Starosta - ¿Una Mercancía "Como Cualquier Otra"
Starosta - ¿Una Mercancía "Como Cualquier Otra"
Starosta - ¿Una Mercancía "Como Cualquier Otra"
Resumen
Este artículo aborda la cuestión del proceso de producción de la fuerza de trabajo con el objetivo de reexaminar la
postura de Marx sobre la determinación del valor de esta ‘mercancía peculiar’. En pos de ello, se revisan críticamente
los principales aportes que han cuestionado el análisis marxiano de dicho fenómeno, para luego ofrecer una línea
argumental alternativa que da fundamentos adicionales a la explicación de Marx acerca de la determinación del
valor de la fuerza de trabajo por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Por último, se
ilustran las implicaciones de esta perspectiva para los problemas abiertos por el debate marxista sobre el trabajo
doméstico.
Palabras clave: Marx; Trabajo doméstico; Fuerza de trabajo; Teoría del valor.
Abstract
A commodity “like all other commodities”? Re-examining the determination of the value of labour power
This article addresses the process of production of labour power with a view to re-examining Marx’s stance on the
determination of the value of this ‘peculiar commodity’. In order to do so, the article critically reviews the main
contributions which have called into question the Marxian analysis. It also offers an alternative argument that
develops additional grounds for Marx’s explanation of the determination of the value of labour power by the socially
necessary labour time required for its production. Lastly, the implications of this new perspective are illustrated
through a discussion of the issues raised by the Marxist debate on domestic labour.
1 Introducción
Como el propio Marx resalta en Teorías de la Plusvalía, la distinción entre la fuerza
de trabajo y el trabajo en cuanto tal resulta clave para resolver un problema fundamental de la
economía política clásica, en particular en la versión de Ricardo (Marx, 1987, p. 366). En
efecto, si bien el análisis de Ricardo sobre la determinación del valor de cambio por las
cantidades de trabajo era en opinión de Marx el mejor dentro de la Economía Política (Marx,
1999a, p. 97n), la falta de la mencionada distinción tornaba inexplicable el surgimiento de una
ganancia o plusvalor sobre la base del intercambio de equivalentes entre el capital y el
Artículo recibido el 1 de diciembre de 2017 y aprobado el 5 de abril de 2018.
**
Profesor.Centro de Investigación sobre Economía y Sociedad en la Argentina Contemporánea, Universidad Nacional
de Quilmes, Buenos Aires, Argentina. E-mail: afitzsimons@gmail.com.
***
Profesor – Departamento de Economía y Administración, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, Argentina.
E-mail: guido.starosta@edu.ar.
“trabajo”. Así, aunque Ricardo identifica con claridad que el “precio natural del trabajo” es el
precio necesario para “permitir a los trabajadores (…) subsistir y perpetuar su raza” (Ricardo,
1994, p. 71), el problema teórico que Marx señala es que no existe una explicación consistente
(i.e. en términos de la “teoría del valor-trabajo”) de por qué este precio clave se determina de
tal forma (Marx, 1987, p. 368).
En esencia, la solución de Marx a este problema consiste en sostener que el capital no
se intercambia por trabajo sino por la capacidad de trabajar o fuerza de trabajo. De este modo
se puede sortear el “círculo vicioso” que surge al “convertir el valor de cambio en medida del
valor de cambio” (Marx, 1997a, p. 47), esto es, al intentar determinar el “valor del trabajo” en
cantidades de sí mismo. En efecto, la distinción permite sostener que lo que es una mercancía
y, por ende, tiene un valor que se expresa como precio monetario (i.e. el salario), no es el
trabajo sino la fuerza de trabajo. Dado que, además, el valor de la fuerza de trabajo no tiene
ninguna relación inmediata con el valor producido por el obrero en el proceso directo de
producción capitalista, la distinción permite explicar el plusvalor por la diferencia entre ambas
magnitudes; a saber, entre el valor contenido en la fuerza de trabajo y el que rinde el trabajador
bajo el mando coactivo del capitalista (Marx, 1999a, p. 234-236). En otras palabras, el avance
crucial de Marx, que a su juicio permitía explicar consistentemente el surgimiento del
plusvalor, fue el “descubrimiento” de una mercancía cuyo “valor de uso específico” consiste
en “ser fuente de valor, y de más valor del que ella misma tiene” (1999a, p. 234). Es esta
determinación del valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo lo que le otorga su carácter
peculiar (1999a, p. 203, 205). En contraste, Marx argumenta que, en cuanto a la determinación
de su valor, la fuerza de trabajo no encierra ninguna peculiaridad. Así, según Marx aquél se
determina “al igual que el de toda otra mercancía […], por el tiempo de trabajo necesario
para la producción […] de ese artículo específico” (1999a, p. 207)1. Sin embargo, este
tratamiento marxiano de la determinación del valor de la fuerza de trabajo como homólogo al
de las demás mercancías, no ha convencido a todos sus lectores y ha sido fuente de numerosas
controversias en la literatura posterior.
En efecto, tal como se reseña más abajo, ya al poco tiempo de la publicación del Tomo
III de El Capital comenzaron a aparecer objeciones al argumento de Marx de que la fuerza de
trabajo debe ser considerada como una mercancía “como cualquier otra” y, en particular, de
que ella “tiene un valor” determinado “por el trabajo pretérito encerrado” en ella (Marx, 1999a,
p. 234). Llamativamente, y pese a la importancia de estas cuestiones en la explicación general
del origen del plusvalor (y, por consiguiente, en el conjunto de la investigación de Marx sobre
(1) En rigor, sólo unas líneas después de afirmar dicha homología con las demás mercancías, Marx sí señala que la
determinación del valor de la fuerza de trabajo encierra un aspecto que la distingue de las primeras: el llamado “elemento histórico
y moral”. Sin embargo, claramente Marx no considera que dicho carácter específico ponga en tela de juicio lo planteado
anteriormente. De hecho, tal componente del valor de la fuerza de trabajo no hace al proceso de formación de su valor como tal,
sino a la composición material cualitativa y cuantitativa de los valores uso que entran en la “canasta de consumo” de los obreros
asalariados. Para una discusión en profundidad del significado del componente “histórico y moral” del valor de la fuerza de trabajo
y una crítica del “saber convencional” marxista al respecto, ver Starosta y Fitzsimons (2018).
una mercancía” dado que “no es producida por el capital y su precio, por tanto, no puede ser
subsumido bajo la ley del valor” (2006, p. 90)2. Desde otra perspectiva, también los autores
pertenecientes a la llamada “Nueva Solución” al “problema de la transformación” han
rechazado la explicación de Marx sobre la determinación del valor de la fuerza de trabajo
(Foley, 1982; Lipietz, 1982; Dumenil, 1983). Quizá la expresión más contundente del planteo
de estos autores sobre este tema pueda hallarse en la obra de Simon Mohun, para quien la fuerza
de trabajo
[…] no es una mercancía producida en el mismo sentido [que otras mercancías]. Es una
capacidad o potencialidad de las personas, y las personas no se (re)producen bajo
relaciones capitalistas de producción. No hay ningún proceso de producción capitalista
involucrado, ningún proceso de adición de valor a los medios de producción por parte del
trabajo vivo, ni tampoco hay diferentes tecnologías de producción en competencia entre
sí que deban promediarse para encontrar el valor de mercado (Mohun, 1994, p. 398).
De allí Mohun concluye que la definición que tiene Marx del valor de la fuerza de
trabajo no es en términos del tiempo de trabajo que costó producirla sino “en términos del valor
de las mercancías que el valor monetario de la fuerza de trabajo puede comprar o comandar”
(Mohun, 1994, p. 398). En otras palabras, para este autor el valor de la fuerza de trabajo no
sería, como en el caso del resto de las mercancías, una representación social del trabajo
requerido para su producción, sino simplemente la participación salarial en el valor agregado
total.
Ahora bien, la posición de Marx sobre la determinación del valor de la fuerza de trabajo
fue defendida por otros autores marxistas (Mavroudeas, 2001; Fine; Lapavitsas; Saad-Filho,
2002; Saad-Filho, 2002). En su perspicaz crítica a la “Nueva Solución”, Mavroudeas señala
que la falla fundamental de este enfoque reside en su abstracción de las mediaciones que existen
entre el tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de los trabajadores y el
salario, borrando toda conexión entre el valor de los medios de subsistencia y el valor de la
fuerza de trabajo. Así, “mientras la definición de Marx rastrea las relaciones de determinación
que existen en el capitalismo a través de un sofisticado procedimiento dialéctico, la ‘Nueva
Solución’ aísla y luego yuxtapone arbitrariamente sólo el primero y el último momento de este
procedimiento” (Mavroudeas, 2001, p. 59). Adicionalmente, Mavroudeas también señala
correctamente que la “concepción del valor de la fuerza de trabajo que tiene la ‘Nueva
Solución’ acaba en una visión del valor smithiana de trabajo comandado, en vez de en una
basada en el trabajo abstracto” (2001, p. 59). Pero, principalmente, la crítica de este autor
apunta a que la referida desconexión entre el trabajo materializado en la fuerza de trabajo y su
valor tiene por consecuencia necesaria que la determinación cuantitativa del valor de la fuerza
de trabajo queda relegada exclusivamente a factores extra-económicos. Y peor aún, “cuando
esto es complementado con un rechazo de la naturaleza mercantil de la fuerza de trabajo, puede
fácilmente conducir a la priorización de las relaciones de poder independientemente y casi con
anterioridad a las relaciones socio-económicas” (Mavroudeas, 2001, p. 55). En efecto, por más
que los autores de la “Nueva Solución” afirmen que el valor de la fuerza de trabajo “representa”
una porción del trabajo abstracto total efectuado en la sociedad, no es difícil darse cuenta que
un “valor” determinado por factores inmediatamente ajenos a la producción material de la
mercancía que lo porta no es un “valor” en el mismo sentido en que lo es para Marx el “valor
de la mercancía”.
De cualquier modo, la cuestión importante para nuestro propósito es que, como
argumenta Saad Filho, no es sencillo encontrar en la literatura marxista alternativas sólidas al
enfoque de la “Nueva Solución” sobre el valor de la fuerza de trabajo. En efecto, la defensa del
argumento que se desprende inmediatamente de los textos de Marx parece quedar atrapada
dentro de los enfoques “ricardianos” o de “trabajo incorporado” (Saad-Filho, 2002, p. 48). En
extremo, esta visión tiende a identificar inmediatamente el valor de la fuerza de trabajo con el
valor de una canasta fija de mercancías que consumen los obreros. Ciertamente, por mucho
que se la matice, esta definición no parece ser capaz de explicar, por ejemplo, cómo se
determina la composición de la canasta, cómo y por qué cambia históricamente y por qué
existen diferencias salariales dentro de la clase obrera (Fine, 1988, p. 180). Además, esta
perspectiva conduce eventualmente a la cosificación de los obreros, conceptualizándolos como
si fueran “esclavos, animales de trabajo [o] máquinas” y, de esta forma, tornando “arbitrario”
el concepto mismo de “explotación” (Fine; Lapavitsas; Saad-Filho, 2002, p. 11).
Para evitar caer en lo que consideran dos reduccionismos contrapuestos, estos autores
proponen una tercera posición fundamentada inicialmente en que “el valor de la fuerza de
trabajo no es ni una cantidad de dinero ni de bienes sino una cantidad de valor”, estando esta
cantidad determinada “a nivel agregado por medio del intercambio entre el capital y el trabajo
como un todo (esto es, como clases sociales), con anterioridad al proceso de producción [de la
mercancía que el obrero producirá bajo el comando del capitalista, agregado nuestro]” (Fine;
Lapavitsas; Saad-Filho, 2002, p. 12). Aunque resulta correcto el señalamiento de que el valor
de la fuerza de trabajo está determinado con anterioridad al proceso de producción que se abre
con la compra de aquélla por el capitalista, con ello no se avanza más allá de lo que
textualmente había señalado Marx en El Capital. En este sentido, estos autores se limitan a
postular la vinculación entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor de los medios de
subsistencia de los obreros, pero sin dar explicación alguna de cuál es la razón de dicho vínculo,
tal como hace la posición marxista “ricardiana” tradicional. Pero, como es evidente, esto no
demuestra la existencia de dicho vínculo. Quizás conscientes de ello, a renglón seguido pasan
a considerar la cuestión en un nivel de análisis más concreto o complejo. Así, en primer lugar,
consideran necesario tener en cuenta el proceso de redefinición dinámica de la “canasta de
consumo” que resulta del desarrollo de la productividad del trabajo, en la medida en que la
acumulación de capital “tiende tanto a redefinir (bajar) el valor de la fuerza de trabajo como
(aumentar) la canasta salarial” (Fine, Lapavitsas; Saad-Filho, 2002, p. 12). Y, en segundo lugar,
que debe entenderse que las “normas de consumo” varían ampliamente entre sectores de la
clase obrera, y que por tanto no hay un “promedio” de medios de subsistencia que pueda
relacionarse con el valor de la fuerza de trabajo en general (Fine; Lapavitsas; Saad-Filho, 2002,
p. 12).
Con todo, pensamos que esta postura alternativa no logra realmente ofrecer una
solución a las limitaciones de la “Nueva Solución” y el “neoricardianismo”. Ante todo, no se
provee una explicación general precisa de la determinación del valor de la fuerza de trabajo.
Pero además, es simplemente incorrecto, desde el punto de vista metodológico, evitar resolver
esta cuestión general invocando la necesidad de incorporar mayor “complejidad” al análisis.
Resulta no solamente posible, sino también necesario, resolver la cuestión a nivel de las
determinaciones más simples y abstractas del modo de producción capitalista. El propio Marx,
de hecho, resaltó este mismo argumento metodológico en los Manuscritos de 1861-1863, al
dejar explícitamente de lado la consideración de los determinantes del valor de la fuerza de
trabajo atribuibles a su complejidad, en cuanto “aquí […] sólo nos preocupamos por la relación
general entre el capital y el trabajo, y por lo tanto tenemos a la vista [sólo] el trabajo ordinario,
promedio, considerando a todo trabajo sólo como un múltiplo de este trabajo promedio, cuyos
costos de entrenamiento son infinitamente pequeños” (1988, p. 43).
En este sentido, a pesar de provenir de una perspectiva similar a la de Fine et al., la
contribución de Mavroudeas es la que llega más lejos en la tarea de restituir la conexión entre
el valor de los medios de subsistencia y el valor de la fuerza de trabajo y, por consiguiente, en
defender y fundamentar la postura de Marx al respecto. Ante todo, este autor resalta
acertadamente que el valor de las mercancías debe explicarse por su contenido (es decir, por el
tiempo de trabajo necesario para su producción) y no por su forma (es decir, como sostiene el
enfoque de la “Nueva Solución”, por la proporción en que se cambia por dinero en la
circulación). Y, aunque admite que la fuerza de trabajo es una mercancía peculiar, “en cuanto
sólo existe como capacidad del individuo vivo […] que es mercantilizada en el capitalismo”,
argumenta que de esto no se deriva que sea “un bien natural que entra en el mercado sin valor,
adquiriendo allí un precio” (Mavroudeas, 2001, p. 56). Mavroudeas procede entonces a analizar
el proceso de “producción” de la fuerza de trabajo, extrayendo dos conclusiones. En primer
lugar, acuerda con los autores de la Nueva Solución en que en la esfera “doméstica” de
reproducción de la fuerza de trabajo no hay nuevo valor agregado, esgrimiendo los mismos
argumentos que aquellos3. En efecto, dice Mavroudeas, la reproducción de la fuerza de trabajo
conlleva “esfuerzo humano pero que no es gastado a través de un proceso de producción
capitalista”, con el resultado de que “no hay creación de nuevo valor o de plusvalor y la venta
de la mercancía fuerza de trabajo no se opera de acuerdo a las reglas de un intercambio
mercantil capitalista típico (obteniendo una tasa de ganancia media, etc.)” (2001, p. 56). No
obstante, en segundo lugar (y en este punto distinguiéndose de los críticos de Marx), también
argumenta que los medios de consumo necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo
son producidos de manera capitalista –esto es, con trabajo asalariado– y comprados en el
(3) Salvo que se aclare explícitamente lo contrario, de aquí en más toda mención al “trabajo doméstico” refiere al trabajo
“no retribuido” realizado por algún miembro de la familia obrera.
mercado, lo cual significa que tienen un valor determinado por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para producirlos. Más importante aún, y en este punto va más allá de lo que se puede
encontrar en los textos de Marx de manera explícita, Mavroudeas sostiene que el valor de los
medios de subsistencia es transferido a la fuerza de trabajo a través del consumo del obrero y,
por tanto, “este valor tiene que reflejarse en el precio que se paga por la compra de la fuerza de
trabajo (el salario)” (2001, p. 56).
Ahora bien, a pesar de sus méritos, existen al menos tres problemas con esta defensa
del argumento de Marx sobre el valor de la fuerza de trabajo. Ante todo, este planteo no
encuentra evidencia textual alguna en El Capital; no porque haya pasajes que lo contradigan,
sino sencillamente porque en ningún lugar se discute explícitamente sobre la naturaleza del
trabajo representado en el valor de la mercancía fuerza de trabajo. Es probable, en este sentido,
que Marx haya dado por sentado que, a la luz del desarrollo de las determinaciones ya
desplegadas a la altura del capítulo 4 de El Capital donde se discute el carácter mercantil de la
fuerza de trabajo, para el lector sería evidente, por ejemplo, por qué el “esfuerzo humano”
gastado en la esfera domestica no podía generar valor.
Esto nos conduce a la consideración del segundo problema. Pensamos que si bien
Mavroudeas está en lo cierto cuando afirma que en la esfera doméstica de consumo individual
no se general valor (aun cuando haya “gasto de fuerza humana de trabajo”), las razones en las
que funda dicho punto de vista (que son las mismas que ofrece la “Nueva Solución”) son, en
esencia, incorrectas. En efecto, si hay algo que debería quedar claro a la altura del capítulo 4
de El Capital, es que la razón por la cual el gasto de fuerza de trabajo en la esfera doméstica
no genera valor no puede pasar por no constituir un gasto realizado bajo el comando del capital
con vistas a “obtener la tasa media de ganancia”, ya que aún no se había examinado la
producción de valor subsumida en el movimiento del capital. En cambio, Marx ya había dejado
claramente expuesto en el capítulo 1 que “si los objetos para el uso se convierten en mercancías,
ello se debe únicamente a que son productos de trabajos privados ejercidos
independientemente los unos de los otros” (1999a, p. 89). De acuerdo a esto, la verdadera
razón que explica por qué el trabajo doméstico no genera valor es que no se trata de un trabajo
cuya organización como parte del trabajo social global esté mediada por relaciones sociales
indirectas entre productores privados, autónomos y recíprocamente independientes
(Kicillof; Starosta, 2007; Starosta, 2016). Los trabajos que se realizan en el ámbito de la esfera
doméstica se organizan a través de relaciones sociales directas, de carácter personal, que se
establecen al interior de la familia obrera. Dado el carácter crucial de esta determinación
específicamente social e histórica que subyace al trabajo como sustancia del valor, vale la pena
desviarnos momentáneamente del eje del tema central de este artículo, para examinar más
detenidamente la cuestión.
Aunque materialmente interdependientes como “membra disiecta [miembros
dispersos] del sistema de la división del trabajo” (Marx, 1999a, p. 131), el carácter
irreductiblemente social de los trabajos privados no se manifiesta de inmediato cuando son
(4) Para una discusión más detallada de esta perspectiva sobre el trabajo como sustancia del valor que evita el falso
dilema entre “naturalismo” y “circulacionismo” (con sus irresolubles antinomias entre materialidad y forma social), veáse Kicillof
y Starosta (2007).
(5) La razón dada por Mavroudeas es que “contrariamente al consumo de los bienes consumidos por los capitalistas
(artículos de lujo), el consumo de los trabajadores es una actividad productiva y ellos transfieren su valor al aspecto mercantilizado
de la reproducción humana (fuerza de trabajo) (Mavroudeas, 2001, p. 56). Al menos sobre la base de esta afirmación aislada, no
es claro para nosotros en qué sentido el consumo de los trabajadores es una actividad productiva.
En este sentido, debe enfatizarse ante todo que de acuerdo a Marx la pérdida de valor
de uso involucrada en el consumo de una mercancía implica pérdida o aniquilación de su valor
(1999a, p. 245), sólo en tanto esa desaparición del valor de uso original que actuaba como
soporte del valor es definitiva, esto es, sólo como producto del consumo final (el cual, como
veremos más abajo, no es en la sociedad capitalista sinónimo de consumo individual, lo que
resulta crucial para entender el proceso de transferencia de valor de los medios de vida a la
mercancía fuerza de trabajo). Pero en el caso de los medios de producción, Marx precisamente
señala que su consumo productivo no representa la aniquilación definitiva de su valor de uso,
sino la “pérdida de la figura originaria de su valor de uso para adquirir en el producto la figura
de otro valor de uso”, siendo por ello que “los medios de producción no pierden, con su valor
de uso, su valor”, sino que este último es transferido al producto en la misma magnitud (Ibíd.).
En contraste, veremos que en tanto el valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo consiste
en la valorización del capital, sí sufre aniquilación definitiva en el proceso de trabajo (mediante
su consumo productivo). Y con ello se extingue su “valor preexistente” en el mismo proceso
de generar un nuevo valor equivalente. De allí la diferencia cualitativa esencial entre la
conservación del “viejo valor” del capital constante que se limita a reaparecer en el valor del
producto y la reproducción propiamente dicha del capital variable (Marx, 1999a, p. 250-251).
En segundo lugar, no hay que perder de vista que, a diferencia de los medios de
producción, la fuerza de trabajo no es, en cuanto a su naturaleza material genérica, un valor de
uso (Iñigo Carrera, 1995, p. 5). Esto es, no es en sí misma un medio para la vida humana, tal
como sí lo son los valores de uso propiamente dichos, que efectivamente son “cosas que sirvan
para la satisfacción de necesidades de cualquier índole” (Marx, 1999a, p. 215, énfasis original),
si bien evidentemente su existencia es una condición para el proceso material de metabolismo
específicamente humano. Y la transformación del valor de uso de los medios de producción en
un nuevo valor de uso es una condición necesaria para la transferencia de valor (Marx, 1999a,
p. 245). No obstante, aunque la fuerza de trabajo no es un valor de uso por su propia
materialidad natural, adquiere formal o socialmente tal determinación históricamente
específica cuando es subsumida por el capital como aquella “mercancía peculiar” que porta la
condición activa esencial para su valorización. En efecto, dada la forma privada que toma la
producción social, la fuerza de trabajo porta la capacidad para producir valor y, más
específicamente, más valor de lo que ella cuesta. Esta capacidad para producir (plus)valor es,
entonces, el valor de uso específico de la fuerza de trabajo en cuanto mercancía, como
resultado de la determinación formal que le da el capital. Tal como lo presenta Marx,
Para el dinero en cuanto capital, la capacidad de trabajo es el valor de uso inmediato por
el cual debe intercambiarse. En la circulación simple el contenido del valor de uso era
indiferente, estaba excluido de la determinación formal económica. Aquí dicho contenido
es un momento económico esencial de la misma. Entonces, el valor de cambio tiene
primeramente la determinación de valor que se conserva en el intercambio sólo porque se
intercambia con el valor de uso que se le opone con arreglo a su propia determinación
formal. (Marx, 1997b, p. 277)
(6) En lo que sigue nos basamos fundamentalmente en Iñigo Carrera (1995, p. 6-7).
Tal como plantea Marx, “en la medida que es valor la fuerza de trabajo misma representa
únicamente una cantidad determinada de trabajo medio social objetivada en ella” (1999a,
p. 207, énfasis original)7. Esta objetivación de tiempo de trabajo debe por tanto tomar la forma
de valor para manifestar su carácter social general. En este sentido, las objeciones de los críticos
de Marx a la determinación del valor de la fuerza de trabajo por su proceso de producción no
tienen fundamento.
A la luz del desarrollo anterior, en la última sección examinaremos la problemática
planteada en el llamado “debate (marxista) sobre el trabajo doméstico”, cuyos participantes se
involucraron con particular detenimiento en algunos aspectos del proceso de producción de la
fuerza de trabajo. Esto nos permitirá ejemplificar y explicar más ampliamente nuestro
argumento, así como poner en evidencia su utilidad frente a temas controversiales de la “teoría
del valor”.
(7) En rigor, Marx debería haberse referido al “trabajo medio social realizado de manera privada e independiente
objetivado en ella”. En otras palabras, sólo las mercancías (y no simplemente los valores de uso) consumidos por los trabajadores
entran en la determinación del valor de la fuerza de trabajo. En defensa de Marx, se puede decir que probablemente se tratase de
una formulación abreviada que, si bien no enteramente correcta, era vista por Marx como inofensiva a la luz de la larga y rigurosa
exposición de las determinaciones de la mercancía realizada en la sección primera de El Capital (cf. su observación sobre la
omisión de la diferencia entre valor y valor de cambio en favor de la brevedad; Marx, 1999a, p. 74). Por lo demás, en los
Manuscritos Económicos de 1861-1863 Marx hace explícito el punto: en su determinación general “los medios de subsistencia
necesarios para el mantenimiento o la reproducción de la capacidad para trabajar pueden reducirse todos a mercancías” (1988,
p. 43).
8 Para un tratamiento en esa dirección del vínculo entre marxismo y cuestión de género, ver el ya clásico trabajo de
Hartmann (1980). Para una discusión del trabajo doméstico y la cuestión de género más allá del marxismo ver Beasley (1994),
Benería (1979), Mutari (2001), Picchio (1992).
medios de subsistencia del obrero. De hecho, poco después Philip Harvey (1983, p. 308-310)
sostuvo que la única forma consistente de sostener que el valor de la fuerza de trabajo se
determina por el valor de los medios de subsistencia pasaría por considerar a estos últimos
como “medios de producción” de fuerza de trabajo y al proceso de consumo individual del
obrero como un proceso de trabajo. Pero, continuaba Harvey, esto implicaría a su vez que el
“trabajo” involucrado en el consumo de los medios de subsistencia debe ser considerado como
socialmente necesario para producir la fuerza de trabajo. Y lo mismo cabría para el trabajo
doméstico que debe realizarse en el hogar para que las mercancías compradas con el salario
adquieran la forma adecuada para el consumo individual. Sobre esta base, y frente al hecho de
que Marx claramente no consideraba que ninguno de estos gastos de cuerpo humano entrara
en la determinación cuantitativa del valor de la fuerza de trabajo, Harvey concluyó que los
desarrollos de Marx no constituyen una “teoría del valor-trabajo” del valor de la fuerza de
trabajo, sino una “teoría de los costos de producción” (1983, p. 307, 312). En otras palabras, y
al contrario de lo que sostenía Marx, el valor de esta “mercancía peculiar” no se determinaría
“igual que el de toda otra mercancía” (Marx, 1999a, p. 207).
Desde nuestro punto de vista, estas conclusiones problemáticas se derivan de la falta
de consideración de la determinación esencial de la transferencia de valor entre diferentes
valores de uso, a saber, la necesidad de re-validar el carácter social del trabajo realizado
privadamente. Este punto clave no estaba presente, por cierto, en los participantes del debate
sobre el trabajo doméstico; más bien, su enfoque del problema de la transferencia se limitaba
a la simple preocupación por una contabilidad “ricardiana” de las horas de trabajo sin tener en
cuenta la determinación social del valor. Por otra parte, cabe insistir en que es precisamente
este elemento el que le faltaba a Mavroudeas para fundamentar su por otra parte incisivo
argumento sobre la transferencia de valor en la crítica a la “Nueva Solución”. En breve, lo que
hace falta fundamentar es la determinación social del proceso material de transferencia de
valor o, dicho de otro modo, el papel de dicha transferencia en la organización general del
proceso de vida social. Veamos esto con cierto detenimiento.
La transferencia de valor de un valor de uso a otro es un proceso usualmente mediado
por el trabajo productivo (como en el caso discutido más arriba de los insumos e instrumentos
de trabajo utilizados en la producción capitalista de valores de uso) pero que, en el contexto de
la reproducción del capital total de la sociedad, también se realiza a través del consumo
individual. Como hemos desarrollado extensamente con anterioridad, el valor de los medios de
subsistencia reaparece en el valor de la fuerza de trabajo únicamente porque el trabajo
materializado en ellos no se ha reconocido definitivamente como trabajo socialmente
necesario en el momento en que son comprados y consumidos por la familia obrera. Este
reconocimiento social definitivo solo ocurre cuando el capitalista compra la fuerza de trabajo
de los miembros de la familia (o de alguno de ellos), con el objeto de consumirla
productivamente para generar plusvalor. Únicamente en este punto se alcanza el momento del
consumo final desde el punto de vista de la organización capitalista del proceso de
reproducción social y, en consecuencia, sólo allí se extingue el valor de uso de la fuerza de
trabajo, desapareciendo con ello su valor. Por lo tanto, visto desde esta perspectiva, la
reaparición del valor de los medios de subsistencia como valor de la mercancía fuerza de
trabajo no es más que la expresión de la necesidad de reafirmar el carácter social del trabajo
que los produjo, ahora bajo la nueva forma material de tales valores de uso, exactamente del
mismo modo que el trabajo que produjo el algodón se vuelve a representar como parte del valor
del hilado (cf. Marx 1999a, cap. 6). Se trata, simplemente, de la determinación general de la
forma de valor que asumen los productos del trabajo, es decir, la forma cosificada e invertida
de representar el carácter inmanentemente social del trabajo humano cuando la producción
social se organiza a través de la producción e intercambio de mercancías.
¿Por qué, entonces, el trabajo realizado por los miembros de la familia obrera entre la
compra de los medios de subsistencia por el obrero y la venta de su fuerza de trabajo no se
representa como valor de ésta? Esta pregunta no puede contestarse simplemente señalando que
el ejercicio del trabajo “doméstico” no está sometido a la “ley del valor”, como se sostuvo en
la mayoría de las críticas a la posición “heterodoxa” del debate; esto, en realidad, es
precisamente lo que hay que explicar. Como hemos visto, la razón de que este trabajo no
produzca valor es únicamente que no es un trabajo privado en relación al consumidor
inmediato de su producto y, por ello mismo, no requiere una confirmación social ulterior en
el mercado. En efecto, los trabajos sociales realizados dentro de la familia obrera (para dejar
de lado el gasto de cuerpo involucrado en el consumo mismo, que no solo no es un proceso de
trabajo sino que ni siquiera es una acción que involucre en cuanto tal el establecimiento de
relaciones sociales de ningún tipo) están regidos directamente por relaciones personales y,
en consecuencia, los individuos que conforman esta familia no se enfrentan entre sí como
productores privados e independientes. Por lo tanto, el carácter social de sus trabajos no
necesita ser representado como valor de sus productos o, lo que es lo mismo, estos últimos no
toman la forma de mercancías. Puesto en otros términos, el trabajo doméstico realizado por
cualquier miembro de la familia obrera no produce valor. Demás está decir que esto se aplica
tanto al trabajo reproductivo llevado a cabo por el trabajador mismo, que ni siquiera es trabajo
social, como al realizado por otros miembros de la familia obrera, que es social en cuanto es
efectuado para producir valores de uso para otro individuo, pero de manera directa; esto es, no
es un trabajo privado. En este punto, de modo de echar luz adicional sobre las determinaciones
del trabajo doméstico en el capitalismo, cabe quizás ofrecer unas reflexiones ulteriores sobre
lo que a nuestro juicio es, en última instancia, el eje de lo que está en juego en esta
problemática: el “modus vivendi” de la contradicción entre el carácter social y privado del
trabajo en este modo histórico de organizar el proceso de vida humano.
En el apartado sobre el “carácter fetichista de la mercancía” Marx deja en claro que el
carácter social del trabajo es un atributo genérico del trabajo humano, que se manifiesta “tan
pronto como los hombres trabajan unos para otros” (1999a, p. 89). En este sentido, trabajo
privado y trabajo social no son abstractos opuestos en los que se escinde el trabajo humano en
el capitalismo, de modo tal que el trabajo individual privado deviene trabajo social mediante
el intercambio (Reuten, 1988; Eldred; Haldon, 1981; Himmelveit; Mohun, 1978). Más bien al
contrario, en tanto produce “valores de uso sociales o para otros”, esto es, produce valores de
uso que van a ser consumidos por otro individuo distinto al propio trabajador (Marx, 1999a,
p. 50), todo trabajo humano encierra, desde un punto de vista material, un doble carácter
inmanente: individual y social (Fitzsimons, 2016). Como se ha discutido con anterioridad, el
trabajo privado no encierra la eliminación absoluta del carácter social inmanente del trabajo
individual, sino que es una forma histórica, específicamente indirecta, de organizar dicho
carácter, siendo por ello que debe aparecer formalmente ante los propios productores “como
caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales
de dichas cosas”, más concretamente, “bajo la forma del carácter de valor que es común a esas
cosas materialmente diferentes” (Marx, 1999a, p. 90). En contraste, entonces, con esta forma
específica de organizar el carácter social inmanente del trabajo individual, y al igual que en “la
tenebrosa Edad Media europea” (Marx, 1999a, p. 94), el trabajo doméstico está regido por
“relaciones personales de dependencia” (Ibíd.). Con una diferencia esencial, pasada por alto
“olímpicamente” en las contribuciones ortodoxas-estructuralistas que caracterizan como
“feudales” a las relaciones sociales en la esfera doméstica capitalista (Benston, 1969; Fraad,
Resnick, & Wolff, 1994): mientras que en la “tenebrosa Edad Media” esas relaciones de
subordinación personal organizaban la unidad social general del trabajo humano, en el “trabajo
doméstico” se trata de vínculos directos que rigen en el interior de un “nodo” parcial del
proceso de metabolismo humano y que, en consecuencia, está subsumido en el movimiento
general de reproducción social regido por las relaciones indirectas mercantiles-capitalistas
mediante la valorización del valor. En otros términos, las relaciones dentro de la familia obrera
están socialmente determinadas como modos concretos de existencia de la organización
general del trabajo social en la forma de trabajo privado.
La cuestión puede ser ilustrada mediante la contraposición con el trabajo doméstico
realizado, por ejemplo, por un cocinero que realiza sus tareas dentro del hogar de la familia
obrera que contrata sus servicios. En este último caso, el trabajo crea valor porque se trata de
un trabajo efectuado de manera privada e independiente respecto de quien va a consumir
finalmente el producto de dicho trabajo, del mismo modo que lo es el trabajo que produce la
comida que el trabajador consume en el restaurant (el hecho de que en un caso ocurra al interior
del hogar del obrero y en otro fuera de éste es completamente indiferente); en consecuencia, se
trata de un trabajo que entra en la determinación del valor de la fuerza de trabajo. En este
sentido, el postulado normativo feminista según el cual el trabajo reproductivo debiera ser
considerado como productor de valor se basa en una concepción esencialmente ricardiana del
valor, en tanto que considera que todo trabajo produce valor, sin importar su “peculiar índole
social” (Marx, 1999a, p. 89).
Por último, es preciso notar que el trabajo transfiere valor en cuanto trabajo concreto,
esto es, en su carácter material de gasto de cuerpo humano orientado a producir valores de uso.
En este sentido, el trabajo doméstico es un trabajo concreto aun si no se realiza de manera
privada e independiente. El carácter directamente social (i.e. no privado) del trabajo doméstico
no elimina de ningún modo la necesidad del trabajo que efectivamente ha sido realizado de
5 Conclusión
Este artículo ha investigado en profundidad el proceso de producción de la fuerza de
trabajo con el objetivo de precisar y, sobre todo, fundamentar convincentemente, el planteo de
Marx sobre la determinación del valor de la fuerza de trabajo por el valor de los medios de
subsistencia. Como hemos visto, este punto de la crítica de la economía política fue
particularmente cuestionado aun dentro de perspectivas marxistas. Por otra parte, aunque hubo
algunas reacciones relevantes en favor del argumento de Marx, sus aportes no alcanzaron a
elaborar una sólida alternativa a los enfoques recientes basados en el rechazo del tratamiento
de la fuerza de trabajo como una mercancía.
En pocas palabras, nuestra contribución pasa centralmente por precisar y diferenciar
“la peculiar índole social” de los distintos trabajos que están involucrados en la producción de
la fuerza de trabajo desde el punto de vista del ciclo reproductivo del capital social global,
vale decir, del desarrollo de la relación social enajenada en que se resuelve la organización de
la vida social. Una primera consecuencia de este punto de vista es que, al fundarse esta relación
social en el carácter privado con que se realiza el trabajo, la distinción básica dentro de los
trabajos que entran en la producción de la fuerza de trabajo es entre aquellos que son privados
y aquellos que no lo son. En otras palabras, la cuestión pasa por distinguir entre los trabajos
que, por ser privados, necesitan representarse en el valor de sus productos de aquellos que,
precisamente por no ser serlo, no necesitan tomar la forma de valor. Así, vimos que los trabajos
que realizan los miembros de la familia obrera y/o el propio obrero en producir los valores de
uso que entran en la canasta de consumo del obrero no tienen necesidad de adoptar en ningún
momento la forma de valor, y por tanto no tienen cómo entrar en el valor de la fuerza de trabajo,
precisamente por tratarse de trabajos organizados de manera directa entre quienes los realizan
y quienes consumen sus productos.
Una segunda implicancia del enfoque planteado es que, subsumido formal y realmente
el trabajo en el capital, el consumo obrero es un momento del proceso de valorización. Por
consiguiente, el valor de los medios de subsistencia no puede simplemente extinguirse en este
consumo. En cambio, y al igual que en el caso del valor de los medios de producción que entran
en la producción realizada bajo el comando directo del capital, el valor de las mercancías que
consume el obrero necesita transferirse y conservarse en el valor de la fuerza de trabajo. En
otras palabras, el trabajo privado empleado originalmente para la producción de los medios de
subsistencia tiene que volver a reconocerse como parte del trabajo socialmente necesario para
la reproducción de la vida social en el momento en que la fuerza de trabajo es consumida por
el capital en el proceso directo de producción. Este punto es la clave para explicar por qué el
valor de los medios de subsistencia reaparece en (y por tanto constituye) el valor de la fuerza
de trabajo. De este modo hemos podido presentar las determinaciones que permiten demostrar
la validez de la afirmación de Marx de que el valor de la fuerza de trabajo se determina, “al
igual que el de toda otra mercancía”, por el tiempo de trabajo socialmente necesario (realizado
privadamente) para su producción.
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