La Visión Transformadora
La Visión Transformadora
La Visión Transformadora
LA VISIO N
TRANSFORMADORA
LA CONFORMACIO´ N
DE UNA COSMOVISIO´ N CRISTIANA
Brian J. Walsh
J. Richard Middleton
Traducción de
Víctor Manuel Morales
EDITORIAL CLIE
Barcelona
PREFACIO DEL TRADUCTOR
1. La cosmovisión y la cultura 3
2. El análisis de las cosmovisiones 17
2 La cosmovisión bíblica 27
3 La cosmovisión moderna 75
LA COSMOVISIO´ N Y LA CULTURA
En un café Antonio había estado hablando con nosotros por un largo rato.
Aunque podíamos entender su problema, nos era imposible abordarlo. No
podíamos cruzar el golfo interpuesto entre nuestras maneras de percibir.
Era la clase de golfo que separa dos formas de vida, dos cosmovisiones.
Antonio había venido a Canadá a estudiar comercio, con la intención de
regresar a Singapur y entrar en el mundo de los negocios. A su regreso iba a
contraer matrimonio con una chica con la que había tenido una relación por
algunos años. Aunque no estaban oficialmente comprometidos, se suponía
dentro de su contexto cultural que se casarían.
Pero algo paso. En su segundo año en Canadá Antonio se hizo cristiano
a través del grupo de InterVarsity en su universidad. Empezó a crecer como
persona en formas que nunca había anticipado. Como seguido pasa en estos
periodos de crecimiento, los planes anteriores comienzan a cambiar. Anto-
nio llegó a la conclusión de que no estaba enamorado de su novia allá en
Singapur, y empezó a enfriar la relación en sus cartas. Finalmente le fue
necesario regresar a casa para romper definitivamente.
Cuando Antonio nos contó su historia, estábamos impresionados con la
integridad moral tanto de lo que había hecho como de la manera en que
lo había hecho. Ahora que tenía que regresar, sin embargo, Antonio era
un joven quebrantado y deprimido. Porque había terminado su relación,
su familia lo había rechazado. Su padre le había dicho: “Eres peor que un
animal; aun los animales muestran agradecimiento”.
Ante los ojos de sus padres y ante los ojos de los padres de su novia
anterior, Antonio había cometido un pecado imperdonable. Había hecho
pedazos las esperanzas y expectativas de su familia al ser desleal a una
mujer que había sido su prometida. En la cultura del hogar de Antonio la
lealtad es uno de los deberes morales más altos de todos.
Esta historia ilustra de una manera dolorosa el carácter penetrante de las
cosmovisiones. La familia de Antonio “vio” lo que había hecho de manera
4 WALSH Y MIDDLETON
LA GENTE SUPREMA
EL CUIDADO DE LA TIERRA
Ahora bien, nuestra sociedad colonial blanca nunca ha permitido que los
indígenas mantengan libremente su estilo de vida. Pero el problema se agu-
diza cuando el estilo de vida de los indígenas de hecho obstruye el camino
de nuestro modo de vida. Esto ocurre más evidentemente cuando
necesitamos usar la tierra de los indígenas para nuestros propios propósitos
industriales. El punto en cuestión puede ser una presa de energía, un
proyecto forestal o la exploración y transportación de petróleo y gas
natural.10
Aunque tal conflicto lleva inevitablemente al debate de la cuestión legal
de los derechos indígenas sobre la tierra, el asunto no es primariamente
legal
8
Mel Watkins (ed.), Dene Nation [El pueblo Dene], p. 15.
9
NF/NH, p. 1.
10
Ver Hugh McCullum and Karmel McCullum, This Land Is Not for Sale [Esta tierra no está en
venta] (Toronto: Anglican Books Centre, 1975), p. 16.
o político. En un nivel más fundamental el asunto es el de cosmovisiones en
contraste. El economista E. F. Schumacher una vez dijo: “Estudia cómo una
sociedad usa su tierra y llegarás a conclusiones bastante confiables acerca
de como será su futuro”.11 Podríamos decir que el futuro de la sociedad
depende de su visión, y su visión puede averiguarse a partir de cómo usa su
tierra.
¿Por qué los euro-canadienses ven el norte como una frontera mientras
que los dene y los inuit (esquimales) lo ven como su hogar? No basta con
decir que es una frontera para nosotros porque relativamente nuestro arribo
a Nor- teamérica es reciente, mientras que los indígenas lo ven como su
hogar por- que han estado aquí por más tiempo. Sin duda aquellas
realidades históricas son relevantes, pero hay más.
La cultura occidental ve característicamente a la humanidad en una
“relación de oposición” con la naturaleza. Schumacher dice: “el hombre
moderno no se sabe parte de la naturaleza, sino como una fuerza externa
destinada a dominar y conquistarla”. 12 La naturaleza es una amenaza. Es sal-
vaje e irracional. Por ello debe se domada, domesticada y sujeta al control
racional de los seres humanos. Más aún, “la naturaleza es el dominio de la
autorrealización del hombre”.13 Esto quiere decir que a partir de nuestra
manipulación y explotación de la naturaleza construimos nuestra sociedad,
la que constituye nuestra autoafirmación. La clave aquí es la noción de
explo- tación. La naturaleza existe para ser explotada por los humanos;
fuera de ello la naturaleza tiene poco valor.
Un comercial reciente de televisión de Petróleos Imperiales (Exxon) ejem-
plifica el antagonismo y al carácter expoliador de nuestra relación con la
naturaleza. Los hombres trabajan en una torre de perforación de petróleo
en el Mar de Beaufort. El anunciador destaca qué tan desfavorables son las
condiciones de este mar ártico para los seres humanos. Explotar los vas-
tos yacimientos de petróleo debajo del fondo del mar es una tarea difícil y
peligrosa. Las torres de explotación hacen grandes esfuerzos ante los tor-
mentosos vientos árticos. Lanchas de suministro entre flotadores de corcho
que ondean en un mar agitado gastan tediosas horas tratando de atracar en
la plataforma congelada. Todo está cubierto de hielo. Pero la tecnología de
Petróleos Imperiales conquistará este océano y traerá el petróleo al sur de
Canadá para asegurarnos de que no nos congelaremos en la oscuridad este
invierno.
11
E. F. Schumacher, Small Is Beautiful: A Study of Economics As If People Mattered [Lo pequeño es
hermoso: Un estudio de la economía como si la gente importara] (London: Abacus Books, 1974), p.
84.
12
Ibid., pp. 10-11.
13
Bob Goudzwaard, Capitalism and Progress: A Diagnosis of Western Society [El capitalismo y
el progreso: un diagnóstico de la sociedad occidental] (Grand Rapids: Eerdmans, 1979), p. 24.
La naturaleza aquí es vista como el constante adversario. Tomamos de
la naturaleza, por medio de nuestro trabajo y tecnología, los recursos
que consumimos para aislarnos de la naturaleza. El comercial rezuma
confianza en que la humanidad puede conquistar y explotar la naturaleza.
Que un derrame de petróleo sería imposible de limpiar bajos estas
condiciones, y que resultaría en un desastre ecológico inédito, por
supuesto, no se menciona.
En la perspectiva occidental los recursos pueden ser apropiados al igual
que explotados. No sólo pueden ser apropiados, sino que se pueden
también comprar y vender. La tierra es una mercancía así como lo es la
comida y el vestido. Tal vez no nos parezca raro del todo, pero vale la pena
notar que la idea de vender la tierra es una idea relativamente nueva aun en
la cultura occidental. El filósofo Robert Heilbroner ha mostrado que “todavía
en el siglo catorce o quince no existía la noción de tierra, al menos en el
sentido moderno de propiedad en venta, que produce dividendos”. 14 Esta
noción de propiedad privada que se puede libremente comprar, explotar,
desarrollar, subdividir y vender es fundamental para la economía de
mercado contem-
poráneo de los países capitalistas. E´ sta no es sólo un concepto económico.
Es una forma fundamental de ver la tierra.
Los indígenas ven la tierra de manera muy diferente de la nuestra. Escu-
chemos primero cómo nos perciben a nosotros y nuestra perspectiva. El jefe
Seathl de la tribu suwamish escribió esto al presidente de los Estados Unidos
en 1855:
Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestros modos. Un terreno
le da lo mismo que otro próximo, porque él es un extranjero que viene
en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su her-
mano sino su enemigo y, cuando la ha conquistado, continúa... Su
apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.15
18
Ibid., pp. 11.
19
Mel Watkins (ed.), Dene Nation [El pueblo Dene], p. 8.
CAP´ITULO 2
Los seres humanos son criaturas con visión. Esto no significa simplemente
que tenemos ojos. Los animales también los tienen. Más bien significa que
somos criaturas que vivimos nuestras vidas en función de nuestra perspec-
tiva, nuestra visión de la vida. Los animales no necesitan tal perspectiva,
porque se guían por sus instintos. Los seres humanos toman decisiones vita-
les, y las toman en función de su perspectiva de las cosas.
Considera la noción bíblica de “caminar en la vida.” Las Escrituras nos
dicen que andemos en el espíritu y no en la carne (Gálatas 5:25). Pablo
no quiere decir que debemos dejar nuestros cuerpos a atrás, que hagamos
el intento de ser espíritus sin un cuerpo. No: Pablo está diciendo que la
orientación de nuestro caminar en la vida, nuestra dirección, debe ser la de
obediencia a Dios, no la de desobediencia. 1 Hemos de fijar nuestros ojos y
nuestra visión de una forma o de otra. Esto va directo al corazón de lo que
una cosmovisión es.
política salud
instituciones
instituciones
religiosas (iglesia, templos) cosmovisión
legales
preocupaciones
familia
ecológicas
arte
A MUNDOS DE DISTANCIA
¿Cómo juzgamos una cosmovisión? ¿Qué criterios podemos usar? Si, por
alguna razón, nos es necesario elegir una cosmovisión, ¿qué nos haría selec-
cionar una sobre otra? Nuestra presentación de las tres cosmovisiones ha
inevitablemente presupuesto ciertos criterios respectos de ellas. Aunque
hemos tratado de ser justos, con todo nuestra discusión ha favorecido más
la de los dene y menos la de los norteamericanos. La razón de este prejuicio
es que, aunque no somos dene, la cosmovisión de los dene parece en ciertos
puntos más cercana a la nuestra que la visión de vida de los japoneses o la
de los norteamericanos.
¿Es éste el único criterio de evaluación? No del todo. Pero sería desho-
nesto soslayar en qué medida tendemos a sentirnos atraídos hacia las cos-
movisiones que coinciden con la nuestra o que ofrecen perspectivas que
ahondan nuestra visión. Hay, sin embargo, otros criterios por los cuales una
cosmovisión debería ser juzgada. Pero incluso estos criterios dependen de
una cosmovisión. Esto es ineludible.
La Realidad. El primer criterio es simplemente éste: ¿cumple la cosmo-
visión en cuestión con lo que toda cosmovisión debería cumplir?; ¿cómo
visión de vida, aclara toda la vida?; ¿puede proporcionar una panorama de
la vida a sus partidarios?; ¿es en verdad una cosmovisión (visión del
mundo)?;
¿o tiende a revelar sólo ciertos aspectos de la vida, descartando otros?; ¿sobre-
enfatiza o torna en un ídolo una cosa a costa de otra? Por ejemplo, la cos-
movisión norteamericana, con su interés en el desarrollo, sobreenfatiza el
crecimiento económico en detrimento de la responsabilidad ecológica. ¿No
corre el énfasis japonés en el grupo y en la lealtad el riesgo de devaluar a
los individuos y sus necesidades?
Es un hecho que la creación de Dios tiene coherencia. Todo está en su
justo lugar. Y una cosmovisión que absolutiza tanto el lado económico de la
vida como la membresía en un grupo cometerá inevitablemente una injusti-
cia en contra de la coherencia de la creación. Tal injusticia se hará evidente
en ciertos derrumbes dentro la vida de una cultura. Por ejemplo, una cri-
sis ecológica o problemas psicológicos pueden señalar un problema funda-
mental en una visión de vida de una cultura. Eventualmente sufriremos las
consecuencias de una cosmovisión idólatra.
Una cosmovisión que no integra y aclara la creación de Dios como real-
mente es no puede conducir a un estilo de vida íntegro o completo.10 La
pregunta realmente es si nuestra cosmovisión es consistente con la realidad.
Si no lo es, entonces la realidad luchará en contra de nuestra mal construida
visión, instándonos a cambiar nuestra perspectiva y nuestra forma de vida.
Una segunda pregunta a hacerse es si nuestra perspectiva nos sensibi-
liza o desensibiliza ante asuntos tales como el amor y la justicia. ¿Legitimiza
en efecto todas las clases de males? ¿Nos volvemos ciegos ante el egoísmo
y ante la injusticia que nuestra propia cultura particular propaga, o pode-
mos todavía verlos? Si todo en nuestro ambiente tiende a legitimar nuestra
forma de vida, y nunca la desafía, entonces tal vez necesitemos una nueva
prescripción para los lentes de nuestra cosmovisión.11
Coherencia interna. Una cosmovisión no sólo debería poner de manifiesto
la creación, sino también debería ser internamente coherente.
Una cosmovisión no es un juego de creencias arrojadas todas juntas arbi-
trariamente, sino debería ser una visión coherente de vida. El asunto no es
tanto una cuestión de una coherencia lógica, pero de unidad de compro-
miso. ¿Es coherente esta visión de vida, o es una casa dividida en contra de
sí misma?
La historia del Japón en los últimos veinticinco años muestra una cosmo-
visión que carece de coherencia interna. La cosmovisión japonesa
enfatizó tanto el ser uno con la naturaleza como la superioridad de los
japoneses sobre todas las demás gentes del mundo. Este último interés en el
orgullo de grupo y en la lealtad fue la fuerza motriz religiosa detrás de la
industrialización de posguerra del Japón. Pero la industrialización trajo
contaminación, y la contaminación va en contra de la reverencia sinto de
la naturaleza. En con- secuencia, el Japón enfrenta una crisis de
cosmovisión dentro de la cual uno de sus elementos milita en contra de
otro.12
Apertura. La Biblia sugiere una pregunta sumaria mediante la cual pode-
mos evaluar una cosmovisión (Deuteronomio 30:15-20); ésta es, ¿trae esta
cosmovisión vida o muerte, bendición o maldición? En otras palabras, ¿abre
10
Ver Vincent Brummer, Theology and Philosophical Inquiry: An Introduction [La teología y la
investigación filosófica: una introducción] (Philadelphia: Westminster Press, 1982), p. 140.
11
Ver Claude Ragan, “Perceptual Process and Christian Commitment”, [“Proceso perceptual
y compromiso cristiano”] Reformed Journal 31, no. 5 (Mayo 1981): 15-17.
12
Ver A. DeGraaf et al., Japan: A Way of Life [Japón: Un modo de vida], pp. 211-13.
o cierra la vida? En cualquier respecto que una cosmovisión traiga vida,
deberíamos aprender de ella y dejarla corregir nuestra cosmovisión. Por
ejemplo, tenemos mucho que aprender acerca de la gratitud de parte de los
japoneses, y acerca de la tierra de parte de los dene.
Hemos sugerido implícitamente aquí un atributo de una “buena” cosmo-
visión: que reconoce su propia finitud y limitaciones. Está abierta a aprender
de otras visiones de vida. E´ sta puede ser una proposición difícil. La
gente
se aferra a una visión de vida porque presupone que da una mejor razón de
la realidad que cualquier otra. Pero una cosmovisión no es infalible y por
lo tanto no debe absolutizarse. No debemos dejar que nuestra cosmovisión
se vuelva fija. Debe informarse constantemente por medio de la realidad y,
si somos cristianos, por medio de un mayor entendimiento de la revelación,
de la Palabra de Dios.
Esto nos trae de regreso a la pregunta sobre el pluralismo, que se intro-
dujo en el capítulo uno. Si una cosmovisión obtiene el dominio cultural,
debe dejar espacio para que otras visiones compitan dentro de la sociedad.
Si no lo hace, tenemos razones para sospechar de su viabilidad como cos-
movisión. Tal visión, totalitaria en carácter, ha llegado a ser una ideología. 13
Debemos reconocer que nuestra visión de vida está siempre limitada. Debe
siempre estar abierta a corrección y a refinamiento, incluso por otras cos-
movisiones.14
LA COSMOVISIO´ N CRISTIANA
Tal vez te estés preguntando, ¿cómo es que una cosmovisión cristiana podría
estar sujeta a corrección? Después de todo, ¿no está arraigada en nuestra
fe en Jesucristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida? Sí lo está. Pero si
realizamos un estudio empírico, podríamos descubrir que hay muchas cos-
movisiones cristianas.15 Desafortunadamente, como veremos en el capítulo
6, los cristianos seguido mantienen cosmovisiones que están en desacuerdo
con su confesión de Cristo.
El punto en discusión aquí es la coherencia interna de nuestra cosmo-
visión. ¿Es consistente con su compromiso de fe? Si no lo es, entonces
carece de integridad. Seguido es la sola toma de conciencia lo que precipita
una cri- sis de cosmovisión para muchos cristianos. Un día llegamos a darnos
cuenta de que nuestra cosmovisión no es la cosmovisión de las Escrituras;
vemos que no es consistente con nuestra confesión de que Jesús es Señor.
Entonces
13
Ver Bob Goudzwaard, Idols of Our Times [Los ídolos de nuestros tiempos] (Downers Grove:
InterVarsity Press, 1984).
14
Compare con J. W. Sire, The Universe next Door [El universo de al lado], p. 209.
15
Por ejemplo, ver H. Richard Niebuhr, Christ and Culture [Cristo y la cultura] (New York:
Harper & Row, 1983).
necesitamos o bien negar nuestra confesión y buscar en otro lado, o bien
repensar nuestro modo básico de mirar la vida y de vivirla.
Para los cristianos, el último criterio por el que juzgamos nuestra cos-
movisión del mundo es la Biblia. Es la revelación de Dios de la realidad.
Pablo le dice a Timoteo que las Escrituras tienen un propósito; están para
enseñarnos, amonestarnos, corregirnos, y para instruirnos en justicia
para que estemos equipados para una vida de buena obra (2 Timoteo
3:16-17). Si buscamos tener una cosmovisión que lleve a la vida y no a la
muerte, entonces debemos ir a las Escrituras para recibir instrucción. Y a
medida que nuestra cosmovisión es informada, corregida y moldeada por
las Escri- turas bajo la guía del Espíritu, recibiremos dirección para
nuestra manera de vivir. En los próximos tres capítulos ahondaremos en
esta cosmovisión bíblica, el sendero de nuestro caminar con Dios.
Parte 2
LA COSMOVISIO´ N B´IBLICA
CAP´ITULO 3
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. El primer capítulo de la Biblia
comienza con esta majestuosa proclamación; de la misma manera principia
la cosmovisión bíblica.
Como cristianos a menudo sólo de labios rendimos homenaje a la
doctrina bíblica de la creación. Pensamos que es importante tal vez para
refutar la teoría de la evolución; de lo contrario no le damos mucho valor. En
cambio, nos centramos en Cristo y en el mensaje de salvación.
Sin embargo, la cosmovisión de las Escrituras no comienza con Cristo y
la salvación. Da inicio con Dios y la creación. El primer artículo del Credo
de los Apóstoles hace hincapié en el relato del Génesis: “Creo en Dios,
Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”. Aquí es donde el
cristianismo comienza. La creación es el punto de arranque bíblico.1
Jesucristo y la redención que él trae son sin lugar a dudas el enfoque de
las Escrituras. El mensaje bíblico es un llamado del pecado a la
reconciliación con Dios. ¿Qué es el pecado? ¿Y qué significan las palabras
como salvación, redención y reconciliación? Es imposible ofrecer una
respuesta a estas pregun- tas si no tenemos una idea implícita de la
creación. Pues es la creación la que está afectada tanto por el pecado
como por la salvación.
Para hablar acerca del pecado debemos notar cómo las criaturas de Dios
le desobedecieron y cómo su buena creación fue distorsionada. ¿Qué es la
salvación sino el resultado del amor de Dios por su creación, restaurándola
de la esclavitud y efectos del pecado? Aunque ciertamente la creación no
es, pues, el mensaje central de la Escritura, sí es el fundamento subyacente.
1
Observa el comentario de Francis Schaeffer de que “el cristianismo como sistema no
comienza con Cristo como Salvador, sino con el Dios infinito y personal que creó el mundo
en el principio y quien hizo al hombre como alguien significativo en el curso de la historia”.
Genesis in Space and Time: The Flow of Biblical History [El Génesis en el espacio y el tiempo: el flujo
de la historia bíblica] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1972), p. 97.
30 WALSH Y MIDDLETON
DIGNO DE ALABANZA
Tanto los pasajes de la creación a través de la sabiduría, como aquellos de
la creación a través de la palabra, ocurren en un contexto de alabanza y
adoración a Dios. La creación nunca está explicada en un modo abstracto
y especulativo en la Escrituras. En cambio, el enfoque es en Dios como el
sabio y todopoderoso creador. Ya sea por su perspicacia en el asombroso
diseño del mundo o por la autoridad de su mandato a la cual la creación
responde, Dios es digno de ser alabado.
Un pasaje que combina estos dos énfasis y enfoques en el Señor como el
único digno de adoración se puede encontrar en Jeremías 10:1-16. Es una
invectiva bíblica clásica en contra de los ídolos, los cuales, en contraste con
Yahvé, son tanto impotentes como estúpidos. Estos dioses falsos no tienen
parte en la creación.
8
Observa que “vacío” debe entenderse como una masa sin forma (no deforme).
mundo, fijándolo firmemente en su lugar. 9 Este énfasis apunta hacia la natu-
raleza radicalmente dependiente de la creación. No tenemos estructura ni
existencia en nosotros mismos. No somos más que carne y polvo, hoy aquí y
mañana ya nos hemos ido. Isaías 40:6-8 nos compara con el pasto o las
flores. “Sécase la hierba, marchítase la f lor; mas la palabra del Dios nuestro
perma- nece para siempre”(v. 8). Cualquier criatura por definición es
totalmente dependiente. Existimos sólo porque la palabra sabia de Dios nos
sostiene y preserva nuestro ser. El salmista en Salmo 119: 89-91, afirma esto
cuando dice:
Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos
De generación en generación es tu
Fidelidad;
Tú afirmaste la tierra y subsiste.
Por tu ordenación subsisten todas
Las cosas hasta hoy.
Pues todas ellas te sirven.
A LA IMAGEN DE DIOS
¿Qué significa ser humano? ¿Quiénes somos como seres humanos? Estas
interrogantes han obsesionado a los pensadores religiosos y filósofos de
todas las civilizaciones, incluyendo la nuestra, y muchas respuestas diferen-
tes se han ofrecido. Con todo, estas preguntas no están sujetas a una
élite filosófica solamente. Son preguntas de cosmovisión, fundamentales a
todos, que tienen que ver con nuestra visión de vida. Todos nosotros
adoptamos, consciente o inconscientemente, alguna idea de lo que significa
ser humano. Y vivimos por esa idea. No podríamos ser capaces de
articular lo que cre- emos que somos, pero funcionamos con una toma
de conciencia implícita de una identidad, de una visión de quiénes somos
como seres humanos.
¿Quién dice la Biblia que somos? Su respuesta inicial es que somos
cria- turas de Dios, viviendo en su reino, dependiendo de su gobierno
sabio y amoroso. Tal como los cielos que declaran su gloria y los vientos
que cum- plen su mandato, somos siervos de Yahvé, el Creador-Rey. Esto es
intrínseco a nuestra condición como criaturas.
Con todo, somos diferentes de los cielos y de los vientos, así como
también de las plantas y de los animales, y nos percatamos de esta
diferencia. Somos siervos de Dios, pero la naturaleza de nuestro servicio es
única. Está encap- sulada en el termino bíblico imagen de Dios, introducido
en Génesis 1:26-28. Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en
las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal
que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les
dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en
los peces del mar, en las aves de
los cielos, y todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
El significado de esta formulación —“imagen de Dios”— ha estado sujeta
a muchos debates a través de los siglos. 12 La imagen ha estado ligada por
lo general a algún rasgo, o conjunto de rasgos, compartidos por Dios y
la humanidad, que nos distingue de los animales. Algunos pensaron que
era nuestro raciocinio, otros nuestra naturaleza moral, nuestra espirituali-
dad o nuestra personalidad. Este acercamiento al significado de la
imagen como algo estructural, o estático, puede denominarse el sentido
“amplio” del término. Un acercamiento relacional y dinámico por el cual la
imagen se refiere al nivel de la moralidad de una persona, o al grado de
conformidad con el carácter perfecto de Dios, puede llamarse el sentido
“estrecho” de la imagen. La primera se refiere a nuestra humanidad en sí;
la segunda ve la imagen como normativa, el estándar al cual nos
conformamos. Mucha gente ha intentado combinar estos dos énfasis.
No obstante, hay un problema serio aquí. Muchas interpretaciones de la
imagen han estado más influidas por filosofías no cristianas que por las Escri-
turas mismas. Esto no debería de ser. Seremos los primeros en disentir con
un biblicismo ingenuo, con la idea de que podemos abordar la Biblia como
tabula rasa, como si no estuviéramos influidos por ninguna idea extrabíblica
anterior ni por presuposiciones (en este caso, ideas en cuanto a lo que sig-
nifica ser humano). Con todo, las Escrituras son en sí la fuente misma de
12
Para una excelente relación de los debates históricos, consulta G.C. Berkouwer, Man: The
Image of God [El hombre: La imagen de Dios] (Grand Rapids: Eerdmans, 1962), especialmente
el capítulo 2. En nuestro estudio del significado de la imagen, por un lado, hemos omitido la
interpretación mormona de la humanidad como la imagen literal, física, y de carne y hueso de
un dios (un ser humano divinizado), y por otro lado, la supuesta diferencia entre “imagen” y
“semejanza” en Gen. 1:26. La erudición bíblica ha ampliamente mostrado que tal distinción es
ilusoria; los términos son sinónimos.
nuestro entendimiento de los significa ser hecho a la imagen de Dios. Y su
enseñanza central es bien clara cuando cada porción es leída en su contexto.
Nuestra creación a la imagen de Dios está relacionada con dos nocio-
nes bíblicas importantes: nuestro dominio o gobierno sobre la tierra, y la
elección religiosa de servir a Dios o a los ídolos.13 Estas dos nociones, que
corresponden en algo a los sentidos amplio y estrecho, están en realidad
entrelazadas, pero será útil distinguirlas cuando veamos lo que significa ser
humano.
LA PRESERVACIO´ N DE LA TIERRA
Con todo, la Biblia no apoya el desarrollo desenfrenado. La tarea doble dada
a Adán fue la de desarrollar y cuidar, o preservar, el huerto. El propósito del
mandamiento bíblico es bien distinto de la visión occidental moderna de
conquista humana y explotación de la naturaleza. (Esta última idea es la raíz
de la perspectiva colonial de la “tierra como frontera” que hemos abordado
en el capítulo primero y que retomaremos en el capítulo ocho.)
Podríamos observar aquí que el motivo de la conquista es una
perspectiva secular en el fondo, bien ajena al espíritu de las Escrituras. En
la Biblia, el mundo no humano no es considerado como algo “allá
afuera”. No estamos colocados en contraposición con respecto de las
demás criaturas de Dios. En cambio, nuestra solidaridad con la creación
se afirma. ¡Las montañas y los árboles son también los siervos de Dios!
Estamos en una relación de pacto con el mundo, una relación de buen
gobierno.
Mientras que rechazamos toda noción panteísta que reverencie la natura-
leza, deberíamos asimismo reconocer el elemento crucial del cuidado amo-
roso y de preservación en el mandamiento bíblico de sojuzgar la tierra.
Hemos de labrar y de conservar el huerto. Nuestra formación cultural no ha
de hacerse de manera egoísta sino con un cuidado real de la creación. Para
ser leales a la imagen de Dios, nuestro desarrollo cultural de la tierra ha de
ser bueno, sabio y amoroso —como el gobierno de pacto de Yahvé.
Ser humano significa pues dos cosas básicas. Primero, somos criaturas
de Dios. Y como todas las demás criaturas vivimos sólo en respuesta a la
palabra amorosa de Dios. No somos autónomos. Esto es bien distinto de la
cosmovisión de la cultura occidental, que concibe a la humanidad como ley
(nomos) para sí (autos). Pero lejos de fijar nuestro propio estándar, hemos,
de hecho, de sujetarnos a la ley de Dios. Somos sus siervos, viviendo bajo su
gobierno. Esto es inherente a nuestra condición como criaturas. Segundo,
los seres humanos son únicos. Somos criaturas culturales e históricas. Dios
nos ha colocado en una posición de autoridad sobre la tierra para cultivarla
y desarrollarla. Tanto el servicio como la autoridad son centrales a nues-
tra humanidad. Aquí se halla la respuesta inicial bíblica a la pregunta de
cosmovisión “¿quiénes somos?”.
Esta respuesta está bien ilustrada en la parábola de Jesús de los talentos
en Mateo 25:14-30. El maestro en la parábola se fue de viaje y puso a sus
escla- vos a cargo de sus finanzas (los talentos) para que los invirtieran
sabiamente durante su ausencia. Del mismo modo Dios descansó de su
obra creadora y les dio a los seres humanos la autoridad para desarrollar sus
posesiones, que son la creación que nos ha confiado. 18 El ser responsables sí
importa, ya que el amo regresa y juzga a sus esclavos por la manera en que
usaron sus posesiones. Así también sucede con nosotros. No podremos
simplemente gobernar la tierra como nos dé la gana, porque no poseemos
un reino pro- pio. Nuestra autoridad se deriva de Dios y, por ende, tiene el
carácter de mayordomía.
La analogía financiera en la parábola es bien significativa. La raíz de la voz
castellana “economía” viene del griego oikonomos, la voz común del Nuevo
Testamento para un amo de casa o mayordomo, uno que ve por y
administra la propiedad de su señor. Esto contrasta directamente con la
visión moderna de la economía, que concibe a cada persona como un agente
autónomo, que no está sujeto a ninguna clase de restricciones externas
en su explotación del mundo.
Con todo, la idea bíblica de la mayordomía pone un balance entre autori-
dad y servidumbre. Esto asesta un golpe al corazón de nuestra propia huma-
nidad. Aunque seamos de hecho señores de la tierra, no obstante somos
también siervos de Dios. Estamos llamados a ejercer nuestro gobierno en
respuesta obediente a la soberanía ultima de Yahvé. Sojuzgar la tierra es un
asunto de responsabilidad federal [del pacto].
18
Una analogía similar se encuentra en una cantidad de parábolas que Jesús contó para ejem-
plificar el reino de Dios. Dios es o bien un amo que contrata sirvientes, o bien un terrateniente
que arrienda su tierra a granjeros arrendatarios (ver por ejemplo Mateo 20:1-16; 24:42-51;
Lucas 19:11-27; 20:9-18). El mandamiento de Génesis parece haber jugado un papel principal
en el pensamiento de Jesús.
CAP´ITULO 4
EL RECONOCIMIENTO DE LA CA´IDA
Los seres humanos deben, entonces, escoger entre dos caminos federales,
entre las dos posibles respuestas a las leyes de Dios para nuestra vida. No
podemos no responder. Vivimos únicamente bajo una relación de pacto con
nuestro Hacedor. Existimos únicamente en respuesta a su gobierno sobe-
rano.
De la misma manera en que no podemos permanecer neutrales en
relación a él, él no permanece neutral hacia nosotros. Dios juzga nuestra
respuesta a sus leyes. El pacto, en otras palabras, tiene sus sanciones.
5
Hemos empleado el término imagen que es más preciso que el término más laxo ídolo en el
versículo 4.
El libro de Deuteronomio es particularmente instructivo aquí. Deutero-
nomio es el único texto completo de la Biblia acerca de una ceremonia de
la renovación de pacto. Documenta lo que pasó entre Yahvé e Israel en las
planicies de Moab antes de que el pueblo entrara en la Tierra Prometida.
El clímax del libro y del clásico resumen del pacto se encuentra en Deu-
teronomio 30:15-20. Aunque estos versículos se den en el contexto de un
pacto histórico específico entre Yahvé e Israel, están basados en el pacto de
la creación y presentan la misma estructura básica. 6 El pasaje comienza con
Moisés, quien llama al pueblo a elegir entre los dos caminos federales. Dice:
“Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;...”.
Describe el primer camino:
...porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus
caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos,
para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la
tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.
¡Todo esto acerca de una actividad tan mundana como la de los métodos
para trillar de un granjero! ¿Cómo sabe cuál es la manera correcta de trillar
el grano? “También todo esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer
maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría” (v. 29).
En otras palabras, el entendimiento de la forma correcta de labrar la
tierra —la práctica de la buena agricultura— se considera en la Biblia como
dada por Dios. El agricultor está en contacto con la sabiduría de Dios. Ha
discernido y está siguiendo las leyes sabias de Dios, sus normas creacionales
en esta área de la vida aparentemente secular.
Toma otro ejemplo bíblico, esta vez acerca de la construcción del
tabernáculo (E´ xodo 31). Dios le explica a Moisés que él ha elegido a un
arte-
sano maestro llamado Bezalel para que supervise el trabajo del tabernáculo.
El punto significativo aquí es la razón dada en cuanto a la experiencia de
Bezalel. El Señor dice: “... y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y
en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para
trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para
engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor”
(Ex. 31:3-5).
Este pasaje hace añicos nuestras preconcepciones de lo significa servir
a Dios; puede estrellar nuestra cosmovisión. E´ xodo 31 puede causar un
cambio de “Gestalt” en la manera de ver la relevancia del cristianismo para
la vida. Habla de los propósitos de Dios en el hecho de que somos llenos
con el Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios nos capacita para vivir obedientemente, para vivir
una vida santa de acuerdo con sus estándares. Dios llenó a Bezalel con su
Espíritu para que fuera guiado en “obediencia santa”. Yahvé, el Creador y
Señor del universo, quien nos creó como seres artísticos, quiso que un buen
trabajo se hiciera en su tabernáculo. Así que capacitó a Bezalel para discernir
y obedecer sus estándares creacionales para el trabajo de artesanía y arte.
Estos dos ejemplos de Isaías y E´ xodo ilustran la enseñanza bíblica central:
todo lo que hacemos debe ser hecho con un corazón lleno del amor de Dios.
Si nuestras vidas no son una expresión de nuestro amor hacia él, expresarán
entonces rebelión en contra de él. Esto es simplemente nuestra naturaleza
religiosa como portadores de la imagen de Dios. Toda nuestra vida cultural
está sujeta a las normas de Yahvé, y estamos llamados a responderle en
obediencia.
REINOS EN CONFLICTO
8
C.S.Lewis, “Peace Proposals for Brother Every and Mr. Bethell”, [“Propuestas de paz para
el hermano Every y para el señor Bethell”] Christian Reflections [Reflexiones Cristianas] Walter
Hooper (ed.) (Glasgow: Collins, Fount Paperbacks, 1981), p. 52.
CAP´ITULO 5
LA HISTORIA DE LA REDENCIO´ N
3
Compara también la circuncisión del pacto con Abraham, como señal estrecha y más exclu-
siva, con el arcoiris del pacto con Noé, como señal universal.
4
Ver Sinnema, Reclaiming the Land [La reclamación de la tierra], para un análisis de la conquista
de Canán a la luz de este estudio.
EL MANIFIESTO NAZARENO
Después entregó el rollo, se sentó (como era la costumbre entre los rabís
cuando iban a enseñar) y proclamó, “hoy se ha cumplido esta Escritura
delante de vosotros” (Lucas 4:21).
Jesús había citado una profecía del Antiguo Testamento sobre la edad
mesiánica.6 Pero, ¿a qué se refirió? ¿Se restringió la misión mesiánica a una
esfera puramente “espiritual” como es la manera en que estos versículos a
menudo se interpretan? O bien, ¿el pasaje realmente significa literalmente
las cosas concretas que dice? Sigue de cerca lo que sucede unos cuantos
capítulos más tarde, en Lucas 7.
Jesús ha estado haciendo milagros, y las noticias han llegado hasta Juan el
Bautista, quien está en la prisión. Así que Juan envía a dos de sus discípulos
a Jesús con la pregunta: “¿eres tú el que había de venir, o esperaremos a
otro? (Lucas 7:19). Jesús responde de modo bien simple: “Id, haced saber a
Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres
es anunciado el evangelio;...” (v. 22).
En otras palabras, Jesús dice que la evidencia de su mesianato puede ser
hallada en las obras físicas que está haciendo. Estas palabras en letras
itálicas son el cumplimiento de la profecía de Isaías que Jesús previamente
citó en su manifiesto. Lucas describe el ministerio de Jesús como el
cumplimiento de una profecía mesiánica. Tenía doble naturaleza: la
proclamación verbal de las buenas noticias del reino de Dios más la
manifestación física del reino.
EL REINO Y EL PACTO
Pero, ¿por qué deberíamos llamar a esto el reino de Dios? ¿Qué es lo que las
buenas nuevas tienen que ver con el reinado o gobierno de Dios? Sólo esto:
El reinado de Dios es de naturaleza federal. Vimos en el capítulo cuatro
que Dios une sus criaturas consigo mismo a través de su palabra soberana;
gobierna por decreto. La creación como el reino del pacto de Dios, pues
responde a su palabra en obediencia o desobediencia. El significado de
la caída es que la humanidad rinde lealtad a otro rey, cuyo resultado es
6
Las imágenes del trasfondo provienen de E´ xodo (el nuevo Moisés quien guiará a la gente
a la libertad) y las enseñanzas en Lev. 25 respecto del año del jubileo, cuando la gente
vuelve a recibir su herencia creacional.
la desobediencia federal a las leyes de Dios. Así que experimentamos no
sólo el pecado intencionalmente humano y sus varias clases de esclavitud
interhumana, sino también enfermedad y muerte corporales. En todas estas
formas la buena creación de Dios ha sido distorsionada por la caída.
En este contexto llegó Jesús como Mesías y Salvador. Vino a restaurar la
obediencia creacional hacia Dios. Esta restauración consistió primeramente
y, ante todo, en el perdón de los pecados, pero también presupone la total
restauración de las vidas humanas (incluyendo la sanidad de enfermedades)
a través de la obra de Cristo. 7 Al estar ocupado en este ministerio de res-
tauración, Jesús, mientras que estuvo en la tierra, hizo patentes las buenas
nuevas que proclamaba —que el gobierno redentor de Dios sobre la
creación había comenzado. El reino de Dios había llegado.
Aunque el reino de Dios es el nombramiento central del gobierno
reden- tor de Dios en los evangelios sinópticos, el término no es común a
otros escritos novotestamentarios. Sin embargo, la naturaleza
restauradora y el alcance cósmico de la salvación son ideas constantes en la
cosmovisión entera del Nuevo Testamento. Algunos pasajes de Hechos,
Apocalipsis, y de las Epístolas confirman esto. Ya hemos observado la
declaración de Pablo en Romanos 8:19-23 que toda la creación gime bajo la
maldición de la futilidad, esperando el día cuando será puesta en libertad de
su esclavitud como con- secuencia de la redención liberadora de los hijos
de Dios. Encontramos la misma noción de la re-creación del universo
entero en 2 de Pedro 3:10-13 y en Apocalipsis 21:1. Ambos hacen referencia
al paso de lo viejo y a la llegada de “un nuevo cielo y una nueva tierra”.
Hechos 3:21 registra un pensamiento similar, hablando del tiempo futuro
cuando, según su promesa a través de los profetas, Dios “restaurará
todo”. Y Colosenses 1:20 proclama de forma paralela que el plan de Dios
es de “...reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra
como las que están en los cielos,...” a través de la sangre expiatoria de
Cristo. Podríamos comparar esta obra de reconciliación con el propósito
eterno de Dios como está declarado en Efesios 1:10, “...de reunir todas
las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos,
así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”.
Todos estos pasajes hacen hincapié en estos dos temas. En primer lugar,
todas las cosas (en el cielo y en la tierra) han de ser redimidas. La redención
es verdaderamente cósmica en su alcance. Este tema concuerda
enteramente con la naturaleza integral de nuestra vida federal explicada en
el último capítulo. Ningún área de la creación está fuera del alcance de
Dios o de su cuidado. Ningún aspecto de nuestra vida cultural está exento
de su plan redentor y gobierno legítimo.
7
Ver Ridderbos, Coming of the Kingdom [La venida del reino], pp. 211-32. También su artículo es
útil “The Biblical Message of Reconciliation” [“El mensaje bíblico de la reconciliación”] en Studies
in Scripture and Its Authority] [Estudios de la Escritura y su autoridad] (Grand Rapids: Eerdmans,
1972).
El segundo punto es que estos pasajes (con la excepción de Efesios 1:10)
ven la salvación como el rehacer algo. Romanos 8, por ejemplo, describe
la redención como la compra de vuelta de la esclavitud y, como
consecuen- cia, la puesta en libertad. Colosenses 1 habla de la
reconciliación como el traer de vuelta la unidad y la armonía a aquellos
que están separados por la enemistad. Y 2 de Pedro y Apocalipsis ambos
claramente enfatizan la re- creación, la restauración de la bondad
creacional y original perdida por el pecado.8
El plan de salvación de Dios, pues, presupone el universo entero. El nuevo
nacimiento no está limitado a la humanidad sola. El pasaje en el evangelio
de Juan donde hallamos la frase “nacido de nuevo” contiene las únicas refe-
rencias en ese evangelio al reino de Dios (3:3-5). Dios ama el mundo, y por lo
tanto lo renueva (le da un nuevo nacimiento) y le dice a Nicodemo que sea
parte de esta renovación a través de su propio renacer.
14
Observa que otros títulos de Cristo también ref lejan esta ambigu¨edad: Por ejemplo,
“Hijo de Dios” puede referirse tanto a la humanidad de Cristo (en tanto que somos también
hijos e hijas de Dios) como a su posición única como Hijo (el “unigénito” Hijo). Además,
“hijo del hombre”, una expresión idiomática judía común para un ser humano (ver Sal. 8:4 y
Ez. 2:1, 3, 6, etc.), también tiene referencia a la figura mesiánica divina “como hijo de
hombre” en la visión apocalíptica de Daniel (7:13-14).
EL ESP´IRITU QUE RENUEVA
Cristo está presente en su iglesia por medio del Espíritu Santo, quien habita
en nosotros. Por ello la iglesia como el cuerpo de Cristo es una extensión
de la presencia de Cristo en la tierra. E´ l vive en nosotros por su
Espíritu, quien nos conforma a su imagen. El Espíritu Santo es, por lo
tanto, decisivo para nuestro entendimiento novotestamentario de nuestra
tarea de ref lejar la imagen de Dios.
La venida del Espíritu Santo en el Pentecostés marcó una nueva etapa
significativa en la historia de la redención. Su venida proclamó que la época
del nuevo pacto estaba aquí. Bajo el antiguo pacto, el Espíritu de Dios sólo se
menciona ocasionalmente, y luego sólo en relación a ciertos líderes selectos
en Israel. Bajo el nuevo pacto el Espíritu se derrama en todo aquel que
cree (Hechos 2:17-18, 38). Bajo el antiguo pacto, la habitación redentora de
Dios se localizó en el tabernáculo y luego en el templo. En el nuevo pacto
es el pueblo de Dios —el cuerpo de Cristo, así como también el cuerpo de
cada cristiano— quien se dice es el templo del Espíritu Santo. Somos la casa
espiritual donde vive Dios.15
El Espíritu es también dado como una prenda o una garantía de nuestra
herencia futura y gloria (2 Corintios 1:22; 5:5; Efesios 1:13; 4:30). Por la
presencia perdurable y transformadora de Dios con nosotros, podemos estar
seguros de que compartiremos ese reino futuro, la redención cósmica que
él realizará.
Por el Espíritu tenemos una probadita de la bendición del reino futuro
—nuestra transformación a la imagen de Dios. De la misma manera en que
Bezalel fue lleno del Espíritu para que pudiera discernir y obedecer las leyes
creacionales de Dios (capítulo cuatro), de la misma forma el Espíritu dirige
al cuerpo de Cristo hoy en día hacia una santidad total. De aquí que Pablo
constantemente orara por la iglesia para que el Espíritu les diera sabiduría
para discernir la voluntad de Dios y vivir obedientemente en todo lo que
hicieran (Efesios 1:17; Colosenses 1:9-10). No debemos limitar estas oracio-
nes con ecos de espiritualidad a alguna área angosta de la vida.
Precisamente porque nuestra espiritualidad consiste en la renovación de
nuestra vida total delante de Dios, debemos vivir sabiamente, presentando
oído a la voz del Espíritu de Dios en el alcance entero de nuestra vida
cultural.16 De este modo comenzamos a conformarnos al gobierno justo de
Dios.
Bajo el antiguo pacto, cuando el Espíritu no estaba dado universalmente,
Dios dio leyes federales detalladas a su pueblo. Necesitaban , según las pala-
bras de Pablo, a un “maestro de escuela” o “tutor” que les guiara hacia
15
Ver 1 Co. 3:16-17; 6:19; 2 Co.; Ef. 2:19-22; 1 Pe. 2:4-5; compáralos con Ap. 21:2-3, 9-14.
16
Pon atención al título lleno de significado del excelente libro de Ranald Macaulay y Jerram
Barrs, Being Human: The Nature of Spiritual Experience [El ser humano: la naturaleza de la expe-
riencia espiritual.] Este título ref leja sólidamente la cosmovisión humana.
Cristo (ver Gálatas 3:24). Pero ahora que Cristo ha inaugurado el nuevo
pacto, tales leyes detalladas están visiblemente ausentes. Dios no ha remo-
vido los estándares para la totalidad de nuestras vidas (análogo al alcance
de las leyes del Antiguo Testamento). En cambio, le ha dado a la iglesia el
Espíritu Santo para que nunca perdamos de vista los estándares creacionales
de Dios. Ahora podremos discernir su voluntad en todos nuestros esfuer-
zos. Como Dios proclama por medio de Jeremías, quien profetiza acerca del
nuevo pacto: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo
seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (31:33).
¿Cómo es que este nuevo pacto se relaciona con la Biblia, con la
Palabra escrita de Dios? Las Escrituras son para nosotros un libro que fija el
rumbo. La Palabra escrita de Dios es una Palabra viviente; corta nuestros
corazones, nos corrige, y nos vuelve al buen camino (2 Timoteo 3:16-17;
Hebreos 4:12). No obstante, las instrucciones para vivir correctamente no
cubren, aunque usáramos la imaginación, todas las situaciones de la vida
que enfrentamos. En su lugar, la ley se escribe en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que mora en nosotros, y se nos ha confiado la
responsabilidad de interpretar y aplicar esta ley en nuestras vidas.
¡Gracias a Dios nos estamos abandonados a nuestras propias decisiones!
No sólo tenemos la Palabra creacional y escrita de Dios, sino también al
Espíritu del Dios viviente, quien nos sensibiliza a los estándares de Dios y
nos insta a la obediencia. De allí la descripción de Pablo sobre la obra del
Espíritu bajo el nuevo pacto en contraste con el antiguo. E´ l llama el nuevo
pacto “el ministerio del Espíritu” que “trae justicia” (2 Corintios 3:8-9).
El antiguo pacto de sí sólo había traído condenación. Pablo señala que el
ref lejo marchito de la gloria de shekinah en el rostro de Moisés en el monte
Sinaí no se compara en nada con la gloria del Señor ref lejada en los rostros
de los cristianos. Mientras que Israel sigue teniendo un velo para el mensaje
mesiánico (y de allí con respecto de la imagen), nosotros no tenemos velo
para el mismo, gracias al Espíritu. Pablo dice, “por lo tanto, nosotros todos,
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu
del Señor” (2 Corintios 3:18).
Esta transformación tiene el propósito de que se le tome literalmente.
Nuestro ref lejo de la imagen de Dios es la transformación de nuestro estilo
de vida entero. En Efesios 4:24, Pablo nos recuerda que tenemos que vestir-
nos “...del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la
verdad”; en Colosenses 3:10 dice que este nuevo hombre está “...revestido
del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando
hasta el conocimiento pleno”. Los términos como justicia, santidad, y
conocimiento se han de tomar en su sentido hebreo, donde se refieren
ampliamente a la obediencia integral federal.
EL REFLEJO COMUNITARIO DE LA IMAGEN DE DIOS
No sólo contamos con la ayuda del Espíritu Santo para auxiliarnos en discer-
nir y practicar la voluntad de Dios, sino también nos tenemos unos a otros.
La iglesia como el cuerpo de Cristo tiene muchos miembros. Es una
enseñanza central del Nuevo Testamento que el cristianismo no es
individualista. Pablo siempre describe nuestra individualidad en función de
nuestra contribución singular al cuerpo (1 Corintios 12:7-31). Y cuando nos
dice que nos renove- mos en la imagen de Cristo, nunca se dirige meramente
a individuos sino siempre a comunidades de creyentes (Efesios 4:7-16, 22-
24; 5:1-2; Colosen- ses 3:5-17). Nuestra tarea de entender las leyes de Dios y
de ref lejar su imagen mediante nuestro estilo de vida obediente es una
tarea comunitaria. Debemos esforzarnos juntos en discernir cómo responder
como auténticos cristianos a la cultura secular en la cual vivimos —esta
cultura con sus efectos profundamente arraigados y a menudo
distorsionados en la vida humana.
Pero no es fácil determinar una respuesta cristiana obediente a la cul-
tura. Es muy fácil ofrecer respuestas de mucha labia que, por lo general,
estarán equivocadas. El pueblo de Dios necesita luchar junto, escuchar lo
que el Espíritu dice a las iglesias. Hay muchos asuntos urgentes: la guerra
nuclear, el materialismo económico, el auge de la informática, el testimonio
académico cristiano, una contribución cristiana a la política y a la sanidad
social, una transformación cristiana de las artes y un enriquecimiento de
la vida estética en general. Algunos asuntos parecen ser más urgentes
que otros, dependiendo de nuestros intereses y dones. Y en muchas
áreas no contamos con una larga tradición o acción cristianas a la cual
recurrir. En algunas áreas los cristianos apenas han comenzado a
responder.
¡Qué difícil es, pues, presentar un cuadro íntegro y global de la respuesta
cristiana a la cultura! Es por ello que este libro sobre una cosmovisión
cris- tiana es un trabajo de equipo y no sólo la contribución de un autor.
Nosotros dos hemos aprendido tanto de cristianos dedicados que, luchan
con su fe, como de la Escrituras, como del mundo alrededor nuestro, que
sería impo- sible rendir una lista detallada de nuestra deuda.
Nuestro punto es que no podemos ref lejar la imagen de Dios en sí, a no
ser que lo ref lejemos mediante nuestro gobierno cultural sobre la creación.
Y, como ya hemos visto, la formación cultural humana es una tarea comu-
nitaria. El motivo bíblico del cuerpo de Cristo también nos conduce en esta
dirección. Como cristianos actuando en unidad, necesitamos abordar los
asuntos de nuestra cultura. Significa que debemos comenzar donde esta-
mos, con las decisiones económicas que tomamos a diario, con nuestros
trabajos y nuestras familias. Necesitamos comenzar a desarrollar una pers-
pectiva cristiana en nuestros estudios, y a luchar seriamente con la pregunta
de cómo nuestra fe cristiana ha afectado y afectará tanto nuestra elección
de carrera como la manera en que llevamos a cabo nuestro trabajo. Necesi-
tamos tomar seriamente el “trozo” cultural de lo que significa ser renovado
en la imagen de Dios. A través del evangelio de Cristo hemos sido reins-
taurados como siervos y amos de la creación. El mandato cultural ha sido
renovado: éste es el significado de la enseñanza del Nuevo Testamento de
que gobernaremos con Cristo.17
Sin embargo, nuestra tarea comunitaria como iglesia no es el desarrollo
cultural puro y simple. Vivimos en un mundo caído —no estamos en el
estado de una creación prístina. Por la gracia de Dios hemos recibido las
buenas nuevas de su reino; hemos sometido nuestros corazones al rey y
experimen- tado su amor transformador en nuestras vidas. Y aún así la
culminación del reino está todavía por venir. El escatón, el nuevo cielo y la
nueva tierra, no han llegado todavía. Cristo redime todas las cosas, pero no
las vemos aún redimidas. Vivimos en tiempos intermedios; la nueva edad ha
comenzado, pero la vieja edad está todavía aquí. No estamos ni en el huerto,
ni en la Nueva Jerusalén.
Los cristianos en estos “últimos días” están llamados, por lo tanto, a ocu-
parse de cumplir con la tarea de ser imagen de Dios como ministros de
recon- ciliación. E´ sa es nuestra tarea redentora: es la vocación del cuerpo
de Cristo
trabajar juntos en un mundo caído, buscando hacer efectivo el perdón, la
sanidad, y la renovación del gobierno de Dios en cada área de la vida. Cada
individuo necesita arrepentirse, y los patrones culturales están en necesi-
dad de ser redirigidos. La obediencia a Cristo no pide menos. E´ sta
es la profundidad completa y radical del evangelio.
Así que nos enfrentamos a una interrogante vital y práctica: ¿cómo le
hacemos para ref lejar la imagen de Cristo en nuestra cultura? Para
contestar esta pregunta debemos primero entender la diferencia entre la
estructura de la cultura en sus varias expresiones y la dirección espiritual
que determina a qué reino sirve.
LA ESTRUCTURA Y LA DIRECCIO´ N
Todos estos aspectos del mundo de Dios son creados buenos, pero todos
los aspectos también están caídos. En Cristo todos son redimidos.
¿Qué significa esto para nuestro diario vivir práctico? Significa que noso-
tros como cristianos debemos buscar entender los fenómenos culturales y
traerlos bajo el señorío de Cristo. De cada parte de la vida debemos hacer-
nos nos preguntas. Primero, ¿qué parte de ello es creacionalmente buena?
Segundo, ¿qué parte de ello no es buena? ¿En qué maneras ha sido mal
manejado?
Estas preguntas se aplican a cada área de la cultura humana. No podemos
simplemente borrar un aspecto de la cultura humana como si estuviera
fuera del alcance de la redención, tampoco lo podemos aceptar
acríticamente en su valor aparente. En cambio necesitamos batallar con
discernimiento junto con nuestros hermanos y hermanas en Cristo (así como
también con no cre- yentes que tengan sensibilidad hacia las normas
creacionales). Necesitamos escuchar al Espíritu de Dios cuando nos refiere
a la dirección de su palabra en cuanto a estas áreas de nuestra vida.
Parte 3
LA COSMOVISIO´ N MODERNA
CAP´ITULO 6
como miembros del cuerpo de Cristo, de mostrar los atributos de los ciu-
dadanos del reino? ¿Por qué no asociamos la palabra cristiano con imágenes
de gente poniendo el mundo de cabeza?2
El problema es evidente en cada área de nuestras vidas. Ha llevado a
algunos cristianos sensibles a una crisis de confianza, y a otros aun a negar
y a abandonar su fe completamente. Si la cosmovisión bíblica es única, y si
es radicalmente diferente de la cosmovisión dominante en nuestra cultura
secularizada, entonces ¿por qué es que los cristianos encajan tan bien en
nuestra cultura?3 ¿Por qué nuestra vida como discípulos y de obediencia no
nos hace aparecer como rarezas culturales?
Tal vez este problema también explique la inefectividad de nuestro evan-
gelismo. ¿Estamos acaso avergonzados de nuestra fe porque sospechamos
que es irrelevante para los no creyentes? Después de todo, nuestras vidas
difieren muy poco de la de ellos.
Observa cómo el apóstol Pedro responde a estos problemas: “...y estad
siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia
ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros;
...” (1 Pedro 3:15). Pedro presupone que la gente les está preguntando a
los cristianos: “¿Por qué es que ustedes viven como viven? ¿Por qué es que
comparten sus bienes con los otros? ¿Por qué no se arrodillan ante César?”
Cuando hacen estas preguntas, hemos de estar listos para dar razón de
nuestra esperanza. En este contexto es que el evangelismo resulta fructífero.
Tal vez la gente no está preguntando estas preguntas porque no ve nada
significativamente diferente en cuanto a nosotros.4 Nuestro estilo de vida no
les causa envidia del evangelio (ver Romanos 11:14). Desafortunadamente,
cuando los no-creyentes se dan cuenta de nosotros, seguido ciertos aspectos
de nuestro estilo de vida les causan repulsión.
2
Compara Hechos 17:6. Tal vez el problema es aún más agudo cuando usamos la pala-
bra evangélico. ¿Por qué el poder radical del “evangelio” a menudo falta en nuestras vidas
como evangélicos? Hablando específicamente del evangelicalismo americano, Os Guiness ha
observado que la “espiritualidad” de la comunidad evangélica americana es “atrayente en la
vida privada, pero es irrelevante en cuestiones sociales”. “De este modo no tiene un impacto
histórico-cultural en términos del reino de Dios que alcanza a nuestra sociedad” (“The Ameri-
can Church Faces the 80’s: A Moment Not to Be Missed”, ([“La iglesia americana enfrenta la
década de los ochentas: un momento que no debe pasarse por alto”]) Radix 13(6) (1982), p. 10.
3
Bernard Zylstra dice que “la religión cristiana, una vez que ha perdido el amplio alcance de
un caminar por la vida centrado en Dios, y que se ha reducido a la salvación del alma del
hombre centrado en sí mismo, se ha convertido para muchos en la justificación moral del
nacionalismo, el estilo de vida americano, y todo aquello que éste último defiende en el mundo
de hoy”. (“Thy Word Our Life”) ([“Tu palabra es nuestra vida”]) en Will All the King’s Men...?
([¿Acaso el Rey de todos los hombres...?]) (Toronto: Wedge, 1972) p. 201.
4
Compara el comentario de Howard Snyder: “Un evangelismo que se enfoca exclusivamente
en las almas o en el ultramundo y que no hace ninguna diferencia real aquí y ahora es infiel
al evangelio”. The Community of the King [La comunidad del Rey] (Downers Grove: InterVarsity
Press, 1977), p. 102.
Si recordamos el criterio por el cual evaluamos las cosmovisiones
(capítulo dos), se hace evidente que nuestro problema representa nada
menos que una crisis de cosmovisión. Una cosmovisión debe esclarecer o
revelar toda la vida. Pero la cosmovisión “cristiana” vigente en las iglesias a
menudo aparece ser irrelevante para la mayor parte de la vida. Sólo se preo-
cupa de nuestra vida “espiritual”. ¿Acaso nuestra cosmovisión nos sensibiliza
al problema de la justicia y de la opresión, tal como una cosmovisión bíblica
lo exige? La ausencia de cristianos evangélicos en barrios marginados, en las
marchas por la paz y en acciones políticas que luchan por el amor, la justicia
y la misericordia apuntan a que nuestra cosmovisión es inadecuada.
Con todo, más importante aún es la pregunta si la cosmovisión es consis-
tente con su compromiso de fe, si está culturalmente encarnada en una
forma de vida íntegra y que traiga salud. Es aquí que la crisis de nuestra
cosmo- visión se agudiza aún más. No sólo nuestra cosmovisión parece
irrelevante para la mayor parte de la vida, sino que su misma irrelevancia
sugiere que es una traición tanto a las Escrituras como a nuestra
confesión del señorío de Jesucristo sobre toda la vida.
LA VISIO´ N DIVIDIDA
¿Dónde fueron las cosas mal? ¿Cómo llegó a estar reñida con las Escrituras
nuestra cosmovisión, la cual se manifiesta en la manera en que vivimos?
La respuesta se puede resumir en una palabra: el dualismo. El dualismo es
una cosmovisión dividida. Separa la realidad en dos categorías fundamen-
talmente distintas: lo santo y lo profano, lo sagrado y lo secular.
Ahora bien, hay un mundo de diferencia entre dualismo y dualidad. El
discipulado cristiano nos obliga a reconocer la dualidad en la vida: o bien
servimos al Señor o bien seguimos a los ídolos. El dualismo hace borrosa la
dualidad válida entre obediencia y desobediencia porque el dualismo identi-
fica la obediencia, la redención y el reino de Dios con sólo un área de la vida
y ve el resto de la vida, o bien sin relación con la redención (o lo sagrado),
o peor aún —bajo el poder de la desobediencia, el pecado y el reino de las
tinieblas.
En el lugar del entendimiento bíblico del reino de Dios como el
gobierno de Dios sobre toda la creación, el reino es identificado con lo
que ha sido llamado nuestra vida espiritual. La mayoría de la gente
considera la vida espiritual como aquello relacionado con la oración, el
estudio de la Biblia, la comunión y el evangelismo. Y ¿en qué institución
cultural es que estas cosas se llevan a cabo? Pues en la iglesia.
El reino de Dios (o lo sagrado) se identifica primariamente con la iglesia,
mientras que al resto de la vida se le considera secular. Cuando la gente
comienza a resentir las limitaciones de semejante dualismo entre lo sagrado
y lo secular, dicen que el evangelio debe “hacerse relevante” para el resto de
la sociedad. Pero lo que a menudo significan con esto es que una
institución, la iglesia, debe hacerse relevante para las otras instituciones
culturales (la familia, la escuela, el estado, etc.). El dualismo permanece.
Aún tenemos dos instituciones separadas que deben de algún modo
relacionarse. La vida está todavía fragmentada.
Esta cosmovisión es dualista porque ha agregado a la estructura de la
creación el aspecto “direccional” que tiene que ver con la obediencia y la
desobediencia. El dualista entiende la distinción entre bien y mal (que es
en realidad una pregunta entre obediencia y desobediencia) como una dis-
tinción dentro de la estructura de la creación.
Imagínate otra vez el cable eléctrico. Así como el cable, la vida es una
estructura compleja hecha de muchas funciones o esferas de actividad. En
cada alambre la corriente puede ser positiva o negativa. De la misma forma,
la corriente de nuestra actividad podría ser obediente a las leyes
creacionales de Dios o desobediente. Con todo, el dualismo confunde la
estructura con la dirección. En vez de ver cómo la pregunta acerca de la
dirección corre a lo largo de la vida, identifica la dirección con partes
particulares de la estructura. Algunos aspectos de la cultura son vistos como
irredimibles (esto es, inhe- rentemente desobedientes), mientras que otros
están abiertos a la redención. Tal dualismo distorsiona nuestras vidas
porque distorsiona la realidad.
El dualismo no es un problema teórico de teólogos profesionales. Es el
problema de cosmovisión fundamental que ha plagado la historia de la
iglesia y continua acosándonos. Una persona con una cosmovisión dualista
simple- mente presupone que la vida tiene dos esferas distintas. Como
James Olthuis
dice en Out of Concern for the Church [Con preocupación por la iglesia]: “E´ sta es
su manera de ver las cosas. No importa lo que haga, lo hace dentro y a partir
de esta visión de “doble-esfera”. Esta perspectiva se vuelve su “guía” en la
creación”.5 El dualismo se muestra al menos de tres formas: cómo vemos el
trabajo, cómo vemos la cultura, y cómo leemos la Biblia.
5
“Must the Church Become Secular?” [“¿Debe la iglesia ser secular?”] en Out of Concern for
the Church [Con preocupación por la iglesia] (Toronto: Wedge, 1970), p. 117. Olthuis dice más
adelante: “La caracteristica más descorazonadora de esta dolorosa situación en la que se
encuentra la iglesia es el hecho de que el Cuerpo de Cristo —con pocas excepciones— no
reconoce estas cadenas cuando hacen ruido y cascabelean. No ve que es su propia manera de
pensar la que, desde un principio, ha hecho concesiones en cuanto al evangelio” (p. 122).
de segunda clase. John Stott sugiere que hemos creado una jerarquía en el
interior de la comunidad cristiana:
Damos a menudo la impresión que si un joven cristiano ama al Señor
de todo su corazón, será un misionero en el extranjero, que si no es tan
entusiasta, entonces se quedará en casa y se convertirá en pastor, que si le
falta dedicación para ser pastor, se convertirá sin lugar a dudas en doctor
o maestro, mientras que aquellos que hacen trabajo social o en los medios
de información o (en el peor de los casos) en la política no están lejos de
renegar de su fe.6
Hemos desarrollado una noción de “trabajadores cristianos a tiempo
completo”. Nos avergüenza la frase (es por eso que siempre la citamos entre
comillas), pero la creencia persiste que sólo algunos de nosotros son “traba-
jadores cristianos de tiempo completo”.
Esta noción continuará persistiendo en tanto nuestra cosmovisión sea
dualista. Si el mundo en realidad está dividido en dos dimensiones, una
más importante que la otra, una más espiritual y más agradable a Dios que
la otra, entonces siempre tendremos una jerarquía vocacional dentro de la
comunidad cristiana. Aún cuando rechazamos esta noción de servicio de
tiempo completo y decimos que todos los cristianos son siervos del Señor
de tiempo completo, un dualismo incondicional podría constreñirnos. A
menudo significa que estamos todos llamados a evangelizar, no importa en
qué situación estemos. En este caso la sumisión a Cristo podría estar aún
limitada a la tan llamada actividad espiritual que no está relacionada con el
trabajo real de una ocupación secular.
El problema no es que en la comunidad cristiana falten doctores, agri-
cultores, hombres de negocios o músicos. El problema es que hay tan pocos
doctores, agricultores, hombres de negocios, y músicos cristianos. La
mayoría de nosotros somos cristianos y algo más; no nos ocupamos de
nuestras tareas diarias integralmente como cristianos. 7 O bien intentamos
vivir una vida integrada sin abandonar nuestro dualismo. En este caso nos
convertimos en doctores o en agricultores en el campo de misión, pero
fallamos en desarro- llar un alternativa cristiana en la medicina y en la
agricultura.
O bien nos convertimos en hombres de negocios —alguien que es propie-
tario de una librería religiosa o hace mucho dinero en una compañía secular
y después lo da a una serie de ministerios cristianos. La pregunta de cómo
uno emprende “cristianamente” un negocio muy pocas veces va más allá de
cuestiones morales básicas de honestidad. Muy pocas veces se hacen los
cris- tianos las preguntas económicas fundamentales: ¿Cuál es el propósito
de los
6
John R. W. Stott, Christian Mission in the Modern World [La misión cristiana en el mundo
moderno] (Downers Grove: Inter Varsity Press, 1975), p. 31.
7
Compara el artículo de Brian Walsh, “How to Think Your Way through College” [Cómo
encaminar tus pasos a través de la universidad] HIS (1983).
negocios? ¿Cuál es el papel de las ganancias? ¿Será mi empresa particular
ecológicamente cuidadosa y socialmente responsable?
De manera similar, un músico cristiano se sentiría limitado sólo a cantar
cantos religiosos o “espirituales”, perdiendo el contacto con la música que
trata de la vida entera. Esta noción de música cristiana por lo general no
permite la música instrumental, a excepción de aquella que acompaña a
un cantante con un “mensaje”. Tales esfuerzos nobles pero mal dirigidos
surgen de una visión dividida de vida. Estos cristianos bien intencionados
sólo agregan la fe a sus vocaciones, en vez de dejar que su fe transforme su
vocación. Un marco de referencia dualista nunca provee un ímpetu para tal
transformación.
Aparte de la pregunta de cómo se relaciona nuestra vida laboral con nues-
tra fe, seguimos experimentando nuestro trabajo dualistamente en otros
aspectos relacionados. De hecho, la mayoría de la gente en nuestra cultura
traza una clara línea divisoria entre su vida laboral y su vida recreativa. El
trabajo es algo que tenemos que hacer, es un mal necesario. Sin embargo,
vale la pena hacerlo, porque nos da los recursos necesarios para ocupar-
nos en otras actividades que disfrutamos más. Esa parte de nuestra vida se
llama tiempo libre. En contraste con el trabajo, somos “libres” durante nues-
tro tiempo libre —libres para jugar, libres de cualquier presión de nuestros
patrones.
14
Niebuhr, Christ and Culture [Cristo y la cultura] caps. 2, 4, 5.
cada una trataría el problema si los niños tuvieran que leer novelas “secu-
lares” en la escuela. La controversia en cuanto a la novela de J.D. Salinger,
Catcher in the Rye [Receptor en el centeno] podría ser un buen ensayo.15
Aquellos que sostienen la perspectiva de “Cristo sobre la cultura” pro-
bablemente no se opondrían a que sus hijos leyeran tal libro. Como un
producto cultural y como resultado de la imaginación humana, las novelas
(incluyendo ésta) son buenas para leer. Los hijos deberían saber que los inte-
reses culturales son buenos pero que el interés de la santidad es una meta
mejor y superior.
La perspectiva de “Cristo y la cultura en una paradoja” es similar, pero
hay una diferencia significativa. La cultura no es buena; es un mal necesario.
Deberíamos leer novelas no tanto para disfrutarlas como para entender el
mundo en que vivimos. Esta posición fuerza a los cristianos a una paradoja:
manejan tanto la vida de fe como la vida en el mundo. Evalúan
negativamente la cultura en sí; con todo, rechazan cualquier actitud
escapista.
La posición más extrema pone a “Cristo en contra de la cultura”.
Catcher in the Rye es mala y los niños no deberían leerla. Si la escuela
requiere que la lean, entonces los padres deberían retirarlos del sistema
educativo.
Estas tres perspectivas han predominado, en general, en la historia de la
iglesia.16 Pero todas estas tres perspectivas han fallado en ofrecer un testi-
monio cultural cristiano único. La cultura es siempre vista como algo aparte
del evangelio y de la redención. Una presencia cultural cristiana o testi-
monio nunca es posible porque el evangelio está relegado de antemano a
sólo un área de la vida, mientras que el resto de la vida se identifica con
el “mundo”. El resultado es o bien cristianos que viven en su propio gueto
bien fortificado, o bien cristianos que sirven al Señor en una área de su vida
y siguen a otros dioses en otras áreas de la vida. En el caso último intentan
vivir haciendo concesiones, lo cual dice el Señor que es imposible; tratan de
servir a dos amos (Mateo 6:24).
15
Por supuesto, nuestras descripciones aquí tiene en algo caricaturesco con el propósito de
poner en claro el funcionamiento de estas perspectivas diferentes. [Receptor en el centeno es la
historia de un adolescente rebelde que relata en lenguaje de “chavos” su escape del mundo
“falso” de los adultos, su búsqueda de la inocencia y la verdad, hasta que termina en el diván
del psiquiatra. N. del T.]
16
Niebuhr también se refiere a dos opciones más, esto es, “Cristo de la cultura” y “Cristo que
transforma la cultura”. La primera simplemente identifica el cristianismo de manera acrítica
con lo mejor de la cultura humana. Este “liberalismo” clásico no tiene base bíblica alguna y no
será tratado en este libro. La segunda opción, que Niebuhr identifica con Agustín y el punto de
vista de F. D. Maurice, es precisamente la perspectiva de este libro. El problema, sin embargo,
es que Agustín no siempre se puede interpretar consistentemente de acuerdo con “Cristo que
transforma la cultura”, y tampoco lo hace F. D. Maurice. Sugerimos en el capítulo 5 que la
perspectiva bíblica es la que transforma. También encontramos que la tradición de Calvino
lleva esta perspectiva hacia nuestros propios tiempos en una manera que está más apegada y
fiel a la cosmovisión bíblica.
Porque el dualismo identifica el mundo con una parte irredenta de la
vida (distinta de la parte sagrada y redimida), el alcance comprensivo de la
cosmovisión bíblica es negado. Macaulay y Barrs señalan en Being Human:
The Nature of Spiritual Experience [El ser humano: la naturaleza de la
experiencia espiritual.] que “el ’mundo’ en el Nuevo Testamento es la esfera
de la vida en la cual se rechaza el señorío de Dios, donde las cosas de esta
vida llegan a ser fines en sí mismos o aún objetos de adoración”. 17
Consecuentemente, cualquier cosa puede ser mundana, así como cualquier
cosa, en principio, puede ser redimida por Cristo. Por ello, la pregunta que el
dualismo siempre evita es si nuestra vida cultural y nuestra formación
cultural son obedientes.
¿Siguen a un ídolo o al Señor? Dicen estos autores que “no hay terreno
neutral”.18
Un acercamiento dualista a la cultura nos acosa de otra forma, la manera
en que relacionamos el evangelio y la acción social. Muchos evangélicos
ven que el evangelio hace de la acción social un imperativo cristiano. Pero el
temor a perder de vista el evangelio por centrarse exclusivamente en
preocu- paciones sociales les hace tratar de mantener ambos en un acto de
equilibrio. Hablan de tener cuidado tanto del cuerpo como del alma, tanto de la
vida física como de la vida espiritual. 19 Pero tan pronto hablamos de
“tanto/como” en estos términos, reconocemos un dualismo: vemos dos
realidades fundamen- talmente distintas que de alguna forma reunimos otra
vez. Tal vez éste no sea el dualismo severo del pasado, pero sigue siendo
dualismo. Paraliza nuestra acción social porque tal participación siempre
esté subordinada al llamado “superior” del evangelismo.
Las consecuencias de esta actitud son muy desafortunadas. Los cristia-
nos a menudo dicen que su tarea primaria es cambiar al individuo y no al
sistema.20 El dualismo persiste: de alguna forma nuestra vida espiritual se
puede separar de nuestra vida cultural, y eso significa que podemos trabajar
en el sistema que aceptamos. En el peor de los casos, tal perspectiva permite
que vivamos con una concesión idolátrica.
A Howard Snyder le preocupan las tendencias dicotomistas en mucho de
nuestro pensamiento acerca de la relación entre acción social y evangelismo.
Dice que necesitamos “una visión más comprensiva y penetrante”.21 La
visión
17
Macaulay and Barrs, Being Human: The Nature of Spiritual Experience [El ser humano: la
naturaleza de la experiencia espiritual], p. 54. Ver también Herman Ridderbos, Paul: An Outline
of His Theology [Pablo: Un bosquejo de su teología] (Grand Rapids: Eerdmans, 1975), pp. 91-93.
18
Ibid., p. 76.
19
Compara Douglas Webster, Christian Living in a Pagan Culture [La vida cristiana en una
cultura pagana] (Wheaton: Tyndale House, 1980), pp. 18, 95, 101, 126, 136. Para una crítica
de este “dualismo suave” véase la reseña de Brian Walsh de Webster en Radix 13(3) (l981), pp.
28-29.
20
Ver por ejemplo Webster, Christian Living in a Pagan Culture [La vida cristiana en una cultura
pagana], p. 29.
21
Snyder, The Community of the King [La comunidad del Rey], p. 22. Compara con Stott, Christian
Mission in the Modern World [La misión cristiana en el mundo moderno], pp. 23-24.
a la que él hace un llamado es la visión del reino de la cosmovisión bíblica,
una visión que afirma la bondad de nuestras tareas criaturales cuando son
redimidas por Cristo. Si decimos que sostenemos la autoridad e inspiración
de la Biblia, ¿a qué se debe que la visión comprensiva de las Escrituras no
se nos haya hecho evidente al leerlas?
Las dos figuras más importantes en la tradición filosófica griega son Platón
(alrededor de 428-348 a.C.) y Aristóteles (384-22 a.C.). Aunque Aristóteles
llegó a tener mucho peso en la iglesia medieval tardía, Platón ejerció mayor
influencia en los siglos primero y segundo de la era cristiana. Alrededor
92 WALSH Y MIDDLETON
1
Ver J. L. González, A History of Christian Thought [Una historia del pensamiento cristiano]
(Nashville: Abingdon Press, 1970), 1:47; Jack Rogers y Donald McKim, The Authority and Inter-
pretation of the Bible: An Historical Approach [La autoridad y la interpretación de la Biblia: un
acercamiento histórico] (New York: Harper & Row, 1979), p. 7; y David Knowles, The Evolution of
Medieval Thought [La evolución del pensamiento medieval] (New York: Random House, 1962), p.
17.
2
Francis Schaeffer, Escape from Reason [El escape de la razón] (Downers Grove: Inter Varsity
Press, 1968), p. 17.
3
Rogers y McKim, The Authority and Interpretation of the Bible: An Historical Approach [La
autoridad y la interpretación de la Biblia: un acercamiento histórico] (New York: Harper & Row,
1979), p. 5.
4
J. L. González, A History of Christian Thought [Una historia del pensamiento cristiano] (Nashville:
Abingdon Press, 1970), p. 48.
5
Para un análisis útil del desarrollo del dualismo forma/materia en la filosofía griega ver
Herman Dooyeweerd, Las raíces de la cultura occidental: Las opciones pagana, secular, y cristiana
(Barcelona: CLIE, 1998), pp. 15-23, 115-117.
6
J. L. González, A History of Christian Thought [Una historia del pensamiento cristiano] (Nashville:
Abingdon Press, 1970), p. 49. Compara con Macaulay and Barrs, Being Human: The Nature of
Spiritual Experience [Ser humano: La naturaleza de la experiencia espiritual] (Downers Grove: Inter
Varsity Press, 1978), pp. 38-42.
7
David Knowles dice que Platón es el padre de aquellos que “encuentran la verdadera vida
del espíritu humano en una lucha con rumbo al cielo, hacia lo divino” (Evolution of Medieval
Thought [La evolución del pensamiento medieval] p. 11).
En el Fedón, Platón habla acerca de la relación entre el cuerpo y el
alma. Dos mundos existen dentro de la persona humana, dice: “El alma
es más como lo divino e inmortal, más como lo inteligible, uniforme,
indisoluble, e inmutable; mientras que el cuerpo es más como lo humano y
lo mortal, más como lo ininteligible, y multiforme, disoluble, y mutable”. 8
El cuerpo es la “prisión” del alma; corrompe el alma y bloquea la
habilidad del alma para conocer lo divino. Por ello el alma anhela ser
liberada de su cautiverio en el cuerpo.9
Este dualismo extremo fue el clima intelectual dentro del cual la fe de
la iglesia primitiva habría de proclamarse y formularse. ¿Cómo se relacio-
naría la iglesia con esta cosmovisión helenista? Las respuestas varían. Oscilan
desde un rechazo abierto (Tertuliano, alrededor de 160/70-215/20) hasta
un acomodo consciente (Justino Mártir, alrededor de 100-165). Con todo, el
patrón predominante fue la aceptación cautelosa.
Para los siglos tercero y cuarto la postura que gobernó el pensamiento de
líderes cristianos tales como Clemente (alrededor de 155-220), Orígenes de
Alejandría (alrededor de 185-254) y Basilio de Cesarea (alrededor de 329-79)
fue la de aceptación de la filosofía griega como preparación para la teología
cristiana. El estudio de la filosofía griega fue considerado como de gran
valor para los cristianos, no tanto como un fin en sí mismo, sino como un
entrenamiento para la más alta tarea de la exégesis bíblica.
Los padres de la iglesia primitiva ciertamente rechazaron los elemen-
tos de la tradición filosófica griega cuando fue necesario afirmar verdades
bíblicas tales como la encarnación y la creación espontánea del mundo.10
Sin embargo, tendieron a acomodar la cosmovisión griega y a comenzar a
leer las Escrituras usando los lentes de la cosmovisión dualista. Vimos las
consecuencias de ese acomodo en el capítulo seis.
Una alegoría común se usó para justificar este acomodo: así como los
judíos huyeron de Egipto, el cristianismo debe llevarse los recipientes de
oro y la plata del enemigo y emplearlos para su propio uso. 11 La filosofía
griega era el oro y la plata. El problema, por supuesto, era determinar cuáles
joyas eran dignas de uso y cuáles de hecho era bombas de tiempo puestas
para destruir la cosmovisión cristiana desde el interior.
Uno de los problemas que tuvieron los cristianos primitivos con Platón
fue su racionalismo. Los ideales o formas celestiales se entendían mediante
el pensamiento racional o lógico. Esto no daba lugar a la revelación. El
8
Phaedo [Fedón] (New York: Bobbs Merrill, 1951), p. 30 (80).
9
Ibid. pp. 33 (82 y 83), 30 (80) y 12 (66).
10
Compara González, A History of Christian Thought [Una historia del pensamiento cristiano], p.
120.
11
Ver H. Evan Runner, The Christian and the World [El cristiano y el mundo] (Toronto: Association
for the Advancement of Christian Scholarship), p. 7.
neoplatonismo del filósofo griego Plotino (205-70 d.C.), resolvió este pro-
blema. En Plotino, tanto una cierta tendencia mística de Platón como su
dualismo llegaron a su máxima expresión. Muchos cristianos sintieron que
Plotino daba lugar a la revelación precisamente en el énfasis que ponía en la
trascendencia mística de nuestra condición como criaturas (incluyendo a la
razón) en su unión con el Ser Supremo. El dualismo de lo espiritual versus
lo material finalmente entró en la tradición intelectual de Occidente.12
21
Dooyeweerd, Las raíces de la cultura occidental: Las opciones pagana, secular, y cristiana, p.
117. Compárese Dooyeweerd, In the Twilight of Western Thought [En el crepúsculo del pensamiento
occidental] (Philadelphia: Presbyterian and Reformed, 1960), pp. 191-93.
22
Ibid.
DEL DUALISMO AL SECULARISMO
La síntesis medieval del pensamiento griego y bíblico creó la confusión entre
la estructura y la dirección. La estructura de la buena creación de Dios fue
incrustada con las dos direcciones últimas, posibles dentro de la creación: la
obediencia y la desobediencia. En lugar de afirmar que el bien y el mal son
posibles en cada área de nuestra respuesta a Dios, el dualismo de
naturaleza/- gracia esencialmente colocó la primer dirección (bondad,
obediencia, el reino de Dios) en la esfera de la gracia y puso la segunda
dirección (el mal, la desobediencia, el mundo) en la esfera de la
naturaleza. El bien y el mal se fijaron estructuralmente en dos esferas
separadas. La esfera de la gracia corresponde a la vida de la fe, moralidad
personal y asuntos eclesiásticos, tales como la adoración y los sacramentos.
La naturaleza encierra todo lo demás.
La gracia fue colocada, por esta razón, sobre la naturaleza. La esfera espi-
ritual de los asuntos eclesiásticos fue considerada como superior al mundo
natural y fue, por lo tanto, preciada con un valor más alto. Esta elevación de
una dimensión de la vida criatural con el descuido y a costa de la otra era, en
efecto, una forma de idolatría. Como resultado encontramos, por ejemplo, el
dualismo ascético extremo en la obra de Tomás de Kempís, Imitation of
Christ [Imitación de Cristo], quien divinizó la vida interior y aconsejó escapar
de la creación.23 O bien presenciamos el dualismo menos extremo y
jerárquico de Aquino, con su énfasis en la neutralidad o disminución de la
buena calidad de la naturaleza y de la superioridad religiosa de la gracia. En
estas y otras manifestaciones de la cosmovisión medieval vemos el
aspecto eclesiástico de la vida removido de su contexto verdadero en toda
la vida y absolutizado idolátricamente. Paradójicamente, esto condujo a
consecuencias desastrosas para la iglesia.
La consecuencia principal fue que hizo el evangelio irrelevante para la
vida entera. En tal perspectiva dualista de la vida, el cristianismo no tiene
23
The Imitation of Christ [Imitación de Cristo] es un libro devocional cristiano de la Edad Media
tardía que se basa en un dualismo fundamental: la dimensión “interna” (el alma, donde Dios
y Cristo moran) y la dimensión “externa” (el mundo natural). Mucho más radical que Agustín
o Aquino, el autor aconseja al lector a “abandonar este mundo sin valor” y a aprender la
“indiferencia ante todo lo que está afuera” para entonces encontrar a Dios (p. 83). Ve a Cristo
como uno que nos enseña a “menospreciar las cosas terrenales, y a abominar lo temporal” (p.
176). ¿Por qué? “Cuando pones tus ojos en las cosas creadas pierdes la visión del Creador”
(p. 175). En cambio hemos de seguir la senda de la vida interna y de este modo alcanzar
purificación de la influencia corruptora de la naturaleza externa. El impedimento principal de
la vida espiritual es por lo tanto pensar “en otra cosa como si fuera de valor y no en el eterno
Bien sin medida. Todo aquello que no es Dios es nada, y debe ser considerado nada” (p. 160).
Los números de página que hemos proporcionado son de Tomás de Kempís, The Imitation of
Christ [Imitación de Cristo] (London: Collins, 1963). La cubierta de esta edición dice: “Después
de la Biblia, éste es tal vez el libro más ampliamente leído en el mundo. Puesto que fue escrito,
a principios del siglo quince, miles de ediciones y traducciones se han publicado”. ¡No ha pues
de parecernos raro que el dualismo prevalezca en la iglesia moderna!
básicamente nada que decir acerca de nuestra vida “natural”. Si el evangelio
o bien repudia la creación (como en la versión ascética del dualismo), o
bien simplemente agrega algo extra al “hombre natural” (como en la visión
moderada tomista), entonces la fe cristiana afecta la creación y la vida
creada sólo tangencialmente. El poder radical del evangelio que transforma
la vida tiene un corto circuito.
Peor aún, el camino se abre para una doble lealtad. Si el evangelio no
da una palabra normativa para la cultura, entonces escucharemos otra pala-
bra, ya que somos ineludiblemente seres culturales. Al dejar la mayor parte
de la vida fuera del alcance de las demandas de Cristo, el dualismo medie-
val condujo a los cristianos a buscar otras autoridades últimas para el lado
“natural” de sus vidas. Esto llegó a ser evidente en el papel que Aristóteles
y otros escritores clásicos jugaron en el pensamiento medieval tardío y en el
pensamiento humanista temprano. Esta clase de visión doble conduce a una
forma dual de adoración. Hasta este día los cristianos aún no están libres,
ni en su cosmovisión ni en su estilo de vida, de los efectos debilitantes de
este dualismo no bíblico.
No obstante, las consecuencias de este dualismo se extienden más allá de
la iglesia. El dualismo de la iglesia abrió la puerta al triunfo del secularismo
como el espíritu que da dirección a la cultura occidental. Para ponerlo de
modo terminante: sino no fuera por el dualismo medieval de naturaleza/-
gracia, el secularismo moderno jamás hubiera podido surgir en lo absoluto.
El biólogo y filósofo francés Jacques Monod hace resonar este juicio
histórico en su comentario sobre la revolución científica: “Si este evento
sin precedentes en la historia de la cultura ocurrió en el mundo occidental
cristiano y no en otra civilización, en parte, fue tal vez gracias a la distinción
fundamental hecha por la iglesia entre los dominios de los sagrado y lo pro-
fano”.24 Mientras que los teólogos escolásticos habían concedido un grado
limitado de autonomía a la esfera de nuestra vida natural, los humanistas
renacentistas extendieron tanto la autonomía de la naturaleza al grado que
ya no había mas necesidad de la esfera de la gracia. Si Dios y el cristianismo
eran ya básicamente irrelevantes para la mayor parte de la vida, ¿por qué no
hacer completa su irrelevancia de una vez por todas? En palabras de Francis
Schaeffer, la naturaleza había comenzado a “comerse” a la gracia.25
24
Jacques Monod, Chance and Necessity: An Essay on the Natural Philosophy of Modern Biology [El
azar y la necesidad: un ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna] (New York: Random
House, 1972), p. 174.
25
Schaeffer, Escape from Reason [El escape de la razón], p. 13. El estudio de Schaeffer del
esquema medieval de naturaleza/gracia (asimismo como su estudio de la tensión del huma-
nismo moderno de libertad/naturaleza) se basa en los análisis de Herman Dooyeweerd. Ver
caps. 5-7 de Las raíces de la cultura occidental: Las opciones pagana, secular, y cristiana de Dooye-
weerd, un libro que primero apareció en holandés como una serie de artículos periodísticos
entre 1945 y 1948.
Esto no quiere decir que la cosmovisión occidental de repente se haya
vuelto. Aún hoy en día la proporción de ateos estrictos no es muy alta. El
secularismo no significa necesariamente falta de creencia en la divinidad.
Tiene que ver más, como Bernard Zylstra señala, con la negación de la reve-
lación de Dios.26 Mientras que la existencia de Dios no necesariamente se
cuestiona en la cosmovisión secular, Dios básicamente no tiene nada que
decir respecto de cómo es el mundo o bien acerca de cómo debemos
vivir. De allí que el secularismo cuestione la autoridad y la relevancia de
Dios para el sæculum. E´ sta es la palabra latina de la cual se deriva
“secularismo” y significa literalmente “edad”; esto es, el mundo creado
visto especialmente como temporal e histórico. Y fue precisamente en el
terreno de la historia, la esfera temporal de los asuntos cotidianos,
donde se excluyó a Dios. Al incrementarse la absolutización del sæculum,
Dios comenzó a figurar cada vez menos prominentemente como una
parte integral de la cosmovisión moderna, en tanto la posición del
hombre creció de manera proporcional.
Examinemos ahora esta nueva visión de la humanidad, que es el corazón de
la cosmovisión moderna.
26
Bernard Zylstra, “Modernity and the American Empire” [“La modernidad y el imperio
americano”], International Reformed Bulletin 68(29) (1971), pp. 5-6.
CAP´ITULO 8
HOMO AUTONOMUS
LA REVOLUCIO´ N CIENT´IFICA
El dominio sobre la naturaleza primero tomó forma en la esfera de la cien-
cia. La ciencia, en el sentido clásico de la búsqueda de un entendimiento sis-
2
Giovanni Pico della Mirandola, Oration on the Dignity of Man [Oda a la dignidad del hombre]
(Chicago: Henry Regnery, 1965), pp. 7-8.
3
Aunque muchos pensadores modernos se han inspirado con la oda de Pico, no queda claro
hasta que punto Pico mismo consistentemente fue motivado por el espíritu de la modernidad.
El resto de la oda, por ejemplo, tiene una orientación distintivamente medieval y mística. El
propósito de la libertad humana es la de anhelar a Dios y la de lograr descanso y paz celes-
tiales. Ver S. Dresden, Humanism in the Renaissance [El humanismo en el renacimiento] (New
York: McGraw Hill, 1968), pp. 13-14. Sin embargo, Pico definitivamente proclamó una clase
de humanismo que ha forjado de manera influyente la cosmovisión occidental.
4
Herman Dooyeweerd, Raíces de la Cultura Occidental. Las opciones pagana, secular, y cristiana
(Barcelona: CLIE, 1998), p. 155. El énfasis es de Dooyeweerd.
temático y abstracto de las estructuras universales del mundo, no comenzó
con los tiempo modernos. Los antiguos griegos ya habían desarrollado
tales ciencias como la lógica, las matemáticas, y la astronomía. No obstante,
su perspectiva de la ciencia, basada en el dualismo entre la esfera de un
orden estable, racional, trascendente, y la esfera inferior y caótica del f lujo,
tuvo mucho más un carácter contemplativo que el que la ciencia moderna
tenía. En resumen, la ciencia griega no se ocupó particularmente del mundo
empírico. Su enfoque consistió más bien en la estructura racional y abstracta
de la realidad, y en las leyes y formas estables y permanentes, implantadas
divinamente en el universo, con las que podemos “conectarnos” por medio
de la parte divina en nosotros —nuestra razón. En tanto que la mente
humana y la estructura del cosmos fueran racionales, la ciencia (aunque en
gran medida teórica y especulativamente) era posible y estaba justificada.
Con el advenimiento de la Edad Media, y con la creciente espiritualización
del dualismo griego, la empresa científica empírica se imposibilitó cada
vez más. Había ciertamente una conciencia medieval de lo que hoy
llamaríamos naturaleza, pero esto condujo no a la ciencia moderna sino a la
observación de la naturaleza para un propósito “más alto”. Aun cuando
fuera vista de un modo positivo, jamás se pensó que la naturaleza fuera
importante en sí, sino sólo como un indicio de Dios y de la esfera de la
gracia. Era una fuente de ejemplos para sermones moralizadores y para la
edificación o construcción de una teología natural —evidencia de Dios
basada en el orden y armonía del mundo.
Un empirismo naciente. Durante los siglos doce y trece, sin embargo, esta
actitud alegórica se transformó un poco. Por ejemplo, Alberto Magno, el
maestro de Tomas de Aquino, viajó extensamente a pie a través de Europa,
investigando y observando sus entornos. Comenzó a percibir la creación
como más que algo simbólico e ilustrativo. Se interesó en las “causas
natu- rales” de las cosas. A pesar de las imperfecciones de la naturaleza,
Alberto se dio cuenta de que su estudio era importante tanto por sí
mismo como por sus aplicaciones prácticas. Aunque el Aquinate no
cultivó tan profun- damente este mismo interés práctico y empírico, de
cualquier modo hizo fuertemente hincapié en la belleza y bondad de este
mundo y combatió la ultramundanalidad extrema y el desprecio a esta
vida.5
Pero estos énfasis palidecieron en contraste con la importancia que llegó
a tener el mundo empírico de los siglos quince y dieciséis. E´ sta fue la
edad de la exploración y del descubrimiento; el “nuevo mundo” de las
Américas
había sido abierto. Los horizontes humanos se estaban extendiendo y había
5
Una buena fuente histórica es Clarence J. Glacken, Traces on the Rhodian Shore: Nature and
Culture in Western Thought from Ancient Times to the End of the Eighteenth Century [Rastros sobre
la playa de Rodas: la naturaleza y la cultura en el pensamiento occidental desde los tiempos antiguos
hasta el siglo dieciocho] (Berkeley: University of California Press, 1976). Ver especialmente cap. 5.
un renacimiento de la ciencia moderna. De hecho, la ciencia habría de ser el
dirigente cultural en el temprano desarrollo de Occidente. La nueva visión
de la conquista y exploración de la naturaleza humanas para nuestros pro-
pios fines pronto encarnaría el poder de descubrimiento y de invención
científicos, y contribuiría grandemente a la revolución científica del siglo
diecisiete.
Para tener una idea del papel de la ciencia moderna en el desarrollo de
la cosmovisión secular, escuchemos de cerca las palabras del inventor del
método científico, Francis Bacon. Bacon, quien escribió su Novum
Organum a principios del siglo diecisiete, explicaba que “el hombre por la
caída cayó al mismo tiempo de su estado de inocencia y de su dominio sobre
la creación. No obstante, ambas pérdidas pueden aún en esta vida ser
reparadas en parte; la primera por medio de la religión y la fe, la segunda
por medio de las artes y las ciencias”.6
Bacon era un cristiano y creía en la caída. Con todo, la naturaleza no
bíblica del dualismo medieval es evidente en su separación del aspecto
“espi- ritual” y de aspecto “natural” de la caída y en su propuesta de un
doble medio de salvación. En otras palabras, el dualismo de Bacon requirió
que diera dos respuestas a cada una de las preguntas de cosmovisión “¿Qué
está mal?” y “¿Cuál es el remedio?” Mientras que la restauración de nuestra
inocencia moral estaba en las manos de Dios, la restauración de nuestro
dominio sobre la naturaleza estaba, según Bacon, en nuestras competentes
manos.
Aquí tenemos un ejemplo de cómo el esquema de la naturaleza/ gracia
preparó el camino para el secularismo moderno. Como a Dios se le había
despojado de un papel relevante en nuestra vida cultural, especialmente
en la científica, algún otro modo de salvación tendría que redimir nuestro
dominio sobre la creación. Por esta razón Bacon proclamó en cambio un
camino de salvación esencialmente humanista, y por lo tanto secular.
Es verdad que Bacon estaba preocupado por la restauración de nuestro
dominio sobre la creación anterior a la caída. Hasta este grado retuvo
todavía explícitamente elementos bíblicos en su cosmovisión. No obstante,
como lo señaló John Passmore, “la idea de ‘restauración’, bien puede des-
cartarse silenciosamente de tal forma que se deja tras de ella una ambición
que los científicos de mentalidad secular podrían compartir con gusto”. 7 El
propósito y ambición declaradas de la sociedad científica utópica de Bacon
6
Francis Bacon, Novum Organum 2.52, en The New Organum and Related Writings [El nuevo
organón y escritos relacionados], Fulton H. Anderson (ed.) (New York: The Liberal Arts Press,
1960), p. 267.
7
John Passmore, Man’s Responsibility for Nature: Ecological Problems and Western Traditions [La
responsabilidad del hombre hacia la naturaleza: los problemas ecológicos y las tradiciones occidentales]
(London: Gerald Duckworth, 1974), p. 19. Para un buen análisis de la dominación de la
naturaleza por el hombre autónomo, ver cap. 1, “Man as Despot” [El hombre como déspota].
en “New Atlantis” eran “el conocimiento de las causas, y de los
movimien- tos secretos de las cosas; y la expansión de los límites del
imperio humano, haciendo posible todas las cosas”.8 Y este imperio
humano, el “imperio del hombre sobre las cosas”, Bacon afirma, “depende
totalmente de las artes y ciencias”.9
Con todo, precisamente porque Bacon aún mantiene residuos cristianos
en su cosmovisión, el significado idolátricamente redentor dado a la ciencia
se vuelve evidente. “Lo que el pecado ha arruinado”, comenta Passmore,
la ciencia podía repararlo en gran medida: el hombre no sólo podía
llegar a ser el titular, sino de hecho el señor de la naturaleza. Esto no era
de ningún modo la enseñanza cristiana ortodoxa; daba lo mismo decir
que el hombre, a diferencia de Dios, podía traer el mundo al estado ideal
que Isaías profetizó”.10
¿MAYORDOMOS O DIOSES?
Sin embargo, a pesar de sus triunfos culturales y carencia de ídolos clásicos
el Occidente moderno no reconoce al hombre como la imagen de Dios. Sería
admitir tanto nuestra naturaleza inherentemente derivativa y dependiente
como el carácter normado de la empresa cultural. Consecuentemente, la
idea de la mayordomía está visiblemente ausente de la cosmovisión
moderna. Pero si la gente moderna no se ve como imagen de Dios ni
sostiene bloques exteriores de madera y piedra como supuestas imágenes,
¿cuáles son las opciones sobrantes?
Aquí hallamos lo que es absolutamente único acerca de la cosmovisión
moderna secular. Por vez primera desde el Renacimiento tenemos en el
Occidente una civilización entera gradualmente llegando a creer y a afirmar
que la humanidad misma es Dios —no necesitamos ni a Dios ni imágenes. La
esencia del humanismo moderno es que la humanidad se deifica a sí misma.
Esto es considerablemente más radical que la visión griega en la cual el
hombre era divino en virtud de su razón, mediante la cual participaba en
un eterno logos, o mente divina. Aún la visión griega sostenía una esfera más
alta a la cual era nuestra tarea conformarnos. Sin embargo, en la
cosmovisión secular, hallamos la sorprendente creencia de que el hombre en
realidad es la medida de todas las cosas, y que la tarea de desarrollo cultural
es por lo tanto autodirigida, normada por nuestra propia racionalidad
autónoma.
Desde una perspectiva cristiana este desarrollo histórico es tanto ajeno
como paradójico. La paradoja es la similitud, aunque también la profunda
diferencia, entre la cosmovisión de la Biblia y la de nuestro tiempo moderno.
Pero es precisamente debido a que la visión secular del dominio humano
sobre la naturaleza es tan similar a la visión bíblica genuina de la mayor-
domía de la creación que la Edad Moderna ha disfrutado de tan increíble
avance cultural. La cosmovisión secular es dependiente de una importante
perspectiva bíblica. Con todo, esta perspectiva ha sido terriblemente distor-
sionada.
Postular nuestra autoridad absoluta sobre el sæculum, sugerir que pode-
mos por medio de nuestros esfuerzos propios, y en virtud de nuestra razón
autónoma, controlar y manipular la naturaleza externa para producir una
historia de progreso de caos hacia un último estado de perfección y armonía
—¡esto no es otra cosa que una pseudoreligión! Con la humanidad como
dios, y la naturaleza como la necia materia preexistente que debemos some-
ter para producir nuestra creación, aun hay una versión secularizada de la
historia redentora y de una escatología de progreso hacia un estado final de
bienaventuranza. La cosmovisión moderna es una religión que ha tomado
prestado mucho de su herencia cristiana pero no es otra cosa que idolatría:
el hombre mismo se ha convertido en el ídolo.
En términos bíblicos, hemos sembrado las semillas de nuestra propia des-
trucción al quebrantar el pacto de la creación. Como vimos en el capítulo
cuatro, la idolatría siempre presupone la desobediencia a las leyes del Rey
legítimo, y el inevitable resultado es la maldición del juicio. El hombre occi-
dental está ahora atrapado en su idolatría. Si cumple el mandato de Dios
de gobernar la creación como si fuéramos propietarios y no mayordomos, y
si se ocupa del desarrollo cultural sin acatar los estándares sabios y amo-
rosos de Dios, el resultado será un desastre —una guerra mundial, odio,
lascivia, avaricia, competencia, imperialismo, y destrucción ambiental. De
hecho, nos estamos dando cuenta, en estos días de angustia, que
profesando ser sabios nos hemos hecho necios. Al descartar la palabra del
Creador, estamos expuestos a fondo a nuestra locura. Tal es la extraña
paradoja de la inspiración cristiana, no obstante la perversión humanista,
de la Edad Moderna.
CAP´ITULO 9
El motivo que había guiado a la cultura occidental por siglos había sido
intercambiado por un nuevo modelo. La fe que se había arrodillado ante la
Virgen y el Niño, ahora rendía homenaje a la máquina. El sentido de idolatría
es sobrecogedor.
En respuesta al amenazante criticismo y escepticismo recientes en cuanto
a la tecnología, Gould Limited, una compañía con oficinas en Chicago, ha
producido una serie de tratados “apologéticos” para justificar su fe. El pri-
mer librito de la serie, Technology: Abandon, Endure or Advance
[Tecnología:
¿La abandonamos, la resistimos, o la hacemos avanzar?] declara su fe en la pri-
mer página. Un encabezado en negritas proclama: “Creemos en la promesa
de la tecnología”. Por desgracia, el escritor admite, el rápido avance de la
tecnología ha causado algunos problemas. ¿Cómo deberíamos resolver estos
problemas? “¿Debemos abandonar, resistir, o hacer que avance con nuevo
ingenio? Toda la historia muestra que sólo la tercer alternativa es viable”.
“La solución a los problemas introducidos por el avance tecnológico”, dice
otro encabezado en negritas, “es, y siempre ha sido, otro paso hacia adelante”.
Tales aseveraciones abundan en este sermón sobre la religión tecnicista.
Pero el remache es el último párrafo. Con un clímax de carácter altamente
5
Ibid.
6
Citado en James M. Houston, “Space, Time, and Authenticity,” [Espacio, tiempo, y autenti-
cidad] Regent College Bulletin (Otoño 1980).
emocional, como una especie de llamado de un altar secular, el escritor
pregunta, “¿Podemos estar seguros que la ciencia y la tecnología hallarán
respuestas? ¿Podemos estar seguros de que las soluciones a nuestros
proble- mas existen? No, pero podemos estar seguros de que únicamente la
ciencia y la tecnología las hallarán, si es que existen”. Entonces, en una
resolución reli- giosa final, puesta aparte en negritas al final de la página,
leemos: “Dicho de la forma más directamente posible: la ciencia y la
tecnología deben resolver nuestros problemas. Si no lo hacen, entonces
nada más lo hará”.7
Mientras que el cientificismo mantiene la promesa de omnisciencia, el
tecnicismo nos ofrece omnipotencia. La humanidad moderna ha llegado a
creer en el avance ilimitado (y por lo tanto sin normas) de la ciencia y tecno-
logía, sin considerar las consecuencias —sociales, ambientales o
psicológicas. Hemos llegado a creer que si se puede conocer, se debe
entonces conocer; y si se puede hacer, entonces debe ser hecho. La ciencia y
la tecnología se han convertido en guías autónomas, abstraídas de su
lugar en la creación de Dios y absolutizadas, convertidas en ídolos. La
ciencia, como si impartiera la palabra segura de conocimiento, es un
combustible inagotable para nues- tro progreso inevitable, mientras que la
tecnología es su motor eficiente y poderoso.
¿Dónde nos está llevando esta máquina monstruosa? ¿Cuál es la meta
última de nuestro progreso? La respuesta a estas preguntas fue dada con la
Revolución Industrial (de la mitad del siglo dieciocho a la mitad del siglo
diecinueve), con su transformación revolucionaria de la sociedad
moderna a través de la rápida urbanización y del desarrollo de la economía
basada en industrias. El propósito último del progreso era el crecimiento
económico y la prosperidad material.
12
John K. Galbraith, The New Industrial State [El Nuevo estado industrial] (Boston: Houghton
Mufflin Co., 1967), p. 164.
13
Ronald Sider, Rich Christians in an Age of Hunger [Los cristianos opulentos en la era del hambre]
(Downers Grove: InterVarsity Press, 1984), p. 38.
14
Bob Goudzwaard, Aid for the Overdeveloped West [Ayuda para el Occidente sobredesarrollado]
(Toronto: Wedge, 1975), p. 15.
15
Walter Wink, “Unmasking the Powers: A Biblical View of Roman and American Econo-
mics,” [El desenmascaramiento de los poderes: una visión de la economía romana y americana]
Sojourners 7(10) (1978), p. 14.
EL FINAL DE UNA ERA
EL FR´IO OTON˜ AL
NINGUNA UTOP´IA
32
R. Nelson, “The Exhaustion of Liberalism,” [El agotamiento del liberalismo], p. 27.
33
Bell, Cultural Contradictions of Capitalism, pp. 29-30. Cuando Bell y otros hablan de “moder-
nidad” de hecho se están refiriendo a algo que hemos llamado la cosmovisión del mundo
moderno y a la cultura que ha producido. Para un análisis y crítica del libro de Bell ver el
artículo de Bernard Zylstra “A Neoconservative Critique of Modernity: Daniel Bell’s Apprai-
sal”, [Una crítica neoconstructiva de la modernidad: el acercamiento de Daniel Bell] Christian
Scholar’s Review 7(4) (1978).
34
Comparar Bell, Cultural Contradictions of Capitalism, p. 166 y Rifkin, The Emerging Order:
God in the Age of Scarcity [El orden emergente: Dios en la era de la escaces], pp. 241, 269.
Parte 4
LA COSMOVISIO´ N B
´IBLICA EN ACCIO´ N
CAP´ITULO 10
La primer condición es tal vez, en este momento, obvia, pero vale la pena
repetirla. Si nuestra crisis es espiritual, entonces deberíamos comenzar por
preguntarnos si nuestra fe no está acaso maldirigida. Cualquier dios que no
puede cumplir sus promesas no es digno de nuestro servicio. Goudzwaard
dice que “debemos poner en tela de duda la aseveración de que el progreso
económico, técnico y científico de ser un fin en sí mismo”. 5 Debemos ser
libres para evaluar y aún rechazar el “progreso”.
No obstante, el rechazo de los ídolos no es fácil. Su poder podría estar
menguando, pero no están dispuestos a renunciar al control sobre nuestras
vidas. Podríamos afirmar intelectualmente que la felicidad no es cuantifi-
cable ni utilitaria, pero todavía acumulamos riqueza y consumimos bienes
en franca contradicción con nuestro conocimiento intelectual; lo que indica
4
Ver Goudzwaard, Capitalism and Progress [El capitalismo y el progreso] (Grand Rapids: Eerd-
mans, 1979),, pp. 187-88, y Aid for the Overdeveloped West [Ayuda para el Occidente sobredesarrollado]
(Toronto: Wedge, 1975), p. 58.
5
Goudzwaard, Capitalism and Progress, p. 193.
dónde está nuestro corazón en realidad. Pero a menos que rechacemos
abier- tamente a estos dioses, el renuevo cultural no será posible.
Abordar las preocupaciones ecológicas desde una postura económica de
interés propio, por ejemplo, sólo nos llevará a nuestra propia derrota. Si
conservamos la energía y limpiamos el ambiente simplemente porque
parece económicamente necesario, entonces nuestros motivos están
todavía arrai- gados en el servicio del economicismo. Tal servicio no nos
ayudará a salir de esta crisis. De hecho, precisamente tal servicio fue la
causa del problema. De forma similar es ingenua la confesion de fe que
citamos en el capítulo nueve: “la ciencia y la tecnología deben responder a
nuestros problemas. Si no lo hacen, entonces nada lo hará”.6 La
espiritualidad del cientificismo y del tecnicismo está en la raíz del problema,
y puede difícilmente ser el camino a la salvación. No, lo que necesitamos es
un rechazo de estos falsos ideales culturales.
Debemos empezar la discusión desde un lugar completamente diferente.
En vez de preguntarnos cómo podemos estimular la economía, los cristia-
nos debemos hacernos una pregunta más fundamental. ¿Por qué debemos
mantener el desgastado ideal del crecimiento económico del todo? Y si cues-
tionamos el crecimiento económico, entonces probablemente cuestionemos
el poderío nuclear también — no porque sea malo en sí, sino porque
funciona como base para una expansión económica continua a pesar de
los riesgos ambientales y médicos involucrados.
Si rechazamos el tecnicismo, tendremos que recurrir a una nueva forma
de tecnología (porque la técnica en sí no es mala), la cual coloque a la gente,
y no los productos, en primer lugar. O si el cientificismo es visto como un
dios falso, entonces tendremos que reevaluar la forma en que se
proporciona el cuidado médico en nuestros hospitales, y cómo realizamos
investigaciones en nuestras universidades. Estos ejemplos no lo ilustran
todo, por supuesto, pero no obstante nos muestran cuáles pasos podríamos
dar si elegimos recha- zar la trinidad impía.
EL RECONOCIMIENTO DE LA MULTIDIMENSIONALIDAD
6
Technology: Abandon, Endure or Advance? [Tecnología: ¿La abandonamos, la resistimos, o la
hacemos avanzar?] p. 12.
es cierto en el nivel biológico, lo es asimismo a lo largo y ancho de la vida
crea- cional (y por lo tanto cultural). Francis Schaeffer en su libro sobre
ecología dice: “Por lo tanto Dios trata a sus criaturas con integridad; cada
cosa en su propio orden, cada cosa de la forma en que fue creada”.7 Si
adoptáramos tal postura, esto acarrearía serias consecuencias para
nuestras vidas.
La cosmovisión moderna es reduccionista; esto es, reduce toda la vida
a su dimensión económica, técnica o científica. ¿Qué significa dar
reconoci- miento a la verdadera multidimensionalidad de la vida?
Considera, por ejemplo, la ropa y los cosméticos. Una revista de Toronto
una vez publicó un articulo sobre escuelas de belleza donde las chicas ado-
lescentes aprendían a ponerse el maquillaje, a coordinar los colores en sus
atuendos, a “verse bonitas”. Este interés no está mal en sí o por sí. La vida
tiene una dimensión estética que requiere nuestra consideración no sólo en
la galería de arte, sino también en nuestra apariencia personal. El problema
surge cuando una maestra describe el “embellecimiento” de sus alumnas
como una manera de ayudarles a “venderse a sí mismas”, tanto en el mer-
cado laboral como en la incesante cacería de un hombre (¡u hombres!). No
sólo es tal acercamiento al vestido y al maquillaje un acercamiento sexista,
sino que asimismo reduce la vida a funciones económicas. Las jovencitas son
“productos” que necesitan “envoltura” atractiva para que se “vendan” bien.
Una vision cultural cristiana no excluye la moda ni los cosméticos, pero si
excluye una reducción economicista de nuestras vidas estéticas.
O considera el trabajo. El trabajo humano se entiende en términos reduc-
cionistas como un ejercicio eficiente del poder para producir el máximo
bien económico. Tal punto de vista somete el trabajo a un análisis científico
para determinar la manera más eficiente para cumplir la tarea. Al traba-
jador entonces se le dice cómo hacer esa tarea, privado de toda libertad o
responsabilidad.8 En suma, el trabajo está sujeto a un analisis científico, que
determina la eficiencia técnica en función de una producción económica.
Pero el trabajo es de hecho una realidad multidimensional. Los seres
humanos son criaturas emocionales, psíquicas, y sociales, y su humanidad es
menoscabada cuando no se les da libertad ni responsabilidad en sus tareas.
Nuestro trabajo no es una parte separada de nuestra vida; es una parte
integral de lo que somos. Y si nuestro trabajo no puede se una expresión de
nuestra personalidad total, sufrimos emocionalmente. Nos encontramos en
la dicotomía de trabajo/tiempo libre descrita en el capítulo seis.
7
Pollution and the Death of Man: the Christian View of Ecology [La contaminación y la muerte del
hombre: una vision cristiana de la ecología] (Wheaton: Tyndale House, 1970), pp. 56-57.
8
Comparar el estudio de Goudzwaard y de Rifkin en cuanto el acercamiento de Frederick
Taylor a la gerencia científica en Capitalism and Progress, p. 92, y Rigkin, The Emerging Order:
God in the Age of Scarcity [El orden emergente: Dios en la era de la escasez] (New York: G. P. Putnam’s
Sons, 1979), pp. 186-89.
El trabajo también tiene un dimensión ética íntimamente ligada a las
creencias del trabajador. Si como cristianos creemos que la idolatría
económica es rebelión en contra del Dios de la creación y un pecado contra
la gente oprimida del mundo, entonces tendremos que lidiar con un pro-
blema obvio: la mayoría de nosotros trabajamos en instituciones y sistemas
que se erigen en honor de este ídolo. Nuestra visión cultural cristiana tendrá
que tratar con esta contradicción entre a quién adoramos los domingos y
aquello que servimos el resto de la semana. Tal vez los miembros del sin-
dicato cristiano, por ejemplo, deberían presionar a sus sindicatos a no sólo
preocuparse por aumentos de salarios, sino también por los controles de
contaminación, por las relaciones laborales y administrativas, y por la res-
ponsabilidad social. Tomar esta postura compagina más con la mayordomía
cristiana de los recursos de la tierra, y con el amor y comunidad en las rela-
ciones humanas. Pero el trabajador cristiano no debe ser ingenuo acerca del
costo de la responsabilidad ecológica; podría requerir sueldos menores.
Reconocer la multidimensionalidad de la vida requiere que demos a todos
los aspectos de la vida su propio lugar. La toma de decisiones, ya sea por
el gobierno o por personas, no debería estar exclusivamente preocupada
por el crecimiento económico. En el capítulo uno revisamos el debate cana-
diense sobre la exploración y transportación de petróleo y gas natural en
el A´ rtico. El gobierno se vale de lo que podría llamarse un
acercamiento de doble camino al asunto. El camino primero y más
importante es el económico: ¿Cuál es la eficiencia económica de
cualquier proyecto? ¿Pro- ducirá el proyecto el beneficio económico
óptimo, echando mano del mejor conocimiento científico y la tecnología
disponible en el momento presente? Si el proyecto pasa el examen, los
encargados de la toma de decisión avan- zarán entonces hacia el segundo
camino. Aquí buscan cómo “minimizar” los costos sociales y ambientales
del proyecto.
Tal acercamiento de doble camino a la toma de decisiones del gobierno
(si está relacionado con la energía, la educación, la política social, o el
cuidado de la salud) deja de honrar la integridad de las dimensiones no
económicas de la vida. Una visión cristiana, por el contrario, insiste que
los asuntos sociales, ambientales y personales son asuntos tan importantes
como los son las consideraciones económicas y tecnológicas. Así que el
acercamiento de doble camino nunca satisface —no sólo porque es tan fácil
sacrificar los intereses personales, las comunidades y los ecosistemas, sino
porque deja de responder a normas tales como el amor, la justicia y la
mayordomía. Esta falla nos conduce a una tercera condición para una
reforma cultural.
LA RENOVACIO´ N DE LA COMUNIDAD
COSMOVISIO´ N Y ERUDICIO
´N
EL RECHAZO AL CIENTIFICISMO
8
Hendrik Hart “Critical Ref lections on Wolterstorff’s Reason within the Bounds of Religion”
[“Ref lexiones críticas sobre La razón dentro de los límites de la religión de Wolterstorff”] en
(Toronto: Institute for Christian Studies, 1980), pp. 3-4.
9
Para una buena introducción al pensamiento de Dooyeweerd ver su libro In the Twilight
of Western Thought, [En el crepúsculo del pensamiento occidental] (Philadelphia: Presbyterian and
Reformed, 1960) o Las raíces de la cultural occidental (Barcelona: CLIE, 1998). Su trabajo
más amplio se encuentra en su cuarto volumen A New Critique of Theoretical Thought
(Philadelphia: Presbyterian and Reformed, 1953-58) Gran parte del contenido de los capítulos
11 y 12 depende del material de un artículo escrito por Brain Walsh y Jonathan Chaplin,
“Dooyeweerd’s Contri- bution to a Christian Philosophical Paradigm” [“La contribución de
Dooyeweerd al paradigma filosófico cristiano”], Crux 19(1) (Marzo 1983).
10
Ver Sire, Universe Next Door [El universo en la puerta de al lado], y sus artículos en Faith and
Discipline [Fe y disciplina]; N. Wolterstorff, Reason within the Bounds of Religion [La razón dentro
de los límites de la religión] (Grand Rapids: Eerdmans, 1976); y Arthur Holmes, All Truth is God’s
Truth [Toda verdad es verdad de Dios] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1983).
11
Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions [La estructura de las revoluciones científicas]
(Chicago: University of Chicago Press, 1962); N.R. Hanson, Patterns of Discovery [Los patrones del
descubrimiento] (Cambridge: At the University Press, 1965); M. Polanyi, Personal Knowledge [El
conocimiento personal] (Chicago: University of Chicago Press, 1958); Gerard Radnitzky, Contem-
porary Schools of Metascience [Las escuelas contemporáneas de metaciencia] (Chicago: Henry Regnery
Press, 1973).
obviamente forma de hablar de una perspectiva cristiana en la ref lexión uni-
versitaria. No habría tampoco razón alguna para nuestros intentos de derro-
car el cientificismo como un dios falso. Pero el hecho es que la ciencia no es
autónoma. La misma proliferación de escuelas de pensamiento en conflicto
en las varias disciplinas, que encuentran imposible establecer comunicación
unas con otras, sugiere que hay algo más fundamental que está en juego en
estos debates que meramente un conflicto de interpretaciones sobre
hechos. Mientras Ian Barbour nota que no quedan hechos sin interpretación,
Han- son señala que todos los datos están ya “cargados de un peso
teórico”.12 Y Dooyeweerd afirma que los debates entre escuelas de
pensamiento en con- f licto son a menudo poco provechosas porque no
penetran en los puntos de arranque de cada una. Tal penetración es
imposible precisamente por- que esos puntos de partida “están
encubiertos por el dogma concerniente a la autonomía del pensamiento
teórico”.13 En otras palabras, en tanto pre- tendamos que la ciencia es
puramente objectiva y que no contiene puntos religiosos de partida, el
verdadero diálogo científico es imposible. El dogma del cientificismo debe
dar lugar a un mejor entendimiento de la naturaleza de toda ref lexión
universitaria.
24
Ibid., p. 58.
CAP´ITULO 12
EL REDUCCIONISMO EN OPOSICIO´
N AL CARA´ CTER
MULTIDIMENSIONAL
9
Desafortunadamente, muchos profesores cristianos viven una vida dualista. Dejan en casa
sus presuposiciones cristianas al salir rumbo al laboratorio o a la oficina.