Larraín, Jorge Identidad Chilena
Larraín, Jorge Identidad Chilena
Larraín, Jorge Identidad Chilena
LA IDENTIDAD LATINOAMERICANA
TEORÍA E HISTORIA
Jorge Larraín
1
Este artículo fue escrito durante mi estadía como profesor visitante en el
Instituto de Sociología de la Universidad Católica, primero en inglés y después tradu-
cido al castellano. Algunas de las citas originales en castellano han sido retraducidas
del inglés, al no contarse con las fuentes originales en el momento de la traducción. De
allí que puedan existir pequeñas discrepancias con las citas originales. Dos fuentes han
sido fundamentales en la reconstrucción histórica y de ellas he tomado varias ideas
para este artículo: T. Todorov, La conquista de América: El problema del otro (Méxi-
co: Siglo XXI, 1989) y J. L. de Imaz, Sobre la identidad iberoamericana (Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1984).
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2
K. Mercer, "Welcome to the Jungle: Identity and Diversity in Postmodern
Politics", en J. Rutherford, ed., Identity, Community, Culture, Difference (Londres:
Lawrence & Wishart, 1990), p. 43.
34 ESTUDIOS PÚBLICOS
pero a cambio debían entregar su oro y sus tierras, así como estar dispuestos a
trabajar para los conquistadores.
A medida que la conquista avanzaba y los indios presentaban algunas
formas de resistencia, se recurrió a la fuerza de las armas para dominarlos, y en
medio de este proceso las primeras impresiones sobre los indios cambiaron
muy luego. Las descripciones de los primeros cronistas son muy distintas a la
de Colón: los indios aparecían como caníbales, inclinados a la homosexuali-
dad, deseosos de mantener su desnudez, comedores de piojos, rebeldes contra
la fe católica y, al menos en el caso de los aztecas, dados a los sacrificios
humanos.3 Todo esto los hacía inferiores a los ojos de los españoles.
Las culturas indígenas eran variadas y más bien aisladas unas de otras,
lo que explica el hecho de que fueran derrotadas separada y fácilmente una tras
otra. La resistencia indígena contra un puñado de soldados españoles fue
sorprendentemente débil y limitada. En el caso de México se conocen bien las
dudas y falta de decisión del emperador Moctezuma. Pero más importante que
su incapacidad para enfrentar a los españoles fue la habilidad de Hernán Cortés
para explotar las luchas y diferencias internas entre los varios pueblos indíge-
nas mexicanos. De este modo derrotó a Moctezuma con la ayuda de otros
pueblos indígenas que los aztecas habían dominado y esclavizado. Otra razón
de la derrota indígena fue la superioridad tecnológica y militar española. Los
indios no sabían cómo trabajar los metales y no eran muy avanzados en el
sentido material. No conocían la rueda, ni animales como las vacas, caballos y
burros, ni poseían una técnica avanzada de navegación.4
Sin embargo la razón cultural más importante de la fácil derrota de los
indios debe encontrarse en otro lugar. A través de sus poemas y mitologías es
posible concluir que los indios miraban la historia como destino y catástrofe.5
Todo estaba predeterminado y preordenado. Las categorías de la cultura oral
que les era propia no les permitieron entender a los españoles. Inicialmente
pensaron que eran dioses y esto no podía sino desarmarlos. En especial el
antiguo mito del retorno de Quetzalcóatl6 parece haber sido aplicado por
7
T. Todorov, La conquista de América, p. 137.
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[E]n el mejor de los casos, los autores españoles hablan bien de los
indios; pero aparte de casos excepcionales, nunca hablan a los indios.
Sólo cuando yo hablo al otro (no dándole órdenes sino comenzando
un diálogo) lo reconozco como sujeto, comparable con el sujeto que
soy yo (...) Si entender no se acompaña de un reconocimiento total
8
Citado en M. Picón-Salas, A Cultural History of Spanish America, op. cit.,
p. 20.
9
Ibídem, p. 157.
38 ESTUDIOS PÚBLICOS
del otro como sujeto, entonces tal comprensión corre el riesgo de ser
utilizada con propósitos de explotación.10
Me parece que la última frase de esta cita expresa el meollo del proble-
ma de la mejor manera. El problema de las primeras dos frases es que comen-
zar un diálogo, hablar "al" otro en vez de hablar "del" otro, no implica
necesariamente un reconocimiento del otro como sujeto con iguales derechos.
De hecho, se puede entrar en un diálogo y hablar al otro precisamente para
manipularlo. Esto es lo que muchos españoles hicieron a los indios. Esto
significa que, en la comunicación, la orientación a comprender no es necesa-
riamente una orientación a la reciprocidad. Por supuesto, se puede argüir que si
no se reconoce al otro como un sujeto igual es muy difícil que exista comuni-
cación genuina, diálogo genuino. Pero difícilmente se puede esperar en situa-
ciones histórico-concretas como la que estamos examinando, el que exista una
"situación ideal de discurso" como la propuesta por Habermas. En este sentido
es también necesario reconocer que alcanzar un terreno común en el encuentro
entre la moral católica y las formas culturales indígenas, era del todo imposi-
ble.
Pero, por supuesto, esto no explica por qué los españoles se sintieron
compelidos a imponer su religión y su moral. Se sabe que es costumbre en los
sectores teológicos más tradicionales de la Iglesia Católica creer que el error
no puede tener los mismos derechos que la verdad y que, por lo tanto, los
errores paganos deben ser desarraigados firmemente y la verdad cristiana
impuesta a toda costa. Es cierto que hubo numerosos teólogos, especialmente
el obispo Las Casas, que fueron muy críticos de la conversión forzada de los
indios, y que sólo aceptaron la persuasión como el único medio legítimo de
evangelización. Pero en último término nadie reconoció en esa época el dere-
cho de los indios a mantener su propia religión y sus normas morales. Volve-
mos así al problema básico que los españoles no reconocieron a los indios
como sujetos iguales con derecho a ser diferentes. En el mejor de los casos,
cuando los indios fueron considerados como seres humanos y no como medio
animales, se suponía que debían ser asimilados a la religión verdadera.
A los indios se les pedía que aceptaran sin discusión la autoridad de la
Iglesia y del rey. Si no aceptaban, o si su productividad era baja, se les aplicaba
el castigo corporal. Sin embargo, no todos los aspectos del cristianismo tuvie-
ron que ser aceptados por la fuerza de la misma manera. Las religiones
indígenas, altamente ritualizadas y basadas en el sacrificio, se conectaron
fácilmente con la liturgia católica. De allí que los españoles muchas veces no
10
Ibídem, p. 143.
JORGE LARRAIN 39
11
Ibídem,pp. 114-127.
12
J. Bengoa, "500 años después", Nütram, Vol. IV, No. 1 (1988), p. 17.
40 ESTUDIOS PÚBLICOS
13
T. Todorov, La conquista de América, op. cit., p. 50.
14
Véase J. de Imaz, Sobre la identidad iberoamericana, op. cit., p. 107.
JORGE LARRAÍN 41
La crisis de la Independencia
y la nueva síntesis cultural
resultado de la inferioridad racial. Esta visión era más o menos compartida por
Alberdi y los positivistas tales como Gil Fortoul, Prado e Ingenieros. De
acuerdo a Sarmiento, los latinoamericanos habían nacido de una mezcla de tres
razas —española, india y negra— que, por su misma naturaleza, eran opuestas
al espíritu que había hecho posible la civilización.15 Prado mantenía que el
principal obstáculo al progreso en América Latina provenía del factor social
primario: la raza. Sostenía que no podía sino reconocerse la influencia perni-
ciosa que las "razas inferiores" habían ejercido sobre el Perú.16 Gil Fortoul, a
su vez, argüía de manera similar que algunas razas, como la europea, tenían
mejores aptitudes que otras para la civilización.17
No debe sorprender entonces que algunas de las políticas que propug-
naban para modernizar a América Latina consistían en mejorar su raza me-
diante la inmigración europea. Así Prado, evocando a Alberdi, insistía en que
15
Véase L. Zea, Descubrimiento e identidad latinoamericana (México: UNAM,
1990), pp. 60-61.
16
J. Prado, "Estado social del Perú", en O. Teran, ed., América Latina:
Positivismo y nación (México: Editorial Katún, 1894), pp. 126-127.
17
J. Gil Fortoul, "La raza", en O. Teran, ed., América Latina: Positivismo y
nación (México: Editorial Katún, 1983), p. 104.
18
J. Prado, "Estado social del Perú", op. cit., p. 133.
JORGE LARRAÍN 43
brazos a recuperar las fuerzas económicas del país, contribuirá con sus
hijos al mejoramiento de la política nacional.19
rica Latina: Positivismo y nación (México: Editorial Katún, 1983), pp. 151-152.
20 Citado en E. Martínez Estrada, Meditaciones sarmientinas (Santiago de
ria. Los economistas políticos clásicos, Hegel y aun Marx y Engels, coincidían
más o menos en señalar el carácter irracional e inferior de los latinoamerica-
nos, lo cual hacía que la tutela europea o norteamericana sobre estas repúblicas
independientes fuera algo todavía necesario y bueno.
Esto demuestra que en gran medida el consumo de los valores europeos
por los intelectuales ilustrados latinoamericanos fue más bien acrítico, hasta el
punto que incluso las connotaciones racistas fueron asimiladas sin protesta.
Esta total rendición cultural se muestra muy bien en el famoso dicho de
Alberdi: "En América todo lo que no es europeo es bárbaro".23 Tales teorías
son claramente ideológicas: ocultan las contradicciones reales de las nuevas
repúblicas enfatizando factores raciales como responsables por el atraso de
América Latina.
Es importante aclarar, sin embargo, que no toda recepción del
racionalismo y empirismo europeo tenía connotaciones racistas. En muchos
sectores intelectuales el racionalismo significó solamente el deseo de moderni-
zar, el énfasis en la importancia de la ciencia, y la fe en el papel de la
educación. Esta es, en parte, la razón por la cual, dentro de América Latina
misma, no emergió ningún desafío significativo a la supremacía del modelo
científico-racional europeo y a la capacidad latinoamericana para asimilarlo y
usarlo hasta los comienzos del siglo XX.
23
L. Zea, América Latina: Largo viaje hacia sí misma (Caracas: Ediciones de
la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 1983),
p. 18.
JORGE LARRAÍN 45
24
Autores importantes de esta tendencia, aunque algunas veces con puntos de
vista diferentes, son L. E. Valcárcel, J. C. Mariátegui, H. Castro Pozo, V. R. Haya de
la Torre y V. Lombardo Toledano.
25
Véase Report on the Americas, Vol. XXIV, N° 5, Nueva York, NACLA
(febrero 1991). Especialmente E. Galeano, "The Blue Tiger and the Promised Land";
L. G. Lumbreras, "Misguided Development", y A. Quijano, "Recovering Utopia".
26
J. de Imaz, Sobre la identidad iberoamericana, op. cit., p. 298.
27
Ibídem, pp. 315-317.
46 ESTUDIOS PÚBLICOS
28
Ibídem, pp. 319-324.
29
E. Said, Orientalism (Londres: Penguin, 1985), p. 322: "(...) a pesar de sus
fracasos, su jerga lamentable, su racismo apenas disimulado, su débilísimo aparato
intelectual, el Orientalismo florece hoy día en las formas que he tratado de describir.
En verdad hay razones para alarmarse por el hecho que su influencia se ha expandido
al 'Oriente' mismo: las páginas de libros y revistas en arábico (...) están llenas de
análisis de segundo orden escritos por árabes de 'mentalidad arábica', el 'Islam', y
otros mitos".
JORGE LARRAÍN 47
del mercado produzcan desarrollo por medio de una inversión más racional y
eficiente de los recursos. No se culpa más a la dependencia por la falta de
desarrollo, sino que el culpable es ahora la intervención excesiva del Estado
que ahoga el desarrollo. El capitalismo es dinámico y desarrollador si se le
permite trabajar de acuerdo con las fuerzas libres del mercado. Lo que falló en
el pasado no fue el capitalismo, sino el socialismo.
La universidad latinoamericana fue un lugar central para la recepción y
la expansión sucesiva de estas teorías. El sistema universitario chileno en
particular se enorgullecía de ser uno de los mejores en América Latina, el
custodio de la "civilización cristiana occidental", expresión frecuentemente
repetida para indicar nuestra ascendencia cultural verdaderamente europea. En
cada período, la universidad estuvo al frente de las elaboraciones intelectuales
sobre la modernización, el marxismo y la economía de libre mercado. Se
puede constatar de este modo que a pesar de algunas dudas aisladas,
Latinoamérica continuaba creyendo y aplicando las ideas y tradiciones venidas
de Europa y otros centros intelectuales del mundo.
30
Tomo esta terminología de G. Sunkel, "Representations of the People in the
Chilean Popular Press", Ph. D. tesis, University of Birmingham, 1988, p. 42.
50 ESTUDIOS PÚBLICOS
31
E. Galeano, "The Blue Tiger and the Promised Land", op. cit., p. 13.
32
lbídem, p. 14.
33
L. G. Lumbreras, "Misguided Development", op. cit., p. 18.
34
Ibídem, p. 22.
35
A. Quijano, "Recovering Utopia", p. 36.
JORGE LARRAÍN 51
36
Ibídem, p. 38.
37
P. Morandé, "Latinoamericanos: Hijos de un diálogo ritual", Creces, N° 11/
12 (1990), p. 10.
38
P. Morandé, "La síntesis cultural hispánica indígena", Teología y Vida, Vol.
XXXII, N° 1-2 (1991), pp. 43-45.
ESTUDIOS PÚBLICOS
39
Esta fue la manera cómo la Malinche y otras 19 jóvenes esclavas fueron
ofrecidas a Hernán Cortés.
JORGE LARRAÍN 53
40
P. Morandé, "Cultura y modernización en América Latina", Cuadernos del
Instituto de Sociología, Universidad Católica de Chile, 1984, pp. 139-140.
41
lbídem, pp. 144-145.
42
P. Morandé, "La síntesis cultural hispánica indígena", op. cit., p. 51.
54 ESTUDIOS PÚBLICOS
43
P. Morandé, "Cultura y modernización en América Latina", op. cit., p. 129.
JORGE LARRAÍN 55
44
D. Harvey, The Condition of Postmodernity (Oxford: Basil Blackwell,
1989), pp. 48-113.
45
Véase, por ejemplo, G. Bataille, "L' Amérique disparue", Oeuvres Completes
(París: Gallimard, 1970), Vol. I, pp. 152-158.
56 ESTUDIOS PÚBLICOS
46
O. Paz, El laberinto de la soledad (México: Fondo de Cultura Económica,
1959), pp. 18-19.
47
Ibídem, pp. 78-80.
48
Ibídem, p. 151.
49
Ibídem, p. 155.
JORGE LARRAÍN 59
50
P. Bifani, "Lo propio y lo ajeno en interrelación palpitante", Nueva Socie-
dad, Nº 99 (1989), pp. 105-114.
51
M. Langon, "¿Qué tenemos que ver unos con otros?", Nueva Sociedad,
Nº 99 (1989), p. 138.
52
Ibídem, p. 146.
60 ESTUDIOS PÚBLICOS
53
Véase G. Bonfil Batalla, "El patrimonio cultural de México: Un laberinto de
significados", Folklore Americano, Nº 47 (enero-junio, 1989), pp. 125-145. En este
artículo, Bonfil Batalla presenta un excelente análisis del caso mexicano.
JORGE LARRAÍN 61
Los criterios para definir la identidad cultural son siempre más estre-
chos y más selectivos que los crecientemente complejos y diversificados hábi-
tos y prácticas culturales de un pueblo. En las versiones públicas de identidad
cultural la diversidad es cuidadosamente escondida detrás de una supuesta
uniformidad. Estas versiones públicas a su vez influencian la manera cómo la
gente se ve a sí misma y cómo actúa, pero no en forma automática o mecánica:
muchos grupos étnicos, subculturas, regiones o sectores de la sociedad no se
sienten bien representados por las versiones dominantes y no comparten ese
sentido de identidad o tienen uno distinto.54
Richard Johnson ha representado este proceso por un movimiento cir-
cular que supone cuatro momentos que parten de la base del círculo:
Versiones públicas
Diversidad de los
modos de vida
54
Biagini es uno de los pocos autores en América Latina que parece haberse
dado cuenta de la complejidad implícita en la noción de identidad cultural. Por un
lado, sostiene que es problemático atribuirles rasgos sustanciales y distintivos a las
culturas nacionales, o aun a los subtipos regionales (para Biagini es posible hablar no
sólo de identidades nacionales sino también de identidades sociales y regionales). Por
otro lado, distingue algunas versiones de identidad que responden a diversos grupos
sociales. Finalmente, también se da cuenta de la "utilización ideológica y política que
se ha hecho de los llamados a una idiosincrasia nacional". Véase H. E. Biagini, "La
identidad, un viejo problema visto desde el nuevo mundo", Nueva Sociedad, Nº 99
(1989), p. 102.
62 ESTUDIOS PÚBLICOS
55
Véase R. Johnson, "Towards a Cultural Theory of the Nation: A British-
Dutch Dialogue", en B. Henkes et al, Images of the Nation (Amsterdam: Rodopi,
1993), p. 9.
JORGE LARRAÍN 63
56
J. Habermas, 'The Limits of Neo-Historicism", entrevista con J. M. Ferry
en J. Habermas, Autonomy and Solidarity (Londres: Verso, 1992), p. 243.
57
S. Hall, "Cultural Identity and Diaspora", en J. Rutherford, ed., Identity,
Community, Culture, Difference, op. cit., p. 223.
64 ESTUDIOS PÚBLICOS