La Presentación de Jesús en El Templo

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CATEQUESIS DEL PAPA

( Durante la audiencia general del miércoles 11 de diciembre de 1997)

La presentación de Jesús en el templo

1. En el episodio de la presentación de Jesús en el templo, san Lucas subraya el


destino mesiánico de Jesús. Según el texto lucano, el objetivo inmediato del
viaje de la Sagrada Familia de Belén a Jerusalén es el cumplimiento de la Ley:
"Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito
en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor" y para
ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice
en la Ley del Señor" (Lc 2, 22-24).
Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de obedecer fielmente a la
voluntad de Dios, rechazando toda forma de privilegio. Su peregrinación al
templo de Jerusalén asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar
de su presencia.
María, obligada por su pobreza a ofrecer tórtolas o pichones, entrega en realidad
al verdadero Cordero que deberá redimir a la humanidad, anticipando con su
gesto lo que había sido prefigurado en las ofrendas rituales de la antigua Ley.

2. Mientras la Ley exigía sólo a la madre la purificación después del parto,


Lucas habla de "los días de la purificación de ellos" (Lc 2, 22), tal vez con la
intención de indicar a la vez las prescripciones referentes a la madre y a su Hijo
primogénito.
La expresión "purificación" puede resultarnos sorprendente, pues se refiere a
una Madre que, por gracia singular, había obtenido ser inmaculada desde el
primer instante de su existencia, y a un Niño totalmente santo. Sin embargo, es
preciso recordar que no se trataba de purificarse la conciencia de alguna mancha
de pecado, sino solamente de recuperar la pureza ritual, la cual, de acuerdo con
las ideas de aquel tiempo, quedaba afectada por el simple hecho del parto, sin
que existiera ninguna clase de culpa.
El evangelista aprovecha la ocasión para subrayar el vínculo especial que existe
entre Jesús, en cuanto "primogénito" (Lc 2, 7. 23) y la santidad de Dios, así
como para indicar el espíritu de humilde ofrecimiento que impulsaba a María y a
José (cf. Lc 2, 24). En efecto, el "par de tórtolas o dos pichones" era la ofrenda
de los pobres (cf. Lv 12, 8).

3. En el templo, José y María se encuentran con Simeón, "hombre justo y


piadoso, que esperaba la consolación de Israel" (Lc 2, 25).
La narración lucana no dice nada de su pasado y del servicio que desempeña en
el templo; habla de un hombre profundamente religioso, que cultiva en su
corazón grandes deseos y espera al Mesías, consolador de Israel. En efecto,
"estaba en él el Espíritu Santo" (Lc 2, 25) y "le había sido revelado por el
Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Mesías del Señor"
(Lc 2, 26). Simeón nos invita a contemplar la acción misericordiosa de Dios, que
derrama el Espíritu sobre sus fieles para llevar a cumplimiento su misterioso
proyecto de amor.
Simeón, modelo del hombre que se abre a la acción de Dios, "movido por el
Espíritu" (Lc 2, 27), se dirige al templo, donde se encuentra con Jesús, José y
María. Tomando al Niño en sus brazos, bendice a Dios: "Ahora, Señor, puede,
según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz" (Lc 2, 29).
Simeón, expresión del Antiguo Testamento, experimenta la alegría del encuentro
con el Mesías y siente que ha logrado la finalidad de su existencia; por ello, dice
al Altísimo que lo puede dejar irse a la paz del más allá.
En el episodiio de la Presentación se puede ver el encuentro de la esperanza de
Israel con el Mesías. También se puede descubrir en él un signo profético del
encuentro del hombre con Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando
en el corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y favoreciendo su
realización.
Y no podemos olvidar el papel de María, que entrega el Niño al santo anciano
Simeón. Por voluntad de Dios, es la Madre quien da a Jesús a los hombres.

4. Al revelar el futuro del Salvador, Simeón hace referencia a la profecía del


"Siervo", enviado al pueblo elegido y a las naciones. A él dice el Señor: "Te
formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes" (Is 42, 6). Y
también: "Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y
hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para
que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (Is 49, 6).
En su cántico, Simeón cambia totalmente la perspectiva, poniendo el énfasis en
el universalismo de la misión de Jesús: "han visto mis ojos tu salvación, la que
has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y
gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 30-32).
¿Cómo no asombrarse ante esas palabras? "Su padre y su madre estaban
admirados de lo que se decía de él" (Lc 2, 33). Pero José y María, con esta
experiencia, comprenden más claramente la importancia de su gesto de
ofrecimiento: en el templo de Jerusalén presentan a Aquel que, siendo la gloria
de su pueblo, es también la salvación de toda la humanidad.

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