Ethos Victoriano y Eros Pedagógico
Ethos Victoriano y Eros Pedagógico
Ethos Victoriano y Eros Pedagógico
durante los primeros compases del siglo xx, para fijar finalmente la
atención en la liberación de la juventud que surgió en 1918 y que se
consolidó, definitivamente, en 1945.
PALABRAS CLAVE: juventud, victoriano, Imperio austrohúngaro,
eros, liberación de la juventud.
2 No deja de ser curioso la longevidad del mito de «Sissi emperatriz», que ha sido
llevado a las pantallas (Romy Schneider protagonizó este papel en 1955) y que,
además, ha generado una gran cantidad de libros para chicas adolescentes. En 1998,
Ediciones B –por ejemplo– presentaba la serie Sissi, en ocho títulos, dentro de sus
Historias inolvidables. A Sissi, seguían Sissi emperatriz; Sissi, reina de Hungría; La alegría
de Sissi; Sissi en el Tirol; Sissi y el vals de Strauss; Una aventura de Sissi y Sissi en Baviera.
Como sucedía en otras colecciones para jóvenes, se trataba de obras ilustradas con
250 viñetas aproximadamente. El mito de Sissi –la joven que sin estar destinada
inicialmente a Francisco José I se casó por amor con el emperador en 1854, con sólo
dieciséis años– alienta una historia que sintoniza con los valores del ethos victoriano
y que pervive en el imaginario colectivo a través de una exaltación romántica, muy
alejada de la realidad.
Conrad Vilanou i Torrano i Jordi García i Farrero Ars Brevis 2011
sociales– buscó una amante para su propio esposo, que todos los
días desayunaba con la artista Katharina Schratt. Mientras tanto, los
esposos de los matrimonios mantenían las distancias hasta tal punto
que renunciaban al tuteo, tal como constata Géza von Cziffra al
referirse a las relaciones de Joseph Roth con sus diversas compañeras:
«Roth empleaba el usted para dirigirse a Irmgard Keun, pero también
utilizaba con Friedl o Manga Bell ese tratamiento, habitual entre los
esposos en la monarquía austrohúngara» (Géza von Cziffra, 2009, p.
110).
Parece evidente, pues, que aquel mundo de ayer practicaba una doble
moral, lo cual comportaba altas dosis de hipocresía social. En Austria
el número de parejas que vivían sin estar casadas formalmente se
puso de manifiesto cuando estalló la Primera Guerra Mundial. «Entre
agosto y octubre de 1914, como la guerra amenazaba con privar de
todo beneficio a las viudas de estas parejas de hecho, solamente en
Viena se regularizaron 115.000 de estas uniones, 37.000 en Budapest
y 26.000 en Praga» (Johnston, 2009, pp. 180-181). En otro orden
de cosas, pero igualmente ilustrativo de lo que decimos, conviene
destacar la presencia en el Reino Unido del llamado «vicio inglés»,
es decir, de la proliferación de las prácticas masoquistas en aquella
202 sociedad que, además, aplicaba en las escuelas un sofisticado abanico
de correcciones corporales con ramas de diferentes árboles, en especial
de abedul (Gibson, 1980). En esta dirección, Peter Gay afirma en su
libro sobre Schnitzler y su tiempo que la tesis central de la obra estriba
en demostrar que «muchos buenos burgueses victorianos, hombres y
mujeres por igual, disfrutaban de los placeres de la mesa y no menos,
respetablemente, de los de la cama» (Gay, 2002, p. 47). Arthur
Schnitzler –un personaje de éxito con las mujeres, que defendió el
amor libre y que evitó como pudo la sífilis– no tuvo reparo alguno
en confesar esta realidad: «Los conquistadores o seductores natos,
evidentemente, siempre han sabido cómo triunfar pasando por
encima de la moral de un determinado círculo e incluso del espíritu
de una época» (Schnitzler, 2004, p. 203). Por su lado, Wilhelm
Reich –cuya iniciación sexual se produjo a los doce años– reconoce
un gran número de conquistas. En realidad, aquella atmósfera
aparentemente puritana escondía un mundo sórdido hasta tal punto
que algunos concebían las conquistas femeninas como una especie
de entretenimiento deportivo, a modo de un simple coleccionista.
La misma trayectoria de Arthur Schnitzler –al igual que algunas de
sus amistades– puede incluirse en el ámbito de una juventud que
vivió una existencia alocada, propia de la bohemia, a pesar de las
responsabilidades que debía adquirir un joven de buena familia.
Ars Brevis 2011 La juventud, entre el ethos victoriano y el eros pedagógico: La subversión de los sentidos
Uniformes y desfiles
3 Géza von Cziffra, en su libro sobre Joseph Roth, comenta que bajo el mandato
de Francisco José I, los funcionarios del Imperio impusieron apellidos alemanes a
las familias judías. «Los funcionarios, que por su profesión no podían desplegar
mucha fantasía, se ayudaron de métodos muy fáciles para dar los nombres. En primer
lugar, los nombres de colores; los judíos recibieron nombres como Schwarz [negro],
Weiss [blanco], Grün [verde], Roth [rojo], Gelb [amarillo], Braun [marrón], etc.» Más
tarde siguieron los nombres compuestos, de los que surgió Morgenstern [estrella
de la mañana]. Pero en otras ocasiones, se buscaron nombres divertidos e, incluso,
ofensivos (Géza von Cziffra, 2009, p. 49).
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Queda claro, pues, que nada fue igual después de 1918, hasta tal
punto que algunos círculos austríacos intentaron distanciarse de
los germanos en un proceso que se agudizó después de la anexión
(Anschluss) de 1938, cuando se instauró, el 1 de enero de 1939, el
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Eros y paideia
II, p. 84). Así pues, hay que fomentar la unión y fusión de los jóvenes
en una única comunidad que favorezca los valores de la camaradería.
De aquí, también, la importancia del eros pedagógico, que deja en
segundo término la atracción sexual que se convierte en un motor de
espiritualización: «El eros es la gran experiencia básica del espíritu,
la experiencia de una ampliación y un acrecentamiento infinitos
del servicio vital, del que aquel que ha gustado de él alguna vez, aun
cuando sea en sueño, no puede ni quiere prescindir. La experiencia
de tal embriaguez llega a ser la medida para el valor de la vida en
general» (Wyneken, 1927, tomo II, p. 124). En resumidas cuentas,
el eros es el resorte para poder alcanzar los valores más sublimes:
«Todos los bienes espirituales superiores han sido concedidos a la
humanidad por el camino de la cultura del éxtasis, del entusiasmo»
(Wyneken, 1927, tomo II, p. 125).
Wyneken –que veía en la coeducación una práctica burguesa–
recuperó un platonismo que potenciaba el papel del eros como
fuerza atractiva de manera que los maestros habían de atraer a sus
alumnos y, a su vez, hacerlos participar de los valores espirituales
–esto es, culturales– más elevados. Así pues, su pedagogía proponía
una educación homoerótica –no necesariamente homosexual– que,
220 a la larga, despertó muchas sospechas y críticas. Procede decir que
Wyneken había sido colaborador de Hermann Lietz, el promotor
de los hogares de educación en el campo (Landerziehungsheime).
Efectivamente, Lietz abrió el 28 de abril de 1898 en Ilsenburg, al pie
del macizo del Harz, el primer establecimiento de estas características,
una especie de pequeño paraíso emplazado en el campo, en plena
naturaleza. Lietz pretendía corregir los vicios de los internados,
donde dominaba el autoritarismo, la disciplina y los castigos, tal
como reflejaron Hermann Hesse en su novela autobiográfica Bajo la
rueda (1905), en que criticaba el sistema educativo de los gimnasios
alemanes, y Robert Musil en Las tribulaciones del estudiante Törless
(1906), donde se ponían de relieve las contradicciones del Instituto
W., una especie de internado de cadetes militares que funcionaba
en el Imperio austríaco.
Es evidente que Lietz se inspiraba en los jardines de infancia
(Kindergarten) de Froebel y en la pedagogía de Pestalozzi, y así
propugnaba una vida simple en plena naturaleza. Además, la
pedagogía de Lietz con su crítica a la sociedad urbana –y el
consiguiente entusiasmo por la vida natural y comunitaria– influyó
sobre la doctrina nacionalsocialista. No en vano, Baldur von
Schirach, el líder de las Juventudes Hitlerianas, fue alumno de una
escuela que seguía las orientaciones de Lietz, que en 1914 había
Ars Brevis 2011 La juventud, entre el ethos victoriano y el eros pedagógico: La subversión de los sentidos
La liberación de la juventud
discos de jazz, ritmo que fue condenado más tarde por el nazismo.
En fin, una de las novedades de aquel tiempo fue la irrupción de
la juventud, hasta el punto de convertirse en una nueva categoría
social que así asumía un protagonismo que no hizo otra cosa que
crecer a lo largo del siglo xx.
A la vista de lo expuesto, es posible rastrear la influencia de los
pensadores de la sospecha (en particular Nietzsche y Freud) en la
génesis de un proceso que iba a conducir a la disolución del mundo
de ayer, con su régimen de la heteronomía y sus altas dosis de
hipocresía social, aspectos que ya fueron erosionados por la vida
bohemia de la época de entresiglos (Solé Blanch, 2010). Aquel
mundo de ayer aceptaba, sin más, los postulados de la educación
tradicional, mientras que los tónicos pedagógicos que siguieron a la
Primera Guerra Mundial respondían a la exigencia de una libertad
que se manifestó de manera clara en el terreno de la sexualidad.
Y aunque no se consiguió una autonomía en la línea kantiana, sí
que se fraguó un movimiento juvenil que favoreció la liberación
de las pulsiones sexuales a través de una subversión de los sentidos
y de los sentimientos. En consecuencia, la higiene y la educación
sexual (a veces entendida como mera aclaración sexual) entraron
a formar parte de los discursos pedagógicos de la Escuela Nueva, 225
lo cual representó una auténtica novedad si tenemos en cuenta
la naturaleza de la mentalidad victoriana, que había soslayado de
manera expresa estas cuestiones. En suma, esta nueva configuración
sexual –que generó enconados debates y controversias en diferentes
ámbitos, no sólo médicos– incidió en el campo pedagógico, que
ante el ambiente de crisis generalizada que siguió a la Gran Guerra
recuperó la fuerza pedagógica del eros, que insistió en el origen
y desarrollo del Movimiento de la Juventud, que responde a los
tónicos del vitalismo de Nietzsche, y entre cuyos representantes
encontramos las comunidades escolares libres de Gustav Wyneken.
Sin embargo, muchos pedagogos no podían compartir la
tesis de una liberación sexual sin más, al margen de valores más
consistentes. De acuerdo con su actitud idealista, estos autores –
filósofos, pedagogos, educadores, etc.– consideraban que el hombre
está llamado a domeñar las fuerzas de la naturaleza, a través del
sometimiento de los instintos a una axiología, o lo que es lo mismo,
a un orden jerárquico idealizado. Así, por ejemplo, Joaquín Xirau
se desmarcó en más de una ocasión de las teorías freudianas, que
a su entender responden al interés del médico vienés por humillar
al ser humano en nombre de la ciencia: «Las teorías psicoanalíticas
del inconsciente disuelven este último resto de dignidad en un mar
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Bibliografía
de 1984.
Wyneken, Gustav. (1926). Las comunidades escolares libres. Madrid:
Publicaciones de la Revista de Pedagogía.
Wyneken, Gustav. (1927). Escuela y cultura juvenil (2 tomos). Madrid:
Ediciones de la Lectura.