Membresia de La Iglesia Perter Masters
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Tabla de contenido
PRIMER MÓDULO (LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA)
EL PACTO DE FAMILIA
DEPRAVACION TOTAL
ELECCIÓN INCONDICIONAL
EXPIACION LIMITADA
GRACIA IRRESISTIBLE
ADMISIÓN Y EXCLUSIÓN
NECESIDAD DE LA DISCIPLINA
NATURALEZA DE LA EXCOMUNIÓN
OBJECCIONES A LA DISCIPLINA
3
CUARTO MÓDULO (CONFESIÓN DE FE DE LONDRES 1689)
DE LA CREACIÓN
DE LA DIVINA PROVIDENCIA
DE LA DIVINA PROVIDENCIA
DE CRISTO EL MEDIADOR
DE LA JUSTIFICACIÓN
DE LA JUSTIFICACIÓN
DE LA ADOPCIÓN
DE LA SANTIFICACIÓN
DE LA FE SALVADORA
DE LA SEGURIDAD DE LA GRACIA Y DE LA
SALVACIÓN
DE LA LEY DE DIOS
DEL MATRIMONIO
DE LA IGLESIA
DEL BAUTISMO
MENSAJE FINAL
5
Bienvenida:
PRIMER MÓDULO
MEMBRESÍA DE LA IGLESIA
1
EL DEBER BIBLICO DE UNIRSE A UNA IGLESIA
Entonces, ¿cómo debería ser una igleisa biblica local? ¿y cuales son los deberes
de los miembros? Algunos cristianos sinceros no estan convecidos de la necesidad de
ser miembros de una iglesia, mientras que otros simplemente dejan pasar los años sin
comprometerse a formar parte de ninguna. Comenzamos pues con la organización de la
iglesia, lo cual establecieron los apostoles en obedicencia al Señor: nuestro patrón para
hoy en día.
El pecador de Corinto fue “entregado a satanás”, lo que significó que fue privado
del confort y las bendiciones de la comunión espiritual, y se hizo que viviera fuera de la
membresía de la iglesia, de vuelta en el mundo, con el fin de que entrarse en razón y de
preservar así la pureza de la iglesia. En 1 Corintios 5:12-13 el apóstol Pablo continúa
utilizando el poderoso lenguaje de pertenencia y escribe: “Porque ¿qué razón tendría yo
para juzgar a los que están afuera? ¿no juzgáis vosotros a los que están adentro? Porque
los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros”. ¿los
que están dentro? ¿los que están fuera? ¿dentro o fuera de qué? ¿de una simple reunión
o de una membresía de iglesia formal? Este tipo de lenguaje solo puede referirse al
conjunto definido de cristianos miembros de una iglesia, porque solamente tal grupo
tendría la autoridad del Señor para juzgar la conducta de otros cristianos.
Es evidente que en los tiempos del Nuevos Testamento una iglesia era un circulo
definido de personas en el que uno podía ser recibido o ser expulsado del mismo. Las
personas en este grupo se habían comprometido voluntariamente al compañerismo
mutuo, servicio y disciplina de su comunidad cristiana. Ya no eran individuos sin
ningún compromiso e independientes los unos de los otros.
“Cuando (Saulo) llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero
todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulos. Entonces Bernabé, tomándole,
lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual
1
En realidad Pablo está citando Deuteronomio 17:7, que se refiere a quitar completamente lo
malvado de entre el pueblo de Dios.
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le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de
Jesús. Y estaba con ellos Jerusalén; y entraba y salía”.
Esto nos lleva a considerar la palabra vital “juntarse” que se usa en este y en
otros pasajes del libro de Hechos. La palabra griega traducida como “juntarse” significa
literalmente encolar, pegar, o unir dos cosas, y siempre significa un lazo o dependencia
muy cercana. Se dice que el hijo pródigo, por ejemplo, se arrimó o se pegó (o unió) a un
ciudadano de un país lejano para trabajar. Aquí la palabra describe a un empleado
necesitado y dependiente que se compromete a obedecer a su jefe a cambio de un
salario.
Otro ejemplo del uso del verbo “pegarse” aparece en Hechos 5:12 -14. Después
del juicio que cayó sobre Ananías y Safira muchas personas se desanimaron a unirse a
la iglesia. El pasaje dice: “Y por la mano de los apésteles se hacían muchas señales y
prodigios en el pueblo; (y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los
demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; más el pueblo los alababa grandemente.
Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de
mujeres)”.
Ahora veremos varios textos de las Escrituras que solamente tienen sentido si
admitimos que la iglesia tiene una membresía de personas verdadera y mutuamente
comprometidas. Efesios 5:21 nos dice que siempre deberíamos estar: “[Sometiéndonos]
unos a otros en el temor de Dios”. Este mandato implica que los creyentes deberían
verse a sí mismos como una comunidad, y tal comunidad debería anteponerse a los
deseos y caprichos del individuo.
Gálatas 2:4 utiliza el lenguaje de membresía muy claramente cuando Pablo dice:
“y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas [es decir, en secreto,
porque no tenían derecho a la entrada], que entraban para espiar nuestra libertad que
tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud”. Aquí nos damos cuenta de que
12
existía una reunión de cristianos a la cual no todo el mundo en la congregación pública
cumplía los requisitos para asistir. Las personas externas que desearan obtener una
entrada ilícita tendrían que infiltrarse secretamente. ¿Qué podría ser esto más que una
reunión de miembros? ¿A qué otro tipo de reunión no tendrían derecho de asistir ciertas
personas?
Hay muchos textos como los anteriores que no tendrían sentido si las iglesias de
la época del Nuevo Testamento no hubieran tenido una membresía específica. Sin una
membresía de la iglesia, ¿qué debemos entender de 1 Timoteo 3:1: “Palabra fiel: Si
alguno anhela obispado [o superintendencia], ¿buena obra desea”? ¿Superintendencia de
qué? Superintendente (o supervisor) se refiere a la persona que tiene autoridad legítima
sobre otros o que cuida de ellos. El superintendente del Nuevo Testamento es un oficial
de la iglesia que es responsable de los creyentes que se han sometido voluntariamente
para ser responsables ante Dios y ante la iglesia local. Sin la existencia de la membresía,
todo el concepto de supervisión y gobierno se colapsa, y la Escritura no puede ser
obedecida. De modo parecido, vemos la necesidad de una membresía en los deberes de
los ancianos que se enumeran en 1 Timoteo 3:5.
En 1 Timoteo 5:17 leemos: “Los ancianos que gobiernan bien”. Una vez más
debemos preguntar: ¿Cómo puede haber “gobierno” en una iglesia que no tiene una
membresía establecida? No puede existir una supervisión ordenada de una nación sin
una ciudadanía formal, o de un ejército sin soldados alistados, o de una industria sin
empleados o de una familia sin hijos. Claramente la voluntad de Dios es que debería
haber una familia espiritual en la que los ancianos son responsables de cuidar y ayudar a
los miembros, y los miembros son responsables de poner en común sus capacidades y
dedicación para el cuidado de esa familia.
1. El templo o edificio
2. El cuerpo
3. La familia
4. La vid
5. El rebaño
6. La esposa (o desposada)
7. El sacerdocio
Se nos enseña que una congregación es mucho más que un número de personas
escuchando al mismo predicador. Es un grupo en el que los miembros tienen un papel
importante y todos dependen en cierta forma de los demás miembros. Hay un orden y
dirección común. La cabeza del cuerpo es Cristo, y solo Él. (No hay arzobispos o papas
en la Biblia). Efesios 4:15-16 amplia esta ilustración. Pablo ora que los creyentes:
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“Siguiendo la verdad en amor, [crezcan] en todo en aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.
Una razón por la cual Dios une a su pueblo en una iglesia concreta es para que
todo el mundo se involucre en el crecimiento del cuerpo, mediante el testimonio de sus
vidas y de sus palabras.
¿Es posible que un miembro o cualquier otra parte del cuerpo pudiera ser
desconectado, mantenido con vida y que funcionara adecuadamente separado del
cuerpo? Concluimos que un cristiano no puede preferir no ser miembro de una iglesia.
¿Prevé el Nuevo Testamento alguna situación en la que alguien no deseara ser miembro
de una iglesia? La respuesta a esta pregunta es: solamente si esa persona tiene que ser
expulsada de la iglesia por un pecado grave o por no creer las doctrinas que la iglesia
atesora. No existe ninguna otra circunstancia en el Nuevo Testamento en la que un
creyente no debería ser miembro de una iglesia.
La metáfora de la familia.
Supongamos que alguien dijera: “Pero pienso que soy demasiado joven en la fe
para ser miembro de la iglesia”. De inmediato acudiríamos a la metáfora de la familia (1
Timoteo 3:5), y comentaríamos que nadie es demasiado joven para pertenecer a una
familia. Jamás se sugeriría que un recién nacido es demasiado pequeño para ser
miembro de la familia y, por lo tanto, se le debería dejar en la puerta de la casa. Debido
a que el bebé es débil y vulnerable lo califica aún más para recibir un cuidado especial
de la familia. La metáfora de la familia no requiere que los bebés literales sean hechos
miembros, pero sí requiere que el infante espiritual se haga miembro.
Por supuesto que una familia está basada en amor, cooperación, orden, liderazgo
y un propósito común. Sus miembros tienen un interés profundo en el bienestar de cada
uno porque comparten el mismo nombre y lazo filial. Nuestro Salvador nos manda,
como creyentes nacidos de nuevo, a unirnos a su pueblo como miembros de una
iglesia.]Es obvio que la iglesia a la cual nos unamos debería ser una que estuviese
comprometida completamente con la Palabra infalible e inspirada de Dios y que se
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esforzase en cumplir con el patrón bíblico para las iglesias de Cristo que se resume en
las páginas siguientes.
1. Cristo es el Señor y Cabeza de cada iglesia local e individual, siendo cada una
completamente independiente y autónoma, sin estar sujeta a ningún otro organismo
eclesial, ni a ninguna “jerarquía” de alguna autoridad denominacional.
Hemos afirmado que cada iglesia debe ser independiente o autónoma, sin que
esté bajo el gobierno de otra iglesia o jerarquía eclesial. (Una excepción temporal
apropiada puede ser el caso de una iglesia “hija” o misión que ha sido fundada por otra
iglesia). Cada iglesia local debería estar bajo el gobierno directo, guía y bendición de
Cristo. Lamentablemente, los esquemas humanos para el gobierno de la iglesia
frecuentemente han ignorado el patrón bíblico, y han ideado formas de control
centralizado sobre grupos de iglesias, lo cual ha ayudado a que Satanás pueda
corromper grupos enteros, siendo esta la historia de las denominaciones históricas.
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Aquí se encuentra la evidencia bíblica para la autonomía de una iglesia local.
Las epístolas del Nuevo Testamento están dirigidas a las iglesias locales o a los pastores
y oficiales de la iglesia local, y están redactadas en términos que no dejan lugar a dudas
que aquellas iglesias eran independientes de cualquier organización o autoridad central.
Cada una era individualmente responsable ante Dios. Cada una debía lealtad y
obediencia directamente a Cristo. A menudo se ha señalado que Cristo nunca fundó
ningún tipo de organización unificadora de iglesias, y cuando Él habla a las iglesias
directamente se dirige a cada una, diciendo por ejemplo (en Apocalipsis 2:1): “Escribe
al ángel [ministro o pastor, probablemente] de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete
estrellas en su diestra, el que anda en medio de las siete candeleras de oro, dice esto”.
Los candeleros (o más bien las lámparas) representan las iglesias (Apocalipsis
1:20), y se ve al Señor tratando directamente con cada una para retarla, alentarla o
regañarla. No interviene ningún obispo, arzobispo, o superintendente de área, sínodo o
nadie similar, sino que Cristo es el Señor de cada iglesia individual para gobernarla,
capacitarla y controlarla mediante su Palabra.
Hoy en día la palabra iglesia se utiliza de forma muy torpe, y las personas se
refieren a todos los cristianos en un país en concreto como “la iglesia” allí. La Biblia
nunca hace eso, y si hace referencia a los cristianos que se han expandido sobre una
región, habla de “las iglesias” en plural. Hay treinta y cinco de esas referencias y un
ejemplo es 1 Corintios 14:34: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones”.
Las metáforas a las que nos hemos referido antes (especialmente las metáforas
del cuerpo, el Templo y la familia) también demuestran que cada iglesia tendría que ser
directamente responsable ante Dios. Cada cuerpo humano es muy independiente de
cualquier otro cuerpo y es dirigido por su propia cabeza. La cabeza del cuerpo (véase
Efesios 4:15) es Cristo, mientras que el cuerpo es un símbolo de la iglesia local. Por
tanto, cada iglesia local está directamente sujeta a Cristo. Esta ilustración de la iglesia
no da cabida a una jerarquía creada por el hombre o a una iglesia nacional. El Templo o
edificio es otra ilustración de la iglesia local (I Corintios 3:9-17). El fundamento de esta
iglesia local es Cristo (versículo 11), quien también es la principal piedra del ángulo
(Efesios 2:20-22). En otras palabras, cada iglesia local descansa directamente sobre
Cristo.
La objeción principal a esta enseñanza que hacen aquellos que quieren justificar
una membresía mixta en la iglesia, la cual incluye personas que no tienen ninguna
profesión evangélica de fe o una clara experiencia de conversión, es decir que es
imposible lograr una membresía pura y, por lo tanto, es absurdo intentarlo. Muchas
personas han señalado, que ese argumento se podría aplicar de la misma forma al deber
de buscar santidad, lo cual ha tenido resultados desastrosos. Nuestra tarea es obedecer el
patrón del Nuevo Testamento, no sucumbir al débil razonamiento humano.
El meollo del asunto es: ¿Qué representa el campo en esta parábola? Aquellos
que tratan de justificar una membresía mixta en la iglesia dice que el campo representa a
la iglesia. Pero Cristo dijo a los discípulos: “El campo es el mundo”. Por lo tanto, esta
parábola no enseña que el trigo y la cizaña (salvos y no salvos) deban crecer juntos en
las iglesias, sino que ambos sobrevivirán en el mundo hasta el momento del juicio. La
parábola no contradice la clara enseñanza de los textos que hemos analizado, los cuales
insisten en que debe existir una membresía regenerada en la iglesia.
Para terminar con cualquier duda que pudiera quedar acerca de este principio,
solamente tenemos que considerar las grandes metáforas que describen a la iglesia y una
vez más somos confrontados con ilustraciones que apoyan perfectamente el caso. En
primer lugar, piense en la ilustración del cuerpo: cada parte del cuerpo está viva y el
cuerpo no puede aceptar ningún miembro o parte muerto. La idea de que la iglesia
pueda estar formada de aquellos que han nacido de nuevo y de aquellos que no han
nacido de nuevo no concuerda con la metáfora del cuerpo.
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.
3
EL PROPÓSITO DE LA IGLESIA LOCAL
4. Ser el medio a través del cual los creyentes ponen en común sus dones y
recursos para el servicio de Dios.
Podemos ver que hay ciertos deberes prácticos como miembros de la iglesia
que están involucrados en esto. Para adorar a Dios de una manera digna deberíamos
estar asentados y espiritualmente preparados de antemano para los cultos de adoración,
y deberíamos haber resuelto nuestros problemas, confesado nuestro pecado ante el
Señor y preparado nuestros corazones para la alabanza.
El segundo propósito de una iglesia local es ser una colonia del Cielo en la
tierra en la medida de lo posible, es decir, una familia fiel de personas que aman a
Cristo, refleja su carácter y sus caminos, y prueban su poder y su gracia. Es voluntad de
Dios que su pueblo esté configurado en familias que exhiban toda la belleza de la
unidad, el amor y el afecto. Una iglesia local está pensada para ser algo maravilloso que
manifieste vida y energía, y con todos sus miembros apoyándose y cuidándose entre sí.
En este sentido, la iglesia local está pensada para ser un testimonio poderoso,
tal como el Salvador oró en Juan 17, pidiendo que todos seamos uno para que el mundo
pueda conocer la verdad. Este concepto de unidad no se refiere a unir denominaciones,
sino a verdaderos cristianos que tienen características comunes que reflejan a Cristo y
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que se apegan a las doctrinas bíblicas. Junto con el evangelismo, el carácter
extraordinario de la iglesia local está pensado para dejar una impresión profunda en
todos aquellos que tienen la oportunidad de ver su vida y su comportamiento. En 1
Pedro 2:9 se nos enseña que somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios, para que [anunciemos] las virtudes de aquel que [nos] llamó
de las tinieblas a su luz admirable”.
Sin duda alguna los miembros de las iglesias en la época del Nuevo
Testamento se veían como una colonia del Cielo. Efesios 2:19-22 lo expresa así: “Así
que [...] sois [...] conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, [...] en
quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.
Con el fin de lograr una comunión tan, bella y feliz y mantenerla, el Señor ha dado un
patrón de orden y gobierno a las congregaciones, especialmente revelado en las
epístolas pastorales, donde muchos versículos hablan acerca de gobierno, supervisión y
oficiales de iglesia.
Sin embargo, hay otro grupo de pasajes de la Escritura que a primera vista
parece que entra en conflicto con el primer grupo. En estos, se insta a los miembros de
la iglesia a subordinarse y seguir a los dirigentes que gobiernan las iglesias y velan por
las almas, los cuales son nombrados por los miembros para dirigir y guiar los asuntos de
la iglesia, y también se les da unas responsabilidades especiales para disciplina.
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Estos dos grupos de textos en realidad no están en conflicto. Si los tomamos en
conjunto muestran que todos los miembros de una iglesia están involucrados en
decisiones grandes específicas, mientras que las iglesias deberían aferrarse al principio
de ser guiadas, en la mayoría de los asuntos restantes, por los oficiales de iglesia
nombrados por Dios. Una de las maneras en la que una iglesia local tiene éxito en ser
una colonia del Cielo es que haya un equilibrio de liderazgo y responsabilidad total.
Tenemos que evitar la tentación de utilizar la iglesia del Señor para nuestro
propio placer y confort, especialmente cuando somos Jóvenes. Algunas iglesias
sucumben a tener demasiadas actividades recreativas y comunión, de forma que estas se
vuelven más importantes que la adoración y el avance espiritual. La iglesia se vuelve
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entonces un ambiente agradable para un placer “cristianizado”, mientras que se supone
que todos debemos estar sembrando para el Espíritu y preguntándonos: ¿En qué estoy
contribuyendo?
El cuarto propósito de una iglesia local es poner en común los recursos de los
cristianos para el servicio a Cristo, potenciando las habilidades de los miembros de la
iglesia y coordinando sus esfuerzos. Esto incluye empezar a entrenar a generaciones
sucesivas del pueblo del Señor (2 Timoteo 2:2). Estas cosas no pueden hacerse
efectivamente sin la iglesia local. Los cristianos no pueden poner en común sus recursos
a menos que exista una unidad de “combinación”; ni tampoco pueden tener sus
habilidades reconocidas, entrenadas, refinadas y aplicadas sin una ayuda mutua.
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Volvemos al texto clave de Efesios 4:15-Jo, aunque complejo, es perfecto al referirse a
los esfuerzos conjuntos de un grupo del pueblo de Dios en su servicio. Pablo ora para
que, como miembros de una iglesia, “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo
en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y
unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.
Está claro que, para hacer justicia a todas las habilidades de todos los
miembros, hay mucho por organizar en una iglesia local, aunque siempre tenemos
presente que nuestra organización humana equivale a nada sin la obra del Espíritu
Santo. Como Charles Wesley escribió:
Satanás se encargará de que los predicadores y los líderes de las iglesias sean
tentados a retroceder ante estos deberes complejos, y caigan en un formato simple
donde haya alguien predicando y una congregación, donde no sea necesario una
organización o coordinación del servicio de todos los creyentes. Siempre y cuando se
puedan encontrar unas cuantas personas para llevar a cabo la escuela dominical y otros
departamentos básicos de la iglesia, entonces habrá un mínimo de “dificultades”.
Satanás se asegurará de que veamos con consternación el esfuerzo de evangelizar lo
máximo posible en la comunidad y el de alentar a toda la congregación a tener una
actividad constante, e intentará que consideremos esto demasiado desalentador para
considerarlo. Sin embargo, debemos esforzarnos en honrar este cuarto propósito de una
iglesia local: la puesta en común de recursos, la potenciación de las capacidades y la
formación de una verdadera unidad local del ejército del Señor.
Esta es solo una razón por la que admiramos la maravilla del patrón del Nuevo
Testamento, y permanecemos en los límites de la iglesia local sin construir grandes
denominaciones y organizaciones basadas en la sabiduría del mundo, las cuales sacan lo
peor de la gente y siempre llevan al desastre. [La iglesia local es una familia de personas
que han sido salvas y han sido reunidas por el Señor para poner en común sus dones y
recursos para su servicio glorioso.
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4
LEALTAD A LA IGLESIA LOCAL
Este capítulo se ha tomado del libro del autor Steps for Guidance
(Pasos para una guía bíblica). Se incluye aquí porque presenta el
fundamento mismo de pertenecer a una iglesia, además de tratar
con dificultades que pueden ocurrir en la iglesia.
UNO DE LOS PROBLEMAS más grandes sobre los que escuchamos hoy en día
en la vida de las iglesias locales es la falta de un sentido profundo de lealtad por parte de
muchos miembros. A veces, cuando los creyentes deciden dónde querrían vivir, o dónde
van a solicitar trabajos nuevos, casi el último aspecto que ponen en consideración es el
compromiso con su iglesia.
Pastores en todas partes afirman que demasiado a menudo los cristianos son
guiados por consideraciones personales y materiales, y no por ningún sentido de deber o
lealtad a su congregación. ¿Es posible que nuestro criterio para tales decisiones no sea
conforme al criterio del Señor? ¿Y si Él quiere que nuestro compromiso con nuestra
iglesia actual sea la prioridad dominante, y nosotros lo relegamos a un asunto de menor
importancia? ¿No hará esto que nuestras ideas al respecto del concepto de guía sean una
ilusión vacía? Claramente nos es vital saber el “lugar” que debería ocupar el
compromiso con nuestra iglesia actual en nuestra escala de prioridades. Este capítulo
mostrará que algunos de los otros factores que proveen guía están subordinados a esto.
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El escritor conoce una iglesia “pionera” donde hace algunos años nueve o diez
parejas juntas se comprometieron a establecer una iglesia en un pueblo nuevo
desprovisto de luz evangélica. Después de tres años, todos excepto dos de las parejas se
habían mudado a algún otro sitio. ¿Cuál fue la razón? La mayoría se habían mudado
para conseguir un estatus mayor y trabajos mejor pagados en el marco de sus
profesiones. Aparentemente todos estos traslados no eran absolutamente esenciales,
sino que fueron el resultado de la Ubre elección de personas que no sintieron un lazo
profundo de lealtad al “cuerpo de Cristo” local en el que Dios les había colocado.
Incluso aunque parecía inevitable que mudarse llevaría esa joven iglesia al borde del
desastre, estas parejas consideraron que sus prioridades principales eran sus carreras e
ingresos.
¿Cómo llegaron a considerar tan a la ligera estos creyentes sus vínculos con la
iglesia local? Obviamente no han entendido realmente la enseñanza bíblica respecto a la
iglesia local. Quizás no se han dado cuenta de lo que significaba la frase “el cuerpo de
Cristo”. Ellos piensan que la iglesia es como una cadena de supermercados, o una red de
bancos. Nadie dejaría de mudarse de un pueblo a otro porque estuviesen muy ligados a
su supermercado o a su banco. Casi dondequiera que se vaya existen servicios y
prestaciones apropiados. ¿Qué es la iglesia local en nuestra opinión? ¿Es meramente un
grupo de cristianos convenientemente reunidos para la adoración e instrucción, o es algo
especial ante los ojos de Dios? ¿Ha elegido Dios a sus miembros, organizado la
distribución de dones y habilidades, y llamado a esos individuos a comprometerse los
unos con los otros para servirle y para vivir como una familia única? ¿Requiere Dios
una lealtad especial dentro de la iglesia local?
Libertad es la palabra “de moda” hoy en día. Para algunos creyentes, lealtad a
alguna congregación en particular suena a restricción, a legalismo y a una interpretación
mecánica del deber cristiano; pues muchos consideran que la lealtad sofoca el espíritu
de libertad. Sin embargo, el Nuevo Testamento es claro cuando describe a la iglesia
local como un grupo de creyentes relacionados entre sí muy estrechamente por lazos de
amor, lealtad y servicio. La iglesia local es mucho más que una colección de creyentes
al azar. Es una familia espiritualmente unificada y coordinada a la que se le ha conferido
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unos privilegios únicos y autoridad para llevar a cabo los mandatos de su Cabeza, el
Señor Jesucristo. Una iglesia local es el objeto de su deleite, y la protege especialmente.
La iglesia local es, como Pablo dice repetidamente en 1 Corintios 12, un cuerpo.
En el versículo dieciocho dice: “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de
ellos en el cuerpo, como él quiso”. En otras palabras, Dios ha diseñado cada
congregación. Pablo a continuación dice que no debería haber “desavenencia en el
cuerpo”. Después dice que Dios ha organizado la distribución de capacidades para que
así cada miembro sea de importancia para el cuerpo. Por tanto, concluimos que, si
algunos son quitados, pero fuera de lo que el Señor ha planeado u ordenado, entonces
algún atributo vital hará falta. Los miembros se preocupan y cuidan los unos por los
otros hasta tal punto que, si uno sufre, todos los demás sufren también (versículos 25-
26). La congregación tiene un lugar especial en los propósitos de Dios.
A la luz del hecho de que el Nuevo Testamento nos insta a tener un concepto
elevado de la iglesia local, ¿cómo es que tantos creyentes evangélicos han llegado a
adoptar un concepto tan bajo de la misma? Una posible razón es que malinterpretan
nuestro rechazo evangélico del “poder” terrenal de la iglesia. Se dan cuenta de que
repudiamos la dominación humana, como por ejemplo el gobierno eclesial por
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jerarquías y concilios centralizados, y que rechazamos el sacerdocio humano,
enfatizando en su lugar el sacerdocio de todos los creyentes, y el acceso directo al
Salvador para todos aquellos que le buscan. Sin embargo, llevan la libertad de cada
creyente demasiado lejos, y llegan a pensar que el creyente no debería subordinarse a
una iglesia de ninguna manera. No ven ninguna obligación en absoluto, y consideran a
la congregación tan solo como una organización práctica para facilitar la adoración y la
instrucción.
Obviamente, si la iglesia local no es más que eso, no se le tiene que tener más
lealtad que la que se tendría a un colegio o universidad, o a un supermercado o a un
banco. Siempre y cuando los creyentes contribuyan para los beneficios que reciben, no
se les debería molestar pidiéndoles, o requiriéndoles, que hagan sacrificios por su iglesia
local.
Mientras que es cierto que la iglesia local no tiene autoridad dominante sobre las
vidas de sus miembros (salvo para aplicar los estándares claramente manifestados en la
Biblia), Dios insiste en que su pueblo debería sentirse obligado para con sus iglesias de
un modo especial, esforzándose por adorar y servir como una unidad coordinada, una
sociedad llamada a probar que Dios es fiel a su Palabra en la más estrecha de las
armonías. Deben ser leales a su iglesia hasta que Dios mismo les líame a otro sitio
mediante una guía inconfundible.
A la luz de la importancia y del estatus especial que tiene la iglesia local, el que
un creyente cambie permanentemente de iglesia solo debería ocurrir como resultado de
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la clara intervención de la guía de Dios. Más adelante en este capítulo consideraremos
cuándo la lealtad es errónea; pero en circunstancias normales la primera intención del
creyente siempre debe ser: “Dios me ha llamado a ser leal a la comunidad en la que
estoy. Por consiguiente, ¿puedo estar seguro de que es su voluntad el que me cambie de
iglesia? ¿Estoy siendo realmente llamado a otro sitio? ¿Existe una evidencia clara de
que Dios me está guiando así, con el apoyo de una guía circunstancial y habiendo
tomado en cuenta el consejo de hermanos y hermanas en el Señor?
Alentando lealtad.
De la expresión “el cuerpo de Cristo” surgen dos conceptos que nos deberían
ayudar a desarrollar la actitud abnegada y servicial que deberíamos tener hacia nuestra
iglesia local. Este magnífico término (usado en 1 Corintios 12:27) puede referirse en la
Escritura a toda la iglesia de Cristo en el mundo o a una congregación individual.
Sin duda, entonces, la iglesia local, como su cuerpo representativo, debe ser
tratada con el mayor respeto y consideración. Como miembros, ¡nosotros somos el
cuerpo de Cristo! Cualquier cosa que hagamos por su cuerpo representativo, se lo
hacemos a Él y lo hacemos para Él. Cualquier cosa que dejemos de hacer para la iglesia,
se lo dejamos de hacer a Él. Si soy perezoso en mi iglesia —el cuerpo de Cristo— o
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indiferente hacia ella, soy perezoso con Él y Él me es indiferente. Si soy desleal a su
cuerpo, le soy desleal. ¿Cómo puedo dañar el cuerpo de Cristo o abusar del mismo?
¿Cómo puedo dejarlo o abandonarlo fácilmente?
Hay una segunda idea que el término “el cuerpo de Cristo sugiere, la cual aviva
aún más nuestra lealtad a la iglesia local. Es la de cuán sagrada es la vida. La palabra
“cuerpo” nos recuerda que la iglesia local es algo vivo. Supongamos que vemos a una
persona que está tirada en el suelo, herida y sangrando; ¿qué hacemos? ¿Pasamos y ya?
Si lo hacemos, después nos sentiremos terriblemente mal y avergonzados, porque dentro
de cada uno de nosotros hay un fuerte respeto por la vida y no podemos traicionar la
responsabilidad instintiva de preservar la vida sin pagar un precio.
Existen otros factores que hacen que las personas dejen sus iglesias
innecesariamente. Todo pastor ha pasado por la experiencia de miembros que se han ido
de su congregación porque tenían debilidades recurrentes que no controlaban. Sus vidas
espirituales fueron afectadas, se volvieron infelices, y finalmente decidieron que no era
culpa suya sino de la iglesia. Comenzaron a estar de mal humor y a quejarse, y pronto se
convencieron de que no estaban recibiendo alimento espiritual, ayuda o compañerismo.
Al final dejaron la iglesia, pero no porque el Señor les hubiera guiado a ello.
Si hubieran tenido un concepto elevado y digno de la iglesia local, eso les habría
podido ayudar a no ponerse en contra de su iglesia; pero no tenían tal concepto, y la
iglesia pronto se convirtió en un saco de boxeo para el alivio de tensiones e
insatisfacción.
40
C. H. Spurgeon bien pudo haber estado describiendo esto en Sermons in Candles
(Sermones acerca de las velas). Junto al grabado de una vela con una forma muy rara,
que no cabía en ningún candelero, escribió:
Es bueno que tengamos presente el hecho de que es probable que todos los
creyentes, en algún momento, sean objeto de los intentos que hace el diablo de quitarlos
de la iglesia donde Dios los ha puesto. Para todos habrá muchas dificultades y pruebas,
y mientras más busquen servir al Señor, con más pruebas se encontrarán. Todos
necesitamos una gran tenacidad y un sentido profundo de pertenencia a nuestra iglesia.
La mayoría de los creyentes que han sido especialmente usados por Dios para la
edificación de su congregación en algún momento se han enfrentado a presiones
intensas para dejar su iglesia y mudarse a otro sitio. Quizás estas pruebas les fueron
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dadas para que pudieran probar la provisión del Señor para ellos, y que estuvieran aún
más seguros de su “destino”. Satanás constantemente está intentando estropear iglesias
quitando creyentes del “lugar” en donde Dios los ha colocado. Constantemente está
tentando al pueblo de Dios a buscar pastos más verdes en algún otro sitio.
¿Y qué decir de esas parejas que se habían mudado al pueblo nuevo a las que
hicimos referencia al principio del capítulo, las que dejaron una iglesia recién nacida tan
fácilmente? ¿Fueron personas leales, con compromiso, sacrificadas y con valor? Uno se
pregunta dónde estarán ahora. ¿Están disfrutando de posiciones académicas o
comerciales elevadas? ¿Están bien establecidos y tienen preciosas casas con buenos
coches aparcados en la entrada de las mismas? Al buscar guía, reconozcamos que
cuando el Señor nos establece en una iglesia sana, es una designación divina, y debemos
honrarla y respetarla con todas nuestras fuerzas. No somos agentes libres, y nunca
deberíamos mudarnos por capricho. Cuando es el tiempo de Dios para mudamos a otro
lugar, debemos estar completa y sinceramente convencidos de que realmente Él está
dirigiendo e interviniendo con su soberanía.
Este capítulo no ha dicho nada acerca de casos especiales como son los
estudiantes o incluso ministros del Evangelio. (La existencia de una iglesia sana para el
servicio cristiano es un factor clave al elegir una universidad, pero estudiar en otra
ciudad no entra en el rango de un cambio permanente. Puede ser que Dios llame a los
ministros (o pastores) de una esfera de ministerio a otra. Reconocemos que existen
muchas razones legítimas para que un cristiano se mude, y frecuentemente es el Señor
quien es autor de esos cambios; pero en estos días de gran “movilidad” se ha ignorado
demasiado la responsabilidad de honrar una lealtad bíblica fundamental, lo cual ha
repercutido en un gran daño a iglesias e individuos.
Considere los numerosos textos en los que se nos dice que no nos asociemos con
iglesias y pastores que niegan los fundamentos de la fe verdadera, tales como la
infalibilidad de la Biblia y la doctrina de la salvación solo por la fe. 'En Romanos 16:17
Pablo manda que: “Os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la
doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. ¿Deberíamos adorar
y servir en iglesias con falsos maestros? ¿Deberíamos escuchar y apoyar pastores y
clérigo que no creen ni enseñan el Evangelio con todo su corazón? El apóstol bajo
inspiración escribe: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro
evangelio diferente del que os hemos anunciado, - sea anatema” (Gálatas 1:8). Iglesias y
predicadores apóstatas son (de acuerdo con Pablo) “enemigos de la cruz de Cristo”
(Filipenses 3:18). El apóstol Juan (en 2 Juan 10-11) establece un mandato (o cometido)
solemne para nosotros, refiriéndose a pastores y clérigo que rechazan la doctrina
evangélica verdadera: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis
en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus
malas obras”.
44
¿Estamos ayudando a maestros que no son evangélicos? ¿Acaso no nos hemos
dado cuenta de que a los ojos de Dios estamos ayudando a sus enemigos? Las escrituras
citadas son los mandatos autoritativos de Dios para nosotros, que nos dicen que
abandonemos las relaciones con iglesias erróneas. No deberíamos decir: “Bueno, lo
pensaré, y veré si el Señor me guía”. Ya nos ha guiado.
En 1 Timoteo 4:1 se nos advierte que “en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” La
falsa enseñanza entrará en muchas iglesias, y se apoderará de ellas. ¿Cómo deberían
responder los creyentes verdaderos? Pablo dice: “Si alguno [...] no se conforma a las
sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad,
apártate de los tales” (I Timoteo 6:3-5): Debemos evitar la falsa enseñanza (2 Timoteo
2:16 ).
¿Existe alguna circunstancia en la que los creyentes deberían dejar iglesias sanas
doctrinalmente? Lamentablemente, existen faltas en algunas iglesias que son tan graves
que los cristianos tienen el deber de apartarse si la situación no puede ser corregida.
Incluso aunque la iglesia crea incondicionalmente las doctrinas básicas de la Biblia,
puede caer en un pecado tal, que ya no califica (o ya no es apta) para funcionar como
iglesia y ya no tiene derecho a la lealtad de sus miembros. Vemos esto en el Libro de
Apocalipsis, donde se le dice a la iglesia de Éfeso que, si no se arrepiente de su pecado,
se le quitaría su “candelera” (su estatus como iglesia verdadera). Aquí tenemos tres
áreas de mala conducta de una iglesia que implican una desobediencia grave a Dios que
cristianos dedicados deben apartarse si la iglesia se niega ver la situación:
¿Los tres ejemplos mencionados aquí cancelan el deber de lealtad a una iglesia,
sin importar el hecho de que pueda ser sana con respecto a la doctrina básica?
Cuando tales problemas no existen, sin embargo, debemos creer que Dios nos
llama a permanecer en una iglesia, y nos manda que seamos leales a la misma.
Deberíamos considerarnos como órganos o partes permanentes de ese cuerpo hasta que
Él nos lleve a otro lugar, y deberíamos tener una buena disposición a ser completamente
fieles a cualquier congregación activa y sana a la que Dios nos llame y nos “destina”. La
vida cristiana no es una vida de individualismo egoísta, sino una vida a ser vivida como
un obrero y soldado en esa unidad de creyentes donde Dios quiere que estemos.
5
LAS REGLAS DE LA MEMBRESIA DE LA IGLESIA
Los siguientes principios de conducta para los miembros de una iglesia (con textos
bíblicos) fueron compilados en la década de 1740 por el famoso John Fletcher de
Madeley (1729 -1785). John Fletcher (originalmente Jean Guillaume de la Fléchére)
nadó en Suiza en una familia noble y se educó en Ginebra; pero se estableció en
Inglaterra, donde fue convertido a través del Gran Avivamiento que comenzó en
1739.En 1760 fue nombrado Vicario de Madeley, haciéndose conocer por su promoción
del evangelismo, y también por su piedad, sinceridad y devoción entre el pueblo
cristiano. Estas reglas breves y desafiantes, pero exhaustivas (adaptadas y abreviadas
del original) resumen el deber completo del creyente en su vida y, especialmente, en su
conducta en la iglesia.
“Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo
hacéis”. “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a
los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1
Tesalonicenses 5:11, alentados por estas exhortaciones apostólicas y por el ejemplo que
nos han dado verdaderos creyentes espirituales en cada época, los miembros de una
iglesia deberían demostrar su sinceridad revistiéndose de piedad, que es el estándar
establecido en la Escritura. Esto puede resumirse bajo tres encabezados:
1. Todo miembro debería velar por los requerimientos físicos de otros proveyendo
para aquellos en necesidad, visitando a los enfermos y ayudando a aquellos en
problemas. Véase Eclesiastés 4:10,Galotas 6:2 y 10,Mateo 25:35,etc., Santiago
1:27.
2. Todo miembro debería velar por las necesidades de las almas de otros según su
capacidad, hablando pacientemente con el ignorante acerca de cosas espirituales,
reprobando amablemente al profano, y advirtiendo cuidadosamente a aquellos
50
que caminan en pecado, conforme surjan las oportunidades. Véase Levítico 19,
Deuteronomio 6:7, Hebreos 3:13.
3. Todo miembro debería hacer todo lo posible para reprender la conducta inmoral
y abandonada de aquellos a su alrededor a través del testimonio de su propia,
vida ordenada y loable. Véase Efesios 5:11,1 Samuel 3:13, Santiago 5:19 y 20.
Todo miembro debería ser excepcionalmente diligente los asuntos laborales.
Véase Mateo 5:16, 1 Pedro 2:12, 2 Corintios 6:3.
Los miembros deben tener especial cuidado de no conformarse con una forma
de piedad externa, sino que deben buscar su poder y buscar también que el amor de
Dios que nos hace humildes sea derramado en sus corazones. Deben amarse “los unos a
los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, [prefiriéndose] los unos a los otros”
(Romanos 12:10).
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre
vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra
propia opinión” (Romanos 12:15-16).
52
6
EL PACTO DE FAMILIA
SEGUNDO MÓDULO
1
DEPRAVACIÓN TOTAL
Los pecados del hombre no solo son tan malos como podrían ser, sino que
tampoco son tan amplios como podrían ser. Un hombre determinado no comete todos
los pecados posibles. Todos nosotros violamos de pensamiento los mandamientos de
Dios, pero no todos los violamos de hecho. Todos sentimos odio, por ejemplo, pero no
todos cometemos homicidios.
Casi todos tenemos deseos lujuriosos, pero no todos hemos cometido adulterio
de hecho. La explicación de esta moderación en el pecado está en que Dios, por medio
de su gracia común (es decir la gracia que se da a los no creyentes), refrena a las
personas para que no hagan el mal que podrían hacer. Por ejemplo, en Génesis 20
leemos que el rey Abimelec no pecó tanto como podría haberlo hecho, porque Dios le
impidió que cometiera adulterio con Sara, esposa de Abraham. Y el apóstol Pablo
escribe a los Tesalonicenses que “ya está en acción el ministerio de la iniquidad” (2
Tes.2:7), pero a este espíritu malo le hace frete alguien “quien al presente lo detiene”.
2.- LO QUE SI ES
59
Jeremías dice que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso; ¿quién lo conocerá?” (17:9). El testimonio de la mayoría de los cristianos
concuerda con el de Jeremías.
En forma inequívoca Pablo, citando los Salmos 14 y 53, dice “No hay justo, ni
aun uno, no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a
una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno… No hay
temor de Dios delante de sus ojos (Ro. 3:10-18). Esta depravación es, pues, extensiva
más bien que intensiva. El hombre no peca en todas las formas posibles, ni en la forma
peor posible, puede incluso hacer algún bien relativo, pero peca en todo lo que hace. No
hace ni una sola cosa que sea completamente agradable a Dios.
No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”
(Mt. 7:17-18). En otras palabras, el no regenerado no puede hacer lo que es
verdaderamente bueno. Pablo en cierta ocasión dijo, escribiendo en una forma
semejante: “Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie
puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu Santo” (1Co. 12:3). En otra ocasión
Jesús dio el secreto de la vida cristiana: la unión con Cristo
(Jn. 15). Utilizó la metáfora de la vid y los pámpanos. Al hablar de la
incapacidad para hacer buenas obras, dijo: “como el pámpano no puede llevar fruto
por sí mismo, sino permanecéis en mí… Separados de mí nada podéis hacer”
(Jn. 15.4-5). Esto es incapacidad total.
Conclusión:
Preguntas de aplicación:
63
1. ¿Por qué se dice que la depravación es Total?
4. ¿Qué dicen los siguientes textos sobre la depravación total del pecador:
2
ELECCIÓN INCONDICIONAL
Cuando se utilizan los términos predestinación o elección divina, muchas
personas se estremecen; y se imaginan al hombre aprisionado en las garras de un destino
horrible e impersonal.
Otros, aun algunos los que creen en la doctrina, piensan que esto está muy
bien, pero para las aulas de teología, pero que no tiene por qué mencionarse desde el
púlpito. Preferirían que la gente lo estudiara en secreto en su propia casa. Una actitud tal
no es bíblica y se origina en la falta de conocimiento de la que la Biblia dice acerca de
la elección.
Porque la elección, lejos de ser una doctrina horrible, si se entiende
bíblicamente, es quizás la mejor enseñanza, la más cálida y más alegre de toda la Biblia.
Esta hará que el cristiano alabe a Dios y le agradezca su bondad al salvarlo
gratuitamente, ya que como pecador lo que merecía era el infierno. Como la
predestinación está asociada tan íntimamente con Juan Calvino, es muy instructivo ver
la actitud humilde, piadosa y temerosa de Dios que el reformador tuvo hacia el tema.
65
Fue tan deliciosamente bíblica y humana, que lo he citado extensamente en la
parte final del libro. A fin de entender lo que la Biblia dice acerca de la elección divina,
examinémosla bajo los siguientes aspectos:
1. Lo qué es.
2. Base bíblica.
3. Algunas aclaraciones.
4. Ventajas prácticas.
A.- Predeterminación significa el plan soberano de Dios, por medio del cual
éste decide todo lo que va a suceder en el universo entero. Nada sucede en este mundo
por casualidad. Dios está detrás de todas las cosas. Él decide y hace que las cosas
sucedan. No se sitúa al margen, temiendo quizá lo que pueda suceder a continuación.
No, Él ha predeterminado todas las cosas “según el designio de su voluntad”
(Ef. 1:11): el movimiento de un dedo, el pálpito del corazón, la risa de una niña, el error
de una mecanógrafa-incluso el pecado. (Vea Gn. 45:5-8; Hch. 4:27-28; y el cap. 6 de
este libro.)
Los Cinco Puntos del Calvinismo están íntimamente ligados entre sí. El que
acepta uno de los puntos aceptará los demás. La elección incondicional se desprende
67
necesariamente de la depravación total. Si los hombres son totalmente depravados y sin
embargo, algunos se salvan, entonces es obvio que la razón de que algunos se salven y
otros se pierdan descansa enteramente en Dios.
A.- (Juan 6:37,39) Jesús prometió a sus oyentes, “Todo lo que el padre me da,
vendrá a mí; y al que a mi viene, no le hecho fuera… Y ésta es la voluntad del padre, el
que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en
el día postrero.” Se ve muy claramente que aquellos que resucitarán en el último día-
todos los creyentes verdaderos- el Padre se los da a Cristo.
Y sólo aquellos que el Padre a Cristo pueden venir a él. La salvación está por
completo en las manos del Padre. Él es quien se los da a Jesús para que se salven. Una
vez que hayan sido entregados a Jesús, éste se preocupará entonces de que ninguno de
ellos se pierda. Así pues, la salvación depende por completo de que el Padre entregue a
algunos a Cristo.
68
3.-ALGUNAS ACLARACIONES
A.-¿Ha eludido el problema el arminiano? Una de las razones por las que el
arminiano hace que el hombre sea el factor decisivo en la salvación es que espera
salvaguardar la libertad del hombre. Cree que, si Dios predetermina todas las cosas,
entonces el hombre no es ni libre ni responsable. Por ello opta por reducir los planes
determinantes de Dios y reservar un cierto terreno en el que el hombre actúa libre e
independientemente de Dios.
Pero si yo fuera arminiano, desearía saber con certeza lo que dice la Biblia
acerca de la elección; porque es innegable que el arminiano pierde mucho de la riqueza
de la vida cristiana debido a sus puntos de vista.
A.-Alabanza agradecimiento a Dios: Si uno cree que cristo murió por sus
pecados y que con la ayuda parcial del Espíritu santo ha llegado a esa convicción, estará
sumamente agradecido con Dios.
Pero suponga que, además de estar agradecido con Cristo por haber muerto en
la cruz por usted, cayera en la cuenta de que nunca hubiera amado a Jesús a no ser que
71
él lo hubiera amado primero, que nunca lo hubiera elegido a no ser que él lo hubiera
elegido a no ser que él le hubiera dado fe en Él.
Entonces lo amaría mucho más. Su humildad sería mucho mayor porque sabría
que ni es suficientemente bueno para distinguir algo bueno que está ante sus ojos. Su
agradecimiento sería mucho mayor porque tendría mucho más de que estar agradecido.
Su decisión de vivir una vida mejor sería mucho más firme porque habría más razones
por las que estar agradecido.
Cuán bueno es Dios no sólo en perdonarnos los pecados sino también en
darnos fe en Cristo de modo que podamos conseguir el perdón de los pecados. ¡Qué
bueno es Dios ¡
Creo hoy, pero quizá mañana no creeré. Quizá sucumbiré ante los deseos
pecaminosos en vez de seguir fiel a Cristo. Quizá mis profesores escépticos me
convencerán de que la Biblia no es la verdad. Éstas pueden ser las turbaciones del que
piensa que en último término su fe depende fundamentalmente de sí mismo y que no la
ha recibido de Dios.
Preguntas de aplicación:
6. ¿Qué palabras se pudiera usar en vez de elección o elegir? Vea Efesios 1:4,
por ejemplo.
73
7. ¿Qué nos enseña Deuteronomio 7.6-9 acerca del aspecto incondicional de
la elección?
3
EXPIACIÓN LIMITADA
1.- EL PROBLEMA
¿Por quién fue que Cristo quiso morir? ¿Por los pecados de quién pagó Cristo
de hecho? ¿Por quién fue Cristo al infierno? ¿A quién reconcilió Cristo con Dios? ¿A
quién sustituyó Cristo? ¿Cuál fue su intención, su propósito al morir? ¿Salvarlos a
todos o sólo a los que Dios eligió?
El arminiano dice que Cristo murió por todo el mundo, incluyendo a Esaú y
Judas. Dicen que Cristo pagó por los pecados aun de los réprobos, aquellos que
conscientemente rechazan a Jesús, aquellos que van al infierno. Hacen una distinción
entre lo que Cristo hizo (morir por todos) y lo que Cristo consiguió (no todos se salvan).
B.- La expiación del Hijo: Para responder a la pregunta: ¿Por quién murió
Cristo?, es necesario definir la palabra morir. ¿Qué quiere decir morir? ¿Exactamente
qué es los que Jesús hizo cuando murió? Éste es el meollo de la pregunta. La Biblia
define la muerte de Jesús por lo menos cuatro maneras diferentes. Cuando Cristo murió,
(1) se sacrificó en forma vicaria por los pecados (He. 9,10);
(2) propició, es decir; aplacó la ira justa de Dios (Ro. 3.25, He. 2.17; 1 Jn. 2.2;
4.10);
(3) reconcilió a su pueblo con Dios, es decir, eliminó la enemistad entre ellos y
Dios (Ro. 5.10; 2 Co. 5.20; etc.); y
(4) los redimió de la maldición de la ley (Ga. 3:13).
La pregunta a la que hay que contestar en forma precisa es ésta: ¿Se sacrificó o
no? ¿Se sacrificó Cristo en realidad en forma vicaria por los pecados o no? Si lo hizo,
entonces no fue por todo el mundo, porque entonces todo el mundo se salvaría.
C.- La morada del Espíritu Santo: (2 Corintios 5:14-15) nos dice “El amor de
Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron,
y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que
murió y resucito por ellos” He aquí otro ejemplo sorprendente de como un texto puede
77
a primera vista dar la impresión de que refrenda la teoría universalista de la expiación,
cuando en realidad hace lo contrario.
3.- OBJECIONES
Desde hace siglos se han suscitado ciertas objeciones en contra de la doctrina
bíblica de la expiación limitada. Puede ser útil examinar por lo menos tres de ellas.
A.- El ofrecimiento libre del evangelio: Algunos dicen si Cristo no quitó los
pecados de todos, si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no quisieron salvar a todos
entonces ¿Cómo es posible decir, como lo hace el calvinista, que Dios sinceramente
ofrece salvación a todos, incluyendo a aquellos que no ha predestinado para ser
salvos? Nos hallamos frente a un misterio fundamental. Por una parte, la Biblia enseña
que dios tiene la intención que se salven sólo algunos. Por otra parte, la Biblia afirma,
78
en forma inequívoca, que dios ofrece libre y sinceramente la salvación a todos. Ezequiel
dice, por ejemplo, “Diles: Vivo yo, dice Jehová el señor, que no quiero la muerte del
impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de
vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? (33:11). Isaías dice, “A
todos los sedientos: venid a las aguas, y los que no tienen dinero, venid, comprad y
comed” (55:1). En otro pasaje dice, “Mirad a mí, y sed salvos”, todos los términos de
la tierra” (45:22). Jesús dice, “Venid a mí todos los estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar” (Mt. 11:28). Más adelante exclama: “¡Jerusalén, Jerusalén, que
matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¿Cuántas veces quise juntar
a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas y no quisiste!” (Mt.
23:37). pedro escribe con claridad inconfundible que el señor es “paciente para con
nosotros, no queriendo, que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento” (2 P. 3:9).
7.- Estudie Juan 10:11,15,16 para ver qué dice acerca de que por quienes
murió Cristo.
9.-Cite todos los pasajes que pueda, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, para mostrar que Dios ofrece la salvación a toda la gente sin excepción,
elegidos y no elegidos.
4
GRACIA IRRESISTIBLE
Dos estudiantes universitarios asisten a un estudio bíblico. Uno dice, “Es
magnífico”; el otro dice, “Bobadas”. Dos personas extrañas escuchan un sermón muy
claro acerca de “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre si no por
mi.” Uno cree, el otro no. Dos muchachos, de hecho, mellizos crecen en la misma casa,
con la misma instrucción religiosa. Uno ama a Dios, y el otro lo odia. Sus nombres son
Jacob y Esaú. ¿Por qué? ¿Por qué dos personas sometidas exactamente a las mismas
82
circunstancias reaccionan en formas opuestas? ¿Por qué una persona cree y la otra
rechaza a Cristo?
Merecemos el fuego eterno del infierno. En una situación tan terrible como
ésta, siendo todavía pecadores no arrepentidos, Dios ama a algunos, envía a Jesús para
83
que muera por ellos y luego envía al espíritu Santo para que los haga aceptar el
sacrificio que Cristo ha hecho por ellos.
Ven a Dios como alguien que obliga, coacciona y violenta la voluntad del
hombre. Pero éste no es el significado de la palabra irresistible cuando se habla de la
gracia irresistible; y si produce malos entendidos, entonces habría que escoger otra
palabra. Por ejemplo, eficaz, efectiva, insuperable, o cierta. Lo que la gracia irresistible
significa es que dios envía a su Espíritu santo para que actúe en las vidas de la gente de
manera que, en forma definitiva y cierta, son cambiados de ser malos a ser buenos.
Significa que el Espíritu santo logrará sin lugar a dudas, sin peros, que aquellos a
quienes Dios ha escogido desde la eternidad y por quienes Cristo ha muerto, crean en
Jesús. Pero dios hace esto de una manera que siempre le agrada al hombre.
C.- Puntos de vista erróneos: A fin de aclarar todavía más lo que significa la
gracia irresistible, será útil presentar el contraste que existe entre esta posición bíblica y
dos puntos de vista erróneos, el pelagianismo y el Semipelagianismo. 1. Pelagianismo.
El pelagianismo es una herejía antigua, (Pelagio vivió en el siglo quinto), que se
presenta constantemente ante nosotros bajo nombres diferentes.
Es la antítesis del Calvinismo, o mejor aún, del agustinianismo, ya que Agustín
fue el principal autor de su derrota dentro de la iglesia. El agustinianismo o calvinismo
dice que el hombre está completamente corrompido y no es capaz de hacer ningún bien
por su propia cuenta, sin la acción irresistible del Espíritu santo. El pelagianismo, por
otra parte, dice que el hombre no está corrompido, ni total ni parcialmente. Antes bien,
el hombre nace siendo perfectamente bueno y puede escoger con igual capacidad entre
el bien y el mal. De hecho, algunos son incluso impecables, Así pues, según el
pelagianismo, no se necesita al Espíritu Santo ni su gracia irresistible para ayudar al
hombre a hacer el bien. Esta enseñanza es totalmente pagana y la iglesia cristiana la
repudió por completo en el sínodo de Cartago (418), el Concilio de Éfeso (4131), y el
Sínodo de Orange (529) 2. Semipelagianismo. Hay una posición intermedia entre el
calvinismo y el pelagianismo, llamado semipelagianismo o arminianismo, esa postura
no acepta el pelagianismo, porque éste afirma que el hombre puede no pecar sin la
ayuda del espíritu Santo. Tampoco le agrada el agustinianismo, porque éste dice que el
hombre es totalmente malo, incapaz de hacer ni una cosa buena sin la acción irresistible
del espíritu santo.
Preguntas de aplicación:
3.- ¿Se podría entender mal la palabra irresistible? ¿De qué manera?
5
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS
1.- DEFINICIÓN
Preguntas de aplicación:
3.-¿Por qué la perseverancia de los santos debe ser tal que si la expiación de
Cristo se limita a los elegidos y es vicaria?
2.-¿De qué manera prueban esta doctrina los muchos textos bíblicos que
hablan de la vida eterna y perdurable?
89
TERCER MÓDULO
DISCIPLINA ECLESIÁSTICA
(Disciplina eclesiástica - Portavoz de la Gracia)
1
LA DEFINCIÓN DE DISCIPLINA ECLESIÁSTICA
90
La disciplina incluye todos aquellos procesos por los cuales una iglesia, como
encargada del cuidado de las almas, educa a sus miembros para el cielo, brinda
instrucción pública y privada en el evangelio, el mantenimiento de reuniones sociales
para su edificación y confort y, en general, el cultivo de un espíritu que aviva y atesora
la vida cristiana. En esto radica el poder principal de una iglesia. Un tono puro y
saludable de la vida religiosa en el cuerpo, un espíritu que todo lo impregna de amor y
lealtad a Cristo y la iglesia, son los medios más eficaces de asegurar una vida pura en
los miembros individuales, porque entonces la iglesia se convierte en un imán espiritual
para atraer y retener las almas en Cristo y en ella misma. Pero disciplina, en un sentido
más estrecho, denota la acción de la iglesia, ya sea como individuos o como un cuerpo,
se refiere a ofensas cometidas contra las leyes de Cristo. En este sentido, incluye: EL
CUIDADO MUTO DE LOS MIEMBROS POR MEDIO DE OFRECER ALIENTO,
CONSEJOS, AMONESTACIONES Y REPRENSIONES. Esto es individual, privado y
una prevención contra ofensas. Si esto se hiciera, y se llevara a cabo con un espíritu
religioso, tierno, cariñoso y serio, pocos serían los casos en que se requeriría una
disciplina más a fondo. Un cuidado realmente cristiano de ayuda mutua entre los
miembros indudablemente coadyuva al desarrollo máximo de la vida de iglesia. Dijo
David: “Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente
bálsamo que no me herirá la cabeza” (Sal. 141:5). Y el evangelio recomienda
encarecidamente: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que
sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo,
no sea que tú también seas tentado” (Gál. 6:1). “Vestíos, pues, como escogidos de Dios,
santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si
alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros” (Col. 3:12-14). Dondequiera que la vida de iglesia se aproxima a este
gran ideal, el ambiente espiritual tiene tanta vitalidad que cada alma rebosa de poder
espiritual y se siente inspirada a vivir una vida más elevada y más santa.
Cristo da las siguientes indicaciones: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve
y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te
oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda
91
palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por
gentil y publicano1” (Mat. 18:15-17). Tome nota de que: (1) El ofendido, si no lo hace
el ofensor, debe tomar la iniciativa de tener una conversación con este. El tema y la
conversación han de ser estrictamente privados. Su objeto es ganarse al ofensor como
hermano. (2) Si esto no da resultado, y existen pruebas de la ofensa, entonces uno o dos
hermanos sabios, miembros de la iglesia, serán elegidos como testigos y mediadores, y
el caso completo será considerado por ellos. (3) Si esto no da resultado luego de que las
partes han sido notificadas, será presentado ante la iglesia para su consideración, dando
oportunidad para presentar una defensa. Si se prueba la veracidad de la ofensa, se
requerirá que el ofensor repare su falta o dé la satisfacción correspondiente; de otro
modo será excluido de la comunión de la iglesia.
(1) La persona agraviada no tiene opción en cuanto a tomar este curso de acción
o tolerar el agravio. Es obligatorio, y se convierte en el ofensor si no lo hace. Porque
esta ley es imperativa, e incluso la Ley de Moisés manda: “No aborrecerás a tu hermano
en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado” (Lv.
19:17).
(3) Si los “dos o tres” ante quienes, en el segundo paso, se ha presentado el caso
consideran que la ofensa no es real o ha sido quitada satisfactoriamente, la parte
ofendida, aunque insatisfecha, no puede tomar el tercer paso. Porque el ofensor los ha
“oído”, y el acusador debiera estar satisfecho con la decisión de los hermanos que él
mismo ha seleccionado.
(4) Resulta claro que, si esta gran ley de Cristo se cumpliera a la perfección,
sería imposible que hubiera conflictos personales en la iglesia. Sus sencillas
estipulaciones
92
los proscriben totalmente, y dondequiera que hay conflictos [internos], no son
más que el resultado desastroso de hacer caso omiso a las palabras de la Cabeza de la
Iglesia.
La ley cristiana, tal como la enuncia 1 Corintios 6:1-11, exige que las diferencias
entre miembros no se ventilen ante tribunales seculares, sino que sean referidas al juicio
de miembros maduros de la iglesia. Se ha objetado que este curso de acción era
requerido en una civilización pagana, pero que no puede considerarse obligatorio en un
país cristiano y bajo leyes y tribunales formados por una civilización cristiana. Pero el
pasaje no sugiere tal limitación. Al contrario, las razones que estipula para la ley en su
naturaleza no son transitorias ni locales, sino permanentes y universales. Estas son:
(1) Que los cristianos, quienes al final serán los que juzguen al mundo y aun a
los
(3) Si esto también fracasa, presentarían el caso ante la iglesia con todas las
evidencias, y si su declaración del caso fuera disputada, el acusado tendría plena
oportunidad de presentar su defensa.
2
2
Tomado de The Church: Its Polity and Ordinances (La iglesia: su sistema de gobierno y sus ordenanzas),
Backus Book Publishers, www.backusbooks.com. Hezekiah Harvey (1821-1893): Teólogo bautista, fue
pastor en Nueva York y en Ohio; nacido en Hulver, Suffolk, Inglaterra.
95
CRISTO INSTITUYÓ LA DISCIPLINA
Entonces, hablando en términos generales, estas son las dos grandes metas de
ese ejercicio de autoridad espiritual en la Iglesia que trata con la disciplina. Asegura el
cumplimiento de las leyes de Cristo que se relacionan con, primero, la admisión o
exclusión de las personas en la sociedad cristiana y segundo, con la obediencia y
edificación de los miembros de la iglesia. Siendo así la naturaleza y el designio general
de ese poder de disciplinar que profesa tener la iglesia, la primera pregunta que
enfrentamos en la discusión es: ¿En qué se fundamenta esta alegación? No será difícil
demostrar que el derecho de ejercer tal poder le pertenece a la Iglesia cristiana… por la
ley de Cristo revelada en su Palabra…
Hay una eficacia espiritual en este poder de la disciplina. Además, surgen de ella
resultados espirituales que ningún derecho natural de ninguna sociedad puede conferir,
y que nada aparte de la autoridad y virtud de una institución divina puede dar. Vincula
la conciencia con una obligación e incluye una bendición o un juicio sobrenatural, que
ningún poder o acto de ninguna sociedad humana voluntaria puede conferir. Solo puede
explicarse sobre el principio de una autoridad y virtud incluida en una ordenanza por el
96
designio positivo de Dios Tenemos la disciplina eclesiástica y las censuras eclesiásticas
instituidas directamente por Cristo mismo. No me detengo a investigar la naturaleza y el
ejercicio de esta ordenanza bajo la Iglesia del Antiguo Testamento dado que requeriría
una larga discusión a fin de hacerle justicia al tema… El tema es discutido con gran
erudición y argumentos sólidos en Aaron’s Rod Blossoming (El florecimiento de la vara
de Aarón). Pero, pasando por alto a la Iglesia Judía, tenemos evidencias abundantes de
que la ordenanza de la disciplina fue instituida por Cristo mismo en la Iglesia del Nuevo
Testamento.
Hay tres ocasiones en las que de manera especial encontramos a nuestro Señor
dando a entender que concede tal poder a su Iglesia:
3
llaves del reino – “Autoridad espiritual para predicar el evangelio y ejercer la disciplina
eclesiástica en la tierra. La frase ocurre solo una vez en las Escrituras… Por lo tanto, las llaves
del reino de los cielos representa al menos la autoridad de predicar el evangelio de Cristo ( cf.
Mt. 16:16) y de este modo abrir la puerta del reino de los cielos y permitir la entrada al
mismo”. (Walter Elwell, ed., Evangelical Dictionary of Theology [Diccionario evangélico de
teología], 654-655) “La palabra llaves no se refiere a un poder soberano, porque es una verdad
indubitable que solo Cristo posee este poder ‘’ (Ap. 1:18). Más bien se refiere a autoridad
ministerial, por la que un siervo de Dios es autorizado a abrirles la puerta y cerrársela a los que
Cristo ha ordenado impedir la entrada o echar fuera. Esto significa proclamar el perdón del
pecado en nombre de Cristo a pecadores arrepentidos y declarar a los impenitentes en
nombre de Cristo, que todavía están en pecado y permanecen en él (Wilhelmus à Brakel, The
Christian’s Reasonable Service [El servicio razonable del cristiano], Tomo 2, 112).
4
será atado… será desatado – tanto Mateo 16:19 como Mateo 18:18 usan la construcción
verbal
griega inusual (futuro perfecto perifrástico) que podría traducirse “habrá sido atado en el cielo…
habrá sido desatado en el cielo”. “Es así que Jesús está enseñando que la disciplina eclesiástica
contará con sanción celestial. Pero no es como si la iglesia tuviera que esperar que Dios
apoyara sus acciones; en cambio, toda vez que discipline puede estar segura de que Dios ya ha
comenzado espiritualmente el proceso. Cuando la iglesia da por terminada la disciplina, perdona al
pecador y restaura las relaciones personales, puede estar segura de que Dios ya ha
comenzado espiritualmente la restauración (cf. Juan 20:23). La disciplina eclesiástica terrenal
involucra la maravillosa certidumbre de que ya ha comenzado la disciplina celestial
correspondiente”. (Walter Elwell, ed. Evangelical Dictionary of Theology, 654, 655).
97
2) También, cuando hablaba del trato en caso de ofensas, nuestro Señor, en otra
ocasión les declaró a todos sus apóstoles: “Por tanto, si tu hermano peca
contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca
de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la
iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De cierto os
digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que
desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:15-18).
3) Después de su resurrección, encontramos a nuestro Señor confiriendo la
misma autoridad sobre sus Apóstoles en relación con su comisión como
tales: “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el
Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son
remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn. 20:21-23). Al
examinar y comparar estas declaraciones de las Escrituras, resulta claro que
nuestro Señor transmitió en ellas a su iglesia el don permanente de autoridad
y poder en el área de la disciplina que se extendería mucho más allá que el
tiempo del ministerio de los Apóstoles.
Los pasajes que he citado son evidentemente paralelos, y cada uno ayuda a
interpretar los otros. La frase “las llaves del reino de los cielos” en el primer pasaje, es
paralelo al poder de “atar y desatar” citado en el segundo. Cada uno de estos dos es
equivalente a la autoridad de “remitir y retener pecados”, mencionado en el tercer
pasaje. La expresión el reino de Dios usada al darle a Pedro “las llaves” coincide con un
uso muy común de estas palabras en el Nuevo Testamento. Hemos de entender acerca
de la Iglesia visible de Cristo y el poder de las llaves que se refiere al poder de abrir o
cerrar las puertas de la Iglesia en el caso de personas que buscan admisión o que
ameritan exclusión.
5
atar y desatar – Jesús completa su promesa referente a las llaves con una declaración acerca
de “atar” y “desatar”. Aunque en la literatura rabínica aparecen con frecuencia estas palabras significando
98
En el mismo sentido y para el mismo efecto hemos de entender la tercera forma
de expresión usada por nuestro Señor a los representantes de su Iglesia cuando les dio el
derecho de “retener y remitir pecados”. Este lenguaje no debe interpretarse literalmente
como un poder dado por Cristo a la Iglesia para perdonar pecados o para condenar
eternamente. Ha de entenderse como la autoridad conferida a la Iglesia solo respecto a
esos privilegios externos y castigos por transgresiones, los cuales, siendo una sociedad
visible tiene autoridad para dar y para quitar.
Los tres pasajes en los que nuestro Señor otorga a la Iglesia este importante
poder, deben ser interpretados en conexión mutua. Si se comprenden correctamente, no
dan ninguna idea de conferir un poder de perdonar o absolver de las consecuencias
eternas del pecado. Por otro lado, sí presentan una prueba muy satisfactoria de la
autoridad de la Iglesia para ejercer un poder de disciplina imponiendo y quitando
judicialmente censuras eclesiásticas cuando se trata de sus miembros.6
6
Tomado de The Church of Christ (La Iglesia de Cristo), Tomo 1, Solid Ground Christian
Books, www.solid-ground-books.com. James Bannerman (1807-1868): Teólogo escocés, profesor de
Apologética y Teología Pastoral, New College, Edinburgo; nacido en Cargill, Perthshire, Escocia.
99
3
ADMISIÓN Y EXCLUSIÓN
Este debe ser un acto voluntario propio y no algo forzado o por persuasión de
otros. O deben ser propuestas por el pastor o anciano con quien hayan tenido una
conversación previa incluyendo una averiguación sobre su experiencia y conocimiento
de las cosas divinas. Fue así que Saulo, al convertirse “trataba de juntarse con los
discípulos”; es decir, trató, intentó, se presentó a ellos con la intención de formar parte
de ese selecto grupo y tener comunión con ellos como si fuera uno de ellos (Hch. 9:26).
Cuando Saulo deseaba tener comunión con la iglesia, “todos le tenían miedo,
no creyendo que fuese discípulo” (Hch. 9:26). No confiaban que fuera una persona
realmente convertida, un creyente verdadero en Cristo, porque hasta entonces había sido
perseguidor de los santos. [No creyeron] hasta que les declaró cómo había visto al Señor
en el camino a Damasco. Les contó cómo el mismo Jesús a quien él perseguía le había
hablado. Tenían dudas acerca de su relación con Cristo, hasta que vieron la valentía con
que había predicado su nombre. No fue hasta entonces que lo admitieron y andaba con
ellos en sus entradas y salidas. Es correcto y propio que los que quieren ser admitidos
den razón de la esperanza que hay en ellos para satisfacción de aquellos con quienes
anhelan tener comunión. En la iglesia primitiva era una práctica de los santos compartir
unos con otros lo que Dios había hecho para sus almas. Aquel pobre hombre a quien
Cristo le quitó una legión de demonios fue enviado a su casa para que contara a sus
amigos las grandes cosas que el Señor había hecho por él y dijera cómo había tenido
compasión de él. Es mucho mejor que la persona que ha experimentado en carne propia
un encuentro con Cristo relate su experiencia, y no que sea compartida por boca de
terceros; es mejor una declaración oral que por escrito. Porque, aunque lo primero sea
dicho con dificultad, es mejor descubrir el sentimiento real del corazón, el sabor mismo
del alma, pues esto tiende a entrelazar y unir a los corazones del pueblo del Señor con
que el que da testimonio.
Es necesario que los que se agregan a una iglesia como miembros conozcan las
verdades del evangelio, las confiesen y que no se avergüencen de Cristo y sus palabras
delante de los hombres. Se les debe examinar para constatar su solidez en cuanto a la
doctrina de la fe, y esto debe autentificarse por su aprobación de los artículos de fe de la
iglesia: “Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades” (Is. 26:2).
La iglesia debe ser indulgente con las debilidades de los hombres, tanto en
cuanto a sus experiencias de gracia como a su iluminación y conocimiento del
evangelio. No se debe despreciar el día de las cosas pequeñas (Zac. 4:10). No se debe
quebrar la caña cascada ni apagarse el pábilo que humea (Mt. 12:20). Cristo recoge en
sus brazos a los tiernos corderos y los lleva en su seno (Is. 40:11). Los débiles en la fe
deben ser recibidos, pero no para contender sobre opiniones (Ro. 14:1).
Hay ordenanzas que deben enseñarse a [observar]. Hay que mostrarles “todas
las ordenanzas” de la casa para que puedan “cumplirlas”; fue así que Cristo ordenó a sus
discípulos que enseñaran a aquellos que bautizaban a observar todas las cosas que él les
había mandado (Mt. 28:20). Además de la ordenanza del bautismo, que es preparatoria
para la comunión en la iglesia, existen ordenanzas acerca de la oración pública, la
alabanza y el ministerio público de la Palabra, que deben atenderse constantemente. Es
muy impropio que los miembros de las iglesias dejen de reunirse para la adoración
pública (He. 10:25).
“Las leyes de” la casa, que deben ser enseñadas a los miembros de la iglesia y ser
obedecidas por ellos.
Cristo es el que las dio, y sus mandatos deben observados partiendo del
principio de amor por él y, de hecho, por todo lo que ha mandado. Está la Ley Moral,
que sigue vigente y vinculante para los cristianos. Porque Cristo no vino para destruirla,
sino para cumplirla (Mt. 5:17), y su pueblo está bajo la Ley como lo estuvo él, y debe
obedecerla (1 Co. 9:21). Los que no tienen en cuenta la moralidad no son dignos de ser
miembros de una iglesia ni de continuar en ella. Está también la ley de Cristo que es la
ley del amor, el nuevo mandamiento que Cristo dio a sus discípulos (Jn. 13:34), y por el
cumplimiento de ella se conoce que son sus discípulos. Además, hay varios deberes
mutuos que deben observar los miembros de las iglesias. Deben someterse unos a otros
103
en el temor del Señor (Ef. 5:21). Deben tener el amor unos por los otros (Fil. 2:2), tanto
con respecto a las cosas temporales como las espirituales y velar unos por otros en el
Señor.
Ambas son dadas por pastores y ancianos de las iglesias, que no solo tienen el
poder de amonestar a aquellos sobre quienes han sido puestos y de reprender
públicamente y con autoridad, sino también privadamente, al visitar casa por casa y
según vean necesidad de hacerlo. [Tales] amonestaciones privadas no deben ser
despreciadas, [tampoco] las dadas por los miembros que deben amonestarse y
exhortarse unos a otros de forma privada, según haya necesidad. La regla de Mateo
18:15-17: “Si tu hermano peca contra ti…” es excelente y puede ser… aplicada a
cualquier desacuerdo entre un miembro de la iglesia y otro… [Esta] regla tiene que ser
observada en caso de una falta privada conocida solo por estos –una falta secreta que
solo ellos conocen—y no un pecado público, conocido por toda la iglesia y el mundo.
Porque en este último caso hay que aplicar otro método Tiene que ser un pecado del
cual es culpable el ofensor, y no obstante no un pecado por debilidad, común a la
naturaleza humana que abarca a todos. Pero no debe ser una falta sustancial ni pública
que requiere más que amonestación, una excomunión inmediata, como el pecado de
incesto (1 Co. 5). [Tiene que ser] una falta menor, pero que ofende. En tal caso, el
hermano ofendido tiene que reprender en privado al ofensor y referirse únicamente a la
falta entre ellos. Si puede lograr que el otro reconozca su falta y manifieste su dolor por
ella, entonces se ha ganado a un hermano. Es restaurado del error del que es culpable el
cual entonces debe olvidarse totalmente sin mencionarlo nunca a nadie. Si el ofensor no
responde de esta manera, el ofendido debe buscar a un hermano o dos que lo acompañen
para amonestarlo nuevamente. Si no hace caso aun contando con la fuerza de los
hermanos que lo acompañaron, entonces la indicación es: “Dilo a la iglesia”.
Hay dos maneras de salir de la iglesia: ya sea por dimisión1 de ella o por
excomunión. Existen en algunos casos cartas de recomendación, que no hacen falta en
104
algunos casos, como el del Apóstol que no la necesitaba (2 Co. 3:1). Pero las hubo en el
caso de Apolos (Hch. 18:27), de Febe (Ro. 16:1-2) y de Marcos (Col. 4:10). Pero estas
cartas no otorgan membresía sino solo una comunión transitoria. La persona
recomendada sigue siendo miembro de la iglesia que lo recomendó. El propósito de
tales cartas es certificar que la persona cuyo nombre se menciona en ellas es miembro
en plena comunión de la iglesia que lo recomienda y que puede ser admitido, con toda
confianza, a una comunión transitoria en la iglesia a la cual es recomendado. Pero
dichas cartas no deben ser de largo plazo. Si una persona se asienta en un lugar a donde
lo ha llevado la providencia, debe pedir una carta de dimisión a la iglesia de origen y ser
recibido, en base a ella, a una comunión plena en la nueva congregación. Al ser
aprobada la carta de dimisión, y la persona es recibida en el nuevo grupo, es entonces un
miembro con todos sus derechos y obligaciones. En ese momento, y no antes, la persona
deja de ser miembro de la iglesia de la cual es dimitido. Hay casos en que una persona
puede pedir su carta de transferencia a otra iglesia por varias razones: por la distancia,
porque no se siente edificado o porque la iglesia se ha corrompido de tal forma en su
doctrina y práctica que no puede, a conciencia, permanecer en ella.
7
Tomado de A Complete Body of Practical Divinity Deduced from the Scriptures (Un cuerpo
completo de divinidad práctica deducida de las Escrituras), Tomo 2, Baptist Standard Bearer,
www.standardbearer.org. John Gill (1697-1771): Pastor bautista, teólogo y erudito bíblico, nacido en
Kettering, Northamptonshire, Inglaterra.
105
4
LA PUREZA VISIBLE: EL PROPÓSITO DE LA
DISCIPLINA ECLESIÁSTICA
El Señor le recuerda a la nación que sería conocida por el nombre de Dios y que
por ende debía reflejar su santidad. “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios;
Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos
que están sobre la tierra” (Dt. 7:6). Dios prometió cumplir su pacto de fidelidad con
ellos, pero esperaba que ellos obedecieran su Palabra y obedecieran su Ley. El sistema
judicial de Israel estaba diseñado mayormente para proteger la pureza de la nación.
Como el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia debe verse a sí misma como una
comunidad forastera habitando en medio de la oscuridad espiritual, forastera para el
mundo, que debe abstenerse de las concupiscencias y las tentaciones del mundo. La
Iglesia debe distinguirse por su pureza y santidad y firmeza en su confesión de fe dada
por los santos una vez para siempre. En lugar de rendirse al ambiente moral (o inmoral),
los cristianos deben destacarse por su buen comportamiento. Como lo resumió Pedro:
107
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera
de vivir” (1 P. 1:15).
DISCIPLINA EN EL CUERPO.
Pablo estaba indignado porque los cristianos de Corinto toleraban este horrible
pecado. El incesto, aunque no literalmente desconocido en el mundo pagano, era
condenado universalmente y no era tolerado. En este respecto, la iglesia corintia había
caído por debajo de las normas morales del mundo pagano ante el cual debía ser un
109
testimonio. Pablo estaba muy exasperado con esta congregación a quien ya había dado
advertencias sobre este problema moral. Mencionando una carta anterior de la que no
disponemos, Pablo reprende a los corintios: “Os he escrito por carta, que no os juntéis
con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los
avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir
del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose
hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con
el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera?
¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará.
Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (5:9-13).
¿Cómo debían haber respondido los corintios a este pecado público? Pablo
habla en 1 Corintios acerca de entregar a este pecador a Satanás y sacarlo de la
congregación. ¿Cómo hacer esto? A los gálatas, Pablo escribió diciendo: “Si alguno
fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu
de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá.
6:1). Esta enseñanza es clara, indicando que los líderes espirituales de la iglesia debían
110
confrontar con espíritu de humildad y mansedumbre al miembro que estaba pecando, y
hacerlo con miras a restaurarlo. Pero, ¿cuáles son los pasos precisos a tomar?
Pablo le indicó a Timoteo que los líderes de la iglesia —los ancianos— deben
ser considerados “dignos de doble honor” cuando cumplen bien su ministerio (1 Ti.
5:17). Pero cuando un anciano cae en pecado, eso es un asunto de grandes
consecuencias. Primero, ninguna acusación debe ser recibida en base a solo un testigo
sin corrobación. Sin embargo, si el cargo es confirmado por dos o tres testigos, [Pablo
dice] “repréndelos delante de todos, para que los demás también teman” (1 Ti. 5:20).
Indudablemente, los líderes llevan una carga mayor, y los pecados de un anciano causan
aún más perjuicios a la iglesia. La reprensión pública es necesaria, porque el anciano
peca contra toda la congregación. Como advirtió Santiago: “Hermanos míos, no os
hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”
(Stg. 3:1).
Los escándalos de inmoralidad por parte de los líderes de la iglesia han causado
tremendos perjuicios a la causa de Cristo. El juicio más estricto debe ser una viva
advertencia para aquellos que violan la Palabra de Dios y, por su ejemplo, causan que
otros pequen. El incumplimiento de la iglesia contemporánea en aplicar
consistentemente la disciplina bíblica ha dejado la mayoría de estos escándalos sin
resolver sobre una base bíblica, por lo que siguen siendo una mancha sobre la iglesia.8
8
Tomado de The Disappearance of Church Discipline — How Can We Recover? Partes 1-4. R. Albert
Mohler, Jr.
112
5
NECESIDAD DE LA DISCIPLINA
Hoy la iglesia enfrenta una crisis moral en su interior. El hecho de no tomar una
posición fuerte contra la maldad (aun en su propio seno) y su tendencia a preocuparse
más por lo que conviene en el momento que en lo que es correcto, le ha robado a la
iglesia su integridad bíblica y su poder. Es cierto que, históricamente, la iglesia a veces
ha errado en cuanto a la disciplina, pero hoy el problema es uno de negligencia total.
Sería difícil mostrar otra área de la vida cristiana que por lo común es más ignorada en
la iglesia evangélica moderna que la de la disciplina eclesiástica.
Así como la iglesia aplica los principios bíblicos para aceptar a alguien como
miembro de la iglesia, debe aplicarlos también en el gobierno de la membresía y, de ser
necesario, sacar de ella a aquellos que así lo ameriten. Jesús estableció principios a
seguir para hacer que todos los cristianos fueran en cierta medida, responsables unos de
otros por su conducta, e incluyó procedimientos disciplinarios para este fin (Mt. 18:15-
17). Es en este contexto que dio a la iglesia la responsabilidad de pronunciar su perdón
y sus juicios. “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo;
y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:18). Por cierto, que
la ratificación en el cielo de lo que la iglesia hace en la tierra depende de que la iglesia
actúe en obediencia a Cristo y sus principios sin hipocresía ni favoritismo. Como dijo
Matthew Poole9 este texto es “para asegurar a los pecadores rebeldes e impenitentes que
ratificaría lo que hiciera su iglesia, de acuerdo con la regla que les había dado para
seguir. Por lo tanto, es un texto terrible para aquellos que con justicia y razón son
cortados de la comunión de la iglesia”. Poole agrega sabiamente: “Este texto no hace
infalible a la iglesia, ni obliga al Dios santo a defender sus errores”. No obstante, la
única realidad establecida en este punto es que el Señor Jesucristo de hecho tiene la
intención de que su iglesia gobierne a sus miembros aun incluyendo medidas
disciplinarias cuando estas son necesarias. No pensemos que esto es simplemente un
poder opcional para actuar, porque todas las instrucciones del Señor son dadas en forma
imperativa. La iglesia no tiene derecho a ignorar una conducta pecaminosa persistente
entre sus miembros. Nuestro Señor no nos ha dado esa opción.
9
Matthew Poole (1624-1679) – Teólogo inglés no conformista y autor de English
Annotations on the Holy Bible, aka, Matthew Poole’s Commentary on the Holy Bible (Notas
sobra la Santa Biblia en inglés, mejor conocido como Comentario de la Santa Biblia por
Matthew Poole)
115
La necesidad y el propósito de la disciplina eclesiástica pueden verse claramente
en seis aspectos:
10
Tomado de Biblical Church Discipline (Disciplina eclesiástica bíblica), Solid Ground Christian
Books, www.solid-ground-books.com. Daniel E. Wray: Pastor y autor congregacionalista; fue pastor de la
Congregational Church en Limington, Maine, en 1975.
117
6
MODALIDADES DE LA DISCIPLINA
ECLESIÁSTICA
1. Amonestación
Ya sea privada o pública (Ro. 15:14; Col. 3:16; 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:14-15;
Tit. 3:10, 11). El Diccionario de la Real Academia Española define a la
118
palabra amonestar como: “1) Hacer presente alguna cosa para que se
considere, procure o evite. 2) Advertir, prevenir, a veces por vía de
corrección disciplinaria”. Las Escrituras mismas son una forma de
amonestación (1 Co. 10:11). Los cristianos debieran amonestarse y alentarse
unos a otros, por ejemplo, para hacer buenas obras y para asistir a las
reuniones de la iglesia (He. 10:24, 25).
2. Reprender, redargüir, convencer11 (Mt. 18:15; Ef. 5:11; 1 Ti. 5:20; 2Ti.
4:2; Tit. 1:9,13; 2:15).
La palabra griega elencho que es usada en los pasajes recién citados, es una
palabra rica en significado que quiere decir: “…reprender a otro con el uso
muy efectivo de las armas victoriosas de la verdad, con el fin de traerlo, si no
siempre a una confesión, por lo menos a una convicción de su pecado…”2.
Esta palabra también se usa para referirse a la obra del Espíritu Santo en Juan
16:8 y está en boca del Cristo entronizado en Apocalipsis 3:19, donde dice:
“Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.
Por tanto, la reprensión correcta es una acción de amor. La única guía
correcta en tales asuntos es la Palabra de Dios escrita que es “útil… para
redargüir” (2 Ti. 3:16).
11
Reprensión o amonestación, es el grado elemental de censura eclesiástica; consiste en
reconvenir a un ofensor, señalando la ofensa, cargándosela a su conciencia,
aconsejándole y exhortándolo a que se arrepienta. Se le anima para que esté en guardia y
vuelva a la obediencia, orando por él para que sea restaurado (Tit. 1:13). Esta, y las
demás censuras eclesiásticas, tienen que ser administradas con amor y ternura (Ap. 3:19) con prudencia
cristiana (1 Ti. 1:2) y con la finalidad sincera de salvar al alma de la
muerte (Stg. 5:19, 20; 2 Co. 13:10; Gá.6:1). Debe hacerse sin parcialidad (1 Ti. 5:21) y
como una advertencia para otros (1 Ti. 4:20).
Un miembro de iglesia se hace merecedor de una reprensión (1) cuando hace uso de cosas
que en sí no son ofensivas, pero cuya práctica hiere la susceptibilidad de un hermano
débil (1 Co. 8:11, 12); (2) cuando le cuenta a otros las debilidades de un hermano (1 P.
4:8); (3) cuando altera la paz de los hermanos por cuestiones sin importancia (Ro.
14:19-22); (4) cuando, sin causa justa, se indigna con un hermano (Mt. 5:22); (5) cuando
insiste en darle importancia a asuntos y prácticas no bíblicas que están en boga, como si
fuera indispensable que sean adoptadas por la iglesia o por los miembros (1 Co. 11:16);
(6) cuando deja de amonestar o reprender privadamente a un hermano que él se sabe
culpable de pecado (Lv. 19:17); (7) cuando deja de asistir a las reuniones de la iglesia
por atender sus negocios (Hch. 6:2) y (8) cuando asiste a otros lugares de adoración
descuidando el suyo (He. 10:25). (James Leo Garrett, Jr., “A Summary of ChurchDiscipline” [Un
resumen de disciplina eclesiástica] en Baptist Church Discipline
[Disciplina eclesiástica bautista], 49, 50)
2 R. C. Trench, Synonyms of the New Testament (Sinónimos del Nuevo Testamento), 12.
119
Es importante que todos los cristianos practiquen cariñosamente la
amonestación y la reprensión en sus relaciones unos con otros. Muchos
cristianos se han librado de caer en malos caminos o de errores más serios
por una reprensión mansa de un hermano en Cristo. Si los cristianos
aplicaran a conciencia la amonestación y reprensión, habría menos miembros
excomulgados. Sabiendo esto, el cristiano fiel anhela ayudar a pecadores a
arrepentirse antes de que sea necesario aplicar la excomunión. Además, los
cristianos han de ayudarse unos a otros a seguir “la verdad en amor” (Ef.
4:15).
A medida que cada cristiano reflexiona sobre su responsabilidad en este
sentido, siempre debe recordar que la única fuente de amonestaciones y
reprensiones es la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que tenemos que
estar citándonos versículos bíblicos unos a otros, pero sí significa que la
sustancia de todas las amonestaciones y reprensiones tiene que ser bien
fundamentada y claramente bíblica. No tenemos que ofrecernos unos a otras
ideas humanas, sino hablar con la autoridad de Dios. Tenemos que
acostumbrarnos a decir: “Esto dice el Señor”. Esto debe llevarse a cabo
humildemente, recordando que nosotros mismos no somos más que
pecadores salvados por gracia. Además, el arrepentimiento y la fe
constituyen el camino de salvación para todos los cristianos. Por lo tanto,
intentamos guiar al pecador por la misma senda en que nosotros mismos
tenemos que andar. No hemos de colocarnos ante ellos con sentido de
superioridad, sino a su lado como hermanos ( Gá. 6:1-3; 2 Ts. 3:15).
3. Excomunión.12
12
[NOTA DEL EDITOR] Algunos creen que suspensión es una categoría bíblica de la
disciplina. John Owen, John Gill y otros rechazan el concepto, considerando a la reprensión y la
excomunión como las únicas categorías legítimas y bíblicas. No obstante, otros la han adoptado como una
posición viable, por lo que incluimos en esta nota una breve presentación de la misma: “La suspensión,
considerada como una censura eclesiástica, es el acto por el cual la iglesia determina que un miembro
ofensor, habiendo sido hallado culpable, no puede ocupar una posición de oficial de la iglesia, ni
participar de la Cena del Señor ni puede tener voz ni voto, en ningún caso…Dado que esta censura no
corta la unión, sino solo la comunión de la iglesia, el miembro suspendido no debe considerarse como un
enemigo, sino que debe ser exhortado como hermano (2 Ts. 3:15); y habiendo hecho luego una profesión
de arrepentimiento creíble, la censura debe ser retirada y el culpable restaurado gozando de todos los
privilegios de la iglesia. Esta censura debe ser administrada en caso de ofensas que no son tan graves
como para merecer la excomunión, por ejemplo (1) cuando un miembro altera la paz de la iglesia
causando discordias y disputas (1 Ti. 1:6; 6:5); (2) cuando se retira de la iglesia debido a la sana
disciplina de esta, a pesar de las amonestaciones cariñosas recibidas (Jn. 6:66); (3) si no reprende a otro
miembro de la iglesia con quien está ofendido y no cumple su deber con él según las instrucciones
120
Las descripciones dadas por nuestro Señor Jesucristo y el apóstol Pablo
definen esta forma final de disciplina: “Y si no oyere a la iglesia, tenle por
gentil y publicano” (Mt. 18:17). “Más bien os escribí que no os juntéis con
ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o
maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis…Quitad, pues, a
ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5:11, 13). Es así que esta forma
sumamente severa de disciplinar excluye al ofensor del seno de la iglesia y
de todos los privilegios de ser miembro de ella. Sin embargo, mientras que la
persona de hecho queda excluida de participar de la Cena del Señor, no se le
debe impedir que asista cuando se enseña y predica la Palabra, porque aun
los no creyentes son bienvenidos a las asambleas públicas (1 Co. 14:23-25).
Nadie duda que esta forma de disciplina es desagradable y causa dolor (1 Co.
5:2). No obstante, esta práctica recibe en el Nuevo Testamento, la aprobación
de Cristo mismo (Mt. 18:18, 19). Pablo confirma esta aprobación cuando
escribe acerca de la situación en Corinto al decir que el fornicario debe ser
entregado a Satanás (es decir, devuelto al mundo que es el dominio de
Satanás), “en el nombre de nuestro Señor Jesús” y “con el poder de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Co. 5:4). No podría afirmar con más claridad y firmeza
que nuestro Señor Jesús mismo es la autoridad detrás de toda excomunión
auténtica.
Sin embargo, la excomunión no es irreversible, porque la persona que se
arrepiente de su pecado y busca que Dios lo limpie y perdone debe ser
restaurada a la comunión de la iglesia (2 Co. 2:6-8). De hecho, es la
responsabilidad del pueblo de Dios seguir orando por cualquier persona que
ha sido puesta en disciplina y excluida de la comunión a fin de que Dios la
lleve al arrepentimiento. Por otro lado, mientras sigue sin arrepentirse debe
seguir bajo disciplina.
bíblicas (Mt. 18:15); (4) cuando postula principios equivocados y herejes (Tit. 3:10); (5) cuando es
insidioso y calumniador (Sal. 50:19-21); (6) cuando por indolencia descuida las obligaciones que le
corresponden en la vida (1 Ti. 5:8); (7) cuando ha cometido una falta grave pero muestra algunas señales
de arrepentimiento debe ser suspendido a fin de darle tiempo a la iglesia para juzgar su sinceridad (1 Jn.
5:8); (8) cuando un grupo de miembros, como Coré y sus compañeros, se rebela contra las obligaciones
de su pacto a intenta formar un grupo de una manera irregular y en oposición a todas las reconvenciones
de la mayoría, siendo ‘implacables’ y ‘aborrecedores de lo bueno’ (2 Ti. 3:3). En suma, todas las prácticas
que, por su propia naturaleza y tendencias son destructivas para la reputación, paz y prosperidad de la
iglesia pero que aun así no parecen irremediables por lo que merecen esta censura”. (James Leo Garrett,
Jr., “A Summary of Church-Discipline” en Baptist Church Discipline, 50-51)
121
Reconocemos por supuesto, que el ofensor en la actualidad a menudo
buscará otra iglesia a la cual asistir a fin de evitar arrepentirse y sujetarse a la
iglesia que lo amó lo suficiente como para disciplinarlo. En tales casos, el
ofensor y la otra iglesia darán cuenta a Dios. La iglesia que disciplinó, si
cumplió bien su deber, será vindicada por el Señor a su debido tiempo.13
7
NATURALEZA DE LA EXCOMUNIÓN
13
Tomado de Bíblical Church Discipline, Solid Ground Christian Books, www.solid-ground-
books.com. Daniel E. Wray.
122
debe procurar solo el bien de la persona y su restauración del pecado –recurriendo a esta
medida cuando no hay esperanza de recuperación por medios más mansos— no
obstante, está en las manos de Dios si tal reprensión resultará en su humillación y
arrepentimiento o en su destrucción terrible y eterna. Siempre resultará lo uno u lo otro.
Primero, mostraré en qué consiste este castigo. Hemos de notar que tiene en sí
algo privativo y algo positivo.
1. Dejan de ser objeto del amor del pueblo de Dios que corresponde entre
hermanos cristianos.
De hecho, no están despojados de todo el amor del pueblo de Dios, porque todos
los hombres deben ser objeto de su amor. Más bien me refiero al amor fraternal que
corresponde a los santos de la iglesia local.
En este sentido, el salmista profesa odio contra los que eran enemigos visibles de
Dios. “¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, y me enardezco contra tus
enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por enemigos” (Sal. 139:21-22). No
que los aborreciera con un aborrecimiento malicioso ni deseándoles mal, sino con
desagrado y disgusto por su maldad. En este sentido debemos ser hijos de nuestro Padre
que está en los cielos, quien, aunque ama a muchos malos con un amor benevolente, no
obstante, no puede amarlos con complacencia. Por tanto, las personas expulsadas son
cortadas del amor de la iglesia.
PRIMERA PREGUNTA. ¿Hasta qué punto debe la iglesia tratar a las personas
expulsadas como si nunca hubieran sido de la iglesia visible? Contesto que deben
tratarlos como paganos, con dos excepciones en que debe haber una diferencia.
2. Por otro lado, la persona expulsada debe ser tratada con más desprecio y
menos respeto que a los paganos en cuanto al amor que antes se le daba y
que resultaba en complacencia para ella.
Esto resulta claro por el texto y el contexto. Porque el apóstol no requiere que
evitemos la compañía de los paganos o los fornicarios del mundo, pero requiere
expresamente que evitemos la compañía del hermano culpable de uno de los pecados
señalados en el texto y otros similares. Esto también es evidente en razón de la primera
pregunta. Porque aquellos que una vez fueron cristianos visibles y han caído en pecado,
de modo que ya no lo son visiblemente, merecen ser tratados con más aborrecimiento
que aquellos que nunca han pretendido ser cristianos. El pecado de los primeros, al
violar su profesión de fe, es más grave que el pecado de los que nunca han profesado
serlo…
Por ende, cuando una congregación de santos visibles se une para cantar las
alabanzas de Dios, como dice el salmista “Exaltemos a una su nombre” (Sal. 34:3), lo
hacen solo entre los que son, en su opinión, siervos hermanos y hermanos adoradores de
Dios. No lo hacen como uniéndose a paganos, ni le dice el pueblo de Dios a los
enemigos declarados de Dios: “Vengan ‘y exaltemos a una su nombre’”, sino que se lo
dicen a sus hermanos en el servicio de Dios. Si no debemos juntarnos en sociedad con
personas expulsadas, muchos menos hemos de tener comunión con ellas en el culto
solemne de adoración, aunque pueden estar presentes.
4. Hay privilegios de una naturaleza más interna que disfrutan los que son
miembros de la iglesia visible, de los cuales son privados las personas
expulsadas.
127
Siendo el pueblo del pacto de Dios, sus miembros reciben las bendiciones del
pacto y por lo tanto se sienten más impulsados a acercarse a Dios en oración con el fin
de pedir cualquier misericordia que necesitan. La iglesia visible es el pueblo entre el
cual Dios ha puesto su tabernáculo y al cual quiere dar sus bendiciones. Pero los
expulsados son, en un sentido, echados fuera de la vista de Dios, desterrados como lo
fue Caín, aunque no privados de los medios de vida comunes (Gn. 4:14,16)… Hasta
aquí he considerado la parte privativa del castigo de la excomunión.
Al ser expulsados son echados fuera del pueblo visible de Dios, por ende, son
considerados, por lo menos en la mayoría de los sentidos, como estando en las
circunstancias miserables y deplorables en que viven los que están bajo la tiranía visible
del diablo; como lo están los paganos. En muchos respectos, es indudable que sufren la
cruel tiranía del diablo que concuerda con su condición de haber sido arrojados de su
reino visible.
Dado que merecen un castigo más severo que los paganos y que son entregados
a Satanás para la destrucción de la carne, bien podemos suponer que Dios permite a
Satanás que moleste exterior o interiormente a los expulsados con medios muy severos
para destruir la carne y de esta manera humillarlos, o que deja que el diablo tome
posesión de ellos de manera atroz para endurecerlos y así destruirlos para siempre.
Porque si bien los hombres tienen como objetivo solo la destrucción de la carne, al final
de cuentas es la soberana voluntad de Dios la que determina si procede la destrucción de
la carne o la destrucción eterna y más terrible de ellos mismos… Mostraré ahora por
quién será infligido el castigo:
128
A) Cuando es infligido regular y debidamente, se considera que es por obra de
Cristo mismo. La definición lo implica: es de acuerdo con su voluntad y
según las instrucciones de su Palabra. Por lo tanto, él tiene que ser
considerado como rector en ello, y debemos verlo como real y
verdaderamente de él, tal como si estuviera sobre la tierra infligiéndolo
personalmente.
B) Cuando es infligido por los hombres, lo es solo ministerialmente. No actúan
por sí mismos en esto, como no lo hacen cuando predican la Palabra. Cuando
se predica la Palabra, es la Palabra de Cristo la que se presenta, pues el
predicador habla en nombre de Cristo como su embajador. Por lo tanto,
cuando una iglesia expulsa a un miembro, la iglesia actúa en nombre de
Cristo y bajo su autoridad, no la suya propia. De hecho, la Palabra promete
que cuando la disciplina de un miembro se realiza debidamente, será
confirmado en el cielo, es decir, Cristo lo confirmará reconociéndolo como
un acto suyo. En su providencia futura, considerará lo realizado como
realizado por él mismo; pondrá sus ojos sobre la persona y la tratará como
echada fuera y entregada a Satanás por él mismo. Si no se arrepiente,
[Cristo] lo rechazará para siempre: “De cierto os digo que todo lo que atéis
en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será
desatado en el cielo” (Mt. 18:18). “A quienes remitiereis los pecados, les son
remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn. 20:23).14
8
OBJECCIONES A LA DISCIPLINA
Toda vez que la Iglesia intenta ser fiel a las instrucciones bíblicas concernientes
a la disciplina, de seguro surgen una multitud de objeciones. Juan Calvino bien lo sabía
cuándo escribió en el siglo XVI: “Mas como algunos, por el odio a la disciplina,
14
Tomado de “The Nature and End of Excomunication” (La naturaleza y finalidad de la
excomunión) en The Works of Jonathan Edwards (Las obras de Jonathan Edwards), Tomo 2, 118-21, The
Banner of Truth Trust, www.banneroftruth.com. Jonathan Edwards (1703-1758): Predicador
congregacional norteamericano, reconocido por su predicación durante el Gran Despertar junto con
George Whitefield; nacido en East Windsor, Colonia de Connecticut
129
aborrecen aun el nombre de la misma, han de entender bien esto: si no hay sociedad ni
casa, por pequeña que sea la familia, que pueda subsistir en buen estado sin disciplina,
mucho más necesaria ha de ser en la Iglesia, cuya condición debe ser lo más ordenada
posible. Así como la doctrina salvadora de Cristo es el alma de la Iglesia, así la
disciplina es como sus tendones, mediante los cuales los miembros del cuerpo de la
Iglesia se mantienen cada uno en su debido lugar. Por ello, todos los que desean que no
haya disciplina o impiden que se establezca o restituya, bien sea que lo hagan
deliberadamente, bien por inconsideración, ciertamente estos tales procuran la ruina
total de la Iglesia. Porque, ¿qué sucedería si a cada uno le es lícito hacer cuanto se le
antoje? Pues esto es lo que sucedería si la predicación de la Palabra no se
complementara con las amonestaciones privadas, las correcciones, y otras ayudas
semejantes que sustentan la doctrina para que no quede sin eficacia” (Institutes, Libro
IV, Capítulo XII, Sección I).
Muchos piensan erradamente que una vez que se ha establecido una enseñanza
bíblica, no tienen más que presentar algunas objeciones para descartarla. Pero no es así.
Las únicas objeciones que pueden descartar a una doctrina son las que desdicen los
factores sobre las cuales se fundamenta. Ninguna de las siguientes objeciones puede
hacerlo. No obstante, muchos cristianos se encuentran con problemas auténticos en el
área de la disciplina eclesiástica. Por lo tanto, ofrecemos como una ayuda al que tiene
preguntas sinceras, las respuestas a algunas objeciones y preguntas comunes:
15
Tomado de Biblical Church Discipline, Solid Ground Christian Books, www.solid-ground-
books.com. Daniel E. Wray.
134
CUARTO MÓDULO
CONFESIÓN DE FE - LONDRES
1869
1
DE LAS SANTAS ESCRITURAS
I.
135
La Santa Escritura es la única regla suficiente, segura e infalible de todo
conocimiento, fe y obediencia salvadores.1 Aunque la luz de la naturaleza y las obras de
la creación y de la providencia manifiestan de tal manera la bondad, sabiduría y poder
de Dios que dejan a los hombres sin excusa 2, no son, sin embargo, suficientes para dar
aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación. 3 Por
tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de diversas maneras, revelarse a sí mismo y
declarar su voluntad a su Iglesia;4 y posteriormente, para conservar y propagar mejor la
verdad y para un establecimiento y consuelo más seguros de la Iglesia contra la
corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó poner por escrito
esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy necesarias, 5
habiendo cesado ya aquellas maneras anteriores por las cuales Dios reveló su voluntad a
su pueblo.6
II.
Todos ellos fueron dados por inspiración de Dios para ser la regla de fe y de
1
vida.
1. 2 Ti. 3:16 con 1 Ti. 5:17, 18; 2 P. 3:16
III.
La autoridad de la Santa Escritura, por la que esta debe ser creída, no depende
del testimonio de ningún hombre o iglesia,1 sino enteramente de Dios (quien es la
verdad misma), el autor de ella; por tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de
Dios.2
V.
1. 2 Ti. 3:14, 15
2. Jer. 23:28, 29; Lc. 16:27–31; Jn. 6:63; 1 P. 1:23–25; He. 4:12, 13; Dt.
31:11 13; Jn. 20:31; Gá. 1:8, 9; Mr. 16:15, 16
3. Mt. 16:17; 1 Co. 2:14 ss.; Jn. 3:3; 1 Co. 2:4, 5; 1 Ts. 1:5, 6; 1 Jn. 2:20, 21
con v. 27.
VI.
Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia
gloria la salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente expuesto
necesariamente contenido en la Santa Escritura; a la cual nada, en ningún momento, ha
de añadirse, ni por nueva revelación del Espíritu ni por las tradiciones de los hombres.1
1. 2 Ti. 3:15–17; Dt. 4:2; Hch. 20:20, 27; Sal. 19:7; 119:6, 9, 104, 128
2. Jn. 6:45; 1 Co. 2:9–14
3. 1 Co. 14:26, 40
VII.
1. 2 P. 3:16
2. 2 Ti. 3:15–17
3. 2 Ti. 3:14–17; Sal. 19:7–8; 119:105; 2 P. 1:19; Pr. 6:22, 23; Dt. 30:11–14
VIII.
El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma nativo del pueblo de Dios
antiguamente),1 y el Nuevo Testamento en griego (que en el tiempo en que fue escrito
era el idioma más generalmente conocido entre las naciones), siendo inspirados
inmediatamente por Dios y mantenidos puros a lo largo de todos los tiempos por su
especial cuidado y providencia, son, por tanto, auténticos; 2 de tal forma que, en toda
controversia religiosa, la Iglesia debe apelar a ellos en última instancia. 3 Pero debido a
que estos idiomas originales no son conocidos por todo el pueblo de Dios, que tiene
derecho a las Escrituras e interés en las mismas, y se le manda leerlas16 y escudriñarlas 4
en el temor de Dios, se sigue que han de traducirse a la lengua vulgar [es decir, común]
de toda nación a la que sean llevadas,5 para que morando abundantemente la Palabra de
Dios en todos, puedan adorarle de manera aceptable y para que, por la paciencia y
consolación de las Escrituras, tengan esperanza.6
1. Ro. 3:2
2. Mt. 5:18
3. Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti. 3:16, 17; Jn. 10:34–36
4. Dt. 17:18–20; Pr. 2:1–5; 8:34; Jn. 5:39, 46
5. 1 Co. 14:6, 9, 11, 12, 24, 28
6. Col. 3:16; Ro. 15:4
IX.
2
DE DIOS Y DE LA SANTA TRINIDAD
I.
140
El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y verdadero; 1 cuya subsistencia
está en él mismo y es de él mismo, infinito en ser y perfección; 2 cuya esencia no puede
ser comprendida por nadie sino por él mismo; 3 es espíritu purísimo, invisible, sin
cuerpo, miembros o pasiones, el único que tiene inmortalidad y que habita en luz
inaccesible;4 es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, infinito en
todos los sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo, absoluto; 5 que hace todas las
cosas según el consejo de su inmutable y justísima voluntad, para su propia gloria; 6 es
amantísimo, benigno, misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, que
perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado; 7 galardonador de los que le buscan
con diligencia, y, sobre todo, justísimo y terrible en sus juicios, que odia todo pecado y
que de ninguna manera dará por inocente al culpable.8
2. Is. 48:12
4. Jn. 4:24; 1 Ti. 1:17; Dt. 4:15, 16; Lc. 24:39; Hch. 14:11, 15; Stg. 5:17
5. Mal. 3:6; Stg. 1:17; 1 R. 8:27; Jer. 23:23, 24; Sal. 90:2; 1 Ti. 1:17; Gn.
17:1; Ap. 4:8; Is. 6:3; Ro. 16:27; Sal. 115:3; Ex. 3:14
8. He. 11:6; Neh. 9:32, 33; Sal. 5:5, 6; Nah. 1:2, 3; Ex. 34:7.
II.
141
Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda vida, gloria, bondad y
bienaventuranza, es todo suficiente en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo
necesidad de ninguna de las criaturas que él ha hecho, ni derivando ninguna gloria de
ellas, sino que solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y
sobre ellas;1 él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas
las cosas, teniendo sobre todas las criaturas el más soberano dominio para hacer
mediante ellas, para ellas y sobre ellas todo lo que le agrade; 2 todas las cosas están
desnudas y abiertas a sus ojos; su conocimiento es infinito, infalible e independiente de
la criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa contingente o incierta. 3 Es
santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandatos; 4 a él se le
debe, por parte de los ángeles y los hombres, toda adoración, servicio u obediencia que
como criaturas deben al Creador, y cualquier cosa adicional que a él le placiera
demandar de ellos.5
1. Jn. 5:26; Hch. 7:2; Sal. 148:13; 119:68; 1 Ti. 6:15; Job 22:2, 3; Hch.
17:24, 25
3. He. 4:13; Ro. 11:33, 34; Sal. 147:5; Hch. 15:18; Ez. 11:5
5. Ap. 5:12–14.
III.
En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el
Espíritu Santo,1 de una sustancia, poder y eternidad, teniendo cada uno toda la esencia
divina, pero la esencia indivisa:2 el Padre no es de nadie, ni por generación ni por
procesión; el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del
142
Padre y del Hijo;3 todos ellos son infinitos, sin principio y, por tanto, son un solo Dios,
que no ha de ser dividido en naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades
relativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el
fundamento de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de
él.
3. Pr. 8:22–31; Jn. 1:1–3, 14, 18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He. 1:2; 1 Jn.
4:14; Gá. 4:4–6
3
DEL DECRETO DE DIOS
I.
1. Pr. 19:21; Is. 14:24–27; 46:10, 11; Sal. 115:3; 135:6; Ro. 9:19
4. Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5–7; Mt. 17:12; Jn. 19:11; Hch. 2:23; 4:27,
II.
Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones
que se puedan suponer,1 sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro
o como aquello que había de suceder en dichas condiciones.2
III.
Por el decreto de Dios, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y
ángeles son predestinados, o preordinados, a vida eterna por medio de Jesucristo, para
alabanza de la gloria de su gracia;1 a otros se les deja actuar en su pecado para su justa
condenación, para alabanza de la gloria de su justicia.2
IV.
Estos ángeles y hombres así predestinados y preordinados están designados
particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no se puede ni
aumentar ni disminuir.1
1. Mt. 22:1–14; Jn. 13:18; Ro. 11:5, 6; 1 Co. 7:20–22; 2 Ti. 2:19
144
V.
Así como Dios ha designado a los elegidos para la gloria, de la misma manera,
por el propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordinado todos los medios para
ello;1 por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por
Cristo,2 eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido
tiempo, son justificados, adoptados, santificados3 y guardados por su poder, mediante la
fe, para salvación;4 asimismo nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado,
justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos.5
VII.
4
DE LA CREACIÓN
I.
Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre,
varón y hembra, con almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos para aquella vida
para con Dios para la cual fueron creados;1 siendo hechos a imagen de Dios, en
conocimiento, justicia y santidad de la verdad;2 teniendo la ley de Dios escrita en sus
corazones, y el poder para cumplirla y, sin embargo, con la posibilidad de transgredirla,
por haber sido dejados a la libertad de su propia voluntad, que era mutable.3
5
DE LA DIVINA PROVIDENCIA
I.
147
Dios, el buen Creador de todo,1 en su infinito poder y sabiduría, 2 sostiene,
dirige, dispone y gobierna3 a todas las criaturas y cosas, desde la mayor hasta la más
pequeña,4 por su sapientísima y santísima providencia, 5 con el fin para el cual fueron
creadas,6 según su presciencia infalible, y el libre e inmutable consejo de su propia
voluntad;7 para alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, infinita bondad y
misericordia.8
II.
2. Gn. 8:22; Jer. 31:35; Ex. 21:13; Dt. 19:5; Is. 10:6–7; Lc. 13:3, 5; Hch. 27:31;
Mt. 5:20, 21; Fil. 1:19; Pr. 20:18; Lc. 14:25 ss.; Pr. 21:31; 1 R. 22:28, 34; Rt.
2:3.
III.
IV.
1. Ro. 11:32–34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22, 23; 2 S. 16:10; Hch. 2:23;
4:27, 28
2. Hch. 14:16; 2 R. 19:28; Gn. 50:20; Is. 10:6, 7, 12
3. Stg. 1:13, 14, 17; 1 Jn. 2:16; Sal. 50:21.
V.
1. 2 Cr. 32:25, 26, 31; 2 S. 24:1; Lc. 22:34, 35; Mr. 14:66–72; Jn. 21:15–17
2. Ro. 8:28 34
VI.
149
En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios, como juez
justo, ciega y endurece a causa de su pecado anterior,1 no solo les niega su gracia, por la
cual él podría haber iluminado su entendimiento y obrado sus corazones, 2 sino que
también algunas veces les retira los dones que tenían, 3 y los deja expuestos a aquellas
cosas que su corrupción convierte en ocasión de pecado; 4 y, a la vez, los entrega a sus
propias concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás, 5 por lo cual
sucede que se endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para ablandar a
otros.6
VII.
Del mismo modo que la providencia de Dios alcanza en general a todas las
criaturas, así también de un modo más especial cuida de su Iglesia y dispone todas las
cosas para el bien de la misma.1
1. Pr. 2:7, 8; Am. 9:8, 9; 1 Ti. 4:10; Ro. 8:28; Ef. 1:11, 22; 3:10, 11, 21; Is.
43:3 5, 14
6
150
DE LA CAÍDA DEL HOMBRE, DEL PECADO Y SU
CASTIGO
I.
Si bien Dios creó al hombre recto y perfecto, y le dio una ley justa, que hubiera
sido para vida si la hubiera guardado, y amenazó con la muerte su transgresión, sin
embargo no permaneció mucho tiempo en este honor,1 usando Satanás la sutileza de la
serpiente para subyugar a Eva y entonces a través de ella seduciendo a Adán, quien sin
ninguna coacción, deliberadamente transgredió la ley bajo la cual habían sido creados y
también el mandato que les había sido dado, al comer del fruto prohibido, 2 lo cual
agradó a Dios, conforme a su sabio y santo consejo, permitir, habiéndose propuesto
disponerlo para su propia gloria.3
II.
1. Gn. 3:22–24; Ro. 5:12 ss.; 1 Co. 15:20–22; Sal. 51:4, 5; 58:3; Ef. 2:1–3;
Gn. 8:21; Pr. 22:15
2. Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10–18; 1:21; Ef.
4:17–19; Jn. 5:40; Ro. 8:7
III.
151
Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando por designio de Dios en lugar
de toda la humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la naturaleza corrompida
transmitida a su posteridad descendiente de ellos mediante generación ordinaria, siendo
ahora concebidos en pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a
la muerte y a todas las demás desgracias –espirituales, temporales y eternas–, a no ser
que el Señor Jesús los libere.1
1. Ro. 5:12 ss.; 1 Co. 15:20–22; Sal. 51:4–5; 58:3; Ef. 2:1–3; Gn.
8:21; Pr. 22:15; Job 14:4; 15:14.
IV.
1. Mt. 7:17, 18; 12:33–35; Lc. 6:43–45; Jn. 3:3, 5; 6:37, 39, 40, 44,
45, 65; Ro. 3:10–12; 5:6; 7:18; 8:7, 8; 1 Co. 2:14
V.
1. 1.Jn. 1:8–10; 1 R. 8:46; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro.
7:14–25; Stg. 3:2
2. Sal. 51:4, 5; Pr. 22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5, 7, 8, 17, 18, 25; 8:3–13;
Gá. 5:17–24; Pr. 15:26; 21:4; Gn. 8:21; Mt. 5:27, 28.
152
7
DEL PACTO DE DIOS
I.
La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas
racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo, éstas nunca podrían
haber logrado la recompensa de vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria
por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto.1
1. Job 35:7, 8; Sal. 113:5, 6; Is. 40:13–16; Lc. 17:5–10; Hch. 17:24, 25
II.
1. Gn. 3:15; Sal. 110:4 (con He. 7:18–22; 10:12–18); Ef. 2:12 (con
Ro. 4:13–17 y Gá. 3:18–22); He. 9:15
2. Jn. 3:16; Ro. 10:6, 9; Gá. 3:11 3 Ez. 36:26, 27; Jn. 6:44, 45
36.
III.
1. Gn. 3:15; Ro. 16:25–27; Ef. 3:5; Tit. 1:2; He. 1:1, 2
3. Jn. 8:56; Ro. 4:1–25; Gá. 3:18–22; He. 11:6, 13, 39, 40
154
8
DE CRISTO EL MEDIADOR
I.
II.
1. Jn. 8:58; Jl. 2:32 con Ro. 10:13; Sal. 102:25 con He. 1:10; 1 P. 2:3
con Sal. 34:8; Is. 8:12, 13 con 3:15; Jn. 1:1; 5:18; 20:28; Ro. 9:5; Tit.
2:13; He. 1:8, 9; Fil. 2:5, 6; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:20
2. Gá. 4:4 37
3. He. 10:5; Mr. 14:8; Mt. 26:12, 26; Lc. 7:44–46; Jn. 13:23; Mt. 9:10
13; 11:19; Lc. 22:44; He. 2:10; 5:8; 1 P. 3:18; 4:1; Jn. 19:32–35; Mt.
26:36–44; Stg. 2:26; Jn. 19:30; Lc. 23:46; Mt. 26:39; 9:36; Mr. 3:5;
10:14; Jn. 11:35; Lc. 19:41–44; 10:21; Mt. 4:1–11; He. 4:15 con Stg.
1:13; Lc. 5:16; 6:12; 9:18, 28; 2:40, 52; He. 5:8, 9
4. Mt. 4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jn. 4:7; 19:28; 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3;
He. 5:8; 2:10, 18; Gá. 4:4
5. Is. 53:9; Lc. 1:35; Jn. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 4:15;
7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1 Jn. 3:5
6. Ro. 1:3, 4; 9:5
7. Cf. ref. 1 arriba
8. Hch. 2:22; 13:38; 17:31; 1 Co. 15:21; 1 Ti. 2:5
9. Ro. 1:3, 4; Gá. 4:4, 5; Fil. 2:5–11
III.
1. Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14; Hch. 10:38; He. 7:22
2. He. 5:5; Jn. 5:22, 27; Mt. 28:18; Hch. 2:36
IV.
V.
VI.
Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta
después de su encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y los beneficios de la
misma fueron comunicados a los elegidos en todas las épocas transcurridas desde el
principio del mundo,1 en las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los mismos, en
los cuales fue revelado y señalado como la simiente que heriría la cabeza de la
serpiente,2 y como el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, 3 siendo el
mismo ayer, hoy y por los siglos.4
VII.
VIII.
IX.
Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio solo de Cristo, quien
es el Profeta, Sacerdote y Rey de la Iglesia de Dios; y no puede, ya sea parcial o
totalmente, ser transferido de él a ningún otro.1
1. 1 Ti. 2:5
X.
1. Jn. 1:18
2. Col. 1:21; Gá. 5:17; He. 10:19–21
3. Jn. 16:8; Sal. 110:3; Lc. 1:74, 75
159
9
DEL LIBRE ALBEDRÍO
I.
Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural y de poder para
actuar por elección propia, que no es forzada ni determinada a hacer bien o mal por
ninguna necesidad de la naturaleza.1
II.
1. Ec. 7:29
2. Gn. 3:6
III.
160
El hombre, por su Caída en un estado de pecado, ha perdido completamente
toda capacidad para querer cualquier bien espiritual que acompañe a la salvación; por
consiguiente, como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien y muerto en
el pecado, no puede por sus propias fuerzas convertirse a sí mismo o prepararse para
ello.1
1. Ro. 6:16, 20; Jn. 8:31–34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14; 4:3, 4; Jn. 3:3; Ro.
7:18; 8:7; 1 Co. 2:14; Mt. 7:17, 18; 12:33–37; Lc. 6:43–45; Jn.
6:44; Jer. 13:23; Jn. 3:3, 5; 5:40; 6:37, 39, 40, 44, 45, 65; Hch.
7:51; Ro. 3:10–12; Stg. 1:18; Ro. 9:16–18; Jn. 1:12, 13; Hch.
11:18; Fil. 1:29; Ef. 2:8, 9.
IV.
V.
Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre solo para el
bien, únicamente en el estado de gloria.1
10
DEL LLAMAMIENTO EFICAZ
I.
1. Ro. 8:28, 29
2. Ro. 8:29, 30; 9:22–24; 1 Co. 1:26–28; 2 Ts. 2:13, 14; 2 Ti. 1:9
4. Mt. 22:14; 1 Co. 1:23, 24; Ro. 1:6; 8:28; Jud. 1; Sal. 29; Jn. 5:25; Ro.
4:17
5. 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23–25; Stg. 1:17–25; 1 Jn. 5:1–5; Ro. 1:16, 17; 10:14;
He. 4:12
9. Ez. 36:26
10. Dt. 30:6; Ez. 36:27; Jn. 6:44, 45; Ef. 1:19; Fil. 2:13
11. Sal. 110:3; Jn. 6:37; Ro. 6:16–18
II.
III.
Los niños elegidos que mueren en la infancia son regenerados y salvados por
Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuando, donde y como quiere; 1 así lo son
también todas las personas elegidas que sean incapaces de ser llamadas externamente
por el ministerio de la Palabra.
1. Jn. 3:8
IV.
11
DE LA JUSTIFICACIÓN
164
I.
4. Fil. 3:9; Ef. 2:7, 8; 2 Co. 5:19–21; Tit. 3:5, 7; Ro. 3:22–28; Jer.
23:6; Hch. 13:38, 39.
II.
III.
1. Ro. 5:8–10, 19; 1 Ti. 2:5, 6; He. 10:10, 14; Is. 53:4–6, 10–12
2. Ro. 8:32
IV.
V.
166
Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados, 1 y
aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación, 2 sin embargo pueden, por
sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios; y, en esa condición, no suelen tener
la luz de su rostro restaurada sobre ellos, hasta que se humillen, confiesen sus pecados,
pidan perdón y renueven su fe y arrepentimiento.3
VI.
12
DE LA ADOPCIÓN
I.
1. Gá. 3:24–26
2. 1 Jn. 3:1–3 43
5. Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18
6. Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30, 32; 1 P. 5:7; He. 12:6; Is. 54:8,
9; Lm. 3:31; Ef. 4:30
13
DE LA SANTIFICACIÓN
I.
1. Jn. 3:3–8; 1 Jn. 2:29; 3:9, 10; Ro. 1:7; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col.
3:12; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 15:16; 1 Co. 1:2; 6:11; Ro. 6:1–11
5. Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col. 1:11; Ef. 3:16–19; 2 Co. 7:1; Ro.
6:13; Ef. 4:22–25; Gá. 5:17
6. He. 12:14
II.
1. 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:8, 10; Ro. 7:18, 23; Fil. 3:12
III.
170
En dicha guerra, aunque la corrupción que aún queda prevalezca mucho por
algún tiempo,1 la parte regenerada triunfa a través de la continua provisión de fuerzas
por parte del Espíritu santificador de Cristo; 2 y así los santos crecen en la gracia,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios, prosiguiendo una vida celestial, en
obediencia evangélica a todos los mandatos que Cristo, como Cabeza y Rey, les ha
prescrito en su Palabra.3
1. Ro. 7:23
14
DE LA FE SALVADORA
I.
La gracia de la fe, por la cual se capacita a los elegidos para creer para la
salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y
ordinariamente se realiza por el ministerio de la Palabra; 1 por la cual, y por la
administración del bautismo y la Cena del Señor, la oración y otros medios designados
por Dios, esa fe aumenta y se fortalece.2
1. Jn. 6:37, 44; Hch. 11:21, 24; 13:48; 14:27; 15:9; 2 Co. 4:13; Ef.
2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2
2. Ro. 10:14, 17; Lc. 17:5; Hch. 20:32; Ro. 4:11; 1 P. 2:2
II.
Por esta fe, el cristiano cree que es verdadero todo lo revelado en la Palabra por
la autoridad de Dios mismo, y también percibe en ella una excelencia superior a todos
los demás escritos y todas las cosas en el mundo, pues muestra la gloria de Dios en sus
atributos, la excelencia de Cristo en su naturaleza y oficios, y el poder y la plenitud del
Espíritu Santo en sus obras y operaciones; y de esta forma, el cristiano es capacitado
para confiar su alma a la verdad así creída;1 y también actúa de manera diferente según
sea el contenido de cada pasaje en particular: produciendo obediencia a los mandatos, 2
temblando ante las amenazas,3 y abrazando las promesas de Dios para esta vida y para la
venidera;4 pero las principales acciones de la fe salvadora tienen que ver directamente
con Cristo: aceptarle, recibirle y descansar solo en él para la justificación, santificación
y vida eterna, en virtud del pacto de gracia.5
172
3. Is. 66:2
III.
Esta fe, aunque sea diferente en grados y pueda ser débil o fuerte, 1 es, sin
embargo, aun en su grado mínimo, diferente en su clase y naturaleza (como lo es toda
otra gracia salvadora) de la fe y la gracia común de aquellos creyentes que solo lo son
por un tiempo;2 y consecuentemente, aunque muchas veces sea atacada y debilitada,
resulta, sin embargo, victoriosa,3 creciendo en muchos hasta obtener la completa
seguridad4 a través de Cristo, quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe.5
1. Mt. 6:30; 8:10, 26; 14:31; 16:8; Mt. 17:20; He. 5:13, 14; Ro. 4:19,
20
5. He. 12:2
173
15
DEL ARREPENTIMIENTO PARA VIDA Y
SALVACIÓN
I.
1. Tit. 3:2–5
2. 2 Cr. 33:10–20; Hch. 9:1–19; 16:29, 30
II.
Si bien no hay nadie que haga el bien y no peque,1 y los mejores hombres,
mediante el poder y el engaño de la corrupción que habita en ellos, junto con el
174
predominio de la tentación, pueden caer en grandes pecados y provocaciones,2 Dios, en
el pacto de gracia, ha provisto misericordiosamente que los creyentes que pequen y
caigan de esta manera sean renovados mediante el arrepentimiento para salvación.3
III.
Este arrepentimiento para salvación es una gracia evangélica1 por la cual una
persona a quien el Espíritu hace consciente de las múltiples maldades de su pecado, 2
mediante la fe en Cristo3 se humilla por él con una tristeza que es según Dios,
abominación de él y aborrecimiento de sí mismo, orando por el perdón y las fuerzas que
proceden de la gracia,4 con el propósito y empeño, mediante la provisión del Espíritu, de
andar delante de Dios para agradarle en todo.5
IV.
V.
16
DE LAS BUENAS OBRAS
I.
Las buenas obras son solamente aquellas que Dios ha ordenado en su santa
Palabra1 y no las que, sin la autoridad de esta, han inventado los hombres por un fervor
ciego o con cualquier pretexto de buenas intenciones.2
1. Mi. 6:8; Ro. 12:2; He. 13:21; Col. 2:3; 2 Ti. 3:16, 17
2. Mt. 15:9 con Is. 29:13; 1 P. 1:18; Ro. 10:2; Jn. 16:2; 1 S. 15:21–23; 1
Co. 7:23; Gá. 5:1; Col. 2:8 16–23
II.
Estas buenas obras, hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los
frutos y evidencias de una fe verdadera y viva;1 y por ellas los creyentes manifiestan su
gratitud,2 fortalecen su seguridad,3 edifican a sus hermanos,4 adornan la profesión del
176
evangelio,5 tapan la boca de los adversarios,6 y glorifican a Dios, cuya hechura son,
creados en Cristo Jesús para ello,7 para que teniendo por fruto la santificación, tengan
como fin la vida eterna.8
III.
La capacidad que tienen los creyentes para hacer buenas obras no es de ellos
mismos en ninguna manera, sino completamente del Espíritu de Cristo. Y para que ellos
puedan tener esta capacidad, además de las virtudes que ya han recibido, se necesita una
influencia efectiva del mismo Espíritu Santo para obrar en ellos tanto el querer como el
hacer por su buena voluntad;1 sin embargo, no deben volverse negligentes por ello,
como si no estuviesen obligados a cumplir deber alguno aparte de un impulso especial
del Espíritu, sino que deben ser diligentes en avivar la gracia de Dios que está en ellos.2
1. Ez. 36:26, 27; Jn. 15:4–6; 2 Co. 3:5; Fil. 2:12, 13; Ef. 2:10
2. Ro. 8:14; Jn. 3:8; Fil. 2:12, 13; 2 P. 1:10; He. 6:12; 2 Ti. 1:6; Jud. 20,
21.
IV.
Quienes alcancen el mayor grado de obediencia posible en esta vida quedan tan
lejos de llegar a un grado supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios requiere, que
les falta mucho de lo que por deber están obligados a hacer.1
177
1. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,
23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6– 10; Lc. 17:10 47
V.
1. Ro. 8:18
2. Job 22:3; 35:7; Lc. 17:10; Ro. 4:3; 11:3
3. Gá. 5:22–23
4. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,
23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6–
10.
VI.
No obstante, por ser aceptadas las personas de los creyentes por medio de
Cristo, sus buenas obras también son aceptadas en él;1 no como si fueran en esta vida
enteramente irreprochables e irreprensibles a los ojos de Dios;2 sino que, a él,
mirándolas en su Hijo, le place aceptar y recompensar aquello que es sincero aun
cuando esté acompañado de muchas debilidades e imperfecciones.3
VII.
178
Las obras hechas por hombres no regenerados, aunque en sí mismas sean cosas
que Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros, 1 sin embargo, por no
proceder de un corazón purificado por la fe 2 y no ser hechas de una manera correcta de
acuerdo con la Palabra,3 ni para un fin correcto (la gloria de Dios4), son, por tanto,
pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni hacer a un hombre digno de recibir gracia
por parte de Dios.5 Y a pesar de esto, el hecho de que descuiden las buenas obras es más
pecaminoso y desagradable a Dios.6
17
DE LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS
I.
1. Jn. 10:28, 29; Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2 P.1:5–10; 1 Jn. 2:19
II.
III.
18
DE LA SEGURIDAD DE LA GRACIA Y DE LA
SALVACIÓN
I.
Aunque los creyentes que lo son por un tiempo y otras personas no regeneradas
vanamente se engañen a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de
hallarse en el favor de Dios y en estado de salvación (pero la esperanza de ellos
perecerá1), sin embargo, los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con
sinceridad, esforzándose por andar con toda buena conciencia delante de él, pueden en
181
esta vida estar absolutamente seguros de hallarse en el estado de gracia, y pueden
regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les avergonzará.2
1. Jer. 17:9; Mt. 7:21–23; Lc. 18:10–14; Jn. 8:41; Ef. 5:6, 7; Gá. 6:3, 7–
9
2. Ro. 5:2, 5; 8:16; 1 Jn. 2:3; 3:14, 18, 19, 24; 5:13; 2 P. 1:10
II.
1. Ro. 5:2, 5; He. 6:11, 19, 20; 1 Jn. 3:2, 14; 4:16; 5:13, 19, 20
2. He. 6:17, 18; 7:22; 10:14, 19
3. Mt. 3:7–10; Mr. 1:15; 2 P. 1:4–11; 1 Jn. 2:3; 3:14, 18, 19, 24; 5:13
4. Ro. 8:15, 16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:6, 7
5. 1 Jn. 3:1–3
III.
IV.
19
DE LA LEY DE DIOS
I.
2. Gn. 2:16, 17
II.
La misma ley que primeramente fue escrita en el corazón del hombre continuó
siendo una regla perfecta de justicia después de la Caída; 1 y fue dada por Dios en el
monte Sinaí,2 en diez mandamientos, y escrita en dos tablas; los cuatro primeros
mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros
deberes para con los hombres.3
1. Para el Cuarto Mandamiento, Gn. 2:3; Ex. 16; Gn. 7:4; 8:10, 12;
para el Quinto Mandamiento, Gn. 37:10; para el Sexto
Mandamiento, Gn. 4:3–15; para el Séptimo Mandamiento, Gn.
12:17; para el Octavo Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8; para el
Noveno Mandamiento, Gn. 27:12; para el Décimo Mandamiento,
Gn. 6:2; 13:10, 11
III.
Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al
pueblo de Israel leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte de
185
adoración, prefigurando a Cristo, sus virtudes, acciones, sufrimientos y beneficios; 1 y en
parte proponiendo diversas instrucciones sobre los deberes morales. 2 Todas aquellas
leyes ceremoniales, habiendo sido prescritas solamente hasta el tiempo de reformar las
cosas, han sido abrogadas y quitadas por Jesucristo, el verdadero Mesías y único
legislador, quien fue investido con poder por parte del Padre para ese fin.3
IV.
Dios también les dio a los israelitas diversas leyes civiles, que expiraron
juntamente con el Estado de aquel pueblo, no obligando ahora a ningún otro en virtud
1
de aquella institución; siendo sus principios de equidad solamente utilizables en la
moral.2
1. Lc. 21:20-24; Hch. 6:13, 14; He. 9:18, 19 con 8:7, 13; 9:10; 10:1.
2. 1 Co. 5:1,13 con Dt. 22:21; 1 Co. 9:8–10 con Dt. 25:4
V.
La ley moral obliga para siempre a todos, tanto a los justificados como a los
demás, a que se la obedezca;1 y esto no solo en consideración a su contenido, sino
también con respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien la dio. 2 Tampoco Cristo,
en el evangelio, en ninguna manera cancela esta obligación, sino que la refuerza
considerablemente.3
1. Mt. 19:16–22; Ro. 2:14–15; 3:19–20; 6:14; 7:6; 8:3; 1 Ti. 1:8–11; Ro.
13:8–10; 1 Co. 7:19 con Gá. 5:6; 6:15; Ef. 4:25–6:4; Stg. 2:11–12
2. Stg. 2:10–11
3. Mt. 5:17–19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8
186
VI.
Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras
para ser por ella justificados o condenados,1 sin embargo esta es de gran utilidad tanto
para ellos como para otros, en que como regla de vida les informa de la voluntad de
Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella, 2 les revela
también la pecaminosa contaminación de sus naturalezas, corazones y vidas; de tal
manera que, al examinarse a la luz de ella, puedan llegar a una convicción más profunda
de su pecado, a
sentir humillación por él y odio contra él; junto con una visión más clara de la necesidad
que tienen de Cristo, y de la perfección de su obediencia. 3 También la ley moral es útil
para los regenerados a fin de restringir su corrupción, en cuanto que prohíbe el pecado;
y sus amenazas sirven para mostrar lo que aun sus pecados merecen, y qué aflicciones
pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición y el puro
rigor de la ley.4 Asimismo sus promesas manifiestan a los regenerados que Dios
aprueba la obediencia y cuáles son las bendiciones que pueden esperar por el
cumplimiento de la misma,5 aunque no como si la ley se lo debiera como pacto de
obras;6 de manera que si alguien hace lo bueno y se abstiene de hacer lo malo porque la
ley le manda lo uno y le prohíbe lo otro, no por ello se demuestra que esté bajo la ley y
no bajo la gracia.7
VII.
187
Los usos de la ley ya mencionados tampoco son contrarios a la gracia del
evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él; pues el Espíritu de Cristo
subyuga y capacita la voluntad del hombre para que haga libre y alegremente lo que
requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley.1
1. Gá. 3:21; Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro. 8:4; Tit. 2:14
188
20
DEL EVANGELIO Y DEL ALCANCE DE SU GRACIA
I.
1. Gn. 3:15 con Ef. 2:12; Gá. 4:4; He. 11:13; Lc. 2:25, 38; 23:51;
Ro. 4:13–16; Gá. 3:15–22
II.
III.
1. Mt. 11:20
2. Ro. 3:10–12; 8:7, 8
IV.
1. Ro. 1:16, 17
2. Jn. 6:44; 1 Co. 1:22–24; 2:14; 2 Co. 4:4, 6
190
21
DE LA LIBERTAD CRISTIANA Y DE LA LIBERTAD DE
CONCIENCIA
I.
II.
191
Solo Dios es el Señor de la conciencia, 1 y la ha hecho libre de las doctrinas y
los mandamientos de los hombres que estén, de alguna manera, en contra de su Palabra
o que no estén contenidos en esta. 2 Así que, creer tales doctrinas u obedecer tales
mandamientos por causa de la conciencia es traicionar la verdadera libertad de
conciencia,3 y el requerir una fe implícita y una obediencia ciega y absoluta es destruir
la libertad de conciencia y también la razón.4
III.
1. Ro. 6:1, 2
2. Lc. 1:74, 75; Ro. 14:9; Gá. 5:13; 2 P. 2:18, 21
192
22
DE LA ADORACIÓN RELIGIOSA Y DEL DÍA DE
REPOSO
I.
La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios, que tiene señorío y soberanía
sobre todo; es justo, bueno y hace bien a todos; y que, por tanto, debe ser temido,
amado, alabado, invocado, creído, y servido con toda el alma, con todo el corazón y con
todas las fuerzas.1 Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios está instituido
por él mismo, y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada que no se
debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las
sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún otro modo
no prescrito en las Santas Escrituras.2
II.
III.
2. Jn. 14:13, 14
3. Ro. 8:26
4. 1 Jn. 5:14
5. Sal. 47:7; Ec. 5:1, 2; He. 12:28; Gn. 18:27; Stg. 5:16; 1:6, 7; Mr.
11:24; Mt. 6:12, 14, 15; Col. 4:2; Ef. 6:18
IV.
V.
VI.
1. Jn. 4:21
2. Mal. 1:11; 1 Ti. 2:8; Jn. 4:23, 24
3. Dt. 6:6, 7; Job 1:5; 1 P. 3:7
4. Mt. 6:11
195
5. Mt. 6:6
6. Sal. 84:1, 2, 10; Mt. 18:20; 1 Co. 3:16; 14:25; Ef. 2:21, 22
7. Hch. 2:42; He. 10:25
VII.
VIII.
El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de
la debida preparación de su corazón y arreglados de antemano todos sus asuntos
cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día de sus propias
labores, palabras y pensamientos1 acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares;
sino que también se dedican todo el tiempo al ejercicio público y privado de la
adoración de Dios, y a los deberes de necesidad y de misericordia.2
23
DE LOS JURAMENTOS Y VOTOS LÍCITOS
I.
1. Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr. 6:22, 23; 2 Co. 1:23
II.
Solo por el nombre de Dios deben jurar los hombres, y al hacerlo han de
usarlo con todo temor santo y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o temerariamente por
este nombre glorioso y temible, o simplemente el jurar por cualquier otra cosa, es
197
pecaminoso y debe aborrecerse.1 Sin embargo, como en asuntos de peso y de
importancia, para confirmación de la verdad y para poner fin a toda contienda, un
juramento está justificado por la Palabra de Dios, por eso, cuando una autoridad
legítima exija un juramento lícito para tales asuntos, este juramento debe hacerse.2
III.
Todo aquel que haga un juramento justificado por la Palabra de Dios debe
considerar seriamente la gravedad de un acto tan solemne, y no afirmar en el mismo
nada sino lo que sepa que es verdad, porque por juramentos temerarios, falsos y vanos
se provoca al Señor y por razón de ello la tierra se enluta.1
IV.
V.
24
DE LAS AUTORIDADES CIVILES
I.
2. Gn. 6:11–13 con 9:5, 6; Sal. 58:1, 2; 72:14; 82:1–4; Pr. 21:15;
24:11, 12; 29:14, 26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27; Mt. 22:21;
Ro. 13:3, 4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14
3. Gn. 9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch. 25:11; Ro.
13:4; 1 P. 2:14
II.
Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil cuando
sean llamados para ello;1 en el desempeño de dichos cargos deben mantener
especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y Estado; y así,
con este propósito, ahora bajo el Nuevo Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra
en ocasiones justas y necesarias.2
III.
Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya
mencionados, se les debe rendir sujeción1 en el Señor en todas las cosas lícitas 2 que
manden, no solo por causa de la ira sino también de la conciencia; y debemos ofrecer
súplicas y oraciones a favor de los reyes y de todos los que están en autoridad, para que
bajo su gobierno podamos vivir una vida tranquila y sosegada en toda piedad y
honestidad.3
1. Pr. 16:14, 15; 19:12; 20:2; 24:21, 22; 25:15; 28:2; Ro. 13:1–7;
Tit. 3:1; 1 P. 2:13, 14
2. Dn. 1:8; 3:4–6, 16–18; 6:5–10, 22; Mt. 22:21; Hch. 4:19, 20; 5:29
200
25
DEL MATRIMONIO
I.
201
El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún
hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido.1
II.
III.
IV.
26
DE LA IGLESIA
I.
203
La Iglesia católica o universal,1 que (con respecto a la obra interna del Espíritu
y la verdad de la gracia) puede llamarse invisible, se compone del número completo de
los elegidos que han sido, son o serán reunidos en uno bajo Cristo, su cabeza; y es la
esposa, el cuerpo, la plenitud de aquel que llena todo en todos.2
1. Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22; 4:11–15; 5:23–25, 27, 29, 32; col.
1:18, 24; He. 12:23
2. Ef. 1:22; 4:11–15; 5:23–25, 27, 29, 32; Col. 1:18, 24; Ap. 21:9–14
II.
1. 1 Co. 1:2; Ro. 1:7, 8; Hch. 11:26; Mt. 16:18; 28:15–20; 1 Co. 5:1–9
2. Mt. 18:15–20; Hch. 2:37–42; 4:4; Ro. 1:7; 1 Co. 5:1–9
III.
Las iglesias más puras bajo el cielo están sujetas a la impureza y al error, 1 y
algunas han degenerado tanto que han llegado a ser no iglesias de Cristo sino sinagogas
de Satanás.2 Sin embargo, Cristo siempre ha tenido y siempre tendrá un reino en este
mundo, hasta el fin del mismo, compuesto de aquellos que creen en él y profesan su
nombre.3
IV.
1. Col. 1:18; Ef. 4:11–16; 1:20–23; 5:23–32; 1 Co. 12:27, 28; Jn. 17:1–
3; Mt. 28:18–20; Hch. 5:31; Jn. 10:14–16
2. 2 Ts. 2:2–9
V.
VI.
Los miembros de estas iglesias son santos por su llamamiento, y en una forma
visible manifiestan y evidencian (por su profesión de fe y su conducta) su obediencia al
llamamiento de Cristo;1 y voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme al designio
de Cristo, dándose a sí mismos al Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios,
profesando sujeción a los preceptos del evangelio.2
1. Mt. 28:18–20; Hch. 14:22, 23; Ro. 1:7; 1 Co. 1:2 con los vv. 13–17; 1
Ts. 1:1 con los vv. 2–10; Hch. 2:37–42; 4:4; 5:13, 14
2. Hch. 2:41, 42; 5:13, 14; 2 Co. 9:13
VII.
VIII.
1. Fil. 1:1; 1 Ti. 3:1–13; Hch. 20:17, 28; Tit. 1:5–7; 1 P. 5:2
IX.
X.
XI.
XII.
Todos los creyentes están obligados a unirse a iglesias locales cuando y donde
tengan la oportunidad de hacerlo. Asimismo, todos aquellos que son admitidos a los
privilegios de una iglesia también están sujetos a la disciplina y el gobierno de la misma
iglesia, conforme a la norma de Cristo.1
1. 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:6, 14, 15; 1 Co. 5:9–13; He. 13:17
XIII.
XIV.
Puesto que cada iglesia, y todos sus miembros, están obligados a orar
continuamente por el bien y la prosperidad de todas las iglesias de Cristo en todos los
lugares, y en todas las ocasiones ayudar a cada una dentro de los límites de sus áreas y
vocaciones, en el ejercicio de sus dones y virtudes, 1 así las iglesias, cuando estén
establecidas por la providencia de Dios de manera que puedan gozar de la oportunidad y
el beneficio de ello,2 deben tener comunión entre sí, para su paz, crecimiento en amor y
edificación mutua.3
1. Jn. 13:34, 35; 17:11, 21–23; Ef. 4:11–16; 6:18; Sal. 122:6; Ro. 16:1–
3; 3 Jn. 8–10 con 2 Jn. 5–11; Ro. 15:26; 2 Co. 8:1–4, 16–24; 9:12–15;
Col. 2:1 con 1:3, 4, 7 y 4:7, 12
2. Gá. 1:2, 22; Col. 4:16; Ap. 1:4; Ro. 16:1, 2; 3 Jn. 8–10
3 1 Jn. 4:1–3 con 2 y 3 Juan; Ro. 16:1–3; 2 Co. 9:12–15; Jos. 22
XV.
27
DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
I.
Todos los santos que están unidos a Jesucristo,1 su cabeza, por su Espíritu y por
la fe2 (aunque no por ello vengan a ser una persona con El 3), participan en sus virtudes,
padecimientos, muerte, resurrección y gloria; 4 y, estando unidos unos a otros en amor,
participan mutuamente de sus dones y virtudes,5 y están obligados al cumplimiento de
209
tales deberes, públicos y privados, de manera ordenada, que conduzcan a su mutuo bien,
tanto en el hombre interior como en el exterior.6
1. Ef. 1:4; Jn. 17:2, 6; 2 Co. 5:21; Ro. 6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4
2. Ef. 3:16, 17; Gá. 2:20; 2 Co. 3:17, 18
3. 1 Co. 8:6; Col. 1:18, 19; 1 Ti. 6:15, 16; Is. 42:8; Sal. 45:7; He. 1:8, 9
4. 1 Jn. 1:3; Jn. 1:16; 15:1–6; Ef. 2:4–6; Ro. 4:25; 6:1–6; Fil. 3:10; Col.
3:3, 4
5. Jn. 13:34, 35; 14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7, 8; 1 Co. 3:21–23;
12:7, 25–27
6. Ro. 1:12; 12:10–13; 1 Ts. 5:11, 14; 1 P. 3:8; 1 Jn. 3:17, 18; Gá. 6:10
II.
28
DEL BAUTISMO Y LA CENA DEL SEÑOR
I.
El bautismo y la Cena del Señor son ordenanzas que han sido positiva y
soberanamente instituidas por el Señor Jesús, el único legislador, 1 para que continúen en
su Iglesia hasta el fin del mundo.2
II.
Estas santas instituciones han de ser administradas solamente por aquellos que
estén cualificados y llamados para ello, según la comisión de Cristo.1
29
DEL BAUTISMO
I.
3. Ro. 6:4
II.
1. Mt. 3:1–12; Mr. 1:4–6; Lc. 3:3–6; Mt. 28:19, 20; Mr. 16:15, 16;
Jn. 4:1, 2; 1 Co. 1:13–17; Hch. 2:37–41; 8:12, 13, 36–38; 9:18;
10:47, 48; 11:16; 15:9; 16:14, 15, 31–34; 18:8; 19:3–5; 22:16; Ro.
6:3, 4; Gá. 3:27; Col. 2:12; 1 P. 3:21; Jer. 31:31–34; Fil. 3:3; Jn.
1:12, 13; Mt. 21:43
III.
2. Mt. 28:18–20
IV.
1. 2 R. 5:14; Sal. 69:2; Is. 21:4; Mr. 1:5, 8–9; Jn. 3:23; Hch. 8:38;
Ro. 6:4; Col. 2:12; Mr. 7:3–4; 10:38– 39; Lc. 12:50; 1 Co. 10:1,
2; Mt. 3:11; Hch. 1:5, 8; 2:1–4, 17
213
30
DE LA CENA DEL SEÑOR
I.
214
La Cena del Señor Jesús fue instituida por él la misma noche en que fue
entregado,1 para que se observara en sus iglesias 2 hasta el fin del mundo,3 para el
recuerdo perpetuo y para la manifestación del sacrificio de sí mismo en su muerte, 4 para
confirmación de la fe de los creyentes en todos los beneficios de la misma, 5 para su
alimentación espiritual y crecimiento en él,6 para un mayor compromiso en todas las
obligaciones que le deben a él,7 y para ser un vínculo y una prenda de su comunión con
él y entre ellos mutuamente.8
5. Ro. 4:11
7. 1 Co. 11:25
8. 1 Co. 10:16, 17
II.
III.
El Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a sus ministros para que oren y
bendigan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común para el
uso sagrado; que tomen y partan el pan, y tomen la copa y (participando también ellos
mismos) den ambos a los participantes.1
IV.
2. Ex. 20:4, 5
3. Mt. 15:9
V.
VI.
Esa doctrina que sostiene un cambio de sustancia del pan y del vino en la
sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (llamada comúnmente transustanciación), por
la consagración de un sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante no solo a la
Escritura1 sino también al sentido común y a la razón; echa abajo la naturaleza de la
ordenanza; y ha sido y es la causa de muchísimas supersticiones y, además, de crasas
idolatrías.
VII.
1. 1 Co. 11:28
3. 1 Co. 10:16
VIII.
Todos los ignorantes e impíos, no siendo aptos para gozar de la comunión con
Cristo, son por tanto indignos de la mesa del Señor y, mientras permanezcan como tales,
no pueden, sin pecar grandemente contra él, participar de estos sagrados misterios o ser
admitidos a ellos;1 además, quienquiera que los reciba indignamente es culpable del
cuerpo y la sangre del Señor, pues come y bebe juicio para sí.2
1. Mt. 7:6; Ef. 4:17–24; 5:3–9; Ex. 20:7, 16; 1 Co. 5:9–13; 2 Jn. 10;
Hch. 2:41, 42; 20:7; 1 Co. 11:17– 22, 33–34
31
DEL ESTADO DEL HOMBRE DESPUÉS DE LA MUERTE
Y
DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
I.
3. Sal. 23:6; 1 R. 8:27–49; Is. 63:15; 66:1; Lc. 23:43; Hch. 1:9–11;
3:21; 2 Co. 5:6–8; 12:2–4; Ef. 4:10;
Fil. 1:21–23; He. 1:3; 4:14, 15; 6:20; 8:1; 9:24; 12:23; Ap. 6:9–
11; 14:13; 20:4–6
II.
Los santos que se encuentren vivos en el último día no dormirán, sino que
serán transformados,1 y todos los muertos serán resucitados 2 con sus mismos cuerpos, y
no con otros,3 aunque con diferentes cualidades,4 y estos serán unidos otra vez a sus
almas para siempre.5
III.
219
Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, serán resucitados para
deshonra;1 los cuerpos de los justos, por su Espíritu, 2 para honra,3 y serán hechos
entonces semejantes al cuerpo glorioso de Cristo.4
3. 1 Co. 15:42–49
4. Ro. 8:17, 29, 30; 1 Co. 15:20–23, 48, 49; Fil., 3:21; Col. 1:18;
3:4; 1 Jn. 3:2; Ap. 1:5
220
32
DEL JUICIO FINAL
I.
3. Mt. 16:27; 25:31–46; Hch. 17:30, 31; Ro. 2:6–16; 2 Ts. 1:5–10; 2
P. 3:1–13; Ap. 20:11–15
II.
1. Ro. 9:22, 23
221
2. Mt. 18:8; 25:41, 46; 2 Ts. 1:9; He. 6:2; Jud. 6; Ap. 14:10, 11; Lc.
3:17; Mr. 9:43, 48; Mt. 3:12; 5:26;
13:41, 42; 24:51; 25:30
III.
Así como Cristo quiere que estemos ciertamente persuadidos de que habrá un
día de juicio, tanto para disuadir a todos los hombres de pecar, 1 como para el mayor
consuelo de los piadosos en su adversidad;2 así también quiere que ese día sea
desconocido para los hombres, para que se desprendan de toda seguridad carnal y estén
siempre velando porque no saben a qué hora vendrá el Señor; 3 y estén siempre
preparados para decir: Ven, Señor Jesús; ven pronto.4 Amén.
1. 2 Co. 5:10–11
2. 2 Ts. 1:5–7
4. Ap. 22:20
222
MENSAJE FINAL
Esperamos muy gozoso en él Señor, que este recurso les haya sido de gran
bendición para ustedes en esta etapa de pre – membresía. Ahora, les queda por
adelante un gran camino, el arduo y deleitoso trabajo, juntamente con sus dones,
edificar la Iglesia visible e invisible de nuestro Señor Jesucristo.
ATT:
JIMMY MOROCHO
OLIVER GUTIÉRREZ