TEORÍA DE LA VERDAD EN ZUBIRI Y SUS NECESARIAS MEDIACIONES 119
Diría que exclamar «Un pájaro» es ya un juicio. Simplemente debió decir «Aque-
llo», como actualización, y en ese caso no podía haber error.
Además, la primigenia actualización del verdadear de la cosa real en la inteligen-
cia, en la subjetividad, en el cerebro, no puede dejar de presuponer un «estar-en-el-
mundo» en estado de vigilia (esto último se lo olvida Heidegger de explicitar, pero no
Freud o Lévinas). Dicho «estar-en-el-mundo» es nada más, y nada menos, que la tota-
lidad de «mapas» acumulados por la memoria en el neocortex, y la totalidad de la
memorización del mundo emocional (aún más complejo que el cognitivo),37 en fin, la
totalidad de la experiencia previa «depositada» por el sistema neuronal completo cere-
bral, «actualizado» como «horizonte» (terminología fenomenológica) de lo que se
actualiza como cosa real ahora y aquí. No podría «constituir» neuronalmente «eso»
que me enfrenta (la cosa real) sin la totalidad de las experiencias memorizadas de todo
lo que anteriormente me ha enfrentado en mi vida, en la «autobiografía narrativa del
yo».38 ¿Cómo podría actualizar «esto» como «árbol» si tuviera amnesia total de toda
experiencia previa? «Esto» que me enfrenta no tendría ningún «sentido» (siendo el
«sentido» el lugar significativo que «eso» ocupa en la totalidad de mis experiencias
previas, de las categorizaciones preceptúales, conceptuales, valorativas, etc.). Pensar
que «en la verdad real [...] es la realidad la que directamente, inmediatamente [...] está
dando su verdad a la intelección»,39 puede aceptarse como una abstracción o una con-
sideración formal, pero no concreta y compleja. En la realidad de la actualización ce-
rebral de las cosas reales no hay nada «directo» ni «inmediato», sino que todo está
indirectamente mediado por una totalidad mundana (de inmensa complejidad de gru-
pos neuronales en el cerebro), ontológica, biográfica, psicológica, inconsciente, lin-
güística, cultural, histórica, etc. Esto no lo niega Zubiri, pero se olvida al leerlo apresu-
radamente.
Y partir de un nivel tan abstracto, en el que intencionalmente se sitúa Zubiri, el que
intenta sacar conclusiones éticas o políticas, sin antes construir analíticamente todas
las mediaciones necesarias, conducirá a realizar una tarea ambigua que hemos indica-
do al comienzo como peligro, el de pensar que Zubiri debe quedar confinado en abs-
tracciones o el de sacar conclusiones práctico-políticas apresuradas. Ignacio Ellacuría
intentó desarrollar el horizonte categorial necesario para una teoría de la historia zubi-
riana, y lo logró en buena medida. Claro que sus ejemplares compromisos políticos
exigen una política, que fundándose en una ética, desplieguen un campo teórico en el
que poco o nada se ha hecho. En ese camino estamos transitando en el presente, y
nuestra reciente obra40 abre lentamente el camino.
37
Véase la magnífica obra de Damasio, 1999. Son interesantes, pero ya no tan construidas, las refle-
xiones de Zubiri sobre la vida emocional en Zubiri, 1992 (libro que me regaló mi querido amigo Mariano
Moreno Villa, que se nos ha ido en plena juventud).
38
Damasio, op. cit.
39
Zubiri, 1980, p. 239.
40
Véase Dussel, 2001.
120 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Valgan estas cortas páginas para iniciar un diálogo y vislumbrar que la enseñanza
de la filosofía cambie radicalmente en el siglo XXI, para que los estudiantes comiencen
por el estudio exhaustivo del cerebro, de su sistema límbico-emocional y cognitivo,
para que todas las «metáforas» de los actos espirituales del alma, sobre la que se ha
construido toda la filosofía clásica y moderna, deje lugar a conceptos empíricos más
complejos, más misteriosos, y de haber un Absoluto, como Darwin lo mostraba en el
prólogo de El origen de las especies, se manifiesta mucho mejor su esplendor en la
evolución que en la creación de cada especie. De la misma manera, todo lo que la filo-
sofía ha dicho «metafóricamente» —no empírica, racional o científicamente, y en esto
todavía Zubiri tiene rasgos de dualismo, en aquello de la creación de la «nota intelec-
tual» en la especie humana, o alguna ambigua referencia al alma, hoy del todo innece-
saria— del alma y sus actos espirituales, hay que repensarlo y reformularlo de manera
más física, biológica y neuronalmente situado en el cerebro. El esplendor del Universo
(o del Absoluto si lo hubiere) se manifiesta mejor en la complejidad insondable y físi-
ca, en niveles de lo químico, orgánico y hasta eléctrico (en aquello de los «mensajes»
por los que las sinapsis «comunican» las neuronas del sistema nervioso cerebral), en
el «misterio» de la vida humana cerebralizada, que en la simplificación pseudometafí-
sica de un «alma», que como un «homunculus» nos recuerda el dualismo de Descartes:
En sorte que ce moi, c’est-à-dire l’âme, par laquelle je suis ce que je suis, est entièrement
distincte du corps, et même qu’elle est plus aisée à connaître que lui, et qu’encore qu’il ne
fût point, elle ne laisserait pas d’être tout ce que’elle est.41
41
Discours de la Méthode, IV; Descartes, 1953, p. 148.
8. El sistema afectivo-evaluativo cerebral humano
El reconocer que lo que caracteriza a los seres vivos es su organización autopoiética per-
mite relacionar una gran cantidad de datos empíricos sobre el funcionamiento celular [...]
La noción de autopoiesis no está en contradicción con ese cuerpo de datos [... sino que] en-
fatiza el hecho de que los seres vivos son unidades autónomas.5
1
Hay excepciones como por ejemplo Rorty, 1979, pp. 17 ss.; Searle, 1984, pp. 13 ss.: «The Mind-
Body problem»; o en Putnam, 1988; Bunge, 1988.
2
De Darwin (con su «adaptacionismo» de los «códigos éticos» y el «instinto de simpatía», todo lo
cual estaría garantizado por la herencia de los caracteres adquiridos) a la sociobiología, a la neurobiolo-
gía, se ha hecho un largo camino, y se es ya más cuidadoso en no pretender demostrar lo «altruista» que
es la vida (en el mero nivel genético) humana. Nuestro cuestionar es distinto. Véase en una dirección
darwinista obras como las de Wilson, 1975 y 1978; Dawkins, 1976; Bertram, 1988.
3
Véase Maturana, 1985. Niklas Luhmann debe a Maturana el concepto fundamental de autopoiesis
en su teoría de los sistemas sociales (Luhmann, 1988, pp. 60 ss., 167 ss., 228 ss., 296 ss., 474 ss., 607 ss.,
653 ss., etc.).
4
«Lo vivo» en nuestra corporalidad «no ha muerto» desde hace 4 mil millones de años.
5
Maturana, op. cit., p. 28. Llama la atención la semejanza de observaciones de Maturana con Xavier
Zubiri, que también habla de «clausura» y de «autosuficiencia» de la «sustantividad» de las cosas, pero
propiamente viva, y sólo en la sustantividad humana la «clausura autosuficiente» es máxima (Zubiri,
1963, pp. 220-248). Véase Dussel, 1977, §§ 4.1.3-4.1.5; Dussel, 1984, pp. 12ss.
122 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
6
Maturana, pp. 63 ss. Xavier Zubiri define la evolución de la siguiente manera: «La originación de
las esencias específicas por meta-especificación es lo que llamamos evolución» (op. cit., p. 256). Esta
definición merecería larga explicación, pero en realidad supone todo el libro Sobre la esencia.
7
Maturana, p. 92.
8
El sistema humano nervioso consta de más de 10 al exponente 11 de neuronas (decenas de miles de
millones), «y cada una recibe múltiples contactos de otras neuronas y se conectan a su vez con muchas célu-
las» (Maturana, p. 105). Poseemos un millón de motoneuronas, y unas decenas de millones de células senso-
riales distribuidas en varios sitios del cuerpo. «Sentir» (en una membrana) satisfacción o dolor en la piel (pién-
sese en los utilitaristas) o hambre (en la mucosa interna; pienso aquí el aquel «di de comer al hambriento» del
Libro de los Muertos de Egipto) es efecto de este inmenso sistema «sensor» de la corporalidad del sujeto ético.
9
Maturana, p. 138.
10
Véase Edelman, 1989 y 1992.
11
Edelman, 1992, p. 79.
12
Es decir, no se tiene un códice a priori ni el conocimiento de reglas previas para saber cómo actuar
ante el objeto o como ir evolucionando. Se trata, en cambio, tal como actúan los linfocitos, de producir
anticuerpos indiscriminadamente. Uno de ellos es eficaz en el ataque del virus invasor —en el caso de
la inmunología—. Éste es el antígeno que se reproduce, sin conocimiento previo alguno. Es un ir actuan-
do a posteriori. Edelman llama a esto ciencia o conocimiento por «selección» (op. cit., pp. 73-80).
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 123
Several hours after a meal your blood sugar level drops and neurons in the hypothalamus
detect the change; activation of the pertinent innate pattern makes the brain alter the body
state so that the probability for correction can be increased; you feel hungry, and initiate
actions to end your hunger;13 you eat, and the ingestion of food brings about a correction
in blood sugar; finally, the hypotalamus again detects a change in blood sugar, this time an
increase, and the appropriate neurons place the body in the state whose experience consti-
tuites the feeling of satiety.14
13
En este exacto momento, como es evidente, en el caso del ser humano, existen instituciones tanto
de la producción tecnológica de satisfactores, como económicas de intercambio y distribución. De mane-
ra que el pasaje del «hambre» al «comer» está mediado por complejísimas mediaciones que, si fuéramos
completos en la descripción, incluyen la historia mundial.
14
Damasio, 1994, p. 116.
15
«Categorización» o generalización por comparación con otras qualia o captación de estímulos
anteriores (el momento 5 del esquema 1). Esta «categorización» no necesita categorías a priori ninguna,
y ni siquiera reglas de categorización genéticas o innatas. Cada cerebro irá encontrando su camino de
comparación o generalización, y localizará en aproximadamente «lugares» semejantes del cerebro (por
comportamientos topobiológicos [véase Edelman, 1988] las «vivencias» o qualia —relaciones de grupos
de neuronas que pueden ser «re-cordadas» o «llamadas nuevamente (recall)», y en lo que consiste la
memoria (sistema c del esquema 3. 1)—. Todo este proceso «orgánico» nunca es exacto, y cada repeti-
ción («nueva entrada [reentry]») será diferente en algún aspecto (ese proceso de «nuevas entradas» es
indicado en el esquema 1 con flechas en ambos sentidos: < >). Nada semejante a una computadora o a
una ecuación matemática.
16
El sector del cerebro que forma «mapas» es la región cortical, no así el sistema límbico o la base
del cerebro.
124 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
da (recall)». Una vez que se tiene un número suficiente de «mapas», el cerebro puede
comenzar una función más compleja que es denominada «proceso global de mapeo
(global mapping)»:
A global mapping is a dynamic structure containing multiple reentrant local maps (both
motor and sensory) that are able to interact with nonmapped parts of the brain.17
Lo más importante para los fines de una ética es que dicho proceso recorre un
«camino» que incluye no sólo la región talámico-cortical (de reciente formación en
la evolución de las especies y propia por su desarrollo cerebral descomunal del homo),
sino también el sistema límbico y la base del cerebro (el más antiguo, y ya existente
en los insectos o reptiles, por ejemplo):
[The] categorization always occurs in reference to internal criteria of value18 and that this
reference defines its appropriateness. Such value criteria do not determine specific catego-
rizations but they constrain the domains in which they occur [...] The bases for value sys-
tems in the animals of a given species are already set by evolutionary selection.19
17
Edelman, 1992, p. 89. Tanto la categorización perceptual, como la conceptual, no actúan basándo-
se en representaciones o imágenes, ni tampoco debe entenderse la acción conceptualizadora en el sentido
objetivista de un Frege, Russell o el neopositivismo. Las categorías igualmente ni son genéticas, ni fijas.
Se van generando por práctica cerebral y se «guardan» como procesos memorativos que «nuevos llama-
dos (recalls)» (Edelman, 1992, «Postcript», pp. 232 ss.) pueden actualizar. Cuando un Heidegger habla
de la «comprensión del ser (Seinsverstädnis)» o de la «comprensión del mundo (Weltverständnis)» está
quizá expresando como ningún filósofo anterior a él este fenómeno cerebral del «global mapping»: es
decir, un «mapeo» general de la totalidad de la «experiencia» vivida, pasada-futura y presente, como
«posibilidades» para la vida (humana, lingüística-cultural e histórica). Véase mi obra Dussel, 1973a, I,
§§ 1-6: «La comprensión existencial» en especial. El «mundo» y el «proyecto» ontológico es un telos,
que incluye la razón práctica e interpretativa. La «comprensión del mundo» es la manera como el cerebro
abarca la totalidad de la experiencia del sujeto ético (y racional) en sus billones de millones de relaciones
de base grupal neuronal, a la velocidad de la electricidad por «entradas» y «salidas» en circuito cerrado.
Recuérdese, sin embargo, que la razón no tiene «ningún área cerebral específicamente determinada para
la intelección [...] Es una especie de actividad cerebral inespecífica» (Zubiri, 1986, p. 493).
18
Este «criterio de valor» es lo que estamos intentando reflexionar, ya que el «criterio» que tiene
genéticamente el sistema límbico y de la base del cerebro, será subsumido por los valores propiamente
conceptuales, autoconcientes, lingüísticos y de formulación ético-cultural en sistemas civilizatorios, que
constituirán lo que denominaremos el «criterio biológico-económico» propiamente ético. Hay entonces
un «criterio de verdad» y un «criterio de validez ética» que cerebralmente se lleva a cabo con contenidos
materiales. Esto es necesario pero no suficiente.
19
Ibid., p. 90.
20
Llamamos «objeto» a la síntesis que el cerebro construye y que no es ni una representación ni una
imagen, como pensaba la tradición. Ningún homunculus (hombrecito) podría ver dicha representación
(de lo contrario deberíamos ir al infinito). Esto fue bien percibido por Rorty, 1979, pero, por desgracia
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 125
No selectionally based system works value-free. Values are necessary constraints on the
adaptive workings of a species [...] Undoubtedly, these value systems also underlie the
higher-order constructions that make up individual aims and purposes. We categorize on
value22 [...] Science has turned out to be eminently practical, as it must be, given its service
to the verifiable truth.23
The brain areas responsible for concept formation contain structures that categorize, dis-
criminate, and recombine the various brain activities occurring in different kinds of global
mappings [...] They must represent a mapping of types of maps [...] The frontal cortex is
a prime example of a conceptual center in the brain24 [...] Given its connections to the basal
ganglia and the limbic system, including the hippocampus, the frontal cortex also estab-
lishes relations subserving the categorization of value and sensory experiences themselves.
In this way, conceptual memories are affected by values —an important characteristic in
enhancing survival.25
22
«Categorization is not the same as value but rather occurs on value [...] Without prior value so-
matic selectional systems will not converge into definitive behaviors» (Edelman, 1992, p. 94).
23
Edelman, 1992, p. 163.
24
Esto no supone ni produce ninguna «representación» o «imagen» (véase Edelman, 1992, pp. 230,
crítica certera contra el «objetivismo» del primer Círculo de Viena y contra reduccionismos racionalis-
tas). Maturana escribe que «cuando describimos con palabras como señalando objetos o situaciones en
el mundo, hacemos como observadores una descripción de un acoplamiento estructural que no refleja
el operar del sistema nervioso, puesto que éste no opera con una representación del mundo» (Maturana,
1985, p. 138).
25
Edelman, 1992, pp. 109-110.
26
Ibid., p. 119.
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 127
mento» (o «un peligro» en cuanto tal) supone poder captar la diferencia del «sí mismo
(self)» (todavía no de un «yo») y de lo «no-sí-mismo (nonself)», y el tener la capaci-
dad para confrontar lo que enfrenta al organismo con la memoria de eso mismo recor-
dado (el «remembered present» de Edelman). Lo más relevante para la filosofía es la
explicación neurobiológica de la autoconciencia tal como la propone Edelman.
En efecto, la autoconciencia (nivel 12) —fenómeno exclusivo humano— supone
por su parte la lengua (nivel 11 del esquema 1) —situada principalmente en las regio-
nes corticales denominadas Broca y Wernicke—, que no se identifica con la función
de categorización conceptual y que la supone.
ESQUEMA 1
DISTINTOS MOMENTOS O FUNCIONES CEREBRALES
nará con la especie homo, acelerar el proceso evolutivo. En primer lugar, se desarro-
llan las regiones cerebrales de la capacidad fonética, fruto epigenético del aprendizaje
memorativo, que permite acrecentar y re-cordar un léxico con significado, un proceso
semántico de contenido perceptivo-conceptual:
Meaning arises from the interaction of value-category memory [8] with combined activity
of conceptual areas [6] and speech areas [10].28
Nos encontramos a nosotros mismos en este acoplamiento, no como el origen de una refe-
forma erecta. Esto permitió, además de liberar por la disminución de la musculatura de la nuca el desa-
rrollo de la cavidad cerebral (especialmente los lóbulos corticales), otros dos fenómenos fundamentales:
el desarrollo del sistema supralaringeo (que permitió el desarrollo de los órganos fonético-anatómicos
para el lenguaje humano; véase Edelman, 1992, pp. 126 ss.; se trata de la dimensión lingüístico-
pragmática), y la liberación de los miembros superiores ya no necesarios para el movilización cuadrúpe-
da (es decir, el desarrollo de las manos ante un campo visual doble, lo que permitirá por su parte un
desarrollo técnico-instrumental prodigioso).
28
Edelman, 1989, pp. 173 ss.; Edelman, 1992, p. 130.
29
No se podría hablar entonces de una «gramática innata» a la manera de Noam Chomsky —aunque,
de todas maneras, el producto cultural de la lengua no puede tampoco desentenderse, por supuesto, de
la manera global de habérselas el cerebro con el mundo entorno.
30
«Las configuraciones conductuales que, adquiridas ontogénicamente en la dinámica comunicativa
de un medio social, son estables a través de generaciones, las designaremos como conductas culturales»
(Maturana, 1985, p. 133). En este punto más allá de un «evolucionismo» ingenuo se deja lugar a la clara
determinación de un «salto» cualitativo de la vida en vida propiamente humana, importante para no caer
en la falacia naturalista. Por ello hablaremos de «sobre-vivencia» y «sobre-vida», donde el «sobre-»
significa «supra-vida» (ya que incluye las funciones mentales del cerebro) y «post-» en tanto momento
posterior de la evolución (del primate al homo sapiens).
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 129
En este momento deseamos tocar un tema que mucho importa a la ética, y se trata
del ya indicado sistema cerebral evaluativo-afectivo. En efecto, es un subsistema cere-
bral complejo estudiado por las teorías de James-Lange, Cannon-Bard (propuesta en
1929), y descrito como el «circuito de Papez» (propuesta en 1937).35 En él deseamos
31
Ibid., p. 155. Es aquí donde cabría una exposición crítica de las tesis fundamentales que, arrancan-
do con Bertrand Russell (Russell, 1956, p. 192: «El análisis de cosas aparentemente complejas [...] se
puede reducir al análisis de datos que son aparentemente sobre esas cosas», que son expresadas en las
«proposiciones atómicas»), desembocan en el Círculo de Viena y en el primer Wittgenstein. Éste escribi-
rá después: «Desde que hace dieciséis años comencé a ocuparme de nuevo de filosofía, hube de recono-
cer graves errores [schwere Irrtümer] en lo que había sucrito en ese primer libro» (el Tractatus)
(Wittgenstein, 1988, pp. 12-13). En 1929, ciertamente habiendo leído Sein und Zeit de Heidegger,
Wittgenstein comienza el camino que le llevará a la superación de las falacias reduccionistas de la filoso-
fía analítica —y que en Estados Unidos significará un volver a las tesis del pragmatismo, en muchos
filósofos (véase West, 1992, pp. 182 ss.)—. Es decir, la superación del atomismo de palabras u oraciones
(sentences), la ilusión del poder abandonar el lenguaje ordinario y aun los conceptos universales trascen-
dentales, exigirán, por último, reimplantar el análisis semántico abstracto en la pragmática práctica —véase
Austin, 1962; Searle, 1969; Apel, 1973.
32
Véase Derrida, 1967 a y b.
33
Véase Mead, 1934, pp. 135 ss.; Habermas, 1981, II, pp. 7-170.
34
Edelman, 1992, p. 134.
35
Para una introducción inicial véase Bloom, 1988, pp. 210 ss.; y Miller, 1983.
130 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
36
El «placer» o «dolor» se sienten propiamente en la piel, en la mucosa interna de los órganos, en
el tejido que envuelve los músculos y en las membranas externas de los huesos. Es la «pervivencia» de
la membrana originaria del unicelular que «recuerda» el límite entre el «dentro» y «fuera» del viviente,
y que reacciona ante «lo extraño»: si «sirve» para la vida del organismo como «placer», si es nocivo
como «dolor» —en principio.
37
Edelman hubiera escrito «estructura de los grupos neuronales».
38
Damasio, 1994, p. 131.
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 131
Emotion is the combination of a mental evaluative process, simple or complex, with dispo-
sitional responses to that process, mostly toward the body proper, resulting in an emotional
body state, but also toward the brain itself resulting in additional mental changes.39
The essence of sadness or happiness is the combined perception of certain body states with
whatever thoughts they are juxtaposed to, complemented by a modification in the style and
efficiency of the thought process.41
39
Damasio, 1994, p. 139.
40
Rorty propone, como ejemplo, una humanidad de los Antípodas sin «mente» (Rorty, 1979, pp. 70 ss.:
«Persons without Minds»). En realidad se trata de un equívoco: si mente significa alma sustancial, esta-
mos de acuerdo con Rorty. Si «mente» es una función superior del cerebro, entonces no puede haber una
persona sin mente. Las «funciones mentales» del cerebro son las presupuestas y necesarias para una ética,
y nada más: categorización conceptual, existencia de procesos lingüístico-culturales y autoconciencia
(que es la base de la libertad y responsabilidad). La cuestión no es «mente-cuerpo», sino la existencia de
una «corporalidad» en cuya organicidad compleja se da el cerebro como momento interno, que tiene
«funciones mentales». Con esto hemos evadido una antropología metafísica del alma sustancial, pero
retenemos todas las funciones neuro-cerebrales necesarias para una ética en sentido estricto.
41
Ibid., pp. 146-147.
42
Aquí no podemos resistir la tentación de referirnos a Heidegger, cuando analizando el pathos
ontológico de la «angustia» existencial la coloca en el fundamento general de la ex-sistencia. Sería como
un background feeling (que incluiría también el «mundo» lingüístico-cultural e histórico). Es la Befin-
dlichkeit (el «encontrarse») originario. ¡Es paradógico, y como lo repetiremos en otras partes, que un
132 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
I do not see emotions and feelings as the intangible and vaporous qualities that many pre-
sume them to be. Their subject matter is concret, and they can be related to specific systems
in body and brain, no less so than vision or speech. Brains core and cerebral cortex work
together to construct emotion and feeling, no less so than in vision.48
filósofo «edificante» —en la denominación de Richard Rorty— haya descrito mejor que ninguno estos
estados de la existencia cerebro-corporal del ser humano como totalidad! Véase Langer, 1988.
43
Damasio, 1994, p. 150.
44
Ibid., p. 153.
45
Del griego y significa una falta completa de auto-percepción del propio cuerpo (en alguna parte
o en su totalidad; ibid., pp. 62-69).
46
Ibid., p. 154.
47
En el esquema 3.1 numerados en 2, 7, 13, el último de los cuales debe indicarse que, además del
«sentimiento general», debe agregarse ahora el aspecto propiamente moral, ético (cultural-histórico,
como veremos posteriormente).
48
Ibid., p. 164. En el capítulo 11 («A Passion for Reasoning») Damasio describe la articulación co-
constitutiva de la afectividad y la razón: sin afectividad no hay razón.
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 133
49
Kant, 1968, A 38-40.
50
Esta hipótesis filosófica, de fundamento mágico (detrás de buena parte de las filosofías de la Ilus-
tración) y mítico, envenena la ética dualista, descorporalizada, puritana, negadora de la sexualidad, el
placer, las emociones, los aparatos evaluativos, y dominadora de la mujer. Todo un síndrome patológico
que justifica sistemas de dominación erótica, política, económica, cultural, etc., y que una Ética de la
Liberación descartará radicalmente. Véanse sobre la corporalidad unitaria, desde un enfoque filosófico,
mis obras Dussel, 1969, 1973b y 1974a.
51
Searle, 1984, p. 14; 1994, pp. 27 ss.
134 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Il vaudrait mieux dire dans ce cas que le fonctionnement corporel est intégré à niveau
supérieur à celui de la vie [naturelle] et que le corps est vraiment devenu corps hu-
main.52
Las funciones más complejas del cerebro humano (la categorización conceptual,
la competencia lingüística y la autoconciencia, que permiten la autonomía, la libertad
y la responsabilidad del sujeto ético-cultural e histórico) subsumen las meras funciones
físico-vitales de los cerebros menos desarrollados de los animales pre-humanos.
De la misma manera, Xavier Zubiri, en su descripción de la «inteligencia-sentiente»
o del «sentido-inteligente», en explícita referencia al funcionamiento cerebral y para
evitar dualismos, cuando trata los «sentimientos», escribe:
El hombre tiene sentimientos, sintiéndose él en la realidad. Por eso el animal tiene cierta-
mente afecciones, modificaciones de su tono vital, pero ningún animal tiene sentimientos
[...] No es que en el hombre haya por un lado apetitos sensibles y por otro apetito racional,
sino que no hay más que un estado sentimental, que es lo tónico de la realidad.53
52
Merleau-Ponty, 1960, p. 218. Véase ese espléndido capítulo sobre «Les relations de l’âme et du
corps» (pp. 200-241).
53
Zubiri, 1992, p. 334. La profundidad propia del pensamiento de Zubiri nos llevaría muy lejos, en
ámbitos que el pensamiento anglosajón o germánico no están habituados a llegar hoy —o al menos no es
el estilo filosófico en voga—. Escribe todavía: «Los sentimientos son, ciertamente, actos del sujeto, pero no
son ni más ni menos subjetivos que las intelecciones o las voliciones: envuelven formalmente un momento
de realidad» (ibid., p. 336). Por su parte, Zubiri distingue entre sentimientos (las «pasiones» de los clásicos)
y la «voluntad» (pp. 21-82). Volveremos sobre el tema más adelante.
54
Véase el tema en Ser y tiempo, § 31 (Heidegger, 1963a, pp. 142 ss.).
55
Y por esto pudo servirnos de punto de partida a superar en nuestra Para una ética de la liberación
latinoamericana de hace casi 25 años (Dussel, 1973a, vol. 1, cap. 1). La «comprensión del ser» siendo
un momento «racional», era sin embargo práctico (un «pro-yecto [Entwurft], un télos, «ser» ante la inteli-
gencia y «poder-ser» para la voluntad o facultad apetitiva). La ciencia del cerebro nos confirma en esta
senda unitaria de la corporalidad de la ética.
EL SISTEMA AFECTIVO-EVALUATIVO CEREBRAL HUMANO 135
Para concluir este artículo deseamos volver a los diversos niveles expuestos al co-
mienzo partiendo de Maturana. En efecto, habría por último: d) la unidad de cuarto
grado, la que denominaremos propiamente como «ética». Es la relación56 dada en el
medio lingüístico, pero reconocida como anterior a su ejercicio actual, entre organis-
mos en comunidad que han alcanzado por el sistema nervioso-cerebral, en el mundo
del lenguaje y la conciencia reflexiva, el expreso reconocimiento de la autonomía-
autopoiética o libre del Otro (y por lo tanto como Otro posible sujeto trans-sistémico),
como otro sujeto ético:
Por esto, todo lo que hemos dicho aquí, este saber que sabemos, conlleva una ética
que es inescapable y que no podemos soslayar [...] La aceptación del Otro [...] en la
convivencia, es el fundamento biológico del fenómeno social [...] Cualquier cosa que
destruya o limite la aceptación de Otro [...], desde la competencia hasta la posesión
de la verdad, pasando por la certidumbre ideológica, destruye o limita el que se dé el
fenómeno social, y por tanto lo humano, porque destruye el proceso biológico que lo
genera.57
56
Es interesante observar que, p. ej., G. Moore se pregunta: «La principal división de ellas es —como
he dicho— doble: la de saber qué cosas (!) son buenas en sí (!) y la de saber a qué otras cosas (!) se
relacionan en cuanto efectos» (Moore, 1968, § 18, p. 27). ¿Y si quizá lo «bueno» o el «bien» no fueran
«cosa» alguna sino sólo un modo de una relación entre sujetos autónomos-autopiéticos (entre sujetos
éticos)? Lo «bueno» (con diferencias) no sería entonces ni una cosa ni una cualidad de una cosa, sino la
«determinación» o «modo» de una «relación» entre sujetos (por su parte, la «corrección [rightness]» o
«rectitud» sería una «manera» de alcanzar este «modo»). Sobre esta «relación-ética» nos habla Lévinas,
1968 y 1974b.
57
Maturana, 1985, p. 163. Es necesario observar que Maturana, al desligar el comportamiento bioló-
gico-neuronal del cerebro del horizonte lingüístico —producto cultural— también permite superar el
naturalismo ingenuo, y da fundamento para distinguir entre lo que «es» cerebral pre-lingüístico mera-
mente (manejo global perceptual del entorno), y el «deber ser» que surge explícitamente en el ámbito
conceptual, lingüístico y autoconciente de los «objetos» morales (como, p. ej., la «justicia», o la validez
ético-universal de un «acto» humano). Por ello, para Maturana y los neurólogos que hemos nombrado,
el «deber ser» es un momento constitutivo de la estructura biológico-neuronal del «ser» humano vivo (el
cuarto grado de unidad se basa en el tercero).
58
Véase Moore, 1968, § 29 ss.; pp. 45 ss. (pp. 43 ss.).
59
Moore, op. cit., § 31, p. 48 (p. 45).
136 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
60
Cuando habla de «estimación correcta de los valores» (Moore, ibid., § 116, p. 192; p. 181) se
ocupa de una axiología a la que no se problematiza suficientemente por su sentido real. Ya Heidegger
(«Carta sobre el Humanismo»; Heidegger, 1967; y Dussel, 1973b, pp. 126 ss.) criticó la axiología.
Es necesario por ello tomarse el trabajo de refundamentarla adecuadamente y en relación con los
resultados científicos que hemos sólo esbozado. Es por ello, que la crítica de Moore al utilitarismo
es semánticamente dudosa (véase Rabossi, 1979, pp. 83-127), pragmáticamente insuficiente (ya que
es una filosofía pre-pragmática, y por ello su semántica es reduccionista), éticamente no relevante (ya
que no toca ningún problema ético de importancia, si, como afirma el mismo Karl-Otto Apel, el pro-
blema ético n.º 1 de nuestro tiempo es la cuestión ecológica ligada a los problemas sociales, a lo que
yo agregaría, por ejemplo, el del hambre de la mayoría de la humanidad como fruto de sistemas in-
justos político-económicos). Al emotivismo de Ayer o al prescriptivismo de Hare se les podría hacer
la misma crítica. Por pre-pragmáticos cometen reduccionismos, como por ejemplo, cuando Ayer
escribe: si «digo Robar dinero es malo, formulo una sentencia que no tiene sentido fáctico [!] [...] Es
como si hubiera escrito ¡Robar dinero!» (Ayer, 1958, cap. 6; ed. cast., p. 132). Tendría razón Ayer
si fuera un enunciado solipsista que se mantuviera en un nivel semánticamente abstracto, si no fuera
«fáctico». Pero pragmática, fáctica o intersubjetivamente cuando digo: «Yo afirmo que robar dinero
es malo» (como speech act en el sentido de Austin o Searle), con el contenido proposicional de «es
malo», agrego algo: enuncio explícitamente, y por ello agrego contenido semántico, la pretensión de
defender intersubjetivamente con argumentos los que propongo como verdad práctica, o lo avanzado
públicamente con pretensión de validez ética. Considérese el tema, en cuanto a los «actos de habla»
descriptivos, en Habermas, 1984: cap. 2 («Wahrheitstheorien», pp. 127 ss.; pp. 113 ss.) y cap. 3 («Was
heisst Universalpragmatik?», pp. 353 ss.; pp. 299 ss.); Dussel, 1993c, pp. 33-66: «La razón del Otro.
La interpelación como acto-de-habla». A esto habría que agregar, además, que en concreto cuando
alguien argumenta deberá, inevitablemente, considerar «malo» aquello que lo es «en su mundo cultu-
ral e histórico» (sea este el de un bantú o de un ilustrado actual en la sociedad de consumo del capita-
lismo tardío), y por lo tanto al decir «¡Robar dinero es malo!» no es lo mismo para un egipcio en la
XXV Dinastía faraónica que para un musulmán en el siglo XX (en el mismo Egipto), ya que quizá para
un «fundamentalista» musulmán hoy robar dinero es un acto «bueno», si se lo extrae a algún repre-
sentante del «infiel» (por ejemplo a una trasnacional). Pero hay todavía más, con pretensión de verdad
práctica, robar es, en un sentido que hay que precisar, un acto contrario al criterio material de la ética,
contrario a la permanencia y desarrollo de la vida humana. Esto significa ya, como puede suponerse,
incluir en la reflexión también una «ética material».
9. Dignidad: negación y reconocimiento
en un contexto concreto de liberación1
1
En este trabajo uní muchos materiales de lo expuesto en el trabajo 5 de esta colección. Creí conve-
niente incluirlo porque generaliza la noción de «dignidad».
2
La palabra de origen latina (dignitas, -atis) significa virtud, honor, mérito, autoridad; tiene su raíz
común con digitulus, -i, que designa el dedo, también una medida romana (la 16.ª parte de un «pie»). En
griego se refiere a la palabra áxia (valor, precio), áxios (digno de aprecio), axióo (tener por digno o mere-
cedor, honrar). En el Nuevo Testamento se encuentra frecuentemente (ver áxios, axioûn, axíos en
Handkonkordanz zum griech. N. T., Wuertt. Bibelanstalt, Stuttgart, 1960, pp. 48). No debe olvidarse la
obra de J. Pico de la Mirándola que escribió en 1486, su famosa Oratio de hominis dignitate, que marcó
el concepto en toda la Modernidad. Entre todos los seres, los «supracelestes» (en visión neoplatónica),
los «celestes» y los «terrestres», el ser humano es la obra maestra de la divinidad. En medio de los tres
mundos es un microcosmos, que por su anima vive las realidades supracelestes, es celeste y está presente
en lo terrestre. El ser humano tienen una «dignidad suprema», por su lugar central en el cosmos, enton-
ces, y por ser entre las creaturas la única autónoma, libre: suipsius plastor et fictor. Pero no es tanto esta
dignidad «metafísica» a la que nos referiremos en este artículo.
138 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Se trata, nada menos, del relato —en negativo— del proceso de expansión europeo
en la Modernidad Temprana, bajo la hegemonía española, que con extrema violencia
(que después sufrirán igualmente el África y el Asia) pretende imponer la cultura oc-
cidental en el mundo que hoy se globaliza. «Negación originaria» («pecado origina-
rio») de los últimos cinco siglos civilizatorios y de la aclamada expansión mundial del
cristianismo. Pero no sólo se negó la dignidad del Otro en la praxis, sino que se argu-
mentó racionalmente para justificar plenamente dicha negación, en este caso desde el
Imperio católico hispano:
Y será siempre justo y conforme al derecho natural que tales gentes [bárbaras] se sometan
al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas, para que por sus virtudes y la
prudencia de sus leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto
de la virtud.7
De esta manera se justificó aun la negación de la dignidad del indígena americano.
De la misma manera aconteció en África. Un John Locke se expresará aun de manera
3
Aun en el sentido de Luhmann, 1988.
4
El tema del «pecado original» podría se tratado en este horizonte problemático. Véase Dussel, 1998
(varias traducciones), [204-222].
5
«Declaración de la Selva Lacandona», en El Despertador Mexicano (Órgano del EZLN, México),
n.º 1, diciembre (1993), p. 1.
6
«Entramos otra vez a la historia», mensaje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, Chiapas
(México), en La Jornada (México), martes 22 de febrero de 1994, p. 8.
7
Ginés de Sepúlveda, 1967, p. 85.
DIGNIDAD: NEGACIÓN Y RECONOCIMIENTO EN UN CONTEXTO CONCRETO DE LIBERACIÓN 139
más brutal, ahora desde el horizonte de la potencia anglicana, cuando se refiere a los
inocentes campesinos africanos que serán transformados en esclavos en América:
Sin duda alguna que quien ha perdido, por su propia culpa8 y mediante algún acto merece-
dor de la pena de muerte, el derecho a su propia vida, puede encontrarse con que aquel
puede disponer de esa vida retrase, por algún tiempo, el quitársela cuando ya lo tiene en
poder suyo, sirviéndose de él para su propia conveniencia, y con ello no le causa prejuicio
alguno.9 Si alguna vez cree que las penalidades de su esclavitud pesan más que el valor de
su vida, puede atraer sobre sí la muerte que desea con solo que se niegue a obedecer las
voluntades de su señor [...] Tal es la auténtica condición de la esclavitud; ésta no es sino
la prolongación de un estado de guerra entre un vencedor y un cautivo.10
Adam Smith no tiene tampoco ningún escrúpulo en indicar que «el producto del
trabajo constituye su recompensa natural o salario del trabajo»,14 «pero este estado
originario (original state), en el que el trabajador gozaba de todo el producto de su
trabajo, sólo pudo perdurar hasta que tuvo lugar la primera apropiación de la tierra y
acumulación del capital (accumulation of stock)».15 En este «segundo estado» los ricos
compran el trabajo a los pobres. Esta claro que Smith no se pregunta por las razones
históricas por las que fueron empobrecidos los «siervos de la espada» de los feudos,
y por qué al huir del feudo y llegar a las ciudades medievales tuvieron que vender su
trabajo (su propia subjetividad creadora) a los que tenían dinero (que es trabajo objeti-
vado). Este «salario» que pretende pagar la apropiación del trabajo del prójimo es la
«negación originaria», que constituye al sistema capitalista como tal, y que destituye
al que «vende su trabajo» de su dignidad creadora, ya que se lo transforma en una
mera «mercancía» (que se compra y se vende).
Esta «negación originaria» en diversos «sistemas» (hemos indicado sólo los sistemas
culturales históricos del colonialismo, del esclavismo, del machismo, de la economía
capitalista, como ejemplos entre muchos otros posibles), sitúa la problemática de la des-
titución de seres humanos de su dignidad, ya que se los transforma en «mediaciones» de
«fines» que otros definen, deciden y manipulan. Los «sin-dignidad» quedan reducidos
a objetos. En esto consiste el «pecado», hablando teológicamente en sentido estricto.
Por lo general se confunde «dignidad» con «valor».16 A ambos se los refiere a los con-
ceptos tales como en el latín a bonum o en el griego a agathón. Sin embargo, la Mo-
dernidad aportará un nuevo significado que deseamos ahora clarificar.
14
Smith, 1985, p. 167.
15
Ibid., p. 168.
16
«Valor» procede del latín: de valens, -tis que significa sano, robusto, enérgico; de valeo, -ere: estar
sano, ser fuerte, vigoroso, tener fuerza; de validus, -a: sano, robusto, vigorizo; de valito, -are: estar bueno. En
las lenguas germánicas en cambio la cuestión en diversa. Es interesante recordar que Karl Marx escribe sobre
este tema unas pocas líneas: «Y así del concepto de valor (Wert) se deriva en general el concepto de bien (Gut)
[...] No sólo podía demostrar con el uso del nuestro lenguaje que el distinguir (señalar) las cosas del mundo
exterior, que son los medios para satisfacer las necesidades humanas, como bienes también puede ser nombra-
do atribuir valor a esas cosas, sino que tenemos la palabra latina dignitas = valía, mérito, jerarquía, etc., que
atribuida a las cosas también significa valor; dignitas viene de dignus significa pointed out <señalado>; de aquí
también viene digitus, el dedo con que uno señala a una cosa, la indica; en griego tenemos deík-nymi, dák-tylos
(dedo); en gótico: ga-tecta (dico); en alemán: zeigen; y podríamos todavía llegar a otras muchas derivaciones,
teniendo en cuenta que deíknymi o deiknyo (hacer ver, poner de manifiesto, señalar) tienen en común el redical
rek (presentar, tomar) con dekhomai («Randglossen zu Adolph Wagners Lehrbuch der politischen Oekono-
mie», en Marx, 1956, vol. 19, p. 367). Todavía se refiere largamente a la etimología gótica (p. 372). Marx, ya
que en su momento no se había todavía discutido la cuestión, no distingue suficientemente entre «valor» y
«dignidad», aunque supone dicha distinción de hecho, como veremos.
DIGNIDAD: NEGACIÓN Y RECONOCIMIENTO EN UN CONTEXTO CONCRETO DE LIBERACIÓN 141
17
Heidegger, 1947, p. 34.
18
Ibid., pp. 34-35.
19
Heller, 1973; también en Heller, 1985, pp. 7 ss. Para mi crítica a la posición de Heller sobre una
ética marxista de los valores, véase el capítulo «Proyecto filosófico de Agnes Heller», en Dussel, 2001,
pp. 269 ss.
20
Véanse mis obras Dussel, 1973b, vol. 1, pp. 119-154: «La ética axiológica contemporánea»;
Dussel, 1973, vol. 1, § 8, pp. 70 ss.: «Diferenciación y valoración de las posibilidades»; Dussel, 1998,
[97-98], pp. 125ss.
21
Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, BA 65; Kant, 1968, vol. 6, p. 60. El tema se encuentra en
Hartmann, 1962, § 36, p. 340: «Der elementarste Wert der ersten Reihe ist der Wert des Lebens». Creo que
se ha confundido el bonum con el Wert. La «dignidad» del sujeto viviente corporal debería ser considerado
en el sentido clásico del agathón, del bonum, trascendental, pero como no un Wert, en el sentido moderno
de la «constitución» de un «bien (Gut, good)» o «cosa-valiosa (Wertding)» que tiene o es «portador (träger)» de
un «valor» ético como correlato de una «intención estimativa» de la subjetividad. El «valor», en el sentido de la
«axiología», es estrictamente una determinación moderna de la mediación o «posibilidad existencial» (en
sentido heideggeriano) práctica, inexistente en el pensamiento griego o latino medieval. Es el noema práctico
142 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
nidad» de la persona con «valor». Es por ello que Heidegger, y como lo he anotado,
comentando en este caso a Nietzsche, indica que «el valor es condición de aumento
de vida (Steigerung des Lebens)».22 Es decir, una posibilidad existencial o mediación
práctica (un «medio» para un «fin» en el sentido de Max Weber, relación «formal»)
tiene «valor» en tanto posibilidad actual para la vida humana.23 El criterio absoluto,
lo digno, es el «sujeto corporal vivo».24 Por su parte y contra lo que pudiera pensarse,
Marx afirma que el sujeto vivo (el «trabajo vivo») no tiene valor económico, sino que
tienen dignidad de sujeto creador. Escribe Marx:
El trabajo [vivo] es la substancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo no
tiene valor alguno (hat keinen Werth).25
El valor del trabajo no es más que una expresión irracional (irrationeller) para designar
el valor de la fuerza de trabajo.26
de una noesis ética, para hablar como Husserl. Heller hablará de «valores absolutos» (la vida, la libertad, etc.).
Creo que esto sitúa a su ética, hasta el presente, en una «axiología», y le impide descubrir una «normatividad»
más radical —como la del Marx histórico, que no fue axiológica—, más allá de los «juicios de valor» (que
tendrían menos racionalidad que los «juicios empíricos» de las ciencias naturales). Se trata de construir una
ética fundada en «juicios normativos» («Juan debe comer») en relación con «juicios empíricos» («Juan come»)
sin necesariamente pasar por «juicios de valor» —que la meta-ética analítica ha cuestionado desde George
Moore, Ayer o Carnap.
22
Heidegger, 1961, vol. 1, p. 488.
23
«Wert ist [...] Ermöglichung, possibilitas» (ibid., p. 639).
24
Escribe Ernst Bloch: «Aquello que nos pone como vivientes (das uns als lebendig setzt) no advie-
ne a la presencia. Se encuentra en lo profundo, adonde comenzamos a ser corpóreos (leibhaft zu sein)»,
Bloch, 1959, vol. 1, p. 49.
25
Das Kapital, I, sec. VI, cap. 17; Marx, 1975, p. 500.
26
Ibid., p. 502.
27
Véase Dussel, 1988.
28
Zur Kritik der politischen Oekonomie (Manuskript 1961-1963), en Marx, 1975, II, 3, 6, p. 209.
29
He insistido en mis obras sobre Marx en esta tesis «metafísica creacionista» —contra la opinión sobre
el tema de todas las tradiciones cristianas desde la época de la vida del mismo Marx hasta hoy—. Véase la
reciente traducción de mi libro Towards an Unknown Marx (2001). Marx indica que hay diferencia «entre el
trabajo objetivado y el trabajo vivo (lebendige Arbeit), entre el valor y la actividad creadora (wertschaffenden)
del valor» (Marx, 1974, p. 356). Es el «trabajo vivo» el que tiene dignidad, pero le ha sido negada. El trabajo
DIGNIDAD: NEGACIÓN Y RECONOCIMIENTO EN UN CONTEXTO CONCRETO DE LIBERACIÓN 143
es el criterio de validez del valor, su fundamento, y es desde la vida humana del trabajador
que se juzga (se efectúa una crítica ética, una Kritik de la economía política, de su «mo-
ral») al capital como causa de su muerte, pobreza, desrealización, negación, «el Anticris-
to». Repito, el «trabajo vivo» no tiene valor, tiene dignidad;30 no es un medio y ni siquiera
un fin: «pone» los fines. Algo vale en cuanto es una mediación práctica31 para la produc-
ción, reproducción o desarrollo de la vida humana, en último término de toda la humani-
dad. La vida humana, el sujeto vivo ni tiene valor ni tampoco tiene derecho «a la vida».
El sujeto humano viviente tiene dignidad y en tanto tal «funda» todos los valores, aun los
éticos, y todos los derechos. Hay derecho a la «sobrevivencia», a la «permanencia» en
vida, no «a la vida». ¿Cómo podría un sujeto todavía no viviente (no engendrado, anterior
al nacer) tener algún derecho si todavía no existe? Pero desde el momento de su existen-
cia, por ser viviente (sin tener un imposible derecho apriori a la vida), un viviente sujeto
humano «tiene» ahora derechos fundados en su «dignidad» (no en su valor, ya que el
sujeto digno es el que «funda» todos los valores, también los morales32).
no es el fundamento del capital (que es «el valor que se valoriza»). Por ello, Marx establece una diferencia
explícita entre «fundamento (Grund)» y «fuente (Quelle)», semejante a la crítica de Schelling contra Hegel.
Véase el tema en Dussel, 1990, pp. 355 ss. El «trabajo vivo» es la «fuente creadora del valor desde la nada»
del capital, cuando «crea» plusvalor (en el plus-tiempo del plus-trabajo más allá del «tiempo necesario» o del
valor del salario pagado por el capital): «creación» de valor «ex nihilo» (dice Marx).
30
En Das Kapital I, cap. 5, nota 17 (Marx, 1975, II, 6, p. 209), Marx nos habla aquí de adquirir «el
sentimiento de dignidad (Selbstgefühl)», sobre lo que se extiende en las ya citadas «Notas marginales al
Tratado de economía política de Adolph Wagner» (sobre la Dignitas; Marx, 1956, 19, p. 367).
31
El «bien (Gut)» no «es» un valor (la cosa «es» un bien), sino que «tiene» valor en tanto se encuen-
tra prácticamente integrado (como medio a fin) al plexo de mediaciones que en último término es la vida
humana, como condición de su reproducción o desarrollo.
32
Los valores morales no son sino la categorización conceptual-práctica y lexical (a cada valor se le pone
un «nombre» en cada lengua, cultura, y se las normativiza en costumbres, tabús, leyes, derecho, y también se
imponen por la educación en el Ueber-Ich), que, desde el criterio de la vida humana en tanto ética (vida huma-
na, consensualidad práctica válida y factibilidad empírica de la «pretensión de bondad» del acto), «graba»
neuronal o corporalmente el cerebro, de aquella mediación que reproducen y desarrollan la dicha humana en
cada comunidad histórica. Los valores morales son jerarquizados (en cada cultura, y por cada sujeto concreto)
por «cercanía o lejanía» de la posibilidad de la reproducción o el desarrollo de la vida del sujeto humano. Las
mediaciones más cercanas y necesarias (y de allí la importancia de los trabajos de Agnes Heller sobre las
necesidades) ocupan un lugar superior (así como ante un golpe que se dirige a la cabeza, la mano se levanta
para protegerla, arriesgándola a ser destruida: el cerebro tiene memorizado el «más valor» de la cabeza sobre
la mano desde el criterio de la vida humana; de la misma manera que un burócrata que tenga «honestidad»
realiza un valor ético más alto, que el burócrata que ejerce actos de corrupción con los clientes). Evidentemente
los valores morales (categorizaciones conceptuales-prácticas, desde las necesidades y sentimientos —también
morales—, ligados al sistema límbico y al neocortex-frontal) tienen una existencia intencional intersubjetivo-
comunitaria, lingüístico-cultural. Su «portador (träger)» material o neuronal es el cerebro humano; su base
ético-psíquica es el Ueber-Ich —individual en Freud, colectivo en Jung—; su base intencional son las culturas,
sus relatos simbólicos y las lenguas. No hay «entes-reales» ni «cosas-independientes» llamados valores. Los
valores tienen existencia neuronal, intersubjetiva, lingüística, psíquica, cultural, comunitaria. Véase el nivel
neurológico del problema en Damasio, 1994; Edelman, 1992, sobre los criteria of value que tiene el cerebro
desde la «vida humana» como última referencia.
10. Algunos principios para una ética ecológica
material de liberación
(Relaciones entre la vida en la tierra y la humanidad)1
1
Esta ponencia debe situarse dentro de una Ética de la Liberación en la edad de la globalización
y exclusión (Dussel, 1998) donde doy en detalle razones para probar lo que aquí se avanzan como meras
tesis solamente prospectivas.
2
Véase el tema en mi obra Ética comunitaria, cap. 18 (Dussel, 1986). Para el contexto de la cuestión
véase Meadows, 1983 y 1992. Para una visión geopolítica de la hegemonía norteamericana actual, véase
Chomsky, 1994.
3
Usaremos ahora la palabra «moral» para indicar el aspecto formal, y «ética» para su sentido mate-
rial. La Ética del Discurso, por ejemplo, debería denominarse entonces «Moral del Discurso». Mientras
que nuestra «Ética de la Liberación» es «ética» (por material), pero también por ser de liberación (por
crítica y procesual históricamente).
4
Escribe Karl-Otto Apel: «En mi opinión, con el fin de la guerra fría y después de la reducción del
peligro de una guerra nuclear, el problema número 1 de la política mundial y de una macroética [...] será
146 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclina-
ción a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los
hombres pone en ello6 no tiene valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de
un contenido moral.7
La ética ecológica, que tiene esencialmente que ver con la defensa de la vida, que-
da aquí situada de tal manera que no podrá ser satisfactoriamente fundamentada. En
esta tradición dualista, de decidida negación de la determinación material de la ética,
el «cuidado angustioso» por «conservar» la vida no tiene significación ético-material
alguna, y se la relega al mero egoísmo o a ser una motivación patológica o caprichosa.
Debemos oponernos a esta tesis, so pena de dejar la ética ecológica en el aire.
El texto egipcio del muerto que es juzgado por Osiris y que exclama, como justifi-
cación de su bondad: «di de comer pan al hambriento» (Libro de los Muertos,
cap. 125), incluye exigencias de ética material: el hambre es un tipo de sensación
de dolor, y la comida es fruto del trabajo y la tierra. Por el contrario, las morales
formales actuales (como las del pensamiento analítico8 o positivista, o las de John
la cuestión de las relaciones entre el primer y el tercer mundo debido a la indisoluble conexión entre la
crisis ecológica y la crisis socioeconómica» («La ética del discurso ante el desafío de la filosofía de la
liberación», en Dussel, 1993b, p. 116). En edición alemana «Die Diskursethik vor der Herausforderung
der Philosophie der Befreiung», en Fornet-Betancourt, 1992b, p. 37.
5
John Locke escribe en su An Essay concerning Human Understanding (Clarendon Press [Locke,
1975]: «El bien y el mal [...] no son sino placer o dolor, o las ocasiones en que se procura placer o dolor»
(libro I, cap. 28, § 5). En otro texto expresa: «Las cosas son buenas o malas sólo en referencia al placer
y el dolor» (ibid., II, cap. 20, § 2). Posteriormente Jeremy Bentham expresará: «[... El] axioma funda-
mental [consiste en] la mayor felicidad para el mayor número es la medida de todo lo recto y lo inco-
rrecto» (Bentham, 1948, p. 3).
6
Esta angustia hoy es mucho más espantosa que en el tiempo de Kant, ya que la mayoría de la Humani-
dad se ve lanzada en el proceso de globalización a una exclusión empobrecedora nunca observada antes.
7
Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, I, BA 10 (Kant, 1968, p. 23).
8
Recuérdese el intento de George Moore en Principia Ethica (Moore, 1968).
ALGUNOS PRINCIPIOS PARA UNA ÉTICA ECOLÓGICA MATERIAL DE LIBERACIÓN 147
Rawls9 o Jürgen Habermas10) descartan las éticas materiales (como las del utilita-
rismo, de la Sittlichkeit de Hegel,11 o la de un Charles Taylor12).
Por nuestra parte, teniendo como horizonte la destrucción ecológica de la tierra
articulado concomitantemente con la miseria, la pobreza, la opresión de la mayoría
de la humanidad (si se tiene en cuenta fenómenos tales como el capitalismo central y
periférico, el racismo, el machismo, etc.), debemos recuperar la referencia material,
ya que dichos «hechos» pueden sólo ser descubiertos críticamente por contraste (con-
tradicción o no-cumplimiento) con un criterio positivo material enunciado previamen-
te. Por ello necesitaremos reconstruir la verdad de una ética material (donde la des-
trucción ecológica y la pobreza sean detectadas como problemas éticos en sí mismos)
y articularla convenientemente a una moral formal (desde la cual se podrá proceder
consensualmente).
La actual neurobiología de manera unánime define el cerebro humano como un
órgano de la sobrevivencia. Por ejemplo, Gerald Edelman escribe:
El córtex frontal es el primer ejemplo de un centro conceptural del cerebro [...] Dadas sus
conexiones con el sistema límbico, incluyendo el hipocampo, el córtex frontal establece
las relaciones que permiten la categorización por valores y las experiencias sensitivas. De
esta manera, la memoria conceptual está afectada por valores —una característica impor-
tante que permite la sobrevivencia.13
El que actúa seria y honestamente ya ha presupuesto siempre a priori las exigencias éticas
de la lucha por la reproducción y crecimiento de la vida de los sujetos humanos, en con-
creto como modos de una vida buena (felicidad, sobre-vivencia, etc.), que cumple con to-
9
Véase Rawls 1971 y 1993.
10
Véase entre sus numerosas obras Habermas, 1983 y 1991.
11
Véase Benhabib, 1986.
12
Véase Taylor, 1989 y 1992.
13
Edelman, 1992, pp. 109-110. Véase de este premio Nobel también Edelman, 1988 y 1989.
14
Véase mi obra Ética comunitaria (Dussel, 1986), cap. 1.
15
En el «sobre-» de «sobre-vivencia» queremos indicar: a) las funciones mentales superiores de la
vida (conceptuación, evaluación valorativa, lenguaje, autoconciencia, libertad, autonomía y responsabili-
dad); b) los desarrollos históricos propios de la cultura, histórica, espiritualidad religiosa, pleno creci-
miento estético y ético de la humanidad.
148 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
dos los miembros de una comunidad de vida cultural e histórica real,16 y que incluye la
pretensión de poder compartirla con toda la humanidad.17
Es decir, el que obra (es la praxis en su sentido estricto) humana, seria y honesta-
mente, lo hace por el motivo racional universal: la reproducción y crecimiento de la
vida humana (y concomitantemente de la vida en el planeta Tierra), proyecto que es
siempre realizado inevitablemente en el horizonte de una «vida buena», en su comuni-
dad cultural (preconvencional, convencional o postconvencional18). Esa «vida buena»
incluye todos los «recursos (sources)» de racionalidad a disposición (son evidente-
mente diferentes entre los aztecas, los conquistadores españoles del siglo XVI, los in-
gleses del siglo XVIII o los norteamericanos hoy19), los mejores, y, además, como seria
y honestamente acepta dicha «vida buena» como la superior, ideal y universalmente,
intrínsecamente debe aceptar también todo diálogo o discusión con otras concepciones
de «vida buena», ya que por ser seria y honesta es una «pretensión universal»: válida
ideal o potencialmente para toda la humanidad. El que «no entrara» a la discusión
retrocedería a una posición dogmática o fundamentalista, y dejaría de obrar «seria y
honestamente». Además, la «vida buena» no es principalmente el fin (Zweck, télos)
de una razón instrumental o estratégica; sino que es un modo de vida «comunitaria»
(ideal o real), que debería ser el cumplimiento del reconocimiento ético-originario
intersubjetivo del Otro como otro, desde donde se abre la posibilidad de la comunica-
ción y el ejercicio de la razón discursiva misma. Contra las morales formales hoy de
moda, y repitiendo, es posible probar que la conservación y el crecimiento de la vida
16
Aun el disidente «presupone» la «vida buena» a la que se opone eventualmente, y sin la cual
no podría ser disidente. Un nihilismo radical es un dejarse morir (y aun el dejarse morir presupon-
dría una motivación para suicidarse): la contradicción performativa aquí es aún más radical que en
el caso del escéptico teórico. El escéptico podría «no entrar» a la discusión; pero aquí aún el «no
entrar» es todavía una acción: es decir, debe tener un motivo (la razón es teórica, el motivo práctico)
para no entrar.
17
Aquí deberíamos refutar las tres objeciones anotadas arriba contra la ética material. 1. Nunca un
proyecto de «vida buena» puede describirse analíticamente, porque es el horizonte («comprensión del
ser [Seinsverstädnis]» en Heidegger, «totalidad dialéctica» en Sartre, o el «inconciente» de Freud) siem-
pre presupuesto. 2. La «vida buena» es particular, pero tiene la pretensión de universalidad (si es seria
y honesta). El 3 lo trataremos en el texto a continuación.
18
La «vida buena» postconvencional tiene un contenido ilustrado de autonomía, argumentabilidad,
responsabilidad individual que no deja por ello de ser una «vida buena» con su convencionalidad propia:
un ideal humano ilustrado occidental moderno. La actitud «crítica» de liberación puede faltar en una ética
«postconvencional», indicando así que no es el último nivel posible del desarrollo de la conciencia ética
à la Kohlberg.
19
Para que sea racional la «vida buena» debe contar con los mejores recursos posibles. No se puede
exigir a los aztecas otros recursos que los propios, por ello Bartolomé de Las Casas demostró que desde
su horizonte cultural, desde sus recursos racionales, ofrecer sacrificios humanos al dios Sol era perfecta-
mente racional, bueno, válido: no tenían otros recursos a su disposición y nadie podría objetarles el no
haberlos usado correctamente.
ALGUNOS PRINCIPIOS PARA UNA ÉTICA ECOLÓGICA MATERIAL DE LIBERACIÓN 149
del sujeto humano es la condición absoluta, cuya mediación diferenciada son las «vi-
das buenas», intentadas seria y honestamente, y que están siempre pre-su-puestas20 y
tiene pretensión de universalidad, aunque sea (y no puede no serlo nunca) particular
por su implantación histórica (repitiendo de nuevo, aún en el caso de la pretendida
moral postconvencional actual, frecuentemente eurocéntrica y cómplice, porque no
crítica, del capitalismo central y hasta neoliberal).
El momento de la moral formal, cuyo criterio de validez es la intersubjetividad
efectiva o la consensualidad argumentativa real, tiene un principio básico moral que
puede enunciarse así:
El que argumenta ya ha testimoniado in actu, y con ello reconocido [...] una comunidad de
comunicación de personas que se reconocen recíprocamente como iguales.21
Solamente pueden ser válidas aquellas normas aceptadas por todos los afectados como par-
ticipantes virtuales de un discurso práctico.22
Primera parte del párrafo [del Programa de Gotha dice]: El trabajo es la fuente (Quelle) de
toda riqueza y de toda cultura. El trabajo no es la fuente de toda riqueza —comienza a ex-
plicar Marx—. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdade-
20
«Puesta» antes (pre-: por naturaleza y en el tiempo a priori) y debajo (sub-: como fundamento):
«pre-sub-puesta».
21
Apel, «Notwendigkeit, Schwierigkeit und Möglicheit...», ed. cast., p. 161.
22
Habermas, 1991, p. 12. Los principios, el «U» de Habermas y el de complementaridad «C» de
Apel, vienen a intentar permitir su «aplicación».
23
Recuerdo la discusión con John B. Cobb en California en 1988 al respecto.
150 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ramente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que
la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.24
Para Marx sólo dos niveles de la realidad no tienen valor de cambio (económico),
y son la naturaleza y la persona humana:
El precio de trabajo o el precio de la tierra o del suelo (o de las fuerzas naturales en gene-
ral) son las únicas expresiones irracionales (irrationellen) de este tipo. El precio de la tie-
rra es irracional, ya que un precio adecuado es la expresión monetaria del valor, pero no
puede haber valor [de cambio] cuando no hay trabajo materializado en dicha cosa [...] De
la misma manera es irracional la expresión: Precio del trabajo.25
ESQUEMA 1
VALOR ECOLÓGICO, VALOR DE USO Y VALOR DE CAMBIO
Las cosas reales tienen «dignidad» (el bonum de los medievales), son «valor ecoló-
gico» (VE) que pueden producir «valores de uso» (VU) (natural27 o producido, tanto
materiales como culturales, estéticos, etc.). El «valor de cambio» (VC) o «económico»
sólo es tenido por los productos humanos fruto del trabajo. La ética material considera
a los bienes con valor de uso, la riqueza en cuanto tal (bienes objetivos de la felicidad
como bien sujetivo). El manejo político de estos bienes es el momento práctico formal
consensual público (la democracia, por ejemplo). La ecología y la economía política
nos hablan entonces del nivel material de la ética, primeramente, pero manejado en el
nivel formal de la democracia o la moral pública.
Lo que el ser humano intenta honestamente es un sistema cultural vigente, un bien que
es válido, ecológicamente sostenible (que debe tener contenido ético material y media-
ción racional consensual formal). Esta situación de un sistema vigente con consenso,
con legitimidad, no se conserva indefinida y diacrónicamente, sino que se dan en
ciertos momentos muy privilegiados. El orden social que guarda legitimidad (Haber-
mas) o hegemonía (Gramsci) es aquel que tiene en equilibrio estas dos dimensiones:
la vida buena y válida como modo de preservación ecológica e histórico-cultural de la
vida para todos. Por el contrario, cuando bajo el manto de una «vida buena» vigente
la vida se torna imposible, se torna empíricamente en opresora, dominadora, represora
sobre algunos miembros, o es irresponsable sobre los efectos que sufrirán las genera-
ciones futuras, deja de tener validez o legitimidad para los oprimidos presentes o futu-
ros. Se torna a los ojos de los excluidos (o sus defensores) como una pretendida «vida
buena», porque niega la vida. Surge así, desde la corporalidad sufriente del que no
puede reproducir su vida, la crítica, que ahora invalida el antiguo sistema vigente. Son
los «críticos». Los críticos son aquellos que descubren la contradicción entre la «vida
buena» propuesta como ideal o utopía (por ejemplo: «la libertad, la igualdad y la propie-
dad para todos» en la utopía del capitalismo naciente) con la imposibilidad de reproducir
dicha vida real en el caso de muchos miembros (falta de libertad contra coacción ilegíti-
ma sufrida; desigualdad, no-propiedad o pobreza de las mayorías). Aquí comienza a
aparecer el sistema vigente como una «Totalidad» (en el sentido negativo de Lévinas).
Las morales formales no tienen la posibilidad, al no incluir una referencia material, de
descubrir esta contradicción entre el principio universal de la vida, en concreto como
«vida buena» ideal propuesta y su «validez» pretendida, y lo que real y empíricamente
acontece. Sólo la imposibilidad de vivir sufrida en la corporalidad negada de los oprimi-
dos (o de las generaciones futuras), en la destrucción real ecológica sin la que no se pue-
27
«La tierra [...], en el estado originario en que proporciona al hombre víveres, medios de subsisten-
cia ya listos para el consumo, existe sin intervención de aquél» (El capital I, cap. 5 [1873]; Siglo XXI,
México, 1979, I/1, pp. 216-217; MEGA II, 6, p. 193).
152 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
de «sobre-vivir» (ni como permanencia, por el hambre, y aún menos como desarrollo o
crecimiento, por la educación, por mayores posibilidades espirituales, artísticas, éticas,
etc.), viene a ser el origen, el disparo (el gatillar) del proceso crítico. El reconocimiento
del Otro en el rostro del in-feliz (la intención ambigua del utilitarismo), del in-justamente
tratado, del pobre (de la Filosofía de la Liberación), del dominado en su líbido (Freud),
del negado como sujeto ético en las micro-estructuras de poder (Foucault), al que se le
imponen valores invertidos (Nietzsche), de la tierra devastada, es el ejercicio primero de
una «razón ético-originaria», mediada por los recursos racionales críticos de que se dis-
ponga desde la utopía de un sistema ecológico de larga duración.
Las morales formales (como las de Habermas o Apel) no pueden tener un criterio
suficientemente crítico (ni sobre el nivel material ni para su «aplicación»), ya que el
criterio crítico tiene un componente material y otro formal: la imposibilidad de vali-
dez moral de un sistema que impida la reproducción de la vida o la destrucción ecoló-
gica ético-materialmente —ante la propia conciencia particular o pública, del azteca,
del conquistador, inglés o norteamericano—. El principio crítico podría enunciarse
entonces así, al menos en alguna de sus dimensiones:
Obra críticamente desde un punto de vista práctico el que, presuponiendo las exi-
gencias éticas de la reproducción y crecimiento de la vida del sujeto humano, en la
«vida buena» vigente de la comunidad de vida cultural, descubre su no-cumplimiento
o su negación en miembros de la sociedad, por lo que se le impone la no-validez de
dicho orden y sus exigencias éticas.
Ahora el crítico queda en la «exterioridad» del sistema, ya que ha perdido la «con-
ciencia cómplice» o la ingenua aceptación de su legitimidad (Habermas) o hegemonía
(Gramsci). Al «quedar-fuera» del sistema criticado por el crítico se articula al origina-
rio y primer «estar-fuera» de la realidad ecológica28 de la corporalidad sufriente del
oprimido como Otro: como sujeto ético re-conocido en su dignidad como Otro29 que
el sistema, dignidad que ha sido negada en su persona por la negación del cumpli-
miento de la «vida buena» ideal del sistema.
Albrecht Wellmer ha mostrado la universalidad de las prohibiciones de máximas
no generalizables.30 Pero para poder afirmar que no es generalizable la máxima debe
ser confrontada con las exigencias éticas presupuestas y vigentes en una comunidad
con una cierta «vida buena». De lo contrario no se puede concluir que es «no-
generalizable». La no-generabilidad supone una «vida buena» material vigente. Su
prohibición nos refiere a la posibilidad de confrontar la «vida buena» propuesta ideal
o utópicamente con la no generabilidad de la «vida injusta» de alguno de sus miem-
bros, o de la realidad ecológica como su condición material.
28
El pobre sufre en su cuerpo, antes que nadie (ya que «el rico» tiene mediaciones que posterga
dicho sufrimiento) la muerte ecológica de la naturaleza.
29
La dignidad ecológica de la naturaleza debe igualmente ser re-conocida, por un momento dado
en la naturaleza y no nuestra, y por ser la condición de posibilidad de la vida de la comunidad.
30
Wellmer, 1986, pp. 20 ss.
ALGUNOS PRINCIPIOS PARA UNA ÉTICA ECOLÓGICA MATERIAL DE LIBERACIÓN 153
La conciencia crítica tiene como límite absoluto una prohibición última de máxi-
mas no-generalizables: «¡No se debe destruir la vida de la tierra ni de la humanidad
presente o futura!». Y si esto aconteciera, sea cuales fueren las condiciones procedi-
mentales para llegar a esa conclusión, dicho acto sería inválido (ungultig, invalid).
El capitalismo actual, según el juicio de Marx (es esto plenamente vigente en la
actualidad31), con su criterio fundamental de «aumento de tasa de ganancia»32 (que se
opone al criterio de sobre-vivencia), implícitamente propone el siguiente principio:
El que actúa según el criterio del «aumento de la tasa de ganancia» ya ha presu-
puesto siempre a priori que ni el principio ético material de la sobre-vivencia, ni el
principio moral formal de consensualidad democrática, pueden ser obstáculos o límites
para la obtención de dicha finalidad.
Aquí sí nos encontramos ante una razón instrumental fetichizada, mucho más des-
tructora de lo que opina Max Weber o Jürgen Habermas. El peligro antiecológico de
la tecnología es un efecto y no la causa del problema. La tecnología destructiva de la
vida (de la tierra y la humanidad) es la elegida y usada desde el criterio instrumental
del «aumento de la tasa de ganancia»,33 y no desde el criterio material de la «perma-
nencia y desarrollo de la vida» de la tierra (ecología) y de la sobre-vivencia de la hu-
manidad. Una tecnología ecológica y ética es posible en abstracto. Hoy la tecnología
es un momento, una «determinación» del capital, subsumida en su proceso fetichista
y destructor. En general los ecologistas se vuelven contra la tecnología, como los obre-
ros del siglo XIX que intentaban destruir las máquinas, que se les aparecían como la
causa de su desempleo. Tanto estos ecologistas como aquellos obreros luchan sólo
contra una mera «máscara» del capital (el capital fijo), pero ignoran ingenuamente la
causa que, por desconocerla, la dejan como no culpable, en la oscuridad, en el oculta-
miento: el capital como proceso de valorización del valor por subsunción de vida hu-
mana (la fuerza de trabajo) y por mediación de una técnica (medio de producción) que
31
Véase mi obra comentada por Raúl Fornet-Betancourt, Ein anderer Marxismus? Die philosophische
Rezeption des Marxismus in Lateinamerika, Grünewald, Mainz, 1994, pp. 272 ss.
32
Al stalinismo del socialismo real en la Europa del Este se le impuso otro criterio fetichista: el
«aumento de la tasa de producción» (véase Hinkelammert, 1994, pp. 136 ss.).
33
La tecnología (véase mis obras Dussel, 1985 y 1983; considérese además mi obra Dussel, 1998,
cap. 13, pp. 262 ss.) es un medio de trabajo, una condición de la producción, una mediación cuya finali-
dad es aumentar la productividad de la fuerza de trabajo para disminuir el valor del producto o para bajar
el costo de la capacidad de trabajo; es decir, aumentar el plusvalor relativo (y su tasa). Pero, y aquí se
encuentra el punto central, el criterio para subsumir una nueva tecnología (el automóvil a explosión a
gasolina y no el automóvil eléctrico) tiene que ser siempre «el aumento de la tasa de ganancia». Si una
nueva tecnología, descubrimiento, etcétera, da a un capital mayor tasa de ganancia que otro, esa tecnolo-
gía será elegida. De manera que la tecnología, tal como hoy la conocemos, no es sino una tecnología de
las posibles y cuyo criterio de realidad o existencia queda determinado por ser la que mayor tasa de
ganancia produjo a corto plazo (y debe ser a corto plazo, porque la «competencia» no permite largos
plazos, porque en ese lapso el capital en cuestión habría sido aniquilado por la dicha competencia por
otros capitales individuales, ramas o naciones más desarrollados, o tecnológicamente mejor equipados
en cuanto a producir por unidad de producto menor valor y proporcionalmente más plusvalor).
154 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
es destructora por haber operado sólo a partir del criterio del aumento de la tasa de
ganancia. La perversidad de la técnica —contra lo que pensaba Heidegger sobre la
«técnica», y muchos otros— es el capital como proceso valorizador. George Bush Sr
en Río de Janeiro y Kyoto no pudo firmar el protocolo ecológico: una crisis económi-
ca (disminución de la tasa de ganancia) en Estados Unidos era para él (para el capita-
lismo) a corto plazo más importante que la destrucción ecológica de la tierra y de la
humanidad a largo plazo.
La misma «tierra» —la physis de los griegos, la Pacha mama de los kechuas, o la
creatura del Yahveh de los hebreos— es ahora un «medio de producción», seculariza-
do, explotable, «a la mano». Su «dignidad», que no tiene valor de cambio (por ser la
fuente del «valor de uso», para Marx), es ahora un objeto aunque no renovable des-
truible para la razón instrumental, mediación de aumento de ganancia, consumido y
acumulado como sobrante, residuo, basura. El mismo Horkheimer o Adorno no llega-
ron a tanta claridad como Marx: el capital es Moloch, el fetiche.34 La vida es medida
(no es la medida) por el capital. El suicido colectivo de la humanidad será el efecto
inevitable de no cambiarse el criterio del uso de la tecnología. Es decisión de vida o
muerte.
34
Véase mi obra Dussel, 1993c.
11. El «Principio de Coherencia»
(Articulación de los principios normativos
de los diferentes «campos» prácticos)
1
Véase el «cuarto» principio en Dussel, 1998, cap. 4, pp. 309 ss.
2
Sabiendo que la «esencia» del efecto negativo es la extracción de «plusvalor» (Mehrwert) (véase
Dussel, 1998).
3
Véase mi obra Dussel, 1980.
156 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
4
Véase la obra de Gutiérrez, 1998.
5
El caso de la Enrom no cumple siquiera con la «ética de una comunidad de ladrones», o de una
«familia» de mafiosos de la droga, mínima fraternidad interna del grupo. Véase «Adam Smith y la ética
de la banda de ladrones», en Hinkelammert, 1998, pp. 183 ss.
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 157
deja de ser sólo dentro de un horizonte consensualista6—, que tendrá en cuenta mu-
chos principios —no sólo uno— (en el nivel C), el nivel hermenéutico e institucional
más concreto (en el nivel B), y el de la estructura de la acción práctica concreta (en el
nivel A), todo lo cual se da en diversos «campos» prácticos (económico o político,
estatal-nacional o global, del centro o la periferia, ecológico, familiar, racial, de géne-
ro, de clases, pedagógico, religioso, de la tercera edad, de las generaciones futuras, de
los marginales, del deporte, de la comunicación, etc.; diversos «frentes», campos sis-
témicos7 de totalización o liberación), y no sólo en los «dos» sistemas (económico y
político) que «colonizarían» (un eufemismo) el «mundo de la vida cotidiana» (la Le-
benswelt).
6
Aun en la reciente obra de Habermas Verdad y justificación (Habermas, 1999).
7
Mucho más complejo de los «sistemas» que colonizan una reducida Lebenswelt habermasiana.
8
Véase Bourdieu 1984, 1989, 1992.
9
La noción de alltäglich Welt (Sein und Zeit, § 14; Habermas, 1963, pp. 63 ss.) es mucho más rica y menos
reductiva que la Lebenswelt del viejo Husserl. En el «mundo cotidiano» de Heidegger hay también al menos
«martillos» a-la-mano, no sólo objetos con «sentido» ante «intenciones» frecuentemente sólo cognitivas.
10
Véase Castells, 2000, vol. 1: La Sociedad Red.
11
Véanse muchas definiciones sobre «subjetividad», «intersubjetividad», etc., en mi trabajo «Sobre
el Sujeto y la Intersubjetividad», Dussel, 2001, pp. 319 ss.
12
En el sentido de que, por ejemplo, «analizando la sociedad burguesa en términos de posibilidad,
Marx la declara imposible» (Hinkelammert, 1984, pp. 22).
158 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cumplir para ser tales con las reglas de ese deporte. Si dos boxeadores, en otro «campo»
deportivo, en el ring, cumplen las reglas del boxeo, triunfa el que acierta más golpes en
el «enemigo» («enemigo» deportivo, ciertamente), y, de manera sobresaliente triunfa el
que deja sin conciencia a su oponente de turno —no considerando aquí lo anti-ético de
este deporte—. Es decir, en el boxeo se debe vencer físicamente al «oponente» hasta
dejarlo «fuera de combate». La intención no es asesinarlo, sino dejarlo indefenso, iner-
me, y por lo tanto vencido. Si, en el caso anterior, un jugador de baloncesto dejara «fuera
del juego» a un «antagonista» en un partido de baloncesto propinándole golpes como en
el caso del boxeador, había dejado de ser jugador de baloncesto (al ultrapasar el límite
de lo «posible» le es ya «imposible» seguir siendo jugador de baloncesto), pero no sería
por ello boxeador, sino que recibiría, según la regla del baloncesto, una pena por la in-
fracción. Si insistiera en golpear al contrario, entonces habría dejado de ser deportista,
habría ultrapasado el «límite» del «campo» deportivo, y desde el «campo» de la vida
cívica sería necesario llamar a la policía para que lo tratara como un simple infractor de
la ley, ya que estaría agrediendo a otro ciudadano. El jugador de baloncesto, al agredir
sin intención a un antagonista (acto que el boxeador hace con intención válida en su
campo de boxeo) es objeto de una pena según la regla del baloncesto, y todavía es de-
portista si acepta la pena en su contra. Si no la aceptara y agrediera al árbitro, sería sus-
pendido; es decir, habría dejado de ser deportista, como hemos dicho. Lo mismo si el
boxeador, después de derrotar al enemigo deportista, quisiera seguir propinándole gol-
pes. Habría igualmente sobrepasado el «límite» del «campo» del deporte del boxeo.
De manera muy inicial y analógicamente, deseamos describir un «campo» práctico,
por ejemplo el «campo» político, en el que es necesario aclarar ¿qué es eso de «lo
político»? Para ello sería necesario comenzar por alguna determinación, ya que para
entrar en el «círculo hermenéutico» hay que decidirse por alguna de dichas determina-
ciones como su inicio (Anfang), sabiendo que dicho punto de entrada supone todos los
otros no analizados todavía. Iniciaremos por ello reflexionando sobre el «campo» es-
pecífico de la política: el «campo» político, partiendo de la metáfora espacial ya indi-
cada, gracias a la cual podamos imaginarnos una esfera o una superficie (puede ser
territorial, pero siempre virtual o intencional, sistémica), está limitada por una «línea»
o «frontera» que permite considerar numerosos momentos como situados «dentro» o
«fuera» de dicho campo. En un sentido analógico al «lugar» de un «sistema» (como
mundo de sentido, tanto para Niklas Luhmann,13 como de manera más compleja para
Heidegger), como un espacio, por una parte, a) «lleno» de fuerzas que lo atraviesan
y estructuran (como si fuera un «campo magnético», o como una red que tiene innu-
merables nudos, donde las cuerdas que la forman se cruzan y se aseguran);14 pero, por
13
Aceptamos en parte la crítica de Habermas contra Luhmann, en el sentido de no tener suficiente clari-
dad en el momento comunicativo discursivo del acuerdo político, pero de todas maneras es útil la obra Luh-
mann, 2000, que habría que compararla con el concepto de la estructura del «Poder» en Michel Foucault.
14
Tal es la idea de Foucault, pero igualmente de Carl Schmitt, para quien lo político se encuentra
ya siempre «en tensión» entre un «amigo» y un «enemigo» político (hostis) (que no es un «enemigo»
total: inimicus); como enemigo «público» (polémos), y no meramente «privado» (ekhthrós). Véase
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 159
otra, b) «vacío» (como la red que en la mañana todavía no ha apresado los pescados
del atardecer15). Los puntos donde se tocan las relaciones de la estructura, los «nodos»
de la red (de Castells) o los «cuerpos» intersubjetivos dentro del campo de fuerzas
(como lo sugiere Foucault), son los agentes funcionales, los actores que representan
su papel en el teatro, en el «campo» político, en el ágora donde los ciudadanos parti-
cipantes de la asamblea en Tiro o Sidón antes, o después en el démos griego, junto a
la Acrópolis, cumplían retóricamente las acciones de aquel «viviente que habitaba la
ciudad helénica» —zoón politikón—. «Campo» siempre precario constituido por redes
o estructuras de «Poder»; y por ello campo minado, ya que cualquier punto puede
explotar como un conflicto de intereses. «Campo» pragmático y retórico, lingüístico,
como «teatro» donde se «actúa» —como lo hace el artista o el actor ante espectadores
actuales o virtuales—. «Campo» político que se amplía, cuando se dan las condiciones
(vigencia plena de los principios o marcos referenciales adecuados), o que se estrechan
hasta desaparecer (como en las dictaduras totalitarias, que no son estrictamente políti-
cas ni necesitan serlo, porque su acción es puramente tecnocrática, represiva, militar,
devastadora de lo político como político16). Cuando el «campo» político se reduce a
«0», evidentemente, no hay más política. Se habría pasado a otro tipo de acción que
es políticamente «imposible». Se habría sobrepasado la «línea» de lo políticamente
«posible».17 Esa acción, que ya no es política, podría ser de otro tipo; podría ser una
acción puramente violenta, dominadora y negadora extrema de la autonomía, la liber-
tad o simplemente de la vida del Otro, cuando éste intentaba o luchaba por el recono-
cimiento a ser participante de un nuevo «campo» político. La acción violenta que ex-
cluye al Otro, no es política, es irracional, injusta; es negación de fraternidad.
Cuando nos referimos a este «campo» político lo hacemos tomando este espacio
en el que los actores políticos actúan públicamente en tanto políticos —en primer lu-
gar, el sujeto político propiamente dicho: los ciudadanos; y, en segundo lugar, los re-
presentantes de los ciudadanos en las instituciones políticas.
El «campo», por su parte, está estructurado desde los límites que fijan sus principios
respectivos. Atendiendo a las razones de los pensadores «anti-fundacionalistas» debe-
Schmitt, 1996. Jacques Derrida le dedica buena parte de sus reflexiones en Derrida, 1994. Nos encontra-
ríamos en el nivel C (¿Teil C?) de la acción política estratégica, que tiene ciertamente un sentido ético
positivo (y no meramente peyorativo, como para Habermas).
15
Posición de Ernesto Laclau. Véase sobre este tema mi artículo «Pueblo y hegemonía: una conver-
sación con Ernesto Laclau», en Dussel, 2001, pp. 183-220.
16
Véase la obra Arendt, 1974.
17
Cuando el jugador de baloncesto agrede físicamente a su antagonista, el baloncesto deja de ser
baloncesto, aunque tampoco es propiamente boxeo. Cuando un político, por ejemplo, mata a su antago-
nista deja de ser político, pero tampoco es un militar.
160 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
18
«Marco» en el sentido de Rosa Luxemburg, cuando escribe contra los social-demócratas: «[...] los
principios del socialismo [...] imponen a nuestra actividad práctica marcos estrictos (feste Schranken),
tanto en referencia a los fines a alcanzar, como a los medios de lucha que se aplican, y finalmente a los
modos de lucha» (en Luxemburg, vol. I, 1966, p. 128). Estos «marcos», «límites», «fronteras» que defi-
nen o delimitan lo «político» de lo que ha dejado de ser político es una de las funciones de los «princi-
pios». Por ello Rosa escribía todavía en la misma página: «Naturalmente, los que buscan sólo los éxitos
prácticos [hoy diríamos: la hegemonía a toda costa] pronto desean tener las manos libres, es decir, separar
la praxis de la teoría [principios], para obrar independientemente de ella». Pero en este último caso la
acción política ha perdido su sentido, se ha transformado en otra cosa.
19
Aquel adagio de que la política es la guerra por otros medios (y la guerra la política por otros
medios), no deja de indicar claramente la diferencia de estos «campos» (véase Clausewitz, 1973).
20
Véase mi artículo sobre «La política en Emmanuel Lévinas» en Dussel, 2004, pp. 271-293.
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 161
21
Véase A. Wellmer, 1986.
22
Véase mi artículo: «Six Theses toward a Critique of Political Reason», en Dussel, 1999, pp. 79-95.
23
Pienso que los principios universales son la mejor garantía para asegurar la inevitable «contingen-
cia» de las decisiones políticas responsables y consensuales. La «contingencia» o el «falibilismo prácti-
co» es propio de una razón política finita. Los principios universales fundan la honesta y seria «preten-
sión de justicia política» que, debiendo corregir sus decisiones empíricas, tendrá (en la misma corrección
inevitable) criterios y principios coherentes de «corrección». Si el político aprende por sus errores, esto
no le exime de corregir sus errores coherentemente, en una «línea» donde se vea su racionalidad práctica
eficaz. El ser un político «de principios» no le quita para nada eficacia «estratégica», sino que la aumenta
en el largo plazo.
162 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
deba conocerlos explícitamente para poder actuar. Entendiendo todas estas razones, y
muchas otras, que posibilitan una posición anti-fundacionalistas (frecuentemente «anti-
principialistas»). Por ello es necesario desarrollar una estrategia argumentativa que per-
mita sin embargo mostrar la conveniencia y necesidad crítico-política de ciertos princi-
pios políticos siempre implícitos en las prácticas políticas.
Robert Brandom muestra cómo las «reglas (rules)» (o los «principios» en nuestro
caso) pueden ser interpretados por los racionalistas (como Platón, Kant o Frege) como
reglas o principios «explícitamente» conocidos (y enunciados) como tales, y que se
aplican con posterioridad:
Wittgenstein argues that [...] proprieties governed by explicit rules rest on proprieties
governed by practice. Norms that are explicit in the form of rules presuppose norms im-
plicit in practices.24
The norms implicit in regularities of conduct can be expressed explicitly in rules, but need
not be so expressible by those in whose regular conduct they are implicit.26
24
Random, 1998, p. 20.
25
«Empiricism and the Philosophy of Mind», en Sellars, 1963, p. 321.
26
Op. cit., p. 27. Y agrega: «The problem that Wittgenstein sets up, then, is to make sense of a no-
tion of norms implicit in practice that will not lose either the notion of implicitness, as regulism does, or
the notion of norms, as simple regularism does» (ibid., p. 29).
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 163
efectos negativos inesperados que crearán tanto «ruido» en el corto y largo plazo, que
el campo político, la institución o la acción política desaparecerían negada o destruida
por otros tipos de instituciones o acciones que sepultan lo político desde otro campo de
la acción (por ejemplo, al campo de la guerra o al de la mera manipulación totalitario-
policial). Si alguien elimina físicamente la posible simetría del oponente, si se le niega
una adecuada participación en el campo político (por ejemplo, encarcelando injusta-
mente al antagonista), la pérdida del consenso, de la validez, de la legitimidad de su ac-
ción roerá el impacto o sentido político de su acción (se tornará autoritaria), y el ejercicio
del poder ya no será el de un «poder comunitativo» —en el sentido de Hannah Arendt—,
sino meramente el ejercicio de una coacción violenta, policíaca. La permanencia a largo
plazo del campo político no tendrá posibilidades, sostenibilidad, condición necesaria
para su vigencia. Habrá desaparecido el orden político propiamente dicho. El no cum-
plimiento empírico de ciertos principios implícitos lleva al fracaso de la acción como
política, aunque puede ser, como ya hemos indicado, una acción de otro tipo (por ejem-
plo policial o militar), pero habría dejado de ser política.
Los principios pueden ser mostrados como necesarios (en el sentido implícito de
su ejercicio integrados a las prácticas concretas políticas) por su contradicción dialéc-
tica al absurdo, y en esto consistiría una posible fundamentación. De no respetarse de
hecho en la acción los principios políticos desaparece la política como tal. Son sus
condiciones absolutas de posibilidad. Cada principio tendrá oponentes diferentes para
su fundamentación, y produciría su negación una patología política específica. A la
negación del principio material de la política, le seguiría la patología totalitaria; a la del
principio formal o democrático: la autoritaria; y a la del principio de factibilidad polí-
tica: la patología anarquista (que intenta lo imposible políticamente) o decisionista
(que niega los principios desde una acción política estratégica que se auto-define como
teniendo en su misma acción el sentido último de su lucha por la hegemonía contra sus
antagonistas, cuyo contenido y forma quedan indefinidos y sin criterios ni límites para
su coherencia a corto y largo plazo).
Una fundamentación dialéctica, no excluyendo la trascendental, permite mostrar
que es imposible negar el principio sin caer en una contradicción performativa. Es
decir, sin negar la política como tal al negar el principio. Claro que esto exigiría dife-
renciar entre la violencia como principio del totalitarismo, que aniquila al campo polí-
tico como posibilidad de producción y reproducción de la vida humana en el consenso
libre, no sólo de los habitantes de un territorio o de un Estado, sino en principio de
toda la humanidad. La universalidad es la condición necesaria de la definición de estos
principios. La violencia, ahora como negación del ejercicio de la libertad, la autono-
mía27 o la igualdad de los miembros de la comunidad política, mostrará en la contra-
dicción performativa del autoritarismo, la negación del «principio democrático». De
la misma manera, contra el mero decisionismo (de un C. Schmitt, R. Rorty o E. La-
clau, que por la eficacia o la necesaria incertidumbre de la acción niegan todo princi-
27
Véase Schneewind, 1998.
164 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Los principios políticos, implícitos en las instituciones y acciones, subsumen a los prin-
cipios éticos. Si se los «explicita», aparecen en primer lugar como principios políticos
y no como éticos. Sólo ante un segundo análisis de explicitación aparece el momento
ético implícito, por su parte. El simple «¡No matarás!» en general (principio abstracto ético)
está implícito en el «¡No matarás al antagonista político!». Y este segundo está implícito
en toda práctica política, sin tenerse conciencia explícita o en forma predicativa de su
existencia ni de su aplicación. Sin embargo, se lo «usa» de hecho en las prácticas y cum-
ple su «eficacia» política a largo plazo, dando consistencia interna del acto político y
justificando su constitución. Por ejemplo, la diferencia entre el antagonista como «ene-
migo» político («enemistad» dentro de los límites definidos por el campo político) y no
como «enemigo» militar (antagonista absoluto, a ser eliminado dentro del arte de la es-
trategia-técnica del campo de guerra), depende de la aplicación del principio material
indicado («¡No matarás a ningún participante de la comunidad política!»).
El acto político, si es auténticamente político, es también implícitamente ético; pero
es ético en tanto acto político. Si no es ético, tampoco es político —en su sentido es-
tricto y fuerte—. Así el ejercicio implícito de los principios éticos subsumidos en un
campo práctico «privado», como en la familia (que no es el de la moralidad solipsista
kantiana, que consistió en una reducción individualista que definió ambiguamente lo
ético; es decir, no como la «moralidad» ante lo político), deben distinguirse del ejerci-
cio implícito de los principios éticos subsumidos en el campo «público-político».
Los principios éticos no tendrían como tales un «campo» propio (por ser abstractos).28
28
J. Habermas ha distinguido en Facticidad y validez, III (Habermas, 1992, pp. 109 ss.) entre un
«principio discursivo» no-moral, y un principio moral del individuo privado antepuesto al principio polí-
tico (el «Principio democrático»). Con razón K.-O. Apel indica que el principio discursivo es ya moral
(véase sobre el tema en K.-O. Apel «Aufloesung der Diskursethik? Zur Architektonik der Diskursdiffe-
renzierung in Habermas’ Faktizitaet und Geltung», en Apel, 1998, pp. 727 ss.). La cuestión es mostrar
que ese principio en abstracto no tiene «campo» alguno de vigencia, y el principio discursivo normativo
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 165
Los principios éticos se ejercen siempre y sólo en un «campo» específico más concre-
to, aun en el «campo» íntimo, privado, que no es ni el campo ético privilegiado (como
pareciera ser el «principio moral» de Habermas opuesto al «principio democrático», el
único principio público) ni lo ético en cuanto tal. El «¡No matarás!» en general, en su
dimensión universal, no tiene contenido concreto, es sólo indicativo para todos los casos.
Es un principio de principios. El «¡No matarás a la mujer!» es un imperativo ético sub-
sumido en el «campo» del género o la familia, y en tanto específico y concreto tiene
ahora «contenido» diferencial. De la misma manera en el caso de los principios políticos
en su formulación normativa más abstracta. La ética filosófica estudia los principios
éticos en general, abstractamente. La filosofía política estudia los principios políticos
que, como todos los principios prácticos de un «campo» específico (el «campo» econó-
mico, pedagógico, del género, de las razas, etc.), subsumen los principios éticos y los
aplican y ejercen en las prácticas constitutivas (sería una manera específica de «no ma-
tar») e implícitamente (como normatividad ejercida en concreto, sin necesaria concien-
cia, enunciado o definición explícita) de uno de los «campos» indicados.
Ha habido tres maneras parciales o reductivas de describir la relación entre ética
y política. En primer lugar, a) por mutua exclusión, o como negación de la moralidad
intrínseca de lo político, separando tajantemente entre moral y política. Sería aproxi-
mativamente la tradición desde Maquiavelo a Kant (guardando las diferencias en cada
caso). El ámbito de la ética y la política se excluyen analíticamente, y es una posición
que tiene hoy mucha audiencia.
O, b) por especificación de un género, pero excluyendo la otra especie: la ética
general se divide en ética individual y ética política, posición que constituye la larga
tradición aristotélica latina. La «Ética Política» sería la parte comunitaria de la ética.29
En este caso nuevamente, la política en cuanto tal o no es ética o desaparece.
Por último, c) la solución de J. Habermas, de la que ya hemos indicado más arriba
su sentido, para quien un «principio discursivo» abstracto y no normativo, se aplicaría
«individual» (imposible) es siempre intersubjetivo y comunitario, aunque puede ser «privado» (en la
familia), y por esto se distingue del principio político. Otra cosa es que el sujeto singular (einzeln) sea
el punto necesario de referencia de todos los principios, y el que decida en último término (sin dejar de
cumplir un ejercicio de la frónesis, aun en el consentimiento de aceptación del consenso acordado comu-
nitariamente).
29
En su monumental Moral und Politik (Hoesle, 1997) habla siempre de una «ética política». La
ética política es una parte de la ética, tratada disciplinar o epistemológicamente por la ética filosófica.
Mi intención es en cambio mostrar que la política, como tal, tiene principios normativos que subsumen
los principios éticos universales y abstractos. Los nuevos principios normativos, fruto de la subsunción,
son estrictamente «políticos». Si no se cumplen, la acción no es más una acción política. La «Ética políti-
ca» (parte de la ética, y de la filosofía) deja a la «Política» en cuanto tal (que es una acción diferente a
una mera acción ética) sin principios normativos (porque toda la normatividad es ética). Es necesario
entonces, en la política (aun de las ciencias políticas y de la mera acción política estratégica empírica),
mostrar el momento normativo (que siendo político tiene su origen en la subsunción de principios éticos).
El «principio democrático» de Habermas, aunque meramente formal, tiene la ventaja de asumir la nor-
matividad política en cuanto tal. Es el comienzo de la solución adecuada.
166 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
30
Paradójicamente, como hemos ya indicado, la afirmación de una ética política deja a las restantes
disciplinas políticas en la no-normatividad. Si la parte ética o normativa de la política fuera la ética polí-
tica, la ciencia política empírica, por ejemplo, tratarían un objeto que no tendría ya normatividad intrínse-
ca, aunque implícita. Es una manera sutil y radical de separar la ética de la política. En mi caso, pienso
la política incluyendo, al menos implícitamente, una normatividad que le es esencial en tanto política,
aun en el caso del objeto empírico de las ciencias sociales políticas, o de la acción política empírica del
político que no conoce nada explícitamente de ética.
31
Dussel, 1998. Véase además Dussel, 1999.
32
Véase en Alcoff, 2002, pp. 272 ss.
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 167
ESQUEMA 1:
EL SUJETO (S) ACTÚA EN DIVERSOS «CAMPOS» (A, B, C, D, N)
pectos que ciertamente son necesarios, pero de ninguna manera suficientes para abar-
car todo el significado, todo el «concepto de lo político». Abogamos entonces por
abrir el horizonte del debate de «lo político» hacia muchos problemas hoy dispersos,
unilateralmente narrado por discursos reductivos, para desplegar una visión mucho
más compleja y que dé cuenta de «lo político» en general.
El «sujeto ético» actúa en diversos «campos» prácticos, tantos como actividades cum-
ple en su vida diaria. Es miembro de una familia («campo» A del Esquema 1), partici-
pa en la vida de un barrio urbano («campo» B), está inscrito en un partido político y
es simplemente un ciudadano («campo» político C), trabaja en una empresa química
(«campo» D), juega al fútbol en un club deportivo, es parte de una comunidad religio-
sa o de una orquesta amateur («campos» N). En cada uno de estos «campos» desem-
peña una «acción» específica, perfectamente diferenciada y conocida por el mismo
sujeto como por los otros miembros de la comunidad. Ante una acción «funcional» al
todo del «campo», los demás miembros «saben» cómo deben actuar y esperan una
consecución lógica dentro del «libreto» de su función en ese preciso espacio intersub-
jetivo.
El mero sujeto ético abstracto es ahora un «actor» concreto, es un agente que «re-
presenta» un «papel» predeterminado en principio. Dentro del «orden» del «campo»
el actor que cumple con las reglas del sistema práctico concreto deben subsumir las
exigencias normativas de los principios éticos. El «principio de coherencia» ético se
juega en la articulación de las diferentes maneras de la subsunción de los principios
universales éticos por el sistema específico de acción de cada «campo», de las accio-
nes dentro del horizonte de dicho «campo». La «incoherencia» ética consistiría en
constituir los principios normativos de las acciones en los diferentes campos a partir
de principios contradictorios; o en aplicar los principios éticos de manera inconsisten-
te. De lo que se trata es de una justificación, aplicación o subsunción que opere por
semejanza analógica, ya que en cada «campo» son vigentes otros principios (los prin-
cipios normativos políticos no son los económicos) y con otros fines específicos (los
de la estrategia política o de la eficacia económica), pero deben organizarse analógi-
camente de la misma manera.
Para una Ética discursiva esta problemática sobra, ya que el consenso racional
práctico que acuerdan los participante afectados simétricamente situados no cambia
formalmente aunque cambie la temática de la discusión racional. A una ética más
compleja, que tiene principios para «orientar» éticamente el contenido de la discusión,
se la presenta la dificultad de una subsunción coherente de la misma «orientación» a
«campos» prácticos diversos. Pero aun la Ética discursiva puede enfrentarse al caso
de un político que aplica el principio moral consensual en el campo político, con otros
ciudadanos miembros de un partido político, pero, en el mismo momento, no lo aplica
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 169
po» contar con la intersubjetividad discursiva de los diversos miembros de las comu-
nidades que actúan en ellos, sólo el sujeto singular (einzeln) y único puede «situar»
coherentemente su actividad en cada «campo» en vista de su «proyecto» (Entwurf, el
«Sein-koennen» de Heidegger) biográfico, que a veces le obliga a asumir la disidencia,
aun heroica como en el caso de Sócrates ante el démos ateniense. Puede en cada caso
tomarse «a sí mismo como otro», y dialogar consigo mismo en un monólogo «actua-
do» como ante una comunidad virtual,34 y por ello «argumentar» a favor de la cohe-
rencia o no de su acción en los diversos «campos», pesando las razones de usar o no
los mismos criterios y principios éticos en los niveles específicos de cada «campo».
De todas maneras, aunque pudiera pedir «consejo» a amigos, familiares, terapeutas
psicólogos o psicoanalistas, asesores morales, etc., la responsabilidad final es inaliena-
blemente singular, y aquí la frónesis retorna mostrando su importancia ética y especí-
fica en cada «campo». Porque si un Aristóteles analizaba el caso de la frónesis del
individuo y la frónesis política, ahora debemos extenderla analógicamente a todos los
«campos» posibles: frónesis económica, deportiva, religiosa, etc.
Es exactamente desde la posición singular del sujeto ético, como teniendo un pro-
yecto práctico-normativo biográfico, pero igualmente una inserción sistémica e inter-
subjetiva (en lo económico, cultural, de género, de raza, de nación, etc.), desde donde
puede surgir el «disenso» en la discusión racional que intenta alcanzar un consenso
práctico. La «coherencia» en los diferentes tipos de acciones que un sujeto ético efec-
túa, puede obligarle en un «campo» a no cumplir con lo que se esperaba que actuara
según lo acordado por el consenso acordado entre sus iguales.
No se trata de la contradicción que puede producir una obligación de un «campo»
que entra en oposición con la de otro. Como en el caso de un miembro de una comunidad
del «campo» religioso que se encuentra en el tiempo del año en el que debe guardar
ayuno (por ejemplo, para un musulmán de la época del Ramadán), quien debe decidir
si participa o no en un banquete político de una fecha patria (por ejemplo en Francia)
que se lleva a cabo al mediodía. En este caso la decisión que se adopte será la conclu-
sión de una deliberación propia de la frónesis, que «sabe prácticamente decidir» (or-
thós lógos praktikós) cuál de las dos posibles acciones tiene mayor relevancia en vista
de su «proyecto práctico-biográfico» (télos).
El «Principio de Coherencia» se aplica en cambio a diferentes acciones que tienen
el mismo principio normativo por fundamento pero que se cumple en diversos «cam-
pos». Por ejemplo, desde el principio material ético-universal, por el que se debe pro-
34
Éste es el sentido de la narrativa simbólica del «Juicio final», en la gran sala de Maat en la presen-
cia de todos los dioses, del egipcio «mito de Osiris». El egipcio (y posteriormente muchos semitas, como
un hebreo, cristiano, musulmán, bizantino, ruso o europeo occidental), al cumplir una acción solitaria,
singular, única, sin espectadores, en privado, «se veía visto» por Osiris, nacía así la conciencia ética (que
en las pirámides y papiros se representaba con el jeroglífico del «ojo» abierto que mira). El acto monoló-
gico era virtualmente intersubjetivo siempre. El acto empírico privado «era visto» sin embargo a la luz
de un Juicio público.
EL «PRINCIPIO DE COHERENCIA» 171
ducir, reproducir y desarrollar la vida humana,35 se intenta tener una actitud ecológica
de ahorro de energía. En un «campo» práctico, el familiar, se edifica una casa ecológi-
ca usando concientemente energía solar para la calefacción y el agua caliente; pero en
el «campo» del transporte urbano se usa un automóvil privado, y aún más grave, se
elige un modelo que usa excesiva gasolina. En la empresa productivo-económica ca-
pitalista se utiliza poca calefacción por los motivos indicados (aunque los trabajadores
sufran frío), y se exige en cambio en la universidad de sus hijos excelente calefacción
en las aulas, las instalaciones deportivas o los dormitorios. Estas decisiones contra-
dictorias en diversos «campos» deben modificarse hasta articularlas por semejanza
analógica gracias a una aplicación «coherente» de los principios.
En cada «campo» el contenido de la acción es diverso, pero el modo y el sentido
de la aplicación y subsunción de los principios deben ser analógicamente semejante.36
Las acciones en este caso no tienen sólo, y cada una por separado, «pretensión de bon-
dad»37 (con respecto a cada «campo» específico), sino que tienen al mismo tiempo
«pretensión de coherencia», en el nivel singular, biográfico y complejo del sujeto ético
concreto —que atraviesa los «campos» sistémicos donde juega sus diferentes «pape-
les» o funciones como «actor», adoptando diversos «disfraces» y «caretas» (el con-
cepto de «persona» en latín significa exactamente el sonar, personare, la voz del actor
a través de la careta en el teatro38 romano).
Cuando se habla hoy en día, ante la corrupción generalizada en las burocracias
público-políticas y privado-empresariales, de la necesidad de la ética en la política
o en la empresa, o, por el contrario, del abandono en la filosofía política moderna del
componente ético, ya que la ética no abarcaría el «campo» de la política como en el
pensamiento clásico, pienso que se están refiriendo, no sólo al problema de ausencia
de la ética en el «campo» político, en sus principios, instituciones o acciones políticas
empíricas (es decir, una falta de ética política39), sino que se está haciendo referencia
directamente al principio de coherencia sin advertirse. Cuando el ciudadano desconfía
políticamente del profesional de la política, no se trata sólo de que lo critica porque
35
Véase Dussel, 1998, cap. 1.
36
Nunca hemos dicho «idénticos», porque la aplicación y subsunción de los principios éticos no es
«idéntica», sino que tiene en consideración la «distinción analógica» de cada «campo». El ayudar a un
obrero en el nivel económico (la víctima en el nivel de la empresa) no es «idéntico» con el ayudar a una
mujer en el nivel del género (la víctima en la familia occidental).
37
En nuestra Ética hemos distinguido pretensión de verdad (en referencia material a la realidad),
de validez (en referencia a la aceptabilidad de la comunidad de comunicación), de eficacia (en referencia
a la factibilidad de la acción), etc. La «pretensión de bondad» es la síntesis de todas las indicadas «pre-
tensiones», no es el good de los comunitaristas, ni tampoco la «validez» lo right de los kantianos.
38
Cada «campo» es un «teatro», pero donde los actores no «representan» papeles de ficticios perso-
najes, los del libreto escrito inventados por el artista de la obra de teatro, sino donde cada actor «repre-
senta» su auténtico «papel» biográfico, el del libreto de la historia real, en el «teatro de la vida cotidiana»:
eso es un «campo» práctico.
39
Véase la referida obra de Vittorio Hoesle.
172 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
no haya subsumido los principios éticos en sus acciones, sino que aunque los subsuma
«aparentemente» en el «campo» político, al no hacerlo en los otros «campos» —como
en el caso de Clinton en su vida sexual privada, pero usando para ello espacios públi-
cos40— crea «inseguridad» de la autenticidad de su «pretensión de justicia», al no
aplicar los mismos principios en «todos» los «campos» de su conducta. El ciudadano
exige «coherencia» de su representante, tanto del político conservador como en del
revolucionario, porque a quien se le tiene «confianza» como «representante» es a un
sujeto ético concreto, que se espera actúe previsiblemente como lo ha prometido en
su campaña pública anterior a su elección. Por ello se espera que no sea sólo «pura
apariencia», cambiable y contradictorio ante acontecimientos críticos. Se tiene por ello
expectativa de que «represente» al ciudadano que lo elige siempre de manera veraz,
donde la realidad de su accionar en todos los «campos» sea idéntica con su «aparien-
cia», y esta expectativa se «asegura» cuando se verifica en los diversos «campos» de
su acción obrando coherentemente.
40
Se dice que es propio de una conciencia conservadora exigir esta coherencia. Igualmente se piensa
que se aproxima el tiempo que las acciones públicas deben ser juzgadas como públicas, con total inde-
pendencia de las acciones privadas. Sin embargo, los «campos» público y privado «aseguran» al ciudada-
no de la seriedad y honorabilidad práctica de la convicción del que los «representa». La crisis de la «re-
presentación» política es también crisis de confianza del representado con respecto al representante. Si
éste quiere garantizar honestamente la confianza de su electorado debe el representante manifestar cohe-
rencia en sus convicciones en todos los «campos». No sólo el conservador, sino igualmente el revolucio-
nario debe ser coherente. El sandinismo es un buen ejemplo. «La corrupción de lo mejor es lo pésimo»
dice el antiguo adagio. Esta conferencia fue dictada en la Escuela de cuadros del Sandinismo en Nicaragua.
12. Aplicación de los principios éticos a la política.
Sobre algunas críticas a la Ética de Liberación1
El año siguiente de [1]445, envió el infante [Enrique] un navío [para hacer más esclavos...]
Viéndolo la gente [africana] de la tierra, vinieron contra él [el capitán portugués] doscientos
hombres [africanos] y matáronlo a él y a siete de los doce [...] Estos fueron los primeros
que mataron justamente de los portugueses.2
Valga en primer lugar una distinción metodológica para indicar lo que significa consi-
derar en la reflexión ética ciertos niveles de profundidad, que permiten un «pasar de
lo abstracto a lo concreto»,3 de lo simple a lo complejo.
ESQUEMA 1
NIVELES DE PROFUNDIDAD
3. Lo complejo 2 3.c
Los tres primeros «principios» éticos que tratamos en nuestra Ética de la Libera-
ción se encuentran en el nivel 1.a, y del cuarto al sexto en los niveles 2.b. Los «princi-
pios» en sus enunciados más universales y primeros son «abstractos» (en a como abs-
tracto 1, en b como abstracto 2; en 1 como «simple 1», en 2 como «simple 2»). Su
«aplicación» nos abre al amplio nivel de lo «concreto-complejo» propiamente dicho
(nivel 3.c). Usaremos estas distinciones mínimas en nuestra explicación que sigue a
continuación.
Empecemos nuestra respuesta considerando los últimos ejemplos del artículo críti-
co de J. C. (cuando nos habla de que «las super-potencias» no están «desarrollando
una política suicida»), en los que la «complejidad» (3.c) de los mismos exige echar
mano de ciertas mediaciones necesarias para poder aplicar4 el principio «abstracto»
a lo «concreto». Así, después de citar parte del enunciado de un principio, J. C. escribe
que yo no hago «distinciones, en principio, entre la vida de la víctima y la del verdu-
go. De esta manera, el principio de la vida5 debería estar también preocupado con la
producción, reproducción de las vidas de Calígula, Nerón [...] Videla, Saddam Hussein
[...]». A lo que comienzo respondiendo que en los capítulos 1, 2 y 3 de mi Ética de la
Liberación enuncio los principios abstractos, sin restricciones, universales (1.a), por
ello pareciera que no llego a ejemplos concretos como los que me propone. Pero, en
los capítulos 4, 5 y 6, dichos principios se «articulan» con otros principios (2.b) más
concretos, complejos, también universales. En el capítulo 1, más abstracto, no se espe-
3
Véase Dussel, 1985.
4
Es toda la cuestión clásica de la applicatio (medieval, siguiendo a Aristóteles) o la Anwendung
(kantiana en la Crítica del Juicio, o apeliana).
5
Es un «principio» en abstracto (1.a).
176 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cifica diferencia alguna entre la víctima y el verdugo (se enuncia un irrestricto: 1.a. «No
matarás»). En el capítulo 2 se describe el principio formal (el «principio de validez»
o del consenso práctico) que determina al principio material (que es el «principio de
la vida»). La mutua determinación de ambos principios (sin última instancia), como
veremos, nos conduce a un nivel de mayor complejidad. En los capítulos 4 al 6, se
llega a un nivel más concreto y, a partir de ellos, se podrían formular nuevas especifi-
caciones que permitirían comprender situaciones de mayor complejidad (por ejemplo
en 3.c: «Defenderás la vida de tu hijo, hasta el riesgo de tu vida de madre responsable,
y hasta la eventual negación no deseada de la vida del secuestrador»). Son enunciados6
que se encuentran en dos niveles distintos de abstracción (1 y 3), por ello no hay con-
tradicción entre ambos. En el caso del principio «en abstracto» (1.a) se encuentra el
enunciado sin las circunstancias o determinaciones concretas. En el segundo ejemplo
dado, en cambio, se trata de una «aplicación» posible del principio en el que ahora se
enfrentan «tres» vidas7 en una articulación más compleja. Todos los principios deben
iluminar las circunstancias numerosas concretas, y un juicio práctico, ciertamente fali-
ble y con inevitable incertidumbre, resolverá la cuestión (es la temática sugerida bajo
la denominación de hypólepsis por Aristóteles).
En estos casos hay que echar mano del «principio de aplicación», que es otro que
el mero principio material o de «contenido» ético. Se trata del ya indicado segundo
principio que se estudia en el capítulo 2 de la Ética de la Liberación (J. C., no hace
referencia a los otros principios que permiten la «aplicación» del principio material,
lo que le impide contar con «mediaciones»8). Se trata del «principio discursivo» que
6
Me refiero al anterior ya propuesto: «¡No matarás!».
7
La de la madre, del hijo y del secuestrador. Habrá que comenzar a evaluar la importancia ética de
cada sujeto en función de su acción. Como «actores» éticos (no como sujetos éticos abstractos) en la
situación concreta y compleja, «éticamente» no es lo mismo ser «una madre responsable de su hijo», que
«un secuestrador de un niño», o que ser el hijo de la madre: una «víctima inocente». Decir simplemente
que los tres son vivientes y que tienen la misma dignidad es situarse simplísticamente en un plano abs-
tracto sin entrar a la complejidad ética de la situación descrita. Sería un caso de «falacia abstractiva», en
la que cae continuamente J. C.
8
Explícitamente indico en mi obra que es un error frecuente el pensar que existe un solo principio.
Con un sólo principio no puede construirse una ética. Toda mi obra argumenta a favor de la articulación
compleja de muchos principios sin última instancia. La argumentación de fondo, no los detalles a los que
después me referiré, se apoya sobre esta tesis fundamental de mi ética. Por tener un solo principio y
además en un nivel abstracto, sin desarrollar las reglas de la aplicación, se deja la política fuera de la
ética, siendo que simplemente es un nivel más complejo y específico (un «campo práctico» particular).
Como en el caso de Kant: «No debes mentir» es un principio universal ético. En un plano concreto, si
un miembro del servicio policial de inteligencia le pregunta a alguien si está en su casa un perseguido
por una dictadura militar, gracias a cuya información será detenido y torturado, ¿podría responder con
Kant fiat justitiam, pereat mundum, y delatar al inocente que ocultó? ¿Sería un acto estratégico fuera de
la ética el no decir la verdad? ¿Sería ético decir dónde se encuentra el escondido inocente? Por lo dicho,
es falso, según mi postura, el siguiente enunciado que J. C. me atribuye: «Toda acción tendiente a produ-
cir, reproducir o desarrollar la vida es moralmente buena». En primer lugar, ninguna acción puede ser
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 177
«perfecta o absolutamente» buena; sólo tiene siempre, en el mejor de los casos, «pretensión de bondad»;
segundo, toda acción materialmente verdadera prácticamente (porque reproduce la vida, etc.) sólo cumple
la condición «material», y si no cumple la condición «formal», de «factibilidad», etc., no puede siquiera
tener pretensión de bondad (menos ser buena); tercero, siempre hablo de vida «humana»; cuarto, en mi
terminología no sería «moralmente» buena (sino «válida»; porque el aspecto moral, como para la ética
del discurso, es lo formal) sino «éticamente» buena (porque bajo la denominación de «ético» además me
refiero a la pretensión integrada por los diversos aspectos: al menos los seis que considero en mi Ética).
J. C. pareciera que ha leído partes de mi Ética. Es decir, alguien puede pretender «reproducir y desarro-
llar la vida humana» de los alemanes como Hitler, como Sharón de los israelitas, pero sin el consenti-
miento del otro (de los judíos en el primer caso; de los palestinos en el segundo). No se cumpliría el
segundo principio (que en política es el «principio democrático»); la acción no podrá tener así «preten-
sión de bondad».
9
Cuestión central para David Hume, que trataré muy precisamente en mi Política de la Liberación,
que estoy redactando en este momento.
10
Se me criticará de usar una secuencialidad temporal; claro que sí. Aún los principios en abstracto
suponen una cierta diacronía, de lo simple a lo complejo, de lo abstracto a lo abstracto-concreto. El prin-
cipio de la vida humana o del discurso válido práctico (1.a) son subsumidos en los principios más com-
plejos (2.b) de discursividad crítica o el principio liberación (este último subsume a los otro cinco). J. C.
no ha advertido la temática de la «constitución» de los «principios». Véanse mis artículos «Principles,
Mediations and the Good as Synthesis», en Dussel, 1998c, pp. 55-66, y «Six Theses toward a Critique
of Political Reason», en Dussel, 1999, pp. 79-95.
178 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cinismo de los poderosos, al que J. C. se refiere al negar mi enunciado acerca del sui-
cidio colectivo de la humanidad11). Aquí es donde la universalidad del enunciado abs-
tracto viene en nuestra ayuda: la banda de ladrones o la comunidad imperial no puede
justificar que su acción involucra la defensa de la humanidad en cualquiera de sus
partes (ya que el ladrón roba a otros cuya vida niega; el imperio domina a colonias
cuya vida explota). Es por ello que el principio de vida «abstracto» debe ser «aplica-
do» desde reglas cuyo ejercicio partan del respeto a la víctima de toda acción o institu-
ción (cuarto principio de mi Ética de la Liberación) y por el consenso de las mismas
víctimas (quinto principio o del consenso crítico). El «principio de la vida» exige la
defensa de «mi», «nuestra», «tuya», «vuestra» vidas: las de todos. J. C. ha caído en
una «falacia reductivista por abstracción»; debería entonces emprender una tarea más
compleja: hay muchos principios, hay muchos niveles de abstracción en la «aplica-
ción» de los principios éticos. Desde Aristóteles a Kant o K.-O. Apel se habla del «si-
logismo práctico» que parte de principios, delibera premisas menores —gracias a las
phrónesis o al consenso intersubjetivo— y saca conclusiones prácticas hic et nunc (la
ya indicada hypólepsis del Estagirita, o el consenso apeliano): la máxima de la acción
ahora y aquí, que partiendo del «No matarás» puede ética y políticamente (mediando
todos los momentos complejos de la dicha «aplicación») llegar a la inevitable situa-
ción de tener que «quitar la vida a este soldado inglés concreto en la batalla de Bos-
ton», en defensa de la vida de la comunidad que se emancipa, por parte del héroe
G. Washington. Negar la eticidad de este acto dejando a la política fuera de la ética,
simplemente por no conocer las reglas complejas de la «aplicación» de los principios,
me parece equivocado. Por la vida de la comunidad de los colonos inocentes y domi-
nados Washington enfrenta la posibilidad de la eliminación de la vida del soldado
británico que ejerce un poder injusto, ilegítimo (ante el tribunal del consenso naciente
de los patriotas de las colonias, y de toda la humanidad anticolonialista, que se eman-
cipan legítimamente). No sólo la argumentación filosófica y ética, sino también el
sentido común han dado la razón ética al héroe (a la víctima), comparando a los dos
actores (metropolitano y el colono).
11
En nuestros días, en efecto, los dominadores (el Grupo de los 7) puede decidir en su favor la des-
trucción de los pueblos periféricos postcoloniales, y pretender «salvarse» ellos. Pero la lógica de la des-
trucción ecológica no permite excepciones en el «pequeño» planeta Tierra. La logística del capital que
mata al otro (heterocidio), a los pueblos indefensos postcoloniales, esa logística no puede ser detenida
ya por el «Grupo de los 7» (y de allí la negativa de USA de firmar el Protocolo de Kyoto sobre ecología),
que terminará por suprimirlos a ellos mismos. «El asesinato es suicidio» dice Fanz Hinkelammerte en
esta cuestión precisa. Los efectos negativos tienen progresión geométrica y ya comienzan a manifestar
resultados irreversibles por siglos. Me extraña que J. C., que propone con tanta valentía el principio de
la negatividad, de pronto sea optimista y hasta afirmativo en la salvaguarda del sistema capitalista de
dominación. ¿Es una contradicción preformativa? o ¿de pronto el escéptico se ha tornado reaccionario?
(no lo creo, y por ello pregunto). «El que a hierro mata a hierro muere» dice sabiamente el dicho popular;
y éste es un caso ejemplar.
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 179
Expliquemos con mayor detalle esta nueva distinción sugerida en el argumento ante-
rior, y para ello diferenciemos ahora el nivel abstracto de los «principios» (A), del
nivel más complejo y concreto de las «instituciones» (B) y el de la «acción estratégi-
ca» (C), siguiendo en parte la sugerencia de J. Rawls (que divide su obra Teoría de la
Justicia en estos tres niveles, que son las tres partes de su exposición), o de K.-O. Apel
(con su Teil A y B).
180 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ESQUEMA 2
TRES NIVELES NECESARIOS DEL «CAMPO» POLÍTICO
Cuando se escribe que: «lo que no permitiría, según Dussel, llamar violencia a la
coacción legítima es, primordialmente, el objetivo final de la coacción, o sea, el guiar-
se por la vida buena y el principio de la vida» (texto de J. C.), no expresa enteramente
mi posición. En primer lugar, porque la cuestión de la «vida buena» no es para mí un
último criterio material (ya que está determinada particularmente en cada cultura), sino
la vida humana misma (las diversas concepciones de la vida buena están al final fun-
dadas en ser diversos modos de producir, reproducir o desarrollar la vida humana: se
trata de un momento fundado y no fundamental). En segundo lugar, porque no es sólo
el fin material de la acción en este caso el momento de la determinación moral del
acto, sino también el modo o procedimiento de su origen: si es libre, autónomo, proce-
dente de una decisión fruto de la discursividad consensual (segundo principio). La
coacción es legítima si los afectados han sido participantes racionales simétricos (en
política es el principio democrático y de la soberanía de la comunidad política). La
legitimidad del monopolio del uso de la coacción por parte del Estado (cuando ha sido
decidido democráticamente, en sentido fuerte) no puede llamarse violencia. No viola
el derecho de nadie, porque usa un poder previamente determinado por todos para
hacer posible en el tiempo la vigencia de la decisión política de la comunidad (origen
y destinataria de la decisión, de la ley). En el nivel B, de las instituciones, el «sistema
de derecho»12 es una exigencia de la defensa de la vida (ya que en el «estado de natu-
raleza», sea como fuere que lo definamos, hay lucha a muerte o, al menos, no hay un
juez equitativo para enjuiciar casos conflictivos, que desde Hobbes, Locke, Hume o
Kant obligan al establecimiento de un «estado civil»). Es decir, el «estado civil» está
siempre fundado mediatamente en el «principio de la vida».13
Pero, en la situación en que nacen o se originan «nuevos derechos» (p. ej. recien-
temente han surgido los derechos de la mujer, del niño, de la tercera edad, de las gene-
raciones futuras en la ecología, o en los siglos XVIII y XX el derecho a la emancipación
de las colonias, etc.), se establece una situación de complejidad que la Ética de la Li-
beración sabe enfrentar. En principio, en abstracto, el «sistema del derecho» debe
garantizar los derechos, y, por ello, deber ejercer una monopólica coacción o fuerza
12
Cada expresión entre comillas o en versalitas exige definiciones dadas en mis obras, pero no
obvias ni de fácil construcción.
13
Este hecho pasa desapercibido en la filosofía política. Es la sobrevivencia la que exige pasar del
«estado de naturaleza» al «estado civil».
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 181
legítima contra los que se opongan a las leyes que fueron promulgadas por consenso,
con la participación simétrica de todos de los miembros de la comunidad política (si
es que fueron participantes simétricos, y lo suponemos en principio). Si alguien con
armas ataca un banco, en principio, debe ser reducido por la policía, y es necesario que
se usen instrumentos equivalentes a los que se supone usa el ladrón. Si un ladrón mue-
re en un enfrentamiento que ha iniciado, no puede decirse que dicha situación está
fuera de la ética, ni que el policía que le quita la vida es un criminal; lo sería si usó
fuerza desproporcionadamente, fuera de la ley, etc. En el caso del ladrón se trata de
la violación de una ley dentro del «estado de derecho».14
Pero la situación es mucho más compleja cuando una acción del excluido pone en
cuestión el actual estado de derecho (a veces en totalidad, otras parcialmente), como
en el caso del que tiene conciencia de ser sujeto de «nuevos derechos». Por ejemplo,
de las mujeres sufragistas en el comienzo del siglo XX (o del colono de Nueva Inglate-
rra llamado G. Washington, a finales del siglo XVIII) a partir del «consenso» de las
víctimas acerca de los derechos propios recientemente descubiertos (los de la mujer
contra el patriarcalismo vigente, que por tener todo el cuerpo de las leyes a su favor
es legal, y legítimo por haber sido promulgado dentro del consenso posible de su épo-
ca, siendo los varones los únicos participantes de la comunidad política que dictaban
las leyes). Si la policía reprimiera una manifestación de mujeres y matara a una de
ellas, la situación sería ética y políticamente injusta ante la conciencia ética y política
de las mujeres que tienen consenso y conciencia de sus nuevos derechos, pero no re-
conocidos todavía por el «estado de derecho vigente»; para este último la acción coac-
tiva es legítima; para aquéllas es injusto. Estamos en el nivel C, el de una acción es-
tratégica antihegemónica, desde el horizonte de las instituciones vigentes (B), que se
«tambalean» ante la necesidad de modificaciones futuras. Es lo que A. Honneth llama
«lucha por el reconocimiento» (Kampf um Anerkennung) de nuevos derechos. Es de-
cir, desde la posición machista la acción coactiva pudo ser también legítima (del mis-
mo modo que un inglés metropolitano pudo juzgar a G. Washington como un rebelde
ilegal, un revolucionario o un terrorista, porque su acción consistía en una lucha contra
las leyes imperiales vigentes de la Gran Bretaña). Desde la «nueva» conciencia ética
y política de las víctimas (mujeres o comunidad colonial) la acción tenía legitimidad;
es decir, desde el «consenso» de la comunidad crítica feminista naciente (o de los
colonos constituidos como colonias con aspiración de ser libres). La coacción mono-
pólica legítima (vigente, pero lentamente superada por la historia, y que será muy
pronto ilegítima) enfrenta a la coacción (manifestación de mujeres o ejército colono
14
Claro que puede darse, y es el modo histórico como se dio la cuestión, que la comunidad de los
propietarios (idéntica a la comunidad política con poder) determine que la propiedad privada positiva es
inviolable y organiza el Estado en su defensa, ante los no-propietarios, que no sólo no tienen propiedad
alguna, sino que por no tenerla no son participantes de la comunidad política. En este caso los no-
propietarios con razón podrían alegar que dicho dictamen de inviolabilidad de la propiedad privada es
ilegítimo, ya que fueron excluidos tanto de la comunidad de decisión como de la propiedad. Es el caso
de la doctrina expresada por Locke, Hume, Kant, etc.
182 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
17
El suicidio al que se opone el «principio de la vida», el «suicidio» de manera paradigmática, se
presenta cuando se enfrentan de manera abstracta los dos primeros principios. Como cuando alguien
expresara: «Para demostrar que somos libres decidimos quitarnos la vida a nosotros mismos». Aquella
comunidad de israelitas en Masada o de iberos ante romanos que se quitaron la vida antes que ser escla-
vos de los vencedores, tuvieron una motivación con «contenido». En el ejemplo anterior que hemos dado,
se trata de un «puro» manifestar sin fundamento el quitarse la vida. En ese caso extremo no habría dere-
cho, no deberían, sería inválido moralmente suicidarse colectiva o individualmente (porque sería una
negación frontal del principio material de la vida), y sólo para demostrar que se es libre y autónomo
consensualmente (principio formal discursivo). En este caso no habría ningún «contenido» en la motiva-
ción de este suicidio, sino el principio formal vacío mismo. El principio formal del discurso moral inten-
taría mostrar así ser última instancia sobre el principio material ético de la vida. Franz Hinkelammert en
la discusión con K.-O. Apel en São Leopoldo (Brasil), mostró que si una comunidad decidía consensual-
mente quitarse la vida sin motivación material alguna, dicha decisión era inválida moralmente, porque
quitaba la posibilidad misma del ejercicio del consenso. Era inválida, agrego ahora, porque toda decisión
consensual formal debe estar de acuerdo acerca de algún «contenido» material referido a la vida humana.
La afirmación de la dignidad, cuando es negada, es un «contenido» válido. Si no tiene «contenido» algu-
no, sino que se trata de la pura referencialidad de la libertad consigo misma, en este caso el consenso que
se alcanzaría no trataría de nada material; sería lo irracional (ya que, además, eliminaría a la vida, que
es el criterio último de racionalidad material, de toda verdad). Véase el capítulo «La vida humana como
criterio de verdad», en mi obra Dussel, 2001, pp. 103 ss. Volveremos sobre el tema.
184 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
rrollo de la vida la que hace posible éticamente tal acción, que, evidentemente, debería
tener pretensión de validez, es decir, ser una decisión actual o potencialmente inter-
subjetiva —porque involucra a la comunidad de comunicación siempre, al menos vir-
tualmente.
La pura eliminación de la propia vida «sin contenido», para probar que se es libre
y autónomo, sería como la inversión del caso planteado por Sartre, cuando se rebela
por el hecho de no haber podido elegir su propio existir; el no haber podido elegir ser
un sujeto vivo. Merleau-Ponty muestra el absurdo de tal pretensión de un a priori
absoluto (sería necesario existir ya como un sujeto para poder elegir algo: el propio
existir; de la misma manera el vivir primero, no pueden elegirse). Así el intentar pro-
bar lo absoluto de la propia libertad incondicionada, por el hecho de poder quitarse la
vida sin otro motivo que usar su libertad, es un absurdo inverso, a posteriori. El prin-
cipio formal (segundo principio de la ética, el principio moral consensual de validez)
demostraría ser última instancia y superior al principio de la vida humana. En este
caso la decisión es inválida y manifiesta una contradicción, que K.-O. Apel llamaría
«preformativa», ya que el enunciado destruye su pretensión de validez (y en este caso
de verdad). La pretensión de validez de un consenso se refiere a «algo»; pero la elimi-
nación de la vida no es «algo» sino la pura negación de la condición de posibilidad de
todo «algo». El sujeto muerto no es «algo», sino que es el límite mismo de la «objetivi-
dad» del «algo», porque es la aniquilación del sujeto mismo. Siendo la vida el criterio
de verdad, el consenso no puede tener pretensión de verdad, porque ha eliminado su
criterio mismo; es lo irracional por definición. El acto formalmente libre no es realmente
libre en este caso, porque al no tener «contenido» (y todo «contenido» de un enunciado
es una cierta referencia a la vida) o «materia» del acto; la pura libertad formal de poder
decidir se disuelve en la nada, ya que la realidad de la libertad exige «materia» y «for-
ma» (es decir, la forma como «acto incondicionado» de elección sobre «algo», la materia
de la elección). El puro «acto incondicionado» sobre nada no es ejercicio de la libertad
sino pura espontaneidad vacía, irracional, sin fundamento. Es en este sentido que el sui-
cidio es lo opuesto al principio de la vida, porque es lo absurdo por excelencia.18
18
Este ejemplo articula los dos primeros principios de la Ética de la Liberación. Podría articularse
el primero con el tercero (el de factibilidad o razón instrumental o estratégica). En este caso se explicita-
ría así: «Debes quitarte la vida para manifestar no tener miedo a nada o para mostrar tu inmensa valen-
tía». El puro vencer el miedo ante la muerte o el mostrar la pura valentía de afrontar la muerte no es un
motivo de justificación ética para eliminar la propia vida. Es absurdo. Ahora no se trata de una contradic-
ción formal sino estratégica o instrumental. La eliminación de la vida propia no manifiesta valentía sino
irracionalidad. Aun podríamos articular directamente el primer principio (de la vida) con el cuarto (el
principio crítico), lo que se enunciaría: «Debes arriesgar tu vida ante el sistema dominador simple y
puramente para mostrar lo crítico que eres ante él». Éste es el argumento que tienta a la juventud pequeño
burguesa que quiere mostrarse a sí misma cuán revolucionaria es, y que se arriesga indebidamente, sin
razón, ante el monopolio coactivo legítimo (aunque vaya perdiendo legitimidad) del Estado. Su muerte
(suicidio buscado) no muestra ni lo fundado de su crítica, ni su heroicidad, sino, por desgracia, su irracio-
nalidad, su imprudencia (aunque se haya hecho con la mejor voluntad altruista).
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 185
19
Emile Durheim, en Sobre el suicidio, da a la palabra otros significados, en muchos casos suma-
mente ambiguos. En mi caso, el héroe entrega su vida por la vida; Sócrates también la entrega. En este
último caso no intentó la muerte para manifestar su pura libertad formal sin contenido. Dio su vida para
manifestar al demos, a sus discípulos, que la ley (institución necesaria de la vida común) debe ser respe-
tada aun a precio de la propia vida individual, a fin de mostrar la injusticia de los jueces (que ponen a
riesgo la vida común).
20
J. C. escribe: «Los que se oponen a la defensa irrestricta de la vida deben morir».
186 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Por el contrario, cuando un campesino de Corea del Sur entrega su vida en la mani-
festación política en Cancún de 2003 de la OMC, para mostrar su desacuerdo con el
proyecto de las grandes potencias que niegan la vida del campesinado del mundo peri-
férico, y se quita efectivamente la vida individual, lo hace como protesta, y entonces
afirma la vida de la humanidad como fin. Sería el caso límite de la «aplicación» del
principio de vida, del que da la vida propia por la vida de la comunidad. Claro está
que se trata en este caso de un cierto tipo de «muerte de sí por sí mismo», pero no
como mero suicidio formal —tal como lo hemos definido.
21
Véase mi artículo «Algunas reflexiones sobre la falacia naturalista», en Dussel, 2001b, pp. 65 ss.
22
Contra la tradición analítica demostraré en mi Política de la Liberación, primera parte sobre la
Historia de la Filosofía Política, que Hume infiere del «ser» de la pasión de la acumulación o la avaricia
(destructiva de la vida humana) la necesidad de ponerle límites, y por ello infiere también la necesidad
del principio de justicia. Su error consiste en que el «proceso de especificación» de la justicia, tal como
él lo concibe, no le debió permitir concluir este tipo de propiedad privada capitalista, que es uno de los
posibles, y no es el necesariamente exigido por el «principio de justicia» universal. Además, ante la
inestabilidad y el caos Hume afirma una institución firme de la propiedad privada al comienzo del capi-
talismo industrial, entre los siglos XVII y XVIII. En el siglo XXI, al final de la entropía de la institución de
la propiedad privada (que garantiza no un límite a la pasión de la acumulación o avaricia, sino por el
contrario la infinita apropiación de riqueza en manos de pocos, asignando el destino de la extinción a la
mayoría de la humanidad —y por esto tiene razón Hume en mostrar el peligro de la pasión de la acumu-
lación o avaricia—, se hace necesario pasar a otro régimen de propiedad no ya capitalista para garantizar
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 187
la vida de todos. Marx ya vio el peligro de la propiedad como garantía de la acumulación injusta y no
como límite de la acumulación o avaricia.
23
Una guerra de liberación es lo opuesto a una guerra de conquista o dominación. La primera es
justa, como las guerras de Washington o de Hidalgo, pero no la de los ingleses o españoles contra ellos.
No siempre la situación se presenta con tanta claridad, pero de todas maneras es una ardua cuestión que
el que cae en la «falacia abstractiva» no puede ni siquiera intentar resolver.
188 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
tarle la vida al enemigo;24 etc. La eticidad del acto, sin embargo, no se funda sólo ni
principalmente en el tener o no conciencia, sino en los motivos reales que lo justifican
(en el intentar la afirmación de la vida humana desde el consenso libre y simétrico de
los afectados).
Es por ello que reservo el nombre de «violencia» sólo para la coacción ejercida
contra el derecho del otro. Esta coacción, puede acontecer en ciertas situaciones lími-
tes, que de legítima se puede transformar en ilegítima, como cuando se opone a «nue-
vos» derechos (por ahora no vigentes y por ello en el presente sin legalidad) que se
tornarán con el tiempo legítimo. El proceso de ilegitimación de lo legítimo (en el ejer-
cicio del poder que se ha tornado injusto) es simultáneo a lo aparentemente ilegítimo
que se tornará nueva legitimidad futura como proceso de legitimación. El que se le-
vanta en nombre de su puro capricho nunca tendrá legitimidad, y el monopolio de la
coacción legítima, aplicada con moderación legal y cuando no hay todavía conciencia
de nuevos derechos,25 debe ser aceptada (o no habría «sociedad política» alguna). Pero
no hay que «dormirse sobre los laureles», porque lo que hoy es legítimo puede mañana
tornarse ilegítimo. En nuestros días, la ilegitimidad de los partidarios del tirano
S. Hussein puede transformarse en la legitimidad de la defensa de la patria irakí ante
la invasión de un ejército extranjero. Lo mismo aconteció en Vietnam. La heroicidad
de la nación invadida se manifiesta paulatinamente, poco a poco, y de ilegítima para
la opinión pública hegemónica (como el ejército de G. Washington o M. Hidalgo)
se transforma en legítima, aun para la población del ejército invasor. De manera que
la coacción en apariencia legítima del ejército invasor, al comienzo (es una cuestión
secuencial, temporal), que proclama liberar a la población del terror del dictador
Hussein, se va transformando en pura «violencia». J. C. no puede contar para su
argumentación con estos diferentes niveles de profundidad (de lo abstracto a lo con-
creto, de lo simple a lo complejo, de los principios a las instituciones y a la acción
estrategia), ni construye las «mediaciones» categoriales que le permitirían describir
una ética y una política con normatividad (que subsume los principios éticos) con-
cretas.
24
San Martín, el libertador de comienzo del siglo XIX en El Plata, Chile y Perú, estando en Lima,
sitió la ciudad ocupada por los españoles; fue estratégicamente presionando por todos puntos cardinales,
hasta que «los realistas» dejaron Lima sin que el ejército de la libertad dispararse un solo tiro. Logró
vencer al enemigo y emancipar el Perú sin quitar la vida a ningún español. Éste es el ideal del libertador.
25
Antonio Gramsci definió como «hegemonía» la dominación que se ejerce sobre los dominados,
en el tiempo en que éstos aceptan la dominación «como naturaleza». La coacción legítima no ha sido
puesta en cuestión. Cuando los dominados descubren sus nuevos derechos, la «hegemonía» se transforma
en simple «dominación»; la coacción legítima se torna violencia: coacción ilegítima ante los nuevos
derechos del otro.
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 189
a) J. C. da mucha relevancia a la «mortalidad del ser». Para que un ser sea mortal
debe antes ser viviente. La vida es la condición de posibilidad de la muerte. El que
desde su nacimiento considera lo más importante contar los días que lo van acercando
a la muerte, como una cuenta recesiva, toma la forma por el contenido.27 La vida se
la ha recibido para ser vivida. Como escribe Neruda: «Confieso que he vivido». O
como lo expresa García Márquez: «Vivir para contarla» (como relato, y no para «con-
tar» cuántos días me quedan de vida hasta la muerte). En mi Ética se tiene muy en
cuenta la muerte (en especial la muerte injusta de la víctima, de cuyo dolor, indignidad
y olvido somos responsables). Pero más que de la «mortalidad del ser» prefiero hablar
de la «finitud del ser» y de la «vitalidad del ser». La vida se nos ha dado para vivirla
y no para desvivirla desde el mero horizonte negativo de la muerte, que no agrega
nada a la vida sino tristeza, pesimismo, pasividad... E. Bloch nos enseñó la importan-
cia del «Principio Esperanza».28
26
Hemos contabilizado 72 puntos que merecerían una respuesta precisa, y 8 tesis explícitas críticas
(la primera se explicita con las siguientes palabras: «Mi propósito es aquí evaluar, dentro de este progra-
ma, las cuestiones del suicidio y el heterocidio...»; la segunda: «Lo que trataré de demostrar en lo que
sigue es que Dussel cambia la noción de vida, y la propia interpretación del Principio de la Vida...»; la
tercera: «Voy a tratar de mostrar que Dussel entiende el PV en la versión [4]: contra las primeras aparien-
cias...»; y así otras tesis subsiguientes). La mayoría las he respondido por medio de las aclaraciones
metodológicas ya avanzadas en este trabajo. Tocaré sólo algunos nuevos casos más pertinentes y en el
orden de su aparición en el artículo crítico de J. C.
27
Como el que dice: El sentido de mi vida son mis hijos. Sus hijos dirán lo mismo, y así al infinito.
La vida no tendría sentido. El sentido de la vida es la muerte; o Hay que tener siempre la muerte ante los
ojos. Son expresiones nihilistas; en último término absurdas, sin sentido.
28
Véase § 5.4 de la Ética de la Liberación, donde respondo por anticipado a J. C. Aun el «temor»
como principio de sabiduría, de Hans Jonas, no puede ser aceptable en una Ética de la Liberación.
190 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
b) Se dice, además, que «el terrorismo, por un lado, y la política imperialista por
el otro [...] son lenguajes externos» el uno del otro. En abstracto, de acuerdo. En
concreto, de ninguna manera, ya que uno produce el otro lenguaje: las naciones
centrales y colonialistas tienen otra responsabilidad que las naciones empobrecidas
y explotadas. Francia ante Vietnam o Estados Unidos ante Irak producen el lenguaje
del Vietkong y del fundamentalismo musulmán, como respuesta ambigua ante la
violencia y la explotación en nombre de la democracia y la modernización. Ver que
son «lenguajes mutuamente constituyentes», en concreto, es la cuestión ética esen-
cial. «Es difícil describir estas oposiciones con categorías exclusivamente morales»
(escribe J. C.). En efecto, son necesarias categorías de las ciencias sociales críticas
para permitir transitar por las mediaciones entre lo abstracto de los principios y lo
concreto de las situaciones éticas. La ética usa dichas mediaciones sin dejar de ser
éticas sus conclusiones concretas. Para J. C. pareciera que la necesidad de «otro tipo
de categorías» indicaría que la cuestión se sitúa fuera de la ética. Otra ambigüedad
metodológica.
c) Un momento central de su crítica es el intento de refutar la formulación del
argumento con cinco momentos (que comienza por: «1. Juan, que es un sujeto hu-
mano viviente...», y termina: «5. Juan debe continuar comiendo») de donde se deri-
varía el principio ético material, y J. C. intenta refutarlo indicando que «el paso
inferencial desde (1) x está vivo, a (2) por tanto, x debe continuar vivo» es falacio-
so. En primer lugar, el «2. Para vivir, es necesario comer» no es un momento ético
propiamente dicho, porque dicha «necesidad» es puramente física o biológica (los
vivientes necesitan alimentarse o mueren). El momento ético es el «4. Como auto-
responsable por su vida no debe...». He estudiado este argumento en mi artículo
publicado en Dianoia,29 y he intentado mostrar en este artículo posterior a mi Ética
que al expresar «Juan, que es un sujeto humano», ya contiene implícitamente una
connotación ética, porque todo ser humano, por la autoconciencia (en el nivel teóri-
co) se presenta como responsable (en el nivel práctico), y por ello todos sus actos
humanos son ya siempre éticos: están bajo su responsabilidad (al menos potencial-
mente). De manera que no hay que deducir del «ser» el «deber ser», sino que al
«ser» humano se le impone su propio ser como «deber ser»; el sujeto práctico desde
el inicio se descubre ya siempre e inevitablemente bajo su propia responsabilidad.
Mucho más su propia vida, que es más vulnerable que el puro ser. El «continuar
comiendo», como condición física y biológica de sobrevivencia, es una obligación
ante la conciencia responsable del ser humano en su nivel práctico. Es decir, el mo-
mento «4. Como auto-responsable...» no se sigue de «3», sino que explicita una
determinación ya contenida en «1». No se cae por lo tanto en la falacia naturalista
si se plantea adecuadamente la cuestión.30 Y es claro que lo propio del ser humano
29
Dussel, 2001b, pp. 65 ss.
30
Es decir: se disuelve la falacia naturalista. Además, y como he indicado más arriba, David Hume
no sólo no cae en la falacia naturalista sino que simplemente la niega. Se le impone en el nivel moral (que
APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS ÉTICOS A LA POLÍTICA 191
Acepto, por último, que las éticas de la liberación son «procedimientos adecuados
para tiempos duros» (como todos los tiempos, pero muy especialmente los actuales),
aunque después de lo escrito no puedo aceptar que sean «inconsistentes».
Valgan estas líneas como inicio de un debate.
sigue al de las pasiones) como una «inferencia de la mente» el principio de justicia como «deber ser» (y
a partir de ella deduce la necesidad de las instituciones, en especial de la propiedad privada); es decir,
desde el hecho, el «ser», de la «pasión» destructiva de la avaricia o acumulación desmedida de bienes
pasa al «deber ser».
III
FILOSOFÍA POLÍTICA
13. Modernidad, imperios europeos, colonialismo y capitalismo
(Para entender el proceso de la transmodernidad)1
É sta será una corta ponencia, donde se exponen tesis sostenidas en otros traba-
jos a los que remitiré. Se trata sólo de las tesis fundamentales, de las cuales la
primera es que los cuatro temas que incluimos en el título se originan simultá-
neamente, se coimplican, se determinan mutuamente.
En efecto, estos cuatro temas, que deseo articular, tienen diversos tratamientos,
problemática propia, especialistas y bibliografía. Por supuesto, se refieren a realidades
históricas que nadie puede negar su existencia y relevancia. Lo que intento, sin embar-
go, es cruzar, articular, las cuatro problemáticas en un solo argumento que cobre así
mayor importancia a) en la crítica de la ideología eurocéntrica (fundamento invisible
de las ciencias humanas todavía en la actualidad en Europa y Estados Unidos, y por
desgracia en gran parte de la periferia mundial), y b) en el discernimiento de las tesis
fundamentales de un pensamiento postcolonial de liberación (la cuestión «transmoder-
na»), que se compromete para que «Otro mundo sea posible» (el novel Altermundis-
mo, al que la Filosofía de la Liberación ayudó a formular).
Desde hace cuarenta años2 me hice cargo en primer lugar de la pregunta: ¿Qué lugar
ocupa América Latina en la historia universal?, porque estábamos fuera de las inter-
pretaciones estándar de la historia. Para ello era necesario reconstruir desde el comien-
zo esa historia «fabricada» por los románticos alemanes, y que Hegel expresó en sus
famosas Lecciones sobre la filosofía de la Historia Universal.3 Mi primera intención
fue relativizar la centralidad de Europa, situándola como una de las civilizaciones de
1
Ponencia presentada en el Seminario «Colonialism and Its Legacies» (University of Chicago), 24
de abril de 2004.
2
En un artículo titulado: «Iberoamérica en la historia universal», en Dussel, 1965, pp. 85-97, ya
comencé a situar la temática.
3
Por mi parte dicté un curso universitario en el semestre de invierno de 1966 (en la Universidad del
Nordeste, Resistencia, Argentina) sobre Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la Historia Uni-
versal, editado por primera vez en un CD que ha sido producido recientemente (Obra filosófica de Enri-
que Dussel, 1963-2003) (consultar en <www.clacso.org>). Algo de ello se observa en Dussel, 1993.
196 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
la historia universal, y que ella, de todas maneras, las había puesto en contacto desde
finales del siglo XV, dando origen en 1492 a la Cristiandad colonial latinoamericana,
con una fisonomía única en dicha historia universal.
Pero esta visión debió ser superada. En primer lugar, la crítica del eurocentrismo
nos enfrentó a la mayoría de los intelectuales europeos y norteamericanos, y en filoso-
fía, que es lo que yo practicaba, se concretó al final de los sesenta en una Filosofía de
la Liberación, que fue poniendo ahora en cuestión no sólo el eurocentrismo de tipo
weberiano, que es el tradicional, sino igualmente, los eurocentrismos parciales que se
ocultaban en el ataque a esta ideología. El argumento puede sintetizarse aproximada-
mente de la siguiente manera.
La posición tradicional «eurocéntrica» creyó que Europa tenía ciertas potencialida-
des muy antiguas (Max Weber se remonta hasta el origen del cristianismo y aun hasta
el pensamiento de los profetas de Israel), que atravesando la llamada «Edad Media»,
irrumpieron con fuerza creadora en la Modernidad. En cierta manera Europa podía
probar desde antiguo su «superioridad» cultural sobre las otras culturas (aun sobre la
indostánica, la china o islámica, y por ello había originado el capitalismo, cuestión
histórica a la que M. Weber dedica extensas obras).
Desde la «Teoría de la dependencia» latinoamericana (formulada explícitamente
desde 1966 al menos, y como base epistémica de la indicada Filosofía de la Libera-
ción4), después generalizada por la teoría del World-System de I. Wallerstein, se enten-
dió que la expansión de Europa a finales del siglo XV significaba el comienzo del pro-
ceso de la colonización, del Imperio español y portugués, se ponía en duda que fuera
dicha colonización un factor esencial en el origen del capitalismo (en su momento
mercantil-dinerario, tesis afirmada por Pierre Chaunu), pero ciertamente no fue el
comienzo de la Modernidad (al menos Wallerstein la postergaba hasta la Ilustración
del siglo XVIII).
Por mi parte,5 pretendí anticipar la Modernidad hasta fines del siglo XV, articulando
y situando a los cuatro fenómenos indicados como originándose simultáneamente: la
Modernidad, los imperios europeos, el colonialismo y el sistema capitalista. La Mo-
dernidad (fenómeno cultural, histórico, filosófico, literario y científico) comienza,
según mi tesis, y se desarrolla, cuando Europa deja atrás el Mediterráneo renacentista
y se «abre» al Atlántico; entra al «ancho mundo» que supera el enclaustramiento lati-
no-germánico al que le había sometido el mundo islámico-otomano en la llamada
«Edad Media» (desde el siglo VII).
Todo parecía indicar que desde finales del siglo XV Europa, Lisboa y Sevilla prime-
ro, después Ámsterdam y posteriormente otros puertos atlánticos, se habían constitui-
do como el «centro» de la historia «mundial», mundial por primera vez en la historia.
4
Véase Dussel, 1977; Alcoff, 2000; «Introduction» (pp. 1-26); y la «Introduction» de E. Mendieta
en Dussel, 2003, pp. 1-18. Bibliografía en Barber, 1998, pp. 161-167.
5
«Beyond Eurocentrism», en Dussel, 1998e, pp. 3-31. También véase mi artículo «World-System
and Trans-Modernity», en Dussel, 2002, pp. 221-244.
MODERNIDAD, IMPERIOS EUROPEOS, COLONIALISMO Y CAPITALISMO 197
Poco a poco, primero América latina, después América anglosajona, el mundo indos-
tánico o islámico y por último el África bantú, iban a transformarse en «colonias» de
la Europa moderna, metropolitana, capitalista. Era un proceso que duró cinco siglos.
El libro de André Gunder Frank,6 que fue muy criticado por sus propios colegas,7
planteó correctamente, aunque algunos hechos puedan ser corregidos, que había que
incluir a la China en todo este debate. Frank indica que la Revolución industrial pudo
realizarse perfectamente en el siglo XVIII en la China, y que por eventuales causas
fracasó ese proceso, adelantándose el Reino Unido por condiciones ocasionales co-
yunturales (no por ninguna superioridad cultural, técnica, económica, política, etc.).
Esto ha sido probado con nuevos argumentos, en la comparación concreta del grado
de desarrollo de Inglaterra y el valle del Yanze (en China) por otros investigadores.8
De manera que, aunque la Modernidad, los imperios europeos, el colonialismo y el
capitalismo mercantil tienen cinco siglos, la hegemonía europea no tiene más que dos
siglos (desde fines del siglo XVIII o comienzos del XIX), porque habría siempre com-
partido en los tres primeros siglos de la Modernidad, la presencia de mayor peso en
el mercado mundial del Indostán y la China. El eurocentrismo podría todavía argüir
que aunque hegemónica durante los últimos doscientos años, Europa, sin embargo,
había acumulado una larga superioridad cultural durante siglos que se expresó en la
Revolución industrial y científica. Pero aun esto puedo ser interpretado de otra mane-
ra. Pero deberemos evaluar un nuevo argumento que pondrá nuevamente en tela de
juicio el eurocentrismo.
En el presente se ha descubierto un nuevo hecho, sobre el que deseamos reflexio-
nar, en referencia a un estudio de Gavin Menzies,9 que demuestra que, aunque se tenía
conocimiento de que la China se había adelantado en siglos a Europa de un punto de
vista político, comercial, tecnológico y hasta científico,10 ahora se agregaba el tener
pruebas sobre el trayecto que habían seguido las escuadras conformadas por enormes
y numerosas naves, que recorrieron todos los Océanos (gracias a sus experiencias
oceánicas de más de ochocientos años en el océano Índico, y por el desarrollo de la
astronomía, cartografía, instrumentos de medición de la latitud y longitud de la tierra,
etc.). El navegante Zheng He (1369-1431), y los cuatro almirantes a su mando y con
6
Frank, 1998. Como el libro de Martin Bernal, 1987, que destronó el «helenocentrismo», y por ello
fue mal recibido en los medios académicos universitarios, que «viven» de su conocimiento erudito de
la «edad clásica» heleno-romana.
7
Considérense las reacciones de I. Wallerstein, G. Arrighi, Samir Amin, etc.
8
Véase la obra de Pomeranz, 2000.
9
Menzies, 2003. Esta obra, como la de Martin Bernal y A. G. Frank es recibida con recelo por la
academia. Sin embargo, por mis estudios históricos (véase Dussel, 1993, donde utilizaba el mapa de
Henricus Martellus de 1487, de la cuarta península del Asia), sus argumentos en cuanto a su tesis funda-
mental son irrefutables (pueden haber detalles menos fuertes, pero que no le quitan su contundencia).
¡Hay que contar con esta obra para la nueva visión histórica de una Modernidad europea más humilde,
ciertamente no weberiana!
10
Los trabajos de Needham abrieron el camino...
198 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
sus respectivas escuadras, cartografiaron entre 1421 a 1423 el Atlántico sur (desde el
África occidental hasta América del Sur incluyendo la Antártida y las islas Malvinas,
para situar la estrella Canope) y norte (desde el Caribe hasta Groenlandia, navegando
entre el Polo Norte y Rusia), además del Pacífico oriental sur (costas desde Chile a
Perú) y Norte (desde California hasta México), el África oriental y el océano índico
hasta Australia. Cuando en 1424 los emperadores Ming (1368-1644) resuelven aban-
donar11 el dominio indiscutido de todos los océanos, dejando, por un error estratégico
histórico, un «mercado-mundo» con un vacío de poder naviero y comercial, pocos
decenios después (y usando, a veces sin saberlo, los mapas chinos llegados por Vene-
cia a Occidente), Portugal llenará ese «vacío», en el océano índico, y España, en el
Atlántico.
La cultura europea, menos desarrollada (en comparación a la islámica, indostánica,
y especialmente a la china), separada por el «muro» otomano-islámico de las regiones
centrales del continente asiático-afro-mediterráneo,12 periférica entonces, emprenderá
un lento desarrollo que describiré articulando los cuatro temas indicados en el título
de esta ponencia. Débese entonces aclarar que, contra Weber, Europa nunca tuvo nin-
gún tipo de superioridad sobre la China y el Indostán o la cultura árabe, antes del siglo
XVIII, muy por el contrario, hasta el siglo XV sufría un secular subdesarrollo que cier-
tas coyunturas favorables, entre las que se encuentra su situación geográfica (cercana
al continente americano, para así desplegar un sistema colonial que nunca hubiera
desarrollado China), se encargarán de remediar.
11
Fue el emperador Zhu Gaozhi, por el decreto del 7 de septiembre de 1424, el que decidió «inte-
rrumpir todos los viajes de los barcos del tesoro» (Menzies, 2003, p. 79).
12
Véase la «Introducción histórica» en Dussel, 1998.
MODERNIDAD, IMPERIOS EUROPEOS, COLONIALISMO Y CAPITALISMO 199
Situar a España o Portugal como las primeras naciones modernas puede parecer un atre-
vimiento. Sin embargo, se trata justamente de justificar la «modernidad» del siglo XVI.
13
Podría usar el 1789 de la Revolución francesa, o el 1776 de la obra de Adam Smith, pero prefiero
aquí situar la fecha del comienzo de la hegemonía no compartida de Gran Bretaña, fruto en realidad de
la Revolución industrial, comenzada unos cincuenta años antes.
200 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
14
En América Latina algunos denominamos a nuestro continente bajo el nombre de los indígenas
kunas: Abia Yala.
15
El modelo chino de Imperio podría definirse como el «Mercado-mundo» bajo hegemonía china.
La China no ocupaba otros países o reinos, sino que comerciaba favorablemente con ellos, imponiendo
cuotas en plata para poder entrar en su mercado. Era un «Mercado-mundo» (World-Market) sin ocupa-
ción militar. No constituía a su periferia como colonias, sino como regiones con las que comerciaba
ventajosamente. Era ya un proto-capitalismo-mercantil, habiendo impreso papel-moneda en el siglo IX,
e impulsado la producción artesanal (¿con subsunción formal del proceso de trabajo?) que incorporaba
millones de trabajadores en la producción de la porcelana y los tejidos de sede, entre otros productos que
no tenían competidores en el mercado asiático-afro-mediterráneo.
MODERNIDAD, IMPERIOS EUROPEOS, COLONIALISMO Y CAPITALISMO 201
16
Entre otros numerosos trabajos véase mi trabajo más reciente sobre «Modernidad y alteridad (Las
Casas, Vitoria y Suárez: 1514-1617)», en Dussel, 2003b, pp. 690-720.
202 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Los holandeses se hacen presentes en Brasil, en ambas costas del África, en Sri
Lanka, Borneo, Indonesia. En el siglo XVII, es decir, hace cuatro siglos, Gran Bretaña,
Francia y las otras potencias europeas conquistan con igual violencia colonias en
Norte América (Nueva Holanda y Nueva Ámsterdam se transformarán en Nueva In-
glaterra y Nueva York), el Caribe, algunos pequeños territorios del África y Asia.
Con Holanda, y ante la imposibilidad de obtener tal cantidad de «dinero» (plata)
en bruto, se debe incrementar el intercambio propiamente mercantil, y se comienza a
organizar un «Sistema-mundo» (World-System) capitalista propiamente dicho. Las
Compañías de las Indias Occidentales y Orientales son empresas comerciales y no
instituciones estatales de monopolio del intercambio. Además, la tarea de propagar la
lengua, la cultura o la religión del naciente Estado metropolitano pasa a segundo nivel.
Nace así el capitalismo mercantil que ocupa el «mercado-mundo» (World-Market) que
había abandonado la China en el comienzo del siglo XV. El capitalismo mercantil ins-
tala nuevos puertos, nuevos puntos de contacto comercial, pero en definitiva todavía
sólo compra con «dinero» (plata) latinoamericano en los mercados del Indostán y la
China. Es totalmente dependiente en cuanto al contenido del intercambio comercial.
No tiene mercancías propias que se impongan por estar fuera de toda competencia,
como las mercancías chinas. Inglaterra (Gran Bretaña), Francia y otras potencias euro-
peas, siguen por el mismo camino.
El pensamiento filosófico depende de su herencia. Será en la Ámsterdam holande-
sa, en la que Descartes, estudiante en La Flèche de jesuitas hispanos, y que recordará
en su edad adulta que las primeras obras filosóficas que había leído fueron las Dispu-
taciones Metafísicas de Francisco Suárez, donde escribe el Discurso del Método en
1637. Igualmente Baruch Spinoza, judío sefardita (habiendo vivido su familia en Por-
tugal después de su expulsión de España), que hablaba y leía la lengua española, será
la expresión de la cultura hispana en torno a la sinagoga del nombrado puerto holan-
dés. La Modernidad se afianza en el mundo mercantil del norte de Europa.
17
Véase la obra de K. Pomeranz ya citada, en la que compara sistemáticamente estas dos regiones,
una en Europa y otra en la China, para llegar a resultados completamente nuevos, con respecto a las
hipótesis weberianas sobre el origen de la Revolución industrial.
204 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
gue al orden del día en toda la periferia mundial todavía en el 2004, y la Guerra de
Irak es una prueba.
Primeramente Estados Unidos debió afianzar su hegemonía sobre Occidente, desde
el inicio de la «Guerra Fría» (1945-1954). En segundo lugar, al observar hacia el Sur
la pretensión de un cierto populismo, lo destruye en nombre del «desarrollo», indican-
do que en dichos países faltan capitales y tecnología. Se trataba en realidad de la lucha
por la competencia mundial, entre la burguesía de los países metropolitanos, contra
las débiles burguesías de las antiguas colonias, que se liberaban políticamente en Áfri-
ca y Asia en ese momento de sus antiguas metrópolis europeas, anunciando un nuevo
tipo de dependencia en favor de Estados Unidos.
En este momento nacen las Corporaciones Trasnacionales, que colocan en la peri-
feria (y en todo otro espacio favorable) el cuerpo productivo del capital (la empresa
productiva misma), comenzando una nueva etapa del capital ahora transnacionalizado.
Los países postcoloniales (unos con dos siglos de postcoloniales y con pocos años
desde su emancipación política, sufren ahora la penetración, que transfiere plusvalor
hacia el «centro», de esas empresas transnacionales, que revolucionan el proceso de
planificación de la producción y la distribución en el mercado mundializado. La de-
pendencia postcolonial se acelera geométricamente.
Cuando se produce el colapso de la Unión Soviética en 1989, el capitalismo trasna-
cional se globaliza sin límites, garantizado por el poder político y militar norteameri-
cano. La etapa de la transnacionalización del capital productivo se generaliza ahora
en las esferas de la comercialización y de la movilidad del capital financiero. Los
efectos devastadores en los países postcoloniales, que no pueden competir en pie de
igualdad, producen una pobreza masiva en la periferia, junto a una destrucción ecoló-
gica que toca a toda la humanidad. El proceso de globalización del capital trasnacional
cambia igualmente muchos factores de la reflexión crítica.
El pensamiento romántico conservador (expresado en el pensamiento de un Heide-
gger, por ejemplo), profundamente antiliberal, es imitado en la periferia por los movi-
mientos nacionalistas de la burguesía. De la misma manera, la ideología socialista
(otra vertiente del pensamiento europeo moderno), que ha triunfado en la Revolución
rusa, llega a la periferia. Las revoluciones china, vietnamita, y de Cuba, entre muchas
otras, hace pensar que el capitalismo colonialista puede ser superado en el mediano
plazo. El derrumbe indicado de la Unión Soviética sume a los movimientos de van-
guardia en la periferia en una crisis que lentamente ha sido necesario reformular.
globalizándose, hubieran subsumido por entero a la Humanidad con sus antiguas cul-
turas tradiciones, con universalidad regional,18 tales como la China, el Indostán, el
Sudeste asiático, el mundo árabe-islámico, el África bantú y América Latina (a lo que
quizá habría que agregar algunos países periféricos de la Europa oriental). Subsumir19
por entero es pretender haber eliminado en las culturas dominadas y periféricas de la
Modernidad madura o tardía todo momento propio externo a la lógica de la cultura
occidental. Habría sido una domesticación sin posible futura liberación ni desarrollo
autónomo de las otras culturas.
Por su parte en la periferia postcolonial, la postmodernidad, condición cultural de
las sociedades occidentales, contra-fenómeno entonces de la propia Modernidad, pue-
de darse sólo en las sociedades «modernizadas». Aquellas culturas, o estratos cultura-
les no modernizados, modernizados a media, contra-modernos, o simplemente aban-
donados por la Modernidad como inasumibles, descartables en su miseria, no pueden
ser postmodernos, y dichos fenómenos no le tocan o producen monstruos Kitsch, sub-
culturas imitativas del plástico.
Pareciera entonces que el dilema es: occidentalizarse en la globalización postmo-
derna o desaparecer irremediablemente.
Es ante este dilema falso que he comenzado desde hace años a proponer el esclare-
cimiento de otra alternativa que de hecho se desarrolla ante nuestros ojos pero que no
logra diagnosticarse claramente. La problemática es la siguiente.
El impacto de la cultura europea, al llenar el «mercado-mundo» dejado libre por
la ausencia del poderío comercial y naviero chino en el inicio del siglo XV, destru-
yó en parte a las culturas por la violencia de las armas, que fueron siempre el inicio
de la presencia occidental ante las culturas extrañas. Las culturas amerindias (Me-
soamericanas, azteca, mayas y tantas otras; las culturas chibchas, andino incaicas
quechua o aymara, los tupi-guaraní y otros grupos de plantadores, y los nómades
del sur y del norte del continente) no pudieron resistir el ataque, no tenían armas
de hierro ni podían desplazarse con caballos (como los africanos y asiáticos). El
genocidio fue mayor pero sobrevivieron millones, y con ellos sus lenguas y ele-
mentos culturales despreciados, y por ello pudieron oculta miméticamente y llegar
hasta el siglo XXI. A esto habría que agregarle una numerosa población africana
que fue arraigada en América (el Caribe, principalmente Cuba, Brasil y las colo-
nias del Sur de Nueva Inglaterra), de características culturales propias. Su postco-
lonialidad tiene dos siglos.
18
Las «grandes» culturas como las nombradas, son «universales» en cuanto han sido gestadas y
desarrolladas a partir de centenas de culturas particulares. Esta «universalidad» la llamo «regional», por
cuanto se circunscribe a un ámbito específico, no propiamente planetario.
19
«Subsumir» (del latín subsuntio, del alemán Subsumption) es el verbo usado por Kant que indica
el acto de «inferencia» de las premisas mayor y menos del silogismo en la conclusión. Hegel usó la pala-
bra «Aufhebung», Marx en cambio la de «Subsumption». Se trata de «in-corporar» un momento exterior
en la Totalidad: suprime la exterioridad, transubstancia el momento exterior, y lo totaliza como determi-
nación interna de la Totalidad.
MODERNIDAD, IMPERIOS EUROPEOS, COLONIALISMO Y CAPITALISMO 207
Mucha mayor resistencia ofrecieron las grandes culturas asiáticas (china, indostáni-
ca, del Sudeste asiático), el mundo islámico (desde el Océano Pacífico hasta el Atlán-
tico), y en menor medida las culturas africanas. De todas maneras entres ellas el mesti-
zaje racial no fue posible, sea por la gran natalidad de la población autóctona, sea por
el tipo de colonización propia del capitalismo posterior a la Revolución industrial, que
explotaba las colonias sin «mezclarse» racistamente con la población autóctona. Esto
significó la sobrevivencia poblacional y cultural mucho más estructurada en el colo-
nialismo asiático-africano y su fácil presencia distintiva en la etapa postcolonial, de
algo más de medio siglo.
Repitiendo la pregunta: ¿Desaparecerán todas esas culturas periféricas y postcolo-
niales que han sobrevivido hasta el siglo XXI, serán en definitiva totalmente subsumi-
das (lo que es lo mismo), o hay alguna alternativa?
Más allá de la condición postmoderna (propia de las culturas modernas del «cen-
tro»), pienso que ante nuestros ojos se desarrolla un fenómeno que deseo llamar trans-
moderno. Lo de «trans» quiere indicar que no sólo es posterior a la Modernidad cen-
tral occidental (que la partícula «post» indica igualmente), sino que nace fuera, más
allá, desde una «fuente creadora» (schoepferische Quelle dice Marx con respecto al
«trabajo vivo» en referencia al «capital» como totalidad) «desde la nada» de la cultura
occidental y aun de su «condición postmoderna» (último momento crítico interno de
la misma Modernidad).
El momento cultural despreciado, no aniquilado porque desvalorizado, permitido
de sobrevivir porque inútil, no peligroso, y por último por estar más allá de todo mer-
cado, ya que tenían como referencia masas o comunidades humanas empobrecidas,
no solventes (sin dinero), y por ello «no-compradoras»,20 comienza a tomar conciencia
de su dignidad, de su valor, de su exterioridad. La mera existencia de su propia tradi-
ción, no apreciada por propios y extraños, ante la eficacia impresionante de la tecnolo-
gía de la cultura occidental moderna, del poder político y militar de los imperios de
turno, del capitalismo que domina y extermina a sus enemigos en el mundo postcolo-
nial (pero en su mentalidad, en sus élites, culturalmente colonial), periférico (que se
empobrece en la trasferencia sistémica de plusvalor por diversos mecanismos del in-
tercambio y las deudas contraídas inmoralmente ante el capital financiero ilegal21 in-
ternacional), comienza a tenerse como punto de referencia.
20
El «mercado» no supone sólo necesidades de bienes, sino que exige «necesitados con dinero»
(solventes), que puedan comprar mercancías. Los pobres sin dinero no son mercado, son miserables
suprimibles, in-significantes para la «mercadotecnia».
21
El capital financiero trasnacional, como niega con Estados Unidos el «Estado de derecho» interna-
cional, que debiera regular las transacciones financieras entre países, eliminando los «paraísos fiscales»,
la movilidad indiscriminada de las inversiones, y ante la imposibilidad de castigar los crímenes «de cue-
llo blanco» (como el robo a los ahorristas por parte de los bancos extranjeros en Argentina) ante Tribu-
nales de Crímenes Internacionales, es en este momento una estructura «ilegal»: no tiene ley que lo regule
e impide que se dicten tales leyes. Está en lo que se denominaba en el siglo XVII y XVIII en «estado de
naturaleza», en la barbarie, bajo la pura ley del más fuerte.
208 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
fijación anti-dialéctica que no puede defender sola ante el poder de la técnica y el ca-
pital que se globaliza (en especial en su nivel puramente militar), proponemos otro
paradigma (y el postulado político-cultural) de la «trans-modernidad», que señala una
alternativa imposible a la Modernidad y Postmodernidad (por estar fuera de sus posi-
bilidades), y posible y creativa a partir de la «exterioridad» de dicha Modernidad, pero
en diálogo permanente con ella. No se trata ni de un rechazo de lo mejor24 que la Hu-
manidad produjo en la Modernidad (fruto del trabajo creativo de europeos y de todas
las culturas de la Tierra) ni de lo mejor que la tradición de las culturas atacadas por
la Modernidad hubieron producido antes del choque, pero que siguieron reaccionando
durante los últimos siglos, en intercambio inevitable con dicha Modernidad. Los as-
pectos excluidos de las culturas clásicas, hoy afirmativas de su Diferencia, nunca deja-
ron de continuar un proceso de cambio continuo. Dichas culturas no conservaron in-
tacta una identidad sustancia ya constituida, sino que fueron desarrollando potenciales
de su propia cultura, ante y con la Modernidad, en una identidad como continuo pro-
ceso de gestación creativa.
Llamo por ello un programa «trans-moderno» al intento de partir del núcleo gene-
rador de nuevos desarrollos culturales, de la tradición viviente de las culturas Dife-
rentes de la Identidad moderna, en diálogo con la Modernidad. El proyecto futuro no
sería una cultura universal homogénea, única; sino un pluriverso diferenciado creación
del indicado diálogo entre la tradición excluida de las grandes culturas (y aun las me-
nos universales o secundarias) de la periferia postcolonial con al Modernidad occi-
dental (una de las culturas hoy existente, la dominante y la que por su propia tendencia
intenta destruir todas las otras culturas, aun por su mercado global, en el que las mer-
cancías del capital trasnacional son igualmente portadores materiales de cultura espi-
ritual).
De esta manera, la cultura árabe-islámica, por ejemplo, deconstruye críticamente
su herencia, la estudia y valora por medio de una hermenéutica que es fruto de una
actitud metodológica de la Modernidad (en este caso desde Schleiermacher), logrando
entender mejor su pasado, evaluar sus aportes en la construcción de la Modernidad
hegemónica (que el europeo cree haber producido solo), y descubrir posibilidades
contemporáneas que son, al mismo tiempo, actualizadas (por los elementos escogidos
libremente desde la exterioridad de la propia cultura con respecto a la Modernidad),
fieles a la tradición más radical (en cuanto autoconciencia de una historia reconstruida
críticamente), y gestadora de alternativas que resisten el ataque, por una parte, de la
24
Marx hablaba del civilizing power of capital. Con respecto al sistema feudal y medieval europeo,
el capitalismo fue un gran paso delante de dicho continente y a favor de su población. Pero aunque haya
muchos valores positivos, no pueden dejar de verse efectos negativos cada vez más presentes en especial
cuando las instituciones de un tal sistema comienzan a no responder a las exigencias de la permanencia
y crecimiento de la vida de la humanidad. El discernimiento entre lo mejor de una cultura y lo peor no
puede hacerlo la misma cultura, sino aquellos que deben adoptar sus elementos en su propio desarrollo.
Toda la cuestión estriba en la libertad del sujeto comunitario que debe tener el Poder de usar un criterio
propio (no el de la cultura occidental) de discernimiento.
210 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
25
Véanse por ejemplo de Al-Yabri, 2001 y 2001b.
26
Véase Wakeman, 1973.
27
Véase entre otras obras Yang-ming, 1973.
MODERNIDAD, IMPERIOS EUROPEOS, COLONIALISMO Y CAPITALISMO 211
cultura futura pluriversa, por una vía que recorre un camino por fuera del proceso que
desarrolló la Modernidad.31
Todo esto abre un marco teórico a muchas tareas apremiantes. Por parte de los
gestores, creadores de las culturas Diferentes excluidas por la Modernidad, crear nue-
vos productos que cumplan con las condiciones indicadas (a] ser fieles a lo mejor de
la tradición propia, de donde se extraen criterios de una identidad procesual y nunca
sustantiva; b] saber adoptar de manera crítica y autónoma lo mejor de la Modernidad;
c] responder creativamente a la novedad de los desafíos contemporáneos). Por parte
del diálogo crítico necesario para compartir experiencias, será necesario todo un pro-
yecto de intercambio discursivo para llegar a consenso desde una simétrica participa-
ción de los afectados. Un diálogo intercultural Sur-Sur, Sur-Norte. Sin embargo, los
que emprendan ese diálogo deberán hablar en nombre, no sólo de sus propias culturas
en estado de «despertar», del estudio creador de sus tradiciones y de producción de
novedad trans-moderna, sino que lo deberán hacer desde las víctimas de sus propias
culturas. Es un último punto que debo clarificar.
Las culturas periféricas postcoloniales, como tales, tienen en parte un momento
explotado, extraído, robado, dominado; y otro aspecto despreciado, excluido, desvalo-
rizado. Se trata de negar por la descolonización lo de colonial que tengan las culturas
postcoloniales. Pero, no hay que olvidar, toda cultura inevitablemente tiene sus propias
víctimas; no es necesario pero es un efecto negativo de los errores siempre posibles
de decisiones falibles, no perfectas. Cuando los Ming deciden «cerrarse» al exterior
para «ordenar el interior de la China», al mismo tiempo habían sellado su suerte futu-
ra, y deberán sufrir el descalabro de la casi desaparición de la China en el siglo XIX.
Los efectos inmediatos no son perceptibles, pero son inevitables en el largo plazo.
El diálogo entre culturas no debe ser hegemonizado ni por los mandarines, ni por
los brahmines, ni por los jeques, ni por los magnates capitalistas que explotan a sus
respectivos pueblos, ni por las élites intelectuales de las respectivas culturas periféricas
postcoloniales. Deben ser la víctimas de las propias culturas (los campesinos chinos,
los «parias» de la India, los empobrecidos miembros de las tribus árabes e islámicas, los
esclavos africanos, los indígenas latinoamericanos, junto a los obreros asalariados, a
los «condenados de la tierra» de F. Fanon) la referencia que oriente, que ilumine este
tipo de diálogo. El diálogo de las élites oculta el proyecto futuro de un pluriverso o
sinfonía de Diferencias en consenso; sólo las víctimas, en su propio sufrimiento, como
31
Repito: la «falacia desarrollista» consiste en pretender obligar a ese proceso externo de las culturas
excluidas, ser simplemente una imitación del mismo proceso seguido históricamente por la Modernidad.
Todas las culturas periféricas y postcoloniales seguirán otro camino de desarrollo hacia el pluriverso
cultural futuro que la Europa moderna. Éstos son los temas que filosóficamente expusimos con extrema
precisión, ontológica, ética y política, desde el final de la década de los sesenta. del siglo pasado. En
inglés véanse mis obras ya citadas, en especial la síntesis expresada en la denominada Philosophy of
Liberation, que a partir de la práctica política, e inspirada un parte en los supuestos filosóficos de la
visión semita de la existencia (babilónica, fenicia, judía, judía, cristiana, árabe), quedó claramente expre-
sada en la fenomenología de E. Lévinas —cuya política tiene muchas limitaciones.
MODERNIDAD, IMPERIOS EUROPEOS, COLONIALISMO Y CAPITALISMO 213
S e trata en esta corta ponencia de proponer dos tesis desde una visión no habitual
en el tratamiento de las mismas. § 1) La crítica de la economía política en El ca-
pital de Marx se construyó teniendo en cuenta de una manera muy precisa (y en
mayor grado del comúnmente aceptado) el marco teórico de Hegel, en especial de su Lógi-
ca, § 2). Sin embargo, produjo una total reconstrucción del sistema de las categorías de He-
gel, introduciendo una categoría nueva imposible para Hegel: la de «fuente creativa de
valor», en el tema absolutamente esencial del «plusvalor» (en noviembre de 1857). La
irrupción constante del concepto del origen «desde la nada (ex nihilo; aus Nichts) del
capital» da a la reproducción del capital una fisonomía cualitativa muy especial.
a) El ser y el valor. En primer lugar, «la doctrina del Ser»,1 ya que desde el Ser todo
comienza: «El puro Ser es el comienzo».2 El Ser del capital es para Marx el «valor
(Wert)». Desde los Grundrisse3 puede verse cómo Marx pasó del dinero como «co-
mienzo (Anfang)» —contra Proudhon o Marimon— a colocar el valor como el «co-
mienzo» absoluto del discurso crítico. En El capital leemos: «La forma-valor [...] es
absolutamente sin contenido y simple»,4 como el Ser. El Ser es para Hegel «el funda-
1
Enzykl., § 84 ss. (Hegel, 1971, v. 8, pp. 181 ss.). Nos referiremos a la Enciclopedia de Hegel para
simplificar las referencias.
2
Ibid., p. 182.
3
Véase Dussel, 1985. Allí leemos: «El capital no es sino valor simple» (Grundrisse II, Marx, 1974,
p. 177).
4
Capital (1867) I, Preface (Marx, 1975, MEGA II, 5, p. 12); en alemán: «Die Wertform [...] ist sehr
inhaltslos und einfach». En la Gran Lógica Hegel escribe sobre el Ser: «[...] ganz Form ohne allen
Inhalt» (Hegel, 1971, v. 5, p. 6). El mismo Hegel habla igualmente de la simplicidad del Ser: «das Unmi-
ttelbare [...] einfach» (ibid., p. 79).
216 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
c) Cantidad y valor de uso. Para Hegel, la primera determinación del Ser es la «Cua-
lidad»: «El ente (Dasein) es el Ser (Sein) con una determinación, que como inmediata
y como determinación es la Cualidad».10 La cualidad determina el Ser como ente,
como algo, con algún contenido. Para Marx la primera determinación del Ser (valor)
es el valor de uso: «Toda cosa útil11 [...] debe ser considerada como [...] cualidad [...]
La utilidad de la cosa la hace tener valor de uso [...] El valor de uso es el contenido
material (stofflichen Inhalt) de la riqueza».12 La «cualidad» hegeliana es entonces el
«valor de uso» en la crítica económica de Marx.
5
Hegel, Enzykl., § 121 ss. (Hegel, 1971, v. 7, pp. 247 ss.).
6
Grundrisse II, p. 166.
7
Enzykl., §§ 89 ss.; p. 193 ss.
8
Capital (1872) I, 1, 4 (Marx, 1975, en MEGA II, 6 (1987), p. 92.
9
Véase Dussel, 1988, cap. 1, pp. 27 ss. Escribe Marx que la mercancía tiene «el carácter (Charakter),
el ente (Dasein) del valor de cambio» (Manusc. 61-63, 1; Marx, 1975, MEGA II, 3, 1, p. 15).
10
Enzykl., § 90; p. 195.
11
Aquí «Cosa» ya no es simplemente el «ente» (Dasein) sino desarrollado: Dasein — Existenz — Ding,
momento de la tercera parte de la Lógica, pero se haría muy largo explicar todos el desarrollo del tema.
12
Capital I, 1 (Marx, 1975, MEGA II, 6, p. 7).
13
Enzykl., § 99 ss.
14
Capital I, 1 (p. 70).
15
Ibid., p. 72.
LA «FUENTE CREADORA DE LA NADA» DEL PLUSVALOR EN MARX 217
16
Enzykl., § 107 ss. En la Gran Lógica no se ocupa del «grado» sino directamente de la «medida»
(véase Hegel, 1971, v. 5, pp. 387 ss.), y que es el texto que estudió con mayor atención Marx.
17
Enzykl., § 108; pp. 22-226.
18
Capital I, 3 (1872), p. 121.
19
Enzykl., § 84: «sus determinaciones posteriors (la forma dialéctica [die Form des Dialektischen])
es el pasaje (Uebergehen) en otra determinación» (p. 181).
20
Hemos estudiado esta «transformación» en todas nuestras obras (Dussel, 1985, pp. 137 ss.; 1988,
pp. 57 ss.; 1990, pp. 138 ss.).
21
En este sentido «el trabajo es la substancia del valor». Porque: «La substancia es la causa» (En-
zykl., § 153). Es todo el problema de la cusalidad real: la Cosas (Sache) puede causar efectos (en Marx:
el valor).
218 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
El valor es aquí el sujeto (Subjekt) del proceso, en el cual constantemente asume de nuevo
la forma de dinero y mercancía, y al mismo tiempo cambia de magnitud [...] El valor origi-
nal se valoriza a sí mismo (selbst verwertet).22
22
Capital I, 4, 1 (4); p. 172.
23
Enzykl., § 115; p. 236.
24
Enzykl., «La Esencia es Fundamento de la Existencia» (das Wesen als Grund der Existenz):
§§ 115 ss.
25
Capital I, sec. 3-5, cap. 5-16 (7-18); pp. 163 ss.
26
La «superficie» es el Mercado, el Mundo de la Apareicnia, los fenómenos, al Diferencia.
27
Lo «oculto» es el Fundamento, invisible, la Esencia, la Identidad.
28
Ibid., cap. 4, 3 (6); p. 191.
29
Enzykl., §§ 132 ss.; pp. 264 ss.
30
Capital II, cap. 18; Marx, 1956, MEW 24, p. 352.
LA «FUENTE CREADORA DE LA NADA» DEL PLUSVALOR EN MARX 219
Con lo dicho creo que es suficiente para probar la presencia masiva hegeliana, que
se presenta como el marco teórico abstracto tenido en cuenta en la elaboración de El
capital. Pasemos ahora al tema más novedoso.
Es sabido que Marx escribe que «me he tomado la libertad de adoptar hacia mi maes-
tro [Hegel] una actitud crítica, de desembarazar su dialéctica de su misticismo y ha-
cerle experimentar un cambio profundo».35 Veamos ahora en qué consiste la ruptura
de Marx con respecto a Hegel. Se trata de una transformación global de la lógica de
la Lógica de Hegel. Esta transformación se manifiesta en el ya indicado «sobre-pasar»
(Uebergehen) del Dinero al Capital. Es el pasaje de una determinación a otra determi-
nación del capital, pero es el pasaje abismal, propiamente marxista.
a) Desde el Ser como Fundamento a la Fuente Creativa del Ser. Tómese la siguiente
reflexión como una sospecha; como el posible origen de una hipótesis que «estaba en
el aire» berlinés en el momento que Marx vivía en la capital prusiana. En efecto, en
1841 Schelling dictó en la Universidad de Berlín unas famosas lecciones sobre Filo-
sofía de la Revelación. Había más de quinientos estudiantes (entre ellos Feuerbach,
Kierkegaard, Bakunin, Savigny, Burckhardt, A. von Humboldt, Engels y tantos otros).
Fue una ruptura generacional ante Hegel. De allí parten las obras críticas de Kierke-
gaard y en parte de Feuerbach, y a través de éste de Marx. El tema que Schelling ex-
puso se le apareció a Engels como extremadamente reaccionario —y el mismo Lukács
piensa que es el origen del irracionalismo del siglo XIX—. Sin embargo, Schelling
elaboró contra Hegel un tema muy simple y que hará historia:36 «Lo que es comienzo
31
Wirklichkeit puede ser traducido de otra manera, pero prefiero usar la palabra «realidad». «Este
proceso de realización (Verwirklichungsprozess) es el mismo tiempo proceso de des-realización (Entwi-
rklichungsprozess) del trabajo» (Grundrisse IV; p. 358).
32
Enzykl., § 142; p. 279.
33
Capital III, cap. 1; Marx, 1956, MEW 25, p. 33.
34
Véase Dussel, 1991, § 3.
35
Manuscript IV (A 65, 1867; véase Dussel, 1990, pp. 200-201) del segundo volumen de El capital
(Rubel, Apéndice I, Capital, Siglo XXI, México, 1987, v. II/5, p. 658, nota 20).
36
Véase el tema en «Del Hegel definitivo al viejo Schelling» (en Dussel, 1974, pp. 116 ss.).
220 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
37
Lección 1 (15 de noviembre de 1841), XII (Schelling, 1977, p. 161).
38
Ibid., IX, p. 156.
39
Ibid., XII, p. 172.
40
Véase el tema en mi obra ya citada, Dussel, 1974, pp. 116-128. En este sentido, igualmente, «Dios
(el real y creador) está más allá de la Idea absoluta» (Schelling, 1927, vol. 5, p. 744).
41
Schelling, 1927, v. 6, p. 398.
42
Ibid., p. 407. Schelling escribe que «la filosofía negativa nos dice en qué consiste ciertamente la
beatitud, pero no nos ayuda a conseguirla» (Einleitung in die Philosophie der Mythologie, II, lec. 24;
ibid., v. 5, p. 749, nota 4). ¿No nos parece escuchar la Tesis 11 de las Tesis sobre Feuerbach de Marx?
43
Véase Habermas, 1963, cap. 5, pp. 172 ss.
LA «FUENTE CREADORA DE LA NADA» DEL PLUSVALOR EN MARX 221
vivo» impago). Este modo de «poner» el valor de la mercancía sin estar fundado en
el capital es lo que Marx denomina técnicamente: «creación de valor» (Wertschoep-
fung). Marx comienza sistemáticamente su discurso, en el capítulo 1 sobre la «Trans-
formación del dinero en capital», de los Manuscritos del 61-63 e igualmente en los
Manuscritos del 63-65, que se transformará en el capítulo 2 de 1866, y en la sección 2,
capítulo 4, del 1872:
Nuestro amigo [...] es tan feliz de encontrar [...] una mercancía cuyo valor de uso posee la
peculiar propiedad de ser una Fuente (Quelle) de valor, cuyo actual consumo, entonces,
es [...] una creación de valor (Wertschoepfung).44
c) Negatividad de la pobreza. Sólo desde la positividad del trabajo vivo (que además
incluye la dignidad de la «corporalidad [Leiblichkeit]», «la personalidad viva [leben-
digen Persoenlichkeit]»49) puede ahora comprenderse el sentido de la primera «nega-
ción», como condición de posibilidad del capital:
El trabajo puesto como no-capital (Nicht-Kapital) en cuanto tal es: [...] No trabajo obje-
tivado, concebido negativamente [...] no material de trabajo, no instrumento de trabajo,
no materia prima [...] Este trabajo vivo (lebendige Arbeit) [...], esta denudez completa,
44
Capital I, 4 (6); (1872) p. 183.
45
Grundrisse II; Marx, 1974, p. 451.
46
Ibid., p. 194.
47
Véase Capital III, cap. 1; MEW 25, p. 48: «... Schoepfung aus Nichts...».
48
Ibid., p. 264.
49
Capital, p. cit.
222 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
la pura existencia subjetiva del trabajo. Trabajo como absoluta pobreza (absolute Ar-
mut): pobreza no como falta de, sino como exclusión total (voelliges Ausschlissen) de
la riqueza objetiva.50
Categorialmente, antes del capital, del «sistema» o totalidad (del «Ser» o del «Fun-
damento»), en la Exterioridad anterior, se encuentra ya el pauper ante festum,51 en su
absoluta negatividad: no tiene nada fuera de su propia viviente corporalidad personal,
su materialidad empírica (punto de partida y de llegada del «materialismo ético» de
Marx). La crítica parte entonces de la negatividad primera de la víctima: el futuro
creador de la riqueza nada tiene; o sólo tiene «una objetividad que consiste sólo en la
inmediata existencia (Dasein) de su individualidad misma»:52 es el pobre desnudo;53
es la «nada»54 o negatividad anterior, fruto del haber abandonado la «comunidad ru-
ral» e ingresado a la relación «social» urbana extraña.
d) La positividad creativa de la Fuente del plusvalor. El trabajo vivo, siendo por una
parte la «pobreza absoluta», es por otra la «Fuente creativa» de todo plusvalor:
50
Grundrisse II (Marx, 1974, p. 203).
51
Véase mi obra Dussel, 1985, pp. 137 ss., donde efectuamos un comentario preciso de todos estos
textos.
52
Grundrisse II, p. 203. Pareciéramos estar leyendo a Kierkegaard: «del individuo mismo (des Indi-
viduums selbst)».
53
Metáfora usada por Marx, por el Libro de los muertos de Egipto o posteriormente por Emmanuel
Lévinas. La corporalidad inmediatamente desnuda de la piel. Escribe Marx: «Uno, con un aire de impor-
tancia, sonríe, haciendo su negocio; el Otro, tímido y receloso, como el que lleva su pellejo al mercado,
en el que no puede esperar sino que lo esquilmen» (Capital, I, cap. 4 [1972]; Marx, 1975, MEGA II,
t. 6, pp. 191-192).
54
«La existencia abstracta del ser humano que trabajo que diariamente cae desde su nada (Nichts)
en la nada absoluta (absolute Nichts)» (Manusc. 44, II; Marx, 1956, MEW 1 EB, pp. 524-525). La prime-
ra «nada» es la del trabajador en la Exterioridad anterior al estar empleado, en la pobreza, el hambre, el
peligro de muerte si no es «comprado» por algún capital (el no asalariado es nada). La segunda «nada»
(la absoluta) es el efecto de la «subsunción» en el capital del ser humano como asalariado (negación
activa: alienación propiamente dicha).
55
Grundrisse II, p. 203.
LA «FUENTE CREADORA DE LA NADA» DEL PLUSVALOR EN MARX 223
El [capital] se relaciona al Fundamento (Grund) del plusvalor como el productor del plus-
valor. Se relaciona como el fundamento del plusvalor en el cual [capital] el valor está fun-
dado (Begruendetem) [...] El plusvalor ya no aparece como puesto de manera simple y en
relación directa con el trabajo vivo (lebendige Arbeit) [...] El [capital] se relaciona con el
plusvalor [...] como la Fuente (Quelle) de producción, se relaciona a sí mismo como pro-
ducto.56
56
Grundrisse VII; pp. 631-632.
57
En Economía Política se enunciaría así: a) Para la ontología hegeliana el capital tendría como
Fundamento al valor y la ganancia sería producida desde el Fundamento. Para Marx, en cambio, el capi-
tal tiene como Fundamento al valor, pero la ganancia no es producida desde el Fundamento; la ganancia
es la apariencia o la aparición superficial del plusvalor (su fundamento) creado por el trabajo vivo en el
nivel oculto del proceso productivo. El trabajo vivo es la Fuente creadora del plusvalor más allá del
Fundamento del capital.
58
El trabajo vivo (lebendige Arbeit) no es la «capacidad» o «fuerza de trabajo» (Arbeitsvermoegen
or Arbeitskraft). La «fuerza de trabajo» tiene valor (está entonces fundada en el capital y se reproduce
en el tiempo necesario = valor del salario); pero el «trabajo vivo» tiene dignidad, no valor; es la substan-
cia del valor (y por ello no puede tener valor) y la Fuente creativa del plusvalor: «El trabajo es la subs-
tancia y la medida inmanente del valor, pero él mismo no tiene ningún valor (keinen Wert)» (Capital I,
sec. VI, cap. 17; MEGA II, 6, p. 500).
15. La crítica de la religión en el pensamiento de Marx
(De la crítica de la religión a la crítica religiosa de la economía)
La crítica de la religión en Marx ha sido por demás tratada durante años. Sin embargo,
no concuerdo con lo que se ha interpretado en la cuestión y por ello vuelvo sobre el
asunto. En efecto, es sabido que el joven Marx critica la religión (y me refiero a la
manera como se efectúa esta crítica hasta el 1843). Se ha interpretado dicha crítica
como antirreligiosa y, desde un punto de vista cristiano, como anticristiana. Opino que
la cuestión es más compleja y deseo probarlo.
Marx critica, como los poshegelianos que escucharon las clases universitarias de
Schelling en 1841 en Berlín contra Hegel (estoy pensando especialmente en Feuerbach
o Kierkegaard), a la «Cristiandad», que no puede confundirse con el «cristianismo».
O, de otra manera, es una crítica del cristianismo «de Hegel», para quien la religión
era el fundamento del Estado, y el Estado prusiano (o inglés) era la manifestación de
Dios en la historia (una auténtica Teodicea). Veamos algunos textos.
Marx trata la cuestión de la religión de dominación, luterana, desde la tradición
crítica pietista, en la línea de Spener. En cuanto la «religión es el fundamento del Esta-
1
En mi obra Las metáforas teológicas de Marx (Dussel, 1993c), expongo este tema con mayor
detalle.
226 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
La confusión del principio político con el principio religioso-cristiano ha pasado a ser una
confesión oficial [...] Vosotros queréis un Estado cristiano [...] Queréis que la religión am-
pare a lo terrenal [...] Entendéis por religión el culto de vuestro poder absoluto y vuestra
sabiduría de gobierno [...].4
¿Acaso no ha sido el cristianismo el primero en separar la Iglesia del Estado? Leed la obra
de San Agustín De civitate Dei o estudiad a los demás Padres de la Iglesia y el espíritu del
cristianismo [...] volved y decidnos cuál es el Estado cristiano [...].5
¿O acaso, cuando decís que hay que dar al César lo del César y a Dios lo de Dios, no con-
sideráis como Rey y Príncipe de este mundo6 [...] al Mammón de oro.7 8
2
Expresión de Hegel en Vorlesungen über díe Philosophie der Religión I, C, III (Hegel, 1971,
t. XVI, pp. 236-237), que Marx cita en «El Editorial del n.º 179...» (Obras Fundamentales [= OF], 1982, I,
p. 224; MEW, 1, p. 90).
3
OF, I, pp. 155-156; MEW, I, pp. 10-11: «... die allgemeinen Grundsätze der Religion, auf ihr We-
sen... Erscheinung des Wesen...». Cfr. ibid. (OF, I, p. 168; MEW, 1, p. 23).
4
Ibid. (OF, I, pp. 156-157; CW, I, pp. 117-118; MEW, 1, pp. 11-12.)
5
Del artículo citado «El Editorial del n.º 179 de la Gaceta de Colonia», en OF, I, pp. 233-235; MEW,
1, pp. 100-103.
6
El «Príncipe de este mundo» (Juan 12, 31) es un tema siempre presente en las «metáforas» de
Marx. Es el «Señor del mundo» (véase mi obra Ética comunitaria, Paulinos, Madrid, 1986, cap. 2.10:
«El Príncipe de este mundo»).
7
Sólo en el Nuevo Testamento aparece el tema de Mammón (Lucas 16, 9, 11 y 13; Mateo 6, 24):
«No podéis servir a Dios y a Mammón». Mammón significa, el oro, el dinero.
8
OF, I, p. 233; MEW, 1, p. 42.
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 227
Junto al Moloch de la juventud aparece ahora otro nombre del ídolo: Mammón. Marx
adopta la posición de los profetas de Israel, explícitamente, ya que se compara como
periodista a ellos, presentándose como «polilla para Judea y larva de carcome para
Israel» —referencia al texto del profeta Oseas, 4, 12, cambiando Efraín por Judea y
Judea por Israel (pareciera que Marx cita de memoria y se equivoca):9
La provincia tiene el derecho de crearse [...] estos dioses, pero, una vez que los ha creado,
debe olvidar como el adorador de los fetiches, que se trata de dioses salidos de sus ma-
nos.10
La fantasía de los apetitos hace creer al adorador del fetiche que una cosa inanimada aban-
donará su carácter natural para acceder a sus apetitos.11
De los muchos textos que Marx debió conocer en la Biblia sobre este tema, no pu-
do dejar de inspirarse en el Salmo 115 (114), que profiere en defensa de Israel contra
los fetiches extranjeros:
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechos de la mano de los hombres, tiene boca y no
hablan, ojos y no ven, orejas y no oyen [...].12
El tema cobra todo su sentido en el magnífico artículo sobre «Debates sobre la ley
castigando los robos de leña», donde Marx plantea la «metáfora» de la leña o madera,
propiedad privada de los poderosos, a la que los campesinos son sacrificados:
Existe la posibilidad de que se maltrate a unos cuantos árboles jóvenes, y huelga decir que
los ídolos de madera triunfarán, ofreciéndose a ellos en sacrificio a los hombres (Mensche-
nopfer).13
A la gente le sirve de leña, toman para calentarse y también para cocer pan; pero él hace
un dios y lo adora, fabrica una imagen y se postra ante ella.
9
«Los debates de la VI Dieta renana» (OF, I, p, 184; MEW, 1, p. 40).
10
Ibid., (OF, I, p. 187; MEW, 1, p. 42).
11
Art. sobre «El Editorial...» (OF, I, p. 224; MEW, 1, p. 91).
12
Cfr. Isaías 40, 18-29; 44, 9-20; etcétera. En especial Éxodo 32, 31.
13
OF, I, p. 250; MEW, I, p. 111.
228 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
En el Cuaderno de Bonn, de 1842, vemos los apuntes sobre este tema, que se lo
había sugerido Charles Debrosses, en su obra Sobre el culto de los dioses fetiches (edi-
ción de Berlín, 1785),14 y Marx retendrá la palabra y el concepto «fetiche» —del por-
tugués fetiço: «hecho» de la mano del hombre— en su discurso teórico esencial poste-
rior, por adecuarse a dicho concepto de fetiche a un doble proceso: ser fruto del trabajo
del hombre, objetivación de su vida, y constitución de dicha objetivación como un
Poder autónomo extranjero, ajeno.
Pareciera que la Introducción a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, y
al menos la primera parte de La cuestión judía, las escribió Marx en Kreuznach antes
de trasladarse en exilio a París. Son obras presocialistas (precomunistas) y políticas,
todavía no económicas.15
En esta época presocialista «el comunismo es una abstracción dogmática [...] (y)
la religión y luego la política constituyen temas que atraen el principal interés de la
Alemania actual» —de la carta a Ruge, desde Kreuznach en septiembre de 1843.16
Los temas de la Introducción, quizá los más utilizados en la cuestión de la religión
posteriormente, siguen siendo políticos (menos la última página que correspondería
al período de París), pero anunciando ya el agotamiento de la crítica de la religión:
14
«Cuaderno de Bonn» (1842) (OF, I, p. 540; MEGA, IV, 1 [1976], pp. 320-333). Marx anota:
«Fetisch von den nach Senegal handelnden Europäern erdacht, nach dem portugiesischen Worte Fetisso,
d. h. eine bezauberte, göttliche Sache, von Fatum, fari. <Die Priester wehen den Fetisch>, S. 11» (MEGA
IV, 1, p. 320). Marx toma como ejemplos hechos de Yucatán, Cozumel y Copal; y allí anota Marx el
texto de Bartolomé de Las Casas sobre el oro como fetiche de los españoles en Cuba: «Die Wilden von
Cuba hielten das Gold für den Fetisch der Spanier» (MEGA, p. 322), de donde lo toma para su artículo
sobre el robo de la leña en 1842, del «oro como fetiche en Cuba» (cfr. OF, I, p. 283; MEW, 1, p. 147).
Pienso que Marx no sabía que se trataba de un texto de Bartolomé, que tuvo clara conciencia en pleno
siglo XVI de la idolatría de la Modernidad naciente. El texto se encuentra en la Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, «De la Isla de Cuba», en Obras escogidas, BAE, Madrid, 1958, t. V, p. 142.
Marx, en todo este «Cuaderno de Bonn», se ocupa de la religión comentando las obras de C. Meiners,
Crítica histórico general de las religiones, donde estudia diversos tipos de sacrificios a los dioses;
J. Marbeyrac, Tratado moral de los Padres de la Iglesia; C. Böttiger, Ideas sobre mitologías artísticas;
etcétera.
15
Véanse las obras Maduro, 1981, pp. 188 ss. y 1981b.
16
OF, I, p. 458; MEW, 1, pp. 344.
17
OF, I, pp. 491-492; MEW, 1, pp. 378-379.
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 229
El Estado que hace que el Evangelio se predique en la letra de la política, en otra letra que
la del Espíritu Santo, comete un sacrilegio (Sakrilegium), si no a los ojos de los hombres,
sí a los ojos de su propia religión.
18
Ibid., p. 497; p. 385. De su influencia feuerbachiana de esta época escribirá el «viejo» Marx, el
24 de abril de 1867: «el culto a Feuerbach produce en uno un defecto muy humorístico» (MEW, 21, p.
290). Marx sabía hacer autocrítica hasta con humor.
19
OF, I, p. 463; MEW, 1, p. 347.
20
Leyéndolo en un seminario que organizamos en 1991 en Berlín, el mismo Prof. Hauck mostró su
admiración por la precisión de Marx en plantear la cuestión.
21
K. Marx, «Sobre la cuestión judía», I (OF, I, p. 474; MEW 1, pp. 359-360). Este texto pertenece
todavía al período pre-socialista, en Alemania, de la crítica «política» y no aún «económica», del peque-
ño burgués crítico que era Marx.
230 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
pero, contra la interpretación estándar, se trata de una crítica religiosa que debe situár-
sela dentro de la más antigua tradición hebreo-cristiana, de la iglesia primitiva y la de
los Padres de la Iglesia. Sus pasos son los siguientes:
La misión de la historia consiste, según esto, en descubrir la verdad más acá (Diesseits), una
vez que se ha hecho desaparecer al más allá (Jenseits) de la verdad. Y, ante todo, la misión de
la filosofía, puesto al servicio de la historia, después de desenmascarar la forma de santidad de
la autoenajenación del hombre, está en desenmascarar la autoenajenación bajo sus formas pro-
fanas. La crítica del cielo se trueca, de este modo, en la crítica de la tierra, la crítica de la reli-
gión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política.23
Marx sitúa la crítica religiosa en el nivel profano, cotidiano. Hay que «pasar» del
plano reconocido de la «religión», como justificación del Estado (el de Hegel, «el
Estado cristiano», luterano, o «del puritanismo» posteriormente), al nivel secular, teni-
do por «profano». Pero en el nivel empírico, de la existencia cotidiana y profana, Marx
descubre un nuevo sentido «religioso», oculto a la vista de los creyentes alienados,
enajenados (cristianos, judíos,24 etc.). En efecto, al tomar la crítica «en su perfecto
22
Obsérvese esta expresión: «Predican como algo necesario la minoría de edad del hombre; es la
hipocresía la que pretexta la existencia de un Dios en cuya realidad no cree para creer en su [propia]
omnipotencia; el egoísmo, para el que la salvación privada está por encima de la salvación de la humani-
dad» («Sobre la libertad de prensa», en OF, I, p. 207; MEW, 1, p. 65).
23
«Introducción» a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (OF, I, p. 492; MEW, 1, p. 379).
24
De ahí hablar del antijudaismo (como del anticristianismo) de Marx, sería situarse —a la defensi-
va— desde una religión judía o cristiana alienadas y dominadoras, como veremos. Un judío o cristiano
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 231
Habiendo llegado Marx a París en octubre de 1843, toma contacto con la clase obrera
industrial; habiendo leído el artículo de Engels «Esbozo de una crítica de la economía
política»,25 se produce la ruptura a finales de 1843 o comienzo de 1844:
Intentemos romper (zu brechen) la formulación teológica del problema. Para nosotros, el
problema de la capacidad del judío para emanciparse es otro: es el problema del elemento
social específico que es necesario vencer.26
Marx efectúa un doble proceso. Por una parte deja la crítica de la religión y se lan-
za a la crítica de la economía. Es decir, pasa de una crítica teológica baueriana (obsér-
vese que para Marx el problema había sido teológico) contra la religión positiva en
favor de un Estado como expresión del hombre genérico según Feuerbach. Ahora lan-
za una crítica económica contra la religión práctico-fetichista en favor del proletaria-
do.27 Pero, al mismo tiempo, comienza también una crítica religiosa de la misma eco-
nomía recién descubierta:
críticos estará de acuerdo con Marx, si es que entiende bien su estrategia argumentativa (que no se com-
prendió siempre adecuadamente). Las profecías contra Israel de Isaías, Jeremías, Jesús de Nazaret, etcéte-
ra, serían anti-semitas (como anti-españolas las críticas de Bartolomé de Las Casas, etc.). Debemos dis-
tinguir entre las críticas «proféticas» contra el «pecado» de un pueblo, sintiéndose parte de dicho pueblo
(y Marx se «sentía» judío), y la crítica contra el pueblo como tal.
25
Engels, 1966, pp. 3 ss.; MEW, 1, pp. 499 ss.
26
La cuestión judía, II, (OF, I, p. 485; MEW, 1, p. 372).
27
El movimiento pietista de Wüttemberg, en la posición de un Spener por ejemplo, no podía confiar
en un Príncipe o Rey elegido por Dios, sino en un «Pueblo consagrado», que debía actuar para lograr el
«Reino de Dios en la tierra». La secularización de dicho principio histórico, bien podría ser el proletaria-
do. Véase Dickey, 1987, pp. 72-74.
232 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Ahora, como nueva etapa en la vida teórica de Marx, no es necesario abolir la reli-
gión para intentar una nueva fundamentación del Estado racional, ahora en cambio es
necesario descubrir la esencia del dinero desde una crítica religiosa: el dinero es dios,
es un fetiche.30 Y esto porque:
28
Como «crítica de la religión».
29
Ibid., (p. 485; p. 372). En el capítulo 4 de Dussel, 1993c, hemos tratado sistemáticamente las
cuestiones aquí sólo indicadas.
30
Pero, entonces, el dinero es una forma religiosa, fetichista. Estamos ya en una crítica religiosa de
la economía.
31
Hess, 1845, expresa muchas de estas ideas. «La vida es intercambio de vitalidad productiva» (p. 2).
Hess llama la atención sobre el «cuerpo (Körper) de todos los seres vivos (lebendigen Wesens)» (ibid.), como
el lugar orgánico del intercambio; pero como un «cuerpo social (socialen Körpern)» (p. 3). «Cada persona
individual se comporta aquí como conciente y como individuo práctico conciente en la ámbito del intercambio
de su vida social (gesellschaftlichen Lebens) [...] Ella se comporta con el cuerpo-social (Gesellschaftskörper)
como un miembro singular [...] Ellas mueren cuando se aislan unas de otras [...] Su vida real consiste sola-
mente en el intercambio mutuo de su vitalidad productiva, sólo en la mutua interacción, sólo en la conexión
con el Cuerpo social» (p. 3). Y todo esto como intercambio con la atmósfera y la tierra (una filosofía ecológica,
diríamos hoy), y como culminación geológica y vital evolutiva. «La persona ofrece en sacrificio con concien-
cia sus vida individual por la vida comunitaria, si se produce una contradicción entre ambas [...] El amor es
más poderoso que el egoísmo» (p. 9). Para Hess, por naturaleza, el individuo muere pero no la especie
(Gattungswesen de Feuerbach); mientras que, opina Hess, el cristianismo promete a cada individuo la vida
eterna. Y, en este sentido, «el Cristianismo [de dominación o fetichizado] es la teoría, la lógica del egoísmo»
(p. 10). De manera que ahora el individuo no es para la «especie» sino la «especie» para el individuo, y por
ello «debe crearse también un mundo práctico invertido (verkehrte Welt)» (p. 10). Y es aquí donde aparece
el dinero, como garantía del individuo ante la especie: «Lo que es Dios para la vida teórica, lo es el Dinero para
la vida práctica del mundo invertido» (p. 10). Y desde el punto 5, pp. 11 ss., Hess escribe unas páginas que
tendrán enorme influencia en el pensamiento de Marx, y que tienen igualmente gran pertinencia en el presente
—si tradujéramos a nuestra realidad lo que se decía en el siglo XIX.
32
Ibid., p. 487; p. 375.
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 233
Y, por ello, no se trata ya de la cuestión del Estado libre (del pequeño burgués radi-
cal de la primera parte de La cuestión judía), sino de la cuestión del saber articularse
a lo que realmente puede ser «la recuperación total de hombre [...]: el proletariado»
—en la página que ciertamente debió agregar al final de la Introducción a la crítica
de la Filosofía del Derecho de Hegel en París.33
Esta manera cuasi-teológica de tratar las cuestiones económicas era usual en la
comunidad intelectual judía. Veamos un texto de Moses Hess sobre el dinero:
El dinero debería ser [...] un tesoro para la humanidad. Si este tesoro objetivado correspon-
diera realmente a esto, cada persona tendría tanto valor cuanto dinero poseyera, y como to-
da Teología consecuente medía al hombre por su ortodoxia, así la Economía lo mediría se-
gún el peso de sus haberes en dinero. En los hechos, sin embargo, no se ocupa de ninguna
manera la Economía ni la Teología del hombre. La Economía Política es la ciencia de los
bienes terrestres, así como la Teología la ciencia de los bienes celestes. Pero los hombres
no son bienes. Los hombres no tienen ningún valor para los puros científicos economistas
o teólogos [...], para esas ciencias sagradas (heiligen Wissenschaften).34
[...] El capital muerto (tote) va siempre al mismo paso y es indiferente a la real actividad
individual [...] El obrero sufre en su existencia y el capitalismo en la ganancia de su
Mammón muerto (toten Mammons).35
El objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como
un Poder (Macht) independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se
ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosico (salchlich).37
33
Esta página, pensamos que fue agregada en París en 1844, comienza con la pregunta: «¿Dónde
reside pues la posibilidad positiva de la emancipación alemana?» (OF, I, p. 501-502; MEW, 1, p. 390).
Volveremos sobre esta «posibilidad positiva (positive)», fuente de la negación de la negación, la contra-
dicción total en la pobreza radical del proletario.
34
Hess, 1845, pp. 11-12.
35
Marx, 1968, p. 53; MEW, EB I, pp. 472. 473.
36
Ibid., p. 55; p. 474.
37
Ibid., p. 105; p. 511.
234 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
38
Ibid., p. 119; p. 522.
39
Ibid., p. 156; p. 546.
40
Véase Dussel, 1985.
41
Véanse mis tres obras: el comentario a la primera redacción de El capital (La producción teórica
de Marx. Un comentario a los Grundrisse, ya citada); a la segunda redacción: Hacia un Marx definitivo.
Un comentario de los Manuscritos del 61-63 (Dussel, 1988); y un comentario a la tercera y la cuarta
redacciones: El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana (Dussel, 1990). Allí hemos
expuesto muchas interpretaciones no usuales de la obra de Marx.
42
Citamos Marx, t. I/1, 1979, p. 106; y de Marx-Engels Werke (MEW), t. 23, p. 101. El texto de
Marx está citado en el latín de la Vulgata católica. Ya lo había copiado en los Grundrisse junto al texto
de Shakespeare sobre el «oro dorado» (Marx, 1980, p. 173; 1974, p. 148). El tema había sido relacionado
con el «dinero como moneda mundial». Cabe destacarse que Engels, años después, cuando en su obra
El libro del Apocalipsis (1883) se refiere al tema, y escribe: «Esta crisis es el gran combate final entre
Dios y el Anticristo, como lo han llamado otros. Los capítulos decisivos son el 13 y el 17» (Texto inclui-
do en la obra de Assmann, 1974, p. 326; MEW, 21, p. 11). Engels cita el mismo texto de Marx en El
Capital, y comenta algo antes: «El cristianismo, como todo gran movimiento revolucionario, fue estable-
cido por las masas» (ibid., p. 324; p. 10).
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 235
Como hemos dicho más arriba, en la obra de Marx hay entonces una estrategia argu-
mentativa, y que tal como nos sugiere St. Toulmin,43 le daremos la siguiente represen-
tación:
PMa Conclusión
PMe
Pruebas
Todo esto exigirá «pruebas» (y las hemos aportado a lo largo del libro Las metáfo-
ras teológicas de Marx), pero, a fin de comprender por ahora el argumento en un pri-
mer nivel, son necesarias ciertas definiciones. El «cristianismo» del cristiano de la
PMa (premisa mayor) es el realmente existente, el cotidiano, el luterano, y aun el pu-
ritano de la Europa en la época de Marx (o actualmente en el mundo capitalista euro-
peo, norteamericano y latinoamericano). El «capitalismo» es igualmente el realmente
existente, el comprendido cotidianamente por todos (libre cambista en la época de
Marx, y el actual a finales del siglo XX, que en cuanto relación esencial trabajo-capital
es abstracta o esencialmente el mismo).
La PMe exigirá mayores consideraciones. Si se acepta que el capital es el «Mo-
loch», el «fetiche», el «demonio visible», como desarrollo de la doctrina del Anti-
cristo del joaquinismo pietista,45 el cristiano se encontraría en una contradicción clara,
porque el ejercicio cotidiano de la praxis en el sistema capitalista involucraría ética-
mente una acción satánica, demoníaca. Si esto fuera así, el tal cristiano podría evadir
dicha contradicción de cuatro maneras: o 1) afirmando su cristianismo y renunciado
al ejercicio del capitalismo (que es lo que intentaba Marx); o 2) afirmando el capita-
lismo y renunciando al cristianismo (que acontecía y acontece con poca frecuencia);
o 3) inventando una religión fetichista, con el nombre de cristiana, modificada de tal
43
Toulmin, 1964.
44
Puede parecer malsonante, expresión de mal gusto o francamente falta de imaginación. O puede
parecer que ahora, desde la crisis del socialismo real, todo es posible. Desde hace mucho tiempo hemos
pensado que el tema valía la pena de ser tomado en serio. Por ejemplo, en 1970 escribimos, a manera de
artículo, el capítulo 6 del libro Las metáforas teológicas de Marx sobre «El ateísmo de los profetas de
Israel y de Marx».
45
Véase Dickey, 1987, pp. 52-78.
236 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
manera que no fuera contradictoria con el capital (y de allí la producción, por ejemplo,
del puritanismo holandés o inglés, de una actitud religiosa que el capital necesita para
su reproducción con «buena conciencia»);46 o, por último, 4) interpretando de tal ma-
nera al capital (y ésta es la función de la economía política capitalista de Smith, Ricar-
do, Malthus, y en nuestra época de un Friedrich Hayek, ocultando la no-eticidad esen-
cial del capital) a fin de que no aparezca como contradictorio al cristianismo.
Y bien, las posibilidades 1) y 2) no necesitan crítica alguna, porque solucionan la
contradicción objetivamente. En cambio, con respecto a la posibilidad 3), existente de
hecho, exigiría una crítica a la religión fetichista —cuestión que de hecho no desarro-
lló Marx íntegramente, pero de la cual nos ha dejado muchas sugerencias, y que fue
entendida por la tradición marxista y anti-marxista como la crítica a la religión sin
más—.47 Debo indicar que dicha crítica a la religión fetichista es perfectamente acep-
table para una conciencia cristiana auténtica, profética, de liberación. Marx hubiera
podido afirmar con Justino, lo que éste escribió en el siglo II contra los grupos hege-
mónicos del Imperio romano:
De ahí que se nos pongan también el nombre de ateos (átheoi). Si de esos supuestos dioses
[romanos] se trata, confesamos ser ateos (átheoi éinai).48
Con respecto a la posibilidad 4), Marx se extiende sobre ella en toda su obra por
metáforas, pero principalmente en El capital, impidiendo permitir escapar al cristiano
de la contradicción indicada arriba, al mostrar frecuentemente que el capital es plus-
valor acumulado, y como el plusvalor es objetivación de trabajo impago, no puede
ocultarse en una visión crítica la no-eticidad del capital. Pero, por otra parte, para de-
sarrollar su argumento, muestra también Marx que el capital intenta ocultar dicha
46
En nuestra época, no ya en la de Marx, tenemos ahora un buen ejemplo explícito católico, en la
obra de Novak, 1982, donde pretende mostrar la coherencia entre capitalismo y cristianismo, en cuestio-
nes como el «pecado» (pp. 82 ss.) o el «Mercado» (pp. 104 ss.).
47
Toda la crítica de la tradición reciente cristiana (católica y protestante) se endereza contra esta
crítica de Marx «contra la religión». No se advirtió (¿quizá por la legitimación explícita o implícita que
el cristianismo otorgó al capitalismo?) que se trataba de una crítica a una religión «fetichista» (de hecho
«anti-cristiana» en su sentido fuerte). La más clásica de estas obra fue la de Calvez, 1956, 1956, que abrió
toda una polémica sobre el «humanismo» del joven Marx. Aun la reciente obra de Kee, 1990, pp. 3-128,
cae en esta visión parcial. Por otra parte, es bueno indicarlo desde el comienzo, nuestra posición difiere
de la de nuestro colega (aunque trabajamos en el mismo Departamento de Filosofía de la Universidad
Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México) José Porfirio Miranda, que en su famosa y mundialmente
conocida obra Marx y la Biblia (Miranda, 1969), y posteriormente en El cristianismo de Marx (Miranda,
1978), se inclina a probar que Marx fue subjetivamente cristiano. No es ésta nuestra estrategia argumen-
tativa. Hemos demostrado en nuestra obra Las metáforas teológicas de Marx —y sobre todo en su obra
madura, a partir de los Grundrisse, y teniendo en cuenta la «lógica» filosófico-económica de El capital—
que Marx tiene y sostiene objetivamente un discurso cuasi-teológico implícito, negativo, «metafórico»,
pero no por ello menos pertinente.
48
Apologia I, 6 (Patrologia latina, Migne, t. VI, p. 336).
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 237
49
Ya Künzli, 1966, p. 587, nos dice: «Esto no es ya economía, sino demonología (Dämonologie)». O
Friedrich Delekat escribía en «Vom Wesen des Geldes. Theologische Analyse eines Grundbegriffes in Karl
Marx», en Marxismusstudien I (1954), p. 71: «Dämonisierung des Kapitals». Véase, Delekat, 1957. En
Demetz, 1969, expresa aún su opinión sobre esta demonología (en pp. 156 y especialmente en 417).
50
El símbolo (S), aunque con menor precisión analítica, tiene una extensión y significado metafórico
mayor que el puro concepto (C) unívoco ( S > C). En ese plus (x) del símbolo ( S = C + x) estriba justa-
mente su capacidad de sugestión, de apertura, de doble sentido, de producir una «referencia» semántica
connotativa más rica (aunque menos precisa).
238 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Valga, como ejemplo, el siguiente, que puede hacer sospechar al lector que la her-
menéutica de tales «metáforas» tiene frecuentemente muchas dificultades de interpre-
tación, y por ello pasó desapercibida la práctica cuasi-teológica de Marx. En los Grun-
drisse, hablando del dinero, Marx expresa:
[El dinero] de su figura de siervo (Knechtsgestalt) en la que se presenta como simple medio
de circulación, se vuelve de improviso soberano y dios del mundo de las mercancías.51
Puede verse cómo usa Marx el Nuevo Testamento, de manera muy sutil y versada.
Toma al dinero como la «inversión» de Cristo, como el Anti-cristo. Mientras Cristo
era de «figura divina» y se alienó asumiendo la «figura de siervo», el dinero (en mo-
vimiento contrario) siendo de «figura de siervo» se transforma en «dios» (el fetiche).
Cristo se humilló, bajó; el dinero sube, se diviniza. Se trata de una inversión. Esta
manera «metafórica» de usar temas bíblicos y teológicos, por parte de Marx, obliga
a una atenta lectura oblicua, que exigía una doble competencia: filosófico-económica
y teológica, que nunca se daba (ni entre los marxistas, ni entre los antimarxistas
prejuiciados a priori contra Marx). Sólo una lectura atenta, abierta, que descubra la
lógica del discurso filosófico-económico de Marx podía imaginar esta hipótesis
interpretativa.
Por ello, y deseamos dejarlo claro, no es lo mismo el carácter fetichista del capital
desde un discurso filosófico y económico-político, que el desarrollo de un discurso
«metafórico», simbólicamente con sentido implícito o cuasi-teológico. Se trataría de
una teología implícita, negativa, «metafóricamente» fragmentaria.
En el segundo siglo posterior a la muerte de Marx (desde el 1983), y después de
la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y del colapso del socialismo real
de la Europa del Este, los estudios sobre Marx deberán cobrar nueva fisonomía, como
51
Marx, 1974, p. 133, ed. española, 1971, p.156.
52
En la traducción de Lutero se usa «Gestalt» para traducir griego morfé (forma). Véase, por ejem-
plo, el Nuevo Testamento, Ed. Paul Pattloch, Aschaffenburg, 1963, pp. 260-261, donde se sigue usando
las mismas palabras alemanas. Es decir, Marx está usando «las mismas palabras», es decir, se está refi-
riendo explícitamente al texto paulino.
53
Lutero traduce ekénose por «entaüssen sich» (es decir, «se alienó a sí mismo») de donde los maes-
tros de teología de Tübingen enseñarán a Hegel la doctrina de la «alienación», de donde se inspirará
Marx para definir su propio concepto de «alienación», que tiene históricamente un origen cristológico.
54
En el Nuevo Testamento citado, p. 261.
LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN EN EL PENSAMIENTO DE MARX 239
El nihilismo como síntoma de ello, indica que los desheredados ya no tienen ningún con-
suelo, que destruyen para ser destruidos: que privados de la moral ya no tienen ninguna ra-
zón para entregarse, que están afincados en el terreno del principio opuesto y también
quieren Poder por su parte, forzando a los poderosos a ser sus verdugos.57
En efecto, Marx no dirá que «Dios ha muerto», muy por el contrario, el capital es un
«dios» bien vivo y que exige víctimas humanas. Y ante la gigantesca «deuda» («interés»
que se paga al «Norte») del «Sur», hoy pareciera más actual que nunca este texto anti-
nietzscheano —«dios» (el «fetiche») vive de la vida de los pobres del mundo:
La total cosificación, inversión y el absurdo [es] el capital como capital [...] que rinde inte-
rés compuesto, y aparece como un Moloch reclamando el mundo entero58 como víctima
ofrecida en sacrificio (Opfer) en sus altares.59
En este texto tenemos, de «cuerpo entero», al Marx que expresa una crítica religio-
sa «metafórica» de la economía capitalista, una «metáfora» cuasi-teológica, como
mejor se quiera. Y no es el Marx juvenil, es el Marx tardío, de la segunda redacción
de El capital.
55
El informe de la ONU sobre el Informe sobre el desarrollo humano 1992 (Human, 1992), indica
que el 20% más rico de la humanidad consume el 82% de los bienes producidos, mientras que el 20%
más pobre sólo consume el 1.4% (el 60% más pobre sólo consume el 5.6% de los bienes producidos).
56
Véase Fukuyama, 1989.
57
Nietzsche, 1981, p. 61. Es decir, para Nietzsche los pobres deben resignarse a la desaparición, a
la muerte; no hay esperanza que pueda alentarlos, y una tal Esperanza es «contra-natura». No es extraña
la moda nietzscheana, tanto en Estados Unidos como en Europa, y aun en América Latina.
58
Es interesante anotar que en este aspecto («el mundo entero») es hoy más pertinente que en el
siglo XIX, donde todavía el capitalismo no había llegado al horizonte mismo del «mundo» como totalidad.
59
Manuscritos del 61-63, cuaderno XV, folio 893 (Teorías sobre la plusvalía, FCE, México, 1980,
t. III, p. 406; MEGA II, 3, p. 1460).
16. Thomas Hobbes: el nuevo paradigma
del discurso de fundamentación de la política
1
Véase Popock, 1975, pp. 333 ss. También Walzer, 1965; Schmitt, 1995; Strauss, 1994, pp. 433-
459; Wolin, 2001, pp. 257-306.
2
Véase Hooker, 1977. Consúltese Strauss, 1994, pp. 387-397.
242 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cristianos. El ser humano es por naturaleza social.3 El poder político pertenece al pue-
blo y éste confía en el gobierno por consentimiento y contrato.4 Los tipos de gobierno
no son naturales y deben decidirlo los participantes, como una elección arbitraria.5 Las
cuestiones políticas de la Iglesia deben ser resueltas por el uso de la razón —no hay
revelación particular sobre el tema6—. Aunque la religión sea útil para la política, no
debe usársela como sugiere Maquiavelo con fines políticos —que será, como veremos,
la posición de Hobbes, aún mucho más radical que el italiano—. En las naciones don-
de los cristianos son minoría hay separación de Estado e Iglesia. Pero en las «Repúbli-
cas cristianas» son como una misma substancia por tener un mismo pueblo, pero de-
ben ser diferentes en funciones,7 tanto como la fe y la razón. Niega, con Wyclif o
Lutero, la autoridad del Papa. En la Iglesia como en el Estado la autoridad debe basar-
se en el consentimiento.8 En el Nuevo Testamento es desconocido el concepto de «Re-
pública cristiana», pero en el Antiguo, Israel era una nación civil y eclesiástica. Tenía
una visión restringida de la tolerancia, por la que los herejes y papistas católicos po-
dían vivir en un Estado anglicano, ya que las leyes humanas obligan sólo exteriormente,
pero no podían hacer pública su disidencia para mantener el orden estable y harmonioso
del Estado.9 Como podremos ver, las diferencias con Hobbes son mayores.
En efecto, en el año crucial de 1642, año de la muerte de Galileo Galilei, del naci-
miento de Isaac Newton, cinco después de la aparición del El discurso del método de
René Descartes en Amsterdam, aparece De Cive (Del ciudadano), la primera obra
política fundamental de Hobbes. Si el siglo XVI transcurrió creativamente al decons-
truirse toda la visión geopolítica del «antiguo sistema», en la primera parte del XVII
se formuló el nuevo modelo de la Modernidad. En ontología será Descartes el que
explicite la nueva fundamentación, en astronomía Galileo (siguiendo las hipótesis de
Kepler, Copérnico y los árabes), en física Newton. En política, fue Hobbes el primero
en formalizar el nuevo paradigma. Propuso un modelo solipsista, fundado en las pa-
siones más que en la razón —siguiendo el voluntarismo franciscano de Oxford y
Cambridge—, donde el poder procedía de la fuerza en «estado de naturaleza» en el
soberano, y no de la civilidad del súbdito, ya que éste permitía al rey el ejercicio del
poder, quedando el ciudadano inerme, gracias a un contrato fundado en el común inte-
rés de la pura sobrevivencia de todos, que daba legitimidad sobre nueva base al Esta-
do, a las instituciones civiles y a la acción política. Hobbes es el iniciador, en tanto
que formula claramente un tipo de problemática original, de una tradición moderna que
será tenida en cuenta durante los siglos posteriores. Existe una enorme diferencia con
Maquiavelo. Este último expone en El Príncipe un tratado sobre la estrategia pruden-
3
Op. cit., lib. I, x, 1.
4
Ibid., VIII, 5, 9.
5
Ibid., I, x, 5.
6
Ibid., III, ix, 1-2.
7
Ibid., VIII, i, 5.
8
Ibid., VIII, i, 8.
9
Ibid., VIII, vi, 5.
THOMAS HOBBES: EL NUEVO PARADIGMA DEL DISCURSO DE FUNDAMENTACIÓN DE LA POLÍTICA 243
cial, como astucia, de la acción política; Hobbes, en cambio, propone una nueva fun-
damentación ontológica de la política. Y, contra la opinión corriente actual, en vez de
pensar en la macro estructura estatal o política de manera secularizada, separando la
política de la religión, ocupa por el contrario la mitad de su obra cumbre del 1651, Le-
viatán o la materia, forma y poder de una República eclesiástica y civil —dentro de un
tratamiento tradicional en su época, como la de Hooker—, para mostrar también more
theologico (como puede verse en el uso continuo de la escritura cristiana) la convenien-
cia de un Estado que ejerza el poder sobre la Iglesia (en este caso la anglicana) dentro
del modelo de Cristiandad, inaugurado en Bizancio por Constantino (en el siglo IV), o
por Teodosio poco después y jurídicamente estructurado. Modelo practicado de «Cris-
tiandad» ya en el siglo XVI, sea como Cristiandades católicas en España,10 Portugal,
Francia o Italia en el siglo XVI, o ahora como Cristiandades anglicana (de Inglaterra) o
luterana (de la Prusia posterior a Lutero, de la Dinamarca de Kierkegaard, de los países
escandinavos). A Hobbes le preocupa el estado de debilidad del Estado, de la monarquía
inglesa, que dejaba un vacío de poder y favorecía el caos, la «lucha de todos contra to-
dos». Para poder fortalecer el Estado era necesario otorgarle la potestad de dirigir igual-
mente a la Iglesia —una mera secularización, como a veces sugieren los intérpretes,
hubiera significado perder un recurso estratégico del poder de extrema importancia:
Ahora bien, [...] lo que a continuación me propongo tratar [...] es la naturaleza y derechos
de un Estado cristiano [...].11
Para la comprensión del Poder eclesiástico, es decir, qué es y en quién reside, hemos de
distinguir dos partes en la época anterior a las Ascensión del Señor: una, antes de la con-
versión de los Reyes, y de los hombres provistos de poder civil soberano; la otra, después
de su conversión.12
La Iglesia primitiva, anterior a la Cristiandad, era crítica y por ello perseguida por
el Imperio. Pero una vez que hubo reyes cristianos, los primeros entre todos los arme-
nios y georgianos anteriores ciertamente a Constantino, se planteó el tema de la «justi-
ficación» cristiana del Estado, y el cristianismo pasó de un mesianismo crítico-
profético de la política a la fundamentación misma del Estado —como lo enunciaría
claramente Hegel—. Se planteó por primera vez la posibilidad de que la Iglesia domi-
nara al Estado (como posteriormente acontecerá en el Estado pontificio en Italia) o que
el Estado manejara en su provecho a la Iglesia (como indica el modelo de «Cristian-
dad»). Éste es el caso propuesto por Hobbes:
10
El «Patronato hispánico» o «lusitano» constituía políticamente la concesión romana al Estado
español o portugués de un efectivo poder sobre la Iglesia. Hobbes fundamentaba filosófica (teológica-
mente) dicho derecho del Estado sobre la Iglesia, en largos capítulos de la III y IV parte del Leviatán.
Véase Dussel, 1967, 1970, 1978 y 1983c.
11
Leviatán, parte III, cap. 32 (Hobbes, 1998, p. 305).
12
Ibid., cap. 42; p. 408.
244 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
En todos los Estados de los paganos, los soberanos tuvieron la denominación de pastores
del pueblo [...] Por esta razón los reyes cristianos siguen siendo los pastores supremos de
su pueblo [...] y, por consiguiente, todos los demás pastores son instituidos en virtud de la
autoridad de dicho soberano.13
Por consiguiente, nadie sino los reyes pueden poner entre sus títulos (como signo de sumi-
sión a Dios, solamente) Dei gratia Rex,14 etc. Los obispos deben proclamar al comienzo
de sus mandatos: Por la gracia de la Majestad real, Obispo de tal diócesis.15
13
Ibid., pp. 447-449,
14
«Rey por la gracia de Dios.»
15
Ibid., p. 450.
16
Es sabido que en 1642 el rey (en las Nineteen Propositions of Both Houses of Parliament) debió
aceptar dicha concepción mixta: «In essence, it asserts that the government of England is vested in three
estates, the king, the lords, and the commons, and that the health and the very survival of the system
depend upon maintenance of the balance between them» (Popock, 1975, p. 361). La corriente «mixta» se
inspira en Venecia. Hobbes está en contra de esta «distribución» del poder. Philip Hunton, en su A Treatise
of Monarchy de 1643, acepta que el gobierno de la república debe ser «mixto», como en el caso de Vene-
cia. En esta tradición se inscribirá John Locke. Toda esta separación y limitación del poder de los diver-
sos momentos de la estructura de la República intenta oponerse al mismo tiempo a la tiranía (de la mo-
narquía absoluta defendida por la naciente burguesía) y la «corrupción» de los cuerpos parlamentarios
(representantes de la «cámara de los comunes»), la enemiga de la libertad y la virtud —«corrupción» que
se ataca, no tanto por una ética (como en la tradición), sino por una equilibrada institucionalidad.
17
La filosofía política medieval se preguntaba, metódicamente: ¿Habría propiedad privada en el
Paraíso terrenal anterior al pecado original? Evidentemente no, porque un ser sin defecto no necesitaría
esta institución. Pero desde la existencia del pecado esta institución, un mal menor, se hace necesaria.
Ahora, analógicamente, se reemplaza «Paraíso terrenal» (situación anterior al orden concreto histórico,
empírico, objeto de la reflexión) por un hipotético «estado de naturaleza», que también dice relación a
un cierto «derecho» o «ley natural» anterior a la ley positiva dictada en un orden político empírico dado.
THOMAS HOBBES: EL NUEVO PARADIGMA DEL DISCURSO DE FUNDAMENTACIÓN DE LA POLÍTICA 245
[...] En el mero estado de naturaleza, antes20 que llegara el momento en que los hombres
establecieran entre sí pactos o convenios, era legal para cada hombre hacer lo que los vinie-
se en gana contra quien le pareciese oportuno [...] Y esto es lo que viene a significar el di-
cho común de que la naturaleza ha dado todo a todos. De lo cual podemos también dedu-
cir que en el estado de naturaleza el beneficio es la medida del derecho.21
Con todo ello es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder
común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina gue-
rra;25 una guerra tal que es la de todos contra todos26 [...] La naturaleza de la guerra con-
Hobbes inicia entonces una cierta «metodología» en la filosofía política que parte de niveles «contra-
fácticos» hipotéticos, que permiten pensar posibilidades. Es una «idea regulativa negativa». En la Edad
media se decía: «Sólo Dios tiene un conocimiento perfecto, intellectus archetypus diría Kant; la omnis-
ciencia». Esa premisa se seculariza cuando expresamos: «Un conocimiento perfecto es imposible»; por
lo que, en política, «todo conocimiento práctico que la decisión presupone, siendo imperfecto, finito,
empírico» tiene que tener estas u otras limitaciones (en primer lugar, la indecisibilidad o incertidumbre,
es decir, la imposibilidad de una certeza absoluta en las decisiones concretas). La filosofía política usa
continuamente estas mediaciones metodológicas y categoriales necesarias. Hobbes las usó creativamente.
18
La situación caótica inglesa del momento, era de alguna manera retratada en ese «estado de natu-
raleza», que se manejaba ambiguamente como «hipótesis», estado histórico originario, situación prototí-
pica aplicable a cualquier situación caótica o de lucha civil (como la vivida por Inglaterra). Pienso que
este «estado de naturaleza» es un recurso retórico de excelente capacidad en el proceso de validación de
una hipótesis. Es entonces un «recurso» argumentativo.
19
De Cive, Libertad, cap. 1, 4; Hobbes, 2000, p. 58.
20
Este «antes» nos remite al «antes del pecado original» del modelo teórico medieval, ahora secula-
rizado metódicamente.
21
Ibid., 10; pp. 61-62.
22
Leviatán, parte I, cap. 13; Hobbes, 1998, p. 100.
23
Ibid., cap. 14; p. 106.
24
Ibid.
25
Es decir, es un «estado de guerra».
246 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
siste no ya en la lucha actual, sino en la disposición manifiesta a ella durante todo el tiempo
en que no hay seguridad de lo contrario.27
26
En el De Cive, I, cap. 1, 12 (p. 63) escribe: «El estado natural de los seres humanos antes de que
entraran en sociedad fue un estado de guerra, no una guerra simple, sino una guerra de todos contra
todos».
27
Leviatán, I, cap. 13; p. 102.
28
Véase Hinkelammert, 1984, pp. 33 ss.
29
Ibid., pp. 182-228.
30
De Cive, cap. 1, 13; p. 63.
31
Antonio Vieira, como todo conservador, predicaba en el Brasil que los inocentes campesinos
bantúes estaban en el África como en el «infierno» (ya que se perderían por su paganismo), y pasaban
a una situación de «mal menor» en el Brasil cuando sufrían la esclavitud, a manera de un «purgatorio».
El «estado civil» de Hobbes era como un «purgatorio», una mejor situación que el «infierno» de las
luchas caóticas y revolucionarias de la Inglaterra de su época (vistas desde su interpretación conservadora
como el mal mayor, y no como «dolores de parto» del pasaje de la monarquía, el mal mayor, hacia una
situación mejor, la república con un gobierno parlamentario).
THOMAS HOBBES: EL NUEVO PARADIGMA DEL DISCURSO DE FUNDAMENTACIÓN DE LA POLÍTICA 247
puede ser atraída por otros móviles o chocar o sufrir repulsión por otros.32 Una especie
de «física» atomística de cuerpos móviles en el espacio vacío —que ciertamente hace
referencia a Galileo, Newton y otros astrónomos o físicos de su época— que se aplica
ahora al discurso político. Como los cuerpos en movimiento cada individuo goza de
una extrema libertad primigenia:
32
Aquí se deja ver el neoestoicismo que será tradicional posteriormente, cuando se escribe que «los
griegos tienen palabras para expresar las mismas ideas, hormè y aphormè» (ibid., cap. 6; p. 41). Este
capítulo es resumidamente un tratadito de los sentimientos o pasiones humanas, tan usado por los utilita-
ristas.
33
Como el móvil en movimiento que, cuando tiene ausencia de resistencia, sigue en movimiento;
pero que, cuando hay resistencia, reduce su velocidad.
34
Leviatán I, cap. 14 (Hobbes, 1998, p. 106). Esto supone que «el derecho de naturaleza, lo que los
escritores llaman comúnmente jus naturale, es la libertad que cada ser humano tiene de usar su propio
poder como quiera, para la conservación de la propia naturaleza, es decir, de su propia vida» (ibid.).
Véase Wolin, 2001, pp. 266 ss.
35
«Las facultades de la naturaleza humana pueden reducirse a cuatro especies: fuerza corporal,
experiencia, razón, pasión» (De Cive, I, cap. 1; p. 53).
36
Ibid., cap. 4; p. 22.
248 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Cada ser humano debe esforzarse por la paz [...] De esta ley fundamental de naturaleza [...]
se deriva esta segunda ley: que uno acceda, si los demás consienten también, y mientras
se considere necesario para la paz y defensa de sí mismo, a renunciar al [...] derecho a to-
das las cosas [...] Renunciar un derecho a cierta cosa es despojarse a sí mismo de la liber-
tad de impedir a otro el beneficio del propio derecho a la cosa en cuestión.37
Se abandona un derecho [...] por transferencia cuando desea que el beneficio recaiga en
una o varias personas determinadas. Cuando una persona ha abandonado o transferido su
derecho [...] se dice que está obligado o ligado a no impedir el beneficio resultante a aquel
a quien se concede o abandona el derecho.38
37
Ibid., cap. 14; p. 106. Lo mismo se lee en el De Cive, I, cap. 2, 2.3; Hobbes, 2000, p. 68.
38
Ibid., p. 108.
39
Ibid.
40
Para Foucault el «poder» se juega en un campo de fuerzas, en el que ninguna tienen una hegemo-
nía absoluta, aunque si relativa, pero coadyuvada por todas las otras. No hay inmovilización de todas las
fuerzas ajenas para que una sola fuerza ejerza todo su «poder». Es algo entonces más complejo.
THOMAS HOBBES: EL NUEVO PARADIGMA DEL DISCURSO DE FUNDAMENTACIÓN DE LA POLÍTICA 249
[Es] una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí,
ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y
medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y la defensa común. El ti-
tular de esta persona se denomina soberano, y se dice que tiene poder soberano; cada uno
de los que le rodean es súbdito suyo.41
Cuando esto acontece voluntariamente, «en este [...] caso puede hablarse de Estado
político, o Estado por institución».42 Y «de esta institución de un Estado derivan todos
los derechos y facultades de aquel o de aquellos a quienes se confiere el poder sobera-
no por el consentimiento del pueblo reunido».43
El soberano tiene entonces la suma de todos los derechos y la libertad plena.
Hobbes, como conservador decidido y opinando políticamente que la única garantía
de la paz en Inglaterra era la monarquía (contra todo «parlamentarismo»), da al rey,
al soberano, nada menos que los siguientes derechos:
El poder acuñar la moneda; de disponer del patrimonio y de las personas de los infantes he-
rederos; de tener opción de compra en los mercados, y todas las demás prerrogativas esta-
tutarias, pueden ser transferidas por el soberano, y quedar, no obstante, retenido el poder
de proteger a sus súbditos [...] Si el soberano transfiere la militia, será en vano que retenga
la capacidad de juzgar [...]; o si cede el gobierno de las doctrinas, los hombres se rebelarán
contra el temor de los espíritus [...] Un reino intrínsecamente dividido no puede subsistir.44
Como vemos, Hobbes da todos los poderes a la monarquía, incluyendo el poder le-
gislativo, judicial y ejecutivo, indivisamente. Es una «Voluntad de Poder» absoluta,
un «Yo puedo» (sujeto constituyente del campo político) —correlativo al «Yo pienso»
cartesiano (del campo ontológico), o al «Yo produzco» (por el trabajo e intercambio
mi producto en el campo económico)—. El «Yo, el Rey» (firma de todas las «Reales
cédulas» de los reyes hispánicos) se ha generalizado a toda Europa.
Por otra parte, para Hobbes, y en quinto lugar, una vez que se ha restringido a sí mis-
mo voluntariamente el individuo en el ejercicio del propio derecho natural para aparecer
como un ciudadano o súbdito, todos los derechos le son irrecuperables, el ciudadano
41
Leviatán, I, cap. 17; p. 141. En De Cive, I, cap. 5.11; p. 119.
42
Ibid.
43
Ibid., cap. 18; p. 142.
44
Ibid.; p. 148. Hobbes enuncia en doce apartados (cap. 18; pp. 142-148) la lista completa de dere-
chos del soberano. Además de los indicados, tiene el derecho de «representar la persona de todos», de
ser obedecido por el súbdito aunque disienta, de que se acepte que todo acto del soberano nunca es in-
justo, que nunca pueda ser muerto por rebelión (contra el tiranicidio), que sea juez de toda causa, que
dicte todas las leyes incluyendo la institución de la propiedad (que el soberano concede, pero que se
guarda el derecho de redistribuirla), el derecho a la judicatura, el declarar la guerra y la paz, elegir los
consejeros, ministros, magistrados y funcionarios, recompensar con honores los méritos. Como puede
observarse el emperador chino tenía menos derechos que el rey hobbesiano, verdadero ejemplo de «des-
potismo occidental».
250 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
queda sin derechos.45 En el «Estado por adquisición», en donde se encuentran las colo-
nias, se ejerce además un «poder despótico»,46 donde la situación del súbdito es aún más
precaria. De todas maneras, la libertad del súbdito se encuentra encuadrada fixistamente
por la necesidad de lo que el soberano, el rey, dispone.47 «La libertad del súbdito radi-
ca, por tanto, solamente, en aquellas cosas que en la regulación de sus acciones ha pre-
determinado el soberano».48 Es entonces una política legalista donde la «libertad del
soberano» es la única libertad absoluta, aunque con una única restricción:
Si el soberano ordena a un hombre que se mate, hiera o mutile a sí mismo, o que no resiste
a quienes le ataquen, o que se abstenga del uso de alimentos, del aire, de la medicina o de
cualquier otra cosa sin la cual no puede vivir, ese hombre tiene libertad para desobedecer.49
Habiendo expuesto por primera vez el origen del Estado dentro de una concepción
solipsista del sujeto, gracias al surgimiento de la experiencia del individuo como actor
principal de la política, desde el paradigma de la conciencia, desde las pasiones que
movilizan el campo político, Hobbes pasa al nivel B (de nuestra «arquitectónica»)
describiendo las instituciones fundamentales del Estado. Todo se deduce del Poder
absoluto del soberano, como en Bodin. Los «ministros públicos»,50 del «Consejo»,51
etc. Expone su posición sobre «las leyes civiles»,52 para concluir sobre las causas que
45
Es como el «sin derecho» (Rechtsloss) de Hegel de los Estados dependientes del «Estado Absolu-
to» que es el Portador del Espíritu del Mundo en ese momento de la historia universal.
46
Ibid., cap. 20; pp. 162 ss. «El dominio adquirido por conquista o victoria en una guerra, es el que
algunos escritos llaman despótico, de despótes [en griego], que significa señor o dueño, y es el dominio
del dueño sobre su criado» (ibid, p. 165). Aquí Hobbes repite una vez más la «dialéctica del señor y el
esclavo», ya expuesta el siglo anterior por Bartolomé de Las Casas, como hemos visto.
47
Es interesante anotar que se opone a Duns Scoto (Duns, el escocés) cuando dice: «Las acciones
que voluntariamente realizan los hombres [... teniendo a] Dios, la primera de todas las causas, proceden
de la necesidad [...] La libertad del hombre, al hacer lo que quiere, va acompañada por la necesidad de
hacer lo que Dios quiere» (ibid., cap. 21; p. 172). Duns Scoto difiere de Hobbes, porque piensa que Dios
opera libremente, contingentemente (no por necesidad), e igualmente el ser humano obra libremente,
contingentemente, y la Providencia divina no es un proceder de necesidad sino de contingencia. Hobbes
es ontológica y políticamente más conservador que Duns Scoto, ciertamente.
48
Ibid., p. 173.
49
Ibid., p. 177.
50
Ibid., cap. 23; pp. 197 ss.
51
Ibid., cap. 25; pp. 209 ss.
52
Ibid., cap. 26; pp. 217 ss. Aquí critica clara y duramente el parlamentarismo. Léase el texto si-
guiente: «El uso de las leyes [...] no se hace para obligar al pueblo, limitando sus acciones voluntarias,
sino para dirigirle y llevarlo a ciertos movimientos que no les hagan chocar con los demás, por razón de
sus propios deseos impetuosos, su precipitación o su indiscreción; del mismo modo que los cercos se
alzan no para detener al viajero, sino para mantenerlo en el camino» (ibid., cap. 30; p. 30). Puede obser-
varse el paternalismo ante el pueblo de un Hobbes conservador. Por otra parte, se asemeja a Maquiavelo
en aquello de conducir a la fortuna por los cauces seguros de la virtù.
THOMAS HOBBES: EL NUEVO PARADIGMA DEL DISCURSO DE FUNDAMENTACIÓN DE LA POLÍTICA 251
Las enfermedades de un Estado, procedentes del veneno de las doctrinas sediciosas, una
de las cuales afirma que cada hombre en particular es juez de las buenas y de las malas
acciones [...] Otra doctrina repugnante [...] es que cualquiera cosa que un hombre hace
contra su conciencia es un pecado [...] Una cuarta opinión repugnante a la naturaleza de
un Estado es que quien tiene el poder soberano esté sujeto a las leyes civiles [...] En cuanto
a la rebelión, en particular contra la monarquía, una de las causas más frecuentes de ello
es la lectura de los libros políticos y de historia [...] Así, en cuanto una monarquía ha sido
mordida en lo vivo por esos escritores democráticos que continuamente ladran contra tal
régimen, no hace falta otra cosa sino un monarca fuerte, a quien, sin embargo, aborrecen
cuando lo tienen, por una cierta tiranofobia o terror de ser fuertemente gobernados.54
Cabe indicarse un capítulo importante, a nuestros fines, sobre «la nutrición» de los
habitantes de un Estado,55 porque «la nutrición de un Estado consiste en la abundancia
y distribución de materiales que conducen a la vida»,56 y el soberano ha de ocuparse
de este aspecto de manera privilegiada. Con respecto a los medios de reproducción de
la vida se hace necesaria «la institución de la propiedad [que por ello] es un efecto del
Estado».57 Para Hobbes, entonces y como para los Padres de la Iglesia, la propiedad
no es de derecho natural sino positivo (de jus gentium para otros) y en relación con el
Estado. Por ello, el soberano (que no pierde su derecho natural sobre la tierra) puede
redistribuirla en casos de necesidad (como en la guerra, por ejemplo). Hablando de
estos temas Hobbes, además, se sitúa en el «sistema-mundo» que han abierto los paí-
ses hispánicos desde hacia más de siglo y medio, desde un horizonte mercantilista
ingenuo que Marx habrá de criticar:
Y así como la plata y el oro tienen su valor derivado de la materia misma [sic], poseen en
primer lugar el privilegio de que el valor de esas materias no puede ser alterado por el po-
der de uno ni de unos pocos Estados, ya que es una medida común de los bienes en todos
los países.58
53
Ibid., cap. 29; pp. 263 ss.
54
Ibid., p. 269. Es notable que Carl Schmitt, que tiene un interesante opúsculo sobre Hobbes
(Schmitt, 1995), no se refiera a estos textos verdaderamente aterradores de Hobbes.
55
Ibid., cap. 24; pp. 202 ss.
56
Ibid., p. 202.
57
Ibid., p. 203. «Por ello podemos inferir que la propiedad que un súbdito tiene en sus tierras con-
siste en un derecho a excluir a todos los demás súbditos del uso de las mismas, pero no a excluir a su
soberano» (p. 204).
58
Ibid., p. 207.
252 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
En virtud de la diferencia que existe entre las dos especies de palabra divina, la racional
y la profética, puede atribuirse a Dios un doble reino, natural y profético: natural en que
gobierna a aquellos seres del género humano que reconocen su providencia, por los dicta-
dos de la razón auténtica; profético en cuanto que habiendo elegido como súbditos a los
habitantes de una nación peculiar (los judíos) los gobernó [...] por leyes positivas que le
fue comunicando por boca de sus santos profetas.61
Inglaterra prolonga las promesas de Israel. Hobbes entonces expone una política
del «reino natural de Dios», no es positiva o teológica, sino racional; es sacra pero no
sagrada; es divina pero no religiosa; es el ejercicio de «la soberanía de Dios como
exclusivamente basado en la naturaleza».62 El Estado investido de la soberanía de Dios
es objeto de la veneración pública, mientras que la religiosa es sólo privada. El Esta-
do, por su parte, venera a Dios de manera pública. Pero Hobbes, como hemos visto,
pretende hablar todavía de un «Estado cristiano»,63 y aquí el discurso hobbesiano pasa
a la positividad del discurso teológico explícito, ya que toma las escrituras cristianas
para probar sus conclusiones ante un pueblo cristiano. Estamos en un «régimen de
Cristiandad» moderno, anglicano, ya aquí la ambigüedad se torna inevitable. Hobbes
ha caído en toda las incertidumbres de una «Teología política», que atravesará toda la
Modernidad hasta el presente.
59
Ibid., p. 208.
60
Ibid., cap. 31; pp. 292.
61
Ibid., pp. 293-294.
62
Ibid., p. 295.
63
Toda la segunda parte del Leviatán (parte III; pp. 305 ss.).
THOMAS HOBBES: EL NUEVO PARADIGMA DEL DISCURSO DE FUNDAMENTACIÓN DE LA POLÍTICA 253
64
Véanse las citas en lo expuesto en el volumen histórico de mi Política de la Liberación (Trotta,
Madrid, 2007).
65
Véase en [113-115].
66
Que «cooperó con su parte para castrar un Leviatán lleno de fuerza vital (lebenskraeftigen)»
(op. cit., 6, p. 110; p. 134). Schmitt está con Hobbes en lo de un Estado «fuerte». Escribe, «el pueblo
inglés se decidió contra esta forma de Estado» (ibid., 7, p. 119; p. 145).
254 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
el soberano debe hacer del nivel religioso.67 Reafirma decididamente que «un derecho
de resistencia como derecho colocado en el mismo plano de un derecho estatal es,
desde cualquier punto de vista,68 tanto fáctico como legal, un contrasentido y un ab-
surdo».69
67
Schmitt, 1995, 1, pp. 21-23 (trad. cast., 1997, pp. 50-51). Puede verse la interpretación de Schmitt
sobre la cuestión religiosa (mostrando desde el comienzo que en la propia tapa del libro, el gran Leviatán
con la espada [el poder civil] y el báculo [el poder eclesiástico], representa a la izquierda la fuerza, el
cañon, las leyes de la ciudad política, y a la derecha la Iglesia, los ornamentos sagrados, los concilios).
Estamos lejos de la tan explicada secularización (p. ej. Wolin, 2001, pp. 257 ss.).
68
El caso de los «nuevos» derechos no considerados en la Constitución son casos que Hobbes o
Schmitt no podrán nunca explicar.
69
Op. cit., 4; p. 71; p. 95.
17. «Lo político» en Lévinas
(Hacia una filosofía política «crítica»)
Aux antipodes du sujet vivant dans le temps infini de la fécondité, se situe l’être isolé et
héroïque que produit l’Etat par ses viriles vertus. Il aborde la mort par pur courage et quelle
que soit la cause pour laquelle il meurt.2
De una manera casi irónica, Lévinas se refiere a las «virtudes» políticas del héroe
nazi (y de otros patriotismos fundamentalistas). Con respecto a esta política así enten-
dida se define la posición de la ética:
1
Véase de Rosenzweig, 1920; Gibbs, 1992, pp. 129 ss.; y Cohen, 1994.
2
Lévinas, 1968, p. 284.
256 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
La visión y la certeza son del dominio de la Totalidad ontológica, bajo el Poder del
Estado. La ética es la «anterioridad» o el «más allá» de la Totalidad del ser:
Ainsi une existence politique et technique assure à la volonté, sa verité, la rend comme on
dit aujourd’hui objective, sans déboucher sur la bonté, sans la vider de son poids égoiste.4
L’art de prévoir et de gagner par tous les moyens la guerre —la politique— s’impose, dès
lors, comme l’exercice même de la raison. La politique s’oppose à la morale, comme la
philosophie à la naïvité.5
La face de l’être qui se montre dans la guerre, se fixe dans le concept de totalité qui domine
la philosophie occidentale [... Les philosophes] fondent la morale sur la politique.8
La política sería la acción estratégica por la que los miembros de una comunidad,
todos considerados como parte, son afirmados como funcionales, como «lo Mismo»,
3
Ibid., p. 281.
4
Ibid., p. 219.
5
Ibid., p. ix.
6
Ibid.
7
Para Locke había tres «estados»: el estado de naturaleza, el estado civil (y en esto consiste lo políti-
co) y el «estado de guerra» que suspende el estado político y sitúa al «civilizado» en relación «despótica»
ante el esclavo, el indio, el bárbaro colonial o el enemigo intra-europeo: el «fuera» del orden de la políti-
ca. Lévinas, en cierta manera, unifica el estado natural, civil y el estado de guerra, y los articula de mane-
ra «permanente».
8
Ibid., p. x.
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 257
[...] l’être, la totalité, l’Etat, la politique, les techniques, le travail, son à tout moment sur
le point d’avoir leur centre de gravitation en eux-même, de peser pour leur compte.10
Entre el que es responsable por el Otro y el Otro, Lévinas describe la irrupción «del
Tercero»:
Le tiers est autre que le prochain, mais aussi un autre prochain, mais aussi un prochain de
l’Autre et no pas simplement son semblable.11
La justice, la société, l’Etat et ses institutions —les échanges et le travail compris à partir
de la proximité— cela signifie que rien ne se soustrait au contrôle de la responsabilité de
l’un pour l’autre.13
Elle est relation avec un surplus toujours extérieur à la totalité [...] Cet au-delà de la
totalité et de l’experience objective, ne se décrit pas cependant d’une façon purement
negative. Il se reflète à l’intérieur de la totalité et de l’historie, à l’intérieur de l’experience
[...] La vision eschatologique rompt la totalité des guerres et des empires où l’on ne parle
pas.15
Cuando leí por primera vez el libro de Lévinas Totalidad e infinito se produjo en mi espí-
ritu como un subversivo desquiciamiento de todo lo hasta entonces aprendido.18
Pero lo que meta-físicamente me iba alejando de Lévinas es algo más grave. El gran filóso-
fo de Nanterre describe magistralmente [...] la posición del cara-a-cara, la relación irres-
pectiva del rostro ante el rostro del Otro, sin embargo no logra terminar su discurso [...] El
Otro interpela, provoca, clama... pero nada se dice, no sólo de las condiciones empíricas
(sociales, económicas concretas) del saber oír la voz del Otro, sino sobre todo del saber
responder por medio de una praxis liberadora [...] Lévinas muestra genialmente la trampa
16
Franz Rosenzweig escribe: «La revelación se introduce como una cuña en el mundo; el esto lucha
contra el esto. De ahí que la resistencia de los profetas a su misión [...] resulte inconfundible como com-
bates morales. [...]; es su totalidad, su secreta voluntad de sistema, la que se defiende contra la irrupción
de la palabra ordenante» (El nuevo pensamiento, Visor, Madrid, 1989, pp. 35-36).
17
Todas mis obras (desde el capítulo 3 de mi Para una ética de la liberación latinoamericana,
Dussel, 1973, parágrafos 16 ss.; vol. 1, pp. 118 ss.) se refieren a este tema originario (desde 1970 hasta
hoy, 2002). La Alteridad del Otro abre el mundo (la Totalidad) a su Exterioridad. Véase Dussel, 1977.
Mi posición ha sido comentada (p. ej. Barber, 1998, pp. 18 ss.: «Dussel’s [...] Integration of Lévinas’s
Thought»; and pp. 50 ss.: «Overcoming Lévinas»), y también criticada o aclarada (p. ej. Habbel, 1994,
pp. 163 ss.: «Politische Ethik als Erste Philosophie: E. Dussel».
18
Texto preliminar escrito en 1973 y publicado en Dussel-Guillot, 1975, p. 7.
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 259
violenta que significa la política que se totaliza y niega al Otro como otro, es decir, filosofa
como una anti-política de la Totalidad, pero nada nos dice sobre una política de liberación
[...] El pobre pro-voca, pero al fin es para siempre pobre, miserable [...].19
Cuando Lévinas intenta internarse en ese ámbito positivo de la política, tienen algunas
dificultades que deseamos comenzar a indicar. Tomemos un ejemplo entre otros. Así
el cristianismo se le aparece a Lévinas como una atrevida y ambigua participación
«positiva» en la política, y por ello habría pagado un alto precio. En efecto, parecie-
ra bosquejarse una «política» más allá de la política cuando Lévinas comienza por
escribir:
Deberían aclararse algunos aspectos en esta formulación. Se puede afirmar que los
dos órdenes son distintos, pero es poco claro decir que «no se tocan», que «no se con-
frontan» (sans se contester), y que «no suscitan conflictos». ¿Y si por el contrario se
tocaran, se confrontaran y crearan conflictos permanentes, inevitables y con un pro-
fundo sentido político?
19
Ibid., pp. 8-9.
20
Escribía hace treinta años: «El cara-a-cara originario, como bien lo entendió Lévinas contra la
fenomenología todavía intuicionista, es la del éros, de un varón ante una mujer. Pero ya aquí la mujer
se descripta como pasividad, como la interioridad de la casa, como el recogimiento del hogar. Es decir,
su descripción aliena la mujer en una cierta visión todavía machista de la existencia... [...] Queda mal
planteada la cuestión de la educación del hijo [...] Queda igualmente sin plantearse la cuestión del herma-
no, es decir, el problema político. Lévinas describe en definitiva una experiencia primera: el cara-a-cara,
pero sin medicaciones» (ibid., p. 8).
21
«L’État de Cesar et l’État de David», en Lévinas, 1982, p. 209.
260 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Le Messie instaure une société juste et délivre l’humanité après avoir delivré Israël. Ces
temps messianique sont temps d’un règne. Le Messie est roi. Le divin investit Histoire et
État, il ne les supprime pas. La fin de l’Histoire conserve une forme politique.22
Si la Cité messianique n’est pas au-delà de la politique, la Cité tout court n’est jamais en-
deçà du religieux.23
22
Ibid., p. 213.
23
Ibid., p. 215. De nuevo la posición es ambigua. Lo mesiánico puede no ser un «más allá» de lo
político (si es mesianismo político), pero en ese caso debería ser un «más acá» de lo religioso (o se caería
en una teocracia o en un Estado confesional).
24
Veremos que en la metáfora de la «en-carnación» se encuentra ya la diferencia. Para Lévinas la
política es «unívoca»: es la acción totalizada de la totalidad. Si fuera posible una cierta «en-carnación»
en la política, para ello sería necesaria la «analéctica» (la «analogía» tradicional deconstruida) como
veremos.
25
Ibid., p. 216.
26
En cierta manera la visión del cristianismo en Lévinas es semejante a la de Franz Rosenzweig.
27
Desde mi trilogía (El humanismo semita [escrito en 1961], El humanismo helénico [en 1964] y
El dualismo en la antropología de la cristiandad [en 1968]), hasta Historia para el estudio de Latinoa-
mérica en la Historia Universal [en 1966], Historia de la Iglesia en América Latina [1967], etc.
28
Desde ya querría aclarar que las narrativas simbólicas y culturales (tenidas por teológicas) deseo
interpretarlas (será una práctica hermenéutica originada los estudios de F. Schleiermacher, G. Gadamer o
Paul Ricoeur) de un modo filosófico. Muchos textos «religiosos», como la Odisea de Homero, el Libro de
los muertos de Egipto, el mito de Prometeo o el mito adámico (véase Ricoeur, 1963), la Biblia hebrea o el
Nuevo Testamento cristiano, pueden ser leídos como «textos» sobre los que puede ejercerse un «trabajo
filosófico». Nos dice Franz Hinkelammert: «Un texto como el evangelio de Juan no puede ser tratado según
el criterio burocrático de nuestras facultades de hoy. No cabe en ninguna, y tiene que ver con todas. Sin
embargo, textos como el evangelio de Juan han sido inmunizados al declararlos textos teológicos [...] bajo
el supuesto de que para la alta ciencia —ciencia de la historia, de la filosofía, de las ciencias sociales, etc.—
no tienen ninguna relevancia. No obstante este texto ha hecho historia» (Hinkelammert, 1998, pp. 15-16).
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 261
Para Lévinas, la expresión «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios»29 es una fórmula que distingue el «orden político» del «orden espiritual», sin
advertir que está tomando la expresión desde una visión ya deformada y reductiva de
la «Cristiandad»30 posterior. ¿Qué significa el «orden político» y el «orden espiri-
tual»? ¿Se trata de la «Ciudad terrena» y la «Ciudad de Dios» de Agustín de Hipona?
Y, por otra parte, ¿el «Estado de David» o «davídico» es un «Estado político judío»;
es un simple «Estado político» como cualquier otro; es un excepcional Estado «mesiá-
nico» más allá de todo Estado; es un Estado en contra de toda institución histórica del
Estado; o es su plena realización? ¿El «Estado davídico» se encuentra todavía dentro
del ámbito de la política; o se encuentra en el espacio utópico de una ética anti-polí-
tica?
El judío Jeshúa de Nazareth —insisto en que era totalmente judío, como «rabi» de
un grupo, una secta, una tradición hermenéutica enteramente judía en la primera gene-
ración dentro del horizonte geográfico de Judea y Galilea— distinguió claramente dos
niveles antropológicos y dos tipos de «mesianismo».
En primer lugar, a) el orden de la «carne» (σάρξ en griego, בשרen hebreo), el orden
del «príncipe de este mundo» (Juan 12, 31), donde κόσμος indica exactamente a la
Totalidad autorreferente (σώμα ψυχικός31 diría Pablo de Tarso: carne o cuerpo «natu-
ral» u orden humano autocentrado), se opone b) al «espíritu» (πνέυμα en griego, רוח
en hebreo, como exterioridad que irrumpe en la totalidad en el tiempo mesiánico; es
la trascendencia liberante; el σώμα πνευματικός: la carne o el cuerpo «espiritual», la
comunidad de la Alianza, mesiánica). El «pecado de la carne» o del «mundo» es la
autorreferencia de la Totalidad cerrada (el «reino terreste») y el «reino del espíritu»
es la Totalidad abierta a la Exterioridad (el «reino de Dios» como «en-carnación», y
no como pura trascendencia equívoca). De origen egipcio, la «lengua» o la «palabra»
(Thot) del dios Ptah de Menfis deviene veinte siglos después la דברhebrea y el λόγος
griego. Y así la expresión de «la palabra se hizo carne» (Juan 1, 14) tiene un signifi-
cado preciso: la exterioridad del Otro irrumpe en la Totalidad; se «en-totaliza», se «en-
carna». Se abre así todo el orden de las mediaciones ambiguas entre «lo Mismo» y «el
Otro». Además, si se «desarrolla» intersubjetivamente la relación de «lo Mismo» y «el
Otro», el «cara-a-cara»,32 no como relación privada ni pública, ni como singular o
29
Lévinas, op. cit., p. 209.
30
El concepto de «Cristiandad» se encuentra como punto de partida de toda una tradición latinoame-
ricana de la interpretación crítica del cristianismo, siguiendo la posición de Kierkegaard contra Hegel
(véase Lowith, 1964, pp. 350 ss.: «Das Problem der Christlichkeit»); Dussel, 1983b, t. I/1, pp. 173 ss.).
31
Pablo, I, Corintos 15, 45. Véase Dussel, 1974b.
32
En hebreo ( פנימ אל פנימÉxodo 33, 11); en griego πρόσωπον πρός πρόσοπον (I Corintos 13, 12).
Esta categoría semita, que Lévinas trabaja por primera vez en la historia filosóficamente, tiene la mayor
relevancia en una Filosofía Política crítica (véase Dussel, 1973, en el § 63: «La descripción meta-física
de la política» (vol. IV, pp. 63 ss.). «Se trata de la superación de la Totalidad política desde la exteriori-
dad de donde proviene la protesta, interpelación y rebelión político-social [...] En resumen, hay dos polí-
ticas: la política [...] cuya racionalidad es mantener la dominación; la antipolítica o política escatológica
262 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cuya nueva racionalidad es el saber formular prácticamente, realizar el camino y la construcción del
orden nuevo en la justicia. [... Es] lo meta-físico, lo que está más allá del ser y del horizonte del mundo
político, de la ecumene (germano-europea) es lo que no tiene lugar (del griego: ouk tópos), utópico»
(ibid., p. 63). En esta obra escrita en 1973-1974 ya anticipaba arquitectónicamente las reflexiones sólo
parciales de este artículo. Como esas obras están escritas sólo en español, han permanecido para la «opi-
nión pública» de la comunidad filosófico europeo-norteamericana como inédita. ¡El triste destino de la
filosofía periférica! Hoy (2007) G. Agamben plantea parcialmente estas cuestiones.
33
Lévinas tiende a describir la experiencia «cara-a-cara» como una relación irrespectiva privada y
concreta. Si se la sitúa de manera anterior a su determinación privada o pública, singular o comunitaria,
como mera relación intersubjetiva gana en posibilidades y no cae en aporías innecesarias.
34
Por mi parte no es que haya malentendido el problema del Tercero (le tiers) en Lévinas, sino
que creo es una distinción innecesaria y que manifiesta una limitación. Si el rostro del Otro (de Rigo-
berta Menchú, por ejemplo) es el rostro de un alguien concreto (Autrui), como relación intersubjetiva
todavía indeterminada, puede «desarrollarse» como el rostro de «una mujer» (como diferencia) y de
«la mujer» (en general); como rostro cobrizo es el rostro de «una raza indígena americana», pero
también de «las razas no-blancas»; como rostro de «una pobre», es también el rostro «del pobre» del
capitalismo contemporáneo globalizado. El pasaje de una intersubjetividad indeterminada (abstracta:
lo Mismo ante el Otro, «cara-a-cara») permite «desarrollarse» dialécticamente privadamente como
un yo ante ti en la intimidad, o pública o políticamente como «nosotros ante vosotros». Todo esto
hace innecesario la ambigua irrupción del Tercero. No es que la Filosofía de la Liberación abandone
la «fenomenología» para pasar a la «liberación», sino que la fenomenología se «desarrolla» dialécti-
camente (en el sentido de Sartre de Crítica de la razón dialéctica) y permite pasar de una ética a una
política. La «equivocidad» de Otro absolutamente otro es mediado «analécticamente» ante el Otro a
diferentes grados de determinación, diferenciación y generalidad, dentro de una intersubjetividad rica
en dimensiones. Esto no es ya una «inadecuada» interpretación de Lévinas, sino el «desarrollo» de
posibilidades imposibles para Lévinas.
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 263
lizada, legalizada gracias al genio del derecho romano,35 que adquiere total autonomía
organizativa del Estado o del Imperio romano. La «ekklesia» o la «comunidad de los
convocados» judeo-cristiana (secta judía que se denomina por primera vez en Antio-
quía «mesiánicos», «consagrados»; del «aceite» que consagra, que «unge»; de ahí
«meshiakh» en hebreo o «khristós» en griego) no anheló nunca, y mucho menos desde
la rebelión de judía del año 70 d. C. (por la cual los romanos de Tito destruyeron Jeru-
salén y el templo) constituir un nuevo «Estado de Israel», un «Estado histórico», y por
lo tanto tampoco un «Estado davídico». Esto los hubiera encerrado en el estrecho «na-
cionalismo» político. El cristianismo primitivo captó rápidamente como su originali-
dad la afirmación de un claro universalismo que tenía a todo el imperio, y otros impe-
rios (como el persa), como el horizonte de su acción mesiánica.36 No se trataba del
ejercicio del poder de un Estado; no era tampoco la «diáspora» judía de los que habían
sufrido la destrucción de su Estado, de su patria y su templo. Era una comunidad reli-
giosa que no aspiraba a constituir ningún Estado.37 Y, sin embargo, lejos de ser indife-
rente (como sugiere Lévinas), comenzó una crítica profética, propia del mesianismo
político-profético eclesial de la comunidad pegagógica distinta y antepuesta a la co-
munidad política del Estado romano (y de todos los Estados futuros). Se podía ser
«ciudadano» de «dos ciudades»: de la «ciudad de Dios» que construye el Reino me-
siánico escatológico (ético, transhistórico) y de la «ciudad terrestre», que construye
el Estado secular. Juan Crisóstomo, el patriarca de Constantinopla, fue condenado al
exilio por el emperador bizantino a causa de las críticas (mesianismo profético), en
referencia a las injusticias que sufrían los pobres, que profería contra el poder político
del Imperio. Marx ve perfectamente el tema cuando escribe:
35
El pueblo romano se distinguió por su creatividad jurídica, por su «lex». No es difícil imaginar
que una comunidad interior al Imperio romano fuera contaminada por su «legalismo» y se institucionali-
zara a tal manera claramente en su estructura jurídica que pudiera distinguirse así el «Estado» romano.
Pero este hecho jurídico fue posibilitado por la distinción entre «dos» mesianismos por parte de Jeshúa
de Nazareth. Un «derecho canónigo» es una novedad histórico-mundial con respecto a todas las comuni-
dades religiosas anteriores, aun con respecto a la «diáspora» judía en el imperio.
36
Véase Dussel, 1969, anexo final sobre «El universalismo en los poemas del Siervo de Yahveh».
En este trabajo, hace más de treinta años expuse ya el sentido del concepto semita de «habodah», desde
la experiencia de dos años de trabajo manual en Israel (1957-1959).
37
La «diáspora» judía desde el 70 d. C., tendrá clara conciencia de ser una comunidad religiosa y
cultural sin Estado, siendo este último un momento vivido como «falta-de» (falta de un Estado histórico,
destruido por los romanos y a ser reconstruido por «el Mesías», en alguna de sus tradiciones). El Sionis-
mo, como veremos, intentará negar esta «falta-de», y afirmará al Estado judío como necesario para una
autocomprensión judía plena de la existencia. No así el cristianismo.
38
La «confesión oficial» era la concepción política del Imperio como «Cristiandad» alemana y lute-
rana del tiempo de Marx, que tanto criticará Kierkegaard en nombre del cristianismo en Dinamarca,
también luterana. Lévinas, como veremos, pareciera que no intenta construir suficientes categorías políti-
264 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Y, yendo más lejos que Lévinas, en temas donde se articula política y religión, ex-
plica:
¿O acaso cuando decís que hay que dar al César lo del César y a Dios lo de Dios, no consi-
deráis como Rey y Príncipe de este mundo,43 no sólo al Mammón de oro, sino también [...]
a la libre razón.44
cas para discernir entre judaísmo religioso y el Estado judío (o israelita, como algunos aprecian denomi-
narlo hoy) laico, profano, secular, tal como opinaba Albert Memmi (Memmi, 1988, p. 270: «Es necesario
liberar al judío de la opresión y es necesario liberar a la cultura judía de la religión»).
39
Que guardando la distancia sería algo así como un «Estado davídico», claro que para Lévinas sería
un Estado mesiánico de paz y justicia, futuro, utópico, y no como en el caso de la Cristiandad luterana
de Marx. Pero, ¿podrá existir un tal Estado mesiánico, sin caer en las exigencias del uso legítimo mono-
pólico de la violencia y por lo tanto, inevitablemente (por no ser perfecto), producir efectos negativos
no-intencionales injustos? Un «Estado liberador» pienso que es posible por un cierto tiempo (aunque
rápidamente, por la entropía propia de las instituciones muestra su rostro opresor), pero puramente un
«Estado mesiánico» por definición es imposible.
40
Marx, 1956, MEW 1, pp. 11-12; Collected Works, 1, pp. 117-118. Para Hegel «la religión es el
fundamento del Estado», siendo esta la definición misma de la Cristiandad contra la que Marx se levanta
justamente (aun en nombre del cristianismo mesiánico, como el de Kierkegaard).
41
Al decir «el primero» Marx arriesga un juicio de profundidad histórica. Pienso que es exacto este
juicio de Marx, y forma parte de una larga introducción histórica a una obra que estamos denominando
Política de Liberación, y que estamos elaborando en el presente.
42
Ibid., pp. 100-103; Collected Works, 1, pp. 198-200.
43
Marx cita aquí a Juan 12, 31 al que ya hemos hecho referencia.
44
Marx, ibid., 1, p. 42; CW, 1, 147. Marx toca dos dimensiones particularmente difíciles para Lévi-
nas: el problema económico y el político como tal. Marx critica al mismo tiempo el capitalismo y el
liberalismo.
45
Véase Dussel, 1974, «Del Hegel definitivo al viejo Schelling» (pp. 116). Este pasaje de Hegel a
Schelling como el origen de la posición de los posthegelianos (Feuerbach, Kierkegaard, Marx, etc.) en
mi obra está estudiado muy bien en Peter, 1988. Sobre la metáfora de «Mammón», véase Dussel, 1993c.
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 265
46
«[...] Le monde libéral sur lequel, tant bien que mal, reposait —et se reposait— l’existence juive
[...]» («Politique après!», en Lévinas, 1982, p. 223).
266 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Sólo Israel hará cesar la negatividad del judío y liberará su positividad [... Pero para ello]
es necesario liberar al judío de la opresión y es necesario liberar a la cultura judía de la re-
ligión.48
Para Memmi el Estado de Israel debería ser un Estado secular, en el cual los ciuda-
danos de cultura judía podían ser la mayoría, pero donde igualmente se respetaban a
los ciudadanos de cultura palestina, musulmana o cristiana, todos los cuales tendrían
igualdad de derechos en el Estado (y por ello debía llamarse «Estado de Israel» o
«Estado israelita» y no «Estado judío»). Lo mismo pensaba Martin Buber. Pero Lévi-
nas no plantea la cuestión de esta manera, ya que, como hemos visto, «la Cité tout
court n’est jamais en-deçà du religieux».
Por ello, lejos de ir a dichas «raíces» antiguas judías, la identificación de la «comu-
nidad mesiánica» (que puede ser de profetas y no sólo política o estatal) con el «Esta-
do mesiánico» (unificación de la comunidad religiosa con la comunidad la política)
crea en la conciencia ética y política de muchos judíos en la actualidad una especial
contradicción. Tómese como ejemplo empírico las actuaciones concretas y militaristas
de Ariel Sharon con respecto a la indefensa comunidad de civiles palestinos en Israel
(hoy, 19 de febrero de 2002) y en el resto de la antigua Palestina (la antigua Samaria
y Gaza). La comunidad profética, ético-religiosa judía perseguida durante veinte si-
glos, ejerce acciones de un Estado histórico con las que resulta difícil a una conciencia
ético-crítica y religioso-mesiánica poder identificarse. Lévinas debe permanecer fiel
a su tradición de «no-asimilación» a una cultura o Estado no-judío, pero al pretender
la «identificación» entre el «Estado davídico» (¿el Estado de Israel?) y la comunidad
que porta la cultura y la religión judía, le resulta imposible justificar lo de tiránico e
injusto que pueda ejercer dicho Estado. La «no-asimilación» con el Estado no-judío
que justifica la «identificación» con el Estado de Israel contradice ahora la ética de la
47
«Assimilation et culture nouvelle», en Lévinas, 1982, p. 234
48
Memmi 1988, pp. 262-270. Memmi considera entonces tres niveles: a) una comunidad religiosa
judía; b) una cultura judía secularizada, donde los libros «santos» son tomados como la literatura secular
de la comunidad cultural y lingüística; c) un Estado secular israelita, donde el ciudadano «israelita» dice
una relación a la cultura judía secular y no necesariamente a una religión. El Estado israelita podría pro-
mover preferencialmente la «cultura judía» secularizada (así como los Estados de la cultura cristiana,
islámica, hindú o budista, han hecho lo propio). El judío se sentiría por primera vez, después de veinte
siglos, en Israel «en casa» (zu Hause), pero dando igualdad de derechos a los ciudadanos de otras «cultu-
ras» y religiones. Sería un Estado multicultural de mayoría judía (y por ello daría prioridad a la lengua
y cultura judía tradicional). Esta posición de Memmi es suficientemente compleja y tiene semejanza con
la posición adoptada por Martin Buber. Lévinas deja las cosas en una mayor confusión.
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 267
responsabilidad por el Otro de Lévinas, que obliga a ejercer la justicia con respecto
al pobre (¿el palestino?) que intenta defender su tierra ocupada y crear un Estado pa-
lestino en el territorio restante de la antigua Palestina. Contradicción mayor y fractura
no sólo con respecto a los últimos veinte siglos de la historia de Israel, sino igualmente
desde su origen, ya que las «escuelas de profetas» (mesianismo profético) nunca se
identificaron con la monarquía de Israel (ni siquiera con el «Estado de David» critica-
do por el profeta Natán). Volver en el siglo XX a una concepción teocrática del Estado,
hoy profunda e irreversiblemente secularizado, es ir también contra la tradición de la
misma comunidad judía de los últimos siglos de la Modernidad, que no permite ya
la antigua identidad de comunidad ética y Estado. La crisis consiste en que si la comu-
nidad judía religiosa se identifica con el «Estado israelita» (¿será lo que Lévinas llama
el «Estado davídico»?), más grave todavía cuando este Estado responde a los intereses
de los grupos judíos más fundamentalistas que persiguieron también a Lévinas en su
vida en París, dejaría de ser crítica ante un tal Estado, aunque fuera el Estado israelita,
que está lejos de todo mesianismo político de la paz al cometer empíricamente, y por
desgracia, claros actos contra los derechos humanos de los palestinos aún en vida de
Lévinas, y mucho más en el presente (en el 2002), contra la tradición profética del
Pueblo de Israel durante veinte siglos.
El «Estado» que pretenda ser cristiano, musulmán, hindú o judío entra en contra-
dicción consigo mismo cuando un grupo de ciudadanos no confiesa la religión de la
mayoría (o aun de la minoría) del dicho Estado. Marx vio muy claramente que la secta
judía, llamada de «los cristianos», fueron «los primeros» en secularizar el Estado (al
organizar jurídica y autónomamente la comunidad profética, religiosa, con respecto
al Estado romano), y esto, paradójicamente, fue el fruto de una experiencia histórica
judía: surgió, radicalizó, generalizó y continuó la experiencia de la «diáspora» judía
en el Imperio romano.49
49
Es interesante indicar, y yo estaría profundamente inclinado a aceptarlo por muchas otras razones,
que el cristianismo primitivo pudo dejar de tener un proyecto de «mesianismo político» debido igualmente
a profundas influencias originarias de antiguas tradiciones egipcias, coptas, que nacieron en el tiempo de las
centenarias ocupaciones de pueblos extranjeros sobre la cultura faraónica copta del Nilo, en especial la ocu-
pación helenística de Ptolomeo y de los romanos. Escribe Eugen Drewermann, en su obra Dein Name ist wie
der Geschmack des Lebens (Drewermann, 1986), que «es precisamente de la noche política del antiguo
Egipto que surge el [...] cristianismo. Nos es difícil comprender la distancia, en especial de los Salmos de
los reyes de Israel, con su aspiración política y su esperanza nacionalista, para distinguir su fe en el Reino
de Dios expandido entre todos los reinos de este mundo. Si grupos influyentes del judaísmo en la época de
Jesús continuaban luchando por el advenimiento de un nuevo reinado davídico [...], el antiguo Egipto, por
el contrario, tenía una larga experiencia de más de mil años de desarrollar una sabiduría en medio de su
impotencia política [...] La impotencia del Hijo de Dios [el faraón] sobre el trono del antiguo Egipto se trans-
forma en un terreno preparado para el germinar de la esperanza en un mesías cuyo Reino no es de este mundo
(Juan 18, 36)» (trad. francesa, Seuil, Paris, 1992, pp. 107-108). En Israel el «mesías» o «consagrado» podía
ser un rey o un profeta. Todo el Evangelio de Lucas consiste en la dificultad de Jeshúa de Nazareth de hacer
aceptar a sus discípulos un sentido profético y no político o davídico del mesianismo: «El hijo del hombre
no ha venido para que le sirvan, sino para servir (diakonêsai)» (Marcos 10, 45). Este «servicio» (habodah,
268 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Pero para que dicha secularización sea posible era necesario aceptar también que
la «ciudad de Dios» no era la Iglesia cristiana, ni el Estado romano era la manifesta-
ción unívoca de la «ciudad terrestre» de Agustín. En efecto, se trata de dos «órdenes»
que transpasan tanto al Estado como a la comunidad religiosa. La «ciudad de Dios»
es, para Agustín, la «ciudad de Abel», y «Abel, como peregrino, no la fundó (non
condidit)».50 La «ciudad de Dios» es el «más allá» de la Totalidad política vigente
levinasiana; son las exigencias del Otro como Exterioridad. La «ciudad terrestre» es
la totalidad (levinasiana) totalizada. Pero el «César» de Jeshúa no es meramente
el «orden político» sino la «ciudad terrestre», o mejor «el reino de este mundo», y el
«reino de Dios» es la «ciudad de Dios», pero no un ambiguo «orden espiritual», del
que nos habla Lévinas en alguna ocasión.
El «orden político» y el «orden espiritual» son entonces categorías ambiguas y de
confusa interpretación, cuyos criterios de clasificación se entrecruzan sin permitir
claridad ni precisión. Estas categorías son también usadas por Lévinas. Opino que
categorías tales como «Ciudad terrestre» y «Ciudad de Dios» corresponden mejor a
las categorías de Totalidad totalizada y Exterioridad de Lévinas.
Por otra parte, para Lévinas el Estado no tendría una cualidad «mesiánica», sino
sólo en el caso del «Estado de David» o «davídico», como un Estado más allá de la
política de la guerra. Pero, ¿es todavía político el mesianismo de la paz? ¿Es política-
mente posible dicho mesianismo de la paz? Todo esto nos encamina a otro tema que
subyace en el hasta ahora bosquejado.
diakonía) profético es el tipo de acción que se opone a los que «dominan» (katakyrieúsin) políticamente («los
jefes de las naciones»; Marcos 10, 42).
50
De civitate Dei, l. XV, cap. 1.2 (BAC, Madrid, 1964, vol. 2, p. 125).
51
Habodáh ( )עבדהen hebreo puede significar «trabajo», «obra», «servicio». Esta última significación
hace referencia también al «servidor» o «esclavo» (hébed, )עבד. En griego «servicio» se traduce por
diakonía (διακονία). En este sentido hemos construido el concepto de «servicio-al-Otro» como «trabajo»
o «praxis de liberación» que trasciende el sistema, la Totalidad, como una acción creadora o un «servicio
político crítico» (véase Dussel, 1973, § 22: «El bien ético como justicia», vol. 2, pp. 34 ss.; y también
en muchos capítulos de Dussel, 2001).
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 269
52
Esa «nueva» Totalidad es donde la interpelación del Otro se transforma en acción, en instituciones
que organizan esa nueva Totalidad: se trata de una en-totalización (en-carnación, en el sentido técnico
y preciso indicado arriba) que inmediatamente comenzará a mostrar sus «ambigüedades»; es decir, la
institución para «dar de comer» (para reproducir la vida de la víctima) comenzará a producir nuevas
víctimas, nuevos excluidos, nuevos hambrientos (en otros niveles no descubiertos «al comienzo»).
53
En el caso de los dos últimos pensadores usan la palabra alemana Befreiungspraxis frecuente-
mente.
54
Un texto simbólico de la utopía política, que no pareciera Lévinas logra integrar a su discurso es
por ejemplo el siguiente: «Vi entonces en un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra habían desaparecido [...] Vi bajar del cielo [...] a una ciudad santa, la nueva Jerusalén»
(Apocalipsis 21, 1-2).
270 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Idée d’un pouvoir sans abus de pouvoirs, d’un pouvoir sauvegardant les principes moraux
et le particularisme d’Israël, qu’une institution commune à Israël et aux nations risque de
compromettre. Idée à laquelle semble se compromettre l’image de Saül au début de son
règne, se cachant derrière les bagages, continuant à labourer son champ.55
Éste es el tiempo en que el rey es humilde, trabaja de sus manos, a nadie domina
ni utiliza para su propio provecho. Todo esto se cumple en aquello de au début de son
règne, porque es, diacrónicamente, en el momento siempre ambiguo de la creación de
las «nuevas» instituciones, cuando la justicia y la paz resplandecen sin mayores con-
tradicciones. La «nueva» institución está demasiado cerca todavía del estado negativo
y caótico anterior; todavía no se han advertido las nuevas dominaciones; la «entropía»
institucional inevitable no ha mostrado todavía su erosión. Es el tiempo de la «hege-
monía sin dominación» diría Antonio Gramsci. Es en la creatividad del Estado «nue-
vo» que un cierto «Estado mesiánico» (o «davídico») pareciera posible.
Cuando las instituciones se articulan, «se fijan», cuando el «nuevo» orden se hace
«antiguo», se hace presente en la memoria la advertencia del profeta Samuel: «Y grita-
rán al Eterno por el rey que eligieron. Y Él no les responderá» (I Samuel 8, 18).
Concluye Lévinas:
Se décider pour l’Etat équivaudrait-il à une option pour la vie contre la Loi, alors que cette
Loi se veut Loi de vie?56
léctica diacrónica es aquí esencial. Hay tiempos políticos creativos, innovativos, nove-
dosos, iniciales del origen de un sistema. Después crece la ambigüedad, el sistema se
totaliza, el nuevo Otro es excluido, la política se transforma en «el arte de preveer y
de ganar por todos los medios la guerra». Es la decadencia de la política; es el Mal;
es el Imperio.
La política positiva y crítica, la del «Estado de David» inicial es el momento origi-
nario de todo nuevo orden. Es política de la liberación. Es crecimiento cualitativo de
la historia; es «mesianismo político» que acepta y trabaja mancomunadamente con el
«mesianismo profético». Todavía Trosky y Lenin trabajaban juntos; todavía Stalin no
había hegemonizado el proceso. Washington no es un héroe expansivo o imperial; no
pensaba en anexionar la Louisiana, Texas, California, Puerto Rico... el Pacífico, el
Atlántico; no había hecho la Guerra del Golfo, ni de Kosovo, ni de Afganistán...
La imposibilidad de entender la «necesidad ética» de la política, y sin embargo su
«ambigüedad», y por lo tanto y en definitiva la obligación de su superación, del ir
«más allá» de la Totalidad como tal, crea graves equívocos.
En la historia entonces hay dos políticas: a) la primera es la política como el estado
permanente de la guerra como dominación (la de la Totalidad); b) la segunda es la de
la liberación (como superación de dicha Totalidad «antigua», y como creación inicial
de una «nueva» Totalidad). Lévinas no tenía un buen ejemplo en la experiencia propia
del pueblo judío durante los últimos veinte siglos para describir la construcción de una
«segunda» Totalidad (la «nueva», la «tierra prometida» de los esclavos de los nuevos
Egiptos). El Estado de Israel le daba un primer ejemplo, pero era todavía muy reciente,
y como Michael Walzer y tantos otros, no logra descubrir con claridad en Israel la
temática del Otro, y por ello trágicamente el sionismo nacionalista, y su posición polí-
tica personal un tanto liberal, vence al final al «Mesianismo de la Paz» que pudiera
haberse concretado, por ejemplo, en un partido político de judíos y árabes tal como
Martin Buber lo impulsó en Israel en vida de Lévinas, pero que Lévinas, aunque sufrió
el fundamentalismo judío de los emigrados de Algeria que lo persiguieron en París,
no logró pensar filosoficamente de una manera suficiente.
Lévinas se acerca a la temática cuando escribe:
[...] et aussi le sentiment que ce sont les Palestiniens les plus faibles et qu’il faut être du
côté des faibles [...]57 —indica citando una carta.
Etat armé et dominateur [...] en face du peuple palestinien désarmé dont Israël ne reconnaît
pas l’existence.58
Se considera el hecho, pero para Lévinas se hace difícil la crítica (como el ejercicio
de un mesianismo profético filosófico, ético) contra el Estado de Israel, sobre todo
57
«Judaïsme et révolution», en Lévinas, 1977, p. 48
58
«Politique après!», en Lévinas, 1982, p. 226.
272 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
cuando se piensa que el «sionisme est, ainsi, probablement, l’un des grandes événe-
ments de l’histoire humaine».59 Si se tuviera claridad sobre el «momento mesiánico»
de la política, como responsabilidad para con el Otro de crearle un nuevo orden políti-
co, aunque siempre sea ambiguo, podría haber mostrado la necesidad de poseer una
«tierra» para el pueblo judío expulsado de la propia y que ha vagado como extranjero
durante veinte siglos. Esto no afecta que el «Estado davídico» bien pronto pueda dar
lugar a un Estado que, como todo Estado, domina a «nuevos esclavos» como en
Egipto, y que deban ser nuevamente liberados (serían ahora los palestinos, y el Estado
de Israel el «nuevo» Egipto). Ningún Estado puede pretender que nunca se totalizará, y
por ello deberá ser objeto de una constante crítica por parte del «mesianismo profético»
de los que lo enfrentan al Estado, como Martin Buber en nombre de los Palestinos en su
propio Israel; que se enfrentan al Estado que se fetichiza (y ciertamente se ha fetichizado
el Estado de Israel en el momento militarista del gobierno de Ariel Sharón).
Si se comprende la necesidad y la ambigüedad de la «política de la liberación»; si
se acepta el «tiempo corto», pero empíricamente posible, del «Estado davídico» como
un momento de la política, se puede establecer una «anti-política» mesiánica como
crítica negativa (que Lévinas cumple adecuadamente), pero igualmente se podría ex-
poner una «política de la liberación» positiva, atenta a la entropía de las instituciones,
del «nuevo» orden político que lleva en su seno, desde el origen y siempre creciente,
la posibilidad de una totalización autorreferente. En el momento de la totalización del
Estado, el «mesianismo profético» (y ético-filosófico) vuelve a despertar criticando
a David en su injusticia (cuando el «Estado davídico» se ha transformado en Totalidad
totalizada), por haber enviado a Urías «en la primera fila»60 a la guerra. El «mesianis-
mo político», que debe diferenciárselo del profético, debe emprender por su lado la
transformación del orden que se ha hecho «antiguo»; que se ha fosilizado como Ley
muerta que mata la Vida. La Vida mide la Ley y no la Ley a la Vida. Esa acción trans-
formadora, esa praxis liberadora, es el «servicio al Otro», es ;עבדה61 es política cons-
tructiva crítica. La filosofía política crítica, como un modo del «mesianismo proféti-
co» à la Benjamin, que supone la subsunción de una ética de la paz, permite así
explicar la posibilidad de una política crítico-liberadora, como ejercicio del «mesia-
nismo político» en ciertos momentos cruciales de la historia.
De todas maneras es fundamental saber si el «nuevo» orden nace sólo de la guerra
contra el mero enemigo, o si se origina desde la responsabilidad por el Otro (aunque
esto suponga como exigencia ética el uso de una coacción proporcional en la defensa
59
Ibid., p. 228.
60
II Samuel 12, 15.
61
Véase Dussel, 1973, obra que fue guillotinada en cuatro partes por la dictadura militar de Videla
en Argentina en 1976, para destruirla materialmente: «El acto moralmente bueno, entonces, es el acto
transversal al Todo, un acto creador: el servicio o el trabajo (habodah en hebreo significa también traba-
jo) liberador [...] El fundamento del servicio no es la ley ni el valor: es el Otro que pro-vocando gesta el
pro-yecto liberador que ob-liga a cumplir en la gratuidad, porque se impone como digno, como justo,
como sagrado» (en el capítulo: «La moralidad de la praxis», § 30; vol. 2, pp. 102-103).
LO POLÍTICO EN LÉVINAS 273
del inocente, y aun el uso debido de las armas, como en los casos de Jeanne d’Arc,
G. Washington, M. Hidalgo o Mao, a los que se les impuso la guerra contra su volun-
tad como la «interruption de l’Infini se fixant en structure, communauté et totalité»62).
Será de todas maneras necesario mantener siempre una actitud vigilante ante la ambi-
güedad de la nueva totalidad, ya que cuando se totalice autorreferencialmente se trans-
formará en «l’Etat qui exclut, par la violence, le discours subversif»;63 es decir, exclui-
rá a la política (y la filosofía política) crítica. A la política como la vigencia de la
injusticia como Totalidad autocentrada se le opone entonces una política crítica siem-
pre creadora, «innovadora», y «c’est parce que la nouveauté vient d’autrui qu’il y a
dans la nouveauté transcendance et signification».64
62
Lévinas, 1974, p. 204.
63
Ibid., p. 216.
64
Ibid., p. 229.
18. «Estado de Guerra» permanente y razón cínica:
John Locke
1
Huntington, 2001, pp. 374. Digo «militarista», porque una de sus conclusiones finales es la de
«mantener la superioridad tecnológica y militar de occidente sobre otras civilizaciones».
276 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
2
Spiro, 2000, pp. 9-15. Bradley y Goldsmith escriben en Harvard Law Review (1997) que «not only
does the United States have the power to reject international regimes, but in many instances the federal
government has a constitutional duty to reject them» (Spiro, p. 113).
3
Soros, 2000, pp. 330 ss.
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 277
4
«It may be a shocking thing to say, but the United States has become the geatest obstacle to estab-
lishing the rule of law in international affairs» (op. cit., p. 333).
5
Hardt-Negri, 2000, donde el «Imperio» se volatiliza, el Estado se anarquiza, y el «ciudadano glo-
bal» queda sin mediaciones políticas estratégicas.
278 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
El mundo anglosajón, que inicia su hegemonía con el Imperio inglés, como es sabido,
nace ante todo gracias a la piratería y la esclavitud. Francis Drake y muchos otros, entre
1585 a 1603, cuentan hasta con 183 barcos piratas que realizan 74 ataques mayores. La
explotación del azúcar en Barbados da la oportunidad para comenzar la trata de esclavos
—con 50 individuos6—. John Selden, en su obra Mare Clausum (editado en 1653) justi-
fica el comercio con un mundo colonial. Jeremy Taylor, con su Ductor Dubitandium
(publicado en Londres en 1660) demuestra que es de derecho natural y fundado en el
Antiguo Testamento el ocupar las nuevas tierras descubiertas, y «therefore to save my
own life, I can kill another or twenty, or a hundred, or take from his hands to please my-
self».7 John Vaughan o Thomas Hobbes opinarán de la misma manera.
Después de la Glorious Revolution, la visión tradicional del pensamiento liberal
queda expresada en la posición, el primero entre sus pares,8 de un John Locke (1632-
1704).9 Lo tratamos aquí porque constituye un capítulo abierto y que no se cerrará, de
una u otra manera, hasta el presente, porque aún en nuestro tiempo se siguen esgri-
miendo argumentos filosóficos políticos dentro de la «lógica» que expone sobre el
tema Locke, en especial en el ámbito de la política global y en los foros internaciona-
les.10 Se trata de una aplicación particular de la «lógica de la totalidad»,11 pero con una
coherencia tautológica ejemplar, que permite justificar, dentro del espíritu de la revolución
inglesa del 1688, la trata de esclavos (y la esclavitud como institución), business en el que
Locke privadamente tenía invertido alguno de sus haberes, pero también el mundo colo-
6
Véase Blackburn, 1999, pp. 235 ss.
7
Op. cit., p. 249.
8
Hegel, por ejemplo, repite la argumentación lockeana, ya que la relación externa entre los Estados
(contra la opinión de Kant) vuelve al «estado de naturaleza», siendo la única relación posible: «La guerra
tiene una significación superior [...] Los pueblos que no quieren soportar o que tiemblan ante la soberanía
interior son conquistados por otros» (Rechtsphilosophie, § 324; Hegel, 1971, vol. 7, pp. 492-493).
9
Véase el reciente trabajo de Franz Hinkelammert (Hinkelammert, 2000, pp. 79-113).
10
En el Encuentro de las Naciones Unidas sobre el racismo, la Unión Europea no aceptó reconocer
fácilmente la esclavitud como un crimen contra la humanidad, el 7 de septiembre de 2001 en Sudáfrica.
Estados Unidos e Israel se retiraron del Encuentro bajo protesta.
11
Tema central en mi obra Dussel, 1973.
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 279
nial, a partir de los mismos argumentos. En el segundo de los Two Treatises on Civil Go-
vernment, publicado en 1690, se ocupa frecuentemente de estos temas. Opuesto a la Igle-
sia anglicana y al absolutismo monárquico del partido tory, expresó de manera seculariza-
da y agresiva la nueva posición burguesa de los whigs. La trata de esclavos era un
comercio en auge, lo mismo que el establecimiento de colonias en América, donde Ingla-
terra competía con Portugal y España, e igualmente con Holanda.
Todo se inicia con una declaración universal sobre la igualdad:
[El estado natural] es también un estado de igualdad [...] en el que nadie tiene más que otro
[...]; nacidos para participar sin distinción de todas las ventajas de la naturaleza [...]; siendo
también iguales entre ellos, sin subordinación ni sometimiento.12
12
Two Treatises on Civil Government, § 4; John Locke, 1976, p. 5.
13
Ibid., § 6; p. 6.
14
Ibid., § 7; p. 7.
15
Ibid., § 8; p. 8.
16
Ibid.
17
Ibid.
18
De nuevo: ¿quién juzga que alguien se ha opuesto a la ley natural? Locke respondería: «Cualquiera».
19
No hay que olvidar que esos pronombres «nosotros» y «yo» que se usan en el texto son el sujeto
que juzga sobre el culpable, que se arroga la defensa del género humano, pero que históricamente y de
hecho es la burguesía liberal triunfante en Inglaterra.
280 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
ma razón que podemos matar a un lobo o a un león. Esa clase de hombres no se someten
a los lazos de la ley común de la razón; por ello pueden ser tratados como fieras.20
Quien trata de esclavizarme se coloca a sí mismo en estado de guerra conmigo [...] La li-
bertad es la base de todo.21
20
Ibid., § 16; p. 14.
21
Ibid., § 17; p. 15.
22
Ibid., § 19; p. 16.
23
Ibid., § 20; p. 18.
24
Estados Unidos, en su política externa muestra una doctrina hermenéutica en la que los Derechos Hu-
manos tienen en su definición a Estados Unidos como «juez», última instancia, que declara lo que es o no es
en este caso, defensa o ataque de un Derecho Humano. Ningún tribunal fuera del propio Estado es aceptado
como referencia. Se sobrentiende que en la relación entre los Estados nos encontramos entonces, en el mejor
de los casos, en el «estado de naturaleza». Véase Rawls, 1999. Rawls se cuida muy bien de distinguir entre
la law of People y la law of State. Los States exigirían un derecho internacional y el comenzar a promulgar
un International State, al menos leyes e instituciones internacionales, que permitieran salir del «estado de
naturaleza» a las relaciones entre los Estados. Rawls encuentra muy confortable el estado razonable (de guerra)
en el que su propio país (Estados Unidos) siga siendo el sujeto del juicio, el juez, de quien sea o no un decent
people (p. 63). Es una obra completamente tautológica: la comunidad de liberales norteamericanos es la «últi-
ma instancia» de todos los juicios políticos, incluyendo el saber cuando se dan las condiciones de la «guerra
justa» (pp. 89 ss.). Continúa paso a paso la argumentación de Locke.
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 281
Hecha esta declaración para todos aceptable, pasa a exponer la posibilidad de una
«guerra justa». Veamos primero el caso de la esclavitud. Continúa su argumento enun-
ciando otro principio universal, que intentará acotar para poder justificar la esclavitud.
Su estrategia argumentativa es entonces enunciar positivamente lo que intenta negar
como excepción:
El hombre, que no tiene poder sobre su propia vida, no puede hacerse esclavo de otro por
contrato o por su propio consentimiento [...] Quien no dispone del poder de acabar con su
propia vida no puede dar a otra persona poder para hacerlo.28
25
Debe indicarse que Lévinas no habla de la «guerra», sino estrictamente del «estado de guerra»,
que, como veremos es el «estado permanente» ad extra de los Estados Unidos desde su emancipación.
La conquista del «far West», de México, del Pacífico y el Caribe, hasta su dominación mundial actual,
ha sido un permanente, nunca interrumpido, «estado de guerra» ad extra —mientras que ad intra se
pretende ser el leader del «estado civil» democrático. Veremos que esta contradicción es in the long run
insostenible.
26
Lévinas, 1968, Preface, p. ix.
27
Ibid., § 176; pp. 134-135.
28
Locke, 1976, § 23; p. 20.
282 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Sin duda alguna que quien ha perdido, por su propia culpa29 y mediante algún acto mere-
cedor de la pena de muerte,30 el derecho a su propia vida,31 puede encontrarse con que
aquel que puede disponer de esa vida32 retrase, por algún tiempo, el quitársela cuando ya
lo tiene en poder suyo,33 sirviéndose de él para su propia conveniencia, y con ello no le
causa prejuicio alguno. Si alguna vez cree que las penalidades de su esclavitud pesan más
que el valor de su vida, puede atraer sobre sí la muerte que desea34 con sólo que se niegue
a obedecer las voluntades de su señor.35
Y concluye:
29
Es interesante que para Ginés de Sepúlveda el indígena que lucha contra el conquistador español
(en propia defensa para Bartolomé de Las Casas) tiene la «culpa» de rechazar el ser civilizado. El mismo
Kant en la definición de Aufklaerung incluye esta «inmadurez culpable» (verschuldeten Unmundigkeit)
(véase Dussel, 1993, cap. 1). A la víctima se la transforma primero en culpable, de manera que el crimi-
nal se juzga (invirtiendo la cuestión) asesinado por su víctima. El victimador reclama a su víctima el
haberlo victimado. De otra manera, Locke, el esclavizador inglés, acusa al esclavo africano por haberle
exigido cumplir la tarea de esclavizarlo, y por ello demandará aún reparaciones de los gastos a los que
su víctima le ha obligado a efectuar.
30
Locke debería probar que los pobres campesinos bantúes inocentes atrapados como animales y
vendidos como «mercancías» merecieron dicha pena. Bartolomé de Las Casas vio estas cuestiones con
mayor claridad racional y lógica.
31
Por la propia argumentación de Locke nadie puede «perder el derecho a su vida», porque nadie
«tiene» tal derecho: ¿Cómo podría tenerse «derecho a la vida» si la vida es el presupuesto y fundamento
de todos los derechos? Para tener «derecho a la vida» habría que ser un sujeto de derecho anterior a la
propia vida, lo cual es absurdo. Si no se tiene «derecho» ni «poder» sobre su propia vida, menos se puede
perder lo que nunca se tuvo. La inteligencia de Locke en este punto pareciera que ha quedado oscurecida
por la pasión inmoderada en desear justificar su business, y el de su patria: la trata de esclavos.
32
Esto supone una teoría de la «guerra justa» y del «estado de guerra» en la que el vencedor tuviera
ahora «derecho a la vida del otro». Pero, nuevamente, si ni siquiera el sujeto humano viviente tiene dere-
cho a su propia vida, menos aún de un tercero. Nadie puede tener «derecho sobre la vida ajena», o habría
que probarlo. Locke, nuevamente, afirma un absurdo por mera tradición tautológica, totalitaria, contraria
al dogma liberal: «la libertad es la base de todo» (ibid., § 17; p. 15).
33
Aquí Locke cae ya en un cinismo que supera al de Ginés de Sepúlveda. En primer lugar al expre-
sarse sobre una persona humana como lo que se «tiene en poder suyo» —cosificación de la Alteridad,
que muestra la bajeza ética del filósofo inglés—, y en segundo lugar por la manera que expresa en este
texto (y en otros que citaré) lo que puede hacerse con esa «cosa» que se «tiene» (no sólo usarlo en el
trabajo o como objeto de sexo, sino torturarlo y hasta matarlo por puro capricho). ¿De dónde ha sacado
nuestro autor esa destitución absoluta ética del Otro?
34
Locke alcanza aquí un sadismo increíble, consolando al esclavo misericordiosamente con el suici-
dio. Ante un juicio tan brutal, bestial, el lector queda enmudecido, absorto, silencioso...
35
Ibid.
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 283
Allí donde existen más tierras que las poseídas por sus habitantes y que estos son capaces
de cultivar,39 allí puede cualquiera aprovecharse de las no cultivadas.40
36
Ibid., § 23; p. 20.
37
Ibid., § 33; p. 27. Aún dirá más extensamente: «Los gobiernos no pueden originarse primitiva-
mente [...], y las sociedades políticas no pueden fundamentarse en nada que no sea el consentimiento del
pueblo» (ibid., § 175; p. 134).
38
Ibid., § 45; p. 36.
39
Como si todos los pueblos fueran agricultores.
40
Ibid., § 184; p. 143.
41
Ibid.; p. 136.
42
Escribe más adelante: «El vencedor, si ha hecho la guerra por una causa justa, posee un derecho
despótico sobre las personas [...] que han tomado parte en la misma, y lo posee también a indemnizarse
de los perjuicios recibidos y del costo de la guerra...» (ibid., § 196; p. 148).
43
Ibid., § 178; p. 137.
44
Ibid., § 182; p. 140.
284 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Poder despótico es el absoluto y arbitrario [poder] que permite a un hombre atentar contra
la vida de otro cuando así le agrade46 [...] El agresor se ha salido de la ley de la razón que
Dios47 estableció como regla para las relaciones entre los hombres y de los recursos pacífi-
cos que esa regla enseña,48 recurriendo a la fuerza para imponer sus pretensiones injustas
y carentes de derecho [...] Por esa razón, los prisioneros capturados en una guerra justa y
legítima, y solamente ellos se encuentran sometidos a un poder despótico [...] que es en el
fondo una prolongación del estado de guerra.49
El poder que un conquistador adquiere sobre aquellos a quienes vence en una guerra justa
es totalmente despótico.50
45
Pol., 1, 2, 1255 b, 16-17. Locke debió leer pocas líneas después de la definición del «esclavo por
naturaleza» esta distinción: «El señorío político se ejerce sobre hombres libres por naturaleza, el despóti-
co sobre los esclavos por naturaleza» (ibid., 1255 b, 17-18).
46
Está de más decir que el tal «poder despótico» es injustificable, menos aún en un estado de natu-
raleza (ni siquiera un animal puede cumplir tal definición o la tal especie se habría extinguido pronta-
mente), desde cualquier punto de vista ético, etnográfico o histórico, y describe simplemente una volun-
tad tiránica, irracional y totalitaria, autodestructiva.
47
Uno se pregunta qué agrega el poner aquí a «Dios» en esta expresión de cinismo. Pareciera ampa-
rarse en la divinidad para expresar un pseudo-argumento totalitario.
48
Como no ha cumplido el «enemigo» con la ley establecida queda «fuera de la ley», y como no
aceptó los «recursos pacíficos» se le aplican los recursos más violentos. Aunque el pobre campesino
africano hubiera estado fuera de la ley y no hubiera sido pacífico (lo cual es falso, porque nunca estuvo
fuera de «sus costumbres» y nunca atacó a ningún europeo), no perdería por ello sus derechos que tiene
como persona humana, y no podría tratárselo como una «fiera» a la que se la puede matar porque «le
agrade» (al sádico).
49
Ibid., § 172; p. 132.
50
Ibid., § 180; p. 138. Locke justifica por ello mismo la conquista de América, porque «el poder que
un conquistador adquiere sobre aquellos a quienes vence en una guerra justa es totalmente despótico»
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 285
Para Locke, como en el caso de las relaciones entre Estados, no se retorna simple-
mente al «estado de naturaleza» (como para Hobbes o posteriormente para Hegel),
sino que se accede a un «estado de guerra» permanente. Y, como hemos citado ya en
Lévinas: «el estado de guerra suspende la moral». La esclavitud y el colonialismo son
hechos injustificables para la moral, pero se puede probar su legitimidad dentro de otra
lógica, la del «estado de guerra», «lógica totalitaria» de la Modernidad cuyo silogismo
autorreferente (y que se inmuniza de toda discusión) resumido es aproximadamente
el siguiente:
(ibid., § 179; p. 138). Puede concluirse que el esclavo africano, el indio americano y el mundo colonial
son negados e ignorados en su derecho en la filosofía política del fundador del pensamiento liberal.
286 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
tro] estableció como regla. Se trata de una tautología autorreferente radical, sin ningún
criterio objetivo o en relación con una empírica intersubjetiva suficiente. Es lo pura-
mente subjetivo, arbitrario, intra-cultural, dogmático, totalitario. Este argumento, sin
embargo, expresa la racionalidad misma de la «Razón moderna» esclavista y colonial.
Este tipo de argumento fundamentó (aparentemente) el comportamiento de las metró-
polis europeas hacia el mundo colonial y hacia la esclavitud en la Modernidad hasta
el presente. Se trata de una exclusión radical de la dignidad de la Alteridad, del dere-
cho de la Identidad propia del africano esclavizado, del indígena americano, del mun-
do colonial, contra toda razón universal, no meramente etnocéntrica, eurocéntrica.
Sin embargo, cuando leemos en los diarios y escuchamos en la televisión que el
Secretario de Estado (el general Colin Powell) anuncia que se deberá continuar la gue-
rra contra los «terroristas» aunque fuera solos —ante la negativa europea, rusa o china
por seguir la guerra contra Irak o Irán (habiendo ya comenzado la de «Guerra de Co-
lombia»), se repite una vez más el argumento de Locke: en el «estado de guerra» el
Estado hegemónico se afirma como juez para decidir quién es su enemigo (en este
caso los «terroristas»51), y, en referencia última, toma como testigo de su propio juicio
a Dios mismo.52
supra-estatal que pudiera limitar su dominación militar omnipresente (por sus naves
que navegan en todos los océanos), omnipotente (por el poder destructor de su avia-
ción), omnisciente (por sus satélites espías y sus servicios de inteligencia).
Inesperadamente, mi argumentación filosófica ante la Ética del Discurso de hace
algunos años se torna ahora más clara que nunca.53 La «razón cínica», dije en otro
trabajo, es la razón del que ejerce el poder y no está decidida a compartirlo. Por ello
no acepta argumentos, ni entra en debates ni discusiones que puedan poner en cuestión
su poder. Por el contrario, intenta desarrollar un argumento que lo inmuniza de entrar
en toda argumentación ajena a la propia. El argumento tautológico, etnocéntrico in-
tenta fundamentar su («aparente») pretensión democrática (ad intra), y ocultar su po-
lítica despótica (ad extra). El tipo de argumento de John Locke enunciado más arriba
permite adecuadamente aportar esa «apariencia» de fundamentación racional, no sien-
do sino una pseudo-argumentación tautológica, autoinmunizante, que permite no «en-
trar» en ninguna discusión racional con otros Estados o pueblos. Cuando alguno de
ellos opina lo contrario, el Estado dominante puede declararlo su enemigo, «terroris-
ta», ya que se ha puesto por propia culpa fuera de la ley y de las razones dadas por
Dios (evidentemente de las leyes y del Dios propios). Declarados a priori sin derechos
humanos (como los prisioneros afganos en Guantánamo54), toda guerra contra ellos
(sea la de Irak, en Kosovo o Afganistán) es «guerra justa». El argumento es tautológi-
co, y digo tautológico porque el agente de la acción es el único juez que emite la razón
que se propone para fundamentar su propia acción: el círculo se cierra en la pura iden-
tidad de la subjetividad autista, esquizoide, dogmática, fundamentalista, totalitaria. El
imperio define lo que es un terrorista, y declara deductiva y hermenéuticamente a par-
tir de su definición quiénes son en concreto terroristas (sin ningún otro juez humano
que pueda invalidar su decisión; falta todo criterio intersubjetivo, objetivo, exterior,
internacional, que de algún viso de justicia y equidad a su decisión). Este juicio tauto-
lógico autoriza «legítimamente» (para el propio juez y el heroico ejecutor militar de
la sentencia) la total destrucción del «terrorista». Se ha llegado a la total irracionali-
dad. La Totalidad totalizada emite un juicio desde su propio fundamento. El Otro ha
sido aniquilado como otro.
53
Véase mi ponencia «Del escéptico al cínico», en Dussel, 1993b, pp. 85-95; en inglés en Dussel,
1996, pp. 64-72.
54
Si se los aceptara como «prisioneros de guerra» habría que aplicárseles las Convenciones interna-
cionales, como la de Ginebra. Pero para negarles que sean prisioneros «de guerra» debería fundarse en
que no ha habido guerra en Afganistán, porque no se había declarado tal guerra a los Talibanes, meros
«terroristas», y por tanto «sin derechos», al que puede matárselos como lobos o leones peligrosos. Pero,
en ese caso, la agresión a Afganistán sería un acto «terrorista», porque se atacó a otro Estado sin cumplir
las condiciones para un tal ataque dentro de algún criterio ético internacional. Lo que acontece es que
Estados Unidos, en permanente estado de guerra, no logra entender que está usando el «argumento de
Locke», pero ese argumento, por tautológico es irracional, inmoral, no puede proferirse «en público»,
sino sólo entre los «amigos» de la misma «mafia» o de una «banda de ladrones»; en un «nosotros» entre
los que los argumentos tautológicos son aceptados como verdaderos sin mayores exigencias lógicas.
288 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Por todo ello podrá ahora comprenderse que se parte del supuesto sobre el que se
ejerce la «razón cínica». La «razón cínica» usa siempre un pseudo-argumento tautoló-
gico: es la razón que se da a sí mismo el que ostenta el poder, y por la que no necesita
«entrar» jamás en una auténtica discusión (la de la «razón discursiva»), porque no está
dispuesta, desde el punto de partida, a dejarse juzgar por ningún otro Poder. La deci-
sión de no compartir el poder, y de ejercerlo omnímoda y despóticamente sobre toda
la humanidad, le impide «entrar» auténticamente en alguna discusión con «pretensión»
de verdad, y de validez.55 El imperio no necesita tener ninguna «pretensión» de ver-
dad, «tiene» la verdad, y sólo exige su aceptación —es el pseudo-argumento que justi-
fica la «guerra santa»,56 otra denominación de la «guerra justa» de John Locke—. Un
cierto «fundamentalismo de mercado» —como expresaba G. Soros— se encuentra
detrás como actitud ética originaria.
Por ello, aunque se declara ser un poder «democrático» con respecto a su propio
pueblo (ad intra),57 sin embargo su cinismo con respecto al Otro, a la Alteridad, al
resto externo de la humanidad (ad extra), impide el ejercicio honesto y serio del Prin-
cipio democrático con sentido normativo. ¿Cómo puede darse éticamente el reconoci-
miento de la igualdad humana a todos los miembros de la propia comunidad política,
cuando se le atribuye a esa misma comunidad el derecho de declarar «inhumano» al
resto de la humanidad? ¿Cómo puede un demócrata, que conciba la democracia no
meramente como un procedimiento político etnocéntrico sino al mismo tiempo con
exigencias normativas, ser despótico con los Otros, con los débiles, con los vencidos,
con los postcoloniales...? El que mata a los otros insensiblemente termina por suicidar-
se en el «sin-sentido» de un orden inmoral.
La «doble moral» de las empresas trasnacionales, que cumplen con las exigencias
normativas ad intra, en el propio Estado metropolitano, y corrompen, simulan, roban,
extraen ganancias excesivas ad extra, termina por corroer a toda la estructura normati-
va. La inmoralidad ad extra termina por imponerse también ad intra. Es el caso de la
trasnacional Enron que con su doble contabilidad y política financiera engañó primero
55
Véase en mi obra Dussel, 1998, la diferenciación entre «pretensión de verdad» y «pretensión de
validez» (caps. 1-3).
56
Leemos en el diario que John Ashcroft, nombrado procurador general por Bush «pidió esta semana
lanzar una guerra santa en defensa de la civilización y contra el terrorismo» (La Jornada, México, 24
de febrero de 2002, p. 31). Bush, que había hablado de «cruzada» (cristiana contra los musulmanes) al
comienzo de la guerra contra Afganistán, nuevamente se refirió a una «cruzada» en su viaje a Japón (en
el mes de febrero), hecho criticado por Zogby (ibid.).
57
Hoy sabemos que esto tampoco esto es cierto, porque nunca los servicios de inteligencia nortea-
mericanos han espiado de manera tan sofisticada a un ser humano como se está organizando espiar al
ciudadano norteamericano, no sólo conociendo qué libros ha pedido en bibliotecas durante su vida, qué
mercancías a comprado, etc., sino que incluso puede detectárselo desde satélites por su modo de caminar
(el único inconveniente en este caso es que cuando una mujer cambia su tipo de zapato, de tacon bajo
o alto, cambia igualmente de identidad). Al final el despotismo ad extra se ha transformado igualmente
en despotismo ad intra, y no podía ser de otra manera: la coherencia se impone al final.
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 289
a los otros Estados y al final al propio «home-State» (y hoy se tiene sospecha de que
la costumbre se ha generalizado, dándose ya otros ejemplos dudosos como en el caso
de la IBM, la Coca-Cola, el City Bank ya ligado al «blanqueo de dinero» de la droga,
etc.).
58
Es evidente que siempre ha habido terroristas. Lo criticable del hecho es que no se acepten tribu-
nales internacionales, como el Consejo de Seguridad o el Tribunal Penal Internacional, que pudiera inter-
venir en una definición de su concepto. En realidad las resoluciones del dicho Consejo de la Naciones
290 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
exterminados por la potencia nazi. Para los imperios de turno no morían seres huma-
nos; perecían «cosas» que habían sido destituidas de su humanidad previamente por
razones similares al «argumento de Locke».
Llegamos así al problema filosófico de fondo.59 A la razón estratégica del cínico,
que se funda en el poder para proferir un pseudo-argumento tautológico (el «argu-
mento de Locke»), no puede oponérsele una mera razón discursiva, porque el cínico
no «entra» en dicha discusión. La filosofía de la liberación intenta en cambio enfrentar
estratégica y teóricamente la situación, pero lo hace abriendo otros frentes.
En primer lugar, muestra la tautología (y éste es un «trabajo» filosófico) que de-
sinmuniza el pretendido argumento autorreferente. En segundo lugar, enfrenta al poder
dominador desde el contra-poder antihegemónico de los Nuevos Movimientos Socia-
les (feminismo, antirracismo, afirmación de las culturas negadas por el colonialismo,
liberación de las naciones periféricas postcoloniales, de las clases dominadas, de las
etnias excluidas, de la tercera edad, de los niños, de las generaciones futuras a través
del problema ecológico, etc., cuyas «redes» se van fortaleciendo mundialmente en los
nombrados Foros de Porto Alegre). En tercer lugar, la fundamentación anti-escéptica
(del escepticismo ante la razón dominante, subproducto cómplice de la violencia, co-
mo en el caso de un Richard Rorty o de algunos ejemplos del movimiento postmoder-
no) no se dirige a una mera afirmación de la razón en general, sino hacia un dar argu-
mentos a las indicadas comunidades de liberación de los Nuevos Movimientos
Sociales, a fin de legitimar la «razón crítica»: a) tanto por sus contenidos (la razón
práctico-material crítica que justifica no sólo la producción y la reproducción de la
vida humana en comunidad con pretensión de universalidad, sino su desarrollo desde
la afirmación de las víctimas60); b) como por su validez (la razón discursiva crítica,
desde el consenso de los excluidos contra el consenso hegemónico que profiere auto-
rreferentemente el «argumento de Locke»),61 y c) por su factibilidad crítica (la praxis
propia de la liberación, que supone la toma de conciencia y la organización de las
víctimas «negadas» en su Alteridad por el poder dominante).62
Unidas nunca es aceptado cuando se opone «a sus intereses», por Estados Unidos o por Israel. Vemos
entonces que las «mil reuniones, discusiones, acuerdos» (de Apel), de poco valen cuando se oponen a
la «Voluntad de Poder» del imperio.
59
Véase Dussel, 1996, «From the Skeptic to the Cynic», pp. 64 ss.
60
Véase Dussel, 1998, caps. 1 y 4; en resumida traducción alemana en 2000, caps. 1 (pp. 15 ss.) y
4 (pp. 85 ss.). Lo que no había enunciado en dicha ponencia claramente eran dos cuestiones. La primera,
que el cínico no «entra» en una discusión honesta, no sólo porque tiene el Poder, sino porque tiene un
argumento, el «argumento de Locke» (pseudo-argumento autorreferente que se hace evidente para el
dominador y sus «amigos»). La segunda, que la fundamentación que hay que efectuar no se dirige tanto
a una justificación en general de la razón ambigua de los grupos dominantes (como en el caso de K.-O.
Apel), sino como justificación de una razón consensual y material crítica de las comunidades excluidas,
dominadas, negadas. El filósofo crítico (filosofía de la liberación) argumenta a favor de grupos empíricos
que necesitan dicha fundamentación para su acción estratégica liberadora, innovadora, creadora.
61
Ibid., caps. 2 y 5.
62
Ibid., caps. 3 y 6.
«ESTADO DE GUERRA» PERMANENTE Y RAZÓN CÍNICA: JOHN LOCKE 291
Por ello, si es verdad que todo régimen democrático debe «poner límites»63 y por
ello hay inevitables exclusiones —al menos de los ciudadanos de otros Estados, aun
reconocidos como tales—, lo que deseamos recalcar es que algunas filosofías políticas
de Estados Unidos y Europa no vislumbran la diferencia entre a) la situación de «esta-
do de derecho» en el «centro» del sistema-mundo actual (el «Grupo de los Siete»,
siendo seis de ellos semi-periféricos de la super-potencia dominante) y b) la situación
política de los Estados postcoloniales periféricos (en el África, Asia y América Lati-
na), como «fuera del derecho» y reducidos a la miseria por cinco siglos de economía
colonial. Dicha diferencia es un efecto negativo de un «estado de guerra» permanente
que se originó con la Modernidad, con la conquista de América en 1492 como sistema
colonial, con el capitalismo como acumulación originaria de los metales preciosos
americanos y con la trata de esclavos, acumulación acrecentada siglo por siglo y aumen-
tada de manera nunca observada desde finales de la llamada Segunda Guerra Mundial
(1945) y en especial desde 1989. Los pueblos y sus Estados periféricos postcoloniales
siguen sufriendo una imposibilidad estructural de alcanzar un grado de desarrollo y
autonomía mínima, aceptable para poder establecer sistemas políticos democráticos
—donde pudiera ejercerse la soberanía de los pueblos—. Hablar en estos Estados
postcoloniales de un sistema democrático supondría el dejar de sufrir el constante aco-
so de las potencias centrales, que agobian permanentemente sus explotadas economías
en un grado tal, que los pueblos miserables terminan por expresar su desesperación
como aún lo hacen las clases pequeño burguesas (no se diga las marginales) de Argen-
tina en los sucesos dramáticos del 19 al 20 de diciembre de 2001. Este hecho mani-
fiesta un «malestar» creciente entre los pueblos, que indica que la democracia debe ser
redefinida, para no inscribirla exclusivamente dentro de un procedentalismo que ya
no se sostiene (siendo sólo el momento de pura legitimidad formal de la política)
cuando la reproducción misma de la vida de la población es puesta en cuestión (el
momento político ecológico-económico o material de la vida). Las masas hambrientas
gritan: «Pan y trabajo»,64 como momento constitutivo de la política, y como condición
63
Véase por ejemplo Young, 2000.
64
En tiempos de las dictaduras periféricas, instaladas por las potencias dominantes, como en el caso de
la dictadura de Augusto Pinochet contra el gobierno democrático de Salvador Allende en 1973, golpe de
Estado decidido y promovido por Henry Kissinger desde el Departamento de Estado (como en este febrero
y marzo de 2002 se está promoviendo de la misma manera el golpe de Estado contra Hugo Chávez en Vene-
zuela, por pretender tener una política propia en la OPEP y con respecto al petróleo), en tiempo de las dicta-
duras (repito) se gritaba: «Pan, paz y trabajo». Ahora no se grita «Paz», porque la «Guerra Sucia» de los
militares ya no es necesaria para el imperio. Pero la vida del pueblo oprimido y excluido sigue gritando el
aspecto material de la política: comida y empleo (porque el capitalismo ha destruido toda otra manera de
reproducir la vida). En el II Foro Social Mundial de Porto Alegre, sin embargo, pudo observarse el naci-
miento de una «Economía solidaria» que cuenta en Argentina hasta dos millones de miembros. El movi-
miento se expresó ya hace años con la obra de Razeto 1991 y 1985, y en 1988 el vol. 3. Se trata de la mera
subsistencia de una población de excluidos, marginales, que antes que morir de hambre reinventan un siste-
ma de «trueque», con moneda propia, por la organización de la producción y el consumo dentro de una
comunidad barrial o local cerrada. ¡El mundo de los excluidos sobrevive!
292 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
del consenso que funda la legitimidad formal. No hay representación o consenso sin
«ciudadanos vivos», y en el mundo periférico-postcolonial esto no está garantizado de
ninguna manera, dado el inmenso grado de transferencia de plusvalor que procedente
de los países explotados sigue fluyendo hacia el «centro» —privilegio que los países
centrales, no sólo Estados Unidos sino también Europa, Japón y algunos otros—. De-
mocracia y reproducción aceptable de la vida de los ciudadanos son dos aspectos del
bien común; es la justa articulación del aspecto formal de legitimidad discursiva y el
aspecto material de satisfacción reproductiva de la vida.
En último término, el «argumento de Locke» ocultaba que el Estado metropolitano
justificaba la negación de la vida del Otro, del esclavo africano, del indígena america-
no, del colono periférico, de todos los excluidos actuales del mercado. El cínico pre-
tende justificar éticamente la negación de la vida del Otro; el escéptico pretende justi-
ficar moralmente la negación de la razón critica; el conservador pretende justificar
la negación de la posibilidad de la utopía del poder vivir, que imposibilita el consenso
crítico anti-hegemónico del desear una «vida mejor» (no sólo una «vida buena»). Tres
negaciones que hacen a la política una praxis antidemocrática, bajo la apariencia de
cumplir ad intra con las exigencias liberales de la Democracia.
Ante lo que acontece debemos expresar, para concluir, que al proyecto utópico de
Kant manifestado en su obra sobre la «Paz perpetua» ha dejado lugar en el presente,
en el orden de la realidad geopolítica y militar a un proyecto de una «Guerra perpe-
tua», ahora como «Guerra preventiva». No es ya que «la guerra es el origen de todo»
como para Heráclito de Éfeso, sino que «el estado de guerra es el ser mismo perma-
nente de todo». ¡Se trata de una ontología de la muerte!
19. Deconstrucción del concepto de «Tolerancia»
(De la intolerancia a la solidaridad)1
19.1. INTOLERANCIA
o islamista. Puede observarse que el intolerante tiene entonces una cierta «teoría de
la verdad» entrelazada al poder político, y hasta militar, como mediación de su expan-
sión. La aceptación del otro en la verdad dogmática es el fruto de la derrota en una
guerra fundamentalista; y se pretende ser una guerra justa en tanto opina que es una guerra
en defensa y propagación de la verdad (sea revelada, cultural, etc.) del grupo triunfa-
dor. El dogmático no podrá aceptar nunca la falibilidad de la verdad sostenida, so pena
de caer ante sus ojos en el relativismo escéptico inaceptable, enemigo teórico por ex-
celencia del intolerante.
19.2. TOLERANCIA
menos que entristecerme al ver las actitudes antisemitas del sionismo de A. Sharón, y de grupos dogmáti-
cos contrarios al pueblo palestino, que es igualmente un pueblo «semita». Digo «antisemitas», además,
porque está consumiendo de manera irresponsable el «depósito moral» que la humanidad había deposita-
do en el pueblo de Israel dado el holocausto sufrido en manos de los nazis.
DECONSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO DE «TOLERANCIA» 295
[Los] hombres, por derecho natural, están obligados a honrar a Dios con los mejores me-
dios a su alcance y a ofrecerle, en sacrificio, las mejores cosas.3
Ahora bien, corresponde a la ley humana y a la legislación positiva determinar qué cosas
deban ser ofrecidas a Dios; esto último se confía ya a la comunidad entera.4
La propia naturaleza dicta y enseña [...] que ha falta de una ley positiva que ordene lo con-
trario deben5 inmolar incluso víctimas humanas al Dios verdadero o falso, considerado
como verdadero,6 de manera que al ofrecerle la cosa más preciosa, se muestran especial-
mente agradecidos por tantos beneficios recibidos.7
Obrarían ligeramente y serían dignos de reprensión y castigo si en cosa tan ardua, tan im-
portante y de tan difícil abandono [...] prestaran fe a aquellos soldados españoles, haciendo
caso omiso de tantos y tan graves testimonios y de tan grande autoridad, hasta que con ar-
gumentos más convincentes, se les demostrara que la religión cristiana es más digna de que
en ella se crea, lo que no puede hacerse en corto espacio de tiempo.8
3
Las Casas, B., 1989, pp. 155-156.
4
Ibid., p. 157.
5
Obsérvese que se habla ahora no ya de un «derecho», sino de un «deber» (deben...).
6
Aquí Bartolomé concede al otro «pretensión de verdad», mientras no pueda ser falseada, y también
«pretensión de validez» universal en su respectivo universo cultural.
7
Op. cit., p. 160. Si no hay un recurso argumentativo a disposición en una cultura dada, «estamos obliga-
dos a ofrecerle lo que nos parece el bien más importante y precioso, esto es, la vida humana» (ibid., p. 161).
8
Ibid., p. 154.
DECONSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO DE «TOLERANCIA» 297
Vemos entonces que se distingue entre «pretensión de verdad» (el tener a un Dios
por verdadero) de «pretensión de validez» (el conceder al otro el derecho de no aceptar
dicho Dios del otro, hasta tanto no se hayan dado «argumentos más convincentes» que
«demostrara que la religión cristiana es más digna»). El «tiempo» de la no-aceptación
del otro de la verdad propia es el tiempo de la tolerancia. Bartolomé fundaba así una
teoría racional universal de la tolerancia, que afirmando el derecho a la «pretensión
de verdad» de lo propio, sin embargo afirma igualmente el derecho del otro a su no
aceptación. Distingue dos tipos de pretensión: de la verdad (como referencia a lo real),
y de la validez (como referencia intersubjetiva a la aceptación del otro) en la que se
funda la tolerancia.
19.3. SOLIDARIDAD
Pero hay algo más que la sola tolerancia, en cuanto ésta supone una cierta indiferencia
ante el otro, un «tolerar» al otro con una cierta pasividad del que se desentiende de su
destino; es un no asumir responsablemente la imposibilidad que pudiera tener el otro
en el aceptar las razones. Y, más aún, fuera ya de la mera pretensión de verdad y vali-
dez, en referencia al cumplimiento de una pretensión de justicia, cuando alguien opina
que obra lo que hace con o por el otro justamente. Pero esa «pretensión de justicia»
(que supone una pretensión de verdad práctica) puede no ser aceptada por el otro. Hay
entonces también una «pretensión de validez práctica» que exige un tiempo de otra
densidad que la mera tolerancia.
Jacques Derrida, en su obra Políticas de la amistad, deconstruye el concepto de
fraternidad (en diálogo principalmente con Nietzsche y Carl Schmitt). La fraternidad
es también fundamento de una «pretensión de justicia», ya que la voluntad (la pulsión,
el deseo, la amistad) es constitutiva de la justicia (que no es sólo fruto de un consenso
práctico, el de la razón práctica, sino igualmente de la voluntad que motiva a compartir
lo debido a cada miembro de la comunidad). Deseo sin embargo referirme ahora a una
actitud que va más allá (au-delà) de la tolerancia y la fraternidad. Que es positiva,
creativa, responsable por el otro. No sólo lo tolera; ahora lo asume, se pone en su lugar
(sustitución), es responsabilidad por el otro como otro (más allá también del recono-
cimiento del otro como igual, en una mera justicia intrasistémica).
Al hacer referencia a la solidaridad (más allá entonces de la mera «fraternidad» de
Jacques Derrida) se pasa a un momento más positivo, afirmativo, que el de la mera
tolerancia ante una víctima, impotente de defender sus propios derechos. La tolerancia
es así subsumida en una responsabilidad por el otro. La tolerancia queda superada, en
cuanto por propia voluntad, por deseo se toma como propio el cumplimiento del de-
seo, del proyecto de vida que el otro no puede realizar. El otro no es ya meramente
«tolerado» pasiva o negativamente (en el tiempo del alcanzar el consenso de la preten-
sión de validez), sino que es «solidariamente» respetado activa y positivamente en su
alteridad, en su Diferencia. Se trata de la afirmación de la exterioridad del otro, de su
298 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Dado que ellos se complacen en mantener [...] que, al adorar a sus ídolos, adoran al verda-
dero Dios [...] y a pesar de la suposición de que ellos tienen una errónea conciencia,12 hasta
que no se les predique el verdadero Dios con mejores y más creíbles y convincentes argu-
mentos,13 sobre todo con los ejemplos de una conducta cristiana, ellos están, sin duda obli-
gados a defender el culto a sus dioses y a su religión y a salir con sus fuerzas armadas
9
Ibid., p. 166.
10
Si lo «falso» no ha sido falseado (por imposibilidad histórica de recursos argumentativos disponi-
bles), la «pretensión de verdad» del otro sigue siendo universal, honesta, seria.
11
Carta de 1563 a los dominicos de Guatemala (Las Casas, 1958, vol. 5, p. 471).
12
Obsérvese la precisión teórica. Indica que se debe «suponer» que tienen «errónea conciencia»,
pero dicha «suposición» desde la propia «pretensión de verdad» no puede quitar el otorgarle al otro tam-
bién su propia «pretensión de verdad», porque la «pretensión de validez» de Bartolomé no ha sido cum-
plida en la «aceptación» del otro de la verdad de Bartolomé, porque no se han dado «mejores y más
creíbles argumentos» todavía.
13
La posición de un racionalismo crítico universalista queda claramente evidenciado, lo que no obsta
(contra R. Rorty, avant la lettre) el reconocer al otro toda su libertad y el deber de ser coherente con la
razón universal.
DECONSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO DE «TOLERANCIA» 299
contra todo aquel que intente privarles de tal culto [...]; están así obligados a luchar contra
éstos, matarlos, capturarlos y ejercer todo los derechos que son corolario de una justa
guerra, de acuerdo con el derecho de gentes.14
14
Las Casas, 1989, p. 168.
300 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
desarrolla ante nuestros ojos, que se manifestó en el «¡que se vayan todos!» del 21 de
diciembre de 2001 en la Argentina despojada, o en los millones de cientos de ciuda-
des de todo el mundo del 15 de febrero de 2003 ante una guerra injusta, intolerante,
falta de toda solidaridad para con los pobres, los condenados de la Tierra.
20. Democracia en el «centro»
y crítica democrática global1
N uestra exposición será corta, a manera del enunciado de tesis para la discu-
sión; una mayor extensión podrá considerarse en una obra que elaboramos
en el presente.2
Por lo general la reflexión sobre la democracia se sitúa sólo en el horizonte del
pensamiento del «centro» (Europa occidental y Estados Unidos), aquí incluiremos la
temática poscolonial. Además, se trata frecuentemente sobre la posibilidad de la nor-
matividad de la democracia, la normatividad del consenso racional y fraterno.3 Aquí
daremos lugar todavía para la cuestión de la normatividad de las luchas por el recono-
cimiento de nuevos actores que se hacen presentes desde el horizonte del sistema, aun
del democrático, como fantasmas anteriormente invisibles. Esta invisibilidad es la más
sutil represión que inevitablemente se cumple desde la legitimidad de un orden demo-
crático vigente, positivo, en el poder. La Alteridad,4 la Diferencia, la Exterioridad (no-
intencional en la mayoría de los casos, concientes otras, pero la más importante es la
primera) se torna hoy el tema central en la democracia futura, popular, mundial, en el
proceso de globalización pretendidamente estructurado en torno a un «ciudadano glo-
bal»5 inexistente, a un mercado mundial apolítico de triunfadores de la competencia,
excluyente de los «perdedores».
1
Ponencia presentada en el Congreso sobre «Democracia» (organizado por la Academia de Bellas
Artes de Viena: Platform1... Documental1. «Democracy Unrealized»), con la participación de Slovoj
Žižek, Chantal Moufle, E. Laclau, I. Wallerstein, Michael Hardt y muchos otros, en Viena (Austria) el
6 de abril de 2001.
2
Se trata de una Política de la liberación, como continuación de mi libro anterior Ética de la Libe-
ración (Dussel, 1998). Sobre democracia consúltense los artículos en Goodin, 1999 (pp. 411 ss.), y del
mismo, 1997 (pp. 78 ss.).
3
En Politiques de l’amitié (Derrida, 1994), Derrida intenta, pienso, indicar una dimensión pulsional
de la política, dejada de lado por el racionalismo formal discursivo en política. Es posible todavía efec-
tuar una deconstrucción (deconstruction) de la deconstrucción derridiana de la fraternidad (del nosotros)
desde la exterioridad de los excluidos: tendríamos así unas Politiques de la Solidarité en sentido técnico.
4
Categoría filosófica de origen levinasiano (véase Lévinas, 1968).
5
Véase Hardt-Negri, 2000. Pienso que el «ciudadano global» es todavía empíricamente inexistente.
302 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
6
Véase Laclau, 1990.
7
Véase Nozick, 1974.
8
En Economía y Sociedad (Weber, 1983).
9
En Concepto de lo Político (Schmitt, 1996). Véase Enrique Serrano, 1994.
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 303
cual lo político continúa siendo posible como político. Marca entonces un límite de
posibilidad (de lo político) y su imposibilidad (como político). Entre los diversos
principios políticos debe hablarse de un «principio democrático», pero hay también
otros principios.
b) En segundo lugar, la acción política queda, en otro nivel, también delimitado
o «en-marcado» por las «instituciones» políticas. La lucha estratégica no actúa
dentro de un campo «vacío», sino dentro de un campo ya ocupado por una red de
relaciones donde los nodos son ciudadanos (de «carne y hueso») y sus relaciones
son funcionales. «Funcionales» no sólo dentro de la comunidad (o sociedad) políti-
ca, sino dentro de muchos otros sistemas prácticos, que no dejan de estar presentes
(en algunos casos como «lo social»), en la funcionalidad política. El político, el
ciudadano, el representante, el líder, los partidos políticos, los movimientos, etc.,
caminan sobre un «campo minado» —ya que el campo político tiene limitaciones,
delimitaciones, marcos que constituyen momentos del ejercicio del poder, estructu-
ra de fuerzas que se apoyan mutuamente, como diría M. Foucault18—. El que no
toma en cuenta dichas delimitaciones institucionales pierde legitimidad, que puede
producir consecuencias políticas inesperadas. Cuando Julio César cruza el Rubicón
o cuando Miguel Hidalgo toca la campana para convocar un ejército, la institucio-
nalidad vigente se ha roto, por ello no se cuenta ya con la legitimidad vigente, y
deberá evaluarse el sentido político de dicha acción anti-institucional (en el caso
de César será asumir la dictadura o el «imperio»; en el caso de Hidalgo afrontar
hasta la muerte, pero siendo reconocido posteriormente como el fundador de un
nuevo orden político). En estos casos la acción deja de estar justificada por el fun-
damento de legitimidad en la que la institución consiste.
c) Por último, en el nivel concreto de la acción, se encuentra la praxis política,
la construcción de la vida comunitaria, del bien común, pero igualmente la lucha
por la hegemonía, que haciendo abstracción de las limitaciones y lo «lleno» de los
principios e instituciones, puede abstractamente considerar el campo político como
«vacío» (metafóricamente), para ser «llenado» por la acción estratégica que defini-
rá en cada caso los objetivos de acción en vista de la posición concreta del «fin»
(Weber), del enemigo (Schmitt) o del antagonista (Laclau). Que el enemi-
go/antagonista pueda ser en cada ocasión diverso y que en cada caso pueda surgir
desde otra posición, y por ello redefinir cambiantemente el campo político, no sig-
nifica que los principios implícitos políticos no tengan vigencia. Por ejemplo, los
principios: «¡No debes matar al antagonista!», o «¡Debes permitir honestamente
una libertad democrática razonable al antagonista!», son necesarios, ya que su no
cumplimiento aniquilaría la lucha por la «hegemonía» como hegemonía, para ha-
cerla otra cosa: un acto de guerra, de totalitarismo o de autoritarismo, que en
cuanto tal no es ya política, y que, además, en el largo plazo se auto-destruiría po-
líticamente.
18
Véase Foucault, 1975.
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 305
22
Esta cuestión la explicamos en el capítulo 1 de la Política de la Liberación ya nombrada arriba,
que estamos elaborando en el presente (esto vale para todos los enunciados de esta ponencia).
23
Estamos pensando en el momento «material» o «afectivo» de la democracia de la «fraternidad»,
concepto elaborado, como hemos indicado más arriba, por Derrida en Políticas de la Amistad (Derrida,
1994).
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 307
Para mí, como filósofo latinoamericano a comienzos del siglo XXI, el tema más
urgente de la filosofía política no es simplemente estudiar el cómo dar estabilidad
a un orden político legítimo, al menos en apariencia, resolviendo consensualmente
conflictos posibles. La cuestión de la gobernabilidad. Para mí el tema más urgente
no es la estabilidad de la Totalidad (diría Emmanuel Lévinas) del orden político,
sino la Exterioridad a dicho orden, la invisibilidad de sus víctimas, de las mayo-
rías.
308 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
24
Popper, 1977.
25
Véase el tema en mi Ética de la Liberación (Dussel, 1998), cap. 4.
26
Fue Gramsci el inventor del concepto actual de «sociedad civil». La obra de Cohen-Arato, 1995,
lo reconoce en parte (véase cap. 3, pp. 142 ss.). Gramsci distingue así la «sociedad civil» tanto del Estado
como del nivel estrictamente económico (que aparece bajo la fisonomía de lo «social»), dando importan-
cia al nivel de las prácticas políticas, sociales y culturales, principalmente. Gramsci, además, mucho antes
que Habermas, hizo del consenso un momento esencial de proceso de la hegemonía del «bloque histórico
en el poder», pero mostró (contra Habermas y Laclau) que el factor social (e indirectamente el económi-
co) exige a la sociedad política (el Estado) a pasar al uso de la coacción como dominación (perdiendo
la legitimidad de la hegemonía como consenso) cuando el «bloque social de los oprimidos» (el pueblo)
comienza sus «movimientos» en una lucha política, que muchos teóricos actuales olvidan. Paradójica-
mente Gramsci es más complejo e interesante para nosotros que Cohen-Arato, Habermas o Laclau.
27
H. Arendt duda de que lo social pueda ser considerado político. Esta particular ceguera ante el
aspecto material de la política nos indica el aprovechamiento que pudo hacerse de Arendt contra los
movimientos sociales contestatarios dentro de las sociedades centrales o dependientes del capitalismo
durante la «Guerra Fría». Su comprensión parcial del pensamiento de Marx la llevó a malentendidos.
Véase Passerin d’ Entreves, 1994; Canovan, 1992; Benhabib, 1996; Serrano, 1996.
28
Distinción que con anterioridad, por ejemplo en Hegel, tenía otra significación.
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 309
actores colectivos de las más diversas fisonomías se han denominado los «Nuevos
Movimientos Sociales».29 Estos movimientos, desde un punto de vista político, hacen
pasar a ser sujetos políticos de una ciudadanía «activa» a muchos miembros excluidos
o «pasivos» que habitaban el territorio controlado por los Estados europeos a finales
del siglo XVIII. En efecto, en el seno mismo de la Revolución francesa la «Revolución
de los iguales» (recuérdese a Babeuf en 1794) confrontó ya a la burguesía triunfante.
Los movimientos sociales, obreros y campesinos (los sindicatos, Trade Unions, de los
siglos XIX y XX) ampliaron la ciudadanía a los asalariados del capital, no propietarios
ni suficientemente alfabetizados al comienzo. El movimiento sufragista de las mujeres
subjetivó un segundo inmenso sector de la población, que de excluidas pasaron a ser
ciudadanas «semi-activas» (porque, sin embargo, estaban lejos de poder tener las con-
diciones psicológicas, culturales y materiales de un tal ejercicio pleno del que el pa-
triarcalismo las excluía). En épocas recientes, los miembros de la «tercera edad» (los
«adultos mayores») han comenzado a hacerse presentes.
Pero, de manera más decisiva —y ciertamente cobrará aún más importancia en el
corto y largo plazo—, los movimientos ecologistas (que simultáneamente luchan por
la sobrevivencia de la humanidad en el largo plazo, y, por ello mismo, por las genera-
ciones futuras) cobran cada vez, no sólo sentido social, sino estrictamente político. Es
el clamor, y desafío, del aspecto material (la reproducción de la vida humana en última
instancia) por excelencia el que mueve a esas organizaciones, que se vienen denomi-
nando «verde» en diversas partes del mundo (entre el «rojo» de la izquierda y el «ne-
gro» del fascismo y la muerte). El Informe de los Meadows en 197230 abrió la con-
ciencia a este aspecto antes invisible de la política.31
Lo mismo pueden decirse de los movimientos contra la discriminación racial tanto
en Estados Unidos, como en Sudáfrica y tantos otros países del mundo contemporá-
neo.
Todos estos Nuevos Movimientos Sociales atraviesan transversalmente a la socie-
dad política y civil y se sobredeterminan unos a otros. Así el feminismo determina a
los movimientos que luchan contra la discriminación racial y a los ecologistas, mos-
trando que en último término se «feminiza» la exclusión de manera preponderante; el
racismo se ejerce en primer lugar contra las mujeres de color, las que sufren además
las peores condiciones antiecológicas, urbanas, etc.
El proceso democratizador, al transformar y ampliar el horizonte de la ciudadanía
«activa» a nuevos sujetos políticos antes excluidos (subjetivación política), significa
una radicalización, universalización y mayor participación simétrica de los antiguos
afectados (antiguos afectados que hoy descubrimos como «nuevas» víctimas). La toma
de conciencia crítico-democrática no puede nunca afirmar haber terminado la tarea de
29
Véanse, entre otros, Alain Touraine, 1999 («De la clase a los movimientos», pp. 237 ss.); Anthony
Giddens, 1996 («Movimientos sociales», pp. 678 ss.).
30
Véase Límites del crecimiento (Meadows, 1972).
31
Hans Jonas, 1982, lo muestra convincentemente.
310 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
32
Véase Soziale Systeme (Luhmann, 1984).
33
Véase I. Wallerstein, 1974 y ss., y André Gunder Frank, ReOrient (Frank, 1998).
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 311
34
El fruto (el plátano o banana) que la United Fruit extraía de Guatemala, el politólogo Schlesinger
lo denomina «fruto amargo». Jacobo Arbenz tenía un proyecto burgués de desarrollo industrial, pero los
grupos conservadores norteamericanos (con sus representantes en el Congreso) abortaron ese desarrollo
capitalista autónomo y lo volcaron en una guerra de guerrillas que el Departamento de Estado confrontó
durante 30 años en Guatemala. Miles de muertos innecesarios. Son actos que deberán todavía ser juzga-
dos por Tribunales Penales Internacionales futuros sobre violencia genocida usada contra la Humanidad.
Todas las guerras centroamericanas de los sesenta, setenta y ochenta no tienen otro origen. Lo cierto es
que hoy, al comienzo del siglo XXI, Centroamérica gime en la miseria, la explotación, el analfabetismo,
en peor situación que en los cincuenta.
312 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
35
Todavía están por juzgarse las responsabilidades de Estados Unidos de todo este proyecto. La
masividad, universalidad y similitud de todos los gobiernos militares latinoamericanos de las décadas de
fines de los sesenta hasta mediados de los ochenta nos indica una planificación que ningún ejercito na-
cional latinoamericano tenía dentro de sus posibilidades. El Departamento de Estado fue ciertamente el
origen y el lugar del control de todo el modelo, justificado, evidentemente, por la ideología de la Guerra
Fría. Henry Kissinger fue directamente responsable del Golpe de Estado en Chile, y por ello indirecta-
mente de la muerte de Salvador Allende, como Secretario de Estado que estimuló las decisiones que
Augusto Pinochet tomó y por las cuales es ahora justamente juzgado, Pinochet pero no Kissinger.
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 313
36
Quiero indicar que el colonialismo salvaje de Bélgica, Inglaterra, Francia, etc., jugó su política
de dominio oponiendo una etnia contra otra. Cuando se produce la emancipación de posguerra, las pobla-
ciones cuyos territorios africanos les fueron asignados a las metrópolis (resultado del Congreso de Berlín
de 1885, y de otras modificaciones posteriores), debieron organizar sus nuevos Estados. La homogenei-
dad del ciudadano europeo-moderno era imposible. La heterogeneidad cultural de las etnias exigía un
nuevo sistema político. Pero Europa no sólo no ayudó a consolidarlo en la época colonial sino que des-
truyó su posibilidad (el usar el enfrentamiento interétnico, en vez de constituir Parlamentos interétnicos
que hubieran educado a la tolerancia y gobernabilidad entre dichas étnicas). Cada Estado africano debería
en efecto hoy constituir algo así como una Cámara con representación de las etnias (con poder de veto
en cuestiones esenciales, un Senado), y otra con la representación proporcional (de partidos nacionales
que lentamente se irían organizando, una Cámara de Diputados). La democracia africana exige nuevas
soluciones para lo que los modelos europeo-norteamericanos (y sus respectivas filosofías políticas) sirven
de muy poco. El eurocentrismo teórico es nefasto, pero está universalmente extendido.
37
Véase mi obra Dussel, 2001, cap. 14.
314 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
creciendo en el próximo futuro, y que necesitan de una nueva y más crítica filosofía
política).
38
Véase el Report del Desarrollo Humano de las Naciones Unidas (PNUD, 1998).
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 315
minación en los que se hayan sumidos los segundos. El feminismo del centro, inevita-
blemente, usufructúa la explotación económica de las mujeres de la periferia. Éstas
son indirectamente las víctimas de aquellas. No es extraordinario que sean más críticas
con respecto a los aspectos económicos y políticos del proceso de democratización.
Por último, querríamos advertir que en la lucha por la democracia global hay una
macro-estructura que está siendo puesta en duda. En efecto, muchos coinciden en
que el Estado39 ha dejado de tener importancia.40 Para los economistas que propug-
nan la apertura de los mercados nacionales, para los neoliberales que desconfían del
Estado, porque el mercado es global; para lo que queda de la izquierda, porque el
Estado ha servido, exactamente, para transformarse en el instrumento de una globa-
lización que no tiene en cuenta la posibilidad de sobrevivencia de las grandes mayo-
rías del Sur, por todo ello, la lucha democrática estaría en manos de ONG (Organi-
zaciones No Gubernamentales), grupos de solidaridad (como en Seattle), y de otros
organismos intermedios los que se enfrentarían a la estructura trasnacional privada
y controlada por burocracias globales (financiera, de corporaciones trasnacionales),
con una cultura mundial, respaldada por la OTAN (y en última instancia por el ejér-
cito norteamericano, como se ha visto en la Guerra del Golfo y Kosovo). En fin, el
Empire (de Hardt-Negri) se opone al anónimo «ciudadano global», definido en últi-
mo término como «comprador» en un mercado total global. A esta comprensión
economicista de la subjetividad hay que oponerle una re-politización como partici-
pación democrática de los actores activos en la intersubjetividad de la comunidad
política a sus diferentes niveles de participación y representación. Participación
directa en las comunidades políticas de base (juntas vecinales, agrupamiento de
consumo, producción, autodefensa, etc.), e indirecta por representación democrática
en todos los niveles institucionales (desde el Municipio o Condado, el Estado o la
Provincia, el Estado territorial, etc.).
Es imposible la repolitización de la intersubjetividad ciudadana como actores co-
munitarios sin la existencia del Estado, que no es sólo un instrumento de globalización
(y esto es posible por la desmovilización ciudadana que se torna «pasiva»), sino que
es la única resistencia y polo creativo para regular esas estructuras financieras, indus-
triales y militares que están en un «estado de naturaleza» pura, sin ninguna regulación
política legítima, fuera de toda sociedad civil y política. Y es Estados Unidos, el home
State de las grandes corporaciones y la referencia última del capital financiero mun-
39
No escribo nunca Estado «nacional», porque casi no ha habido estados «nacionales». España,
Francia, Alemania, el Reino Unido, Italia, no han organizado Estados de «una» nación, sino Estados
controlados por una nación (Castilla, L’Île de France, los Prusianos, Inglaterra, el Norte industrial, etc.)
dominando a otras naciones (a los Vascos, Gallegos, el Midi, Scotland, el Messo Giorno, etc.). Quizá sólo
Estados Unidos es un Estado con una Nación, pero en realidad esta Nación de muchas procedencias
culturales se ha ido constituyendo lentamente desde el 1620 y no ha concluido su fisonomía. En realidad
los Estados europeos modernos fueron, pero no lo reconocieron (de ahí hoy el intento de la Europa de
las «naciones» y no de los «Estados») plurinacionales.
40
Véase por ejemplo la obra de Hardt-Negri, 2000.
316 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
dial, el Estado que se opone a pasar del «estado de naturaleza» a un verdadero «estado
civil» o «político cosmopolita».41
Paradójicamente, un George Soros42 habla en cambio de la necesidad de una
«Alianza de los Estados democráticos», mostrando que el Estado es una última instan-
cia necesaria actualmente para fijar ciertas reglas al capital financiero global, como lo
ha decidido igualmente el «Grupo de Lisboa». El concepto de un «ciudadano global»
es un peligroso espejismo. No hay un ciudadano del mundo sin mediaciones reales de
una sociedad política (el Estado). La democracia no puede ejercerse en un nivel mun-
dial, al menos actualmente y por mucho tiempo (quizá siglos). Necesita de la comuni-
dad política que haya organizado una sociedad política (el Estado) y que sea vitalizada
desde la sociedad civil, dentro de un territorio, con una cultura, lengua, tradiciones,
identidad. La globalización debe ayudar a profundizar esta identidad sin disolverla,
o la pretendida democracia global será un mecanismo más de aniquilación y alineación
cultural y política (y económica en último término) de la identidad del sujeto concreto
y comunitario, de la intersubjetividad que ha llevado milenios para ser construida. La
situación postconvencional no es postcultural. No es posible todavía pensar en una
cultura global (que perversamente debería hablar una lengua, impondría una única
jerarquía de valores, una religión, una moral tradicional, una literatura...). Sería sim-
plemente una cultura totalitaria. Es necesario luchar por un sano desarrollo polifónico
de las grandes experiencias humanas expresadas en la rica diversidad lingüística, cul-
tural, religiosa, de cosmovisiones que, mucho más que las especies vegetales y ani-
males, nos hablan del esplendor de la Vida, ya que su realización suprema es la Vida
humana plenamente desarrollada. Y así como las especies vegetales y animales se
están extinguiendo, de la misma manera se eliminan genocidamente lenguas, culturas,
etnias en Asia, África y América Latina.
Por último, y desde un punto de vista de lo político, que subsume los principios
éticos implícitos como constitutivos de los mismos principios políticos, se debe desa-
rrollar toda una parte de la filosofía política que justifique la legitimidad, normativi-
dad, de los movimientos de transformación de las instituciones y las reglas de la do-
minación política desde las víctimas (intra-estatales o globales). En primer lugar, hay
41
Véase el artículo de Peter Spiro, 2000, en Foreign Affairs, sobre la oposición de Estados Unidos
a colaborar con las Naciones Unidas (no pagando su cuota), oponiéndose a un Tribunal Penal Internacio-
nal, a los protocolos ecológicos, a una política monetaria y bancaria internacional. Estados Unidos prefie-
re bombardear todas las instituciones que podrían a la larga organizar una estructura cosmopolita con
legitimidad, para privilegiar una política unilateral (de Estados Unidos con cada negociador potencial),
lo que le permite no depender de ningún juez «externo». El Imperio no desea ser juzgado por nadie. El
sólo puede juzgar a todos. La Paz Americana está fundada en el ejército más poderoso en el nivel global.
El insignificante Mare nostrum de los romanos parece una pigmeo político naval comparado con esta
estructura resultado del fin de la Guerra Fría en el 1989. Éste es el oscuro horizonte de la democratiza-
ción en el mundo poscolonial.
42
En su última obra Soros, 2000.
DEMOCRACIA EN EL CENTRO Y CRÍTICA DEMOCRÁTICA GLOBAL 317
43
Hay principios políticos constitutivos de todo «orden político» vigente; pero hay igualmente prin-
cipios políticos críticos que justifican la crítica y transformación de todo orden político. Éste es el tema
de la Segunda Parte de nuestra Política de la Liberación en elaboración.
44
Véase mi Ética de la Liberación (Dussel, 1998), § 6.3, dedicado a mostrar qué es lo que significa
transformación (Veraenderung) en las Tesis sobre Feuerbach de Karl Marx: «Los filósofos han sólo
interpretado el mundo de diferentes maneras; de lo que se trata es de transformarlo (veraendern)» (Marx,
1956, MEW, 3, p. 7).
21. Diálogo con John Holloway
(sobre la interpelación ética, el poder, las instituciones
y la estrategia política)1
E ste diálogo, en el que tengo sólo algunos minutos para exponer mi posición y
comenzar así un debate entre nosotros y con los estudiantes presentes, deberá
centrarse por la indicada limitación de tiempo en cuatro aspectos, de los mu-
chos que la provocativa obra de nuestro autor, Cambiar el mundo sin tomar el poder.
El significado de la revolución hoy,2 nos presenta. En los títulos de los parágrafos se
indican los temas.
De todas maneras, y antes de iniciar la exposición, deseo expresar que una tal obra
debe ser recibida con el mayor aplauso, ya que nos permite una discusión seria, tan
necesaria, y que, espero, sea el inicio de un estado permanente de discusión en esta tan
trágica situación nacional e internacional en la que nos encontramos.
El ¡Ay! del grito de dolor producido por un golpe, una herida, un accidente, indica de ma-
nera inmediata no algo sino alguien [...] Lo que dicho grito dice es secundario; lo funda-
mental es el decir mismo, el que alguien dice algo. En el grito de dolor no se avanza sólo
lo dicho sino el decir, la persona misma, la exterioridad que provoca: que evoca o llama
al auxilio. [...] El grito de dolor como el ¡Tengo hambre! exige una perentoria respuesta.
La respuesta que obliga a la responsabilidad: ser responsable o tomar a cargo al que clama
y a su dolor [...] El ¡Ay! del dolor primero, el ¡Tengo hambre! ya articulado en un lenguaje,
una clase social, un pueblo, un momento de la historia, dice referencia a la Realidad o ex-
terioridad de todo sistema constituido. No pueden ser expresiones ideológicas. Son las pala-
1
Llevado a cabo en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía de la UNAM (Ciudad de México),
con la presencia de John Holloway y Atilio Borón.
2
Holloway, 2002. Pienso que la palabra «cambiar» se refiere al término «Veränderung» (transforma-
ción) que usa Marx en las Tesis sobre Freuerbach, y la tomaré en ese sentido técnico. Es un «transfor-
mar» que no es reformista pero que tampoco es inmediatamente revolucionario.
320 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
bras políticas primeras, las que instauran nueva totalidad de lenguaje y de formulaciones
conceptuales de sentido.3
Y concluye:
A la luz de esto, la idea de potencia se revela cada vez más como una idea de la creación
[...] La creación es el sentido de la vida [...] Una potencia que renace de las cenizas de su
primer consumo. Una innovación potente. Un excedente del Ser, de la materialidad, origi-
nal e independiente de toda finalidad, que se difunde por todo el mundo.9
Mientras que, para el sujeto, la única declaración de existencia posible es la tragedia, para
la conciencia del dolor y para el cuerpo, la redención.10
3
Dussel, 1995, pp. 10-12.
4
Negri, 2002, p. 147.
5
Ibid., p. 162.
6
Yo subrayo.
7
Ibid., p. 164.
8
Ibid., p. 166.
9
Ibid., pp. 173-181.
10
Ibid., p. 189.
11
Los temas de la vida y el dolor véanse en los caps. 1 y 4 de Dussel, 1998.
DIÁLOGO CON JOHN HOLLOWAY 321
12
Holloway, 2002, p. 48.
13
Categoría presente en Hegel, Marx, Lukács, y tantos otros (véase Jay, 1984). Véase Dussel 1977,
parágrafos 2.2 ss.
14
Véase mi obra Dussel, 1990, cap. 10. Sobre la «Exterioridad», véase la indicada Filosofía de la
Liberación, § 2.4, 2.6, 3.3, etc.
15
Filosofía de la Liberación, § 5.3.
16
Véase mi obra Dussel, 1985, cap. 7 (pp. 137 ss.). El texto central de Marx se encuentra en los
Grundrisse, Cuaderno II (trad. esp. Marx, 1971, v. 1, pp. 235-236).
322 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Físicamente el ser humano vive (lebt) [...] Que el ser humano vive (lebt) en la naturaleza
quiere decir que la naturaleza es su corporalidad, con la cual ha de mantenerse en proceso
continuo para no morir [...] La actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el
ser humano sólo como un medio para la satisfacción de sus necesidades [...] La vida pro-
ductiva es, sin embargo, vida genérica. Es la vida que produce la vida.17
Lo que la Voluntad (Wille) quiere es siempre la Vida (Leben) [...] Decir Voluntad de vivir (Wille
zum Leben) es lo mismo que decir lisa y llanamente Voluntad, y sólo por pleonasmo emplea-
mos aquella frase [...] Allí donde hay Voluntad hay también Vida. Por consiguiente, a la Volun-
tad de vivir (Lebenswillen) le está siempre asegurada la vida (das Leben gewiß), y mientras ella
aliente en nosotros, no debemos preocuparnos por nuestra existencia [...] El nacer y el morir
son cosas que pertenecen al fenómeno de la Voluntad y, por lo tanto, a la Vida.18
17
Manuscritos del 44, I (MEW, vol. 1, pp. 515-516).
18
El mundo como voluntad y representación, libro IV, cap. 54 (Schopenhauer, 1960, vol. 1, p. 380;
Schopenhauer, 2000, pp. 218).
DIÁLOGO CON JOHN HOLLOWAY 323
La esencia del Poder (das Wesen der Macht) es la Voluntad que tiene más-Poder (Mehr-
Macht), y lo es cuando el Poder ejerce el poder como Poder-que-se-sobrepasa (Ueber-
mächtigung) [...] Lo que debe sobrepasarse es lo que ofrece resistencia y que es estable y
sólido, que se mantiene y permanece y se conserva. Por el contrario, el que sobrepasa tiene
necesidad de poder salir de sí hacia un grado más elevado de Poder, lo que por su parte
exige una posibilidad de aumento.21
Pero este poder se ejerce sobre otros seres humanos (es, de alguna manera, el «po-
der-sobre» de Holloway). Para Heidegger, siguiendo a Nietzsche, el poder es «capaci-
dad de ser-Señor (Herrsein) y poder dominar (Befehlen-Koennen)»22 a otros seres
humanos.
Vemos entonces que hay dos maneras de comprender el poder. Una afirmativa, que
describe en primer lugar el poder como la expresión de la voluntad, que es el querer
del viviente que se afirma como el que lucha por permanecer y aumentar la vida, al
«poder-poner» los medios (entre ellas las instituciones) para dicha reproducción. Este
primer sentido del «poder» no se puede «tomar», como cuando se dice «tomar el po-
der». El «poder» es un momento de la plenitud de la voluntad y la vida, se tiene como
una facultad o capacidad necesaria en la afirmación de la vida. El poder puede negarse
19
Heidegger, 1961, vol. 1, pp. 51-52.
20
Ibid., p. 52.
21
Ibid., p. 105.
22
Heidegger, 1961, vol. 2, p. 106.
324 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
en otro, pero no puede extinguirse jamás, mientras alguien viva. Mientras viva el vi-
viente que quiere vivir, como voluntad, tendrá siempre poder, aunque sea potencial-
mente. No «lo toma» sino que «lo es» (es su misma voluntad como afirmación de vida
que intenta sobrevivir).
En este sentido el oprimido (negado) sigue teniendo siempre, mientras viva, vo-
luntad de vivir (que cuando se pierde, se pierde todo), y por lo tanto luchará para po-
der ejercer (no tomar) el poder-poner los medios para su plena sobreviviencia que el
dominador le niega. Esta afirmación no está clara en Holloway.
En un segundo sentido, como «Voluntad de Poder» (Wille zur Macht nietzscheano)
es voluntad sobre los otros, y por lo tanto el «poder-poner» del dominador niega el
poder de los dominados. Esto puede expresarse, desde Foucault, no de manera bipolar,
sino como un campo de estructuras de fuerza, poderes, entrecruzados, complejos, co-
mo mayor o menor dominio o complicidad. Pero al final, en su sentido negativo y
defectivo, aquí el poder es «poder-sobre» (en el sentido de Holloway).
Nuevamente, Antonio Negri, entiende como potencia la acumulación de poder que
se ejerce sobre el dominado, el sufriente, el negado (hoy el mítico Imperio del filósofo
italiano). Esa indicación está en la dirección del tema. En efecto, esa acumulación de
potencia es positiva, creadora. Y, por ello, el poder no «se toma», sino que en su apa-
rente impotencia el oprimido acumula capacidad en su poder-poner mediaciones para
la vida, poder que no puede expresarse todavía. La cuestión entonces sería: ¿cómo
transformar el mundo acumulando poder? Pero si el poder es sólo defectivo, domina-
ción (como para Max Weber, Carl Schmitt y tantos otros), esa pregunta afirmativa no
es posible.
Por lo tanto, hay a) un poder negativo que es el «poder-sobre» los otros, y b) un
poder creador positivo que es el «poder-anterior-y-por-sobre-el poder-sobre»23 que
se acumula en la exterioridad del sistema, en la interioridad de la subjetividad, en las
comunidades críticas (movimientos sociales, partidos políticos críticos, asociaciones
productivas de trueque o fuera del mercado, etc.), distintos tipos de utopías, insignifi-
cantes para el sistema, pero lugar donde la vida comienza a soñarse («¡Otro mundo es
posible!», del Foro Social Mundial de Porto Alegre) como una posibilidad afirmativa
de la esperanza (a la Ernst Bloch, desde la narrativa popular, que es la gran narrativa
épica anti-postmoderna) más allá del capital y del Estado opresor.
23
El «poder-poner» mediaciones desde la vida para la sobrevivencia está debajo, es anterior a todo
«poder-sobre». Es más, ningún «poder-sobre» dejó de ser en su origen «poder-creador», como el «acon-
tecimiento» que nos describe Alain Badiou en El ser y el acontecimiento (aunque en este caso es sólo
origen ontológico y no propiamente creador, liberador). Véase toda esta temática en mi obra en elabora-
ción Política de la Liberación. La Arquitectónica. En el «por-sobre» queremos indicar la trascendentali-
dad del horizonte de la Totalidad, el más allá del mero «poder-sobre». Surge desde la nada del sistema
(del capital y de su Estado opresor), crece en la exterioridad inadvertida, acumula «poder-de-vida» en
la sombra, y explota en algunas ocasiones a través de los siglos en las grandes revoluciones. Pero crece
y se organiza continuamente en los movimientos políticos antihegemónicos.
DIÁLOGO CON JOHN HOLLOWAY 325
Así como hay una posible descripción crítica, aun revolucionaria del poder (como la
acumulación de fuerza que llega el momento que se transforma en un efectivo «poder-
poner» las mediaciones para la vida, porque se ejerce el poder creativo), de la misma
manera es necesario toda una filosofía política de las mediaciones política para la
permanencia y aumento de la vida humana en comunidad. Un cierto nihilismo político,
ahora presente de manera distinta en A. Negri y en J. Holloway, al plantear reductiva-
mente la cuestión de las instituciones políticas —como reductivamente se presentó el
concepto de poder, sólo negativo24—, impide comprender la cuestión del Estado.
En estos dos últimos parágrafos nos internamos en lo que hemos denominado la
esfera de la factibilidad.25 «Factible»,26 aquí en sentido práctico (como lo posible de
ser operado), se encuentra en el orden de la razón estratégica (subsumiendo la instru-
mental).
La factibilidad es el amplio margen entre dos límites: a) la muerte (como límite
absoluto que no puede superarse) y lo empíricamente imposible, y b) lo empíricamente
posible para la vida humana.
24
Creo que Holloway se corrige cuando escribe: «La política revolucionaria (o mejor dicho, la anti-
política) es la afirmación [¿qué pasó aquí?, me pregunto] explícita de lo negado en toda su infinita rique-
za [...] La dignidad es la auto-afirmación (!) de los reprimidos y de lo reprimido, la afirmación (!) del
poder-hacer en toda su multiplicidad y en toda su unidad [...] La lucha de lo que existe en la forma de
ser negado es innegablemente tanto negativa como positiva (!) [...] es la afirmación (!) de lo que existe
[en la exterioridad, agregaría yo E. D.], aunque sea en la forma de ser negado» (Cambiar el mundo, p. 305).
¿Cómo puede yacer oculto bajo lo negado la forma afirmativa? Es exacta la expresión, porque la subjeti-
vidad (en la economía de Marx: el «trabajo vivo») del oprimido no puede subsumirse del todo en el sis-
tema (en el capital). Siempre hay un excedente, una exterioridad de la subjetividad (la «fuerza de trabajo»
alienada no es el «trabajo vivo» como sujeto), cuya afirmación como potencia (Spinoza) creadora (Negri
y Marx, contra los marxistas estándar: «fuente creadora de valor» [schoepferische Quelle des Wertes]:
véase el cap. 10 de mi obra ya nombrada El último Marx; ahora desde Schelling) es el punto de partida
afirmativo de la misma negación. Se trata de un Negri contra Holloway, y Marx más allá de Negri (en
mi interpretación).
25
Véase Dussel, 1998, caps. 3 y 6.
26
En latín factibilia se distinguía de operabilia. El primero es del orden de la relación sujeto-naturaleza,
nivel de la producción. El segundo es del orden práctico relación sujeto-sujeto. En este caso el «poder-hacer»
de Holloway sería nuevamente reductivo. Porque habría un poder-hacer-instrumentos (orden de la produc-
ción), y un poder-obrar-relaciones prácticas (orden práctico, político, familiar). El nivel económico, como bien
indica Marx, es un nivel sujeto-naturaleza-otro sujeto: es un orden práctico-productivo. Las «relaciones de
producción» son relaciones instrumentales con la naturaleza (el trabajador del campo, con su pala y ante la
naturaleza), y las relaciones prácticas del señor-esclavo, señor feudal-siervo, capitalista-obrero asalariado. La
técnica agrícola pudo ser la misma en el esclavismo romano, en el feudalismo en Francia o de un propietario
capitalista y su peón a salario; pero la determinación práctica (sujeto-sujeto) determinan obra «relación de
producción» en los tres casos. Decían los clásicos que «hacer» (poiein) no es «obrar» (pratein). La palabra
«praxis» recuerda que es una acción práctica y no productiva (como el trabajo, que es productiva): el marxismo
estándar ha confundido los dos significados y también Holloway.
326 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
27
«Pero no sólo la República Federal de Alemania: todos los países europeos han evolucionado tras
la Segunda Guerra Mundial, de suerte que el plano de integración que representa el Estado nacional ha
perdido peso e importancia» (Habermas, 1989: 116-117).
28
Llamo al Estado «particular», porque ningún Estado europeo o latinoamericano son meramente
«nacionales». Por ejemplo, el Estado español tiene como «naciones» al menos a Cataluña, País Vasco,
Galicia, Castilla, etc. Lo mismo Francia, Italia y aún más el Reino Unido (indicando la pluralidad unida
de «naciones»).
29
Véase Nozick, 1974.
30
Véase Hinkelammert, 1985.
31
Véase Hardt-Negri, 2000.
32
Véase Holloway, 2002.
33
Lo meramente no-contingente o con pretensión de una cierta permanencia se opone a lo contin-
gente; lo posible a lo imposible; lo necesario (en un nivel práctico, no natural) a lo no-necesario. Las
instituciones, a diferencia de las acciones estratégicas contingentes (a la manera que el capital fijo no es
circulante, pero «al final» circula), son necesarias (no por necesidad exigida por leyes naturales o físicas,
sino en cuanto no puede reproducirse la vida sin su mediación), y posibles.
34
Véase Georgescu Roegen, 1971.
35
Marx, Manuscrito del 44, I (MEW, vol. 1, p. 515, ya citado).
DIÁLOGO CON JOHN HOLLOWAY 327
36
Siendo la avaricia una pasión destructiva había que ponerle límites. A partir de tal argumento, y
no siendo los bienes de la tierra infinitos sino escasos, no pudiéndose efectuar milagros, es decir, encon-
trándonos en una esfera de lo empírico real, se infiere la necesidad de las instituciones. Hasta aquí el
argumento podría ser aceptable. Véase David Hume, 1998. La avidez por adquirir bienes y posesiones
para nosotros y nuestros amigos es insaciable, perpetua, universal y totalmente destructora de la sociedad
[...] Así que, en resumen, estimamos que las dificultades para el establecimiento de la sociedad son más
o menos grandes según las que encontramos al regular y restringir esta pasión» [«The avidity alone, of
acquiring goods and possessions for ourselves and our nearest friends, is insatiable, perpetual, universal,
and directly destructive of society [...] So that, upon the whole, we are to esteem the difficulties in the
establishment of society to be greater or less, according to those we encounter in regulating and re-
straining this passion»] (Hume, 1998); (Lindsay, 1966: 197). A partir de este hecho (to be) Hume infiere
el deber (ought to be) —contra la vulgar inversión de la «falacia naturalista» atribuida falsamente a Hu-
me— de imponer límites a esta pasión destructiva. Desde un tal argumento, y no siendo los bienes de la
tierra infinitos (un mundo posible lógicamente) sino escasos, y no pudiéndose efectuar milagros en el
nivel económico (otro mundo posible lógicamente), es decir, encontrándonos en un mundo de lo empírico
real de la escasez, se infiere la necesidad de las instituciones, que «regulan o restringen» la pasión de la
avaricia. Es una inferencia dialéctica a la manera de K. Marx.
328 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
De hecho, el Reino de la Libertad (Reich der Freiheit) sólo comienza allí donde cesa el tra-
bajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores;37 con arreglo
a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, más allá (jenseits) de la esfera de la produc-
ción material propiamente dicha.38
La libertad en este ámbito [económico] sólo puede consistir en que el hombre socializado,
los productores asociados, regulan racionalmente ese intercambio suyo con la naturaleza
poniéndolo bajo su control comunitario (gemeinschaftliche), en vez de ser dominado por
él como por un poder ciego.
La paz perpetua (el fin último del derecho de gentes en su totalidad) es ciertamente irreali-
zable. Pero los principios políticos que tienden a realizar tales alianzas entre los Estados,
en cuanto sirven para acercarse (Annaeherung) continuamente al estado de paz perpetua,
no son irrealizables, en la medida en que tal aproximación es una tarea fundada en el deber
y, por tanto, también en el derecho de los seres humanos y los Estados.39
Pero éste siempre (immer) sigue siendo el Reino de la Necesidad. Más allá (jenseits) del
mismo empieza el desarrollo de las fuerzas productivas, considerado como un fin en sí
37
Obsérvese que esto es empíricamente imposible.
38
Todo el texto está en MEW, vol. 25, p. 828 (podríamos citar de la nueva edición del MEGA del
manuscrito mismo de Marx, pero no está a la mano en ninguna traducción castellana por el momento);
Siglo XXI, vol. III/8, p. 1044.
39
Metafísica de las costumbres, § 61, A 228, B 258 (Kant, 1968, vol. 7, p. 474). Para un tratamiento
completo del tema véase mi obra de próxima aparición Política de la Liberación. Primera parte, Histo-
ria, cap. 2, § 7, 4.1.
40
En el mismo texto de El capital.
330 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
mismo,41 el verdadero Reino de la Libertad, que sin embargo sólo puede florecer sobre el
Reino de la Necesidad como su base. La reducción de la jornada laboral es la condición bá-
sica.
Imaginémonos finalmente, para variar, una asociación de seres humanos libres que trabajen
con medios de producción comunitarios (gemeinschaftlichen) y empleen, concientemente,
sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza social [...] A los meros efectos
de mantener un paralelo con la producción de mercancías, supongamos [...].43
Para entender el tema del encubrimiento del sentido de que la mercancía se había
autonomizado en su valor de su substancia (el trabajo vivo), Marx recurre al mismo
un postulado que le permitía describir, por defecto, el fetichismo de las mercancías.44
Pero ese postulado es igualmente orientación de toda estrategia de transformación
parcial o revolucionaria.
Pero, no debe olvidarse, el comunismo no es un momento futuro empírico de la
historia... es un postulado de orientación práctica de imposible realización histórica.
El pretender realizar en la historia un postulado abre la brecha de todo un marxismo
libertario (que no es de liberación) que se quita el piso bajo sus pies y queda imposibi-
litado de toda acción político-estratégica factible.
Así como Marx procede en la economía, de la misma manera deberemos proceder
en política en el nivel de la factibilidad macro-institucional. La «disolución del Esta-
do» debe ser definido como un postulado político. El intentarlo empíricamente lleva
a la «falacia anti-institucional» y a la imposibilidad de una política crítico-
transformativa. Decir que hay que transformar el mundo sin ejercer el poder de las
instituciones, incluyendo el Estado (que hay que transformar radicalmente digo yo,
pero no eliminar) es la «falacia» en la que caen Negri y Holloway.
Las instituciones dadas, vigentes, aun el Estado particular territorial (ya que no hay
prácticamente ningún Estado con una «nación» como base) como una macro-
institución política, nunca son perfectas, siempre exigen transformación. Pero hay
momentos en que las instituciones se tornan diacrónicamente represoras en extremo,
en su momento entrópico final. La hegemonía, el consenso vigente que se ejerce sobre
41
Es decir, trascendental a la razón instrumental, a la acción económica empírica.
42
Escribe Marx: «El comunismo es la figura necesaria, el principio energético del próximo futuro,
pero el comunismo en sí no es el fin del desarrollo humano, la figura de la sociedad humana» (Manus-
critos del 44, III (MEW, EB, vol. 1, p. 546). Es un postulado no una etapa histórica futura.
43
El capital, cap. 1, 4 (MEGA II, 6, p. 109).
44
Véase este tema en Dussel, 1993c, pp. 296 ss.
DIÁLOGO CON JOHN HOLLOWAY 331
45
Para Weber el poder es el ejercicio de la dominación legítima. Esto es una contradicción en los
términos. Si es dominación, negación del poder-poner del otro, no puede ser «legítima», o la palabra
legitimidad ha perdido todo sentido normativo. Y es el caso de Weber.
46
Si se entiende con A. Gramsci por pueblo «el bloque social de los oprimidos», que incluye clases,
fracciones de clases, etnias indígenas, asociaciones de la sociedad civil como las feministas, las que
luchan contra la discriminación de las razas. Fidel Castro definió el «pueblo, cuando de lucha se trata...»,
en sus obras tempranas (véase Dussel, 1985, pp. 400 ss.).
47
Véase la diferencia entre «reformismo» y «transformación» en mi Ética de la Liberación, cap. 6,
§ 6.4.
48
La acción transformadora o liberadora (que sólo alguna vez cada siglo puede realizarse) no siem-
pre es revolucionaria, pero no es reformista. La diferencia estriba tanto en el contenido de la acción (que
puede coyunturalmente ser igual al del reformista) sino en su orientación o criterio estratégico y táctico,
de los medios y fines, a corto y largo plazo. El que «transforma» construye hacia un polo que le permite
avanzar, corregir errores, modificar tácticas, pero no perder el horizonte estratégico: el postulado político.
332 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
dos sus mismos miembros (por ejemplo, un distribuidor de Coca-Cola como presi-
dente), todavía es la última resistencia posible de los pueblos oprimidos. Disolver sus
Estados o debilitarlos al máximo es quitarles la única posible defensa. La segunda
Guerra de Irak es una guerra contra el Estado particular postcolonial, que, aunque
corrompido y dictatorial, en un cierto nacionalismo interponía todavía alguna resistencia.
Por todo ello es trágico que una cierta izquierda coincida con el Imperio norteame-
ricano, home-state significativo de las trasnacionales y última instancia de poder cifra-
do en su estructura económico-político-militar, en disolver el Estado particular. Si los
europeos con Habermas parecieran que disuelven el antiguo Estado particular, es para
fortalecer estratégicamente una Confederación de Estados en la Unión Europea. En
América Latina, si se procediera a la organización de la Confederación de los Estados
Latinoamericanos, sin Estados Unidos o España en su seno, también sería conveniente
un tal debilitamiento. Pero por el momento no es ésa la situación.
Toda lucha por la entera disolución fáctica del Estado particular post-colonial es
un proyecto ambiguo.
Otra cosa es la lucha por la transformación del Estado particular post-colonial en
vista de una postulado político de «Disolución del Estado» en cuanto tal. Esto signifi-
caría que en toda creación de nueva institución, en todo ejercicio de un poder institu-
cional o en la transformación de todas las instituciones (la transformación del Estado)
se tuviera como principio de orientación la «Disolución del Estado», pero no como
negación objetiva de las instituciones, sino como subjetivación responsable de sus
funciones en un Estado democrático, popular, social, donde todos sus miembros asu-
mieran a tal grado sus responsabilidades, en donde la representación se fuera acercan-
do (para usar la palabra kantiana) al representado, la participación simétrica de los
afectados se hiciera carne en todas las acciones políticas a tal grado, que el Estado
dejara de pesar, se hiciera más ligero, más transparente, más público. No sería un
«Estado mínimo» (dejando todo al mercando o a la imposibilidad de ciudadanos per-
fectos49), sino más bien un «Estado subjetivado» en los ciudadanos a tal punto que la
institucionalidad se iría tornando transparente, la burocracia sería mínima, pero su
eficacia e instrumentalidad en cuanto a la permanencia y aumento de la vida humana,
sería máxima. Esto supondría, claro está, una transformación radical de orden econó-
mico capitalista.
No creo que tenga sentido intentar transformar las instituciones políticas sin el
Estado, sin ejercer el poder comunicativo, democrático, legítimo, participativo, social,
popular; aunque sí es posible enunciar un postulado de imposible realización, pero
como la «estrella Polar» de los navegantes chinos que les permitía navegar en la no-
49
Si todos los ciudadanos fueran políticamente perfectos, éticamente honestos, etc., el Estado sería
innecesario. Cierto utopismo político, teniendo como postulado esa perfección subjetiva, destruye objeti-
vamente las instituciones, y torna la política irracional. Lo justo es exactamente lo contrario. Porque es
imposible que todos los ciudadanos sean perfectos, las instituciones son necesarias. Pero porque las
instituciones no pueden ser nunca perfectas, es necesario siempre transformarlas. Éste es el realismo
crítico de Marx en economía, que aplicamos analógicamente a la política.
DIÁLOGO CON JOHN HOLLOWAY 333
che. Por todo lo expuesto pienso que el postulado de la «disolución del Estado» es un
criterio de orientación estratégica como horizonte regulativo.
De la misma manera, un cierto irrealismo con respecto a las instituciones del Estado
lleva a una falta de realismo crítico en la estrategia política. No se trata de una «políti-
ca de organización», sino una «política de acontecimientos», se nos dice. Falto de una
referencia institucional estratégica, como el Estado (que se debe sin embargo siempre
transformar), las mediaciones estratégicas se tornan insignificantes. Para Negri, al
final, la multitud global ante el espectro de un Imperio (sin ejército y sin exterioridad)
se enfrenta a algunos intentos tales como los de las ONG. Bien poco podrá acumular
de potencia esa multitud pasto de la mediocracia (como la llama G. Agamben, que
conoce el poder político del magnate de los medios de comunicación como Berlusco-
ni), que fabrica infaliblemente la interpretación de toda acción e institución política.
Es sabido que la interpretación del acontecimiento es el que puede crear la conciencia
de las multitudes. Pero dicha «fabricación» distorsiona completamente los aconteci-
mientos mismos. Al final, lo que acontezca en Seattle, Génova o Cancún es lo que los
medios nos presenten. Los medios no argumentan, presentan videos, los machacan,
los repiten, crean una unanimidad imaginaria, fetichizada, con un completo control
sobre el sentido de lo político. ¿Se puede en ese caso esperar de manera políticamente
pasiva la maduración de una política de acontecimientos?
Pareciera que la razón y la voluntad política de las masas oprimidas, de los Estados
particulares post-coloniales, de los marginales, empobrecidos, de los pueblos origina-
rios de todos los continentes, de los «condenados de la tierra», exigen también media-
ciones institucionalizadas, fueren las que fuesen, las imprevisibles o las ya conocidas,
o las transformables, para que una estrategia empírica pueda ir abriéndose camino.
Para que «¡Otro mundo sea posible!» hay que inventar lentamente, sin presu-
puestos sabidos, humildes ante las experiencias de la base, organizaciones políticas
a todos los niveles, desde los campos económicos, familiar, de vecinos, deportivos,
artísticos, culturales, teóricos, etc., movimientos sociales cuyos participantes sepan
también transformarse en actores políticos en diferentes instituciones no sólo de la
Sociedad Civil sino igualmente de la Sociedad Política. Los partidos políticos, que
deberán transformarse tanto cuanto la realidad exija, deberán jugar de todas maneras
una función importante, no como vanguardia, sino como escuela de política, a la
retaguardia de las masas populares, como escuelas críticas de ejercicio del poder,
como elaboración de alternativas, como lugar de discusión de postulados, proyectos,
modelos, fines, estrategias, tácticas, medios... para que la reproducción y desarrollo
de la vida de la comunidad política sea posible, para que su participación democráti-
ca, simétrica, autorizada sea posible, dentro de un realismo de la factibilidad que
nada entre la imposibilidad del libertario y la imposibilidad del conservador. La
334 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
1
Encuentro realizado en la UAM-Iztapalapa (México) entre el Departamento de Filosofía y un grupo
de profesores alemanes, entre los que se invitaron a A. Wellmer y A. Honneth, en 2004.
2
Mis más de diez años de diálogo con Karl-Otto Apel (Apel, 2005), me han enseñado que es bueno
definir claramente los puntos de partida.
3
El año pasado de 2003 nos reunimos los fundadores de este movimiento en Córdoba (Argentina)
para conmemorar los treinta años de su origen (aunque naciera en el II Congreso Nacional de Filosofía
argentino de 1971), y volveremos a encontrarnos en noviembre del 2004 para evaluar ese largo proceso.
4
En la «Plaza de las Tres Culturas», en México, fueron asesinados más de cuatrocientos estudiantes
y obreros, lo que no aconteció ni en París ni en Berkeley. En Argentina, la ciudad de Córdoba será «to-
mada» por huelgas obreras y estudiantiles contra el dictador militar Onganía (en el llamado Cordobazo).
336 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Desde Heráclito hasta von Clausewitz o H. Kissinger, la guerra es el origen de todo, si por
todo se entiende el orden o el sistema que el dominador del mundo controla con el poder
y los ejércitos [...] Se trata entonces de tomar en serio al espacio, al espacio geopolítico.
No es lo mismo nacer en el Polo norte o en Chiapas que en New York.6
Acontecimientos muy diversos a la Revolución cultural china del 1966, y otros muchos, que la filosofía
del «centro» no registra como «su» contexto, como es obvio.
5
El 2 de octubre de 1973 mi casa particular fue objeto de un atentado de bomba, mis libros volaron
por la calle, mis obras completas de Hegel o Marx quedaron dañadas por la bomba (a veces, al dar mis
clases, muestro a mis alumnos esos tomos semi-destruidos, para leer un texto, y les digo: «Este libro fue
desencuadernado por la bomba»), y viví la experiencia de una persecución selectiva de la extrema dere-
cha del peronismo (fascismo de la periferia). Pensábamos desde la persecución, y después desde el exilio.
Un M. Horkheimer o Adorno en California no me son extraños; hemos vivido las mismas experiencias
políticas; unos en el «centro», otros en la «periferia». Diferentes «lugares de enunciación».
6
«Seit Heraklit bis zu Clausewitz und Kissinger gilt der Krieg als Ursprung aller Dinge, wenn unter
dem Begriff alles die Ordnung oder das System verstanden wird, mittels derer der Herrscher die Welt durch
Macht und Militär kontrolliert [...] Deshalb kommt es darauf an, den Raum, den geopolitischen Raum
ernstzunehmen [...] Es ist nicht dasselbe ob einer am Nordpol oder in den Slums von New York geboren
wird» (Dussel, 1977; ed. alemana, 1989, pp. 15-16). Anoto que el traductor alemán no incluyó el «Chiapas»
del texto español. El texto fue escrito en México en 1975; conocía la pobreza de Chiapas..., estuve en el Con-
greso Indígena de 1974... ¡presagios! Además, el traductor no entiende que no estoy hablando de los Slums
de Nueva York, sino de los banqueros de Wall Street. La contradicción se establecía en la globalidad mundial
entre un pobre indio mexicano en relación al centro del Poder económico mundial. ¡La traición del traductor!
7
Por ejemplo, en la obra On Horkheimer. New Perspective (Benhabib, 1993), aunque se toca la
cuestión económica no se llega a definir claramente la negatividad en su sentido material radical.
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 337
Quien confía en la vida (Leben) directamente, sin relación racional (rationale) con la auto-
conservación (Selbsterhaltung) [del sistema], vuelve a caer, según el juicio de la Ilustración
y el protestantismo, en la época prehistórica.8
la mujer o el mundo obrero ante la crisis del Estado bienestar, sino que eran las
víctimas de un sistema mundial (un World-System globalizado desde 1492) que
incluía el sistema de la hacienda latinoamericana que explotaba al indio, el de la
mita que extraía la plata de las minas como la del Potosí (primera moneda mundial
del capitalismo colonial), el de las plantaciones con esclavo del África llevado a
la América tropical, de las indias amancebadas con el conquistador, de los niños
educados en el cristianismo (dominación cultural por medio de una religión extra-
ña), etc.
Fue en ese contexto, que la categoría ontológica de Totalidad11 (tan importante para
Hegel, G. Lukács o M. Heidegger, y por ello para la primera Escuela de Frankfurt) se
mostró insuficiente. Gracias a la lectura de otro filósofo judío: E. Lévinas12 (ya que
todos los miembros de la primera Escuela lo eran, y recibieron los fondos para poder
comenzar sus trabajos de un judío argentino, es decir latinoamericano, el terrateniente
y exportador de trigo de la familia de Felix Weiss, amigo de Horkheimer), que cono-
cimos en París en los sesenta (junto a J. P. Sartre y a P. Ricoeur), pudimos superar un
sentido todavía estrecho de la Totalidad ontológica vigente desde M. Horkheimer hasta
H. Marcuse, K.-O. Apel o J. Habermas. «El Otro» (Autrui) de Totalidad e infinito.
Ensayo sobre la exterioridad 13 era el «pobre» (de la económica), la «viuda» (de la
erótica), el «huérfano» (de la pedagógica), el «extranjero» (de la política); etc. Múlti-
ples rostros (al comienzo de los setenta habíamos ya comenzado a caminar por la sen-
da de la Diferencia, mucho antes que los postmodernos, pero en el sentido de la
«transmodernidad»). El sentido de la «materialidad», como corporalidad vulnerable,
y la «crítica» (como la teoría que reflexiona desde el dolor del dominado, explotado,
excluido) cobraba ahora firmeza ética (siendo que a la primera Escuela de Frankfurt
le faltó siempre construir una ética, porque no había podido superar suficientemente
la categoría de «totalidad»14).
11
Véase Jay, 1984.
12
Además de mis ocho años en Europa (de 1957 a 1967), estuve dos en Israel, estudiando hebreo,
para poder criticar al «pensamiento latino-germánico» (Dussel, 1969).
13
Lévinas, 1968.
14
Mi Filosofía de la Liberación, ya citada, parte de la «proximidad» (Proximität, 2. 1) del cara-a-
cara de los sujetos corporales y no de la «totalidad» ontológica del mundo (Welt), en sentido heidegge-
riano o hegeliano. En mi primera ética (los cinco tomos de Para una ética de la liberación latinoameri-
cana, 1970-1975, publicada en sus dos primeros tomos en Siglo XXI, Buenos Aires, 1973; en México,
el tomo III, 1977, y después en Bogotá los tomos IV-V, 1979-1980) indicaba explícitamente esta crítica
a la primera Escuela de Frankfurt. «El Otro», la exterioridad trans-ontológica, ética, la trascendentalidad
interna al sistema (Franz Hinkelammert), fue construida como categoría fenomenológica por Lévinas.
Nosotros le dimos una dimensión económica, política, psicoanalítica y geopolítica (el «colono» de la
periferia, el indio explotado, el esclavo oprimido, la mujer violentada por el «machismo» en mi erótica
del 1973, el «hijo» y el «pueblo» educado en una pedagogía dominadora como lo muestra Paulo Freire,
etc.). Muchas dimensiones de la Exterioridad, que años después será denominada la Diferencia de la
mujer, del american black, del marginal, de las generaciones futuras indicadas por Hans Jonas, de los
inmigrantes, etc. La «Filosofía de la Liberación» desde los setenta trató estos temas.
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 339
15
Véanse mis clases de Frankfurt en 1992 (Dussel, 1993: 15), en especial «Das europäische Ich und
das Verschwinden des Anderen». La crítica contra Hegel era oportuna, porque fue el primer filósofo que,
con una reconstrucción completa de la historia mundial desde un punto de vista eurocéntrico, dio sus
clases después del derrumbe de la China, que pudo antes que el Reino Unido comenzar la Revolución
industrial a mediados del siglo XVIII, y que no lo hizo, contra las hipótesis erradas de Max Weber, por
falta de carbón y una crisis ecológica que retuvo a los campesinos en las labores del campo, no pudiéndose
volcar a la industrialización ya naciente en el valle del Yang-ze (Pomeranz, 2000). Estas cuestiones la
tratamos en nuestra historia de la filosofía política que estamos concluyendo en este momento.
16
Su contacto con los populistas rusos, como Danielson lo despertó de su sueño «oeste-europeo»
(Dussel, 1988).
17
Hegel, 1955, p. 243.
18
Alemania, Francia, Dinamarca, países escandinavos son «[...] das Herz Europas» (Hegel, 1955,
p. 240. Aquí se olvidó de Inglaterra, pero de ella escribe, en el colmo del fetichismo cínico y eurocéntri-
co: «Die Engländer haben die große Bestimmung übernommen, die Missionare der Zivilisation in der
ganzen Welt zu sein» (Hegel, 1970: 538). Es interesante que no hay que esperar hasta George W. Bush
para llegar a la sacralización («misioneros») de una «civilización» (la propia, como para Huntington) con
pretensión de universalidad. Es la «Cristiandad» (Löwith, 1964: II, cap. V: «Das Problem der
Christlichkeit»: 350). Las expresiones de Hegel causan horror: «Gegen dies sein absolutes Recht, Träger
340 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Tuve el privilegio, y el gusto, de dialogar durante largos años con Karl-Otto Apel,
desde aquel 25 de noviembre de 1989,23 en que a dos semanas de la «caída del muro
de Berlín», me atreví a criticar a Apel desde un Karl Marx repensado desde América
Latina.24
Desde el inicio captamos la diferencia con la «primera generación» (la primera Es-
cuela de Frankfurt, de la cual opino que J. Habermas fue su último miembro, y el segun-
do de la segunda —siendo Apel25 el fundador de esta «segunda generación—). La «se-
gunda generación» lanzó un puente entre la filosofía continental, europea, con la
epistemología americana y la linguistic turn, que había costado asumir a la primera Es-
cuela, ya que coexistió con el Círculo de Viena, pero no pudo construir categorías para
poder comprender todo su significado (de allí el desencuentro entre Adorno y K. Popper,
der gegenwärtigen Entwicklungsstufe des Weltgeistes zu sein, sind die Geiste der anderen Völker
rechtlos» (Rechtsphilosophie, § 347; Hegel, 1970, vol. 7, p. 506). Puede imaginarse un filósofo europeo
lo que siente un latinoamericano ante tamaña «desmesura» (diría S. Kierkegaard).
19
Esta visión de Pauw es adoptada por Hegel.
20
Doble insulto que muestra un Hegel eurocéntrico y racista: África es la barbarie como tal; por lo
tanto, si en los Pirineos termina Europa termina igualmente «el ser», más-allá está el «no-ser».
21
«Figuras (Gestalten) que vagan fuera (ausserhalb) de su ámbito» (Marx, 1956, pp. 523-524).
¡Fantasmas!
22
El tema lo expuse en mi primer curso universitario, de regreso de Europa en los sesenta: Latinoa-
mérica en la historia universal (véase la obra en el internet, en la «Biblioteca virtual» de la Confedera-
ción Latinoamericana de Ciencias Sociales <www. clacso. org>, en «Obra filosófica de E. D», la primera
en la lista).
23
Los encuentros anuales han sido editados en alemán por Raúl Fornet-Betancourt en Augustinus
Buchhandlung, Aachen, desde 1990. Como he indicado, apareció en castellano todo del debate en Trotta,
Madrid, 2005, y en italiano (Apel, 1999).
24
Ya había concluido mi trilogía: La producción teórica de Marx. Comentarios a los Grundrisse
(Dussel, 1985); Hacia un Marx desconocido. Un comentario a los Manuscritos de 1861-1863 (Dussel,
1988); El último Marx (Dussel, 1990).
25
Apel explícitamente criticó oralmente estando con nosotros que hubiera una «segunda» Escuela
de Frankfurt, por ello, como lo indica Helmut Dubiel, es mejor hablar de «generaciones» (Helmut, 2000).
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 341
por ejemplo). Apel echaba un puente entre Alemania y Estados Unidos.26 J. Habermas,
en crisis desde el 68, entendió el nuevo punto de arranque, y en su indicativo trabajo
sobre: «¿Qué significa la Pragmática universal?» (Habermas, 1984: 353-440), abrió un
panorama dentro del cual se encuentra todavía (es el «segundo Habermas»27).
Como latinoamericano, como filósofo de la liberación, que pretendía practicar una
filosofía en sentido estricto, siempre bajo la presión de las escuelas analíticas y epis-
temológicas, que en nuestro medio reproducían el pensamiento anglosajón, la precisa
y novedosa propuesta de Apel y Habermas nos parecieron de gran significación, utili-
dad. La indicación de una «comunidad de comunicación», a partir de la «comunidad
indefinida» de Ch. Peirce (ya vislumbrada en la praxis de la comunidad educativa y
dialógica de Paulo Freire, o en los movimientos populares o de las «comunidades de
base» en América Latina), daba un cuadro teórico de gran importancia para nuestra
filosofía crítica. De ahí que la superación del «paradigma solipsista de la conciencia»
(que incluía inevitable e igualmente a la primera Escuela de Frankfurt) era un paso
adelante de importancia. No se negaba el escepticismo ante la razón dominadora de
la Modernidad (que era la posición de la primera Escuela), pero se afirmaba la univer-
salidad de una razón discursiva que superaba la razón puramente analítica de la lin-
guistic turn (en aquello de que el que habla presupone ya siempre una comunidad
lingüística, y reconoce al otro argumentante como un participante simétrico, como una
persona que es fin y no medio con igualdad de derechos, siguiendo la «lógica socia-
lista» de Peirce —donde la ética es el presupuesto de la «comunidad científica»—). Es
decir, se afirmaba el a priori de la ética con respecto al uso argumentativo de la razón,
ante una tradición analítica que al final podía caer en un escepticismo ante la razón como
tal (como en el caso de un R. Rorty). Es decir, la crítica de la razón instrumental desde
Horkheimer podía derivar en un cierto irracionalismo.28
La «segunda generación», entonces, criticó a la primera por encontrarse todavía
dentro de un paradigma solipsista-cognitivo a partir de la conciencia. Por el contrario,
comenzar por la comunidad de comunicación y del lenguaje abría el nuevo ámbito de una
pragmática, un horizonte intersubjetivo, ético y político, de las pretensiones de validez.
Habermas escribe:
26
Sobre todos sus artículos del tomo 2 de Transformation der Philosophie (Apel, 1973), que fueron
escritos desde 1967 a 1971. El más programático fue ciertamente el último: «Das A priori der Kommuni-
kationsgemeinschaft und die Grundlagen der Ethik» (vol. 2, pp. 358-435), y la «Introducción» (vol. 1,
pp. 6-76). (Dussel, 1998, § 2.3.)
27
Dussel, 1998, § 2.4.
28
Claro que, por su parte, el intento apeliano de una fundamentación última trascendental de la
racionalidad procedimental será criticado como un racionalismo extremo, un fundacionalismo, contra
el que se levantarán los post-modernos.
342 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Esto era un logro importante que nos apresuramos a asumir (aunque con las limita-
ciones evidentes de diferentes puntos de partida). Sin embargo, ante la comunidad de
comunicación o discursiva se captó rápidamente la necesidad de efectuar un desarro-
llo, dada la exigencia de mayor complejidad crítica del mundo «periférico» (que in-
cluye además al «centro»), y esto en dos dimensiones. La primera, en la propia comu-
nidad de comunicación, advirtiendo la necesidad de hacerse cargo de manera detallada
de todo el tema de la «exclusión», es decir, de todos aquellos que son dejados en la
exterioridad de dicha comunidad. Y, en segundo lugar, la necesidad de articular el
nivel formal de la comunicación o discursividad con el nivel material de la reproduc-
ción de la vida de los miembros de la comunidad, recuperando así una «comunidad
material» (tanto de Marx como de la primera Escuela de Frankfurt).
En cuanto al primer aspecto, era fácilmente comprensible. El «excluido» de la co-
munidad de comunicación (enfoque siempre primero en la Filosofía de la Liberación)
planteaba una problemática que no era central para la Ética del Discurso, mientras que
sí era esencial para una Ética de la Liberación. «El Otro» de E. Lévinas nos advertía
sobre la negatividad invalidante del excluido de la comunidad. El bárbaro, el asiático,
el esclavo, la mujer, etc. en el mundo helénico nos habla de la negación de la humani-
dad del excluido. La definición aristotélica debe leerse así: «Es humano el viviente que
habita la ciudad [griega]», los otros no lo son plenamente. Cuando Parménides expre-
sa: «El ser es [lo griego], el no-ser no es» [por ejemplo el bárbaro], formula la ontolo-
gía cerrada de la dominación. En la totalidad de la comunidad en consenso puede apa-
recer interpelante alguien que reclame: «¡He sido excluido de la discusión!», o, en otro
caso: «¡Tengo un argumento distinto que falsea el enunciado con pretensión de verdad
aceptado por todos!». El excluido o el disidente emerge dentro de la totalidad del dis-
curso como la alteridad. Como expresa correctamente A. Wellmer:
La pretensión de verdad de los enunciados empíricos implica la referencia (den Bezug) de
estos enunciados a una realidad que, hasta cierto punto, es independiente del lenguaje.30
Las exigencias de racionalidad se refieren a los argumentos sin consideración a las perso-
nas, mientras que las obligaciones morales se refieren a las personas sin consideración a
los argumentos.31
29
«Aber an den mimetischen Leistungen läßt sich der vernünftige Kern erst freilegen, wenn man das
Paradigma der Bewußtseinsphilosophie [...], zugunsten des Paradigmas der Sprachphilosophie, der
intersubjektiven Verständigung oder Kommunikation aufgibt und den kognitiv-instrumentellen
Teilaspekt einer umfassenderen kommunikativen Rationalität einordnet» (Habermas, 1981, p. 523).
30
«Der Wahrheitsanspruch empirischer Aussagen enthält den Bezug dieser Aussagen auf eine —in
enim gewissen Sinne— sprachunabhängige Realität» (Wellmer, 1986, p. 203).
31
«Rationalität-Verflichtungen beziehen sich auf Argumente ohne Ansehen der Person; moralische
Verpflichtungen beziehen sich auf Personen ohne Ansehen ihrer Argumente» (ibid., p. 108).
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 343
Esto nos exigiría distinguir entre una «pretensión de verdad» (una cierta referencia
a la realidad) y una «pretensión de validez» (una referencia moral intersubjetiva). El
descubridor disidente (como Galileo que ha visto que Venus rota alrededor del sol) o
el excluido político (la mujer que descubre que el «machismo» dominador le impide
ser un ciudadano elector), quedan fuera del consenso vigente, e irrumpen con un enun-
ciado que con una nueva «pretensión de verdad» se opone a la antigua «pretensión de
validez» de la comunidad. El enunciado del descubridor falsea la verdad aceptada, e
intenta invalidar32 el consenso dominante; el enunciado práctico del excluido igual-
mente falsea la pretensión de justicia del sistema en el poder, y rompe el consenso
legitimante. Produce lo que A. Gramsci llamaría el pasaje de un consenso hegemónico
(aceptado por todos) a una situación de dominación (la coacción de la sociedad políti-
ca contra los excluidos que han cobrado conciencia de su «verdad» —la injusticia del
sistema— que pone en cuestión la «legitimidad» —la validez del sistema.33
La exclusión es esencial en el momento discursivo para la Filosofía de la Libera-
ción, porque es desde «el Otro», en la Exterioridad, desde dónde surgen interpelantes
las nuevas pretensiones de verdad. No es la fetichización de la disidencia à la Lyotard,
sino, al contrario, la articulación del consenso (con pretensión de verdad y validez)
que debe ser puesto en cuestión desde la novedad o disenso de una nueva pretensión
de verdad, que luchando por su reconocimiento alterativo se opone a la pretensión de
validez vigente hasta transformarla, a través de la falsación (de la verdad) e invalida-
ción (de la validez), en una pretensión de verdad probada intersubjetivamente (es de-
cir, con aceptada también pretensión de validez). Esto en política es fundamental, co-
mo proceso de deslegitimación de lo vigente y progresivo desarrollo de la nueva
legitimidad.
En cuanto al segundo aspecto, la cuestión es más crucial todavía. Se trata de arti-
cular, sin última instancia y sin negación del otro campo, la comunidad de comunica-
ción con la comunidad de reproducción de la corporalidad viviente del argumentante.34
De alguna manera es la continuación del primer aspecto. El tema lo sugiere Horkhei-
mer cuando escribe:
La actual crisis de la razón consiste [en que...] ninguna realidad en particular puede apare-
cer per se como racional; vaciada de su contenido, todas las nociones fundamentales se han
convertido en meros envoltorios formales. Al subjetivarse, la razón también se formaliza
(Horkheimer, 1973: 19).
32
«Falsar» es destruir la «pretensión de verdad» en referencia a la realidad de un enunciado (mo-
mento material); «invalidar» es negar la «pretensión de validez» intersubjetiva (momento formal). Esta
distinción está en el fondo de los tres primeros capítulos de mi Ética de la Liberación.
33
De la misma manera Galileo puede ser condenado por el cardenal Belarmino en 1616, y excluido
de la comunidad científica, al menos en los Estados pontificios (por un cierto tiempo).
34
Dicho sea de paso, el argumentante no vive para argumentar, sino que argumenta para vivir. El
viviente tiene a la razón como su «astucia», y no es que la «astucia de la razón» tiene la vida como su
mera condición.
344 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
En los países capitalistas avanzados, el nivel de vida [...] ha subido con todo tan lejos, que
el interés por la emancipación de la sociedad ya no puede expresarse inmediatamente en
términos económicos. La alineación ha perdido su forma económicamente evidente.38
Quizá esto sea válido, y habría hoy que discutirlo, para el «centro» (el «Grupo de
los Siete», es decir, algo más del 15% de la humanidad39), pero como latinoamericano
35
Véase el desarrollo de este argumento que Franz Hinkelammert presentó a K.-O. Apel en el en-
cuentro de São Leopoldo (Brasil): «La ética del discurso y la ética de la responsabilidad: una posición
crítica», (Hinkelammert, 1995, pp. 225-272).
36
Véase mi artículo «La vida humana como criterio de verdad» (Dussel, 2001, pp. 103 ss.).
37
«Material» como contenido (Inhalt) no como realidad física.
38
«Ferner ist in den fortgeschrittenen kapitalistischen Ländern der Lebensstandard [...] so weit
immerhin gestiegen, daß sich das Interesse an der Emanzipation der Gesellschaft nicht mehr unmittelbar
in ökonomisch sinnfällige Gestalt des Elends eingebüßt», (Habermas, 1963, p. 228).
39
Sumando los habitantes de los países del «centro» en comparación a los casi 5. 300 millones de
habitantes de la «periferia» postcolonial. Para el otro 85% esta formulación es falsa. Véanse las estadísti-
cas anuales del PNUD-UNO en sus Reports. Son demasiado conocidas las cifras del Human Development
Report 1992 (Oxford University Press, New York, 1992, en su trastapa): el 20% más rico de la humani-
dad recibe el 82.7% de los bienes (income) del mundo; el 80% restante el 17.3% de dichos bienes; el 20%
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 345
El trabajo vivo [...] existente como abstracción [...], este despojamiento total, esta desnudez
de toda objetividad, como existencia puramente subjetiva del trabajo. El trabajo como po-
breza absoluta [...] Esta sólo puede ser una objetividad no separada de la persona, que
coincide con su inmediata existencia como corporalidad.41
más pobre, recibe sólo el 1.4%. La proporción entre el 20% más rico y el más pobre es de 1/60. En nin-
guna época de la historia de la especie homo ha habido tal tremenda desproporción en la distribución de
los bienes. En el 2020 dicha proporción será aproximadamente de 1/120.
40
Éste fue el tema que traté en mi artículo «Materielle, formale und kritische Ethik» (Dussel, 1998,
pp. 39-67).
41
«Die lebendige [Arbeit...] als Abstraktion [...]; diese völlige Entblößung, aller Objektivität bare,
rein subjektive Existenz der Arbeit. Die Arbeit als die absolute Armut [...] kann diese
Gengenständlichkeit nur eine nicht von der Person getrennte: nur eine mit ihrer unmittelbaren
Leiblichkeit zusammenfallende sein» (Marx, 1974, p. 203). Véanse mis comentarios en la trilogía citada
en nota 23.
42
Véase mi artículo «The reason of the Other: Interpellation as speech-act» (Dussel, 1996, pp. 19., 48).
346 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
43
Véase Habermas, 1992. Esta obra, que sería «la política» de la «segunda generación», sólo llega
a ser una excelente filosofía del derecho, del «Estado de derecho», y nada más. Muestra cómo el forma-
lismo le impide desarrollar una política de la acción estratégica, de las instituciones materiales y del
Estado, de los principios políticos materiales y de factibilidad (feasibility) (ya que sólo desarrolla el
«Principio democrático»), y, sobre todo, una política crítica, desde la negatividad material de las vícti-
mas. La «segunda generación» ha fracasado en la construcción de una política compleja con validez
mundial. Es válida, parcialmente, para Europa occidental y Estados Unidos, donde la sobrevivencia del
ciudadano está garantizada (por un sistema globalizado de extracción gigantesca de plusvalor de la peri-
feria).
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 347
En efecto, esto se encuentra aún más allá también de la «tercera generación», por-
que la exterioridad material de las víctimas la Filosofía de la Liberación la situó desde
la década de los setenta en la globalidad del mundo metropolitano/postcolonial, cen-
tro/periferia, machismo/feminismo, etc., que supera el eurocentrismo escéptico de la
«tercera generación» —que siguiendo a Adorno, creo no entendió que la «no-verdad»
348 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
(Unwahrheit) es con respecto a todos esos polos de dominación, también mundial (la
«no-verdad» del colonialismo eurocéntrico)—. Europa tiene mucho que pedir perdón
al mundo poscolonial, ante de criticar al imperialismo norteamericano —como lo ha
indicado a J. Habermas, Iris Marion Young de Chicago.
Es decir, 1) a la «primera generación» le criticaremos su modelo solipsista de la
conciencia (criticado por Apel y Habermas). 2) A la «segunda» la pérdida de la mate-
rialidad (y con ello la «criticidad» en el sentido fuerte). 3) A la «tercera» el permanecer
en el tradicional eurocentrismo, sin poder ponerse junto a los actores colectivos de los
Nuevos Movimientos Sociales en el horizonte global, mundial, ante el Imperio de tur-
no. La «crítica» ha quedado atrapada en una mera critica de la razón, del eros, y de
muchos otros aspectos (ciertamente importantes), pero que no son los que acucian más
violentamente al 85% de la humanidad del Sur: la lucha por la construcción efectiva
de un nuevo orden mundial, postcolonial, postcapitalista, transmoderno.44
Ahora estamos en condiciones de comprender la intuición de A. Gramsci (aunque
deba ser igualmente desarrollada, porque tenía las limitaciones propias del paradigma
solipsista de la conciencia, más un cierto materialismo estándar). Escribe el gran pen-
sador italiano:
Para Gramsci una clase es dirigente cuando ejerce el consenso de las mayorías (es
hegemónica: indicado arriba con las letras c-d) —hasta aquí lo sigue Ernesto Laclau—,
pero si pierde dicho consenso por el surgimiento de un consenso crítico de sectores
hasta ese momento obedientes o excluidos (indicado más arriba en el nivel f), deberá
recurrir a la pura coerción, pasando así de una situación de hegemonía a una de domi-
nación —aquí ya no lo sigue Laclau—. El antiguo consenso es ahora descubierto como
injusto, y se transforma (cuestión que no puede analizar J. Habermas) en consenso
dominante, perdiendo legitimidad. El consenso anti-hegemónico crítico (descubierto
filosóficamente por la Filosofía de la Liberación después de subsumir las cruciales
distinciones de Apel y Habermas, pero desde la Exterioridad de E. Lévinas y la rein-
terpretación de K. Marx) comienza un proceso de legitimación creciente. La sufragista
femenina ilegal e ilegítima para el consenso positivo hegemónico, perseguida en el
«Estado de derecho» machista, comienza a hacer valer la lenta y creciente legitimidad
de un nuevo derecho nacido en la exterioridad del derecho dominante. Es la lucha por
el reconocimiento, pero no por la igualdad, sino por la Di-ferencia, por la exigencia
44
Sobre «trans-modernidad» en mi artículo «World-system and Trans-modernity» (Dussel, 2002,
pp. 221-244).
45
Quaderni 3, § 34 (Gramsci, 1975, p. 311).
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 349
46
Opino que en su obra Kampf um Anerkennung. Zur moralischen Grammatik sozialer Konflikte
(Honneth, 1992), se habla de un «reconocimiento» por alcanzar la «igualdad», pero no un «re-
conocimiento» (An-erkennung en mi Ética de la Liberación) por el Otro como otro en el sentido de la
alteridad o exterioridad de E. Lévinas. Pero en su obra Das Andere der Gerechtigkeit (Honneth, 2000,
pp. 133-170), comienza a plantear el problema de «el Otro», en diálogo con J. Derrida. No se ve cómo
desarrollar una ética y una política desde la «Exterioridad» (Exteriorität), desde la Diferencia (Dis-
tinción le llamamos al comienzo), guardando siempre el principio de universalidad. El «Verantwortung
für den anderen» (ibid., p. 149) no logra lanzar el proceso dialéctico del «pasaje» de una Totalidad a otra
futura, posible, con todo lo que significa la contradicción entre la «justicia» de la Totalidad vigente,
puesta en cuestión por «el Otro», y hacia la «justicia futura» todavía inexistente al «servicio» (Fürsorge,
diakonía en griego, habodáh en hebreo) del Otro. Éste es el problema central planteado en el volumen
2 de mi obra Para una ética de la liberación latinoamericana (Dussel, 1973).
47
Véase mi trabajo: «La transformación del sistema del derecho» (Dussel, 2001, pp. 159-170).
48
Debo indicar que los cinco volúmenes de mi Ética de los setenta se ocupaba exclusivamente de
todo lo que acontece después de que la comunidad de las víctimas cobra consenso crítico y comienza,
organizadamente, esa «lucha de liberación», es decir, la deconstrucción del orden antiguo y la construc-
ción efectiva de un orden nuevo, la nueva Totalidad imposible de ser construida por E. Lévinas, por su
temor a toda Totalidad, y además porque no deseaba «manchar sus manos» (en el sentido de Sartre) en
la ambigüedad de la construcción de la dicha segunda Totalidad.
350 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
22.3.b. La cuestión de «lo social»: los campos materiales se cruzan con lo político
49
Como he vivido en Israel durante años, y he escrito varios trabajos sobre la tradición semita, y me
inspiro en ella, podría arriesgarme a exponer todavía un ejemplo más polémico: ¿Son los palestinos, que
defienden su pequeño territorio constituido como un gueto (por los inmensos muros que lo encierran
como en una prisión) por el sionismo antisemita de A. Sharon, un grupo de terroristas?, o ¿son patriotas
que defienden su comunidad que enfrenta el genocidio del vaciar un espacio según la teoría de la Lebens-
raum? Ante esta cuestión Michael Walzer, por ejemplo, no sabe qué decir; sus argumentos se desorde-
nan. Véase mi artículo incluido en esta colección sobre «Lo político en Lévinas» (Dussel, 2004).
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 351
ESQUEMA 1
LO «SOCIAL», LO «CIVIL» Y LO «POLÍTICO»
III Estado
Sociedad restringido
Estado Política
ampliado
Sociedad civil
II
Lo social
I
En un texto por demás desafortunado, pero que muestra sus limitaciones, Hannah
Arendt arremete contra el fundamento material de la política:
Tras las apariencias existía una realidad y esta realidad era biológica y no histórica50 [...] La
necesidad imperiosa que se nos hace patente en la introspección es el proceso vital que anima
nuestros cuerpos [... Esta] realidad [...] es lo que, desde el siglo XVIII, hemos convenido en
llamar la cuestión social, es decir, lo que, de modo más llano y exacto, podríamos llamar el
hecho de la pobreza [...] Bajo esta necesidad, la multitud se lanzó en apoyo de la Revolución
francesa, la inspiró, la llevó adelante y, llegado el día, firmó su sentencia de muerte [...] Cuan-
do estos se presentaron en la escena de la política, la necesidad se presentó con ellos y el re-
sultado fue que el poder del antiguo régimen perdió su fuerza y la nueva república nació sin
vida; hubo que sacrificar la libertad [...] a las urgencias del propio proceso vital [...] Se ha-
bían abandonado [...] los fundamentos de la libertad a los derechos de los Sans-Culottes.51
una clara diferenciación entre los propietarios del capital (con mayores bienes: ricos)
y los asalariados (con menores bienes: clase obrera) y una población creciente, en este
momento histórico de la globalización (en especial en la periferia postcolonial), de
desempleados estructurales, el pauper post festum de Marx (los pobres propiamente
dicho, que no pueden reproducir sus vidas institucionalmente). Estos últimos son, en
sentido estricto, los «excluidos socialmente» (es decir, el fenómeno de la «exclusión
social»).
Los campos materiales no son políticos en cuanto tales (no forman parte como tales
del campo político), pero condicionan y determinan muchos efectos (positivos y nega-
tivos) en el campo político. Los efectos negativos de los campos «materiales» en el
campo «político» se presentan con la denominación de «la cuestión social».
En efecto, un sistema como el capitalismo, que tiene al mercado o al «mundo de
las mercancías» como su referencia obligada (sea por la compra o la venta de todos
los componentes de sus determinaciones esenciales), produce por su propia lógica
desequilibrios, que el mismo Hegel (a partir de sus lecturas de A. Smith) conocía per-
fectamente.54 Es responsabilidad de la política una cierta intervención para corregir
esas desigualdades. El hecho de que existan secretarías o ministerios de hacienda, de
economía, de trabajo, de ecología, de educación o cultura, etc., muestra que inevita-
blemente la política (en el nivel de sus instituciones) opera como un factor que condu-
ce la vida de la comunidad a soluciones más equilibradas en el nivel material.
Y, por ejemplo, los grupos excluidos en lo social, las masas empobrecidas, las mu-
jeres en un sistema patriarcal, los no-blancos en el racismo blanco, los desempleados,
etc. (efectos negativos de los campos materiales), cuando toman conciencia crítica (en
el sentido descrito de «consenso discursivo de los nuevos derechos») de simple miem-
bros o sujetos pasivos de la opresión o exclusión social, pasan a ser actores. Nacen así
los movimientos sociales, que originariamente y como tales no son políticos (pueden
ser sindicatos, agrupaciones de ayuda, asociaciones civiles, etc.). Cuando el movi-
miento social (constituido por miembros-víctimas de los campos materiales) traspasa
o cruza el umbral del mero ámbito social y penetra el campo político propiamente
dicho, es decir, el asalariado se presenta como ciudadano miembro de una comunidad
política, adquieren las reivindicaciones sociales un carácter de exigencias civiles. Se
ha pasado a una esfera del campo político que podemos denominar la «sociedad ci-
vil».55
54
Léanse ciertos parágrafos de la Rechtsphilosophie, §§ 242-248. Lo interesante, y no advertido
frecuentemente por los comentadores, es que Hegel soluciona la existencia de «las grandes masas» de
pobres en las metrópolis europeas enviándolas a las colonias. ¿A dónde habríamos de enviar nosotros
hoy, mundo periférico postcolonial sin colonias, a nuestros pobres? Los enviamos como ilegales a los
países del Norte o a los cementerios; o habría que transformar radicalmente el sistema globalizado.
55
a) La Sociedad civil (II del esquema 1) es la micro-institucionalidad u organización particular
operando implícitamente en tanto política (es decir, en cuanto civil y parcial). No involucra al Estado
como totalidad, sino a la parte de la comunidad política que, en cuanto específica en su intereses, depen-
de de los grupos particulares de la propia sociedad civil o de los movimientos sociales manifestados en
DESDE LA TEORÍA CRÍTICA A LA FILOSOFÍA DE LA LIBERACIÓN 353
ESQUEMA 2
LOS DIVERSOS «SUJETOS» Y «ACTORES» DEL «ÁMBITO SOCIAL»,
DE LA «SOCIEDAD CIVIL» Y DE LA «SOCIEDAD POLÍTICA»
Organización
III Actor político
a3
c2 Sujeto político Partido político
(Sociedad política)
I Actor social b1
a1 Sujeto social Movimiento social
(Ámbito social)
Aclaración al esquema 2: flechas a: transformación del sujeto pasivo en actor (gracias a la toma de con-
ciencia por «consenso crítico» desde la exclusión; flechas b y c: relación de fundamentación (de I a II
y III) y de subsunción (de III a II y I).56
su sub-campo. El ciudadano es miembro natural tanto de la sociedad civil como de la sociedad política,
pero puede ser siempre directamente actor en cuanto actualmente participante en las organizaciones de
la sociedad civil. En la sociedad política se hace presente por sus representantes. b) La sociedad política
(III) es la macro-institucionalidad global operando explícitamente en la esfera pública y en cuanto tal (es
decir, en cuanto política y global). Sus acciones involucran al Estado como totalidad. Los actores princi-
pales son los representantes que constituyen el gobierno. Todo ciudadano representado es siempre miem-
bro pleno, permanente y última instancia del Estado en cuanto sociedad política, al menos potencial o
virtualmente. Puede dar actualidad a su actoría o agencia en dicho Estado, por ejemplo, en toda convo-
catoria a un plebiscito para modificar decisiones o revocar un gobierno, y normalmente en el momento
de la elección de los representantes, y en muchas otras instituciones (lo que denominaremos siguiendo
las intuiciones de la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999: «Poder ciudadano», organización
de distritos, cabildos abiertos, asambleas populares, etc.) que hay que crear para complementar como
democracia participativa a la democracia representativa, donde hay que transformar a la dicha representa-
ción en un momento más transparente e inmediato.
56
El «sujeto social» funda materialmente al «sujeto civil», pero ése subsume formal o políticamente
a aquél. La reivindicación social da la base a las exigencias de la organización civil (le da el contenido),
pero lo asociación civil es más compleja que el movimiento social (lo subsume), porque conserva su
reivindicación pero la transmuta en política, en un «Estado de derecho».
354 HACIA UNA POLÍTICA DE LA LIBERACIÓN
Pero todavía es posible traspasar un segundo umbral (indicado por las flechas b2
y c2). El pasaje de la «sociedad civil» (II) a la «sociedad política» (III), y constituirse
de una asociación civil de sufragistas británicas en el siglo XIX, en parte del Labour
Party, intentando tener una presencia femenina efectiva en las instituciones del Esta-
do. Aquí el movimiento social y civil pasaba a ser explícitamente un movimiento polí-
tico institucional de la sociedad política.
Se originarán tantos movimientos sociales como conflictos aparezcan en los cam-
pos materiales (ecológico, económico, cultural, familiar, religiosos, etc.), efecto de la
emergencia de grupos sociales excluidos de la ciudadanía plena, y por ello no pudien-
do expresar sus derechos en el cuerpo legal del orden político. Este tema es el mo-
mento crítico por excelencia de una Política de Liberación, donde a la Identidad del
orden vigente le enfrenta desafiante la Diferencia, con tantos rostros de oprimidas y
oprimidos en el esfera material del campo político, o de excluidas y excluidos en la
esfera formal que el sistema del derecho haya producido como efectos negativos no-
intencionales de sus acciones e instituciones. La exclusión social puede entonces ser
igualmente exclusión política, y el movimiento social que comienza desde fuera del
campo político, lo transforma por su lucha por el reconocimiento de la Diferencia.
Es decir, el poder social de los movimientos sociales (como unidad consensual de
las voluntades del grupo excluido en el ámbito social, que va creando nueva legitimi-
dad) lucha para devenir poder político (como unidad consensual de las voluntades de
ciudadanos miembros del campo político) de asociaciones civiles que pueden llegar
a institucionalizar políticamente sus reivindicaciones.57
De la misma manera, una cierta falta de realismo con respecto a las instituciones del
Estado, lleva a una falta de sentido crítico en la estrategia política. No se trataría de
una «política de organización» dicen, sino de una «política de acontecimientos». Falto
de una referencia institucional estratégica, como el Estado (que sin embargo se debe
siempre transformar), las mediaciones estratégicas se tornan insignificantes. Para
A. Negri, al final, la multitud global ante el espectro del Imperio (para él sin ejército
y sin exterioridad) puede contar con algunos intentos de organizaciones tales como las
ONG. Bien poco podrá acumular de potencia esa multitud pasto de la mediocracia
(como la llama Giorgio Agamben, que conoce el poder político del magnate de los
medio de comunicación como Berlusconi), que fabrica infaliblemente la interpretación
de toda acción o institución política. Es sabido que la interpretación del aconteci-
miento es la que puede crear la conciencia de las multitudes: la opinión pública mani-
pulada. Dicha «fabricación de sentido» distorsiona completamente los acontecimientos
mismos. Al final, lo que acontezca en Seattle, Génova o Cancún es lo que la medio-
57
El tema lo expongo analíticamente con extensión en una obra en preparación: Política de Liberación.
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