Membresia de La Iglesia Perter Masters

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Tabla de contenido
 PRIMER MÓDULO (LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA)

 EL DEBER BIBLICO DE UNIRSE A UNA IGLESIA

 EL CARÁCTER DE LA IGLESIA LOCAL

 EL PROPÓSITO DE LA IGLESIA LOCAL

 LEALTAD A LA IGLESIA LOCAL

 LAS REGLAS DE LA MEMBRESIA DE LA IGLESIA

 EL PACTO DE FAMILIA

 SEGUNDO MÓDULO (DOCTRINAS CLAVES)

 DEPRAVACION TOTAL

 ELECCIÓN INCONDICIONAL

 EXPIACION LIMITADA

 GRACIA IRRESISTIBLE

 PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

 TERCER MÓDULO (DISCIPLINA ECLESIASTICA)

 LA DEFINCIÓN DE DISCIPLINA ECLESIÁSTICA

 CRISTO INSTITUYÓ LA DISCIPLINA

 ADMISIÓN Y EXCLUSIÓN

 LA PUREZA VISIBLE: EL PROPÓSITO DE LA DISCIPLINA ECLESIÁSTICA

 NECESIDAD DE LA DISCIPLINA

 MODALIDADES DE LA DISCIPLINA ECLESIÁSTICA

 NATURALEZA DE LA EXCOMUNIÓN

 OBJECCIONES A LA DISCIPLINA
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 CUARTO MÓDULO (CONFESIÓN DE FE DE LONDRES 1689)

 DE LAS SANTAS ESCRITURAS

 DE DIOS Y DE LA SANTA TRINIDAD

 DEL DECRETO DE DIOS

 DE LA CREACIÓN

 DE LA DIVINA PROVIDENCIA

 DE LA DIVINA PROVIDENCIA

 DE LA CAÍDA DEL HOMBRE, DEL PECADO Y SU CASTIGO

 DEL PACTO DE DIOS

 DE CRISTO EL MEDIADOR

 DEL LIBRE ALBEDRÍO

 DEL LLAMAMIENTO EFICAZ

 DE LA JUSTIFICACIÓN

 DE LA JUSTIFICACIÓN

 DE LA ADOPCIÓN

 DE LA SANTIFICACIÓN

 DE LA FE SALVADORA

 DEL ARREPENTIMIENTO PARA VIDA Y SALVACIÓN

 DE LAS BUENAS OBRAS

 DE LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

 DE LA SEGURIDAD DE LA GRACIA Y DE LA
SALVACIÓN

 DE LA LEY DE DIOS

 DEL EVANGELIO Y DEL ALCANCE DE SU GRACIA

 DE LA LIBERTAD CRISTIANA Y DE LA LIBERTAD DE


CONCIENCIA

 DE LA ADORACIÓN RELIGIOSA Y DEL DÍA DE REPOSO

 DE LOS JURAMENTOS Y VOTOS LÍCITOS


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 DE LAS AUTORIDADES CIVILES

 DEL MATRIMONIO

 DE LA IGLESIA

 DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

 DEL BAUTISMO Y LA CENA DEL SEÑOR

 DEL BAUTISMO

 DE LA CENA DEL SEÑOR

 DEL ESTADO DEL HOMBRE DESPUÉS DE LA MUERTE Y


DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

 DEL JUICIO FINAL

 MENSAJE FINAL
5

Bienvenida:

Es nuestra oración y gozo como iglesia cristiana bautista


reformada, es que todo aquellos aspirante a la membresía, entiendan
por medio de este curso de pre-membresía, la profundidad, claridad y
sencillez, el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y lo necesario que es
unirse a una iglesia sana y bíblica.

Pastor Xavier Murillo Castro


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PRIMER MÓDULO

MEMBRESÍA DE LA IGLESIA

(MEMBRESÍA DE LA IGLESIA EN LA BIBLIA


PETER MASTERS)
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1
EL DEBER BIBLICO DE UNIRSE A UNA IGLESIA

Cristo ha diseñado un hogar o familia para su pueblo, y las siguientes paginas


describen tal diseño como el logro de la genialidad divina. Este es un tema magnifico,
vital para el crecimiento y la bendición espiritual y para nuestro servico al Salvador. Es
un tema enriquecido por “metaforas de la iglesia” o ilustraciones extraordinarias muy
esclarecedoras y que se sincronizan perfectamente unas con otras. Solo detrás de un
verdadero caminar con Cristo y de conocer las doctrinas de la fe, ser miembro de una
buena igleisa tiene una influencia formativa impactante en la vida del creyente.

Entonces, ¿cómo debería ser una igleisa biblica local? ¿y cuales son los deberes
de los miembros? Algunos cristianos sinceros no estan convecidos de la necesidad de
ser miembros de una iglesia, mientras que otros simplemente dejan pasar los años sin
comprometerse a formar parte de ninguna. Comenzamos pues con la organización de la
iglesia, lo cual establecieron los apostoles en obedicencia al Señor: nuestro patrón para
hoy en día.

¿verdaderamente se unían a algo los creyentes en los tiempos del Nuevo


Testamento? Muchos pasajes en el Nuevo Testamento utilizan el lenguaje inconfundible
de pertenecia o membresía. La iglesia local define como una unidad especial o una
familia espiritual que Dios instituyó y diseño con el proposito de que los creyentes se
unan a ella, de tal modo que aquellos que pertenecen a ella, están comprometido con sus
prospositos, vida y disciplina.

Los que están dentro y los que está fuera.

Primero, aprendamos de 1 Corintios 5:4-5 que la igleisa local en el primer siglo


era una comunidad adecuadamente constituida con el poder de ejercer disciplina. (El
caso en cuestión era expulsión de un hombre en fornicación). En este pasaje Pablo
escribe: “En el poder de neustro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mo espíritu, con
el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a satanás para destrucción de la
carne, a fin de que el espíritu se salvo en el día del Señor Jesús”.
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A primera vista, puede parecer extraño usar este versículo para demostrar el
principio de la membresía de la iglesia; pero es de gran relevancia porque describe
cómo una reunión especial de creyentes tenía el poder de excluir de su compañía y
privilegios a alguien que era culpable de un pecado grave. Es obvio que esto no era
simplemente una concurrencia de personas en Corintio o una reunión abierta al público
que incluía a incrédulos y tambien a aquellos que buscan a Dios. (1 Corintios 14:24-25
muestra que los que no eran creyentes asistían a los cultos públicos de la iglesia en
Corinto). Era una reunión de discípulos o creyentes muy específicamente dedicada al
asunto de salvaguardar la integridad de sus asociación o sociedad.

El pecador de Corinto fue “entregado a satanás”, lo que significó que fue privado
del confort y las bendiciones de la comunión espiritual, y se hizo que viviera fuera de la
membresía de la iglesia, de vuelta en el mundo, con el fin de que entrarse en razón y de
preservar así la pureza de la iglesia. En 1 Corintios 5:12-13 el apóstol Pablo continúa
utilizando el poderoso lenguaje de pertenencia y escribe: “Porque ¿qué razón tendría yo
para juzgar a los que están afuera? ¿no juzgáis vosotros a los que están adentro? Porque
los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros”. ¿los
que están dentro? ¿los que están fuera? ¿dentro o fuera de qué? ¿de una simple reunión
o de una membresía de iglesia formal? Este tipo de lenguaje solo puede referirse al
conjunto definido de cristianos miembros de una iglesia, porque solamente tal grupo
tendría la autoridad del Señor para juzgar la conducta de otros cristianos.

Es evidente que en los tiempos del Nuevos Testamento una iglesia era un circulo
definido de personas en el que uno podía ser recibido o ser expulsado del mismo. Las
personas en este grupo se habían comprometido voluntariamente al compañerismo
mutuo, servicio y disciplina de su comunidad cristiana. Ya no eran individuos sin
ningún compromiso e independientes los unos de los otros.

Los cristianos que no aceptan el concepto bíblico de la membresía de la iglesia


tienen que adoptar una postura de lo más inverosímil con el fin de explicar los pasajes
apenas citados. Tiene que interpretar estos textos como si estuvieran refiriendo a la
participación en la Cena del Señor, pro lo que dicen que la exclusión del adultero en la
iglesia en Corinto solo era para impedir su participación en la misma.
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Aunque el apostol Pablo sí menciona la Cena del Señor, esto es solamente una
parte de su mandato. Pero la instrucción de “limpiaos” (1 Corintio 5:7) no es
principalmente una orden para excluir a alguien de la Cena del Señor, sino más bien uan
orden de expulsión del cuerpo. Lo mismo se aplica al termino de Pablo: “quitad” (1
Corintios 5.131), y entonces no es obvio que cuando el apóstol usa términos como
“dentro” y “fuera” (1 Corintios 5:12) no se está refiriendo a la Cena Señor, sino a la
membresía de la iglesia en Corinto.

Constituida para disciplina.

La necesidad de una estructura propiamente dicha de miembros en las iglesias


locales se enseña en Mateo 18, en donde el Señor Jesucristo da un principio general para
tratar con las ofensas entre creyentes. Este pasaje no enseña el procedimiento detallado
para tratar con las ofensas en general (pues ello se explica detalladamente en las
epístolas) sino que establece el principio de cómo tratar con ofensas graves que ocurren
entre quienes forman parte del pueblo del Señor, las cuales ellos mismos no pueden
resolver y, por tanto, deben ser tratadas por la iglesia, y si el ofensor no hace caso a la
iglesia, entonces debe sufrir la expulsión de su membresía. El Señor dice: “Si no los
oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”.
Aquí el Salvador ha puesto en las manos de las iglesias locales una responsabilidad que
prueba más allá de toda duda que las iglesias locales deberían ser comunidades estables,
definidas apropiadamente, establecidas y organizadas, y no algo sin forma y sin
membresía específica.

Uniéndose a la iglesia en Jerusalén.

En el libro de los Hechos de los apóstoles encontramos varias referencias claves


con respecto al hecho de unirse a la iglesia, y un ejemplo importante es Hechos 9:26-28:

“Cuando (Saulo) llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero
todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulos. Entonces Bernabé, tomándole,
lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual

1
En realidad Pablo está citando Deuteronomio 17:7, que se refiere a quitar completamente lo
malvado de entre el pueblo de Dios.
10
le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de
Jesús. Y estaba con ellos Jerusalén; y entraba y salía”.

¿A que trataba de unirse Saulo exactamente? ¿Acaso estaba simplemente


tratando de asistir a los cultos de la congregación? Nada más lejos de la realidad, pues
no le habrían negado escuchar la predicación. Las congregaciones en la época del
Nuevo Testamento mostraban un extraordinario valor en su testificación pública.
Además de esto, el gran tamaño de las reuniones en Jerusalén hacia fácil que cualquier
persona asistiera a los cultos públicos en los que se predicaba.

El Hecho de que los miembros de la iglesia tuvieran miedo de Saulo no quiso


decir que lo mantenían al margen de sus congregaciones. Obviamente ellos dudaban de
Saulo en el sentido de tener un compañerismo espiritual cercano con él, y no permitían
que se unieran a ellos a un nivel más profundo, aunque él lo procuraba. Saulo estaba
tratando de unirse a la membresía de aquellos que habían profesado a Cristo. Las
palabras de la narración confirman que esa era la situación cuando dicen que él trataba
de juntarse (unirse) con los “discípulos”, que es un termino usado para referirse al grupo
de aquellos que han profesado ser creyentes. Fue solamente después de que Bernabé
hablara en su defensa ante los líderes de la iglesia cuando pudo unírseles.

El verbo de unión: pegarse.

Esto nos lleva a considerar la palabra vital “juntarse” que se usa en este y en
otros pasajes del libro de Hechos. La palabra griega traducida como “juntarse” significa
literalmente encolar, pegar, o unir dos cosas, y siempre significa un lazo o dependencia
muy cercana. Se dice que el hijo pródigo, por ejemplo, se arrimó o se pegó (o unió) a un
ciudadano de un país lejano para trabajar. Aquí la palabra describe a un empleado
necesitado y dependiente que se compromete a obedecer a su jefe a cambio de un
salario.

En 1 Corintios 6:16 se usa la misma palabra juntarse (encolarse o pegarse) para


describir las relaciones sexuales, aun las que son pecaminosas; y en 1 Corintios 6:17 la
palabra se usa para describir el vínculo profundo de compromiso total, el cual
caracteriza al verdadero cristiano: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él”.
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En Hechos 8:29, el Espíritu Santo le dice a Felipe que se junte (el mismo verbo
otra vez, pegarse) al carro del etíope eunuco, lo cual hizo en cierto sentido. Se embarcó
en dar un testimonio determinado y se pegó tenazmente a ese noble que estaba buscando
a Dios hasta que hubo luz salvadora en él. [El verbo “juntarse” solo se usa en el Nuevo
Testamento para indicar una obligación o compromiso especial y profundo, y en cada
pasaje se refiere a una relación de mutuo consentimiento.]

Otro ejemplo del uso del verbo “pegarse” aparece en Hechos 5:12 -14. Después
del juicio que cayó sobre Ananías y Safira muchas personas se desanimaron a unirse a
la iglesia. El pasaje dice: “Y por la mano de los apésteles se hacían muchas señales y
prodigios en el pueblo; (y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los
demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; más el pueblo los alababa grandemente.
Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de
mujeres)”.

Las multitudes continuaron asistiendo a los lugares en que se predicaba al aire


libre, tales como el pórtico de Salomón, pero después del incidente de Ananías y Safira
muchos tenían miedo de involucrarse más. Había una diferencia entre estar en la
congregación y estar pegados o unidos a la iglesia. Tales pasajes prueban más allá de
toda duda que las iglesias del Nuevo Testamento —nuestro patrón para hoy en día—
poseían mía estructura de membresía clara.

Una organización definida.

Ahora veremos varios textos de las Escrituras que solamente tienen sentido si
admitimos que la iglesia tiene una membresía de personas verdadera y mutuamente
comprometidas. Efesios 5:21 nos dice que siempre deberíamos estar: “[Sometiéndonos]
unos a otros en el temor de Dios”. Este mandato implica que los creyentes deberían
verse a sí mismos como una comunidad, y tal comunidad debería anteponerse a los
deseos y caprichos del individuo.

Gálatas 2:4 utiliza el lenguaje de membresía muy claramente cuando Pablo dice:
“y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas [es decir, en secreto,
porque no tenían derecho a la entrada], que entraban para espiar nuestra libertad que
tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud”. Aquí nos damos cuenta de que
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existía una reunión de cristianos a la cual no todo el mundo en la congregación pública
cumplía los requisitos para asistir. Las personas externas que desearan obtener una
entrada ilícita tendrían que infiltrarse secretamente. ¿Qué podría ser esto más que una
reunión de miembros? ¿A qué otro tipo de reunión no tendrían derecho de asistir ciertas
personas?

Hay muchos textos como los anteriores que no tendrían sentido si las iglesias de
la época del Nuevo Testamento no hubieran tenido una membresía específica. Sin una
membresía de la iglesia, ¿qué debemos entender de 1 Timoteo 3:1: “Palabra fiel: Si
alguno anhela obispado [o superintendencia], ¿buena obra desea”? ¿Superintendencia de
qué? Superintendente (o supervisor) se refiere a la persona que tiene autoridad legítima
sobre otros o que cuida de ellos. El superintendente del Nuevo Testamento es un oficial
de la iglesia que es responsable de los creyentes que se han sometido voluntariamente
para ser responsables ante Dios y ante la iglesia local. Sin la existencia de la membresía,
todo el concepto de supervisión y gobierno se colapsa, y la Escritura no puede ser
obedecida. De modo parecido, vemos la necesidad de una membresía en los deberes de
los ancianos que se enumeran en 1 Timoteo 3:5.

Considere el enunciado de Pablo: “Pues el que no sabe gobernar su propia casa,


¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?”. La iglesia local es como una familia, y las
responsabilidades y los deberes de un padre son muy semejantes a los que tiene el
superintendente para con la iglesia. Una familia es una unidad cohesionada con un lazo
único entre sus miembros.

En 1 Timoteo 5:17 leemos: “Los ancianos que gobiernan bien”. Una vez más
debemos preguntar: ¿Cómo puede haber “gobierno” en una iglesia que no tiene una
membresía establecida? No puede existir una supervisión ordenada de una nación sin
una ciudadanía formal, o de un ejército sin soldados alistados, o de una industria sin
empleados o de una familia sin hijos. Claramente la voluntad de Dios es que debería
haber una familia espiritual en la que los ancianos son responsables de cuidar y ayudar a
los miembros, y los miembros son responsables de poner en común sus capacidades y
dedicación para el cuidado de esa familia.

Las grandes metáforas de la iglesia.


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Además de todos estos pasajes de la Escritura, se derivan argumentos
irrefutables a favor del deber de ser miembros de una iglesia a partir de las siete grandes
metáforas (ilustraciones) que el Nuevo Testamento usa para describir las iglesias; las
cuales son:

1. El templo o edificio
2. El cuerpo
3. La familia
4. La vid
5. El rebaño
6. La esposa (o desposada)
7. El sacerdocio

Las tres primeras metáforas de la iglesia se usan muy específicamente para


describir a una iglesia local e individual; mientras que las cuatro restantes son más
elásticas, y a veces se utilizan para referirse a toda la Iglesia universal de Cristo a través
del tiempo y de la eternidad. Las primeras tres demuestran más allá de toda duda que los
creyentes tienen la obligación de buscar membresía en una iglesia y que ser miembro
supone una promesa y un compromiso reales para con la iglesia. Este compromiso
incluye aceptar y apoyar humildemente las doctrinas, la disciplina y el servicio de una
congregación en particular.

La metáfora del templo o edificio.

La ilustración del edificio (normalmente el Templo) aparece en varios pasajes.


Efesios 2:21-22 dice: “En quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser
un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para
morada de Dios en el Espíritu”. Un edificio es, desde luego, una unidad de partes, ya sea
de piedras, ladrillos o maderos (o cualquier otro material).

Si no existiera una membresía, si cada uno hiciera lo que bien le pareciera, si


todo el mundo decidiera realizar el tipo de testimonio cristiano que quisiera, entonces la
ilustración del Templo sería irrelevante, pues este no puede representar anarquía e
individualismo. Pero el Señor quien ha formado y hecho a cada creyente, física, mental
y espiritualmente, también ha diseñado un lugar para cada uno. Tal como las piedras,
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vigas, columnas, dinteles y otras partes son colocadas de manera firme en su posición
correcta y previamente planeada en un edificio magnífico, así también el Señor llama a
su pueblo a estar juntos como miembros de una iglesia, para ser usados por Él, bajo la
guía del Espíritu Santo. El diseño del Señor de la iglesia local tiene un maravilloso
orden intrínseco en Él.

1 Timoteo 3:15 también describe la membresía de una forma muy poderosa:


“Para que [...] sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia de Dios
viviente, columna y baluarte de la verdad”. Una vez más se compara la iglesia local con
un edificio físico, el cual tiene unos cimientos y unas columnas que le sirven de soporte
o apoyo. Al igual que el Templo, con toda su enseñanza que se representa en símbolos,
los miembros apoyan y representan la verdad misma. Su conducta debería honrar tal
ilustración, lo que significa que cada miembro debe ser una parte de la estructura de
carga del edificio estable y significativa. Ningún cristiano debería ser un agente libre, es
decir, permanecer fuera de la membresía. Las paredes y los marcos de las ventanas no
van y vuelven al edificio.

La metáfora del cuerpo.

La ilustración del cuerpo también se encuentra en varios pasajes, como por


ejemplo 1 Corintios 12:12: “Porque, así como el cuerpo es uno, y tiene muchos
miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así
también Cristo”. La iglesia local se ve aquí de manera muy similar a como se ve el
cuerpo humano: una unidad que tiene diferentes partes, las cuales están relacionadas
orgánicamente a la misma. Estas partes no pueden volar, y tampoco tienen una unión
intermitente; sino que están firmemente conectadas, y contribuyen a la unidad en su
totalidad y son dependientes de la misma. Existe coordinación y acuerdo entre todas las
partes. La ilustración es profunda y establece la necesidad de ser miembro en una iglesia
concreta, lo que implica un cuidado y cooperación cercanos entre los miembros.

Se nos enseña que una congregación es mucho más que un número de personas
escuchando al mismo predicador. Es un grupo en el que los miembros tienen un papel
importante y todos dependen en cierta forma de los demás miembros. Hay un orden y
dirección común. La cabeza del cuerpo es Cristo, y solo Él. (No hay arzobispos o papas
en la Biblia). Efesios 4:15-16 amplia esta ilustración. Pablo ora que los creyentes:
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“Siguiendo la verdad en amor, [crezcan] en todo en aquel que es la cabeza, esto es,
Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las
coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

Una razón por la cual Dios une a su pueblo en una iglesia concreta es para que
todo el mundo se involucre en el crecimiento del cuerpo, mediante el testimonio de sus
vidas y de sus palabras.

¿Es posible que un miembro o cualquier otra parte del cuerpo pudiera ser
desconectado, mantenido con vida y que funcionara adecuadamente separado del
cuerpo? Concluimos que un cristiano no puede preferir no ser miembro de una iglesia.
¿Prevé el Nuevo Testamento alguna situación en la que alguien no deseara ser miembro
de una iglesia? La respuesta a esta pregunta es: solamente si esa persona tiene que ser
expulsada de la iglesia por un pecado grave o por no creer las doctrinas que la iglesia
atesora. No existe ninguna otra circunstancia en el Nuevo Testamento en la que un
creyente no debería ser miembro de una iglesia.

La metáfora de la familia.

Supongamos que alguien dijera: “Pero pienso que soy demasiado joven en la fe
para ser miembro de la iglesia”. De inmediato acudiríamos a la metáfora de la familia (1
Timoteo 3:5), y comentaríamos que nadie es demasiado joven para pertenecer a una
familia. Jamás se sugeriría que un recién nacido es demasiado pequeño para ser
miembro de la familia y, por lo tanto, se le debería dejar en la puerta de la casa. Debido
a que el bebé es débil y vulnerable lo califica aún más para recibir un cuidado especial
de la familia. La metáfora de la familia no requiere que los bebés literales sean hechos
miembros, pero sí requiere que el infante espiritual se haga miembro.

Por supuesto que una familia está basada en amor, cooperación, orden, liderazgo
y un propósito común. Sus miembros tienen un interés profundo en el bienestar de cada
uno porque comparten el mismo nombre y lazo filial. Nuestro Salvador nos manda,
como creyentes nacidos de nuevo, a unirnos a su pueblo como miembros de una
iglesia.]Es obvio que la iglesia a la cual nos unamos debería ser una que estuviese
comprometida completamente con la Palabra infalible e inspirada de Dios y que se
16
esforzase en cumplir con el patrón bíblico para las iglesias de Cristo que se resume en
las páginas siguientes.

EL CARÁCTER DE LA IGLESIA LOCAL

EL NUEVO TESTAMENTO enseña cuatro principios básicos que definen y


determinan el carácter de cada iglesia de Cristo, los cuales las hacen completamente
efectivas y agradables a Él.

1. Cristo es el Señor y Cabeza de cada iglesia local e individual, siendo cada una
completamente independiente y autónoma, sin estar sujeta a ningún otro organismo
eclesial, ni a ninguna “jerarquía” de alguna autoridad denominacional.

2. Solamente los creyentes nacidos de nuevo deben ser admitidos en la


membresía de tal iglesia. Este es el principio de una membresía regenerada.

3. Cada miembro de la iglesia debe estar completa y sinceramente dedicado a la


iglesia local en cuanto a tener comunión y servicio en la misma.

4. Cada iglesia individual que esté viviendo en obediencia al Señor debería


experimentar crecimiento como signo de vida espiritual, y esto sujeto a la voluntad de
Dios y sus tiempos.

(1) La independencia de cada congregación

Hemos afirmado que cada iglesia debe ser independiente o autónoma, sin que
esté bajo el gobierno de otra iglesia o jerarquía eclesial. (Una excepción temporal
apropiada puede ser el caso de una iglesia “hija” o misión que ha sido fundada por otra
iglesia). Cada iglesia local debería estar bajo el gobierno directo, guía y bendición de
Cristo. Lamentablemente, los esquemas humanos para el gobierno de la iglesia
frecuentemente han ignorado el patrón bíblico, y han ideado formas de control
centralizado sobre grupos de iglesias, lo cual ha ayudado a que Satanás pueda
corromper grupos enteros, siendo esta la historia de las denominaciones históricas.
17
Aquí se encuentra la evidencia bíblica para la autonomía de una iglesia local.
Las epístolas del Nuevo Testamento están dirigidas a las iglesias locales o a los pastores
y oficiales de la iglesia local, y están redactadas en términos que no dejan lugar a dudas
que aquellas iglesias eran independientes de cualquier organización o autoridad central.
Cada una era individualmente responsable ante Dios. Cada una debía lealtad y
obediencia directamente a Cristo. A menudo se ha señalado que Cristo nunca fundó
ningún tipo de organización unificadora de iglesias, y cuando Él habla a las iglesias
directamente se dirige a cada una, diciendo por ejemplo (en Apocalipsis 2:1): “Escribe
al ángel [ministro o pastor, probablemente] de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete
estrellas en su diestra, el que anda en medio de las siete candeleras de oro, dice esto”.

Los candeleros (o más bien las lámparas) representan las iglesias (Apocalipsis
1:20), y se ve al Señor tratando directamente con cada una para retarla, alentarla o
regañarla. No interviene ningún obispo, arzobispo, o superintendente de área, sínodo o
nadie similar, sino que Cristo es el Señor de cada iglesia individual para gobernarla,
capacitarla y controlarla mediante su Palabra.

Para obtener confirmación práctica- de este hecho, podemos hacer referencia a


Hechos 13:1-2: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y
maestros: [...]. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo:
Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. La mayoría de los
apóstoles estaban establecidos en la iglesia en Jerusalén; pero aquí vemos un ejemplo de
cómo el Espíritu Santo se dirigió directamente a la iglesia de Antioquía, y no a través de
la iglesia en Jerusalén. Antioquía es considerada como una iglesia independiente que
estaba siendo gobernada y guiada directamente por el Señor, sin ningún tipo de
jerarquía eclesial humana.

La importancia de que la iglesia individual sea directamente responsable ante


Cristo se confirma por la forma en que se utiliza la palabra iglesia en el Nuevo
Testamento. La palabra griega es ekklesía, que significa “llamado o convocado fuera, o
reunido”, para formar una asamblea. La palabra ekklesía se encuentra ciento catorce
veces en el Nuevo Testamento, y ni una sola vez se utiliza para describir una iglesia
nacional o cualquier otro grupo de iglesias. Enfatizamos: la Escritura nunca honra a un
grupo de iglesias con esta palabra clave: “iglesia”.
18
En cuatro de cinco referencias la palabra ekklesía se utiliza para describir una
comunidad local e individual de cristianos que se reúnen en un cierto pueblo o lugar, y
en una de cinco referencias la palabra se utiliza para describir a todos los elegidos de
Dios, la iglesia invisible compuesta por los creyentes de todas las épocas y naciones.
Por tanto, esa palabra principalmente se aplica a congregaciones individuales (por
ejemplo: “Saludad también a la iglesia de su casa”), y a veces a la Iglesia universal, pero
nunca a algo entre medio. Saber estas cosas nos ayuda a ver la gran importancia de cada
iglesia local e individual en el Nuevo Testamento.

Hoy en día la palabra iglesia se utiliza de forma muy torpe, y las personas se
refieren a todos los cristianos en un país en concreto como “la iglesia” allí. La Biblia
nunca hace eso, y si hace referencia a los cristianos que se han expandido sobre una
región, habla de “las iglesias” en plural. Hay treinta y cinco de esas referencias y un
ejemplo es 1 Corintios 14:34: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones”.

Las metáforas a las que nos hemos referido antes (especialmente las metáforas
del cuerpo, el Templo y la familia) también demuestran que cada iglesia tendría que ser
directamente responsable ante Dios. Cada cuerpo humano es muy independiente de
cualquier otro cuerpo y es dirigido por su propia cabeza. La cabeza del cuerpo (véase
Efesios 4:15) es Cristo, mientras que el cuerpo es un símbolo de la iglesia local. Por
tanto, cada iglesia local está directamente sujeta a Cristo. Esta ilustración de la iglesia
no da cabida a una jerarquía creada por el hombre o a una iglesia nacional. El Templo o
edificio es otra ilustración de la iglesia local (I Corintios 3:9-17). El fundamento de esta
iglesia local es Cristo (versículo 11), quien también es la principal piedra del ángulo
(Efesios 2:20-22). En otras palabras, cada iglesia local descansa directamente sobre
Cristo.

La familia también es una ilustración de la iglesia local, y nosotros somos hijos e


hijas del Dios vivo. Cada familia es una entidad autónoma que vive en una relación
íntima, cercana y afectiva con su padre. Es exactamente en este sentido que cada iglesia
disfruta del cuidado paternal directo del Señor. Si no podemos recordar los versículos
bíblicos, entonces podemos recordar las ilustraciones que Dios nos ha dado en su
Palabra.

(2) Solo miembros convertidos


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El segundo principio que determina el carácter de las iglesias bíblicas es que su
membresía debería ser restringida a aquellos que tienen una profesión de fe creíble. En
las epístolas del Nuevo Testamento se daba por sentado la norma de que debería existir
una membresía regenerada, y eso se demuestra a partir de la forma en que Pablo se
dirigía a las iglesias en sus epístolas; siendo un ejemplo cuando escribe a los romanos:
“A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a
vosotros” (Romanos 1:7). El apóstol dijo lo mismo a la iglesia en Corinto, dando por
sentado que su membresía estaba compuesta exclusivamente por aquellos que habían
encontrado al Señor a través de una verdadera experiencia espiritual: “A la iglesia de
Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (2
Corintios 1:2).

La salutación al principio de Colosenses no nos deja ninguna duda de que esta


iglesia tenía una membresía “convertida”, y dice: “A los santos y fieles hermanos en
Cristo que están en Colosas” (Colosenses 1:2). Una confirmación final del objetivo de
tener solo miembros que han sido salvos se encuentra en Hechos 2:47, donde se narra
que “el Señor añadía cada día a la iglesia [de Jerusalén] los que habían de ser salvos”.

La objeción principal a esta enseñanza que hacen aquellos que quieren justificar
una membresía mixta en la iglesia, la cual incluye personas que no tienen ninguna
profesión evangélica de fe o una clara experiencia de conversión, es decir que es
imposible lograr una membresía pura y, por lo tanto, es absurdo intentarlo. Muchas
personas han señalado, que ese argumento se podría aplicar de la misma forma al deber
de buscar santidad, lo cual ha tenido resultados desastrosos. Nuestra tarea es obedecer el
patrón del Nuevo Testamento, no sucumbir al débil razonamiento humano.

No obstante, existe un pasaje de la Escritura que se cita para apoyar una


membresía mixta: el de la parábola del trigo y la cizaña que comienza en Mateo
13:24.En el argumento se hace gran hincapié en el hecho de que en la parábola no se les
permite a los siervos arrancar la cizaña del campo para que el trigo no sea arrancado
también, y entonces se llega a la siguiente conclusión: “No pretenda obtener una
membresía completamente convertida” El padre de familia dice: "Dejad crecer
juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los
20
segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged
el trigo en mi granero”.

El meollo del asunto es: ¿Qué representa el campo en esta parábola? Aquellos
que tratan de justificar una membresía mixta en la iglesia dice que el campo representa a
la iglesia. Pero Cristo dijo a los discípulos: “El campo es el mundo”. Por lo tanto, esta
parábola no enseña que el trigo y la cizaña (salvos y no salvos) deban crecer juntos en
las iglesias, sino que ambos sobrevivirán en el mundo hasta el momento del juicio. La
parábola no contradice la clara enseñanza de los textos que hemos analizado, los cuales
insisten en que debe existir una membresía regenerada en la iglesia.

Para terminar con cualquier duda que pudiera quedar acerca de este principio,
solamente tenemos que considerar las grandes metáforas que describen a la iglesia y una
vez más somos confrontados con ilustraciones que apoyan perfectamente el caso. En
primer lugar, piense en la ilustración del cuerpo: cada parte del cuerpo está viva y el
cuerpo no puede aceptar ningún miembro o parte muerto. La idea de que la iglesia
pueda estar formada de aquellos que han nacido de nuevo y de aquellos que no han
nacido de nuevo no concuerda con la metáfora del cuerpo.

La única ilustración de la iglesia en el Nuevo Testamento que pudiera parecer


que permite miembros muertos es la de un edificio, al estar formado de materiales
inertes. Pero en este caso, la Biblia cuidadosamente aclara la ilustración, enfatizando
que los miembros de la iglesia son “piedras vivas” (1 Pedro 2:5). No hay piedras sin
vida espiritual en este templo.

La metáfora de la familia obviamente no admite miembros “muertos”, sino


solamente miembros vivos que están relacionados con la Cabeza de la familia: el Señor
Jesús. Todas las otras metáforas de la iglesia demandan también una membresía
regenerada, como en la ilustración de la vid y los pámpanos, donde todas las ramas
deben tener el mismo carácter vivo que la vid, de forma que aquellos que no lleven fruto
son quitados (Juan 15:2).

Nuestra conclusión es la siguiente: ¿A qué tipo de iglesia debería unirse el


creyente que ha vuelto a nacer? Espiritualmente, a una que esté compuesta de personas
21
salvas. El Señor ha decretado que solamente creyentes verdaderamente convertidos
deberían formar la membresía de una iglesia local.

(3) Miembros completamente dedicados

El tercer principio esencial que debería determinar el carácter de una verdadera


iglesia de Cristo es que los miembros deben ser de un mismo sentir, estar unidos en la
doctrina, estar aprendiendo de la Palabra, estar trabajando celosamente juntos en la obra
del Señor, y estar buscando crecer en amor fraternal. En otras palabras, este es el
principio de una membresía enteramente dedicada en comunión y servicio.

Probablemente algunos cristianos se cuestionen la necesidad de que un miembro


esté tan profundamente ligado a su iglesia, y sientan que asistir, adorar, ofrendar para la
obra, y relacionarse cordialmente debería ser suficiente. Sin embargo, las iglesias nunca
fueron diseñadas para ser simplemente un púlpito y una audiencia, sino para ser cuerpos
activos y vivos en los que cada miembro esté sinceramente involucrado en su
ministerio, tal como lo vemos en las palabras de Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os
ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12 trata de la conducta
de los miembros en la iglesia, y establece los estándares mínimos de la membresía de la
iglesia; por ende, es una lectura vital para miembros de la iglesia. Pablo hace una fuerte
observación sobre la vida de la iglesia en Colosas cuando escribe: “Porque, aunque
estoy ausente en cuerpo, no obstante, en espíritu estoy con vosotros, gozándome y
mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo” (Colosenses 2:5).

La palabra traducida orden significa su arreglo, o la estructura de los distintos


rangos en un ejército cuando marchan, y su jerarquía de oficiales. La palabra muestra
que la iglesia en Colosas estaba bien ordenada en el sentido de que cada miembro tenía
un lugar específico o una posición en la obra del ministerio de tal iglesia. La iglesia era
semejante a un batallón en el ejército del Señor, con cada uno de los miembros
preparados y ocupando algún puesto vital en el plan de batalla. Pablo señaló el
compromiso total de los miembros de la iglesia en Colosas en la obra del Señor, donde
cada hombre, mujer y persona joven en la membresía estaba esforzándose en la obra de
la iglesia, participando con sus dones y ejerciéndolos bajo un deseo mutuo de buscar
eficacia.
22
Este principio de un compromiso total e incondicional con una iglesia no es una
enseñanza aislada en el Nuevo Testamento, pues todas las metáforas de la iglesia
insisten en esto también. ¿Qué clase de integración y unidad existe en el cuerpo? Un
cuerpo es una estructura sumamente coordinada, en la que los ojos y las manos trabajan
juntos. Esto es un ejemplo de la gran unidad e interdependencia de las partes. (Véase 1
Corintios 12:13-27 ).

La ilustración de un edificio reitera la enseñanza, porque las piedras del Templo


deben estar bien coordinadas (unidas estrechamente), entrelazándose íntimamente para
que los arcos, las vigas y las columnas pudieran soportar el edificio. Una vez más se
tiene la ilustración de esfuerzos y recursos totalmente combinados por parte de los
miembros de una iglesia.

La ilustración de la vid también nos muestra el carácter planeado de la iglesia en


el Nuevo Testamento, pues en Juan 15 se nos enseña que la mera idea de ramas muertas
e inactivas resulta ofensiva al Señor. La ilustración de la familia representa la iglesia
local como una comunidad de miembros floreciendo, que está ejerciendo un cuidado
mutuo verdadero y compartiendo las responsabilidades de sostén económico familiar y
otras responsabilidades de la casa.

En su conjunto las metáforas de la iglesia nos imponen la gran obligación de


relacionarnos de una manera cercana unos con otros en la adoración y en la obra de
nuestra congregación. Ser retraídos, distantes, reservados, perezosos, complacientes o
indiferentes implica rechazar toda la enseñanza del Señor en la materia.

(4) La gloria de un crecimiento vivo

El cuarto fundamento que determina el carácter de las iglesias de Cristo es el


principio del crecimiento, el cual experimentan todos aquellos que viven en obediencia
a sus mandatos y conforme a la gran comisión de Mateo 28:19-20:

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.

Hasta qué punto podemos hacer discípulos puede variar de generación en


generación de acuerdo con la voluntad soberana de Dios. Algunos creyentes vivirán en
23
tiempos de gran reforma y avivamiento, mientras que otros vivirán en tiempos marcados
por vina oposición militante contra la verdad. Damos “fruto; y [producimos, unos] a
ciento, [otros] a sesenta, y [otros] a treinta por uno” (Mateo13:23), y la cantidad es
determinada por el Señor. Pero ya sea que estemos segando abundantemente o luchando
por obtener un fruto pequeño, siempre habrá una cosecha de almas para las iglesias del
Señor. Mientras que nos estemos esforzando para hacer discípulos, Cristo estará con
nosotros.

Al tomar aliento de esta enseñanza, evidentemente debemos saber que habrá


tiempos para sembrar, pues el Señor enseñó que la obra de hacer discípulos es
semejante a la obra de sembrar semillas (Mateo 13:3). La ilustración de sembrar y
después cosechar, nos advierte que habrá épocas de sembrar y esperar, pero que después
vendrá la cosecha, “porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” {Gálatas 6:9). El
apóstol Pablo habló a los corintios al respecto de su propia predicación en Corinto y del
trabajo de su sucesor diciendo: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado
Dios.” (1 Corintios 3:6).

Ya sea grande o pequeño, el crecimiento es una manifestación esencial de vida


en la iglesia local que predica el Evangelio, la cual está cumpliendo con la gran
comisión; y de nuevo, las metáforas de la iglesia confirman este principio. Por ejemplo,
en la ilustración del cuerpo, Efesios 4:16 deja bien claro que se tiene en mente un
cuerpo que está creciendo. En la ilustración del edificio o templo vemos que este
también es un edificio que está creciendo; es decir uno que está en un proceso de
construcción y crecimiento continuo (Efesios 2:21). Nada ejemplifica mejor el
crecimiento que una familia. De manera similar, el rebaño está continuamente siendo
aumentado; y la vid, como toda planta, nunca está inmóvil siendo el crecimiento y el
llevar fruto aspectos fundamentales de su vida. Casi en todas las metáforas acerca de la
iglesia hay una referencia obvia al crecimiento, desarrollo y aumento, lo que nos
confirma que es la voluntad de Dios que sus iglesias locales siempre estén involucradas
en sembrar y segar en la gran cosecha de almas. La iglesia a la que un cristiano debe
unirse debería conocer estas cuatro grandes características fundamentales de una
verdadera iglesia evangélica.
24

3
EL PROPÓSITO DE LA IGLESIA LOCAL

LOS CUATRO PRINCIPIOS que acabamos de estudiar dan forma al carácter


de una iglesia local. Lo siguiente que vamos a considerar son los propósitos específicos
de tal iglesia. Hechos 2:41-47 es un pasaje que incluye todos los propósitos de una
iglesia local, y dichos propósitos, para facilitar su consulta, se han agrupado en cuatro
títulos.

Los propósitos de la iglesia local son:

1. Tomar parte en una adoración colectiva.

2. Ser una colonia del Cielo en la tierra en lo que respecta a la comunión y


cuidado mutuo.

3. Dar a conocer la gloria de Dios a través del evangelismo y la enseñanza


de la Palabra.

4. Ser el medio a través del cual los creyentes ponen en común sus dones y
recursos para el servicio de Dios.

(1) Adoración colectiva

El primer propósito de la iglesia local es facilitar la adoración colectiva, un


deber y deleite que se enfatiza desde Génesis hasta Apocalipsis.
25
La gloria de la adoración colectiva es que continuará como el mayor tema de la
eternidad, cuando los redimidos se unan con las huestes angelicales para atribuir
alabanza, honra, gloria y poder al Dios trino por los siglos de los siglos. La gloria de la
alabanza se encuentra en su profundidad y sinceridad, pero también en que el pueblo de
Dios se una en corazón y voz. Una alabanza reverente, la lectura de la Escritura, la
oración y la proclamación de la Palabra son la tarea especial de una verdadera iglesia, la
cual debe proveer un medio congregacional de adoración ordenado y armonioso. La
adoración colectiva también provee un testimonio muy poderoso. Una adoración que
impresione a aquellos que no son convertidos normalmente no puede surgir de las
devociones de un creyente porque tal adoración es una actividad privada e íntima.

De hecho, el Señor no fue partidario de que las personas oraran y dieran


limosna en público debido al problema del orgullo humano. Sin embargo, la adoración
de un grupo de creyentes es (o debería ser) una actividad pública sumamente humilde.
Es un testimonio poderoso el ver que un grupo de personas estén dedicadas al Señor en
“cuerpo y alma”, adorándole y venerándole como si sintieran y percibieran su presencia
y se beneficiaran de su poder y gloria.

Podemos ver que hay ciertos deberes prácticos como miembros de la iglesia
que están involucrados en esto. Para adorar a Dios de una manera digna deberíamos
estar asentados y espiritualmente preparados de antemano para los cultos de adoración,
y deberíamos haber resuelto nuestros problemas, confesado nuestro pecado ante el
Señor y preparado nuestros corazones para la alabanza.

(2) Una colonia del Cielo gobernada excepcionalmente

El segundo propósito de una iglesia local es ser una colonia del Cielo en la
tierra en la medida de lo posible, es decir, una familia fiel de personas que aman a
Cristo, refleja su carácter y sus caminos, y prueban su poder y su gracia. Es voluntad de
Dios que su pueblo esté configurado en familias que exhiban toda la belleza de la
unidad, el amor y el afecto. Una iglesia local está pensada para ser algo maravilloso que
manifieste vida y energía, y con todos sus miembros apoyándose y cuidándose entre sí.

En este sentido, la iglesia local está pensada para ser un testimonio poderoso,
tal como el Salvador oró en Juan 17, pidiendo que todos seamos uno para que el mundo
pueda conocer la verdad. Este concepto de unidad no se refiere a unir denominaciones,
sino a verdaderos cristianos que tienen características comunes que reflejan a Cristo y
26
que se apegan a las doctrinas bíblicas. Junto con el evangelismo, el carácter
extraordinario de la iglesia local está pensado para dejar una impresión profunda en
todos aquellos que tienen la oportunidad de ver su vida y su comportamiento. En 1
Pedro 2:9 se nos enseña que somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios, para que [anunciemos] las virtudes de aquel que [nos] llamó
de las tinieblas a su luz admirable”.

Sin duda alguna los miembros de las iglesias en la época del Nuevo
Testamento se veían como una colonia del Cielo. Efesios 2:19-22 lo expresa así: “Así
que [...] sois [...] conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, [...] en
quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.
Con el fin de lograr una comunión tan, bella y feliz y mantenerla, el Señor ha dado un
patrón de orden y gobierno a las congregaciones, especialmente revelado en las
epístolas pastorales, donde muchos versículos hablan acerca de gobierno, supervisión y
oficiales de iglesia.

En el mundo vemos varios sistemas de gobierno; pero la forma que el Señor ha


dado para sus iglesias es un liderazgo por consentimiento, en el que los oficiales son
elegidos por los miembros, y se les manda “gobernar” mediante la Escritura y mediante
su ejemplo piadoso.

Existe un equilibro maravilloso en el gobierno de la iglesia que la Escritura


establece, el cual se aprecia mejor haciendo notar su aparente contradicción. Por un
lado, el Nuevo Testamento contiene un grupo de pasajes de la Escritura a los que
podemos llamar “textos de la reunión de miembros de la iglesia” Dichos pasajes hacen
que toda la membresía de la iglesia sea responsable de decidir ciertos asuntos en su
reunión de miembros. Tales asuntos incluyen, por ejemplo, el desembolso de grandes
sumas de dinero, la aprobación de la administración de las ofrendas, el nombramiento
de oficiales de iglesia y misioneros, y el recibimiento y expulsión de miembros.

Sin embargo, hay otro grupo de pasajes de la Escritura que a primera vista
parece que entra en conflicto con el primer grupo. En estos, se insta a los miembros de
la iglesia a subordinarse y seguir a los dirigentes que gobiernan las iglesias y velan por
las almas, los cuales son nombrados por los miembros para dirigir y guiar los asuntos de
la iglesia, y también se les da unas responsabilidades especiales para disciplina.
27
Estos dos grupos de textos en realidad no están en conflicto. Si los tomamos en
conjunto muestran que todos los miembros de una iglesia están involucrados en
decisiones grandes específicas, mientras que las iglesias deberían aferrarse al principio
de ser guiadas, en la mayoría de los asuntos restantes, por los oficiales de iglesia
nombrados por Dios. Una de las maneras en la que una iglesia local tiene éxito en ser
una colonia del Cielo es que haya un equilibrio de liderazgo y responsabilidad total.

La iglesia local no tiene un liderazgo autocrático de oficiales de iglesia que se


comportan como “teniendo señorío sobre las heredades del Señor” (RV 1569) sino un
liderazgo dentro de la familia, el cual debe encomendarse a la familia y demostrar su
valía. Los oficiales de la iglesia dirigen y guían de tal forma que llevan a toda la familia
de Dios bajo un gran interés y objetivo espiritual. Es un sistema de liderazgo
comprensivo, un liderazgo desde dentro, más que desde arriba y, por tanto, un liderazgo
Ser una colonia del Cielo también significa cumplir todos los…

…deberes de comunión, amor, amistad y admonición mutua; además de


sobrellevar los unos las cargas de los otros conforme a la ley de Cristo (Gálatas 6:2).
Estos deberes se presentan después en el libro (páginas 57 a 62). Nuestro llamado como
miembros de una iglesia es sembrar amistades, siendo sensibles a las necesidades
mutuas, tener interés y orar los irnos por los otros, y ser tan abiertos y abnegados como
sea posible.

Tenemos que evitar la tentación de utilizar la iglesia del Señor para nuestro
propio placer y confort, especialmente cuando somos Jóvenes. Algunas iglesias
sucumben a tener demasiadas actividades recreativas y comunión, de forma que estas se
vuelven más importantes que la adoración y el avance espiritual. La iglesia se vuelve
28
entonces un ambiente agradable para un placer “cristianizado”, mientras que se supone
que todos debemos estar sembrando para el Espíritu y preguntándonos: ¿En qué estoy
contribuyendo?

(3) Proclamación de la Palabra

El tercer propósito de una iglesia local (estos propósitos no están enumerados


en orden de prioridad) es evangelizar y enseñar la Palabra, y así representar a Dios en el
meando, y ser la “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo3:15). Vemos a la iglesia
en Jerusalén participando activamente en un evangelismo personal vigoroso, en la
predicación y en el estudio de la Palabra. El sermón de Pentecostés de Pedro fue un
llamado al arrepentimiento y salvación (Hechos 2:38;40), lo que dio lugar a una
ferviente actividad para ganar almas por parte de predicadores y creyentes que
testificaban, de forma que “todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de
enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5:42). Desde el principio se comenzó a
obedecer la comisión del Señor: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura” ( Marcos 16:15). Evangelizar y enseñar la Palabra requiere la organización de
las iglesias, tanto para apoyar a los que predican, utilizando todas las capacidades, como
para el cuidado de los que son convertidos. Estos objetivos no pueden cumplirse sin las
iglesias locales: las unidades que Cristo designó para la obra del reino.

Cada propósito de la iglesia local basta ahora considerado representa diferentes


actividades que no pueden ser llevadas a cabo eficientemente sin la iglesia. Es muy
obvio que la adoración colectiva no puede ofrecerse sin que exista un grupo de
personas. De igual manera, no podría haber una colonia del Cielo en la tierra, con su
manifestación de carácter de familia espiritual, sin tales comunidades. Y nunca
podríamos evangelizar y cuidar de los convertidos eficazmente sin las iglesias.

(4) La puesta en común de recursos

El cuarto propósito de una iglesia local es poner en común los recursos de los
cristianos para el servicio a Cristo, potenciando las habilidades de los miembros de la
iglesia y coordinando sus esfuerzos. Esto incluye empezar a entrenar a generaciones
sucesivas del pueblo del Señor (2 Timoteo 2:2). Estas cosas no pueden hacerse
efectivamente sin la iglesia local. Los cristianos no pueden poner en común sus recursos
a menos que exista una unidad de “combinación”; ni tampoco pueden tener sus
habilidades reconocidas, entrenadas, refinadas y aplicadas sin una ayuda mutua.
29
Volvemos al texto clave de Efesios 4:15-Jo, aunque complejo, es perfecto al referirse a
los esfuerzos conjuntos de un grupo del pueblo de Dios en su servicio. Pablo ora para
que, como miembros de una iglesia, “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo
en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y
unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

Supongamos que todos nos comportamos de forma individualista e ignoramos


ser miembros de una iglesia. Alguien es extremadamente bueno haciendo visitas a la
comunidad; pero mucho menos efectivo al explicar el Evangelio o aconsejar a aquellos
en dificultades. Está claro que tal persona, trabajando sola, pronto estará en grandes
dificultades. Sin embargo, su don particular se verá potenciado y será enormemente
usado en armonía con los dones de otros, si está trabajando en una congregación del
pueblo de Dios, pues otros siervos se dedicarán a la predicación y a aconsejar.

Nuestras capacidades individuales, tanto las naturales como las espirituales,


solo pueden ser llevadas a su máximo provecho si trabajamos juntos. La tarea de la
iglesia local, por tanto, es poner en común todos nuestros recursos y diferentes dones
para hacer un esfuerzo, cohesivo, completo y combinado para el Señor: una iglesia
trabajadora. Un hecho que no se puede ignorar es que la mayoría de nosotros, si no
estuviéramos en una congregación viva de obreros creyentes, pronto nos
descorazonaríamos y estaríamos abatidos, y las fuerzas en nuestra contra nos vencerían.

La mayordomía de nuestros medios también está incluida en esta función de la


iglesia local, pues aquí ponemos en común nuestros recursos financieros para apoyar el
ministerio de tiempo completo y muchas otras necesidades. El principal pasaje de la
Escritura que ordena esto es 1 Corintios 9:6-14.

Está claro que, para hacer justicia a todas las habilidades de todos los
miembros, hay mucho por organizar en una iglesia local, aunque siempre tenemos
presente que nuestra organización humana equivale a nada sin la obra del Espíritu
Santo. Como Charles Wesley escribió:

A menos que Tú, Señor, bendigas el plan


Vanos son nuestros mejores proyectos
Y nunca pueden tener éxito;
Gastaríamos nuestra mayor fuerza para nada,
30
Pero si en Ti están hechas nuestras obras,
Ciertamente bendecidas serán.

Satanás se encargará de que los predicadores y los líderes de las iglesias sean
tentados a retroceder ante estos deberes complejos, y caigan en un formato simple
donde haya alguien predicando y una congregación, donde no sea necesario una
organización o coordinación del servicio de todos los creyentes. Siempre y cuando se
puedan encontrar unas cuantas personas para llevar a cabo la escuela dominical y otros
departamentos básicos de la iglesia, entonces habrá un mínimo de “dificultades”.
Satanás se asegurará de que veamos con consternación el esfuerzo de evangelizar lo
máximo posible en la comunidad y el de alentar a toda la congregación a tener una
actividad constante, e intentará que consideremos esto demasiado desalentador para
considerarlo. Sin embargo, debemos esforzarnos en honrar este cuarto propósito de una
iglesia local: la puesta en común de recursos, la potenciación de las capacidades y la
formación de una verdadera unidad local del ejército del Señor.

Uno de los grandes beneficios de la iglesia local, a diferencia de alguna


organización nacional centralizada, es que minimiza el orgullo y el problema de estar
interesado en la “institución” en sí misma. La mente humana es tan débil (incluso entre
personas salvas) que es muy vulnerable con respecto a este punto. A ciertas personas les
encanta tener una “circunscripción” o grupo de seguidores grande, y entonces pueden
enseñorear sobre su organización. Desarrollan un temor a ser destituidas, y se oponen a
otros cuyas habilidades pueden parecer que amenazan las suyas. Tales personas se
vuelven intensamente protectores de su denominación u organización, y cuando llegan
los errores, no existe autoexamen o desafío. Por tanto, estos grupos se convierten en los
objetivos principales de Satanás para contaminarlos con falsas enseñanzas y métodos
que no son bíblicos. Como consecuencia, denominaciones y grupos centralizados han
caído uno tras otro de su firmeza original. Este es un hecho irrebatible de la historia.

La iglesia local, por el contrario, es la creación de la genialidad divina. El


Señor Jesucristo ha apartado las complejas organizaciones de iglesias que los humanos
puedan idear, y ha ordenado solo iglesias locales individuales. Nunca debería haber
nada más complicado que una iglesia local, pues el Señor ha decretado que los oficiales
31
de las iglesias sean elegidos por personas que les conocen bien y ejerzan sus funciones
dentro de ese mismo grupo de personas, los cuales no permitirán que se les “suba el
humo a la cabeza”, de modo que serán protegidos de una mentalidad de ser personas de
institución.

Esta es solo una razón por la que admiramos la maravilla del patrón del Nuevo
Testamento, y permanecemos en los límites de la iglesia local sin construir grandes
denominaciones y organizaciones basadas en la sabiduría del mundo, las cuales sacan lo
peor de la gente y siempre llevan al desastre. [La iglesia local es una familia de personas
que han sido salvas y han sido reunidas por el Señor para poner en común sus dones y
recursos para su servicio glorioso.
32

4
LEALTAD A LA IGLESIA LOCAL

Este capítulo se ha tomado del libro del autor Steps for Guidance
(Pasos para una guía bíblica). Se incluye aquí porque presenta el
fundamento mismo de pertenecer a una iglesia, además de tratar
con dificultades que pueden ocurrir en la iglesia.

UNO DE LOS PROBLEMAS más grandes sobre los que escuchamos hoy en día
en la vida de las iglesias locales es la falta de un sentido profundo de lealtad por parte de
muchos miembros. A veces, cuando los creyentes deciden dónde querrían vivir, o dónde
van a solicitar trabajos nuevos, casi el último aspecto que ponen en consideración es el
compromiso con su iglesia.

Pastores en todas partes afirman que demasiado a menudo los cristianos son
guiados por consideraciones personales y materiales, y no por ningún sentido de deber o
lealtad a su congregación. ¿Es posible que nuestro criterio para tales decisiones no sea
conforme al criterio del Señor? ¿Y si Él quiere que nuestro compromiso con nuestra
iglesia actual sea la prioridad dominante, y nosotros lo relegamos a un asunto de menor
importancia? ¿No hará esto que nuestras ideas al respecto del concepto de guía sean una
ilusión vacía? Claramente nos es vital saber el “lugar” que debería ocupar el
compromiso con nuestra iglesia actual en nuestra escala de prioridades. Este capítulo
mostrará que algunos de los otros factores que proveen guía están subordinados a esto.
33
El escritor conoce una iglesia “pionera” donde hace algunos años nueve o diez
parejas juntas se comprometieron a establecer una iglesia en un pueblo nuevo
desprovisto de luz evangélica. Después de tres años, todos excepto dos de las parejas se
habían mudado a algún otro sitio. ¿Cuál fue la razón? La mayoría se habían mudado
para conseguir un estatus mayor y trabajos mejor pagados en el marco de sus
profesiones. Aparentemente todos estos traslados no eran absolutamente esenciales,
sino que fueron el resultado de la Ubre elección de personas que no sintieron un lazo
profundo de lealtad al “cuerpo de Cristo” local en el que Dios les había colocado.
Incluso aunque parecía inevitable que mudarse llevaría esa joven iglesia al borde del
desastre, estas parejas consideraron que sus prioridades principales eran sus carreras e
ingresos.

Un concepto de la iglesia: ¿“bajo” o “elevado”?

¿Cómo llegaron a considerar tan a la ligera estos creyentes sus vínculos con la
iglesia local? Obviamente no han entendido realmente la enseñanza bíblica respecto a la
iglesia local. Quizás no se han dado cuenta de lo que significaba la frase “el cuerpo de
Cristo”. Ellos piensan que la iglesia es como una cadena de supermercados, o una red de
bancos. Nadie dejaría de mudarse de un pueblo a otro porque estuviesen muy ligados a
su supermercado o a su banco. Casi dondequiera que se vaya existen servicios y
prestaciones apropiados. ¿Qué es la iglesia local en nuestra opinión? ¿Es meramente un
grupo de cristianos convenientemente reunidos para la adoración e instrucción, o es algo
especial ante los ojos de Dios? ¿Ha elegido Dios a sus miembros, organizado la
distribución de dones y habilidades, y llamado a esos individuos a comprometerse los
unos con los otros para servirle y para vivir como una familia única? ¿Requiere Dios
una lealtad especial dentro de la iglesia local?

Libertad es la palabra “de moda” hoy en día. Para algunos creyentes, lealtad a
alguna congregación en particular suena a restricción, a legalismo y a una interpretación
mecánica del deber cristiano; pues muchos consideran que la lealtad sofoca el espíritu
de libertad. Sin embargo, el Nuevo Testamento es claro cuando describe a la iglesia
local como un grupo de creyentes relacionados entre sí muy estrechamente por lazos de
amor, lealtad y servicio. La iglesia local es mucho más que una colección de creyentes
al azar. Es una familia espiritualmente unificada y coordinada a la que se le ha conferido
34
unos privilegios únicos y autoridad para llevar a cabo los mandatos de su Cabeza, el
Señor Jesucristo. Una iglesia local es el objeto de su deleite, y la protege especialmente.

La iglesia local es, como Pablo dice repetidamente en 1 Corintios 12, un cuerpo.
En el versículo dieciocho dice: “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de
ellos en el cuerpo, como él quiso”. En otras palabras, Dios ha diseñado cada
congregación. Pablo a continuación dice que no debería haber “desavenencia en el
cuerpo”. Después dice que Dios ha organizado la distribución de capacidades para que
así cada miembro sea de importancia para el cuerpo. Por tanto, concluimos que, si
algunos son quitados, pero fuera de lo que el Señor ha planeado u ordenado, entonces
algún atributo vital hará falta. Los miembros se preocupan y cuidan los unos por los
otros hasta tal punto que, si uno sufre, todos los demás sufren también (versículos 25-
26). La congregación tiene un lugar especial en los propósitos de Dios.

Ya hemos visto cómo Efesios 4:16 describe la unidad orgánica de la


congregación utilizando la ilustración de mayor unión disponible: la del cuerpo físico.
Bajo la dirección de la Cabeza: “El cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas
las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

La idea de que las coyunturas y los miembros se cambien libremente entre


diferentes cuerpos es inconcebible. El concepto de que un nudillo o el codo pudieran
unilateralmente migrar a otro cuerpo es absurdo. La ilustración del cuerpo muestra cuán
seriamente Dios toma su derecho soberano de colocar a su pueblo en iglesias concretas,
conforme a su plan global. Nuestro Dios insiste en que veamos nuestras vidas y nuestro
servicio en el contexto de la iglesia-familia específica en la que nos establece.
Versículos como estos ponen gran énfasis en que un grupo de personas sean edificadas
juntas, de forma que se relacionan entre sí en amor, en cuidado mutuo y en un servicio
dedicado al Señor, y muestran así el poder y la gracia de Dios.

A la luz del hecho de que el Nuevo Testamento nos insta a tener un concepto
elevado de la iglesia local, ¿cómo es que tantos creyentes evangélicos han llegado a
adoptar un concepto tan bajo de la misma? Una posible razón es que malinterpretan
nuestro rechazo evangélico del “poder” terrenal de la iglesia. Se dan cuenta de que
repudiamos la dominación humana, como por ejemplo el gobierno eclesial por
35
jerarquías y concilios centralizados, y que rechazamos el sacerdocio humano,
enfatizando en su lugar el sacerdocio de todos los creyentes, y el acceso directo al
Salvador para todos aquellos que le buscan. Sin embargo, llevan la libertad de cada
creyente demasiado lejos, y llegan a pensar que el creyente no debería subordinarse a
una iglesia de ninguna manera. No ven ninguna obligación en absoluto, y consideran a
la congregación tan solo como una organización práctica para facilitar la adoración y la
instrucción.

Obviamente, si la iglesia local no es más que eso, no se le tiene que tener más
lealtad que la que se tendría a un colegio o universidad, o a un supermercado o a un
banco. Siempre y cuando los creyentes contribuyan para los beneficios que reciben, no
se les debería molestar pidiéndoles, o requiriéndoles, que hagan sacrificios por su iglesia
local.

Mientras que es cierto que la iglesia local no tiene autoridad dominante sobre las
vidas de sus miembros (salvo para aplicar los estándares claramente manifestados en la
Biblia), Dios insiste en que su pueblo debería sentirse obligado para con sus iglesias de
un modo especial, esforzándose por adorar y servir como una unidad coordinada, una
sociedad llamada a probar que Dios es fiel a su Palabra en la más estrecha de las
armonías. Deben ser leales a su iglesia hasta que Dios mismo les líame a otro sitio
mediante una guía inconfundible.

Todo esto se enseña en las diferentes representaciones (o ilustraciones) y


metáforas de la iglesia, especialmente aquellas del cuerpo, del templo o edificio y de la
familia como unidad. Los miembros de la iglesia son representados como partes
esenciales e inamovibles que llevan a cabo funciones vitales. La consideración especial
de Dios de la iglesia local como una unidad cohesionada se ve en la advertencia de 1
Corintios 3:16-17, donde Pablo escribe a la congregación: “¿No sabéis que sois templo
de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de
Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.

¿Debería cambiar de iglesia el creyente?

A la luz de la importancia y del estatus especial que tiene la iglesia local, el que
un creyente cambie permanentemente de iglesia solo debería ocurrir como resultado de
36
la clara intervención de la guía de Dios. Más adelante en este capítulo consideraremos
cuándo la lealtad es errónea; pero en circunstancias normales la primera intención del
creyente siempre debe ser: “Dios me ha llamado a ser leal a la comunidad en la que
estoy. Por consiguiente, ¿puedo estar seguro de que es su voluntad el que me cambie de
iglesia? ¿Estoy siendo realmente llamado a otro sitio? ¿Existe una evidencia clara de
que Dios me está guiando así, con el apoyo de una guía circunstancial y habiendo
tomado en cuenta el consejo de hermanos y hermanas en el Señor?

A menudo los cristianos están ligados estrechamente a su iglesia, contribuyendo


de manera valiosa, pero entonces un problema práctico surge y parece que es necesario
mudarse. Puede ser que su empresa se esté trasladando a otra ciudad, o que las
perspectivas de trabajo sean mejores en otro lugar, o que donde están viviendo las
viviendas sean excesivamente caras y los precios son más bajos en otra parte del país.
Ninguno de estos problemas debería inmediatamente hacernos sentir que mudarse es la
única solución. Una de las grandes certezas de la vida cristiana es que, aunque con
frecuencia somos probados mediante problemas que a menudo parecen infranqueables,
cuando acudimos a Dios en oración, Él interviene y nos ayuda. La historia de la gracia
de Dios es una de maravillosas y, a menudo, asombrosas provisiones del Señor. Sin
embargo, algunos creyentes, cuando alguno de los problemas antes mencionados surge,
suponen que solo pueden solucionarse desarraigándose y mudándose. Se dejan llevar
por el pánico y solo ven soluciones radicales, y no le piden al Señor seriamente para que
les provea de lo necesario y así puedan permanecer fieles a su labor en la iglesia. Es
muy triste que iglesias reciban duros golpes porque sus miembros no intentan probar
que el Señor es fiel a su Palabra.

Algunos pastores han sufrido esto muy profundamente, especialmente aquellos


que obran en pueblos nuevos o en áreas pobres del centro de una ciudad, a donde los
cristianos rara vez se mudan, pero de donde los creyentes se van muy fácilmente.
Muchas iglesias en estas áreas “generan” almas convertidas para las iglesias de otros
lugares, mientras que ellos permanecen como causas en apuros. ¿Lo planeó así el
Señor? ¿Quería que su pueblo estuviese totalmente dominado por problemas prácticos?

Obviamente, no debemos presentar la lealtad de tal modo que se oponga a los


caminos de Dios. Reconocemos que el Dios soberano puede cambiar a su pueblo de una
37
iglesia a otra. Él es nuestro General celestial que conoce todo el campo de batalla y
todos sus diferentes puestos de avanzada o iglesias a lo largo del frente de batalla. Puede
llamar a personas que están establecidas en una iglesia para que la dejen y se cambien a
otra. En el Nuevo Testamento vemos al Señor moviendo a sus siervos de un lugar a
otro, a veces arrastrando multitudes de una comunidad a otra mediante la persecución y
a veces por otros medios.

Como regla general, cuando surgen circunstancias qué podrían quitamos de


nuestra iglesia, nuestra primera suposición debería ser que el Señor quiere que le
probemos donde estamos. Solo después de que hayamos buscado sinceramente una
solución, y agotado todas las posibilidades razonables, es que deberíamos estar abiertos
a considerar seriamente el mudarnos. ¿Cómo podemos esperar ser guiados en el
“camino correcto” si no respetamos las prioridades que el Señor ha revelado? La
búsqueda de guía debe estar fundamentada en un sistema bíblico de valores, y esto
incluye el deber de lealtad y compromiso hacia la congregación en la que Dios nos ha
puesto.

Alentando lealtad.

De la expresión “el cuerpo de Cristo” surgen dos conceptos que nos deberían
ayudar a desarrollar la actitud abnegada y servicial que deberíamos tener hacia nuestra
iglesia local. Este magnífico término (usado en 1 Corintios 12:27) puede referirse en la
Escritura a toda la iglesia de Cristo en el mundo o a una congregación individual.

Como hemos visto, el término habla de una unidad armoniosa, organizada


estrechamente, con partes y miembros interdependientes. Pero también habla de la
presencia de una persona. De la misma forma en que estamos presentes en un lugar
cuando nuestro cuerpo está ahí, así Cristo es visto en el mundo a través de su iglesia.
Cada iglesia local (espiritual) es su cuerpo representativo en el mundo.)

Sin duda, entonces, la iglesia local, como su cuerpo representativo, debe ser
tratada con el mayor respeto y consideración. Como miembros, ¡nosotros somos el
cuerpo de Cristo! Cualquier cosa que hagamos por su cuerpo representativo, se lo
hacemos a Él y lo hacemos para Él. Cualquier cosa que dejemos de hacer para la iglesia,
se lo dejamos de hacer a Él. Si soy perezoso en mi iglesia —el cuerpo de Cristo— o
38
indiferente hacia ella, soy perezoso con Él y Él me es indiferente. Si soy desleal a su
cuerpo, le soy desleal. ¿Cómo puedo dañar el cuerpo de Cristo o abusar del mismo?
¿Cómo puedo dejarlo o abandonarlo fácilmente?

Hay una segunda idea que el término “el cuerpo de Cristo sugiere, la cual aviva
aún más nuestra lealtad a la iglesia local. Es la de cuán sagrada es la vida. La palabra
“cuerpo” nos recuerda que la iglesia local es algo vivo. Supongamos que vemos a una
persona que está tirada en el suelo, herida y sangrando; ¿qué hacemos? ¿Pasamos y ya?
Si lo hacemos, después nos sentiremos terriblemente mal y avergonzados, porque dentro
de cada uno de nosotros hay un fuerte respeto por la vida y no podemos traicionar la
responsabilidad instintiva de preservar la vida sin pagar un precio.

Como cristianos, deberíamos poseer un instinto similar respecto a la salud y


bienestar del cuerpo de Cristo, la iglesia local. Desde un punto de vista espiritual, es un
cuerpo vivo y preciado, en el que Cristo vive en sus miembros y a los que ha unido
entre sí para que le representen en el mundo. ¿Cómo podemos permitir que sea dañado?
¿Cómo podemos soportar ver miembros arrancados? El mundo permite el aborto y lo
alienta, lo cual es un atentado contra lo sagrado que es la vida humana; pero la
indiferencia que muestran algunos creyentes hacia el cuerpo de Cristo es hasta cierto
grado un atentado similar en el ámbito espiritual.

Cuando los miembros de una iglesia se desarraigan y se mudan como si su lugar


en el cuerpo de Cristo no tuviera importancia, lo hacen porque han perdido el sentido de
asombro o admiración por la iglesia local como el cuerpo de Cristo y también su respeto
por ella. ¡Cuán importante y preciosa es la congregación! Es más, mucho más, que un
“arreglo conveniente”. Es algo a lo que le debemos un amor, lealtad y servicio especial,
siempre que tal iglesia se mantenga digna.

Motivos erróneos para dejar la iglesia.

Cuando la próxima prueba surja en nuestras vidas, ¿tendremos las prioridades


adecuadas? En Romanos 16:10 Pablo saluda a Apolos, quien fue “aprobado en Cristo”,
lo que significa que había obtenido la victoria en una gran prueba o tribulación. Pasó esa
prueba apoyándose del Señor, probando su poder en la situación.
39
Muchos caen en el momento de la prueba sin ni siquiera esforzarse, y como
consecuencia puede que sufran años de infelicidad sin una utilidad espiritual real.
Algunos se han ido a un desierto espiritual porque asuntos de carrera profesional o
ubicación se volvieron la mayor influencia en su vida e hicieron que abandonaran su
lugar en el servicio al Señor.

En tiempos de prueba o de toma de decisiones, necesitamos analizar nuestros


corazones y ver qué deseos nos están influyendo verdaderamente. Conocemos a
personas que se han mudado del centro de la ciudad porque no les interesaban las zonas
urbanizadas y anhelaban vivir rodeados de prados y hermosa naturaleza. Lo que estas
personas estaban suponiendo es que a los demás cristianos que viven en-la ciudad les
encanta el aire contaminado y los edificios sucios. Evidentemente si todos los miembros
de iglesias en las ciudades siguieran su deseo natural de volar a lugares más placenteros,
no habría iglesias evangélicas en las zonas más densamente pobladas.

Innumerables cristianos permanecen firmes en otros lugares indeseables y sin


belleza, y se quedan por amor a su iglesia local y su testimonio. ¿Dónde leemos en la
Biblia que la primera regla de guía es que debemos buscar los entornos más hermosos y
agradables?;Es la persona mundana quien pone su placer y su gozo como su primera
prioridad; [pero nosotros tenemos que quedarnos o ir donde quiera que el Señor nos
ponga, dándonos cuenta que las pruebas y las tentaciones nos esperan tanto en un
“Edén” como en una “Babilonia”.

Existen otros factores que hacen que las personas dejen sus iglesias
innecesariamente. Todo pastor ha pasado por la experiencia de miembros que se han ido
de su congregación porque tenían debilidades recurrentes que no controlaban. Sus vidas
espirituales fueron afectadas, se volvieron infelices, y finalmente decidieron que no era
culpa suya sino de la iglesia. Comenzaron a estar de mal humor y a quejarse, y pronto se
convencieron de que no estaban recibiendo alimento espiritual, ayuda o compañerismo.
Al final dejaron la iglesia, pero no porque el Señor les hubiera guiado a ello.

Si hubieran tenido un concepto elevado y digno de la iglesia local, eso les habría
podido ayudar a no ponerse en contra de su iglesia; pero no tenían tal concepto, y la
iglesia pronto se convirtió en un saco de boxeo para el alivio de tensiones e
insatisfacción.
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C. H. Spurgeon bien pudo haber estado describiendo esto en Sermons in Candles
(Sermones acerca de las velas). Junto al grabado de una vela con una forma muy rara,
que no cabía en ningún candelero, escribió:

“Conozco personas que no pueden llevarse bien con otras personas en


ningún sitio; pero para ellos la culpa no está en ellos sino a su alrededor. Podría
esbozarle a un hermano que es incapaz de hacer ningún bien porque todas las
iglesias son tan imperfectas. Una vez estuvo con nosotros, pero nos llegó a conocer
tan bien que nuestro dogmatismo y falta de gusto le fueron desagradables. Se fue
con los independientes, que tienen mucho más cultura, conocimiento y liberalidad.
Se cansó de lo que él llamaba una ‘dignidad fría’. Quería más apasionamiento, y
por tanto honró a los metodistas con su presencia. ¡Ay! Pero no encontró a los
flamantes fanáticos que él pensaba que eran: pronto le quedaron pequeños tanto
ellos como sus doctrinas, y se unió a nuestros más excelentes amigos: los
presbiterianos. Estos probaron con creces ser demasiado intelectuales y secos para
él, y se encariñó bastante con los seguidores de Emanuel Swedenborg (o
swedenborgianos), y se les hubiera unido si su esposa no lo hubiera llevado a los
episcopales. Aquí hubiera podido disfrutar del otium cum dignitate, hubiera
podido tomárselo con calma con una propiedad admirable, e incluso hubiera
podido convertirse en capillero, pero no estaba satisfecho, y poco después escuché
que era parte de los hermanos exclusivos. Ahí le dejo, con la esperanza de que
pueda estar mejor en su nueva tendencia delo que nunca antes lo estuvo. CE1curso
de la naturaleza no puede avanzar más’: si no ha caído en personas unidas en
amor ahora, ¿entonces dónde las encontrará?;aun así espero que, al igual que
Adán dejó el Paraíso, al final él también caiga de su estado elevado”.

El examen de conciencia de un miembro atribulado debe estar preparado para


descubrir motivos desagradables. ¿Por qué querríamos dejar nuestra iglesia? Algunas
veces las personas se quedan desencantadas por pensar en sí mismos de una manera más
elevada de lo que deberían, y se enfadan mucho porque los talentos que creen tener no
se reconocen lo suficiente, y no se les da un respeto o función lo suficientemente pronto.
Pronto piensan que estarán mucho mejor en otra iglesia (mucho “mejor”), y habiendo
perdido su lealtad bíblica, finalmente se mudan.
41
Cuando la lealtad es desafiada.

Aunque algunas personas no han sido leales a sus iglesias, innumerables


creyentes han probado cómo el Señor es fiel a su Palabra de una forma maravillosa. La
práctica de ser leales a las prioridades bíblicas les ha traído una serie de provisiones y
bendiciones maravillosas. A lo largo de los años a menudo hemos sabido de hermanos
que han encontrado alojamiento e hipotecas disponibles de una manera inesperada;
también hemos sabido de necesidades de empleo cubiertas y de un sin fin de otras tantas
provisiones. Algunas veces sucede que el Señor realmente está guiando a un creyente a
un nuevo “destino” en otra iglesia, pero a menudo provee para que pueda quedarse
donde está.

Puede ocurrir que permanecer en la iglesia de uno implique la pérdida de un


estatus laboral, o algún otro coste, y deberíamos preguntarnos: “¿Estoy preparado para
esto?”. Deberíamos recordar que la historia de la iglesia está llena de sacrificios leales
por parte del pueblo del Señor. Hace años, en tiempo de guerra, los hombres dejaban a
sus familias para ir a luchar por su país, y muchos, con miedo y temblando, realizaron
hazañas heroicas. Muchos murieron jóvenes por la defensa de la nación. Pero ¿qué
causa puede ser más vital y gloriosa que la de Jehová de los ejércitos y la de la batalla
por almas eternas? Sin embargo, oímos creyentes que dicen: “Nunca pondría en riesgo
mi futuro profesional. Debo hacer cualquier cosa que mi empresa pida e ir a donde
quiera que el avance y las promociones dicten”. La gracia poderosa de Dios trae nuevos
valores y emociones en la vida de un verdadero creyente, y tenemos que tener cuidado
de no perder estos valores conforme avanzamos en la vida cristiana. Tenemos que ser
completamente para Cristo, y para su causa y para su iglesia.

Es bueno que tengamos presente el hecho de que es probable que todos los
creyentes, en algún momento, sean objeto de los intentos que hace el diablo de quitarlos
de la iglesia donde Dios los ha puesto. Para todos habrá muchas dificultades y pruebas,
y mientras más busquen servir al Señor, con más pruebas se encontrarán. Todos
necesitamos una gran tenacidad y un sentido profundo de pertenencia a nuestra iglesia.
La mayoría de los creyentes que han sido especialmente usados por Dios para la
edificación de su congregación en algún momento se han enfrentado a presiones
intensas para dejar su iglesia y mudarse a otro sitio. Quizás estas pruebas les fueron
42
dadas para que pudieran probar la provisión del Señor para ellos, y que estuvieran aún
más seguros de su “destino”. Satanás constantemente está intentando estropear iglesias
quitando creyentes del “lugar” en donde Dios los ha colocado. Constantemente está
tentando al pueblo de Dios a buscar pastos más verdes en algún otro sitio.

¿Y qué decir de esas parejas que se habían mudado al pueblo nuevo a las que
hicimos referencia al principio del capítulo, las que dejaron una iglesia recién nacida tan
fácilmente? ¿Fueron personas leales, con compromiso, sacrificadas y con valor? Uno se
pregunta dónde estarán ahora. ¿Están disfrutando de posiciones académicas o
comerciales elevadas? ¿Están bien establecidos y tienen preciosas casas con buenos
coches aparcados en la entrada de las mismas? Al buscar guía, reconozcamos que
cuando el Señor nos establece en una iglesia sana, es una designación divina, y debemos
honrarla y respetarla con todas nuestras fuerzas. No somos agentes libres, y nunca
deberíamos mudarnos por capricho. Cuando es el tiempo de Dios para mudamos a otro
lugar, debemos estar completa y sinceramente convencidos de que realmente Él está
dirigiendo e interviniendo con su soberanía.

Este capítulo no ha dicho nada acerca de casos especiales como son los
estudiantes o incluso ministros del Evangelio. (La existencia de una iglesia sana para el
servicio cristiano es un factor clave al elegir una universidad, pero estudiar en otra
ciudad no entra en el rango de un cambio permanente. Puede ser que Dios llame a los
ministros (o pastores) de una esfera de ministerio a otra. Reconocemos que existen
muchas razones legítimas para que un cristiano se mude, y frecuentemente es el Señor
quien es autor de esos cambios; pero en estos días de gran “movilidad” se ha ignorado
demasiado la responsabilidad de honrar una lealtad bíblica fundamental, lo cual ha
repercutido en un gran daño a iglesias e individuos.

Cuando la lealtad es errónea.

Aunque la lealtad a la iglesia local es un deber bíblico existen circunstancias en


las que la lealtad está fuera de lugar y los creyentes deberían dejar una iglesia. Una
lamentable ironía es que algunos cristianos muestran poca lealtad a su iglesia cuando
Dios manda que se aferren a ella, y una lealtad asombrosa cuando Dios les dice que la
dejen un aspecto crucial de la guía divina es saber cuándo la lealtad es ordenada y
cuándo no lo es. (Miles de creyentes se han quedado atrapados en iglesias
43
denominacionales apóstatas, donde se ha puesto en peligro la verdad y se la ha
ridiculizado, porque malinterpretaron la lealtad y la antepusieron a la verdad.

Es un hecho que Dios, en su Palabra, constantemente llama a su pueblo a que


salga de iglesias muertas e indignas, pero muchos creyentes parece que no se dan
cuenta. Ellos mismos se privan de un ministerio sano, fortalecen los brazos de falsos
maestros (enemigos del Señor) y pierden años de servicio fructífero al quedarse en
iglesias que no son sanas. El mandato bíblico de que nos mantengamos alejados de toda
enseñanza falsa y apóstata no es meramente negativo, sino un acto positivo y
constructivo de obediencia espiritual, de forma que se salvaguarde el verdadero mensaje
del Evangelio y se proteja la pureza doctrinal del pueblo de Dios. La obra del Evangelio
se entorpece gravemente por el hecho de que muchos de entre el pueblo del Señor están
muy dispersos en iglesias apóstatas que están claudicando espiritualmente
completamente muertas. Si se reubicaran en iglesias sanas, que predicaran el Evangelio,
dichas iglesias serían mucho más efectivas. llamamiento bíblico de separarse de lo que
es erróneo es la llamada que Dios hace a su pueblo, y obedecerla es una respuesta de
amor que lleva a una bendición segura.

Considere los numerosos textos en los que se nos dice que no nos asociemos con
iglesias y pastores que niegan los fundamentos de la fe verdadera, tales como la
infalibilidad de la Biblia y la doctrina de la salvación solo por la fe. 'En Romanos 16:17
Pablo manda que: “Os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la
doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. ¿Deberíamos adorar
y servir en iglesias con falsos maestros? ¿Deberíamos escuchar y apoyar pastores y
clérigo que no creen ni enseñan el Evangelio con todo su corazón? El apóstol bajo
inspiración escribe: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro
evangelio diferente del que os hemos anunciado, - sea anatema” (Gálatas 1:8). Iglesias y
predicadores apóstatas son (de acuerdo con Pablo) “enemigos de la cruz de Cristo”
(Filipenses 3:18). El apóstol Juan (en 2 Juan 10-11) establece un mandato (o cometido)
solemne para nosotros, refiriéndose a pastores y clérigo que rechazan la doctrina
evangélica verdadera: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis
en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus
malas obras”.
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¿Estamos ayudando a maestros que no son evangélicos? ¿Acaso no nos hemos
dado cuenta de que a los ojos de Dios estamos ayudando a sus enemigos? Las escrituras
citadas son los mandatos autoritativos de Dios para nosotros, que nos dicen que
abandonemos las relaciones con iglesias erróneas. No deberíamos decir: “Bueno, lo
pensaré, y veré si el Señor me guía”. Ya nos ha guiado.

En 1 Timoteo 4:1 se nos advierte que “en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” La
falsa enseñanza entrará en muchas iglesias, y se apoderará de ellas. ¿Cómo deberían
responder los creyentes verdaderos? Pablo dice: “Si alguno [...] no se conforma a las
sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad,
apártate de los tales” (I Timoteo 6:3-5): Debemos evitar la falsa enseñanza (2 Timoteo
2:16 ).

El mandato a creyentes de mantenerse completamente apartados de errores que


niegan la Biblia también se expresa en 2 Corintios 6:14-17: “No os unáis en yugo
desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la
injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con
Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo
de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:
Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid
de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os
recibiré”.

El propósito de que estemos analizando estos pasajes bíblicos es mostrar que


Dios ya ha provisto amplia guía sobre este asunto. La cuestión ya está establecida para
nosotros en la Escritura. Si una iglesia enseña o permite algún error fundamental, o se
asocia con aquellos que lo hacen y los apoya, tenemos un deber de hacer un llamado al
arrepentimiento y corrección, y si no hay respuesta, tenemos " Estos el deber pasajes de
no dejar solo la iglesia se aplican a iglesias, sino también a otras organizaciones
cristianas. ¿Deberíamos cooperar con una sociedad o agrupación cristiana en nuestra
universidad o en nuestra empresa si esta tiene miembros del comité y conferenciantes
que no son evangélicos? La Biblia dice que no deberíamos hacerlo. ¿Deberíamos apoyar
cruzadas evangelísticas que tienen miembros del comité y pastores en la plataforma que
45
se oponen a la verdad evangélica? La Biblia dice no. ¿Deberíamos apoyar
“evangelistas” que envían a sus “convertidos” a iglesias que no son sanas? En todos
estos asuntos ya tenemos una clara guía en la Palabra.

Cuando la lealtad a iglesias sanas es errónea.

¿Existe alguna circunstancia en la que los creyentes deberían dejar iglesias sanas
doctrinalmente? Lamentablemente, existen faltas en algunas iglesias que son tan graves
que los cristianos tienen el deber de apartarse si la situación no puede ser corregida.
Incluso aunque la iglesia crea incondicionalmente las doctrinas básicas de la Biblia,
puede caer en un pecado tal, que ya no califica (o ya no es apta) para funcionar como
iglesia y ya no tiene derecho a la lealtad de sus miembros. Vemos esto en el Libro de
Apocalipsis, donde se le dice a la iglesia de Éfeso que, si no se arrepiente de su pecado,
se le quitaría su “candelera” (su estatus como iglesia verdadera). Aquí tenemos tres
áreas de mala conducta de una iglesia que implican una desobediencia grave a Dios que
cristianos dedicados deben apartarse si la iglesia se niega ver la situación:

1. En primer lugar, si una iglesia se rehúsa a ejercer disciplina cuando algún


miembro ha cometido una ofensa grave, entonces tenemos el deber de
protestar y si la iglesia se reúsa a obedecer la Palabra de Dios, dejarla. “Y no
participéis”, dice el Señor a través de Pablo, “en as obras infructuosas de las
tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5:11). El Nuevo Testamento
insiste en que la pureza de la iglesia se tome en serio, y 1 Corintios 5 muestra
la necesidad de ello.
2. En segundo lugar, si una iglesia no muestra ningún deseo de obedecer la gran
comisión e involucrarse en la obra evangelística, y no se puede hacer nada
para alentar su obediencia, entonces los creyentes tal vez tienen el deber de
dejar esa iglesia. La iglesia local debe proclamar el Evangelio. Si esta
función principal se ignora, entonces la iglesia pierde la lealtad de miembros
sinceros. ¿Cómo se puede esperar que desperdicien sus vidas en iglesias
desobedientes, perezosas o sin corazón? ¿Por qué deberían permanecer sin
fruto debido a que su iglesia no está interesada en la obra suprema del
Salvador?
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3. En tercer lugar, si una iglesia ignora los estándares de la Palabra de Dios al
permitir el uso de estilos de adoración y evangelismo mundanos y carnales,
entonces los verdaderos creyentes están ligados a experimentar una gran
crisis en la conciencia. Cómo pueden aferrarse a una iglesia que corrompe
las cosas santas y hace que sus miembros participen en una adoración impía
contraria a Santiago 4:4: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se
constituye enemigo de Dios”. La lealtad al Señor y a sus mandatos en tales
aspecto se antepone con certeza a la lealtad a la iglesia local.

¿Los tres ejemplos mencionados aquí cancelan el deber de lealtad a una iglesia,
sin importar el hecho de que pueda ser sana con respecto a la doctrina básica?

Cuando tales problemas no existen, sin embargo, debemos creer que Dios nos
llama a permanecer en una iglesia, y nos manda que seamos leales a la misma.
Deberíamos considerarnos como órganos o partes permanentes de ese cuerpo hasta que
Él nos lleve a otro lugar, y deberíamos tener una buena disposición a ser completamente
fieles a cualquier congregación activa y sana a la que Dios nos llame y nos “destina”. La
vida cristiana no es una vida de individualismo egoísta, sino una vida a ser vivida como
un obrero y soldado en esa unidad de creyentes donde Dios quiere que estemos.

Señor, de quien todas las bendiciones fluyen,


Perfeccionando la iglesia en la tierra,
Firmes, nos aferremos a Ti,
Que el amor sea la unión poderosa;
Ata nuestros dispuestos espíritus, únelos
Entre sí, y todos a tu Espíritu,
Guíanos a caminos de paz,
Armonía y santidad.
Mueve, motiva y guía;
Reparte dones a cada uno;
Colocados según tu voluntad
Que cumplamos toda nuestra labor;
Que nunca nos movamos de nuestro servicio,
Que probemos ser útiles a cada uno;
Utilizando la gracia que a cada uno diste
Moldeada por la mano de Dios.
-Charles Wesley-
47

5
LAS REGLAS DE LA MEMBRESIA DE LA IGLESIA

Los siguientes principios de conducta para los miembros de una iglesia (con textos
bíblicos) fueron compilados en la década de 1740 por el famoso John Fletcher de
Madeley (1729 -1785). John Fletcher (originalmente Jean Guillaume de la Fléchére)
nadó en Suiza en una familia noble y se educó en Ginebra; pero se estableció en
Inglaterra, donde fue convertido a través del Gran Avivamiento que comenzó en
1739.En 1760 fue nombrado Vicario de Madeley, haciéndose conocer por su promoción
del evangelismo, y también por su piedad, sinceridad y devoción entre el pueblo
cristiano. Estas reglas breves y desafiantes, pero exhaustivas (adaptadas y abreviadas
del original) resumen el deber completo del creyente en su vida y, especialmente, en su
conducta en la iglesia.

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO leemos: “Los que temían a Jehová hablaron


cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria
delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre”
(Malaquías 3:16). En los Evangelios tenemos el relato de un grupo de personas que el
mismo Señor Jesucristo reunió. Después de su ascensión, estos “perseveraban unánimes
en oración y ruego” (Hechos 1:14).

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” (Hechos


2:1), y después de que aumentaran enormemente en número por la emanación del poder
de Dios “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros,
en el partimiento del pan y en las oraciones. Y [...] todos los que habían creído estaban
48
juntos, y tenían en común todas las cosas” (Hechos 2:42,44). Es evidente, a partir de los
repetidos mandatos de los apóstoles, que esta relación cercana de ningún modo se podía
dejar a un lado: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos...” (Hebreos 10:25).

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y


exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones
al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16).

“Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo
hacéis”. “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a
los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1
Tesalonicenses 5:11, alentados por estas exhortaciones apostólicas y por el ejemplo que
nos han dado verdaderos creyentes espirituales en cada época, los miembros de una
iglesia deberían demostrar su sinceridad revistiéndose de piedad, que es el estándar
establecido en la Escritura. Esto puede resumirse bajo tres encabezados:

(a) Dejar de hacer lo malo (Isaías 1:16, Romanos 12:9).

(b) Aprender a hacer el bien (Isaías 1:17, Romanos 12:9).

(c) Buscar la luz y bendición de Dios usando los medios que Él ha

provisto (Isaías 55:6,2 Timoteo 2:5).

Dejar de hacer lo malo.

1. Ningún miembro debería seguir o dejarse llevar por el glamour y la vanidad de


este mundo malvado, a través de cosas como el entretenimiento mundano, el
baile o los juegos de azar. Ningún cristiano debería realizar actividades en el
tiempo libre que no puedan hacerse en el nombre del Señor Jesús. Véase Efesios
4:22, Romanos 12:2, Gálatas 5:24-25, Colosenses 3:17.
2. Ningún miembro debería dar cabida a la autoindulgencia pereza o a consentirse
uno mismo de manera innecesaria, ni tampoco llevar ropas caras u ostentosas.
Véase 1 Tesalonicenses 5:23,1 Pedro 2:11,2 Timoteo 2:3,1 Corintios 9:27.
49
3. Ningún miembro debería participar en conversaciones desagradables o
infructíferas, y mucho menos ser culpable de un lenguaje y bromas sucios, o de
hablar a espaldas de otros. Véase Efesios 4:29,5:3-4, Judas 1:8, Hechos 23:5,
Santiago 4:11.
4. Ningún miembro debería ser entrometido o ser culpable de falta de amabilidad
hacia otros. Véase 1 Pedro 3:8, 4:15, 1 Timoteo 5:13.
5. Ningún miembro debería cantar canciones o leer libros que no tiendan a hacerle
un mejor cristiano y un mejor prójimo. Véase Santiago 5:13, Efesios 2:3,
Colosenses 3:16.
6. Ningún miembro debería profanar el día del Señor comprando o vendiendo, o
haciendo cosas que se pueden hacer el sábado o dejarlas por hacer hasta el lunes.
Véase el cuarto mandamiento, Isaías 58:13, Números 15:32-36.
7. Ningún miembro debería ser culpable de inmoralidad o embriaguez. Véase
Romanos 13:13, Mateo 24:36-51, 1 Tesalonicenses 5:6-8.
8. Ningún miembro debería pelear, discutir o reñir, altercar, devolver mal por mal,
gritos por gritos, insulto por insulto. Véase el sexto mandamiento, 1 Corintios
5:11, 6:7, Romanos 13:13.
9. Ningún miembro debería obtener ganancias en los negocios a expensas de otros,
o hacer cosas a otros que él no permitiría que le hicieran. Véase 1
Tesalonicenses 4:6, 1 Corintios 10:24, Romanos 13:7.
10. Ningún miembro debería realizar cosas espirituales a expensas de sus propios
deberes y trabajo. El tiempo a utilizar en cosas cristianas se tomará de su tiempo
de ocio o de sus horas de sueño, y no robado de su trabajo o deberes. Véase 2
Tesalonicenses 3:8-12,1 Timoteo 5:14, Romanos 12:11.

Aprender a hacer el bien.

1. Todo miembro debería velar por los requerimientos físicos de otros proveyendo
para aquellos en necesidad, visitando a los enfermos y ayudando a aquellos en
problemas. Véase Eclesiastés 4:10,Galotas 6:2 y 10,Mateo 25:35,etc., Santiago
1:27.
2. Todo miembro debería velar por las necesidades de las almas de otros según su
capacidad, hablando pacientemente con el ignorante acerca de cosas espirituales,
reprobando amablemente al profano, y advirtiendo cuidadosamente a aquellos
50
que caminan en pecado, conforme surjan las oportunidades. Véase Levítico 19,
Deuteronomio 6:7, Hebreos 3:13.
3. Todo miembro debería hacer todo lo posible para reprender la conducta inmoral
y abandonada de aquellos a su alrededor a través del testimonio de su propia,
vida ordenada y loable. Véase Efesios 5:11,1 Samuel 3:13, Santiago 5:19 y 20.
Todo miembro debería ser excepcionalmente diligente los asuntos laborales.
Véase Mateo 5:16, 1 Pedro 2:12, 2 Corintios 6:3.

Todo miembro debería negarse a sí mismo, tomar su cruz diariamente y seguir a


Cristo como una persona que ha nacido de nuevo, sometiéndose al oprobio del
Evangelio y esperando que, por amor al nombre del Señor, las personas dirán todo tipo
de maldades en contra de él (o ella) al igual que hicieron con el Señor. Véase Mateo
16:24.

Buscar bendición de los canales que Dios ha designado.

1. Todo miembro debe asistir a la adoración de Dios en la iglesia.


Véase Salmo 42:4, Lucas2:37.
2. Todo miembro deber escuchar la Palabra de Dios enseñada y
expuesta. Véase 2 Timoteo 4:2, Romanos 10:17.
3. Todo miembro deber tomar parte en la Cena del Señor siempre
que exista la oportunidad. Véase Hechos2:46,1 Corintios 11:24.
4. Todo miembro que sea padre debe guiar a su familia espiritualmente y
nutrir a sus hijos en la fe. Véase Éxodo 13:8-10, 14-16,
Deuteronomio 6:6-9, Proverbios 22:6, Mateo 19:14.
5. Todo miembro debe realizar oración privada por lo menos al
comenzar y al finalizar el día. Véase Salmo 119:164, Daniel 6:13,
Hechos 9:11, Mateo 14:23.
6. Todo miembro deber leer las Escrituras regularmente y meditar
en ellas. Véase Deuteronomio 6:7, Salmo 1:2, Apocalipsis 1:3,
Juan 5:39, Lucas 10:26, Hechos 17:11.
7. Es el mandato de Dios, que si un hombre que dice ser hermano
es promiscuo, o codicioso, o conflictivo, o alguien que insulta, o
51
borracho, no podemos estar en su compañía, ni siquiera comer con
él. Véase 1 Corintios 5:11.

Una actitud indisciplinada, perezosa y mundana, o un temperamento orgulloso y


tremendamente discutidor (el mayor enemigo de la paz y el amor de una iglesia) debería
ser disciplinado, recordando lo que Pablo dijo: “no os juntéis con él, para que se
avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2
Tesalonicenses 3:14-15), los miembros deberían estar alerta por si surgiera algún
sentimiento de rencor entre ellos, y si tales sentimientos están en ellos, deben ponerlos
de manifiesto sin demora. Véase Romanos 12:9, Filipenses 2:1-3, Mateo 18:15-17.

Los miembros deben tener especial cuidado de no conformarse con una forma
de piedad externa, sino que deben buscar su poder y buscar también que el amor de
Dios que nos hace humildes sea derramado en sus corazones. Deben amarse “los unos a
los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, [prefiriéndose] los unos a los otros”
(Romanos 12:10).

“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre
vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra
propia opinión” (Romanos 12:15-16).
52

6
EL PACTO DE FAMILIA

Esta famosa promesa de unidad espiritual fue el Pacto Solemne que la


congregación de Londres del Pastor Benjamín Keach (la reunió n bautista
de Horsleydown) adoptó, alrededor de 1689. Con el tiempo esta iglesia se
convirtió en el Tabernáculo Metropolitano , en el que los nuevos miembros todaví a se suscriben a
este gran resumen del deber cristiano. En el
siglo XVII este Pacto se leía al principio de cada Cena del Señor. Hoy en
día nos sirve como un precioso recordatorio de lo que el Se ñor requiere de
cristianos sinceros.

NOSOTROS, QUE DESEAMOS caminar juntos en el temor del Señor,


profesamos, con la ayuda de su Espíritu Santo nuestra humillación profunda y seria por
todas nuestras transgresiones.
53
Y solemnemente en la presencia de Dios y de cada uno, reconociendo nuestra
propia indignidad, nos entregamos al Señor como su iglesia, conforme a la constitución
apostólica, para que sea nuestro Dios y nosotros su pueblo. Esto lo hacemos a través del
pacto eterno de su gracia libre y gratuita, mediante el cual tenemos esperanza de ser
aceptados por Dios, a través de su bendito Hijo Jesucristo, a quien tomamos como
nuestro Sumo Sacerdote para justificarnos y santificarnos, y como nuestro Profeta para
enseñarnos. También nos sometemos a Él como nuestro Legislador y el Rey de los
santos, y nos sometemos a todas sus santas leyes y reglamentos para nuestro
crecimiento, confirmación y consolación, para que así seamos como una esposa santa
para Él, y le sirvamos en nuestra generación, y esperemos su segunda venida, como
nuestro Esposo glorioso. Completamente convencidos acerca de la forma en que está
establecida la comunión en la iglesia, y también al respecto de la verdad de que hay una
buena medida de gracia en los espíritus los unos para con los otros, solemnemente nos
comprometemos a tener una unión y comunión santa, sometiéndonos humildemente a la
disciplina del Evangelio y a todos los deberes santos que se les requiere a personas que
tienen tal relación espiritual.

1. Prometemos y nos comprometemos a caminar en toda santidad, piedad,


humildad y amor fraternal, tanto como de
nosotros dependamos el hacer que nuestra comunión sea agradable a
Dios, agradable a nosotros, y hermosa para el resto del
pueblo del Señor.
2. Prometemos vigilar nuestras conversaciones y no permitir que
exista pecado entre nosotros, hasta donde Dios nos muestre.
También prometemos alentarnos a mostrar amor y a hacer
buenas obras, y advertimos, reprendemos, y aconsejamos con
mansedumbre, conforme a las reglas de Cristo que se nos han
dejado al respecto.
3. Prometemos, de una forma especial, orar los unos por los otros
y por la gloria y crecimiento de esta iglesia. También prometemos orar
por la presencia de Dios en ella, el derramamiento de
su Espíritu en la misma y por la protección de esta iglesia para
su gloria.
54
4. Prometemos sobrellevar las cargas los unos de los otros,
permanecer unidos entre nosotros, y tener un sentimiento de
compañerismo los irnos por los otros en todas las condiciones,
tanto externas como internas, conforme Dios en su providencia nos
ponga a cada uno.
5. Prometemos soportar las debilidades, fallos y defectos espirituales los
unos de los otros con gran ternura, y no dándolos a
conocer a nadie fuera de la iglesia, ni a nadie dentro, a menos
que tal cosa se tenga que hacer conforme a la regla de Cristo y a
los procedimientos que el Evangelio provea en ese caso.
6. Prometemos esforzarnos juntos por defender la verdad del
Evangelio y la pureza de los caminos y ordenanzas de Dios.
También prometemos evitar causas de división y a aquellos
que las causan, haciendo todo lo posible por guardar la unidad
del Espíritu en el vínculo de paz (Efesios 4:3).
7. Prometemos reunimos en los días del Señor y en otras
ocasiones, conforme el Señor nos dé oportunidades para servir
y glorificar a Dios por medio de la adoración, para edificamos
los unos a los otros y para ocasionar el bien de su iglesia.
8. Prometemos, conforme a nuestra capacidad (o según Dios nos
bendiga con las buenas cosas de este mundo), proveer de lo
necesario a nuestro pastor o ministro, ya que Dios ha mandado
que aquellos que predican el Evangelio deberían vivir del
Evangelio.

Ahora, ¿podría alguna otra cosa establecer una obligación mayor


en la conciencia que este pacto? ¿Cuál entonces será el pecado de
¿Alguien que viole este pacto? Humildemente nos sometemos a estos y todos los demás
deberes del Evangelio, proponiéndonos llevarlos a cabo, y prometiendo hacerlo; pero no
en nuestras propias fuerzas, pues somos conscientes de nuestra propia debilidad, sino en
el poder y la fuerza del Dios bendito, a quien pertenecemos, y a quien deseamos servir.
A Él sea la gloria ahora y para siempre. Amén.
55

SEGUNDO MÓDULO

DOCTRINAS CLAVES O DISTINTIVAS


(DOCTRINAS CLAVES - EDWIN H PALMER)
56

1
DEPRAVACIÓN TOTAL

Como hay muchas ideas equivocadas respecto a la depravación total, es


necesario ante todo establecer lo que no es la doctrina; y luego, en segundo lugar,
explicar lo que es.

1.-LO QUE NO ES:

A.- No es depravación absoluta.

A veces la palabra depravación unida a la palabra total da la impresión de que


el hombre es todo lo malo imaginable, todo lo malo que puede ser, algo así como el
diablo. Pero depravación total no es lo mismo que depravación absoluta.

Depravación absoluta significa que una persona expresa su depravación


siempre a la enésima potencia. No sólo sus pensamientos, palabras y acciones son
pecaminosos, sino que lo son en grado sumo. Ser totalmente depravado, sin embargo,
57
no significa que una persona es lo peor posible en forma intensiva, sino lo más mala
posible en forma intensiva, sino lo más mala posible en forma intensiva. No es que no
pueda cometer un crimen peor que el que ha cometido; antes bien, es que nada de lo que
hace es bueno.

El permea todas las facultades de su alma y todas las esferas de su vida. Es


incapaz de hacer una cosa que sea buena. Ilustrémoslo: Cuando el niño miente, a
menudo dice mentiras pequeñas. Estas mentiras podrían ser mucho peores. Sin
embargo, en sí mismas ya son malas. Ese mentir es malo. En consecuencia, el niño es
malo. Pero no tan malo como podría serlo. O, cuando los niños se pelean, a menudo lo
hacen mofándose el uno al otro o dándose golpes a empujones; pero podrían hacerlo
sacándose los ojos con tijeras o poniendo alfileres debajo de las uñas. Unos adultos
llaman a otros “estúpido” y “miserable”; pero en vez de insultarse podrían quitarse la
vida.

Los pecados del hombre no solo son tan malos como podrían ser, sino que
tampoco son tan amplios como podrían ser. Un hombre determinado no comete todos
los pecados posibles. Todos nosotros violamos de pensamiento los mandamientos de
Dios, pero no todos los violamos de hecho. Todos sentimos odio, por ejemplo, pero no
todos cometemos homicidios.

Casi todos tenemos deseos lujuriosos, pero no todos hemos cometido adulterio
de hecho. La explicación de esta moderación en el pecado está en que Dios, por medio
de su gracia común (es decir la gracia que se da a los no creyentes), refrena a las
personas para que no hagan el mal que podrían hacer. Por ejemplo, en Génesis 20
leemos que el rey Abimelec no pecó tanto como podría haberlo hecho, porque Dios le
impidió que cometiera adulterio con Sara, esposa de Abraham. Y el apóstol Pablo
escribe a los Tesalonicenses que “ya está en acción el ministerio de la iniquidad” (2
Tes.2:7), pero a este espíritu malo le hace frete alguien “quien al presente lo detiene”.

B.- No es una ausencia completa de bien relativo: No sólo es cierto que el no


regenerado no comete los peores pecados posibles, no todas las clases de pecado, sino
58
que también es cierto que es capaz de hacer algún bien si se entiende adecuadamente la
palabra bien.

El catecismo de Heidelberg ofrece una definición muy clara de bien. En


respuesta a la pregunta: “¿pero cuáles obras son buenas?” el Catecismo responde:
“Sólo las que se hacen por fe verdadera, de acuerdo con la ley de Dios, y para su
gloria” (pregunta y respuesta 91). Así pues, según el Catecismo, hay tres elementos
indispensables para que las obras sean verdaderamente buenas: fe verdadera,
conformidad con la Ley de Dios y motivación adecuada. Por otra parte, una obra
relativamente buena en lo exterior quizá puede parecer buen y sin embargo puede no
haber nacido de verdadera fe ni ser para ni ser para la gloria de Dios, los no cristianos,
aun siendo totalmente depravados pueden realizar obras relativamente buenas.

En el Nuevo Testamento, Cristo afirma el hecho de que los réprobos hacen el


bien cuando mandan a los discípulos que amen no sólo a sus amigos sino también a sus
enemigos. Dijo así: “Si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?
Porque también los pecadores hacen lo mismo” (Lc. 6.33). En otras palabras, Cristo
dice que los no elegidos hacen el bien.
También aquí no se puede interpretar esto en el sentido de que hacen lo que es
verdaderamente bueno, sino un bien relativo. Y Pablo escribe a los (Romanos 2:14) que
“los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley”. No conocen a
Jesucristo, no poseen la ley del Antiguo Testamente, sin embargo, hacen cosas que en lo
externo están de acuerdo con la ley de Dios cosas que son agradables a Dios en un
sentido relativo, Vemos, pues, que la depravación total no significa que los hombres sea
el epítome del diablo.

Porque, de hecho, el hombre no comete todos los pecados posibles; y los


pecados que comete no siempre son todo lo malo posible. Además, vemos que él puede
incluso realizar una cierta cantidad de bien relativo. ¡Cuán agradecidos podemos estar
a Dios por el ejercicio de su gracia común, con la cual no sólo refrena del mal al no
regenerado, sino que también lo capacita para hacer este bien relativo!

2.- LO QUE SI ES
59

A.- Positivamente: sólo pecar y siempre pecar.


Aunque afirmamos que el hombre natural, el que no ha sido regenerado por el
Espíritu Santo, puede hacer el bien relativo, es necesario volver a insistir en que incluso
este bien no es fundamentalmente “verdadero bien” a los ojos de Dios. La razón de esto
es, como dice la Confesión Belga, que están ausentes la motivación del amor y la fe. De
hecho, ese bien relativo no es otra cosa, en el sentido más profundo, que pecado y
maldad. La depravación total significa que el hombre natural nunca puede hacer ningún
bien que sea fundamentalmente agradable a Dios, y, de hecho, hace siempre el mal. Este
es el testimonio diáfano de la Escritura.

Jeremías dice que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso; ¿quién lo conocerá?” (17:9). El testimonio de la mayoría de los cristianos
concuerda con el de Jeremías.

Incluso después de que una persona se convierte en cristiana, y por


consiguiente conoce mejor las cosas, resulta aterrador comprobar cuán hipócrita,
engañador, y malo es su corazón.
El salmista dice que esta depravación se aplica incluso en el caso del recién
nacido: “He aquí, en maldad he sido formado y en maldad me concibió mi madre”
(51:5). Esto no significa que el acto sexual sea malo, sino que, desde la concepción, el
nacimiento el hombre está contaminado con el pecado debido a la caída de Adán.

En forma inequívoca Pablo, citando los Salmos 14 y 53, dice “No hay justo, ni
aun uno, no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a
una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno… No hay
temor de Dios delante de sus ojos (Ro. 3:10-18). Esta depravación es, pues, extensiva
más bien que intensiva. El hombre no peca en todas las formas posibles, ni en la forma
peor posible, puede incluso hacer algún bien relativo, pero peca en todo lo que hace. No
hace ni una sola cosa que sea completamente agradable a Dios.

1. El hombre no puede hacer el bien. La confesión Belga es muy bíblica


cuando afirma la “incapacidad” del hombre natural “para hacer lo que es
60
verdaderamente bueno”. Los Cánones de Dort son también bíblicos cuando confiesan
que “todos los hombres son… incapaces del bien que salva” Al hablar de la total
incapacidad moral del no regenerado para hacer el bien, Jesús en cierta ocasión
pregunto: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” Su
respuesta fue: “todo árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.

No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”
(Mt. 7:17-18). En otras palabras, el no regenerado no puede hacer lo que es
verdaderamente bueno. Pablo en cierta ocasión dijo, escribiendo en una forma
semejante: “Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie
puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu Santo” (1Co. 12:3). En otra ocasión
Jesús dio el secreto de la vida cristiana: la unión con Cristo
(Jn. 15). Utilizó la metáfora de la vid y los pámpanos. Al hablar de la
incapacidad para hacer buenas obras, dijo: “como el pámpano no puede llevar fruto
por sí mismo, sino permanecéis en mí… Separados de mí nada podéis hacer”
(Jn. 15.4-5). Esto es incapacidad total.

2. El hombre no puede entender el bien. El hombre no sólo es incapaz de


hacer el bien por si mismo; ni siquiera puede entender el bien. Esta ciego como un
cíclope, con su único ojo quemado. Lidia, por ejemplo, oyó a Pablo predicar a Cristo a
orillas del río en Filipos. Sólo después de que el Señor abrió su corazón pudo
comprender lo que Pablo decía (Hch. 16:14). Hasta ese momento su comprensión
estaba entenebrecida, para emplear la descripción que Pablo hace de los gentiles en
Éfeso (Ef. 4:18). O, para emplear otra ilustración paulina, el velo que tenía sobre el
corazón le impedía ver la verdad (2 Co. 3:12-18). Pero cuando Dios actuó en su corazón
espiritual, pudo responder a la predicación de Pablo.

Durante el ministerio de Jesús, los judíos lo rechazaron. “a lo suyo vino, y los


suyos no le recibieron” (Juan. 1:11). El problema no estuvo en la presentación de la
verdad. La verdad estaba allí. Jesús era el Hijo de Dios encarnado. La luz brillo en la
oscuridad, pero la oscuridad no pudo comprenderla.
61

3. El hombre no puede desear hacer el bien. El no cristiano no sólo es


incapaz de hacer nada que sea verdaderamente bueno, no solo es incapaz de entender el
bien, sino, peor todavía, ni siquiera puede desear el bien. Una cosa es tener un objetivo
bueno y no poder alcanzarlo. Esta incapacidad de alcanzar un objetivo bueno es parte de
la depravación del hombre. Otra cosa es tener un objetivo bueno, pero no poder
siquiera entender lo que es ese objetivo. Esta falta de comprensión también es parte de
la depravación del hombre. Pero el colmo de la depravación total es que el hombre
natural ni siquiera desea un objetivo bueno. No le preocupa en lo más mínimo. Esta
última afirmación no es exacta. Sí le preocupa: odia el bien y la fuente del mismo, a
saber, Dios. Esta falta de deseo de Dios es a la vez el abismo y el epítome de la
depravación total del hombre natural. Esta incapacidad de desear el bien, y
especialmente a Jesucristo, la expresa Jesús mismo con vigor en otra de sus frases
definitivas expresadas en forma negativa (Mt.7:18; Jn. 3:3; 8:43; y 15:4-5). Dijo
“ninguno pude venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn. 6:44). Poco
después repitió el mismo pensamiento con palabras diferentes: “Ninguno puede venir a
mí, si no le fuere dado del Padre” (Jn. 6:65

El “calvinista” bíblico, sin embargo, dice no. El arminiano ha empezado la


casa por el tejado. El hombre está muerto en sus pecados y delitos, no sólo enfermo o
herido, pero todavía con vida. No, el no salvo, el no regenerado, está espiritualmente
muerto (Ef.2) Es incapaz de pedir ayuda a no ser que Dios cambie su corazón de piedra
por un corazón de carne y lo haga vivir espiritualmente (Ef.2:5). Entonces, una vez que
ha nacido de nuevo, puede por primera vez acudir a Jesús para expresar pesar por sus
pecados y pedirle que lo salve. La pregunta es: ¿Es Dios el autor sólo de la redención o
también de la fe? ¿Pone Dios de parte suya el sacrificio vicario de Cristo, y el hombre
su fe? ¿O es la fe también don de Dios (Ef.2:8)? ¿Depende la salvación parcialmente
de Dios (dar a Cristo en la cruz) o totalmente de Dios (dar a Cristo para que muera
por nosotros además de darnos la fe)? ¿Se queda el hombre con un poquito de la
gloria-la incapacidad de creer? ¿O pertenece toda la gloria a Dios? La enseñanza de la
depravación total es que Dios es merecedor de toda la gloria y el hombre no es digno ni
de una mínima parte de ella.
62

Conclusión:

De la enseñanza bíblica acerca de la depravación total del hombre se puede


sacar tres lecciones:

1.- La depravación total explica los problemas de nuestro mundo. El odio


congénito hacia Dios y al hombre constituye la raíz de las violencias estudiantiles, de
las protestas sangrientas, de las anarquías, de las huelgas egoístas, del tráfico de drogas,
de los crímenes y del caos general hacia el cual se encamina el mundo.

Sin querer ser simplistas ni ingenuos, se puede afirmar que la sociedad no


resolverá estos problemas básicos hasta que las personas nazcan de nuevo y se vuelvan
a Jesucristo.

2.- El conocimiento de la depravación total debería también enseñarnos que


somos totalmente malos y estamos en una situación terrible a no ser que Dios nos
ayude, cuando alguien se entera por la Biblia de la enormidad de su pecado, debería
querer acudir a Dios para pedirle, “Ayúdame, Jesús, Soy malo y pecador.
He obrado mal. No soy bueno. Sálvame Jesús.” Cuando lo hace, se sigue una
tercera verdad.

3.- El conocimiento de la depravación total le enseñará al hombre que si desea


pedir a Dios que lo ayude, lo hace sólo porque Dios mismo pone en él el querer y el
hacer según su buena voluntad (Fil. 2:12:13) Sabrá que Jesús no sólo murió por sus
pecados, sino que Dios incluso puso en su corazón la capacidad de creer en Jesús.
Entonces exclamará, “¿Hasta dónde llega la bondad de Dios?” No sólo envía a Cristo
para que cargue con el castigo que a mí me correspondía, sino que incluso hace que yo,
quien en realidad no amo a Jesús, desee amarlo y creer en él. ¡Qué Dios tan bueno!

Preguntas de aplicación:
63
1. ¿Por qué se dice que la depravación es Total?

2. ¿Cuál es la diferencia entre depravación total y depravación absoluta?

3. ¿Qué es gracia común? Mencione por lo menos tres aspectos de la misma.

4. ¿Qué dicen los siguientes textos sobre la depravación total del pecador:

a.- Salmo 51:5

b.- Juan 6:44, 65

c.- Juan 8:7, 8

d.- Romanos 8:7, 8


64

e.-1 Corintios 2:14

5.- ¿Qué dice la enseñanza bíblica de la depravación total?


¿A la luz de la depravación total se podrá conseguir un mundo mejor por
medio de ¿mayor educación? O ¿por la elevación de sueldos? ¿Nivel de vida? etc.

6.- Al estudiar las Escrituras, ¿cuál describe la situación del pecador; la de un


enfermo o la de un muerto

2
ELECCIÓN INCONDICIONAL
Cuando se utilizan los términos predestinación o elección divina, muchas
personas se estremecen; y se imaginan al hombre aprisionado en las garras de un destino
horrible e impersonal.

Otros, aun algunos los que creen en la doctrina, piensan que esto está muy
bien, pero para las aulas de teología, pero que no tiene por qué mencionarse desde el
púlpito. Preferirían que la gente lo estudiara en secreto en su propia casa. Una actitud tal
no es bíblica y se origina en la falta de conocimiento de la que la Biblia dice acerca de
la elección.
Porque la elección, lejos de ser una doctrina horrible, si se entiende
bíblicamente, es quizás la mejor enseñanza, la más cálida y más alegre de toda la Biblia.
Esta hará que el cristiano alabe a Dios y le agradezca su bondad al salvarlo
gratuitamente, ya que como pecador lo que merecía era el infierno. Como la
predestinación está asociada tan íntimamente con Juan Calvino, es muy instructivo ver
la actitud humilde, piadosa y temerosa de Dios que el reformador tuvo hacia el tema.
65
Fue tan deliciosamente bíblica y humana, que lo he citado extensamente en la
parte final del libro. A fin de entender lo que la Biblia dice acerca de la elección divina,
examinémosla bajo los siguientes aspectos:

1. Lo qué es.
2. Base bíblica.
3. Algunas aclaraciones.
4. Ventajas prácticas.

1.- LO QUE ES: Para poder entender claramente lo que es la elección


incondicional, ayudará el conocer el significado de algunos términos:

A.- Predeterminación significa el plan soberano de Dios, por medio del cual
éste decide todo lo que va a suceder en el universo entero. Nada sucede en este mundo
por casualidad. Dios está detrás de todas las cosas. Él decide y hace que las cosas
sucedan. No se sitúa al margen, temiendo quizá lo que pueda suceder a continuación.
No, Él ha predeterminado todas las cosas “según el designio de su voluntad”
(Ef. 1:11): el movimiento de un dedo, el pálpito del corazón, la risa de una niña, el error
de una mecanógrafa-incluso el pecado. (Vea Gn. 45:5-8; Hch. 4:27-28; y el cap. 6 de
este libro.)

B.- La predestinación es parte de la predeterminación. En tanto que la


predeterminación se refiere a los planes que Dios tiene para todas las cosas que
suceden, la predestinación es la parte de la predeterminación que se refiere al destino
eterno del hombre: cielo o infierno. La predestinación se compone de dos partes:
elección y reprobación. La elección tiene que ver con los que van al cielo, y la
reprobación con los que van al infierno.

C.- Elección incondicional para entender este término, consideramos cada


palabra:
66
1. Elección. Todos sabemos que es una elección nacional: escoger entre
candidatos a uno para que sea presidente. Elegir significa escoger, seleccionar, optar. La
elección divina significa que Dios escoge a algunos para que vayan al cielo. A otros los
pasa por alto y éstos irán al infierno.

2. Incondicional. Una elección condicional es una elección que está


condicionada por algo que hay en la persona que es elegida. Por ejemplo, todas las
elecciones políticas son elecciones condicionales, la selección del votante está
condicionada por algo que el candidato es o ha prometido.
Algunos candidatos prometen el cielo si son elegidos. Otros prometen
solamente ser buenos representantes y hacer todo lo que crean mejor. Otros apelan al
hecho de que son de un grupo determinado o de una clase social determinada. Así pues,
las elecciones humanas son siempre elecciones condicionales, ya que la decisión del
votante se basa en las promesas e índole del que va a ser elegido. Pero, por sorprendente
que pueda parecer, la elección divina es siempre elección incondicional. Dios nunca
basa su elección en lo que el hombre piensa, dice, hace o es. No sabemos en qué basa
Dios su selección, pero no es algo que esté en el hombre. No es que ve algo bueno en un
hombre específico, algo que induce a Dios a decidir elegirlo.

Según el arminiano, la elección divina y si creen en la elección es


incondicional. Creen que Dios prevé quien creerá en Cristo, y entonces, basado en ese
conocimiento previo, Dios decide elegir a los creyentes para el cielo. Creen que a veces
el hombre natural y no regenerado posee suficiente bondad en sí mismo para que, si el
Espíritu Santo lo ayuda, desee elegir a Jesús. El hombre elige a Dios, y entonces Dios
elige al hombre. La elección de Dios queda condicionada por la elección del hombre. El
arminiano, pues enseña la elección condicional; en tanto que el calvinista enseña la
elección incondicional.

2.- BASE BÍBLICA

Los Cinco Puntos del Calvinismo están íntimamente ligados entre sí. El que
acepta uno de los puntos aceptará los demás. La elección incondicional se desprende
67
necesariamente de la depravación total. Si los hombres son totalmente depravados y sin
embargo, algunos se salvan, entonces es obvio que la razón de que algunos se salven y
otros se pierdan descansa enteramente en Dios.

Todo el género humano continuaría perdido si quedara abandonado a sí mismo


y Dios no escogiera a algunos para que se salvaran. Porque por naturaleza el hombre
está espiritualmente muerto (Ef. 2) y no sólo enfermo.

No posee en sí mismo ni vida ni bondad espirituales. No puede hacer nada que


sea verdaderamente bueno-nada, ni siquiera entender las cosas de Dios y de Cristo, y
mucho menos desear a Cristo o la salvación. Sólo cuando el Espíritu Santo regenera al
hombre tener fe en Cristo y ser salvo.
Por consiguiente, si la depravación total es bíblicamente verdadera, entonces la
fe y la salvación consiguiente se dan sólo cuando el Espíritu Santo actúa por medio de la
regeneración. Y la decisión respecto a que a qué personas serán objeto de su acción
debe pertenecer por completo, ciento por ciento, a Dios, ya que el hombre, como está
espiritualmente muerto, no puede pedir ayuda.

Esto es elección incondicional:


La elección de Dios no depende de nada de lo que el hombre hace.

A.- (Juan 6:37,39) Jesús prometió a sus oyentes, “Todo lo que el padre me da,
vendrá a mí; y al que a mi viene, no le hecho fuera… Y ésta es la voluntad del padre, el
que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en
el día postrero.” Se ve muy claramente que aquellos que resucitarán en el último día-
todos los creyentes verdaderos- el Padre se los da a Cristo.

Y sólo aquellos que el Padre a Cristo pueden venir a él. La salvación está por
completo en las manos del Padre. Él es quien se los da a Jesús para que se salven. Una
vez que hayan sido entregados a Jesús, éste se preocupará entonces de que ninguno de
ellos se pierda. Así pues, la salvación depende por completo de que el Padre entregue a
algunos a Cristo.
68

Esto no es más que la elección incondicional.


B.- (Juan 15.16) Cristo dijo, “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os
elegí a vosotros.” Si hay algún texto que señale claramente la elección incondicional es
éste. El arminiano dice que él escoge a Cristo. Cristo dice, “No, vosotros no me
elegisteis a mí. Al contrario, yo os elegí a vosotros.” Es cierto que el cristiano elige a
Cristo. Cree en él. Es decisión suya. Y sin embargo Cristo dice, “No, no me elegisteis
vosotros a mí.” La observación negativa de Cristo es una forma de decir que, si bien el
cristiano cree a veces que él mismo es el factor decisivo en elegir a Cristo, la verdad es
que, en último término, es Cristo quien escoge al creyente.
Y entonces después de esto, el creyente elige a Cristo. Nosotros pensamos que
todas las cosas buenas que hacemos en la vida, tal como creer en Cristo las logramos
por nuestros propios medios; pero debemos recordar que Dios es quien produce en
nosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad (Fil. 2:12, 13).

3.-ALGUNAS ACLARACIONES

A.-¿Ha eludido el problema el arminiano? Una de las razones por las que el
arminiano hace que el hombre sea el factor decisivo en la salvación es que espera
salvaguardar la libertad del hombre. Cree que, si Dios predetermina todas las cosas,
entonces el hombre no es ni libre ni responsable. Por ello opta por reducir los planes
determinantes de Dios y reservar un cierto terreno en el que el hombre actúa libre e
independientemente de Dios.

Pero debería advertirse que el arminiano no consigue muy bien lo que


pretende. Porque según la posición del arminiano, Dios conoce de antemano todo lo que
va a suceder. Dios no escogió a los que creerían en Cristo; pero si ha conocido desde la
eternidad cuál va a ser la elección de cada hombre, porque Él es omnisciente.

Si Dios conoce de antemano lo que sucederá, entonces sólo lo que Él conoce


de antemano llegará a suceder. No hay otra alternativa. Si Dios conoció de antemano
que el Sr. A. creería, entonces no hay posibilidad alguna de que éste no crea. Por tanto,
69
si Dios sí conoce de antemano todas las cosas, como dice el arminiano, entonces todas
las cosas ciertamente sucederán y no hay posibilidad de otra alternativa.

Bien, esto es exactamente lo que cree el calvinista: Dios conoce de antemano


todas las cosas, los sucesos futuros son ciertos, y el hombre tiene responsabilidad de
hacer el bien. La única diferencia es que el calvinista se atreve a decir que Dios es
todopoderoso y controla estos sucesos; en tanto que el arminiano dice que el hombre los
controla.

B.-El Hombre es libre: Contrariamente a lo que piensa la mayor parte de las


personas el calvinista enseña que el hombre es libre ciento por ciento, libre de hacer
exactamente lo que quiere. Dios no coacciona a nadie en contra de su voluntad. Y
precisamente por ser libre, el hombre es esclavo debido a que el hombre hace lo que
quiere hacer, no posee una voluntad libre (lo cual no es lo mismo que decir es libre); es
decir, el hombre es totalmente incapaz de escoger entre el bien y el mal. El alcohólico
no es libre.

Técnicamente puede escoger externamente entre beber y no beber. Pero en


realidad sólo puede hacer una cosa. No puede dejar de beber más de lo que puede dejar
de respirar. Tiene que beber. Es esclavo del alcohol. Y sin embargo es libre. Hace
exactamente lo que desea hacer. Nadie lo obliga a beber.
De la misma manera, el no cristiano es libre. Hace precisamente lo que le
gustaría hacer. Sigue los deseos de su corazón. Como su corazón está corrompido e
inclinado a toda clase de males, libremente hace lo que desea hacer, a saber, pecar. Odia
al Dios trino y todo lo que Él representa. Por consiguiente, en realidad nunca lo
escogerá. No puede, porque no lo desea. Así pues, precisamente porque el no
regenerado es libre, es esclavo. Es esclavo del diablo y de sus propios deseos malos, y
no puede servir a Dios.

Históricamente, la expresión libre albedrío se ha utilizado en teología para


indicar que el hombre es libre de hacer lo que desea hacer, y voluntad libre se ha
utilizado para indicar la clase de libertad que nadie posee a saber, la capacidad o libertad
de escoger entre el bien y el mal, entre creer en Cristo o rechazarlo.
70
A propósito, el cristiano tampoco tiene voluntad libre. Técnicamente puede
tener la opción externa de escoger o rechazar a Cristo, pero básicamente no la tiene.
Cristo no lo dejará rechazarlo. Todo lo que el Padre ha dado a Cristo vendrá a Cristo,
Nadie los arrancará de las manos de Cristo (Jn. 6:33, 39).
En otras palabras, el cristiano no posee voluntad libre. Así pues, si usted es
cristiano verdadero, dé gracias a Dios de que nunca, ni por un momento, podrá volverle
la espalda a Jesús. El calvinismo no es tan horrible después de todo, ¿no es cierto?

C.-En la predestinación todos obtienen lo que desean: A veces la gente se


queja de que la predestinación es una doctrina dura que obliga a la gente a hacer lo que
no quiere hacer.
Dicen que, si desearan creer, no podrían, a no ser que Dios los hubiera
predestinado; y si desearan no creer, Dios los iba a obligar ir al cielo. Así pues, ¿de qué
sirve el creer? Debe decirse con toda firmeza que todos consiguen precisamente lo que
desean. Para decirlo en la forma más brusca posible: Los condenados están contentos de
estar en el infierno. Nadie está en el infierno en contra de su voluntad. Todos los que
están ahí están contentos de ello. No interprete mal esa afirmación. Los condenados
saben que después de la muerte todos van o al cielo o al infierno. No les gusta el
infierno, pues de lo contrario no sería infierno

Pero si yo fuera arminiano, desearía saber con certeza lo que dice la Biblia
acerca de la elección; porque es innegable que el arminiano pierde mucho de la riqueza
de la vida cristiana debido a sus puntos de vista.

Véase como ocurre esto de estas dos formas:

A.-Alabanza agradecimiento a Dios: Si uno cree que cristo murió por sus
pecados y que con la ayuda parcial del Espíritu santo ha llegado a esa convicción, estará
sumamente agradecido con Dios.
Pero suponga que, además de estar agradecido con Cristo por haber muerto en
la cruz por usted, cayera en la cuenta de que nunca hubiera amado a Jesús a no ser que
71
él lo hubiera amado primero, que nunca lo hubiera elegido a no ser que él lo hubiera
elegido a no ser que él le hubiera dado fe en Él.

Entonces lo amaría mucho más. Su humildad sería mucho mayor porque sabría
que ni es suficientemente bueno para distinguir algo bueno que está ante sus ojos. Su
agradecimiento sería mucho mayor porque tendría mucho más de que estar agradecido.
Su decisión de vivir una vida mejor sería mucho más firme porque habría más razones
por las que estar agradecido.
Cuán bueno es Dios no sólo en perdonarnos los pecados sino también en
darnos fe en Cristo de modo que podamos conseguir el perdón de los pecados. ¡Qué
bueno es Dios ¡

B.-La confianza de ser salvo: Si en último término nuestra salvación


dependiera de nuestra libre voluntad de aceptar a Cristo, y si Dios suministrara la
expiación vicaria de Cristo, pero no nuestra fe, entonces estaríamos en una condición
deplorable. Pensemos en esto - ¡que el seguir siendo cristianos o no, dependiera de
nosotros¡¡Qué pensamientos tan terrible¡ ¿La salvación depende de nosotros, quienes
por naturaleza estamos corrompidos y no amamos a Dios? ¿De nosotros, que como
cristianos todavía tenemos al hombre viejo en nosotros? ¿De nosotros, quienes
dudamos, vacilamos, y pecamos? ¿La salvación depende de nosotros? Oh, no, que no
sea así.

Creo hoy, pero quizá mañana no creeré. Quizá sucumbiré ante los deseos
pecaminosos en vez de seguir fiel a Cristo. Quizá mis profesores escépticos me
convencerán de que la Biblia no es la verdad. Éstas pueden ser las turbaciones del que
piensa que en último término su fe depende fundamentalmente de sí mismo y que no la
ha recibido de Dios.

Preguntas de aplicación:

1. ¿Cuál es la diferencia entre predestinación y predeterminación?


72

2. ¿Cuál es la diferencia entre la predestinación y el fatalismo?

3. ¿Cuáles son las dos partes de la predestinación?

4. ¿Qué significa la palabra incondicional en la expresión elección


incondicional?

5. ¿Cuál es la diferencia entre un Arminio y un arminiano?

6. ¿Qué palabras se pudiera usar en vez de elección o elegir? Vea Efesios 1:4,
por ejemplo.
73
7. ¿Qué nos enseña Deuteronomio 7.6-9 acerca del aspecto incondicional de
la elección?

8. Exponga en detalle Romanos 8:29-30. Muestre, basado en el resto de la


Biblia lo que significa la palabra “conocer”. (cf. Gn.4.1, 18.19; Nm. 31. 18; Sal. 1.6;
Am. 3. 2; Mt. 7. 23; 1 Cor. 8. 3; 2 Tim. 2. 19).

3
EXPIACIÓN LIMITADA

1.- EL PROBLEMA

¿Por quién fue que Cristo quiso morir? ¿Por los pecados de quién pagó Cristo
de hecho? ¿Por quién fue Cristo al infierno? ¿A quién reconcilió Cristo con Dios? ¿A
quién sustituyó Cristo? ¿Cuál fue su intención, su propósito al morir? ¿Salvarlos a
todos o sólo a los que Dios eligió?

Durante mucho tiempo los cristianos ortodoxos han respondido a estas


preguntas de dos formas diferentes. El arminiano ha dicho, “Cristo murió por todos”,
en tanto que el calvinista ha dicho, “Cristo murió solo por el creyente.” El arminiano ha
74
enseñado la expiación universal; en tanto que el calvinista ha enseñado la expiación
limitada.

El arminiano dice que Cristo murió por todo el mundo, incluyendo a Esaú y
Judas. Dicen que Cristo pagó por los pecados aun de los réprobos, aquellos que
conscientemente rechazan a Jesús, aquellos que van al infierno. Hacen una distinción
entre lo que Cristo hizo (morir por todos) y lo que Cristo consiguió (no todos se salvan).

Para ellos la expiación es como un obsequio universal; hay un regalo para


todos, pero sólo algunos tomaran posesión del regalo. Cristo no sólo derramó su sangre,
también la esparció. Quiso salvar a todos, pero sólo algunos se salvarán. Por
consiguiente, parte de su sangre se ha perdido: se ha desparramado.
Se puede encontrar una ilustración de la posición arminiana en el caso de un
americano que fue condenado a muerte hace más de 100 años.

Antes de que lo colgaran, sin embargo, el presidente Andrés Jackson le


concedió el perdón. Pero el hombre se negó e incluso apeló a la Corte Suprema, la cual
sostuvo su derecho de negarse a recibir el perdón. La Corte declaró que el presidente
puede otorgar el perdón, pero que el perdón nunca se puede imponer a una persona; se
puede rechazar. En forma semejante, el arminiano dice, Dios puede ofrecer el perdón al
hombre sobre la base de la muerte de Cristo, pero el pecador condena o puede
rechazarlo. Sin embargo, cualquiera que rechace el perdón tanto de Dios como de un
presidente es necio.
Para robustecer su posición, el arminiano recurre a pasajes como 1 Juan 2:2
(“Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo”), 2 Corintios 5:14 (“porque el amor de Cristo no
constriñe, pensando esto: que uno murió por todos”) y Juan 4:42 (“verdaderamente
éste es el Salvador del mundo”).
El calvinista, por otro lado, dice que Cristo murió sólo por el creyente, por el
elegido, sólo por los que de hecho se salvarán e irán al cielo. Según el calvinista, Cristo
quiso o se propuso que su expiación pagara por los pecados sólo de aquellos que el
Padre le había dado (Jn.6:37-40). Dice que si Cristo de hecho llevo el castigo de los
75
pecados de todos entonces se salvan. Pero esta conclusión obviamente no es aceptable.
Hay personas que van al infierno.
Como la expresión expiación limitada puede confundir a las personas, algunos
han preferido el término definido o particular. Estos últimos términos subrayan los
objetos de la expiación, que es ilimitada en cuanto a su poder, se limita a un número
definido y particular de personas a saber, los creyentes. No importa cual término se
emplee, limitada, definida o particular, si se tienen bien claras estas distinciones.

2.- LA RESPUESTA BÍBLICA


Antes de pasar a la información bíblica básica, obsérvense dos pasajes que
tratan de la expiación limitada: Juan 10:15 Y Efesios 5:25 En Juan 10 Jesús emplea la
ilustración del pastor y su rebaño. Dice de sí mismo que es pastor y que tiene un rebaño
de ovejas. Conoce a las ovejas y ellas lo conocen a Él. Escuchan su voz y lo siguen, y él
les da vida eterna a fin de que no perezcan. Estas ovejas son los verdaderos creyentes.
Ahora bien, Jesús dice que da su vida por estas ovejas y no por todo el mundo: “El buen
pastor su vida da por las ovejas” (10.11). Y en 10.15 dice de nuevo, “pongo mi vida por
las ovejas”. Esto es expiación limitada. Entrega la vida por sus ovejas, y sólo por sus
ovejas. En 10.26 dice a aquellos que no creen en Él que son ovejas suyas. “pero
vosotros no creéis,” dice a los judíos incrédulos, “porque no sois de mis ovejas.” En
otras palabras, no estaban incluidos en su rebaño, por lo cual, como había dicho antes,
dará la vida. Esto es expiación limitada.
Ahora examinemos la base bíblica de la expiación limitada desde el punto de
vista del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, y veamos la unidad y armonía de su
propósito y acción.
A.-La elección del Padre: Si el arminiano tiene razón en su negativa de la
elección; sí Dios no predestinó a algunos para la vida eterna, sino que los predestinó; si
Dios no ha amado a algunos con un amor particular desde la eternidad; si Dios no
decidió desde la eternidad salvar a su pueblo entonces no hay expiación limitada sino
universal. Ambas cosas son inseparables: el amor indefinido y la expiación indefinida,
el amor universal y la expiación universal, el amor indiscriminado y la expiación
indiscriminada, y la elección ilimitada (Dios elige a todos) y la expiación es limitada.
Si Dios no ha amado a ciertas personas con un amor particular, entonces el
arminano tiene razón: Dios no envió a su hijo para que muriera por ciertas personas
76
solamente. Si Dios ha amado a todos por igual, entonces Dios de hecho ha enviado a su
hijo para que muriera, por todos por igual.
El arminiano tiene razón al observar que el amor del Padre y la expiación del
hijo van juntos, que las mismas personas son el objeto del amor de Dios y de la
expiación, que hay concordancia entre el amor del Padre y la muerte del Hijo.
Los objetos de ambos son los mismos. El arminiano y el calvinista están de
acuerdo a este respecto. Pero la Biblia enseña repetidamente que Dios no ama a todos
con el mismo amor. “A vosotros solamente he conocido de todas de todas las familias
de la tierra” (Am. 3:2); “A los que antes conoció, también los predestinó” (Ro. 8:29);
“A Jacob amé, más a Esaú aborrecí” (Ro. 9:13). Vea de nuevo el capítulo 2, “Elección
Incondicional.” La expresión “Amado de Dios” no se aplica al mundo, sino solo a los
santos de Roma (1:7), de Colosal (3:12) y de Tesalónica (1 Te. 1:4;2 Te. 2:13), y a los
destinatarios cristianos de la carta de Judas (v. 1).

B.- La expiación del Hijo: Para responder a la pregunta: ¿Por quién murió
Cristo?, es necesario definir la palabra morir. ¿Qué quiere decir morir? ¿Exactamente
qué es los que Jesús hizo cuando murió? Éste es el meollo de la pregunta. La Biblia
define la muerte de Jesús por lo menos cuatro maneras diferentes. Cuando Cristo murió,
(1) se sacrificó en forma vicaria por los pecados (He. 9,10);
(2) propició, es decir; aplacó la ira justa de Dios (Ro. 3.25, He. 2.17; 1 Jn. 2.2;
4.10);
(3) reconcilió a su pueblo con Dios, es decir, eliminó la enemistad entre ellos y
Dios (Ro. 5.10; 2 Co. 5.20; etc.); y
(4) los redimió de la maldición de la ley (Ga. 3:13).

La pregunta a la que hay que contestar en forma precisa es ésta: ¿Se sacrificó o
no? ¿Se sacrificó Cristo en realidad en forma vicaria por los pecados o no? Si lo hizo,
entonces no fue por todo el mundo, porque entonces todo el mundo se salvaría.
C.- La morada del Espíritu Santo: (2 Corintios 5:14-15) nos dice “El amor de
Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron,
y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que
murió y resucito por ellos” He aquí otro ejemplo sorprendente de como un texto puede
77
a primera vista dar la impresión de que refrenda la teoría universalista de la expiación,
cuando en realidad hace lo contrario.

A menudo se recurre a la expresión de Pablo “uno murió, por todos” como


prueba de la expiación ilimitada de que Cristo murió por todos y cada uno de los que
han vivido o vivirán. Pero el estudio cuidadoso del pasaje revela que Pablo enseña lo
contrario. Adviértase sobre todo el “luego”. Pablo escribe que “uno murió por todos,
luego todos murieron”. Debido a la muerte de Cristo, dice Pablo, todos murieron.
Hay una conexión inseparable entre la muerte de Cristo y la muerte de todos.
El luego” exige una relación causal. De ahí que, el “todos murieron” no se pueda referir
a la muerte natural de todos los hombres, porque la muerte de Cristo no es la causa de la
muerte física del hombre.
El “todos murieron” se refiere a la muerte espiritual del creyente. Es la misma
clase de muerte de Romanos 6, donde Pablo dice que los cristianos son bautizados en la
muerte de Cristo y unidos a la misma. Han muerto al pecado debido a la acción del
espíritu Santo en su corazón. Ahora bien, es obvio que no todos han muerto en este
sentido. Muchos siguen viviendo en el pecado, no han muerto al pecado. Por
consiguiente, Cristo no pudo haber muerto por ellos. Porque hay una relación
indestructible entre la muerte de Cristo y aquellos por quienes murió: “Murió por todos.
Luego, todos murieron.” Obviamente, el Todos en ambos casos significa todos los
creyentes no todo el mundo, tanto réprobos como elegidos. Porque los réprobos nunca
murieron al pecado.

3.- OBJECIONES
Desde hace siglos se han suscitado ciertas objeciones en contra de la doctrina
bíblica de la expiación limitada. Puede ser útil examinar por lo menos tres de ellas.

A.- El ofrecimiento libre del evangelio: Algunos dicen si Cristo no quitó los
pecados de todos, si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no quisieron salvar a todos
entonces ¿Cómo es posible decir, como lo hace el calvinista, que Dios sinceramente
ofrece salvación a todos, incluyendo a aquellos que no ha predestinado para ser
salvos? Nos hallamos frente a un misterio fundamental. Por una parte, la Biblia enseña
que dios tiene la intención que se salven sólo algunos. Por otra parte, la Biblia afirma,
78
en forma inequívoca, que dios ofrece libre y sinceramente la salvación a todos. Ezequiel
dice, por ejemplo, “Diles: Vivo yo, dice Jehová el señor, que no quiero la muerte del
impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de
vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? (33:11). Isaías dice, “A
todos los sedientos: venid a las aguas, y los que no tienen dinero, venid, comprad y
comed” (55:1). En otro pasaje dice, “Mirad a mí, y sed salvos”, todos los términos de
la tierra” (45:22). Jesús dice, “Venid a mí todos los estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar” (Mt. 11:28). Más adelante exclama: “¡Jerusalén, Jerusalén, que
matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¿Cuántas veces quise juntar
a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas y no quisiste!” (Mt.
23:37). pedro escribe con claridad inconfundible que el señor es “paciente para con
nosotros, no queriendo, que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento” (2 P. 3:9).

B.- Pasaje universalistas: A veces se objeta en contra de la expiación limitada


basándose en el hecho de que la Biblia explícitamente dice en varios pasajes que Cristo
es la propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2:2), que es el Salvador del
mundo (Jn. 4.42), que quita el pecado del mundo (Jn. 1.29), que “murió por todos” (2
Co. 5:14-15), y se entregó como rescate por todos (1 Ti. 2.6). Si murió por todos,
razonan, entonces no murió solo por unos cuantos. La respuesta a esta objeción es que a
menudo la Biblia emplea las palabras mundo o todos en un sentido restringido, limitado.
Deben interpretarse siempre en su contexto y a la luz del resto de la Biblia. Es lo que
debemos hacer en cualquier tipo de lectura. Por ejemplo, si un periódico informara que
se ha hundido un barco, pero que todos fueron rescatados, es obvio que significa que
todos los que estaban en el barco fueron rescatados y no todos los que estaban en el
mundo. Lo mismo ocurre en la Biblia. Cuando Lucas informa que cesar mandó que
“todo el mundo” se empadronara y que “iban todos para ser empadronados, cada uno en
su ciudad” (2. 1, 3) es evidente que todos no son todos. Porque los japoneses, los chinos
y los anglosajones no se empadronaron. Cuando pablo afirma dos veces que “todo me
es lícito” (1 Co. 6:12; 10:23), es obvio, por el resto de sus escritos, que no todo le era
lícito. No le era lícito pecar: Cuando Jesús dice: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a
todos atraeré a mí mismo” (Jn. 12:32, es evidente que todos, no son todos. Porque
79
millones de paganos ni siquiera han oído hablar de Jesús, y mucho menos han sido
atraídos por Él. Y muchos otros millones que han oído hablar de Jesús en vez de haber
sido atraídos hacia Él, se han sentido repelidos ante el simple pensamiento acerca de Él.
Jesús puede haber querido decir una de dos cosas: todos los elegidos serán atraídos a Él,
o todos los hombres, tanto gentiles como judíos, tanto hotentotes como suecos, serán
atraídos hacia Él, todos no son todos.

C.- Obstáculo al evangelismo: Algunos arguyen que, si el evangelista no puede


decir a su auditorio, “Cristo murió por vosotros,” quedará afectada, en forma
considerable, su eficacia en la evangelización. La respuesta a tal argumento es que, si
hubiera que elegir, es mejor decir la verdad, y no ganar tantos “conversos”, que
conquistar a muchos con falsedades. El fin no justifica medios ilegítimos. Si la Biblia
dice que Cristo murió por los elegidos, entonces el evangelista no puede representar el
papel de dios afirmando que sabe que todos los que componen el auditorio son elegidos
y, por consiguiente, que Cristo murió por ellos.
No lo sabe y no debería decirlo. Pero también debería advertirse que la eficacia
del evangelismo no depende de la afirmación bíblica “Cristo murió por vosotros”. No se
encuentra una afirmación de este tipo en George Whitefield o Charles Spurgeon, por
ejemplo, y sin embargo tuvieron un éxito evangelístico fenomenal. Es digno de mención
que en ningún pasaje de la Biblia se encuentra una expresión semejante. Es suficiente
decir a la persona inconversa: “Cristo murió por el pecado. Se entregó por los
pecadores como usted y yo. Si desea salvarse, crea en él. Es su responsabilidad, y Dios
le ofrece libremente la salvación por medio de Jesús. Crea.” * una afirmación así es
bíblica y muy eficaz. El gran predicador Charles Spurgeon es un ejemplo excelente de
la eficacia que puede tener un predicador que no suaviza las enseñanzas bíblicas del
calvinismo.

PREGUNTAS PARA ESTUDIO Y REFLEXION

Preguntas sobre el capítulo que usted Acaba de leer:


1. Explique en sus propias palabras lo que significa “Expiación Limitada”
80

2.- ¿Qué es expiación?

3.- ¿Por qué se llama limitada?

4.-¿En qué manera se puede prestar a equívocos la palabra limitada en la


expresión Expiación Limitada?

5.- ¿En qué sentido es limitada la expiación?

6.-¿En qué sentido es ilimitada la expiación?

7.- Estudie Juan 10:11,15,16 para ver qué dice acerca de que por quienes
murió Cristo.

8.- Analice Romanos 8.32. ¿Qué dice acerca de la expiación limitada?


81

9.-Cite todos los pasajes que pueda, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, para mostrar que Dios ofrece la salvación a toda la gente sin excepción,
elegidos y no elegidos.

4
GRACIA IRRESISTIBLE
Dos estudiantes universitarios asisten a un estudio bíblico. Uno dice, “Es
magnífico”; el otro dice, “Bobadas”. Dos personas extrañas escuchan un sermón muy
claro acerca de “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre si no por
mi.” Uno cree, el otro no. Dos muchachos, de hecho, mellizos crecen en la misma casa,
con la misma instrucción religiosa. Uno ama a Dios, y el otro lo odia. Sus nombres son
Jacob y Esaú. ¿Por qué? ¿Por qué dos personas sometidas exactamente a las mismas
82
circunstancias reaccionan en formas opuestas? ¿Por qué una persona cree y la otra
rechaza a Cristo?

Éste es el problema que examina este capítulo.


La respuesta bíblica es la gracia irresistible, es la única causa de estas
reacciones diferentes.

1. ¿QUÉ ES GRACIA IRRESISTIBLE?

A.- Gracia: Gracia es un favor no merecido. Un cierto estudiante universitario


está más ocupado en causar problemas que en su educación. Perturba la conferencia de
un distinguido profesor visitante, y con ello priva al conferencista del derecho de hablar
y a los estudiantes del derecho de escuchar. Incluso da un puñetazo en la cara a un
paralítico que insiste en ir a la clase.

En compañía de una pandilla quema la biblioteca de la universidad, corta las


mangueras de los bomberos, grita groserías a la policía e incluso mata a un compañero,
líder del grupo que se le opone. Este asesino es condenado en la corte de justicia por
todos estos crímenes y se le condena a muerte. Estando en la cárcel, sigue hablando con
odio y venganza contra todos los que elaboran en pro de la paz, de orden y de la
libertad. Pero el tribunal de apelación le otorga el perdón e incluso hace que se le
entreguen diez mil dólares al año como pensión vitalicia.

Esto es gracia: Favor inmerecido. De manera semejante, cada uno de nosotros


ha cometido crímenes mucho más odiosos, y éstos en contra de dios, y merecemos un
castigo mucho mayor. Dios hizo bien al género humano. Pero nosotros, voluntaria y
libremente, nos rebelamos en contra de él. Nos ruega que nos apartemos del pecado y lo
sirvamos a él, y le respondemos ridiculizándolo. Está es nuestra naturaleza el odiar a
Dios con un sentimiento de venganza absoluta, y el odiar a todos los demás. Nuestra
meta única es ser siempre los primeros y pisotear a Dios.

Merecemos el fuego eterno del infierno. En una situación tan terrible como
ésta, siendo todavía pecadores no arrepentidos, Dios ama a algunos, envía a Jesús para
83
que muera por ellos y luego envía al espíritu Santo para que los haga aceptar el
sacrificio que Cristo ha hecho por ellos.

B.- Irresistible: Irresistible significa que cuando Dios ha escogido a algunos


para que se salven y cuando envía a su Espíritu Santo para que los transforme de seres
odiosos en seres amantes, nadie puede resistirle. Él es irresistible.
Logra su propósito. Pero no entendamos mal la palabra irresistible. A algunos
les puede dar la idea que significa que alguien tiene que hacer lo que no quiere hacer.
De una montaña elevada puede desprenderse una avalancha de nieve, con fuerza
irresistible, sepultando al habitante del pueblo que, obviamente, no quiere morir.

El comunista puede obligar al predicador a que abandone el púlpito y ponerlo


irresistiblemente en la cárcel. Cualquier adulto puede secuestrar a un niño de tres años
sin que éste pueda ofrecerle resistencia. Algunos conciben la gracia irresistible en este
sentido. Se imaginan a Dios como obligando a la gente a hacer lo que no quieren hacer,
como arrastrándolos hasta el cielo a pesar de su resistencia y pataleo por así decirlo en
contra de su voluntad.

Ven a Dios como alguien que obliga, coacciona y violenta la voluntad del
hombre. Pero éste no es el significado de la palabra irresistible cuando se habla de la
gracia irresistible; y si produce malos entendidos, entonces habría que escoger otra
palabra. Por ejemplo, eficaz, efectiva, insuperable, o cierta. Lo que la gracia irresistible
significa es que dios envía a su Espíritu santo para que actúe en las vidas de la gente de
manera que, en forma definitiva y cierta, son cambiados de ser malos a ser buenos.
Significa que el Espíritu santo logrará sin lugar a dudas, sin peros, que aquellos a
quienes Dios ha escogido desde la eternidad y por quienes Cristo ha muerto, crean en
Jesús. Pero dios hace esto de una manera que siempre le agrada al hombre.

Como dijimos antes, el hombre es siempre libre. Hace exactamente lo que


quiere hacer. Esto no significa que tiene voluntad libre, es decir, la capacidad para
escoger el bien y el mal por igual. No posee esta clase de libertad. Porque odia a Dios,
ama el pecado, y libre y voluntariamente peca sin ninguna obligación externa. Jamás
84
puede escoger el bien, a Dios y a Cristo, porque está sometido a la esclavitud del diablo
y a sus propios deseos pecaminosos. No posee libertad real.

C.- Puntos de vista erróneos: A fin de aclarar todavía más lo que significa la
gracia irresistible, será útil presentar el contraste que existe entre esta posición bíblica y
dos puntos de vista erróneos, el pelagianismo y el Semipelagianismo. 1. Pelagianismo.
El pelagianismo es una herejía antigua, (Pelagio vivió en el siglo quinto), que se
presenta constantemente ante nosotros bajo nombres diferentes.
Es la antítesis del Calvinismo, o mejor aún, del agustinianismo, ya que Agustín
fue el principal autor de su derrota dentro de la iglesia. El agustinianismo o calvinismo
dice que el hombre está completamente corrompido y no es capaz de hacer ningún bien
por su propia cuenta, sin la acción irresistible del Espíritu santo. El pelagianismo, por
otra parte, dice que el hombre no está corrompido, ni total ni parcialmente. Antes bien,
el hombre nace siendo perfectamente bueno y puede escoger con igual capacidad entre
el bien y el mal. De hecho, algunos son incluso impecables, Así pues, según el
pelagianismo, no se necesita al Espíritu Santo ni su gracia irresistible para ayudar al
hombre a hacer el bien. Esta enseñanza es totalmente pagana y la iglesia cristiana la
repudió por completo en el sínodo de Cartago (418), el Concilio de Éfeso (4131), y el
Sínodo de Orange (529) 2. Semipelagianismo. Hay una posición intermedia entre el
calvinismo y el pelagianismo, llamado semipelagianismo o arminianismo, esa postura
no acepta el pelagianismo, porque éste afirma que el hombre puede no pecar sin la
ayuda del espíritu Santo. Tampoco le agrada el agustinianismo, porque éste dice que el
hombre es totalmente malo, incapaz de hacer ni una cosa buena sin la acción irresistible
del espíritu santo.

Preguntas de aplicación:

1. ¿Qué significa la palabra gracia en la expresión gracia


irresistible?

2.- ¿Qué significa irresistible?


85

3.- ¿Se podría entender mal la palabra irresistible? ¿De qué manera?

4.- ¿Qué otras palabras se podrían usar en vez de irresistible?

5.- ¿Qué dice Juan 6:37, 44, acerca de la gracia irresistible?

6.- ¿Qué dice Juan 10:16 acerca de la gracia irresistible?

7.- ¿Muestre como Romanos 8:19-30 enseña la gracia irresistible?

5
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

1.- DEFINICIÓN

A.-Una vez salvo, siempre salvo:


86
La descripción más sencilla y breve de la perseverancia de los santos es: una
vez salvo, siempre salvo. Es uno de los pensamientos más grandiosos de la Biblia: Una
vez que uno haya creído no se puede perder, nunca ira al infierno. Cristo será siempre su
Salvador. Se puede decidir el destino eterno, de una vez por todas, de manera que ya no
haya que preocuparse por ello.
B.-Perseverancia de los santos:
La expresión perseverancia de los santos enfatiza que los cristianos, los santos,
como Pablo los llama en sus cartas, perseverarán en la confianza en Cristo como
Salvador. No es que a veces creerán y otras no, sino que seguirán creyendo para
siempre.

Por consiguiente, siempre serán salvos.

C.- Perseverancia de Dios:


Es posible, sin embargo, emplear otro término para describir este hecho, a
saber, la perseverancia de Dios. Porque en realidad la perseverancia de los santos
depende de la perseverancia de Dios. Como Dios persevera en su amor hacia su iglesia,
la iglesia puede perseverar en su amor hacia él. La perseverancia de los santos se podría
comparar a la providencia de Dios. En el mundo natural Dios no sólo creó el universo,
sino que también lo sostiene. Si retirara su poder por un instante, el universo todo caería
de nuevo en la no existencia. Dios crea y sostiene el universo. Lo mismo ocurre en la
vida espiritual. Dios no sólo nos recreó, sino que nos mantiene vivos espiritualmente en
cada instante. Si se apartara a su santo Espíritu de nosotros por un simple instante,
también nosotros en forma instantánea volveríamos a nuestra naturaleza depravada. O
para emplear otra ilustración, se nos puede comparar al hombre que vive en una cámara
de oxígeno. Se le mantiene vivo sólo con esta ayuda externa a él. Si se le saca de la
cámara, el hombre muere. Así también, la perseverancia constante de Dios es la base de
la perseverancia de los santos

D.-Preservación de los santos:


87
Otro término que podría emplearse es preservación de los santos. En tanto que
la expresión perseverancia de los santos enfatiza la actividad del cristiano, la expresión
preservación de los santos enfatiza la actividad de Dios. La perseverancia de los santos
pone de relieve que el hombre hace algo, y la perseverancia de Dios pone de relieve que
Dios lo hace. La perseverancia de los santos, sin embargo, enseña que Dios preserva al
hombre; lo mantiene y protege de manera que nadie lo pueda arrebatar de su mano.
E.-Seguridad eterna:
En otras palabras, perseverancia de los santos significa seguridad eterna. La
persona que pone sinceramente su confianza en Cristo como su Salvador está segura en
los brazos de Jesús. Está a salvo. Nadie la puede herir. Irá al cielo. Y así será por la
eternidad. Está segura para siempre, no solo por un tiempo. Está eternamente segura. El
arminiano enseña lo contrario; a saber, que alguien que ha nacido verdaderamente de
nuevo, que ha sido salvado por la muerte de Jesús, puede perder la fe e ir al infierno.

El arminiano cree: a veces si cree y a veces no; a veces si es salvo y a veces se


está perdido; a veces si es hijo, y a veces hijo del diablo; a veces si está espiritualmente
vivo, y a veces muerto. ¿Quién puede decir cuál será la situación final?

Preguntas de aplicación:

1.-Comente el significado de los siguientes términos:

1.1. Seguridad eterna:

1.2. Preservación de los santos:


88

1.3. perseverancia de Dios:

1.4. Perseverancia de los santos:

2.- ¿Cómo se relacionan entre sí los cuatro términos anteriores?

3.-¿Por qué la perseverancia de los santos debe ser tal que si la expiación de
Cristo se limita a los elegidos y es vicaria?

Acuda a su Biblia para contestar las siguientes preguntas:


1. Lea Romanos 8.29, 30, 38 y 39; muestre cómo la elección incondicional
conduce, necesariamente, a la perseverancia de los santos.

2.-¿De qué manera prueban esta doctrina los muchos textos bíblicos que
hablan de la vida eterna y perdurable?
89

TERCER MÓDULO

DISCIPLINA ECLESIÁSTICA
(Disciplina eclesiástica - Portavoz de la Gracia)

1
LA DEFINCIÓN DE DISCIPLINA ECLESIÁSTICA
90
La disciplina incluye todos aquellos procesos por los cuales una iglesia, como
encargada del cuidado de las almas, educa a sus miembros para el cielo, brinda
instrucción pública y privada en el evangelio, el mantenimiento de reuniones sociales
para su edificación y confort y, en general, el cultivo de un espíritu que aviva y atesora
la vida cristiana. En esto radica el poder principal de una iglesia. Un tono puro y
saludable de la vida religiosa en el cuerpo, un espíritu que todo lo impregna de amor y
lealtad a Cristo y la iglesia, son los medios más eficaces de asegurar una vida pura en
los miembros individuales, porque entonces la iglesia se convierte en un imán espiritual
para atraer y retener las almas en Cristo y en ella misma. Pero disciplina, en un sentido
más estrecho, denota la acción de la iglesia, ya sea como individuos o como un cuerpo,
se refiere a ofensas cometidas contra las leyes de Cristo. En este sentido, incluye: EL
CUIDADO MUTO DE LOS MIEMBROS POR MEDIO DE OFRECER ALIENTO,
CONSEJOS, AMONESTACIONES Y REPRENSIONES. Esto es individual, privado y
una prevención contra ofensas. Si esto se hiciera, y se llevara a cabo con un espíritu
religioso, tierno, cariñoso y serio, pocos serían los casos en que se requeriría una
disciplina más a fondo. Un cuidado realmente cristiano de ayuda mutua entre los
miembros indudablemente coadyuva al desarrollo máximo de la vida de iglesia. Dijo
David: “Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente
bálsamo que no me herirá la cabeza” (Sal. 141:5). Y el evangelio recomienda
encarecidamente: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que
sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo,
no sea que tú también seas tentado” (Gál. 6:1). “Vestíos, pues, como escogidos de Dios,
santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si
alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros” (Col. 3:12-14). Dondequiera que la vida de iglesia se aproxima a este
gran ideal, el ambiente espiritual tiene tanta vitalidad que cada alma rebosa de poder
espiritual y se siente inspirada a vivir una vida más elevada y más santa.

LA RESOLUCIÓN DE LAS DISCORDIAS PERSONALES PRIVADAS.

Cristo da las siguientes indicaciones: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve
y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te
oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda
91
palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por
gentil y publicano1” (Mat. 18:15-17). Tome nota de que: (1) El ofendido, si no lo hace
el ofensor, debe tomar la iniciativa de tener una conversación con este. El tema y la
conversación han de ser estrictamente privados. Su objeto es ganarse al ofensor como
hermano. (2) Si esto no da resultado, y existen pruebas de la ofensa, entonces uno o dos
hermanos sabios, miembros de la iglesia, serán elegidos como testigos y mediadores, y
el caso completo será considerado por ellos. (3) Si esto no da resultado luego de que las
partes han sido notificadas, será presentado ante la iglesia para su consideración, dando
oportunidad para presentar una defensa. Si se prueba la veracidad de la ofensa, se
requerirá que el ofensor repare su falta o dé la satisfacción correspondiente; de otro
modo será excluido de la comunión de la iglesia.

Notemos varios puntos más:

(1) La persona agraviada no tiene opción en cuanto a tomar este curso de acción
o tolerar el agravio. Es obligatorio, y se convierte en el ofensor si no lo hace. Porque
esta ley es imperativa, e incluso la Ley de Moisés manda: “No aborrecerás a tu hermano
en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado” (Lv.
19:17).

(2) Si en la conversación privada la ofensa es negada, y no hay testigos de ella,


no se puede tomar el segundo paso. Porque en ese caso, la parte que tiene la queja se
convierte en un ofensor, habiendo hecho un cargo sin pruebas. No habiendo pruebas, no
tiene otro recurso más que una reprensión privada y la entrega paciente de la cuestión a
la Providencia.

(3) Si los “dos o tres” ante quienes, en el segundo paso, se ha presentado el caso
consideran que la ofensa no es real o ha sido quitada satisfactoriamente, la parte
ofendida, aunque insatisfecha, no puede tomar el tercer paso. Porque el ofensor los ha
“oído”, y el acusador debiera estar satisfecho con la decisión de los hermanos que él
mismo ha seleccionado.

(4) Resulta claro que, si esta gran ley de Cristo se cumpliera a la perfección,
sería imposible que hubiera conflictos personales en la iglesia. Sus sencillas
estipulaciones
92
los proscriben totalmente, y dondequiera que hay conflictos [internos], no son
más que el resultado desastroso de hacer caso omiso a las palabras de la Cabeza de la
Iglesia.

LA RESOLUCIÓN EN CASOS DE DIFERENCIAS RELACIONADAS CON


CUESTIONES DEL MUNDO.

La ley cristiana, tal como la enuncia 1 Corintios 6:1-11, exige que las diferencias
entre miembros no se ventilen ante tribunales seculares, sino que sean referidas al juicio
de miembros maduros de la iglesia. Se ha objetado que este curso de acción era
requerido en una civilización pagana, pero que no puede considerarse obligatorio en un
país cristiano y bajo leyes y tribunales formados por una civilización cristiana. Pero el
pasaje no sugiere tal limitación. Al contrario, las razones que estipula para la ley en su
naturaleza no son transitorias ni locales, sino permanentes y universales. Estas son:

(1) Que los cristianos, quienes al final serán los que juzguen al mundo y aun a
los

ángeles, están mejor calificados para tomar decisiones oficiales sobre

estas diferencias que los tribunales seculares.

(2) Que la aparición de miembros de la iglesia como litigantes ante un tribunal


secular es en sí impropio e inconsistente con sus relaciones y esperanzas profesadas
como miembros del cuerpo de Cristo. Estas razones son de carácter permanente. Las
diferencias entre los hombres a menudo son decididas por la ley humana no acorde con
la equidad sino con detalles técnicos legales. Esta regla tuvo la intención de asegurar un
juicio de acuerdo con la equidad y el espíritu del cristianismo.

PROCEDIMIENTO EN CASO DE OFENSAS PÚBLICAS, INCLUYENDO


TODAS LAS OFENSAS CONTRA LA FE Y LA VIDA REQUERIDA DEL
MIEMBRO DE LA IGLESIA.

Tales como inmoralidades, herejía, codicia, el causar divisiones, negligencia


habitual de deberes pactados y la persistente violación del orden eclesiástico. En las
iglesias apostólicas los ancianos, como supervisores –gobernantes—del rebaño tenían la
93
responsabilidad especial de mantener la disciplina de la iglesia. Esto lo vemos implícito
en el discurso de Pablo a los ancianos de Éfeso (Hechos 20) y en los requisitos para el
deber de anciano declarado en 1 Timoteo 3:4, 5: “Que gobierne bien su casa, que tenga
a sus hijos en sujeción con toda honestidad”. El método para proceder indicado (Mt.
18:15- 17), aunque se aplicaba solo a casos de ofensas personales, es sin duda en el
espíritu que corresponde actuar en todos los casos. Porque, en Tito 3:10, la indicación es
que el hereje sea excluido solo “después una y otra amonestación”. El proceso,
entonces, sería sustancialmente este:

(1) Los oficiales, habiéndose enterado de los informes implicando a un miembro,


procederán a investigarlo privadamente, y si los cargos resultan ser ciertos, tratarían de
reivindicarlo. Este es el paso más importante dado que, si es realizado con cariño y
privadamente, por lo general es eficaz.

(2) Si el primer intento fracasa, se haría otro aplicando adicionalmente toda la


fidelidad y bondad cristiana que se podría sugerir.

(3) Si esto también fracasa, presentarían el caso ante la iglesia con todas las
evidencias, y si su declaración del caso fuera disputada, el acusado tendría plena
oportunidad de presentar su defensa.

La iglesia luego tomaría su decisión, y, de ser adversa al acusado, requeriría una


reparación del daño o procedería a excluirlo de su comunión. La exclusión es el acto
final del poder de la iglesia. Es la exclusión formal del ofensor de la comunión de la
iglesia por la cual deja de ser miembro de la misma y es regresado al mundo. No
obstante, el efecto en su reputación depende de la naturaleza de la ofensa que llevó a
esta determinación. Por eso, a veces se hace una distinción según el carácter de la
acción. En casos de errores sustanciales o de inmoralidad, que incluye la pérdida del
carácter cristiano, la mano de la comunión cristiana es retirada, mientras que en casos de
violación que son cuestiones de orden de la iglesia y otras ofensas donde la sustancia
del carácter cristiano puede permanecer intacta, la mano de la comunión de la iglesia no
es retirada. Esto, no obstante, es solo una cuestión de costumbre. Sea cual fuere el caso,
la relación formal del excluido como miembro de la iglesia se da por terminada…
94
Una disciplina bíblica, administrada con ternura y fidelidad, es una de las
acciones más trascendentales para el bienestar de la iglesia. Una disciplina así es una
necesidad urgente tanto para ayudar al alma individual como para la pureza, paz y
autoridad moral del cuerpo. Una vida desordenada e inconstante en la iglesia paraliza el
poder del púlpito. Es probable que no haya otra causa con tanta potencia para mal en las
iglesias como la negligencia general de la verdadera disciplina eclesiástica. 2

2
2
Tomado de The Church: Its Polity and Ordinances (La iglesia: su sistema de gobierno y sus ordenanzas),
Backus Book Publishers, www.backusbooks.com. Hezekiah Harvey (1821-1893): Teólogo bautista, fue
pastor en Nueva York y en Ohio; nacido en Hulver, Suffolk, Inglaterra.
95
CRISTO INSTITUYÓ LA DISCIPLINA

El ejercicio de la autoridad de la iglesia con respecto a la disciplina debe


perseguir dos grandes objetivos que son esencialmente necesarios para el orden y el
bienestar de la sociedad cristiana.

En primer lugar, su meta es poner en práctica lo que Cristo instituyó con


respecto a la admisión y exclusión de los miembros en relación con la sociedad
cristiana. Existen ciertos principios establecidos en su Palabra que indican
suficientemente los términos de la membresía que Cristo ha promulgado para su Iglesia.
Tales principios incluyen el carácter y los requisitos de los que tienen derecho a ser
recibidos dentro de la sociedad cristiana o de permanecer en ella como miembros… Por
consiguiente, el segundo objetivo que contempla esta rama de poder de la iglesia es
promover y asegurar tanto la obediencia como la edificación de los miembros de la
Iglesia…

Entonces, hablando en términos generales, estas son las dos grandes metas de
ese ejercicio de autoridad espiritual en la Iglesia que trata con la disciplina. Asegura el
cumplimiento de las leyes de Cristo que se relacionan con, primero, la admisión o
exclusión de las personas en la sociedad cristiana y segundo, con la obediencia y
edificación de los miembros de la iglesia. Siendo así la naturaleza y el designio general
de ese poder de disciplinar que profesa tener la iglesia, la primera pregunta que
enfrentamos en la discusión es: ¿En qué se fundamenta esta alegación? No será difícil
demostrar que el derecho de ejercer tal poder le pertenece a la Iglesia cristiana… por la
ley de Cristo revelada en su Palabra…

El poder de disciplinar es un derecho conferido a la Iglesia por designación


positiva divina.

Hay una eficacia espiritual en este poder de la disciplina. Además, surgen de ella
resultados espirituales que ningún derecho natural de ninguna sociedad puede conferir,
y que nada aparte de la autoridad y virtud de una institución divina puede dar. Vincula
la conciencia con una obligación e incluye una bendición o un juicio sobrenatural, que
ningún poder o acto de ninguna sociedad humana voluntaria puede conferir. Solo puede
explicarse sobre el principio de una autoridad y virtud incluida en una ordenanza por el
96
designio positivo de Dios Tenemos la disciplina eclesiástica y las censuras eclesiásticas
instituidas directamente por Cristo mismo. No me detengo a investigar la naturaleza y el
ejercicio de esta ordenanza bajo la Iglesia del Antiguo Testamento dado que requeriría
una larga discusión a fin de hacerle justicia al tema… El tema es discutido con gran
erudición y argumentos sólidos en Aaron’s Rod Blossoming (El florecimiento de la vara
de Aarón). Pero, pasando por alto a la Iglesia Judía, tenemos evidencias abundantes de
que la ordenanza de la disciplina fue instituida por Cristo mismo en la Iglesia del Nuevo
Testamento.

Hay tres ocasiones en las que de manera especial encontramos a nuestro Señor
dando a entender que concede tal poder a su Iglesia:

1) en la ocasión de la importante confesión de Pedro, nuestro Salvador le


declara: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré
mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré
las llaves3 del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado 4
en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.”
(Mt.16:18, 19).

3
llaves del reino – “Autoridad espiritual para predicar el evangelio y ejercer la disciplina
eclesiástica en la tierra. La frase ocurre solo una vez en las Escrituras… Por lo tanto, las llaves
del reino de los cielos representa al menos la autoridad de predicar el evangelio de Cristo ( cf.
Mt. 16:16) y de este modo abrir la puerta del reino de los cielos y permitir la entrada al
mismo”. (Walter Elwell, ed., Evangelical Dictionary of Theology [Diccionario evangélico de
teología], 654-655) “La palabra llaves no se refiere a un poder soberano, porque es una verdad
indubitable que solo Cristo posee este poder ‘’ (Ap. 1:18). Más bien se refiere a autoridad
ministerial, por la que un siervo de Dios es autorizado a abrirles la puerta y cerrársela a los que
Cristo ha ordenado impedir la entrada o echar fuera. Esto significa proclamar el perdón del
pecado en nombre de Cristo a pecadores arrepentidos y declarar a los impenitentes en
nombre de Cristo, que todavía están en pecado y permanecen en él (Wilhelmus à Brakel, The
Christian’s Reasonable Service [El servicio razonable del cristiano], Tomo 2, 112).

4
será atado… será desatado – tanto Mateo 16:19 como Mateo 18:18 usan la construcción
verbal
griega inusual (futuro perfecto perifrástico) que podría traducirse “habrá sido atado en el cielo…
habrá sido desatado en el cielo”. “Es así que Jesús está enseñando que la disciplina eclesiástica
contará con sanción celestial. Pero no es como si la iglesia tuviera que esperar que Dios
apoyara sus acciones; en cambio, toda vez que discipline puede estar segura de que Dios ya ha
comenzado espiritualmente el proceso. Cuando la iglesia da por terminada la disciplina, perdona al
pecador y restaura las relaciones personales, puede estar segura de que Dios ya ha
comenzado espiritualmente la restauración (cf. Juan 20:23). La disciplina eclesiástica terrenal
involucra la maravillosa certidumbre de que ya ha comenzado la disciplina celestial
correspondiente”. (Walter Elwell, ed. Evangelical Dictionary of Theology, 654, 655).
97
2) También, cuando hablaba del trato en caso de ofensas, nuestro Señor, en otra
ocasión les declaró a todos sus apóstoles: “Por tanto, si tu hermano peca
contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca
de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la
iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De cierto os
digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que
desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:15-18).
3) Después de su resurrección, encontramos a nuestro Señor confiriendo la
misma autoridad sobre sus Apóstoles en relación con su comisión como
tales: “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el
Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son
remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn. 20:21-23). Al
examinar y comparar estas declaraciones de las Escrituras, resulta claro que
nuestro Señor transmitió en ellas a su iglesia el don permanente de autoridad
y poder en el área de la disciplina que se extendería mucho más allá que el
tiempo del ministerio de los Apóstoles.

Los pasajes que he citado son evidentemente paralelos, y cada uno ayuda a
interpretar los otros. La frase “las llaves del reino de los cielos” en el primer pasaje, es
paralelo al poder de “atar y desatar” citado en el segundo. Cada uno de estos dos es
equivalente a la autoridad de “remitir y retener pecados”, mencionado en el tercer
pasaje. La expresión el reino de Dios usada al darle a Pedro “las llaves” coincide con un
uso muy común de estas palabras en el Nuevo Testamento. Hemos de entender acerca
de la Iglesia visible de Cristo y el poder de las llaves que se refiere al poder de abrir o
cerrar las puertas de la Iglesia en el caso de personas que buscan admisión o que
ameritan exclusión.

Exactamente equivalente a este poder de las llaves es la autoridad de atar y


desatar, o la autoridad de atarles a los hombres sus pecados de modo que queden fuera
de la Iglesia o desatarlos de sus pecados, para tener derecho de admisión5.

5
atar y desatar – Jesús completa su promesa referente a las llaves con una declaración acerca
de “atar” y “desatar”. Aunque en la literatura rabínica aparecen con frecuencia estas palabras significando
98
En el mismo sentido y para el mismo efecto hemos de entender la tercera forma
de expresión usada por nuestro Señor a los representantes de su Iglesia cuando les dio el
derecho de “retener y remitir pecados”. Este lenguaje no debe interpretarse literalmente
como un poder dado por Cristo a la Iglesia para perdonar pecados o para condenar
eternamente. Ha de entenderse como la autoridad conferida a la Iglesia solo respecto a
esos privilegios externos y castigos por transgresiones, los cuales, siendo una sociedad
visible tiene autoridad para dar y para quitar.

Los tres pasajes en los que nuestro Señor otorga a la Iglesia este importante
poder, deben ser interpretados en conexión mutua. Si se comprenden correctamente, no
dan ninguna idea de conferir un poder de perdonar o absolver de las consecuencias
eternas del pecado. Por otro lado, sí presentan una prueba muy satisfactoria de la
autoridad de la Iglesia para ejercer un poder de disciplina imponiendo y quitando
judicialmente censuras eclesiásticas cuando se trata de sus miembros.6

la prohibición o la aprobación de diversas clases de conducta, un


paralelo mucho más exacto del lenguaje, la gramática y autoría, es Mateo 18:18, donde
“atar” y “desatar” significan poner bajo disciplina por parte de la iglesia y liberar de la
disciplina por acuerdo de la iglesia (ver Mateo 18:15-17). Esto también coincide con el
contexto de Mateo 16:19; después de su promesa de edificar su iglesia, Jesús también
promete no solo dar la autoridad de abrir la puerta del reino, sino algo de autoridad
administrativa para regular la conducta de la gente una vez que esta ha entrado a formar
parte de la iglesia”. (Walter Elwell, ed., Evangelical Dictionary of Theology, 654-655) “Los
vocablos atar y desatar eran expresiones comunes usadas por los rabinos en el primer siglo
para referirse al poder de juzgar asuntos de carácter moral teniendo a la Biblia como base.
Las autoridades judías determinaban cómo (o si debían) aplicar los pasajes en situaciones
específicas y emitían su juicio ya sea por atar, lo cual significaba restringir, o desatar, que
significaba liberar. La iglesia sigue teniendo esta responsabilidad y tiene el poder de
actuar. Juan Calvino, el gran reformador genovés, creía que el poder de atar debe ser
comprendido como excomunión y desatar como volver a recibir en la comunión de la
iglesia: ‘Pero la iglesia ata al que disciplina, no que lo eche fuera a una desolación y
desesperación eterna, sino porque condena su estilo de vida y su moralidad, y le advierte
en ese preciso momento acerca de su condenación a menos de que se arrepienta. Lo desata
cuando lo vuelve a recibir en su comunión, porque lo reintegra a la unidad que es en
Cristo Jesús’.” (R. Albert Mohler, Jr., The Disappearance of Church Discipline, Parte 3).

6
Tomado de The Church of Christ (La Iglesia de Cristo), Tomo 1, Solid Ground Christian
Books, www.solid-ground-books.com. James Bannerman (1807-1868): Teólogo escocés, profesor de
Apologética y Teología Pastoral, New College, Edinburgo; nacido en Cargill, Perthshire, Escocia.
99

3
ADMISIÓN Y EXCLUSIÓN

Las reglas concernientes a la admisión de miembros a una iglesia evangélica:


Las puertas de la iglesia no deben abrirse de par en par para que entre cualquiera cuando
quiera. A las puertas de la casa del Señor fueron puestos porteros, [para que] no entrara
ninguna persona inmunda. En el tiempo de Ezequiel –una figura de la iglesia evangélica
futura—se dieron órdenes de que no entrara en el santuario del Señor ningún extraño,
incircunciso de corazón y en la carne. En el templo de Salomón no se permitía usar
ningún material que no fuera labrado y pulido con anterioridad.
100
Las personas deben presentarse voluntariamente a la iglesia para formar parte de
su comunión.

Este debe ser un acto voluntario propio y no algo forzado o por persuasión de
otros. O deben ser propuestas por el pastor o anciano con quien hayan tenido una
conversación previa incluyendo una averiguación sobre su experiencia y conocimiento
de las cosas divinas. Fue así que Saulo, al convertirse “trataba de juntarse con los
discípulos”; es decir, trató, intentó, se presentó a ellos con la intención de formar parte
de ese selecto grupo y tener comunión con ellos como si fuera uno de ellos (Hch. 9:26).

Para ser admitido a la comunión, debe darse satisfacción en cuando a la obra de


gracia en el alma.

Cuando Saulo deseaba tener comunión con la iglesia, “todos le tenían miedo,
no creyendo que fuese discípulo” (Hch. 9:26). No confiaban que fuera una persona
realmente convertida, un creyente verdadero en Cristo, porque hasta entonces había sido
perseguidor de los santos. [No creyeron] hasta que les declaró cómo había visto al Señor
en el camino a Damasco. Les contó cómo el mismo Jesús a quien él perseguía le había
hablado. Tenían dudas acerca de su relación con Cristo, hasta que vieron la valentía con
que había predicado su nombre. No fue hasta entonces que lo admitieron y andaba con
ellos en sus entradas y salidas. Es correcto y propio que los que quieren ser admitidos
den razón de la esperanza que hay en ellos para satisfacción de aquellos con quienes
anhelan tener comunión. En la iglesia primitiva era una práctica de los santos compartir
unos con otros lo que Dios había hecho para sus almas. Aquel pobre hombre a quien
Cristo le quitó una legión de demonios fue enviado a su casa para que contara a sus
amigos las grandes cosas que el Señor había hecho por él y dijera cómo había tenido
compasión de él. Es mucho mejor que la persona que ha experimentado en carne propia
un encuentro con Cristo relate su experiencia, y no que sea compartida por boca de
terceros; es mejor una declaración oral que por escrito. Porque, aunque lo primero sea
dicho con dificultad, es mejor descubrir el sentimiento real del corazón, el sabor mismo
del alma, pues esto tiende a entrelazar y unir a los corazones del pueblo del Señor con
que el que da testimonio.

El camino para ingresar a la iglesia es por una profesión de fe en Cristo.


101
Porque, así como por su corazón el hombre cree para justicia, con la boca
confiesa para salvación (Ro. 10:10). La iglesia es el redil y Cristo es la puerta para
entrar a él. Cualquiera que pretenda entrar de otra manera que no sea su fe en él y la
profesión de esa fe es un ladrón y robador (Jn. 10:1). Los tres mil convertidos aquel día
de Pentecostés, profesaron primero el arrepentimiento de sus pecados, su fe en Cristo
para [perdón] de ellos y su aceptación gozosa del evangelio, siendo luego bautizados y
recién entonces ser agregados a la comunión de la iglesia (Hch. 2:41).

Es necesario que los que se agregan a una iglesia como miembros conozcan las
verdades del evangelio, las confiesen y que no se avergüencen de Cristo y sus palabras
delante de los hombres. Se les debe examinar para constatar su solidez en cuanto a la
doctrina de la fe, y esto debe autentificarse por su aprobación de los artículos de fe de la
iglesia: “Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades” (Is. 26:2).

La iglesia debe ser indulgente con las debilidades de los hombres, tanto en
cuanto a sus experiencias de gracia como a su iluminación y conocimiento del
evangelio. No se debe despreciar el día de las cosas pequeñas (Zac. 4:10). No se debe
quebrar la caña cascada ni apagarse el pábilo que humea (Mt. 12:20). Cristo recoge en
sus brazos a los tiernos corderos y los lleva en su seno (Is. 40:11). Los débiles en la fe
deben ser recibidos, pero no para contender sobre opiniones (Ro. 14:1).

Debe recibir el testimonio de una transformación en la vida y de un cambio en la


manera de vivir. Cuando los discípulos vacilaron en recibir a Saulo por su conducta y
comportamiento anterior, Bernabé les informó sobre el cambio operado en él, y [que,
aunque había sido] un perseguidor violento de la iglesia, era ahora un predicador
valiente y celoso del evangelio. [Entonces] lo recibieron gozosos.

La aceptación de un miembro en la comunión de la iglesia tiene que ser por


consentimiento mutuo.

La persona recibida debe andar con la iglesia en santa comunión, y la iglesia


debe recibirla en el Señor. Tiene que ser un acto voluntario de ambas partes. Si la iglesia
tiene un pastor, la persona debe ser recibida por él en nombre y consentimiento de la
iglesia; si no tiene pastor o encargado de la iglesia, se nombra a un hermano de la
congregación para ese fin. Este extiende su diestra en señal de compañerismo (Gá. 2:9).
102
Las ordenanzas, leyes y reglas que deben ser guardadas y obedecidas por los que
son admitidos en la iglesia.

Hay ordenanzas que deben enseñarse a [observar]. Hay que mostrarles “todas
las ordenanzas” de la casa para que puedan “cumplirlas”; fue así que Cristo ordenó a sus
discípulos que enseñaran a aquellos que bautizaban a observar todas las cosas que él les
había mandado (Mt. 28:20). Además de la ordenanza del bautismo, que es preparatoria
para la comunión en la iglesia, existen ordenanzas acerca de la oración pública, la
alabanza y el ministerio público de la Palabra, que deben atenderse constantemente. Es
muy impropio que los miembros de las iglesias dejen de reunirse para la adoración
pública (He. 10:25).

Es de notar, para honra de los [primeros] cristianos que “perseveraban en la


doctrina de los apóstoles” asistiendo constantemente a las reuniones en que esta se
ministraba, en una “comunión” los unos con los otros, “en oraciones”, en oraciones
públicas guiadas por el pastor como vocero de la iglesia, y particularmente en el
“partimiento del pan” o sea la ordenanza de la Cena del Señor (Hch. 2:42) la cual debe
ser administrada con frecuencia; Pablo dice: “todas las veces que comiereis este pan,
etc.” (1 Co. 11:26), lo cual muestra que se hacía a menudo. Sea cual fuere la frecuencia,
se ha de participar en ella.

“Las leyes de” la casa, que deben ser enseñadas a los miembros de la iglesia y ser
obedecidas por ellos.

Cristo es el que las dio, y sus mandatos deben observados partiendo del
principio de amor por él y, de hecho, por todo lo que ha mandado. Está la Ley Moral,
que sigue vigente y vinculante para los cristianos. Porque Cristo no vino para destruirla,
sino para cumplirla (Mt. 5:17), y su pueblo está bajo la Ley como lo estuvo él, y debe
obedecerla (1 Co. 9:21). Los que no tienen en cuenta la moralidad no son dignos de ser
miembros de una iglesia ni de continuar en ella. Está también la ley de Cristo que es la
ley del amor, el nuevo mandamiento que Cristo dio a sus discípulos (Jn. 13:34), y por el
cumplimiento de ella se conoce que son sus discípulos. Además, hay varios deberes
mutuos que deben observar los miembros de las iglesias. Deben someterse unos a otros
103
en el temor del Señor (Ef. 5:21). Deben tener el amor unos por los otros (Fil. 2:2), tanto
con respecto a las cosas temporales como las espirituales y velar unos por otros en el
Señor.

Reglas con respecto a amonestaciones privadas de los miembros de la iglesia que


merecen atención especial.

Ambas son dadas por pastores y ancianos de las iglesias, que no solo tienen el
poder de amonestar a aquellos sobre quienes han sido puestos y de reprender
públicamente y con autoridad, sino también privadamente, al visitar casa por casa y
según vean necesidad de hacerlo. [Tales] amonestaciones privadas no deben ser
despreciadas, [tampoco] las dadas por los miembros que deben amonestarse y
exhortarse unos a otros de forma privada, según haya necesidad. La regla de Mateo
18:15-17: “Si tu hermano peca contra ti…” es excelente y puede ser… aplicada a
cualquier desacuerdo entre un miembro de la iglesia y otro… [Esta] regla tiene que ser
observada en caso de una falta privada conocida solo por estos –una falta secreta que
solo ellos conocen—y no un pecado público, conocido por toda la iglesia y el mundo.
Porque en este último caso hay que aplicar otro método Tiene que ser un pecado del
cual es culpable el ofensor, y no obstante no un pecado por debilidad, común a la
naturaleza humana que abarca a todos. Pero no debe ser una falta sustancial ni pública
que requiere más que amonestación, una excomunión inmediata, como el pecado de
incesto (1 Co. 5). [Tiene que ser] una falta menor, pero que ofende. En tal caso, el
hermano ofendido tiene que reprender en privado al ofensor y referirse únicamente a la
falta entre ellos. Si puede lograr que el otro reconozca su falta y manifieste su dolor por
ella, entonces se ha ganado a un hermano. Es restaurado del error del que es culpable el
cual entonces debe olvidarse totalmente sin mencionarlo nunca a nadie. Si el ofensor no
responde de esta manera, el ofendido debe buscar a un hermano o dos que lo acompañen
para amonestarlo nuevamente. Si no hace caso aun contando con la fuerza de los
hermanos que lo acompañaron, entonces la indicación es: “Dilo a la iglesia”.

Es necesario aclarar lo que implica “separarse” de la casa o iglesia de Dios, y lo


que esto significa.

Hay dos maneras de salir de la iglesia: ya sea por dimisión1 de ella o por
excomunión. Existen en algunos casos cartas de recomendación, que no hacen falta en
104
algunos casos, como el del Apóstol que no la necesitaba (2 Co. 3:1). Pero las hubo en el
caso de Apolos (Hch. 18:27), de Febe (Ro. 16:1-2) y de Marcos (Col. 4:10). Pero estas
cartas no otorgan membresía sino solo una comunión transitoria. La persona
recomendada sigue siendo miembro de la iglesia que lo recomendó. El propósito de
tales cartas es certificar que la persona cuyo nombre se menciona en ellas es miembro
en plena comunión de la iglesia que lo recomienda y que puede ser admitido, con toda
confianza, a una comunión transitoria en la iglesia a la cual es recomendado. Pero
dichas cartas no deben ser de largo plazo. Si una persona se asienta en un lugar a donde
lo ha llevado la providencia, debe pedir una carta de dimisión a la iglesia de origen y ser
recibido, en base a ella, a una comunión plena en la nueva congregación. Al ser
aprobada la carta de dimisión, y la persona es recibida en el nuevo grupo, es entonces un
miembro con todos sus derechos y obligaciones. En ese momento, y no antes, la persona
deja de ser miembro de la iglesia de la cual es dimitido. Hay casos en que una persona
puede pedir su carta de transferencia a otra iglesia por varias razones: por la distancia,
porque no se siente edificado o porque la iglesia se ha corrompido de tal forma en su
doctrina y práctica que no puede, a conciencia, permanecer en ella.

La otra manera de salir de la iglesia es la excomunión o expulsión, sobre la cual


será necesario considerar varias cosas.

La excomunión no es más que privar al miembro de la comunión de la iglesia y


los privilegios que de ella se desprenden. Es retirarle todos los derechos y
responsabilidades de un ciudadano hermano de los santos y quitarle su lugar y su
nombre en la casa de Dios. Una iglesia no le puede quitar a un miembro más de lo que
le dio desde un principio.

La gloria de Dios es la finalidad definitiva de la excomunión. El nombre de Dios


es deshonrado por prácticas o principios pecaminosos de los miembros de la iglesia, por
lo que la excomunión es la manera más abierta y eficaz de extirpar la deshonra que se le
ha causado. Este debe siempre ser el propósito principal y la razón sincera de su
administración.7

7
Tomado de A Complete Body of Practical Divinity Deduced from the Scriptures (Un cuerpo
completo de divinidad práctica deducida de las Escrituras), Tomo 2, Baptist Standard Bearer,
www.standardbearer.org. John Gill (1697-1771): Pastor bautista, teólogo y erudito bíblico, nacido en
Kettering, Northamptonshire, Inglaterra.
105

4
LA PUREZA VISIBLE: EL PROPÓSITO DE LA
DISCIPLINA ECLESIÁSTICA

Lo largo de la Biblia, el pueblo de Dios se caracteriza por una pureza distintiva.


Su pureza moral no es un logro propio, sino la obra de Dios en medio de él. Como dijo
el Señor a los hijos de Israel: “Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os
santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo” (Lv. 11:44a). Dado que habían sido
escogidos por un Dios santo como pueblo que llevaría su propio nombre, debían reflejar
su santidad por su manera de vivir, de adorar a Dios y por sus creencias. El código de
santidad es elemental para comprender el Antiguo Testamento. Como nación escogida
106
por Dios, Israel debía vivir según la Palabra y la Ley de Dios, que diferenciaría
visiblemente a los hijos de Israel de sus vecinos paganos. Como dijo el Señor a través
de Moisés: “Guardad cuidadosamente los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y sus
testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto y bueno ante los ojos de
Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena tierra que Jehová juró a tus
padres” (Dt. 6:17, 18).

El Señor le recuerda a la nación que sería conocida por el nombre de Dios y que
por ende debía reflejar su santidad. “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios;
Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos
que están sobre la tierra” (Dt. 7:6). Dios prometió cumplir su pacto de fidelidad con
ellos, pero esperaba que ellos obedecieran su Palabra y obedecieran su Ley. El sistema
judicial de Israel estaba diseñado mayormente para proteger la pureza de la nación.

El Nuevo Testamento también describe a la iglesia como el pueblo de Dios que


es visible al mundo por la pureza de su vida y la integridad de su testimonio. Como
Pedro dijo a la iglesia: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora
sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora
habéis alcanzado misericordia” (1 Pe. 2:9, 10).

Pedro siguió diciendo: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos,


que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena
vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros
como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar
vuestras buenas obras” (1 Pe. 11, 12).

Como el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia debe verse a sí misma como una
comunidad forastera habitando en medio de la oscuridad espiritual, forastera para el
mundo, que debe abstenerse de las concupiscencias y las tentaciones del mundo. La
Iglesia debe distinguirse por su pureza y santidad y firmeza en su confesión de fe dada
por los santos una vez para siempre. En lugar de rendirse al ambiente moral (o inmoral),
los cristianos deben destacarse por su buen comportamiento. Como lo resumió Pedro:
107
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera
de vivir” (1 P. 1:15).

El apóstol Pablo relacionó claramente la santidad que se espera de los creyentes


con la obra consumada de Cristo en la redención: “Y a vosotros también, que erais en
otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha
reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y
sin mancha e irreprensibles delante de él” (Col. 1:21, 22). Resulta claro que esta
santidad consumada en el creyente es obra de Dios; la santidad es la evidencia de su
obra redentora. Pablo instó a la congregación en Corinto: “Limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”
(2 Co. 7:1).

La identidad de la iglesia como el pueblo de Dios debe ser evidente en su


confesión pura de Cristo, su testimonio valiente del evangelio y su santidad moral
delante de un mundo que la observa. Nada que sea menos que esto puede caracterizar a
la iglesia como la verdadera garante del evangelio.

DISCIPLINA EN EL CUERPO.

La primera dimensión de la disciplina en la iglesia es aquella ejercitada


directamente por Dios al tratar con los creyentes. Como advierte el libro de Hebreos:
“Habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío,
no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él;
porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis
la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no
disciplina?” (He. 12:5-7). Al continuar el pasaje, el autor advierte que los que no son
disciplinados, son “bastardos, y no hijos” (v. 8). No obstante, el propósito de la
disciplina es la justicia. “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa
de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han
sido ejercitados” (v. 11).

A menudo esta disciplina es evidente en el sufrimiento, tanto individual como


congregacional. La persecución por parte del mundo tiene un efecto purificador sobre la
iglesia. Esta persecución no debe buscarse, pero si la iglesia es “probada por fuego”,
108
tiene que dar prueba de ser pura y auténtica, y recibir este sufrimiento como disciplina
del Señor, tal como los hijos reciben la disciplina de su padre. El hecho que esta
comparación le resulte tan extraña a muchos cristianos modernos hace evidente que la
disciplina ha desaparecido en muchas familias, al igual que en la iglesia. En muchos
hogares, los hijos son tratados como soberanos morales, y la descomposición social de
la familia ha disminuido su credibilidad moral. La disciplina cariñosa descrita en este
pasaje es tan extraña para muchas familias, así como lo es para la mayoría de las
congregaciones.

La disciplina cariñosa de Dios para con su pueblo es su derecho soberano y se


aplica completamente en acorde con su carácter moral, con su propia santidad. Su
disciplina paternal también establece la autoridad y el patrón de disciplina en la iglesia.
La corrección es para lograr el propósito más elevado de restauración y el aún más
elevado propósito de reflejar la santidad de Dios.

La segunda dimensión de las disciplinas en la iglesia es aquella


responsabilidad disciplinaria dada a la iglesia misma. Así como es la disciplina paternal
de Dios para los que ama, debe ser la disciplina que lleva a cabo la iglesia como una
parte integral de su responsabilidad moral y teológica. El Nuevo Testamento mismo es
evidencia de que la iglesia puede caer en una moralidad deshonrosa.

El Apóstol Pablo confrontó un caso de fracaso moral escandaloso en la


congregación corintia que incluía “fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra
entre los gentiles” (1 Co. 5:1). En este caso, un aparente incesto era conocido por la
congregación y, sin embargo, esta no había hecho nada al respecto. “Y vosotros estáis
envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en
medio de vosotros el que cometió tal acción?”. Les indicó que actuaran con rapidez y
audacia para quitar semejante mancha de su congregación. También les advirtió: “Y
vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese
quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (vv. 6-7a).

Pablo estaba indignado porque los cristianos de Corinto toleraban este horrible
pecado. El incesto, aunque no literalmente desconocido en el mundo pagano, era
condenado universalmente y no era tolerado. En este respecto, la iglesia corintia había
caído por debajo de las normas morales del mundo pagano ante el cual debía ser un
109
testimonio. Pablo estaba muy exasperado con esta congregación a quien ya había dado
advertencias sobre este problema moral. Mencionando una carta anterior de la que no
disponemos, Pablo reprende a los corintios: “Os he escrito por carta, que no os juntéis
con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los
avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir
del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose
hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con
el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera?
¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará.
Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (5:9-13).

La indignación moral de un Apóstol herido es evidente en estos incisivos


versículos, que llama a la iglesia corintia a la acción y ejercer disciplina. Ahora la
iglesia ha caído en un pecado corporativo por tolerar en ella la presencia de un pecador
tan descarado y arrogante. Su testimonio moral es turbio, y su comunión es impura. Su
arrogancia los ha cegado de tal modo que no son conscientes de la ofensa que han
cometido delante del Señor. El pecado manifiesto en su medio es como un cáncer que,
dejado a su suerte, se extenderá por todo el cuerpo.

En la segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo ofrece una directiva similar,


combinando su preocupación por la pureza moral y la ortodoxia doctrinal: “Os
ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo
hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de
nosotros” (2 Ts. 3:6). Pablo indica a los tesalonicenses que sigan su ejemplo: “pues
nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros” (3:7).

EL MODELO DE LA DISCIPLINA CORRECTA

¿Cómo debían haber respondido los corintios a este pecado público? Pablo
habla en 1 Corintios acerca de entregar a este pecador a Satanás y sacarlo de la
congregación. ¿Cómo hacer esto? A los gálatas, Pablo escribió diciendo: “Si alguno
fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu
de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá.
6:1). Esta enseñanza es clara, indicando que los líderes espirituales de la iglesia debían
110
confrontar con espíritu de humildad y mansedumbre al miembro que estaba pecando, y
hacerlo con miras a restaurarlo. Pero, ¿cuáles son los pasos precisos a tomar?

El Señor mismo proveyó estas instrucciones cuando enseñó a sus discípulos:


“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te
oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para
que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la
iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mt. 18:15-17).

El Señor instruyó a sus discípulos indicándoles que debían primero confrontar en


privado al hermano que estaba pecando. “Muéstrale su falta”, les dijo. Si reconoce su
pecado y se arrepiente, el hermano ha sido ganado. El hecho que este primer paso es una
confrontación en privado es muy importante. Esto limita el agravio causado por el
pecado y evita un espectáculo público, que mancharía el testimonio evangélico de la
iglesia.

En caso de que la confrontación privada no lleve al arrepentimiento, la


restauración y reconciliación, el paso siguiente es llevar testigos. Jesús citó a la ley del
Deuteronomio que requería múltiples testigos de un crimen para declarar culpabilidad.
No obstante, su propósito aquí parece que va más allá de meramente establecer los
hechos del caso. Jesús parece tener la intención de que los testigos sean una presencia
importante en el momento de la confrontación, agregando así testimonio de
corroboración en relación con la confrontación de un hermano en pecado. De esta
manera el hermano no puede afirmar que no ha sido confrontado con su pecado en un
contexto fraternal.

Si el hermano no escucha aun en la presencia de uno o dos testigos, pasa a ser


asunto de la congregación1. “Dilo a la iglesia”, mandó Jesús, y le corresponde a la
iglesia juzgar el asunto ante el Señor y emitir un juicio que es obligatorio para el
pecador. Este paso es extremadamente serio, y la congregación tiene ahora una
responsabilidad corporativa. La iglesia debe emitir su juicio basada en los principios de
la Palabra de Dios y las circunstancias del caso. Repito, la meta es la restauración de un
hermano o hermana en pecado, no ofrecer un espectáculo. Lamentablemente, la
confrontación congregacional puede no dar el resultado deseado. Si no lo da, la única
alternativa es la separación del hermano en pecado. “Tenle por gentil y publicano”,
111
mandó el Señor, indicando que la separación ha de ser real y pública. La congregación
no debe considerar al ex hermano como parte de la iglesia. Esta acción drástica y
extrema se debe tomar cuando un hermano o hermana no se somete a la disciplina de la
iglesia. Notemos que la iglesia debe seguir testificando a esta persona, pero no como
hermano o hermana, hasta y a menos que su arrepentimiento y restauración sean
evidentes…

¿Qué del líder de la iglesia que está en pecado?

Pablo le indicó a Timoteo que los líderes de la iglesia —los ancianos— deben
ser considerados “dignos de doble honor” cuando cumplen bien su ministerio (1 Ti.
5:17). Pero cuando un anciano cae en pecado, eso es un asunto de grandes
consecuencias. Primero, ninguna acusación debe ser recibida en base a solo un testigo
sin corrobación. Sin embargo, si el cargo es confirmado por dos o tres testigos, [Pablo
dice] “repréndelos delante de todos, para que los demás también teman” (1 Ti. 5:20).
Indudablemente, los líderes llevan una carga mayor, y los pecados de un anciano causan
aún más perjuicios a la iglesia. La reprensión pública es necesaria, porque el anciano
peca contra toda la congregación. Como advirtió Santiago: “Hermanos míos, no os
hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”
(Stg. 3:1).

Los escándalos de inmoralidad por parte de los líderes de la iglesia han causado
tremendos perjuicios a la causa de Cristo. El juicio más estricto debe ser una viva
advertencia para aquellos que violan la Palabra de Dios y, por su ejemplo, causan que
otros pequen. El incumplimiento de la iglesia contemporánea en aplicar
consistentemente la disciplina bíblica ha dejado la mayoría de estos escándalos sin
resolver sobre una base bíblica, por lo que siguen siendo una mancha sobre la iglesia.8

8
Tomado de The Disappearance of Church Discipline — How Can We Recover? Partes 1-4. R. Albert
Mohler, Jr.
112

5
NECESIDAD DE LA DISCIPLINA

Es indispensable que en nuestra época endurecida y apóstata la iglesia vuelva a


la doctrina neotestamentaria de la disciplina eclesiástica. En nuestros días, la iglesia
tolera el pecado aun cuando este se encuentra dentro de su propio pueblo. Esto merece
la ira de Dios sobre la iglesia que no es congruente con su santidad. La iglesia moderna
parece más dispuesta a ignorar el pecado que a denunciarlo y más pronta a comprometer
la Ley de Dios que a proclamarla. Es una realidad lamentable que muchas iglesias se
113
niegan a tomar al pecado con seriedad. No tenemos el derecho de dialogar acerca del
pecado. Ese fue el error de Eva en el Edén. Las sugerencias del tentador debieran haber
sido rechazadas de inmediato, pero en cambio se convirtieron en un diálogo (Gn. 3:1-5).
Ese diálogo significó comprometerse y pecar. La iglesia no puede estar de pie ante sus
enemigos mientras ignora al pecado en sus propias filas (cf. Jos. 7:1-26).

Hoy la iglesia enfrenta una crisis moral en su interior. El hecho de no tomar una
posición fuerte contra la maldad (aun en su propio seno) y su tendencia a preocuparse
más por lo que conviene en el momento que en lo que es correcto, le ha robado a la
iglesia su integridad bíblica y su poder. Es cierto que, históricamente, la iglesia a veces
ha errado en cuanto a la disciplina, pero hoy el problema es uno de negligencia total.
Sería difícil mostrar otra área de la vida cristiana que por lo común es más ignorada en
la iglesia evangélica moderna que la de la disciplina eclesiástica.

Es irónico que a menudo se justifica este rechazo en el nombre del amor.


Cuando el Apóstol Juan escribió que debemos amarnos unos a otros, también escribió:
“Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos” (2 Jn. 5, 6). Como veremos,
la práctica de disciplina eclesiástica es un mandato del Señor de la iglesia. Cuando se
lleva a cabo correctamente es una muestra profunda de amor cristiano. Dicho de otra
manera, el verdadero amor cristiano no se atreve a ignorar el uso de diversas formas de
disciplina dondequiera que corresponda. El amor necesariamente impugna al pecado en
nosotros y en nuestros hermanos. No tiene nada de amor el que un cristiano vea a su
hermano en Cristo viviendo en pecado sin confrontarlo con ello, como tampoco lo es
que un padre de familia mire a su hijo caminar hacia un desastre sin interceptarlo. Si
esperamos las bendiciones de Dios en nuestras iglesias, es indispensable que nos
conduzcamos en acorde con la Palabra de Dios. Él nos dice cómo conducirnos en “la
casa de Dios” (1 Ti. 3:15). No hemos de depender del mundo para que nos guíe. Si
vamos a practicar el amor cristiano, tenemos que practicar la disciplina eclesiástica. Por
otro lado, no le hará ningún bien a la iglesia si practicamos las formas correctas de
disciplinar sin el espíritu de amor y humildad que debe caracterizar a los discípulos del
Señor Jesucristo.

No es nuestra intención sugerir que la disciplina eclesiástica sea un “curalotodo”


para los males de la iglesia contemporánea, ni pretendemos que disciplinar sea la única
114
o principal manera en que hemos de demostrar nuestro amor mutuo. Más bien
afirmamos que esta es parte de la reforma necesaria en la iglesia actual. El camino a la
reforma en la iglesia siempre es el de la revelación divina. Por lo tanto, el propósito de
esta sección, es simplemente señalar el camino de regreso a la práctica bíblica de la
disciplina eclesiástica.

Necesidad y propósito de la disciplina eclesiástica

Así como la iglesia aplica los principios bíblicos para aceptar a alguien como
miembro de la iglesia, debe aplicarlos también en el gobierno de la membresía y, de ser
necesario, sacar de ella a aquellos que así lo ameriten. Jesús estableció principios a
seguir para hacer que todos los cristianos fueran en cierta medida, responsables unos de
otros por su conducta, e incluyó procedimientos disciplinarios para este fin (Mt. 18:15-
17). Es en este contexto que dio a la iglesia la responsabilidad de pronunciar su perdón
y sus juicios. “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo;
y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:18). Por cierto, que
la ratificación en el cielo de lo que la iglesia hace en la tierra depende de que la iglesia
actúe en obediencia a Cristo y sus principios sin hipocresía ni favoritismo. Como dijo
Matthew Poole9 este texto es “para asegurar a los pecadores rebeldes e impenitentes que
ratificaría lo que hiciera su iglesia, de acuerdo con la regla que les había dado para
seguir. Por lo tanto, es un texto terrible para aquellos que con justicia y razón son
cortados de la comunión de la iglesia”. Poole agrega sabiamente: “Este texto no hace
infalible a la iglesia, ni obliga al Dios santo a defender sus errores”. No obstante, la
única realidad establecida en este punto es que el Señor Jesucristo de hecho tiene la
intención de que su iglesia gobierne a sus miembros aun incluyendo medidas
disciplinarias cuando estas son necesarias. No pensemos que esto es simplemente un
poder opcional para actuar, porque todas las instrucciones del Señor son dadas en forma
imperativa. La iglesia no tiene derecho a ignorar una conducta pecaminosa persistente
entre sus miembros. Nuestro Señor no nos ha dado esa opción.

9
Matthew Poole (1624-1679) – Teólogo inglés no conformista y autor de English
Annotations on the Holy Bible, aka, Matthew Poole’s Commentary on the Holy Bible (Notas
sobra la Santa Biblia en inglés, mejor conocido como Comentario de la Santa Biblia por
Matthew Poole)
115
La necesidad y el propósito de la disciplina eclesiástica pueden verse claramente
en seis aspectos:

1. Glorificar a Dios por medio de la obediencia a sus instrucciones para


mantener el gobierno correcto de la iglesia. La Palabra de Dios es clara en
su intención de que la disciplina de diversos tipos fuera parte de la vida de la
iglesia (Mt. 18:15-20; Ro. 16:17; 1Co. 5:1-13; 1Ts. 5:14; 2Ts. 3:6-15; 1Ti.
5:20; 6:3; Tit. 1:13; 2:15; 3:10; Ap. 2:2, 14, 15,20). Siempre resulta
glorificador para Dios cuando obedecemos su Palabra en lugar de dedicarnos
a nuestros propios intereses. No seamos como aquellos en la época de
Jeremías de quienes está escrito: “He aquí que la palabra de Jehová les es
cosa vergonzosa, no la aman” (Jer. 6:10).
2. Recuperar a los ofensores. La meta de todo tipo de disciplina, ya sea por
mansa corrección, amonestación, reprimenda o excomulgación, es siempre la
restauración del ofensor (Mt. 18:15; 1Co. 5:5; Gá. 6:1). Ninguna de las
instrucciones bíblicas sobre este tema promete la restauración como
resultado. No obstante, las indicaciones sabias de Dios concernientes a cómo
el pecador debe ser llevado al arrepentimiento tienen que ser respetadas y
obedecidas. Por lo tanto, aunque nos sintamos inclinados a sencillamente
orar sobre el asunto, Dios manda que la acción acompañe a nuestras
oraciones. Las instrucciones del Apóstol referentes al ofensor, “no lo tengáis
por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2 Ts. 3:15), establece el
tono de esta obra de extrema gravedad. Como comenta Calvino: “Aunque la
excomulgación también castiga al hombre, lo hace de manera que le es una
advertencia de su condenación futura, puede volverlo a la salvación
(Institutes [Institutas] Libro IV, Capítulo 12, Sección 10).
3. Mantener la pureza de la iglesia y su adoración (1 Co.5:6-8) y evitar la
profanación de la [ordenanza] de la Cena del Señor (1 Co. 11:27). Nunca
podremos mantener a la iglesia visible perfectamente pura porque no somos
más que seres falibles. Nuestra incapacidad de alcanzar la perfección en esta
cuestión no es, sin embargo, una excusa para darnos por vencidos y no
intentarlo. Tenemos que mantener la pureza de la iglesia visible de Cristo
todo lo que nos sea posible según nuestro conocimiento y poder. Todo esto
se hace más evidente una vez que reconocemos que la falsa doctrina y la
116
mala conducta son infecciosas. Si estas se toleran en las iglesias, todos los
miembros se perjudican (cf. 1 Co. 5:6).
4. Vindicar la integridad y el honor de Cristo y su religión demostrando
fidelidad a sus principios (2 Co.2:9, 17). La iglesia que se niega a ejercer
disciplina no puede esperar ni el respeto del mundo ni la confianza de sus
propios miembros.
5. Disuadir a otros de pecar (cf. 1 Ti. 5:20). Por la práctica fiel de la disciplina,
“el vicio se reprime y la virtud se alimenta” (The Scotts Confession
[Confesión escocesa] 1560, Capítulo XVIII).
6. Evitar que haya motivo para que Dios se ponga en contra de la iglesia local
(ver Ap. 1:14-25). Dado que la iglesia está comprometida a dar toda su
lealtad al Señor Jesucristo, y esto significa amarle y guardar sus
mandamientos (Jn. 14:15, 23, 24; 15:10,14), es evidente que la sinceridad del
corazón de la iglesia es probada cuando se ve frente a la disyuntiva de elegir
entre la obediencia o desobediencia en esta cuestión de la disciplina de sus
miembros. Es tan necesario para la iglesia ejercer una disciplina correcta
como lo es predicar la Palabra y administrar correctamente las [ordenanzas].
Por esto es que la Confesión Belga (Belgic Confession, Capítulo XXIX,
1561), que surgió de la Reforma, dice: “Las características por las que la
iglesia auténtica es reconocida son estas: si en ella se predica la doctrina pura
del evangelio, si mantiene la administración pura de las [ordenanzas] tal
como las instituyó Cristo, si la disciplina eclesiástica es ejercida castigando
el pecado; en suma, si todas las cosas son manejadas de acuerdo con la
Palabra pura de Dios, todas las cosas contrarias a ella son rechazadas y
Jesucristo es reconocido coma la única Cabeza de la Iglesia”.10

10
Tomado de Biblical Church Discipline (Disciplina eclesiástica bíblica), Solid Ground Christian
Books, www.solid-ground-books.com. Daniel E. Wray: Pastor y autor congregacionalista; fue pastor de la
Congregational Church en Limington, Maine, en 1975.
117

6
MODALIDADES DE LA DISCIPLINA
ECLESIÁSTICA

Las modalidades o clases de disciplina eclesiástica varían de lo leve a lo


severo. Las siguientes acciones que las conforman son bíblicas:

1. Amonestación
Ya sea privada o pública (Ro. 15:14; Col. 3:16; 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:14-15;
Tit. 3:10, 11). El Diccionario de la Real Academia Española define a la
118
palabra amonestar como: “1) Hacer presente alguna cosa para que se
considere, procure o evite. 2) Advertir, prevenir, a veces por vía de
corrección disciplinaria”. Las Escrituras mismas son una forma de
amonestación (1 Co. 10:11). Los cristianos debieran amonestarse y alentarse
unos a otros, por ejemplo, para hacer buenas obras y para asistir a las
reuniones de la iglesia (He. 10:24, 25).

2. Reprender, redargüir, convencer11 (Mt. 18:15; Ef. 5:11; 1 Ti. 5:20; 2Ti.
4:2; Tit. 1:9,13; 2:15).
La palabra griega elencho que es usada en los pasajes recién citados, es una
palabra rica en significado que quiere decir: “…reprender a otro con el uso
muy efectivo de las armas victoriosas de la verdad, con el fin de traerlo, si no
siempre a una confesión, por lo menos a una convicción de su pecado…”2.
Esta palabra también se usa para referirse a la obra del Espíritu Santo en Juan
16:8 y está en boca del Cristo entronizado en Apocalipsis 3:19, donde dice:
“Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.
Por tanto, la reprensión correcta es una acción de amor. La única guía
correcta en tales asuntos es la Palabra de Dios escrita que es “útil… para
redargüir” (2 Ti. 3:16).

11
Reprensión o amonestación, es el grado elemental de censura eclesiástica; consiste en
reconvenir a un ofensor, señalando la ofensa, cargándosela a su conciencia,
aconsejándole y exhortándolo a que se arrepienta. Se le anima para que esté en guardia y
vuelva a la obediencia, orando por él para que sea restaurado (Tit. 1:13). Esta, y las
demás censuras eclesiásticas, tienen que ser administradas con amor y ternura (Ap. 3:19) con prudencia
cristiana (1 Ti. 1:2) y con la finalidad sincera de salvar al alma de la
muerte (Stg. 5:19, 20; 2 Co. 13:10; Gá.6:1). Debe hacerse sin parcialidad (1 Ti. 5:21) y
como una advertencia para otros (1 Ti. 4:20).
Un miembro de iglesia se hace merecedor de una reprensión (1) cuando hace uso de cosas
que en sí no son ofensivas, pero cuya práctica hiere la susceptibilidad de un hermano
débil (1 Co. 8:11, 12); (2) cuando le cuenta a otros las debilidades de un hermano (1 P.
4:8); (3) cuando altera la paz de los hermanos por cuestiones sin importancia (Ro.
14:19-22); (4) cuando, sin causa justa, se indigna con un hermano (Mt. 5:22); (5) cuando
insiste en darle importancia a asuntos y prácticas no bíblicas que están en boga, como si
fuera indispensable que sean adoptadas por la iglesia o por los miembros (1 Co. 11:16);
(6) cuando deja de amonestar o reprender privadamente a un hermano que él se sabe
culpable de pecado (Lv. 19:17); (7) cuando deja de asistir a las reuniones de la iglesia
por atender sus negocios (Hch. 6:2) y (8) cuando asiste a otros lugares de adoración
descuidando el suyo (He. 10:25). (James Leo Garrett, Jr., “A Summary of ChurchDiscipline” [Un
resumen de disciplina eclesiástica] en Baptist Church Discipline
[Disciplina eclesiástica bautista], 49, 50)
2 R. C. Trench, Synonyms of the New Testament (Sinónimos del Nuevo Testamento), 12.
119
Es importante que todos los cristianos practiquen cariñosamente la
amonestación y la reprensión en sus relaciones unos con otros. Muchos
cristianos se han librado de caer en malos caminos o de errores más serios
por una reprensión mansa de un hermano en Cristo. Si los cristianos
aplicaran a conciencia la amonestación y reprensión, habría menos miembros
excomulgados. Sabiendo esto, el cristiano fiel anhela ayudar a pecadores a
arrepentirse antes de que sea necesario aplicar la excomunión. Además, los
cristianos han de ayudarse unos a otros a seguir “la verdad en amor” (Ef.
4:15).
A medida que cada cristiano reflexiona sobre su responsabilidad en este
sentido, siempre debe recordar que la única fuente de amonestaciones y
reprensiones es la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que tenemos que
estar citándonos versículos bíblicos unos a otros, pero sí significa que la
sustancia de todas las amonestaciones y reprensiones tiene que ser bien
fundamentada y claramente bíblica. No tenemos que ofrecernos unos a otras
ideas humanas, sino hablar con la autoridad de Dios. Tenemos que
acostumbrarnos a decir: “Esto dice el Señor”. Esto debe llevarse a cabo
humildemente, recordando que nosotros mismos no somos más que
pecadores salvados por gracia. Además, el arrepentimiento y la fe
constituyen el camino de salvación para todos los cristianos. Por lo tanto,
intentamos guiar al pecador por la misma senda en que nosotros mismos
tenemos que andar. No hemos de colocarnos ante ellos con sentido de
superioridad, sino a su lado como hermanos ( Gá. 6:1-3; 2 Ts. 3:15).
3. Excomunión.12

12
[NOTA DEL EDITOR] Algunos creen que suspensión es una categoría bíblica de la
disciplina. John Owen, John Gill y otros rechazan el concepto, considerando a la reprensión y la
excomunión como las únicas categorías legítimas y bíblicas. No obstante, otros la han adoptado como una
posición viable, por lo que incluimos en esta nota una breve presentación de la misma: “La suspensión,
considerada como una censura eclesiástica, es el acto por el cual la iglesia determina que un miembro
ofensor, habiendo sido hallado culpable, no puede ocupar una posición de oficial de la iglesia, ni
participar de la Cena del Señor ni puede tener voz ni voto, en ningún caso…Dado que esta censura no
corta la unión, sino solo la comunión de la iglesia, el miembro suspendido no debe considerarse como un
enemigo, sino que debe ser exhortado como hermano (2 Ts. 3:15); y habiendo hecho luego una profesión
de arrepentimiento creíble, la censura debe ser retirada y el culpable restaurado gozando de todos los
privilegios de la iglesia. Esta censura debe ser administrada en caso de ofensas que no son tan graves
como para merecer la excomunión, por ejemplo (1) cuando un miembro altera la paz de la iglesia
causando discordias y disputas (1 Ti. 1:6; 6:5); (2) cuando se retira de la iglesia debido a la sana
disciplina de esta, a pesar de las amonestaciones cariñosas recibidas (Jn. 6:66); (3) si no reprende a otro
miembro de la iglesia con quien está ofendido y no cumple su deber con él según las instrucciones
120
Las descripciones dadas por nuestro Señor Jesucristo y el apóstol Pablo
definen esta forma final de disciplina: “Y si no oyere a la iglesia, tenle por
gentil y publicano” (Mt. 18:17). “Más bien os escribí que no os juntéis con
ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o
maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis…Quitad, pues, a
ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5:11, 13). Es así que esta forma
sumamente severa de disciplinar excluye al ofensor del seno de la iglesia y
de todos los privilegios de ser miembro de ella. Sin embargo, mientras que la
persona de hecho queda excluida de participar de la Cena del Señor, no se le
debe impedir que asista cuando se enseña y predica la Palabra, porque aun
los no creyentes son bienvenidos a las asambleas públicas (1 Co. 14:23-25).
Nadie duda que esta forma de disciplina es desagradable y causa dolor (1 Co.
5:2). No obstante, esta práctica recibe en el Nuevo Testamento, la aprobación
de Cristo mismo (Mt. 18:18, 19). Pablo confirma esta aprobación cuando
escribe acerca de la situación en Corinto al decir que el fornicario debe ser
entregado a Satanás (es decir, devuelto al mundo que es el dominio de
Satanás), “en el nombre de nuestro Señor Jesús” y “con el poder de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Co. 5:4). No podría afirmar con más claridad y firmeza
que nuestro Señor Jesús mismo es la autoridad detrás de toda excomunión
auténtica.
Sin embargo, la excomunión no es irreversible, porque la persona que se
arrepiente de su pecado y busca que Dios lo limpie y perdone debe ser
restaurada a la comunión de la iglesia (2 Co. 2:6-8). De hecho, es la
responsabilidad del pueblo de Dios seguir orando por cualquier persona que
ha sido puesta en disciplina y excluida de la comunión a fin de que Dios la
lleve al arrepentimiento. Por otro lado, mientras sigue sin arrepentirse debe
seguir bajo disciplina.

bíblicas (Mt. 18:15); (4) cuando postula principios equivocados y herejes (Tit. 3:10); (5) cuando es
insidioso y calumniador (Sal. 50:19-21); (6) cuando por indolencia descuida las obligaciones que le
corresponden en la vida (1 Ti. 5:8); (7) cuando ha cometido una falta grave pero muestra algunas señales
de arrepentimiento debe ser suspendido a fin de darle tiempo a la iglesia para juzgar su sinceridad (1 Jn.
5:8); (8) cuando un grupo de miembros, como Coré y sus compañeros, se rebela contra las obligaciones
de su pacto a intenta formar un grupo de una manera irregular y en oposición a todas las reconvenciones
de la mayoría, siendo ‘implacables’ y ‘aborrecedores de lo bueno’ (2 Ti. 3:3). En suma, todas las prácticas
que, por su propia naturaleza y tendencias son destructivas para la reputación, paz y prosperidad de la
iglesia pero que aun así no parecen irremediables por lo que merecen esta censura”. (James Leo Garrett,
Jr., “A Summary of Church-Discipline” en Baptist Church Discipline, 50-51)
121
Reconocemos por supuesto, que el ofensor en la actualidad a menudo
buscará otra iglesia a la cual asistir a fin de evitar arrepentirse y sujetarse a la
iglesia que lo amó lo suficiente como para disciplinarlo. En tales casos, el
ofensor y la otra iglesia darán cuenta a Dios. La iglesia que disciplinó, si
cumplió bien su deber, será vindicada por el Señor a su debido tiempo.13

7
NATURALEZA DE LA EXCOMUNIÓN

Es una disciplina aplicada en el nombre de Cristo y según su voluntad. Es un


recurso por medio del cual una persona, que hasta el momento ha gozado de los
privilegios de ser miembro de la iglesia visible de Cristo, es expulsada de ella y
entregada a Satanás. Es un castigo impuesto. El Apóstol lo llama explícitamente
reprensión en 2 Corintios 2:6. Hablando de la persona expulsada, dice: “Le basta a tal
persona esta reprensión”. Pues, aunque tal castigo no fue diseñado por el hombre para
destrucción de la persona disciplinada, sino para su corrección –y aunque es un castigo
infligido por el hombre—aun así, es en sí una calamidad grande y atroz. Es el castigo
más severo que Cristo ha encargado a la iglesia visible. Aunque al aplicarlo, la iglesia

13
Tomado de Bíblical Church Discipline, Solid Ground Christian Books, www.solid-ground-
books.com. Daniel E. Wray.
122
debe procurar solo el bien de la persona y su restauración del pecado –recurriendo a esta
medida cuando no hay esperanza de recuperación por medios más mansos— no
obstante, está en las manos de Dios si tal reprensión resultará en su humillación y
arrepentimiento o en su destrucción terrible y eterna. Siempre resultará lo uno u lo otro.

Primero, mostraré en qué consiste este castigo. Hemos de notar que tiene en sí
algo privativo y algo positivo.

Primero, hay algo privativo en la excomunión.

Esto consiste en ser privado de un beneficio disfrutado hasta el momento. En


la iglesia judía, esta parte del castigo era llamada expulsión de la sinagoga (Juan 16:2).
La palabra sinagoga tiene el mismo significado que la palabra iglesia. Entonces este
castigo en la iglesia cristiana es llamado expulsión de la iglesia. El Apóstol Juan,
culpando a Diótrefes por aplicar este castigo sin razón, dice: “los expulsa de la iglesia”
(3 Jn. 10). A veces se expresa como la iglesia apartándose del miembro: “Os
ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo
hermano que ande desordenadamente” (2 Ts. 3:6).

La parte privativa de la excomunión consiste en privar a la persona puesta en


disciplina de los privilegios de los que goza el pueblo visible de Dios. Toda la
humanidad se divide en estos dos tipos: los que constituyen el pueblo visible de Dios y
los que son del reino visible de Satanás. Es un gran privilegio estar dentro de la iglesia
visible de Cristo. Por el contrario, es triste estar sin este reino visible, verse privado de
sus privilegios, ser tratado como si de hecho perteneciera al reino visible de Satanás.
Porque:

1. Dejan de ser objeto del amor del pueblo de Dios que corresponde entre
hermanos cristianos.

De hecho, no están despojados de todo el amor del pueblo de Dios, porque todos
los hombres deben ser objeto de su amor. Más bien me refiero al amor fraternal que
corresponde a los santos de la iglesia local.

El amor, como lo representa el Apóstol, es el vínculo por el cual varios


miembros de la iglesia de Cristo se unen. Por lo tanto, lo llama el vínculo perfecto:
123
“Vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Col. 3:14). Pero la expulsión con razón
de una persona es parecida a la amputación de un miembro infectado que realiza un
cirujano: el vínculo que antes lo unía al cuerpo ha sido cortado o roto… Esto implica
que la iglesia no aprueba de la persona como cristiana. Ya no la puede considerar con
amor fraternal como un santo o hermano adorador de Dios. Por ello, la priva
abiertamente de su amor, dejando de reconocerlo como un hermano cristiano al igual
como no reconoce que lo sean los paganos. También queda privado de aquel honor que
corresponde a los hermanos cristianos. Ser un cristiano visible es un honor; pero las
personas expulsadas renuncian a este honor. Los cristianos no deben honrarlas ni
respetarlas como lo hacen con otros, sino tratarlas como indignas de tal honra a fin de
que se avergüencen. Cristo nos dice que deben ser para nosotros como gentiles y
publicanos (Mt. 18:17). Esto implica dejar de darles el respeto común que dan a otros.
Tenemos que tratarlos de modo que vean claramente que no los consideramos dignos de
ello y así avergonzarlos. Aquellos a los que estamos obligados a recibir como santos
porque son cristianos visibles, merecen mucho amor y aceptación. En cambio, el
excomulgado pierde esta aceptación. Debemos seguir deseándole bien y procurar su
bienestar. La excomunión misma tiene que llevarse a cabo como un acto de
benevolencia. Por medio de él, se ha de procurar un resultado efectivo, y debe ser usado
como un medio que lleve a la salvación eterna. Pero la complacencia y satisfacción en
ellos como cristianos visibles tienen que ser retiradas. Más bien deben ser objeto de
desagrado, por ser visible y aparentemente perversos. Hemos de echarlos fuera como
cosa inmunda que profana la Iglesia de Dios.

En este sentido, el salmista profesa odio contra los que eran enemigos visibles de
Dios. “¿No odio, oh Jehová, a los que te aborrecen, y me enardezco contra tus
enemigos? Los aborrezco por completo; los tengo por enemigos” (Sal. 139:21-22). No
que los aborreciera con un aborrecimiento malicioso ni deseándoles mal, sino con
desagrado y disgusto por su maldad. En este sentido debemos ser hijos de nuestro Padre
que está en los cielos, quien, aunque ama a muchos malos con un amor benevolente, no
obstante, no puede amarlos con complacencia. Por tanto, las personas expulsadas son
cortadas del amor de la iglesia.

2. Son cortadas también de la sociedad que une a los cristianos como


hermanos.
124
Por tanto, se nos manda apartarnos de los tales (2 Ts. 3:6; Ro. 16:17). No
juntarnos con ellos (2 Ts. 3:14). Y tratarlos como gentiles y publicanos (Mt. 18:17). El
pueblo de Dios debe, hasta donde sea posible, apartarse de ellos en lo que respecta a la
relación que es correcta entre cristianos. No que tendrían que evitar hablar con ellos
totalmente, no se prohíben todos los grados de relación, sino toda relación innecesaria o
la que es acostumbrada entre los que disfrutan de una compañía mutua. No debemos
asociarnos con ellos con el fin de hacerlos nuestros amigos. Sí, tendría que evitarse su
compañía al punto de mostrar mucho disgusto. En particular se nos prohíbe el grado de
asociación con ellos que habría si fueran huéspedes a nuestra mesa o fuéramos nosotros
huéspedes de ellos a su mesa. Esto se hace evidente en el texto, donde se nos manda
mantenernos apartados de ellos: ni aun comer con ellos. Estas palabras hacen evidente
que esto no se refiere a no comer o compartir con ellos la Cena del Señor, sino a no
compartir comidas comunes. El comer que aquí se prohíbe es uno de los grados más
elementales de compartir una compañía, lo cual de hecho se prohíbe. “No os juntéis con
ninguno así”, dice el apóstol, “con el tal ni aun comáis”. Esto es lo mismo que decir:
“No, ni el grado tan simple de comer con él” … Dice él: “No os juntéis con ninguno
que, llamándose hermano, fuere fornicario… con el tal ni aun comáis”. Esto hace
evidente que el apóstol no se refiere a compartir la Cena del Señor…

Aquí surgen naturalmente dos preguntas:

PRIMERA PREGUNTA. ¿Hasta qué punto debe la iglesia tratar a las personas
expulsadas como si nunca hubieran sido de la iglesia visible? Contesto que deben
tratarlos como paganos, con dos excepciones en que debe haber una diferencia.

1. Deben seguir preocupándose más por su bienestar de lo que se


preocuparían si nunca hubieran sido hermanos, y por lo tanto deben
esforzarse más por restaurar[los] y salvarlos con sus amonestaciones, que
lo que están obligados a hacer en el caso de los que siempre han sido
paganos.

Esto es lo que manifiesta el Apóstol al decir: “Si alguno no obedece a lo que


decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se
avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2 Ts.
3:14, 15). La consideración de que hasta entonces ha sido un hermano y que no lo
125
hemos excluido definitivamente de esa relación, sino que seguimos esperando y usando
medios para restaurarlo, nos lleva a preocuparnos más del bien de su alma que de
aquellos con quienes nunca hemos tenido esta relación. [Debido a esto] oramos por él y
nos esforzamos por amonestarlo. La razón misma de la expulsión lo demuestra. Porque
de hecho esta ordenanza de excomulgar se usa para este fin, a fin de que por ella se
obtenga el bien de la persona excomulgada. De seguro que hemos de estar más
preocupados por el bien de aquellos que han sido nuestros hermanos y que están ahora
bajo la operación del medio usado por nosotros para su bien que por aquellos con nunca
hemos tenido ninguna relación especial…

2. Por otro lado, la persona expulsada debe ser tratada con más desprecio y
menos respeto que a los paganos en cuanto al amor que antes se le daba y
que resultaba en complacencia para ella.

Esto resulta claro por el texto y el contexto. Porque el apóstol no requiere que
evitemos la compañía de los paganos o los fornicarios del mundo, pero requiere
expresamente que evitemos la compañía del hermano culpable de uno de los pecados
señalados en el texto y otros similares. Esto también es evidente en razón de la primera
pregunta. Porque aquellos que una vez fueron cristianos visibles y han caído en pecado,
de modo que ya no lo son visiblemente, merecen ser tratados con más aborrecimiento
que aquellos que nunca han pretendido ser cristianos. El pecado de los primeros, al
violar su profesión de fe, es más grave que el pecado de los que nunca han profesado
serlo…

SEGUNDA PREGUNTA. ¿Qué bondad y respeto podemos y debemos mostrar a


tales personas? Respondo: Hay algunas cosas por medio de las cuales les corresponde a
los miembros de la iglesia demostrar bondad hacia ellas. Estas son, principalmente, orar
por ellas y amonestarlas. También deben ser objeto de las ayudas caritativas cuando las
necesiten; ayudándoles cuando están enfermas y pasando por alguna aflicción, dándoles
una mano como seres humanos, en lo que sea necesario para sustentar y defender su
vida y propiedades. Los deberes de las relaciones naturales y de urbanidad deben seguir
cumpliéndose. La excomunión no libera a los hijos de sus obligaciones hacia sus padres
ni a los padres de su afecto y cuidado por sus hijos. Ni quedan esposas y esposos libres
126
de las obligaciones correspondientes a su relación. Y así es también con todas las otras
relaciones de menos importancia, sean estas naturales, domésticas o civiles.

3. Quedan privados de la comunión de la iglesia cristiana.

La idea correcta de la iglesia visible de Cristo es que constituye esa parte de la


humanidad que, como su pueblo, está unido en mantener la adoración que él prescribió.
Para los fines de este tratado, definimos a una iglesia visible particular de Cristo, como
una sociedad determinada de fieles o santos visibles, unidos para el culto público de
Dios de acuerdo con sus preceptos u ordenanzas. Siendo así, un privilegio grande y
principal que los miembros de una iglesia tal disfrutan es la comunión en la adoración
que Dios prescribió. Pero los que son expulsados quedan privados de este privilegio: no
tienen nada de compañerismo, nada de comunión con el pueblo de Dios en ninguna
parte de su adoración.

El que es la voz de la congregación adoradora elevando oraciones públicas, lo es


solo de la sociedad adoradora, ya que los excomulgados están expulsados de esa
sociedad. La iglesia puede y debe orar por ellos, pero no puede tener con ellos
comunión en la oración…como hemos dicho anteriormente, las personas expulsadas
están en este respecto echadas fuera del amor de la iglesia quien entonces las considera
impías y enemigas de Dios, [tratándolas] como tales.

Por ende, cuando una congregación de santos visibles se une para cantar las
alabanzas de Dios, como dice el salmista “Exaltemos a una su nombre” (Sal. 34:3), lo
hacen solo entre los que son, en su opinión, siervos hermanos y hermanos adoradores de
Dios. No lo hacen como uniéndose a paganos, ni le dice el pueblo de Dios a los
enemigos declarados de Dios: “Vengan ‘y exaltemos a una su nombre’”, sino que se lo
dicen a sus hermanos en el servicio de Dios. Si no debemos juntarnos en sociedad con
personas expulsadas, muchos menos hemos de tener comunión con ellas en el culto
solemne de adoración, aunque pueden estar presentes.

4. Hay privilegios de una naturaleza más interna que disfrutan los que son
miembros de la iglesia visible, de los cuales son privados las personas
expulsadas.
127
Siendo el pueblo del pacto de Dios, sus miembros reciben las bendiciones del
pacto y por lo tanto se sienten más impulsados a acercarse a Dios en oración con el fin
de pedir cualquier misericordia que necesitan. La iglesia visible es el pueblo entre el
cual Dios ha puesto su tabernáculo y al cual quiere dar sus bendiciones. Pero los
expulsados son, en un sentido, echados fuera de la vista de Dios, desterrados como lo
fue Caín, aunque no privados de los medios de vida comunes (Gn. 4:14,16)… Hasta
aquí he considerado la parte privativa del castigo de la excomunión.

En segundo lugar, la parte positiva.

Expresa como siendo “entregado a Satanás” en el versículo 5. Esto parece


significar dos cosas:

1. Los excomulgados son entregados a las calamidades a las que están


sometidos los que pertenecen al reino visible del diablo.

Al ser expulsados son echados fuera del pueblo visible de Dios, por ende, son
considerados, por lo menos en la mayoría de los sentidos, como estando en las
circunstancias miserables y deplorables en que viven los que están bajo la tiranía visible
del diablo; como lo están los paganos. En muchos respectos, es indudable que sufren la
cruel tiranía del diablo que concuerda con su condición de haber sido arrojados de su
reino visible.

2. Es razonable suponer que Dios quiera hacer del diablo el instrumento de


esos castigos severos y distintivos que su apostasía merece.

Dado que merecen un castigo más severo que los paganos y que son entregados
a Satanás para la destrucción de la carne, bien podemos suponer que Dios permite a
Satanás que moleste exterior o interiormente a los expulsados con medios muy severos
para destruir la carne y de esta manera humillarlos, o que deja que el diablo tome
posesión de ellos de manera atroz para endurecerlos y así destruirlos para siempre.
Porque si bien los hombres tienen como objetivo solo la destrucción de la carne, al final
de cuentas es la soberana voluntad de Dios la que determina si procede la destrucción de
la carne o la destrucción eterna y más terrible de ellos mismos… Mostraré ahora por
quién será infligido el castigo:
128
A) Cuando es infligido regular y debidamente, se considera que es por obra de
Cristo mismo. La definición lo implica: es de acuerdo con su voluntad y
según las instrucciones de su Palabra. Por lo tanto, él tiene que ser
considerado como rector en ello, y debemos verlo como real y
verdaderamente de él, tal como si estuviera sobre la tierra infligiéndolo
personalmente.
B) Cuando es infligido por los hombres, lo es solo ministerialmente. No actúan
por sí mismos en esto, como no lo hacen cuando predican la Palabra. Cuando
se predica la Palabra, es la Palabra de Cristo la que se presenta, pues el
predicador habla en nombre de Cristo como su embajador. Por lo tanto,
cuando una iglesia expulsa a un miembro, la iglesia actúa en nombre de
Cristo y bajo su autoridad, no la suya propia. De hecho, la Palabra promete
que cuando la disciplina de un miembro se realiza debidamente, será
confirmado en el cielo, es decir, Cristo lo confirmará reconociéndolo como
un acto suyo. En su providencia futura, considerará lo realizado como
realizado por él mismo; pondrá sus ojos sobre la persona y la tratará como
echada fuera y entregada a Satanás por él mismo. Si no se arrepiente,
[Cristo] lo rechazará para siempre: “De cierto os digo que todo lo que atéis
en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será
desatado en el cielo” (Mt. 18:18). “A quienes remitiereis los pecados, les son
remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn. 20:23).14

8
OBJECCIONES A LA DISCIPLINA

Toda vez que la Iglesia intenta ser fiel a las instrucciones bíblicas concernientes
a la disciplina, de seguro surgen una multitud de objeciones. Juan Calvino bien lo sabía
cuándo escribió en el siglo XVI: “Mas como algunos, por el odio a la disciplina,

14
Tomado de “The Nature and End of Excomunication” (La naturaleza y finalidad de la
excomunión) en The Works of Jonathan Edwards (Las obras de Jonathan Edwards), Tomo 2, 118-21, The
Banner of Truth Trust, www.banneroftruth.com. Jonathan Edwards (1703-1758): Predicador
congregacional norteamericano, reconocido por su predicación durante el Gran Despertar junto con
George Whitefield; nacido en East Windsor, Colonia de Connecticut
129
aborrecen aun el nombre de la misma, han de entender bien esto: si no hay sociedad ni
casa, por pequeña que sea la familia, que pueda subsistir en buen estado sin disciplina,
mucho más necesaria ha de ser en la Iglesia, cuya condición debe ser lo más ordenada
posible. Así como la doctrina salvadora de Cristo es el alma de la Iglesia, así la
disciplina es como sus tendones, mediante los cuales los miembros del cuerpo de la
Iglesia se mantienen cada uno en su debido lugar. Por ello, todos los que desean que no
haya disciplina o impiden que se establezca o restituya, bien sea que lo hagan
deliberadamente, bien por inconsideración, ciertamente estos tales procuran la ruina
total de la Iglesia. Porque, ¿qué sucedería si a cada uno le es lícito hacer cuanto se le
antoje? Pues esto es lo que sucedería si la predicación de la Palabra no se
complementara con las amonestaciones privadas, las correcciones, y otras ayudas
semejantes que sustentan la doctrina para que no quede sin eficacia” (Institutes, Libro
IV, Capítulo XII, Sección I).

Muchos piensan erradamente que una vez que se ha establecido una enseñanza
bíblica, no tienen más que presentar algunas objeciones para descartarla. Pero no es así.
Las únicas objeciones que pueden descartar a una doctrina son las que desdicen los
factores sobre las cuales se fundamenta. Ninguna de las siguientes objeciones puede
hacerlo. No obstante, muchos cristianos se encuentran con problemas auténticos en el
área de la disciplina eclesiástica. Por lo tanto, ofrecemos como una ayuda al que tiene
preguntas sinceras, las respuestas a algunas objeciones y preguntas comunes:

OBJECIÓN: “La práctica de una disciplina eclesiástica puede causar


divisiones”. Respuesta: Sí, es posible; ¡pero también podría causarlas la predicación
consecuente de la Biblia (cf. Lc. 12:51-53)! La verdad es que la obediencia a Cristo y su
Palabra es más importante que una “unidad” artificial basada en desobedecer y
comprometer las verdades bíblicas. Si la iglesia realiza la disciplina decentemente y en
orden, actuando por medio de oficiales nombrados debidamente, las divisiones pueden
mantenerse a un mínimo.

OBJECIÓN: “Disciplinar a alguien sería ‘juzgarlo’”. Respuesta: Si se establece


claramente una culpabilidad (como cosa esencial), entonces el culpable se ha juzgado a
sí mismo. Mientras se niega a arrepentirse, sigue pronunciándose culpable. Al imponer
la disciplina, la iglesia no determina un juicio, sino que solo pronuncia el juicio de
130
Cristo sobre la persona que insiste en seguir llevando su culpa. Pablo reprende a los
corintios por no hacerlo (1 Co. 5:1, 2) y el Señor Jesús reprende de manera similar a la
iglesia en Tiatira (Ap. 2:20). Existe una diferencia grande entre la acción correcta de
juzgar en 1 Corintios 5:3, 4 y la manera incorrecta de hacerlo que vemos en Mateo 7:1-
5.

OBJECIÓN: “Nosotros mismos somos pecadores, entonces ¿cómo podemos


condenar a otro? Respuesta: Si, nosotros mismos somos pecadores, pecando cada día
con nuestros pensamientos, palabras y acciones. Si estamos persistiendo en un pecado
abierta y sistemáticamente, sin arrepentimiento, remordimiento o deseo por cambiar,
estaríamos también nosotros sujetos a ser disciplinados. Repito que el punto es que
nosotros mismos no condenamos a nadie. Solo pronunciamos el juicio de Cristo sobre
los que provocan la censura sobre sí mismos por persistir en el pecado sin arrepentirse.
Tal impenitencia es contraria a una profesión de fe cristiana…

OBJECIÓN: “¿Acaso la frase ‘contra ti’ (Mt. 18:15) no limita los


procedimientos disciplinarios a ser seguidos por aquel contra quien se ha pecado?”
Respuesta: De ninguna manera, porque:

a. Cada pecado, si se persiste en él, sin arrepentimiento, es un pecado


contra Cristo y luego contra su iglesia, tanto como lo es contra
cualquier individuo específicamente involucrado. Por lo tanto, están
en juego más que los sentimientos de aquel contra quien se ha pecado
(cf. Sal. 51:4).
b. Limitar el mensaje de la manera sugerida convertiría sus enseñanzas
en un absurdo. Porque solo aquel contra quien se ha pecado tiene
derecho de procurar la disciplina. Entonces, si se ha pecado contra
alguien fuera de la iglesia este no tiene ninguna alternativa porque al
no creyente no se le permitiría procurar un proceso disciplinario
dentro de la iglesia de Dios. Por lo tanto, cuando un hermano ha
pecado contra alguien no cristiano, la iglesia no puede hacer nada,
porque no ha pecado “contra” nadie dentro de la iglesia. ¡Qué
deshonra sería para la iglesia del Señor!
131
c. Si los pastores y ancianos han de “gobernar” la Iglesia de Dios (1Ti.
3:5; 5:12; He. 13:7, 17, 24), se les debe confiar a ellos ciertos poderes
disciplinarios. ¿Debiera un pastor servir la Cena del Señor a alguien
que él sabe que está viviendo en pecado? ¡Por supuesto que no! Pero
si el pastor no tuviera derecho de disciplinar simplemente porque el
pecado no fue contra él personalmente, entonces sus manos estarían
atadas de tal manera que ya no podría cumplir su responsabilidad
dada por Dios de gobernar a la iglesia y cuidar al rebaño de Dios…Si
los ángeles de las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 son pastores,
como piensan muchos, entonces allí están siendo reprendidos
especialmente por no guiar a la iglesia en la práctica de la disciplina.
d. El poder de atar y desatar ha sido dado a la iglesia (Mt. 18:18), no a
los individuos contra quienes se ha pecado. La iglesia tiene que
pronunciar fielmente el juicio de Dios, aunque hiera los sentimientos
del ofensor. La integridad y pureza de la iglesia de Dios lo demanda.
e. Al comparar Mateo 18:15 con otros pasajes, encontramos que no
aparece en ningún otro texto el derecho de ejercer la disciplina como
algo limitado a las personas ofendidas. ¿Se menciona al ofendido en
Romanos 16:17, 1 Corintios 5, ¿o 2 Tesalonicenses 3:14?
f. Las personas contra quienes se ha pecado pueden ser o no cristianos
maduros, y pueden ser o no líderes en la iglesia. Si no son maduros
en Cristo o no conocen adecuadamente las Escrituras, podrían (en
acorde con el espíritu de la época) no ver la necesidad de disciplinar.
La integridad de la iglesia en su obediencia a Cristo, en estos casos
tiene que ser mantenida por los que han sido designados para
gobernar, los cuales debieran conocer las Escrituras. Al conocer las
Escrituras conocen el valor y la necesidad de la disciplina.
g. Si creemos que aquel contra quien se pecó es el único que puede
iniciar el proceso disciplinario, entonces tenemos que creer también
que, por mandato divino, este sería responsable de llevarlo a su
conclusión, porque las instrucciones en Mateo 18:15-17 son en forma
de un mandato no una opción.
132
OBJECIÓN: “¿Quién decide cuánto tiempo se permite entre cada uno de los
pasos prescritos en Mateo 18:15-17?” Respuesta: Lo obvio es que alguien tiene que
decidir. Jesús no prescribe cuánto tiempo es permitido entre cada paso. Por lo tanto,
tenemos que suponer que los directamente involucrados en el proceso disciplinario
tienen que confiar en que el Espíritu de Cristo les guíe.

No obstante, para prevenir cualquier subjetividad extrema, su criterio principal


tiene que ser que haya o no un progreso visible, o una reacción visible a la
amonestación o reprensión. En otras palabras, la pregunta debe ser qué efecto visible
está teniendo la Palabra de Dios sobre el ofensor. ¿Muestra señales de endurecimiento o
ablandamiento cuando se le aplica la Palabra de Dios? Los oficiales de la iglesia no
pueden tomar decisiones críticas basadas en lo que no es visible, por lo tanto, deben
proceder más allá de la amonestación y reprensión cuando estas no producen resultados
visibles.

OBJECIÓN: “¿Por qué seguir adelante con censuras públicas si el miembro


ofensor decide retirarse de la iglesia a fin de evitarlas?” Respuesta:

a. No debiera permitirse que la persona le reste importancia al juicio en su


contra por su pecado cometiendo otro pecado (es decir, dejar la iglesia
sin una razón correcta y convirtiéndose en un cismático) para quitarle
fuerza a tal juicio.
b. La integridad de la Iglesia de Cristo debe ser protegida contra críticas
tanto internas como externas de que se encoge de hombros ante el
pecado. Permitir que alguien se retire silenciosamente puede ser
interpretado como “barrer la basura debajo de la alfombra”. Esto no
honra al Señor de la Iglesia.
c. La disciplina, según la revelación bíblica, es necesaria para beneficio del
ofensor porque, si es seguida por amonestaciones afectuosas y oraciones
de toda la congregación, pueden llevarlo al arrepentimiento. Cristo y los
apóstoles atribuyen claramente una eficacia o poder a las acciones
disciplinarias de la iglesia (Mt. 18:18; 1 Co. 5:4, 5). No disciplinar
equivale a un reconocimiento tácito de que no hay poder ni autoridad
espiritual en el acto, sino solo el quebrantamiento de lazos externos.
133
d. La excomunión advierte a la persona no arrepentida sobre el juicio futuro
y final de Dios, un juicio del que nadie puede escapar por medio de una
silenciosa retirada. (Esto también sirve para disuadir a otros de pecar.)
e. Permitir una retirada silenciosa sería buscar la paz a través de ceder en
lugar de obedecer. Este es un tipo de paz que no tiene valor alguno.
f. La iglesia tiene el deber hacia otras iglesias cristianas de no dejar que
una persona se retire de la iglesia estando aparentemente en plena
comunión con ella, cuando en realidad está viviendo en pecado. Esto
quizá no era en un problema en Corinto en el primer siglo, pero lo es en
la actualidad. Ninguna iglesia cristiana tiene el derecho de pasar sus
responsabilidades a otras iglesias cristianas. Si otra iglesia, sabiendo que
cierta persona ha sido disciplinada procede a recibirla en su comunión, su
pecado caerá sobre su propia cabeza. Por otro lado, si una iglesia permite
que un pecador no arrepentido se retire silenciosamente, y luego esa
persona se hace miembro de otra iglesia, la primera iglesia (que no
disciplinó) es responsable por permitir la corrupción de otra iglesia,
cuando hubiera podido prevenirla con la acción correcta… El amor
“Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co.
13:7). Donde la disciplina se realiza con amor, le seguirá la restauración
realizada también con amor.15

15
Tomado de Biblical Church Discipline, Solid Ground Christian Books, www.solid-ground-
books.com. Daniel E. Wray.
134

CUARTO MÓDULO

CONFESIÓN DE FE - LONDRES
1869

1
DE LAS SANTAS ESCRITURAS

I.
135
La Santa Escritura es la única regla suficiente, segura e infalible de todo
conocimiento, fe y obediencia salvadores.1 Aunque la luz de la naturaleza y las obras de
la creación y de la providencia manifiestan de tal manera la bondad, sabiduría y poder
de Dios que dejan a los hombres sin excusa 2, no son, sin embargo, suficientes para dar
aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación. 3 Por
tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de diversas maneras, revelarse a sí mismo y
declarar su voluntad a su Iglesia;4 y posteriormente, para conservar y propagar mejor la
verdad y para un establecimiento y consuelo más seguros de la Iglesia contra la
corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó poner por escrito
esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy necesarias, 5
habiendo cesado ya aquellas maneras anteriores por las cuales Dios reveló su voluntad a
su pueblo.6

1. 2 Ti. 3:15–17; Is. 8:20; Lc. 16:29, 31; Ef. 2:20


2. Ro. 1:19–21, 32; Ro. 2:12a, 14, 15; Sal. 19:1–3
3. Sal. 19:1–3 con vv. 7–11; Ro. 1:19–21; 2:12a, 14, 15 con 1:16, 17 y 3:21
4. He. 1:1, 2ª
5. Pr. 22:19–21; Lc. 1:1–4; 2 P. 1:12–15; 3:1; Dt. 17:18 ss.; 31:9 ss., 19 ss.; 1
Co. 15:1; 2 Ts. 2:1, 2, 15; 3:17; Ro. 1:8–15; Gá. 4:20; 6:11; 1 Ti. 3:14 ss.;
Ap. 1:9, 19; 2:1, etc.; Ro. 15:4; 2 P. 1:19–21
6. He. 1:1, 2a; Hch. 1:21, 22; 1 Co. 9:1; 15:7, 8; Ef. 2:20.

II.

Bajo el nombre de la Santa Escritura, o la Palabra de Dios escrita, están


ya contenidos todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, que son
estos:

Antiguo Testamento: Génesis – Éxodo – Levítico – Números - Deuteronomio


Josué – Jueces –Rut - 1Samuel – 2Samuel - 1Reyes - 2Reyes - 1Crónicas - 2Crónicas –
Esdras – Nehemías – Ester – Job – Salmos – Proverbios – Eclesiastés – Cantar de los
Cantares – Isaías – Jeremías – Lamentaciones - Ezequiel – Daniel – Oseas – Joel –
Amós – Abdías – Jonás – Miqueas – Nahúm – Habacuc – Sofonías – Hageo – Zacarías
– Malaquías.
136
Nuevo Testamento: Mateo – Marcos – Lucas – Juan - Hechos de los Apóstoles –
Romanos - 1Corintios - 2Corintios – Gálatas – Efesios - Filipenses - Colosenses -
1Tesalonicenses - 2Tesalonicenses - 1Timoteo - 2Timoteo – Tito – Filemón – Hebreos
– Santiago - 1Pedro - 2Pedro - 1Juan - 2Juan - 3Juan – Judas – Apocalipsis.

Todos ellos fueron dados por inspiración de Dios para ser la regla de fe y de
1
vida.
1. 2 Ti. 3:16 con 1 Ti. 5:17, 18; 2 P. 3:16

III.

Los libros comúnmente llamados Apócrifos, no siendo de inspiración


divina, no forman parte del canon o regla de la Escritura y, por tanto, no tienen
autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse excepto de la misma
manera que otros escritos humanos.1

1. Lc. 24:27, 44; Ro. 3:2


IV.

La autoridad de la Santa Escritura, por la que esta debe ser creída, no depende
del testimonio de ningún hombre o iglesia,1 sino enteramente de Dios (quien es la
verdad misma), el autor de ella; por tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de
Dios.2

1. Lc. 16:27–31; Gá. 1:8, 9; Ef. 2:2


2. 2 Ti. 3:15; Ro. 1:2; 3:2; Hch. 2:16; 4:25; Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro
15:4; 1 Co. 10:11; Mt. 22:32; Lc. 16:17; Mt. 22:41 ss; Jn. 10:35; Gá. 3:16;
Hch. 1:16; 2:24 ss; 13:34, 35; Jn. 19:34–36; 19:24; Lc. 22:37; Mt. 26:54;
Jn. 13:18; 2 Ti. 3:16; 2 P. 1:19–21; Mt. 5:17, 18; 4:1–11.

V.

El testimonio de la Iglesia de Dios puede movernos e inducirnos a tener una


alta y reverente estima por las Santas Escrituras; 1 y el carácter celestial del contenido, la
eficacia de la doctrina, la majestad del estilo, la armonía de todas las partes, el fin que se
propone alcanzar en todo su conjunto (que es el de dar toda la gloria a Dios), la plena
137
revelación que dan del único camino de salvación para el hombre, y muchas otras
incomparables excelencias y plenas perfecciones de las mismas, son argumentos por los
cuales dan abundante evidencia de ser la Palabra de Dios. 2 A pesar de ello, sin embargo,
nuestra plena persuasión y certeza de su verdad infalible y su autoridad divina
provienen de la obra interna del Espíritu Santo, quien da testimonio en nuestros
corazones por medio de la Palabra y con ella.3

1. 2 Ti. 3:14, 15
2. Jer. 23:28, 29; Lc. 16:27–31; Jn. 6:63; 1 P. 1:23–25; He. 4:12, 13; Dt.
31:11 13; Jn. 20:31; Gá. 1:8, 9; Mr. 16:15, 16
3. Mt. 16:17; 1 Co. 2:14 ss.; Jn. 3:3; 1 Co. 2:4, 5; 1 Ts. 1:5, 6; 1 Jn. 2:20, 21
con v. 27.
VI.

Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia
gloria la salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente expuesto
necesariamente contenido en la Santa Escritura; a la cual nada, en ningún momento, ha
de añadirse, ni por nueva revelación del Espíritu ni por las tradiciones de los hombres.1

Sin embargo, reconocemos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es


necesaria para un entendimiento salvador de aquellas cosas que están reveladas en la
Palabra,2 y que hay algunas circunstancias tocantes a la adoración de Dios y al gobierno
de la Iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que han de determinarse
conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, según las normas
generales de la Palabra, que han de guardarse siempre.3

1. 2 Ti. 3:15–17; Dt. 4:2; Hch. 20:20, 27; Sal. 19:7; 119:6, 9, 104, 128
2. Jn. 6:45; 1 Co. 2:9–14
3. 1 Co. 14:26, 40
VII.

No todas las cosas contenidas en las Escrituras son igualmente claras en sí


mismas1 ni son igualmente claras para todos; 2 sin embargo, las cosas que
necesariamente han de saberse, creerse y guardarse para salvación, se proponen y
exponen tan claramente en uno u otro lugar de la Escritura que no solo los eruditos, sino
138
los que no lo son, pueden adquirir un entendimiento suficiente de tales cosas por el uso
adecuado de los medios ordinarios.3

1. 2 P. 3:16
2. 2 Ti. 3:15–17
3. 2 Ti. 3:14–17; Sal. 19:7–8; 119:105; 2 P. 1:19; Pr. 6:22, 23; Dt. 30:11–14

VIII.

El Antiguo Testamento en hebreo (que era el idioma nativo del pueblo de Dios
antiguamente),1 y el Nuevo Testamento en griego (que en el tiempo en que fue escrito
era el idioma más generalmente conocido entre las naciones), siendo inspirados
inmediatamente por Dios y mantenidos puros a lo largo de todos los tiempos por su
especial cuidado y providencia, son, por tanto, auténticos; 2 de tal forma que, en toda
controversia religiosa, la Iglesia debe apelar a ellos en última instancia. 3 Pero debido a
que estos idiomas originales no son conocidos por todo el pueblo de Dios, que tiene
derecho a las Escrituras e interés en las mismas, y se le manda leerlas16 y escudriñarlas 4
en el temor de Dios, se sigue que han de traducirse a la lengua vulgar [es decir, común]
de toda nación a la que sean llevadas,5 para que morando abundantemente la Palabra de
Dios en todos, puedan adorarle de manera aceptable y para que, por la paciencia y
consolación de las Escrituras, tengan esperanza.6

1. Ro. 3:2
2. Mt. 5:18
3. Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti. 3:16, 17; Jn. 10:34–36
4. Dt. 17:18–20; Pr. 2:1–5; 8:34; Jn. 5:39, 46
5. 1 Co. 14:6, 9, 11, 12, 24, 28
6. Col. 3:16; Ro. 15:4

IX.

La regla infalible de interpretación de la Escritura es la propia Escritura; y, por


consiguiente, cuando surge una duda respecto al verdadero y pleno sentido de cualquier
Escritura (que no es múltiple, sino único), éste se debe buscar por medio de otros
pasajes que hablen con más claridad.1 1 Is. 8:20; Jn. 10:34–36; Hch. 15:15, 16 10. El
139
juez supremo, por el que deben decidirse todas las controversias religiosas, y por el que
deben examinarse todos los decretos de concilios, las opiniones de autores antiguos, las
doctrinas de hombres y espíritus particulares, y cuya sentencia debemos acatar, no
puede ser otro sino la Santa Escritura entregada por el Espíritu. A dicha Escritura así
entregada, se reduce nuestra fe en última instancia.1

1. Mt. 22:29, 31, 32; Ef. 2:20; Hch. 28:23–25

2
DE DIOS Y DE LA SANTA TRINIDAD

I.
140
El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y verdadero; 1 cuya subsistencia
está en él mismo y es de él mismo, infinito en ser y perfección; 2 cuya esencia no puede
ser comprendida por nadie sino por él mismo; 3 es espíritu purísimo, invisible, sin
cuerpo, miembros o pasiones, el único que tiene inmortalidad y que habita en luz
inaccesible;4 es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, infinito en
todos los sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo, absoluto; 5 que hace todas las
cosas según el consejo de su inmutable y justísima voluntad, para su propia gloria; 6 es
amantísimo, benigno, misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, que
perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado; 7 galardonador de los que le buscan
con diligencia, y, sobre todo, justísimo y terrible en sus juicios, que odia todo pecado y
que de ninguna manera dará por inocente al culpable.8

1. Dt. 6:4; Jer. 10:10; 1 Co. 8:4, 6; 1 Ts. 1:9

2. Is. 48:12

3. Ex. 3:14; Job 11:7, 8; 26:14; Sal. 145:3; Ro. 11:33, 34

4. Jn. 4:24; 1 Ti. 1:17; Dt. 4:15, 16; Lc. 24:39; Hch. 14:11, 15; Stg. 5:17

5. Mal. 3:6; Stg. 1:17; 1 R. 8:27; Jer. 23:23, 24; Sal. 90:2; 1 Ti. 1:17; Gn.
17:1; Ap. 4:8; Is. 6:3; Ro. 16:27; Sal. 115:3; Ex. 3:14

6. Ef. 1:11; Is. 46:10; Pr. 16:4; Ro. 11:36

7. Ex. 34:6, 7; 1 Jn. 4:8

8. He. 11:6; Neh. 9:32, 33; Sal. 5:5, 6; Nah. 1:2, 3; Ex. 34:7.

II.
141
Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda vida, gloria, bondad y
bienaventuranza, es todo suficiente en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo
necesidad de ninguna de las criaturas que él ha hecho, ni derivando ninguna gloria de
ellas, sino que solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y
sobre ellas;1 él es la única fuente de todo ser, de quien, por quien y para quien son todas
las cosas, teniendo sobre todas las criaturas el más soberano dominio para hacer
mediante ellas, para ellas y sobre ellas todo lo que le agrade; 2 todas las cosas están
desnudas y abiertas a sus ojos; su conocimiento es infinito, infalible e independiente de
la criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa contingente o incierta. 3 Es
santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandatos; 4 a él se le
debe, por parte de los ángeles y los hombres, toda adoración, servicio u obediencia que
como criaturas deben al Creador, y cualquier cosa adicional que a él le placiera
demandar de ellos.5

1. Jn. 5:26; Hch. 7:2; Sal. 148:13; 119:68; 1 Ti. 6:15; Job 22:2, 3; Hch.
17:24, 25

2. Ap. 4:11; 1 Ti. 6:15; Ro. 11:34–36; Dn. 4:25, 34, 35

3. He. 4:13; Ro. 11:33, 34; Sal. 147:5; Hch. 15:18; Ez. 11:5

4. Sal. 145:17; Ro. 7:12

5. Ap. 5:12–14.

III.

En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el
Espíritu Santo,1 de una sustancia, poder y eternidad, teniendo cada uno toda la esencia
divina, pero la esencia indivisa:2 el Padre no es de nadie, ni por generación ni por
procesión; el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del
142
Padre y del Hijo;3 todos ellos son infinitos, sin principio y, por tanto, son un solo Dios,
que no ha de ser dividido en naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades
relativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el
fundamento de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de
él.

1. Mt. 3:16, 17; 28:19; 2 Co. 13:14

2. Ex. 3:14; Jn. 14:11; 1 Co. 8:6

3. Pr. 8:22–31; Jn. 1:1–3, 14, 18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He. 1:2; 1 Jn.
4:14; Gá. 4:4–6

3
DEL DECRETO DE DIOS
I.

Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de


su propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente, 1 todas las cosas,
todo lo que sucede;2 sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado
ni tiene comunión con nadie en el mismo; 3 ni se hace violencia a la voluntad de la
criatura, ni se quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más
bien se las establece;4 en lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y
su poder y fidelidad en efectuar su decreto.5

1. Pr. 19:21; Is. 14:24–27; 46:10, 11; Sal. 115:3; 135:6; Ro. 9:19

2. Dn. 4:34, 35; Ro. 8:28; 11:36; Ef. 1:11

3. Gn. 18:25; Stg. 1:13; 1 Jn. 1:5


143

4. Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5–7; Mt. 17:12; Jn. 19:11; Hch. 2:23; 4:27,

5. Nm. 23:19; Ef. 1:3–5.

II.

Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones
que se puedan suponer,1 sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro
o como aquello que había de suceder en dichas condiciones.2

1. 1 S. 23:11, 12; Mt. 11:21, 23; Hch. 15:18

2. Is. 40:13, 14; Ro. 9:11–18; 11:34; 1 Co. 2:16

III.
Por el decreto de Dios, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y
ángeles son predestinados, o preordinados, a vida eterna por medio de Jesucristo, para
alabanza de la gloria de su gracia;1 a otros se les deja actuar en su pecado para su justa
condenación, para alabanza de la gloria de su justicia.2

1. 1 Ti. 5:21; Mt. 25:34; Ef. 1:5, 6

2. Jn. 12:37–40; Ro. 9:6–24; 1 P. 2:8–10; Jud. 4

IV.
Estos ángeles y hombres así predestinados y preordinados están designados
particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no se puede ni
aumentar ni disminuir.1

1. Mt. 22:1–14; Jn. 13:18; Ro. 11:5, 6; 1 Co. 7:20–22; 2 Ti. 2:19
144
V.

A aquellos de la humanidad que están predestinados para vida, Dios (antes de


la fundación del mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y
beneplácito de su voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna, meramente por
su libre gracia y amor,1 sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o
causa, le moviera a ello.2

1. Ro. 8:30; Ef. 1:4–6, 9; 2 Ti. 1:9


2. Ro. 9:11–16; 11:5, 6
VI.

Así como Dios ha designado a los elegidos para la gloria, de la misma manera,
por el propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordinado todos los medios para
ello;1 por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por
Cristo,2 eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido
tiempo, son justificados, adoptados, santificados3 y guardados por su poder, mediante la
fe, para salvación;4 asimismo nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado,
justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos.5

1. 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ef. 1:4; 2:10


2. 1 Ts. 5:9, 10; Tit. 2:14
3. Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts. 2:13
4. 1 P. 1:5
5. Jn. 6:64–65; 8:47; 10:26; 17:9; Ro. 8:28; 1 Jn. 2:19

VII.

La doctrina del profundo misterio de la predestinación debe tratarse con


especial prudencia y cuidado,1 para que los hombres, al atender a la voluntad de Dios
revelada en su Palabra y, al prestar obediencia a la misma, puedan, por la certeza de su
llamamiento eficaz, estar seguros de su elección eterna; 2 de este modo, esta doctrina
proporcionará motivo de alabanza, reverencia y admiración a Dios, 3 y de humildad,4
diligencia5 y abundante consuelo6 a todos los que sinceramente obedecen al evangelio.
145
1. Dt. 29:29; Ro. 9:20; 11:33
2. 1 Ts. 1:4, 5; 2 P. 1:10
3. Ef. 1:6; Ro. 11:33
4. Ro. 11:5, 6, 20; Col. 3:12 32
5. 2 P. 1:10
6. Lc. 10:20

4
DE LA CREACIÓN
I.

En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, 1 para la


manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad eternos, 2 crear o hacer el
146
mundo y todas las cosas que en él hay, ya sean visibles o invisibles, 3 en el lapso de seis
días,4 y todas muy buenas.5

1. He. 1:2; Jn. 1:2, 3; Gn. 1:2; Job 26:13; 33:4


2. Ro. 1:20; Jer. 10:12; Sal. 104:24; 33:5, 6; Pr. 3:19; Hch. 14:15, 16
3. Gn. 1:1; Jn. 1:2; Col. 1:16
4. Gn. 2:1–3; Ex. 20:8–11
5. Gn. 1:31; Ec. 7:29; Ro. 5:12
II.

Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre,
varón y hembra, con almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos para aquella vida
para con Dios para la cual fueron creados;1 siendo hechos a imagen de Dios, en
conocimiento, justicia y santidad de la verdad;2 teniendo la ley de Dios escrita en sus
corazones, y el poder para cumplirla y, sin embargo, con la posibilidad de transgredirla,
por haber sido dejados a la libertad de su propia voluntad, que era mutable.3

1. Gn. 1:27; 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7


2. Gn. 1:26, 27; 5:1–3; 9:6; Ec. 7:29; 1 Co. 11:7; Stg. 3:9; Col. 3:10; Ef. 4:24
3. Ro. 1:32; 2:12a, 14, 15; Gn. 3:6; Ec. 7:29; Ro. 5:12
III.

Además de la ley escrita en sus corazones, recibieron un mandato de no comer


del árbol del conocimiento del bien y del mal; y, mientras lo guardaron, fueron felices
en su comunión con Dios y tuvieron dominio sobre las criaturas.1

1. Gn. 1:26, 28; 2:17

5
DE LA DIVINA PROVIDENCIA

I.
147
Dios, el buen Creador de todo,1 en su infinito poder y sabiduría, 2 sostiene,
dirige, dispone y gobierna3 a todas las criaturas y cosas, desde la mayor hasta la más
pequeña,4 por su sapientísima y santísima providencia, 5 con el fin para el cual fueron
creadas,6 según su presciencia infalible, y el libre e inmutable consejo de su propia
voluntad;7 para alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, infinita bondad y
misericordia.8

1. Gn. 1:31; 2:18; Sal. 119:68


2. Sal. 145:11; Pr. 3:19; Sal. 66:7
3. He. 1:3; Is. 46:10, 11; Dn. 4:34, 35; Sal. 135:6; Hch. 17:25–28; Job 38–41
4. Mt. 10:29–31
5. Pr. 15:3; Sal. 104:24; 145:17
6. Col. 1:16, 17; Hch. 17:24–28
7. Sal. 33:10, 11; Ef. 1:11
8. Is. 63:14; Ef. 3:10; Ro. 9:17; Gn. 45:7; Sal. 145:7

II.

Aunque en relación a la presciencia y el decreto de Dios, la causa primera, todas


las cosas suceden inmutable e infaliblemente, de modo que nada ocurre a nadie por azar
o sin su providencia;1 sin embargo, por la misma providencia, las ordena de manera que
ocurran según la naturaleza de las causas secundarias, ya sea necesaria, libre o
contingentemente.2

1. Hch. 2:23; Pr. 16:33

2. Gn. 8:22; Jer. 31:35; Ex. 21:13; Dt. 19:5; Is. 10:6–7; Lc. 13:3, 5; Hch. 27:31;
Mt. 5:20, 21; Fil. 1:19; Pr. 20:18; Lc. 14:25 ss.; Pr. 21:31; 1 R. 22:28, 34; Rt.
2:3.

III.

Dios, en su providencia ordinaria, hace uso de medios;1 sin embargo, él es libre


de obrar sin ellos,2 por encima de ellos3 y contra ellos,4 según le plazca.

1. Hch. 27:22, 31, 44; Is. 55:10, 11; Os. 2:21, 22


148
2. Os. 1:7; Lc. 1:34, 35
3. Ro. 4:19–21
4. Ex. 3:2, 3; 2 R. 6:6; Dn. 3:27

IV.

El poder omnipotente, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se


manifiestan en su providencia hasta tal punto que su consejo determinado se extiende
aun hasta la primera Caída y a todas las demás acciones pecaminosas, tanto de los
ángeles como de los hombres1 (y eso no por un mero permiso), las cuales él
sapientísima y poderosamente limita, y asimismo ordena y gobierna de múltiples
maneras para sus santísimos fines;2 sin embargo, lo hace de tal modo que la
pecaminosidad de sus acciones procede solo de las criaturas, y no de Dios, quien siendo
justísimo y santísimo, no es, ni puede ser, autor del pecado ni lo aprueba.3

1. Ro. 11:32–34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22, 23; 2 S. 16:10; Hch. 2:23;
4:27, 28
2. Hch. 14:16; 2 R. 19:28; Gn. 50:20; Is. 10:6, 7, 12
3. Stg. 1:13, 14, 17; 1 Jn. 2:16; Sal. 50:21.

V.

El Dios sapientísimo, justísimo y clementísimo a menudo deja por algún


tiempo a sus propios hijos en diversas tentaciones y en las corrupciones de sus propios
corazones, a fin de disciplinarlos por sus pecados anteriores o para revelarles la fuerza
oculta de la corrupción y el engaño de sus corazones, para que sean humillados; y para
llevarlos a una dependencia de él más íntima y constante para su apoyo; y para hacerlos
más vigilantes
contra todas las ocasiones futuras de pecado, y para otros fines santos y justos.1 Por
consiguiente, todo lo que ocurre a cualquiera de sus elegidos es por su designio, para su
gloria y para el bien de ellos.2

1. 2 Cr. 32:25, 26, 31; 2 S. 24:1; Lc. 22:34, 35; Mr. 14:66–72; Jn. 21:15–17
2. Ro. 8:28 34

VI.
149
En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios, como juez
justo, ciega y endurece a causa de su pecado anterior,1 no solo les niega su gracia, por la
cual él podría haber iluminado su entendimiento y obrado sus corazones, 2 sino que
también algunas veces les retira los dones que tenían, 3 y los deja expuestos a aquellas
cosas que su corrupción convierte en ocasión de pecado; 4 y, a la vez, los entrega a sus
propias concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás, 5 por lo cual
sucede que se endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para ablandar a
otros.6

1. Ro. 1:24–26, 28; 11:7, 8


2. Dt. 29:4
3. Mt. 13:12; 25:29
4. Dt. 2:30; 2 R. 8:12, 13
5. Sal. 81:11, 12; 2 Ts. 2:10–12
6. Ex. 7:3; 8:15, 32; 2 Co. 2:15, 16; Is. 6:9, 10; 8:14; 1 P. 2:7; Hch. 28:26, 27;
Jn. 12:39, 40.

VII.

Del mismo modo que la providencia de Dios alcanza en general a todas las
criaturas, así también de un modo más especial cuida de su Iglesia y dispone todas las
cosas para el bien de la misma.1

1. Pr. 2:7, 8; Am. 9:8, 9; 1 Ti. 4:10; Ro. 8:28; Ef. 1:11, 22; 3:10, 11, 21; Is.
43:3 5, 14

6
150
DE LA CAÍDA DEL HOMBRE, DEL PECADO Y SU
CASTIGO
I.

Si bien Dios creó al hombre recto y perfecto, y le dio una ley justa, que hubiera
sido para vida si la hubiera guardado, y amenazó con la muerte su transgresión, sin
embargo no permaneció mucho tiempo en este honor,1 usando Satanás la sutileza de la
serpiente para subyugar a Eva y entonces a través de ella seduciendo a Adán, quien sin
ninguna coacción, deliberadamente transgredió la ley bajo la cual habían sido creados y
también el mandato que les había sido dado, al comer del fruto prohibido, 2 lo cual
agradó a Dios, conforme a su sabio y santo consejo, permitir, habiéndose propuesto
disponerlo para su propia gloria.3

1. Ec. 7:29; Ro. 5:12a, 14, 15; Gn. 2:17; 4:25–5:3

2. Gn. 3:1–7; 2 Co. 11:3; 1 Ti. 2:14

3. Ro. 11:32–34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22, 23; 2 S. 16:10; Hch.


2:23; 4:27, 28

II.

Por este pecado, nuestros primeros padres cayeron de su justicia original y de


su comunión con Dios, y nosotros en ellos, por lo que la muerte sobrevino a todos; 1
viniendo a estar todos los hombres muertos en pecado, y totalmente corrompidos en
todas las facultades y partes del alma y del cuerpo.2

1. Gn. 3:22–24; Ro. 5:12 ss.; 1 Co. 15:20–22; Sal. 51:4, 5; 58:3; Ef. 2:1–3;
Gn. 8:21; Pr. 22:15

2. Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10–18; 1:21; Ef.
4:17–19; Jn. 5:40; Ro. 8:7

III.
151
Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando por designio de Dios en lugar
de toda la humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la naturaleza corrompida
transmitida a su posteridad descendiente de ellos mediante generación ordinaria, siendo
ahora concebidos en pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del pecado, sujetos a
la muerte y a todas las demás desgracias –espirituales, temporales y eternas–, a no ser
que el Señor Jesús los libere.1

1. Ro. 5:12 ss.; 1 Co. 15:20–22; Sal. 51:4–5; 58:3; Ef. 2:1–3; Gn.
8:21; Pr. 22:15; Job 14:4; 15:14.

IV.

De esta corrupción original, por la cual estamos completamente impedidos,


incapaces y opuestos a todo bien y enteramente inclinados a todo mal, 1 proceden todas
las transgresiones en sí.2

1. Mt. 7:17, 18; 12:33–35; Lc. 6:43–45; Jn. 3:3, 5; 6:37, 39, 40, 44,
45, 65; Ro. 3:10–12; 5:6; 7:18; 8:7, 8; 1 Co. 2:14

2. Mt. 7:17–20; 12:33–35; 15:18–20

V.

La corrupción de la naturaleza permanece durante esta vida en aquellos que son


regenerados;1 y, aunque sea perdonada y mortificada por medio de Cristo, sin embargo,
ella misma y sus primeros impulsos son verdadera y propiamente pecado.2

1. 1.Jn. 1:8–10; 1 R. 8:46; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro.
7:14–25; Stg. 3:2

2. Sal. 51:4, 5; Pr. 22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5, 7, 8, 17, 18, 25; 8:3–13;
Gá. 5:17–24; Pr. 15:26; 21:4; Gn. 8:21; Mt. 5:27, 28.
152

7
DEL PACTO DE DIOS
I.

La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas
racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo, éstas nunca podrían
haber logrado la recompensa de vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria
por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto.1

1. Job 35:7, 8; Sal. 113:5, 6; Is. 40:13–16; Lc. 17:5–10; Hch. 17:24, 25

II.

Además, habiéndose el hombre acarreado la maldición de la ley por su Caída,


agradó al Señor hacer un pacto de gracia, 1 en el que gratuitamente ofrece a los
pecadores vida y salvación por Jesucristo, requiriéndoles la fe en él para que puedan ser
salvos,2 y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que están ordenados para
vida eterna, a fin de darles disposición y capacidad para creer.3

1. Gn. 3:15; Sal. 110:4 (con He. 7:18–22; 10:12–18); Ef. 2:12 (con
Ro. 4:13–17 y Gá. 3:18–22); He. 9:15

2. Jn. 3:16; Ro. 10:6, 9; Gá. 3:11 3 Ez. 36:26, 27; Jn. 6:44, 45
36.

III.

Este pacto se revela en el evangelio; en primer lugar, a Adán en la promesa de


salvación a través de la simiente de la mujer, y luego mediante pasos adicionales hasta
completarse su plena revelación en el Nuevo Testamento;1 y está fundado en aquella
transacción federal y eterna que hubo entre el Padre y el Hijo acerca de la redención de
153
los elegidos;2 y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los
descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita inmortalidad,
siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por Dios bajo aquellas
condiciones en las que estuvo Adán en su estado de inocencia.3

1. Gn. 3:15; Ro. 16:25–27; Ef. 3:5; Tit. 1:2; He. 1:1, 2

2. Sal. 110:4; Ef. 1:3–11; 2 Ti. 1:9

3. Jn. 8:56; Ro. 4:1–25; Gá. 3:18–22; He. 11:6, 13, 39, 40
154

8
DE CRISTO EL MEDIADOR

I.

Agradó a Dios,1 en su propósito eterno,2 escoger y ordenar al Señor Jesús, su


unigénito Hijo, conforme al pacto hecho entre ambos,3 para que fuera el mediador entre
Dios y el hombre; profeta, sacerdote, y rey; cabeza y salvador de la Iglesia, el heredero
de todas las cosas, y juez del mundo; 4 a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo
para que fuera su simiente y para que a su tiempo lo redimiera, llamara, justificara,
santificara y glorificara.5

1. Is. 42:1; Jn. 3:16


2. 1 P. 1:20
3. Sal. 110:4; He. 7:21, 22
4. 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He. 5:5, 6; Sal. 2:6; Lc. 1:33; Ef. 1:22, 23; 5:23; He.
1:2; Hch. 17:31
5. Ro. 8:30; Jn. 17:6; Is. 53:10; Sal. 22:30; 1 Ti. 2:6; Is. 55:4, 5; 1 Co. 1:30.

II.

El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa Trinidad, siendo verdadero y


eterno Dios, el resplandor de la gloria del Padre, consustancial con aquel que hizo el
mundo e igual a él, y quien sostiene y gobierna todas las cosas que ha hecho, 1 cuando
155
llegó la plenitud del tiempo,2 tomó sobre sí la naturaleza del hombre, con todas sus
propiedades esenciales3 y con sus debilidades concomitantes,4 aunque sin pecado;5
siendo concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la Virgen María, al venir sobre
ella el Espíritu Santo y cubrirla el Altísimo con su sombra; y así fue hecho de una mujer
de la tribu de Judá, de la simiente de Abraham y David según las Escrituras; 6 de manera
que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas se unieron inseparablemente en una
persona, pero sin conversión, composición o confusión alguna. Esta persona es
verdadera Dios7 y verdadero hombre,8 aunque un solo Cristo, el único mediador entre
Dios y el hombre.9

1. Jn. 8:58; Jl. 2:32 con Ro. 10:13; Sal. 102:25 con He. 1:10; 1 P. 2:3
con Sal. 34:8; Is. 8:12, 13 con 3:15; Jn. 1:1; 5:18; 20:28; Ro. 9:5; Tit.
2:13; He. 1:8, 9; Fil. 2:5, 6; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:20
2. Gá. 4:4 37
3. He. 10:5; Mr. 14:8; Mt. 26:12, 26; Lc. 7:44–46; Jn. 13:23; Mt. 9:10
13; 11:19; Lc. 22:44; He. 2:10; 5:8; 1 P. 3:18; 4:1; Jn. 19:32–35; Mt.
26:36–44; Stg. 2:26; Jn. 19:30; Lc. 23:46; Mt. 26:39; 9:36; Mr. 3:5;
10:14; Jn. 11:35; Lc. 19:41–44; 10:21; Mt. 4:1–11; He. 4:15 con Stg.
1:13; Lc. 5:16; 6:12; 9:18, 28; 2:40, 52; He. 5:8, 9
4. Mt. 4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jn. 4:7; 19:28; 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3;
He. 5:8; 2:10, 18; Gá. 4:4
5. Is. 53:9; Lc. 1:35; Jn. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 4:15;
7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1 Jn. 3:5
6. Ro. 1:3, 4; 9:5
7. Cf. ref. 1 arriba
8. Hch. 2:22; 13:38; 17:31; 1 Co. 15:21; 1 Ti. 2:5
9. Ro. 1:3, 4; Gá. 4:4, 5; Fil. 2:5–11

III.

El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona del


Hijo, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo en sí todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al Padre que habitase toda
plenitud, a fin de que siendo santo, inocente y sin mancha, y lleno de gracia y de verdad,
fuese del todo apto para desempeñar el oficio de mediador y fiador; 1 el cual no tomó
156
para sí, sino que fue llamado para el mismo por su Padre, quien también puso en sus
manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo cumpliera.2

1. Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14; Hch. 10:38; He. 7:22
2. He. 5:5; Jn. 5:22, 27; Mt. 28:18; Hch. 2:36

IV.

El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad este oficio, 1 y para


desempeñarlo, nació bajo la ley,2 la cumplió perfectamente y sufrió el castigo que nos
correspondía a nosotros, el cual deberíamos haber llevado y sufrido, 3 siendo hecho
pecado y maldición por nosotros;4 soportando las más terribles aflicciones en su alma y
los más dolorosos sufrimientos en su cuerpo;5 fue crucificado y murió, y permaneció en
el estado de los muertos, aunque sin ver corrupción. 6 Al tercer día resucitó de entre los
muertos con el mismo cuerpo en que sufrió,7 con el cual también ascendió al cielo, 8 y
allí está sentado a la diestra de su Padre intercediendo, 9 y regresará para juzgar a los
hombres y a los ángeles al final del mundo.10

1. Sal. 40:7, 8 con He. 10:5–10; Jn. 10:18; Fil. 2:8


2. Gá. 4:4
3. Mt. 3:15; 5:17
4. Mt. 26:37, 38; Lc. 22:44; Mt. 27:46
5. Mt. 26–27
6. Fil. 2:8; Hch. 13:37
7. Jn. 20:25, 27
8. Hch. 1:9–11
9. Ro. 8:34; He. 9:24
10. Hch. 10:42; Ro. 14:9, 10; Hch. 1:11; Mt. 13:40–42; 2 P. 2:4; Jud. 6

V.

El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y el sacrificio de sí mismo1 que


ofreció a Dios una sola vez por el Espíritu eterno,2 ha satisfecho plenamente la justicia
de Dios,3 ha conseguido la reconciliación4 y ha comprado una herencia eterna en el
reino de los cielos5 para todos aquellos que el Padre le ha dado.6
157
1. Ro. 5:19; Ef. 5:2
2. He. 9:14, 16; 10:10, 14
3. Ro. 3:25, 26; He. 2:17; 1 Jn. 2:2; 4:10
4. 2 Co. 5:18, 19; Col. 1:20–23
5. He. 9:15; Ap. 5:9, 10
6. Jn. 17:2

VI.

Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta
después de su encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y los beneficios de la
misma fueron comunicados a los elegidos en todas las épocas transcurridas desde el
principio del mundo,1 en las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los mismos, en
los cuales fue revelado y señalado como la simiente que heriría la cabeza de la
serpiente,2 y como el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, 3 siendo el
mismo ayer, hoy y por los siglos.4

1. Gá. 4:4, 5; Ro. 4:1–9


2. Gn. 3:15; 1 P. 1:10, 11
3. Ap. 13:8
4. He. 13:8

VII.

Cristo, en la obra de mediación, actúa conforme a ambas naturalezas, haciendo


por medio de cada naturaleza lo que es propio de ella; aunque, por razón de la unidad de
la persona, lo que es propio de una naturaleza algunas veces se le atribuye en la
Escritura a la persona denominada por la otra naturaleza.1

1. Jn. 3:13; Hch. 20:28

VIII.

A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido eterna redención, cierta y


eficazmente les aplica y comunica la misma,1 haciendo intercesión por ellos,2
uniéndoles a sí mismo por su Espíritu, 3 revelándoles en la Palabra y por medio de ella el
misterio de la salvación,4 persuadiéndoles a creer y obedecer, 5 gobernando sus
158
corazones por su Palabra y Espíritu, 6 y venciendo a todos sus enemigos por su
omnipotente poder y sabiduría,7 de tal manera y forma que sea más de acuerdo con su
maravillosa e inescrutable dispensación;8 y todo por su gracia libre y absoluta, sin
prever ninguna condición en ellos para granjearla.9

1. Jn. 6:37, 39; 10:15, 16; 17:9


2. 1 Jn. 2:1, 2; Ro. 8:34
3. Ro. 8:1, 2
4. Jn. 15:13, 15; 17:6; Ef. 1:7–9
5. 1 Jn. 5:20
6. Jn. 14:16; He. 12:2; Ro. 8:9, 14; 2 Co. 4:13; Ro. 15:18, 19; Jn. 17:17
7. Sal. 110:1; 1 Co. 15:25, 26; Col. 2:15
8. Ef. 1:9–11
9. 1 Jn. 3:8; Ef. 1:8

IX.

Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio solo de Cristo, quien
es el Profeta, Sacerdote y Rey de la Iglesia de Dios; y no puede, ya sea parcial o
totalmente, ser transferido de él a ningún otro.1

1. 1 Ti. 2:5

X.

Este número y orden de oficios es necesario; pues, por nuestra ignorancia,


tenemos necesidad de su oficio profético;1 y por nuestra separación de Dios y la
imperfección del mejor de nuestros servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para
reconciliarnos con Dios y presentarnos aceptos para con él; 2 y por nuestra indisposición
y total incapacidad para volver a Dios y para nuestro rescate y protección de nuestros
adversarios espirituales, necesitamos su oficio real para convencernos, subyugarnos,
atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos para su reino celestial.3

1. Jn. 1:18
2. Col. 1:21; Gá. 5:17; He. 10:19–21
3. Jn. 16:8; Sal. 110:3; Lc. 1:74, 75
159

9
DEL LIBRE ALBEDRÍO

I.

Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural y de poder para
actuar por elección propia, que no es forzada ni determinada a hacer bien o mal por
ninguna necesidad de la naturaleza.1

1. Mt. 17:12; Stg. 1:14; Dt. 30:19

II.

El hombre, en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para querer y hacer


lo que era bueno y agradable a Dios,1 pero era mudable y podía caer de dicho estado.2

1. Ec. 7:29

2. Gn. 3:6

III.
160
El hombre, por su Caída en un estado de pecado, ha perdido completamente
toda capacidad para querer cualquier bien espiritual que acompañe a la salvación; por
consiguiente, como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien y muerto en
el pecado, no puede por sus propias fuerzas convertirse a sí mismo o prepararse para
ello.1

1. Ro. 6:16, 20; Jn. 8:31–34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14; 4:3, 4; Jn. 3:3; Ro.
7:18; 8:7; 1 Co. 2:14; Mt. 7:17, 18; 12:33–37; Lc. 6:43–45; Jn.
6:44; Jer. 13:23; Jn. 3:3, 5; 5:40; 6:37, 39, 40, 44, 45, 65; Hch.
7:51; Ro. 3:10–12; Stg. 1:18; Ro. 9:16–18; Jn. 1:12, 13; Hch.
11:18; Fil. 1:29; Ef. 2:8, 9.

IV.

Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia, lo libra


de su servidumbre natural bajo el pecado y, por su sola gracia, lo capacita para querer y
obrar libremente lo que es espiritualmente bueno; 1 sin embargo, por razón de la
corrupción que todavía le queda, no quiere, ni perfecta ni únicamente, lo que es bueno,
sino que también quiere lo que es malo.2

1. Col. 1:13; Jn. 8:36; Fil. 2:13

2. Ro. 7:14–25; Gá. 5:17

V.

Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre solo para el
bien, únicamente en el estado de gloria.1

1. Ef. 4:13; He. 12:23


161

10
DEL LLAMAMIENTO EFICAZ

I.

A aquellos a quienes Dios1 ha predestinado para vida,2 tiene a bien en su


tiempo señalado y aceptado,3 llamar eficazmente4 por su Palabra 5 y Espíritu,6 así
sacándolos del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza y llevándolos a la
gracia y la salvación por Jesucristo; 7 iluminando de modo espiritual y salvador sus
mentes, a fin de que comprendan las cosas de Dios; 8 quitándoles el corazón de piedra y
dándoles un corazón de carne,9 renovando sus voluntades y, por su poder omnipotente,
induciéndoles a lo que es bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo;10 pero de modo
que van con total libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la disposición para
hacerlo.11
162

1. Ro. 8:28, 29

2. Ro. 8:29, 30; 9:22–24; 1 Co. 1:26–28; 2 Ts. 2:13, 14; 2 Ti. 1:9

3. Jn. 3:8; Ef. 1:11

4. Mt. 22:14; 1 Co. 1:23, 24; Ro. 1:6; 8:28; Jud. 1; Sal. 29; Jn. 5:25; Ro.
4:17

5. 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23–25; Stg. 1:17–25; 1 Jn. 5:1–5; Ro. 1:16, 17; 10:14;
He. 4:12

6. Jn. 3:3, 5, 6, 8; 2 Co. 3:3, 6

7. Ro. 8:2; 1 Co. 1:9; Ef. 2:1–6; 2 Ti. 1:9, 10

8. Hch. 26:18; 1 Co. 2:10, 12; Ef. 1:17, 18

9. Ez. 36:26

10. Dt. 30:6; Ez. 36:27; Jn. 6:44, 45; Ef. 1:19; Fil. 2:13
11. Sal. 110:3; Jn. 6:37; Ro. 6:16–18
II.

Este llamamiento eficaz proviene solamente de la gracia libre y especial de


Dios, no de ninguna cosa prevista en el hombre, ni por ningún poder o instrumentalidad
en la criatura,1 siendo el hombre en esto enteramente pasivo, al estar muerto en delitos y
pecados, hasta que es vivificado y renovado por el Espíritu Santo; 2 es capacitado de este
modo para responder a este llamamiento y para recibir la gracia ofrecida y transmitida
en él, y esto por un poder no menor que el que resucitó a Cristo de los muertos.3
163
1. 2 Ti. 1:9; Tit. 3:4, 5; Ef. 2:4, 5, 8, 9; Ro. 9:11
2. 1 Co. 2:14; Ro. 8:7; Ef. 2:5
3. Ef. 1:19, 20; Jn. 6:37; Ez. 36:27; Jn. 5:25

III.

Los niños elegidos que mueren en la infancia son regenerados y salvados por
Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuando, donde y como quiere; 1 así lo son
también todas las personas elegidas que sean incapaces de ser llamadas externamente
por el ministerio de la Palabra.

1. Jn. 3:8

IV.

Otras personas no elegidas, aunque sean llamadas por el ministerio de la


Palabra y tengan algunas de las operaciones comunes del Espíritu,1 como no son
eficazmente traídas por el Padre, no quieren ni pueden venir verdaderamente a Cristo y,
por lo tanto, no pueden ser salvas;2 mucho menos pueden ser salvos los que no reciben
la religión cristiana, por muy diligentes que sean en ajustar sus vidas a la luz de la
naturaleza y a la ley de la religión que profesen.3

1. Mt. 22:14; Mt. 13:20, 21; He. 6:4, 5; Mt. 7:22


2. Jn. 6:44, 45, 64–66; 8:24
3. Hch. 4:12; Jn. 4:22; 17:

11
DE LA JUSTIFICACIÓN
164
I.

A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente, 1 no


infundiendo justicia en ellos sino perdonándoles sus pecados, y contando y aceptando
sus personas como justas;2 no por nada obrado en ellos o hecho por ellos, sino
solamente por causa de Cristo;3 no imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni
ninguna otra obediencia evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia
activa de Cristo a toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y
única justicia de ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios.4

1. Ro. 3:24; 8:30

2. Ro. 4:5–8; Ef. 1:7

3. 1 Co. 1:30, 31; Ro. 5:17–19

4. Fil. 3:9; Ef. 2:7, 8; 2 Co. 5:19–21; Tit. 3:5, 7; Ro. 3:22–28; Jer.
23:6; Hch. 13:38, 39.

II.

La fe que así recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia es el único


instrumento de la justificación;1 sin embargo, no está sola en la persona justificada, sino
que siempre va acompañada por todas las demás virtudes salvadoras, y no es una fe
muerta, sino que obra por el amor.2

1. Ro. 1:17; 3:27–31; Fil. 3:9; Gá. 3:5

2. Gá. 5:6; Stg. 2:17, 22, 26

III.

Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos


que son justificados; y por el sacrificio de sí mismo en la sangre de su cruz, sufriendo en
165
el lugar de ellos el castigo que merecían, hizo una satisfacción adecuada, real y
completa a la justicia de Dios en favor de ellos; 1 sin embargo, por cuanto Cristo fue
dado por el Padre para ellos,2 y su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar
de las de ellos,3 y ambas gratuitamente y no por nada en ellos, su justificación es
solamente de pura gracia,4 a fin de que tanto la precisa justicia como la rica gracia de
Dios fueran glorificadas en la justificación de los pecadores.5

1. Ro. 5:8–10, 19; 1 Ti. 2:5, 6; He. 10:10, 14; Is. 53:4–6, 10–12

2. Ro. 8:32

3. 2 Co. 5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2

4. Ro. 3:24; Ef. 1:7

5. Ro. 3:26; Ef. 2:7.

IV.

Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos los elegidos; 1 y en el


cumplimiento del tiempo, Cristo murió por los pecados de ellos, y resucitó para su
justificación;2 sin embargo, no son justificados personalmente hasta que, a su debido
tiempo, Cristo les es realmente aplicado por el Espíritu Santo.3

1. 1 P. 1:2, 19, 20; Gá. 3:8; Ro. 8:30

2. Ro. 4:25; Gá. 4:4; 1 Ti. 2:6

3. Col. 1:21, 22; Tit. 3:4–7; Gá. 2:16; Ef. 2:1–3

V.
166
Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados, 1 y
aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación, 2 sin embargo pueden, por
sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios; y, en esa condición, no suelen tener
la luz de su rostro restaurada sobre ellos, hasta que se humillen, confiesen sus pecados,
pidan perdón y renueven su fe y arrepentimiento.3

1. Mt. 6:12; 1 Jn. 1:7–2:2; Jn. 13:3–11


2. Lc. 22:32; Jn. 10:28; He. 10:14
3. Sal. 32:5; 51:7–12; Mt. 26:75; Lc. 1:20.

VI.

La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento fue, en todos


estos sentidos, una y la misma que la justificación de los creyentes bajo el Nuevo
Testamento.1

1. Gá. 3:9; Ro. 4:22–24.


167

12
DE LA ADOPCIÓN

I.

A todos aquellos que son justificados,1 Dios se dignó,2 en su único Hijo


Jesucristo y por amor de éste,3 hacerles partícipes de la gracia de la adopción, por la cual
son incluidos en el número de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y privilegios,
tienen su nombre escrito sobre ellos,4 reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al
trono de la gracia con confianza, se les capacita para clamar: “Abba, Padre,” 5 se les
compadece, protege, provee y corrige como por un Padre, pero nunca se les desecha,
sino que son sellados para el día de la redención, 6 y heredan las promesas como
herederos de la salvación eterna.7

1. Gá. 3:24–26

2. 1 Jn. 3:1–3 43

3. Ef. 1:5; Gá. 4:4, 5; Ro. 8:17, 29


168

4. Ro. 8:17; Jn. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12

5. Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18

6. Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30, 32; 1 P. 5:7; He. 12:6; Is. 54:8,
9; Lm. 3:31; Ef. 4:30

7. Ro. 8:17; He. 1:14; 9:15

13
DE LA SANTIFICACIÓN

I.

Aquellos que son unidos a Cristo, llamados eficazmente y regenerados, teniendo


un nuevo corazón y un nuevo espíritu, creados en ellos en virtud de la muerte y la
resurrección de Cristo,1 son aún más santificados de un modo real y personal,2
mediante la misma virtud,3 por su Palabra y Espíritu que moran en ellos;4 el dominio
del cuerpo entero del pecado es destruido, y las diversas concupiscencias del mismo son
debilitadas y mortificadas más y más, y ellos son más y más vivificados y fortalecidos
169
en todas las virtudes salvadoras, para la práctica de toda verdadera santidad,5 sin la cual
nadie verá al Señor.6

1. Jn. 3:3–8; 1 Jn. 2:29; 3:9, 10; Ro. 1:7; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col.
3:12; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 15:16; 1 Co. 1:2; 6:11; Ro. 6:1–11

2. 1 Ts. 5:23; Ro. 6:19, 22

3. 1 Co. 6:11; Hch. 20:32; Fil. 3:10; Ro. 6:5, 6

4. Jn. 17:17; Ef. 5:26; 3:16–19; Ro. 8:13

5. Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col. 1:11; Ef. 3:16–19; 2 Co. 7:1; Ro.
6:13; Ef. 4:22–25; Gá. 5:17

6. He. 12:14

II.

Esta santificación se efectúa en todo el hombre, aunque es incompleta en esta


vida; todavía quedan algunos remanentes de corrupción en todas partes, 1 de donde surge
una continua e irreconciliable guerra:2 la carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu
contra la carne.3

1. 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:8, 10; Ro. 7:18, 23; Fil. 3:12

2. 1 Co. 9:24–27; 1 Ti. 1:18; 6:12; 2 Ti. 4:7

3. Gá. 5:17; 1 P. 2:11

III.
170
En dicha guerra, aunque la corrupción que aún queda prevalezca mucho por
algún tiempo,1 la parte regenerada triunfa a través de la continua provisión de fuerzas
por parte del Espíritu santificador de Cristo; 2 y así los santos crecen en la gracia,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios, prosiguiendo una vida celestial, en
obediencia evangélica a todos los mandatos que Cristo, como Cabeza y Rey, les ha
prescrito en su Palabra.3

1. Ro. 7:23

2. Ro. 6:14; 1 Jn. 5:4; Ef. 4:15, 16

3. 2 P. 3:18; 2 Co. 7:1; 3:18; Mt. 28:20


171

14
DE LA FE SALVADORA

I.
La gracia de la fe, por la cual se capacita a los elegidos para creer para la
salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y
ordinariamente se realiza por el ministerio de la Palabra; 1 por la cual, y por la
administración del bautismo y la Cena del Señor, la oración y otros medios designados
por Dios, esa fe aumenta y se fortalece.2

1. Jn. 6:37, 44; Hch. 11:21, 24; 13:48; 14:27; 15:9; 2 Co. 4:13; Ef.
2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2

2. Ro. 10:14, 17; Lc. 17:5; Hch. 20:32; Ro. 4:11; 1 P. 2:2

II.
Por esta fe, el cristiano cree que es verdadero todo lo revelado en la Palabra por
la autoridad de Dios mismo, y también percibe en ella una excelencia superior a todos
los demás escritos y todas las cosas en el mundo, pues muestra la gloria de Dios en sus
atributos, la excelencia de Cristo en su naturaleza y oficios, y el poder y la plenitud del
Espíritu Santo en sus obras y operaciones; y de esta forma, el cristiano es capacitado
para confiar su alma a la verdad así creída;1 y también actúa de manera diferente según
sea el contenido de cada pasaje en particular: produciendo obediencia a los mandatos, 2
temblando ante las amenazas,3 y abrazando las promesas de Dios para esta vida y para la
venidera;4 pero las principales acciones de la fe salvadora tienen que ver directamente
con Cristo: aceptarle, recibirle y descansar solo en él para la justificación, santificación
y vida eterna, en virtud del pacto de gracia.5
172

1. Hch. 24:14; 1 Ts. 2:13; Sal. 19:7–10; 119:72

2. Jn. 15:14; Ro. 16:26

3. Is. 66:2

4. 1 Ti. 4:8; He. 11:13

5. Jn. 1:12; Hch. 15:11; 16:31; Gá. 2:20.

III.
Esta fe, aunque sea diferente en grados y pueda ser débil o fuerte, 1 es, sin
embargo, aun en su grado mínimo, diferente en su clase y naturaleza (como lo es toda
otra gracia salvadora) de la fe y la gracia común de aquellos creyentes que solo lo son
por un tiempo;2 y consecuentemente, aunque muchas veces sea atacada y debilitada,
resulta, sin embargo, victoriosa,3 creciendo en muchos hasta obtener la completa
seguridad4 a través de Cristo, quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe.5

1. Mt. 6:30; 8:10, 26; 14:31; 16:8; Mt. 17:20; He. 5:13, 14; Ro. 4:19,
20

2. Stg. 2:14; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:4

3. Lc. 22:31, 32; Ef. 6:16; 1 Jn. 5:4, 5

4. Sal. 119:114; He. 6:11, 12; 10:22, 23Ç

5. He. 12:2
173

15
DEL ARREPENTIMIENTO PARA VIDA Y
SALVACIÓN

I.

A aquellos de los elegidos que se convierten en la madurez, habiendo vivido


por algún tiempo en el estado natural,1 y habiendo servido en el mismo a diversas
concupiscencias y placeres, Dios, al llamarlos eficazmente, les da arrepentimiento para
vida.2

1. Tit. 3:2–5
2. 2 Cr. 33:10–20; Hch. 9:1–19; 16:29, 30

II.

Si bien no hay nadie que haga el bien y no peque,1 y los mejores hombres,
mediante el poder y el engaño de la corrupción que habita en ellos, junto con el
174
predominio de la tentación, pueden caer en grandes pecados y provocaciones,2 Dios, en
el pacto de gracia, ha provisto misericordiosamente que los creyentes que pequen y
caigan de esta manera sean renovados mediante el arrepentimiento para salvación.3

1. Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20


2. 2 S. 11:1–27; Lc. 22:54–62
3. Jer. 32:40; Lc. 22:31–32; 1 Jn. 1:9

III.

Este arrepentimiento para salvación es una gracia evangélica1 por la cual una
persona a quien el Espíritu hace consciente de las múltiples maldades de su pecado, 2
mediante la fe en Cristo3 se humilla por él con una tristeza que es según Dios,
abominación de él y aborrecimiento de sí mismo, orando por el perdón y las fuerzas que
proceden de la gracia,4 con el propósito y empeño, mediante la provisión del Espíritu, de
andar delante de Dios para agradarle en todo.5

1. Hch. 5:31; 11:18; 2 Ti. 2:25


2. Sal. 51:1–6; 130:1–3; Lc. 15:17–20; Hch. 2:37–38
3. Sal. 130:4; Mt. 27:3–5; Mr. 1:15
4. Ez. 16:60–63; 36:31, 32; Zc. 12:10; Mt. 21:19; Hch. 15:19; 20:21;
26:20; 2 Co. 7:10, 11; 1 Ts. 1:9
5. Pr. 28:13; Ez. 36:25; 18:30, 31; Sal. 119:59, 104, 128; Mt. 3:8; Lc.
3:8; Hch. 26:20; 1 Ts. 1:9

IV.

Puesto que el arrepentimiento ha de continuar a lo largo de toda nuestra vida,


debido al cuerpo de muerte y sus inclinaciones,1 es por tanto el deber de cada hombre
arrepentirse específicamente de los pecados concretos que conozca.2

1. Ez. 16:60; Mt. 5:4; 1 Jn. 1:9


2. Lc. 19:8; 1 Ti. 1:13, 15.

V.

Tal es la provisión que Dios ha hecho a través de Cristo en el pacto de gracia


para la preservación de los creyentes para salvación que, si bien no hay pecado tan
175
pequeño que no merezca la condenación,1 no hay, sin embargo, pecado tan grande que
acarree condenación a aquellos que se arrepienten, lo cual hace necesaria la predicación
constante del arrepentimiento.2

1. Sal. 130:3; 143:2; Ro. 6:23


2. Is. 1:16–18; 55:7; Hch. 2:36–38

16
DE LAS BUENAS OBRAS

I.

Las buenas obras son solamente aquellas que Dios ha ordenado en su santa
Palabra1 y no las que, sin la autoridad de esta, han inventado los hombres por un fervor
ciego o con cualquier pretexto de buenas intenciones.2

1. Mi. 6:8; Ro. 12:2; He. 13:21; Col. 2:3; 2 Ti. 3:16, 17
2. Mt. 15:9 con Is. 29:13; 1 P. 1:18; Ro. 10:2; Jn. 16:2; 1 S. 15:21–23; 1
Co. 7:23; Gá. 5:1; Col. 2:8 16–23

II.

Estas buenas obras, hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los
frutos y evidencias de una fe verdadera y viva;1 y por ellas los creyentes manifiestan su
gratitud,2 fortalecen su seguridad,3 edifican a sus hermanos,4 adornan la profesión del
176
evangelio,5 tapan la boca de los adversarios,6 y glorifican a Dios, cuya hechura son,
creados en Cristo Jesús para ello,7 para que teniendo por fruto la santificación, tengan
como fin la vida eterna.8

1. Stg. 2:18, 22; Gá. 5:6; 1 Ti. 1:5


2. Sal. 116:12–14; 1 P. 2:9, 12; Lc. 7:36–50 con Mt. 26:1–11
3. 1 Jn. 2:3, 5; 3:18, 19; 2 P. 1:5–11
4. 2 Co. 9:2; Mt. 5:16
5. Mt. 5:16; Tit. 2:5, 9–12; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12
6. 1 P. 2:12, 15; Tit. 2:5; 1 Ti. 6:1
7. Ef. 2:10; Fil. 1:11; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12; Mt. 5:16
8. Ro. 6:22; Mt. 7:13, 14, 21–23

III.

La capacidad que tienen los creyentes para hacer buenas obras no es de ellos
mismos en ninguna manera, sino completamente del Espíritu de Cristo. Y para que ellos
puedan tener esta capacidad, además de las virtudes que ya han recibido, se necesita una
influencia efectiva del mismo Espíritu Santo para obrar en ellos tanto el querer como el
hacer por su buena voluntad;1 sin embargo, no deben volverse negligentes por ello,
como si no estuviesen obligados a cumplir deber alguno aparte de un impulso especial
del Espíritu, sino que deben ser diligentes en avivar la gracia de Dios que está en ellos.2

1. Ez. 36:26, 27; Jn. 15:4–6; 2 Co. 3:5; Fil. 2:12, 13; Ef. 2:10
2. Ro. 8:14; Jn. 3:8; Fil. 2:12, 13; 2 P. 1:10; He. 6:12; 2 Ti. 1:6; Jud. 20,
21.

IV.

Quienes alcancen el mayor grado de obediencia posible en esta vida quedan tan
lejos de llegar a un grado supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios requiere, que
les falta mucho de lo que por deber están obligados a hacer.1
177
1. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,
23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6– 10; Lc. 17:10 47

V.

Nosotros no podemos, por nuestras mejores obras, merecer el perdón del


pecado o la vida eterna de la mano de Dios, a causa de la gran desproporción que existe
entre nuestras obras y la gloria que ha de venir, 1 y por la distancia infinita que hay entre
nosotros y Dios, a quien no podemos beneficiar por dichas obras, ni satisfacer la deuda
de nuestros pecados anteriores; pero cuando hemos hecho todo lo que podemos, no
hemos sino cumplido con nuestro deber y somos siervos inútiles; 2 y tanto en cuanto son
buenas
proceden de su Espíritu;3 y en cuanto son hechas por nosotros, son impuras y están
mezcladas con tanta debilidad e imperfección que no pueden soportar la severidad del
castigo de Dios.4

1. Ro. 8:18
2. Job 22:3; 35:7; Lc. 17:10; Ro. 4:3; 11:3
3. Gá. 5:22–23
4. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,
23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6–
10.

VI.

No obstante, por ser aceptadas las personas de los creyentes por medio de
Cristo, sus buenas obras también son aceptadas en él;1 no como si fueran en esta vida
enteramente irreprochables e irreprensibles a los ojos de Dios;2 sino que, a él,
mirándolas en su Hijo, le place aceptar y recompensar aquello que es sincero aun
cuando esté acompañado de muchas debilidades e imperfecciones.3

1. Ex. 28:38; Ef. 1:6–7; 1 P. 2:5


2. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,
23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6–10.
3. He. 6:10; Mt. 25:21, 23.

VII.
178
Las obras hechas por hombres no regenerados, aunque en sí mismas sean cosas
que Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros, 1 sin embargo, por no
proceder de un corazón purificado por la fe 2 y no ser hechas de una manera correcta de
acuerdo con la Palabra,3 ni para un fin correcto (la gloria de Dios4), son, por tanto,
pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni hacer a un hombre digno de recibir gracia
por parte de Dios.5 Y a pesar de esto, el hecho de que descuiden las buenas obras es más
pecaminoso y desagradable a Dios.6

1. 1 R. 21:27–29; 2 R. 10:30, 31; Ro. 2:14; Fil. 1:15–18


2. Gn. 4:5 con He. 11:4–6; 1 Ti. 1:5; Ro. 14:23; Gá. 5:6
3. 1 Co. 13:3; Is. 1:12
4. Mt. 6:2, 5, 6; 1 Co. 10:31
5. Ro. 9:16; Tit. 1:15; 3:5
6. 1R. 21:27–29; 2R. 10:30, 31; Sal. 14:4; 36:3.

17
DE LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

I.

Aquellos a quienes Dios ha aceptado en el Amado, y ha llamado eficazmente y


santificado por su Espíritu, y a quienes ha dado la preciosa fe de sus elegidos, no pueden
caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente perseverarán
en él hasta el fin, y serán salvos por toda la eternidad, puesto que los dones y el
llamamiento de Dios son irrevocables, por lo que él continúa engendrando y nutriendo
en ellos la fe, el arrepentimiento, el amor, el gozo, la esperanza y todas las virtudes del
Espíritu para inmortalidad;1 y aunque surjan y les azoten muchas tormentas e
inundaciones, nunca podrán, sin embargo, arrancarles del fundamento y la roca a que
por la fe están aferrados; a pesar de que, por medio de la incredulidad y las tentaciones
de Satanás, la visión perceptible de la luz y el amor de Dios puede nublárseles y
oscurecérseles por un tiempo,2 él, sin embargo, es aún el mismo, y ellos serán
guardados, sin duda alguna, por el poder de Dios para salvación, en la que gozarán de su
179
posesión adquirida, al estar ellos esculpidos en las palmas de sus manos y sus nombres
escritos en el libro de la vida desde toda la eternidad.3

1. Jn. 10:28, 29; Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2 P.1:5–10; 1 Jn. 2:19

2. Sal. 89:31, 32; 1 Co. 11:32; 2 Ti. 4:7

3. Sal. 102:27; Mal. 3:6; Ef. 1:14; 1 P. 1:5; Ap. 13:8

II.

Esta perseverancia de los santos depende no de su propio libre albedrío, 1 sino


de la inmutabilidad del decreto de elección,2 que fluye del amor libre e inmutable de
Dios el Padre, sobre la base de la eficacia de los méritos y la intercesión de Jesucristo y
la unión con él,3 del juramento de Dios,4 de la morada de su Espíritu, de la simiente de
Dios que está en los santos,5 y de la naturaleza del pacto de gracia, 6 de todo lo cual
surgen también la certeza y la infalibilidad de la perseverancia.

1. Fil. 2:12, 13; Ro. 9:16; Jn. 6:37, 44


2. Mt. 24:22, 24, 31; Ro. 8:30; 9:11, 16; 11:2, 29; Ef. 1:5–11
3. Ef. 1:4; Ro. 5:9, 10; 8:31–34; 2 Co. 5:14; Ro. 8:35–38; 1 Co. 1:8, 9;
Jn.14:19; 10:28, 29
4. He. 6:16–20
5. 1 Jn. 2:19, 20, 27; 3:9; 5:4, 18; Ef. 1:13; 4:30; 2 Co. 1:22; 5:5; Ef. 1:14
6. Jer. 31:33, 34; 32:40; He. 10:11–18; 13:20, 21

III.

Y aunque los santos (mediante la tentación de Satanás y del mundo, el


predominio de la corrupción que queda en ellos y el descuido de los medios para su
preservación) caigan en pecados graves y por algún tiempo permanezcan en ellos1 (por
lo que incurren en el desagrado de Dios y entristecen a su Espíritu Santo,2 se les dañan
sus virtudes y consuelos,3 se les endurece el corazón y se les hiere la conciencia,4
lastiman y escandalizan a otros,5 y se acarrean juicios temporales6), sin embargo,
180
renovarán su arrepentimiento y serán preservados hasta el fin mediante la fe en Cristo
Jesús.7

1. Mt. 26:70, 72, 74


2. Sal. 38:1–8; Is. 64:5–9; Ef. 4:30; 1 Ts. 5:14
3. Sal. 51:10–12
4. Sal. 32:3–4; 73:21–22
5. 2 S. 12:14; 1 Co. 8:9–13; Ro. 14:13–18; 1 Ti. 6:1–2; Tit. 2:5
6. 2 S. 12:14 ss.; Gn. 19:30–38; 1 Co. 11:27–32
7. Lc. 22:32, 61–62; 1 Co. 11:32; 1 Jn. 3:9; 5:18

18
DE LA SEGURIDAD DE LA GRACIA Y DE LA
SALVACIÓN

I.

Aunque los creyentes que lo son por un tiempo y otras personas no regeneradas
vanamente se engañen a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de
hallarse en el favor de Dios y en estado de salvación (pero la esperanza de ellos
perecerá1), sin embargo, los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con
sinceridad, esforzándose por andar con toda buena conciencia delante de él, pueden en
181
esta vida estar absolutamente seguros de hallarse en el estado de gracia, y pueden
regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les avergonzará.2

1. Jer. 17:9; Mt. 7:21–23; Lc. 18:10–14; Jn. 8:41; Ef. 5:6, 7; Gá. 6:3, 7–
9
2. Ro. 5:2, 5; 8:16; 1 Jn. 2:3; 3:14, 18, 19, 24; 5:13; 2 P. 1:10

II.

Esta certeza no es una mera persuasión conjetural y probable, fundada en una


esperanza falible, sino que es una seguridad infalible de fe 1 basada en la sangre y la
justicia de Cristo reveladas en el evangelio;2 y también en la evidencia interna de
aquellas virtudes del Espíritu a las cuales se les hacen promesas, 3 y en el testimonio del
Espíritu de adopción testificando con nuestro espíritu que somos hijos de Dios; 4 y, como
fruto suyo, mantiene el corazón humilde y santo.5

1. Ro. 5:2, 5; He. 6:11, 19, 20; 1 Jn. 3:2, 14; 4:16; 5:13, 19, 20
2. He. 6:17, 18; 7:22; 10:14, 19
3. Mt. 3:7–10; Mr. 1:15; 2 P. 1:4–11; 1 Jn. 2:3; 3:14, 18, 19, 24; 5:13
4. Ro. 8:15, 16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:6, 7
5. 1 Jn. 3:1–3

III.

Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia de la fe hasta tal punto que un


verdadero creyente no pueda esperar mucho tiempo y luchar con muchas dificultades
antes de ser partícipe de tal seguridad;1 sin embargo, siendo capacitado por el Espíritu
para conocer las cosas que le son dadas gratuitamente por Dios, puede alcanzarla,2 sin
una revelación extraordinaria, por el uso adecuado de los medios; y por eso es el deber
de cada uno ser diligente para hacer firme su llamamiento y elección; para que así su
corazón se ensanche en la paz y en el gozo en el Espíritu Santo, en amor y gratitud a
182
Dios, y en fuerza y alegría en los deberes de la obediencia, que son los frutos propios de
esta seguridad: así está de lejos esta seguridad de inducir a los hombres a la disolución.3

1. Hch. 16:30–34; 1 Jn. 5:13


2. Ro. 8:15, 16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:4–6 con 3:2; 1 Jn. 4:13; Ef. 3:17–19; He.
6:11, 12; 2 P. 1:5–11
3. 2 P. 1:10; Sal. 119:32; Ro. 15:13; Neh. 8:10; 1 Jn. 4:19, 16; Ro. 6:1, 2, 11
13; 14:17; Tit. 2:11–14; Ef. 5:18

IV.

La seguridad de la salvación de los verdaderos creyentes puede ser, de diversas


maneras, zarandeada, disminuida e interrumpida; como por la negligencia en
conservarla,1 por caer en algún pecado especial que hiera la conciencia y contriste al
Espíritu,2 por alguna tentación repentina o vehemente, 3 por retirarles Dios la luz de su
rostro, permitiendo, aun a los que le temen, que caminen en tinieblas, y no tengan luz; 4
sin embargo, nunca quedan destituidos de la simiente de Dios, y de la vida de fe, de
aquel amor de Cristo y de los hermanos, de aquella sinceridad de corazón y conciencia
del deber, por los cuales, mediante la operación del Espíritu, esta seguridad puede ser
revivida con el tiempo; y por los cuales, mientras tanto, los verdaderos creyentes son
preservados de caer en total desesperación.5

1. He. 6:11, 12; 2 P. 1:5–11


2. Sal. 51:8, 12, 14; Ef. 4:30
3. Sal. 30:7; 31:22; 77:7, 8; 116:11
4. Is. 50:10
5. 1 Jn. 3:9; Lc. 22:32; Ro. 8:15, 16; Gá. 4:5; Sal. 42:5, 11
183

19
DE LA LEY DE DIOS

I.

Dios dio a Adán una ley de obediencia universal escrita en su corazón, 1 y un


precepto en particular de no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del
mal;2 por lo cual le obligó a él y a toda su posteridad a una obediencia personal
completa, exacta y perpetua; prometió la vida por su cumplimiento de la ley, y amenazó
con la muerte su infracción; y le dotó también del poder y la capacidad para guardarla.3
184

1. Gn. 1:27; Ec. 7:29; Ro. 2:12a, 14, 15

2. Gn. 2:16, 17

3. Gn. 2:16, 17; Ro. 10:5; Gá. 3:10, 12

II.

La misma ley que primeramente fue escrita en el corazón del hombre continuó
siendo una regla perfecta de justicia después de la Caída; 1 y fue dada por Dios en el
monte Sinaí,2 en diez mandamientos, y escrita en dos tablas; los cuatro primeros
mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros
deberes para con los hombres.3

1. Para el Cuarto Mandamiento, Gn. 2:3; Ex. 16; Gn. 7:4; 8:10, 12;
para el Quinto Mandamiento, Gn. 37:10; para el Sexto
Mandamiento, Gn. 4:3–15; para el Séptimo Mandamiento, Gn.
12:17; para el Octavo Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8; para el
Noveno Mandamiento, Gn. 27:12; para el Décimo Mandamiento,
Gn. 6:2; 13:10, 11

2. Ro. 2:12a, 14, 15

3. Ex. 32:15, 16; 34:4, 28; Dt. 10:4

III.

Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al
pueblo de Israel leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte de
185
adoración, prefigurando a Cristo, sus virtudes, acciones, sufrimientos y beneficios; 1 y en
parte proponiendo diversas instrucciones sobre los deberes morales. 2 Todas aquellas
leyes ceremoniales, habiendo sido prescritas solamente hasta el tiempo de reformar las
cosas, han sido abrogadas y quitadas por Jesucristo, el verdadero Mesías y único
legislador, quien fue investido con poder por parte del Padre para ese fin.3

1. He. 10:1; Col. 2:16, 17

2. 1 Co. 5:7; 2 Co. 6:17; Jud. 23

3. Col. 2:14, 16, 17; Ef. 2:14–16

IV.

Dios también les dio a los israelitas diversas leyes civiles, que expiraron
juntamente con el Estado de aquel pueblo, no obligando ahora a ningún otro en virtud
1
de aquella institución; siendo sus principios de equidad solamente utilizables en la
moral.2

1. Lc. 21:20-24; Hch. 6:13, 14; He. 9:18, 19 con 8:7, 13; 9:10; 10:1.
2. 1 Co. 5:1,13 con Dt. 22:21; 1 Co. 9:8–10 con Dt. 25:4

V.

La ley moral obliga para siempre a todos, tanto a los justificados como a los
demás, a que se la obedezca;1 y esto no solo en consideración a su contenido, sino
también con respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien la dio. 2 Tampoco Cristo,
en el evangelio, en ninguna manera cancela esta obligación, sino que la refuerza
considerablemente.3

1. Mt. 19:16–22; Ro. 2:14–15; 3:19–20; 6:14; 7:6; 8:3; 1 Ti. 1:8–11; Ro.
13:8–10; 1 Co. 7:19 con Gá. 5:6; 6:15; Ef. 4:25–6:4; Stg. 2:11–12
2. Stg. 2:10–11
3. Mt. 5:17–19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8
186

VI.

Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras
para ser por ella justificados o condenados,1 sin embargo esta es de gran utilidad tanto
para ellos como para otros, en que como regla de vida les informa de la voluntad de
Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella, 2 les revela
también la pecaminosa contaminación de sus naturalezas, corazones y vidas; de tal
manera que, al examinarse a la luz de ella, puedan llegar a una convicción más profunda
de su pecado, a
sentir humillación por él y odio contra él; junto con una visión más clara de la necesidad
que tienen de Cristo, y de la perfección de su obediencia. 3 También la ley moral es útil
para los regenerados a fin de restringir su corrupción, en cuanto que prohíbe el pecado;
y sus amenazas sirven para mostrar lo que aun sus pecados merecen, y qué aflicciones
pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición y el puro
rigor de la ley.4 Asimismo sus promesas manifiestan a los regenerados que Dios
aprueba la obediencia y cuáles son las bendiciones que pueden esperar por el
cumplimiento de la misma,5 aunque no como si la ley se lo debiera como pacto de
obras;6 de manera que si alguien hace lo bueno y se abstiene de hacer lo malo porque la
ley le manda lo uno y le prohíbe lo otro, no por ello se demuestra que esté bajo la ley y
no bajo la gracia.7

1. Hch. 13:39; Ro. 6:14; 8:1; 10:4; Gá. 2:16; 4:4, 5


2. Ro. 7:12, 22, 25; Sal. 119:4–6; 1 Co. 7:19
3. Ro. 3:20; 7:7, 9, 14, 24; 8:3; Stg. 1:23–25
4. Stg. 2:11; Sal. 119:101, 104, 128
5. Ef. 6:2, 3; Sal. 37:11; Mt. 5:6; Sal. 19:11
6. Lc. 17:10
7. Cf. el libro de Proverbios; Mt. 3:7; Lc. 13:3, 5; Hch. 2:40; He. 11:26;
1 P. 3:8–13

VII.
187
Los usos de la ley ya mencionados tampoco son contrarios a la gracia del
evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él; pues el Espíritu de Cristo
subyuga y capacita la voluntad del hombre para que haga libre y alegremente lo que
requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley.1

1. Gá. 3:21; Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro. 8:4; Tit. 2:14
188

20
DEL EVANGELIO Y DEL ALCANCE DE SU GRACIA

I.

Habiendo sido quebrantado el pacto de obras por el pecado y habiéndose vuelto


inútil para dar vida, agradó a Dios dar la promesa de Cristo, la simiente de la mujer,
como el medio para llamar a los elegidos, y engendrar en ellos la fe y el
arrepentimiento. En esta promesa, el evangelio, en cuanto a su sustancia, fue revelado, y
es en ella eficaz para la conversión y salvación de los pecadores.1

1. Gn. 3:15 con Ef. 2:12; Gá. 4:4; He. 11:13; Lc. 2:25, 38; 23:51;
Ro. 4:13–16; Gá. 3:15–22

II.

Esta promesa de Cristo, y la salvación por medio de él, es revelada solamente


por la Palabra de Dios.1 Tampoco las obras de la creación o la providencia, con la luz de
la naturaleza, revelan a Cristo, o la gracia que es por medio de él, ni siquiera en forma
general u oscura;2 mucho menos hacen que los hombres destituidos de la revelación de
él por la promesa, o evangelio, sean capacitados así para alcanzar la fe salvadora o el
arrepentimiento.3

1. Hch. 4:12; Ro. 10:13–15


2. Sal. 19; Ro. 1:18–23
3. Ro. 2:12a; Mt. 28:18–20; Lc. 24:46, 47 con Hch. 17:29, 30; Ro.
3:9–20.

III.

La revelación del evangelio a los pecadores (hecha en diversos tiempos y


distintas partes, con la adición de promesas y preceptos para la obediencia requerida en
aquél, en cuanto a las naciones y personas a quienes es concedido), es meramente por la
189
voluntad soberana y el beneplácito de Dios; 1 no apropiándosela en virtud de promesa
alguna referida al buen uso de las capacidades naturales de los hombres, ni en virtud de
la luz común recibida aparte de él, lo cual nadie hizo jamás ni puede hacer. 2 Por tanto,
en todas las épocas, la predicación del evangelio ha sido concedida a personas y
naciones, en cuanto a su extensión o restricción, con gran variedad, según el consejo de
la voluntad de Dios.

1. Mt. 11:20
2. Ro. 3:10–12; 8:7, 8

IV.

Aunque el evangelio es el único medio externo para revelar a Cristo y la gracia


salvadora, y es, como tal, completamente suficiente para este fin,1 sin embargo, para que
los hombres que están muertos en sus delitos puedan nacer de nuevo, ser vivificados o
regenerados, es además necesaria una obra eficaz e invencible del Espíritu Santo en toda
el alma, con el fin de producir en ellos una nueva vida espiritual; sin esta, ningún otro
medio puede efectuar su conversión a Dios.2

1. Ro. 1:16, 17
2. Jn. 6:44; 1 Co. 1:22–24; 2:14; 2 Co. 4:4, 6
190

21
DE LA LIBERTAD CRISTIANA Y DE LA LIBERTAD DE
CONCIENCIA

I.

La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes bajo el evangelio


consiste en su libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios y de la
severidad y maldición de la ley,1 y en ser librados de este presente siglo malo, de la
servidumbre de Satanás y del dominio del pecado, 2 del mal de las aflicciones, del temor
y aguijón de la muerte, de la victoria del sepulcro y de la condenación eterna,3 y también
consiste en su libre acceso a Dios, y en rendirle obediencia a él, no por temor servil,
sino con un amor
filial y una mente dispuesta.4 Todo esto era sustancialmente común también a los
creyentes bajo la ley;5 pero bajo el Nuevo Testamento la libertad de los cristianos se
ensancha mucho más porque están libres del yugo de la ley ceremonial a que estaba
sujeta la Iglesia judaica, y tienen ahora mayor confianza para acercarse al trono de
gracia, y experiencias más plenas del libre Espíritu de Dios que aquellas de las que
participaron generalmente los creyentes bajo la ley.6

1. Jn. 3:36; Ro. 8:33; Gá. 3:13


2. Gá. 1:4; Ef. 2:1–3; Col. 1:13; Hch. 26:18; Ro. 6:14–18; 8:3
3. Ro. 8:28; 1 Co. 15:54–57; 1 Ts. 1:10; He. 2:14–15
4. Ef. 2:18; 3:12; Ro. 8:15; 1 Jn. 4:18
5. Jn. 8:32; Sal. 19:7–9; 119:14, 24, 45, 47–48, 72, 97; Ro. 4:5–11; Gá.
3:9; He. 11:27, 33–34
6. Jn. 1:17; He. 1:1, 2a; 7:19, 22; 8:6; 9:23; 11:40; Gá. 2:11 ss.; 4:1–3;
Col. 2:16–17; He. 10:19–21; Jn. 7:38–39

II.
191
Solo Dios es el Señor de la conciencia, 1 y la ha hecho libre de las doctrinas y
los mandamientos de los hombres que estén, de alguna manera, en contra de su Palabra
o que no estén contenidos en esta. 2 Así que, creer tales doctrinas u obedecer tales
mandamientos por causa de la conciencia es traicionar la verdadera libertad de
conciencia,3 y el requerir una fe implícita y una obediencia ciega y absoluta es destruir
la libertad de conciencia y también la razón.4

1. Stg. 4:12; Ro. 14:4; Gá. 5:1


2. Hch. 4:19; 5:29; 1 Co. 7:23; Mt. 15:9
3. Col. 2:20, 22, 23; Gá. 1:10; 2:3–5; 5:1
4. Ro. 10:17; 14:23; Hch. 17:11; Jn. 4:22; 1 Co. 3:5; 2 Co. 1:24

III.

Aquellos que bajo el pretexto de la libertad cristiana practican cualquier pecado


o abrigan cualquier concupiscencia, al pervertir así el propósito principal de la gracia
del evangelio para su propia destrucción,1 destruyen completamente, por tanto, el
propósito de la libertad cristiana, que consiste en que, siendo librados de las manos de
todos nuestros enemigos, sirvamos al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de
él, todos los días de nuestra vida.2

1. Ro. 6:1, 2
2. Lc. 1:74, 75; Ro. 14:9; Gá. 5:13; 2 P. 2:18, 21
192

22
DE LA ADORACIÓN RELIGIOSA Y DEL DÍA DE
REPOSO

I.

La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios, que tiene señorío y soberanía
sobre todo; es justo, bueno y hace bien a todos; y que, por tanto, debe ser temido,
amado, alabado, invocado, creído, y servido con toda el alma, con todo el corazón y con
todas las fuerzas.1 Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios está instituido
por él mismo, y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada que no se
debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las
sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún otro modo
no prescrito en las Santas Escrituras.2

1. Jer. 10:7; Mr. 12:33

2. Gn. 4:1–5; Ex. 20:4–6; Mt. 15:3, 8, 9; 2 R. 16:10–18; Lv. 10:1–3;


Dt. 17:3; 4:2; 12:29–32; Jos. 1:7;
23:6–8; Mt. 15:13; Col. 2:20–23; 2 Ti. 3:15–17

II.

La adoración religiosa ha de tributarse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a


él solamente;1 no a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna otra criatura; 2 y desde la
Caída, no sin un mediador; ni por la mediación de ningún otro, sino solamente de
Cristo.3
193

1. Mt. 4:9, 10; Jn. 5:23; 2 Co. 13:14

2. Ro. 1:25; Col. 2:18; Ap. 19:10

3. Jn. 14:6; Ef. 2:18; Col. 3:17; 1 Ti. 2:5

III.

Siendo la oración, con acción de gracias, una parte de la adoración natural, la


exige Dios de todos los hombres.1 Pero para que pueda ser aceptada, debe hacerse en el
nombre del Hijo,2 con la ayuda del Espíritu,3 conforme a su voluntad,4 con
entendimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia; 5 y cuando se
hace con otros, en una lengua conocida.6

1. Sal. 95:1–7; 100:1–5

2. Jn. 14:13, 14

3. Ro. 8:26

4. 1 Jn. 5:14

5. Sal. 47:7; Ec. 5:1, 2; He. 12:28; Gn. 18:27; Stg. 5:16; 1:6, 7; Mr.
11:24; Mt. 6:12, 14, 15; Col. 4:2; Ef. 6:18

6. 1 Co. 14:13–19, 27, 28

IV.

La oración ha de hacerse por cosas lícitas, y a favor de toda clase de personas


vivas, o que vivirán más adelante;1 pero no a favor de los muertos ni de aquellos de
quienes se pueda saber que han cometido el pecado de muerte.2
194
1. 1 Jn. 5:14; 1 Ti. 2:1, 2; Jn. 17:20 2.
2. 2 S. 12:21–23; Lc. 16:25, 26; Ap. 14:13; 1 Jn. 5:16

V.

La lectura de las Escrituras,1 la predicación y la audición de la Palabra de


Dios,2 la instrucción y la amonestación los unos a los otros por medio de salmos,
himnos y cantos espirituales, el cantar con gracia en el corazón al Señor, 3 como también
la administración del bautismo4 y la Cena del Señor:5 todas estas cosas son parte de la
adoración religiosa a Dios que ha de realizarse en obediencia a él, con entendimiento,
fe, reverencia y temor piadoso; además, la humillación solemne, 6 con ayunos, y las
acciones de gracias en ocasiones especiales, han de usarse de una manera santa y
piadosa.7

1. Hch. 15:21; 1 Ti. 4:13; Ap. 1:3


2. 2 Ti. 4:2; Lc. 8:18
3. Col. 3:16; Ef. 5:19
4. Mt. 28:19, 20
5. 1 Co. 11:26
6. Est. 4:16; Jl. 2:12; Mt. 9:15; Hch. 13:2, 3; 1 Co. 7:5
7. Ex. 15:1–19; Sal. 107

VI.

Ahora, bajo el evangelio, ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración


religiosa están limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el lugar en que se
realizan, o hacia el cual se dirigen; 1 sino que Dios ha de ser adorado en todas partes en
espíritu y en verdad;2 tanto en cada familia en particular 3 diariamente,4 como cada uno
en secreto por sí solo;5 así como de una manera más solemne en las reuniones públicas, 6
las cuales no han de descuidarse ni abandonarse voluntariamente o por negligencia,
cuando Dios por su Palabra o providencia nos llama a ellas.7

1. Jn. 4:21
2. Mal. 1:11; 1 Ti. 2:8; Jn. 4:23, 24
3. Dt. 6:6, 7; Job 1:5; 1 P. 3:7
4. Mt. 6:11
195
5. Mt. 6:6
6. Sal. 84:1, 2, 10; Mt. 18:20; 1 Co. 3:16; 14:25; Ef. 2:21, 22
7. Hch. 2:42; He. 10:25

VII.

Así como es la ley de la naturaleza que, en general, una proporción de tiempo,


por designio de Dios se dedique a la adoración de Dios, así en su Palabra, por un
mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todas las
épocas, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete como día de reposo, para
que sea guardado santo para él;1 el cual desde el principio del mundo hasta la
resurrección de Cristo fue el último día de la semana y desde la resurrección de Cristo
fue cambiado al primer día de la semana, que es llamado el Día del Señor y debe ser
perpetuado hasta el fin del mundo como el día de reposo cristiano, siendo abolida la
observancia del último día de la semana.2

1. Gn. 2:3; Ex. 20:8–11; Mr. 2:27, 28; Ap. 1:10


2. Jn. 20:1; Hch. 2:1; 20:7; 1 Co. 16:1; Ap. 1:10; Col. 2:16, 17

VIII.

El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de
la debida preparación de su corazón y arreglados de antemano todos sus asuntos
cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día de sus propias
labores, palabras y pensamientos1 acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares;
sino que también se dedican todo el tiempo al ejercicio público y privado de la
adoración de Dios, y a los deberes de necesidad y de misericordia.2

1. Ex. 20:8–11; Neh. 13:15–22; Is. 58:13, 14; Ap. 1:10


2. Mt. 12:1–13; Mr. 2:27, 28
196

23
DE LOS JURAMENTOS Y VOTOS LÍCITOS

I.

Un juramento lícito es una parte de la adoración religiosa en la cual la persona


que jura con verdad, justicia y juicio, solemnemente pone a Dios como testigo de lo que
jura, y para que le juzgue conforme a la verdad o la falsedad de lo que jura.1

1. Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr. 6:22, 23; 2 Co. 1:23

II.

Solo por el nombre de Dios deben jurar los hombres, y al hacerlo han de
usarlo con todo temor santo y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o temerariamente por
este nombre glorioso y temible, o simplemente el jurar por cualquier otra cosa, es
197
pecaminoso y debe aborrecerse.1 Sin embargo, como en asuntos de peso y de
importancia, para confirmación de la verdad y para poner fin a toda contienda, un
juramento está justificado por la Palabra de Dios, por eso, cuando una autoridad
legítima exija un juramento lícito para tales asuntos, este juramento debe hacerse.2

1. Dt. 6:13; 28:58; Ex. 20:7; Jer. 5:7


2. He. 6:13–16; Gn. 24:3; 47:30, 31; 50:25; 1 R. 17:1; Neh. 13:25; 5:12;
Esd. 10:5; Nm. 5:19, 21; 1 R. 8:31; Ex. 22:11; Is. 45:23; 65:16; Mt.
26:62–64; Ro. 1:9; 2 Co. 1:23; Hch. 18:18

III.

Todo aquel que haga un juramento justificado por la Palabra de Dios debe
considerar seriamente la gravedad de un acto tan solemne, y no afirmar en el mismo
nada sino lo que sepa que es verdad, porque por juramentos temerarios, falsos y vanos
se provoca al Señor y por razón de ello la tierra se enluta.1

1. Ex. 20:7; Lv. 19:12; Nm. 30:2; Jer. 4:2; 23:10

IV.

Un juramento debe hacerse en el sentido claro y común de las palabras, sin


equívocos o reservas mentales.1

1. Sal. 24:4; Jer. 4:2

V.

Un voto (que no ha de hacerse a ninguna criatura, sino solo a Dios 1) ha de


hacerse y cumplirse con todo cuidado piadoso y fidelidad; 2 pero los votos monásticos
papistas de celibato perpetuo, pretendida pobreza y obediencia a las reglas eclesiásticas,
distan tanto de ser grados de perfección superior que son más bien trampas
supersticiosas y pecaminosas en las que ningún cristiano debe enredarse.3

1. Nm. 30:2, 3; Sal. 76:11; Jer. 44:25, 26


2. Nm. 30:2; Sal. 61:8; 66:13, 14; Ec. 5:4–6; Is. 19:21
3. 1 Co. 6:18 con 7:2, 9; 1 Ti. 4:3; Ef. 4:28; 1 Co. 7:23; Mt. 19:11, 12
198

24
DE LAS AUTORIDADES CIVILES

I.

Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha instituido autoridades


civiles para estarle sujetas y gobernar al pueblo1 para la gloria de Dios y el bien
público;2 y con este fin, les ha provisto con el poder de la espada, para la defensa y el
ánimo de los que hacen lo bueno, y para el castigo de los malhechores.3

1. Sal. 82:1; Lc. 12:48; Ro. 13:1–6; 1 P. 2:13, 14


199

2. Gn. 6:11–13 con 9:5, 6; Sal. 58:1, 2; 72:14; 82:1–4; Pr. 21:15;
24:11, 12; 29:14, 26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27; Mt. 22:21;
Ro. 13:3, 4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14

3. Gn. 9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch. 25:11; Ro.
13:4; 1 P. 2:14

II.

Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil cuando
sean llamados para ello;1 en el desempeño de dichos cargos deben mantener
especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y Estado; y así,
con este propósito, ahora bajo el Nuevo Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra
en ocasiones justas y necesarias.2

1. Ex. 22:8–9, 28–29; Daniel; Nehemías; Pr. 14:35; 16:10, 12;


20:26, 28; 25:2; 28:15–16; 29:4, 14; 31:4–5; Ro. 13:2, 4, 6

2. Lc. 3:14; Ro. 13:4

III.

Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya
mencionados, se les debe rendir sujeción1 en el Señor en todas las cosas lícitas 2 que
manden, no solo por causa de la ira sino también de la conciencia; y debemos ofrecer
súplicas y oraciones a favor de los reyes y de todos los que están en autoridad, para que
bajo su gobierno podamos vivir una vida tranquila y sosegada en toda piedad y
honestidad.3

1. Pr. 16:14, 15; 19:12; 20:2; 24:21, 22; 25:15; 28:2; Ro. 13:1–7;
Tit. 3:1; 1 P. 2:13, 14

2. Dn. 1:8; 3:4–6, 16–18; 6:5–10, 22; Mt. 22:21; Hch. 4:19, 20; 5:29
200

3. Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1–4

25
DEL MATRIMONIO

I.
201
El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún
hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido.1

1. Gn. 2:24 con Mt. 19:5, 6; 1 Ti. 3:2; Tit. 1:6

II.

El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa; 1 para


multiplicar el género humano por medio de una descendencia legítima 2 y para evitar la
impureza.3

1. Gn. 2:18; Pr. 2:17; Mal. 2:14


2. Gn. 1:28; Sal. 127:3–5; 128:3, 4
3. 1 Co. 7:2, 9

III.

Pueden casarse lícitamente toda clase de personas capaces de dar su


consentimiento en su sano juicio;1 sin embargo, es deber de los cristianos casarse en el
Señor. Y, por tanto, los que profesan la verdadera fe no deben casarse con incrédulos o
idólatras; ni deben los que son piadosos unirse en yugo desigual, casándose con los que
sean malvados en sus vidas o que sostengan herejías condenables.2

1. 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14; He. 13:4; 1 Ti. 4:3


2. 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14

IV.

El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o


afinidad prohibidos en la Palabra, ni pueden tales matrimonios incestuosos legalizarse
jamás por ninguna ley humana, ni por el consentimiento de las partes, de tal manera que
esas personas puedan vivir juntas como marido y mujer.1

1. Lv. 18:6–18; Am. 2:7; Mr. 6:18; 1 Co. 5:1


202

26
DE LA IGLESIA

I.
203
La Iglesia católica o universal,1 que (con respecto a la obra interna del Espíritu
y la verdad de la gracia) puede llamarse invisible, se compone del número completo de
los elegidos que han sido, son o serán reunidos en uno bajo Cristo, su cabeza; y es la
esposa, el cuerpo, la plenitud de aquel que llena todo en todos.2

1. Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22; 4:11–15; 5:23–25, 27, 29, 32; col.
1:18, 24; He. 12:23
2. Ef. 1:22; 4:11–15; 5:23–25, 27, 29, 32; Col. 1:18, 24; Ap. 21:9–14

II.

Todas las personas en todo el mundo que profesan la fe del evangelio y


obediencia a Dios por Cristo conforme al mismo, que no destruyan su propia profesión
mediante errores fundamentales o conductas impías, son y pueden ser llamados santos
visibles;1 y de tales personas todas las congregaciones locales deben estar compuestas.2

1. 1 Co. 1:2; Ro. 1:7, 8; Hch. 11:26; Mt. 16:18; 28:15–20; 1 Co. 5:1–9
2. Mt. 18:15–20; Hch. 2:37–42; 4:4; Ro. 1:7; 1 Co. 5:1–9

III.

Las iglesias más puras bajo el cielo están sujetas a la impureza y al error, 1 y
algunas han degenerado tanto que han llegado a ser no iglesias de Cristo sino sinagogas
de Satanás.2 Sin embargo, Cristo siempre ha tenido y siempre tendrá un reino en este
mundo, hasta el fin del mismo, compuesto de aquellos que creen en él y profesan su
nombre.3

1. 1 Co. 1:11; 5:1; 6:6; 11:17–19; 3 Jn. 9, 10; Ap. 2 y 3


2. Ap. 2:5 con 1:20; 1 Ti. 3:14, 15; Ap. 18:2
3. Mt. 16:18; 24:14; 28:20; Mr. 4:30–32; Sal. 72:16–18; 102:28; Is. 9:6,
7; Ap. 12:17; 20:7–9

IV.

La Cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo, en quien, por el designio del


Padre, todo el poder requerido para el llamamiento, el establecimiento, el orden o el
gobierno de la Iglesia, está suprema y soberanamente investido.1 No puede el papa de
Roma ser cabeza de ella en ningún sentido, sino que él es aquel anticristo, aquel hombre
204
de pecado e hijo de perdición, que se ensalza en la Iglesia contra Cristo y contra todo lo
que se llama Dios, a quien el Señor destruirá con el resplandor de su venida.2

1. Col. 1:18; Ef. 4:11–16; 1:20–23; 5:23–32; 1 Co. 12:27, 28; Jn. 17:1–
3; Mt. 28:18–20; Hch. 5:31; Jn. 10:14–16
2. 2 Ts. 2:2–9

V.

En el ejercicio de este poder que le ha sido confiado, el Señor Jesús, a


través del ministerio de su Palabra y por su Espíritu, llama a sí mismo del mundo a
aquellos que le han sido dados por su Padre1 para que anden delante de él en todos los
caminos de la obediencia que él les prescribe en su Palabra. 2 A los así llamados, él les
ordena andar juntos en congregaciones concretas, o iglesias, para su edificación mutua
y la debida observancia del culto público, que él requiere de ellos en el mundo.3

1. Jn. 10:16, 23; 12:32; 17:2; Hch. 5:31, 32


2. Mt. 28:20
3. Mt. 18:15–20; Hch. 14:21–23; Tit. 1:5; 1 Ti. 1:3; 3:14–16; 5:17–22

VI.

Los miembros de estas iglesias son santos por su llamamiento, y en una forma
visible manifiestan y evidencian (por su profesión de fe y su conducta) su obediencia al
llamamiento de Cristo;1 y voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme al designio
de Cristo, dándose a sí mismos al Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios,
profesando sujeción a los preceptos del evangelio.2

1. Mt. 28:18–20; Hch. 14:22, 23; Ro. 1:7; 1 Co. 1:2 con los vv. 13–17; 1
Ts. 1:1 con los vv. 2–10; Hch. 2:37–42; 4:4; 5:13, 14
2. Hch. 2:41, 42; 5:13, 14; 2 Co. 9:13

VII.

A cada una de estas iglesias así reunidas, el Señor, conforme a su mente


declarada en su Palabra, ha dado todo el poder y autoridad en cualquier sentido
necesarios para realizar ese orden en la adoración y en la disciplina que él ha instituido
205
para que lo guarden; juntamente con mandatos y reglas para el ejercicio propio y
correcto y la ejecución del mencionado poder.1

1. Mt. 18:17–20; 1 Co. 5:4, 5, 13; 2 Co. 2:6–8

VIII.

Una iglesia local, reunida y completamente organizada de acuerdo a la mente


de Cristo, está compuesta por oficiales y miembros; y los oficiales designados por
Cristo para ser escogidos y apartados por la iglesia (así llamada y reunida), para la
particular administración de las ordenanzas y el ejercicio del poder o el deber, que él les
confía o al que les llama, para que continúen hasta el fin del mundo, son los obispos o
ancianos, y los diáconos.1

1. Fil. 1:1; 1 Ti. 3:1–13; Hch. 20:17, 28; Tit. 1:5–7; 1 P. 5:2

IX.

La manera designada por Cristo para el llamamiento de cualquier persona que


ha sido cualificada y dotada por el Espíritu Santo1 para el oficio de obispo o anciano en
una iglesia, es que sea escogido para el mismo por común sufragio de la iglesia misma, 2
y solemnemente apartado mediante ayuno y oración con la imposición de manos de los
ancianos de la iglesia, si es que hay algunos constituidos anteriormente en ella; 3 y para
un diácono, que sea escogido por el mismo sufragio y apartado mediante oración y la
misma imposición de manos.4

1. Ef. 4:11; 1 Ti. 3:1–13


2. Hch. 6:1–7; 14:23 con Mt. 18:17–20; 1 Co. 5:1–13
3. 1 Ti. 4:14; 5:22
4. Hch. 6:1–7

X.

Siendo la obra de los pastores atender constantemente al servicio de Cristo, en


sus iglesias, en el ministerio de la Palabra y la oración, velando por sus almas, como
aquellos que han de dar cuenta a él,1 es la responsabilidad de las iglesias a las que ellos
ministran darles no solamente todo el respeto debido, sino compartir también con ellos
todas sus cosas buenas, según sus posibilidades,2 de manera que tengan una provisión
206
adecuada, sin que tengan que enredarse en actividades seculares,3 y puedan también
practicar la hospitalidad hacia los demás.4 Esto lo requiere la ley de la naturaleza y el
mandato expreso de Nuestro Señor Jesús, quien ha ordenado que los que predican el
evangelio vivan del evangelio.5

1. Hch. 6:4; 1 Ti. 3:2; 5:17; He. 13:17


2. 1 Ti. 5:17, 18; 1 Co. 9:14; Gá. 6:6, 7
3. 2 Ti. 2:4
4. 1 Ti. 3:2
5. 1 Co. 9:6–14; 1 Ti. 5:18

XI.

Aunque sea la responsabilidad de los obispos o pastores de las iglesias, según


su oficio, estar constantemente dedicados a la predicación de la Palabra, sin embargo, la
obra de predicar la Palabra no está tan particularmente limitada a ellos, sino que otros
también dotados y cualificados por el Espíritu Santo para ello y aprobados y llamados
por la iglesia, pueden y deben desempeñarla.1

1. Hch. 8:5; 11:19–21; 1 P. 4:10, 11

XII.

Todos los creyentes están obligados a unirse a iglesias locales cuando y donde
tengan la oportunidad de hacerlo. Asimismo, todos aquellos que son admitidos a los
privilegios de una iglesia también están sujetos a la disciplina y el gobierno de la misma
iglesia, conforme a la norma de Cristo.1

1. 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:6, 14, 15; 1 Co. 5:9–13; He. 13:17

XIII.

Ningún miembro de iglesia, en base a alguna ofensa recibida, habiendo


cumplido el deber requerido de él hacia la persona que le ha ofendido, debe perturbar el
orden de la iglesia, o ausentarse de las reuniones de la iglesia o de la administración de
ninguna de las ordenanzas en base a tal ofensa de cualquier otro miembro, sino que debe
esperar en Cristo mientras prosigan las actuaciones de la iglesia.1
207
1. Mt. 18:15–17; Ef. 4:2, 3; Col. 3:12–15; 1 Jn. 2:7–11, 18, 19; Ef. 4:2,
3; Mt. 28:20.

XIV.

Puesto que cada iglesia, y todos sus miembros, están obligados a orar
continuamente por el bien y la prosperidad de todas las iglesias de Cristo en todos los
lugares, y en todas las ocasiones ayudar a cada una dentro de los límites de sus áreas y
vocaciones, en el ejercicio de sus dones y virtudes, 1 así las iglesias, cuando estén
establecidas por la providencia de Dios de manera que puedan gozar de la oportunidad y
el beneficio de ello,2 deben tener comunión entre sí, para su paz, crecimiento en amor y
edificación mutua.3

1. Jn. 13:34, 35; 17:11, 21–23; Ef. 4:11–16; 6:18; Sal. 122:6; Ro. 16:1–
3; 3 Jn. 8–10 con 2 Jn. 5–11; Ro. 15:26; 2 Co. 8:1–4, 16–24; 9:12–15;
Col. 2:1 con 1:3, 4, 7 y 4:7, 12
2. Gá. 1:2, 22; Col. 4:16; Ap. 1:4; Ro. 16:1, 2; 3 Jn. 8–10
3 1 Jn. 4:1–3 con 2 y 3 Juan; Ro. 16:1–3; 2 Co. 9:12–15; Jos. 22

XV.

En casos de dificultades o diferencias respecto a la doctrina o el gobierno de la


iglesia, en que bien las iglesias en general o bien una sola iglesia están concernidas en
su paz, unión y edificación; o uno o varios miembros de una iglesia son dañados por
procedimientos disciplinarios que no sean de acuerdo a la verdad y al orden, es
conforme a la mente de Cristo que muchas iglesias que tengan comunión entre sí, se
reúnan a través de sus representantes para considerar y dar su consejo sobre los asuntos
en disputa,
para informar a todas las iglesias concernidas.1 Sin embargo, a los representantes
congregados no se les entrega ningún poder eclesiástico propiamente dicho ni
jurisdicción sobre las iglesias mismas para ejercer disciplina sobre cualquiera de ellas o
sus miembros, o para imponer sus decisiones sobre ellas o sus oficiales.2

1. Gá. 2:2; Pr. 3:5–7; 12:15; 13:10


2. 1 Co. 7:25, 36, 40; 2 Co. 1:24; 1 Jn. 4:1
208

27
DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

I.

Todos los santos que están unidos a Jesucristo,1 su cabeza, por su Espíritu y por
la fe2 (aunque no por ello vengan a ser una persona con El 3), participan en sus virtudes,
padecimientos, muerte, resurrección y gloria; 4 y, estando unidos unos a otros en amor,
participan mutuamente de sus dones y virtudes,5 y están obligados al cumplimiento de
209
tales deberes, públicos y privados, de manera ordenada, que conduzcan a su mutuo bien,
tanto en el hombre interior como en el exterior.6

1. Ef. 1:4; Jn. 17:2, 6; 2 Co. 5:21; Ro. 6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4
2. Ef. 3:16, 17; Gá. 2:20; 2 Co. 3:17, 18
3. 1 Co. 8:6; Col. 1:18, 19; 1 Ti. 6:15, 16; Is. 42:8; Sal. 45:7; He. 1:8, 9
4. 1 Jn. 1:3; Jn. 1:16; 15:1–6; Ef. 2:4–6; Ro. 4:25; 6:1–6; Fil. 3:10; Col.
3:3, 4
5. Jn. 13:34, 35; 14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7, 8; 1 Co. 3:21–23;
12:7, 25–27
6. Ro. 1:12; 12:10–13; 1 Ts. 5:11, 14; 1 P. 3:8; 1 Jn. 3:17, 18; Gá. 6:10

II.

Los santos, por su profesión, están obligados a mantener entre sí un


compañerismo y comunión santos en la adoración a Dios y en el cumplimiento de los
otros servicios espirituales que tiendan a su edificación mutua,1 así como a socorrerse
los unos a los otros en las cosas externas según sus posibilidades y necesidades. 2 Según
la norma del evangelio, aunque esta comunión deba ejercerse especialmente en las
relaciones en que se encuentren, ya sea en las familias o en las iglesias, 3 no obstante,
debe extenderse, según Dios dé la oportunidad, a toda la familia de la fe, es decir, a
todos los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesús. 4 Sin embargo, su
comunión mutua como santos no quita ni infringe el derecho o la propiedad que cada
hombre tiene sobre sus bienes y posesiones.5

1. He. 10:24, 25; 3:12, 13


2. Hch. 11:29, 30; 2 Co. 8, 9; Gá. 2; Ro. 15
3. 1 Ti. 5:8, 16; Ef. 6:4; 1 Co. 12:27
4. Hch. 11:29, 30; 2 Co. 8, 9; Gá. 2; 6:10; Ro. 15
5. Hch. 5:4; Ef. 4:28; Ex. 20:15
210

28
DEL BAUTISMO Y LA CENA DEL SEÑOR

I.

El bautismo y la Cena del Señor son ordenanzas que han sido positiva y
soberanamente instituidas por el Señor Jesús, el único legislador, 1 para que continúen en
su Iglesia hasta el fin del mundo.2

1. Mt. 28:19, 20; 1 Co. 11:24, 25


211
2. Mt. 28:18–20; Ro. 6:3, 4; 1 Co. 1:13–17; Gá. 3:27; Ef. 4:5; Col.
2:12; 1 P. 3:21; 1 Co. 11:26; Lc. 22:14–20

II.

Estas santas instituciones han de ser administradas solamente por aquellos que
estén cualificados y llamados para ello, según la comisión de Cristo.1

1. Mt. 24:45–51; Lc. 12:41–44; 1 Co. 4:1; Tit. 1:5–7

29
DEL BAUTISMO

I.

El bautismo es una ordenanza del Nuevo Testamento instituida por Jesucristo,


con el fin de ser para la persona bautizada una señal de su comunión con él en su muerte
y resurrección, de estar injertado en él,1 de la remisión de pecados2 y de su entrega a
Dios por medio de Jesucristo para vivir y andar en novedad de vida.3
212

1. Ro. 6:3–5; Col. 2:12; Gá. 3:27

2. Mr. 1:4; Hch. 22:16

3. Ro. 6:4

II.

Los que realmente profesan arrepentimiento para con Dios y fe en nuestro


Señor Jesucristo y obediencia a él son los únicos sujetos adecuados de esta ordenanza.1

1. Mt. 3:1–12; Mr. 1:4–6; Lc. 3:3–6; Mt. 28:19, 20; Mr. 16:15, 16;
Jn. 4:1, 2; 1 Co. 1:13–17; Hch. 2:37–41; 8:12, 13, 36–38; 9:18;
10:47, 48; 11:16; 15:9; 16:14, 15, 31–34; 18:8; 19:3–5; 22:16; Ro.
6:3, 4; Gá. 3:27; Col. 2:12; 1 P. 3:21; Jer. 31:31–34; Fil. 3:3; Jn.
1:12, 13; Mt. 21:43

III.

El elemento exterior que debe usarse en esta ordenanza es el agua, en la cual ha


de ser bautizada1 la persona en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.2

1. Mt. 3:11; Hch. 8:36, 38; 22:16

2. Mt. 28:18–20

IV.

La inmersión de la persona en el agua es necesaria para la correcta


administración de esta ordenanza.1

1. 2 R. 5:14; Sal. 69:2; Is. 21:4; Mr. 1:5, 8–9; Jn. 3:23; Hch. 8:38;
Ro. 6:4; Col. 2:12; Mr. 7:3–4; 10:38– 39; Lc. 12:50; 1 Co. 10:1,
2; Mt. 3:11; Hch. 1:5, 8; 2:1–4, 17
213

30
DE LA CENA DEL SEÑOR

I.
214
La Cena del Señor Jesús fue instituida por él la misma noche en que fue
entregado,1 para que se observara en sus iglesias 2 hasta el fin del mundo,3 para el
recuerdo perpetuo y para la manifestación del sacrificio de sí mismo en su muerte, 4 para
confirmación de la fe de los creyentes en todos los beneficios de la misma, 5 para su
alimentación espiritual y crecimiento en él,6 para un mayor compromiso en todas las
obligaciones que le deben a él,7 y para ser un vínculo y una prenda de su comunión con
él y entre ellos mutuamente.8

1. 1 Co. 11:23–26; Mt. 26:20–26; Mr. 14:17–22; Lc. 22:19–23

2. Hch. 2:41, 42; 20:7; 1 Co. 11:17–22, 33, 34

3. Mr. 14:24, 25; Lc. 22:17–22; 1 Co. 11:24–26

4. 1 Co. 11:24–26; Mt. 26:27, 28; Lc. 22:19, 20

5. Ro. 4:11

6. Jn. 6:29, 35, 47–58

7. 1 Co. 11:25

8. 1 Co. 10:16, 17

II.

En esta ordenanza Cristo no es ofrecido a su Padre, ni se hace en absoluto


ningún verdadero sacrificio para la remisión del pecado ni de los vivos ni de los
muertos; sino que solamente es un memorial de aquel único ofrecimiento de sí mismo y
por sí mismo en la cruz, una sola vez para siempre,1 y una ofrenda espiritual de toda la
alabanza posible a Dios por el mismo.2 Así que el sacrificio papal de la misa, como ellos
215
la llaman, es sumamente abominable e injurioso para con el sacrificio mismo de Cristo,
la única propiciación por todos los pecados de los elegidos.

1. Jn. 19:30; He. 9:25–28; 10:10–14; Lc. 22:19; 1 Co. 11:24, 25

2. Mt. 26:26, 27, 30 con He. 13:10–16

III.

El Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a sus ministros para que oren y
bendigan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común para el
uso sagrado; que tomen y partan el pan, y tomen la copa y (participando también ellos
mismos) den ambos a los participantes.1

1. 1 Co. 11:23–26; Mt. 26:26–28; Mr. 14:24, 25; Lc. 22:19–22

IV.

El negar la copa al pueblo,1 el adorar los elementos, el elevarlos o llevarlos de


un lugar a otro para adorarlos y el guardarlos para cualquier
pretendido uso religioso,2 es contrario a la naturaleza de esta ordenanza y a la institución
de Cristo.3

1. Mt. 26:27; Mr. 14:23; 1 Co. 11:25–28

2. Ex. 20:4, 5

3. Mt. 15:9

V.

Los elementos externos de esta ordenanza, debidamente separados para el uso


ordenado por Cristo, tienen tal relación con él crucificado que, en un sentido verdadero,
aunque en términos figurativos, se llaman a veces por el nombre de las cosas que
representan, a saber: el cuerpo y la sangre de Cristo; 1 no obstante, en sustancia y en
216
naturaleza, esos elementos siguen siendo verdadera y solamente pan y vino, como eran
antes.2

1. 1 Co. 11:27; Mt. 26:26–28

2. 1 Co. 11:26–28; Mt. 26:29

VI.

Esa doctrina que sostiene un cambio de sustancia del pan y del vino en la
sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo (llamada comúnmente transustanciación), por
la consagración de un sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante no solo a la
Escritura1 sino también al sentido común y a la razón; echa abajo la naturaleza de la
ordenanza; y ha sido y es la causa de muchísimas supersticiones y, además, de crasas
idolatrías.

1. Mt. 26:26–29; Lc. 24:36–43, 50–51; Jn. 1:14; 20:26–29; Hch.


1:9–11; 3:21; 1 Co. 11:24–26; Lc. 12:1; Ap. 1:20; Gn. 17:10–11;
Ez. 37:11; Gn. 41:26–27

VII.

Los que reciben dignamente esta ordenanza, 1 participando externamente de los


elementos visibles, también participan interiormente, por la fe, de una manera real y
verdadera, aunque no carnal ni corporal, sino alimentándose espiritualmente de Cristo
crucificado y recibiendo todos los beneficios de su muerte. 2 El cuerpo y la sangre de
Cristo no están entonces ni carnal ni corporal sino espiritualmente presentes en aquella
ordenanza a la fe de los creyentes, tanto como los elementos mismos lo están para sus
sentidos corporales.3

1. 1 Co. 11:28

2. Jn. 6:29, 35, 47–58


217

3. 1 Co. 10:16

VIII.

Todos los ignorantes e impíos, no siendo aptos para gozar de la comunión con
Cristo, son por tanto indignos de la mesa del Señor y, mientras permanezcan como tales,
no pueden, sin pecar grandemente contra él, participar de estos sagrados misterios o ser
admitidos a ellos;1 además, quienquiera que los reciba indignamente es culpable del
cuerpo y la sangre del Señor, pues come y bebe juicio para sí.2

1. Mt. 7:6; Ef. 4:17–24; 5:3–9; Ex. 20:7, 16; 1 Co. 5:9–13; 2 Jn. 10;
Hch. 2:41, 42; 20:7; 1 Co. 11:17– 22, 33–34

2. 1 Co. 11:20–22, 27–34

31
DEL ESTADO DEL HOMBRE DESPUÉS DE LA MUERTE
Y
DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

I.

Los cuerpos de los hombres vuelven al polvo después de la muerte y ven la


corrupción,1 pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia
inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio.2 Las almas de los justos, siendo
entonces hechas perfectas en santidad, son recibidas en el Paraíso donde están con
Cristo, y contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la plena redención de sus
cuerpos.3 Las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen
atormentadas y
218
envueltas en densas tinieblas, reservadas para el juicio del gran día. 4 Fuera de estos dos
lugares para las almas separadas de sus cuerpos, la Escritura no reconoce ningún otro.

1. Gn. 2:17; 3:19; Hch. 13:36; Ro. 5:12–21; 1 Co. 15:22

2. Gn. 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7

3. Sal. 23:6; 1 R. 8:27–49; Is. 63:15; 66:1; Lc. 23:43; Hch. 1:9–11;
3:21; 2 Co. 5:6–8; 12:2–4; Ef. 4:10;
Fil. 1:21–23; He. 1:3; 4:14, 15; 6:20; 8:1; 9:24; 12:23; Ap. 6:9–
11; 14:13; 20:4–6

4. Lc. 16:22–26; Hch. 1:25; 1 P. 3:19; 2 P. 2:9

II.

Los santos que se encuentren vivos en el último día no dormirán, sino que
serán transformados,1 y todos los muertos serán resucitados 2 con sus mismos cuerpos, y
no con otros,3 aunque con diferentes cualidades,4 y estos serán unidos otra vez a sus
almas para siempre.5

1. 1 Co. 15:50–53; 2 Co. 5:1–4; 1 Ts. 4:17

2. Dn. 12:2; Jn. 5:28, 29; Hch. 24:15

3. Job 19:26, 27; Jn. 5:28, 29; 1 Co. 15:35–38, 42–44

4. 1 Co. 15:42–44, 52–54

5. Dn. 12:2; Mt. 25:46

III.
219
Los cuerpos de los injustos, por el poder de Cristo, serán resucitados para
deshonra;1 los cuerpos de los justos, por su Espíritu, 2 para honra,3 y serán hechos
entonces semejantes al cuerpo glorioso de Cristo.4

1. Dn. 12:2; Jn. 5:28, 29

2. Ro. 8:1, 11; 1 Co. 15:45; Gá. 6:8

3. 1 Co. 15:42–49

4. Ro. 8:17, 29, 30; 1 Co. 15:20–23, 48, 49; Fil., 3:21; Col. 1:18;
3:4; 1 Jn. 3:2; Ap. 1:5
220

32
DEL JUICIO FINAL

I.

Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por


Jesucristo, a quien todo poder y juicio ha sido dado por el Padre. 1 En aquel día, no solo
los ángeles apóstatas serán juzgados,2 sino que también todas las personas que han
vivido sobre la tierra comparecerán delante del tribunal de Cristo3 para dar cuenta de sus
pensamientos, palabras y acciones, y para recibir conforme a lo que hayan hecho
mientras estaban en el cuerpo, sea bueno o malo.4

1. Hch. 17:31; Jn. 5:22, 27

2. 1 Co. 6:3; Jud. 6

3. Mt. 16:27; 25:31–46; Hch. 17:30, 31; Ro. 2:6–16; 2 Ts. 1:5–10; 2
P. 3:1–13; Ap. 20:11–15

4. 2 Co. 5:10; 1 Co. 4:5; Mt. 12:36

II.

El propósito de Dios al establecer este día es la manifestación de la gloria de su


misericordia en la salvación eterna de los elegidos, y la de su justicia en la condenación
eterna de los réprobos, que son malvados y desobedientes; 1 pues entonces entrarán los
justos a la vida eterna y recibirán la plenitud de gozo y gloria con recompensas eternas
en la presencia del Señor; pero los malvados, que no conocen a Dios ni obedecen al
evangelio de Jesucristo, serán arrojados al tormento eterno y castigados con eterna
perdición, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.2

1. Ro. 9:22, 23
221

2. Mt. 18:8; 25:41, 46; 2 Ts. 1:9; He. 6:2; Jud. 6; Ap. 14:10, 11; Lc.
3:17; Mr. 9:43, 48; Mt. 3:12; 5:26;
13:41, 42; 24:51; 25:30

III.

Así como Cristo quiere que estemos ciertamente persuadidos de que habrá un
día de juicio, tanto para disuadir a todos los hombres de pecar, 1 como para el mayor
consuelo de los piadosos en su adversidad;2 así también quiere que ese día sea
desconocido para los hombres, para que se desprendan de toda seguridad carnal y estén
siempre velando porque no saben a qué hora vendrá el Señor; 3 y estén siempre
preparados para decir: Ven, Señor Jesús; ven pronto.4 Amén.

1. 2 Co. 5:10–11

2. 2 Ts. 1:5–7

3. Mr. 13:35–37; Lc. 12:35–40

4. Ap. 22:20
222

MENSAJE FINAL

Esperamos muy gozoso en él Señor, que este recurso les haya sido de gran
bendición para ustedes en esta etapa de pre – membresía. Ahora, les queda por
adelante un gran camino, el arduo y deleitoso trabajo, juntamente con sus dones,
edificar la Iglesia visible e invisible de nuestro Señor Jesucristo.

¡Adelante amados hermanos! Que la gracia y la paz siga abundando en sus


vidas.

ATT:

Ps. XAVIER MURRILLO CASTRO

JIMMY MOROCHO

OLIVER GUTIÉRREZ

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