Sirenas y Salvajes en La Narrativa de Cristina Rivera Garza
Sirenas y Salvajes en La Narrativa de Cristina Rivera Garza
Sirenas y Salvajes en La Narrativa de Cristina Rivera Garza
Resumen
Si yo/otro es el binomio sobre el que se asienta la narrativa de Cristina Rive-
ra Garza; al tiempo que todo proceso identitario nunca es esencial, sino móvil,
fruto de la historia, no puede ser anclado por ninguna teoría sea esta el femi-
nismo, el poscolonialismo o cualquier otra. La Historia, las historias, siempre
producen mitologías, prestas a ser robadas por discursos que tampoco escapa-
rán a su misma mitologización, que jamás dejarán de generar exclusiones. La
obra de Cristina Rivera Garza es transfronteriza y transgenérica en tanto se re-
vela trans-crítica, pues la crítica no ha de conocer de fronteras o géneros.
Abstract
If self/other is the binomial on the Cristina Rivera Garza’s narrative rests, whi-
le all identity process is never essential, but mobile, the result of history, can
not be anchored to any theory is this feminism, postcolonialism or otherwise.
History, histories, mythologies always produce, ready to be stolen by speeches
that will not escape their same mythologizing, never stop generating exclusions.
The work of Cristina Rivera Garza is cross-border and trans-transgender as cri-
ticism reveals, for the review not know borders or genres.
Key-words: Mexican Literature, literatia review, feminism, myth, autoethno-
graphy, Cristina Rivera Garza
El paisaje los subyugó: los oyameles que cubrían las laderas parecían llevarlos
a otro lugar. El bosque encantado donde se pierden los niños.
El bosque primigenio. El bosque mítico.
“El hombre que siempre soñó”, C. R. Garza
trabajo “El hombre que siempre soñó”, “La mujer de los Cárpatos” y “Auto-et-
nografía con el otro”, el primero perteneciente a Ningún reloj cuenta esto (2002),
los otros dos a La frontera más distante (2008), apuntan a esa existencia fuera del
tiempo que mide un reloj, a un lugar tal que siempre está distante, pero que, a
su vez, está en todas partes, es herencia compartida.
La figura de Cristina Rivera Garza, pero también su obra, suelen ser defi-
nidas por la crítica como “transgenéricas” y “transfronterizas”. Quizá porque
ella misma así se califica en el comienzo de su blog/bitácora, quizá porque la
existencia de No hay tal lugar (nombre de ese blog) invita a leer desde las mis-
mas etiquetas a la autora y a su obra, creando un complejo continuum; ya que
el blog, como la autobiografía, es el resultado de esa prosopopeya de la que
hablaba de Man.
Tras los conceptos de “transgenérico” y “transfronterizo” habita una po-
lisemia, pues si lo “trans” apunta a aquello que “atraviesa”, que “recorre” es-
pacios múltiples, lo “genérico” nos remite al debate de los géneros literarios,
entre disciplinas, pero también al binomio sexo/género; al tiempo que lo “fron-
terizo” no solo alude a la “frontera” en sentido geopolítico, sino también me-
tafórico, las fronteras pueden ser “genéricas”. Por tanto, ¿qué queremos decir
cuando aplicamos estos términos? Muchas cosas y ninguna, con ello apunta-
mos a la praxis experimental, de mezcla de géneros y de disciplinas (historia/
literatura, teoría/literatura), que tiene lugar en la obra de la mexicana, también
a su explícita vocación feminista y poscolonialista; pero, precisamente, porque
esta es explícita invocar lo “trans” no supone más que un gesto descriptivo. No
hay que olvidar que, lo “trans” es también aquello “trascendental”, que señala
a la esencia, al bosque mítico.
Desde aquí, “No hay tal lugar”, en tanto traducción (paródica) de la pala-
bra griega “utopía”, se nos presenta como una advertencia, pero también como
un desafío: de leer a contrapelo. Esto es lo que trataré de hacer en estas pági-
nas, apelando a dos conceptos: el de mitología en sentido barthesiano y el pa-
rodia (de la posmodernidad) tal y como ha sido analizada por Hutcheon y Juan
Carlos Pueo.
Dos mitos, de larga andadura en Occidente y en América Latina: el de la
sirena y el del salvaje, con sus múltiples sincretismos, pero también desde su
resonancia arquetípica, me servirán de hilván para marcar dos acentos en la na-
rrativa de Rivera Garza, que afectan a las dos grandes mitologías que dan sen-
tido a toda su obra: la de lo femenino, pero también la del feminismo.
tagoniza: “puesto que el mito roba el lenguaje ¿por qué no robar el mito? Bastará
para ello con hacer de él mismo el punto de partida de una tercera cadena semio-
lógica, con poner su significación como primer término de un segundo mito”.
Es decir, siguiendo la lectura barthesiana: el feminismo roba el mito de lo
femenino e inicia una tercera cadena semiológica, inaugurando una nueva mi-
tología: la propio del feminismo.
Nuestra hipótesis de partida es que “El hombre que siempre soñó” o “La
mujer de los Cárpatos” suponen un intento de re-politización de la mitología de
lo femenino (la sirena/serrana) desde el feminismo, mientras “Auto-etnografía
con el otro” denuncia, por medio de la parodia, la mitologización del feminismo
mismo (el salvaje). Marcando, así, una “frontera” en la obra de la autora, (que
es “la más distante” porque nace de la conciencia de que el “robo del mito”,
siempre supone otra mitología), aquella que marca el tránsito de su narrativa
“feminista” a aquella otra “post” feminista o “transfeminista”, continuando con
la parodia de las etiquetas críticas de la que se hablará más adelante.
Con ayuda de su botiquín de primeros auxilios, Álvaro pudo curar algunas de las he-
ridas; pero como Irena no reaccionaba, decidió llevarla al hospital más cercano... Ten-
dida en el asiento trasero [del automóvil], Irena parecía un bulto de huesos, una flor
deshojada, una línea rota... Álvaro se entero de que Irena tenía tres costillas rotas y su-
fría de los efectos secundarios de un ataque de nervios (Rivera Garza, 2002: 130-131).
... las historias de sirenas que se producen en las tierras altas siguen un patrón más
o menos regular. Hay entre todas ellas, sin embargo, una que se distingue tanto por
sus características físicas atribuidas a la sirena en cuestión, así como de las faculta-
des de las que esta hace gala. Esta leyenda se genera en rancherías cercanas a raí-
ces, especialmente las más próximas al cráter del volcán. Se trata de una sirena de
piel azul celeste y proporciones físicas muy reducidas, las cuales varían de acuerdo
al informante. Así, la sirena del volcán es, a veces, tan pequeña como una mano y,
otras, tan grande como un venado de la región; en ninguno de los dos casos alcan-
za dimensiones humanas. Al contrario de la tradicional Chanclana, cuya principal
facultad es atraer y destruir hombres, la sirena azul celeste es asustadiza y se ocul-
ta de ellos asumiendo disfraces humanos. Cuando estos la encuentran, entonces el
desenlace es siempre fatal, aunque no inmediato. Se dice que, al verla, los hombres
encuentran algo dentro de sí mismos ―pueden ser ciertos gustos, vocaciones, pen-
samientos― cuya fascinación los conduce, eventualmente, a la locura.
Su labor maligna a veces tarda meses y, más frecuentemente, años enteros en tener
efectos; pero estos llegan, ineludiblemente (140-141).
Si bien es cierto que esta cita parece empujar a los protagonistas y a los lec-
tores hacia la interpretación mítica, también lo es que cuando la pareja llega a
Toluca con lo que se encuentra es con que Irena ha sido asesinada por su espo-
so. Cuando la niña Mariana explique que su mamá se ha ido por el volcán, esta-
rá recordando a la Chanclana, pero también armando una ficción consoladora.
Desde la suspensión del sentido, que no es más que la exacerbación de su
polisemia, puede leerse todo el relato; ya que si la niña que mira a la pareja al
final del cuento podría ser pensada como la maldición mítica, también puede
serlo como la liberación de la mujer: “Mariana daba la impresión de ser un faro
que ofrecía su luz a un océano en perfecta calma. Sirena asustadiza. A través de
sus ojos grandes y claros, otra mujer alumbraba la silueta de la pareja. Él era
un hombre que soñaba. Ella también”.
Cuando Fuensanta, que soñó a Álvaro, o la misma Mariana sueñen estarán
apropiándose de los discursos de poder, re-inventando a la mujer desde una
posición feminista, que la dote de nuevas formas de supervivencia.
Es precisamente la imposibilidad de una lectura unívoca la que dota al re-
lato de su fuerza contra-dircusiva, puesto que al entablar un complejo diálogo
entre mito y violencia se deja ver cómo esta encubre las mitologías tradiciona-
les de lo femenino y sus esencializaciones.
En “La mujer de los Cárpatos” se invoca un mito cercano al de la sirena: el
de la serrana: “y entre armiños escondida,/soñolienta beldad con dulce saña/
salteó al no bien sano pasajero. Pagará el hospedaje con la vida;/más le valiera
errar en la montaña/que morir de la suerte que yo muero”. La mujer de la mon-
taña, que atrae a los caminantes perdidos, se aprovecha sexualmente de ellos
y los conduce a lo locura y a la muerte. De nuevo, la alteridad femenina y el
miedo a la castración: “Antes de elegir mi destino había leído sobre ellas. Un li-
bro extraño, mitad historia, mitad leyenda. Un libro en una biblioteca de la ciu-
dad… Antes de cerrar el libro ya lo había decidido: me iría de ahí, de la cocina,
de la biblioteca y de la ciudad. Sería otra. Una de ellas” (Rivera Garza, 2008: 94).
La protagonista del relato elige convertirse en serrana y habitar en los Cár-
patos, unos montes desdibujados, de los que solo tenemos un nombre que evoca
guerra y violencia. Allí acude El Forastero, quien demanda agua, comida y sexo:
“Recordé la manera que me había tomado: violentamente. Un ansia extraviada
en cada mano. Un rencor muy íntimo”. Pero si la serrana está dispuesta a ayu-
darlo dentro de sus propias condiciones no lo está a ser re-inventada, re-escri-
ta por él: “Me molestó su presunción, sobre todo porque era falsa. Me molestó
que creyera que yo podría querer regresar”, “Hay un momento en toda histo-
ria en que es posible discernir de repente lo que ocurrirá después. Yo lo supe
ahí, dentro de la historia que inventaba un forastero para construir un contex-
to que pudiera abarcar un momento que no existió”. (104)
Si Irena acaba muerta porque no puede soñarse, Fuensata y Mariana encar-
nan un futuro para la mujer que sueña. La mujer de los Cárpatos ha elegido ser
la protagonista de sus sueños, por eso, cuando esta condición se ve amenazada
por el forastero, solo podrá aniquilarlo, reapropiándose del mito de la serrana
como una fórmula de supervivencia.
De ahí que pueda afirmarse que “El hombre que siempre soñó” y “La mu-
jer de los Cárpatos” representan una crítica feminista a la sirena y la serrana,
en tanto mitologías de lo femenino, que escoden la violencia de los discursos
que el Poder ha generado durante generaciones en torno a la mujer.
todos aquellos trabajos críticos que cita como intertexto. Remito a este artículo
para conocer los pormenores de estos, lo que subrayaré aquí es que los trabajos
citados se dividen en dos bloques: algunos de etnografía clásica, que serán releí-
dos o problematizados (Flaherty, Mead), aquellos otros que trabajan la compleja
encrucijada entre la identidad racial y de género.
Desde aquí, aunque coincido con la acertada lectura de Cantú, quien seña-
la que “el cuento juega con los mismos elementos de la disciplina (manipula-
ción del espacio y generación de autoridad) borrando la frontera entre artificio
literario y ciencia social” (Cantú, 2010: 362); al tiempo que plantea una lectura
en clave poscolonial, entiendo que las conclusiones finales de su artículo po-
drían implementarse:
Si el llamado “último cuarto” del cuento anterior aparece unido a la palabra origen
(en itálicas en el original), este guiño a Adán y Eva y al espacio como paraíso es
asimismo una propuesta por recobrar una idea de la fundación como alternativa al
caos. Pero, de nuevo, no se cumple; y otra vez, es este momento que la dimensión
apocalíptica cobra sentido. Al final, el Pos-Apocalipsis es la vuelta a la expulsión
del paraíso, a la idea platónica de los cuerpos separados en perpetua búsqueda de
su centro, a la resignación ante la distancia y la frontera (366).
Así, entiendo que es necesario hacerse dos preguntas: a) ¿Por qué el hombre
es un salvaje tan arquetípico? ¿Tiene esto que ver con la crítica a la etnografía
o encubre otros significados? b) ¿Por qué la Mujer de la Naranja y sus hordas
son todas mujeres? ¿Qué es lo que tanto les molesta, la ruptura de la frontera
investigador/objeto o el encuentro hombre/mujer?
Si el primer nivel paródico del relato atañe a la etnografía misma, el sal-
vaje hiperbolizado en sus características como ser fuera de la cultura crea una
primera fricción entre hipotexto e hipertexto: “Supongo que lo llamé el Extra-
ño porque lo que hacía, a pesar de reconocerlo me resultaba ajeno. Porque el
hombre era mi Falta-de-Comprensión. Porque era, en realidad, mi Falta (33).
Pero todavía hay más, pues esa Falta, de clara alusión psicoanalítica remi-
te, en un segundo nivel, a la relación hombre/mujer. No hay que olvidar que
investigadora y salvaje acaban viviendo una relación amorosa.
En el famoso cuadro “Americo Vespucci ante la India América”, la mujer es
el otro salvaje, desnuda, espera a ser escrita por el conquistador que porta los
instrumentos de la cultura: la bandera y el sextante. Esta es la posición en que
la Historia ha ubicado tradicionalmente a la mujer. Aquella por cuya supera-
ción ha luchado el feminismo.
Por eso, cuando este salvaje desnudo, pero masculino, presto a ser escrito
por la joven doctoranda, la mira “Cuando abrió los ojos sus ojos me abrieron”
(30), la Mujer de la Naranja y sus hordas (feministas) intuyen el peligro (no
solo para la etnografía), sino para el feminismo mismo, ya que si su joven ami-
ga termina convirtiéndose en el relato del otro, en el efecto de su mirada, aca-
bará convertida en sirena, serrana, ángel del hogar, mujer fatal… o cualquiera
de las mitologías femeninas que ha creado el Poder.
Ahora bien, Cristina Rivera Garza, por medio de la parodia, denuncia que
el “robo del mito” puede conducirnos a una segunda mitología igualmente
peligrosa, que olvide la Falta, la vida y que esencialice la propia teoría, crean-
do nuevas formas de exclusión. De esto los feminismos afro o latinoamerica-
no saben mucho.
Desde aquí, la escena edénica, fundacional, que señala Cantú debe de ser
recuperada como una política de acción incesante: la de la vuelta perpetua al
origen, que implica que toda mitología debe ser robada, que toda teoría, nun-
ca es esencial, sino posicional, que solo desde la permanente parodia auto-et-
nográfica con el otro es posible la convivencia.
B I B L I O G R A F Í A