Introducción - Curso Introducción A La Fe

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 47

Introducción a

la fe
– Centro de Estudios Conferre, Chile
Pedro Pablo Achondo Moya, sscc

Introducción

“Jesús no propone una doctrina sobre Dios. Nunca se lo ve explicando su idea de Dios. Para
Jesús, Dios no es una teoría. Es una experiencia que lo transforma y lo hace vivir una vida
más digna, amable y dichosa para todos”. (J.A. Pagola, Jesús, aproximación histórica.
Editorial Claretiana, 2009 p. 318).

“La fe presupone un encuentro histórico con ese Dios que revela lo que debe ser creído. Y,
de nuevo, es fácil demostrar que no disponemos de criterios absolutos en lo que se refiere
a ese encuentro”. (J.L. Segundo, La liberación de la teología, Sao Paulo: Loyola, 1978; p.
185)

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino a través del
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y,
con eso, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 1)

1
1. ¿Qué decimos cuando decimos fe?
Cuando decimos fe no nos referimos solamente a una cierta confianza en Dios o al acto de
creer, ni siquiera solamente al vínculo que poseemos con una religión en particular. Es
mucho más que eso. Decir fe es decir fundamentalmente dos cosas que iremos
profundizando en el camino: 1) el acto de creer, es decir, la fe con que creemos
(dimensión subjetiva); y 2) los contenidos o enunciados de esta fe (dimensión objetiva).
Esto nos llevará entonces a preguntarnos por el ¿Por qué creer? ¿Para qué? Y más
importante aún, ¿en qué creemos? ¿En quién? ¿De que forma? ¿Con quienes? ¿Qué
significado tiene cada contenido de la fe?

2. ¿Fe en qué, en quién?


La fe cristiana es en Alguien. No creemos en Algo, sino en alguien, en una persona con
rostro, con historia, con familia, con preguntas. Descubrimos la Fe a partir del encuentro
con esa persona llamada Jesús de Nazaret. El encuentro con la persona de Jesús puede
surgir de diversas maneras; desde la familia, desde la educación escolar y catequética,
desde el encuentro con los más pobres, desde la contemplación de la Creación… sin
embargo nada puede reemplazar las escrituras, el lugar dónde la comunidad creyente ha
guardado las enseñanzas, gestos y palabras del Maestro. El lugar donde conocemos la
Memoria de Jesús, que se hace efectiva en los Sacramentos y en particular en la
celebración de la Cena del Señor en comunidad. La fe la celebramos, la vivimos y la
compartimos con otros. Nos viene de otros y se las transmitimos a otros. De generación
en generación.

3. Un curso de introducción a la fe
Un curso de introducción a la fe puede plantearse de diversas maneras: deseando
abarcarlo todo, en el sentido de repasar toda la teología y analizar como en cada uno de
los ámbitos va a apareciendo la dimensión subjetiva y objetiva de la fe. O, de otro modo,
realizar una visión panorámica del significado y sentido de la fe en la historia y sobretodo
hoy. De todas maneras esta segunda vía nos llevará a entrar en los contenidos específicos
de la fe y en el Contenido fundamental que es la Persona de Jesús a quien dedicaremos la
mayor parte de este curso. Optamos, evidentemente en este segundo camino.

Queremos que este curso sea un sumergirse –no olvidemos esta palabrita- en el
océano profundo, misterioso y hermoso de la fe.

2
Capítulo I: Jesús
“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha
dado a conocer” (Jn 1,18)

Muchos cristianos dicen que Jesús es el Hijo de Dios, o directamente Dios. Pero el
concepto de Dios que tenemos en la mente no coincide con las manos encallecidas del
carpintero de Nazaret y, mucho menos con el rostro desfigurado del crucificado.

En la comunidad primitiva la fe surgía de la predicación y era seguida de una


iniciación en y a la comunidad que se coronaba con la transmisión y pronunciamiento de
la profesión de fe.

En nuestros días se torna urgente realizar una buena iniciación a la fe, una buena
catequesis; pues muchos de los cristianos parecen no estar conscientes de lo fundamental
y aquellos que están alejados poseen una imagen deformada de lo que significa ser
cristiano y de la Iglesia. Vivimos en América Latina y otras partes un cristianismo social o
cultural, es decir ausente de una verdadera iniciación. Ser cristiano no se transmite por
herencia o cultura. Exige una iniciación y una opción. Nos referimos al ser y al creer del
cristiano.

En la historia del cristianismo, el periodo que llamamos Cristiandad fue justamente


la pérdida de la diferencia entre el ser cristiano y el cristianismo socio-cultural. La religión,
la sociedad y la cultura prácticamente se identificaban. Un bautizado podía ser miembro
de la Cristiandad, pero no necesariamente cristiano. Faltaba la decisión consciente de
optar por el Mesías Jesús.

El evangelio de Juan, el cual citamos al comienzo, presenta a la narrativa de Jesús-


Carne, que es la Palabra de Dios: cuando Jesús habla es Dios quien habla; y lo que Jesús
hace es Dios quien lo hace. Jesús es el relato vivo de Dios. Sin embargo, si desde el inicio
Jesús es llamado “Palabra” de Dios, solo se descubre en qué sentido es tal palabra
escuchando el relato de sus signos y obras, relato que debe conducir a la opción de creer
en él y de encontrar la vida en esta opción. Juan nos recuerda y convida a hacer teología,
es decir a hablar de Dios que nadie ha visto jamás, pero del cual Jesús es el relato, el
retrato hablado.

De este modo para hablar de la fe, debemos comenzar por Jesús, por escuchar el
relato de Jesús y de su comunidad.

3
1. ¿Quién dice la gente que soy yo?
Esta pregunta la hace Jesús a sus discípulos, según el relato de Marcos 8, 27. Jesús le
pregunta a la gente de fe lo que piensa el resto, lo que escuchan, lo que aparece en el
común de las personas respecto a Jesús. Un profeta, Juan Bautista, Elías u otro. Y a lo largo
de la historia se ha dicho mucho respecto a Jesús: un gran maestro, un iluminado, un
sabio, un revolucionario, el hijo de Dios, un hombre pleno, un ser de luz, el referente
moral de la humanidad, creador de una nueva religión, fundador de la Iglesia, un místico,
el Salvador de los hombres, Dios en la tierra, el restaurador del Pueblo de Israel, etc… Sin
embargo, ¿qué sabemos realmente de Jesús? ¿Quién es Jesús? ¿Quién decimos nosotros
que es Jesús?

2. Punto de partida de la FE
Comencemos diciendo que Jesús es el punto de partida de la fe. Es en Él y por Él que
tenemos fe. En realidad Jesús y la fe se auto implican, pues es Jesús quien nos regala la fe
y al mismo tiempo es Él el objeto de la fe, es decir, tenemos fe en Aquel que nos reveló la
fe. Dicho de otro modo, creer en Jesús es un acto de fe. Y al mismo tiempo ese acto de fe
brota de la propia revelación de Dios en Jesús.

Por ello que el punto de partida de la fe es Jesús, y de la teología es la cristología. La


pregunta por Jesús. La cristalización de esta pregunta se dio en el Concilio de Calcedonia,
el año 451 d.C. con la feliz fórmula: “JesuCristo es verdadero hombre y verdadero Dios”.
Ya antes de Calcedonia, en el Concilio de Nicea (321 d.C.) se llegó a la afirmación de que
“Jesús, el Hijo de Dios es de la misma naturaleza (sustancia) del Padre”. Y si vamos más
atrás llegamos a las Escrituras donde se afirma que el Resucitado es el mismo que el
Crucificado. Esta confesión de fe, es el inicio del cristianismo.

3. Jesús en los Evangelios y las Sagradas Escrituras


Según nuestra fuente principal, las Sagradas Escrituras y en especial los Evangelios que
nos relatan el acontecimiento de Jesús, podemos saber que Jesús nació hace poco más de
dos mil años, que sus padres fueron María y José, que anunciaba el Reino de Dios en
medio de su pueblo; que fue crucificado y resucitó apareciéndose primero a las mujeres
que lo seguían. Según los estudios más actuales podemos afinar un poco más la
información que tenemos respecto a Jesús de Nazaret. Vamos viendo, Jesús nació durante
el reinado del emperador romano Augusto, antes de la muerte de Herodes el Grande el
año 4 a.C.; Jesús habría nacido entre el año 4 y el 6 a.C. Probablemente en Nazaret,
aunque Mateo y Lucas hablan de Belén por razones teológicas que ya veremos. La lengua
materna de Jesús fue el arameo; no sabemos con certeza si sabía leer y escribir. Conocía

4
seguramente el hebreo, la lengua literaria que se empleaba en la liturgia. Según algunos
autores podía hablar algo de griego, pero no el latín. Vivió su infancia, juventud y los
primeros años de su vida adulta en Nazaret, lejos de las grandes rutas comerciales. Jesús
era un hombre de una mentalidad rural, se dedicaba a su oficio de artesano y su
educación fue en un contexto familiar judío. Se discute si trabajó en la reconstrucción de
Séforis, ciudad greco-romana cerca de Nazaret. En un momento determinado Jesús oyó
hablar de Juan el Bautista, que promovía un movimiento de conversión, cerca del río
Jordán. Jesús dejó su tierra, se dirigió al Jordán y recibió el bautismo. Fue, sin duda, una
experiencia de encuentro con Dios. Deja su hogar. Probablemente anduvo un tiempo
corto con el Bautista. Comienza una actividad propia y original. No gozó del apoyo
familiar, llegaron a pensar que estaba fuera de sí y que deshonraba a toda la familia (clan).
Jesús crea nuevas relaciones formando un grupo de seguidores y seguidoras. Se marcha a
Cafarnaúm para desarrollar su predicación. Hacia el año 27 Jesús da comienzo a una
actividad itinerante que lo lleva de Galilea a Jerusalén, donde será ejecutado
probablemente el 7 de abril del año 30. Jesús apenas habla de sí mismo, su predicación se
centra en lo que él llama el “reino de Dios”. No hay duda de la actividad sanadora de
Jesús, de que curó a diversos tipos de enfermos. En la sociedad de su tiempo, Jesús fue un
exorcista y un curador popular que ejerció gran atracción entre la gente. Pese a esto, Jesús
se resistió siempre a llevar a cabo signos espectaculares que probablemente le reclamaron
que hiciera. Jesús adoptó una conducta extraña y provocativa: no practicaba las normas
establecidas sobre la pureza ritual, no se preocupaba de limpiarse las manos antes de
comer, no practicaba el ayuno. En ocasiones rompía con las leyes prescritas para el
sábado. Se lo veía acompañado de mendigos, hambrientos y gente marginada. María
Magdalena ocupaba un lugar importante en el movimiento de Jesús. Jesús no pretendió
romper con el judaísmo ni fundar una institución propia frente a Israel, sin embargo se
formó en torno a Jesús un grupo reducido de seguidores itinerantes, entre los que había
un cierto número de mujeres. El grupo más cercano de Jesús era llamado los “Doce” y
simbolizaba su deseo de restaurar a Israel.

En la primavera del año 30, Jesús subió a Jerusalén, en el territorio de Judea, que a
diferencia de Galilea estaba regida por un prefecto romano. La ciudad de Jerusalén estaba
gobernada directamente por el sumo sacerdote Caifás. El gesto hostil (profecía contra el
Templo) hacia el Templo de Jerusalén causó su detención. Previendo el final violento,
Jesús celebró una cena de despedida con sus discípulos, en la que realizó un gesto
simbólico con el pan y el vino. En el momento de su detención fue abandonado por sus
cercanos. Es posible verificar que entre los años 35 y 40, los cristianos confesaban con
varias fórmulas (Kerygma) una convicción compartida por todos y que rápidamente se
propagó por todo el Imperio: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos”.

5
Vamos adentrándonos en los rasgos fundamentales del hombre Jesús.

4. Campesino y artesano en Galilea


A partir de una comprensión mítica, Jesús sería un Hijo de Dios que descendiendo del
cielo, ya con un mensaje listo de parte de Dios, lo comunicó a los seres humanos. El lugar
geográfico e histórico no tendría mucha importancia en la construcción del relato de
Jesús. Lo importante es la “Revelación”, y este depósito debería ser guardado por la
Iglesia. La teología moderna toma en serio el misterio de la encarnación y la orientación
pre-paulina, asumida por San Pablo en el himno a los filipenses (Flp 2, 5-11). Dios asume la
condición humana y se hace sujeto del tiempo y del espacio, de la historia y de la cultura.
Por ello, mientras más comprendamos el medio en el que Jesús se insertó, más lo
entenderemos y conoceremos.

Jesús no era un desconocido, la gente sabe que se ha criado en Nazaret, conocen a


sus padres y hermanos (los evangelios informan que Jesús tenía 4 hermanos: Santiago,
José, Judas y Simón). Es hijo de un artesano. Nazaret era una aldea pequeña y
desconocida, de apenas 200 a 400 habitantes. Nunca aparece mencionada en los libros
sagrados del pueblo judío. Algunos de sus habitantes vivían en cuevas excavadas en sus
laderas. Las casas por lo general tenían una estancia en la que se alojaba toda la familia,
incluso los animales. Las casas daban a un patio compartido por tres o cuatro familias del
mismo grupo. Jesús ha vivido en estas casas, las conoce hasta el mínimo detalle. Esto
aparece en su lenguaje. Sabe cuál es el mejor lugar para colocar el candil, ha visto a las
mujeres barriendo con hojas de palmera para buscar alguna moneda. Más adelante,
cuando Jesús salga a recorrer Galilea no hará grandes discursos teológicos, ni citará libros
sagrados. Jesús habla de la vida, por ello cualquier persona lo podía entender. Basta vivir
intensamente cada día y escuchar con corazón sencillo las audaces consecuencias que
Jesús extrae de ella para acoger a un Dios Padre.

Así, vivir en Nazaret es vivir en el campo. Jesús ha crecido en medio de la


naturaleza; es cosa de ver la forma en que habla. Se ha fijado en los pájaros que no
siembran ni cosechan, los lirios del campo, las higueras, el sol, la lluvia. Desde allí aplica su
mirada de fe. Pues, a través de imágenes cotidianas instruye sobre el significado de Dios:
su bondad, cuidado, respeto, amor, misericordia, perdón.

En las ciudades llaman a los habitantes de las aldeas rurales “am ha arets” que
literalmente significa: “gente del campo (o de la tierra)”, pero que se utilizaba
peyorativamente, calificando a las personas de rudas e ignorantes. ¿Acaso puede salir algo
bueno de Nazaret?, preguntaba la gente (Jn 1,46). La vida de los campesinos era dura, la
comida escasa. Las dos cosas fundamentales en las familias campesinas eran el honor y la

6
subsistencia. Jesús puso en peligro el honor de su familia cuando la abandonó; su vida de
vagabundo, sin oficio fijo, lejos de su hogar, realizando exorcismos y curaciones, y
anunciando sin autoridad alguna un desconcertante mensaje; era una vergüenza para
toda la familia.

Respecto a su vida de trabajador, Jesús fue un vecino sabio e inteligente que


escuchaba con atención y guardaba en su memoria las palabras sagradas, oraciones y
salmos que más quería. Lo que sí aprendió Jesús fue un oficio para ganarse la vida. No fue
un campesino dedicado a las tareas del campo, sino que fue un “artesano” como lo había
sido su padre (palabra que designa el oficio de trabajar con diferentes materiales, como la
piedra, la madera e incluso el hierro). Probablemente Jesús reparaba techumbres, fijaba
vigas, construía puertas y ventanas de madera. Modesto trabajo que mantenía a la familia
de Jesús tan pobre como la mayoría de los galileos de su tiempo. No estaba en lo más bajo
de la escala social y económica. Su vida no era como la de los esclavos ni conocía la
miseria de los mendigos; peor tampoco vivía la seguridad de los campesinos que
cultivaban sus propias tierras. Su vida se parecía más bien a la de los jornaleros que
buscaban trabajo casi cada día.

Jesús inicia su vida apostólica en un contexto sociopolítico conturbado que va a


concluir en la gran rebelión judía del año 66, seguida en el año 70 de la destrucción de
Jerusalén y el Templo por Tito, hijo del emperador romano Vespasiano. La Palestina había
sido ocupada por las legiones romanas desde el año 63 a. C. El rey Herodes, el grande –
aquel de la matanza de los inocentes (Mt 2,13ss)- acoge los intereses de Roma haciéndose
conocido como “rey amigo y socio del pueblo romano”. En la vida pública de Jesús, el
reino de Herodes había sido dividido entre sus 4 hijos: una tetrarquía. Y a Herodes Antipas
le tocó el territorio de Galilea, donde Jesús prácticamente vivió casi toda su vida oculta y
misionera. En tiempos de Jesús la Palestina era agitada por motines populares de protesta
contra la dominación político-económica romana. Séforis, la capital de Galilea a unos 8
kilómetros de Nazaret, donde vivía Jesús, fue arrasada por los romanos y su población
esclavizada. Al inicio de la vida pública de Jesús, Juan Bautista es encarcelado y ejecutado
por Herodes. Pareciera que la razón de esto fue una cuestión moral de la vida familiar de
Herodes y la suspicacia de Herodías (Mc 6,17ss).Sin embargo, como observa el historiador
judío Flavio Josefo, Herodes Antipas mandó a ejecutar a Juan el Bautista porque temía una
rebelión del pueblo. La reacción de Jesús es clave: “Al oírlo, Jesús se retiró de allí en una
barca, aparte, a un lugar solitario” (Mt, 14,13). Jesús se esconde.

5. Jesús itinerante
En este contexto se entiende bien la inteligente estrategia de Jesús de estar circulando de
ciudad en ciudad. Después que dejó su casa no tuvo ningún hogar estable. Su vocación

7
misionera ilumina también su vida de peregrino. Se suman razones políticas y teologales.
De artesano y campesino, Jesús asume después la vida de itinerante, peregrino. Esto
provocó gran desconcierto entre su familia y su pueblo. Sus parientes no querían creer en
él, y la principal razón debe ser que no entendían porqué teniendo el don de la cura no lo
aprovechaba en ellos. Llegan a decir que perdió el juicio (Mc 3,21). Cuando surgía alguien
con un don especial las familias judías lo retenían para que pudiera atender en casa y así
obtenían recursos para vivir. Jesús contradice tal proyecto. Renuncia a aquella seguridad
propia y familiar y opta por una vida itinerante. Repetidas veces los evangelios nos hablan
de que Él debía ir a otras ciudades. “Es necesario que anuncie la buena nueva del Reino de
Dios también en otras ciudades, porque es para eso que he sido enviado” (Lc 4, 43). Así,
no siguiendo las costumbres de los milagreros y curanderos asume una vocación de
profeta.

En un primer momento Jesús, como hemos dicho aparece como seguidor de Juan
Bautista. Jesús reconoce en Juan rasgos iniciales de su propio mensaje. El grupo del
Bautista continuó luego de la muerte de Juan, pero muy disuelto y pequeño. Muchos
continuaron siguiendo a Jesús. Pablo encontró en Éfeso al judío Apolo, natural de
Alejandría, que siendo instruido en el camino del Señor, solo conocía el bautismo de Juan
(cf. Hch 18, 24ss). Ese grupo no dejó ningún rastro en la historia. Lo que ocurre es que la
experiencia del Reino de Dios y del “Dios del Reino” –como dice Jon Sobrino- hecha por
Jesús se diferenciaba de la de Juan. El Dios de Juan se coloreaba con las características
proféticas del Antiguo Testamento: la amenaza, la dureza y el juicio. Jesús, por su lado
partía de la experiencia del Abbá, del Dios Padre; que amplió a todos los seres humanos.
Sin embargo, vale decir que ambos anunciaban la conversión porque “el Reino de los
cielos (Mt 3,2), o Reino de Dios (Mc 1,15) se ha acercado; crean en la Buena Nueva”.

6. Jesús y su tiempo, tradiciones, religión


El nombre de Jesús es YESHÚA. Según la etimología popular quiere decir “Yahvé salva”.
Nombre que le puso su padre el día de la circuncisión. Era un nombre tan común que
había que añadirle algo más para identificar a la persona. En su pueblo lo llamaban Yeshúa
ben Yosef, “Jesús hijo de José”, a veces “Jesús de Nazaret”. En la Galilea del año 30 era
fundamental al conocer una persona saber de dónde viene, a que familia pertenece. Para
la gente Jesús era “galileo”, no venía de Judea, tampoco había nacido en la diáspora en
alguna colonia judía establecida por el Imperio. Provenía de Nazaret, no de la ciudad santa
de Jerusalén.

El profeta Isaías, desde la capital judía de Jerusalén, había hablado de la “Galilea de


los gentiles”. Sabemos muy poco de los “galileos” viviendo lejos de Jerusalén, en un
territorio invadido a lo largo de seis siglos por asirios, babilonios, persas, ptolomeos y

8
seléucidas. No contaban con un centro religioso como el de Jerusalén, tampoco tenían
una aristocracia sacerdotal nativa o una clase dirigente para cultivar las tradiciones de
Israel, como sí sucedía en Judea. Sin embargo, es evidente que eran judíos al igual que sus
vecinos. Lo atestiguan las piscinas para la purificación, la ausencia de cerdo en la
alimentación, los recipientes de piedra y el tipo de enterramientos.

No es fácil conocer de forma precisa cómo se vivía en Galilea la vinculación


religiosa con Jerusalén. Había ciertamente una distancia geográfica y espiritual. Cuando
Jesús y sus discípulos subían a Jerusalén, cruzaban de alguna manera una barrera, pues
venían desde los márgenes geográficos del judaísmo de Galilea hasta su centro. Los
galileos subían en peregrinación a Jerusalén. La peregrinación no es solo un fenómeno
religioso, sino un acontecimiento social muy importante.

A Nazaret no llegaban los grandes maestros de la Ley. Eran los mismos vecinos
quienes se preocupaban de alimentar la fe en el seno del hogar y las reuniones del día
sábado. Desde Nazaret Jesús no podía conocer de cerca el pluralismo que se vivía entre
los judíos. Solo de manera ocasional y vaga pudo oír hablar de los saduceos de Jerusalén,
de los diversos grupos fariseos, de los monjes de Qumrán o de los terapeutas de
Alejandría. Así, su fe se fue alimentando en la experiencia religiosa que se vivía entre el
pueblo sencillo de las aldeas de Galilea. Los vecinos de Nazaret confesaban dos veces al
día su fe en un solo Dios, creador del mundo y salvador de Israel. En un hogar judío era lo
primero que se hacía en la mañana y lo último en la noche. La oración que se recitaba la
conocemos como Shemá Israel: “Escucha, Israel…” (Dt 6, 4-5). A pesar de vivir perdidos en
aquella pobre aldea, los vecinos de Nazaret tenían conciencia de pertenecer a un pueblo
muy querido por Dios. Entre ese Dios único e Israel había una relación muy especial, Dios
había establecido una Alianza: el Señor sería su protector. Los varones eran circuncidados
para llevar en su propia carne la señal que los identificaba como miembros el pueblo
elegido. Jesús fue también circuncidado por su padre José a los ocho días de nacer. El rito
se llevó a cabo probablemente una mañana en el patio de la casa familiar. Día a día Jesús
iba aprendiendo a vivir según los grandes mandamientos del Sinaí. Sus padres le iban
enseñando los preceptos rituales y las costumbres sociales que la ley prescribía. La Toráh
lo impregnaba todo. El sábado en la mañana, todos los vecinos de Nazaret se reunían en la
sinagoga del pueblo para un encuentro de oración. Era el acto más importante del día. Sin
duda la sinagoga de Nazaret era muy humilde. La oración empezaba con el Shemá Israel o
alguna bendición. Se leía una sección del Pentateuco, seguida a veces de alguna lectura de
los Profetas. Todo el pueblo podía escuchar la Palabra de Dios. Después comenzaba la
predicación, en la que cualquier varón podía tomar la palabra.

Las fiestas religiosas eran muy preciadas. En septiembre se celebraba la “fiesta del
año nuevo” (Rosh Hashaná). Diez días más tarde el “día de la expiación” (Yom Kippur), una

9
celebración que transcurría en el interior del templo, donde se ofrecían sacrificios
especiales por los pecados del pueblo. Al pasar seis días se celebraba una fiesta mucho
más alegre y popular que duraba siete días; la llamada “fiesta de las tiendas” (sukkot).
Recordaban las tiendas del desierto, donde se habían cobijado una vez liberados de la
opresión de los egipcios. En primavera se celebraba la gran “fiesta de Pascua”(Pésaj), que
atraía a miles de peregrinos del mundo entero. La víspera del primer día se degollaba el
cordero pascual y al anochecer la familia se reunía para celebrar con una emotiva cena la
liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Cincuenta días después, ya cerca del
verano, se celebraba la “fiesta de Pentecostés” o “de la cosecha”. Asociada al recuerdo de
la Alianza y del regalo de la ley en el Sinaí.

En este clima religioso se desarrolló la fe de Jesús, en las reuniones del sábado y las
grandes fiestas de Israel; pero sobretodo en el seno de su familia, es allí donde aprende el
sentido profundo de sus tradiciones y a orar a Dios. Probablemente Jesús elevaba su
oración de bendición (Beraká) en cualquier momento. Una antigua tradición cristiana
guardó una espontánea bendición que brotó del corazón de Jesús: Te alabo Padre, Señor
del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y haberlas
revelado a los pequeños (Lc 10, 21; Mt 11, 25).

7. La promesa hecha a David, el Ungido


El texto de los discípulos de Emaús (Lc 24, 27) nos remite a Las Escrituras. El mismo Jesús
se entiende a sí mismo a partir de una promesa realizada a sus ancestros. Interesante leer
en esta clave 2 Samuel 7, 12.14.16. El Salmo 132 e Isaías 63, 19.

Entre el año 1200 y 1000 a.C., el pueblo de Israel organizado en 12 tribus llegó y habitó
la “tierra prometida”. Quien lideró la entrada a la tierra fue Josué. Después de él, el
pueblo fue dirigido por “Jueces”. Cerca del año 1000 a.C. el pueblo le pidió al último de los
jueces, el profeta Samuel, un rey que tuviera un ejército permanente para enfrentar a los
enemigos. A Samuel lo le gustó mucho la petición del pueblo, pero se hizo cargo. El rey de
Israel sería un “siervo” de Dios, único y verdadero rey de Israel. De esta forma Samuel
unge a Saúl como Rey y después de este a David (2 Sm 16, 11-13), que a pesar de sus
faltas fue un “siervo leal al Señor”. Sin embargo para cuidar que su Alianza fuera cuidada,
que gobernara con justicia al pueblo y amor a los pobres, Dios puso al lado de David al
profeta Natán. Fue por boca de Natán que Dios realizó una alianza con David prometiendo
que siempre un descendiente de él ocuparía el trino (2 Sm 7, 12-13). Durante todo el
tiempo que duró la monarquía, Dios suscitó profetas para dar a conocer su voluntad a los
reyes y poderosos. Los profetas se tornaron los “guardianes de la Alianza”. En los libros 1 y
2 de los reyes es narrada la historia de los sucesores de David, hasta el exilio en Babilonia.
El sucesor inmediato fue su hijo Salomón. Salomón construyó el Templo de Jerusalén,

10
pero también impuso grandes impuestos y trabajos forzados. Por ello, después de su
muerte la mayor parte de los Israelitas se separó de la casa real de David. El reino se
dividió. Los rebeldes formaron el Reino del Norte que abarcaba diez de las doce tribus de
Israel. La casa real se quedó con la tribu de Judá, en el sur, teniendo a Jerusalén como
capital.

En el año 722 a.C. el reino del norte, Israel, cayó en manos de los asirios, que
deportaron a gran parte de la población y en parte la obligaron a mezclarse con pueblos
extranjeros, de oriente. En 586 los babilonios acabaron con el reino del sur, destruyeron el
Templo y llevaron la elite de Jerusalén al exilio o cautiverio en Babilonia. Lo que en la
tradición profética es considerado un castigo divino por la infidelidad de los reyes de Judá.

Habiendo sido derrotados los babilonios por el rey de Persia (Ciro), mandó a los judíos
de vuelta a Jerusalén el año 538 a.C. (libro de Esdras y Nehemías). Llegando construyeron
en II Templo que existió hasta la época de Jesús y los primeros cristianos. Viviendo bajo la
tutela del rey de Persia los judíos no eran plenamente felices, no tenían autonomía
nacional ni un verdadero rey. Tenían que llamar de “rey de reyes” al rey de Persia.
Basándose en la promesa hecha por Dios a David alimentaban el deseo de un nuevo
David, de un nuevo Mesías o Cristo. Este Mesías era visto como aquél que establecería en
la tierra el reinado de Dios.

8. La vida pública de Jesús. Esperanzas mesiánicas


Algo ya hemos esbozado la gran vida pública de Jesús. Ahora entraremos en su
predicación y las esperanzas que el Pueblo de Israel tenía en el Mesías que tendría que
venir. Como ya dijimos, Jesús comprendía su misión y mensaje a partir de su experiencia
única de Dios como Padre (dimensión subjetiva, comunicada). Inicialmente enseñaba en
las sinagogas de Galilea; con autoridad y poder que causó admiración. Como signo de que
el Reino de Dios se estaba realizando Jesús expulsaba a los “espíritus inmundos”, que
consistían en enfermedades inexplicables, sobretodo psiquiátricas o mentales (Mc 1, 21-
28). Entre los dichos de Jesús destaca el Sermón de la Montaña (Mt 5-7 que corresponde a
la forma larga con varias cosas que Lucas dice en otros lugares; Lc 6, 20-36). En las
Bienaventuranzas Jesús declaraba que el Reino de Dios era para los pobres y las personas
de corazón recto. Los que colocaban su esperanza en Dios caminaban en ese reinado.
Jesús explicaba la Ley, la Toráh; pero de una manera diferente de los maestros que
enseñaban en Israel. En vez de apegarse a la letra Ley, la explicaba en el sentido de la
voluntad de Dios: el Padre lleno de amor. Jesús quería que la Ley fuera interpretada a la
luz del amor de Dios. Tocaba a los leprosos para curarlos (Mc 1, 40-45), mientras la Ley
prescribía que no se podía tocar a los enfermos si no estaba curados. Se atribuyó a sí
mismo la autoridad de perdonar pecados (Mc 1, 1-12). Permitía que se realizaran

11
actividades el día santo, el Shabat (Mc 2, 22- 3,6), afirmando que “el sábado es para el
hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27).

Criticando la religión formalista de los maestros y de aquellos que eran considerados


piadosos, Jesús enseñaba a buscar la voluntad de Dios en todo. Lo principal siempre fue el
amor fraterno. Sin embargo, mientras era menos apegado a la Ley que los escribas, se
mostró más exigente en cuanto a lo esencial: el amor. Así, era más severo en relación al
divorcio, que dejaba a la mujer desprotegida, lo que era contrario al amor de Dios (Mt 5,
27-32). Se manifestó más exigente respecto a la injuria y difamación. Predicaba hasta el
amor a los enemigos, porque Dios es bueno para con los buenos y para con los malos. Y,
recordando que la Ley enseñaba a ser santos porque Dios es santo (Lev 19,1), Jesús
orientaba a sus discípulos a ser perfectos en el amor y misericordiosos como el Padre es
perfecto y misericordioso (Mt 5, 38-48).

Todo esto provocó una crisis en el pueblo de Israel muy profunda, pues Jesús no
correspondía con las esperanzas mesiánicas. En la actuación de Jesús existe una aparente
contradicción que el evangelio de Marcos nos ayuda a percibir. Jesús proclamó el Reino de
Dios y realizaba signos admirables: curas, exorcismos, multiplicaba los panes (atención con
el significado de “signos”)… y todo esto a la conclusión de que Él era el Mesías, el Hijo de
David que liberaría al pueblo. Sin embargo el desenlace de su vida refleja lo contrario.
Jesús muere como un criminal, un bandido, crucificado por el poder del Imperio Romano
con la colaboración de su propio pueblo. Entonces, ¿Qué Mesías es este? Definitivamente
no fue el Mesías esperado. Siendo descendiente de David, de la Tribu de Judá; no fue el
nuevo David que las personas imaginaban. Jesús realizó lo que Dios dio a entender con la
figura profética del Siervo Sufriente, del que hablara Isaías. Jesús fue el Mesías
inesperado.

Reflexionando, los discípulos descubrieron de a poco que en el modo de vivir de Jesús


estaban presentes las grandes cualidades de Dios: amor y fidelidad. Jesús no había sido el
hijo de David que ellos imaginaran, pero él había sido y continuaba siendo
verdaderamente “Hijo de Dios”. La resurrección había confirmado eso. Es la comprensión
Pos-Pascual del Cristo Pre-Pascual.

Capítulo II:

12
El Movimiento de Jesús después de su
muerte.

Gerd Thiessen, autor protestante afirma que el Movimiento de Jesús surgió como un
movimiento de renovación intrajudío y se tornó una religión autónoma. Como ésta son
muchas las maneras de comprender el fenómeno que aconteció luego de la muerte –y
resurrección- de Jesús.

Lo que pasa es que sucedió algo inesperado, no lo que pasó con Teudas o Judas el
Galileo (cf. Hch 5, 34ss), sino que después de la muerte de Jesús circuló la noticia de que él
había aparecido vivo. Los discípulos de Jesús no dijeron que había vuelto, sino que estaba
vivo, que experimentaba una vida diferente y de que esa vida ellos también participaban.
Recordándolo sobre todo en una comida en la que se compartía pan y se bebía vino.

Un movimiento como el de Jesús supone un liderazgo particular y la adhesión de los


seguidores. Atravesado todo esto por una propuesta, un mensaje, una utopía. Todo esto
en un contexto social particular que ayuda o dificulta el desarrollo de dicho programa.
Estos son los ingredientes que hay que escudriñar para comprender mejor el movimiento
comenzado por el líder Jesús y continuado por sus discípulos. De esta forma diremos que
el movimiento de Jesús después de su muerte se apoyó en dos pilares: la experiencia del
Jesús Vivo y la memoria palestinense. A la luz de la victoria sobre la muerte los seguidores
reinterpretaron al Jesús de Palestina, su programa y su propio seguimiento. A partir de ahí
el movimiento de Jesús deja Palestina y se propagó por el mundo.

1. Los discípulos de Jesús


No hay movimiento sin seguidores o discípulos. El liderazgo de Jesús, que ya veremos, se
mostró en su capacidad de convocar seguidores y escogerlos. Según la tradición semita,
los discípulos buscaban al maestro y le pedían ser aceptados. Jesús innova tal costumbre.
Toma la iniciativa y ejerce su autoridad, su poder de fascinación y seducción (Mc 1, 16-20).

La vocación de los primeros discípulos ejemplifica una forma de actuar de Jesús.


Llama al pasar. Es casi un rito que se repite. Ve a alguien en su actividad cotidiana y lo
llama a seguirlo. Y el otro se pone en movimiento por medio de un seguimiento físico,
dejando la actividad anterior. En otras condiciones lo rechazan (Lc 8, 38) o, luego de haber
escuchado las condiciones, el candidato desiste solo (Lc 18, 23; 9, 57-62). En la última
Cena Jesús les recuerda a los apóstoles la iniciativa del llamado: “No fueron ustedes

13
quienes me escogieron, fui yo quien los elegí” (Jn 15,16). Incluso habiendo elegido al
traidor, Jesús dice: “Conozco a los que escogí” (Jn 13, 18).

2. El liderazgo de Jesús
Jesús manifiesta algunos rasgos excepcionales en su ejercicio del liderazgo: poder de
curación, la comensalidad como práctica, la fascinación por la persona, un juego entre
proximidad y lejanía, inteligencia aguda en las discusiones y contador de historias.

Por más que “desmitologizemos” (ver capítulo 1) los relatos evangélicos,


evidentemente Jesús realizaba milagros. Milagro no en el sentido de hoy, en donde
llamamos milagro a algún acontecimiento que va más allá de las leyes de la naturaleza y
que, por ello, solo puede ser realizado por Dios. El milagro formaba parte del mundo
primitivo: eran acciones especiales más allá de lo ordinario y común. Esto provocó en la
gente simple y pobre un efecto de fascinación. Lo buscaban por todas partes, lo seguían
para que sanara (Mc 6, 56), tocara, hablara. El pueblo que lo seguía no se comprometía
con su persona, ni con su propuesta. Buscaba únicamente la cura de su mal. Jesús mismo
en algún momento se da cuenta de esto y les dice: “En verdad les digo, ustedes me
buscan, no porque han visto signos, sino porque comieron del pan y quedaron saciados”
(Jn 6, 26).

Este pueblo no era ninguna garantía de que se formara en torno a Jesús un


verdadero movimiento. Pese a esto, se creó un imaginario de alguien dotado de poderes
extraordinarios. Los profetas, es especial el último de ellos: Juan Bautista, proyectaban
imágenes de personas rudas, duras, que no temían decir la verdad, incluso a costa de la
propia vida. No eran bien recibidos en su tierra (Lc 4, 24), muchos fueron perseguidos (Mt
5, 12), y otros terminaron muertos (cf. Mt 23, 31. 35. 37). Jesús se comparaba con ellos,
pero teniendo un comportamiento diferente en relación con las personas. Cultivando el
compartir con ellos, las visitas a las casas, las comidas. No rechaza las invitaciones de los
pecadores con quienes come, pese al escándalo frente a los fariseos (cf. Mt 9,10; Mc 2,
15). Tampoco deja de aceptar las invitaciones que le hacían los propios fariseos (Lc 14,1).
Este rasgo de profunda humanidad le aumentaba la fuerza de seducción a Jesús. La
fascinación por la persona de Jesús impresionaba al pueblo (cf. Mc 1, 21-22; 27-28). En
contacto con Jesús, las personas se sentían tan familiares que querían tocarlo (cf. Mc 6,
56; Mt 14, 36), porque de él emanaba un poder sanador (Lc 6,19). En otros casos producía
temor, miedo (cf. Lc 8, 37). Pedro más de una vez se acercó a Jesús suplicando que se
alejara por ser un pecador (cf. Lc 5, 8ss). Este juego de cercanía y distancia responde
justamente a una doble cara del misterio: fascinante y atemorizante. En Jesús aparecía
esto.

14
El liderazgo de Jesús se manifestaba también por la astucia e inteligencia en las
discusiones. Los adversarios quedaban avergonzados en cuanto la multitud se alegraba
por las maravillas que Jesús hacía (Lc 13, 17) al punto de callar a los adversarios y ya nadie
quería interrogarlo (cf. Mc 12, 34). En el texto de Lucas 14, 1-6, vemos como luego de un
pleito con los fariseos, ya nadie se atrevía a objetarlo.

Jesús fue también un eximio contador de historias. Estas se dieron en la forma de


parábolas por medio de las cuales predicó casi todas sus enseñanzas. Así, Jesús se había
vuelto popular y era convidado con frecuencia a las comidas de la gente (Mc 1, 29-32; 2,
15; Lc 10, 38-42; Jn 2, 1-8; 7, 36…). La doble experiencia de Jesús, la de ser campesino y
artesano le ofrecía un excelente material para elaborar sus parábolas. Aún cuando trataba
de un asunto complejo lo expresaba de forma digerible para todos. Recibir a Jesús en el
hogar se transformó en un privilegio y algo muy deseado por la gente. A veces era el
propio Jesús quien manifestaba su interés por visitar una morada; por ejemplo cuando le
dice a Zaqueo: “hoy me quedaré en tu casa” (Lc 19, 5).

3. La propuesta de Jesús
Ya hemos visto dos elementos fundamentales del seguimiento: el líder y los seguidores.
Falta la propuesta. Todo movimiento gira en torno a una causa. La causa de Jesús se llama
“Reino de Dios” – en el lenguaje inicial de los evangelios; más tarde se llamará Iglesia. Sin
embargo hay que tener cuidado con esta vinculación, pues el Reino de Dios es una
realidad que excede a los que hoy conocemos como Iglesia. Y cuando hablamos de Iglesia
no estamos muchas veces entendiendo lo que los primeros seguidores vivían y
anunciaban.

La originalidad de Jesús se marca cada vez más por su relación con el Reino de
Dios. Cualquier judío de aquel tiempo que se enfrentaba con tal expresión la comprendía,
aunque las comprensiones respecto a la realización de este proyecto fueran muy diversas:
cumplimiento riguroso de la Ley, expulsión de los romanos, intervención apocalíptica de
Yahvé, victoria de los hijos de la luz sobre los hijos de las tinieblas, conversión moral-
religiosa por el bautismo de penitencia. ¿Y Jesús, como tradujo la presencia del Reino?
Antes de todo, él lo entendía como la acción salvífica de Dios en la historia. El Reino es el
poder salvífico de Dios en acción, como rey, soberano último y definitivo de todo lo creado
y de la historia. Jesús se inserta así, en la tradición profética.

El Dios de la Alianza, el Dios fiel, el Dios de nuestros padres: de esta forma pensaba
Jesús. En el fondo, el término Reino hacía resonar toda la historia de Israel bajo el ángulo
de la acción salvadora y liberadora de Dios. Esta dimensión se amplia para todos los

15
pueblos y para toda la creación. La última razón de la acción de Dios se explicaba por el
amor y predilección por el pueblo infiel.

Interesante ver como en el mismo Nuevo Testamento se produce una


transformación de la concepción de Reino. Jesús lo relaciona con Dios, Adonai, a quien
llama de Abba, Papá. Los textos posteriores vinculan el Reino a la persona de Jesús, hasta
Orígenes que llega a decir que Jesús mismo es el Reino.

Jesús propone la concepción del Reino a través de sus acciones y por medio de sus
enseñanzas. El Reino es la victoria sobre el demonio (exorcismos), sobre la enfermedad
(sanaciones), sobre la muerte (resurrecciones / reavivamientos). Significa el perdón para
los pecadores. Revela el amor privilegiado de Dios por los más pobres, demostrado en los
gestos de Jesús, en su identificación escatológica con los pobres (cf. Mt 25) y en la primera
bienaventuranza. Las otras bienaventuranzas también nos ofrecen rasgos del Reino: los
mansos, afligidos, los sedientos de justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los
constructores de la paz y los perseguidos. Las parábolas nos ofrecen más datos con figuras
en tensión: gratuidad y esfuerzo humano (Parábola del sembrador), ocultamiento y
eficacia (fermento en la masa, semilla, grano de mostaza); preciado y simple (perla, tesoro
escondido); pureza y mezcla (trigo y paja; mala y buena hierba, red con variedad de
peces).

Otras características de la propuesta de Jesús son claramente el aspecto


comunitario en el compartir los bienes, la convivialidad en las comidas comunes y en la
memoria de Jesús (eucaristía), la oración, las enseñanzas de los apóstoles (cf. Hch 2, 42-
47). Los nombres que aparecen liderando son Santiago, Pedro y Juan, llamados por Pablo
como columnas de la Iglesia (cf. Gal 2,9). Interesante analizar los caminos que siguieron
“las iglesias” apoyadas por estos liderazgos. Aparece en Pablo el nombre de Santiago en
primer lugar. Santiago constituía la cabeza del primer movimiento de Jesús, en Jerusalén.
Los exégetas discuten a quién se refiere. No es Santiago, hermano de Juan, pues éste fue
decapitado al mando de Herodes (cf. Hch 12, 1-2). Unos creen que es Santiago apóstol hijo
de Alfeo. Sin embargo, los estudiosos más recientes (Thiessen) afirman que es Santiago, el
hermano del Señor (cf. Mc 6, 3). Si fuera el caso, un hermano de Jesús encabezaría el
movimiento después de una gran conversión, pues “ni sus hermanos creían en Él” (Jn 7,5).

Al inicio del movimiento los vínculos con el judaísmo eran aún muy estrechos, como ya
hemos dicho. Los apóstoles frecuentaban el Templo para las oraciones (Hch 3, 1-2). La
idea de renovación intrajudía fracasó. Pedro y Juan fueron encarcelados (cf. Hch 4, 1) para
intimidarlos. Luego del martirio de Esteban vino una gran persecución violenta contra la
Iglesia de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Las persecuciones deberían haber hecho fracasar el
movimiento de Jesús, sin embargo no fue lo que ocurrió. La expansión y buena acogida en

16
el mundo romano fue la clave. El movimiento comenzó a crecer fuera de Palestina,
provocando diferencias entre los cristianos del origen. El Concilio de Jerusalén refleja esta
problemática inicial. La comunidad en Jerusalén tuvo una corta vida; luego de la
destrucción del Templo y la ciudad en año 70 d.C. los cristianos tuvieron que huir.

4. Conformación de la Iglesia Primitiva. La Comunidad


Hay que afirmar que la conformación de la Iglesia Primitiva comienza en Palestina, pero es
esencialmente judío-pagana. Si la comunidad permanecía solamente en Jerusalén, habría
desaparecido. La salvación del movimiento de Jesús fue haber entrado en las ciudades
(urbes) y en la sociedad helenística.

Durante los dos primeros siglos de nuestra era la sociedad romana vivía tiempos de
paz; el Imperio ya había acabado su cruzada de conquistas. Aquí entra la comunidad
cristiana. Los judíos en la diáspora (no más del 7%) apoyaron también la misión de
expansión de la primera Comunidad.

Otro factor fue la lengua. La lengua común y ampliamente conocida era el griego
llamado koiné (popular). Hagamos el paralelo con el inglés actual. Cualquier escrito o
palabra difundida en inglés –pensemos en la música- llegará mucho más lejos que en otra
lengua como el alemán o español, por ejemplo. El griego koiné era la lengua comercial,
universal. El Nuevo Testamento fue escrito en esta lengua y así el mensaje dejó de estar
circunscrito al mundo semita.

Si a lo anterior le agregamos la gran variedad de formas de moverse (tierra, mar) y


la libertad de los primeros misioneros cristianos; tenemos una misión con relativa
intensidad y facilidad. De esta forma se fueron creando comunidades estables y
resistentes, de gran cohesión interna a partir de grupos bien diversos cultural y
socialmente hablando. Todo esto significó una modificación en el movimiento de Jesús. En
Palestina había apóstoles, personas “carismáticas” itinerantes con una estructura precaria
y poca institucionalidad. En el mundo helenístico la figura carismática cede su lugar a las
autoridades locales: colegio de presbíteros o incluso a formas más monárquicas (ex, San
Ignacio de Antioquía). Los carismáticos comenzaron a verse de forma sospechosa (cf. 3 Jn).
Así mismo, la figura de Jesús de Nazaret comienza a verse más como el Hijo de Dios que
desciende de los cielos. En términos económicos, hubo una mejoría en relación a la
comunidad de Jerusalén; en cuanto a las personas y bienes; muchos ricos adhieren a la
comunidad compartiendo sus bienes materiales y recibiendo “bienes espirituales” de
parte de los pobres. Lo que sucede es que el movimiento de Jesús toma un rostro más
urbano. Los mismos habitantes de las ciudades eran mucho más abiertos a las novedades
del Cristianismo que los campesinos. Testimonio de esto es como la categoría bíblica de

17
REINO de Dios casi desaparece en los escritos más tardíos. Se habla más de salvación (de
carácter personal y medicinal). En el lenguaje, se asumen formas más abstractas y
teológicas que los relatos parabólicos y narrativos de la tradición sinóptica. La comunidad
se abre al gran mundo, filosófico, cultural, artístico, moral.

En este contexto la figura de Pablo es la principal. Con él más que con cualquier otro el
cristianismo entra en las urbes helenísticas. En su propia persona se integra la tradición
judía, la cultura griega y la ciudadanía romana que le posibilitaron transitar por los
territorios dominados por Roma. Pablo es un titán de la misión y el anuncio del mensaje
de Jesús; nos impresiona la cantidad de lugares que recorrió, los peligros a los que se
enfrentó y las Iglesias que fundó. Sin embargo, no hay que absolutizar. Hoornaert observa
como la comunidad primitiva también se extendió gracias a otros en regiones diversas,
como por ejemplo en Egipto gracias a Basílides, en el mundo asiático en torno a la figura
de Juan; y en el mundo Sirio por Tomás; entre otros. Gracias a los judíos en la diáspora y
su buena acogida al mensaje de Jesús.

5. El Espíritu de Dios suscitando la Iglesia


Después de la resurrección de Jesús, los discípulos recibieron el don que Él les había
prometido: el Espíritu de Dios, que había animado a los profetas antes de Jesús y, en
plenitud, al propio Jesús durante su vida terrena. Ese don se manifestó de modo especial
en la fiesta de Pentecostés, cuando el Espíritu fue derramado sobre los Apóstoles,
reunidos con María, la madre de Jesús. El Espíritu fue percibido en forma de lenguas de
fuego (Hch 2, 1-4). Los Apóstoles se pusieron entonces a anunciar la vida, muerte y
resurrección de Jesús y constituyeron, en Jerusalén, la primera comunidad cristiana (Hch
2, 5-41).

Después de Pentecostés, incentivada por los Doce, con Pedro al frente, la


comunidad vivía en medio de los judíos y se caracterizaba por ser asiduos a las enseñanzas
de los Apóstoles, por la comunión fraterna, el compartir los bienes y la fracción del pan o
Eucaristía (Hch 2, 42-47). Como vimos en el apartado anterior.

En el libro de los Hechos, Lucas cuenta como la primera comunidad sufrió de


persecuciones. Después que Esteban fue asesinado, como el primer mártir, algunos
miembros de la comunidad fueron a Samaría y Siria, donde fundaron nuevas comunidades
(Hch 7-8). Un rabino judío, Saulo de Tarso, los persiguió hasta Damasco (Siria), pero en
camino tuvo una visión de Jesús Resucitado; se convirtió y se transformó en el gran
misionero conocido bajo el nombre latino de Pablo.

A partir de la comunidad de Antioquía de Siria, Pablo y Bernabé propagaron la fe


en medio de los no-judíos (gentiles). Como ciertos cristianos, que provenían del judaísmo,

18
se opusieron a esta práctica. El “Concilio de los Apóstoles”, en Jerusalén el año 48 d.C.
aprobó la práctica de Pablo (Hechos 13-15). El propio Pablo amplió, entonces, su actividad
saliendo de Asia, fundando Iglesias en tierras europeas y coronó su vida con el martirio en
Roma; en la época en que también Pedro, jefe de los Apóstoles, fuera martirizado (Hch 16-
18). En estos tiempos, las responsabilidades en la Iglesia le incumbían tanto al colegio de
los ancianos o presbíteros, como a los epíscopos (obispos, sucesores de los Apóstoles) con
sus diáconos y diaconisas. Más tarde estas diversas formas de organización se fundirían en
un esquema común (1 Tim 5, 17-22; 1 Tim 3, 1-2; Tit 1, 7; Fil 1,1; Rm 1, 16; después San
Clemente Romano: Carta a los Corintios, 42: Obispos y sus diáconos. Al Inicio del siglo II
San Ignacio de Antioquía: presbíteros unidos en torno al Obispo: Carta a los Filadelfios, 4;
hoy en día ver: CV II; Lumen Gentium, nn. 20, 28 y 29).

Después que la Iglesia-Madre de Jerusalén dejó de ser referencia del movimiento


cristiano (desde los años 60 d.C.), la Iglesia de Roma se tornó el centro de unidad, los
sucesores de Pedro en Roma fueron reconocidos como responsables por la unidad de la
Iglesia universal, pasando más tarde a ser llamados Sumos Pontífices o Papas. Entre tanto,
otras Iglesias antiguas como Antioquía, Alejandría y más tarde Bizancio (Constantinopla);
ejercían una función análoga en sus respectivas regiones y sus obispos eran llamados
patriarcas.

La comunidad cristiana de los dos primeros siglos era caracterizada por incluir
como miembros a personas de un estatus humilde, al punto de ser llamada de “religión de
los esclavos”. Era también la “Iglesia de los mártires”. Además de judíos, la mayoría de las
generaciones de primeros cristianos eran egipcios, sirios, gente de Asia Menor, etc. En
general comerciantes, viajeros, soldados, esclavos (liberados o no). Adherían muchas
personas letradas también, percibiendo la superioridad del cristianismo en relación al
politeísmo, al sincretismo y a la vacía religión de Estado del Imperio Romano. Aunque
muchas veces carentes de derechos civiles, calumniados y perseguidos; los cristianos –
fermento en la masa (Mt 13, 33)- se volvieron en la sociedad “lo que el alma es para el
cuerpo”, como lúcidamente afirmó un texto anónimo del siglo II. Este texto conocido
como Carta a Diogneto es tal vez de los escritos primitivos extratestamentarios más
hermosos conocidos: “Los cristianos no se distinguen de los demás por la región, la lengua
o las costumbres. No habitan en ciudades aparte, no usan un idioma diferente, ni llevan un
género de vida extraordinario. La doctrina que proponen no fue elaborada por hombres
curiosos … siguen las costumbres locales, presentando un civismo admirable, incluso
paradoxal. Viven en la propia patria, pero como peregrinos. Como ciudadanos, participan
de todo; pero como extranjeros, lo soportan todo. Toda tierra extraña es patria para ellos;
y toda patria, tierra extraña. Como todos, se casan; como todos, procrean; pero sin
rechazar a los hijos. La mesa es común, el lecho no. Están en la carne, pero no viven según

19
la carne. Su vida sucede en la tierra, pero su ciudadanía está en los cielos. Obedecen las
leyes establecidas, pero las superan por la vida. Los aman a todos y son perseguidos por
todos. Son muertos y con ello se vivifican. Pobres, enriquecen a muchos. Todo les falta,
pero tienen abundancia en todo… En fin, los cristianos son en el mundo, lo que el alma es
al cuerpo (Carta a Diogneto, 5,1-6,1)”

Capítulo III:

El Cristianismo y las persecuciones.


Las persecuciones en Palestina y todo lo que sufrió el pueblo judío con la destrucción de
Jerusalén prácticamente hizo desaparecer el movimiento de Jesús en su propia tierra. En
un principio los romanos toleraban las prácticas religiosas de los países y regiones
dominadas. Agripa construyó un Panteón para los dioses romanos (27 a.C.). Después de su
destrucción por un incendio en el año 80 d.C. el emperador Adriano lo reconstruyó el 125.
Destinándose a acoger a todos los dioses de los pueblos nuevos bajo la dominación del
Imperio. Esto demuestra la gran tolerancia religiosa del pueblo Romano. En este sentido el
Judaísmo enfrentó problemas, no por tener su propio Dios, sino por rechazar los otros.

Con los cristianos fue distinto. En el inicio los romanos desconocían y despreciaban a los
cristianos, sin perseguirlos. Eran confundidos con los judíos, considerados adherentes de
sectas orientales de origen oscuro, cuyos miembros provenían de clases bajas y vivían en
comunidades cerradas. Un pequeño grupo con pretensión de ser una religión universal.

1. Razones políticas
El conflicto con el Imperio Romano fue por razones políticas. Los cristianos rechazaban
rendir culto a los dioses protectores del Imperio, negándose a ofrecer sacrificios al
emperador. En el siglo II todo el mundo daba honores al Cesar en nombre de los dioses del
Olimpo. Esto se notaba en los corredores, pasillos, obras de arte y toda la belleza que
aparecía en las ciudades romanas y sus templos. La elite provincial patrocinaba el culto al
emperador; así se cruzaban las instituciones político-religiosas y socio-económicas locales.
Después de Augusto, la unidad imperial se mantenía gracias a las relaciones sociales
articuladas con mayor visibilidad en formas (político)-religiosas. Es decir, se constituyó
una verdadera religión política de la era agustiniana, con un culto imperial.

En este universo político religioso aparece con claridad el contraste con los
cristianos que no prestaban culto al emperador. Pecaban contra la pietas romana, virtud

20
religioso-política, muy diferente de nuestro concepto actual de piedad. Consistía
fundamentalmente en atribuir a los dioses todo lo sucedido a nivel privado o político y
homenajear con ritos religiosos al emperador. En determinados momentos la acusación
contra los cristianos subía de tono; pasando de la falta a la piedad a crimen contra la
majestad y de alta traición.

Era mal vista la conducta de munchos cristianos que se alejaban de la vida pública
por razón de conciencia, no asumiendo cargos administrativos ni de magistratura, ni
participando en los juegos olímpicos. La fidelidad al monoteísmo y a la soberanía
incontestable a Cristo Jesús les motivaba tal conducta. Y por esto fueron perseguidos!

Hasta el siglo III las persecuciones fueron locales, temporales y casuales;


entregadas a la arbitrariedad de las autoridades de esos lugares. Los emperadores de los
siglos III y IV emitieron verdaderos edictos de persecución de los cristianos. Tal situación
coincide con la disgregación del Imperio, que acabó provocando el fortalecimiento de los
poderes imperiales.

Las persecuciones se sucedieron en olas. La primera fue con Nero el año 64 d.C.
que, por ocasión del incendio de Roma, intentó desviar la atención del pueblo culpando a
los cristianos y desencadenando una cruenta persecución. Todo lleva a creer que incluso
Pedro fue ejecutado por orden de Nero. Luego de este emperador hubo muchos otros que
persiguieron a los cristianos: Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Cómodo, Séptimo
Severo, Maximino, Decio, Valeriano. Sobre todo durante el imperio de Diocleciano (debido
a Galerio, emperador auxiliar) se desencadenó en Oriente la más larga y violenta de todas
las persecuciones, exterminando varias comunidades cristianas en África, Egipto y
Palestina. La valentía de los cristianos derrotó la furia de Galerio, el tirano sanguinario que
terminó firmando un protocolo de tolerancia.

Un recurso represivo del Imperio, proveniente de Valeriano y su hijo Galeno fue


que no hubiera reuniones de los cristianos en ningún lugar y que no fueran a los
cementerios. En caso contrario que fueran decapitados. El poder teme las reuniones de
los pequeños y débiles. Cabe preguntarse ¿porqué tanto temor a los cristianos si eran
comunidades tan pequeñas y frágiles?

Las persecuciones contra los cristianos no consiguieron impedir la expansión. Muy


por el contrario, el martirio se transformaba en irradiación. En el periodo de Diocleciano
(284-305), los cristianos ya llegaban a 10 millones, en un total de 59 millones de
habitantes en el Imperio Romano. La supuesta conversión de Constantino pone fin
bruscamente a las persecuciones.

2. La resistencia cristiana, como parte de la fe

21
¿Porqué las persecuciones no terminaron con el movimiento de Jesús, como
prácticamente sucedió en Palestina?

La respuesta proviene de la forma como los cristianos soportaron las


persecuciones; de ahí viene el conocido dicho de Tertuliano: “La sangre de los mártires es
semilla de cristianos”. Mientras la religión pagana se ahogaba sola en fiestas y violencia; el
frescor del nuevo Movimiento y la opción de dar la vida hasta la muerte fue semilla para
resistir. San Ignacio de Antioquía va más lejos, el mismo desea morir por Cristo: “Déjenme
ser comida para las fieras por las cuales es posible encontrarme con Dios. Soy trigo de Dios
y soy molido por los dientes de las fieras para encontrarme como pan puro de Cristo”. Y
sigue, “acaricien antes que a mí, a las fieras, para que sean mi tumba y no dejen sobrar
nada de mi cuerpo, para que no sea peso para nadie. Entonces, de hecho, seré discípulo
de Jesucristo, cuando el mundo ya no vea más mi cuerpo”. Este testimonio dramático ha
perdurado a lo largo de los siglos como expresión de coraje valiente y mística de entrega.

De este modo la resistencia forma parte de una vida de fe. Consiste en la resistencia
desde el amor, que como afirma San Pablo: “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta” (1Cor 13, 6). La resistencia de hombres y mujeres de fe es el mejor y más
hermoso testimonio de una vida entregada y gozada en Dios. La historia entera de la
Iglesia está llena de ellos.

Ernesto Sábato, escritor argentino; en su libro Resistencia (2000) nos ilumina respecto
a esta admirable virtud: “Hay días en que me levanto con una esperanza demencial,
momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al
alcance de nuestras manos”. “La cercanía con la presencia humana nos sacude, nos
alienta, comprendemos que es el otro el que siempre nos salva”. “El hombre se está
acostumbrando a aceptar pasivamente una constante intrusión sensorial [...] [que]
termina siendo una servidumbre mental, una verdadera esclavitud. Pero hay una manera
de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”. “En esta tarea lo
primordial es negarse. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados,
la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos
desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una
mesa compartida con gente que queremos, una caminata entre los árboles, la gratitud de
un abrazo. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”.

3. Testimonio de vida de los cristianos. Mártires


Sin embargo la respuesta cristiana a las persecuciones no se conformó únicamente con la
resistencia pasiva del martirio, si es posible decir eso; ya que no hay nada más activo que

22
dar la vida por una causa. Es pasiva frente al monstruo que asumió la iniciativa de matar,
pues el mártir no se venga, no promueve ningún tipo de reacción violenta, ni se organiza
en grupos de resistencia e incursiones armadas, como los zelotas en Palestina. Las
enseñanzas de Cristo hacen hincapié en el perdón, en ofrecer la otra mejilla, en amar;
incluso a los enemigos. Esto desarmaba cualquier actitud de reacción violenta por parte
de los perseguidos.

La reacción positiva de los cristianos se encaminó en otra dirección: la vida y la


reflexión. En cuanto a la vida, además del testimonio del martirio, los cristianos
testimoniaban la fraternidad entre ellos. En una sociedad estamentada y segregada, la
fraternidad despertaba a la personas para la verdad universal y humana de la convivencia.
Tertuliano reproduce la exclamación de los paganos, al encontrarse con los cristianos:
“¡Miren como se aman!”. Recordemos la Carta a Diogneto. Es una forma de estar en la
existencia, en el mundo; es lo que encontramos en el autor de la carta a los Hebreos al
decir: “En verdad, no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos aquella que
ha de venir, la ciudad futura” (Hb 13,14). Esta actitud y testimonio se remonta a Jesús que
en su vida plenamente encarnada está plenamente orientado al Padre Dios. Como afirma
Leonardo Boff: “Tan humano así, solo puede ser Dios”. Era esta humanidad la que los
cristianos querían testimoniar y en ella la trascendencia de su religión.

De esta forma el testimonio cristiano de los dos primeros siglos se transformó en


fraternidad, martirio y anuncio. Los mismos esclavos y pobres que sufrían las
persecuciones y el martirio; mientras lo compartían todo, también anunciaban por Europa
la Buenas Noticia traída por Jesús. Se conformaba un movimiento de pobres llenos de
coraje, alegría y esperanza.

Capítulo IV:

La simbiosis con el Imperio Romano


Todo parece haber comenzado en el Puente Milvio en Roma. Constantino, el Grande, hijo
del emperador Constancio Cloro y de Santa Helena, cristiana; sucedió a su padre como
emperador de la parte Occidente del Imperio Romano. El año 312, Constantino derrota a
Majencio, gobernador del norte de África e Italia, en las proximidades del Puente Milvio.
Ante este acontecimiento circula el relato de que Constantino habría tenido una visión
antes de la batalla. Se le habría aparecido la cruz de Cristo con el lema: “ in hoc signus
vinces”, bajo este signo vencerás. Constantino adopta el emblema de las dos primeras

23
letras griegas del nombre de Cristo: XP en los escudos de los soldados. Así comienza una
nueva etapa para el cristianismo. Con la conversión de Constantino.

El año 313 firma una alianza con Licinio, emperador de Oriente y proclama el Edicto de
Milán, garantizando la libertad de prácticas religiosas en sus dominios. Restituye a los
cristianos sus propiedades y lugares de culto confiscados. Licinio, no obstante, no se
mantiene fiel al pacto y relanza una persecución a los cristianos de Oriente. Entran en
pugna y Constantino lo derrota el año 324 transformándose en el único emperador de
Oriente y Occidente.

El destino del Cristianismo heredó de Jesús su carácter paradójico. Es lo que San Pablo
resume al decir: condición divina y condición de esclavo, muerto y resucitado, humillado y
enaltecido. Esta ha sido la constante a lo largo de los siglos.

El cristianismo a fines del siglo III logra ubicarse muy bien en dos esferas: la cultural y
política, frente al Imperio; esto sobre todo gracias a las reflexiones teológicas que se
daban y a la organización propia que los cristianos fueron conformando. Delante de las
otras religiones el cristianismo se mostró flexible, pero sin perder su identidad. Frente a la
filosofía como un interlocutor válido e incluso respetado. Un ejemplo de esto es que
desde al emperador Aurelio (s. III) se celebraba en diciembre el Nacimiento del Sol Invicto,
fiesta Mitraica (religión mistérica difundida en el Imperio Romano) del renacimiento del
Sol. La Iglesia de Roma bautiza esta fiesta poniendo este día el nacimiento de Jesús, el
Verdadero Sol Naciente, Sol de Justicia. Ya desde el siglo IV.

1. De la clandestinidad a los palacios


Se inicia la mayor transformación histórica del Cristianismo, pasando de las catacumbas a
los palacios; de la ilegalidad a la religión del Estado. Como religión imperial el Cristianismo
se modifica bastante. El clero se beneficia del tesoro imperial, los Obispos reciben el status
de senadores. Se construyen iglesias y basílicas cristianas. Las comunidades cristianas son
dotadas de propiedades y bienes. Se usan símbolos cristianos en las monedas y
estandartes. Se establece el domingo –día de la resurrección del Señor- como día de
descanso en substitución de la celebración semanal a Mitra. Se financiaban nuevas copias
de la Biblia. Las leyes asumen principios cristianos como el respeto a los niños, a los
esclavos, campesinos y prisioneros. Prácticamente se establece una unión entre Iglesia y
Estado que el emperador Teodosio sancionaría más tarde. El año 381 el Cristianismo
asciende a la condición de religión oficial del Estado en todo el Imperio Romano, más allá
de ser una religión legal o preferencial.

2. Religión oficial del Imperio

24
¿Qué significó esto, más allá de discrepancias teológicas o incógnitas frente a la fe?

Teodosio mandó a cerrar los templos paganos, prohibiendo cualquier rito pagano: “Es
nuestra voluntad que todos los pueblos que gobernamos practiquen la religión que Pedro
Apóstol transmitió a los romanos”. Las masas oscilan al sabor de líderes. La mayoría del
pueblo se tornó cristiano, sobre todo en las urbes. El Cristianismo vuelve a hacerse
urbano. Poder y dinero caminaban juntos. Se desarrolló una arquitectura cristiana para
diferenciarse de la pagana. Inspirados en la basílica romana brotan templos cristianos. En
el imaginario popular el obispo remplazaba así al juez o rey que antaño los condenara a
muerte.

La liturgia se aleja da la “fracción del pan” en las casas, tan simple y sobria. Se
destaca la grandeza del misterio de Cristo, el poder clerical con vestimentas, tronos,
lenguajes, cantos y ceremonias esplendorosas. El pueblo humilde no comprende las
nuevas formas. Así aumentó la distancia entre el pueblo y el clero. El en siglo primero
candidatearse a Obispo o Papa significaba ser candidato al martirio, suponía despojo y
heroísmo. Ahora, traía dignidad, poder y dinero. Del obispo pastor que cuida de su
rebaño, se pasó al obispo aristocrático. Podían ser santos, como San Ambrosio, pero
poderosos. El poder del obispo a veces era mayor que el del emperador. El Imperio se
inclinaba ante el Cristianismo. El movimiento de pobres iniciado por Jesús se transformaba
en un imperio de poder y riquezas, de intransigencia e imposición. Esta dinámica duro
varios siglos, donde las grandes controversias estaban todas relacionadas con el poder. Es
el inicio de la llamada Cristiandad.

3. Poder clerical de la Cristiandad


El siglo XI fue el de mayor poder para la Iglesia. El Papa y el Clero ejercían un poder
superior. Tres papas encarnan este poder totalitario:

a. Gregorio VII: el año 1075 Gregorio VII compiló una serie de clausulas conocidas
como el dictatus papae, que manifiestan la nueva dirección de la Cristiandad. El
ministerio pontificio adquiere un poder nuevo, el papa podía nombrar o sacar a
cualquier obispo que quisiera, transferirlos, modificarlos. El papa está por sobre el
Concilio. Nadie puede juzgarlo, nadie puede cuestionar su palabra. La Iglesia
romana nunca ha errado y nunca errará; que quién no está de acuerdo con la
iglesia romana no puede ser llamado católico. Los príncipes deben besar los pies
del papa, que le es lícito deponer al emperador.
b. Inocencio III (1198- 1216): A finales del siglo XI este hombre culto y capaz comenzó
luchas contra los monarcas europeos para someterlos a la Iglesia Católica. El

25
papado llegó a su más alto poder. El papa podía interferir en asuntos políticos y
públicos de las naciones.
c. Bonifacio VIII, que al año 1302 escribe la Bula Unam Sanctam; afirmando el poder
de la Iglesia sobre todos los poderes.

El final de los tres papas es igualmente trágico. Gregorio VII fue exiliado, Inocencio III
murió abandonado desnudo por su corte y Bonifacio VIII murió después de ser
traicionado y tomado prisionero. Pese a esto, sus ideologías perduraron mucho
tiempo.

4. Balance de la conversión del Imperio


En un primer momento se creyó que estos cambios significaban la instauración del Reino
de Dios en la tierra. Después de siglos de persecuciones y sufrimientos llegaban tiempos
de paz, de prosperidad. La luz triunfaba finalmente.

En Occidente, después de la caída del Imperio Romano (s. V), perduró la idea de
que el Cristianismo substituía el destino del Imperio. La Iglesia sumía ahora esta tarea: la
Cristiandad. Para mantener esta herencia se llegó a implementar la Inquisición, uno de los
capítulos más oscuros y siniestros del Cristianismo. Con algunos cambios y prácticas, esta
lógica imperial perduró mucho tiempo.

El sueño maravilloso de transformar la tierra en el Reino de Dios, desencadenó


dolor y muerte, injusticias y equivocaciones; demostrando que no se había comprendido
correctamente el mandato, la relación y las prácticas de Jesús respecto al Reino.

Mientras el Cristianismo más se expandía, más se distanciaba de los orígenes


evangélicos del movimiento de Jesús y los suyos. Muchos y muchas percibiendo esto, se
transformaban en instrumentos proféticos del Espíritu del Resucitado: la vuelta al carisma
inicial. El Espíritu nunca se calló en el seno de la Iglesia. Jamás la institución y sus
estructuras de poder secaron totalmente la acción carismática. Esto vale hasta nuestros
días.

Capítulo V:

La resistencia del carisma hasta la reforma


26
1. Inicios carismáticos del movimiento de Jesús
El Movimiento de Jesús nació cargado de espíritu, de carisma y libertad delante de la
Institución. Jesús relativizó la Ley, en nombre del ser humano y en nombre de Dios.

San Pablo se enfrentó a esta tensión entre carisma e institución (poder). Favoreció
el carisma, al incentivar la libertad de los hijos de Dios. La verdadera existencia está
configurada por la libertad. La intuición fundamental de Pablo consiste en ampliar al
máximo la “libertad de” y encarnar, también al máximo la “libertad para”. La “libertad
de”, consiste en la percepción y en la práctica, que ninguna norma externa ni ley que
provenga de fuera y ninguna prescripción pueden cerrar la libertad. La libertad es siempre
mayor.

De esta forma, Pablo no teme decirle a los romanos que ellos no están “bajo la Ley
y sí bajo la Gracia” (Rm 6, 14). La libertad frente a la Ley es total, porque la gracia-Espíritu
está actuando en la persona. Si alguien hubiese concluido que el camino era la anomía
total, no habría entendido el mensaje paulino. La “libertad de” nos es dada en vista de una
“libertad para”; por eso San Pablo continúa: “entreguen sus miembros ahora al servicio de
la justicia para la santidad” (Rm 6, 19).

El doble movimiento de la “libertad para” es el servicio a Dios y a los hermanos, que se


llama santidad. Son los frutos para Dios (Rm 7, 14). “La libertad no es otra cosa que una
apertura a un futuro auténtico, somos libres cuando nos dejamos determinar por el
futuro” (R. Bultmann). La “libertad de” rompe con toda imposición externa. La “libertad
para” se concretiza y hace historia por medio de instituciones –desde que aquellas no
bloqueen el camino hacia adelante.

En esta línea es que Pablo piensa a la Iglesia como una comunidad de carismas
diferentes, pero todos orientados a la construcción de la misma. Nadie posee el dominio y
el monopolio de los carismas, pues ellos son dones de Dios. Quien como criterio de
discernimiento ofrece la fe en Jesucristo (cf. 1Cor 12,3).

2. El carisma en los inicios de la Vida Religiosa


La Iglesia tempranamente acogió la corriente carismática debido a la santidad y objetivos
de sus fundadores. Ante la mundanización y acomodamiento de sectores de la Iglesia,

27
antes de la conversión de Constantino, pero sobretodo después, se inició un movimiento
de huida al desierto. Son los llamados eremitas. Se dedicaban a la oración y la penitencia
en la soledad del desierto. Estos son los comienzos de la vida religiosa. Unos vivían en la
soledad y aislamiento, otros ya iniciaban una vida comunitaria rudimentaria, donde por lo
menos se reunían para la oración y celebración de la Eucaristía. Entre los Padres del
Desierto están San Antonio (251-356), reconocido por su extraordinaria vida, consignada
en un escrito atribuido a San Atanasio. Pacomio (290-346) inaugura una vida cenobítica
(koinos + bios = vida común), en comunidad. Lo que más tarde será la vida monástica con
San Benito.

La vida religiosa, se ha expresado a lo largo de la historia del Cristianismo, desde su


vertiente carismática, aunque muchas veces se ha institucionalizado y hecho enfriar el
carisma. Muchos han surgido a lo largo de la historia en búsqueda de ese fuego propio del
Espíritu Santo en la Iglesia y el mundo. Joaquín de Fiori (1145-1202) anunciando un
esquema de la historia en tres estados, siendo el tercero el tiempo del Espíritu Santo,
donde se manifiesta una Iglesia renovada, carismática, en una especie de religión libre,
una Iglesia humilde y silenciosa, casta y virginal, de los contemplativos, Iglesia de la
caridad y el amor. En los siglos XI al XIII se produjo una gran movilización de los pobres,
críticos a la institucionalidad de la Iglesia. Surge en Milán un movimiento popular religioso,
mayoritariamente laico: los Patarinos. Posteriormente surgió el movimiento de los Cátaros
(Kátaros = puros), que cuestionaba la estructura jerárquica y vertical de la Iglesia.
Llamados también Albigenses por la región de Francia donde surge: Albi. Santo Domingo a
diferencia de los Cátaros manifestó su celo evangélico con una vida más radical, intuición
que llevó a la fundación de la Orden. Posteriormente con Pedro Valdo (1140-1217) surgen
los Valdenses, movimiento similar a los franciscanos. Fueron llamados los Pobres de
Cristo, o los Pobres de Lyon. Abrazaron una vida mendicante, itinerante. Bajo Lucio III, en
el Concilio de Verona (1184) los Valdenses fueron condenados. Sus errores: reivindicación
de la autoridad de predicar, divergencia en puntos doctrinales respecto a los sacramentos
de la Eucaristía, la confesión y el matrimonio. Debido a una extrema fidelidad a la “vida
apostólica” (de los Apóstoles) los valdenses afirmaban que la mayoría del clero había
perdido la única fuente de legitimidad y que la Iglesia Jerárquica en su conjunto carecía de
poder sacramental, del carisma sagrado y de legitimidad para predicar.

En medio de esos tiempos controversiales y movidos surge Francisco de Asís.


Cuando la Iglesia llega a sus instancias más álgidas de poder y riquezas brotan figuras y
líderes carismáticos llenos de Evangelio. Sobre todo en cuanto a la cercanía con los
pobres. Todos estos movimientos nos manifiestan la tensión real y existente a lo largo de
la historia del Cristianismo, entre sus rostros carismático e institucional.

28
Hasta el siglo XVI, la tensión se mantuvo en la unidad. Si bien en Oriente hubo la
primera ruptura (s. XI). La tradición cristiana oriental sufrió un cisma que hasta nuestros
días persiste por razones jurídicas y políticas, aunque las dos Iglesias –ortodoxa y católica-
permanecen muy cercanas en términos doctrinales y prácticos. En Occidente la Iglesia se
mantuvo cohesionada en torno al romano Pontífice, que desde Gregorio VII aumentó su
poder. El cristianismo Occidental entra en la modernidad bajo el impacto de una división:
la Reforma. Una prueba más de que la sola institución no resiste. Solo el carisma es
invencible.

Capítulo VI:

Cristianismo y modernidad
1. El impacto de la Reforma
Este fue el golpe más duro para el Movimiento de Jesús. El deseo y sueño de Jesús se expresaban
en la unidad del rebaño. No por la vía del poder, como imaginó Bonifacio VIII, sino por la unión de
los corazones y las mentes. Esto fue quebrado gravemente por la Reforma que surge a partir de la
crisis de la Cristiandad y es agravada por el Renacimiento. La gota que rebalsó el vaso fue la venta
de indulgencias, determinada por León X en el año 1517, para obtener dinero a fin de terminar la
construcción de la Basílica de San Pedro.

A partir de una reflexión y acción concreta de Martín Lutero, la Reforma evolucionó a


intereses políticos de dirigentes que aprovecharon la ocasión para atacar el poder de la Iglesia y
sus territorios. Monarcas querían controlar las Iglesias nacionales y las tierras del clero.

2. La iglesia en diálogo crítico con la modernidad


“Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la
época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación,
pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la
vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas” (Gaudium et Spes, n.4. CVII).

En cuanto importantes sectores de la Iglesia Católica continuaban en una actitud defensiva, que
llegó a su auge en el siglo XIX, los católicos más conscientes se fueron abriendo al progreso
científico, al humanismo y a la búsqueda de mayor igualdad y justicia. Esta tendencia aparece con
fuerza en la “Doctrina Social de la Iglesia”, desde el Papa León XIII (+1903) hasta su confirmación
en el Concilio Vaticano II (1962-1965) convocado por el Papa Juan XXIII. Debido a que este Concilio
puso el acento en la eclesiología o modelo de Iglesia-Comunión (en vez del modelo rigurosamente
jerárquico de la Cristiandad); surgió, especialmente en América Latina, una pastoral volcada a la

29
vida del pueblo y a la opción preferencial por los pobres, promoviendo las comunidades eclesiales
de base, y muchas iniciativas relacionadas con los más pobres y marginados. La Teología de la
Liberación es la expresión teórica de esa óptica.

Es bueno recordar que además de la apertura para el mundo, el motivo principal del
Concilio Vaticano II fue, en el querer del Juan XXIII, el doloroso escándalo de la división de los
cristianos. El Cisma oriental del siglo XI y la Reforma Protestante del siglo XVI. De esta forma el
Concilio fue un impulso para el ecumenismo cristiano, y también el diálogo inter-religioso. Esto
significa que la Iglesia deseó escuchar la experiencia, incluso religiosa, de otros y otras; para dar
testimonio de la propia; sin esconder las riquezas de la tradición para toda la humanidad. En este
sentido, la experiencia religiosa debe ser abordada como elemento integrante de la experiencia
humana. En la propia tradición cristiana descubrimos una diversidad de formas y acentos, desde
sus orígenes. Es claro que la tradición cristiana y católica puede (y debe) encarnarse en otras
formas diferentes que no son la europea. La inculturación en otras culturas en una exigencia de la
catolicidad, pues esto significa “universal”, “para todos los pueblos”.

3. La configuración católica de la comunidad cristiana de hoy


“Y [Dios] estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada
desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la
Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y
que se consumará gloriosamente al final de los tiempos”. (CV II; Lumen Gentium n.2)

Los que creen en Cristo, es decir los hombres y mujeres de FE, son llamados a ser Iglesia. El
propio término Iglesia significa: “convocación” o “asamblea de los convocados”. Ser cristiano
implica la participación en la comunidad de los que creen que Jesús es el Cristo, el Mesías, y que es
llamada a presentar a Cristo al mundo como “luz de las naciones” (LG).

Ser católico es una manera de ser cristiano (anterior esto a cualquier denominación
confesional de las Iglesias). Si la Iglesia Católica es la Iglesia cristiana unida bajo la autoridad del
obispo de Roma, el Concilio Vaticano II aclara que también otras Iglesias llevan con razón el
nombre de cristianas y de Cristo ligadas a ellas. De hecho, todas las religiones y cosmovisiones
honestas, de diversas maneras y grados, entran en su horizonte (cf. LG 15-16). Los cristianos de
todas las confesiones deben buscar el diálogo con otros cristianos. Las diversas Iglesias cristianas
mantienen este vínculo a través del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).

La universalidad de la Iglesia Católica se realiza en las Iglesias particulares (diócesis),


presididas por sus respectivos obispos, los cuales suceden en esta función a los Apóstoles
instituidos por Jesús. Debido a una coyuntura histórica, el sucesor de Pedro es el obispo de Roma,
con el título de Sumo Pontífice, o Papa. Este vela por la unidad de todas las Iglesias particulares,
articuladas en las diferentes Conferencias episcopales nacionales, en lo que respecta a la pastoral;
y agrupadas en provincias eclesiásticas, presididas por un obispo; en lo que respecta a la
organización jurídica.

30
4. Incorporación en la Iglesia y los sacramentos de iniciación cristiana

“Vayan por el mundo y hagan discípulos en todas las naciones bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo“ (Mt 28, 19).

La plena incorporación en la Iglesia católica supone, además de la fe en Jesucristo y la


práctica de su mandamiento del amor, la plena comunión sacramental y aceptación de la
estructura visible de la Iglesia (cf. LG 14).

La participación en la vida eclesial está marcada por signos sagrados, estos son los
sacramentos, los cuales realizan la gracia que significan. Esto es, la realidad de la vida
divina en aquella situación existencial de la persona expresada en los gestos simbólicos.
Dicho de otra manera, a través de gestos simbólicos concretos se hace presente la acción
de Dios, por la fe, en la comunidad y persona concreta. En la práctica católica son siete.
Tres tienen que ver con la iniciación cristiana, que busca la participación eclesial:
bautismo, eucaristía y confirmación. Siendo la Eucaristía el centro de la vida sacramental.
Antiguamente se recibían los tres en un mismo acto (aún hoy en la Iglesia oriental y en la
Latina para los adultos).

En cuanto a los otros sacramentos, dos de ellos significan la restauración o el


refuerzo de la vida cristiana: Penitencia y Unción de los enfermos. Los otros dos marcan la
vocación específica o estado de vida: Matrimonio y Orden. Estos siete son los sacramentos
o signos sagrados de Cristo en la Iglesia, según la praxis católica. No todas las iglesias
reconocen los siete sacramentos mencionados; muchas Iglesias de la Reforma solo
reconocen el Bautismo y la Eucaristía y practican los otros como ritos piadosos.

La Iniciación cristiana tiene como primer marco el Bautismo, que se hace


profesando la fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, o sea, en nombre de la
Trinidad Santa. Este sacramento incorpora los nuevos miembros a la Iglesia,
transformándolos en “hijos en el Hijo”; y les da la gracia del Espíritu Santo para realizar la
misión de Jesús en el mundo de hoy.

El bautismo es también el baño de regeneración, el nuevo nacimiento. Es el pasar


de la vida antigua (pecado) a la vida nueva (gracia), así como el pueblo de Israel atravesó
el Mar Rojo para entrar en la Libertad de la tierra Prometida. La Confirmación,
íntimamente ligada al Bautismo, significa de modo especial la unción con el Espíritu de
Dios y de Jesucristo. Es nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios y la misión de ser
sacerdotes, profetas y reyes a su servicio. Por último la Eucaristía, la cena fraterna en que
celebramos la vida, muerte y resurrección de Jesús. Recibiendo el pan de vida, somos
nosotros, la comunidad transformados en el Cuerpo de Cristo. Anticipo de la Comunión
definitiva.

31
Cap. VII:

La vida del cristiano


La vida del cristiano es la vida centrada en Cristo, y como la vida de Cristo era centrada en
el amor de Dios compartido y repartido entre todos; también la vida del cristiano estará al
servicio de ese plan de amor.

Esta visión contrasta con una sociedad hedonista, en la cual no nos gusta oir hablar
de la cruz y el sacrificio. Nuestra sociedad nos invita a gozar al máximo, incluso a costa de
otros. Pero, el cristiano consciente ve que el camino de Jesús no va por ahí, sino que es el
camino de la donación de la propia vida, viviendo o muriendo, como el mismo Jesús nos
mostró. El cristiano no esquiva el sufrimiento, desde que sea causado por el amor y para
que los hermanos y hermanas puedan participar de la plenitud de vida que Dios ofrece.

Así, la vida del cristiano puede ser descrita como mística y ética. La mística es la
contemplación de Jesús, a través de la cual el hombre y la mujer de fe ven su propia vida a
la luz de Jesús. “Para mí, la vida es Cristo” (Flp 1, 21), dice San Pablo. La ética (o moral)
significa el modo de proceder en conformidad con los valores que orientan a la comunidad
cristiana: los valores que Jesús nos enseñó en su propia práctica de vida. La vida cristiana
es seguir a Cristo por el camino que el mismó trazó, juzgando la realidad como él la
juzgaría y actuando como él actuaría en nuestra situación. No hay ética cristiana sin
momento místico, que nos permite ver la realidad de Dios que se manifiesta en Jesús.
Jesús es el rostro de Dios que proyecta su luz sobre el camino de nuestro vivir.

1. La oración y la liturgia
La mística cristiana en su sentido más simple, consiste en tener a Jesús delante de los ojos
y, en él, al mismo Dios (cf. Jn 14,9). Para ello sirven la contemplación, la meditación y
todas las formas de oración, en las que la atención se centra en Dios, ya sea en forma de
diálogo, mental o a través de gestos y palabras.

Como ser cristiano es participar de la comunidad de los discípulos y discípulas de


Jesús, la primera y gran escuela de oración será la propia comunidad. La oración de la
comunidad: la liturgia, el culto, los signos, los sacramentos. Allí, el creyente aprende las
palabras y el ritmo cotidiano para un diálogo continuo con Jesús y el Padre.

La oración de la comunidad cristiana es por excelencia el Padre Nuestro, rezado


significativamente en la Eucaristía. La liturgia es “oficio del pueblo de Dios”, celebración

32
“oficial” de la Iglesia en cuanto comunidad. Aquí entran la celebración de los Sacramentos
y sacramentales (sin ser sacramentos, son ritos sagrados menores).

La oración litúrgica está organizada al ritmo del año litúrgico, que comienza a fines
de noviembre (inicio de diciembre); con el tiempo de Adviento (cuatro semanas de
preparación para Navidad) y Navidad (nascimiento de Jesús), la fiesta de la Madre de Dios
(una semana después), Epifanía y el Bautismo del Señor. Después de seis a once semanas,
comienza el ciclo pascual, con el tiempo de Cuaresma, preparación para la Pascua (que se
celebra en el contexto de la Semana Santa). El tiempo pascual continúa hasta Pentecostés
inclusive. La Pascua es el centro del año litúrgico, como en realidad el memorial de la
muerte y resurrección de Cristo presente en cada celebración dominical, de modo que el
domingo es la “Pascual semanal”.

E l C o n c i l i o V a ti
fuera ricamente
preparada, presentando todo el Nuevo Testamento y los principales textos del Antiguo
Testamento, en un ciclo de tres años. Los Evangelios son Mateo (año A), Marcos (año B) y
Lucas (año C). El Evangelio según Juan se lee todos los años durante el tiempo Pascual. La

33
Mesa de la Palabra nos conduce naturalmente a la Mesa de la Eucaristía. Eucaristía
significa acción de gracias. Damos gracias porque Jesús, en su muerte y resurrección,
comprobó el amor de Dios dando su vida por la humanidad y haciéndonos participar de la
vida de Dios. El memorial de la muerte y resurrección de Jesús le confiere a la Mesa de la
Palabra su sentido profundo: lo que Jesús enseña por la palabra, se hace vida en la
entrega celebrada en la Eucaristía.

La liturgia es esencialmente celebración del “misterio”, memorial transmitido de


generación en generación. En la liturgia palpita el corazón de la Iglesia. El deseo de
“actualizar” la liturgia no debe invadirla al punto de expulsar el misterio. Pues la Eucaristía
es alimento que el propio Dios dona a la humanidad: la vida de Jesús.

2. Las muchas maneras de orar


Existen muchos momentos y modos de orar. El catecismo antiguo aconsejaba la oración
personal al inicio y final del día, antes del trabajo y en las tentaciones o peligros. Muchos
cristianos cultivan la meditación cotidiana, buscan de vez en cuando momentos de retiro y
recogimiento. La comunidad cristiana siempre promovió formas de oración no litúrgicas,
para que también los que viven lejos de monasterios pudieran tener sus momentos de
mística, de oración contemplativa, individual o comunitaria: el rosario, el vía-crucis, la
alabanza, la adoración al Santísimo. Los fieles tienen la libertad de desarrollar o de
adoptar diversas formas de oración, nuevas o provenientes de otras tradiciones: mantras,
oración de Jesús…

Desde el inicio de la Iglesia, las formas adoptadas por la oración y la piedad


cristiana se alimentaron de la experiencia religiosa de los judíos y no-judíos. También en
nuestros días formas elaboradas, que provienen de otras religiones pueden ayudar a los
cristianos en su oración, desde que estén centradas en Cristo, rostro de Dios para
nosotros.

Elementos importantes son el arte, la arquitectura, la pintura, la danza, la música…


de ahí que San Agustín haya dicho que “quien canta reza dos veces”. David danzaba frente
al arca del Señor (2 Sm 6, 12-15). La cultura afro-brasileira sugiere el uso de la danza como
expresión de los sentimientos para con Dios. Los íconos del antiguo cristianismo griego y
los vitrales de las catedrales medievales fueron llamados como “la Biblia de los iletrados”,
pero también los letrados los contemplan con ricos frutos.

Las expresiones religiosas deben ser dignas y bellas; desde los templos hasta la
liturgia dominical. La belleza es una forma de expresar tanto la gratitud y admiración,
como lo que hay de dramático en la vida. Por ello, es fundamental que la oración y sus

34
formas expresen lo que habita el corazón humano. Los sentimientos que deseamos
expresar a nuestro Dios. La liturgia quiere ser expresión de lo sagrado en el propio cuerpo.

3. María, madre de Jesús


María es la puerta de la fe, en el sentido de que ella nos lleva a Jesús. Dicho de otro
modo, ella “trajo” a Jesús. Su SÍ libre y generoso es la puerta de entrada del Eterno al
tiempo, de Dios a la historia.

Sin embargo no debemos confundir el papel de María en la recta fe. Ella, antes que
todo es una mujer creyente, una judía fiel. Que siendo madre de Jesús se hace discípula y
seguidora, contituyéndose en el pilar fundamental de la Comunidad Primitiva.

Para nuestro pueblo latinoamericano la piedad mariana es muy importante. La


veneración por la Madre de Jesús tiene como fundamento teológico el deseo de Dios para
manifestar en medio nuestro su amor en la persona del hombre Jesús. La vinculación
íntima entre un hijo humano y su madre no está fuera de la manera en que Dios ha
querido darse a conocer. Muy por el contrario, ocupa un lugar primordial en la revelación.
María fue asociada a la acción gratuita y divina de Dios desde el inicio, desde que Dios
sucitó en ella al hijo Jesús, e incluso antes de eso; cuando ella misma fue concebida. De
aquí se desprende el dogma de la Inmaculada Concepción (1854), que no es otra cosa que
afirmar la elección que el Creador había hecho desde que María nació. Además, en
nuestra Iglesia Latina en general y americana en particular, María manifiesta el rostro
materno de Dios en un contexto marcado por la opresión del varón.

Es la María de los Evangelios la que debe acompañar nuestra fe adulta. La joven


mujer de pueblo que cantó su Margnificat afirmando su propia fe en un Dios que “ha
puesto los ojos en la pequeñez de su esclava”, que “desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón, derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los
humildes”, que “colmó a los hambrientos de bienes y despidió a los ricos sin nada” (Lc 1,
46-55).

Cap. VIII:

35
El Dios de Jesús y de los cristianos
En este último capítulo queremos tratar del Dios de Jesús, el Dios del cual Jesús
experimentó la presencia y el amor en su propia vida, el Dios Padre que en él se
manifiesta, el Dios Trinidad que es también el Dios de la profesión de fe de aquellos que
optan por Jesús, el Cristo.

1. Jesús, rostro de Dios


“Felipe dijo: Señor, muéstranos al Padre, que eso nos basta. Jesús le respondió: … Quien
me ve, ve al Padre” (Jn 14, 8-9)

El cristiano es aquel que encuentra a Dios en Jesucristo, en el contexto de su comunidad.


¿Cuál es, entonces, ese Dios que revela su rostro en Jesús? Mucha gente tiene una imagen
prefabricada de Dios, una imagen más bien filosófica o, incluso, matemática. Se imaginan
a Dios como el arquitecto del Universo, o como el motor inmóvil del Cosmos. Este tipo de
pensamiento entra rápidamente en confrontación con la percepción cristiana de la
manifestación de Dios en una persona humana, histórica, situada en el tiempo y el
espacio. Esto llevó a que a inicios de la modernidad Pascal comparara al “Dios de los
filósofos” con el “Dios de Abraham, Isaac y Jacob; el Dios de Jesucristo”.

El pensamiento filosófico busca concebir el concepto, pero la revelación los llena,


superándolo. La filosofía ayuda en la búsqueda, pero a la hora de exponer la revelación
cristiana, que posee un comienzo histórico, hay que seguir el camino inverso. En vez de
pasar del concepto de Dios a la persona de Cristo; se debe pasar de la contemplación de
Jesús al misterio de Dios. El Evangelio de Juan nos enseña esto de que nadie jamás ha
visto a Dios, solo Jesús, que es el retrato y el relato de Él.

El término dios puede significar de todo, sin llegar a decir nada. Por eso, cuando
llamamos a Jesús de Dios, o Hijo de Dios, no estamos atribuyéndole un determinado
concepto a Jesús, sino que estamos dándole un rostro a Dios. El cristiano llena de
contenido la palabra “dios” a partir de Jesús de Nazaret. La propia vida de Jesús, “venido a
la carne” (1Jn 4,2), en existencia humana, es el espejo de Dios que se reveló a Moisés
como “lleno de gracia y verdad” (Jn 1,14). Por eso en la hora de entregar su vida por amor,
Jesús declara: “Quién me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Jesús es la imagen “auténtica” de
Dios. Si queremos saber como Dios íntimamente es, basta mirar a Jesús en la hora de su
entrega por amor, pues Dios es amor (1Jn 4, 8.16).

En Jesús, Dios se da a conocer sin excepciones. Pero esa manifestación de Dios en


Jesús se dio en una existencia limitada en el tiempo, en el espacio, en la cultura, en el

36
ámbito de la acción, en una palabra: “en la carne”. Debemos siempre recordar que Dios
Padre es “mayor” que Jesús. Todo lo Jesús vivió en su “carne” histórica manifiesta a Dios,
pero Dios abarca más que eso, y por eso, el Padre continúa manifestándose a nosotros
hoy, por su Espíritu, que trae a la memoria el rostro del Padre revelado en la vida de Jesús.

2. La Trinidad, comunión de amor


La incorporación en la comunidad cristiana se da por el bautismo “en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo”. Nuestra vida de fe se desarrolla en el ámbito del Dios-
Trinidad. Tres actores (prosopón) divinos que, cada cual con su personalidad y libre
voluntad, en unión de amor, realizan el “drama divino”. Juntos constituyen la realidad de
aquello que expresamos con el término “Dios”, código de la referencia absoluta de
nuestra vida.

El “Padre”: Dios es el Creador, aquel que por su voluntad y poder hace que todo exista, y
eso con el amor de un Padre que le comunica su vida a sus hijos. Por eso es llamado de
Padre, con trazos maternos. Es de una manera especial que por la experiencia única de
Jesús que aprendemos a reconocer a Dios como Padre.

“Hijo”: Jesús se relacionaba con Dios como un hijo leal en relación con su Padre, hombre
de confianza en quien Dios puso todo su agrado, su beneplácito, su proyecto de amor y
salvación. La unidad de Jesús con Dios es tan fuerte que todo lo que Jesús hace, es Dios
quien lo hace. Él y el Padre son uno, pero Jesús dice también que el Padre es mayor que él
(Jn 14, 28). Jesús y el Padre son uno, no en el sentido de la identidad, mas en el sentido de
la obra que Jesús realiza.

“Espíritu Santo”: Jesús fue impulsado por el Espíritu, el soplo y fuerza vital de Dios, y así
también nosotros cuando llevamos adelante la obra de Jesús. Este Espíritu nos trae a Jesús
a la memoria y nos hace entender en cada momento lo que significa la obra de Jesús y la
voluntad de Dios hoy. Así nos guía en toda verdad.

La trascendencia de Dios, expresada sobretodo en la Creación y la Paternidad; el


amor fiel vivido radicalmente hasta el final por Jesús de Nazaret, Hijo que asume la
bondad y bendición del Padre, en una existencia histórica limitada; el Espíritu de Dios que
“llena el Universo” (Sb 1, 7) y hace que los fieles de Jesús expandan su obra, actualizando
su memoria en el espacio que él les abrió. Todo eso es la realidad de nuestro Dios, el Dios
que actúa en comunión de amor para dentro y para fuera.

3. Aprender de Dios quién es Dios

37
Solo podemos aprender de Dios a partir de sus relaciones. De ahí que podamos
desprender que Dios es:

a. Un Intercambio a través de la Palabra.

Toda la tradición judío-cristiana habla de la Palabra. Una intuición ausente en el


paganismo. Con los dioses paganos no se habla. Veamos el Génesis (18, 16-33). Dios
dialoga, se comunica. Dios quiere ser conocido y por eso habla. Nuestro Dios no es tanto
un Dios del mirar (¿Dónde está Adán?). Interesante constatar que la palabra esta ligada a
la rebelión, no así el silencio. Yahvé desea un interlocutor que lo interpele. Dios es un Dios
personal.

b. Una relación de Sujeto a sujeto.

Dios es relación de sujetos, de un Sujeto absolutamente libre frente a su creación. En esta


relación, el Dios-sujeto posee un proyecto, un plan, es un Dios-intención. Y por definición
puede no ser adorado, seguido y/o correspondido. El mandato divino será: ¡Sé libre! Que
es lo mismo que decir: sé criatura, sé humano. De esta forma, el Dios-Sujeto se sitúa en la
fragilidad de la relación.

c. Un reencuentro ético.

La trascendencia de Dios es del orden ético, es decir, relaciones libres que subsisten más
allá del tiempo-espacio, más allá de la vida y de la muerte. La preocupación de Dios es la
salvación y la felicidad del ser humano. Que corresponde a una felicidad ética. Dios es un
reencuentro ético porque él mismo en su libertad ha creado un ser moral, un sujeto ético
que es capaz de tomar por las riendas su propio destino. Dios está tan interesado en este
destino que busca “hacer algo” por la salvación del ser humano. Este “hacer algo”
acontece en la Encarnación; el acto que realiza el Creador para ir al encuentro de su
creatura. Dios somete su grandeza (su verdad, lo que Él es) a la medida de otro templo: el
que está en nosotros mismos. El paradigma de la relación ética entre Dios y el ser humano
es la narrativa del Jardín (cf. Gn).

El acto ético es intrínseco a la constitución del ser humano. Allí se encuentra es su


dimensión más elevada. Esto implica que el ser humano se construye en la tarea moral y
se destruye en el pecado. Podemos decir que el ser humano es aquel que, en la creación,
no recibe simplemente el ser, sino que también la voluntad para conquistarlo, para
merecerlo, para ratificarlo. El ser humano debe desear hacerse, realizarse como tal.

Dios nos ofrece el siguiente itinerario “ecológico”: Del árbol del bien y el mal
(ETICO) que está en el Jardín, al árbol de la Nueva Alianza (ENCARNACIÓN) que está en
María, al árbol Redentor/ Salvífico (RESURRECCIÓN y GLORIA) que está en el Gólgota.

38
Nos resuena en esta línea el impresionante Salmo 8: “Apenas inferior a un dios lo
hiciste (v.6)” Acaso una locura de Dios? Sí, la locura de la gracia.

d. Una relación de gratuidad.

Lo principal en Dios-Gratuidad es la libertad en la relación. Veamos el final del libro de


Josué (Js 24, 14ss; cf. Dt 30, 15-19). Josué interpela al pueblo para que ejerza su libertad
frente a Dios. Lo mismo en el discurso de Moisés; le presente al pueblo dos caminos y
ellos deben realizarse en su libertad plena delante del proyecto de Dios.

Dios se presenta, se ofrece como deseo. Muchas veces como un deseo poco
evidente, no tan simple, en la forma de un proceso que requiere tiempo, discernimiento y
voluntad. Dios no es evidente en su actuar. La respuesta al deseo de Dios, mejor dicho, al
deseo que Dios es; se construye personalmente en el corazón del ser humano. En la última
Cena el mismo Jesús manifiesta su gran deseo (Lc 22, 15).

Así, el hombre se torna tal siendo un ser que desea. Un ser de deseo y expectativa
vive una relación infinitamente más gratuita con Dios, que aquel que ve en dios al
satisfacedor de sus pequeñas necesidades.

La libertad creadora es la que expresa con más claridad la gratuidad de Dios. Un


Dios-donación que dona y se dona; y permite que el hombre ejerza su papel creador
también. El ser de Dios se manifiesta, entonces, plenamente como un Dios-salida-de-sí.
Dios ex – siste, es decir, sale al encuentro.

Conclusión: La autocomunicación de Dios revela aquello que él es. Dios es revelación,


comunicación, Palabra, relación, creación, donación, encarnación, salvación. En una
palabra: AMOR.

Dios se manifiesta en el COSMOS, en la HISTORIA y en el SER HUMANO.

Dios-libertad se revela como frágil, vulnerable. Se relaciona con un ser capaz de ateísmo.
Esta absoluta libertad se refleja también en el RESPETO sin medida (¿Adán, dónde estás?)
hacia el hombre esperando su respuesta: descubrir el rostro de Dios, es la respuesta de la
FE.

4. El símbolo apostólico, resumen de la fe

39
“Con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir
la salvación” (Rm 10,10).

Símbolo Apostólico Interpretación tentativa


Creo en Dios Padre, Con firmeza oriento mi vida a la referencia última, que
todopoderoso, Creador del llamo Dios y que considero ser el generador libre, activo y
cielo y de la tierra consciente de todo lo que existe, en un proyecto de
bondad que es realizado por su amor de padre y madre, en
cuanto fuente de felicidad y vida.
Creo en Jesucristo, su único En medio a los que buscan un camino de vida, opto por
Hijo, nuestro Señor adherir a Jesús de Nazaret, a su camino, a sus prácticas,
que considero que son la expresión legítima del proyecto
de Dios, que él llama de Padre; y por eso lo llamo de Hijo
de Dios y Dios mismo.
Que fue concebido por Su origen está en Dios, él no es mero fruto de la
obra y gracia del Espíritu humanidad, sino don de Dios a la humanidad, por el poder
Santo, nació de Santa María vivificador de Dios que llamamos Espíritu; y eso significado
Virgen por la maternidad de su madre María.
Padeció bajo el poder de Él asumió su misión y, por amor fue fiel hasta el fin,
Poncio Pilato, fue enfrentando libremente el sufrimiento y la muerte de cruz,
crucificado, muerto y bajo Poncio Pilato.
sepultado,
Descendió a los infiernos, y Luego fue sepultado, venciendo la muerte, que significa el
al tercer día resucitó de poder opuesto a Dios; se apareció vivo a sus discípulos,
entre los muertos; está resucitado, signo de que Dios reconoció su obra y lo elevó a
sentado a la derecha de su gloria.
Dios Padre todopoderoso,
Desde donde ha de venir a Desde la gloria divina, él es el juez de nuestra vida. Frente a
juzgar a los vivos y a los él, teniendo como criterio su práctica de amor gratuito a
muertos; los más pequeñitos, con los cuales se identifica; todos
nosotros, vivos y muertos daremos cuenta de la práctica de
nuestra vida.
Creo en el Espíritu Santo, Me abro al soplo animador y vivificador de Dios, el Espíritu
de santidad,
En la Santa Iglesia católica, En el seno de una comunidad constituida por Jesús, que
para mí es la Iglesia que une a todos los cristianos.
En la comunión de los En ella, me integro a la comunión de todos los que por Dios
santos, son santificados.
En el perdón de los Confió en el perdón de los pecados que, por intermedio de
pecados. la Iglesia, de parte de Dios alcanza sinceramente quien se
arrepiente y convierte.
En la resurrección de la Espero firmemente que mi vida humana personal no
carne, termina con la muerte corporal, sino que será

40
transformada
Y en la vida eterna. En una vida que está en las manos de Dios,
definitivamente.

Debemos percibir de forma muy clara las tres declaraciones de FE: en el Padre Creador, en
el Hijo Salvador y en el Espíritu Santificador. Y distinguir como las proposiciones: fue
crucificado, muerto y sepultado; o en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los
santos; entran en las declaraciones de fe, según sea el caso. La claridad en esto evitará
malos entendidos o errores en la comprensión de la fe católica (dimensión objetiva,
contenidos de la fe). En resumen, el Credo nos deja en evidencia que la Fe cristiana es sólo
en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu.

5. La fe como mistagogía
“El cristiano del futuro o será místico o no será cristiano” (K. Rahner, sj)

Ya hemos hablado mucho de la fe en cuanto apertura al Misterio. Justamente a eso se


refiere la fe como mistagogía. Es la comprensión de la fe como un movimiento de todo el
ser humano hacia el Misterio que es Dios. La fe nos abre al Misterio, nos lleva a
comprender en el amor aquello que la razón con dificultad puede contemplar.

Consiste en redescubrir que el sentido fundamental del creer es la fe como ACTO


de ADHESIÓN. Adhesión al AMOR. Es referir todo nuestro ser a lo último que puede dar
pleno sentido a la vida humana: el Dios revelado por Jesucristo. Esta es la fe cristiana. Fe
vivida en comunidad que transmite las palabras, los gestos, las explicaciones, los símbolos
que nos ponen en contacto con Jesús de Nazaret.

6. Fe liberadora y humanizante en el contexto de América Latina


La experiencia renovada de un Dios que ha actuado y actúa en la historia de los pobres ha
estado muy marcada en nuestra América Latina por el redescubrimiento del Jesús
hombre, que vivió y se comprometió en un ministerio público y una historia concreta. Lo
que nos hace renacer en América Latina, a diferencia del conflicto europeo entre el “Jesús
de la historia” y el “Cristo de la fe”; es el redescubrimiento de la plena humanidad de
Jesucristo, Hijo del Padre y Señor resucitado, con quien vivimos hoy en comunión por la
fe. Es el redescubrimiento de esa vida pública (política en el sentido estricto de la palabra)
y plenamente histórica que este mismo Jesús vivió una vez, en un pueblo y unas
condiciones sociales y culturales bien determinadas. Redescubrimos al Jesús histórico en y
desde la comunión actual que tenemos con Cristo en esos “lugares” inseparables de
nuestra fe cristiana: el pueblo de los pobres, con las creencias y prácticas de su catolicismo

41
popular y su solidaridad liberadora, y la comunión eclesial entre los mismos pobres, con su
fraternidad concreta, su anuncio y celebración de la palabra, sus servicios. Es en este
trasfondo en que nos brota la necesidad de hacer memoria del camino que recorrió una
vez Jesús: sus actitudes y opciones, su acogida y resistencia, lo que despertó en las
personas y grupos sociales de su tiempo, de la crisis y el drama que vivió con fidelidad
hasta el fin. Esto es referente último e indispensable de nuestra fe cristiana y de nuestro
camino práctico de fidelidad. Sólo así podemos evitar que el “Cristo de la fe” y la imagen
misma de Dios se nos volatilice y conviertan en ídolos, como proyección más o menos
consciente de nuestros anhelos y nostalgias, o legitimación sagrada de nuestros hábitos e
intereses, personales o de grupo.

Por ello, en primero lugar aparece para la persona de fe Jesús de Nazaret, el


hombre en su historia mesiánica tal como la narran los evangelios. Es Jesús, el Cristo, que
nos da testimonio del reinado de Dios como dinamismo de liberación activo entre los
pobres, que va viviendo personalmente y rehaciendo para nosotros la comunión con el
Padre y con los hermanos, que es rechazado por los que se sienten seguros y tienen el
poder, y es ajusticiado por las autoridades en el patíbulo de la cruz. Dios mismo aparece
en forma indirecta: él no es un tema. Lo primero es nuestra historia humana, sus luchas,
esperanzas y alegrías, sus dolores y amores. Todo lo que sufrimos y hacemos. Y en esa
historia humana de solidaridad liberadora –la de Jesús y la nuestra “en su nombre”- el
Dios vivo se hace inmediatamente presente con su amor liberador. Es el Dios del reino, el
Padre de Jesucristo, el que resucita al crucificado de entre los muertos, el que nos regala
el espíritu resucitado para también nosotros abrazar su causa y seguir el mismo camino y
así “hacer” la verdad y “conocer” a Dios” (cf. Jn 3,21; 1Jn 3, 16-24; 4, 7-12).

Tal vez, dicen algunos teólogos, uno de los acontecimientos más importantes de la
historia de nuestro continente en estos últimos 30 años ha sido esta nueva relación que se
ha venido trabando, esta nueva alianza entre la Iglesia católica y los pobres, las mayorías
populares de esta América morena. Lo nuevo es que desde fines del siglo XVIII y
comienzos del XIX se establece una estrecha relación, aún con sobresaltos y
contradicciones, entre la Iglesia y el pueblo de los pobres. Pensamos en los planes
pastorales, en las parroquias, en los curas, religiosos y religiosas, en los movimientos
laicos organizados.

La Iglesia en América Latina opta por los pobres, y los pobres irrumpen en la
Iglesia, entran en ella como en su casa, la van convirtiendo y transformando. Al hacerlo
así, no están violentando a la Iglesia, sino haciéndola caer en la cuenta de los que siempre
debió ser en la lógica del evangelio: la Iglesia de los pobres, seguidora de Jesús entre los
pobres, y mostrando a un Dios que quiere liberar al hombre en todas las dimensiones de
su vida y convivencia.

42
La fe en América Latina se ha leído desde la historia concreta de los pueblos. Y en
particular desde, lo que llamamos, el reverso de la historia, es decir, desde el lado de los
explotados y marginados, excluidos y desconectados de nuestros tiempos. Experiencia
muy vinculada a la bíblica. Un Dios que se revela en el sufrimiento, en la resistencia y la
esperanza de un pueblo. Entre los pobres el testimonio de la presencia de Dios es la
liberación, es la buena nueva de la liberación y desde allí exigencia de conversión y
compromiso solidario.

Al Dios vivo y verdadero lo encontramos en la historia, en la historia de los pobres


y su liberación. O en esa historia de la liberación de los pobres podemos encontrarnos con
el Dios de Jesucristo. Desde cualquiera de los dos accesos, viviremos la experiencia
espiritual (FE) fundamental que necesitamos reflexionar y celebrar.

La liberación fundamental del ser humano no consiste en llegar a un rumbo


predeterminado, ni en realizar la evolución de una historia que caminaría forzosamente
hacia una plenitud pues, como dice Comblin: de la necesidad no puede nacer la libertad.
La liberación humana fundamental ocurre cuando los seres humanos van más allá del
pasado de su especie –que evolucionó devorándose unos a los otros, rivalizando por causa
de la comida, de símbolos de poder y prestigio y creando dioses vengativos- y llegar a
concebir “un Dios amor, teniendo la ambición y el deseo de imitarlo” (Comblin, cristaos rumo
ao século XXI: nova caminhada de libertacao. Sao Paulo, Paulus, 1996, p. 347 ). Ser libre, imitando al
Dios amor, es ser capaz de abrirse al otro, de superar sus deseos egoístas y desear servir al
otro en su necesidad, para que él o ella también pueda encontrar su camino de liberación.
Camino que nunca llega al fin. Porque “Dios no llama para hacer esta o aquella cosa,
realizar tal o cual proyecto: Dios llama para la libertad” ( Comblin, vocacao para a liberdade. Sao
Paulo, Paulos, 1998, p.248 ). Una concepción del cristianismo centrada en las víctimas, esto es,
que interpreta y reinterpreta la realidad y la tradición religiosa bajo la perspectiva de la
víctima y que concibe su vocación esencial como una vocación a la libertad de amar y
servir al pobre, empuja hacia un compromiso social y político serio, realista y permanente.
Permanente porque ese compromiso no depende de las victorias o las falsas promesas de
la victoria en un futuro distante. Por el contrario, depende y se alimenta de la experiencia
de libertad que las luchas sociales a favor de los pobres posibilitan (cf. Jung Mo Sung,
Semillas de esperanza; la fe cristiana en un mundo en crisis. p. 60)

En la actualidad la supervivencia de la fe América Latina está muy vinculada a


varios factores: A) La capacidad de la Iglesia a abrirse a los temas actuales que preocupan
a la sociedad, es decir, mientras siga siendo capaz de leer los signos de los tiempos. En un
mundo globalizado, de comunicaciones instantáneas, de una economía neoliberal y de un
mercado regulador de la vida de las personas. B) La capacidad de volver a Jesús, volver al
Jesús de Nazaret de los evangelios; volver a encontrarnos con su rostro y fascinarnos con

43
su persona y proyecto. Esto implicará una catequesis renovada, personalizada y
comunitaria. C) La capacidad de una teología liberadora y humanizante desde los nuevos
pobres de hoy. La capacidad de formar una generación de teólogos y teólogas,
consagrados y laicos, afrodescendientes e indígenas, abiertos, pensantes, profundos,
sistemáticos, integrados. D) La capacidad de transmitir una cierta sensibilidad por lo social,
lo que algunos han llamado una indignación ética, es decir, jamás permanecer indiferentes
ante el dolor y el sufrimientos de nuestros pueblos. Leer, pensar, vivir y celebrar la fe
desde las víctimas, en una Iglesia de víctimas desde la muerte injusta de Abel.

7. Todo es Gracia
No hay nada más profundo que concluir nuestro itinerario con una reflexión sobre Dios, la
fe y la Gracia. Nuestro camino nos ha traído naturalmente hasta aquí, la experiencia de la
Gracia, la afirmación de que todo es gracia, la aceptación definitiva del amor desmesurado
de Dios.

Nos adentraremos en esta palabra: desmesurado.

Todo es gracia por que el amor de Dios es inmenso y sobreabundante. Todo es gracia por
que el ser humano no puede hacer nada por “ganarse” el amor gratuito de Dios. Todo es
gracia porque nadie puede darse a sí mismo la existencia ni la vida eterna. Todo es gracia
porque Dios es Gracia. Y la gracia de Dios es desmesurada. El amor desmesurado de Dios
Trinidad, comunión de amor, no podía sino desear desmesuradamente encontrarse
amorosamente con su Creación, con sus creaturas. Por su desmesura nos tornamos hijos
en el Hijo. Por su desmesura vivimos llenos del Espíritu de Jesús.

Por la desmesura de Dios somos cuerpo, somos cuerpos de carne llenos de


Espíritu. Por su Gracia somos libertad. Por su desmesura somos.

Más fundamental que amar a Dios y al prójimo es dejarnos amar por Dios; más
fundamental que conocer a Dios es ser conocidos por Él (1 Cor 13, 12; Gal 4,9).
Experimentar la propia vida y misión como don que se recibe es una dimensión primordial
del ser cristiano consciente. Ese don gratuito del amor, que es la existencia y el propio
universo, la conciencia cristiana lo reconoce en el acontecimiento de Jesús. Él es el DON
supremo de Dios. El amor que se dona totalmente, demostrado por el hombre de Nazaret
es consecuencia de la experiencia absoluta de que todo lo que existe es don. Jesús se
dona desde lo profundo del corazón y desde el corazón profundo de Dios.

Si queremos aproximarnos a la Gracia nos hace bien mirar a los poetas:

Oh Dios, no me castigues si digo

44
mi vida fue tan bonita! como en su mejor casa.
Somos humanos, Soy su paisaje,
nuestros verbos tienen tiempos, su retuerto alquímico
no son como el Tuyo, y para su alegría
eterno. sus dos ojos.
Pero esta letra es mía.
Adélia Prado; Mujer al caer la tarde.
Oráculos de mayo. Adélia Prado; Derechos Humanos.
Oráculos de mayo.
Sé que Dios vive en mí

Seres esencialmente cósmicos:


No podemos excluir a la tierra de la eternidad.
Esas luces allá arriba, la Jerusalén Celestial.
Si en matemáticas son infinitos los números
Los pares y los impares
¿Por qué no una belleza infinita y un amor infinito?
Es una constante en la naturaleza
La belleza.
De ahí la poesía: el canto y el encanto por todo cuanto existe.

Todo ser es suntuario. ¿Necesario acaso que dieras


Tan lujosísimas joyas
A tan efímeros peces
Saltando este ataredecer en el plan del bote?
Ámame, y si soy nada,
Seré una nada con tu belleza en ella refractada.
Al fin y al cabo de la nada nació todo, nada vacía llena toda ella
De la urgencia de ser.
Amor ciertamente fuera de este mundo sublunar,
Con esta vocación de algunos de un amor sin cromosomas…
Tu belleza te permite ser tirano

Ernesto Cardenal, Cantiga 5 (extracto). Cántico Cósmico.

ÍNDICE
Introducción:
1. ¿Qué decimos cuando decimos fe?
2. ¿Fe en qué, en quién?

45
3. Un curso de introducción a la fe.

Cap. I Jesús
1. ¿Quién dice la gente que soy yo?
2. Punto de partida de la FE
3. Jesús en los Evangelios y las Sagradas Escrituras.
4. Campesino y artesano en Galilea
5. Jesús itinerante.
6. Jesús y su tiempo, tradiciones, religión.
7. La promesa hecha a David, el Ungido
8. La vida pública de Jesús. Esperanzas mesiánicas.

Cap. II El Movimiento de Jesús después de su muerte


1. Los discípulos de Jesús
2. El liderazgo de Jesús
3. La propuesta de Jesús
4. Conformación de la Iglesia Primitiva. La Comunidad
5. El Espíritu de Dios suscitando la Iglesia

Cap. III Cristianismo y las persecuciones


1. Razones políticas
2. La resistencia cristiana, como parte de la fe
3. Testimonio de vida de los cristianos. Mártires

Cap IV La simbiosis con el Imperio Romano


1. De la clandestinidad a los palacios
2. Religión oficial del Imperio
3. Poder clerical de la Cristiandad
4. Balance de la conversión del Imperio

Cap V La resistencia del carisma hasta la reforma


1. Inicios carismáticos del movimiento de Jesús
2. El carisma en los inicios de la Vida Religiosa

Cap VI Cristianismo y modernidad

46
1. El impacto de la Reforma
2. La iglesia en diálogo crítico con la modernidad
3. La configuración católica de la comunidad cristiana de hoy
4. Incorporación en la Iglesia y los sacramentos de iniciación cristiana.

Cap VII La vida del cristiano


1. La oración y la liturgia
2. Las muchas maneras de orar
3. María, madre de Jesús

Cap VIII El Dios de Jesús y de los cristianos


1. Jesús, rostro de Dios
2. La Trinidad, comunión de amor
3. Aprender de Dios quién es Dios.
4. El símbolo apostólico, resumen de la fe.
5. El creer y la fe. Fe mistagógica, fe como adhesión.
6. Fe liberadora y humanizante en el contexto de América Latina.
7. Todo es Gracia.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Libanio, J.B. Qual o futuro do cristianismo? Sao Paulo: Paulus, 2006
Konings, J. Ser Cristao, fé e prática. Petrópolis, RJ: Vozes, 2007
Gesché, A. Deus. Volumen 3: Deus para pensar. Sao Paulo: Paulinas, 2004
Muñoz, Ronaldo. El Dios de los cristianos. Santiago: Paulinas, 1988
J.A. Pagola. Jesús, aproximación histórica. Buenos Aires: Editorial Claretiana, 2009
Chittister, J. El fuego en estas cenizas, España: Sal Terrae, 1998
Revista TESTIMONIO, n° 229 (2008) pp 72-80
Mo Sung, Jung. Semillas de Esperanza, San José, Costa Rica: DEI, 2012
Velasco, Rufino. La Iglesia de Jesús, Navarra: Ed. Verbo Divino, 1992
PPAM, 2012

47

También podría gustarte