Encíclica de Laudato Si
Encíclica de Laudato Si
Encíclica de Laudato Si
PAPA FRANCISCO
Laudato si*
I) COMENTARIO-RESUMEN
Las palabras escogidas por el Papa Francisco para comenzar su encíclica, tomadas del
canto a las criaturas de san Francisco de Asís, ponen de evidencia la actitud del hombre,
y en concreto del cristiano, de admiración ante la creación, como un niño pequeño que
contempla lleno de orgullo las obras de su Padre. Una admiración que lleva a alabar, dar
gracias a Dios, quien nos ha hecho el regalo de la creación. Para un cristiano, el cuidado
del ambiente no es una acción opcional o extra, sino una cuestión de suma importancia,
porque se refiere al cuidado del lugar que su Padre Dios le ha dado como hogar, su casa.
Precisamente la palabra ecología deriva del griego οικία, que significa casa, hogar. El
subtítulo de la encíclica subraya este hecho: «El cuidado de la casa común», y ofrece
una idea que permea toda la encíclica: el cristiano no está solo, su filiación le hace
sentirse hermano de todos los hombres, el cuidado de la casa es una tarea que
compartimos con todos los hombres, también con las generaciones futuras, que como en
una familia son las que impulsan a mejorar el ambiente del hogar para acogerlas del
mejor modo posible.
La convicción de haber recibido este regalo de Dios hace que «nada de este mundo nos
resulte indiferente» (LS 3), porque todas las «criaturas, queridas en su ser propio,
reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios.
Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso
desordenado de las cosas» (Catecismo de la Iglesia Católica 339). Los cristianos ante el
gran regalo de la creación se sienten «llamados a ser los instrumentos del Padre Dios
para que nuestro planeta sea lo que El soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz,
belleza y plenitud» (LS 53). Esta convicción lleva al cristiano a ser protagonista en
primera línea en el cuidado del ambiente.
La encíclica invita a una investigación seria y honesta que permita conocer las causas de
los problemas y evitar descripciones parciales –movida en ocasiones por interés
particulares–, que esconden la verdad de los problemas. Entre los que se enumeran, hay
uno que llama la atención por no ser considerado muchas veces como un problema
ecológico, pero que es coherente con la idea de cuidar nuestra casa común: el
«deterioro de la calidad de la vida humana ydegradación social» (LS 43-47). Los hombres
formamos parte del gran regalo de la creación, y el empeño por el ambiente ha de tener
«en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene
derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima» (LS 43). La
degradación ambiental afecta la vida de muchos seres humanos que son nuestros
hermanos.
2. El evangelio de la creación
El Papa no pretende dar soluciones ni involucrarse en teorías científicas sobre las causas,
sino que, convencido de su misión y de las exigencias de la nueva Evangelización, debe
“salir” con la Iglesia para anunciar el Evangelio a todos los hombres, iluminando el
sentido de su obrar (cfr. LS 64). En el segundo capítulo, expone «algunas razones que se
desprenden de la fe judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro
compromiso con el ambiente» (LS 15), y propone «algunas líneas de maduración humana
inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana» (LS 15),que permitan
realizar los cambios que el desafío ecológico plantea.
«La creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del
Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una
comunión universal» (LS 76). Esta acción divina procede «de una decisión, no del caos o
la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la
palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria,
de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del
orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado» (LS 77). Por
eso, «cada criatura tiene un valor y un significado» (LS 76), ninguna de ellas es fruto del
azar, sino de un querer divino. El hombre es depositario de este don de Dios. Es al
hombre a quien Dios confía la creación para trabajarla y custodiarla, sin olvidar que
también le confía el cuidado de sus hermanos los hombres.
3. El misterio de Cristo
«La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado, fue destruida por haber
pretendido [los hombres] ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como
criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de "dominar" la tierra
(cfr. Gn 1,28) y de "labrarla y cuidarla"(Gn 2,15)» (LS 66). El Evangelio de la creación nos
recuerda la realidad del pecado, que la bondad de toda la creación ha sido contaminada
por el mal uso de la libertad del hombre. El mal en el mundo ha sido introducido por el
hombre, no proviene de Dios. Pero el mal no tiene la última palabra, es posible la
salvación, porque Dios «decidió abrir un camino de salvación» (LS 71). El Padre, que nos
había regalado todo los bienes salidos de sus manos, también nos promete la salvación:
«el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos dos modos divinos de
actuar están íntima e inseparablemente conectados» (LS 73).
El plan de salvación de Dios consiste en el envío de su Hijo. «La comprensión cristiana de
la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está
presente desde el origen de todas las cosas: “Todo fue creado por él y para él”(Col
1,16). El prólogo del evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo
como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta
Palabra "se ha hecho carne"(Jn 1,14). Uno de la Trinidad se insertó en el cosmos creado,
corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo
peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera misteriosamente en el
conjunto de la realidad natural» (LS 99).
El Hijo de Dios ha tomado nuestra condición humana, habitó entre nosotros, trabajo con
sus manos, contemplo las maravillas de la creación de su Padre, pero no sólo sino que
también «resucitado y glorioso, [está] presente en toda la creación con su señorío
universal: “Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar
consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre
de su cruz”(Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo
entregue al Padre todas las cosas y “Dios sea todo en todos”( 1 Co 15,28). De ese modo,
las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente
natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de
plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que Él contempló admirado con sus ojos
humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa» (LS 100).
Esta salvación no es solamente una obra divina, «Dios, que quiere actuar con nosotros y
contar con nuestra cooperación, también es capaz de sacar algún bien de los males que
nosotros realizamos, porque “el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de la
mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más
complejos e impenetrables”. El de algún modo quiso limitarse a sí mismo al crear un
mundo necesitado de desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males,
peligros o fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos
estimulan a colaborar con el Creador» (LS 80). Esta idea es el núcleo del mensaje de
esperanza que el Papa quiere enviar con la encíclica: «La humanidad aún posee la
capacidad de colaborar para construir nuestra casa común», porque «el Creador no nos
abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepintió de
habernos creado» (LS 13).
Teniendo a Cristo como modelo del actuar del hombre (cfr. GS 24), y en especial del
cristiano, el Papa propone «el ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz» (LS
82), que debe regir la «administración responsable», recordando que el “dominio” del
hombre sobre lo creado debe tener en cuenta las palabras de Jesús: «Los poderosos de
las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su
poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande, sea el
servidor»(Mt 20,25-26). De este modo las tareas –el estudio, la ciencia, la investigación,
la tecnología, el trabajo manual, las labores domésticas– con las que el hombre responde
al don divino de la creación, estarán siempre orientadas al servicio de todos los
hombres.
Tema central para una visión integral del empeño ecológico es el trabajo. «Si
intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que
lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo, porque si
hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el
sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del
trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que implique
alguna transformación de lo existente, desde la producción de un informe social hasta el
diseño de un desarrollo tecnológico» (LS 125). Cualquier forma de trabajo tiene detrás
una idea sobre la relación que del ser humano con el mundo, con los demás y con Dios.
5. Una ecología integral
Partiendo del hecho que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas
actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los aspectos de la crisis
mundial, el Papa Francisco propone, en el cuarto capítulo, «los distintos aspectos de una
ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales» (LS
137). Hablar del medio ambiente indica una relación entre la naturaleza y la comunidad
humana que la habita. «El análisis de los problemas ambientales es inseparable del
análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de
cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los
demás y con el ambiente» (LS 141). Por este motivo la ecología integral incluye también
aspectos que influyen en la vida social, como la economía, la política, la cultura.
6. Líneas de acción
Para terminar el capítulo, el Papa plantea el diálogo entre las religiones y las ciencias,
convencido de que «no se puede sostener que las ciencias empíricas explican
completamente la vida, el entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad»
(LS 199). La encíclica forma parte de este diálogo; con ella, la Iglesia se hace partícipe
de las preocupaciones del hombre actual y, consciente que su fe puede aportar para la
solución de los problemas ambientales, anuncia el Evangelio de la Creación e interpela
«a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus
acciones», y les reclama «que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más
hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz» (LS 200).
No basta con ofrecer repuestas para «crear una "ciudadanía ecológica"», tampoco bastan
normas o leyes y un control efectivo de las mismas, si se quiere que se produzcan
«efectos importantes y duraderos es necesario que la mayor parte de los miembros de la
sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y reaccione desde una
transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la
donación de sí en un compromiso ecológico» (LS 211). Se requiere una tarea de
educación, transformar la cultura para fomentar esas disposiciones.
Otro aspecto importante de este estilo de vida es la paz interior de las personas que
«tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque,
auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad
de admiración que lleva a la profundidad de la vida» (LS 225). El Papa insiste sobre la
importancia de una educación estética (LS 215), que permite abrirse a la belleza y
amarla, pues la apertura a la belleza de la creación nos lleva a Dios, nos empuja a la
contemplación, al crecimiento en la vida interior. El cristianismo no es una filosofía, es
el encuentro con un Dios que “primera”, creador de todo cuanto existe y es bueno. Esta
convicción permite al cristiano tener «una actitud del corazón, que vive todo con serena
atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que
viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser
plenamente vivido» (LS 226).
Este estilo de vida «implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con
la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para
contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia
"no debe ser fabricada sino descubierta, develada"» (LS 225). Y como seres creados que
somos, también necesitamos el contacto físico para crecer en intimidad, de aquí que, el
Papa dedique unos puntos a hablar de los Sacramentos, los cuales considera como «un
modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en
mediación de la vida sobrenatural» (LS 235). Destaca la Eucaristía porque «la gracia, que
tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios
mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del
misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de
materia» (LS 236). Siguiendo por un plano inclinado el Papa nos introduce en el misterio
de la Trinidad y nos hace desear el fin para el cual hemos sido creados: encontrarnos
«cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12)» y contemplar con feliz
admiración que el universo «participará con nosotros de la plenitud sin fin» (LS 243).
Este fin, más que apartarnos de nuestro compromiso con el ambiente, nos impulsa a
«hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en
ella será asumido en la fiesta celestial» (LS 244).