Del Suceder Psiquico Nilda Neves Parte 2
Del Suceder Psiquico Nilda Neves Parte 2
Del Suceder Psiquico Nilda Neves Parte 2
En un contexto anterior, hubimos de reclamar para el organismo todavía inerme la capacidad para
procurarse por medio de sus percepciones una primera orientación en el mundo, distinguiendo un "afuera" y
un "adentro" por referencia a una acción muscular. Una percepción que se hace desaparecer mediante una
acción es reconocida como exterior, como realidad; toda vez que una acción así nada modifica, la
percepción proviene del interior del cuerpo, no es objetiva, "real". Es harto valioso para el individuo poseer
un signo distintivo tal de la realidad, que al mismo tiempo constituye un remedio contra ella, y bien quisiera
estar dotado de un poder semejante en contra de sus reclamos pulsionales, a menudo implacables. (Freud,
1917d (1915), pág. 231)
Como vemos, dentro de las diferentes teorías desde las cuales se puede categorizar al yo,
Freud jerarquiza una: la de las funciones, y describe cómo la función principal que debe
efectuar el yo de realidad inicial es la operación de orientarse en el mundo diferenciando
entre un adentro y un afuera. Esta primera diferenciación se produce sobre la base de un
mecanismo elemental que es el de la fuga. Ante un estímulo proveniente del mundo exterior,
el yo puede producir una defensa: la fuga, cuyo éxito determina el reconocimiento del
estímulo como exógeno., Tal como lo refiere Freud, la posibilidad de cerrar los ojos ante el
rayo de luz que hiere la pupila.
De los estímulos que provienen del interior es imposible fugar; aun cuando, por el registro de
sequedad en la garganta, se produzca una conducta refleja de descarga, como el llanto, la
sed persistirá. Para el cese del estímulo es necesario realizar una acción específica.
Los estímulos internos se constituyen en necesidades básicas, inaplazables, de las cuales
no es posible fugar. Se genera así un interior, desde el cual surgen estímulos perentorios de
satisfacción, y un exterior indiferente, desinvestido. Se produce entonces una primera
diferenciación entre una periferia interior, que es la que importa al sistema nervioso, y una
periferia exterior, indiferente. Para que se alcance este primer logro, el organismo viviente
debe haber privilegiado entre las conductas reflejas posibles, una: la correspondiente a la
fuga del estímulo, que tiene un grado de especificidad mayor que la descarga masiva y
también resulta más económica para el organismo. Este proceso se da sobre la base del
relevamiento del principio de inercia por el de constancia, como forma de reemplazar la
tendencia a la descarga a un cero absoluto por la aceptación de una tensión mínima
compatible con la vida.
Podemos describir la siguiente secuencia en la formación de esta estructura yoica:
1) Arco reflejo. Tendencia a expulsar toda estimulación fuera del sistema neuronal regido
todavía por el principio de Inercia.
2) Preferencia del mecanismo de la fuga como forma de eliminación del estímulo. Implica
la predominancia del principio de constancia.
3) Registro de ciertas sensaciones como endógenas: aquéllas de las que no es posible
fugar.
4) Articulación de las diversas sensaciones endógenas de tensión-alivio, correspondientes
a diversos órganos en equilibrio recíproco.
Este es el momento en que culmina la constitución de la estructura que tiende a resolver la
necesidad mediante la alteración interna, antes de que pueda lograrse la acción específica
para cada estímulo pulsional.
La ligadura entre las investiduras de los diversos órganos, no contradictorias entre sí,
permite alcanzar una homeostasis, es decir una homeostasis con cierta dirección, marcada
por la investidura pulsional misma.
El recién nacido debe realizar un aprendizaje de las "reglas biológicas" que hacen a la
satisfacción de necesidades mediante acciones específicas. Para ello es necesario que
previamente se haya establecido este equilibrio basado en un ritmo somático de tensión
alivio que depende tanto de la armonización interna como de la asistencia contextual.
En el pasaje del mecanismo de la alteración interna al de la acción específica tienen
relevancia factores de origen endógeno, de procesamiento pulsional, y otros de origen con-
textual, correspondientes a la disponibilidad de respuesta empática o tierna del contexto.
Entre los factores de origen interno, cobra especial relevancia en estos primerísimos
momentos del desarrollo lo que Freud en los dos últimos capítulos de "El yo y el ello"
plantea como conflicto interpulsional, del cual derivan las defensas más primarias. La pugna
entre Eros y pulsión de muerte es la lucha por la creación de unidades más complejas en
oposición a la tendencia al retorno a lo inerte de la manera más rápida y total.
En cuanto a las defensas que ejerce la pulsión de muerte contra Eras, Freud señala dos:
una, consistente en que en el acto sexual genital aparezca una posibilidad de retorno a la
inercia; y otra, en que a toda libido no desexualizada se le imponga una descarga lo más
rápida posible. Una tercera posibilidad que se puede inferir es la desmezcla pulsional
provocada por la regresión.
Eros se defiende de la pulsión de muerte básicamente mediante el mantenimiento de
tensiones. Una de las maneras de mantener la tensión es la confluencia de las pulsiones
parciales en torno a la pulsión genital; y la otra consiste en crear libido desexualizada: una
energía desplazable que se mantenga permanentemente como acopio disponible.
Si la vida está gobernada por el principio de constancia, como lo entiende Fechner, si está
entonces destinada a ser un deslizarse hacia la muerte, son las exigencias del Eros, de las pulsiones
sexuales, las que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen nuevas tensiones.
El ello, guiado por el principio de placer, o sea por la percepción del displacer, se defiende de esas
necesidades por diversos caminos. En primer lugar, cediendo con la mayor rapidez posible a los reclamos
de la libido no desexualizada, esto es, pugnando por la satisfacción de las aspiraciones directamente
sexuales. (Freud, 1923-1925, pág. 47)
Proyección y empatía
Esta partícula de sustancia viva flota en medio de un mundo exterior cargado (laden) con las energías
más potentes, y sería aniquilada por la acción de los estímulos que parten de él si no estuviera prov ista
de una protección antiestímulo. La obtiene del siguiente modo: su superficie más externa deja de tener
la estructura propia de la materia viva, se vuelve inorgánica, por así decir, y en lo sucesivo opera
apartando los estímulos como un envoltorio especial o membrana; vale decir, hace que ahora las
energías del mundo exterior puedan propagarse sólo con una fracción de su intensidad a los estratos
contiguos, que permanecieron vivos. (Freud, 1920g, pág. 27)
En la constitución del yo real primitivo existe un momento en que cobra valor la investidura
de un cierto tipo de sensorialidad, la que corresponde a los procesos internos, que dará
origen a la representación-órgano y a una representación-cuerpo inicial.
El cuerpo propio y sobre todo su superficie es un sitio del que pueden partir simultáneamente
percepciones internas y externas. Es visto como un objeto otro, pero proporciona al tacto dos clases de
sensaciones una de las cuales puede equivaler a una percepción interna.... Tambié n el dolor parece
desempeñar un papel en esto, y el modo en que a raíz de enfermedades dolorosl1s uno adquiere
nueva noticia de sus órganos es quizás arquetípico del modo en que uno llega en general a la
representación de su cuerpo propio. (Freud, 1923b, pág. 27)
A partir de las hipótesis de Freud, es posible discriminar entre tres tipos de dolor. Un primer
tipo correspondería a aquel dolor del que es posible fugar, que es fundamento de las
defensas. Un segundo tipo, ligado al incremento de la tensión de necesidad; y un tercero del
cual no es posible fugar y que requiere una interferencia que opere sobre el sistema
nervioso.
Sobre los dos últimos tipos de dolor Freud desarrolló el modelo de la contrainvestidura:
Es probable que el displacer específico del dolor corporal se deba a que la protección
antiestímulo fue perforada en un área circunscrita. Y entonces, desde este lugar de la perife ria, afluyen
al aparato anímico central excitaciones continuas como las que, por lo regular, sólo podrían venirle del
interior del aparato. ¿Y qué clase de reacción de la vida anímica esperaríamos frente a esa intrusión?
De todas partes es movilizada la energía de investidura a fin de crear, en el entorno del punto de
intrusión, una investidura energética de nivel correspondiente. Se produce una enorme
"contrainvestidura" en favor de la cual se empobrecen todos los otros sistemas psíquicos, de suerte
que el resultado es una extensa parálisis o rebajamiento de cualquier otra ope ración psíquica. (Freud,
1920g, pág. 29-30)
En "Tres ensayos de teoría sexual" Freud describe una actividad sexual infantil
en la cual el placer aparece ligado a la excitación de la zona oral que acompaña
a la alimentación. De este modo la teoría de la sexualidad infantil incluye la
noción de apuntalamiento o anáclisis que remite a la manera en que la pulsión
sexual se apoya en la de autoconservación. El ejemplo por excelencia está
dado por la conducta del chupeteo surgida de una actividad previa, que es la
succión. El chupeteo es entendido como modelo de las exteriorizaciones
sexuales infantiles, "un contacto de succión con la boca (los labios), repetido
rítmicamente, que no tiene como fin la nutrición" (pág. 163).
El carácter más llamativo de la pulsión es que se satisface en el propio cuerpo:
es auto erótica, y los labios del niño se comportan como una zona erógena. La
misma queda definida como "un sector de piel o de mucosa en el que estimu-
laciones de cierta clase provocan una sensación placentera de determinada
cualidad" (pág. 166).
En 1915, en su adición al mismo texto, después de haber descripto una
organización anal, Freud plantea la existencia de una primera fase de la
sexualidad infantil: la oral o canibalística. El concepto de organización o fase
implica no sólo una determinada zona erógena que corresponde a una excitación
y un placer específico, sino también un objeto y un modo de vinculación.
La fase oral tiene como zona erógena privilegiada la boca.
El objeto es el pecho materno que no es inscripto como ajeno y que coincide con la
fuente de la pulsión. En cuanto a la meta pulsional, que implica un modo de relación
con el objeto, es 1<'1 incorporación.
En 1933 Freud acepta la división de las fases oral y anal en dos subfases propuesta
por K. Abraham en 1924, pasando a describir una primera fase oral de succión o
primaria, con una meta que es la incorporación del objeto, y una segunda fase oral
sádica o canibalística, cuya meta pulsional es la devoración.
... originariamente el yo lo contiene todo; más tarde segrega de sí un mundo exterior. Por
tanto, nuestro sentimiento yoico de hoy es sólo un comprimido resto de un sentimiento
más abarcador -que lo abrazaba todo, en verdad-, que correspondía a una atadura más
íntima del yo con el mundo circundante. (Freud, 1930a, pág. 68-69)
Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que
agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se consti-
tuya. (Freud, 1914c, pág. 74)
Tanto la ligadura entre las zonas erógenas, de cuya apertura y carácter autoerótico
nos ocupamos en el capítulo anterior, como la identificación con un objeto creado a
partir de la síntesis pulsional derivan de un proceso interior, acto psíquico,
pensamiento inconsciente. Dichos pensamientos inconcientes implican
desplazamientos pulsionales que tienen como requisito la constitución de huellas
mnémicas entre las cuales se producirán los desplazamientos pulsionales. Como
hemos visto, este es el momento en que se establecen los nexos entre las primeras
huellas mnémicas; es, por lo tanto, el momento inaugural de ese acto psíquico que
llamamos narcisismo.
Debemos además establecer algunas diferencias entre la identificación y otro proceso
psíquico con el que tiene ciertas coincidencias: la introyección. Este último
mecanismo resuelve las exigencias pulsionales por el camino del vivenciar, de la
sensorialidad, de donde luego derivan representaciones. Por el contrario, la
identificación es tributada de un pensar inconciente, no contingente sino ineludible
para el psiquismo. Por otra parte, la introyección en su intento de incorporar al
objeto, no exige a la mente un cambio estructural. La identificación impone una
modificación psíquica más profunda, una intensa labor de acomodación a las
propiedades del objeto.
El yo-placer se constituye sobre la base de una identificación con la madre puesta en
el lugar de modelo. En 1921, Freud plantea cuatro lugares posibles en relación con el
otro: modelo, ayudante, rival y objeto. El lugar de modelo es el primero en surgir e
implica que su presencia garantiza la existencia del propio yo. En un vínculo de ser, no
de tener, se desea ser "uno con el otro"; supone la fusión con el otro. Hacia este
modelo se dirige un tipo de investidura que llamamos anhelo, añoranza o
nostalgia. (Freud, 1926d (1925)). La representación del cuerpo del niño pasa a
depender de la percepción de la presencia de la madre, garantía de su ser.
La meta de la pulsión oral secundaria es la devoración en la que se imbrican pulsión
de autoconservación y libido narcisista. Esta articulación es contradictoria, de carácter
ambivalente, ya que la devoración del objeto hace desaparecer al modelo, garante
del ser. De esta contradicción se deriva la inermidad del yo ante la pulsión de
muerte que impone la desestructuración. El yo para sostenerse requiere de la
asistencia y el amor del objeto e ideal.
Por otra parte, esta inicial imbricación entre los dos componentes de las
pulsiones de vida permite esbozar una primera oposición de Eros frente a la
pulsión de muerte gracias al recurso de la agresividad. En 1920 Freud describe
de qué manera la libido vuelve inocua a la pulsión de muerte, desviándola hacia
afuera con ayuda de la musculatura. Se transforma así, en pulsión de
destrucción, de apoderamiento, voluntad de poder. Anteriormente, en el
Proyecto, se había referido al uso de la motricidad en el intento de otorgar cierto
grado de conciencia a situaciones traumáticas. Con el surgimiento de la pulsión
oral secundaria aparece un rudimento de agresividad; el ejercicio de la
musculatura va a permitir defenderse de lo displacentero, proyectándolo fuera.
En esta fase, la musculatura masticatoria asociada a la defensa sólo posibilita
escupir o bien morder y devorar; en el primer caso, parte de lo que es yo se
pierde junto con ese objeto expulsado; en el segundo, el objeto hostil se vuelve
indiscernible del yo.
La limitación de la defensa hace que adquieran privilegio los estados afectivos.
De aquí deriva la pasividad motriz en esta fase, caracterizada por la dependencia
de un otro, aquél que posibilita el registro de las diferencias en términos de
placer-displacer.
El expulsar, como hemos visto hasta aquí, es idéntico a la defensa, pero también
puede tener otro sentido en el caso de que lo expulsado encuentre fuera un
soporte que lo cambie de signo.
Varios autores (Winnicott, 1971; Sami Ali, 1977) han destacado el valor de la
proyección de los estados pulsionales en el rostro materno. Este proceso
proyectivo supone que las sensaciones táctiles, gustativas, cenestésicas y los
estados afectivos correspondientes se trasmudan en términos visuales.
El esfuerzo proyectivo e identificatorio en el rostro materno no es una defensa,
sino una transcripción, un recurso para hacer conciente un estado pulsional o
afectivo, un modo de transformar cantidad en cualidad.
Dicha proyección culmina habitualmente en el hallazgo de un rostro sonriente
ante el cual el niño responde de la misma manera. La descripción del fenómeno
ha sido realizada por Spitz (1954) cuando se refiere al primer organizador, el cual
es conceptualizado en torno a la respuesta de sonrisa que surge ante una gestalt
compuesta por ojos, boca, nariz y un óvalo delimitante.
La constitución del rostro materno como espejo subraya fundamentalmente la
expresión afectiva en la que el yo se reencuentra visualmente. La producción de
esta especularidad es condición para procesar el conflicto ambivalente, en el
cual la devoración pone en riesgo al objeto amado. La sobreinvestidura de la
expresión facial garantiza la permanencia del clima afectivo a pesar de la
incorporación del objeto. En este proceso se da una ligadura del erotismo oral,
por su transformación en proceso identificatorio. Una perturbación posible ocurre
cuando no hay concordancia entre la expresión facial materna y el estado
afectivo del infante. En ese caso la necesidad de la identificación impone reducir
las diferencias adecuando los estados del niño a la expresión atribuida a la
madre.
Otro elemento destacable en este momento de la organización es la
identificación del niño con un nombre que otro profiere y al cual el bebé responde
con la totalidad de su cuerpo. Los sonidos que el niño emite tienen el valor de
una comunicación en el contexto de la identificación con el otro, permiten
expresar las emociones y reencontrarse en el propio ser.
Sobre el prójimo, entonces, aprende el ser humano a discernir. Es que los componentes de
percepción parten de este prójimo, serán en parte nuevos e incomparables - por ej., sus rasgos
en el ámbito visual - ; en cambio, otras percepciones visuales -por ej., los movimientos de sus
manos-, coincidirían dentro del sujeto con el recuerdo de impresiones visuales propias, en un
todo semejantes, de su cuerpo propio, con las que se encuentran en asociación los recuerdos
de movimiento por él mismo vivenciados. (Freud, 1950a (18871902), pág. 376-77)
... aun no puede diferenciar la ausencia temporaria de la pérdida duradera; cuando no ha visto
a la madre una vez, se comporta como si nunca más hubiera de verla, y hacen falta repetidas
experiencias consoladoras hasta que aprenda que a una desaparición de la madre suele
seguirle su reaparición. La madre hace madurar este discernimiento, tan importante para él,
ejecutando el familiar juego de ocultar el rostro ante el niño y volverlo a descubrir, para su
alegría. De este modo puede sentir, por así decir, una añoranza no acompañada de
desesperación. (Freud, H126d, pág. 158)
Para el niño, que por un proceso de complejización psíquica ha producido el
discernimiento entre familiar y extraño, encontrarse con un rostro desconocido no
es entendido como el resultado de un cambio interno, como efecto de su
maduración, sino de una modificación en el objeto. Lo familiar se ha vuelto
extraño, ominoso, y eso lo lleva a la desesperación, afecto que si se desarrolla
plenamente desemboca en un trauma. Cuando la investidura es de anhelo, el yo
es incapaz de ejercer algún tipo de inhibición; por lo tanto, cuando surge la
tensión de necesidad la única manera de transformar cantidad en cualidad es el
encuentro proyectivo en la percepción del objeto. Si éste no se halla disponibl e,
el yo sucumbe como estructura y se desorganiza. El estado de desesperación
constituye una herida por la cual la libido narcisista se pierde en forma
hemorrágica en esa mezcla de dolor y angustia que la caracteriza.
En el caso de que la madre no esté presente, o de que la intensidad pulsional
sea excesiva y no exista objeto sensorial capaz de ligar una erogeneidad
hipertrófica, la crisis de desesperación se producirá. Si esta situación se
mantiene sin que intervenga una defensa, los procesos identificatorios que
determinan el "sentimiento de sí" resultan aniquilados, dejando una fijación
duradera en el trauma. La manera de evitar dicha fijación consiste en apelar a
una proyección, esta vez defensiva, en un objeto transicional.