FALACIAS
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FALACIAS
Indice
Causa de muerte: películas de Nicolas Cage ........................................... 2
Falacias ad hominem............................................................................... 14
Bibliografía…………………………………………………………………….17
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¿Extraño, no? ¿Qué relación puede haber entre las películas de Nicolas Cage y
las muertes en piletas? Dejemos la respuesta momentáneamente en suspenso, y
pasemos a otro tema.
Se dice que a principios del siglo XX, un educador inglés elucubró una hipóte-
sis: las personas con manos más grandes tenían mejor caligrafía, porque podían
manejar mejor el lápiz o la pluma. Para comprobarlo, se realizó un estudio con
todos los alumnos de una escuela, y la correlación fue absoluta: a manos más
grandes correspondía mejor caligrafía. Las probabilidades de que esa correlación
no fuera una mera coincidencia eran del 99%. Sin embargo, la hipótesis de que el
tamaño de la mano incide en la caligrafía, fue totalmente descartada. ¿Por qué?
¿Acaso los datos no la habían confirmado?
No. Los datos confirmaron la correlación (a manos más grandes, mejor cali-
grafía). Pero correlación no implica causalidad. Las manos más pequeñas co-
rrespondían a los chicos de menor edad, como los de primer grado, que recién
habían aprendido a escribir. Las manos más grandes, en cambio, correspondían a
chicos más grandes, que ya tenían más años de práctica y dominaban mejor la
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pluma. Para el caso, si se hubiera medido la correlación entre el talle de los zapa-
tos o el ancho del cráneo y la caligrafía, el resultado hubiera sido el mismo.
FRASE CLAVE:
¿A qué viene toda esta explicación acerca de las correlaciones? Nos sirve para
explicar la llamada falacia de la falsa causalidad, en la que periodistas, científi-
cos, políticos, economistas y especialistas de distinta índole suelen caer constan-
temente. Pero primero, hagamos un alto para explicar qué son las tan nombradas
falacias.
Las falacias
Una falacia (del latín fallacia, “engaño”) es un esquema de razonamiento que
a simple vista parece totalmente válido (y casi de sentido común) pero que en
realidad no lo es, sino que por el contrario, resulta falso desde el punto de vista
lógico.
Algunas falacias se cometen intencionalmente para persuadir o manipular a los
demás: muchas otras (la mayoría) se cometen sin intención debido a descuidos o
ignorancia. En ocasiones, las falacias pueden ser muy sutiles, por lo que se debe
poner mucha atención para detectarlas.
Que un argumento sea falaz, no implica que su conclusión sea falsa. Si yo digo
“Mañana va salir el sol porque el sol salió todos los días durante millones de
años, por lo tanto, es eterno”, la conclusión (mañana va a salir el sol) es verdade-
ra (se pueden ir a dormir tranquilos). Pero el razonamiento (“va a salir mañana
porque es eterno”) es incorrecto. De hecho, el sol de eterno no tiene nada; en
4.500 años se habrá apagado por completo.
Existe una gran cantidad de falacias. El especialista español Ricardo García
Damborenea, en su Diccionario de falacias –que es de dominio público y se
puede descargar gratuitamente; ver Bibliografía– identifica 77 falacias diferentes.
Otros autores llegan a 120, y hay listados que superan las 200. Pero en definitiva,
las que se usan con mayor frecuencia son unas veinte.
Es fundamental que los periodistas conozcan al menos las falacias más
comunes, para que puedan desenmascararlas cuando las utilice algún
entrevistado, o cuando las vean en alguna noticia o informe.
Tyler Vigen (Vigen, 2015), señala que a fines del 1800, se detectó en Holanda
un fenómeno curioso: la tasa de nacimiento de los seres humanos iba de la mano
con el crecimiento de la población local de cigüeñas. Más adelante, varias gene-
raciones de padres apelarían al “te trajo la cigüeña” para evitar conversaciones
incómodas con sus hijos. Pero la correlación real persiste, y varios estudios reali-
zados en el siglo pasado y el actual confirmaron una conexión estadística signifi-
cativa entre las cigüeñas y la tasa de nacimientos humanos en varios países euro-
peos.
Más allá de lo anecdótico, muchas veces esta falacia provoca errores en el ám-
bito del periodismo e incluso en el mundo científico. En 1958, William Phillips,
un profesor de la London School of Economics, publicó un documento acerca de
la conexión entre el desempleo y la inflación. A medida que otros economistas
exploraron los datos de Phillips, la correlación se extendió como un reguero de
pólvora: las altas tasas de inflación estaban relacionadas con el bajo desempleo, y
viceversa. Las implicaciones a nivel de políticas públicas estaban claras. Las
economías nacionales sólo necesitaban elegir entre la inflación y el desempleo, o
de alguna manera, encontrar un equilibrio entre las dos. La Curva de Phillips,
como se llamó a esa correlación, influenció a las decisiones de política macro-
económica durante décadas tanto en Europa como en los Estados Unidos.
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Esta falacia puede dar lugar a falsos argumentos. Imaginen que durante un de-
bate en torno a si los videojuegos violentos promueven conductas violentas en
los jóvenes, uno de los participante dice:
Entre 1993 y 2004, que fue la década del surgimiento y la gran masificación
de los videojuegos, los índices de violencia de la población disminuyeron en
varios de los principales países europeos. Por lo tanto, queda claro que es
una tontería suponer que los videojuegos son causa de violencia.
Otro ejemplo. Supongamos que Alice, una adolescente hija de una pareja de
mujeres, sufre una crisis de identidad, tras la cual se deprime, y finalmente se
suicida. Imagínense que un diario afirma:
Supongamos que dicho estudio es serio y está bien hecho. Al igual que ocurría
con la caligrafía y el tamaño de las manos, una correlación no implica causalidad.
En este caso, entra en juego un tercer factor, que nadie mencionó, y que es el
verdadero causante de la correlación: el grado de conservadurismo de las parejas:
Las parejas más liberales, por su parte, no tienen problemas en convivir an-
tes de casarse. Pero tampoco tienen problemas en separarse, aún teniendo hijos,
si comprueban que la relación no satisface sus expectativas.
El efecto dominó
La falacia consiste en creer que un pequeño cambio (tal vez de apariencia ino-
cua o inocente) en una dirección determinada, desencadenará una serie de acon-
tecimientos que llevarán a una verdadera catástrofe.
“Si los estudiantes no nos plantamos con determinación ante las au-
toridades universitarias por este problema pequeño, el decanato pensa-
rá que tiene luz verde para arrebatarnos todos nuestros derechos. Y eso
es lo que harán gradualmente, hasta no dejar ninguno”.
Deje de sufrir
¿Por qué se considera que este tipo de esquemas son falaces? La falacia se
produce cuando no hay evidencias comprobables de que cada uno de los pasos
desencadene el otro. En las ciudades rurales, si el productor agropecuario gana
más dinero, tal vez a las peluquerías y a los restaurantes les vaya mejor. Es pro-
bable. Pero también puede ocurrir que el productor decida aprovechar ese dinero
excedente para comprarle un departamento a su hijo en Buenos Aires. O para ha-
cer ese viaje a Europa que tenía pendiente desde hacía tiempo. O tal vez se deci-
da a importar desde Alemania una cosechadora robotizada, o una ordeñadora au-
tomática que hará el trabajo de varios peones rurales, con lo cual, en definitiva,
aumentará la desocupación en su comunidad.
Este breve diálogo ilustra una falacia muy común: invertir la carga de la prue-
ba. Quien sostiene una premisa, es quien está obligado a probarla, y no al revés.
Esta falacia funciona invirtiendo el orden: se supone algo como cierto, porque es
imposible probar su falsedad. Tal es el caso de los extraterrestres, los fenómenos
paranormales, los duendes, el monstruo del lago Ness o su versión criolla,
Nahuelito.
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No hay ninguna evidencia de que los egipcios ni ningún otro pueblo de la anti-
güedad tuvieran algún tipo de mecanismo que les permitiera manipular piedras
gigantescas como las que se usaron en las pirámides. Por lo tanto, mientras no
se pueda explicar cómo fueron colocadas esas piedras, tenemos que aceptar
como válida la idea de que intervinieron seres de otros planetas.
Otro ejemplo:
Las dos alternativas son con frecuencia, aunque no siempre, los puntos de vis-
ta más extremos dentro de un espectro de posibilidades. En vez de tales simplifi-
caciones extremistas, es más apropiado considerar el rango completo de opcio-
nes.
El mundo se divide en dos clases de personas: las que hacen realidad sus
sueños, y las que trabajan todos los días de 9 a 18 por un salario reducido
para aquellos que hacen realidad sus sueños. ¿A qué grupo de personas les
gustaría pertenecer?
Es obvio que el mundo no se divide de esa manera, sino que existe una enorme
cantidad de graduaciones intermedias. Hay ejecutivos que ganan 30 o 40 millo-
nes de dólares por año, pese a lo cual son meros empleados que trabajan para los
accionistas de las empresas que los contratan. Y no dan la sensación de sentirse
fracasados ni infelices.
Falacias ad hominem
A la hora de debatir o argumentar, hay dos cursos principales de acción. Uno
es cuestionar la propuesta o las ideas del adversario (lo que se conoce como ar-
gumentación ad rem, “en relación a la cosa”). La otra alternativa es cuestionar al
oponente; centrarse en la persona y no en el contenido de su discurso. Es lo que
se denomina argumentación ad hominem (hacia la persona).
—A afirma B;
Falacia genética
Este tipo de argumento no tiene nada que ver con el ADN, los cromosomas ni
la biotecnología. Simplemente consiste en descalificar a un argumento debido a
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“¿Qué puede saber un cura sobre la educación de los niños, si por definición
nunca tuvo hijos?”
“Usted, licenciado, no puede hablar sobre el aborto. Hay cuestiones que só-
lo las mujeres, que las padecemos en carne propia, podemos comprender ca-
balmente”.
De esta manera, los autores buscan descalificar a los directivos del Sedronar
debido a sus profesiones, aduciendo que no eran especialistas en la materia. La
realidad es que si se quiere demostrar el fracaso de una gestión, hay que hacerlo
con argumentos.
Falacia de la inconsistencia
“¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la vi-
ga que está en el tuyo? (…) ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y
entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Lucas
6, 41-42).
Ahí está ése, dándonos consejos a los griegos sobre concordia, cuan-
do aún no ha logrado convencerse a sí mismo, a su mujer y a su criada
–tres personas tan solo— a ponerse de acuerdo en su vida íntima. (Plu-
tarco, Preceptos conyugales).
Muy gran vergüenza han de tener de corregir a otros los que ven que
hay mucho que corregir en sí mismos; porque el hombre tuerto no
toma por adalid al ciego. (Fray Antonio de Guevara).
Bibliografía
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https://www.lanacion.com.ar/1757575-scioli-no-voy-a-andar-reaccionando-cada-vez-
que-alguno-dice-algo
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Vigen, T. (2015). Spurious Correlations. Nueva York: Hachette Books.