Capitalismo y Libertad Milton Friedman 242 248

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XII.

EL ALIVIO DE LA POBREZA

El extraordinario crecimiento económico que han experi-


mentado los países occidentales en los últimos dos siglos, y
la amplia distribución de los beneficios de la libre empresa,
han reducido enormemente la pobx-eza existente en los países
capitalistas del Occidente. Pero la pobreza es, en parte, un
término relativo y aun en estos países hay mucha gente que
vive en condiciones que los demás calificaríamos de pobreza.
Un recurso que tenemos, y en cierto sentido el más conve-
niente, es la caridad. Es de notar que durante el apogeo del
"laissez-faire", hacia mediados y finales del siglo xix, en Gran
Bretaña y en los Estados Unidos se experimentó una extraor-
dinaria proliferación de organizaciones privadas dedicadas a
la caridad. Uno de los mayores costes de la extensión del es-
tado del bienestar ha sido una disminución correspondiente
en las actividades privadas de caridad.
Podrá aducirse que la caridad privada es insuficiente por-
que sus beneficios los reciben otras personas, no los que ha-
cen la donación (otro efecto de vecindad). Me molesta el es-
pectáculo de la pobreza; por tanto, cuando alguien contribuye
a aliviarla, me beneficia a mí; pero me beneficia igual, tanto
si soy yo como si es otro el que contribuye a aliviarla; por
EL ALIVIO DE LA POBREZA 243

tanto, yo recibo los beneficios de la caridad de los demás. Ex-


presándolo de otra forma, podríamos decir que todos nosotros
estamos dispuestos a contribuir al alivio de la pobreza, con
tal que todo el mundo haga lo mismo. Sin esa garantía, puede
ser que no estuviéramos dispuestos a contribuir la misma
cantidad. En las poblaciones pequeñas la presión social pue-
de ser suficiente para que se cubra la necesidad aun con la
caridad privada solamente. En las grandes poblaciones im-
personales, que están llegando a dominar nuestra sociedad,
es mucho más difícil que ocurra así.
Supongamos que se acepta, como yo lo acepto, ese razona-
miento para justificar la acción del Estado en la eliminación
de la pobreza: para establecer, por así decirlo, un límite mí-
nimo en el nivel de vida de cada miembro de la sociedad. Pero
queda la duda de cuánto y cómo hacerlo. No veo forma de
decidir sobre "cuánto", como no sea de acuerdo con la canti-
dad de impuestos que estamos dispuestos a pagar (al menos
la gran mayoría de nosotros) para este propósito. La cuestión
de "cómo" se presta a más discusión.
Hay dos cosas claras. Primero, si el objetivo es aliviar la
pobreza, deberíamos tener un programa encaminado a ayudar
al pobre. Tenemos toda la razón del mundo en ayudar al po-
bre que además es campesino, no porque sea campesino, sino
porque es pobre. Es decir, el programa debería estar pensado
para ayudar a la gente como gente, y no como miembros de
una ocupación, edad, nivel de salario, sindicato, industria, etc.
Este es un defecto de los programas agrícolas, beneficios ge-
nerales a la vejez, leyes del salario mínimo, legislación en fa-
vor de sindicatos, aranceles, reglamentos para concesión de
licencias en los oficios y en las profesiones, y así sucesivamen-
te, en lo que no parece tener fin. Segundo, en lo que sea posi-
ble, el programa no debería deformar el mercado o impedir
su funcionamiento, si es que ha de establecerse a través del
mercado. Este es un defecto de los precios subvenciónales, las
leyes del salario mínimo, los aranceles y otros.
Sobre una base puramente mecánica se puede recomendar
244 CAPITALISMO Y LIBERTAD

un impuesto negativo. En la actualidad tenemos una exención


de 600 dólares por persona en el impuesto federal sobre la
renta (más una deducción fija mínima de un 10 por 100). Si
un individuo tiene un líquido imponible de 100 dólares, es
decir, una renta de 100 dólares por encima de las exenciones
y deducciones, tiene que pagar impuestos. Bajo esta propues-
ta, el que tenga un líquido imponible de menos de 100 dólares,
es decir, 100 dólares menos que la exención y las deducciones,
pagaría un impuesto negativo. Es decir, recibiría un subsidio.
Si el tipo de subsidio fuera del 50 por 100, por ejemplo, reci-
biría 50 dólares. Si no tuviera ninguna renta y ninguna deduc-
ción, para simplificar, y el tipo de subsidio fuera constante,
recibiría 300 dólares. Podría recibir más de eso si tuviera de-
ducciones, por gastos médicos, por ejemplo, de forma que su
renta menos las deducciones fuera negativa aun antes de res-
tarle la exención. La escala de subsidios podría graduarse,
naturalmente, igual que la escala de impuestos, por encima de
la exención. De esta forma, se podría establecer un mínimo
por debajo del cual no pudiera hallarse la renta neta de nadie
(después de incluir el subsidio). Según nuestro ejemplo, serían
300 dólares por persona. El mínimo establecido dependería
de la capacidad de financiación de la sociedad.
Las ventajas de este sistema están bien claras. Se enfrenta
directamente con el problema de la pobreza. Ayuda al indivi-
duo en la forma que el es más útil, es decir, en metálico. Es el
más general y podría sustituir toda una serie de medidas que
hay, en efecto, en la actualidad. Establece claramente lo que le
cuesta a la sociedad. Funciona fuera del mercado. Igual que
cualquier otra medida encaminada a aliviar la pobreza, reduce
el incentivo al trabajo de los que reciben la ayuda, pero no lo
elimina por completo, como ocurriría con un sistema que su-
plementara todas las rentas para alcanzar un mínimo determi-
nado. Cada dólar que se gana significa más dinero disponible
para gastar.
Naturalmente habría problemas de administración, pero
eso me parece una desventaja pequeña, si es que es una des-
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ventaja. El sistema encajaría perfectamente en nuestro siste-


ma actual de impuesto sobre la renta, y los dos podrían admi-
nistrarse juntos. El sistema tributario actual cubre la mayoría
de los recipientes de renta; con el nuevo sistema tendría que
cubrir absolutamente todos, lo cual tendría la ventaja de me-
jorar la administración del impuesto sobre la renta actual.
Más aún: si se estableciera como sustituto de la enorme serie
de medidas que existen en la actualidad, la carga administra-
tiva total se reduciría considerablemente.
Tras unos cuantos cálculos, se llega a la conclusión de
que este sistema costaría menos en términos monetarios, por
no hablar de la intervención estatal, que la colección de medi-
das de bienestar que tenemos socialmente. El otro lado de la
moneda es que esos mismos cálculos nos muestran cómo se
malgasta el dinero con las medidas actuales, medidas cuya
intención es ayudar al pobre.
En 1961 el Estado gastó unos 33.000 millones de dólares
en pagos directos del bienestar y en programas de todas cla-
ses (incluyendo los gobiernos federal, estatales y locales): ayu-
da a la vejez, pagos por la seguridad social, subsidios por hi-
jos, ayuda general, subvenciones a los programas agrícolas,
viviendas públicas, etc. 1 Al hacer estos cálculos he excluido
los pagos a los veteranos del ejército. Tampoco he incluido
los costes directos e indirectos de medidas tales como las le-
yes del salario mínimo, los aranceles, los programas de conce-
sión de licencias, etc., o los costes de las actividades de sani-

1
Esta cifra es igual a los pagos de transferencias del Estado
(31.100 millones de dólares) menos los beneficios de los veteranos
(4.800 millones de dólares), ambas cifras, según las cuentas de la renta
nacional del Ministerio1 de Comercio1, más el gasto federal1 en el pro-
grama agrícola (5.500 millones de dólares), más el gasto federal en
viviendas públicas y otra ayuda a la vivienda (500 millones de dólares),
ambas cifras para el año que terminó el 30 de junio de 1961, según las
cuentas del Ministerio de Hacienda. A eso se añaden 700 millones de
dólares para redondear la cifra y para tener en cuenta los costes de
administración de los programas federales, los programas de los Es-
tados y de los municipios que no se hayan incluido, y otras misiones.
Yo me aventuraría a decir que la cifra verdadera ha de ser mucho
más alta todavía.
246 CAPITALISMO Y LIBERTAD

dad pública, los gastos de los Estados y de los municipios en


hospitales, manicomios, etc.
En los Estados Unidos hay aproximadamente unos 57 mi-
llones de unidades de consumidores (familias e individuos que
viven solos). El gasto de 33.000 millones de dólares que se
efectuó en 1961 en programas sociales habría sido suficiente
para financiar donaciones de casi 6.000 dólares al 10 por 100
de las unidades de consumidores que tuvieran la renta me-
nor. Estas donaciones habrían elevado la renta de ese 10 por
100 por encima del promedio.de todas las unidades en Esta-
dos Unidos. De otra forma, podrían haberse hecho donacio-
nes de 3.000 dólares por unidad de consumidor al 20 por 100
de renta más baja. Aunque incluyéramos la tercera parte de
la población, lo que los exponentes del "New Deal" llama-
ban los mal alimentados, mal albergados, mal vestidos, la ci-
fra gastada en 1961 habría sido suficiente para financiar do-
naciones de 2.000 dólares por unidad de consumidor. Esta
cifra, 2.000 dólares, después de ajustada a la diferencia de
precios, era la renta que a mediados de la década de 1930 se-
paraba el tercio inferior de la población de los otros dos ter-
cios. Hoy día, realizando los ajustes necesarios por el diferen-
te nivel de precios, solamente una octava parte de las unida-
des de consumidor tienen una renta tan baja como la del ter-
cio inferior de mediados de la década de 1930.
No cabe duda que todos estos programas son mucho más
extravagantes de lo que se necesita para "aliviar la pobreza"
por muy generosa interpretación que le demos a ese término.
Si tuviéramos un programa que suplementara las rentas del
20 por 100 de las unidades de consumidor de renta más baja,
hasta igualarlas a la renta más baja del resto de las unidades,
gastaríamos solamente la mitad de lo que estamos gastando
ahora en programas sociales.
La principal desventaja del impuesto negativo sobre la ren-
ta que propongo se encuentra en sus implicaciones políticas.
Establece un sistema en el cual unos individuos tienen que
pagar impuestos para subvencionar a otros individuos. Y se
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supone que estos otros tienen derecho al voto. Siempre hay


el peligro de que, en vez de ser un sistema bajo el cual la ma-
yoría de la población se grave a sí misma para ayudar a la
minoría menos afortunada, se concierta en un sistema en el
que la mayoría imponga un gravamen, en beneficio propio,
sobre una minoría que lo desea. Dado que este sistema hace
el proceso tan explícito, hay quizá un peligro mayor que con
las otras medidas. No veo solución a este problema, como no
sea el confiar en el auto-control y buena voluntad del electo-
rado.
Dicey dijo, en 1914, refiriéndose a un problema similar, las
pensiones a la vejez en Inglaterra: "Es indudable que todo
hombre sensato y benévolo podría preguntarse a sí mismo si
no sería mejor para Inglaterra el que los receptores de sub-
sidios a la pobreza no tuvieran derecho a participar en la
elección del parlamento" 2 .
De acuerdo con la experiencia inglesa, todavía no hay una
contestación cierta a la pregunta que plantea Dicey. Inglate-
rra adoptó el sufragio universal sin excluir a los que reciben
pensiones u otras ayudas estatales. Y ha habido una enorme
expansión impositiva sobre los beneficios de otros, lo cual, sin
duda, ha tenido que retrasar el crecimiento económico inglés
y, por tanto, puede ser que no haya beneficiado a muchos de
los que se consideran a sí mismos beneficiarios de tales pro-
gramas. Pero estas medidas no han destruido, al menos por
ahora, las libertades inglesas o su sistema predominantemente
capitalista. Y lo que es aún más importante, ha habido seña-
les de un cambio de dirección y de auto-control por parte
del electorado.

Liberalismo e igualitarismo

El meollo de la filosofía liberal es la creencia en la digni-


dad del individuo, en la libertad que tiene de aprovechar al
máximo su capacidad y sus oportunidades de acuerdo con sus
2
A. V. D I C E Y : Law and Public Opinión inI England (segunda edi-
ción, Londres: Macmillan, 1914), p. XXXV.
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propias preferencias, siempre que no interfiera con la libertad


de los otros individuos que hacen lo mismo. Esto implica la
creencia en la igualdad de los hombres en un sentido; y en su
desigualdad en otro sentido. Todo el mundo tiene igual dere-
cho a la libertad. Este es un derecho importante y fundamen-
tal, precisamente porque los hombres son diferentes, porque
un hombre querrá hacer con su libertad cosas diferentes que
otro hombre, y en el proceso puede contribuir más que otro
a la cultura general de la sociedad en la que viven.
Por tanto, el liberal establecerá una marcada distinción
entre la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidad,
por una lado, y la igualdad de resultado, por otro. Puede ser
que se alegre del hecho de que la sociedad libre tiende a pro-
ducir una mayor igualdad material que ninguna otra sociedad
de las que ha habido hasta ahora. Pero esto para él es una
consecuencia agradable de la sociedad libre, pero no su justi-
ficación principal. Se alegrará de que se introduzcan medidas
para fomentar la libertad y la igualdad —como son las medi-
das para eliminar el monopolio y mejorar el funcionamiento
del mercado—. Considerará que la caridad privada dirigida a
ayudar a los menos afortunados es un ejemplo del uso ade-
cuado de la libertad. Puede ser que apruebe también los es-
fuerzos estatales por aliviar la pobreza, como una forma más
eficaz de conseguir el objetivo común de la mayoría de la
población. Pero dará su aprobación con pesar de que haya
que sustituir la acción voluntaria por la obligatoria.
El igualitario también adoptará la misma actitud, pero
querrá ir aún más allá. Querrá quitarles a unos para dárselo
a otros, no como medio más eficaz mediante el cual "algunos"
pueden conseguir el objetivo que se proponen, sino sobre la
base de la "justicia". En este punto, la igualdad entra en gra-
ve conflicto con la libertad; hay que elegir. No puede uno ser
al mismo tiempo igualitario, en este sentido, y liberal.

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