Introducción - Curso Introducción A La Fe
Introducción - Curso Introducción A La Fe
Introducción - Curso Introducción A La Fe
la fe
– Centro de Estudios Conferre, Chile
Pedro Pablo Achondo Moya, sscc
Introducción
“Jesús no propone una doctrina sobre Dios. Nunca se lo ve explicando su idea de Dios. Para
Jesús, Dios no es una teoría. Es una experiencia que lo transforma y lo hace vivir una vida
más digna, amable y dichosa para todos”. (J.A. Pagola, Jesús, aproximación histórica.
Editorial Claretiana, 2009 p. 318).
“La fe presupone un encuentro histórico con ese Dios que revela lo que debe ser creído. Y,
de nuevo, es fácil demostrar que no disponemos de criterios absolutos en lo que se refiere
a ese encuentro”. (J.L. Segundo, La liberación de la teología, Sao Paulo: Loyola, 1978; p.
185)
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino a través del
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y,
con eso, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 1)
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1. ¿Qué decimos cuando decimos fe?
Cuando decimos fe no nos referimos solamente a una cierta confianza en Dios o al acto de
creer, ni siquiera solamente al vínculo que poseemos con una religión en particular. Es
mucho más que eso. Decir fe es decir fundamentalmente dos cosas que iremos
profundizando en el camino: 1) el acto de creer, es decir, la fe con que creemos
(dimensión subjetiva); y 2) los contenidos o enunciados de esta fe (dimensión objetiva).
Esto nos llevará entonces a preguntarnos por el ¿Por qué creer? ¿Para qué? Y más
importante aún, ¿en qué creemos? ¿En quién? ¿De que forma? ¿Con quienes? ¿Qué
significado tiene cada contenido de la fe?
3. Un curso de introducción a la fe
Un curso de introducción a la fe puede plantearse de diversas maneras: deseando
abarcarlo todo, en el sentido de repasar toda la teología y analizar como en cada uno de
los ámbitos va a apareciendo la dimensión subjetiva y objetiva de la fe. O, de otro modo,
realizar una visión panorámica del significado y sentido de la fe en la historia y sobretodo
hoy. De todas maneras esta segunda vía nos llevará a entrar en los contenidos específicos
de la fe y en el Contenido fundamental que es la Persona de Jesús a quien dedicaremos la
mayor parte de este curso. Optamos, evidentemente en este segundo camino.
Queremos que este curso sea un sumergirse –no olvidemos esta palabrita- en el
océano profundo, misterioso y hermoso de la fe.
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Capítulo I: Jesús
“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha
dado a conocer” (Jn 1,18)
Muchos cristianos dicen que Jesús es el Hijo de Dios, o directamente Dios. Pero el
concepto de Dios que tenemos en la mente no coincide con las manos encallecidas del
carpintero de Nazaret y, mucho menos con el rostro desfigurado del crucificado.
En nuestros días se torna urgente realizar una buena iniciación a la fe, una buena
catequesis; pues muchos de los cristianos parecen no estar conscientes de lo fundamental
y aquellos que están alejados poseen una imagen deformada de lo que significa ser
cristiano y de la Iglesia. Vivimos en América Latina y otras partes un cristianismo social o
cultural, es decir ausente de una verdadera iniciación. Ser cristiano no se transmite por
herencia o cultura. Exige una iniciación y una opción. Nos referimos al ser y al creer del
cristiano.
De este modo para hablar de la fe, debemos comenzar por Jesús, por escuchar el
relato de Jesús y de su comunidad.
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1. ¿Quién dice la gente que soy yo?
Esta pregunta la hace Jesús a sus discípulos, según el relato de Marcos 8, 27. Jesús le
pregunta a la gente de fe lo que piensa el resto, lo que escuchan, lo que aparece en el
común de las personas respecto a Jesús. Un profeta, Juan Bautista, Elías u otro. Y a lo largo
de la historia se ha dicho mucho respecto a Jesús: un gran maestro, un iluminado, un
sabio, un revolucionario, el hijo de Dios, un hombre pleno, un ser de luz, el referente
moral de la humanidad, creador de una nueva religión, fundador de la Iglesia, un místico,
el Salvador de los hombres, Dios en la tierra, el restaurador del Pueblo de Israel, etc… Sin
embargo, ¿qué sabemos realmente de Jesús? ¿Quién es Jesús? ¿Quién decimos nosotros
que es Jesús?
2. Punto de partida de la FE
Comencemos diciendo que Jesús es el punto de partida de la fe. Es en Él y por Él que
tenemos fe. En realidad Jesús y la fe se auto implican, pues es Jesús quien nos regala la fe
y al mismo tiempo es Él el objeto de la fe, es decir, tenemos fe en Aquel que nos reveló la
fe. Dicho de otro modo, creer en Jesús es un acto de fe. Y al mismo tiempo ese acto de fe
brota de la propia revelación de Dios en Jesús.
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seguramente el hebreo, la lengua literaria que se empleaba en la liturgia. Según algunos
autores podía hablar algo de griego, pero no el latín. Vivió su infancia, juventud y los
primeros años de su vida adulta en Nazaret, lejos de las grandes rutas comerciales. Jesús
era un hombre de una mentalidad rural, se dedicaba a su oficio de artesano y su
educación fue en un contexto familiar judío. Se discute si trabajó en la reconstrucción de
Séforis, ciudad greco-romana cerca de Nazaret. En un momento determinado Jesús oyó
hablar de Juan el Bautista, que promovía un movimiento de conversión, cerca del río
Jordán. Jesús dejó su tierra, se dirigió al Jordán y recibió el bautismo. Fue, sin duda, una
experiencia de encuentro con Dios. Deja su hogar. Probablemente anduvo un tiempo
corto con el Bautista. Comienza una actividad propia y original. No gozó del apoyo
familiar, llegaron a pensar que estaba fuera de sí y que deshonraba a toda la familia (clan).
Jesús crea nuevas relaciones formando un grupo de seguidores y seguidoras. Se marcha a
Cafarnaúm para desarrollar su predicación. Hacia el año 27 Jesús da comienzo a una
actividad itinerante que lo lleva de Galilea a Jerusalén, donde será ejecutado
probablemente el 7 de abril del año 30. Jesús apenas habla de sí mismo, su predicación se
centra en lo que él llama el “reino de Dios”. No hay duda de la actividad sanadora de
Jesús, de que curó a diversos tipos de enfermos. En la sociedad de su tiempo, Jesús fue un
exorcista y un curador popular que ejerció gran atracción entre la gente. Pese a esto, Jesús
se resistió siempre a llevar a cabo signos espectaculares que probablemente le reclamaron
que hiciera. Jesús adoptó una conducta extraña y provocativa: no practicaba las normas
establecidas sobre la pureza ritual, no se preocupaba de limpiarse las manos antes de
comer, no practicaba el ayuno. En ocasiones rompía con las leyes prescritas para el
sábado. Se lo veía acompañado de mendigos, hambrientos y gente marginada. María
Magdalena ocupaba un lugar importante en el movimiento de Jesús. Jesús no pretendió
romper con el judaísmo ni fundar una institución propia frente a Israel, sin embargo se
formó en torno a Jesús un grupo reducido de seguidores itinerantes, entre los que había
un cierto número de mujeres. El grupo más cercano de Jesús era llamado los “Doce” y
simbolizaba su deseo de restaurar a Israel.
En la primavera del año 30, Jesús subió a Jerusalén, en el territorio de Judea, que a
diferencia de Galilea estaba regida por un prefecto romano. La ciudad de Jerusalén estaba
gobernada directamente por el sumo sacerdote Caifás. El gesto hostil (profecía contra el
Templo) hacia el Templo de Jerusalén causó su detención. Previendo el final violento,
Jesús celebró una cena de despedida con sus discípulos, en la que realizó un gesto
simbólico con el pan y el vino. En el momento de su detención fue abandonado por sus
cercanos. Es posible verificar que entre los años 35 y 40, los cristianos confesaban con
varias fórmulas (Kerygma) una convicción compartida por todos y que rápidamente se
propagó por todo el Imperio: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos”.
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Vamos adentrándonos en los rasgos fundamentales del hombre Jesús.
En las ciudades llaman a los habitantes de las aldeas rurales “am ha arets” que
literalmente significa: “gente del campo (o de la tierra)”, pero que se utilizaba
peyorativamente, calificando a las personas de rudas e ignorantes. ¿Acaso puede salir algo
bueno de Nazaret?, preguntaba la gente (Jn 1,46). La vida de los campesinos era dura, la
comida escasa. Las dos cosas fundamentales en las familias campesinas eran el honor y la
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subsistencia. Jesús puso en peligro el honor de su familia cuando la abandonó; su vida de
vagabundo, sin oficio fijo, lejos de su hogar, realizando exorcismos y curaciones, y
anunciando sin autoridad alguna un desconcertante mensaje; era una vergüenza para
toda la familia.
5. Jesús itinerante
En este contexto se entiende bien la inteligente estrategia de Jesús de estar circulando de
ciudad en ciudad. Después que dejó su casa no tuvo ningún hogar estable. Su vocación
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misionera ilumina también su vida de peregrino. Se suman razones políticas y teologales.
De artesano y campesino, Jesús asume después la vida de itinerante, peregrino. Esto
provocó gran desconcierto entre su familia y su pueblo. Sus parientes no querían creer en
él, y la principal razón debe ser que no entendían porqué teniendo el don de la cura no lo
aprovechaba en ellos. Llegan a decir que perdió el juicio (Mc 3,21). Cuando surgía alguien
con un don especial las familias judías lo retenían para que pudiera atender en casa y así
obtenían recursos para vivir. Jesús contradice tal proyecto. Renuncia a aquella seguridad
propia y familiar y opta por una vida itinerante. Repetidas veces los evangelios nos hablan
de que Él debía ir a otras ciudades. “Es necesario que anuncie la buena nueva del Reino de
Dios también en otras ciudades, porque es para eso que he sido enviado” (Lc 4, 43). Así,
no siguiendo las costumbres de los milagreros y curanderos asume una vocación de
profeta.
En un primer momento Jesús, como hemos dicho aparece como seguidor de Juan
Bautista. Jesús reconoce en Juan rasgos iniciales de su propio mensaje. El grupo del
Bautista continuó luego de la muerte de Juan, pero muy disuelto y pequeño. Muchos
continuaron siguiendo a Jesús. Pablo encontró en Éfeso al judío Apolo, natural de
Alejandría, que siendo instruido en el camino del Señor, solo conocía el bautismo de Juan
(cf. Hch 18, 24ss). Ese grupo no dejó ningún rastro en la historia. Lo que ocurre es que la
experiencia del Reino de Dios y del “Dios del Reino” –como dice Jon Sobrino- hecha por
Jesús se diferenciaba de la de Juan. El Dios de Juan se coloreaba con las características
proféticas del Antiguo Testamento: la amenaza, la dureza y el juicio. Jesús, por su lado
partía de la experiencia del Abbá, del Dios Padre; que amplió a todos los seres humanos.
Sin embargo, vale decir que ambos anunciaban la conversión porque “el Reino de los
cielos (Mt 3,2), o Reino de Dios (Mc 1,15) se ha acercado; crean en la Buena Nueva”.
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seléucidas. No contaban con un centro religioso como el de Jerusalén, tampoco tenían
una aristocracia sacerdotal nativa o una clase dirigente para cultivar las tradiciones de
Israel, como sí sucedía en Judea. Sin embargo, es evidente que eran judíos al igual que sus
vecinos. Lo atestiguan las piscinas para la purificación, la ausencia de cerdo en la
alimentación, los recipientes de piedra y el tipo de enterramientos.
A Nazaret no llegaban los grandes maestros de la Ley. Eran los mismos vecinos
quienes se preocupaban de alimentar la fe en el seno del hogar y las reuniones del día
sábado. Desde Nazaret Jesús no podía conocer de cerca el pluralismo que se vivía entre
los judíos. Solo de manera ocasional y vaga pudo oír hablar de los saduceos de Jerusalén,
de los diversos grupos fariseos, de los monjes de Qumrán o de los terapeutas de
Alejandría. Así, su fe se fue alimentando en la experiencia religiosa que se vivía entre el
pueblo sencillo de las aldeas de Galilea. Los vecinos de Nazaret confesaban dos veces al
día su fe en un solo Dios, creador del mundo y salvador de Israel. En un hogar judío era lo
primero que se hacía en la mañana y lo último en la noche. La oración que se recitaba la
conocemos como Shemá Israel: “Escucha, Israel…” (Dt 6, 4-5). A pesar de vivir perdidos en
aquella pobre aldea, los vecinos de Nazaret tenían conciencia de pertenecer a un pueblo
muy querido por Dios. Entre ese Dios único e Israel había una relación muy especial, Dios
había establecido una Alianza: el Señor sería su protector. Los varones eran circuncidados
para llevar en su propia carne la señal que los identificaba como miembros el pueblo
elegido. Jesús fue también circuncidado por su padre José a los ocho días de nacer. El rito
se llevó a cabo probablemente una mañana en el patio de la casa familiar. Día a día Jesús
iba aprendiendo a vivir según los grandes mandamientos del Sinaí. Sus padres le iban
enseñando los preceptos rituales y las costumbres sociales que la ley prescribía. La Toráh
lo impregnaba todo. El sábado en la mañana, todos los vecinos de Nazaret se reunían en la
sinagoga del pueblo para un encuentro de oración. Era el acto más importante del día. Sin
duda la sinagoga de Nazaret era muy humilde. La oración empezaba con el Shemá Israel o
alguna bendición. Se leía una sección del Pentateuco, seguida a veces de alguna lectura de
los Profetas. Todo el pueblo podía escuchar la Palabra de Dios. Después comenzaba la
predicación, en la que cualquier varón podía tomar la palabra.
Las fiestas religiosas eran muy preciadas. En septiembre se celebraba la “fiesta del
año nuevo” (Rosh Hashaná). Diez días más tarde el “día de la expiación” (Yom Kippur), una
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celebración que transcurría en el interior del templo, donde se ofrecían sacrificios
especiales por los pecados del pueblo. Al pasar seis días se celebraba una fiesta mucho
más alegre y popular que duraba siete días; la llamada “fiesta de las tiendas” (sukkot).
Recordaban las tiendas del desierto, donde se habían cobijado una vez liberados de la
opresión de los egipcios. En primavera se celebraba la gran “fiesta de Pascua”(Pésaj), que
atraía a miles de peregrinos del mundo entero. La víspera del primer día se degollaba el
cordero pascual y al anochecer la familia se reunía para celebrar con una emotiva cena la
liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Cincuenta días después, ya cerca del
verano, se celebraba la “fiesta de Pentecostés” o “de la cosecha”. Asociada al recuerdo de
la Alianza y del regalo de la ley en el Sinaí.
En este clima religioso se desarrolló la fe de Jesús, en las reuniones del sábado y las
grandes fiestas de Israel; pero sobretodo en el seno de su familia, es allí donde aprende el
sentido profundo de sus tradiciones y a orar a Dios. Probablemente Jesús elevaba su
oración de bendición (Beraká) en cualquier momento. Una antigua tradición cristiana
guardó una espontánea bendición que brotó del corazón de Jesús: Te alabo Padre, Señor
del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y haberlas
revelado a los pequeños (Lc 10, 21; Mt 11, 25).
Entre el año 1200 y 1000 a.C., el pueblo de Israel organizado en 12 tribus llegó y habitó
la “tierra prometida”. Quien lideró la entrada a la tierra fue Josué. Después de él, el
pueblo fue dirigido por “Jueces”. Cerca del año 1000 a.C. el pueblo le pidió al último de los
jueces, el profeta Samuel, un rey que tuviera un ejército permanente para enfrentar a los
enemigos. A Samuel lo le gustó mucho la petición del pueblo, pero se hizo cargo. El rey de
Israel sería un “siervo” de Dios, único y verdadero rey de Israel. De esta forma Samuel
unge a Saúl como Rey y después de este a David (2 Sm 16, 11-13), que a pesar de sus
faltas fue un “siervo leal al Señor”. Sin embargo para cuidar que su Alianza fuera cuidada,
que gobernara con justicia al pueblo y amor a los pobres, Dios puso al lado de David al
profeta Natán. Fue por boca de Natán que Dios realizó una alianza con David prometiendo
que siempre un descendiente de él ocuparía el trino (2 Sm 7, 12-13). Durante todo el
tiempo que duró la monarquía, Dios suscitó profetas para dar a conocer su voluntad a los
reyes y poderosos. Los profetas se tornaron los “guardianes de la Alianza”. En los libros 1 y
2 de los reyes es narrada la historia de los sucesores de David, hasta el exilio en Babilonia.
El sucesor inmediato fue su hijo Salomón. Salomón construyó el Templo de Jerusalén,
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pero también impuso grandes impuestos y trabajos forzados. Por ello, después de su
muerte la mayor parte de los Israelitas se separó de la casa real de David. El reino se
dividió. Los rebeldes formaron el Reino del Norte que abarcaba diez de las doce tribus de
Israel. La casa real se quedó con la tribu de Judá, en el sur, teniendo a Jerusalén como
capital.
En el año 722 a.C. el reino del norte, Israel, cayó en manos de los asirios, que
deportaron a gran parte de la población y en parte la obligaron a mezclarse con pueblos
extranjeros, de oriente. En 586 los babilonios acabaron con el reino del sur, destruyeron el
Templo y llevaron la elite de Jerusalén al exilio o cautiverio en Babilonia. Lo que en la
tradición profética es considerado un castigo divino por la infidelidad de los reyes de Judá.
Habiendo sido derrotados los babilonios por el rey de Persia (Ciro), mandó a los judíos
de vuelta a Jerusalén el año 538 a.C. (libro de Esdras y Nehemías). Llegando construyeron
en II Templo que existió hasta la época de Jesús y los primeros cristianos. Viviendo bajo la
tutela del rey de Persia los judíos no eran plenamente felices, no tenían autonomía
nacional ni un verdadero rey. Tenían que llamar de “rey de reyes” al rey de Persia.
Basándose en la promesa hecha por Dios a David alimentaban el deseo de un nuevo
David, de un nuevo Mesías o Cristo. Este Mesías era visto como aquél que establecería en
la tierra el reinado de Dios.
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actividades el día santo, el Shabat (Mc 2, 22- 3,6), afirmando que “el sábado es para el
hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27).
Todo esto provocó una crisis en el pueblo de Israel muy profunda, pues Jesús no
correspondía con las esperanzas mesiánicas. En la actuación de Jesús existe una aparente
contradicción que el evangelio de Marcos nos ayuda a percibir. Jesús proclamó el Reino de
Dios y realizaba signos admirables: curas, exorcismos, multiplicaba los panes (atención con
el significado de “signos”)… y todo esto a la conclusión de que Él era el Mesías, el Hijo de
David que liberaría al pueblo. Sin embargo el desenlace de su vida refleja lo contrario.
Jesús muere como un criminal, un bandido, crucificado por el poder del Imperio Romano
con la colaboración de su propio pueblo. Entonces, ¿Qué Mesías es este? Definitivamente
no fue el Mesías esperado. Siendo descendiente de David, de la Tribu de Judá; no fue el
nuevo David que las personas imaginaban. Jesús realizó lo que Dios dio a entender con la
figura profética del Siervo Sufriente, del que hablara Isaías. Jesús fue el Mesías
inesperado.
Capítulo II:
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El Movimiento de Jesús después de su
muerte.
Gerd Thiessen, autor protestante afirma que el Movimiento de Jesús surgió como un
movimiento de renovación intrajudío y se tornó una religión autónoma. Como ésta son
muchas las maneras de comprender el fenómeno que aconteció luego de la muerte –y
resurrección- de Jesús.
Lo que pasa es que sucedió algo inesperado, no lo que pasó con Teudas o Judas el
Galileo (cf. Hch 5, 34ss), sino que después de la muerte de Jesús circuló la noticia de que él
había aparecido vivo. Los discípulos de Jesús no dijeron que había vuelto, sino que estaba
vivo, que experimentaba una vida diferente y de que esa vida ellos también participaban.
Recordándolo sobre todo en una comida en la que se compartía pan y se bebía vino.
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quienes me escogieron, fui yo quien los elegí” (Jn 15,16). Incluso habiendo elegido al
traidor, Jesús dice: “Conozco a los que escogí” (Jn 13, 18).
2. El liderazgo de Jesús
Jesús manifiesta algunos rasgos excepcionales en su ejercicio del liderazgo: poder de
curación, la comensalidad como práctica, la fascinación por la persona, un juego entre
proximidad y lejanía, inteligencia aguda en las discusiones y contador de historias.
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El liderazgo de Jesús se manifestaba también por la astucia e inteligencia en las
discusiones. Los adversarios quedaban avergonzados en cuanto la multitud se alegraba
por las maravillas que Jesús hacía (Lc 13, 17) al punto de callar a los adversarios y ya nadie
quería interrogarlo (cf. Mc 12, 34). En el texto de Lucas 14, 1-6, vemos como luego de un
pleito con los fariseos, ya nadie se atrevía a objetarlo.
3. La propuesta de Jesús
Ya hemos visto dos elementos fundamentales del seguimiento: el líder y los seguidores.
Falta la propuesta. Todo movimiento gira en torno a una causa. La causa de Jesús se llama
“Reino de Dios” – en el lenguaje inicial de los evangelios; más tarde se llamará Iglesia. Sin
embargo hay que tener cuidado con esta vinculación, pues el Reino de Dios es una
realidad que excede a los que hoy conocemos como Iglesia. Y cuando hablamos de Iglesia
no estamos muchas veces entendiendo lo que los primeros seguidores vivían y
anunciaban.
La originalidad de Jesús se marca cada vez más por su relación con el Reino de
Dios. Cualquier judío de aquel tiempo que se enfrentaba con tal expresión la comprendía,
aunque las comprensiones respecto a la realización de este proyecto fueran muy diversas:
cumplimiento riguroso de la Ley, expulsión de los romanos, intervención apocalíptica de
Yahvé, victoria de los hijos de la luz sobre los hijos de las tinieblas, conversión moral-
religiosa por el bautismo de penitencia. ¿Y Jesús, como tradujo la presencia del Reino?
Antes de todo, él lo entendía como la acción salvífica de Dios en la historia. El Reino es el
poder salvífico de Dios en acción, como rey, soberano último y definitivo de todo lo creado
y de la historia. Jesús se inserta así, en la tradición profética.
El Dios de la Alianza, el Dios fiel, el Dios de nuestros padres: de esta forma pensaba
Jesús. En el fondo, el término Reino hacía resonar toda la historia de Israel bajo el ángulo
de la acción salvadora y liberadora de Dios. Esta dimensión se amplia para todos los
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pueblos y para toda la creación. La última razón de la acción de Dios se explicaba por el
amor y predilección por el pueblo infiel.
Jesús propone la concepción del Reino a través de sus acciones y por medio de sus
enseñanzas. El Reino es la victoria sobre el demonio (exorcismos), sobre la enfermedad
(sanaciones), sobre la muerte (resurrecciones / reavivamientos). Significa el perdón para
los pecadores. Revela el amor privilegiado de Dios por los más pobres, demostrado en los
gestos de Jesús, en su identificación escatológica con los pobres (cf. Mt 25) y en la primera
bienaventuranza. Las otras bienaventuranzas también nos ofrecen rasgos del Reino: los
mansos, afligidos, los sedientos de justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los
constructores de la paz y los perseguidos. Las parábolas nos ofrecen más datos con figuras
en tensión: gratuidad y esfuerzo humano (Parábola del sembrador), ocultamiento y
eficacia (fermento en la masa, semilla, grano de mostaza); preciado y simple (perla, tesoro
escondido); pureza y mezcla (trigo y paja; mala y buena hierba, red con variedad de
peces).
Al inicio del movimiento los vínculos con el judaísmo eran aún muy estrechos, como ya
hemos dicho. Los apóstoles frecuentaban el Templo para las oraciones (Hch 3, 1-2). La
idea de renovación intrajudía fracasó. Pedro y Juan fueron encarcelados (cf. Hch 4, 1) para
intimidarlos. Luego del martirio de Esteban vino una gran persecución violenta contra la
Iglesia de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Las persecuciones deberían haber hecho fracasar el
movimiento de Jesús, sin embargo no fue lo que ocurrió. La expansión y buena acogida en
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el mundo romano fue la clave. El movimiento comenzó a crecer fuera de Palestina,
provocando diferencias entre los cristianos del origen. El Concilio de Jerusalén refleja esta
problemática inicial. La comunidad en Jerusalén tuvo una corta vida; luego de la
destrucción del Templo y la ciudad en año 70 d.C. los cristianos tuvieron que huir.
Durante los dos primeros siglos de nuestra era la sociedad romana vivía tiempos de
paz; el Imperio ya había acabado su cruzada de conquistas. Aquí entra la comunidad
cristiana. Los judíos en la diáspora (no más del 7%) apoyaron también la misión de
expansión de la primera Comunidad.
Otro factor fue la lengua. La lengua común y ampliamente conocida era el griego
llamado koiné (popular). Hagamos el paralelo con el inglés actual. Cualquier escrito o
palabra difundida en inglés –pensemos en la música- llegará mucho más lejos que en otra
lengua como el alemán o español, por ejemplo. El griego koiné era la lengua comercial,
universal. El Nuevo Testamento fue escrito en esta lengua y así el mensaje dejó de estar
circunscrito al mundo semita.
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REINO de Dios casi desaparece en los escritos más tardíos. Se habla más de salvación (de
carácter personal y medicinal). En el lenguaje, se asumen formas más abstractas y
teológicas que los relatos parabólicos y narrativos de la tradición sinóptica. La comunidad
se abre al gran mundo, filosófico, cultural, artístico, moral.
En este contexto la figura de Pablo es la principal. Con él más que con cualquier otro el
cristianismo entra en las urbes helenísticas. En su propia persona se integra la tradición
judía, la cultura griega y la ciudadanía romana que le posibilitaron transitar por los
territorios dominados por Roma. Pablo es un titán de la misión y el anuncio del mensaje
de Jesús; nos impresiona la cantidad de lugares que recorrió, los peligros a los que se
enfrentó y las Iglesias que fundó. Sin embargo, no hay que absolutizar. Hoornaert observa
como la comunidad primitiva también se extendió gracias a otros en regiones diversas,
como por ejemplo en Egipto gracias a Basílides, en el mundo asiático en torno a la figura
de Juan; y en el mundo Sirio por Tomás; entre otros. Gracias a los judíos en la diáspora y
su buena acogida al mensaje de Jesús.
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se opusieron a esta práctica. El “Concilio de los Apóstoles”, en Jerusalén el año 48 d.C.
aprobó la práctica de Pablo (Hechos 13-15). El propio Pablo amplió, entonces, su actividad
saliendo de Asia, fundando Iglesias en tierras europeas y coronó su vida con el martirio en
Roma; en la época en que también Pedro, jefe de los Apóstoles, fuera martirizado (Hch 16-
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los ancianos o presbíteros, como a los epíscopos (obispos, sucesores de los Apóstoles) con
sus diáconos y diaconisas. Más tarde estas diversas formas de organización se fundirían en
un esquema común (1 Tim 5, 17-22; 1 Tim 3, 1-2; Tit 1, 7; Fil 1,1; Rm 1, 16; después San
Clemente Romano: Carta a los Corintios, 42: Obispos y sus diáconos. Al Inicio del siglo II
San Ignacio de Antioquía: presbíteros unidos en torno al Obispo: Carta a los Filadelfios, 4;
hoy en día ver: CV II; Lumen Gentium, nn. 20, 28 y 29).
La comunidad cristiana de los dos primeros siglos era caracterizada por incluir
como miembros a personas de un estatus humilde, al punto de ser llamada de “religión de
los esclavos”. Era también la “Iglesia de los mártires”. Además de judíos, la mayoría de las
generaciones de primeros cristianos eran egipcios, sirios, gente de Asia Menor, etc. En
general comerciantes, viajeros, soldados, esclavos (liberados o no). Adherían muchas
personas letradas también, percibiendo la superioridad del cristianismo en relación al
politeísmo, al sincretismo y a la vacía religión de Estado del Imperio Romano. Aunque
muchas veces carentes de derechos civiles, calumniados y perseguidos; los cristianos –
fermento en la masa (Mt 13, 33)- se volvieron en la sociedad “lo que el alma es para el
cuerpo”, como lúcidamente afirmó un texto anónimo del siglo II. Este texto conocido
como Carta a Diogneto es tal vez de los escritos primitivos extratestamentarios más
hermosos conocidos: “Los cristianos no se distinguen de los demás por la región, la lengua
o las costumbres. No habitan en ciudades aparte, no usan un idioma diferente, ni llevan un
género de vida extraordinario. La doctrina que proponen no fue elaborada por hombres
curiosos … siguen las costumbres locales, presentando un civismo admirable, incluso
paradoxal. Viven en la propia patria, pero como peregrinos. Como ciudadanos, participan
de todo; pero como extranjeros, lo soportan todo. Toda tierra extraña es patria para ellos;
y toda patria, tierra extraña. Como todos, se casan; como todos, procrean; pero sin
rechazar a los hijos. La mesa es común, el lecho no. Están en la carne, pero no viven según
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la carne. Su vida sucede en la tierra, pero su ciudadanía está en los cielos. Obedecen las
leyes establecidas, pero las superan por la vida. Los aman a todos y son perseguidos por
todos. Son muertos y con ello se vivifican. Pobres, enriquecen a muchos. Todo les falta,
pero tienen abundancia en todo… En fin, los cristianos son en el mundo, lo que el alma es
al cuerpo (Carta a Diogneto, 5,1-6,1)”
Capítulo III:
Con los cristianos fue distinto. En el inicio los romanos desconocían y despreciaban a los
cristianos, sin perseguirlos. Eran confundidos con los judíos, considerados adherentes de
sectas orientales de origen oscuro, cuyos miembros provenían de clases bajas y vivían en
comunidades cerradas. Un pequeño grupo con pretensión de ser una religión universal.
1. Razones políticas
El conflicto con el Imperio Romano fue por razones políticas. Los cristianos rechazaban
rendir culto a los dioses protectores del Imperio, negándose a ofrecer sacrificios al
emperador. En el siglo II todo el mundo daba honores al Cesar en nombre de los dioses del
Olimpo. Esto se notaba en los corredores, pasillos, obras de arte y toda la belleza que
aparecía en las ciudades romanas y sus templos. La elite provincial patrocinaba el culto al
emperador; así se cruzaban las instituciones político-religiosas y socio-económicas locales.
Después de Augusto, la unidad imperial se mantenía gracias a las relaciones sociales
articuladas con mayor visibilidad en formas (político)-religiosas. Es decir, se constituyó
una verdadera religión política de la era agustiniana, con un culto imperial.
En este universo político religioso aparece con claridad el contraste con los
cristianos que no prestaban culto al emperador. Pecaban contra la pietas romana, virtud
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religioso-política, muy diferente de nuestro concepto actual de piedad. Consistía
fundamentalmente en atribuir a los dioses todo lo sucedido a nivel privado o político y
homenajear con ritos religiosos al emperador. En determinados momentos la acusación
contra los cristianos subía de tono; pasando de la falta a la piedad a crimen contra la
majestad y de alta traición.
Era mal vista la conducta de munchos cristianos que se alejaban de la vida pública
por razón de conciencia, no asumiendo cargos administrativos ni de magistratura, ni
participando en los juegos olímpicos. La fidelidad al monoteísmo y a la soberanía
incontestable a Cristo Jesús les motivaba tal conducta. Y por esto fueron perseguidos!
Las persecuciones se sucedieron en olas. La primera fue con Nero el año 64 d.C.
que, por ocasión del incendio de Roma, intentó desviar la atención del pueblo culpando a
los cristianos y desencadenando una cruenta persecución. Todo lleva a creer que incluso
Pedro fue ejecutado por orden de Nero. Luego de este emperador hubo muchos otros que
persiguieron a los cristianos: Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Cómodo, Séptimo
Severo, Maximino, Decio, Valeriano. Sobre todo durante el imperio de Diocleciano (debido
a Galerio, emperador auxiliar) se desencadenó en Oriente la más larga y violenta de todas
las persecuciones, exterminando varias comunidades cristianas en África, Egipto y
Palestina. La valentía de los cristianos derrotó la furia de Galerio, el tirano sanguinario que
terminó firmando un protocolo de tolerancia.
21
¿Porqué las persecuciones no terminaron con el movimiento de Jesús, como
prácticamente sucedió en Palestina?
De este modo la resistencia forma parte de una vida de fe. Consiste en la resistencia
desde el amor, que como afirma San Pablo: “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta” (1Cor 13, 6). La resistencia de hombres y mujeres de fe es el mejor y más
hermoso testimonio de una vida entregada y gozada en Dios. La historia entera de la
Iglesia está llena de ellos.
Ernesto Sábato, escritor argentino; en su libro Resistencia (2000) nos ilumina respecto
a esta admirable virtud: “Hay días en que me levanto con una esperanza demencial,
momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al
alcance de nuestras manos”. “La cercanía con la presencia humana nos sacude, nos
alienta, comprendemos que es el otro el que siempre nos salva”. “El hombre se está
acostumbrando a aceptar pasivamente una constante intrusión sensorial [...] [que]
termina siendo una servidumbre mental, una verdadera esclavitud. Pero hay una manera
de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”. “En esta tarea lo
primordial es negarse. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados,
la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos
desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una
mesa compartida con gente que queremos, una caminata entre los árboles, la gratitud de
un abrazo. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”.
22
dar la vida por una causa. Es pasiva frente al monstruo que asumió la iniciativa de matar,
pues el mártir no se venga, no promueve ningún tipo de reacción violenta, ni se organiza
en grupos de resistencia e incursiones armadas, como los zelotas en Palestina. Las
enseñanzas de Cristo hacen hincapié en el perdón, en ofrecer la otra mejilla, en amar;
incluso a los enemigos. Esto desarmaba cualquier actitud de reacción violenta por parte
de los perseguidos.
Capítulo IV:
23
letras griegas del nombre de Cristo: XP en los escudos de los soldados. Así comienza una
nueva etapa para el cristianismo. Con la conversión de Constantino.
El año 313 firma una alianza con Licinio, emperador de Oriente y proclama el Edicto de
Milán, garantizando la libertad de prácticas religiosas en sus dominios. Restituye a los
cristianos sus propiedades y lugares de culto confiscados. Licinio, no obstante, no se
mantiene fiel al pacto y relanza una persecución a los cristianos de Oriente. Entran en
pugna y Constantino lo derrota el año 324 transformándose en el único emperador de
Oriente y Occidente.
El destino del Cristianismo heredó de Jesús su carácter paradójico. Es lo que San Pablo
resume al decir: condición divina y condición de esclavo, muerto y resucitado, humillado y
enaltecido. Esta ha sido la constante a lo largo de los siglos.
El cristianismo a fines del siglo III logra ubicarse muy bien en dos esferas: la cultural y
política, frente al Imperio; esto sobre todo gracias a las reflexiones teológicas que se
daban y a la organización propia que los cristianos fueron conformando. Delante de las
otras religiones el cristianismo se mostró flexible, pero sin perder su identidad. Frente a la
filosofía como un interlocutor válido e incluso respetado. Un ejemplo de esto es que
desde al emperador Aurelio (s. III) se celebraba en diciembre el Nacimiento del Sol Invicto,
fiesta Mitraica (religión mistérica difundida en el Imperio Romano) del renacimiento del
Sol. La Iglesia de Roma bautiza esta fiesta poniendo este día el nacimiento de Jesús, el
Verdadero Sol Naciente, Sol de Justicia. Ya desde el siglo IV.
24
¿Qué significó esto, más allá de discrepancias teológicas o incógnitas frente a la fe?
Teodosio mandó a cerrar los templos paganos, prohibiendo cualquier rito pagano: “Es
nuestra voluntad que todos los pueblos que gobernamos practiquen la religión que Pedro
Apóstol transmitió a los romanos”. Las masas oscilan al sabor de líderes. La mayoría del
pueblo se tornó cristiano, sobre todo en las urbes. El Cristianismo vuelve a hacerse
urbano. Poder y dinero caminaban juntos. Se desarrolló una arquitectura cristiana para
diferenciarse de la pagana. Inspirados en la basílica romana brotan templos cristianos. En
el imaginario popular el obispo remplazaba así al juez o rey que antaño los condenara a
muerte.
La liturgia se aleja da la “fracción del pan” en las casas, tan simple y sobria. Se
destaca la grandeza del misterio de Cristo, el poder clerical con vestimentas, tronos,
lenguajes, cantos y ceremonias esplendorosas. El pueblo humilde no comprende las
nuevas formas. Así aumentó la distancia entre el pueblo y el clero. El en siglo primero
candidatearse a Obispo o Papa significaba ser candidato al martirio, suponía despojo y
heroísmo. Ahora, traía dignidad, poder y dinero. Del obispo pastor que cuida de su
rebaño, se pasó al obispo aristocrático. Podían ser santos, como San Ambrosio, pero
poderosos. El poder del obispo a veces era mayor que el del emperador. El Imperio se
inclinaba ante el Cristianismo. El movimiento de pobres iniciado por Jesús se transformaba
en un imperio de poder y riquezas, de intransigencia e imposición. Esta dinámica duro
varios siglos, donde las grandes controversias estaban todas relacionadas con el poder. Es
el inicio de la llamada Cristiandad.
a. Gregorio VII: el año 1075 Gregorio VII compiló una serie de clausulas conocidas
como el dictatus papae, que manifiestan la nueva dirección de la Cristiandad. El
ministerio pontificio adquiere un poder nuevo, el papa podía nombrar o sacar a
cualquier obispo que quisiera, transferirlos, modificarlos. El papa está por sobre el
Concilio. Nadie puede juzgarlo, nadie puede cuestionar su palabra. La Iglesia
romana nunca ha errado y nunca errará; que quién no está de acuerdo con la
iglesia romana no puede ser llamado católico. Los príncipes deben besar los pies
del papa, que le es lícito deponer al emperador.
b. Inocencio III (1198- 1216): A finales del siglo XI este hombre culto y capaz comenzó
luchas contra los monarcas europeos para someterlos a la Iglesia Católica. El
25
papado llegó a su más alto poder. El papa podía interferir en asuntos políticos y
públicos de las naciones.
c. Bonifacio VIII, que al año 1302 escribe la Bula Unam Sanctam; afirmando el poder
de la Iglesia sobre todos los poderes.
El final de los tres papas es igualmente trágico. Gregorio VII fue exiliado, Inocencio III
murió abandonado desnudo por su corte y Bonifacio VIII murió después de ser
traicionado y tomado prisionero. Pese a esto, sus ideologías perduraron mucho
tiempo.
En Occidente, después de la caída del Imperio Romano (s. V), perduró la idea de
que el Cristianismo substituía el destino del Imperio. La Iglesia sumía ahora esta tarea: la
Cristiandad. Para mantener esta herencia se llegó a implementar la Inquisición, uno de los
capítulos más oscuros y siniestros del Cristianismo. Con algunos cambios y prácticas, esta
lógica imperial perduró mucho tiempo.
Capítulo V:
San Pablo se enfrentó a esta tensión entre carisma e institución (poder). Favoreció
el carisma, al incentivar la libertad de los hijos de Dios. La verdadera existencia está
configurada por la libertad. La intuición fundamental de Pablo consiste en ampliar al
máximo la “libertad de” y encarnar, también al máximo la “libertad para”. La “libertad
de”, consiste en la percepción y en la práctica, que ninguna norma externa ni ley que
provenga de fuera y ninguna prescripción pueden cerrar la libertad. La libertad es siempre
mayor.
De esta forma, Pablo no teme decirle a los romanos que ellos no están “bajo la Ley
y sí bajo la Gracia” (Rm 6, 14). La libertad frente a la Ley es total, porque la gracia-Espíritu
está actuando en la persona. Si alguien hubiese concluido que el camino era la anomía
total, no habría entendido el mensaje paulino. La “libertad de” nos es dada en vista de una
“libertad para”; por eso San Pablo continúa: “entreguen sus miembros ahora al servicio de
la justicia para la santidad” (Rm 6, 19).
En esta línea es que Pablo piensa a la Iglesia como una comunidad de carismas
diferentes, pero todos orientados a la construcción de la misma. Nadie posee el dominio y
el monopolio de los carismas, pues ellos son dones de Dios. Quien como criterio de
discernimiento ofrece la fe en Jesucristo (cf. 1Cor 12,3).
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antes de la conversión de Constantino, pero sobretodo después, se inició un movimiento
de huida al desierto. Son los llamados eremitas. Se dedicaban a la oración y la penitencia
en la soledad del desierto. Estos son los comienzos de la vida religiosa. Unos vivían en la
soledad y aislamiento, otros ya iniciaban una vida comunitaria rudimentaria, donde por lo
menos se reunían para la oración y celebración de la Eucaristía. Entre los Padres del
Desierto están San Antonio (251-356), reconocido por su extraordinaria vida, consignada
en un escrito atribuido a San Atanasio. Pacomio (290-346) inaugura una vida cenobítica
(koinos + bios = vida común), en comunidad. Lo que más tarde será la vida monástica con
San Benito.
28
Hasta el siglo XVI, la tensión se mantuvo en la unidad. Si bien en Oriente hubo la
primera ruptura (s. XI). La tradición cristiana oriental sufrió un cisma que hasta nuestros
días persiste por razones jurídicas y políticas, aunque las dos Iglesias –ortodoxa y católica-
permanecen muy cercanas en términos doctrinales y prácticos. En Occidente la Iglesia se
mantuvo cohesionada en torno al romano Pontífice, que desde Gregorio VII aumentó su
poder. El cristianismo Occidental entra en la modernidad bajo el impacto de una división:
la Reforma. Una prueba más de que la sola institución no resiste. Solo el carisma es
invencible.
Capítulo VI:
Cristianismo y modernidad
1. El impacto de la Reforma
Este fue el golpe más duro para el Movimiento de Jesús. El deseo y sueño de Jesús se expresaban
en la unidad del rebaño. No por la vía del poder, como imaginó Bonifacio VIII, sino por la unión de
los corazones y las mentes. Esto fue quebrado gravemente por la Reforma que surge a partir de la
crisis de la Cristiandad y es agravada por el Renacimiento. La gota que rebalsó el vaso fue la venta
de indulgencias, determinada por León X en el año 1517, para obtener dinero a fin de terminar la
construcción de la Basílica de San Pedro.
En cuanto importantes sectores de la Iglesia Católica continuaban en una actitud defensiva, que
llegó a su auge en el siglo XIX, los católicos más conscientes se fueron abriendo al progreso
científico, al humanismo y a la búsqueda de mayor igualdad y justicia. Esta tendencia aparece con
fuerza en la “Doctrina Social de la Iglesia”, desde el Papa León XIII (+1903) hasta su confirmación
en el Concilio Vaticano II (1962-1965) convocado por el Papa Juan XXIII. Debido a que este Concilio
puso el acento en la eclesiología o modelo de Iglesia-Comunión (en vez del modelo rigurosamente
jerárquico de la Cristiandad); surgió, especialmente en América Latina, una pastoral volcada a la
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vida del pueblo y a la opción preferencial por los pobres, promoviendo las comunidades eclesiales
de base, y muchas iniciativas relacionadas con los más pobres y marginados. La Teología de la
Liberación es la expresión teórica de esa óptica.
Es bueno recordar que además de la apertura para el mundo, el motivo principal del
Concilio Vaticano II fue, en el querer del Juan XXIII, el doloroso escándalo de la división de los
cristianos. El Cisma oriental del siglo XI y la Reforma Protestante del siglo XVI. De esta forma el
Concilio fue un impulso para el ecumenismo cristiano, y también el diálogo inter-religioso. Esto
significa que la Iglesia deseó escuchar la experiencia, incluso religiosa, de otros y otras; para dar
testimonio de la propia; sin esconder las riquezas de la tradición para toda la humanidad. En este
sentido, la experiencia religiosa debe ser abordada como elemento integrante de la experiencia
humana. En la propia tradición cristiana descubrimos una diversidad de formas y acentos, desde
sus orígenes. Es claro que la tradición cristiana y católica puede (y debe) encarnarse en otras
formas diferentes que no son la europea. La inculturación en otras culturas en una exigencia de la
catolicidad, pues esto significa “universal”, “para todos los pueblos”.
Los que creen en Cristo, es decir los hombres y mujeres de FE, son llamados a ser Iglesia. El
propio término Iglesia significa: “convocación” o “asamblea de los convocados”. Ser cristiano
implica la participación en la comunidad de los que creen que Jesús es el Cristo, el Mesías, y que es
llamada a presentar a Cristo al mundo como “luz de las naciones” (LG).
Ser católico es una manera de ser cristiano (anterior esto a cualquier denominación
confesional de las Iglesias). Si la Iglesia Católica es la Iglesia cristiana unida bajo la autoridad del
obispo de Roma, el Concilio Vaticano II aclara que también otras Iglesias llevan con razón el
nombre de cristianas y de Cristo ligadas a ellas. De hecho, todas las religiones y cosmovisiones
honestas, de diversas maneras y grados, entran en su horizonte (cf. LG 15-16). Los cristianos de
todas las confesiones deben buscar el diálogo con otros cristianos. Las diversas Iglesias cristianas
mantienen este vínculo a través del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).
30
4. Incorporación en la Iglesia y los sacramentos de iniciación cristiana
“Vayan por el mundo y hagan discípulos en todas las naciones bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo“ (Mt 28, 19).
La participación en la vida eclesial está marcada por signos sagrados, estos son los
sacramentos, los cuales realizan la gracia que significan. Esto es, la realidad de la vida
divina en aquella situación existencial de la persona expresada en los gestos simbólicos.
Dicho de otra manera, a través de gestos simbólicos concretos se hace presente la acción
de Dios, por la fe, en la comunidad y persona concreta. En la práctica católica son siete.
Tres tienen que ver con la iniciación cristiana, que busca la participación eclesial:
bautismo, eucaristía y confirmación. Siendo la Eucaristía el centro de la vida sacramental.
Antiguamente se recibían los tres en un mismo acto (aún hoy en la Iglesia oriental y en la
Latina para los adultos).
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Cap. VII:
Esta visión contrasta con una sociedad hedonista, en la cual no nos gusta oir hablar
de la cruz y el sacrificio. Nuestra sociedad nos invita a gozar al máximo, incluso a costa de
otros. Pero, el cristiano consciente ve que el camino de Jesús no va por ahí, sino que es el
camino de la donación de la propia vida, viviendo o muriendo, como el mismo Jesús nos
mostró. El cristiano no esquiva el sufrimiento, desde que sea causado por el amor y para
que los hermanos y hermanas puedan participar de la plenitud de vida que Dios ofrece.
Así, la vida del cristiano puede ser descrita como mística y ética. La mística es la
contemplación de Jesús, a través de la cual el hombre y la mujer de fe ven su propia vida a
la luz de Jesús. “Para mí, la vida es Cristo” (Flp 1, 21), dice San Pablo. La ética (o moral)
significa el modo de proceder en conformidad con los valores que orientan a la comunidad
cristiana: los valores que Jesús nos enseñó en su propia práctica de vida. La vida cristiana
es seguir a Cristo por el camino que el mismó trazó, juzgando la realidad como él la
juzgaría y actuando como él actuaría en nuestra situación. No hay ética cristiana sin
momento místico, que nos permite ver la realidad de Dios que se manifiesta en Jesús.
Jesús es el rostro de Dios que proyecta su luz sobre el camino de nuestro vivir.
1. La oración y la liturgia
La mística cristiana en su sentido más simple, consiste en tener a Jesús delante de los ojos
y, en él, al mismo Dios (cf. Jn 14,9). Para ello sirven la contemplación, la meditación y
todas las formas de oración, en las que la atención se centra en Dios, ya sea en forma de
diálogo, mental o a través de gestos y palabras.
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“oficial” de la Iglesia en cuanto comunidad. Aquí entran la celebración de los Sacramentos
y sacramentales (sin ser sacramentos, son ritos sagrados menores).
La oración litúrgica está organizada al ritmo del año litúrgico, que comienza a fines
de noviembre (inicio de diciembre); con el tiempo de Adviento (cuatro semanas de
preparación para Navidad) y Navidad (nascimiento de Jesús), la fiesta de la Madre de Dios
(una semana después), Epifanía y el Bautismo del Señor. Después de seis a once semanas,
comienza el ciclo pascual, con el tiempo de Cuaresma, preparación para la Pascua (que se
celebra en el contexto de la Semana Santa). El tiempo pascual continúa hasta Pentecostés
inclusive. La Pascua es el centro del año litúrgico, como en realidad el memorial de la
muerte y resurrección de Cristo presente en cada celebración dominical, de modo que el
domingo es la “Pascual semanal”.
E l C o n c i l i o V a ti
fuera ricamente
preparada, presentando todo el Nuevo Testamento y los principales textos del Antiguo
Testamento, en un ciclo de tres años. Los Evangelios son Mateo (año A), Marcos (año B) y
Lucas (año C). El Evangelio según Juan se lee todos los años durante el tiempo Pascual. La
33
Mesa de la Palabra nos conduce naturalmente a la Mesa de la Eucaristía. Eucaristía
significa acción de gracias. Damos gracias porque Jesús, en su muerte y resurrección,
comprobó el amor de Dios dando su vida por la humanidad y haciéndonos participar de la
vida de Dios. El memorial de la muerte y resurrección de Jesús le confiere a la Mesa de la
Palabra su sentido profundo: lo que Jesús enseña por la palabra, se hace vida en la
entrega celebrada en la Eucaristía.
Las expresiones religiosas deben ser dignas y bellas; desde los templos hasta la
liturgia dominical. La belleza es una forma de expresar tanto la gratitud y admiración,
como lo que hay de dramático en la vida. Por ello, es fundamental que la oración y sus
34
formas expresen lo que habita el corazón humano. Los sentimientos que deseamos
expresar a nuestro Dios. La liturgia quiere ser expresión de lo sagrado en el propio cuerpo.
Sin embargo no debemos confundir el papel de María en la recta fe. Ella, antes que
todo es una mujer creyente, una judía fiel. Que siendo madre de Jesús se hace discípula y
seguidora, contituyéndose en el pilar fundamental de la Comunidad Primitiva.
Cap. VIII:
35
El Dios de Jesús y de los cristianos
En este último capítulo queremos tratar del Dios de Jesús, el Dios del cual Jesús
experimentó la presencia y el amor en su propia vida, el Dios Padre que en él se
manifiesta, el Dios Trinidad que es también el Dios de la profesión de fe de aquellos que
optan por Jesús, el Cristo.
El término dios puede significar de todo, sin llegar a decir nada. Por eso, cuando
llamamos a Jesús de Dios, o Hijo de Dios, no estamos atribuyéndole un determinado
concepto a Jesús, sino que estamos dándole un rostro a Dios. El cristiano llena de
contenido la palabra “dios” a partir de Jesús de Nazaret. La propia vida de Jesús, “venido a
la carne” (1Jn 4,2), en existencia humana, es el espejo de Dios que se reveló a Moisés
como “lleno de gracia y verdad” (Jn 1,14). Por eso en la hora de entregar su vida por amor,
Jesús declara: “Quién me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Jesús es la imagen “auténtica” de
Dios. Si queremos saber como Dios íntimamente es, basta mirar a Jesús en la hora de su
entrega por amor, pues Dios es amor (1Jn 4, 8.16).
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ámbito de la acción, en una palabra: “en la carne”. Debemos siempre recordar que Dios
Padre es “mayor” que Jesús. Todo lo Jesús vivió en su “carne” histórica manifiesta a Dios,
pero Dios abarca más que eso, y por eso, el Padre continúa manifestándose a nosotros
hoy, por su Espíritu, que trae a la memoria el rostro del Padre revelado en la vida de Jesús.
El “Padre”: Dios es el Creador, aquel que por su voluntad y poder hace que todo exista, y
eso con el amor de un Padre que le comunica su vida a sus hijos. Por eso es llamado de
Padre, con trazos maternos. Es de una manera especial que por la experiencia única de
Jesús que aprendemos a reconocer a Dios como Padre.
“Hijo”: Jesús se relacionaba con Dios como un hijo leal en relación con su Padre, hombre
de confianza en quien Dios puso todo su agrado, su beneplácito, su proyecto de amor y
salvación. La unidad de Jesús con Dios es tan fuerte que todo lo que Jesús hace, es Dios
quien lo hace. Él y el Padre son uno, pero Jesús dice también que el Padre es mayor que él
(Jn 14, 28). Jesús y el Padre son uno, no en el sentido de la identidad, mas en el sentido de
la obra que Jesús realiza.
“Espíritu Santo”: Jesús fue impulsado por el Espíritu, el soplo y fuerza vital de Dios, y así
también nosotros cuando llevamos adelante la obra de Jesús. Este Espíritu nos trae a Jesús
a la memoria y nos hace entender en cada momento lo que significa la obra de Jesús y la
voluntad de Dios hoy. Así nos guía en toda verdad.
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Solo podemos aprender de Dios a partir de sus relaciones. De ahí que podamos
desprender que Dios es:
c. Un reencuentro ético.
La trascendencia de Dios es del orden ético, es decir, relaciones libres que subsisten más
allá del tiempo-espacio, más allá de la vida y de la muerte. La preocupación de Dios es la
salvación y la felicidad del ser humano. Que corresponde a una felicidad ética. Dios es un
reencuentro ético porque él mismo en su libertad ha creado un ser moral, un sujeto ético
que es capaz de tomar por las riendas su propio destino. Dios está tan interesado en este
destino que busca “hacer algo” por la salvación del ser humano. Este “hacer algo”
acontece en la Encarnación; el acto que realiza el Creador para ir al encuentro de su
creatura. Dios somete su grandeza (su verdad, lo que Él es) a la medida de otro templo: el
que está en nosotros mismos. El paradigma de la relación ética entre Dios y el ser humano
es la narrativa del Jardín (cf. Gn).
Dios nos ofrece el siguiente itinerario “ecológico”: Del árbol del bien y el mal
(ETICO) que está en el Jardín, al árbol de la Nueva Alianza (ENCARNACIÓN) que está en
María, al árbol Redentor/ Salvífico (RESURRECCIÓN y GLORIA) que está en el Gólgota.
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Nos resuena en esta línea el impresionante Salmo 8: “Apenas inferior a un dios lo
hiciste (v.6)” Acaso una locura de Dios? Sí, la locura de la gracia.
Dios se presenta, se ofrece como deseo. Muchas veces como un deseo poco
evidente, no tan simple, en la forma de un proceso que requiere tiempo, discernimiento y
voluntad. Dios no es evidente en su actuar. La respuesta al deseo de Dios, mejor dicho, al
deseo que Dios es; se construye personalmente en el corazón del ser humano. En la última
Cena el mismo Jesús manifiesta su gran deseo (Lc 22, 15).
Así, el hombre se torna tal siendo un ser que desea. Un ser de deseo y expectativa
vive una relación infinitamente más gratuita con Dios, que aquel que ve en dios al
satisfacedor de sus pequeñas necesidades.
Dios-libertad se revela como frágil, vulnerable. Se relaciona con un ser capaz de ateísmo.
Esta absoluta libertad se refleja también en el RESPETO sin medida (¿Adán, dónde estás?)
hacia el hombre esperando su respuesta: descubrir el rostro de Dios, es la respuesta de la
FE.
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“Con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir
la salvación” (Rm 10,10).
40
transformada
Y en la vida eterna. En una vida que está en las manos de Dios,
definitivamente.
Debemos percibir de forma muy clara las tres declaraciones de FE: en el Padre Creador, en
el Hijo Salvador y en el Espíritu Santificador. Y distinguir como las proposiciones: fue
crucificado, muerto y sepultado; o en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los
santos; entran en las declaraciones de fe, según sea el caso. La claridad en esto evitará
malos entendidos o errores en la comprensión de la fe católica (dimensión objetiva,
contenidos de la fe). En resumen, el Credo nos deja en evidencia que la Fe cristiana es sólo
en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu.
5. La fe como mistagogía
“El cristiano del futuro o será místico o no será cristiano” (K. Rahner, sj)
41
popular y su solidaridad liberadora, y la comunión eclesial entre los mismos pobres, con su
fraternidad concreta, su anuncio y celebración de la palabra, sus servicios. Es en este
trasfondo en que nos brota la necesidad de hacer memoria del camino que recorrió una
vez Jesús: sus actitudes y opciones, su acogida y resistencia, lo que despertó en las
personas y grupos sociales de su tiempo, de la crisis y el drama que vivió con fidelidad
hasta el fin. Esto es referente último e indispensable de nuestra fe cristiana y de nuestro
camino práctico de fidelidad. Sólo así podemos evitar que el “Cristo de la fe” y la imagen
misma de Dios se nos volatilice y conviertan en ídolos, como proyección más o menos
consciente de nuestros anhelos y nostalgias, o legitimación sagrada de nuestros hábitos e
intereses, personales o de grupo.
Tal vez, dicen algunos teólogos, uno de los acontecimientos más importantes de la
historia de nuestro continente en estos últimos 30 años ha sido esta nueva relación que se
ha venido trabando, esta nueva alianza entre la Iglesia católica y los pobres, las mayorías
populares de esta América morena. Lo nuevo es que desde fines del siglo XVIII y
comienzos del XIX se establece una estrecha relación, aún con sobresaltos y
contradicciones, entre la Iglesia y el pueblo de los pobres. Pensamos en los planes
pastorales, en las parroquias, en los curas, religiosos y religiosas, en los movimientos
laicos organizados.
La Iglesia en América Latina opta por los pobres, y los pobres irrumpen en la
Iglesia, entran en ella como en su casa, la van convirtiendo y transformando. Al hacerlo
así, no están violentando a la Iglesia, sino haciéndola caer en la cuenta de los que siempre
debió ser en la lógica del evangelio: la Iglesia de los pobres, seguidora de Jesús entre los
pobres, y mostrando a un Dios que quiere liberar al hombre en todas las dimensiones de
su vida y convivencia.
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La fe en América Latina se ha leído desde la historia concreta de los pueblos. Y en
particular desde, lo que llamamos, el reverso de la historia, es decir, desde el lado de los
explotados y marginados, excluidos y desconectados de nuestros tiempos. Experiencia
muy vinculada a la bíblica. Un Dios que se revela en el sufrimiento, en la resistencia y la
esperanza de un pueblo. Entre los pobres el testimonio de la presencia de Dios es la
liberación, es la buena nueva de la liberación y desde allí exigencia de conversión y
compromiso solidario.
43
su persona y proyecto. Esto implicará una catequesis renovada, personalizada y
comunitaria. C) La capacidad de una teología liberadora y humanizante desde los nuevos
pobres de hoy. La capacidad de formar una generación de teólogos y teólogas,
consagrados y laicos, afrodescendientes e indígenas, abiertos, pensantes, profundos,
sistemáticos, integrados. D) La capacidad de transmitir una cierta sensibilidad por lo social,
lo que algunos han llamado una indignación ética, es decir, jamás permanecer indiferentes
ante el dolor y el sufrimientos de nuestros pueblos. Leer, pensar, vivir y celebrar la fe
desde las víctimas, en una Iglesia de víctimas desde la muerte injusta de Abel.
7. Todo es Gracia
No hay nada más profundo que concluir nuestro itinerario con una reflexión sobre Dios, la
fe y la Gracia. Nuestro camino nos ha traído naturalmente hasta aquí, la experiencia de la
Gracia, la afirmación de que todo es gracia, la aceptación definitiva del amor desmesurado
de Dios.
Todo es gracia por que el amor de Dios es inmenso y sobreabundante. Todo es gracia por
que el ser humano no puede hacer nada por “ganarse” el amor gratuito de Dios. Todo es
gracia porque nadie puede darse a sí mismo la existencia ni la vida eterna. Todo es gracia
porque Dios es Gracia. Y la gracia de Dios es desmesurada. El amor desmesurado de Dios
Trinidad, comunión de amor, no podía sino desear desmesuradamente encontrarse
amorosamente con su Creación, con sus creaturas. Por su desmesura nos tornamos hijos
en el Hijo. Por su desmesura vivimos llenos del Espíritu de Jesús.
Más fundamental que amar a Dios y al prójimo es dejarnos amar por Dios; más
fundamental que conocer a Dios es ser conocidos por Él (1 Cor 13, 12; Gal 4,9).
Experimentar la propia vida y misión como don que se recibe es una dimensión primordial
del ser cristiano consciente. Ese don gratuito del amor, que es la existencia y el propio
universo, la conciencia cristiana lo reconoce en el acontecimiento de Jesús. Él es el DON
supremo de Dios. El amor que se dona totalmente, demostrado por el hombre de Nazaret
es consecuencia de la experiencia absoluta de que todo lo que existe es don. Jesús se
dona desde lo profundo del corazón y desde el corazón profundo de Dios.
44
mi vida fue tan bonita! como en su mejor casa.
Somos humanos, Soy su paisaje,
nuestros verbos tienen tiempos, su retuerto alquímico
no son como el Tuyo, y para su alegría
eterno. sus dos ojos.
Pero esta letra es mía.
Adélia Prado; Mujer al caer la tarde.
Oráculos de mayo. Adélia Prado; Derechos Humanos.
Oráculos de mayo.
Sé que Dios vive en mí
ÍNDICE
Introducción:
1. ¿Qué decimos cuando decimos fe?
2. ¿Fe en qué, en quién?
45
3. Un curso de introducción a la fe.
Cap. I Jesús
1. ¿Quién dice la gente que soy yo?
2. Punto de partida de la FE
3. Jesús en los Evangelios y las Sagradas Escrituras.
4. Campesino y artesano en Galilea
5. Jesús itinerante.
6. Jesús y su tiempo, tradiciones, religión.
7. La promesa hecha a David, el Ungido
8. La vida pública de Jesús. Esperanzas mesiánicas.
46
1. El impacto de la Reforma
2. La iglesia en diálogo crítico con la modernidad
3. La configuración católica de la comunidad cristiana de hoy
4. Incorporación en la Iglesia y los sacramentos de iniciación cristiana.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Libanio, J.B. Qual o futuro do cristianismo? Sao Paulo: Paulus, 2006
Konings, J. Ser Cristao, fé e prática. Petrópolis, RJ: Vozes, 2007
Gesché, A. Deus. Volumen 3: Deus para pensar. Sao Paulo: Paulinas, 2004
Muñoz, Ronaldo. El Dios de los cristianos. Santiago: Paulinas, 1988
J.A. Pagola. Jesús, aproximación histórica. Buenos Aires: Editorial Claretiana, 2009
Chittister, J. El fuego en estas cenizas, España: Sal Terrae, 1998
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