Lutereau Amor y Deseo en Las Neurosis

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Lutereau Amor y deseo en las neurosis

La división subjetiva entre amor y deseo no es algo privativo de las neurosis, aunque
en estas últimas –me refiero a la histeria y la obsesión– hay dos usos diferentes de
este conflicto psíquico. En el caso del obsesivo es corriente que sobre el amor recaiga
la indeterminación del saber. De este aspecto echa mano el síntoma fundamental de
la duda: “No sé si estoy enamorado”; o bien, si recuerdo la situación de cierto
analizante, podría mencionarse la circunstancia en que ante la pregunta de su pareja
(acerca de si la amaba), la respuesta fue: “Creo que sí”. Mientras que frente al amor el
obsesivo no se determina, respecto del deseo su posición se localiza con mayor
simpleza. El obsesivo suele estar tan seguro de lo que desea que, por eso mismo, lo
esconde, lo disfraza, lo escamotea o, para usar una expresión de Lacan en “La
dirección de la cura y los principios de su poder”: lo contrabandea. Es el caso de un
analizante que luego de disponer del tiempo de la sesión para discurrir en torno a los
más variados matices que tenía el curso académico en que se había inscripto, recién
al final, antes de despedirnos, hizo una ligera alusión a una muchacha que había
conocido en los primeros días de clase.

Ahora bien, en el caso de la histeria la división toma otra forma. Mientras que, por lo
general, para el obsesivo la división entre amor y deseo suele plantearse de manera
excluyente (amo pero no deseo, o bien deseo a quien no amo), en el sujeto histérico
ambos modos de relación con el Otro se recubren. Podría decirse que donde la
obsesión propone la estructura de la reunión (“alienación”, tal como Lacan la llama en
el Seminario 11) para el histérico se trata de la intersección (o “separación”, como
segunda operación de constitución del sujeto). Donde el obsesivo se indetermina, el
histérico hace valer su ser de deseo… aunque de forma igualmente sintomática. Es
conocida la respuesta típica del histérico ante el deseo del Otro: la defensa ante la
posición de objeto. Recuerdo el caso de una analizante a la que, en cierta ocasión,
luego de que dijera que el hombre con el comenzaba a verse “nada más” quería
acostarse ella, le sugerí que “también podría decirse que ‘nada menos’”; o bien, la
situación de esa otra analizante que se preguntaba si el hombre la quería a ella o a su
cuerpo, en la que no pude dejar de pedirle que especificara la diferencia entre ambas
instancias. “No vamos a arruinar este momento con una demostración de la existencia
del alma”, le propuse al saludarnos.

Sin embargo, por conocida que sea la posición defensiva de la histeria, no es tan
evidente que el drama amoroso sea la vía con que se recubre la presencia inquietante
ante el deseo. Es en la histeria que encontramos, con mayor frecuencia, las más
diversas fantasías en torno al amor y sus vicisitudes: desde la expectativa de que el
Otro sea el “adecuado” (una de cuyas versiones es la del “príncipe azul”) hasta los
temores respecto de cuánto podría durar la relación. Porque si en última instancia se
va a consentir, más vale que sea con motivos. Dicho de otro modo, en este punto es
que se pone en juego el modo en que se espera que alguna garantía sostenga el
amor para condescender al deseo. He aquí el núcleo de lo que Lacan llamaba la
“armadura” del amor al padre en la histeria. Por supuesto que no se trata de la figura
del padre como tal (“el progenitor”, podríamos decir). Respecto de esta cuestión más
vale volver a ser freudianos, ya que es lo que puede advertirse en el primer sueño del
caso Dora, que Freud interpreta en términos de un “refugio en el amor al padre” ante
la coyuntura del escena en que fuera requerida por el señor K. La versión del padre
(la père-version) de la histeria consiste en hacer del amor el lugar desde el cual
denunciar la seducción del Otro.

De este modo, histeria y obsesión comparten el hecho de ser modos de división entre
amor y deseo, pero tratan este conflicto de maneras diferentes, lo cual tiene
importantes incidencias en la orientación del tratamiento. Es inútil forzar al obsesivo
en la vía del reconocimiento del “ser-para-el-amor”, tanto como lo es apuntar a que la
histérica consienta sin más al deseo. De la misma manera que no hay análisis de la
obsesión que no atraviese los camuflajes y trampantojos del deseo, ni análisis de la
histeria que no deba dedicar un buen tiempo a las versiones y semblantes del amor.
Por Luciano Lutereau

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