Identidad Latinoamericana
Identidad Latinoamericana
Identidad Latinoamericana
pendiente
1. Introducción
Vivimos un tiempo en que estamos próximos a ser 6000 millones de seres humanos en este planeta, momento crítico
que al inicio de un nuevo siglo comienza a demandarnos una revisión profunda acerca del tipo de mundo que hemos
producido, del tipo de acciones que hemos hecho sobre él y nosotros mismos. De pronto la globalización y las
transnacionales se han vuelto tema en boca de todos los actores sociales; temas que se centran en nuestra América en
la problemática de la identidad. Filósofos e historiadores han llenado libros sobre este tema y en ellos podemos
deducir inicialmente que el fondo de sus escritos es la denuncia y el diagnóstico y muy poco sobre las posibles
propuestas.
Este ensayo surge de la necesidad de componer y aventurar una mirada crítica sobre nuestra identidad, la forzosa
construcción de ella, sus limitantes y una humilde propuesta desde la memoria histórica; por tal razón, se compone
de dos cuerpos: uno, donde se hace un diagnóstico crítico e histórico sobre la construcción de nuestra identidad y los
problemas que ello genera desde el mundo globalizado y mundializado; el segundo cuerpo, es una propuesta de
reconstrucción o fortalecimiento de nuestra identidad a partir de la memoria histórica, como fuente de construcción
de conocimiento histórico y de formación de sentido de pertenencia.
2. Consideraciones preliminares
En primer lugar, debemos decir que la discusión sobre nuestra identidad no es nueva. En la década de 1920, en
Alemania, el Instituto para la Investigación Social (Institut für Sozialforschung), fundado en Frankfurt en 1923 por
Adorno y Horkheimer consideran que el mundo en el que viven "es el mundo de la caída de la razón objetiva", en
donde el hombre ya no se cuestiona críticamente su devenir ni pasado, por lo tanto, se encamina derechamente hacia
la pérdida de su identidad individual y colectiva. Lo que los sociólogos alemanes planteaban cobró importancia años
más tarde cuando el mundo entero se vio sacudido por la expansión del nazismo y el fascismo; hechos que de alguna
manera fueron vaticinados -principalmente por Theodor Adorno en su obra Cultura Crítica y Sociedad- y que
afectaron la identidad y el cuestionamiento del tipo de sociedad que se pretendía forjar.
Las 2 guerras mundiales volvieron a poner en el tapete la cuestión de la identidad. Pueblos enteros vieron destruidas
sus culturas y sus propuestas de futuro; por ende, debieron replantear su pasado en la búsqueda de un futuro alejado
de la incertidumbre y el escepticismo. En la década de los 70’s, Michael Foucault trabaja la idea de que hay
conceptos claves para el entendimiento de la sociedad; por ejemplo, la disciplina (que es una especie de lema en
torno a la cual gira el modelo capitalista); el poder, el cual no es sólo prohibitivo o represivo, sino tan bien
reproductivo; produce por ejemplo, diferentes regímenes de verdades y de saberes, los cuales, por lo tanto,
condicionan el apoderamiento de identidades culturales. En su obra Microfísica del poder, pone énfasis justamente
en esa visión reticular del poder y en las manifestaciones en lo cotidiano, rayando con mucho cuidado y prolijo el
tema de la construcción de la identidad. De la obra de Foucault se derivan también los escritos de Guattari, Deleuze,
Derrida, Lyotard, etc., quienes hacen un repaso crítico a la posmodernidad. Contemporáneo a Foucault, Jürgen
Habermas, discípulo alemán de la Escuela de Frankfurt, planteaba que la pérdida de la identidad social era el
resultado de la no-compenetración entre los sistemas técnicos y la vida actual, donde el hombre se ha vuelto presa
fácil de la tecnificación, olvidando por ende su pasado y el compromiso con el futuro, volcándose hacia la
individualidad y el desapego de sus tradiciones.
Con motivo del cumplimiento de los 500 años del descubrimiento de América, la problemática se volcó hacia
nuestro continente y si bien, ya se había escrito antes sobre identidad latinoamericana, la gran mayoría de esos
manifiestos se hicieron públicos bordeando 1992. Los órganos y redes intelectuales de Latinoamérica buscaron con
afán entre las obras como las de Todorov, Dussel, Kusch, Biagini, Roig, Montiel y Zea, por nombrar algunos,
pequeños atisbos que alimentasen la discusión en torno a nuestra identidad: la permanencia o el fortalecimiento de
ella. Esta discusión en torno a la identidad latinoamericana no sólo involucró a pensadores, académicos e
intelectuales, sino que además comprometió a políticos, etnias, grupos nacionalistas, reivindicativos, etc., quienes se
apropiaron de determinados discursos para justificar o replantear nuestra identidad.
¿De qué estamos hablando?
Conceptualmente, la identidad es "el núcleo de cada cultura. Es el modo de ser particular, la propia y singular
modulación de las variantes universales de cada cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio ". Esta
definición nos habla de identidad como muestra de un todo social, como el resultado de la cultura de cada sociedad
en el tiempo y en el espacio; con al cual nos surge la primera interrogante: ¿El modo de ser de América ha sido
siempre el mismo? Consideramos que no, aunque existan pequeños atisbos de continuidad, como el hecho de un
pasado colonial, una obligada inserción al capitalismo y a la dependencia económica que dan como resultado una
Latinoamérica tercermundista y periférica. Desde la llegada de los hispanos a nuestro continente, la población
indígena fue brutalmente reducida a fuerza de pólvora o a través del trabajo esclavista. Los indios que resistieron
eran exterminados o simplemente se adaptaron a la aculturación, la transculturación y a la evangelización, la cual no
sólo acababa con su cultura sino también con su imaginario colectivo. Como señala el sociólogo Jorge Larraín, "del
encuentro original entre la cultura española e indígenas, emergió un nuevo modelo cultural fuertemente influenciado
por la religión católica, íntimamente relacionado con el autoritarismo político y no muy abierto a la razón científica.
Este modelo coexistió fácilmente con la esclavitud, el racismo, la inquisición y el monopolio religioso".
La legada de las emancipaciones latinoamericanas no provocó grandes cambios en para este panorama; es más, la
conformación de un mestizaje latino híbrido donde la preponderancia apunta a la no-pureza de nuestro criollaje. Las
esferas de poder se trasladaron hacia los terratenientes y hacendados, los cuales reprodujeron el discurso político y
económico colonial atentando contra el criollaje y las etnias, forzando raciocinios kanteanos para justificar el poder
y el sometimiento a una hegemonía cultural en toda Latinoamérica.
La industrialización de las naciones occidentales provocó en Latinoamérica flujos de dependencia económica que
posibilitaron el ingreso de capitales británicos y estadounidenses que se alojaron en el seno de nuestras economías,
transformando las costumbres de la oligarquía, quienes seguían ostentando el poder interno, subyugando a los
sectores populares a una reformulación de corte moderno del sistema colonial: la hacienda, o bien a los enclaves
económicos de estilo esclavista ligados principalmente al trabajo minero y a las plantaciones caribeñas.
Sin embargo, el siglo XX para Latinoamérica es sinónimo de la expresión máxima de la desintegración cultural e
identitaria con la irrupción veloz de los medios de comunicación y el aumento de la brecha entre las esferas de poder
y la sociedad. Es aquí, donde la obra de Rodolfo Kusch, América Profunda, cobra actualización en torno a sus
postulados para la confrontación entre el mundo hispano y el indígena. Según Kusch, hay dos logos en nuestro
continente que no siempre conjugan el mismo verbo identitario. En primer lugar habría una América periférica,
austral que sería dominio de la tradición occidental, depositaria del individualismo, del mundo secularizado, de la
racionalidad instrumental y la modernidad que simbolizaría la equivalencia entre "ser alguien" y la acción volitiva
del ser humano en el estandarte del control y el dominio, que vive constantemente en una escalada por
trascencenderse a sí mismo y suprimir al otro en la competitividad y exclusión.
Por otro lado, al interior de América en su "profundidad", existiría una cosmovisión diferente y conservada a pesar
de la conquista occidental. Este logos no está orientado a la definición sino más bien dirigido hacia el "aquí y el
ahora" como una perspectiva de encuentro, donde predominaría una dimensión colectiva de lo humano sobre una
individual, la totalidad sobre la particularidad y una concepción de pertenencia al entorno ajustando el mundo a un
sentido mítico y religioso, el sujeto "se vive" como domiciliado en su circunstancia, desde la cual se desprende su
sentido ontológico particular referido "al estar". En este punto Kusch realiza un análisis acabado y genial de las
diferencias ontológicas de nuestra América multicultural y sincrética que en definitiva se oponen a la
homogenización y a la globalización de nuestra cultura social, impidiendo por razones "del ser latinoamericano" la
homogenización de una identidad.