Cáncer de Colon
Cáncer de Colon
Cáncer de Colon
INTRODUCCIÓN
El cáncer del colon y recto es la afección cancerosa más común del tubo digestivo. En
mujeres ocupa el segundo lugar, sólo después del carcinoma de mama como causa de
la mortalidad por cáncer. En varones es tercer cáncer mortal más común, precedido
por los carcinomas pulmonar y próstata.
Se estima que durante 1992 se presentaron en Estados Unidos casi 155,000 nuevos
casos de cáncer de colon (110,000 de colon y 45,000 de recto) con una mortalidad por
la enfermedad aproximada de 58,300 pacientes.
El cáncer rectal es ligeramente más común en varones, en tanto que en mujeres hay
una predominancia ligera de cáncer de colon. Un estadounidense tiene casi 55% de
probabilidad de desarrollar cáncer colorrectal durante un período de vida de 70 años.
Casi todos los casos de esta afección se diagnostican en mayores de 50 años y la
frecuencia de la enfermedad aumenta de manera progresiva después de esta edad. A
pesar de la relación con el envejecimiento, el cáncer colorrectal no es estrictamente
una afección de la edad avanzada; entre 6 y 8% de los casos ocurren en menores de
40 años. Las formas familiar y hereditaria de la afección se inician con la edad mucho
más temprana, típicamente alrededor del tercer decenio.
El dolor en abdomen bajo se relaciona con mayor frecuencia con tumores de colon
izquierdo más estrecho.
Es muy poco común que el síntoma de presentación sea fiebre. En pocas ocasiones hay
septicemia, pero puede ocurrir en cualquier etapa de un tumor de intestino grueso;
una bacteriemia por Streptococcus bovis sugiere firmemente carcinoma colorrectal.
El intestino grueso también puede perforarse en el sitio del tumor, tal vez porque una
neoplasia transmural pierde su riego y se torna necrótica. Estos casos se confunden
con facilidad con diverticulitis aguda y el proceso inflamatorio puede limitarse al sitio
de la perforación; sin embargo, es posible que en algunos pacientes no se tenga una
perforación y origine peritonitis generalizada. En casos raros ocurre la perforación
hacia un órgano vecino (por lo general vejiga o vagina) y se manifiesta por
neumaturia, fecaluria, o drenaje vaginal feculento.
Desafortunadamente es posible que los primeros signos de cáncer de colon dependan
de una enfermedad metastásica. Las metástasis hepáticas masivas pueden causar
prurito e ictericia. La presencia de ascitis, ovarios crecidos y depósitos diseminados en
los pulmones en una radiografía de tórax pueden deberse a cáncer de colon por otra
parte asintomática. En esta afección avanzada rara vez es útil el tratamiento.
En pacientes con síntomas que sugieren cáncer de colon, el diagnóstico definitivo suele
establecerse por endoscopía (sigmoi-doscopía o colonoscopía flexible) o enema de
bario. Se requieren otros estudios para valorar la extensión de la enfermedad y buscar
metástasis.
Los exámenes de colon con bario pueden mostrar la lesión primaria y descubrir un
cáncer sincrónico en alguna otra parte del colon (que ocurre de 3 a 5% de los
pacientes). Para un enema de bario suele ser necesario restringir la dieta y administrar
catárticos. Sin embargo, si se sospecha una obstrucción aguda de colon y las
radiografías simples del abdomen muestran un colon dilatado puede hacerse un enema
de bario (o un estudio de contraste con medio hidrosoluble) sin proporción, para
descubrir la localización y naturaleza de la lesión obstructiva.
En la actualidad, la colonoscopía es el examen más preciso y completo del intestino
grueso. La colonoscopía y los estudios de enema con bario deben considerarse
complementarios entre sí. El propósito de una valoración completa de colon y recto en
pacientes con cáncer de intestino es descartar carcinomas y pólipos sincrónicos.
El aumento de ACE tiene una correlación alta con la recurrencia del tumor y la
presencia de metástasis del cáncer colorrectal. Si el ACE está elevado antes de la
operación, la frecuencia de recurrencias es alta sin importar la etapa de la enfermedad.
Los valores de ACE están elevado antes de la operación, la frecuencia de valores de
ACE en el postoperatorio pueden indicar, lo completo de la resección quirúrgica o la
presencia de metástasis oculta.
Un título creciente de ACE después del tratamiento puede indicar una recurrencia antes
de que sea obvia la afección clínica. Cuando la valoración de ACE se utiliza aislada
tiene una precisión de 70% para predecir el desarrollo de metástasis hepática en el
transcurso de un año; combinada con estudios de TC aumenta hasta un 90 por ciento.
Para la irrigación del intestino con solución salina (o una solución salina equilibrada) se
introduce una sonda nasogástrica y se irriga el intestino con solución salina tibia a un
ritmo constante de 50 a 75 ml/min. La mayoría de los pacientes comienza a eliminar
heces en el transcurso de 60 minutos de iniciar la irrigación, que se continúa hasta que
sale limpia el agua por el recto; por lo general esto ocurre alrededor de 4 h después de
iniciar el procedimiento. Esta técnica requiere unos 10 a 14 l de líquido. Si bien se
logra un aseo excelente del intestino, los enfermos se encuentran muy incómodos por
el paso de la sonda nasogástrica y hay retención importante de líquido con un aumento
del peso corporal de 2 a 3 kg. Es posible que los pacientes con afección cardiovascular
no toleren este grado de absorción de líquido.
El manitol es un oligosacárido de peso molecular alto no absorbible que actúa como
agente osmótico para asear el intestino grueso. El paciente puede tomar la solución,
que es muy agradable, pero para que sea eficaz debe ingerir un volumen grande (4,l)
de solución isotónica en el transcurso de 4 h. Se ha demostrado que también es útil un
volumen más pequeño de manitol hipertónico, pero con este método puede haber
deshidratación y pérdida de electrolitos. Las dos desventajas principales del uso de
manitol en el preoperatorio son el aumento de infecciones postoperatorias de la herida
(al parecer, el manitol sirve como nutriente para E. coli) y producción de gas
potencialmente explosivo en el colon.
Hoy en día la preparación del intestino que se utiliza con mayor frecuencia es mediante
una solución isotónica para lavado con polietilenglicol (PEG) en solución salina
equilibrada. El PEG también actúa como purgante osmótico, pero no sirve como medio
de cultivo para bacterias ni produce gases explosivos en colon. Con este método de
aseo el paciente puede ingerir comida ligera al mediodía y líquidos claros en la tarde
anterior a la operación. Para lograr el aseo adecuado del colon se administran en el
transcurso de 4 h un promedio de 4 l de solución de PEG que puedan ingerirse o
instilarse a través de una sonda nasogástrica pequeña. Este método ha originado
menos retención de líquido que el lavado salino, pero aún resulta un poco incómoda
para el paciente. Puede administrarse metoclopramida media hora antes de iniciar el
lavado para reducir las náuseas. La preparación mecánica del intestino disminuirá el
número absoluto de bacterias del colon, pero al parecer no afecta la concentración
bacteriana en la luz y aún es inaceptablemente alto el índice de infección
postoperatoria de la herida cuando no se utilizan antimicrobiana (entre 30 a 60%). La
concentración bacteriana del colon se puede reducir con antibióticos por vía oral o
intravenosa, y no hay acuerdo acerca del preparado ideal. Casi todos los cirujanos
utilizan una combinación de antibióticos orales (neomicina más eritromicina), 1 g de
cada una, a la 1 y 2 de la tarde y a las 11 de la noche, el día anterior a la operación y
un antibiótico de amplio espectro por vía intravenosa inmediatamente antes de la
intervención quirúrgica. El tiempo de administración de los antibió-ticos es importante,
el índice de infecciones en el postoperatorio se puede reducir a mucho menos del 10%
con un aseo adecuado del intestino, y la administración preoperatoria de antibiótico
aunque, al parecer, estos fármacos no son eficaces en el postope-ratorio.
La obstrucción por cáncer del lado izquierdo implica un problema más difícil. Si sólo es
parcial y se encuentran heces y gas en el recto puede ser posible proceder al aseo
preoperatorio del colon, como se describió; sin embargo, cuando la radiografía
muestra un colon distendido sin aire en el recto, la obstrucción es completa y resulta
esencial un tratamiento urgente. El enema de bario debe confirmar la presencia de
oclusión y su sitio exacto.
a. Resección primaria sin anastomosis. Se lleva el extremo proximal del colon a
la pared del abdomen, con una colostomía y el distal a un sitio separado en la misma
como una fístula mucosa. Si la neoplasia se encuentra tan baja que no es posible
exteriorizar el extremo distal del colon, se sigue un procedimiento de Hartmann.
6. Perforación
La perforación de la pared del colon por cáncer es una urgencia quirúrgica que pone en
peligro la vida. Es posible que el diagnóstico no sea obvio antes de la celiotomía
porque el cuadro clínico puede simular úlcera péptica perforada o diverticulitis con
peritonitis generalizada. Es obligatorio explorar muy bien la cavidad peritoneal. Con
frecuencia puede ser difícil diferenciar una masa pélvica inflamatoria por una
diverticulitis de la que depende un cáncer de colon sigmoide perforado.
Existen menos opciones quirúrgicas para tratar el cáncer de colon perforado que uno
obstructor. El objetivo de la intervención quirúrgica es eliminar el segmento enfermo,
perforado, del intestino. Puede ser posible hacer una anastomosis; sin embargo, ante
un intestino no perforado, con un campo contaminado, siempre debe buscarse
protección mediante colostomía o ileostomía proximal. El estoma temporal de
derivación puede cerrarse unas 10 semanas después de la operación urgente. Una
alternativa es resecar el segmento perforado y exteriorizar los extremos proxi-mal y
distal en la forma descrita antes (o utilizar la operación de Hartmann para lesiones
más distales). Una vez que el paciente se recupera de la operación inicial, es posible
restablecer la continuidad intestinal.
Después de resecar el segmento perforado se irriga muy bien la cavidad peritoneal con
solución salina para eliminar toda la contaminación visible y la administración
intravenosa de antibióticos se continúa en el postoperatorio.
En fecha reciente se publicó un estudio clínico bien organizado que valoró el efecto del
levamisol solo, levamizol con 5-FU y observación únicamente. Después de una
vigilancia media de tres años, al parecer el levamisol solo no tuvo ningún efecto
importante. Sin embargo, con 5-FU y levamisol, en comparación con la cirugía sola,
hubo un efecto espectacular en la supervivencia sin enfermedad y total en pacientes
en etapa III. El tratamiento con 5-FU y levamisol redujo el riesgo de recurrencia de
cáncer en un 41% y la mortalidad total en 33%. Los porcentajes estimados de
supervivencia total a los tres años y medio fueron de 71% para el grupo de 5-FU y
55% en quienes no recibieron quimioterapia. No se demostró una ventaja
estadísticamente importante en pacientes con enfermedad en etapa II que recibieron
quimioterapia, pero es posible que con el transcurso de otros dos años se evidencie
algún beneficio. En estudios clínicos en curso también se investigan los posibles
beneficios de la quimioterapia postoperatoria adyuvante con leucovorina y con índices
altos de respuestas en pacientes con enfermedad metástasica conocida. En la
actualidad parece razonable tratar a los pacientes con enfermedad en etapa III con 5-
FU y levamisol. Aún no se observan beneficios claros en pacientes con enfermedad en
etapa II y es probable que este problema se aclare en poco tiempo con el resultado
final de estudios clínicos en curso.
Los exámenes físicos después del tratamiento quirúrgico del cáncer colorrectal pueden
tranquilizar al paciente y al médico, pero tienen poco valor para la detección temprana
de la recu-rrencia de la enfermedad. Cuando es factible palpar un cáncer recurrente en
un examen del abdomen, éste invariablemente ya no es resecable.
La sigmoidoscopía tiene cierto valor cuando se vigila pacientes que se trataron con una
resección anterior baja y anastomosis por cáncer rectal o de sigmoide porque permite
observar directamente la anastomosis. La colonoscopía es más útil para detectar
pólipos o cánceres metacrónicos en enfermos con cáncer colorrectal tratado
previamente.
La resección del colon por Vía Laparoscópica fue informada por primera vez en 1990
por Moisés Jacobs y Gustavo Plasencia, una vez que habían adquirido una gran
experiencia en casos de colecistectomías de hernioplastías y apendi-cectomías que
habían requerido movilización del ciego y del colon ascendente, y que pudieron
realizarse sin dificultad ni tiempos operatorios prolongados. A esto siguió la experiencia
en el laboratorio con el modelo experimental, donde desarrollan la técnica de
manipulación de los tejidos y colocación de los trócares, que más tarde fue aplicada en
la movilización del colon y del cierre de colostomías en seres humanos. En junio de
1990 se realizó una colectomía derecha por vólvulo del ciego.
Los autores mencionados prefieren llevar a cabo las resec-ciones con asistencia
laparoscópica. La colectomía lapa-roscópica total se puede definir como aquélla en que
todos los pasos del procedimiento se llevan a cabo en forma intracorpórea antes de la
extracción del espécimen. Las resecciones asistidas son aquéllas en las cuales la
movilización, transección y revascularización se completan intracor-póreamente y la
anastomosis se lleva a cabo en forma extracorpórea.
Los procedimientos guiados por la técnica laparoscópica son aquellos en los que se
moviliza un segmento particular del colon y su mesenterio, y lo que falta del
procedimiento, es decir desvacularización, transección y anastomosis, se efectúan en
forma extracorpórea. En la experiencia de estos autores, las resecciones colónicas
laparoscópicas totales no ofrecen ventaja alguna sobre las asistidas si la incisión no se
extiende por más de 6 cm. La colectomía laparoscópica total requiere más tiempo,
esfuerzo y un gasto adicional, por los instrumentos y equipo descartable necesarios
para evitar contaminación por el contenido intestinal y de cualquier manera, aún
requiere una incisión abdominal o perineal para extraer el espécimen. Se ha informado
la extracción a través del recto, dependiendo del segmento colónico y del tamaño de la
lesión, pero conlleva al riesgo de lesión al esfínter anal.
Estos procedimientos sólo deben ser llevados a cabo por cirujanos que posean la
capacitación y la experiencia necesarios para la cirugía de colon y recto con técnica
abierta. No puede haber una “separación” entre cirugía laparoscópica y convencional,
sino que el cirujano debe dominar ambas técnicas.
La exploración de la cavidad abdominal es un procedimiento sistemático que debe
seguirse durante toda cirugía laparos-cópica. Hay que inspeccionar la superficie
peritoneal en busca de anormalidades, y llevar a cabo la observación completa del
hígado y el examen del intestino delgado desde el ligamento de Treitz hasta el íleon
terminal, la inspección de la vesícula biliar, de la vejiga urinaria, del estómago. Si
existe indicación, se debe explorar también la transcavidad de los epiplones y el
páncreas. Durante un procedimiento en el que se sospecha o se sabe de una lesión
maligna que puede o no ser resecable, y en la que existe duda de la localización, o
bien de la presencia de otra lesión simultánea, debe considerarse con toda seriedad la
posibilidad de conversión. Por supuesto, la desventaja de no tener palpación es una de
las limitaciones del método laparoscópico.
El paciente debe haber sido evaluado de una manera muy completa en el preoperatorio
mediante tomografía axial computarizada (TAC), enema de bario y colonoscopía. El
cirujano debe conocer la localización del segmento afectado. Tanto la colonoscopía
como la sigmoidoscopía transopera-torias, complementadas a veces por
ultrasonografía, pueden ser muy valiosas cuando existe la duda de la localización de
una lesión en particular. Una vez que el diagnóstico laparoscópico se completa y se ha
llevado a cabo el procedimiento, se debe confirmar la presencia de una hemostasia
satisfactoria, la integridad de la anastomosis, y descartar la posibilidad de una lesión
yatrógena.
d. Instrumentos. Los trócares utilizados en cirugía laparos-cópica deben ser de 10,
11 y 12 mm, lo que ofrece la flexibilidad de cambiar el laparoscopio y los instrumentos
para la disección y para engrapar, etc. Con respecto a la disección y tracción, los
instrumentos de 10 mm tienen la resistencia y el tamaño necesarios para manipular el
colon, que puede ser muy grueso y grande.
a. Identificación. Esta es quizá la parte más importante del procedimiento, puesto
que resulta vital identificar el segmento colónico afectado. En el caso de diverticulitis
crónica, fístulas por enfermedad diverticular o lesiones obstructivas benignas o
malignas, la identificación laparoscópica es sencilla. En el de lesiones pequeñas de tipo
polipoide, lesiones malignas pequeñas o malformaciones arteriovenosas, por ejemplo,
la identificación con laparoscopio resulta prácticamente imposible; en estos pacientes
debe emplearse la localización preoperatoria, con el uso de medio radiopaco o
colonoscopía, con marcado endoscópico. Si no se identifica el sitio de la lesión al
tiempo de la cirugía, puede usarse, con gran probabilidad de éxito, la colonoscopía
transoperatoria.
Hemicolectomía derecha
Posición.- Se coloca al paciente en decúbito supino, con ambos brazos al lado del
cuerpo, en posición de Trendelenburg moderada y con rotación hacia la izquierda.
• Procedimiento
Una vez que se crea una ventana, se puede identificar claramente el uréter. Un
segundo plano se puede desarrollar distal a los vasos principales. Esto se facilita
aplicando tracción ascendente en el pedículo, utilizando una pinza de Babcock
manejada por el trócar del flanco izquierdo. Una vez identificadas ambas áreas, una
pinza de Babcock accionada desde el trócar suprapúbico controla la exposición de los
vasos distales y otra, ubicada en el trócar umbilical, permite la observación de los
vasos mesentéricos inferiores; entonces se coloca una engrapadora con cartucho
vascular en el flanco izquierdo y se realiza la división de los pedículos. Debe observarse
el uréter a través de la ventana que se creó previamente, antes de que se dispare la
engrapadora.
Se divide el peritoneo del resto del corredor parietocólico y una vez que se ha
alcanzado el nivel de disección deseado, el resto de vasos mesentéricos son ligados y
divididos ya sea con grapas individuales o con la engrapadora lineal. Se delimita
entonces el área de división del colon. En este momento, el trócar suprapúbico se
cambia por otro de 33 mm que permitirá la introducción de la engrapadora, la cual
puede utilizarse con múltiples disparos, o bien un aparato de engrapado de menor
calibre, que puede introducirse a través de los trócares umbilicales o del flanco
izquierdo, lo cual se considera lo más conveniente.
Cuando se hace una resección anterior baja, el espacio retrorrectal se separa por
medio de disección roma con tijeras electroquirúrgicas o un disector plano. La
disección se lleva a cabo en sentido distal hacia la fascia de Waldeyer. Para completar
la disección del espacio retrorrectal y exponer los elevadores del ano en el caso de
lesiones bajas, debe dividirse por completo la fascia de Waldeyer. Se divide el
peritoneo rectovesical y se moviliza el recto con disección roma o cortante. Se ejerce
tracción en sentido inferior a través del trócar umbilical, utilizando una pinza de
Babcock. Para evitar que el útero obstruya la visión del plano de la pelvis, se puede
colocar a la paciente en posición de Trende-lenburg acentuada y retraer el útero con
un instrumento colocado en el flanco izquierdo, o bien, se puede utilizar un
laparoscopio de 30° o 45º para facilitar la disección. Los pedículos rectales laterales se
dividen con electrocauterio. El recto se moviliza en sentido inferior hasta el nivel de los
elevadores del ano en ambos lados. La división del recto se efectúa en la forma ya
mencionada, teniendo cuidado especial de no producir laceraciones o desgarros en él,
lo cual puede tener graves consecuencias, sobre todo si la operación se lleva a cabo
por lesiones malignas.
Una vez que se han llevado a cabo la movilización y la desvascularización, se toma el
segmento principal del colon dividido con una pinza de Babcock a través del trócar
umbilical. Se evacúa el neumoperitoneo y se extiende la incisión del trócar suprapúbico
hasta 6 cm para extraer el espécimen. Si la operación se realiza por lesiones malignas,
el sitio de extracción se protege con una cubierta de plástico. Es muy importante que
para llevar a cabo la extracción del espécimen se haya evacuado el neumoperitoneo, a
fin de evitar implantes en el área de extracción. Se selecciona el margen proximal de
la resección y se disecan el tejido graso y el mesenterio. Se aplica una sutura en bolsa
de tabaco al extremo proximal del intestino dividido.
Por último, en la resección anterior baja, es importante disecar y dividir por completo
la fascia de Waldeyer y realizar la disección en el nivel inferior hasta el nivel de los
elevadores del ano. Ambos uréteres deben ser delineados en su trayectoria completa.
Cuando se requiere crear una ostomía, esto se hace en una forma similar a la ya
descrita en el trócar suprapúbico. Siempre debe cerciorarse que la movilización del
colon es adecuada y que no existe tensión en la anastomosis.
Con la posible excepción de algunas operaciones que preservan la función del esfínter
con formación de una bolsa ileal, el espectro total de procedimientos de cirugía
colorrectal se ha llevado a cabo con el uso del laparoscopio. Al igual que ocurrió con las
indicaciones de la cirugía de la vesícula biliar, no hay duda sobre cuál será la evolución
en lo que se refiere a las indicaciones finales de la técnica laparoscópica.
En el momento actual, sus aplicaciones en la enfermedad no maligna son
relativamente bien aceptadas, con pocas excepciones, que se refieren básicamente a la
enfermedad de Crohn, y a la colitis ulcerativa. En lo que atañe a las lesiones malignas,
continúa una feroz controversia hasta el momento, pero en el futuro cercano se
tendrán más datos objetivos para decidir su situación.
La selección de los pacientes debe seguir los mismos cánones que en cirugía
tradicional. Aquellos con un riesgo mayor pueden no ser candidatos para el método
laparoscópico. Pueden utilizarse las variantes que incluyen neumoperitoneo a baja
presión o laparoscopía sin insuflación, para disminuir el impacto fisiológico del
neumoperitoneo.
Las contraindicaciones de la cirugía laparoscópica son también las pocas que privan
para la cirugía convencional. A medida que aumenta la experiencia laparoscópica de
los cirujanos, las contraindicaciones que inicialmente fueron absolutas, han pasado a
ser relativas. Un paciente con una masa abdominal palpable que se sabe es maligna,
constituye una contraindicación absoluta si el objetivo de la operación es curativo. La
posibilidad de una gran masa tumoral y de que el tumor esté fijado con extensión
directa, puede anular cualquiera de las ventajas del método laparoscópico.
• Complicaciones
Las complicaciones vinculadas con la cirugía laparoscópica del colon pueden clasificarse
en aquéllas yatrógenas y las que son específicas de la operación. Muchas de las
lesiones yatrógenas se producen por falta de experiencia del cirujano que se encarga
del procedimiento. El establecimiento del neumoperitoneo y la colocación de los
trócares pueden ocasionar lesiones en la fase inicial de la experiencia del cirujano.
Todas éstas pueden evitarse con la observación de los principios ya establecidos para
crear un neumoperitoneo seguro. Las lesiones atribuibles a los trócares pueden
prevenirse fácilmente con el buen uso del laparoscopio. Las complicaciones mayores
relacionadas con la resección colónica son lesiones a la pared del intestino (por lo
general vinculadas con la tracción), lesiones a los uréteres, lesiones vascu-lares,
torsión ocasional del colon y la posibilidad de no encontrar la lesión específica al
resecar el espécimen. Otras complicaciones pueden consistir en recurrencia aislada del
cáncer en los sitios de los trócares o de la extracción del espécimen. Este problema se
analiza en mayor detalle en la sección siguiente. Cuando se consideran las eventuales
complicaciones relacionadas con la cirugía colorrectal laparos-cópica, debe
presuponerse que, aparte de las lesiones relacionadas con el procedimiento
laparoscópico en sí, pueden ocurrir también todas las complicaciones asociadas con la
cirugía convencional. El cirujano debe mantener una conducta segura y vigilante para
prevenir estas complicaciones, y debe estar preparado para convertir el procedimiento
en convencional cuando haya una indicación precisa.
• Controversia en la Cirugía Laparoscópica de Colon