Evangelio Eterno John - Taylor
Evangelio Eterno John - Taylor
Evangelio Eterno John - Taylor
El evangelio eterno
Presidente John Taylor
Capitulo 2, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor.
El Evangelio eterno… no se conocía sino hasta que el Señor lo reveló desde los cielos por la voz
de Su ángel, y si recibimos estos principios y nos guiamos por ellos, tendremos entonces los
principios de la vida eterna1.
Sus oraciones no tardaron en ser contestadas con la llegada del élder Parley P. Pratt. Antes de que el élder
Pratt partiera a su misión, el élder Heber C. Kimball le había profetizado: “Es la voluntad del Señor que vayas
a Canadá. Allí hay personas que buscan diligentemente la verdad, y muchas de ellas creerán tus palabras y
recibirán el Evangelio”.
El élder Pratt comenzó a predicar en Toronto, y al cabo de un tiempo le presentaron a John Taylor y a los que
estudiaban con él. Posteriormente, el presidente Taylor escribió: “Nos sentimos rebosantes de alegría con su
predicación; sin embargo, cuando expresó su testimonio referente a José Smith y al Libro de Mormón, no
supimos qué decir. Anoté ocho de los primeros discursos que pronunció y los comparé con las Escrituras.
También investigué la evidencia con respecto al Libro de Mormón y leí Doctrina y Convenios. Me dediqué a
hacer eso en forma exclusiva durante tres semanas y seguí al [hermano] Pratt de lugar en lugar”2.
John Taylor no tardó en convencerse de que el Evangelio eterno había sido restaurado y se bautizó el 9 de
mayo de 1836. En calidad de misionero, como apóstol y, por último, como Presidente de la Iglesia, se regocijó
en enseñar las verdades eternas e inmutables del Evangelio.
Los Santos de los Últimos Días creemos, primero, en el Evangelio, lo cual es una afirmación importantísima,
puesto que el Evangelio comprende principios más profundos, más amplios y más extensos que cualquier otra
cosa que podamos concebir. El Evangelio nos enseña con respecto a la existencia de Dios y a Sus atributos.
También nos enseña nuestra relación con ese Dios y las diversas responsabilidades que tenemos para con Él
como Sus hijos; nos enseña los varios deberes y responsabilidades que tenemos para con nuestros familiares
y para con nuestros amigos, para con la comunidad, para con los vivos y para con los muertos; nos da a conocer
principios que tienen que ver con lo futuro. De hecho, según lo que dijo uno de los discípulos antiguos, [el
Evangelio] “sacó a la luz la vida y la inmortalidad” [véase 2 Timoteo 1:10], nos pone en conexión con Dios y
nos prepara para una exaltación en el mundo eterno3.
Este Evangelio pone al hombre en comunicación con Dios, su Padre Celestial; este Evangelio saca a la luz la
vida y la inmortalidad; este Evangelio se proclama para el beneficio de todas las personas en todas las partes
de la tierra… Es un mensaje de salvación a las naciones de la tierra… Dios se interesa en el bienestar de toda
la familia humana y, por esa razón, ha establecido en la tierra principios que existen en los cielos: un Evangelio
que ha existido entre los Dioses en los mundos eternos, que contiene los principios que tienen por objeto
elevar, ennoblecer y enaltecer a la familia humana4.
…Dios, al igual que Su Hijo Jesucristo, “es siempre el mismo ayer, hoy y para siempre” [1 Nefi 10:18]. El
mismo en inteligencia, el mismo en pureza, el mismo en Sus proyectos, planes y designios; Él es, en suma,
inmutable. Y creo que si los santos que tuvieron comunicación con Él en los tiempos antiguos apareciesen en
esta tierra en el presente, hallarían el mismo medio de comunicación, la misma forma de impartir inteligencia
y el mismo Ser inmutable que existió hace 1.800, 4.000 ó 6.000 años.
Cierto es que el género humano en algunas ocasiones no ha sido capaz de recibir ni de apreciar el mismo grado
de luz, de verdad y de inteligencia que ha podido recibir en otras ocasiones. En algunos casos, Dios ha retirado
en cierto grado, de la familia humana, la luz de Su semblante —Su Santo Espíritu—, la luz y la inteligencia
que proceden de Él; pero Sus leyes son inmutables, y Él es el mismo Ser eterno e invariable.
La verdad no cambia. Lo que fue verdadero hace 1.800, 4.000 ó 6.000 años es verdadero hoy en día, y lo que
ha sido falso en cualquier edad del mundo es falso hoy en día. La verdad, como el Gran Elohim, es eterna e
inmutable, y a nosotros nos corresponde aprender sus principios, saber apreciarla y gobernarnos de acuerdo
con ella.
Como el Evangelio es un principio que proviene de Dios, al igual que su Autor, es “el mismo ayer, hoy y para
siempre”, eterno e inmutable. Dios lo ordenó antes de que alabasen todas las estrellas del alba, o sea, antes de
que este mundo existiera, para la salvación de la raza humana. Ha estado en la mente de Dios, y cuanto más
se profundiza en él tanto más se manifiesta como un plan eterno, inmutable y constante por medio del cual se
salva, se bendice, se enaltece y se dignifica al hombre5.
Este mismo Evangelio se predicó a Set y a todos los patriarcas antediluvianos, y ellos ejercieron su ministerio
bajo su autoridad. Por medio de su poder, como ya lo hemos indicado, Enoc y su pueblo fueron trasladados.
De Noé está escrito: “Y el Señor ordenó a Noé según su propio orden, y le mandó que saliese a declarar su
evangelio a los hijos de los hombres, tal como fue dado a Enoc” [Moisés 8:19]. Veamos, además, el testimonio
de Noé antes del Diluvio: “Y sucedió que Noé continuó su predicación al pueblo, diciendo: Escuchad y dad
oído a mis palabras; creed y arrepentíos de vuestros pecados y bautizaos en el nombre de Jesucristo, el Hijo
de Dios, tal como nuestros padres, y recibiréis el Espíritu Santo, a fin de que se os manifiesten todas las cosas;
y si no hacéis esto, las aguas vendrán sobre vosotros…” [véase Moisés 8:23–24].
De eso aprendemos que los principios del Evangelio en las primeras etapas del mundo eran idénticos a los que
se enseñan en nuestra época.
El Evangelio y el santo sacerdocio continuaron desde Noé hasta Abraham. “Y Abraham recibió el sacerdocio
de manos de Melquisedec, que a su vez lo recibió por medio del linaje de sus padres, hasta Noé…” [D. y C.
84:14]… El conocimiento y la práctica del Evangelio fueron perpetuados por conducto de Isaac, de Jacob, de
José y de los demás patriarcas hasta la época de Moisés…
Fue este mismo Evangelio el que el Redentor crucificado mandó predicar a Sus discípulos cuando “…les dijo:
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas
el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera
demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará
daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” [Marcos 16:15–18]…
Por eso, el día de Pentecostés, Pedro, el mayor de los apóstoles, en respuesta a la petición de la multitud
creyente que clamaba: “Varones hermanos, ¿qué haremos?”, les dijo: “…Arrepentíos, y bautícese cada uno
de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el
Señor nuestro Dios llamare” [véase Hechos 2:37–39].
Repito, de la restauración en la tierra de este mismo Evangelio eterno, inalterable e inmutable habló Juan, el
apóstol, al decir:
“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de
la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la
hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”
[Apocalipsis 14:6–7].
De la Biblia, vamos al Libro de Mormón y, en sus páginas, descubrimos que el mismo Evangelio que Jesús
mandó a Sus discípulos ir a predicar a todo el mundo, se predicó en este continente [americano] desde las más
tempranas edades. Los jareditas llegaron a conocerlo mediante las revelaciones dadas al hermano de Jared, en
una de las cuales, Jesús le dijo:
“He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy
Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun
cuantos crean en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas” [Éter 3:14]…
Cuando Jesús mismo apareció a los nefitas, les predicó los mismos e idénticos principios que había predicado
anteriormente a los judíos, añadiendo de vez en cuando más amplias verdades, por motivo de la mayor fe del
pueblo nombrado primeramente: “Y les explicó todas las cosas, aun desde el principio hasta la época en que
él viniera en su gloria” [véase 3 Nefi 26:3]. Entre otras cosas, Él dijo: “Y quienes escuchen mis palabras, y se
arrepientan y sean bautizados, se salvarán. Escudriñad los profetas, porque muchos son los que testifican de
estas cosas” [3 Nefi 23:5].
Y ese mismo Evangelio, acompañado del mismo poder y del mismo espíritu, bendecido por la misma
inspiración y guiado por el mismo sacerdocio es el que ahora se está predicando a todo el mundo para
testimonio6.
Consideramos que el unirnos a esta Iglesia y el aceptar el nuevo y sempiterno convenio es un servicio de toda
la vida y que influye en todas las relaciones del tiempo de esta vida y de la eternidad. A medida que
progresamos, los conceptos que al principio eran un tanto vagos y difíciles de comprender se van volviendo
más vívidos, más reales, más naturales, más tangibles y más claros en nuestro entendimiento, y llegamos a
darnos cuenta de que estamos sobre la tierra como los hijos y las hijas de Dios, como representantes del cielo.
Sabemos que Dios nos ha revelado un Evangelio eterno, el cual está vinculado con convenios y relaciones
eternos.
El Evangelio, en las primeras etapas de su aplicación, comienza, como dijo el profeta que lo haría, a hacer
“volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…” [véase Malaquías
4:6]. Ya no tenemos que preguntarnos, como lo hacíamos antes: “¿Quién soy yo?”, “¿de dónde he venido?”,
“¿qué estoy haciendo aquí?”, o “¿cuál es el objeto de mi existencia?”, porque hemos llegado a adquirir certeza
con respecto a esas cosas. Se nos ha aclarado por medio de los frutos del Evangelio… Es el conocimiento de
esas cosas y de muchas otras de índole similar lo que nos lleva a proseguir el camino que hemos emprendido.
Eso es lo que nos impide sujetarnos a las nociones, los caprichos, las ideas y las extravagancias de los hombres.
Habiendo sido iluminados por el espíritu de la verdad eterna, habiendo participado del Espíritu Santo y
habiendo nuestra esperanza penetrado hasta dentro del velo, donde Cristo entró por nosotros como precursor,
y sabiendo que somos los hijos de Dios y que hacemos todas las cosas teniendo en cuenta la eternidad,
seguimos nuestro camino con paso seguro ya sea con la aprobación o con la desaprobación de las personas7.
Dios nos ha encomendado el Evangelio y el sumo sacerdocio, los que no tienen por objeto, como suponen
algunos, esclavizar a las personas ni tiranizarles la conciencia, sino hacer libres a todos los seres humanos
como Dios es libre; para que beban de las corrientes del río que alegran la ciudad de Dios [véase Salmos 46:4]
para que sean elevados y no degradados; para que se purifiquen y no para que se corrompan; para que aprendan
las leyes de la vida y se guíen por ellas, y no para que sigan los caminos de la corrupción que conducen a la
muerte [espiritual]8.
Por medio del Evangelio de Jesucristo se nos ha puesto en conexión con Dios. Como dijo uno de los apóstoles
antiguos: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos
que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” [véase 1 Juan 3:2].
Dios es nuestro Padre, y se ha abierto un medio de comunicación entre Dios y nosotros; y si vivimos nuestra
religión, estaremos preparados en todo momento para recibir Sus bendiciones y aprenderemos a entender los
principios correctos relacionados con nuestra salvación individual y la salvación de la familia humana9.
Hemos recibido el Evangelio eterno, el mismo que existió en los tiempos de Jesús, el cual ha iluminado nuestra
mente, ha aumentado nuestras capacidades y nos ha proporcionado un conocimiento del pasado y del futuro,
revelándonos de ese modo los propósitos de Dios, y, por medio del orden y de la organización de este
sacerdocio, somos bendecidos, salvos, protegidos y apoyados como somos ahora10.
¿Por qué el Evangelio nos hace comprender los atributos de Dios y nuestra relación con Él? ¿Por qué es ese
conocimiento necesario para nuestra salvación? (Véase también Juan 17:3.)
¿Cómo puede servirle a usted saber que el Evangelio es eterno e inmutable? ¿En qué forma influye ese
conocimiento en sus creencias y en lo que decide hacer?
El presidente Taylor enseñó que el Evangelio tiene por objeto “hacer libres a todos los seres humanos”. ¿De
qué nos hace libres el Evangelio? ¿Para hacer qué nos deja libres? ¿Cómo podemos ayudar a los demás a
comprender que el Evangelio nos trae libertad en lugar de restricciones?
¿Qué ha hecho usted para recibir un testimonio del Evangelio? ¿Qué experiencias han fortalecido su
testimonio? ¿Qué podemos hacer para garantizar que continuemos “guiándonos” por los principios del
Evangelio?
Pasajes relacionados: Juan 8:31–32; 2 Timoteo 1:8–10; 1 Nefi 10:18–19; 3 Nefi 27:13–22; Los Artículos de
Fe 1:4.
Contenido Relacionado:
1. The Gospel Kingdom, seleccionado por G. Homer Durham (1943), pág. 84.
2. “History of John Taylor: By Himself ”, Historias de los Doce, Archivo General del Departamento de Historia de la
Iglesia y de Historia Familiar de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, págs. 9–10.
Material preparado para el curso “El Evangelio Restaurado y la historia del cristianismo” 2021.
Sebastián García Piffault, Instituto 18.