David Harvey - Breve Historia Del Neoliberalismo
David Harvey - Breve Historia Del Neoliberalismo
David Harvey - Breve Historia Del Neoliberalismo
del Neoliberalismo
David Harvey
1
2
Índice general
Introducción (Ir) 7
3
4
Índice de figuras y cuadros
Capítulo I
1.1 La crisis económica de la década de 1970: inflación y desempleo en EE.UU. y Europa. 1960–1987. 21
1.2 La crisis de la riqueza de la década de 1970: porcentaje de activos poseídos por el 1 % de la
población más rica estadounidense, 1922–1998 22
1.3 La restauración del poder de clase: participación en la renta nacional del 0,1 % más rico en
EE.UU., Gran Bretaña y Francia, 1913–1998. 23
1.4 La concentración de riqueza y el potencial de obtención de ingresos en EE.UU.: remuneración
de los altos directivos en relación con el salario medio estadounidense, 1970–2003, y el porcentaje
de la riqueza de las familias más ricas, 1982–2002. 24
1.5 El “Shock de Volker”: movimientos en los tipos de interés reales en EE.UU. y en Francia. 29
1.6 El ataque a la fuerza de trabajo: salarios reales y productividad en EE.UU., 1960–2000 30
1.7 La revuelta impositiva de las clases altas: tipos impositivos en EE.UU. para el tramo más alto y
para el tramo más bajo. 31
1.8 Extracción de excedentes del extranjero: tasas de beneficio de las inversiones domésticas y en el
extranjero en EE.UU., 1960–2000. 35
1.9 El flujo de tributo hacia EE.UU.: beneficios y renta del capital provenientes del resto del mundo
en relación con los beneficios domésticos. 35
Capítulo IV
4.1 Pautas globales de inversión extranjera directa, 2000. 99
4.2 La crisis internacional de endeudamiento 104
4.3 El empleo en las zonas maquiladoras más importantes de México en 2000 110
4.4 La internacionalización de la inversión de Corea del Sur: inversión extranjera directa, 2000.
(Aunque es mencionada, no viene en el libro original.)
Capítulo V
Cuadro 5.1 (1.1.1.) Medición de las entradas de capital: préstamos extranjeros, inversiones extranjeras
directas y alianzas contractuales, 1979–2002. 132
Cuadro 5.2 (1.1.2.) Transformación de la estructura del empleo en China, 1980–2002 (en millones). 136
5.1 La geografía de la apertura de China a la inversión extranjera en la década de 1980 138
5.2 Incremento de la desigualdad de la renta en China; rural (arriba) y urbana (abajo), 1985–2000. 151
Capítulo VI
6.1 Tasas de crecimiento global, anuales y por décadas, 1960–3003. 162
6.2 La hegemonía del capital financiero: valor neto y tasas de beneficio para las corporaciones
financieras y no financieras en EE.UU., 1960–2001. 166
Capítulo VII
7.1 Deterioro de la posición de EE.UU. en los flujos globales de capital y de propiedad, 1960–2002: afluencia y salida de
inversiones estadounidenses (arriba) y cambios registrados en las acciones de propiedad extranjera (abajo) 200
5
6
Introducción
No sería de extrañar que los historiadores del futuro vieran los años comprendidos entre
1978 y 1980 como un punto de inflexión revolucionario en la historia social y
económica del mundo. En 1978 Deng Xiaoping emprendió los primeros pasos decisivos
hacia la liberalización de una economía comunista en un país que integra la quinta parte
de la población mundial. En el plazo de dos décadas, el camino trazado por Deng iba a
transformar China, un área cerrada y atrasada del mundo, en un centro de dinamismo
capitalista abierto con una tasa de crecimiento sostenido sin precedentes en la historia de
la humanidad. En la costa opuesta del Pacífico, y bajo circunstancias bastante distintas,
un personaje relativamente oscuro (aunque ahora famoso) llamado Paul Volcker asumió
el mando de la Reserva Federal de Estados Unidos en julio de 1979, y en pocos meses
ejecutó una drástica transformación de la política monetaria. A partir de ese momento, la
Reserva Federal se puso al frente de la lucha contra la inflación, sin importar las posibles
consecuencias (particularmente, en lo relativo al desempleo). Al otro lado del Atlántico,
Margaret Thatcher ya había sido elegida primera ministra de Gran Bretaña en mayo de
1979, con el compromiso de domeñar el poder de los sindicatos y de acabar con el
deplorable estancamiento inflacionario en el que había permanecido sumido el país
durante la década anterior. Inmediatamente después, en 1980, Ronald Reagan era
elegido presidente de Estados Unidos y, armado con su encanto y con su carisma
personal, colocó a Estados Unidos en el rumbo de la revitalización de su economía
apoyando las acciones de Volcker en la Reserva Federal y añadiendo su propia receta de
políticas para socavar el poder de los trabajadores, desregular la industria, la agricultura
7
y la extracción de recursos, y suprimir las trabas que pesaban sobre los poderes
financieros tanto internamente como a escala mundial. A partir de estos múltiples
epicentros, los impulsos revolucionarios parecieron propagarse y reverberar para rehacer
el mundo que nos rodea bajo una imagen completamente distinta.
El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político-económicas que afirma
que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano, consiste en no restringir
el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo,
dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada,
fuertes mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar
el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas. Por ejemplo, tiene
que garantizar la calidad y la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las
funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para
asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el
uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados. Por otro lado, en aquellas
áreas en las que no existe mercado (como la tierra, el agua, la educación, la atención
sanitaria, la seguridad social o la contaminación medioambiental), éste debe ser creado,
cuando sea necesario, mediante la acción estatal. Pero el Estado no debe aventurarse
más allá de lo que prescriban estas tareas. La intervención estatal en los mercados (una
1
S. George, «A Short History of Neoliberalism. Twenty years of Elite Economics and Emerging Opportunities for Structural Change»,
en W Bello, N. Bullard, y K. Malhotra (eds.), Global Finance. New Thinking on Regulating Capital Markets, Londres, Zed Books, 2000,
pp. 27-35; G. Duménil y D. Lévy, Capital Resurgent. Roots of the Neoliberal Revolution, Cambridge (MA), Harvard University Press,
2004; J. Peck, «Geography and Public Policy. Constructions of Neoliberalism», Progress in Human Geography, n.° 28/3, 2004, pp. 392-
405; J. Peck y A. «Neoliberalizing Space», Antipode XXIV, 3, 2002, pp. 380-404; P. Treanor, «Neoliberalism Origins, Theory,
Definition», http://web.inter.nl.net/users/Paul.Treanor/neoliberalism.html.
8
vez creados) debe ser mínima porque, de acuerdo con esta teoría, el Estado no puede en
modo alguno obtener la información necesaria para anticiparse a las señales del mercado
(los precios) y porque es inevitable que poderosos grupos de interés distorsionen y
condicionen estas intervenciones estatales (en particular en los sistemas democráticos)
atendiendo a su propio beneficio.
Desde la década de 1970, por todas partes hemos asistido a un drástico giro hacia el
neoliberalismo tanto en las prácticas como en el pensamiento político-económico. La
desregulación, la privatización, y el abandono por el Estado de muchas áreas de la
provisión social han sido generalizadas. Prácticamente todos los Estados, desde los
recientemente creados tras el derrumbe de la Unión Soviética, hasta las
socialdemocracias y los Estados de bienestar tradicionales, como Nueva Zelanda y
Suecia, han abrazado en ocasiones de manera voluntaria y en otras obedeciendo a
poderosas presiones, alguna versión de la teoría neoliberal y, al menos, han ajustado
algunas de sus políticas y de sus practicas a tales premisas. Sudáfrica se adscribió al
neoliberalismo rápidamente después del fin del apartheid e incluso la China
contemporánea, tal y como veremos más adelante, parece que se está encaminando en
esta dirección. Por otro lado, actualmente, los defensores de la vía neoliberal ocupan
puestos de considerable influencia en el ámbito académico (en universidades y en
muchos think-tanks), en los medios de comunicación, en las entidades financieras y
juntas directivas de las corporaciones, en las instituciones cardinales del Estado (como
ministerios de Economía o bancos centrales) y, asimismo, en las instituciones
internacionales que regulan el mercado y la finanzas a escala global, como el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del
Comercio (OMC). En definitiva, el neoliberalismo se ha tornado hegemónico como
forma de discurso. Posee penetrantes efectos en los modos de pensamiento, hasta el
punto de que ha llegado a incorporarse a la forma natural en que muchos de nosotros
interpretamos, vivimos y entendemos el mundo.
2
P. Treanor, “Neoliberalism. Origins, Theory, Definitions”, cit.
9
comerciales y busca atraer toda la acción humana al dominio del mercado. Ésto exige
tecnologías de creación de información y capacidad de almacenar, transferir, analizar y
utilizar enormes bases de datos para guiar la toma de decisiones en el mercado global.
De ahí la búsqueda y el intenso interés del neoliberalismo en las tecnologías de la
información (lo que ha llevado a algunos a proclamar la emergencia de una nueva clase
de “sociedad de la información”). Estas tecnologías han comprimido tanto en el espacio
como en el tiempo, la creciente densidad de transacciones comerciales. Han producido
una explosión particularmente intensa de lo que en otras ocasiones he denominado
“compresión espaciotemporal”. Cuanto más amplia sea la escala geográfica (Lo que
explica el énfasis en la “globalización”) y más cortos los plazos de los contratos
mercantiles, mejor. Esta última preferencia concuerda con la famosa descripción de
Lyotard de la condición posmoderna, como aquella en la que el “contrato temporal”
sustituye a las “instituciones permanentes en la esfera profesional, emocional, sexual,
cultural, internacional y familiar, así como también en los asuntos políticos”. Las
consecuencias culturales del dominio de esta ética del mercado son innumerables, tal y
como describí previamente en The Condition of Posmodernity3.
3
D. Harvey, The Condition of Posmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989 (Ed. Cast. La Condición de la Posmodernidad,
Buenos Aires, Amorrortu, 1998). J.F. Lyotard, The Posmodern Condition, Manchester, Manchester University Press, 1984,
pp. 66 (ed. cast.: La condición posmoderna. Madrid, Ediciones Cátedra, 1989).
10
I
La libertad no es más
que una palabra…
Cuando todas las restantes razones para emprender una guerra preventiva contra Iraq se
revelaron deficientes, el presidente apeló a la idea de que la libertad otorgada a Iraq era
en sí misma y por sí misma una justificación adecuada de la guerra. Los iraquíes eran
libres y eso era todo lo que realmente importaba. Pero qué tipo de libertad se vislumbra
aquí si, tal y como el crítico cultural Matthew Arnold6 reflexionó hace mucho tiempo,
«la libertad es un caballo muy bueno para cabalgar sobre él, pero para ir a algún sitio»7.
¿A qué destino, por consiguiente, se espera que encamine el pueblo iraquí el caballo de
la libertad que se le ha donado por la fuerza de las armas?
12
promulgó cuatro decretos en los que se preveía «la plena privatización de las empresas
públicas, plenos derechos de propiedad para las compañías extranjeras que hayan
adquirido y adquieran empresas iraquíes, la plena repatriación de los beneficios
extranjeros […] la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, la dispensación
de un tratamiento nacional a las compañías extranjeras y [...] la eliminación de
prácticamente todas las barreras comerciales»8. Estos decretos iban a ser aplicados en
todas las esferas económicas, incluyendo los servicios públicos, los medios de
comunicación, la industria, los servicios, los transportes, las finanzas y la construcción.
Únicamente el petróleo quedaría exento (presumiblemente debido a su especial estatus
como generador de rentas para pagar la guerra y su relevancia geopolítica). El mercado
del trabajo, a su vez, iba a estar estrictamente regulado. Las huelgas estarían
efectivamente prohibidas en los sectores clave de la economía y el derecho de
sindicación restringido. Igualmente, se implantó un «sistema impositivo fijo»
sumamente regresivo (un ambicioso plan de reforma fiscal defendido desde hacía mucho
tiempo por los conservadores para su implementación en Estados Unidos).
En opinión de algunos analistas, estos decretos eran una violación de las Convenciones
de Ginebra y de la Haya, ya que un país ocupante tiene el deber de proteger los activos
de un país ocupado en lugar de liquidarlos9. Algunos iraquíes opusieron resistencia a lo
que The Economist londinense denominó régimen del «sueño capitalista» en Iraq. Un
miembro de la Autoridad Provisional de la Coalición nombrada por Estados Unidos
criticó enérgicamente la imposición del «fundamentalismo de libre mercado», al que
denominó «una lógica errada que ignora la historia»10. Aunque las normas de Bremer
pudieran haber sido ilegales por venir impuestas por una potencia ocupante, podían
convertirse en legales si eran confirmadas por un gobierno «soberano». El gobierno
interino nombrado por Estados Unidos que asumió el poder a finales de junio de 2004
fue declarado «soberano», pero únicamente tenía poder para confirmar las leyes
existentes. Antes del traspaso de poderes, Bremer multiplicó el número de leyes
destinadas a especificar hasta en los últimos detalles las reglas del mercado libre y del
libre comercio (en cuestiones tan pormenorizadas como las leyes que regulan los
derechos de autor y las leyes de propiedad intelectual), expresando su esperanza de que
estos pactos institucionales «cobraran vida y fuerza propias» de tal forma que resultaran
muy difíciles de revertir11.
De acuerdo con la teoría neoliberal, el tipo de medidas perfiladas por Bremer eran tan
necesarias como suficientes para la creación de riqueza y, por lo tanto, para el progreso
del bienestar de la población en general. La suposición de que las libertades individuales
8
A. Juhasz, “Ambitions of Empire. The Bush Administration Economic Plan for Iraq (and Beyond)”, Left Turn Magazine
12 (febrero-marzo 2004), pp. 27-32.
9
N. Klein, «Of Course the White House fears Free Elections in Iraq», The Guardian, 24 de enero de 2004, p. 18.
10
T. Crampton, «Iraqui Oficial urges Caution on Irnposing Free Market», The New York Times, 24 de enero de 2004, p. 18.
11
A. Juhasz, “Ambitions of Empire. The Bush Administration Economic Plan for Iraq (And Beyond)”, cit, p. 29.
13
se garantizan mediante la libertad de mercado y de comercio, es un rasgo cardinal del
pensamiento neoliberal, y ha dominado durante largo tiempo la postura de Estados
Unidos hacia el resto del mundo12. Evidentemente, lo que Estados Unidos pretendía
imponer por la fuerza en Iraq, era un aparato estatal cuya misión fundamental era
facilitar las condiciones para una provechosa acumulación de capital tanto por parte del
capital extranjero como del doméstico. A esta forma de aparato estatal la denominaré
Estado neoliberal. Las libertades que encarna reflejan los intereses de la propiedad
privada, las empresas, las compañías multinacionales, y el capital financiero. En
definitiva, Bremer invitó a los iraquíes a cabalgar su caballo de la libertad directo hacia
la cuadra neoliberal.
12
G. W. Bush, “Securing Freedom´s Triumph”, The New York Times, 11 de septiembre de 2002, A33. The National
Security Strategy of the United States of America se encuentra disponible en el sitio web: www.whitehouse.gov/nsc/nss
14
economistas financiando sus trabajos a través de institutos de investigación. Después de
que el general Gustavo Leigh, rival de Pinochet para auparse al poder y defensor de las
ideas keynesianas, fuera arrinconado en 1975, Pinochet puso a estos economistas en el
gobierno donde su primer trabajo fue negociar los créditos con el Fondo Monetario
Internacional. El fruto de su trabajo junto al FMI, fue la reestructuración de la economía
en sintonía con sus teorías. Revirtieron las nacionalizaciones y privatizaron los activos
públicos, abrieron los recursos naturales (la industria pesquera y la maderera, entre
otras) a la explotación privada y desregulada (en muchos casos sin prestar la menor
consideración hacia las reivindicaciones de los habitantes indígenas), privatizaron la
Seguridad Social y facilitaron la inversión extranjera directa y una mayor libertad de
comercio. El derecho de las compañías extranjeras a repatriar los beneficios de sus
operaciones chilenas fue garantizado. Se favoreció un crecimiento basado en la
exportación frente a la sustitución de las importaciones. El único sector reservado al
Estado, fue el recurso clave del cobre (al igual que el petróleo en Iraq). Ésto se reveló
crucial para la viabilidad presupuestaria del Estado, puesto que los ingresos del cobre
fluían exclusivamente hacia sus arcas. La reactivación inmediata de la economía chilena
en términos de tasa de crecimiento, acumulación de capital y una elevada tasa de
rendimiento sobre las inversiones extranjeras, no duró mucho tiempo. Todo se agrió en
la crisis de la deuda que azotó América Latina en 1982. Como resultado, en los años que
siguieron se produjo una aplicación mucho más pragmática y menos conducida por la
ideología de las políticas neoliberales. Todo este proceso, incluido el pragmatismo,
sirvió para proporcionar una demostración útil para apoyar el subsiguiente giro hacia el
neoliberalismo, tanto en Gran Bretaña (bajo el gobierno de Thatcher) como en Estados
Unidos (bajo el de Reagan), en la década de 1980. De este modo, y no por primera vez,
un brutal experimento llevado a cabo en la periferia se convertía en un modelo para la
formulación de políticas en el centro (muy parecido a la experimentación con un sistema
impositivo fijo en Iraq, propuesto en el marco de los decretos de Bremer)13.
El hecho de que dos reestructuraciones del aparato estatal que presentan una similitud
tan manifiesta, hayan ocurrido en épocas tan distintas y en lugares tan diferentes del
mundo bajo la influencia coactiva de Estados Unidos, sugiere que el alcance inexorable
del poder imperial estadounidense, podría obedecer a la rápida proliferación de formas
estatales neoliberales alrededor del mundo registradas desde mediados de la década de
1970. Aunque sin duda ésto se haya producido a lo largo de los últimos treinta años, en
ningún caso constituye toda la historia, como muestra el elemento doméstico del giro
neoliberal en Chile. Por otro lado, Estados Unidos no obligó a Margaret Thatcher a
adentrarse en la inexplorada senda neoliberal en 1979. Como tampoco obligó a China,
en 1978, a emprender el camino hacia la liberalización. Los restringidos movimientos
13
M. Fourcade-Gourinchas y S. Babb, «The Rebirth of the Liberal Creed. Paths to Neoliberalism in Four Countries»,
American Journal of Sociology 108 (2002), pp. 542-549; J. Váldez, Pinochet´s Economists. The Chicago School in Chíle,
Nueva York, Cambridge University Press, 1995; R. Luders, «The Success and Failure of the State-Owned Enterprise
Divestitures in a Developing Country. The Case of Chile», Journal of World Business (1993), pp. 98-121.
15
hacia la neoliberalización de India en la década de 1980 y de Suecia a principios de la de
1990, no pueden atribuirse fácilmente al alcance imperial del poder estadounidense.
Evidentemente, el desarrollo geográfico desigual del neoliberalismo a escala mundial, ha
sido un proceso de gran complejidad que ha entrañado múltiples determinaciones y no
poco caos y confusión. ¿Por qué, entonces, se produjo el giro neoliberal y cuáles fueron
las fuerzas que le otorgaron su hegemonía dentro del capitalismo global?
14
R. Dahl y C. Lindblom, Politics, Economy and Welfare. Planning and Politics-Economic Systems Resolved into Basic
Social Processes, Nueva York, Harper, 1953.
15
Los Acuerdos de Bretton Woods son las resoluciones de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones
Unidas, realizada en el complejo hotelero de Bretton Woods, (Nueva Hampshire), entre el 1 y el 22 de julio de1944, donde
se establecieron las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo. En
él se decidió la creación del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el uso del dólar como
moneda internacional. Esas organizaciones se volvieron operacionales en 1946. (Fuente: Wikipedia)
16
Después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa emergieron una variedad de Estados
socialdemócratas, demócratacristianos y dirigistas. Estados Unidos, por su parte, se
inclinó hacia una forma estatal demócrataliberal y Japón, bajo la atenta supervisión de
Estados Unidos, cimentó un aparato estatal en teoría democrático pero en la práctica
sumamente burocrático facultado para supervisar la reconstrucción del país. Todas estas
formas estatales diversas tenían en común la aceptación de que el Estado debía
concentrar su atención en el pleno empleo, en el crecimiento económico y en el
bienestar de los ciudadanos, y que el poder estatal debía desplegarse libremente junto a
los procesos del mercado -o, si fuera necesario, interviniendo en él o incluso
sustituyéndole-, para alcanzar esos objetivos. Las políticas presupuestarias y monetarias
generalmente llamadas “keynesianas” fueron ampliamente aplicadas para amortiguar los
ciclos económicos y asegurar un práctico pleno empleo. Por regla general, se defendía
un «compromiso de clase» entre el capital y la fuerza de trabajo como garante
fundamental de la paz y de la tranquilidad en el ámbito doméstico. Los Estados
intervinieron de manera activa en la política industrial y se implicaron en la fijación de
fórmulas establecidas de salario social diseñando una variedad de sistemas de protección
(asistencia sanitaria y educación, entre otros).
El liberalismo embridado generó altas tasas de crecimiento económico en los países del
capitalismo avanzado durante las décadas de 1950 y 196017. En cierta medida ésto
dependió de la dadivosidad de Estados Unidos al estar dispuesto a asumir déficit con el
resto del mundo y absorber cualquier producto excedente dentro de sus fronteras. Este
sistema reportó beneficios como la expansión de los mercados de exportación (de
manera más evidente para Japón, pero también de manera desigual al conjunto de
América Latina y a algunos otros países del sureste asiático), pero las tentativas de
exportar “desarrollo” a gran parte del resto del mundo, se vieron en buena medida
encalladas. En la mayor parte del Tercer Mundo, particularmente en África, el
liberalismo embridado continúo siendo un sueño imposible. La deriva subsiguiente hacia
16
S. Krasner (ed.), Internacional Regimes, Ithaca (NY), Cornell University Press, 1983; M. Blyth, Great Transformations.
Economic Ideas and Institutional Change in the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2002.
17
P Armstrong, A. Glynn, y J. Harrison, Capitalism Since World War II. The Making and Breaking of the Long Boom,
Oxford, Basil Blackwell, 1991.
17
la neoliberalización después de 1980 no conllevó ningún cambio material significativo
en su empobrecida condición. En los países del capitalismo avanzado, el mantenimiento
de una política redistributiva (que incluía la integración política en alguna medida del
poder sindical obrero y el apoyo a la negociación colectiva), de controles sobre la libre
circulación del capital (en particular cierto grado de represión financiera a través de
controles del capital), de un abultado gasto público y la instauración estatal del sistema
de bienestar, de activas intervenciones estatales en la economía y cierto grado de
planificación del desarrollo, fueron de la mano con tasas de crecimiento relativamente
altas. El ciclo económico era controlado de manera satisfactoria mediante la aplicación
de políticas fiscales y monetarias keynesianas. Las actividades de este Estado
intervencionista sirvieron para promocionar una economía social y moral (en ocasiones
apoyada por un fuerte sentido de identidad nacional). En efecto, el Estado se convirtió
en un campo de fuerzas que internalizó las relaciones de clase. Instituciones obreras
como los sindicatos de trabajadores y los partidos políticos de izquierda tuvieron una
influencia muy real dentro del aparato estatal.
18
Para el marxismo, la acumulación capitalista conduce, a su vez, a los fenómenos de la concentración y la centralización
del capital. Entendiendo al trabajo como única fuente de valor, necesariamente la acumulación de capital implica una
reducción consecuente de la tasa de ganancia en cada ciclo, y con ella la necesidad de una mayor plusvalía, que reduciría en
cada ciclo la participación de los asalariados, con lo que una depauperación creciente e irreversible de las masas
trabajadoras, sería paralela al proceso de acumulación capitalista e implicaría una crisis estructural del capitalismo.
19
Ver nota 14 en la página 16 de este mismo libro.
18
después de 1945 se encontraba exhausto y había dejado de funcionar. Si quería salirse de
la crisis hacía falta alguna alternativa.
Cómo y por qué el neoliberalismo emergió victorioso como la única respuesta a esta
cuestión es el quid del problema que debemos resolver. Desde una mirada retrospectiva
puede parecer como si la respuesta fuese tan obvia como inevitable pero, al mismo
20
G. Eley, Forging Democracy. The History of the Lefl in Europe, 1850-2000, Oxford, Oxford University Press, 2000.
19
tiempo, pienso que es justo decir que nadie supo o comprendió con certeza qué tipo de
respuesta funcionaría y cómo lo haría. El mundo capitalista fue dando tumbos hacia la
respuesta que constituyó la neoliberalización a través de una serie de zigzagueos y de
experimentos caóticos, que en realidad únicamente convergieron en una nueva ortodoxia
gracias a la articulación de lo que llegó a ser conocido como el «Consenso de
Washington» en la década de 1990. Por entonces, tanto Clinton como Blair pudieron
haber dado la vuelta sin problemas a la observación de Nixon y decir de manera sencilla
que «ahora todos somos neoliberales». El desarrollo geográfico desigual del
neoliberalismo, su aplicación con frecuencia parcial y sesgada respecto a cada Estado y
su formación social, testifica la vacilación de las soluciones neoliberales y las formas
complejas en que las fuerzas políticas, las tradiciones históricas, y los pactos
institucionales existentes sirvieron, en su conjunto, para labrar el por qué y el cómo de
los procesos de neoliberalización que en realidad se produjeron.
Sin embargo, hay un elemento dentro de esta transición que merece una atención
específica. La crisis de acumulación de capital que se registró en la década de 1970
sacudió a todos a través de la combinación del ascenso del desempleo y la aceleración
de la inflación (figura 1.1). El descontento se extendió y la unión del movimiento obrero
y de los movimientos sociales en gran parte del mundo capitalista avanzado, parecía
apuntar hacia la emergencia de una alternativa socialista al compromiso social entre el
capital y la fuerza de trabajo que, de manera tan satisfactoria, había fundado la
acumulación capitalista en el periodo posbélico. En gran parte de Europa, los partidos
comunistas y socialistas estaban ganando terreno, cuando no tomando el poder, y hasta
en Estados Unidos las fuerzas populares se movilizaban exigiendo reformas globales así
como intervenciones del Estado. Ésto planteaba por doquier una clara amenaza política
a las elites económicas y a las clases dominantes, tanto en los países del capitalismo
avanzado (Italia, Francia, España, y Portugal) como en muchos países en vías de
desarrollo (Chile, México y Argentina). En Suecia, por ejemplo, lo que se conocía como
el plan Rehn-Meidner proponía, literalmente, comprar de manera paulatina a los dueños
de las empresas su participación en sus propios negocios y convertir el país en una
democracia de trabajadores/propietarios de participaciones. Pero, más allá de ésto, ahora
se comenzaba a palpar la amenaza económica a la posición de las clases y de las elites
dominantes.
Una condición de acuerdo posbélico en casi todos los países, fue que se restringiera el
poder económico de las clases altas y que le fuera concedida a la fuerza de trabajo una
mayor porción del pastel económico. En Estados Unidos, por ejemplo, la porción de la
renta nacional del 1 % de quienes perciben una mayor renta, cayó de un elevado 16 % en
el período prebélico, a menos de un 8 % al final de la Segunda Guerra Mundial, y
permaneció rondando este nivel durante casi tres décadas. Mientras el crecimiento fuera
fuerte, esta restricción no parecía ser importante. Tener una participación estable de una
tarta creciente es una cosa. Pero cuando en la década de 1970 el crecimiento se hundió,
20
los tipos de interés real fueron negativos y unos dividendos y beneficios miserables se
convirtieron en la norma, las clases altas de todo el mundo se sintieron amenazadas. En
estados Unidos, el control de la riqueza (en oposición a la renta) por parte del 1 % más
rico de la población, se había mantenido bastante estable a lo largo del siglo XX. Pero en
la década de 1970, cayó de manera precipitada (figura 1.2) cuando el valor de los activos
(acciones, propiedades, ahorros) se desplomó. Las clases altas tenían que realizar
movimientos decisivos si querían resguardarse de la aniquilación política y económica.
El golpe de estado de Chile y la toma del poder por los militares en Argentina,
promovidos internamente por las clases altas con el apoyo de Estados Unidos,
proporcionaba un amago de solución. El posterior experimento con el neoliberalismo de
Chile, demostró que bajo la privatización forzosa los beneficios de la reanimada
acumulación de capital, presentaban un perfil tremendamente sesgado. Al país y a sus
elites dominantes, junto a los inversores extranjeros, les fue extremadamente bien en las
21
primeras etapas. En efecto, los efectos redistributivos y la creciente desigualdad social
han sido rasgo tan persistente de la neoliberalización como para poder ser considerados
un rasgo estructural de todo el proyecto. Gérard Duménil y Dominique Lévy, tras
una cuidadosa reconstrucción de los datos existentes, han concluido que la
neoliberalización fue desde su mismo comienzo un proyecto para lograr la restauración
del poder de clase. Tras la implementación de las políticas neoliberales a finales de la
década de 1970, en Estados Unidos, el porcentaje de la renta nacional en manos del 1 %
más rico de la sociedad ascendió hasta alcanzar, a finales del siglo pasado, el 15 % (muy
cerca del porcentaje registrado en el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial). El
0,1 % de los perceptores de las rentas más altas de éste país vio crecer su participación
en la renta nacional del 2 % en 1978 a cerca del 6 % en 1999, mientras que la proporción
entre la retribución media de los trabajadores y los sueldos percibidos por los altos
directivos, pasó de mantener una proporción aproximada de 30 a 1 en 1970, a alcanzar
una proporción de 500 a 1 en 2000 (figuras 1.3 y 1.4). Con toda probabilidad, gracias a
las reformas fiscales promovidas por el gobierno de Bush actualmente en marcha, la
concentración de la renta y de la riqueza en los escalones más altos de la sociedad,
seguirá su acelerado curso porque el impuesto de sucesiones (un impuesto sobre la
riqueza) se está eliminando de manera gradual y la fiscalización sobre los ingresos
provenientes de las inversiones y de las ganancias de capital se está disminuyendo,
mientras se mantienen los impuestos sobre los sueldos y salarios21.n
21
G. Duménil y D. Lévy, «Neoliberal Dynamics. Towards A New Phase? » en K. van der Pijl, L. Assassi, y D. Wiga (eds.),
Global Regulation. Managing Crises after the Imperial Turn, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2004, pp. 41-63. Véase
también, «Task Force on Inequality and American Democracy», American Democracy in an Age of Rising Inequality,
American Political Science Associtaton (2004); T. Piketty y E. Saez, «lncome Inequality in the United States, 1913-1988»,
Quarterly Journal of Economics. 118 (2003), pp. 1-39.
22
Estados Unidos no está solo en este proceso, ya que el 1 % superior de los perceptores
de renta en Gran Bretaña ha doblado su porcentaje de la renta nacional del 6,5 al 13 %
desde 1982. Y si lanzamos nuestra mirada más lejos, vemos extraordinarias
concentraciones de riqueza y de poder emergiendo por todas partes. En Rusia, una
pequeña y poderosa oligarquía alza su cabeza después de la «terapia» de choque que
había sido administrada al país en la década de 1990. La aplicación en China de las
prácticas orientadas al mercado libre, ha producido un extraordinario y repentino auge
de las desigualdades en la renta y en la riqueza. La ola de privatización que azotó
México después de 1992, catapultó casi de la noche a la mañana a un reducido número
de individuos (como Carlos Slim) a la lista de Fortune de las personas más ricas del
mundo. A escala global, «los países de Europa del Este y de la CEI han experimentado
uno de los mayores incrementos que jamás se hayan registrado […] en desigualdad
social. Los países de la OCDE también sufrieron enormes incrementos de la desigualdad
después de la década de 1980», mientras «la diferencia de renta entre el 20 % de la
población mundial, que vive en los países más ricos y el 20 % que vive en los más
pobres, arrojaba una proporción de 74 a 1 en 1997, por encima del 60 a 1 en 1990 y del
30 a 1 en 1960»22. Aunque hay excepciones a esta tendencia (pues varios países del este
y del sureste de Asia hasta el momento han mantenido las desigualdades en la renta
dentro de límites razonables, como también ha ocurrido en Francia, (véase la figura 1.3),
las evidencias indican contundentemente que el giro neoliberal se encuentra en cierto
modo, y en cierta medida, ligado a la restauración o a la reconstrucción del poder de las
elites económicas.
22
United Nations Development Program, Human Development Report, 1999, Nueva York, Oxford University Press, 1999,
p. 3.
23
24
Por lo tanto, la neoliberalización puede ser interpretada bien como un proyecto utópico
con la finalidad de realizar un diseño teórico para la reorganización del capitalismo
internacional, o bien como un proyecto político para restablecer las condiciones para la
acumulación del capital y restaurar el poder de las elites económicas. En las páginas que
siguen, argumentaré que en la práctica el segundo de estos objetivos ha sido dominante.
La neoliberalización no ha sido muy efectiva a la hora de revitalizar la acumulación
global de capital pero ha logrado de manera muy satisfactoria restaurar o, en algunos
casos (como en Rusia o en China), crear el poder de una elite económica. En mi opinión,
el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado ante todo como un sistema
de justificación y de legitimación de todo lo que fuera necesario hacer para alcanzar ese
objetivo. La evidencia indica, además, que cuando los principios neoliberales chocan
con la necesidad de restaurar o de sostener el poder de la elite, o bien son abandonados,
o bien se tergiversan tanto que acaban siendo irreconocibles. Ésto no supone en absoluto
negar el poder de las ideas para actuar como una fuerza de transformación histórico-
geográfica. Pero, en efecto, apunta a una tensión creativa entre el poder de las ideas
neoliberales y las prácticas reales de la neoliberalización que han transformado el modo
en que el capitalismo global ha venido funcionando durante las últimas tres décadas.
25
procuran solamente establecer una posición de poder desde la cual suprimir y
obliterar23 todas las perspectivas que no sean la suya.
Los miembros del grupo se describían como “liberales” (en el sentido europeo tradicional)
debido a su compromiso fundamental con los ideales de la libertad individual. La etiqueta
neoliberal señalaba su adherencia a los principios de mercado libre acuñados por la
economía neoclásica, que había emergido en la segunda mitad del siglo XIX (gracias al
trabajo de Alfred Marshall, William Stanley Jevons, y Leon Walras) para desplazar las
teorías clásicas de Adam Smith, David Ricardo y, por supuesto, Karl Marx. No obstante,
también se atenían a la conclusión de Adam Smith de que la mano invisible del mercado era
el mejor mecanismo para movilizar, incluso, los instintos más profundos del ser humano
como la glotonería, la gula y el deseo de riqueza y de poder en pro del bien común. Así
pues, la doctrina neoliberal se oponía profundamente a las teorías que defendían el
intervencionismo estatal, como las de John Maynard Keynes, que ganaron preeminencia en
la década de 1930 en respuesta a la Gran Depresión. Después de la Segunda Guerra
Mundial, muchos de los responsables políticos miraron hacia el faro de la teoría keynesiana
en su búsqueda de fórmulas para mantener bajo control el ciclo económico y las recesiones.
Los neoliberales se oponían aún más fieramente a las teorías en torno a la planificación
estatal centralizada, como las propuestas por Oscar Lange, cuya obra se aproximaba a la
tradición marxista. Las decisiones estatales, argüían, estaban condenadas a estar sesgadas
políticamente en función de la fuerza de los grupos de interés implicados en cada ocasión
(como podían ser los sindicatos, las organizaciones ecologistas, o los grupos de presión
empresariales). Las decisiones estatales en materia de inversión y de acumulación de capital
siempre habrían de ser erróneas porque la información disponible para el Estado no podía
rivalizar con la contenida en las señales del mercado.
Este marco teórico no es, tal y como varios analistas han señalado, enteramente
coherente.25 El rigor científico de su economía neoclásica no encaja fácilmente con su
compromiso político con los ideales de la libertad individual, al igual que su supuesta
desconfianza hacia todo poder estatal tampoco encaja con la necesidad de un Estado
23
Obliteración: Acción de obliterar; extirpación de una parte u órgano, ya quirúrgicamente, ya espontáneamente por enfermedad.
24
Véase el sitio web: http://wwwmontpelerin.org/aboutmps.html.
25
Un acertado análisis se puede encontrar en H. J. Chang, Globalisation, Economic Development and the Role of the State,
Londres, Zed Books, 2003. Sin embargo, tal y como señala J. Peck en “Geography and Public Policy. Constructions of
Neoliberalism”, cit., con frecuencia el neoliberalismo ha absorbido otros elementos dentro de su marco, de tal modo que es
difícil concebirlo como una teoría “pura”.
26
fuerte y si es necesario coactivo que defienda los derechos de la propiedad privada y las
libertades individuales y empresariales. La ficción jurídica de definir a las corporaciones
como individuos ante la ley introduce sus propios prejuicios, haciendo parecer irónico el
credo personal de John D. Rockefeller que se encuentra grabado en piedra en el
Rockefeller Center en Nueva York y que afirma que él coloca “el valor supremo del
individuo” por encima de todo lo demás. Y, tal y como veremos, hay suficientes
contradicciones en la postura neoliberal como para tornar las prácticas mutantes del
neoliberalismo (frente a cuestiones como el poder monopólico y los fallos del mercado)
irreconocibles en relación a la aparente pureza de la doctrina neoliberal. Por lo tanto,
debemos prestar una cuidadosa atención a la tensión entre la teoría del neoliberalismo y
la pragmática actual de la neoliberalización.
Hayek, autor de textos cruciales como The Constitution of Liberty26, revelaba poseer
unas grandes dotes adivinatorias al afirmar que la batalla por las ideas era determinante
y que posiblemente llevaría al menos una generación ganarla, no sólo contra el
marxismo sino también contra el socialismo, la planificación estatal y el
intervencionismo keynesiano. El grupo de Mont Pelerin recabó apoyos financieros y
políticos. En Estados Unidos, en particular, un poderoso grupo de individuos ricos y de
líderes empresariales rabiosamente contrarios a todas las formas de intervención y de
regulación estatal existentes, incluso al internacionalismo, pretendía organizar la
oposición a lo que percibían como un emergente consenso para lograr una economía
mixta. Temerosos de que la alianza con la Unión Soviética y la economía dirigida
forjada en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial pudiera materializarse
políticamente en un escenario posbélico, estaban dispuestos a abrazar cualquier cosa,
desde el macartismo hasta los think-thanks neoliberales, para proteger y reforzar su
poder. No obstante, este movimiento permaneció en los márgenes de la influencia tanto
política como académica hasta los turbulentos años de la década de 1970. En ese
momento, comenzó a adquirir protagonismo, particularmente en Estados Unidos y Gran
Bretaña, con la ayuda de varios think-thanks generosamente financiados (ramificaciones
de la Mont Pelerin Society, como el Institute of Economic Affairs en Londres y la
Heritage Foundation en Washington) así como también, a través de su creciente
influencia dentro de la academia, en particular en la Universidad de Chicago, donde
dominaba Milton Friedman. La teoría neoliberal ganó respetabilidad académica gracias
a la concesión del Premio Nóbel de Economía a Hayek en 1974 y a Friedman en 1976.
Este particular premio, aunque asumió el aura del Nóbel, no tenía nada que ver con los
otros premios y fue concedido bajo el férreo control de la elite bancaria sueca. La teoría
neoliberal, especialmente en su guisa monetarista, comenzó a ejercer una influencia
práctica en una variedad de campos políticos. Durante la presidencia de Carter, por
26
Para una aproximación sobre el tema, ver Los fundamentos éticos de una sociedad libre. Conferencia que Friedrich
Hayek dictó en Chile en abril de 1981: http://www.hacer.org/pdf/Hayek06.pdf
27
ejemplo, la desregulación de la economía emergió como una de las respuestas al estado
de estanflación crónica que había prevalecido en Estados Unidos durante toda la década
de 1970. Pero la espectacular consolidación del neoliberalismo como una nueva
ortodoxia económica reguladora de la política pública a nivel estatal en el mundo del
capitalismo avanzado, se produjo en Estados Unidos y en Gran Bretaña en 1979.
En mayo de aquél año, Margaret Thatcher fue elegida en Gran Bretaña con el firme
compromiso de reformar la economía. Bajo la influencia de Keith Joseph, un publicista
y polemista muy activo y comprometido que poseía conexiones muy influyentes con el
neoliberal Institute of Economic Affairs, aceptó que el keynesianismo debía ser
abandonado y que las soluciones monetaristas de las doctrinas “dirigidas a actuar sobre
la oferta” eran esenciales para remediar la estanflación que había caracterizado la
economía británica durante la década de 1970. Thatcher se dio cuenta de que estas
medidas suponían nada menos que una revolución en las políticas fiscales y sociales, y
de manera inmediata mostró una feroz determinación para acabar con las instituciones y
los canales políticos del Estado socialdemócrata que se había consolidado en Gran
Bretaña después de 1945. Ésto implicó enfrentarse al poder de los sindicatos, atacar
todas las formas de solidaridad social que estorbaban a la flexibilidad competitiva (como
las expresadas a través de la forma de gobierno municipal, y también al poder de
muchos profesionales y de sus asociaciones), desmantelar o revertir los compromisos del
Estado de bienestar, privatizar las empresas públicas (entre ellas, la vivienda social),
reducir los impuestos, incentivar la iniciativa empresarial y crear un clima favorable a
los negocios, para inducir una gran afluencia de inversión extranjera (en concreto,
proveniente de Japón). En una famosa declaración, Thatcher afirmó que no había «eso
que se llama sociedad, sino únicamente hombres y mujeres individuales»; seguidamente
ella añadió, y sus familias. Todas las formas de solidaridad social iban a ser disueltas en
favor del individualismo, la propiedad privada, la responsabilidad personal y los valores
familiares. El asalto ideológico alrededor de estas hebras que atravesaban la retórica de
Thatcher fue incesante27. «La economía es el método», señaló, «pero el objetivo es
cambiar el alma». Y la hizo cambiar, aunque de formas que en ningún caso fueron
exhaustivas ni acabadas, y mucho menos carente de costes políticos.
28
inflación con independencia de las consecuencias que pudiera tener sobre el empleo. El
tipo de interés real, que a menudo había sido negativo durante la cresta inflacionaria de
dos dígitos de la década de 1970, se tornó positivo por orden de la Reserva Federal
(figura 1.5). El tipo de interés nominal subió de un día para otro y, tras oscilaciones
benignas, en julio de 1981 se mantuvo en torno al 20 %. De este modo, comenzó «una
larga y profunda recesión que vaciaría las fábricas y resquebrajaría los sindicatos en
Estados Unidos y llevaría al borde de la insolvencia a los países deudores, iniciándose la
larga era del ajuste estructural29. En opinión de Volcker, ésta era la única salida a la
incómoda crisis de estanflación que había caracterizado a Estados Unidos y a gran parte
de la economía global a lo largo de toda la década de 1970.
29
D. Henwood, Alter the New Economy, Nueva York, New Press, 2003, p.208.
29
políticas de restricción fiscal y de austeridad presupuestaria. Pero en todos estos casos
este monetarismo era simultáneo a la aceptación de un fuerte poder sindical y del
compromiso político con la construcción del Estado de bienestar. El giro hacia el
neoliberalismo dependía, por lo tanto, no sólo de la adopción del monetarismo sino del
despliegue de políticas gubernamentales en muchas otras áreas.
La victoria de Ronald Reagan sobre Carter en 1980 se reveló crucial, si bien Carter se
había desplazado de manera inquietante hacia la desregulación (de las líneas aéreas y del
transporte por carretera) como una solución parcial a la crisis de estanflación. Los
consejeros de Reagan estaban convencidos de que la «medicina» monetarista de Volcker
para una economía enferma y estancada, era un tiro directo al blanco. Volcker recibió el
apoyo del nuevo gobierno y fue renovado en su cargo como presidente de la Reserva
Federal. La Administración de Reagan proporcionó entonces el indispensable apoyo
político mediante una mayor desregulación, la rebaja de los impuestos, los recortes
presupuestarios y el ataque contra el poder de los sindicatos y de los profesionales.
Reagan se mostró implacable y contundente con la Organización de Controladores
Profesionales del Trafico Aéreo (PATCO) en la prolongada y amarga huelga que
protagonizaron en 1981. Esta actitud anunciaba el asalto en toda regla a los derechos de
la fuerza de trabajo organizada en el preciso momento en el que la recesión inducida por
Volcker estaba generando elevados niveles de desempleo (10 % o más). Pero PATCO
era más que un vulgar sindicato ya que, en efecto, se trataba de un sindicato de cuello
blanco con el carácter de asociación de profesionales cualificados. Por lo tanto, era más
un icono de la clase media que del sindicalismo obrero. El impacto sobre la condición de
la fuerza de trabajo en general fue espectacular; quizá el mejor ejemplo de la nueva
situación lo condensa el hecho de que el salario mínimo federal, que se mantenía parejo
con el nivel de pobreza en 1980, había caído un 30 % por debajo de ese nivel en 1990.
El prolongado descenso en los niveles del salario real comenzó entonces en serio.
.
30
Los nombramientos efectuados por Reagan para ocupar los cargos de poder en materias
relativas a la regulación del medioambiente, la seguridad laboral o la salud, llevaron la
ofensiva contra el gran gobierno a niveles nunca antes alcanzados. La política de
desregulación de todas las áreas, desde las líneas aéreas hasta las telecomunicaciones y
las finanzas, abrió nuevas zonas de libertad de mercado sin trabas a fuertes intereses
corporativos. Las exenciones fiscales a la inversión fueron, de hecho, un modo de
subvencionar la salida del capital del nordeste y del medio oeste del país, con altos
índices de afiliación sindical, y su desplazamiento hacia la zona poco sindicalizada y con
una débil regulación del sur y el oeste. El capital financiero buscó cada vez más en el
extranjero mayores tasas de beneficio. La desindustrialización interna y las
deslocalizaciones de la producción al extranjero, se hicieron mucho más frecuentes. El
mercado, representado en términos ideológicos como un medio para fomentar la
competencia y la innovación, se convirtió en un vehículo para la consolidación del poder
monopolista. Los impuestos sobre las empresas se aminoraron de manera espectacular y
el tipo impositivo máximo para las personas físicas se redujo del 70 al 28 % en lo que
fue descrito como «el mayor recorte de los impuestos de la historia» (figura 1.7).
31
Y así fue como comenzó el cambio trascendental hacia una mayor desigualdad social y
hacia la restitución del poder económico a las clases altas.
Sin embargo, acaeció otro cambio concomitante que también impelió el movimiento
hacia la neoliberalización durante la década de 1970. La subida del precio del petróleo
de la OPEP que sucedió a su embargo en 1973, otorgó un enorme poder financiero a los
Estados productores de petróleo, como Arabia Saudita, Kuwait y Abu Dhabi. Gracias a
los informes de los servicios de inteligencia británicos, ahora sabemos que Estados
Unidos estuvo preparando activamente la invasión de esos países en 1973 en aras a
restaurar el flujo de petróleo y provocar una caída de los precios. Igualmente, sabemos
que en aquellos momentos los saudíes aceptaron, presumiblemente bajo presión militar
sino a consecuencia de una abierta amenaza por parte de Estados Unidos, reciclar todos
sus petrodólares a través de los bancos de inversión de Nueva York30. Estos últimos se
encontraron de pronto al mando de una cantidad ingente de fondos para los que
necesitaban encontrar salidas rentables. Las opciones dentro de Estados Unidos, dadas
las condiciones de depresión económica y las bajas tasas de beneficio que se registraban
a mediados de la década de 1970, no eran halagüeñas. Las oportunidades más ventajosas
debían buscarse en el exterior. Los gobiernos se presentaban como la apuesta más segura
porque, tal y como Walter Wriston, presidente de Citibank, lo expresó en su ya famosa
declaración, los gobiernos no pueden trasladarse o desaparecer. Y muchos gobiernos del
mundo en vías de desarrollo, hasta entonces escasos de fondos, tenían la suficiente
avidez como para endeudarse. Sin embargo, para poder llegar a ésto, se precisaba una
entrada abierta y condiciones razonablemente seguras para los préstamos. Los bancos de
inversión de Nueva York giraron la mirada hacia la tradición imperial estadounidense
tanto para acceder coactivamente a nuevas oportunidades de inversión, como para
proteger sus operaciones en el extranjero.
32
contra la insurgencia liderada por Sandino. La respuesta era encontrar un hombre fuerte
-en este caso Somoza- y proporcionarle tanto a él como a su familia y a sus aliados
inmediatos, la asistencia económica y militar necesaria para poder reprimir o sobornar a
la oposición y para acumular suficiente riqueza y poder para ellos mismos. A cambio,
siempre mantendrían su país abierto a las operaciones del capital estadounidense y
apoyarían, y de ser necesario promoverían, los intereses estadounidenses tanto en el país
como en la región en su conjunto (en el caso nicaragüense, en América Central). Este
fue el modelo desplegado después de la Segunda Guerra Mundial durante la etapa de
descolonización total impuesta a las potencias europeas ante la insistencia de Estados
Unidos. Por ejemplo, la CIA urdió el golpe que derrocó al gobierno democráticamente
elegido de Mosaddeq en Irán en 1953 y entregó el poder al Sha de Irán quien concedió
los contratos sobre el petróleo a las compañías estadounidenses (y no devolvió los
activos a las compañías británicas que Mossadeq había nacionalizado). El Sha también
se convirtió en uno de los guardianes fundamentales de los intereses estadounidenses en
la región petrolífera de Oriente Próximo.
Éste fue el contexto en el que los fondos excedentes que estaban siendo reciclados a
través de los bancos de inversión de Nueva York, fueron esparcidos por todo el globo.
Con anterioridad a 1973, la mayor parte de la inversión extranjera de Estados Unidos era
de tipo directo y principalmente se encontraba relacionada con la explotación de
recursos naturales (petróleo, minerales, materias primas, productos agrícolas) o con el
32
En su libro Confesiones de un Economic Hit Man, («Confesiones de un Asesino Económico a Sueldo») John Perkins
describe cómo él mismo, como un profesional muy bien pagado, ayudó a EE.UU. a timar a países pobres alrededor del
mundo en trillones de dólares prestándoles más dinero del que ellos podrían alguna vez pagar y para luego hacerse dueño de
sus economías. (Más info)
33
cultivo de mercados específicos (telecomunicaciones, automóviles, etc.) en Europa y en
América Latina. Los bancos de inversión de Nueva York siempre habían mantenido un
elevado nivel de actividad en el plano internacional, pero después de 1973 esta actividad
se intensificó notablemente, aunque ahora estaba mucho más centrada en el préstamo de
capital a gobiernos extranjeros33. Ésto precisaba la liberalización del crédito
internacional y de los mercados financieros, y el gobierno estadounidense comenzó a
promover y a apoyar activamente esta estrategia a escala global durante la década de
1970. Los países en vías de desarrollo, sedientos de financiación, fueron estimulados a
solicitar créditos en abundancia, aunque a tipos que fueran ventajosos para los bancos de
Nueva York34. Sin embargo, dado que lo créditos estaban fijados en dólares
estadounidenses, cualquier ascenso moderado, no digamos precipitado, del tipo de
interés estadounidense, podía fácilmente conducir a una situación de impago a los países
vulnerables. Los bancos de inversión de Nueva York se verían entonces expuestos a
sufrir graves pérdidas. El primer precedente de envergadura se produjo al calor del shock
de Volcker, que llevó a México al impago de su deuda entre los años 1982 y 1984. La
Administración de Reagan, que había sopesado seriamente retirar su apoyo al FMI en su
primer año de mandato, encontró en la refinanciación de la deuda una forma de unir el
poder del Departamento del Tesoro estadounidense y del FMI para resolver la dificultad,
dado que tal operación se efectuaba a cambio de exigir la aplicación de reformas
neoliberales. Esta fórmula se convirtió en un protocolo de compartimiento después de
que tuviera lugar lo que Stiglitz denominó la «purga» de todas las influencias
keynesianas que pudieran existir en el FMI en 1982. El FMI y el Banco Mundial se
convirtieron a partir de entonces, en centros para la propagación y la ejecución del
«fundamentalismo del libre mercado» y de la ortodoxia neoliberal. A cambio de la
reprogramación de la deuda, a los países endeudados se les exigía implementar reformas
institucionales, como recortar el gasto social, crear legislaciones más flexibles del
mercado de trabajo y optar por la privatización. Y he aquí la invención de los «ajustes
estructurales». México fue uno de los primeros Estados que cayó en las redes de lo que
iba convertirse en una creciente columna de aparatos estatales neoliberales repartidos
por todo el mundo35.
No obstante, el caso de México sirvió para demostrar una diferencia crucial entre la
práctica liberal y la neoliberal, ya que bajo la primera, los prestamistas asumen las
pérdidas que se derivan de decisiones de inversión equivocadas mientras que, en la
segunda, los prestatarios son obligados por poderes internacionales y por potencias
estatales a asumir el coste del reembolso de la deuda sin importar las consecuencias que
ésto pueda tener para el sustento y el bienestar de la población local. Si ésto exige la
entrega de activos a precio de saldo a compañías extranjeras, que así sea. Ésto, en
verdad, no es coherente con la teoría neoliberal. Tal y como muestran Duménil y Lévy,
33
L. Panitch y S. Gindin, «Finance and American Empire» «Finance and American Empire», cit.
34
Las muchas crisis de deuda de la década de 1980 han sido ampliamente tratadas en P. Gowan, The Global Gamble, cit.
35
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, Nueva York, Norton, 2002
34
uno de los efectos de esta medida fue permitir a los propietarios de capital
estadounidenses extraer elevadas tasas de beneficio del resto del mundo durante la
década de 1980 y 1990 (figuras 1.8 y 1.9)36. Los excedentes extraídos del resto del
mundo a través de los flujos internacionales y de las prácticas de ajuste estructural
contribuyeron enormemente a la restauración del poder de la elite económica o de las
clases altas, tanto en Estados Unidos como en otros centros de los países del capitalismo
avanzado.
36
G. Duménil y D. Lévy, «The Economics of U.S. Imperialism at the Turn of the 21st Century», Review of lnternational
Political Economy XI, 4 (2004), pp. 657-676.
35
El significado del poder de clase
¿Pero a qué nos estamos refiriendo exactamente con el término «clase»? Se trata
siempre de un concepto algo impreciso (algunos dirían que sospechoso incluso). En todo
caso, la neoliberalización ha implicado su redefinición. Ésto plantea un problema. Si la
neoliberalización ha sido un vehículo para la restauración del poder de clase, entonces,
deberíamos ser capaces de identificar las fuerzas de clase que yacen detrás de la misma
y las que se han beneficiado de ella. Pero ésto es difícil de hacer cuando «la clase» no es
una configuración social estable. En algunos casos, las capas «tradicionales» se las han
arreglado para aferrarse a una base de poder sólida (a menudo organizada a través de la
familia y el parentesco). Pero, en otras ocasiones, la neoliberalización ha venido
acompañada de una reconfiguración de lo que constituye la clase alta. Margaret
Thatcher, por ejemplo, atacó algunas de las formas de poder de clase arraigadas en Gran
Bretaña. Ella desobedeció a la tradición aristocrática que dominaba el ejército, la
judicatura y la elite financiera de la City de Londres y de muchos sectores de la industria
y se alineó con los empresarios pomposos y con los nuevos ricos. Apoyó, y por regla
general recibió el apoyo, de esta nueva clase de empresarios (como Richard Branson,
Lord Hanson y George Soros). El ala tradicional de su propio partido conservador estaba
horrorizada. En Estados Unidos, a su vez, el poder y la relevancia crecientes de los
financieros y de los altos directivos de las grandes corporaciones, así como el gran
estallido de actividad en sectores completamente nuevos (como la informática) cambió
el centro del poder económico de la clase alta de manera significativa. Auque la
neoliberalización pueda haberse referido a la restauración del poder de clase, no
necesariamente ha significado la restauración del poder económico a las mismas
personas.
Sin embargo, tal y como ilustran los casos opuestos de Estados Unidos y de Gran
Bretaña, el término «clase» significa cosas distintas en lugares distintos y, en ciertas
ocasiones –por ejemplo, en Estados Unidos–, a menudo se afirma que no significa nada
en absoluto. Por añadidura, ha habido fuertes corrientes de diferenciación en términos de
formación y reformación de la identidad de clase en diversas partes del mundo. En
Indonesia, en Malasia, y en Filipinas, por ejemplo, el poder económico llegó a estar
fuertemente concentrado en un reducido grupo perteneciente a la minoría étnica china
del país, y el modo en que se produjo la adquisición de ese poder económico fue
bastante distinto a cómo se produjo en Australia o en Estados Unidos (estaba sumamente
centrada en actividades comerciales y comportó un acaparamiento de los mercados)37. Y
el ascenso de los siete oligarcas en Rusia, derivaba de la configuración absolutamente
única de las circunstancias concurrentes en el período posterior a la caída de la Unión
Soviética.
37
Algunos ejemplos pueden encontrarse en A. Chua, World of Fire. How Exporting Free Market democracy Breeds Ethnic
Hatred and Global Instability, Nueva York, Doubleday, 2003.
36
No obstante, es posible identificar algunas tendencias generales. La primera se refiere a
los privilegios derivados de la propiedad y la gestión de las empresas capitalistas -
tradicionalmente separadas- para fusionarse mediante el pago a los altos directivos
(gestores) con stock options, ésto es, con derechos de compra sobre acciones de la
compañía (títulos de propiedad). De este modo, el valor de las acciones y no el de la
producción, se convierte en la luz trazadora de la actividad económica y, tal y como se
hizo visible con la caída de compañías como Enron, las tentaciones especuladoras que
resultan de ésto pueden convertirse en demoledoras. La segunda tendencia ha sido
reducir de manera drástica la laguna histórica entre los intereses y los dividendos
generadores de capital monetario, por un lado, y la producción, la industria o el capital
mercantil dependiente de la producción de beneficios, por otro. En el pasado, esta
separación ha producido varias veces conflictos entre los financieros, los productores y
los comerciantes. Por ejemplo, en Gran Bretaña, la política del gobierno en la década de
1960 estaba en primer lugar al servicio de las necesidades de los financieros de la City
de Londres, a menudo en detrimento de la industria doméstica, en Estados Unidos
durante la misma década, los conflictos entre los financieros y las corporaciones
industriales afloraron con frecuencia a la superficie. A lo largo de la década de 1970
gran parte de este conflicto o bien desapareció o bien adoptó nuevas formas. Las grandes
corporaciones cobraron una orientación cada vez más financiera aunque, tal y como
ocurrió en el sector automovilístico, estuvieran insertas en la producción. Desde 1980
aproximadamente, ha sido habitual que las corporaciones dieran cuenta de pérdidas en la
producción compensadas mediante las ganancias obtenidas mediante operaciones
financieras (de todo tipo, desde operaciones de crédito y de seguro hasta la especulación
en mercados de futuros y de divisas inestables). Las fusiones realizadas a través de los
diversos sectores de la economía unificaron la producción, la comercialización, los
activos inmobiliarios, y los intereses financieros en formas nuevas que originaron
conglomerados empresariales diversificados. Cuando US Steel cambió su nombre a
USX (adquiriendo una fuerte participación en el sector de los seguros) el presidente de
su consejo de administración, James Roderick, contestó a la pregunta “¿Qué significa la
X?”, con la sencilla respuesta de que “X representa dinero”38. Todo ésto estaba
conectado con el fuerte estallido de actividad y de poder dentro del mundo de las
finanzas. Progresivamente liberada de los constreñimientos y de las barreras normativas
que hasta entonces habían restringido su campo de actuación, la actividad financiera
pudo florecer como nunca antes y, finalmente, en todas partes. Se produjo una ola de
innovaciones en los servicios financieros para producir no sólo interconexiones globales
mucho más sofisticadas, sino también nuevas formas de mercados financieros basados
en la titularización, instrumentos financieros derivados y en toda una gran variedad de
operaciones comerciales con futuro. En definitiva, la neoliberalización ha significado la
financiarización de todo. Ésto intensificó el dominio de las finanzas sobre todas las
38
Citado en D. Harvey, The Condition of Posrnodernity, cit., p. 158.
37
restantes facetas de la economía, así como sobre el aparato estatal y, tal y como observa
Randy Martin, sobre la vida cotidiana39. También introdujo una volatilidad acelerada en
las relaciones de intercambio global. Indudablemente, se produjo un desplazamiento del
poder desde la producción hacia el mundo de las finanzas. Los incrementos en la
capacidad industrial ya no significan necesariamente un ascenso de la renta per cápita,
como sí lo significaba la concentración de los servicios financieros. Por esta razón, el
apoyo de las instituciones financieras y la integridad del sistema financiero, se
convirtieron en la preocupación primordial del conjunto de Estados neoliberales (como
se ejemplifica en el grupo en el que se integran los países más ricos del mundo,
conocido como el G740). En caso de conflicto entre Main Street y Wall Street, la
segunda tendría todas las de ganar41. Así pues surge la posibilidad real de que a Wall
Street le vaya bien, aunque al resto de Estados Unidos (así como el resto del mundo) le
vaya mal. Y durante muchos años, en particular durante la década de 1990, ésto es
exactamente lo que sucedió. Si el eslogan coreado con frecuencia durante la década de
1960 había sido “lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”,
en la de 1990 éste se había transformado en que “lo único que importa es que sea bueno
para Wall Street”.
Por lo tanto, un notable foco del ascenso del poder de clase bajo el neoliberalismo, debe
atribuirse a los altos directivos que son los operadores decisivos en los consejos de
administración de las empresas, y a los jefes del aparato financiero, legal y técnico que
rodea este santuario de acceso restringido de la actividad capitalista42. Sin embargo, el
poder de los auténticos dueños del capital, los accionistas, se ha visto en cierto modo
menguado, salvo que obtengan un porcentaje de votos suficientemente alto como para
influir en la política de la empresa. En más de una ocasión, los accionistas han perdido
inmensas sumas de dinero a causa de estafas cometidas por los altos directivos y sus
asesores financieros. Las ganancias especulativas también han hecho posible amasar
enormes fortunas en periodos muy breves de tiempo (ejemplo de ello son Warren Buffet
y George Soros).
Pero sería equivocado reducir el concepto de clase alta a este grupo únicamente. La
apertura de nuevas oportunidades empresariales, así como también las nuevas
estructuras existentes en las relaciones comerciales, han permitido la emergencia de
procesos sustancialmente nuevos de formación de clase. Se amasaron fortunas de la
39
Randy Martin, The Financialization of daily Life, Filadelfia, Temple University Press, 2002.
40
Se denomina G7, o Grupo de los siete, a un grupo de países industrializados del mundo cuyo peso político, económico y
militar es muy relevante a escala global. Está conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y
Reino Unido. La pertenencia al grupo no se basa en un criterio único, ya que no son ni los siete países más industrializados,
ni los de mayor renta per cápita ni aquellos con un mayor Producto Interno Bruto. (Fuente Wikipedia)
41
En términos generales, el término «Main Street», se utiliza en el mundo anglosajón para designar cualquier lugar que permanece
fiel a sus valores tradicionales. Cuando se utiliza en relación con «Wall Street», es una forma de contraponer los intereses de los
grandes negocios y los de la clase obrera, los de los pequeños comerciantes y los de las clases medias. [N. de la T]
42
Esta es la definición exclusiva preferida en los trabajos de G. Duménil y D. Lévy, por ejemplo.
38
noche a la mañana en sectores nuevos de la economía, como la biotecnología y las
tecnologías de la información (por ejemplo, Bill Gates y Paul Allen). Las nuevas
relaciones de mercado abrieron un sinfín de posibilidades de comprar barato y vender
caro, cuando no de acaparar realmente mercados de forma que pudieron levantarse
fortunas que o bien pueden extenderse de manera horizontal (como en el caso del
crecimiento desbordante del imperio mediático global de Rupert Murdoch) o encontrarse
diversificadas en todo tipo de negocios, extendiéndose hacia atrás en la extracción de
recursos y en la producción, y hacia delante desde una base comercial hacia los servicios
financieros, el desarrollo de bienes raíces y el comercio minorista. En este sentido, con
frecuencia ocurría que una relación privilegiada con el poder estatal también jugaba un
papel crucial. Por ejemplo, en Indonesia los dos hombres de negocios más cercanos a
Suharto nutrieron los intereses financieros de la familia Suharto, pero también
engordaron sus conexiones con el aparato estatal para hacerse enormemente ricos. En
1997, la compañía de uno de ellos denominada Grupo Salim, era «al parecer el mayor
grupo de empresas propiedad de la diáspora china del mundo, con 20.000 millones de
dólares en activos y cerca de 500 compañías». A partir de una compañía de inversiones
relativamente pequeña, Carlos Slim acabó asumiendo el control del sistema de
telecomunicaciones que acababa de ser privatizado en México y rápidamente lo
transformó en un imperio empresarial que no sólo controla una buena parte de la
economía mexicana, sino que también cuenta con crecientes intereses en el mercado
minorista estadounidense (Circuit City y Barnes and Noble) así como en toda América
Latina43. En Estados Unidos, la familia Walton se ha hecho inmensamente rica al hilo de
la conquista por Wal-Mart de la posición dominante en el mercado minorista
estadounidense, gracias a su integración en las líneas de producción chinas y a su red de
distribución al por menor de alcance mundial. Aunque existen conexiones evidentes
entre este tipo de actividades y el mundo financiero, su increíble capacidad no sólo para
amasar grandes fortunas personales sino también para ejercer un control efectivo sobre
amplios segmentos de la economía, confiere a este puñado de individuos un inmenso
poder económico para influir en el proceso político. Hay algo prodigioso en el hecho de
que el valor neto de las fortunas de las 358 personas más ricas del mundo en 1996, fuera
«igual al conjunto de la renta del 45 % más pobre de la población mundial; es decir, de
2.300 millones de personas». Y lo que es más grave, «las 200 personas más ricas del
mundo duplicaron sobradamente su patrimonio neto entre 1994 y 1998, superando el
billón de dólares. Los activos de los tres multimillonarios más ricos (superaban por
entonces) la suma del PIB de los países menos desarrollados y de sus 600 millones de
habitantes»44
Sin embargo, existe todavía otro enigma al que debemos prestar atención en el proceso
de reconfiguración radical de las relaciones de clase. Surge el interrogante, y ha sido
43
A. Chua, World of Fire. How Exporting Free Market democracy Breeds Ethnic Hatred and Global Instability, cit.
44
United Nations Development Program, Human Development Report, 1996, Nueva York, Oxford University Press, 1996,
y United Nations Development Program, Human Development Report, 1999, ibid, 1999.
39
objeto de un amplio debate, de si esta nueva configuración de clase debe ser considerada
transnacional o bien si todavía puede ser concebida como algo basado exclusivamente
dentro de los parámetros del Estado-nación45. Expondré mi propia posición al respecto.
La tesis de que la clase dominante de cualquier país ha confinado sus operaciones y
definido sus lealtades con relación a un único Estado-nación, ha sido en gran medida
históricamente exagerada. Nunca tuvo mucho sentido hablar de una clase capitalista
específicamente estadounidense frente a una clase capitalista británica, francesa, alemana o
coreana. Los lazos internacionales siempre fueron importantes, particularmente a través
de las actividades coloniales y neocoloniales, pero también a través de vínculos
transnacionales que se remontan al siglo XIX, si no antes. Pero indudablemente ha
habido una intensificación así como también una extensión de estas conexiones
transnacionales durante la fase de globalización neoliberal, y resulta vital reconocer esta
múltiple conectividad. No obstante, ésto no significa que los individuos más destacados
de esta clase no se adscriban a aparatos estatales específicos tanto por las ventajas como
por la protección que ésto les otorga. Dónde se adscriben específicamente es importante,
pero ello no es más estable que la actividad capitalista que desarrollan. Rupert Murdoch
pudo empezar en Australia para después concentrarse en Gran Bretaña antes de asumir
finalmente la ciudadanía estadounidense (sin duda, mediante un procedimiento
abreviado). Él no está fuera, ni por encima, de poderes estatales concretos, pero por la
misma razón, gracias a sus intereses mediáticos, ejerce una considerable influencia en la
vida política tanto de Gran Bretaña como de Estados Unidos y de Australia. Los 247
editores supuestamente independientes de los periódicos que posee por todo el mundo
apoyaron, sin excepción, la invasión de Iraq. No obstante, por cuestiones prácticas,
todavía tiene sentido hablar de los intereses de la clase capitalista estadounidense,
británica o coreana, ya que los intereses corporativos como los de Murdoch, los de
Carlos Slim o el grupo Salim, simultáneamente se alimentan de, y nutren, a aparatos
estatales concretos. Sin embargo, cada uno puede, y así ocurre de manera característica,
ejercer poder de clase en más de un Estado de manera simultánea.
45
En el libro de W Robinson, A Theory of Global Capitalism. Production, Class, and State in a Transnational World,
Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2004, puede encontrarse una destacada defensa de este argumento.
40
Perspectivas de la libertad
Esta historia de la neoliberalización y de la formación de la clase, así como la creciente
aceptación de las ideas de la Mont Pelerin Society como las ideas dominantes de la
época, resultan especialmente interesantes cuando se colocan al trasluz de los
contraargumentos expuestos por Karl Polanyi en 1944 (poco antes de la fundación de la
Mont Pelerin Society). En una sociedad compleja, observó, el significado de la libertad
se convierte en algo tan contradictorio y tan tenso como irresistible son sus incitaciones
a la acción. En su opinión, hay dos tipos de libertad, una buena y otra mala. En este
segundo grupo se incluían «la libertad para explotar a los iguales, la libertad para
obtener ganancias desmesuradas sin prestar un servicio conmensurable a la comunidad,
la libertad de impedir que las innovaciones tecnológicas sean utilizadas con una
finalidad pública, o la libertad para beneficiarse de calamidades públicas tramadas
secretamente para obtener una ventaja privada». Sin embargo, proseguía Polanyi, «la
economía de mercado, bajo la que crecen estas libertades, también produce libertades de
las que nos enorgullecemos ampliamente. La libertad de conciencia, la libertad de
expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad para elegir el
propio trabajo». Aunque puede que «apreciemos el valor de estas libertades por sí
mismas» -y, sin duda, muchos de nosotros todavía lo hacemos-, eran en buena medida
«subproductos del mismo sistema económico que también era responsable de las
libertades perversas»46. La respuesta de Polanyi a esta dualidad resulta extraña de leer
dada la actual hegemonía del pensamiento neoliberal:
46
Karl Polanyi, The Great Transformation [1944], Boston, Beacon Press, 1954.
41
nombre de libre. La libertad creada por la reglamentación es denunciada como una
no libertad. La justicia, la libertad y el bienestar que esta reglamentación ofrece, son
criticadas como un disfraz de la esclavitud.
La idea de libertad «degenera, pues, en una mera defensa de la libertad de empresa» que
significa «la plena libertad para aquellos cuya renta, ocio y seguridad no necesitan
aumentarse y apenas una miseria de libertad para el pueblo, que en vano puede intentar
hacer uso de sus derechos democráticos para resguardarse del poder de los dueños de la
propiedad». Pero si, tal y como siempre es el caso, «no es posible sociedad alguna en la
que el poder y la compulsión estén ausentes, ni un mundo en el que la fuerza no
desempeñe ninguna función», entonces, la única forma de que esta visión liberal utópica
pueda sostenerse es mediante la fuerza, la violencia y el autoritarismo. El utopismo
liberal o neoliberal esta avocado, en opinión de Polanyi, a verse frustrado por el
autoritarismo, o incluso por el fascismo absoluto47. Las buenas libertades desaparecen,
las malas toman el poder.
42
que no es más que un medio conveniente para extender el poder monopolista
corporativo y la Coca Cola por todo el mundo sin restricciones. Esta clase (con Rupert
Murdoch y Fox News a la cabeza), que cuenta con una desorbitada influencia sobre los
medios de comunicación y sobre el proceso político, tiene poder e incentivos suficientes
para convencernos de que todos estamos mejor bajo el régimen de libertades neoliberal.
Efectivamente, a la elite que vive confortablemente en sus guetos dorados, el mundo le
debe parecer un lugar mejor. Tal y como Polanyi podría haber observado, el
neoliberalismo confiere derechos y libertades a aquellos «cuya renta, ocio y seguridad
no necesitan aumentarse», dejando una miseria para el resto de nosotros. ¿Cómo es,
entonces, que «el resto de nosotros» hemos aceptado con tanta facilidad este estado de
cosas?
43
44
II
La construcción del
consentimiento
La apelación a las tradiciones y a los valores culturales fue muy importante en este
proceso. Un proyecto manifiesto sobre la restauración del poder económico en beneficio
de una pequeña elite probablemente no cosecharía un gran apoyo popular. Pero una
tentativa programática para hacer avanzar la causa de las libertades individuales podría
atraer a una base muy amplia de la población y de este modo encubrir la ofensiva
50
A. Gramsci, Selections from the Prison Notebooks, Londres, Lawrence & Wishart, 1971, pp. 321-343.
51
J. Rapley, Globalization and Inequality. Neoliberalism`s Downward Spiral, Boulder (CO), Lynne Reiner, 2004, p. 55.
52
.A. Gramsci, Selections from the Prison Notebooks, cit., p. 149.
53
Integumento: Envoltura o cobertura; Disfraz, ficción, fábula.
46
encaminada a restaurar el poder de clase. Por otro lado, una vez que el aparato estatal
efectuase el giro neoliberal, podía utilizar sus poderes de persuasión, cooptación, de
soborno y de amenaza para mantener el clima de consentimiento necesario para
perpetuar su poder. Tal y como veremos, éste fue el punto fuerte particular de Thatcher
y de Reagan.
¿Cómo, entonces, negoció este giro el neoliberalismo para desplazar de manera tan
arrolladora al liberalismo embridado? En algunos casos, la respuesta descansa en buena
medida en el uso de la fuerza (ya sea militar, como en Chile, o financiera, como ocurre a
través de las operaciones del FMI en Mozambique o en Filipinas). La coerción puede
producir una aceptación fatalista, incluso abyecta, de la idea de que no había ni hay
“alternativa”, tal y como Margaret Thatcher continúa insistiendo. La construcción activa
de consentimiento también ha variado de un lugar a otro. Asimismo, gracias a la
actividad de los múltiples movimientos opositores existentes, el consentimiento a
menudo se ha marchitado o ha fracasado en diferentes lugares. Pero debemos mirar más
allá de estos mecanismos culturales e ideológicos infinitamente variados -con
independencia de la importancia que tengan- y centrar la atención en las cualidades de la
experiencia cotidiana en aras a identificar mejor las bases materiales de la construcción
del consentimiento. Y es, en este nivel -el de la experiencia de la vida cotidiana bajo el
capitalismo en la década de 1970-, en el que empezamos a ver de qué modo el
neoliberalismo penetró en el «sentido común». En muchas partes del mundo el efecto ha
sido que cada vez más sea considerado como una forma necesaria, incluso plenamente
«natural», de regular el orden social.
Todo movimiento político que sostenga que las libertades individuales son sacrosantas
es vulnerable a ser incorporado al redil neoliberal. Por ejemplo, las revueltas políticas
que barrieron el mundo en 1968 estuvieron declinadas, de manera muy acusada, con el
deseo de conseguir una mayor libertad individual. Esta afirmación resulta inapelable
respecto a los movimientos estudiantiles, como los animados por el movimiento por la
«libertad de expresión» en Berkeley en la década de 1960, o los que tomaron las calles
en París, en Berlín y en Bangkok y que fueron tan despiadadamente batidos a tiros en
Ciudad de México poco antes de los Juegos Olímpicos de 1968. Demandaban libertad
frente a los constreñimientos paternos, educativos, corporativos, burocráticos, y
estatales. Pero el movimiento del 68 también tenía la justicia social como objetivo
político fundamental.
47
se tornó más evidente en la tirante relación que se estableció entre la izquierda
tradicional (la fuerza de trabajo organizada y los partidos políticos que apoyaban los
vínculos institucionalizados de solidaridad social) y el movimiento estudiantil deseoso
de libertades individuales. La sospecha y la hostilidad que separaron a estas dos
facciones en Francia (por ejemplo, la distancia que surgió entre el Partido Comunista y
el movimiento estudiantil) durante los acontecimientos de 1968 es un claro ejemplo de
la misma. Aunque no es imposible salvar tales diferencias, tampoco es difícil ver de qué
modo ambos podrían ser empujados a quedar atrapados en las mismas. La retórica
neoliberal, con su énfasis fundacional en las libertades individuales, tiene el poder de
escindir el libertarismo, la política de la identidad, el multiculturalismo y,
eventualmente, el consumismo narcisista de las fuerzas sociales alineadas en pro de la
justicia social a través de la conquista del poder estatal. Por ejemplo, hace mucho tiempo
que se demostró extremadamente difícil forjar en el seno de la izquierda estadounidense,
la disciplina colectiva requerida para que la acción política logre alcanzar la justicia
social sin atentar contra el deseo de los actores políticos de obtener libertad individual y
el pleno reconocimiento y expresión de las identidades particulares. El neoliberalismo
no crea tales distinciones, pero puede explotarlas fácilmente, cuando no fomentarlas.
Nada de ésto estaba muy claro en aquél entonces. Los movimientos de izquierda no
fueron capaces de reconocer o de confrontar, y mucho menos de trascender, la tensión
inherente entre la búsqueda de libertades individuales y la justicia social. Pero sospecho
que de manera intuitiva el problema era bastante nítido para muchos de los miembros de
las clases altas, incluso aquellos que nunca habían leído a Hayek o siquiera oído hablar
de la teoría neoliberal. Quisiera ilustrar esta idea mediante un análisis comparativo del
giro neoliberal en Estados Unidos y en Gran Bretaña en los turbulentos años de la
década de 1970.
En el caso de Estados Unidos, comienzo con una nota confidencial enviada por Lewis
Powell a la Cámara de Comercio estadounidense en agosto de 1971. Powell, a punto de
ser elevado al Tribunal Supremo por Richard Nixon, sostenía que la crítica y la
oposición al sistema de la libre empresa estadounidense había llegado demasiado lejos y
que «había llegado el momento -de hecho, ya era tarde- para que la sabiduría, la
inteligencia y los recursos de la empresas estadounidenses pudieran ser lanzados contra
aquellos que lo destruirían». Powell sostenía que la acción individual era insuficiente.
«La fuerza -escribió- descansa en la organización, en una meticulosa planificación a
largo plazo y en la implementación, en concordancia con una acción proseguida durante
un periodo indefinido de años, en un nivel de financiación únicamente alcanzable
mediante el esfuerzo conjunto, y en el poder político, únicamente alcanzable a través de
la unidad de acción y de las organizaciones nacionales». La Cámara Nacional de
Comercio, aseveraba, debía encabezar el asalto a las instituciones más importantes -
universidades, escuelas, medios de comunicación, publicidad, tribunales- en aras a
cuestionar el modo de pensar de los individuos «acerca de la empresa, la ley, la cultura,
y el individuo». Las empresas estadounidenses no carecían de recursos para realizar un
esfuerzo de esta envergadura, particularmente si se hacía un fondo común54.
En qué medida influyó directamente esta llamada a implicarse en una guerra de clase, es
difícil de decir. Pero sabemos con seguridad que la Cámara de Comercio estadounidense
expandió seguidamente la lista de sus integrantes de cerca de 60.000 empresas en 1972 a
54
J. Court, Corporateering. How Corporate Power Steals your Personal Freedom, Nueva York, J. P. Tarcher/Putnam,
2003, pp. 33-38.
49
cerca de un cuarto de millón, diez años después. Junto con la Nacional Association of
Manufacturers (que se desplazó a Washington en 1972) acumuló una poderosa fuerza
reivindicativa para presionar al Congreso y para estimular actividades de investigación.
En 1972 se fundó la Business Roundtable, una organización de altos directivos
«comprometida con la búsqueda agresiva de poder político para la corporación», y desde
entonces se convirtió en el eje de la acción colectiva en pro de los intereses de los
negocios. Las empresas implicadas sumaban un valor «cercano a la mitad del PIB de
Estados Unidos» durante la década de 1970, y tenían un gasto anual próximo a 900
millones de dólares (una suma muy elevada para la época) en asuntos políticos. Gracias
al apoyo empresarial se constituyeron think-tanks, como la Heritage Foundation, el
Hoover Institute, el Center for the Study of American Business, y el American
Enterprise Institute con la finalidad tanto de crear polémica como, cuando fuera
necesario como en el caso del Nacional Bureau of Economic Research (NBER), de
ensamblar estudios técnicos y empíricos serios y argumentos filosófico-políticos en
general en apoyo de las políticas neoliberales. Casi la mitad de la financiación del
sumamente respetado NBER, provenía de las compañías que encabezan la lista de
Fortune 500. Gracias a su elevado grado de integración en la comunidad académica, el
NBER iba a tener un impacto muy significativo en el pensamiento generado en los
departamentos de economía y en las escuelas empresariales de las universidades más
importantes en el campo de la investigación. Con una abundante financiación
proporcionada por algunos individuos muy ricos (como el cervecero Joseph Coors, que
posteriormente se convirtió en miembro del «grupo asesor más íntimo» de Reagan) y
por sus fundaciones (por ejemplo, Olin, Scaife, Smith Richardson, Pew Charitable
Trust), apareció un aluvión de folletos y de libros, del que Anarchy State and Utopía
[1977] de Robert Nozick sea quizá el más leído y apreciado, en apoyo de los valores
neoliberales. Una versión televisiva de Free to Choose de Milton Friedman, fue
financiada con una beca de Scaife en 1977. «El negocio consistía -concluye Blyth- en
aprender a usar el dinero como una clase»55.
Al escoger las universidades como un lugar merecedor de una particular atención, Powel
señalaba una oportunidad y apuntaba también a una cuestión singular, ya que de hecho
ellas eran un foco de sentimiento anticorporativo y antiestatal (los estudiantes de Santa
Bárbara habían incendiado el edificio del Bank of America situado en el campus
universitario y habían enterrado ceremoniosamente un coche en la playa). Pero muchos
estudiantes eran (y todavía son) ricos y privilegiados, o al menos de clase media, y en
Estados Unidos los valores de la libertad individual han sido celebrados desde hace
mucho tiempo (en la música y en la cultura popular) como fundamentales. Las temáticas
del neoliberalismo podían encontrar aquí un terreno fértil en el que propagarse. Powell
no defendía la extensión del poder estatal. Pero las empresas debían «cultivar
55
M. Blyth, Great Transformations. Economic Ideas and Institutional Change in the Twentieth Century, cit., p. 155. La
información del párrafo anterior proviene de los capítulos 5 y 6 del análisis de Blyth, basado en T. Edsall, The New Politics
oƒ lnequality, Nueva York, Norton, 1985, capítulos 2 y 3.
50
diligentemente» el Estado y utilizarlo cuando fuera necesario «con agresividad y
determinación»56. ¿Pero de qué modo exactamente iba a ser desplegado el poder estatal
para remodelar el propio sentido común?
56
Court, Corporateering. How Corporate Power Steals your Personal Freedom, cit., p. 34.
57
W Tabb, The Long Default. New York City and the Urban Fiscal Crisis, Nueva York, Monthly Review Press, 1982; J.
Freeman, Working Class New York. Life and Labor Since World War II, Nueva York, New Press, 2001.
51
Esto equivalió a un golpe perpetrado por las instituciones financieras contra el gobierno
democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y no fue menos efectivo que el
golpe militar que previamente se había producido en Chile. En medio de una crisis
fiscal, la riqueza era redistribuida hacia las clases altas. En opinión de Zevin, la crisis de
Nueva York fue sintomática de «una emergente estrategia de deflación ligada a una
redistribución regresiva de la renta, la riqueza y el poder». Fue «quizá, una temprana y
decisiva batalla de una nueva guerra» cuyo objetivo era «demostrar a otros que lo que
estaba sucediendo en Nueva York podría, y en algunos casos así sucedió, ocurrirles
también a ellos»58.
52
infraestructura física (por ejemplo, el sistema de transporte suburbano) sufrió un acusado
deterioro por la falta de inversión o incluso de medidas de mantenimiento. La vida
cotidiana en Nueva York «acabó siendo penosa y el ambiente social y cívico se tornó
huraño». El gobierno de la ciudad, el movimiento obrero municipal, y la clase obrera
neoyorquina, fueron efectivamente despojados «de gran parte del poder que habían
acumulado durante las tres décadas anteriores»60. La desmoralizada clase obrera
neoyorquina aceptó a regañadientes la nueva realidad.
60
J. Freeman, Working Class New York. Life and Labor Since World War II, cit.
61
R. Koolhas, Delirious New York, Nueva York, Monacelli Press, 1994; M. Greenberg, «The Limits of Branding. The
World Trade Center, Fiscal Crisis and the Marketing of Recovery», International Journal of Urban and Regional Research
27, 2003, pp. 386-416.
53
comenzaron a dirigirse de manera progresiva a puerta cerrada, mientras se desvanecía el
contenido democrático y representativo de la forma de gobierno62.
La clase obrera así como los inmigrantes pertenecientes a las minorías étnicas de la
ciudad, fueron empujados a la sombras, vapuleados por los estragos del racismo y de la
epidemia de crack de proporciones épicas que se registró durante la década de 1980 y
que dejó a muchos jóvenes muertos, en la cárcel o viviendo en la calle, sólo para acabar
siendo azotados de nuevo por la epidemia del SIDA que comenzó a dejar sentir su
incidencia en la década de 1990. La redistribución de la riqueza a través de la violencia
delictiva se convirtió en una de las pocas opciones serias que se abrían a las personas
pobres, y las autoridades respondieron criminalizando a comunidades enteras de una
población empobrecida y marginada. Las víctimas fueron culpabilizadas y Giulliani se
haría famoso por tomarse la revancha colocándose del lado de la burguesía cada día más
opulenta de Manhattan, que estaba cansada de tener que enfrentarse a los efectos de la
devastación en los portales de sus propias casas.
La gestión de la crisis fiscal de Nueva York fue pionera de las prácticas neoliberales
tanto en el ámbito doméstico, durante las presidencias de Reagan, como internacional, a
través del FMI en la década de 1980. Instauró el principio de que en caso de conflicto
entre la integridad de las instituciones financieras y los beneficios de los titulares de
bonos, por un lado, y el bienestar de los ciudadanos, por otro, se iba a privilegiar lo
primero. Igualmente, puso el acento en que el papel del gobierno era crear un buen clima
para los negocios y no atender a las necesidades y al bienestar de la población en su
conjunto. Tabb concluye que la política de la Administración de Reagan durante la
década de 1980, se convirtió, «a todas luces, en poco más que en una reedición ampliada
del escenario de Nueva York» de la década de 197063.
62
W Tabb, The Long Default. New York City and the Urban Fiscal Crisis, cit.; acerca de la posterior “venta” de Nueva
York, véase Greenberg, “The Limits of Branding”; para un acercamiento más general a la cuestión de la empresarialidad,
véase, D. Harvey, «From Managerialism to Empreneurialism. The Transformation of Urban Governance in Late
Capitalism», en id., Spaces of Capital Edimburgo, Edinburgh University Press, 2001, cap. 16 (ed. cast.: Espacios del
capital, «Cuestiones de antagonismo 44», Ediciones Akal, 2006).
63
W. Tabb, The Long Default. New York City and the Urban Fiscal Crisis, cit., p. 15.
54
adelante la reforma legislativa laboral, así como la promulgación de una legislación
reguladora, antimonopolista y fiscal que les fuera más favorable64.
64
T. Edsall, The New Politics of Inequality, cit., p. 128.
65
J. Court, Corporateering. How Corporate Power Steals Your Personal Freedom, cit., pp. 29-31, donde se recoge un
listado de todas las decisiones legislativas relevantes durante la década de 1970.
66
Especialmente contundentes resultan los análisis de T. Edsall, recogidos en The New Politics of Inequality, cit., seguidos
por M. Blyth, Great Tranforrnations. Economic Ideas and Institutional Change in the Twentieth Century, cit.
67
T. Edsall, The New Politics of Inequality, cit., p. 235. 58
55
Aunque el Partido Demócrata tenía una base popular, no podía seguir fácilmente una
línea política anticapitalista o anticorporativa sin cercenar de este modo totalmente sus
conexiones con poderosos intereses financieros.
A partir de este momento se produjo la firme consolidación de la atroz alianza entre las
grandes empresas y los cristianos conservadores respaldada por los neoconservadores,
que finalmente, en particular después de 1990, consiguió erradicar todos los elementos
liberales del Partido Republicano (muy significativos e influyentes en la década de
1960) y que convirtió a éste en la fuerza electoral de derechas relativamente homogénea
que hoy conocemos68. No era la primera vez ni, es de temer, será la última en la historia
en que un grupo social ha sido convencido para votar en contra de sus intereses
materiales, económicos y de clase por razones culturales, nacionalistas y religiosas. Sin
embargo, en algunos casos, tal vez resulte más apropiado sustituir la palabra
“convencidos” por “elegidos”, ya que existen abundantes indicios de que los cristianos
68
T. Frank, What`s the Matter with Kansas. How Conservatives Won the Hearts of America, Nueva York, Metropolitan Books, 2004.
56
evangélicos (los cuales no representan más del 20 % de la población), que constituyen el
núcleo de la “mayoría moral”, abrazaron con entusiasmo la alianza con las grandes
empresas y con el Partido Republicano como un medio para dar un mayor impulso a su
agenda moral y evangélica. Sin lugar a dudas, de ésto se trataba en el caso de la oscura y
reservada organización de cristianos conservadores que constituyó el Council for
Nacional Policy, fundando en 1981 “para diseñar estrategias sobre cómo hacer virar el
país hacia la derecha”69.
Por otro lado, el Partido Demócrata estaba profundamente desgarrado por la necesidad
de aplacar, sino de socorrer, los intereses financieros y corporativos y, al mismo tiempo,
dar muestras de estar impulsando la mejora de las condiciones materiales de vida de su
base popular. Durante la presidencia de Clinton, el partido terminó por anteponer lo
primero a lo segundo y de este modo cayó de lleno en el redil neoliberal a la hora de
prescribir e implementar sus políticas (como, por ejemplo, en el caso de la reforma del
sistema de bienestar)70. Sin embargo, como demuestra el caso de Felix Rohatyn, no está
claro que ésta fuera la agenda de Clinton desde el principio. Enfrentado a la necesidad
de superar un déficit insondable y de despertar el crecimiento económico, la única vía
económica plausible era la reducción del déficit para conseguir bajas tasas de interés.
Ésto suponía o bien imponer una fiscalidad sustancialmente más elevada (que equivalía
a un suicidio electoral) o bien efectuar recortes presupuestarios. Tomar el segundo
camino implicó, en opinión de Yergan y de Stanislaw, «traicionar a su electorado
tradicional para no contravenir los caprichos de los ricos», si bien, tal y como
posteriormente confesó Joseph Stiglitz, que fue presidente del Consejo de Asesores
Económicos de Clinton, «nos las arreglamos para ir apretando el cinturón a los pobres a
medida que aflojábamos el de los ricos»71. En efecto, la política social se dejó al cuidado
de los titulares de bonos de Wall Street (de manera muy similar a lo que había ocurrido
en la ciudad de Nueva York anteriormente), con consecuencias predecibles.
La estructura política que surgió fue bastante simple. El Partido Republicano pudo
movilizar ingentes recursos financieros así como su base popular para votar contra sus
intereses materiales, apoyándose en argumentos culturales y religiosos, mientras que el
Partido Demócrata no podía permitirse atender a las necesidades materiales de su
tradicional base popular (por ejemplo, un sistema nacional de asistencia sanitaria) ante el
miedo a perjudicar los intereses de la clase capitalista. Dada esta asimetría, la hegemonía
política del Partido Republicano se volvió más segura.
69
D. Kirkpatrick, «Club of the Most Powerful Gathers in Strictest Privacy», The New York Times 28 de agosto de 2004, A10.
70
Véase, J. Stiglitz, The Roaring Nineties, Nueva York, Norton, 2003.
71
D. Yergin y J. Stanislaw, The Commanding Heights. The Battle Between Government and Market Place that is Remaking
the Modern World, Nueva York, Simon&Schuster, 1999, p. 337; J. Stiglitz, The Roaring Nineties, cit., p. 108.
57
monetarismo y la priorización de la lucha contra la inflación. Las políticas de Reagan,
observó Edsall en aquel tiempo, se concentraron en imprimir «un impulso general de
reducción del alcance y del contenido de la regulación federal en materias relativas a la
industria, el medio ambiente, las condiciones laborales, la asistencia sanitaria y la
relación entre comprador y vendedor». Los principales medios utilizados fueron los
recortes presupuestarios y la desregulación, así como «el nombramiento de personas en
las entidades públicas con tendencias opuestas a la regulación y favorables a la
industria» para ocupar posiciones clave72.
El National Labour Relations Board, establecido para reglamentar las relaciones entre el
capital y la fuerza de trabajo en los centros de trabajo en la década de 1930, fue
convertido por los cargos designados por Reagan en un vehiculo para atacar y regular
los derechos de los trabajadores en el preciso momento en el que la actividad
empresarial estaba siendo desregulada73. En 1983, se tardó menos de 6 meses en revertir
casi el 40 % de las decisiones que habían sido tomadas en la década de 1970 y que a la
luz de los intereses comerciales eran demasiado favorables a la fuerza de trabajo.
Reagan interpretaba que toda regulación (excepto la relativa a la fuerza de trabajo) era
negativa. La Office of Management and Budget, recibió la orden de realizar exhaustivos
análisis basados en el coste-beneficio de todas las propuestas reguladoras (pasadas y
presentes). Si no podía demostrarse que los beneficios de la regulación excedían
claramente a los costes, entonces la propuesta debía desecharse. Por si no era suficiente,
se llevaron a cabo cuidadosas revisiones del código tributario -principalmente en lo que
respecta a la amortización de las inversiones- que permitieron que muchas corporaciones
no tuvieran que pagar ningún tipo de impuesto en absoluto a la vez que se reducía el tipo
impositivo del 78 al 28 % para los individuos situadas en el tramo de rentas más
elevadas, lo cual demostró que se trataba de un intento de restaurar el poder de clase
(véase figura 1.7). Y peor aún, se transmitieron gratuitamente activos públicos al
dominio privado. Por ejemplo, gran parte de los adelantos más decisivos en la
investigación farmacéutica habían sido financiados por el Nacional Institute of Health en
colaboración con las compañías farmacéuticas. Sin embargo, en 1978 se permitió a las
compañías recibir todos los beneficios de la explotación de los derechos sobre las
patentes sin devolver ninguna cantidad al Estado asegurando, a partir de entonces, una
industria de altos, y sumamente subsidiados, beneficios74.
Pero para poder llevar a cabo todo ésto, era necesario meter en cintura a la fuerza de
trabajo y a las organizaciones obreras, y hacer que se conformaran con el nuevo orden
social. Si la ciudad de Nueva York había sido pionera al conseguir disciplinar al fuerte
72
T. Edsall, The New Politics of Inequality, cit., p. 217.
73
Nuevamente, el análisis descansa aquí notablemente en M. Blyth, Great Transƒormations. Economic Ideas and
Institutional Change in the Twentieth Century, cit.; T. Edsall, The New Politic of Inequality, cit.
74
M. Angell, The Truth About the Drug Companies. How They Deceive Us and What To Do About It, Nueva York,
Random House, 2004.
58
movimiento sindical municipal entre 1975 y 1977, Reagan adoptó la misma receta a
escala nacional domeñando a los controladores aéreos en 1981 y dejando claro a los
sindicatos que no eran bienvenidos como integrantes de los consejos internos del
gobierno. El inestable acuerdo que había regido las relaciones entre el poder corporativo
y sindical durante la década de 1960 había concluido. Con unas tasas de desempleo en
plena efervescencia que alcanzaban el 10 % a mediados de la década de 1980, el
momento era propicio para atacar todas las formas de organización obrera y recortar sus
derechos conquistados así como su poder. El traslado de la actividad industrial desde el
sindicado nordeste a los Estados del sur del país, en los que prácticamente no se
registraba sindicación y donde existía una mano de obra «dispuesta a trabajar», cuando
no más allá de las fronteras estatales, a México y el sudeste de Asia, se convirtió en una
práctica común (subvencionada por una fiscalidad favorable para las nuevas inversiones,
y ayudada por el nuevo predominio de las finanzas sobre la producción como eje del
poder de clase capitalista). La desindustrialización de las antiguas principales regiones
industriales fuertemente sindicalizadas (el llamado “rust belt” [el cinturón de la industria
pesada y la producción en masa situado en los Estados nororientales del país en torno a
los Grandes Lagos]) desposeyó de su poder a la fuerza de trabajo. Las compañías podían
amenazar a los trabajadores cuando se produjeran paros en las plantas de producción o
desafiar -y generalmente ganar- a los huelguistas en caso necesario (por ejemplo, en la
industria del carbón).
Igualmente, en este caso, lo importante no era sólo el uso de la porra, ya que había un
gran número de zanahorias que ofrecer a los trabajadores individuales para romper la
acción colectiva. Las rígidas reglas de los sindicatos y sus estructuras burocráticas les
hacían vulnerables al ataque. A menudo, la falta de flexibilidad era una desventaja tan
importante para los trabajadores individuales como para el capital. La pura demanda de
una especialización flexible en los procesos de trabajo y de la contratación de una
jornada laboral flexible podía convertirse en una parte de la retórica neoliberal que podía
ser convincente para algunos trabajadores individuales, en particular para los que habían
sido privados de los beneficios exclusivos que en ocasiones confería esa fuerte
sindicación. Una mayor autonomía y libertad de acción en el mercado laboral podían
revenderse como una virtud tanto para el capitalismo como para la mano de obra y
tampoco en este caso fue difícil integrar los valores liberales en el «sentido común» de
gran parte de la fuerza de trabajo. Comprender de qué modo esta activa potencialidad
fue convertida en un sistema de acumulación flexible generador de una gran explotación
(pues todos los beneficios procedentes de la progresiva flexibilidad en la distribución del
trabajo, tanto en el espacio como en el tiempo, revirtieron en el capital) resulta
fundamental para explicar por qué lo salarios reales, excepto durante un breve periodo
de la década de 1990, se mantuvieron estancados o disminuyeron (figura 1.6) al mismo
tiempo que se redujeron los beneficios sociales. La teoría neoliberal sostiene, porque así
le conviene, que el desempleo es siempre voluntario. El trabajo, de acuerdo con sus
postulados, tiene un «precio mínimo» por debajo del cual se prefiere no trabajar. El
59
desempleo aparece porque el precio mínimo del trabajo es demasiado alto. En la medida
en que el precio mínimo es parcialmente sufragado por los ingresos provenientes del
Estado del bienestar (y, en este sentido, abundan las historias de «reinas del Estado del
bienestar» que conducen Cadillacs), cobra sentido el argumento de que la reforma
neoliberal llevada a cabo por Clinton del «Estado del bienestar tal y como lo
conocemos» debe ser un paso crucial para la reducción del desempleo.
Todo ésto demandaba algún fundamento, y la guerra de las ideas desempeño un papel
importante para cubrir esta necesidad. En opinión de Blyth, las ideas económicas
orquestadas en apoyo al giro neoliberal consistían en una compleja fusión de
monetarismo (Friedman), expectativas racionales (Robert Lucas), elección pública
(James Buchanan, y Gordon Tullock), y las ideas elaboradas por Arthur Laffer en torno
a las políticas por el lado de la oferta, menos respetables pero en absoluto carentes de
poder de influencia, quien llegó a sugerir que los efectos incentivadores de los recortes
fiscales incrementarían hasta tal punto la actividad económica que harían crecer
automáticamente los ingresos tributarios (Reagan estaba enamorado de esta idea). La
hebra común más admisible de estos argumentos descansaba en que la intervención del
gobierno era el problema en lugar de la solución y que «una política monetaria de
estabilidad, sumada a recortes radicales en los impuestos para los tramos de renta más
elevados, produciría una economía más próspera» al no distorsionar los incentivos de la
actividad empresarial75. La prensa financiera, con The Wall Street Journal muy a la
cabeza, asumió estas ideas convirtiéndose en una abierta defensora de la
neoliberalización como solución necesaria a todos los males económicos. La difusión
popular de estas ideas vino de la mano de prolíficos escritores como George Gilder
(financiado con fondos destinados a los think-tanks), mientras las escuelas de estudios
empresariales que emergieron en prestigiosas universidades como Standford y Harvard
gracias a la generosa financiación brindada por corporaciones y fundaciones, se
convirtieron en centros de la ortodoxia neoliberal desde el preciso momento en que
abrieron sus puertas. Establecer la cartografía de la expansión de las ideas es siempre
una tarea ardua, pero en 1990 prácticamente la mayoría de los departamentos de
economía de las universidades más importantes dedicadas a la investigación, así como
también las escuelas de estudios empresariales, estaban dominadas por formas de
pensamiento neoliberal. La importancia de este hecho no debería subestimarse. Las
universidades estadounidenses dedicadas a la investigación eran y son campos de
entrenamiento para muchos estudiantes extranjeros que se llevan a sus países de origen
lo aprendido -las figuras clave de la adaptación de Chile y de México al neoliberalismo
fueron, por ejemplo, economistas formados en Estados Unidos- así como también a las
instituciones internacionales en las que se integran como el FMI, el Banco Mundial y la
ONU. En mi opinión, la clara conclusión es que «durante la década de 1970, el ala
75
M. Blyth, Great Transƒorrnations. Economic Ideas and Institutional Change in the Twentieth Century, cit., véase
también, T. Frank, One Market Under God. Extreme Capitalism, Market Population and the End of Economic Democracy,
cit., particularmente acerca del papel de Gilder.
60
política del sector corporativo nacional», en palabras de Edsall, «organizó una de las
campañas más destacables en la búsqueda de poder habida en tiempos recientes». A
principios de la década de 1980, «había ganado un grado de influencia y de poder
próximo al que tenía durante los prósperos días de la década de 1920»76. Y en 2000
había utilizado esa posición privilegiada para volver a situar su porcentaje de la riqueza
y de la renta nacional en niveles que tampoco se veían desde la década de 1920.
76
T. Edsall, The New Politics of Inequality, cit., p. 107.
77
S. Hall, Hard Road to Renewal. Thatcherism and the Crisis of the Left, Nueva York, Norton, 1988.
61
progresivamente despojándose (también con frecuencia a regañadientes) de buena parte
del manto del poder imperial directo. La retirada de sus fuerzas del este de Suez en la
década de 1960 fue una señal importante de este proceso. A partir de entonces, Gran
Bretaña en la mayoría de las ocasiones iba a participar como un socio subalterno dentro
de la OTAN bajo el paraguas imperial de la potencia estadounidense. Pero Gran Bretaña
seguía efectivamente protegiendo su presencia colonial en gran parte de lo que había
sido su imperio y de este modo con frecuencia se veía envuelta en disputas con otras
grandes potencias (como, por ejemplo, en la sangrienta Guerra civil de Nigeria tras la
tentativa de Biafra de separarse). La cuestión de las relaciones y de la responsabilidad de
Gran Bretaña hacia sus ex colonias fue a menudo tensa, tanto en casa como en el
extranjero. Las estructuras neocoloniales de explotación comercial se vieron en
múltiples ocasiones intensificadas en lugar de erradicadas. Pero las corrientes
migratorias que fluían desde las ex colonias hacia Gran Bretaña comenzaban a devolver
a la metrópoli las secuelas del imperio por nuevos caminos.
El Estado del bienestar construido en Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial
nunca fue del agrado de todos. A través de los medios de comunicación circulaban
fuertes corrientes críticas (con el sumamente respetado Financial Times a la cabeza),
que cada vez estaban más subordinadas a los intereses financieros. El individualismo, la
libertad y los derechos se describían como términos opuestos a la asfixiante ineptitud
burocrática del aparato estatal y al opresivo poder sindical. Estas críticas se
generalizaron por todo el país a lo largo de la década de 1960 y se hicieron todavía más
enérgicas durante los días grises del estancamiento económico que marcó la década de
62
1970. La gente temió entonces que Gran Bretaña se estuviera convirtiendo en un
«Estado corporativista, avocado a una gris mediocridad»78. La corriente subterránea de
pensamiento representada por Hayek, constituía una oposición viable, y contaba con
defensores en las universidades y, lo que es más importante, dominaba el trabajo del
Institute of Economic Affairs (fundado en 1955) en el que Keith Joseph, que
posteriormente se convertiría en uno de los asesores fundamentales de Margaret
Thatcher, saltó con éxito a la escena pública en la década de 1970. La fundación del
Centre for Policy Studies (1974) y del Adam Smith Institute (1976), y el progresivo
compromiso de la prensa con la neoliberalización durante la década de 1970, afectaron
de modo significativo al clima respirado entre la opinión pública. El temprano auge de
un significativo movimiento juvenil (inclinado a la sátira política) y la llegada de una
desenfrenada cultura pop al «marchoso Londres» de la década de 1960 eran una burla, a
la vez que un desafío, a la estructura tradicional de las entretejidas relaciones de clase.
El individualismo y la libertad de expresión se convirtieron en objeto de disputa y el
movimiento estudiantil de tendencias izquierdistas, influido en muchos sentidos por las
complejidades que entrañaba acomodarse al arraigado sistema de clases británico así
como también a su herencia colonial, se convirtió en un activo elemento dentro de la
política británica, de modo muy similar a cómo ocurrió en otros lugares con el
movimiento del 68. Su actitud irreverente hacia los privilegios de clase (ya se tratara de
los aristócratas, los políticos o los burócratas sindicales) iba a fundar el posterior
radicalismo del giro posmoderno. Y el escepticismo respecto a la política iba a preparar
el camino para la actitud de sospecha hacia todas las metanarrativas.
Aunque había muchos elementos a partir de los cuales poder construir el consentimiento
para efectuar el giro neoliberal, no cabe duda de que el fenómeno Thatcher no habría
emergido, y mucho menos con éxito, si no hubiera sido por la seria crisis de
acumulación de capital experimentada durante la década de 1970. La estanflación estaba
perjudicando a todo el mundo. En 1975 la inflación se disparó hasta alcanzar el 26 % y
las cifras del desempleo superaron el millón de trabajadores (véase figura 1.1).
Asimismo, las industrias nacionalizadas estaban drenando los recursos del tesoro
público. Ésto desató un enfrentamiento entre el Estado y los sindicatos. En 1972 los
mineros británicos (una industria nacionalizada) declararon su primera huelga desde
1926, tal y como volverían a hacer en 1974. Los mineros siempre habían estado en la
vanguardia de las luchas obreras británicas. Sus salarios no crecían en sintonía con el
ritmo de crecimiento de la acelerada inflación, y la opinión pública simpatizaba con
ellos. El gobierno conservador, en medio de cortes en el suministro de energía eléctrica,
declaró el estado de emergencia, decretó una jornada laboral de 3 días a la semana y
buscó el apoyo de la opinión pública en contra de los mineros. En 1974, el gobierno
convocó elecciones con el objetivo de obtener el respaldo público para su posición.
78
D. Yergin y J. Stanislaw, The Commanding Heights. The Battle Between Government and Market Place that is Remaking
the Modem World, cit., p. 92.
63
Perdió, y el gobierno laborista que regresó al poder, pacificó la huelga alcanzando un
acuerdo en términos favorables para los mineros.
Sin embargo, la victoria fue pírrica79. El gobierno laborista no podía permitirse los
términos del acuerdo y sus aprietos fiscales se multiplicaron. El elevado déficit
presupuestario se vio acompañado por una crisis en la balanza de pagos. Al solicitar los
créditos del FMI entre 1975 y 1976 se encontró ante la disyuntiva de optar o bien por
someterse a las restricciones y la austeridad presupuestarias ordenadas por el Fondo
Monetario Internacional, o bien declararse en quiebra y sacrificar la integridad de la
libra esterlina, lo que suponía asestar un golpe mortal a los intereses financieros de la
City de Londres. Se optó por el primer camino y se implementaron recortes
presupuestarios draconianos en los gastos del sistema de bienestar80. El gobierno
laborista actuó en contra de los intereses materiales de sus partidarios tradicionales, pero
seguía sin solucionarse la crisis de acumulación y de estanflación. De manera
infructuosa, trató de enmascarar las dificultades apelando al ideal corporativista, en el
que se supone que todo el mundo debe sacrificar algo por el bien de la entidad política a
la que se pertenece. Sus partidarios se revelaron abiertamente y los trabajadores del
sector público iniciaron una oleada de huelgas salvajes durante el periodo que se
conoció como «el invierno del descontento» de 1978. «Los trabajadores hospitalarios
dejaron de prestar servicios, y la atención médica tuvo que ser severamente racionada.
Los sepultureros en huelga se negaban a enterrar a los muertos. Los camioneros también
se declararon en huelga. Únicamente los enlaces sindicales tenían la facultad de permitir
cruzar las líneas de los piquetes a los camiones que transportaban “bienes esenciales”.
La compañía británica de ferrocarriles anunció una lacónica noticia: “Hoy no hay
trenes” […] los sindicatos huelguistas parecían a punto de provocar el paro de toda la
nación»81. La prensa dominante fue sumamente crítica con los sindicatos, que eran
tachados de codiciosos y alborotadores, y el apoyo de la opinión pública se fue a pique.
El gobierno laborista cayó y, en las elecciones que sucedieron a su caída, Margaret
Thatcher obtuvo una significativa mayoría con un mandato claro por parte de sus
votantes de clase media para domesticar el poder sindical en el sector público.
Los aspectos comunes entre los casos del Reino Unido y de Estados Unidos descansan,
de manera más notable, en el campo de las relaciones laborales y en la lucha contra la
inflación. Respecto a esto último, Thatcher puso a la orden del día el monetarismo y el
estricto control presupuestario. Los elevados tipos de interés acarrearon un elevado nivel
de desempleo (la tasa media de paro se situó en el 10 % entre 1979 y 1984; y el Trades
79
Una victoria pírrica es aquélla que se consigue con muchas pérdidas en el bando aparentemente o tácticamente vencedor,
de modo que aun tal victoria puede terminar siendo desfavorable para dicho bando. El nombre proviene de Pirro, rey de
Epiro, quien logró una victoria sobre los romanos con el costo de miles de sus hombres. Se dice que Pirro, al contemplar el
resultado de la batalla, dijo "Otra victoria como ésta y volveré solo a casa". (Fuente: Wikipedia)
80
T. Benn, The Benn Diaries, 1940-1990, ed. R. Winstone, Londres, Arrow, 1996.
81
D. Yergin y J. Stanislaw, The Commanding Heights. The Battle Between Government and Market Place that is Remaking
the Modern World, cit., p. 104.
64
Union Congress perdió el 17 % de sus miembros en cinco años). E1 poder de
negociación de la fuerza de trabajo se vio debilitado. Alan Budd, asesor económico de
Thatcher, indicó más tarde que «las políticas efectuadas en la década de 1980
consistentes en combatir la inflación restringiendo la economía y el gasto público, eran
un modo encubierto de golpear a los trabajadores». Gran Bretaña creó lo que Marx
denominó «un ejército industrial de reserva» cuyo resultado, en su opinión, era socavar
el poder de la fuerza de trabajo y a partir de ese momento permitir a los capitalistas
obtener beneficios fáciles. Y en una acción que emulaba la provocación de Reagan hacia
la PATCO en 1981, Thatcher provocó el estallido de una huelga de mineros en 1984
anunciando una oleada de despidos y el cierre de las minas (el carbón importado era más
barato). La huelga se dilató durante casi un año y, a pesar de recabar una gran simpatía y
apoyo de la opinión pública, los mineros perdieron. Se había roto la defensa de un
elemento medular del movimiento obrero británico82. Thatcher redujo todavía más el
poder sindical abriendo el Reino Unido a la competencia y a la inversión extranjera.
Durante la década de 1980, la competencia extranjera demolió gran parte de la industria
tradicional británica; la industria siderúrgica (Sheffield) y los astilleros (Glasgow)
prácticamente desaparecieron en unos pocos años llevándose consigo una buena parte
del poder sindical. Thatcher destruyó efectivamente la nacionalizada industria
automovilística nativa del Reino Unido, que tenía fuertes sindicatos y tradiciones
obreras militantes, y en su lugar ofreció el Reino Unido como plataforma marítima para
que las compañías automovilísticas japonesas buscaran su acceso a Europa83. Estas
empresas construyeron sus plantas en zonas rurales y contrataron a trabajadores no
sindicados que acataran el régimen de relaciones laborales de Japón. El efecto global fue
transformar el Reino Unido en un país de salarios relativamente bajos y con una fuerza
de trabajo sumamente sumisa (en relación con el resto de Europa) en un plazo de diez
años. Cuando Thatcher dejó el poder, la incidencia de las huelgas había caído a una
décima parte de sus niveles anteriores. Había erradicado la inflación, había domeñado el
poder de los sindicatos, amansado a la fuerza de trabajo y, en el proceso, había
construido el consentimiento de la clase media para sus políticas.
Pero Thatcher tenía que librar la batalla en otros frentes. En más de un municipio, se
había desatado una magnífica acción desde la retaguardia contra las políticas
neoliberales. Sheffield, el Ayuntamiento de Greater London (que Thatcher tuvo que
abolir en aras a conseguir sus objetivos más amplios en la década de 1980) y Liverpool
(donde la mitad de los concejales tuvieron que ser encarcelados) constituyeron centros
activos de resistencia en que los ideales de un nuevo socialismo municipal si bien fueron
82
R. Brooks, “Maggie's Man. We Were Wrong”, The Observer, 21 de junio de 1992, p. 15; P. Hall, Governing the
Economy. The Politics of State Intervention in Britain and France, Oxford, Oxford University Press, 1986; M. Fourcade-
Gourinchas y S. Babb, «The Rebirth of the Liberal Creed. Paths to Neoliberalism in Four Countries», American Journal of
Sociology 108 (2002), pp. 542-549.
83
T. Hayter y D. Harvey (eds.), The Factory in the City, Brighton, Mansell, 1995.
65
llevados a la práctica, luego fueron perseguidos hasta ser finalmente aplastados a
mediados de la década de 198084.
84
G. Rees y J. Lambert, Cities in Crisis. The Political Economy of Urban Development in Post-War Britain, Londres, Edward Arnold,
1985; M. Harloe, C. Pinckvance, y J. Uri (eds.), Place, Policy and Politics. Do Localities Matter?, Londres, Unwin Hyman, 1990; M.
Boddy y C. Fudge (eds.), Local Socialism? Labour Councils and New Left Alternatives, Londres, Macmillan, 1984.
66
de las viviendas públicas a sus moradores. Este proceso incrementó enormemente el
número de propietarios de viviendas en el periodo de una década. Por un lado, satisfacía
el ideal tradicional de la propiedad privada individual como el sueño de la clase obrera
y, por otro, introducía un dinamismo nuevo y a menudo especulativo en el mercado de la
vivienda que fue muy apreciado por las clases medias, que vieron como crecía el valor
de sus activos; al menos, hasta la crisis del mercado inmobiliario de principios de la
década de 1990.
El desmantelamiento del Estado del bienestar era, sin embargo, algo completamente
distinto. Lidiar en campos como la educación, la asistencia sanitaria, los servicios
sociales, las universidades, la burocracia estatal, y el sistema judicial, se reveló difícil.
En este punto, Thatcher tenía que librar la batalla contra las actitudes arraigadas y a
menudo tradicionales de las clases media y alta que formaban el núcleo de sus electores.
Ella pretendía desesperadamente extender el ideal de la responsabilidad personal (por
ejemplo, a través de la privatización de la asistencia sanitaria) a todos los campos y
recortar las obligaciones estatales. No consiguió progresar con presteza. A los ojos de la
opinión pública, existían límites a la neoliberalización de todo. Por ejemplo, no fue hasta
2003 que un gobierno laborista logró en contra de una oposición generalizada introducir
un sistema de pago de tasas en la educación superior. En todas esas áreas se demostró
difícil forjar una alianza de consentimiento a favor de un cambio radical. Acerca de esta
cuestión, su gabinete (así como sus partidarios) se encontraba notoriamente dividido
(entre «flexibles» e «intransigentes») y llevó varios años de lacerantes confrontaciones
en el seno de su propio partido, así como en los medios de comunicación, ganar
modestas reformas neoliberales. Lo más que pudo hacer fue intentar acelerar el
desarrollo de una cultura empresarial e imponer estrictas reglas de vigilancia, de
responsabilidad financiera, y de productividad sobre ciertas instituciones, como las
universidades, que malamente podían amoldarse a las mismas.
Thatcher forjó el consentimiento mediante el cultivo de una clase media que se deleitaba
en los placeres de la propiedad de su vivienda, de la propiedad privada, del
individualismo y de la liberación de las oportunidades empresariales. A la vez que los
vínculos de la solidaridad obrera menguaban bajo la presión que se ejercía sobre ella y
las estructuras del mercado laboral se veían radicalmente transformadas a través de la
desindustrialización, los valores de la clase media se extendían más ampliamente para
integrar a muchos de los que antaño tuvieron una firme identidad de clase. La apertura
de Gran Bretaña a un mercado más libre permitió el florecimiento de la cultura de
consumo, mientras la proliferación de instituciones financieras situó cada vez más en el
centro de una antes, sobria forma de vida británica, una cultura de endeudamiento. El
neoliberalismo implicó la transformación de la antigua estructura de clase británica a
ambos extremos del espectro. Además, gracias al mantenimiento de la City de Londres
como un actor central en las finanzas globales, fue gradualmente convirtiendo el corazón
de la economía británica, Londres y el sureste del país, en un dinámico centro de riqueza
67
y de poder en continuo crecimiento. En realidad, no se trataba tanto de que el poder de
clase hubiera sido restaurado en algún sector tradicional, como de que más bien se había
reunido de manera expansiva alrededor de uno de los centros globales de operaciones
financieras más importantes. Los cachorros de Oxbridge afluyeron a Londres para
trabajar negociando con bonos y con divisas, amasar rápidamente riqueza y poder, y
convertir Londres en una de las ciudades más caras del mundo.
85
La incapacidad de Thatcher para alcanzar varios de sus objetivos políticos macroeconómicos, se encuentra adecuadamente
documentada en P. Hall, Governing the Economy. The Politcs of State Intervention in Britain and France, cit.
68
Reagan y Thatcher sacaron ventaja de las pistas que poseían (brindadas por Chile y por
la ciudad de Nueva York) y se pusieron a la cabeza de un movimiento de clase que
estaba determinado a restaurar su poder. Su genialidad consistió en crear un legado y
una tradición que atrapó a los políticos posteriores en una red de constreñimientos de los
que no pudieron escapar fácilmente. Aquellos que los siguieron, como Clinton y Blair,
poco podían hacer más que continuar con la buena marcha de la neoliberalización, les
gustase o no.
69
70
III
El Estado neoliberal
El papel del Estado en la teoría neoliberal es bastante fácil de definir. Sin embargo, la
práctica de la neoliberalización ha evolucionado de tal modo que se ha alejado de
manera significativa de la plantilla prescrita por esta teoría. Por otro lado, la evolución
hasta cierto punto caótica y el desarrollo geográfico desigual de las instituciones, los
poderes y las funciones estatales experimentado durante los últimos treinta años sugiere
que el Estado neoliberal pueda ser una forma política inestable y contradictoria.
71
del libre comercio86. Estos son los puntos de acuerdo considerados esenciales para
garantizar las libertades individuales. El marco legal viene definido por obligaciones
contractuales libremente negociadas entre sujetos jurídicos en el mercado. La
inviolabilidad de los contratos y el derecho individual a la libertad de acción, de
expresión y de elección deben ser protegidos. El Estado, pues, utiliza su monopolio de
los medios de ejercicio de la violencia, para preservar estas libertades por encima de
todo. Por ende, la libertad de los empresarios y de las corporaciones (contempladas por
el sistema jurídico como personas) para operar dentro de este marco institucional de
mercados libres y de libre comercio, es considerada un bien fundamental. La empresa
privada y la iniciativa empresarial son tratadas como las llaves de la innovación y de la
creación de riqueza. Los derechos de propiedad intelectual son protegidos (por ejemplo,
a través de las patentes) de tal modo que sirvan para estimular cambios tecnológicos.
Los incrementos incesantes de la productividad deberían, pues, conferir niveles de vida
más elevados para todo el mundo. Bajo la premisa de que «una ola fuerte eleva a todos
los barcos», o la del «goteo o chorreo››, la teoría neoliberal sostiene que el mejor modo
de asegurar la eliminación de la pobreza (tanto a escala doméstica como mundial) es a
través de los mercados libres y del libre comercio.
86
H. J. Chang, Globalization, Economic: Development and the Role of the State, Londres, Zed Books, 2003; B. Jessop,
“Liberalism, Neoliberalism, and Urban Governance. A State-Theoretical Perspective”, Antipode XXXIV, 3 (2002), pp.
452-472; N. Poulantzas, State Power Socialism, Londres, Verso, 1978; S. Clarke (ed), The State Debate, Londres,
Macmillan, 1991; S. Haggard y R. Kaufman (eds.), The Politics of Economic Adjustment International Constraints,
Distributive Conflicts and the State, Princeton, Princeton University Press, 1992; R. Nozick, Anarchy, State and Utopia,
Nueva York, Basic Books, 1977.
72
privatización y la desregulación, junto a la competencia, eliminan los trámites
burocráticos, incrementan la eficiencia y la productividad, mejoran la calidad de las
mercancías y reducen los costes, tanto de manera directa para el consumidor a través de
la oferta de bienes y servicios más baratos, como indirectamente mediante la reducción
de las cargas fiscales. El Estado neoliberal debería buscar de manera persistente
reorganizaciones internas y nuevos pactos institucionales que mejoren su posición
competitiva como entidad en relación con otros Estados en el mercado global.
La libre movilidad del capital entre sectores, regiones y países se considera un factor
crucial. Todas las barreras a esta libertad de movimiento (como aranceles, ajustes
fiscales punitivos, la planificación y los controles medioambientales, así como otros
impedimentos localizados) han de ser eliminadas, salvo en aquellas áreas que son
cruciales para los «intereses nacionales», con independencia de cómo se definan éstos.
La soberanía estatal sobre la circulación de mercancías y de capitales es entregada en
una actitud servicial al mercado global. La competencia internacional se percibe como
algo positivo en tanto que mejora la eficiencia y la productividad, reduce los precios y,
por consiguiente, controla las tendencias inflacionarias. Por lo tanto, los Estados
deberían buscar de manera colectiva, y negociar entre ellos, la reducción de las barreras
a la circulación del capital entre las fronteras y la apertura de los mercados (tanto para
las mercancías como para capital) al intercambio global. No obstante, la cuestión de si
ésto también se aplica a la fuerza de trabajo, en tanto que mercancía, resulta polémica.
En tanto que todos los Estados deben colaborar para reducir las barreras al intercambio,
deben surgir estructuras de coordinación como el grupo de los países del capitalismo
avanzado (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Canadá Japón)
conocido como el G7 (y, actualmente, como el G8 tras la adhesión de Rusia). Los
acuerdos internacionales entre los Estados que garantizan el imperio de la ley y la
libertad de comercio, como los que acaban de incorporarse a los acuerdos de la
Organización Mundial de Comercio, son cruciales para el avance del proyecto neoliberal
a escala global.
73
Los teóricos del neoliberalismo albergan, sin embargo, profundas sospechas hacia la
democracia. El gobierno de la mayoría se ve como una amenaza potencial a los derechos
individuales y a las libertades constitucionales. La democracia se considera un lujo, que
únicamente es posible bajo condiciones de relativa prosperidad en las que también
concurre una fuerte presencia de la clase media para garantizar la estabilidad política.
Los neoliberales tienden, por lo tanto, a favorecer formas de gobierno dirigidas por elites
y por expertos. Existe una fuerte preferencia por el ejercicio del gobierno mediante
decretos dictados por el poder ejecutivo y mediante decisiones judiciales en lugar de
mediante la toma de decisiones de manera democrática y en sede parlamentaria. Los
neoliberales prefieren aislar determinadas instituciones clave, como el banco central, de
las presiones de la democracia. Dado que la teoría neoliberal se concentra en el imperio
de la ley y en la interpretación estricta de la constitucionalidad, se infiere que el
conflicto y la oposición deben ser dirimidos a través de la mediación de los tribunales.
Los individuos deben buscar las soluciones y los remedios de todos los problemas a
través del sistema legal.
Tensiones y contradicciones
Existen algunas áreas oscuras así como también puntos de conflicto en el seno de la
teoría general del Estado neoliberal. En primer lugar, está el problema de cómo
interpretar el poder monopolista. La competencia a menudo acaba convertida en
monopolio o en oligopolio, ya que las empresas más fuertes expulsan a las más débiles.
La mayoría de los teóricos del neoliberalismo no consideran problemático este aspecto
(en su opinión, debería maximizar la eficiencia) con tal de que no haya barreras
sustanciales a la entrada de competidores (una condición a menudo difícil de llevar a la
práctica y que el Estado debe, por lo tanto, salvaguardar). El caso de los denominados
«monopolios naturales» resulta más espinoso. No tiene sentido la competencia entre
múltiples redes de energía eléctrica, de sistemas de tuberías para la conducción del gas,
de sistemas de suministro de agua y de tratamiento de las aguas residuales, o de líneas
férreas entre Washington y Boston. En estas áreas, la regulación estatal del suministro,
el acceso y la fijación de precios parece ineludible. Aunque la desregulación parcial
puede ser posible (permitiendo a los productores en competencia proporcionar
electricidad utilizando la misma red o conducir trenes en las mismas vías, por ejemplo)
las posibilidades de que aparezcan prácticas especulativas y abusivas, como demostró
sobradamente la crisis de energía de California en 2002, o de irregularidades y de
confusión extremas, como ha demostrado la situación de los ferrocarriles británicos, son
muy reales.
El segundo gran ámbito de controversia es el relativo a los fallos del mercado. Éstos se
producen cuando los individuos y las compañías eluden asumir la totalidad de los costes
74
imputables a su actividad, eludiendo sus responsabilidades al no permitir que el mercado
valore su incidencia mediante el sistema de precios resultante (estas responsabilidades
son, en lenguaje técnico, “externalizadas”). El tema clásico para abordar este problema
es la contaminación, puesto que los individuos y las compañías eluden los costes
vertiendo gratis sus residuos tóxicos en el medio ambiente. Como resultado de su
actuación, puede producirse la destrucción o degradación de ecosistemas productivos.
La exposición a sustancias peligrosas o a peligros físicos en los centros de trabajo puede
afectar a la salud de los seres humanos e incluso reducir la reserva de trabajadores sanos
que constituyen la fuerza de trabajo. Aunque los defensores del neoliberalismo admiten
la existencia del problema y algunos aceptan la necesidad de una limitada intervención
estatal, otros defienden la inacción porque el remedio será casi con toda seguridad peor
que la enfermedad. Sin embargo, la mayoría estaría de acuerdo en que, de haber
intervenciones, éstas deben operar a través de los mecanismos del mercado (mediante
cargas o incentivos fiscales, la comercialización de los derechos de contaminación, y
otras medidas similares). Los fallos de la competencia son tratados de una forma similar.
A medida que proliferan las relaciones contractuales y la subcontratación puede incurrirse
en un incremento de los costes de transacción. El gran aparato de la especulación de divisas,
por tomar sólo un ejemplo, se presenta como algo cada vez más costoso a la vez que se
vuelve progresivamente más fundamental para capturar beneficios especulativos.
Igualmente, emergen otros problemas si, por ejemplo, todos los hospitales en mutua
competencia de una misma región compran el mismo sofisticado equipo que permanece
infrautilizado provocando, de este modo, un aumento de los costes agregados. En este
sentido, la defensa de la contención del gasto mediante la planificación, la regulación y la
coordinación vinculante por parte del Estado es contundente, pero de nuevo los neoliberales
se muestran profundamente desconfiados hacia este tipo de intervenciones.
Se presume que todos los agentes que actúan en el mercado tienen acceso a la misma
información. Igualmente, se presume que no existen asimetrías de poder o de
información que interfieran en la capacidad de los individuos para tomar decisiones
económicas racionales en su propio interés. En la práctica, raramente, si es que alguna
vez, se producen situaciones que se aproximen a esta situación, y ésto tiene notables
consecuencias87. Los jugadores mejor informados y más poderosos poseen una ventaja
que pueden fácilmente explotar para conseguir todavía más información y un mayor
poder relativo. Por otro lado, el establecimiento de derechos de propiedad intelectual (las
patentes) estimula el «predominio de la búsqueda de rentas». Los actores que poseen
derechos sobre patentes utilizan su poder monopolista para fijar precios monopolistas y
evitar la transferencia de tecnología, excepto a un coste muy elevado. Por lo tanto, con el
transcurso del tiempo, las relaciones de poder asimétricas tienden a incrementarse y no a
reducirse, a menos que el Estado intervenga para contrarrestarlas. La idea neoliberal de
87
J. Stiglitz, autor de The Roaring Nineties (Nueva York, Norton, 2003), obtuvo su Premio Nóbel por sus estudios sobre el
modo en las asimetrías de información afectaban al comportamiento y a los resultados del mercado.
75
un sistema de información perfecto y de un campo de juego equilibrado para la
competencia, parece o bien una utopía inocente, o bien una forma deliberada de
enmarañar los procesos que conducirán a la concentración de la riqueza y, por lo tanto, a
la restauración del poder de clase.
88
Véase, D. Harvey, The Condition of Posmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989, y D. Harvey, The Limits to Capital,
Oxford, Basil Blackwell, 1982.
76
cambio, en instituciones no democráticas ni políticamente responsables (como la
Reserva Federal o el FMI) para tomar decisiones determinantes. Ésto crea la paradoja de
una intensa intervención y gobierno por parte de elites y de “expertos” en un mundo en
el que se supone que el Estado no es intervencionista. Ésto recuerda el cuento utópico de
Francis Bacon titulado New Atlantis (publicado por primera vez en 1626), en el que
todas las decisiones cruciales son tomadas por un consejo de sabios ancianos. Así pues,
frente a los movimientos sociales que buscan intervenciones colectivas, el Estado
neoliberal se ve obligado a intervenir, en ocasiones de manera represiva, negando, por lo
tanto, las mismas libertades que supuestamente defiende. Sin embargo, en esta situación
puede desenfundarse un arma secreta, ya que la competencia internacional y la
globalización pueden ser utilizadas para disciplinar a los movimientos de oposición a la
agenda neoliberal dentro de Estados concretos. Si ésto fallara, el Estado debe entonces
recurrir a la persuasión, a la propaganda o, en caso necesario, a la fuerza bruta y al poder
policial para suprimir la oposición al neoliberalismo. Éste era precisamente el miedo de
Polanyi: que el proyecto utópico liberal (y por ende neoliberal) en última instancia sólo
podía sostenerse recurriendo al autoritarismo. La libertad de las masas se restringiría
para favorecer la libertad de unos pocos.
Hay dos ámbitos en particular en los que el impulso para restaurar el poder de clase,
tensa y en algunos aspectos llega incluso a voltear la teoría neoliberal cuando es llevada
a la práctica. La primera emerge de la necesidad de crear un «clima óptimo de negocios
o de inversión» para las pujas capitalistas. Aunque hay algunas condiciones, como la
estabilidad política o el respeto pleno de la ley y la imparcialidad en su aplicación, que
plausiblemente podrían ser consideradas «neutrales respecto a la clase», hay otras
manifiestamente parciales. Esta parcialidad emerge, en particular, del tratamiento de la
fuerza de trabajo y del medioambiente como meras mercancías. En caso de conflicto, el
Estado neoliberal típico tenderá a privilegiar un clima óptimo para las empresas frente a
77
los derechos colectivos (y la calidad de vida) de la fuerza de trabajo o frente a la
capacidad del medio ambiente para regenerarse. El segundo aspecto en el que se
manifiesta la parcialidad emerge porque en caso de conflicto el Estado neoliberal
favorece de manera invariable la integridad del sistema financiero y la solvencia de las
instituciones financieras sobre el bienestar de la población o la calidad medioambiental.
Estos sesgos sistemáticos no siempre resultan fáciles de distinguir dentro del revoltijo de
prácticas estatales divergentes y a menudo sumamente dispares. Las consideraciones
pragmáticas y oportunistas juegan un importante papel. El presidente Bush defiende los
mercados libres y el libre comercio, pero impuso aranceles al acero para alentar sus
oportunidades electorales (de manera satisfactoria, tal y como se demostró) en Ohio. Las
importaciones extranjeras se ven arbitrariamente limitadas mediante cuotas establecidas
con la finalidad de aplacar el descontento doméstico. Los europeos protegen la
agricultura por razones sociales, políticas e incluso estéticas, aunque insisten en el libre
mercado en todos los demás sectores. Se producen intervenciones estatales especiales
que favorecen intereses comerciales particulares (por ejemplo, la firma de acuerdos
sobre armamento) y los Estados extienden créditos de manera arbitraria a otros Estados
en aras a obtener acceso e influencia política en regiones sensibles desde el punto de
vista geopolítico (como en Oriente Próximo). Por todo este tipo de razones, sería en
efecto sorprendente constatar que incluso el más fundamentalista de los Estados
neoliberales, no se separa nunca de la ortodoxia neoliberal.
En otros casos, estas divergencias entre la teoría y la práctica pueden ser razonablemente
atribuidas a problemas friccionales de transición, que son reflejo de las diferentes formas
estatales existentes con anterioridad al giro neoliberal. Las condiciones que
prevalecieron en Europa central y del Este tras la caída del comunismo fueron muy
especiales, por ejemplo. La velocidad con la que se produjo la privatización bajo la
«terapia de choque»89, infligida sobre estos países en la década de 1990, creó enormes
tensiones que reverberan hasta el día de hoy. Los Estados socialdemócratas (como los de
Escandinavia y Gran Bretaña en el periodo inmediatamente posterior a la guerra) han
mantenido durante largo tiempo sectores clave de la economía como la atención
sanitaria, la educación e incluso la vivienda, fuera del mercado aduciendo que la
cobertura de las necesidades humanas básicas no debía mediarse a través de las fuerzas
del mercado y de un acceso limitado a las mismas en función de la capacidad de pago.
Aunque Margaret Thatcher se las arregló para transformar todo este sistema, los suecos
resistieron durante mucho tiempo, incluso ante enérgicas tentativas por parte de los
intereses de la clase capitalista para tomar el camino neoliberal. Por razones muy
diferentes, los Estados de los países en vías de desarrollo (tales como Singapur y otros
países asiáticos) se apoyan en el sector público y en la planificación estatal en estrecha
colaboración con el capital doméstico y corporativo (a menudo extranjero y
89
Sobre este concepto, Naomi Klein profundiza en su libro “La doctrina del shock: El auge del capitalismo de desastre”.
78
multinacional) para impulsar la acumulación de capital y el crecimiento económico90.
Los Estados de estos países suelen prestar una considerable atención a las
infraestructuras sociales así como también a las físicas. Esto implica políticas mucho
más igualitarias, por ejemplo, respecto al acceso a la educación y a la atención sanitaria.
La inversión estatal en educación se considera, por ejemplo, como un prerrequisito
crucial para ganar ventajas competitivas en el comercio mundial. Los Estados de los
países en vías de desarrollo se han tornado consecuentes con la neoliberalización hasta
el punto de que facilitan la competencia entre diversas compañías, corporaciones y
entidades territoriales, aceptan las reglas del libre comercio y se basan en mercados de
exportación abiertos. Sin embargo, practican un intervencionismo activo creando
infraestructuras que generan un clima óptimo para los negocios. Por lo tanto, la
neoliberalización abre posibilidades para que los Estados de los países en vías de
desarrollo fortalezcan su posición en la competencia internacional mediante el desarrollo
de nuevas estructuras de intervención estatal (tales como el apoyo a la investigación y el
desarrollo). Sin embargo, por la misma razón la neoliberalización crea igualmente
condiciones propicias para la formación de clase y, a medida que este poder de clase se
fortalece, aflora la tendencia (como ocurre, por ejemplo, en la Corea contemporánea) a
que esta clase pretenda liberarse de su dependencia del poder estatal y busque reorientar
este mismo poder en la dirección de las líneas marcadas por el neoliberalismo.
A medida que nuevos acuerdos institucionales vienen a definir las reglas del comercio
mundial -por ejemplo, la apertura de los mercados de capital es actualmente una
condición para la pertenencia al FMI o a al OMC-, los Estados de los países en vías
desarrollo se ven más arrastrados al redil neoliberal. Por ejemplo, uno de los efectos
principales de la crisis asiática de 1997-1998, fue llevar a los países en vías desarrollo a
acatar pautas más acordes al modelo de prácticas neoliberales. Y, tal y como hemos
visto en el caso británico, es difícil mantener una postura neoliberal externamente (por
ejemplo, facilitar las operaciones del capital financiero) sin aceptar un mínimo de
neoliberalización interna (Corea del Sur ha luchado exactamente contra este tipo de
presión en tiempos recientes). Pero los Estados de los países en vías de desarrollo no
están en absoluto convencidos de que la senda neoliberal sea la correcta, en particular, a
raíz de que aquellos (como Taiwán y China) que no habían liberado sus mercados de
capital padecieron en mucha menor intensidad el azote de la crisis de 1997-1998 que
aquellos que lo habían hecho91.
90
P. Evans, Embedded Autonomy. Status and Industrial Transformation, Princeton, Princeton University Press, 1995; R.
Wade, Governing the Market, Princeton, Princeton University Press, 1992; M. Woo Cummings (ed.), The Developmental
State, Ithaca (NY), Cornell University Press, 1999.
91
P. Henderson, “Uneven Crises. Institutional Foundation of East Asian Turmoil”, Economy and Society XXVIII, 3 (1999),
pp. 327-368.
79
Las prácticas contemporáneas relativas al capital financiero y a las instituciones
financieras constituyen, tal vez, el aspecto más difícil de conciliar con la ortodoxia
neoliberal. Los Estados neoliberales acostumbran a facilitar la propagación de la
influencia de las instituciones financieras a través de la desregulación pero, asimismo,
con demasiada frecuencia también garantizan la integridad y la solvencia de las
instituciones financieras sin importar en absoluto las consecuencias. Este compromiso se
deriva, en parte, (y de manera legítima en algunas versiones de la teoría neoliberal) de la
dependencia del monetarismo como base de la política estatal, ya que la integridad y la
solidez de la moneda es un piñón central de esta política. Pero, de manera paradójica,
ésto significa que el Estado neoliberal no puede tolerar que se produzcan errores
financieros masivos aunque hayan sido las instituciones financieras las que hayan
tomando una decisión equivocada. El Estado tiene que intervenir y sustituir el dinero
“malo” por su propio dinero supuestamente “bueno”; lo que explica la presión sobre los
bancos centrales para mantener la confianza en la solidez de la moneda. A menudo, el
poder estatal ha sido utilizado para rescatar a compañías o para prevenir quiebras
financieras, como ocurrió en la crisis de las cajas de ahorro estadounidenses de 1987-
1988, que tuvo un coste aproximado para los contribuyentes de 150.000 millones de
dólares, o la caída del hedge fund [fondo de inversión de alto riesgo] Long Term Capital
Management en 1997-1998, que costó 3.500 millones de dólares.
92
J. Stiglitz, The Roaring Nineties, cit., p. 227; P Hall, Governing the Economy. The Politics of State Intervention in Britain
and France, cit.; M. Fourcade-Gourinchas y S. Babb, «The Rebirth of the Liberal Creed. Paths to Neoliberalism in Four
Countries», American Journal of Sociology 108 (2002), pp. 542-549.
93
I. Vásquez, «The Brady Plan and Market-Based Solutions to Debt Crises››, The Cato Journal XVI, 2 (disponible online).
81
debajo de su precio ordinario (respaldadas por el FMI y por el Departamento del Tesoro
estadounidense) que garantizaban la devolución del resto de la deuda (en otras palabras,
se garantizaba a los acreedores el pago de la deuda a una tasa de 65 céntimos por dólar).
En 1994, cerca de 18 países (incluidos México, Brasil, Argentina, Venezuela, y
Uruguay) habían aceptado acuerdos en virtud de los cuales les eran condonados 60.000
millones de dólares de deuda. Por supuesto, la esperanza era que esta condonación de la
deuda desencadenara una recuperación económica que permitiera que el resto de la
deuda se saldara de la forma debida. El problema estribaba en que el FMI también se
aseguró de que todos los países que se aprovecharon de esta módica condonación de su
deuda (que muchos analistas consideraron mínima en relación a la que los bancos
podían permitirse) también asumían la obligación de tragarse la píldora envenenada de
las reformas institucionales neoliberales. La crisis del peso en México en 1995, la de
Brasil en 1998, y el absoluto desplome de la economía argentina en 2001 eran resultados
previsibles.
Finalmente, ésto nos lleva a la problemática cuestión del modo en que el Estado
neoliberal enfoca los mercados laborales. En el plano interno, el Estado neoliberal es
necesariamente hostil a toda forma de solidaridad social que entorpezca la acumulación
de capital. Por lo tanto, los sindicatos independientes u otros movimientos sociales
(como el socialismo municipal del tipo experimentado en el Consejo del Gran Londres),
que adquirieron un considerable poder bajo el liberalismo embridado, tienen que ser
disciplinados, cuando no destruidos, en nombre de la supuestamente sacrosanta libertad
individual del trabajador aislado. La «flexibilidad» se ha convertido en una consigna en
lo que se refiere a los mercados laborales. Es difícil sostener que el aumento de la
flexibilidad es algo negativo en términos absolutos, en particular ante prácticas
sindicales esclerotizadas y sumamente restrictivas. Así pues, hay reformistas con
convicciones de izquierdas que afirman de manera contundente que la «especialización
flexible» es un avance94. Aunque algunos trabajadores individuales puedan, sin duda,
beneficiarse de ésto, las asimetrías de poder y de información que emergen, unidas a la
falta de una movilidad libre y factible de la fuerza de trabajo (particularmente a través de
las fronteras estatales) colocan a los trabajadores en una situación de desventaja. La
especialización flexible puede ser aprovechada por el capital como un sencillo método
de obtener medios de acumulación más flexibles. Ambos términos -especialización
flexible y acumulación flexible- tienen connotaciones bastante diferentes95. El resultado
general se traduce en la disminución de los salarios, el aumento de la inseguridad laboral
y, en muchas instancias, la pérdida de los beneficios y de las formas de protección
laboral previamente existentes. Estas tendencias son fácilmente discernibles en todos los
Estados que han emprendido la senda neoliberal. Dado el violento ataque ejercido contra
todas las formas de organización obrera y contra los derechos laborales, y la gran
94
M. Piore y C. Sable, The Second Industrial Divide. Possibilities of Prosperity, Nueva York, Basic Books, 1986.
95
Véase, D. Harvey, The Condition of Posmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989.
82
dependencia de las masivas pero sumamente desorganizadas reservas de trabajadores
que podemos encontrar en países como China, Indonesia, India, México y Bangladesh,
se podría decir que el control de la fuerza de trabajo así como el mantenimiento de una
elevada tasa de explotación laboral, han sido un elemento central y una constante, de la
neoliberalización. La restauración o la formación del poder de clase se producen, como
siempre, a expensas de la fuerza de trabajo.
96
V. Navarro (ed.), The Political Economy of Social Inequalities. Consequences for Health and the Quality of Life,
Amityville (NY), Baywood, 2002.
83
crisis energética en California y que se hundió seguidamente en medio de un gran
escándalo por alterar su contabilidad. Por lo tanto, el cambio del gobierno (el poder
estatal por sí mismo) a la gobernanza (una configuración más amplia del Estado y de
elementos clave de la sociedad civil) ha venido marcado por el neoliberalismo97. A este
respecto, en líneas generales, puede decirse que las prácticas del Estado neoliberal y del
Estado de los países en desarrollo convergen.
97
P. McCarney y R. Stren, Governance on the Ground. Innovations and Discontinuities in the Cities of the Developing
World, Princeton, Woodrow Wilson Center Press, 2003; A. Dixit, Lawlessness and Economics. Alternative Modes of
Governance, Princeton, Princeton University Press, 2004.
84
llegar a costar miles de millones de dólares, es decir, una suma equivalente al
presupuesto anual de algunos pequeños países pobres), los resultados a menudo distan
de ser imparciales y favorecen a los que ostentan el poder económico. Los privilegios de
clase en la toma de decisiones dentro del poder judicial, se encuentran muy extendidos,
cuando no invaden todo el proceso98. No debería sorprender que los principales medios
de acción colectiva bajo el neoliberalismo se definan y se articulen a través de grupos no
electos (y en muchos casos dirigidos por la elite) de defensa de varios tipos de derechos.
En algunos casos, como en el campo de la protección de los consumidores, de los
derechos civiles o de los derechos de las personas discapacitadas, esos medios han
permitido alcanzar objetivos sustantivos. Las organizaciones no gubernamentales y los
movimientos de base popular también han crecido y proliferado de manera destacada
bajo el neoliberalismo, dando lugar a la creencia de que la oposición movilizada fuera
del aparato estatal y dentro de cierta entidad separada denominada «sociedad civil» es la
fuente de energía de la política opositora y de la transformación social99. El periodo en el
que el Estado neoliberal se ha tornado hegemónico ha sido también el período en el que
el concepto de sociedad civil -a menudo calificada como una entidad opuesta al poder
estatal- se ha convertido en un elemento central para la formulación de políticas
opositoras. La idea gramsciana del Estado como una unidad de la sociedad política y la
sociedad civil deja paso a la idea de la sociedad civil como un centro de oposición, sino
como fuente de una alternativa, al Estado.
Pero no todo marcha bien para el Estado neoliberal y por ello, en tanto que forma
política, parece mostrar un carácter o bien transitorio o bien inestable. El problema
radica en la creciente disparidad entre los objetivos públicos declarados del
neoliberalismo -el bienestar de todos- y sus consecuencias reales: la restauración del
poder de clase. Pero más allá de este hecho, reside toda una serie de contradicciones más
específicas que necesitan ser subrayadas.
98
R. Miliband, The State in Capitalist Society, Nueva York, Basic Books, 1969.
99
N. Rosenblum y R. Post (eds.), Civil Society and Government, Princeton, Princeton University Press, 2001; S. Chambers
y W. Kymlicka (eds.), Alternative Conceptions of Civil Society, Princeton, Princeton University Press, 2001.
100
K. Ohmae, The End of the Nation State. The Rise of the Regional Economies, Nueva York, Touchstone Press, 1996.
85
Por un lado, se espera que el Estado neoliberal ocupe el asiento trasero y simplemente
disponga el escenario para que el mercado funcione, por otro, se asume que adoptará una
actitud activa para crear un clima óptimo para los negocios y que actuará como una
entidad competitiva en la política global. En este último papel tiene que funcionar como
una entidad corporativa, y ésto plantea el problema de cómo asegurar la lealtad de los
ciudadanos. Una respuesta evidente es el nacionalismo, pero éste es profundamente
antagónico respecto a la agenda neoliberal. Este era el dilema de Margaret Thatcher, ya
que el único modo que tenía de ganar la reelección y de promover con mayor intensidad
las reformas neoliberales en el ámbito doméstico, era jugando la carta del nacionalismo
en la guerra de Falklands/Malvinas o, incluso de manera más significativa, en la
campaña contra la integración económica en Europa. Una y otra vez, ya sea en la Unión
Europea o en MERCOSUR (donde los nacionalismos brasileños y argentinos impiden la
integración), en el TLCAN101 o en la ASEAN, el nacionalismo requerido para que el
Estado funcione efectivamente como una entidad corporativa y competitiva en el
mercado mundial entorpece el camino de las libertades comerciales más generales.
El autoritarismo en la imposición del mercado a duras penas encaja con el ideario de las
libertades individuales. Cuanto más vira el neoliberalismo hacia lo primero, más difícil
se vuelve mantener su legitimidad respecto a lo segundo y más tiene que revelar sus
colores antidemocráticos. Esta contradicción es paralela a una creciente falta de simetría
en las relaciones de poder entre las corporaciones y las personas de a pie. Si el «poder
corporativo roba tu libertad personal», entonces la promesa del neoliberalismo se queda
en nada102. Ésto afecta a los individuos tanto en su lugar de trabajo como en su espacio
vital. Por ejemplo, se puede afirmar que la situación de una persona con respecto a los
sistemas de cobertura sanitaria es cuestión de responsabilidad y de opciones personales,
pero esta afirmación deja de ser sostenible cuando la única forma que se tiene de cubrir
las necesidades en el mercado es mediante el pago de primas exorbitantes a compañías
de seguros ineficientes, gigantescas y sumamente burocratizadas, pero también
altamente rentables. Cuando estas compañías tienen incluso el poder de definir nuevas
categorías de enfermedades para hacerlas coincidir con la aparición en el mercado de
nuevos medicamentos, hay algo que claramente no está funcionando como debiera103.
Tal y como vimos en el Capítulo 2, mantener la legitimidad y el consentimiento en estas
circunstancias se convierte en un juego de equilibrios mucho más complicado, que
puede venirse abajo fácilmente cuando las cosas empiezan a ir mal.
101
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, conocido también como TLC o como NAFTA, siglas en
inglés de North American Free Trade Agreement, o ALÉNA, del francés Accord de libre-échange nord-américain ) es un
bloque comercial entre Estados Unidos, Canadá y México que entró en vigor el 1 de enero de 1994 y establece una zona de
libre comercio. (Fuente: Wikipedia)
102
J. Court, Corporateering. How Corporate Power Steals your Personal Freedom, Nueva York, J. P. Tarcher/Putnam, 2003.
103
D. Healy, Let Them Eat Prozac. The Unhealthy Relationship Between the Pharmaceutical Industry and Depression,
Nueva York, New York University Press, 2004.
86
Aunque preservar la integridad del sistema financiero puede ser crucial, el
individualismo autoglorificador e irresponsable de sus operadores son fuente de
volatilidad especulativa, de escándalos financieros y de inestabilidad crónica. Los
escándalos de Wall Street y los fraudes contables destapados en los últimos años han
socavado la confianza y planteado serios problemas a las autoridades reguladoras acerca
de cómo y cuándo intervenir, tanto en el plano internacional como nacional. La libertad
de comercio a escala internacional, requiere la existencia de ciertas reglas de juego, y
ésto suscita la necesidad de cierto tipo de gobernanza global (por ejemplo, a través de la
OMC). La desregulación del sistema financiero abre la puerta a conductas que exigen
una regulación en aras a evitarse la crisis104.
104
W. Bello, N. Bullard, y M. Malhotra (eds.), Global Finance. New Thinking on Regulating Speculative Markets, Londres,
Zed Books, 2000.
105
Némesis: Mit. Diosa de la venganza y de la justicia distributiva en la mitología griega, se la considera enemiga de toda felicidad.
87
La globalización económica ha entrado en una nueva fase. Una creciente reacción
contra sus consecuencias, especialmente en las democracias de los países
industrializados, amenaza con tener un impacto desestabilizador en muchos países
sobre la actividad económica así como sobre la estabilidad social. El clima general
en estas democracias es de indefensión y de ansiedad, lo que ayuda a explicar el
auge de una nueva corriente de políticos populistas. No es difícil que ésto se
transforme en una insurrección106.
La respuesta neoconservadora
Si el Estado neoliberal es esencialmente inestable, entonces, ¿qué podría sustituirle? En
Estados Unidos hay señales de una respuesta propiamente neoconservadora a este
interrogante. En sus reflexiones sobre la historia reciente de China, Wang también
sugiere que en un plano teórico:
Al igual que los neoliberales que les precedieron, los «neocons»108 han alimentado
durante largo tiempo sus particulares lecturas del orden social en las universidades
(siendo particularmente influyente Leo Strauss en la Universidad de Chicago) y en
think-tanks generosamente financiados, así como también a través de influyentes
publicaciones (como Commentary)109. Los neoconservadores alientan el poder
106
K. Schwab y C. Srnadja, citado en D. Harvey, Spaces of Hope, Edinburgo, Edinburg University Press, 2000, p. 70 (ed
cast.: Espacios de esperanza, Madrid, «Cuestiones de antagonismo 16», Ediciones Akal, 2003.)
107
H. Wang, China´s New Order Society, Politics and Economy in Transition, Cambridge (MA), Harvard University Press,
2003, p. 44.
108
En referencia a los neoconservadores.
109
J. Mann, The Rise off the Vulcans. The History oƒ Bush´s War Cabinet, Nueva York, Viking Books, 2004; S. Drury, Leo
Strauss and the American Right, Nueva York, Palgrave MacMillan, 1999.
88
corporativo, la empresa privada y la restauración del poder de clase. Por lo tanto, el
neoconservadurismo concuerda totalmente con la agenda neoliberal del gobierno elitista,
la desconfianza hacia la democracia y el mantenimiento de las libertades de mercado.
No obstante, se aleja de los principios del neoliberalismo puro y ha reformulado las
prácticas neoliberales en dos aspectos fundamentales: primero, en su preocupación por
el orden como una respuesta al caos de los intereses individuales y, segundo, en su
preocupación por una moralidad arrogante como el aglutinante social que resulta
necesario para mantener seguro al Estado frente a peligros externos e internos.
Frente a esta situación, parece necesario implantar cierto grado de coerción social en
aras a restaurar el orden. Por lo tanto, los neoconservadores hacen hincapié en la
militarización en tanto que antídoto al caos de los intereses individuales. Por esta razón
son mucho más propensos a llamar la atención sobre las amenazas, ya sean reales o
imaginarias, y tanto domésticas como provenientes del exterior, a la integridad y a la
estabilidad de la nación. En Estados Unidos, ésto implica accionar lo que Hofstadter
describe como «el estilo paranoico de la política estadounidense», en el que la nación se
representa sitiada y amenazada por enemigos internos y externos110. Este estilo de hacer
política tiene una dilatada historia en Estados Unidos. El neoconservadurismo no es
nuevo, y desde la Segunda Guerra Mundial ha encontrado su hogar particular en el
poderoso complejo de la industria militar, que tiene intereses creados en la
militarización permanente. Pero el final de la Guerra Fría planteó el interrogante sobre
de dónde provendría la amenaza a la seguridad estadounidense. El islamismo radical y
China emergieron como los candidatos más probables en el frente externo, y los
movimientos de disidencia surgidos en su seno (los miembros de Rama Davidiana
masacrados en Waco, el movimiento de milicias que brindó socorro al atentado de
Oklahoma, los disturbios que estallaron en Los Ángeles tras la paliza a Rodney King y,
110
R. Hofstadter, The Paranoia Style in America Politics and Other Seáis, Cambridge (MA), Harvard University Press,
1996.
89
finalmente, los disturbios de Seatle en 1999) tenían que ser colocados en el punto de
mira interno mediante un fortalecimiento de la vigilancia y del seguimiento policial de
los mismos. La emergencia sumamente real de la amenaza del islamismo radical durante
la década de 1990, que culminó en los acontecimientos del 11 de septiembre, saltó
finalmente al primer plano como el elemento central de la declaración de una «guerra
contra el terrorismo» permanente que exigía una militarización tanto interna como en el
plano internacional para garantizar la seguridad de la nación. Aunque a todas luces era
preciso articular algún tipo de respuesta militar/policial a la amenaza evidenciada por los
dos ataques contra el World Trade Center de Nueva York, la llegada al poder de los
neoconservadores garantizaba una respuesta global y, en opinión de muchos,
extralimitada en el paso hacia una vasta militarización tanto en casa como en el
extranjero111.
111
D. Harvey, The New Imperialism, Oxford, Oxford University Press, 2003 [ed, cast.: El Nuevo imperialismo, Madrid,
“Cuestiones de antagonismo 26”, Ediciones Akal, 2004]
112
H.J. Chang, Globalisation, Economic Development and the Role of the State, Londres, Zed Books, 2003.
113
M. Kaldor, New and Old Wars. Organizad Violence in a Global Era, Cambridge, Polity, 1999, p. 130.
90
Pero el mejor modo de comprender los valores morales que actualmente ocupan el papel
más importante para los neoconservadores es atendiendo al hecho de que son el
producto de la particular coalición forjada en la década de 1970 entre la elite y los
intereses financieros unidos con la intención principal de restaurar su poder de clase, por
un lado, y una base electoral integrada en la «mayoría moral» de la desengañada clase
obrera blanca, por otro. Los valores morales se concentraron en el nacionalismo cultural,
la superioridad moral, el cristianismo (de un determinado tipo evangélico), los valores
familiares en relación con cuestiones como el derecho a la vida y en el antagonismo
respecto a los nuevos movimientos sociales, como el feminismo, los derechos de los
homosexuales, la acción afirmativa o el ecologismo. Si bien durante la era reaganiana
esta alianza fue eminentemente táctica, el desorden doméstico de los años de Clinton
convirtió el debate sobre los valores morales en el eje del republicanismo de Bush hijo.
Actualmente, constituye el centro de gravedad de la agenda moral del movimiento
neoconservador114.
Pero no sería acertado considerar este giro neoconservador como un rasgo excepcional o
particular de Estados Unidos, aunque puedan estar funcionando en este país elementos
específicos que no están presentes en otros lugares, aquí esta afirmación de los valores
morales se apoya de manera considerable en apelaciones a los ideales ligados, entre
otras cosas, a la nación, a la religión, a la historia o a la tradición cultural, y en ningún
caso estos ideales se ciñen a este país. Este hecho coloca nuevamente en el centro del
análisis, y de manera más acusada, uno de los aspectos más problemáticos de la
neoliberalización, ésto es, la curiosa relación entre el Estado y la nación, En principio, la
teoría neoliberal no mira con buenos ojos a la nación, aún cuando defiende la idea de un
Estado fuerte. El cordón umbilical que une al Estado y a la nación bajo el liberalismo
embridado, ha de ser cortado si se quiere que el neoliberalismo pueda madurar. Esta
afirmación se torna especialmente cierta si pensamos en algunos Estados, como México
y Francia, que adoptan una forma corporativista. E1 Partido Revolucionario Institucional
de México había defendido durante un largo periodo de tiempo el lema de la unidad
entre el Estado y la nación, pero esta defensa hizo aguas de manera progresiva, e hizo,
incluso, que buena parte de la nación se volviese contra el Estado a raíz de las reformas
neoliberales adoptadas durante la década de 1990. Por supuesto, el nacionalismo ha sido
un rasgo secular de la economía global y efectivamente sería extraño que hubiera
desaparecido sin dejar rastro como resultado de las reformas neoliberales; de hecho, en
cierta medida ha revivido como oposición a las consecuencias que ha acarreado el
proceso de neoliberalización. El ascenso de los partidos de derecha de corte fascista en
Europa, que expresan fuertes sentimientos en contra de la población inmigrante, es un
claro ejemplo de ello. Más lamentable fue, si cabe, el nacionalismo étnico que estalló al
114
T. Frank, What`s the Matter with Kansas. How Conservatives Won the Hearts of America, Nueva York, Metropolitan
Books, 2004.
91
calor del desplome económico de Indonesia y que concluyó con un brutal ataque contra
la minoría china en aquél país.
Sin embargo, tal y como hemos visto, el Estado neoliberal necesita cierta forma de
nacionalismo para sobrevivir. Empujado a operar como un agente competitivo en el
mercado mundial y pretendiendo establecer el mejor clima posible para los negocios, el
Estado neoliberal moviliza el nacionalismo en sus esfuerzos por alcanzar el éxito. La
competitividad produce ganadores y perdedores efímeros en la lucha global por alcanzar
una determinada posición y este hecho, en sí mismo, puede ser una fuente de orgullo, o
de examen de conciencia, nacional. Igualmente, ésto se pone de manifiesto en el
nacionalismo que se genera alrededor de las competiciones deportivas que se celebran
entre diferentes países. En China, hay una abierta apelación al sentimiento nacionalista
en la lucha por obtener una posición (cuando no la hegemonía) en la economía global (al
igual que podemos ver en la intensidad de su programa de entrenamiento para los atletas
que competirán en los Juegos Olímpicos de Pekín). Tanto Corea del Sur como Japón se
encuentran asimismo desbordados por un sentimiento nacionalista y, en ambos casos,
este hecho puede ser considerado como un antídoto frente a la disolución de los antiguos
vínculos de solidaridad social bajo el impacto del neoliberalismo. En el seno de los
viejos Estados-nación (como Francia) que ahora constituyen la Unión Europea, se están
avivando fuertes corrientes de nacionalismo cultural. La religión y el nacionalismo
cultural también brindaron el aliento moral que durante los últimos años sostuvo el éxito
del Partido Nacionalista Hindú para poner en marcha las prácticas neoliberales en la
India. La invocación de valores morales en la revolución iraní y el posterior giro hacia el
autoritarismo, no han conllevado el abandono total de las prácticas basadas en el
mercado en este país, aunque la revolución apuntaba contra la decadencia del
individualismo desenfrenado de las relaciones mercantiles. Un impulso semejante
descansa detrás del viejo sentido de superioridad moral que invade países como
Singapur y Japón respecto a lo que ellos perciben como el individualismo decadente y el
multiculturalismo deslavazado de Estados Unidos. El ejemplo de Singapur es
particularmente ilustrativo. Ha combinado el neoliberalismo en el mercado con un poder
estatal draconiano, coercitivo y autoritario, mientras apela a vínculos de solidaridad
moral basados en los ideales nacionalistas de un Estado insular asediado (tras su
expulsión de la federación malaya), en los valores confucianos y, de manera más
reciente, en una versión propia de la ética cosmopolita apropiada a su actual posición en
el mundo del comercio internacional115. Especialmente interesante es, asimismo, el caso
británico. Margaret Thatcher, a través de la guerra de las Islas Falklands/Malvinas y de
su postura antagonista hacia Europa, invocó el sentimiento nacionalista para suscitar el
apoyo a su proyecto neoliberal, aunque la idea que animaba su visión era la de Inglaterra
115
Lee Kuan Yew, From Third World to First. The Sincapore Store, 1965-2000, Nueva York, Harper Collins, 2000.
92
y San Jorge, y no la del Reino Unido, lo que despertó la hostilidad de Escocia y de
Gales.
93
94
IV
Desarrollos geográficos
Desiguales
La competencia entre los diferentes territorios (Estados, regiones, o ciudades) por poseer
el mejor modelo de desarrollo económico o el mejor clima para los negocios era una
cuestión relativamente insignificante en la década de 1950 y de 1960. Este tipo de
contienda se intensificó en el sistema más fluido y abierto de relaciones comerciales que
se estableció después de 1970. Así pues, el progreso general de la neoliberalización se
ha visto crecientemente impelido a través de mecanismos de desarrollo geográfico
desigual. Los Estados o las regiones más prósperas presionan al resto para que sigan sus
pasos. Las innovaciones más rompedoras colocan a éste o aquél Estado (Japón,
Alemania, Taiwán, Estados Unidos o China), región (Silicon Valley, Baviera, la Terza
Italia, Bangalore, el delta del río Perla, o Bostwana), o incluso ciudad (Boston, San
Francisco, Shanghai, o Munich) en la vanguardia de la acumulación de capital. Pero las
ventajas competitivas en demasiadas ocasiones se revelan efímeras introduciendo una
extraordinaria volatilidad en el capitalismo global. Sin embargo, también es cierto que
los potentes impulsos hacia la neoliberalización han emanado de un reducido número de
epicentros de máxima importancia, o bien se han orquestado directamente desde ellos.
116
J. Peck, «Geography and Public Policy. Constructions of Neoliberalism», Progress in Human Geography XXVIII, 3
(2004), PP. 392-405.
96
A pesar de toda la retórica acerca de la recuperación de economías enfermas, ni Gran
Bretaña ni Estados Unidos alcanzaron elevados niveles de rendimiento económico en la
década de 1980, lo que indicaba que el neoliberalismo no era la respuesta a las súplicas de
los capitalistas. Indiscutiblemente, la inflación se redujo y las tasas de interés cayeron, pero
todo ello se consiguió a costa de soportar unas elevadas tasas de desempleo (que alcanzó
una media del 7,5 % en Estados Unidos durante los años de Reagan, y de más del 10 % en
la Gran Bretaña de Thatcher). Los recortes en el Estado del bienestar y en el gasto en
infraestructuras supusieron para muchos una disminución de su calidad de vida, El
resultado global fue una difícil combinación de bajo crecimiento y de creciente desigualdad
en la renta. Y en América Latina, azotada por la primera ola de neoliberalización forzada a
principios de la década de 1980, el resultado fue prácticamente toda una «década pérdida»
de estancamiento económico y de turbulencia política.
De hecho, la década de 1980 perteneció a Japón, a las economías de los «tigres» del este
de Asia y a Alemania Occidental, que desempeñaron el papel de motores competitivos
de la economía global. Su éxito, en ausencia de toda reforma neoliberal de gran
envergadura, torna difícil argumentar que la neoliberalización progresó en la escena
mundial en tanto que remedio de eficacia demostrada frente a estancamiento económico.
No cabe duda de que los bancos centrales de estos países siguieron por regla general una
línea monetarista (el Bundesbank de Alemania Occidental fue particularmente diligente
en combatir la inflación). Y las reducciones graduales en las barreras comerciales
crearon presiones sobre la competencia que dieron como resultado un proceso sutil de lo
que podría llamarse «neoliberalización progresiva», incluso en países generalmente
reticentes a la misma. El Acuerdo de Maastricht de 1991, por ejemplo, que en líneas
generales estableció un marco neoliberal para la organización interna de la Unión
Europea, no habría sido posible si los Estados que se habían comprometido con las
reformas neoliberales, como Gran Bretaña, no hubieran ejercido presión en este sentido.
En Alemania Occidental, sin embargo, los sindicatos conservaban su fuerza, el sistema
de protección social no se había debilitado y los niveles salariales seguían siendo
relativamente altos. Ésto estimuló un grado importante de innovación tecnológica que
mantuvo a este país en una posición holgadamente ventajosa en la competencia
internacional durante la década de 1980 (si bien también produjo paro tecnológico,
causado por la introducción de nuevas tecnologías en el sistema productivo). El
crecimiento impulsado por la exportación espoleó al país convirtiéndolo en un líder
global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o bien inexistentes y las
tasas de explotación laboral elevadas, pero la inversión estatal en la transformación
tecnológica y la fuerte relación entre las corporaciones y los bancos (una alianza que
también se demostró feliz en Alemania Occidental) generó en la década de 1980 un
sorprendente crecimiento económico impulsado por las exportaciones, en gran medida
en perjuicio de Gran Bretaña y de Estados Unidos. Por lo tanto, un crecimiento como el
que se produjo en la década de 1980, no dependía de la neoliberalización, excepto en el
sentido superficial de que la mayor apertura del comercio global y de los mercados,
97
proporcionaron un contexto en el que las experiencias de éxito basado en la exportación
protagonizadas por Japón, Alemania Occidental y los “tigres” asiáticos, pudieron
desarrollarse con más facilidad al hallarse en medio de una intensificada competencia
internacional. A finales de esa misma década, aquellos países que habían emprendido
una senda neoliberal más decidida, todavía parecían encontrarse en apuros económicos.
Era difícil no concluir que los regímenes de acumulación de Alemania Occidental y de
Asia merecían ser emulados. Muchos Estados europeos se resistieron, por lo tanto, a
efectuar reformas neoliberales y abrazaron el modelo de Alemania Occidental. En Asia,
el modelo japonés fue ampliamente emulado, primero, por el «grupo de los cuatro»
(Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, y Singapur) y, posteriormente, por Tailandia,
Malasia, Indonesia y Filipinas.
Los medios con los que podía ser transformado y restaurado el poder de clase fueron
desplegados gradual, pero desigualmente, durante la década de 1980 y se consolidaron
durante la de 1990. En este proceso fueron cruciales cuatro elementos. En primer lugar, el
giro a una financiarización más abierta que comenzó en la década de 1970 se aceleró
durante la de 1990. La inversión extranjera directa y las inversiones en cartera crecieron
rápidamente en todo el mundo capitalista. Pero su expansión fue desigual (figura 4.1), con
frecuencia en función de la existencia de un clima más óptimo para los negocios en un lugar
frente a otro. Los mercados financieros experimentaron una poderosa ola de innovación y
de desregulación a escala internacional. No sólo cobraron una importancia mucho mayor
como instrumentos de coordinación, sino que también proporcionaron las vías de obtención
y de acumulación de riqueza. En efecto, se convirtieron en los medios privilegiados para la
restauración del poder de clase. El estrecho vínculo entre las corporaciones y los bancos,
98
99
que había sido tan fructífero en Alemania Occidental y en Japón durante la década de
1980, se vio socavado y sustituido por una creciente conectividad entre las corporaciones
y los mercados financieros (las bolsas de valores). En este punto, Gran Bretaña y Estados
Unidos disfrutaban de ventaja. En la década de 1990, la economía japonesa cayó en
picada (arrastrada por el derrumbe de los mercados especulativos de bienes inmuebles y
del suelo) y el sector bancario se hallaba en un estado deplorable. La precipitada
unificación de Alemania, generó presiones internas, y la ventaja tecnológica que los
alemanes habían acaparado anteriormente, se vio disipada, tornando necesario poner a
prueba más seriamente su tradición socialdemócrata en aras de sobrevivir.
En segundo lugar, se verificó la creciente movilidad geográfica del capital. Esto se veía en
parte facilitado por el hecho prosaico, pero crucial, de la rápida reducción de los costes de
los transportes y las comunicaciones. La reducción gradual de las fronteras artificiales a la
circulación del capital y de las mercancías como los aranceles, los controles de divisas o,
todavía más sencillo, del tiempo de espera en las fronteras (cuya abolición en Europa tuvo
efectos espectaculares) también desempeñó un importante papel. Aunque existía un
considerable desequilibrio (los mercados japoneses permanecían sumamente protegidos,
por ejemplo) se produjo una fuerte tendencia general hacia la estandarización de las
transacciones comerciales a través de acuerdos internacionales que culminó en los
acuerdos de la Organización Mundial del Comercio que entraron en vigor en 1995 (en el
plazo de un año los habían ratificado más de un centenar de países). Esta mayor apertura a
los flujos de capital (ante todo estadounidenses, europeos y japoneses) presionó al resto de
Estados para que considerasen la calidad de su clima de negocios como una condición
decisiva de su éxito competitivo. En tanto que el FMI y el Banco Mundial tomaron
progresivamente el grado de neoliberalización de un país como índice para medir la
calidad de su clima de negocios, la presión sobre todos los Estados para llevar a cabo
reformas neoliberales no cesó de incrementarse117.
En tercer lugar, el complejo formado por Wall Street, el Fondo Monetario Internacional y
el Departamento del Tesoro estadounidense, que vino a dominar la política económica
durante los años de Clinton, fue capaz de convencer, embaucar y (gracias a los programas
de ajuste estructural administrados por el FMI) coaccionar a muchos Estados de los países
en vías de desarrollo para emprender la senda neoliberal118. Estados Unidos también
utilizó el cebo del acceso preferencial a su inmenso mercado de consumo para persuadir a
muchos países para que reformasen sus economías a lo largo de líneas neoliberales (en
ciertos casos a través de acuerdos comerciales bilaterales). Estas políticas ayudaron a
propiciar un periodo de prosperidad económica en Estados Unidos durante la década de
117
World Bank, World Development Report 2005. A Better Investment Climate for Everyone, Nueva York, Oxford
University Press, 2004.
118
P. Gowan, The Global Gamble. Washington´s Faustian Bid for World Dominante, Londres, Verso, 1999 (ed. cast.: La
apuesta por la globalización, Madrid, «Cuestiones de antagonismo 6», Ediciones Akal, 2000).
100
1990. Este país, surcando la ola de la innovación tecnológica que afianzó el auge de lo que
se denominó la «nueva economía», miraba al resto como si hubiera encontrado la
respuesta y sus políticas fueran dignas de emulación, aunque el nivel de pleno empleo
relativamente alcanzado implicara unos reducidos niveles retributivos en los que
disminuían los beneficios sociales (creció el número de personas sin seguro sanitario). La
flexibilidad de los mercados laborales y las reducciones en el sistema de provisión social
(la draconiana puesta a punto de Clinton del «sistema de bienestar tal y como lo
conocemos») comenzó a hacer efecto sobre la deuda estadounidense y ejercer una presión
competitiva en los mercados laborales más rígidos que prevalecían en la mayoría de los
países europeos (con la salvedad de Gran Bretaña) y en Japón. No obstante, el verdadero
secreto del éxito estadounidense consistió en que ahora era capaz de bombear elevadas
tasas de rentabilidad al país gracias a sus operaciones corporativas y financieras (tanto de
inversiones directas como de cartera) en el resto del mundo. Fue este flujo de tributo del
resto del mundo lo que financió gran parte de la abundancia alcanzada en Estados Unidos
durante la década de 1990 (figuras 1.8 y 1.9)119.
101
ningún tipo de restricción (aunque siempre con una cláusula de reserva sobre la
protección de los «intereses nacionales» más importantes), ya que ésto sentaba las bases
de la capacidad del poder financiero estadounidense, así como también de Europa y de
Japón, para exigir tributo al resto del mundo.
102
y las expectativas no descansan necesariamente en los puros hechos. No obstante, la
ausencia de regulación del proceso de financiarización que estaba en marcha, sin duda
comportaba un serio peligro de provocar crisis contagiosas. La «mentalidad de rebaño»
de los financieros (ninguno quiere ser el último en quedar vinculado a una moneda antes
de su devaluación) puede generar temores que con su mera aparición desencadenan su
cumplimiento. Y éstos podían manifestarse tanto de manera agresiva como defensiva.
Los especuladores de divisas ganaron miles de millones cuando empujaron a los
gobiernos europeos a aflojar el Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio (METC) en
julio de 1993; y en octubre de ese mismo año George Soros ganó, en solitario, casi 1.000
millones de dólares en dos semanas, apostando contra la capacidad de Gran Bretaña para
mantener la libra dentro de los límites fijados mediante ese mecanismo.
Entre 1997 y 1998 se puso a prueba el conjunto del todo el «régimen de acumulación del
este asiático» que había sido posibilitado por los «Estados de los países en vías de
desarrollo». Los efectos sociales fueron devastadores:
A medida que se agudizaba la crisis, el desempleo se disparaba, el PIB caía en picada y los bancos
cerraban. La tasa de desempleo se cuadriplicó en Corea, se triplicó en Tailandia, y se decuplicó en
Indonesia. En este país, casi el 15 % de los varones que en 1997 se encontraban trabajando, había
perdido sus empleos en agosto de 1998, y la devastación económica fue aún peor en las áreas
urbanas de la principal isla, Java. En Corea del Sur, la pobreza urbana prácticamente se triplicó, y
casi una cuarta parte de la población cayó en la indigencia; en Indonesia, la pobreza se duplicó [...].
En 1998, el PIB de Indonesia cayó el 13,1 por 100, en Corea, el 6,7 % y en Tailandia el 10,8 %.
Tres años después de la crisis, el PIB de Indonesia todavía se encontraba un 7,5 % por debajo del
nivel registrado antes de la misma, y el de Tailandia era un 2,3 % inferior124.
123
Baht: Moneda oficial de Tailandia.
124
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, Nueva York, Norton, 2002.
103
104
La explicación estándar de la crisis ofrecida por el FMI y por el Departamento del
Tesoro estadounidense culpaba a la excesiva intervención estatal y a unas relaciones
corruptas entre el Estado y los negocios («capitalismo de compadreo»). El remedio
consistía en una mayor neoliberalización. El Departamento del Tesoro y el Fondo
Monetario Internacional actuaron en consecuencia, con efectos desastrosos. De acuerdo
con la interpretación alternativa de lo ocurrido, en el centro de la crisis se hallaban la
impetuosa desregulación financiera y el no haber creado controles reguladores
adecuados, sobre unas inversiones de cartera especulativas e ingobernables. Las pruebas
que avalan esta última tesis son contundentes, puesto que los países que no habían
liberado sus mercados de capitales -Singapur, Taiwán, y China- se vieron afectados por
la crisis en mucha menor medida que los países que como Tailandia, Indonesia, Malasia,
y Filipinas sí lo habían hecho. Por otro lado, Malasia, el único país que ignoró los
mandatos del FMI y que impuso controles al capital se recuperó de manera más
rápida125. Asimismo, Corea del Sur, después de rechazar los consejos del FMI sobre la
reestructuración industrial y financiera, también experimentó una aceleración de su
recuperación. Por qué el FMI y el Departamento del Tesoro estadounidense continúan
insistiendo en que la neoliberalización es un aparente misterio. Las víctimas proponen
cada vez más una explicación conspirativa a las razones de la crisis:
El FMI dijo primero a los países asiáticos que abrieran sus mercados al capital a
corto plazo. Los países lo hicieron y el dinero afluyó a los mismos pero para
marcharse de manera igualmente repentina. Entonces, el FMI dijo que debían
elevarse los tipos de interés y llevarse a cabo una política de contracción
presupuestaria, lo que indujo una profunda recesión. Los precios de los activos se
desplomaron y el FMI instó a los países afectados a vender sus activos a precios de
ganga […]. Las ventas fueron gestionadas por las mismas instituciones financieras
que habían retirado su capital precipitando la crisis. Estos bancos obtuvieron en
aquel momento grandes comisiones por su trabajo en la venta o en la división de las
precarias compañías; al igual que habían obtenido grandes comisiones cuando en un
principio habían guiado el dinero hacia el país126.
125
P Henderson, «Uneven Crises. Institucional Foundation of East Asian Turmoil», Economy and Society XXVIII, 3
(1999), pp. 327-368; J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, cit., p. 99, comparte esta interpretación: «la liberalización
de las cuentas de capital fue el factor más importante que condujo a la crisis».
126
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, cit.
127
Hedge funds: (En inglés: Fondos de cobertura.) Un fondo de inversión libre, si bien tiende a utilizarse la denominación
«instrumento de inversión alternativa» es un instrumento financiero de inversión.
105
grado de apalancamiento, no iban a poder idear un ataque no sólo contra los gobiernos
del este y del sureste asiático, sino también contra las más prósperas compañías del
capitalismo global, simplemente negando la liquidez en cuanto surgiera la menor
dificultad? El flujo resultante de tributo hacia Wall Street fue inmenso, provocando el
aumento del precio de las acciones en un momento en el que las tasas de ahorro interior
en Estados Unidos caían de manera precipitada. Y después de que gran parte de la
región hubiera sido declarada en quiebra, pudo afluir de nuevo una oleada de inversión
extranjera directa para comprar compañías o (como en el caso de Daewoo) restos de
compañías perfectamente viables a precios de saldo. Stiglitz rechaza la interpretación
conspirativa y propone una explicación «más sencilla», aduciendo que el FMI estaba
simplemente «reflejando los intereses y la ideología de la comunidad financiera
occidental»128. Pero ignora el papel de los hedge funds, y en ningún momento se le
ocurre pensar que la creciente desigualdad social que él mismo crítica con tanta
frecuencia como subproducto de la neoliberalización, podría haber sido en todo
momento la raison d´être129 de esta crisis.
México
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue el único partido que gobernó México
desde 1929 hasta la elección de Vicente Fox en 2000. El partido creó un Estado
corporativista que se demostró hábil para organizar, cooptar, comprar y, en caso
necesario, suprimir los movimientos de oposición de los trabajadores, los campesinos y
las clases medias que habían constituido la base de la revolución. El PRI perseguía un
modelo de modernización y de desarrollo económico conducido por el Estado que se
concentraba principalmente en la sustitución de importaciones y en un vigoroso
comercio de exportación con Estados Unidos. Asimismo, había emergido un
significativo sector estatal en régimen de monopolio en el sector de los transportes, la
energía y los servicios públicos, así como también en algunas industrias básicas (como
el acero). En 1965 había comenzado la entrada controlada de capital extranjero bajo el
programa de las maquilas130, que permitió principalmente al capital estadounidense
producir en la zona fronteriza de México utilizando mano de obra barata, sin
limitaciones por ningún tipo de arancel o de restricción sobre la circulación de
128
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, cit.
129
Raison d´être: (Fr.: “Razón de ser”).
130
Maquila: Porción de grano, harina o aceite, que cobra el molinero por la molienda o cantidad de pan que cobra el panadero
por la cocción. En principio, la maquila es un derecho ganado por los trabajadores de ciertos oficios, pero en el presente texto,
se presenta como un recurso que el neoliberalismo ha hecho espurio y que cumple la función de abaratar mano de obra, en la
medida en que remplaza a parte o al total del sueldo. Por extensión, porción de un producto que cobra el obrero que lo produce.
106
mercancías. A pesar de registrar un desarrollo económico relativamente fuerte en las
décadas de 1950 y de 1960, los beneficios del crecimiento no se habían distribuido de
manera notable. México no era un buen ejemplo de liberalismo embridado, si bien
episódicas concesiones a los sectores inquietos de la sociedad (campesinos, obreros y
clases medias) servían en cierta medida para redistribuir la renta. La violenta supresión
del movimiento estudiantil que protestaba contra las desigualdades sociales en 1968 dejó
un amargo legado que hizo zozobrar la legitimidad del PRI. Pero el equilibrio de fuerzas
comenzó a cambiar en la década de 1970. Los intereses comerciales reforzaron su
posición independiente e intensificaron sus vínculos con el capital extranjero.
107
los intereses extranjeros, la apertura de los mercados internos al capital extranjero, la
disminución de las barreras arancelarias y la creación de mercados laborales más
flexibles. En 1984 el Banco mundial otorgó a un país, por primera vez en la historia, un
préstamo a cambio del compromiso de llevar a cabo reformas neoliberales estructurales.
De la Madrid abrió entonces México a la economía global integrándose en el GATT e
implementando un programa de austeridad económica. Los efectos fueron desgarradores:
Entre 1983 y 1988 la renta per cápita de México cayó a una tasa de un 5 % anual; el
valor de los salarios reales de los trabajadores cayó entre el 40 y el 50 %; la
inflación, que durante la década de 1960 había oscilado entre el 3 y el 4 % anual,
había crecido hasta contarse por decenas después de 1976, y en varios de aquellos
años arrojó cifras superiores al 100 % […]. Al mismo tiempo, debido a los
problemas presupuestarios del gobierno y a la reorientación del modelo económico
vigente en el país, el gasto estatal en bienes públicos decayó. Los subsidios a los
alimentos se restringieron a los sectores más pobres de la población, y la calidad de
la educación pública y de la asistencia sanitaria se estancó o se redujo133.
En Ciudad de México, en 1985, ésto hizo que los recursos fueran «tan escasos que el
gasto en los servicios urbanos esenciales de la capital se redujeran un 12 % en los
transportes, un 25 % en el agua potable, un 18 % en los servicios sanitarios y un 26 % en
la recogida de basuras»134. La ola de criminalidad que vino después, convirtió en una
década a Ciudad de México en una de las ciudades más peligrosas de América Latina, a
pesar de haber sido una de las más tranquilas. Así pues, se asistía a una reedición,
aunque en muchos aspectos con resultados más devastadores, de lo que había ocurrido
en la ciudad de Nueva York diez años antes. Mucho tiempo después, en un
acontecimiento simbólico, la ciudad de México adjudicó un contrato por valor de varios
millones de dólares a la asesoría de Giulliani para aleccionarle cómo abordar la cuestión
de la criminalidad.
De la Madrid pensó que una vía para escapar del quebradero del endeudamiento residía
en vender las empresas públicas y utilizar los ingresos resultantes para saldar la deuda
del país. Pero los pasos iniciales para la privatización fueron vacilantes y, a la vez,
relativamente menores. La privatización entrañaba la reestructuración en masa de las
relaciones laborales, y ésto desencadenó el conflicto. A finales de la década de 1980
estallaron encarnizadas luchas obreras que acabaron siendo reprimidas de manera
despiadada por el gobierno. El ataque contra la fuerza de trabajo organizada se
intensificó durante la presidencia de Salinas, que asumió el poder en 1988. Varios
líderes obreros fueron encarcelados tras ser acusados de corrupción y se colocaron
nuevos líderes más sumisos en las organizaciones obreras estratégicas bajo control del
133
C. Lomnitz-Adler, «The Depreciation of Life During Mexico City´s Transition into “The Crisis”», en J. Schneider y I.
Susser (eds.), Wounded Cities, Nueva York, Berg, 2004, pp. 47-70.
134
D, Davis, Urhan Leviathan. Mexico City in the Twentieth Century, Filadelfia, Temple University Press, 1994.
108
PRI. En más de una ocasión se recurrió al ejército para romper las huelgas, y el poder
independiente de la fuerza de trabajo organizada, ya escaso, mermó en cada ofensiva.
Salinas aceleró y formalizó el proceso de privatización. Se había formado en Estados
Unidos y acudía a economistas que también habían recibido allí su formación para
recabar consejo135. Su programa de desarrollo económico estaba redactado en un
lenguaje próximo a la ortodoxia neoliberal.
135
D. Macleod, Downsizing the State. Privatization and the Limits of Neoliberal Reform in Mexico, University Park,
Pennsylvania University Press, 2004.
136
Ibid, p. 71.
137
Ejido: (del latín “exitum”: Salida.) es una porción de tierra no cautiva y de uso público; también es considerada, en
algunos casos, como bien de propiedad del Estado o de los municipios; Para México, el ejido es una propiedad rural de uso
colectivo aún existente, y que fue de gran importancia en la vida agrícola de este país.
109
creció a pasos de gigante. La resistencia a la reforma del sistema del ejido fue, no
obstante, generalizada y varios grupos de campesinos apoyaron la rebelión zapatista que
estalló en Chiapas en 1994138.
138
J. Nash, Mayan Vìsion. The Quest ƒor Autonomy in an Age of Globalization, Nueva York, Routledge, 2001.
110
Después de firmar lo que se conoció como el Plan Brady para la condonación parcial de
la deuda en 1989, México tuvo que tragarse la píldora envenenada del FMI y llevar a
cabo una neoliberalización más profunda. El resultado fue la tequila crisis de 1995,
desencadenada, al igual que había ocurrido en 1982, por el aumento de los tipos de
interés por parte la Reserva Federal estadounidense. Ésto ejerció una presión
especulativa sobre el peso, que fue entonces devaluado. El problema era que,
previamente, México había recurrido demasiado alegremente a emitir deuda expresada
en dólares (denominada tesobonos) para incentivar la inversión extranjera, y tras de la
devaluación no podía movilizar suficientes dólares para reembolsarlos. El Congreso de
Estados Unidos se negó a prestar su ayuda, pero Clinton hizo uso de sus poderes al
frente del ejecutivo para reunir un paquete de 47.500 millones de dólares para rescatar al
país. Clinton temía una pérdida de puestos de trabajo en las industrias que exportaban a
México, la perspectiva de un incremento de la inmigración ilegal y, sobre todo, la
pérdida de legitimidad de la neoliberalización y de los acuerdos del TLCAN. Un
conveniente efecto secundario de la devaluación era que el capital estadounidense podía
entonces irrumpir en este país y comprar todo tipo de activos a precios de liquidación.
Mientras entonces únicamente uno de los bancos mexicanos privatizados en 1990 era de
propiedad extranjera, en el año 2000, veinticuatro de los treinta existentes en el país se
encontraban en manos foráneas. La exacción de tributo de México por parte de los
intereses de la clase capitalista extranjera se tornó entonces irrefrenable. Pero la
competitividad exterior también comenzó a ser un problema. México perdió un número
significativo de empleos en las maquilas después de 2000, cuando China se convirtió en
una ubicación mucho más barata y, por ende, preferida por muchas firmas extranjeras
dependientes de la contratación de fuerza de trabajo a bajo precio139.
En 1994 la lista de la revista Forbes de las personas más ricas del mundo reveló que
la reestructuración económica de México había producido veinticuatro millonarios.
De éstos, al menos diecisiete habían participado en el programa de privatización
comprando bancos, plantas siderúrgicas, refinerías de azúcar, hoteles y restaurantes,
plantas químicas y la empresa de telecomunicaciones, así como también habían
obtenido concesiones para controlar compañías dentro de sectores recientemente
139
Forero, «As China Gallops, Mexico Sees Factory Jobs Slip Away», The New York Times, 3 de septiembre de 2003, A3.
“México, rey durante mucho tiempo de las plantas de producción de bajo coste y exportador hacia Estados Unidos […] se
está viendo rápidamente suplantado por China y por sus cientos de millones de trabajadores de bajos salarios [. . .]. En total,
desde 2001, han cerrado 500 de las 3.700 maquiladoras existentes en México, lo que ha costado la pérdida de 218.000
empleos, según fuentes gubernamentales”. Informes recientes indican que el empleo en las maquilas se ha recuperado
gracias a la mejora de la eficacia y del aumento de la flexibilidad de las industrias, que son capaces de utilizar su proximidad a
Estados Unidos para asegurar un flujo constante de distribución de la producción, lo que permite a los minoristas minimizar los costes
derivados del mantenimiento de las existencias. Véase, E. Malkin, «A Boom Along the Border», The New York Times, 26 de agosto
de 2004, WI y W7.
111
privatizados de la economía, como los puertos, las autopistas de peaje, y la telefonía
móvil y de líneas telefónicas de larga distancia140.
Carlos Slim, el hombre más rico de México ocupaba el puesto número veinticuatro de la
lista de Forbes y controlaba cuatro de las veinticinco mayores empresas del país. Sus
intereses empresariales se expandieron más allá de las fronteras mexicanas y se convirtió
en un actor muy importante en el ámbito de las telecomunicaciones en toda América
Latina, así como en Estados Unidos. Su estrategia en el servicio de telefonía móvil se
hizo famosa: consistía en capturar y monopolizar los mercados más densos y ricos y
dejar sin servicio a los mercados de baja densidad y más pobres. En 2005 México
ocupaba la novena posición mundial (por delante de Arabia Saudita) en el número de
millonarios. Es debatible si podemos llamar a ésto, la restauración o la creación ex novo
del poder de clase. Sin lugar a dudas, en México se ha producido un ataque a la fuerza
de trabajo, al campesinado y al nivel de vida de la población. Su suerte fue empeorando
notablemente a medida que la riqueza se acumulaba tanto dentro de México como más
allá de sus fronteras en manos de un pequeño grupo de magnates respaldados por sus
aparatos de poder financiero y legal.
El derrumbe argentino
Argentina emergió de su periodo de dictadura militar con una enorme deuda rígidamente
encorsetada, en un sistema de gobierno corporativista, autoritario y básicamente
corrupto. La democratización se reveló una tarea difícil, pero en 1992 Carlos Menem
llegó al poder. A pesar de ser peronista, Menem emprendió la liberalización de la
economía, en parte para buscar el favor de Estados Unidos, pero también para
reestablecer las credenciales argentinas en la comunidad internacional tras las
revelaciones de la «guerra sucia» que mancillaban su reputación. Menem abrió el país al
comercio extranjero y al flujo de capitales, introdujo una mayor flexibilidad en los
mercados laborales, privatizó las compañías de propiedad estatal así como la seguridad
social, y vinculó el peso al dólar con objeto de mantener bajo control la inflación y
proporcionar seguridad a los inversores extranjeros. El desempleo aumentó ejerciendo
una presión descendente sobre los salarios, al tiempo que la elite utilizaba la
privatización para amasar nuevas fortunas. El dinero afluía en grandes cantidades al
país, que experimentó un periodo de prosperidad económica hasta que la crisis tequila
desbordó las fronteras mexicanas.
140
D. MacLeod, Downsizing the State. Privatization and the Limits of Neoliberal Reform in Mexico, cit., pp. 99-100; A.
Chua, World oƒ Fire. How Exporting Free Market democracy Breed: Ethnic Hatred and Global Instability, cit., pp. 61-63,
proporciona un breve análisis de las actividades de Carlos Slim.
112
En pocas semanas, el sistema bancario argentino perdió el 18 % de sus depósitos. La
economía que había crecido a una tasa media anual del 8 % entre la primera mitad
de la década de 1990 y la segunda mitad de 1994, cayó en una pronunciada recesión.
El Producto Interior Bruto se contrajo un 7,6 % entre el último trimestre de 1994 y
el primer trimestre de 1996 [...], la carga de los intereses debidos por el gobierno se
incrementó en más del 50 % entre 1994 y 1996. Se produjo una fuga masiva de
capitales y se redujo la reserva de divisas extranjeras141.
Pero ésto tampoco pudo restañar la fuga de capitales. En 2001, el sistema, bancario
argentino perdió más del 17 % de sus depósitos (14.500 millones de dólares). Sólo el 30
de noviembre tal vez se perdieron unos 2.000 millones de dólares. El FMI se negó a
conceder un crédito de emergencia aduciendo que Argentina no había corregido su
desequilibrio presupuestario. Argentina no estaba al corriente de sus deudas. El 1 de
diciembre el gobierno restringió la retirada de dinero de los bancos a 250 dólares a la
semana y supervisó todas las cuentas de transacciones extranjeras por un valor superior
a los 1.000 dólares. Los disturbios que se sucedieron dejaron un balance de veintisiete
personas muertas y la dimisión del presidente de la Rua, junto a Domingo Cavallo, el
arquitecto de su política económica. El 6 de enero de 2005, el nuevo presidente,
Duhalde, abandonó la vinculación al dólar y devaluó el peso. Pero también decidió
congelar todas las cuentas de ahorro por un valor superior a los 3.000 dólares y
eventualmente tratar los depósitos en dólares como si fueran pesos, reduciendo de este
141
S. Sharapura, «What Happened in Argentina?››, Chicago Business Online, 28 de mayo de 2002,
http://www.chibus.com/news/2002/05/28/Worldview
113
modo los ahorros a casi una tercera parte de su antiguo valor. 16.000 millones en poder
adquisitivo habían sido transferidos desde los ahorradores a los bancos y, por medio de
éstos, a la elite político-económica. Las consecuencias, en términos de malestar social,
fueron dramáticas y tuvieron grandes repercusiones. El desempleo se disparó y los
ingresos cayeron. Las fábricas paradas fueron ocupadas por trabajadores militantes y
puestas en funcionamiento, se establecieron comités de solidaridad vecinal para buscar
colectivamente los mejores medios para sobrevivir y los piqueteros (organizadores de
piquetes en las calles) cortaron las redes de transporte y se movilizaron alrededor de
demandas políticas fundamentales142.
Responsable ante una opinión popular que despreciaba totalmente a los bancos, a los
inversores extranjeros y al FMI, Kirchner, el recién elegido presidente populista que
sucedió a Duhalde, lo único que podía hacer era desairar al FMI y dejar a deber sus
88.000 millones de dólares en deudas y ofrecer de entrada a los ultrajados acreedores ser
pagados a una tasa de 25 céntimos por dólar143. Resulta interesante el hecho de que en el
equipo económico de Kirchner no hubiera ni un solo economista formado en Estados
Unidos. Su formación era local, y adoptaron la visión «heterodoxa» de que si bien el
pago de la deuda externa es un aspecto importante, no debía implicar un derrumbe de los
niveles de calidad de vida del país. En 2004 con evidentes signos de recuperación,
particularmente en la industria manufacturera gracias al aliento de la devaluación de la
moneda, el gran problema de Argentina es doblegar la feroz competencia de Brasil y, en
un futuro cercano, de China, cuando éste país adopte las reglas de la OMC y se le abran
las puertas de los mercados argentinos.
142
J. Petras y H. Velmeyer, System in Crisis. The Dinamics of Free Market Capitalism, Londres, Zed Books, 2003, pp. 87-110.
143
S. Soederberg, Contsting Global Governance in the South; Debt, Class, and the New Common Sense in Managing
Globalisation, Londres, Pluto Press, 2005.
144
J. Salerno, «Confiscatory Deflation. The case of Argentina», Ludwig von Mises Institute,
http://www.mises.org?fullstory.aspx?control=890
145
J. Petras y H. Velmeyer, System in Crisis. The Dinamics of Free Market Capitalism, cit.
114
Corea del Sur
Corea de Sur emergió de la guerra de 1950-1953 como un país devastado y con una
deplorable posición económica y una difícil situación geopolítica y territorial. El origen
de su vuelco económico suele situarse en el golpe militar de 1961 que llevó al poder al
general Park Cheng Hee. En 1960 la renta per cápita era inferior a los 100 dólares, pero
actualmente se mantiene por encima de los 12.000. Esta asombrosa actuación económica
a menudo se cita como el ejemplo perfecto de lo que cualquier Estado de un país en vías
de desarrollo podría hacer. Sin embargo, Corea del Sur tenía dos ventajas geopolíticas
de partida. El hecho de que el país estuviera en la línea de frente de la Guerra Fría hizo
que Estados Unidos estuviera dispuesto a brindarle su apoyo tanto militar como
económico, particularmente durante los primeros años. Pero, de manera menos evidente,
la relación ex colonial que mantenía con Japón le otorgaba beneficios de la más variada
índole, desde la familiaridad con las estrategias organizativas económicas y militares de
Japón (Park había sido entrenado en la Academia Militar Japonesa) hasta la asistencia
activa a este país para penetrar en los mercados extranjeros.
En 1960 Corea era todavía un país básicamente agrario. Bajo el gobierno dictatorial de
Park, la industrialización se convirtió en el objetivo del Estado. La clase capitalista era
débil pero en absoluto insignificante. Después de arrestar a los principales líderes
empresariales del país acusados de corrupción, Park alcanzó un estado de armonía con
ellos. Reformó la burocracia estatal, creo un Ministerio de Planificación Económica
(siguiendo el exitoso modelo japonés) y nacionalizó los bancos, con la finalidad de
ganar control sobre la asignación de créditos. Posteriormente, depositó su confianza
tanto en el vigor empresarial como en las estrategias de inversión de un naciente grupo
de capitalistas industriales que fueron invitados a enriquecerse en el transcurso de este
proceso”146. Durante los primeros años de la década de 1960, los industriales se
orientaron hacia la exportación porque Japón les utilizaba crecientemente como una
plataforma extraterritorial para reexportar sus propios bienes parcialmente
manufacturados al mercado estadounidense. Ésto hizo que florecieran las empresas
conjuntas con Japón. Los coreanos utilizaron a este país para obtener tecnología y
experiencia sobre los mercados extranjeros. El Estado coreano apoyó esta estrategia
hacia la exportación movilizando los ahorros internos, recompensando a las empresas
prósperas e incentivando su fusión en chaebols (grandes firmas integradas como
Hyundai, Daewoo y Samsung) a través de un acceso fácil a los créditos, de ventajas
fiscales, favoreciendo la adquisición de insumos, el control sobre la fuerza de trabajo y
el apoyo para acceder a mercados extranjeros (en particular, al estadounidense). Con el
armazón de una estrategia de desarrollo de la industria pesada (concentrada en la
146
V. Chibber, Locked in Place. State-Building and Late Industrialization in India, Princeton, Princeton University Press,
2003.
115
siderurgia, los astilleros, la electrónica, los automóviles y la maquinaria) varios chaebols
cambiaron su objeto y a partir de mediados de la década de 1970 se convirtieron en
actores globales en estos sectores industriales. Igualmente, se convirtieron en el centro
de poder de una clase capitalista doméstica cada vez más rica. El aumento progresivo de
su tamaño y de sus recursos (a mediados de la década de 1980 tres chaebols suponían
una tercera parte del producto nacional) hizo que la relación entre los chaebols y el
Estado se transformara. En lo años intermedios de la década de 1980, «ejercían
suficiente poder e influencia como para lanzar una exitosa campaña para el firme
desmantelamiento del impresionante aparato regulador estatal». Una vez dejada atrás su
dependencia del Estado, dada su consolidada posición en el comercio internacional y su
acceso independiente al crédito, la clase capitalista vino a inclinarse hacia su propia
versión de la neoliberalización147.
147
Ibid., p. 245.
116
recurrieron cada vez más al crédito de bancos extranjeros. Las empresas coreanas
adquirieron un elevado coeficiente de endeudamiento y, por lo tanto, se tornaron
vulnerables a cualquier subida intensa de los tipos de interés148. En la esfera interna,
Corea del Sur también tenía que tratar con el ascendente poder de la fuerza de trabajo
organizada. La industrialización conllevó un proceso igualmente masivo de
proletarización y de urbanización que favoreció la organización obrera. En los primeros
años, las organizaciones sindicales independientes fueron salvajemente reprimidas. En
1974 la masacre de los trabajadores en huelga de Kwangju condujo al asesinato de Park.
Los crecientes movimientos obreros y estudiantiles se pusieron a la cabeza de la
reivindicación de la democratización del país, que se vio formalmente satisfecha en
1987. La consolidación del poder sindical produjo un ascenso de los niveles salariales a
través de una feroz lucha de clases, que llego a hacer frente a una violenta represión por
parte del gobierno. La patronal quería mercados laborales más flexibles, pero los
sucesivos gobiernos encontraron difícil satisfacer esta demanda. La constitución y la
legalización de la democrática Confederación Sindical Coreana en 1995, confirmó el
creciente poder de la fuerza de trabajo organizada149.
148
R. Wade y F. Veneroso, “The Asian Crisis. The High Debt Model versus the Wall-Street-Treasury-IMF Complex”, New
Left Review 228 (1998), pp. 3-23.
149
M. Woo-Cummings, South Korean Ani-Americanism, Japan Policty Research Institute Working Paper 93 (julio, 2003).
150
Ibid., p. 5.
117
Corea, arrastrando a muchos chaebols así como también al propio país al borde de la
bancarrota151.
Estados Unidos no vio razones para brindar su apoyo financiero (la Guerra Fría había
terminado) y, en cambio, acató los dictados de Wall Street que llevaba tiempo
presionando a favor de la liberalización financiera por sus propias y específicas razones,
atinentes todas ellas a la rentabilidad. Stiglitz reconoció que los intereses nacionales de
Estados Unidos se estaban viendo sacrificados por las estrechas ganancias financieras de
Wall Street152. Cuando estalló la crisis asiática, el FMI alentó a Corea del Sur a elevar
sus tipos de interés para defender su moneda y al hacerlo precipitó su economía hacia
una recesión todavía más profunda. Ésto empujó a la quiebra a muchas compañías con
un elevado coeficiente de endeudamiento. Inmediatamente, se produjo una alta tasa de
desempleo, una caída de los niveles salariales y un numero aún mayor de quiebras de
chaebols (Daewoo se hundió, y Hyundai estuvo a punto). El gobierno apeló al FMI y a
Estados Unidos. A cambio de una operación de rescate de 55.000 millones de dólares,
accedió a abrir sus servicios financieros a la propiedad extranjera y a permitir a las
firmas extranjeras operar con total libertad. Los términos de esta ayuda no eran
convincentes y, diez días después, ante una inminente suspensión de pagos, tuvo que
alcanzarse otro acuerdo en el que los bancos acreedores reprogramaban la deuda coreana
(una «distribución del coste de la crisis entre los actores privados», en lugar de un
rescate por parte de organismos internacionales o estatales) a cambio de un control
completo privilegiado sobre la renta futura (con reminiscencias de la solución aplicada
en la ciudad de Nueva York). En consecuencia, los «coreanos soportaron quiebras
masivas de grandes y pequeñas empresas y una recesión que contrajo la renta nacional
un 7 %, haciendo caer el salario medio por trabajador un 10 % y subiendo la tasa de
desempleo a casi un 9 %»153. Este proceso nos enseña dos lecciones. En primer lugar,
«los coreanos aprendieron de la forma más dura posible que en el momento de su ruina
financiera, Estados Unidos había elegido favorecer sus parcos intereses»; en segundo
lugar, que Estados Unidos definía ahora sus intereses enteramente en términos de lo que
fuera más conveniente para Wall Street y para el capital financiero154. En efecto, la
alianza entre Wall Street, el Departamento del Tesoro estadounidense y el FMI, había
hecho a Corea del Sur lo que los bancos de inversión le habían hecho a la ciudad de
Nueva York a mediados de la década de 1970. La posterior reactivación de la economía
coreana (basada, en parte, en ignorar las recomendaciones del FMI sobre la
reestructuración, así como también en una situación mucho más apaciguada entre la
militancia obrera) ha aumentado, sobre todo, el flujo de tributo hacia las arcas de Wall
Street y, por lo tanto, ha incrementado la concentración de poder de clase de la elite en
151
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, cit.
152
Ibid., p. 130.
153
M. Woo Cummings (ed.), The Developmental State, Ithaca (NY), Cornell University Press, 1999.
154
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, cit.
118
Estados Unidos. El poder de los chaebols o bien ha quedado hecho añicos, o bien ha sido
reconstituido gracias a la entrada de capital extranjero en una oleada de fusiones y de
adquisiciones tramada por lo que de manera no muy amable ha venido a conocerse como
«capital buitre» procedente del exterior. La estructura de clase interna se encuentra en un
continuo cambio a medida que el capital surcoreano transforma sus relaciones tanto con
el Estado como con el mercado global. Pero detrás de ésto, los datos revelan que la
desigualdad de la renta y el empobrecimiento han subido como la espuma durante y
después de la crisis. La progresiva temporalidad y la flexibilización en las relaciones
laborales (particularmente perjudiciales para las mujeres), apoyada por otra nueva ronda
de represión estatal de la fuerza de trabajo y de los movimientos comunitarios, revela
una renovada ofensiva de clase contra los menos ricos que únicamente puede presagiar
las usuales consecuencias sobre la acumulación de poder de clase tanto dentro como
fuera del país.
Suecia
Probablemente en ninguna parte del mundo occidental el poder del capital se vio más
amenazado en la esfera democrática durante la década de 1970 que en Suecia.
Gobernado por los socialdemócratas desde la década de 1930, el equilibrio de fuerzas de
clase en este país se había estabilizado alrededor de una fuerte estructura sindical
centralizada, que mediante la negociación colectiva directa con la clase capitalista,
intervenía sobre los índices salariales, la protección social de los trabajadores, las
condiciones contractuales, y sobre todo tipo de materias relacionadas. En la esfera
política, el Estado del bienestar sueco se había organizado en torno a los ideales de un
socialismo redistributivo, con un sistema fiscal progresivo y medidas encaminadas a la
reducción de la desigualdad de la renta y de la pobreza. La clase capitalista, aunque
pequeña, era extremadamente poderosa. A diferencia de muchos otros Estados
socialdemócratas y dirigistas, Suecia se había abstenido de nacionalizar ninguno de los
enclaves privilegiados del mando económico (con la excepción del transporte y de los
servicios públicos). A pesar de existir multitud de pequeñas empresas, un reducido
número de familias poseía una porción desmesurada de los medios de producción.
A finales de la década de 1960, y al igual que en casi todas las sociedades capitalistas
avanzadas, la fuerza de trabajo era un hervidero de descontento que fue capaz de suscitar
una oleada de reformas normativas que doblegaron el poder del capital y que
extendieron el poder de los trabajadores hasta los propios centros de trabajo. La
propuesta que más amenazó a la clase capitalista fue el plan Rehn-Meidner. Una tasa del
20 % de los beneficios empresariales sería destinada a fondos de propiedad de los
asalariados, controlados por los sindicatos, que se reinvertirían en las empresas. La
medida acarrearía una reducción paulatina del peso de la propiedad privada y supondría
119
crear las bases para implantar un sistema productivo de propiedad colectiva y de gestión
por los representantes de los trabajadores. Ésto equivalía a un «asalto frontal a la
inviolabilidad de la propiedad privada». Por muy amables que hubieran sido los
términos del acuerdo de adquisición parcial, la clase capitalista estaba amenazada con su
aniquilamiento gradual en tanto que clase específica. Y respondió en consecuencia155.
Pero la medida más eficaz de todas fue la campaña de propaganda lanzada por los
empleadores. Utilizaron su control sobre el Premio Nóbel de Economía para consolidar
el neoliberalismo dentro del pensamiento económico sueco. Las antiguas quejas de
algunos intelectuales y profesionales del país en torno a los universalismos opresivos y a
las gravosas políticas fiscales del Estado sueco, fueron cultivadas de manera
perseverante a través de una corriente creciente de retórica elogiando las libertades y los
derechos individuales. Éstos debates reverberaron en todos los medios de comunicación
y ganaron una progresiva presencia en la imaginación popular. Además, el gabinete
estratégico de la patronal -el Centro de Estudios Empresariales y Políticos (SNS)-
financió una sólida investigación sobre las estructuras y perspectivas económicas (al
igual que el NBER en Estados Unidos) que una y otra vez demostró «científicamente» a
las elites políticas y a la opinión pública que el Estado del bienestar era la causa
fundamental del estancamiento económico156.
155
M. Blyth, Great Transformations. Economic Ideas and lnstitutional Change in the Twentieth Century, Cambridge,
Cambridge University Press, 2002.
156
Ibid., pp. 238-242.
120
El verdadero desplazamiento hacia el neoliberalismo se produjo con la elección de un
gobierno conservador en 1991. Pero el camino ya había sido preparado en parte por los
socialdemócratas, que se vieron progresivamente presionados para encontrar salidas al
estancamiento económico. Su implementación parcial de algunos aspectos de la agenda
neoliberal indicaba la aceptación de los persuasivos análisis del SNS. Era a la izquierda
y no a la derecha a la que ahora le faltaban las ideas. Se convenció a los sindicatos para
ejercer restricciones salariales en aras a aumentar los beneficios y estimular la inversión.
A finales de la década de 1980, ya se había producido la desregulación de la actividad
bancaria (que condujo a una clásica burbuja especulativa en la asignación de créditos y
en el mercado de la vivienda) y se habían introducido rebajas fiscales para los más ricos
(de nuevo, supuestamente, para estimular la inversión). El Banco Central (siempre
conservador) acabó reorientando su misión hacia la batalla contra la inflación en lugar
de atender al mantenimiento del pleno empleo. El estallido de la burbuja especulativa
del precio de los activos que siguió a la subida de los precios del petróleo en 1991 dio
pie a una fuga de capitales y a que diversas empresas domésticas se declararan en quiebra,
lo que costó caro al gobierno sueco. La culpa de la crisis se echó instintivamente a las
ineficiencias del Estado del bienestar y el gobierno conservador que llegó al poder
escuchó receptivo el plan diseñado por la Cámara de Comercio sueca para la privatización
íntegra del Estado de bienestar.
Blyth considera que los remedios propuestos eran plenamente inadecuados dadas las
circunstancias. En su opinión, el problema era el «cierre cognitivo», ésto es, la
incapacidad para pensar en cualquier medida de solución distinta de las que prescribía la
ortodoxia neoliberal. «Esta homogeneidad de los sujetos y de las ideas, acompañada de
la politización de las empresas, fue la que hizo que esas nuevas ideas se incorporaran a
la agenda y la que condujo finalmente a la transformación del liberalismo sueco». El
resultado práctico fue una grave depresión que en un plazo de dos años disminuyó la
producción y duplicó las tasas de desempleo. Ante la pérdida efectiva de la confianza de
la opinión pública en el gobierno, había que encontrar otra forma de sostener las
reformas neoliberales. La respuesta consistió en la adhesión a la Unión Europea, una
decisión que «como mejor se explique sea, tal vez, como un intento del mundo
empresarial y de los conservadores, de dejar que las instituciones y el ideario económico
de la Unión Europea alcanzaran mediante la convergencia internacional, lo que ellos no
habían podido hacer mediante una reforma doméstica». La adhesión a la Unión Europea
en 1993-1994 privó al Estado de muchas de las herramientas que anteriormente había
mantenido para combatir el desempleo y hacer avanzar el salario social157. En definitiva,
aunque los socialdemócratas regresaron al poder en 1994, el programa neoliberal basado
en la «reducción del déficit, el control de la inflación y el equilibrio presupuestario en
157
Ibid., pp. 229-230.
121
lugar de favorecer el pleno empleo y una distribución equitativa de la renta, se convirtió
en la piedra angular de la política macroeconómica»158. La privatización de las
pensiones y de las provisiones del sistema de bienestar se aceptó como un hecho
inevitable. Blyth interpreta este paso como un caso de «dependencia de la senda
seguida», es decir, el predominio de una cierta lógica previa de toma de decisiones que
se alimenta de las ideas hegemónicas se hace inevitable. El liberalismo embridado fue
erosionado pero en ningún caso desmantelado por completo. La opinión pública
continuó adherida de forma generalizada a sus estructuras del sistema de bienestar. La
desigualdad creció, ciertamente, pero en ningún caso hasta alcanzar los niveles
registrados en Estados Unidos o en Gran Bretaña. Los índices de pobreza continuaron
bajos y los niveles de provisión social se mantuvieron altos. Suecia es un ejemplo de lo
que podría llamarse «neoliberalización restringida» y su situación social, en términos
generales, superior, es un reflejo de ese hecho.
Fuerzas y flujos
Las evidencias reunidas en las páginas precedentes sugieren que el desarrollo desigual
fue tanto un resultado de la diversificación, de la innovación y de la competencia (en
ocasiones de tipo monopolista) entre modelos de gobiernos nacionales, regionales y en
algunas instancias incluso municipales, como una imposición por parte de alguna
potencia hegemónica externa como Estados Unidos. Un análisis más desgranado indica
que existe un amplio abanico de factores que afectan al grado de neoliberalización
alcanzado en cada caso concreto. Los análisis más convencionales de las fuerzas en
juego se concentran en cierta combinación formada por el poder de las ideas
neoliberales (se considera particularmente fuerte en los casos de Gran Bretaña y Chile),
por la necesidad de responder a crisis financieras de varios tipos (como en México y
Corea del Sur) y por un enfoque más pragmático de la reforma del aparato estatal (como
en Francia y en China) para mejorar la posición competitiva en el mercado global.
Aunque todos estos elementos han sido de cierta relevancia, la ausencia de todo análisis
de las fuerzas de clase que podrían estar operando en este proceso, es bastante
inquietante. La posibilidad, por ejemplo, de que las ideas dominantes pudieran ser las de
cierta clase dominante ni siquiera es considerada, a pesar de que hay evidencias
abrumadoras de que se han producido potentes intervenciones por parte de las elites
empresariales y de los intereses financieros en la producción de ideas y de ideología a
través de la inversión en think-tanks, en la formación de tecnócratas y en el dominio de
los medios de comunicación. La posibilidad de que las crisis financieras pudieran estar
causadas por una huelga de capital, una fuga de capitales o la especulación financiera, o
158
Ibíd., pp. 231-233.
122
de que sean urdidas deliberadamente para facilitar la acumulación por desposesión159, es
descartada como demasiado conspirativa, incluso ante innumerables indicios que hacen
sospechar la existencia de ataques especulativos coordinados sobre una moneda u otra.
Parece que necesitamos un marco algo más amplio para interpretar los complicados y
geográficamente desiguales caminos de la neoliberalización.
Asimismo, debemos prestar cierta atención a las condiciones contextuales y a los pactos
institucionales existentes en cada país, dado que éstos varían enormemente de Singapur
a México, Mozambique, Suecia o Gran Bretaña, así como a la facilidad de la conversión
al neoliberalismo que ha variado correspondientemente. El caso sudafricano es
particularmente alarmante. Tras su emergencia en medio de todas las esperanzas
generadas por la caída del apartheid, este país ansioso por reintegrarse en la economía
global fue en parte persuadido y en parte forzado por el FMI y por el BM a abrazar la
línea neoliberal, con el predecible resultado de que el apartheid económico actual,
ratifica en líneas generales el apartheid racial que le precedió160. El cambiante equilibrio
interno de fuerzas de clase en el seno de un Estado concreto a lo largo del tiempo
también ha sido un determinante decisivo. La neoliberalización ha afrontado barreras
férreas y en algunos casos inexpugnables, hasta el extremo de que la fuerza de trabajo
organizada ha conseguido mantener o adquirir (en el caso de Corea del Sur) una potente
presencia. Debilitar (como en Gran Bretaña y Estados Unidos), sortear (como en Suecia)
o aplastar de manera violenta (como en Chile) el poder de la fuerza de trabajo
organizada, es una precondición necesaria de la neoliberalización. Del mismo modo, la
neoliberalización ha dependido con frecuencia de una progresiva acumulación de poder,
de autonomía y de cohesión por parte de las empresas y de las corporaciones así como
de su capacidad, en tanto que clase, de ejercer presión sobre el poder estatal (como en
Estados Unidos y Suecia). El modo más fácil de ejercer esta capacidad es, de manera
directa, por medio de instituciones financieras, estrategias de mercado, huelga o fuga de
capitales, y, de manera indirecta, mediante mecanismos para influir en las elecciones, la
constitución de grupos de presión, el soborno y otras formas de corrupción o, de manera
más sutil, a través del control del poder de las ideas económicas. La intensidad con la
que el neoliberalismo se ha convertido en algo integrado en el sentido común del pueblo
en general ha variado en grado sumo en función de la fuerza de la creencia en el poder
de los vínculos de solidaridad social y en la importancia de las tradiciones de la
provisión social y de la responsabilidad social colectivas. Por lo tanto, las tradiciones
culturales y políticas que apuntalan el sentido común popular, han desempeñado un
papel en la diferenciación del grado de aceptación política de los ideales de la libertad
individual, y de las determinaciones del mercado libre frente a otras formas de
socialización.
159
Concepto desarrollado por David Harvey y desplegado más extensamente en la página 166 de este mismo libro.
160
P Bond, Elite Transition. From Apartheid to Neoliberalism in South Africa, Londres, Pluto Press, 2000; Against Global
Apartheid. South Africa Meets the World Bank, the IMF and International Finance, Londres, Zed Books, 2003.
123
Pero, quizá, el aspecto más interesante de la neoliberalización surge de la compleja
interacción existente entre las dinámicas internas y las fuerzas externas. Aunque en
ciertas circunstancias pueda razonablemente interpretarse que las segundas constituyen
el factor dominante, en la mayoría de los casos las relaciones son mucho más
intrincadas. En Chile, después de todo, fueron las clases altas las que solicitaron ayuda a
Estados Unidos para montar el golpe de Estado, y fueron ellas las que aceptaron la
reestructuración neoliberal como el camino que debía seguirse, si bien a partir de las
recomendaciones de un grupo de tecnócratas formados en Estados Unidos. En Suecia,
sin embargo, fue la patronal la que buscó la integración europea como un medio para
dejar bien atada la agenda neoliberal doméstica que se hallaba pendiendo de un hilo. Ni
siquiera los programas de reestructuración más draconianos del FMI tienen muchas
posibilidades de ser implantados en ningún país si no existe un mínimo de apoyo interno
por parte de algún actor implicado. En ocasiones, parece como si el FMI asumiera
meramente la responsabilidad de hacer lo que algunas fuerzas de clase internas quieren
hacer de todos modos. Y hay suficientes casos de rechazo con éxito de las
recomendaciones del FMI, como para sugerir que el complejo formado por el
Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Wall Street y el FMI no es tan
todopoderoso como en ocasiones se afirma. Es, únicamente, cuando la estructura de
poder interna se ha reducido a un caparazón vacío y cuando los pactos institucionales
internos se encuentran sumidos en un caos absoluto -bien por su derrumbe definitivo
(como en el caso de la ex Unión Soviética y de Europa central), bien a causa de guerras
civiles (como en Mozambique, Senegal, o Nicaragua) o bien debido a un debilidad
degenerativa (como en Filipinas)-, cuando vemos a poderes externos orquestar
libremente las reestructuraciones neoliberales. Y en estos casos, el índice de éxito tiende
precisamente a ser precario porque el neoliberalismo no pude funcionar sin un Estado
fuerte y sin un mercado y unas instituciones jurídicas fuertes.
Igualmente, es innegable que la carga que tienen todos los Estados de crear «un clima
óptimo para los negocios» con el fin de atraer y retener un capital geográficamente
móvil, ha influido de manera apreciable, particularmente en los países capitalistas
avanzados (como Francia). Pero el aspecto más sorprendente, es la forma en que la
neoliberalización y la creación de un buen clima para los negocios, han sido tratados de
manera tan frecuente como cosas equivalentes, tal y como ocurre en el Development
Report del Banco Mundial de 2004161. Si podemos decir que la neoliberalización
produce malestar social e inestabilidad política del tipo que hemos constatado en
Indonesia o en Argentina en los últimos años, o que produce depresión y restricciones en
el crecimiento de los mercados internos, entonces, con la misma facilidad podría decirse
que repele la inversión en lugar de estimularla162. Aunque se hayan implantado
161
Banco Mundial, World Development Report 2005.
162
J. Stiglitz, Globalization and its Discontents, cit., insiste con frecuencia sobre este punto.
124
sólidamente algunos aspectos de la política neoliberal, por ejemplo, respecto a la
flexibilización de los mercados laborales o a la liberalización financiera, no está claro
que ésto sea en sí mismo suficiente para cautivar al capital en busca de inversión. Y,
además, nos encontramos con el problema aún más grave de qué tipo de capital va a ser
atraído. El capital de cartera se siente tan fácilmente atraído por un boom especulativo,
como por la existencia de unos sólidos pactos institucionales o de unas buenas
infraestructuras susceptibles ambas de atraer industrias de alto valor añadido. Atraer
«capital buitre» difícilmente parece una empresa que merezca la pena, pero en efecto
ésto es lo que la neoliberalización ha conseguido con demasiada frecuencia (tal y como
algunos críticos, como Stiglitz, han reconocido francamente).
163
FRELIMO: (FREnte de LIberación de MOzambique) es un partido político de Mozambique cuya base de poder se
encuentra en la minoría shangaan. Es el partido ha gobernado el país desde su independencia en 1975.
164
J. Mittelman, Globalization Syndrome. Transformation and Resistance.
125
riqueza, actualmente existentes en los peldaños más altos del capitalismo, no se habían
visto desde la década de 1920. El flujo de tributo hacia los mayores centros financieros
del mundo, ha sido apabullante. Sin embargo, todavía más apabullante es la costumbre
de tratar todo ésto como meros, y en ocasiones, hasta desafortunados subproductos de la
neoliberalización. La idea misma de que ésto pudiera ser –sólo que pudiera ser– el
núcleo fundamental de aquello en lo que ha consistido de manera invariable la
neoliberalización, parece impensable. Una parte de la genialidad de la teoría neoliberal,
ha sido proporcionar una máscara benévola sembrada de deleitosas palabras como
libertad, capacidad de elección o derechos, para ocultar la terrible realidad de la
restauración o la reconstitución de un desnudo poder de clase, tanto a escala local como
transnacional pero, más particularmente, en los principales centros del capitalismo
global.
126
V
Neoliberalismo
«con características
chinas»
128
espacio para la apoteósica entrada e incorporación de China en el mercado mundial de
maneras que no hubieran sido posibles bajo el sistema de Bretton Woods. La
espectacular emergencia de China como una potencia económica global después de
1980, fue en parte una consecuencia imprevista del giro neoliberal en el mundo
capitalista avanzado.
Transformaciones internas
Este planteamiento no supone en absoluto disminuir la relevancia de la tortuosa senda
del movimiento de reformas internas habido dentro de la propia China. Lo que los
chinos tuvieron que aprender (y en cierta medida todavía están aprendiendo), entre otras
cosas, fue que el mercado poco puede hacer para transformar una economía si no se
produce una transformación paralela en las relaciones de clase, en el régimen de
propiedad privada y en todos los demás pactos institucionales que de manera
característica asientan la prosperidad de una economía capitalista. La evolución a lo
largo de este camino fue, por un lado, intermitente y, por otro, estuvo marcada de
manera frecuente por tensiones y crisis de las que ciertamente no estuvieron ausentes los
impulsos y también las amenazas del exterior. El hecho de si todo obedeció a una
planificación consciente aunque adaptativa («tantear las piedras mientras se cruza el
río», como Deng describió este proceso) o fue el desenlace, a espaldas de los políticos
del partido, de una lógica inexorable derivada de las premisas iniciales de las reformas
de mercado introducidas por Deng, será sin duda objeto de un largo debate166.
Lo que puede decirse con precisión es que China, al no tomar la senda de una «terapia de
choque» de privatización instantánea como la que posteriormente le endosaron a Rusia y a
los países centroeuropeos el FMI, el BM y el «Consenso de Washington» en la década de
1990, se las arregló para esquivar los desastres económicos que asolaron aquellos países. Al
tomar su propio y peculiar camino hacia el «socialismo con características chinas», o como
algunos ahora prefieren denominarlo, hacia «la privatización con características chinas»,
consiguió construir un modelo de economía de mercado manipulada por el Estado que
proporcionó un espectacular crecimiento económico (arrojando una tasa media de
crecimiento cercana al 10 % anual) y que ha aumentado de manera progresiva el nivel de
vida de una significativa porción de la población durante más de 20 años167. Pero las
reformas también conllevaron degradación medioambiental, desigualdad social y
eventualmente algo que de manera incómoda se parece a la reconstitución del poder de
clase capitalista.
166
Para esta última interpretación me apoyo en parte, aunque mi lectura no es tan rotunda como la de ellos, en Hart-Landsberg y
Burkett, con cuyo trabajo estoy especialmente en deuda en esta parte de mi estudio. Véase M. Hart-Lansdberg y P Burkett, China
and Socialism. Market Reforms and Class Struggle, Nueva York, 2004; Montly Review 56/3, Nueva York, 2004.
167
L. Chao, «Chinese Privatization. Between Plan and Market», Law and Contemporary Problems 63/13 (2000), pp. 13-62.
129
Resulta difícil dotar de sentido a los detalles de esta transformación a menos que se
cuente con un mapa aproximado de su senda general. Las políticas son difíciles de
desentrañar, por lo enmascaradas que están por los misterios de las luchas de poder
dentro de un Partido Comunista que estaba determinado detentar el poder en forma
exclusiva y singular. Las decisiones cardinales, ratificadas en los congresos del partido,
establecieron las bases de cada uno de los pasos tomados en la travesía de la
transformación. Sin embargo, es poco probable que el partido hubiera dado fácilmente el
visto bueno a la reconstitución activa del poder de clase capitalista en su mismo seno.
Casi con toda seguridad, abrazó las reformas económicas con el objetivo de acumular
riqueza y de modernizar su potencial tecnológico en aras a mejorar su capacidad para
manejar la disidencia interna, para defenderse mejor frente a una agresión externa y para
proyectar su poder hacia el exterior en la esfera de sus intereses geopolíticos inmediatos
en un este y sureste asiático en acelerado desarrollo. El desarrollo económico se
consideraba un medio para alcanzar esos objetivos y no un fin en sí mismo. Por otro
lado, la senda de desarrollo que en realidad se ha tomado parece corresponderse con el
objetivo de evitar la formación de cualquier bloque coherente de poder de clase
capitalista dentro de la propia China. La fuerte dependencia de la inversión extranjera
directa (una estrategia de desarrollo económico totalmente distinta a la adoptada por
Japón y Corea del Sur) ha mantenido el poder de propiedad de la clase capitalista fuera
de sus fronteras (cuadro 5.1) facilitando, en cierto modo, al menos en el caso chino, su
control por parte del Estado168. Las barreras impuestas sobre las inversiones de cartera
extranjeras limitan de manera efectiva los poderes del capital financiero internacional
sobre el Estado chino. La falta de disposición a permitir formas de intermediación
financiera distintas a la que realizan los bancos de propiedad estatal -como pueden ser
los mercados bursátiles y los mercados de capitales- priva al capital de una de sus armas
fundamentales de cara al poder estatal. El persistente empeño en mantener intactas las
estructuras del sistema de propiedad pública aún liberando la autonomía gerencial
devela, asimismo, la intención de impedir la formación de una clase capitalista.
Pero el partido también tenía que afrontar una batería de peliagudas disyuntivas. La
diáspora empresarial china proporcionaba conexiones externas esenciales y Hong Kong,
reabsorbida en la política china en 1997, ya se encontraba estructurada de acuerdo con
las líneas fundamentales del capitalismo. China tenía que transigir en ambos frentes, así
como también con las reglas neoliberales del comercio internacional establecidas a través
de la OMC, a la que China se sumó en 2001. Igualmente, comenzaron a emerger
reivindicaciones políticas a favor de la liberalización. Las protestas obreras se dotaron de
visibilidad en 1986. En 1989 alcanzaba su momento álgido un movimiento estudiantil de
solidaridad con los trabajadores pero que también expresaba sus propias reivindicaciones
168
Una defensa rotunda de esta cuestión aparece en Y. Huang, «Is China Playing by the Rules?», Congressional-Executive
Commission on China, http://www.cecc.gov/pages/hearings/092403/huang.php.
130
exigiendo mayores libertades. La tremenda tensión experimentada en la esfera política
que corría pareja con la neoliberalización económica, culminó en la masacre de los
estudiantes de la Plaza de Tiananmen. La violenta respuesta de Deng, ejecutada en
contra de los deseos del sector reformador del partido, indicaba claramente que la
neoliberalización de la economía no iba a venir acompañada de ningún progreso en el
campo de los derechos humanos, civiles o democráticos. Aunque la facción de Deng
reprimió a la facción política, aún tenía que iniciar otra ola de reformas neoliberales para
sobrevivir. Wang sintetiza del siguiente modo tales medidas:
Un envejecido Deng, se declaraba muy satisfecho tras comprobar con sus propios ojos el
efecto que había tenido en el desarrollo económico la apertura al exterior después de una
gira que realizó con este propósito por el sur del país en 1992. «Enriquecerse es
glorioso» manifestó, añadiendo: «¿Qué importa que el gato sea pelirrojo o sea negro
mientras cace ratones?» China se abrió en su totalidad a las fuerzas del mercado y del
capital extranjero, aunque todavía bajo el ojo vigilante del partido. En las áreas urbanas
se estimuló una democracia de consumo como una medida para atajar el descontento
social. El crecimiento económico basado en el mercado se aceleró entonces de maneras
que en ocasiones parecían estar más allá del control de partido.
Cuando Deng inició el proceso de reforma en 1978, prácticamente todo aquello que
había de relevancia en China entraba dentro del sector estatal. Las empresas de
propiedad pública dominaban los sectores más importantes de la economía. A decir de la
mayoría, se trataba de empresas razonablemente rentables. No sólo ofrecían seguridad
en el empleo a sus trabajadores, sino una amplia gama de prestaciones a través del
sistema de pensiones y de otras formas de protección social (un sistema conocido como
«el cuenco de arroz garantizado» o el aseguramiento de un sustento por parte del
Estado). Además, debemos añadir la existencia de una variedad de empresas públicas de
dimensión local bajo control de los gobiernos provinciales, municipales o de ámbito
local inferior. El sector agrario se organizaba conforme a un sistema comunal, y la
mayoría de los análisis coinciden en considerarlo muy rezagado en cuanto a su
productividad y realmente necesitado de una reforma. Los pactos en materia de bienestar
169
H. Wang, China´s New Orden Society, Politics and Economy in Transition, Cambridge (MA), Harvard University Press, 2003, p. 44.
131
y de provisión social, se hallaban internalizados dentro de cada uno de los sectores,
aunque de manera irregular. Los habitantes de las áreas Rurales eran los menos
privilegiados y se mantenían separados de los habitantes de las zonas urbanas mediante
un peculiar sistema de permisos de residencia, que confería a los segundos, un
considerable número de derechos y beneficios de protección social que, sin embargo, se
les negaban a los primeros. Este sistema también contribuía a contener cualquier flujo
migratorio masivo del campo a las ciudades. Todos estos sectores se integraban en un
sistema de planificación estatal organizado en regiones en el que la asignación de los
objetivos productivos y la distribución de insumos se realizaba conforme a un plan. Los
bancos, de propiedad pública, existían en gran medida como un depósito de ahorros y
proporcionaban dinero de inversión al margen del presupuesto estatal.
Las empresas públicas se mantuvieron durante mucho tiempo como los pilares inalterables
del control de la economía por parte del Estado. La seguridad y los beneficios que conferían
132
a sus trabajadores, aún sujetos a un lento desmantelamiento, sirvieron para tender una red
de seguridad en materia de protección social que cubría a un segmento significativo de la
población durante muchos años. La creación de una economía de mercado más abierta se
produjo en torno a estas empresas mediante la disolución de las comunas agrícolas que
cedieron el paso a un «sistema de responsabilidad personal» individualizado. A partir de
los activos poseídos por las comunas se crearon empresas municipales, tanto en las
ciudades como en los pueblos, que se convirtieron en focos de cultura empresarial, de
prácticas laborales flexibles y de una abierta competencia mercantil. Se permitió el
nacimiento de todo un sector privado, en un principio circunscrito a la producción a
pequeña escala, al comercio y a las actividades relacionadas con los servicios, y con
limitaciones respecto al empleo de trabajo asalariado (que se fueron relajando
gradualmente). Finalmente, se produjo la llegada del capital extranjero, que alcanzó su
mayor afluencia durante la década de 1990. Si bien en un principio se encontraba
limitado a empresas conjuntas y a ciertas regiones, finalmente este capital se extendió
por todas partes aunque de manera desigual. El sistema bancario de propiedad pública
creció durante la década de 1980 y de manera paulatina sustituyó al Estado central en la
provisión de líneas de crédito a las empresas estatales, a las empresas municipales, y al
sector privado. Estos diferentes sectores económicos no evolucionaron de manera
independiente unos de otros. Las empresas municipales extrajeron su financiamiento
inicial del sector agrario, y sirvieron para proporcionar productos al mercado o para
suministrar insumos intermedios a las empresas estatales. Con el paso del tiempo, el
capital extranjero se integró en las empresas municipales y en las empresas estatales, y
el sector privado cobró mucha más importancia tanto de manera directa (bajo la forma
de propietarios) como indirecta (bajo la forma de socios). Cuando las empresas públicas
perdieron rentabilidad, los bancos les brindaron créditos de bajo coste. Y desde el
momento en que el mercado ganó fuerza y relevancia, el conjunto de la economía se
desplazó hacia una estructura neoliberal170.
Consideremos, pues, de qué modo evolucionaron a lo largo del tiempo cada uno de éstos
diversos sectores. En lo que atañe a la agricultura, a principios de la década de 1980 se
otorgó a los campesinos el derecho a utilizar las tierras comunales bajo un sistema de
«responsabilidad personal». En un principio, podían vender en el mercado libre los
excedentes de la producción (una vez superados los objetivos marcados en la comuna)
sin ajustarse a los precios controlados por el Estado. A finales de la década de 1980, las
comunas se habían disuelto por completo. Aunque los campesinos no podían ser
formalmente propietarios de las tierras, podían alquilarlas y arrendarlas, contratar mano
de obra para trabajarlas y vender sus productos a precio de mercado (el sistema dual de
precios se vio eficazmente destruido). Como consecuencia, las rentas en el ámbito rural
aumentaron a una sorprendente tasa del 14 % anual y la producción experimentó un
170
D. Hale y L. Hale, «China Takes Off», Foreign Affairs 82/6, 2003, pp. 36-53.
133
crecimiento similar entre 1978 y 1984. A partir de entonces, los ingresos en el ámbito
rural se estancaron o incluso cayeron en términos reales (particularmente en 1995) en
todas las áreas excepto en determinadas pequeñas zonas y líneas de producción
exclusivas. La disparidad de los ingresos entre el ámbito rural y urbano experimentó un
acusado aumento. En las ciudades, la renta media que en 1985 apenas alcanzaba los 80
dólares anuales, se disparó hasta alcanzar los 1.000 dólares al año en 2004, mientras que en
el ámbito rural, el incremento experimentado en el mismo período fue de 50 hasta cerca de
300 dólares anuales. Por otro lado, la pérdida de los derechos sociales colectivos
previamente establecidos dentro de las comunas -a pesar de lo débiles que pudieran haber
sido- supuso que los campesinos tuvieran que afrontar onerosas tarifas para poder asistir a
las escuelas, obtener atención sanitaria o recibir otros servicios esenciales. Ésto no fue así
para la mayoría de los residentes permanentes de las ciudades, que también se vieron
favorecidos después de 1995 cuando una ley sobre bienes raíces urbanos les otorgó
derechos de propiedad sobre este tipo de bienes, posibilitándoles especular con el valor
de la propiedad. Actualmente, el diferencial entre la renta real urbana y la rural es, de
acuerdo a algunas estimaciones, mayor que en cualquier otro país del mundo171.
Empujados a tener que buscar trabajo en otra parte, los emigrantes rurales -muchos de
ellos, mujeres jóvenes- comenzaron entonces a inundar las ciudades -de manera ilegal y
careciendo de derechos de residencia- para formar una inmensa reserva de mano de obra
(una población «flotante» con un estatus legal indeterminado). Hoy China se encuentra
«en medio del mayor proceso de migración de masas que el mundo haya conocido
jamás», que «ya ha dejado pequeños los movimientos migratorios que conformaron
América y el mundo occidental moderno». Según informes oficiales, en China hay «114
millones de trabajadores inmigrantes que han abandonado las áreas rurales, de manera
temporal o por razones alimentarias, para trabajar en las ciudades», y expertos del
gobierno «predicen que esta cifra alcanzará los 300 millones en 2020, para llegar
finalmente a los 500 millones». Sólo en la ciudad de Shangai «viven 3 millones de
trabajadores inmigrantes, frente a los aproximadamente 4,5 millones de personas que se
cree que constituyeron el conjunto de la emigración irlandesa hacia América entre 1820 y
1930»172. Esta fuerza de trabajo es vulnerable a la superexplotación y ejerce una presión a
la baja en los salarios de los residentes legales de las ciudades. Pero la urbanización es
difícil de detener y las tasas de urbanización se mantienen en torno a un 15 % anual.
Dada la falta de dinamismo en el sector rural, hoy es una opinión común que cualesquiera
que sean los problemas existentes o futuros éstos serán resueltos en las ciudades o no se
resolverán en absoluto. Las remesas de dinero enviadas a las zonas rurales son
actualmente un elemento crucial en la supervivencia de las poblaciones de las mismas.
Las condiciones extremas del sector rural así como su inestabilidad están generando uno
171
J. Kahn y J. Yardley, «Amid China's Boom, No Helping Hand for Young Qingming», The New York Times, 1 de agosto
de 2004, A1 y A6.
172
J. Yardley, «In a Nidal Wave, China's Masses Pour from Farm to City», The New York Times, 12 de septiembre de 2004
134
de los problemas más serios a los que se enfrenta en estos momentos el gobierno
chino173.
Los análisis sobre el objeto concreto de estas empresas municipales varían enormemente.
Algunos autores demuestran que realizaban operaciones privadas «en todo, salvo en el
nombre», explotando mano de obra rural o inmigrante a un coste insignificante –
particularmente de mujeres jóvenes– y operando al margen de todo tipo de regulación. A
menudo abonaban salarios paupérrimos y no ofrecían asistencia social ni protección
legal alguna. No obstante, algunas otorgaban una limitada protección social y beneficios
económicos así como también condiciones laborales en el marco de la legalidad. En el
caos de la transición emergieron todo tipo de diferencias, las cuales con frecuencia
habían tenido manifestaciones locales y regionales175.
173
J. Kahn y J. Yardley, «Amid China's Boom, No Helping Hand for Young Qingming», cit.
174
S. Stevenson, Reforming State-Owned enterprises. Past Lessons for Current Problems, Washington DC, George
Washington University, http://www.gwu.edu/-ylowrey/stevensonc.httml (Online)
175
M. Hart-Lansdberg y P Burkett, China and Socialism. Market Reforms and Class Struggle, Nueva York, 2004; Montly
Review 56/3, Nueva York, 2004; S.-M. Li y W-S. Tang, China`s Regions, Polity and Economy, Hong Kong, Chinese
University Press, 2000.
135
Durante la década de 1980 quedó claro que la mayor parte de la espectacular tasa de
crecimiento de China estaba siendo impulsada desde fuera del sector público
empresarial. Durante el periodo revolucionario las empresas estatales proporcionaban
seguridad en el empleo y protección social a los miembros de la población activa, pero
en 1983 se les permitió utilizar «personal contratado» por un periodo limitado de tiempo
y sin protección social176. Igualmente, se les garantizó una mayor autonomía en la
gestión respecto a la propiedad estatal. Los gestores podían reservarse un cierto
porcentaje de los beneficios y vender toda la producción excedente a precios de
mercado, una vez alcanzados sus objetivos. Estos eran mucho más elevados que los
precios oficiales y, de este modo, se estableció un farragoso sistema dual de fijación de
precios que acabó siendo efímero. A pesar de estos incentivos, las empresas estatales no
prosperaron. Muchas de ellas eran presas del endeudamiento y tuvieron que ser
socorridas bien por el gobierno central o bien por los bancos estatales, que fueron
alentados a prestarles el dinero en condiciones ventajosas. Esto último creó graves
176
M. Hart-Lansdberg y R Burkett, China and Socialism. Market Reforms and Class Struggle, cit.
136
problemas a los bancos cuando se constató que el volumen de créditos incobrados
experimentaba un crecimiento exponencial. Se desencadenó entonces una notable
presión para llevar a cabo una reforma más en profundidad de este tipo de empresas.
Así, en 1995, el Estado decidió «convertir un grupo seleccionado de empresas estatales
de tamaño medio y grande en compañías de responsabilidad limitada o de capital
dividido en acciones». Las primeras tendrían «entre dos y cincuenta propietarios de
participaciones» y las segundas tendrían «más de cincuenta accionistas y podrían ofertar
emisiones públicas». Un año más tarde, se anunció un programa mucho más extenso de
corporativización en el que exceptuando a las empresas estatales más importantes, todas
las restantes serían convertidas en «cooperativas de capital dividido en participaciones»
en el que todos los empleados tenían el derecho nominal a comprar parte de las mismas.
En la década de 1990 se sucedieron oleadas de privatización/conversión de empresas
estatales, de modo que en 2002 éstos sólo representaban el 14 % del total del empleo en
el sector industrial, frente al porcentaje del 40 % que habían representado en 1990. Los
pasos más recientes han consistido en abrir tanto las empresas municipales como las
estatales a la propiedad extranjera plena177.
177
Véase ibid., y Global Policy Forum, Newslatter «China´s Privatization». http://www.globalpolicy.org.socecon/ffd/fdi/2003/1112chinaprivatization.
178
S.-M. Li y W-S. Tang, China`s Regions, Polity and Economy, cit., cap. 6
179
Ibid., p. 82
137
Posteriormente, el gobierno chino declaró varias «ciudades costeras», así como también
ciertas «regiones económicas», «abiertas» a la inversión extranjera (figura 5.1). Después
de 1995, abrió virtualmente la totalidad del país a todo tipo de inversiones extranjeras
directas; La oleada de quiebras que sacudió a algunas de las empresas municipales en el
sector manufacturero en 1997 y 1998 y que salpicó a muchas de las empresas estatales
en los principales centros urbanos, se reveló un punto de inflexión. El sistema de fijación
de precios basado en la competencia se predominó entonces sobre el proceso de
devolución de poderes desde el Estado central a los entes locales, convirtiéndose en la
dinámica esencial que propulsó la reestructuración de la economía. La consecuencia fue
herir gravemente, si no destruir, a muchas de las empresas públicas y crear una inmensa
138
masa de desempleados. En esos momentos, abundantes informes revelaban un
considerable grado de malestar entre la fuerza de trabajo (véase más adelante) y el
gobierno chino tuvo que afrontar el problema de absorber un gran excedente de mano de
obra si quería sobrevivir180. No podía depender exclusivamente de un influjo de
inversión extranjera directa en continua expansión para resolver el problema, por
importante que pudiera ser.
Desde 1998 los chinos han intentado resolver en parte este problema, optando por
inversiones en grandiosos mega proyectos destinados a transformar las infraestructuras
físicas del país financiados mediante el endeudamiento. Actualmente, está sobre la mesa un
proyecto (de un coste superior a los 60.000 millones de dólares) mucho más ambicioso
que la ya monumental presa de las Tres Gargantas diseñada para desviar el agua del río
Yangtze hacia el cauce del río Amarillo. Las asombrosas tasas de urbanización (no
menos de cuarenta y dos ciudades han crecido por encima de 1 millón de habitantes
desde 1992) exigen enormes inversiones de capital fijo. Las ciudades más importantes
han construido nuevos sistemas de metro y de autopistas, y existe la propuesta de
desarrollar 13.679,42 kilómetros de nuevas líneas ferroviarias para conectar el interior
del país con la zona costera, que constituye el centro del dinamismo económico, lo que
incluye la construcción de una línea de alta velocidad entre Shanghai y Pekín, así como
una conexión con Tibet. Asimismo, la celebración de los Juegos Olímpicos ha dado pie
a una gran inversión en Pekín. «China también se propone construir un sistema de
autopistas interestatal más extenso que el de América en tan sólo 15 años, a la vez que
prácticamente todas las grandes ciudades están construyendo o acaban de construir un
gran nuevo aeropuerto». Según las últimas informaciones, China cuenta con «más de
15.000 proyectos de construcción de autopistas que añadirán 162.000 kilómetros de
carreteras al país, es decir, los suficientes para rodear cuatro veces el planeta Tierra por
la línea del ecuador»181. Este esfuerzo es, en total, mucho mayor que el emprendido por
Estados Unidos durante las décadas de 1950 y 1960 para la construcción de su sistema
de autopistas interestatal y tiene el potencial de absorber los excedentes de capital y de
mano de obra existentes durante los próximos años. No obstante, está financiado a través
del déficit (siguiendo el clásico estilo keynesiano). También entraña elevados riesgos,
puesto que si las inversiones no recuperan el valor invertido en el tiempo previsto
rápidamente se produciría una crisis fiscal del Estado.
El acelerado proceso de urbanización proporciona una vía para absorber las masivas
reservas de mano de obra que han confluido en las ciudades procedentes de las áreas
rurales. Por ejemplo, Dongguang, una sencilla ciudad situada justo al norte de Hong
180
China Labor Watch, “Mainland China Jobless Situation Grim, Minister Says”, (Online), 18 de noviembre de 2004.
http://www.chinalaborwatch.org/en/web/article.php?article_id=50043
181
J. Kahn, «China Gambles on Big Proyects for its Stability», The New York Times, 13 de enero de 2003, Al y A8; K.
Bradsher, «Chinese Builders Buy Abroad», The New York Times, 2 de diciembre de 2003, W1 y W7; T. Fishman, «The
Chines Century», The New York Tïmes Magazine, 4 de Julio de 2004, pp. 24-51.
139
Kong ha crecido hasta convertirse en una urbe de 7 millones de habitantes en poco más
de veinte años. Pero «las autoridades de la ciudad no están satisfechas con su tasa de
crecimiento económico anual que se sitúa en un 23 %. Actualmente, dan los últimos
retoques a una enorme ciudad adyacente, completamente nueva, que esperan que atraiga
a 300.000 investigadores e ingenieros, la vanguardia de la nueva China»182.
También es el lugar de construcción del que se prevé que será el mayor centro comercial
del mundo (construido por un multimillonario chino, consta de siete zonas que
reproducen Ámsterdam, París, Roma, Venecia, Egipto, el Caribe, y California, y todas
están diseñadas con tal atención a los detalles que, según se dice, resultan indistinguibles
de los lugares reales).
Este nuevo rango de ciudades esta sumido en una feroz competición interurbana. En el
Delta del río Perla, por ejemplo, todas las ciudades intentan capturar a tantas empresas
como sea posible «mediante construcciones auxiliares a las de sus vecinos, a menudo
duplicando la oferta. A finales de la década de 1990 se construyeron cinco aeropuertos
internacionales en un radio de 100 kilómetros, y se está produciendo un auge similar en
materia de puertos y de puentes»183. Las provincias y las ciudades consiguen eludir los
esfuerzos de Pekín por sujetar las riendas de sus inversiones porque, entre otras razones,
tienen el poder de financiar sus propios proyectos vendiendo derechos para realizar
promociones inmobiliarias.
Durante la primera mitad de la década de 1990, cuando una «mentalidad de casino» inundó
el país, tanto los bancos como otras instituciones financieras concedieron financiación de
manera imprudente para promociones inmobiliarias masivas en todo el territorio de China.
Espacios de oficina de primera clase, villas de lujo así como ostentosas casas en las ciudades
y edificios de apartamentos brotaron de la noche a la mañana, no sólo en las ciudades más
importantes, como Pekín, Shanghai o Shenzhen, sino también en muchas pequeñas ciudades
provinciales y costeras [...]. La llamada «burbuja de Shangai» transformó esta ciudad antes
anodina en una de las metrópolis más glamorosas del mundo. A finales de 1995 Shanghai se
vanagloriaba de poseer un millar de rascacielos, varios cientos de hoteles de cinco estrellas,
más de 1.250.000 metros cuadrados de espacio de oficinas -cinco veces los
aproximadamente 250.000 metros cuadrados de 1994- y un «caliente mercado» de bienes
raíces que estaba incrementando el espacio disponible a una tasa más elevada que la de
Nueva York [...]. A finales de 1996 la burbuja había explotado en gran medida debido a una
ineficiente asignación de los recursos y al exceso de capacidad que se había generado184.
182
H. French, «New Boomtowns Change Path of Chinas's Growth», The New York Times, 28 de Julio de 2004, A1 y A8.
183
K. Bradsher, «Big China Trade Brings Port War», The International Herald Tribune, 27 de enero de 2003, p.12.
184
S. Sharma, «Stability Amidst Turmoil. China and the Asian Financial Crisis», Asia Quarterly (invierno 2000).
www.fas.harvard.edu/-asiactr/haq/2000001/0001a006.htm.
140
Pero este auge retomó su camino de manera todavía más vigorosa a finales de la década
de 1990, únicamente para verse seguido de rumores acerca de un exceso de edificación
en los mercados urbanos más importantes en 2004185.
Detrás de buena parte de este proceso descansa el papel financiero del sistema bancario
chino, en su mayoría propiedad estatal. Este sector se expandió rápidamente a partir de
1985. En 1993, por ejemplo, el número de sucursales de los bancos estatales había crecido
«de 60.785 a 143.796 y él número de empleados aumentado de 973.355 a 1.893.957.
Durante el mismo periodo los depósitos se incrementaron desde 427.300 millones de
yuanes (51.600 millones de dólares) a 2,3 billones de yuanes, mientras que el total de
créditos ascendió de 590.500 millones a 2,3 billones de yuanes»186. En aquél momento,
los desembolsos excedieron el presupuesto para gastos del gobierno en cinco veces. Una
gran cantidad de dinero fue destinada a enjugar las pérdidas de las empresas estatales y
claramente los bancos «jugaron un papel principal en la creación de “burbujas de activos”,
especialmente en el volátil sector inmobiliario y de la construcción». Los créditos de
dudoso cobro se convirtieron en un problema y al final el gobierno central tuvo que gastar
«casi tanto en amortizar estos créditos» como Estados Unidos en rescatar a las cajas de
ahorro en 1987 (el coste de la operación de rescate fue de 123.800 millones de dólares de
fondos públicos y 29.100 millones más en concepto de depósitos suplementarios en
primas de seguros de las instituciones financieras). En 2003, por ejemplo, China anunció
una compleja transferencia de 45.000 millones de sus reservas de divisas extranjeras a dos
grandes bancos del gobierno, en lo que era la «tercera mayor operación de rescate habida
en el sistema bancario en menos de 6 años»187. Aunque la cartera de créditos impagados
equivalía aproximadamente al 35 % del PIB chino, este porcentaje palidece en
comparación con el del gobierno federal estadounidense y el nivel de endeudamiento de
los consumidores en este país, que se mantiene en más de 300 % del PIB188.
185
D. Hale y L. Hale, «China Takes Off», Foreign Affairs, cit., p. 40.
186
H. Liu, «China Banking on Bank Reform», Asia Times Online, http://www.atimes.com 1 de junio de 2002.
187
K. Bradsher, «A Heated Chinese economy Piles up Debt», The New York Times, 4 de septiembre de 2003, A1 y C4;
«China Announces New Bailout of Big Banks», The New York Times, 7 de junio de 2004, Cl.
188
H. Liu, «China Banking on Bank Reform», Asia Times Online, cit.
141
mercado de tecnología», así como debido a su «gran reserva de científicos calificados pero
económicos, y a sus consumidores todavía relativamente pobres pero cada vez más ricos y
deseosos de adquirir nuevas tecnologías»189. Más de 200 importantes corporaciones, entre
las que se encuentran gigantes como BP y General Motors, han ubicado una parte
significativa de su inversión en investigación en China. Con frecuencia, estas
corporaciones protestan por lo que consideran prácticas ilegales de piratería sobre sus
tecnologías y sus diseños por parte de compañías autóctonas chinas, pero poco pueden
hacer para defenderse dada la poca disposición del gobierno chino a intervenir y el poder
del Estado para dificultarles sus operaciones en el mayor mercado del mundo en caso de
que ejerzan demasiada presión sobre estas cuestiones. En todo caso, no sólo las
compañías extranjeras se han mostrado activas. Tanto Japón como Corea del Sur han
invertido en «ciudades de investigación» a gran escala situadas en China, para colocarse
en un lugar que les permita obtener ventajas de la mano de obra de bajo coste pero
sumamente calificada que ofrece el país. El resultado global de todo este proceso ha sido
hacer de China una ubicación mucho más atractiva para las actividades del sector de alta
tecnología190, como sucede con las compañías indias de este tipo, encuentran más barato
deslocalizar algunas de sus actividades y ubicarlas en China. Igualmente, ha emergido
un sector autóctono de alta tecnología en diversas áreas. Shenzhen, por ejemplo, «con
docenas de edificios de cristal y de piedra pulida que no parecerían fuera de lugar en
Silicon Valley, posee un campus en expansión que aloja a muchos de los 10.000
ingenieros que trabajan para consolidar a Huawei como el primer actor internacional de
China en el negocio de equipos para comunicaciones». Desde finales de la década de
1990, «Huawei invirtió enormes cantidades en establecer redes para la venta de sus
productos en Asia, Oriente Próximo y Rusia y en la actualidad vende productos en 40
países, a menudo a precios tres veces más baratos que los de sus rivales»191. Y tanto en
el marketing como en la producción de ordenadores personales, en estos momentos las
corporaciones chinas tienen una presencia muy activa.
Relaciones exteriores
En 1978, el comercio exterior suponía únicamente el 7 % del PNB de China, pero a
principios de la década de 1990 este porcentaje había alcanzado el 40 %, manteniéndose
en este nivel desde entonces. La cuota china del comercio mundial se cuadriplicó
durante ese mismo período. En 2002, cerca del 40 % del PIB chino lo constituía la
inversión extranjera directa (y el sector industrial representaba la mitad de este
porcentaje). Ese mismo año China se había convertido en el mayor destinatario de
inversión extranjera directa de los países en vías de desarrollo y las multinacionales
189
C. Buckley, «Let a Thousand Ideas Flower. China Is a New Hotbed of Research», The New York Times, 13 de
septiembre de 2004, C1 y C4.
190
J. Warner, «Why the World´s Economy is Stuck on a Fast Boat to China», The Independent, 24 de enero de 2004, p. 23.
191
C. Buckley, «Rapid Growth of China's Huawei Has its High-Tech Rivals on Guard», The New York Times, 8 de junio de
2004, C1 y C3.
142
explotaban de manera rentable el mercado chino. General Motors, que había visto
fracasar su tentativa empresarial en este país a principios de la década de 1990, volvió a
introducirse en el mercado a finales de la misma década y en 2003 sus cuentas revelaban
que su empresa china generaba beneficios mucho mayores que sus operaciones
domésticas en Estados Unidos192.
192
K. Bradsher, «GM To Speed Up Expansion in China. An Annual Goal of 1.3 Million Cars», The New York Times, 8 de
junio de 2004, W1 y W7.
193
Z. Zhang, whither China? Intellectual Politics in Contemporary China, Durham (NC), Duke University Press, 2001.
143
frontera china, su papel de intermediaria para todo tipo de operaciones de comercio
exterior que China ya realizase y su red de marketing en la economía global, que fue
utilizada para que los productos de fabricación china pudieran circular fácilmente.
A mediados de la década de 1990, se hizo claro que el vasto mercado interno de China
cada vez se tornaba más atractivo para el capital extranjero. Aunque es posible que
únicamente el 10 % de la población poseyese el poder adquisitivo de una naciente y
floreciente clase media, el 10 % de más de 1.000 millones de personas constituía un
mercado interno ingente. Se desató entonces una carrera competitiva por suministrarles
automóviles, teléfonos móviles, DVD, televisores y lavadoras así como también centros
comerciales, autopistas y hogares «lujosos». La producción mensual de coches ascendió
de manera paulatina de cerca de 20.000 en 1993, hasta casi 50.000 en 2001, y a partir de
entonces experimentó un vertiginoso aumento hasta alcanzar los casi 250.000 vehículos
al mes a mediados de 2004. Una marea de inversión extranjera -en todos los campos,
desde Wal-Mart y McDonald's hasta la producción de chips informáticos- inundó el país
anticipándose al acelerado crecimiento del futuro mercado interno a pesar de las
incertidumbres institucionales, de la política estatal y de los evidentes peligros de un
exceso de capacidad194.
194
K. Bradsher, «China's Factories Aim to Fill Garajes Around the World», The New York Times, 2 de noviembre de 2003,
sección internacional, 8; «Is China The Next Bubble?», The New York Times, 18 de enero de 2004, secciones. 3, 1 y 4.
144
muy escasamente desarrollado, aunque haya habido grandes inversiones en nuevos
medios de comunicación. Algunas provincias, como Guangdong mantienen relaciones
comerciales mucho más intensas con el extranjero que con el resto de China. El capital
no fluye fácilmente de un extremo a otro del país, a pesar del reciente aluvión de
fusiones y de los esfuerzos impulsados por el Estado para crear alianzas regionales entre
las diferentes provincias195. Por lo tanto, esta dependencia de la inversión extranjera
directa únicamente se reducirá en la medida en que mejoren la asignación de recursos y
las interrelaciones capitalistas dentro de la propia China196.
Las relaciones comerciales exteriores de China han sufrido diversas mutaciones a lo largo
del tiempo, pero particularmente durante los últimos cuatro años. Aunque el ascenso a la
categoría de miembro integrante de la OMC en 2001 haya tenido mucho que ver en ello, el
radiante dinamismo del crecimiento económico chino y las estructuras cambiantes de la
competencia internacional han hecho inevitable un reordenamiento de gran trascendencia
de las relaciones comerciales. En la década de 1980, la posición de China en los mercados
globales obedecía principalmente a la producción en industrias de bajo valor añadido
mediante la venta en grandes cantidades de productos textiles a bajo precio, así como de
juguetes y productos de plástico, en los mercados internacionales. Las políticas maoístas
habían convertido a China en un país autosuficiente en el campo energético y también en lo
relativo a muchas materias primas (es uno de los mayores productores de algodón del
mundo). Así pues, simplemente necesitaba importar la maquinaria y la tecnología
necesarias, así como lograr su acceso a los mercados (con la conveniente e interesada
ayuda de Hong Kong). Y podía utilizar su fuerza de trabajo barata para obtener una gran
ventaja competitiva. A finales de la década de 1990, el salario por hora de trabajo en la
producción textil era de 30 céntimos de dólar, mientras que en México y en Corea del
Sur era de 2,75 dólares, en Hong Kong y Taiwán rondaba los 5 dólares, y en Estados
Unidos superaba los 10 dólares197. Sin embargo, en las etapas iniciales, la producción
china estaba en gran medida subordinada a los comerciantes de Taiwán y de Hong Kong
que controlaban el acceso a los mercados globales, se quedaban con la parte del león de
los beneficios comerciales y de manera progresiva conseguían una integración hacia
atrás en la cadena productiva comprando o invirtiendo en las empresas municipales o
estatales chinas. En el delta del río Perla son frecuentes los complejos productivos en los
que se da trabajo a más de 40.000 trabajadores. Por otro lado, los bajos niveles salariales
permiten la introducción de innovaciones que suponen un ahorro de capital. Las plantas de
producción estadounidenses con una elevada tasa de productividad utilizan sistemas
automatizados sumamente costosos, pero «las fábricas chinas invierten este proceso
retirando el capital del proceso de producción y reintroduciendo un gran protagonismo del
195
K. Bradsher, «Chinese Provinces Form Regional Power Bloc», The New York Times, 2 de junio de 2004,W1 y W7.
196
H. Yasheng y T. Khana, «Can India Overtake China?», China Now Magazine, 3 de abril de 2004,
www.chinanowmag.com/business/business.htm
197
P. Dicken, Global Shift. Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, 4ª ed., Nueva York, Guilford Press, 2003, p. 332.
145
trabajo». El capital total necesario se ve reducido por regla general en un tercio. «La
combinación de salarios más bajos con un capital más reducido eleva de manera
característica el interés del capital por encima del nivel de las fábricas estadounidenses››198.
Las increíbles ventajas que reportan estos niveles salariales conllevan que China pueda
competir con otras localizaciones de mano de obra barata como México, Indonesia,
Vietnam y Tailandia en sectores productivos de bajo valor añadido (como el textil).
México perdió 200.000 empleos en sólo dos años cuando China (a pesar del TLCAN)
superó a ese país como el mayor proveedor del mercado estadounidense de bienes de
consumo. Durante la década de 1990, China comenzó su ascenso en la escala de la
producción de bienes de alto valor añadido y a competir con Corea del Sur, Japón,
Taiwán, Malasia y Singapur en campos como la electrónica y las máquinas herramienta.
Este resultado se debió en parte a que las compañías instaladas en esos países decidieron
deslocalizar su producción para beneficiarse de la gran masa de trabajadores altamente
cualificados y de bajo coste que estaba siendo generada por el sistema universitario
chino. En un principio, la mayor oleada se produjo desde Taiwán. Se estima que en estos
momentos viven y trabajan en China al menos un millón de empresarios y de ingenieros
taiwaneses, que se han traído consigo una buena parte de la capacidad productiva de
aquél país. La afluencia desde Corea de Sur también ha sido considerable (figura 4.4).
Las compañías coreanas del sector electrónico ahora realizan una parte sustancial de sus
operaciones en China. En septiembre de 2003, por ejemplo, Samsung Electronics
anunció que iba a trasladar todo su negocio de producción de ordenadores a China,
después de haber invertido 2.500 millones de dólares en este país para «crear 10
sociedades comerciales filiales y 26 compañías de producción, empleando a un total de
42.000 trabajadores»199. La externalización japonesa de la producción hacia China
contribuyó al declive del empleo en la industria manufacturera japonesa, que pasó de
ocupar a 15,7 millones de trabajadores en 1992 a 13,1 millones en 2001. Las compañías
japonesas también comenzaron a retirarse de Malasia, de Tailandia y de otros lugares
para reubicarse en China. Actualmente, han invertido en China de manera tan profusa
que «más de la mitad del comercio que se produce entre China y Japón se lleva a cabo
entre compañías japonesas»200. Tal y como ocurría cuando analizábamos el caso de
Estados Unidos, las corporaciones pueden obtener muy buenos resultados aunque sus
países de origen se resientan. China ha desplazado un mayor número de empleos de la
industria manufacturera de Japón, Corea del Sur, México y otros lugares, que de Estados
Unidos. El espectacular crecimiento de China, tanto internamente como en su posición
comercial internacional, se ha correspondido con una recesión crónica en Japón y con un
198
T. Hout y Lebretton, «The Real Contest Between America and China», The Wall Street on Line, 16 de septiembre de
2003. Resulta interesante destacar que esta es exactamente la observación que realiza Marx acerca de la aplicación
diferencial de la tecnología entre Estados Unidos y Gran Bretaña en el siglo XIX, véase K. Marx, Capital, Nueva York,
Internacional Publishers, 1967, t. I., pp. 371-372 (ed. cast.: El capital, Madrid, Ediciones Akal, 2000).
199
Véase Hart-Landsberg y Burkett, China and Socialism, pp. 94-95; K. Brooke, «Korea Feeling Pressure as China
Grows», The New York Times, 8 de enero de 2003, WI y W7.
200
J. Belson, «Japanese Capital and Jobs Flowing to China», The New York Times, 17 de febrero de 2004, C1 y C4.
146
crecimiento retardado, un estancamiento de las exportaciones y crisis periódicas en el resto
del este y sureste de Asia. Estos efectos negativos en la competencia que se aprecian en
muchos países probablemente se intensifiquen con el transcurso del tiempo201.
Por otro lado, el espectacular crecimiento de China ha aumentado la dependencia del país
de las fuentes extranjeras de materias primas y de energía. En 2003 China «consumió el
30 % de la producción mundial de carbón, el 36 % de la de acero y el 55 % de la de
cemento»202. Así pues, pasó de ser relativamente autosuficiente en 1990, a convertirse en
el segundo mayor importador de petróleo después de Estados Unidos en 2003. Sus
compañías energéticas trataron de invertir en los yacimientos petrolíferos de la cuenca
del Mar Caspio, e iniciaron negociaciones con Arabia Saudita para obtener un acceso
seguro a los suministros de petróleo de Oriente Próximo. Sus intereses energéticos en
Sudán, así como también en Irán, han creado tensiones con Estados Unidos en ambas
áreas. Asimismo, compitió con Japón por el acceso al petróleo ruso. Durante la década
de 1990, en su búsqueda de nuevas fuentes de suministro de metales, sus importaciones
de Australia se vieron cuadruplicadas. Y en su necesidad desesperada de adquirir
metales estratégicos como cobre, estaño, mineral de hierro, platino y aluminio se
precipitó a cerrar acuerdos comerciales con Chile, Brasil, Indonesia, Malasia y muchos
otros países. Trató de obtener importaciones agrícolas y de madera de cualquier lugar
(las compras masivas de soja a Brasil y a Argentina, dieron un soplo de vida a esas
economías) y la demanda china de chatarra fue tan enorme como para aumentar sus
precios en todo el mundo. Incluso la manufactura estadounidense se ha beneficiado de la
demanda china de equipos para el movimiento de tierras (Caterpillar) y de turbinas
(GE). Las exportaciones asiáticas a China también han crecido a tasas asombrosas.
Actualmente, China es el principal destino de las exportaciones procedentes de Corea
del Sur y compite con Estados Unidos en el mercado de exportaciones de Japón. Taiwán
es un ejemplo inmejorable para ilustrar la velocidad con la que se ha producido esta
reorientación de las relaciones comerciales. En 2001 China superó a Estados Unidos
como primer destino de las exportaciones taiwanesas (principalmente de bienes
manufacturados intermedios), pero a finales de 2004 Taiwán exportaba a China el doble
de lo que exportaba a Estados Unidos203.
En efecto, China domina la totalidad del este y el sureste de Asia como una potencia
hegemónica regional con una enorme influencia global. Tiene capacidad para reafirmar
sus tradiciones imperiales tanto en la región como más allá de la misma. Como respuesta
a las preocupaciones argentinas ante el hecho de que el bajo precio de las importaciones
chinas estaba destruyendo los restos de sus industrias autóctonas del textil, del calzado y
del cuero que empezaron a revivir en 2004, su recomendación fue que dejara morir sin
más esas industrias y que se concentrara en ser un proveedor de materias primas y de
201
Véase, J. Forero, «As China Gallops, Mexico Sees Factory Jobs Slip Away», cit.
202
K. Bradsher, «China Reports Economic Growth of 9,1% en 2003», The New York Times, 20 de febrero de 2004, W1 y W7.
203
K. Bradsher, «Taiwan Watches its Economy Slip to China», The New York Times, 13 de diciembre de 2004, C7.
147
productos agrícolas para el floreciente rnercado chino. Pero a los argentinos no se les pasó
por alto que éste fue exactamente el modo en que Gran Bretaña había enfocado su imperio
indio en el siglo XIX. No obstante, las masivas inversiones chinas en infraestructuras
chinas en curso se han subido en buena medida al tren de la economía global. De manera
inversa, la ralentización del crecimiento de China en 2004 ha venido a:
Pero hay un aspecto en el que China se aparta de manera manifiesta del patrón
neoliberal. China tiene enormes excedentes de mano de obra y en aras a mantener su
estabilidad política y social debe, o bien absorber o bien reprimir de manera violenta, a
esa fuerza de trabajo excedente. Lo primero sólo puede hacerlo a través de la
financiación mediante el endeudamiento de proyectos infraestructurales y de formación
de capital fijo a escala masiva (la inversión en capital fijo se incrementó en un 25 % en
2003). El peligro anida en una severa crisis de sobreacumulación de capital fijo (en
particular, en el entorno edificado). Existen abundantes signos de un exceso de
204
W. Arnold, «BHP Billiton Remains Upbeat Over Be ton China's Growth», The New York Times, 8 de junio de 2004, WI y W7.
205
M. Landler «Hungary Pager and Uneasy Over New Status», The New York Times, 5 de marzo de 2004, W1 y W7; K. Bradsher,
«Chinese Automaker Plans Asembly Line in Malaysia», The New York Times, 19 de octubre de 2004, W1 y W7.
148
capacidad de producción (por ejemplo, en la producción de automóviles y en la
electrónica) y en las inversiones urbanísticas ya se ha producido un ciclo de auge y
caída. Pero todo ello exige que el Estado chino se aparte de la ortodoxia neoliberal y
actúe como un Estado keynesiano. Ésto requiere el mantenimiento de sus controles
sobre el capital y el tipo de cambio. Estas medidas se contradicen con las reglas globales
dictadas por el FMI, la OMC y el Departamento del Tesoro estadounidense. Aunque
China está exenta de estas reglas a tenor de una cláusula transitoria del acuerdo que
prevé su pertenencia a la OMC, no puede permanecer en esta situación por tiempo
indefinido. El fortalecimiento de los controles sobre el flujo de capitales es una tarea
cada día más ardua a medida que el yuan chino se escurre por una frontera sumamente
porosa a través de los canales de Hong Kong y de Taiwán hacia la economía global.
Resulta oportuno recordar que una de las circunstancias que sirvieron para desarticular
todo el sistema keynesiano posbélico de Bretton Woods206 fue la formación del mercado
del eurodólar cuando los dólares estadounidenses burlaron la disciplina de sus propias
autoridades monetarias207. Los chinos van en camino de reproducir aquél problema, y su
keynesianismo se encuentra correlativamente amenazado.
206
Ver nota 14 en la página 16 de este mismo libro.
207
K. Bradsher, «China's Strange Hybrid Economy», The New York Times, 21 de diciembre de 2003, C5.
208
Las observaciones de Volcker aparecen citadas en P. Bond, «US and Global Economic Volatility. Theoretical, Empirical
and Political Considerations››, texto presentado en Seminario sobre el Imperio, Universidad de York, noviembre de 2004.
149
como ocurrió en la Plaza de Tiananmen en 1989, dependerá de manera crucial del
equilibrio de fuerzas existente entre las clases sociales del país y de cómo se posicione el
Partido Comunista frente a esas fuerzas209.
Aunque China pueda ser una de las economías del mundo con un ritmo de crecimiento
más acelerado, también se ha convertido en una de las sociedades más desiguales (figura
5.2). Los beneficios del crecimiento «han sido otorgados principalmente a los residentes
de las ciudades así como a los oficiales del gobierno y del partido. En los últimos cinco
años, la brecha en la diferencia de ingresos entre la población urbana rica y la población
rural pobre se ha ensanchado de manera tan acusada que en la actualidad algunos estudios
encuentran más desfavorable la brecha social de China que la de las naciones más pobres
de África»211. La desigualdad social nunca se vio erradicada durante la era revolucionaria.
La diferenciación entre la ciudad y el campo fue incluso plasmada en la ley. Sin embargo,
escribe Wang, con la reforma «esta desigualdad estructural rápidamente se transformó en
una acusada disparidad en la renta entre diferentes clases, estratos sociales y regiones
que rápidamente condujo a una polarización social››212. Los procedimientos de
cuantificación formal de la desigualdad social, como el coeficiente de Gini, confirman que
en tan sólo veinte años China ha recorrido un camino a lo largo del cual ha dejado de ser
uno de los países más pobres y una de las sociedades más igualitarias del mundo, para
pasar a padecer una desigualdad crónica (figura 5.2). La brecha entre los ingresos en las
zonas rurales y urbanas (osificada por el sistema de permisos de residencia) se ha
incrementado de manera acelerada. Si bien los acomodados residentes de las ciudades
conducen coches BMW, los agricultores del medio rural son afortunados si comen
carne una vez a la semana. Todavía más contundente ha sido la creciente desigualdad
tanto dentro del sector rural como del urbano. Las desigualdades regionales también se
209
H. Wang, China´s New Order Society, Politics and Economy in Transition, Cambridge (MA), Harvard University Press, 2003;
T. Fishman, China Inc.. How the Rise of the Next Superpower Challenges America and the World, Nueva York, Scribner, 2005.
210
K. Bradsher, «Now, a Great Leap Forward in Luxury», The New York Times, 10 de junio de 2004, C1 y C6.
211
X. Wu y J. Perloff, China`s Income Distribution Over Time. Reason for Rising Inequality, CUDARE Working Papers
977, Berkeley, University of California at Berkeley, 2004.
212
H. Wang, Chinas New Orden Society, Politics and Economy in Transition, cit.
150
han profundizado y aunque algunas de las ciudades situadas en las zonas costeras se han
precipitado a la cabeza del progreso, el interior del país así como el «cinturón oxidado»
de la región septentrional o bien no han conseguido despegar o bien se han ido a pique
de manera estrepitosa213.
213
L. Wei, Regional Development in China, Nueva York, Routledge/Curzon, 2000.
151
El mero incremento de la desigualdad social constituye un indicador precario de un
proceso de reconstitución del poder de clase. La demostración de esta última cuestión es
en gran medida aproximativa y fruto de la observación y en absoluto segura. Sin
embargo, podemos proceder mediante deducciones atendiendo primero a la situación del
sector más bajo de la pirámide social. «En 1978 en China había 120 millones de
trabajadores. En 2000 eran 270 millones. Si a esta cantidad le añadimos los 70 millones
de campesinos que se habían trasladado a las ciudades y que habían encontrado un
trabajo asalariado estable, en la actualidad, la clase obrera china alcanza
aproximadamente los 350 millones de trabajadores». De esta cifra, «más de 100
millones» trabajan fuera del sector público estatal y oficialmente se clasifican como
trabajadores asalariados214. Un gran porcentaje de los trabajadores empleados en lo que
queda del sector público (tanto en empresas estatales como en empresas municipales),
tienen también, en efecto, el estatus de trabajadores asalariados. Por lo tanto, en este país
se ha producido un proceso de proletarización en masa marcado por las etapas de la
privatización llevada a cabo y por los pasos dados para imponer una mayor flexibilidad
en el mercado de trabajo (que incluye que las empresas públicas se despojen de sus
obligaciones en materia de pensiones y de protección social). Asimismo, el gobierno ha
«destripado» los servicios. De acuerdo con China Labor Watch, «los gobiernos rurales
prácticamente no reciben apoyo de las áreas ricas del país. Imponen impuestos a los
agricultores locales y cobran tasas para financiar las escuelas, los hospitales, la
construcción de carreteras e incluso la policía». La pobreza se está agudizando entre los
que se quedan atrás, a pesar de que el crecimiento procede de manera acelerada a una
tasa del 9 %. Entre 1998 y 2002, 27 millones de trabajadores fueron apartados de las
empresas públicas cuando el número de éstas se redujo de 262.000 a 159.000. Resulta
especialmente sorprendente el hecho que la pérdida neta de empleos en la industria
manufacturera en China durante aproximadamente la última década haya rondado los 15
millones215. En tanto que el neoliberalismo requiere una fuerza de trabajo abundante,
fácilmente explotable y relativamente impotente, no cabe duda de que China puede ser
considerada como una economía neoliberal, aunque «con características chinas».
152
acciones» y, en ocasiones, se les concedió un salario anual cien veces más elevado que
el salario medio de sus trabajadores216. Los directivos de la Tsingtao Brewery, que se
convirtió en una compañía privada en 1993, no sólo han llegado a poseer un amplio
porcentaje de las acciones de un lucrativo negocio (que está aumentado su presencia
nacional y su poder oligopolista a través de la adquisición de muchas fábricas locales de
elaboración de cerveza) sino que también se asignan a sí mismos magníficos salarios
como gerentes de la compañía. Las relaciones privilegiadas entre los miembros del
partido, los funcionarios del gobierno y los empresarios privados con los bancos también
han desempeñado un importante papel. Los gestores de las empresas recién privatizadas
que ha recibido un cierto número de acciones pueden solicitar créditos a los bancos (o a
los amigos) para comprar las acciones restantes a los trabajadores (en ocasiones de
manera coercitiva utilizando, por ejemplo, la amenaza de efectuar despidos). Dado que
un gran número de préstamos bancarios están en situación de impago, los nuevos
propietarios o bien exprimen las compañías hasta el límite (la adquisición de empresas
en crisis para vender sus bienes está a la orden del día) o bien encuentran formas para no
abonar sus deudas sin declararse en quiebra (la ley que regula el estado de quiebra tiene
un deficiente desarrollo). Cuando el Estado toma 45.000 millones de dólares ganados a
costa del sudor de una fuerza de trabajo fuertemente explotada y los utiliza para rescatar
a los bancos cubriendo sus créditos fallidos, entonces, bien puede ser que estemos ante
una redistribución de la riqueza desde las capas más bajas de la sociedad hacia las más
altas y no ante una cancelación de malas inversiones. Los directivos sin escrúpulos
pueden adquirir el control de las nuevas corporaciones recién privatizadas así como sus
activos de manera facilísima y utilizarlas para su propio enriquecimiento personal.
El capital autóctono también está desempeñando un papel cada vez más relevante en la
creación de riqueza. Tras haberse beneficiado de más de veinte años de transferencia de
tecnología a través de empresas conjuntas, dichosas por su acceso a un profuso caudal de
trabajo cualificado y de habilidades gerenciales y, sobre todo, cabalgando los «espíritus
animales» de la ambición empresarial, muchas firmas chinas se ha aupado ahora a una
posición que les permite competir con rivales extranjeros no sólo en el mercado doméstico
sino también en la arena internacional. Y ésto ya no ocurre únicamente en los sectores de
bajo valor añadido. El actual octavo fabricante de ordenadores del mundo, por ejemplo,
es una compañía creada en 1984 por un grupo de científicos chinos patrocinados con
fondos del gobierno. A finales de la década de 1990, dejó de ser un mero distribuidor
para convertirse en fabricante y hacerse con la mayor cuota del mercado chino de
ordenadores. Lenovo, tal y como ahora se conoce a esta sociedad, se encuentra en estos
momentos atrapada en una feroz guerra de competencia contra grandes actores de la
industria y acaba de adquirir la línea de ordenadores personales de IBM para obtener un
mejor acceso al mercado global. El acuerdo (que, dicho sea de paso, amenaza la
216
L. Shi, «Current Conditions of China's Working Class», cit.
153
posición de Taiwán en el negocio de los ordenadores) capacita a IBM para tender un
puente más sólido con el mercado del software chino a la vez que crea una gran
compañía dotada de proyección global con base en este país dedicada a la industria
informática217. Aunque el Estado pueda poseer acciones en compañías como Lenovo, su
autonomía gerencial garantiza un sistema de propiedad y de gratificación que permite
crecientes concentraciones de riqueza en manos de sus directores generales en los
mismos términos que pueden encontrarse en cualquier otra parte del mundo.
217
D. Barboza, «An Unknown Giant Flexes its Muscles», The New York Times, 4 de diciembre de 2004, C1 y C3; S. Lohr,
«IBM's Sale of PC Unit Is a Bridge Between Companies and Cultures››, The New York Times, 8 de diciembre de 2004, A1 y C4;
«IMB Sought a China Partnership, Not Just a Sale», The New York Times, 13 de diciembre de 2004, C1 y C6.
218
H. Wang, China´s New Order Society, Politics and Economy in Transition, cit.; J. Yardley, «Farmers Being Moved Aside by
China's Real Estate Boom», The New York Times, 8 de diciembre de 2004, A1 y A16.
154
producción219. El hecho de que el coche valorado en 900.000 dólares fuera adquirido por
una persona que había ganado ese dinero con bienes inmuebles, es significativo.
En los principales centros urbanos ha emergido una vibrante cultura de consumo a la que
la creciente desigualdad social añade sus particulares rasgos, como las cerradas y
protegidas comunidades de costosas viviendas reservadas a los ricos (con nombres como
Beverly Hills), las espectaculares y privilegiadas zonas de consumo, de restaurantes y de
clubes nocturnos, los centros comerciales y de ocio, y los parques temáticos que podemos
encontrar en muchas ciudades. La cultura posmoderna ha llegado a Shanghai, y a lo
grande. Asimismo, podemos encontrar todos los complementos de la occidentalización,
desde las transformaciones en las relaciones sociales que hacen que las jóvenes
comercien constantemente con su sexualidad y con su belleza, hasta las instituciones
culturales (desde el concurso de belleza de Miss Mundo hasta las exposiciones de arte de
gran éxito) conformadas en un grado pasmoso para crear versiones exageradas, hasta el
punto de la parodia, de Nueva York, Londres, o París. Lo que actualmente se denomina
«el cuenco de arroz de la juventud» asume su reinado mientras todo el mundo especula
con los deseos del resto en la lucha darwiniana por la posición social. Las consecuencias
sobre las relaciones de género de este proceso son notables. «En las ciudades costeras,
las mujeres encuentran dos extremos, por un lado, las mayores oportunidades de ganar
niveles de renta sin precedentes y de obtener empleos profesionales y, por otro, salarios
comparativamente bajos en el sector manufacturero o empleos en el sector de los
servicios de bajo estatus en restaurantes, el servicio doméstico y la prostitución220.
219
C. Cartier, «Zone Fever. The Arable Land Debate and real State Speculation. China's evolving Land Use Regime and its
Geographical Contradictions», journal of Contemporary China 10, 2001, pp. 455-469; Z. Zhang, Strangers in the City.
Reconfigurations of Space, Power, and Social Networks with in China`s Floating Population, Standford University Press, 2001.
220
C. Cartier, «Simbolic City/Regions and Gendered Identity Formation in South China», Providencial China VIII, 1, 2003, pp. 60-77;
Z. Zhang, «Mediating Time. The “Rice Bowl of Youth” en Fin-de-Siècle Urban China», Public Culture 12/10 (2000), pp. 93-113.
155
Otra fuente para amasar riqueza reside en la superexplotación de la fuerza de trabajo, en
particular de las mujeres jóvenes que emigran de las áreas rurales. Los niveles salariales
de China son extremadamente bajos, y las condiciones laborales se encuentran hasta tal
punto desreguladas y son tan despóticas y explotadoras que hacen palidecer las
descripciones que hace mucho tiempo atrás Marx recogió en su devastador análisis de las
condiciones del trabajo fabril doméstico existentes en Gran Bretaña en las primeras etapas
de la Revolución Industrial. Sin embargo, todavía más indigno resulta el impago de los
salarios y el incumplimiento de las obligaciones con los pensionistas. En palabras de Lee:
Gran parte del capital acumulado por las firmas privadas y extranjeras proviene de trabajo
no pagado. Esta situación ha generado la emergencia de fuertes protestas obreras en
muchas áreas del país. Aunque los trabajadores chinos parecen preparados para aceptar
largas jornadas laborales, pésimas condiciones de trabajo y bajos salarios como parte del
precio de la modernización y del crecimiento económico, el impago de salarios y de las
pensiones resulta algo intolerable. Las demandas y las quejas formuladas ante el gobierno
central referidas a esta cuestión se han multiplicado en los últimos años y la falta de una
respuesta adecuada por parte del gobierno ha conducido a la acción directa222. En 2002,
en la ciudad nororiental de Liaoyang, más de 30.000 trabajadores de alrededor de 20
fábricas distintas mantuvieron varios días de protestas en lo que fue «la mayor
manifestación de este tipo desde el aplastamiento de Tiananmen». En Jiamasu, en la
parte norte del país, donde cerca del 80 % de la población de la ciudad estaba
desempleada y vivía con menos de 20 dólares a la semana a raíz del cierre repentino de
una fábrica en la que trabajaban 14.000 personas, estalló una campaña de acción directa
después de meses de demandas incontestadas. «Ciertos días los jubilados bloqueaban
todo el tráfico de la principal autopista de la ciudad ocupando en filas la calzada. Otros
días, los miles de trabajadores textiles despedidos se sentaban en las vías del tren
causando interrupciones en el servicio. A finales de diciembre, los trabajadores de una
221
S. K. Lee, «Made In China. Labor as a Political Force?››, ponencia presentada en 2004, Mansfield Conference, University of
Montana, Missoula, pp, 18-20, abril de 2004.
222
Ibid.; J. Yardley, «Chinese Appeal to Beijing to Resolve Local Complaints», The New York Times, 8 de marzo de 2004, A3.
156
arruinada fábrica de pasta se tumbaron como si fueran soldados inmovilizados en la
única pista de Jiamasu, impidiendo el aterrizaje de los aviones»223. Las cifras policiales
revelan que «en estas protestas participaron cerca de 3 millones de personas» durante
2003. Hasta épocas recientes, este tipo de conflictos ha sido manejado de manera
satisfactoria manteniéndolos aislados, fragmentados, desorganizados y, por supuesto,
ocultos a la opinión pública. Pero estudios recientes indican que están irrumpiendo
conflictos más difundidos. En la provincia de Anhui, por ejemplo, «alrededor de 10.000
trabajadores textiles y jubilados protestaron recientemente contra la disminución de las
pensiones, así como por la falta de asistencia médica y de indemnizaciones para las
personas que han sufrido algún tipo de daño». En Dongguang, Stella Internacional Ltd.,
una empresa fabricante de zapatos de propiedad taiwanesa en la que trabajan 42.000
personas, «afrontó huelgas durante esta primavera que acabaron siendo violentas. En
cierto momento, más de 500 trabajadores enfurecidos saquearon las instalaciones de la
compañía e hirieron gravemente a un ejecutivo de la misma, causando la entrada de la
policía en la fábrica y la detención de los cabecillas»224.
Protestas de todo tipo, «muchas de ellas violentas, han estallado con progresiva frecuencia
por todo el país en los últimos meses». Igualmente, también se han registrado disturbios y
protestas por toda China motivadas por las confiscaciones de tierras que se han producido
en las áreas rurales. Resulta difícil predecir si ésto dará lugar o no a un movimiento de
masas. Pero es indudable que el partido teme la potencial ruptura del orden establecido y
está movilizando tanto a las fuerzas de su propia organización como a las policiales para
anticiparse a la propagación de cualquier movimiento social amplio que pueda emerger.
Las conclusiones de Lee respecto a la naturaleza de la subjetividad política emergente
resultan interesantes. En opinión de esta autora, tanto los trabajadores del sector público
como los inmigrantes, rechazan el término de clase obrera y niegan «la clase como marco
discursivo para constituir su experiencia colectiva». Tampoco se ven a sí mismos como
«el sujeto contractual, jurídico y abstracto del trabajo que normalmente se asume en las
teorías de la modernidad capitalista», como portador de derechos legales. De manera
característica apelan, en cambio, a la noción maoísta tradicional de las masas constituidas
por los «trabajadores, el campesinado, la intelligentsia y la burguesía nacional cuyos
intereses eran armoniosos entre sí y con el Estado». De este modo, los trabajadores
«pueden formular reivindicaciones morales a favor de sistemas de protección pública,
reforzando el poder de dirección y la responsabilidad del Estado respecto a aquellos a los
que gobierna»225. Por lo tanto, el objetivo de todo movimiento de masas sería hacer que el
Estado esté a la altura de su calidad de mando revolucionario contra los capitalistas
extranjeros, los intereses privados y las autoridades locales.
223
E. Rosenthal, «Workers Plight Brings New militancy in China», The New York Times, 10 de marzo de 2003, A8.
224
E. Cody, «Workers in China Shed Passivity. Spate of Walkouts Shakes Factories», Washington Post, 27 de noviembre de
2004, AO1; A. Cheng, «Labor Unrest is Growing in China», The International Herald Tribune Online, 27 de octubre de
2004; J. Yardley, «Farmers Being Moved Aside by China's Real Estate Boom», cit.
225
S. K. Lee, «Made ln China. Labor as a Political Force?››, cit.
157
El hecho de si el Estado chino es actualmente capaz o está siquiera dispuesto a ponerse a
la altura de tales reivindicaciones morales y, de este modo, conservar su legitimidad no
está claro en absoluto. Al formular su defensa de un trabajador enjuiciado por encabezar
una huelga violenta en una fábrica, un reconocido abogado chino observó que antes de la
Revolución, «el Partido Comunista estaba del lado de los trabajadores en su lucha contra
la explotación capitalista, pero que hoy en día lucha codo con codo con los desaprensivos
capitalistas en su batalla contra los trabajadores»226. Si bien hay varios aspectos de la
política del Partido Comunista que fueron pensados para frustrar la formación de una
clase capitalista, también es cierto que el partido ha aceptado la masiva proletarización de
la fuerza de trabajo china, la disolución del «cuenco de arroz garantizado», la mutilación
de las protecciones sociales, la imposición de tarifas a los usuarios de servicios esenciales,
la creación de un régimen flexible en el mercado de trabajo y la privatización de activos
anteriormente poseídos en comunidad. Ha creado un sistema social en el que las empresas
capitalistas pueden constituirse y funcionar sin restricciones. De este modo, ha conseguido
generar un acelerado crecimiento y ha aliviado la pobreza de muchos, pero también ha
aceptado grandes concentraciones de riqueza en las capas más altas de la sociedad.
Además, la pertenencia al partido de empresarios ha ido en aumento (del 13,1 % en 1993
al 19,8 % en 2000). Sin embargo, resulta difícil especificar si ésto refleja un desembarco
de empresarios capitalistas o bien el hecho de que muchos miembros del partido han
utilizado sus privilegios para hacerse capitalistas a través de dudosos procedimientos. En
todo caso, es un indicio de la progresiva integración entre la elite del partido y la elite
empresarial de formas que resultan muy habituales en Estados Unidos. Por otro lado, los
vínculos entre los trabajadores y la organización del partido se han tensado227. Queda por
ver si esta transformación interna de la estructura del partido consolidará la ascensión del
mismo tipo de elite tecnócrata que en México llevó al PRI hacia la neoliberalización
absoluta. Tampoco puede descartarse, sin embargo, que «las masas pretendan conseguir la
restauración de su única forma propia de poder de clase. Actualmente el partido se ha
alineado contra ellas y se encuentra claramente dispuesto a utilizar su monopolio del uso
de la violencia para sofocar la disidencia, expulsar a los campesinos de las tierras y
suprimir las crecientes reivindicaciones no sólo de democratización del país sino de una
mínima justicia redistributiva. En definitiva, no cabe la menor duda de que China se ha
desplazado hacia la neoliberalización y la reconstitución del poder de clase aunque con
«características distintivamente chinas». Sin embargo, el autoritarismo, la apelación al
nacionalismo y la reaparición de ciertas trazas de imperialismo, sugieren que China puede
estar deslizándose, aunque desde una posición muy diferente, hacia una confluencia con la
corriente neoconservadora que ahora recorre con fuerza Estados Unidos. Ésto no es muy
halagüeño de cara el futuro.
226
Citado en E. Cody, «Workers in China Shed Passivity. Spate of Walkouts Shakes Factories», cit.; véanse también varios
números del China Labor Bulletin.
227
E. Cody, «Workers in China Shed Passivity. Spate of Walkouts Shakes Factories», cit.
158
VI
El neoliberalismo a juicio
Los dos motores económicos que han impulsado al mundo a través de la recesión global
que se afianzó después de 2001, han sido Estados Unidos y China. Lo irónico es que
ambos países han estado actuando como Estados keynesianos en un mundo
supuestamente gobernado por reglas neoliberales. Estados Unidos ha recurrido de
manera desmedida a la financiación mediante el déficit presupuestario de su militarismo
y de su consumismo, mientras China ha financiado mediante el endeudamiento con
créditos bancarios de dudoso cobro enormes inversiones en infraestructuras y en capital
fijo. Los neoliberales convencidos sostendrán, sin duda, que la recesión es signo de una
neoliberalización insuficiente o imperfecta, y seguramente podrían aducir como prueba
de sus afirmaciones las operaciones del FMI y las actividades del ejército de
mercenarios apostado en Washington al servicio de los grupos de presión que de manera
159
regular distorsiona el proceso de elaboración de los presupuestos generales de Estados
Unidos de acuerdo con sus fines particulares. Pero éstas son imposibles de verificar y, al
formularlas, se limitan a seguir los pasos de una larga estirpe de eminentes economistas
teóricos que sostienen que para que todo vaya bien en el mundo bastaría con que todas
las personas se comportasen de acuerdo con las indicaciones de sus libros de texto228.
Pero existe una interpretación más siniestra de esta paradoja. Si dejamos a un lado, como
creo que debemos hacer, la afirmación de que la neoliberalización no es más que un
ejemplo de una teoría errónea que ha perdido la razón (con todos los respetos hacia el
economista Stiglitz) o bien un caso de una búsqueda sin sentido de una falsa utopía (con
el debido respeto hacia el conservador y experto en filosofía política John Gray229), sólo
nos queda constatar una tensión entre el mantenimiento del capitalismo, por un lado, y la
restauración/reconstitución del poder de la clase dirigente, por otro. Si nos encontramos
en un momento de absoluta contradicción entre ambos objetivos, entonces, no cabe duda
de hacia qué lado se inclina la actual Administración de Bush, dada su ávida búsqueda
de recortes fiscales a favor de las corporaciones y de los ricos. Por otro lado, una crisis
financiera global provocada en parte por su propia política económica temeraria,
permitiría al gobierno de Estados Unidos librarse definitivamente de toda obligación de
costear el bienestar de sus ciudadanos salvo en lo que respecta al incremento del poder
militar y policial, que podría ser necesario para sofocar el malestar social y para imponer
la disciplina a escala global. Es posible que después de haber escuchado con atención las
advertencias de figuras como Paul Volcker acerca de la elevada probabilidad de una
grave crisis financiera en los próximos cinco años, prevalezcan algunas voces más
sensatas dentro de la clase capitalista230. Pero ésto supondrá desmantelar algunos de los
privilegios y del poder que han estado acumulándose durante los últimos treinta años en
las capas más altas de la clase capitalista. Las fases anteriores de la historia del
capitalismo -pensemos, por ejemplo, en 1873 y en la década de 1920- en las que se han
planteado disyuntivas igualmente duras, no invitan al optimismo. Las clases superiores,
insistiendo en la naturaleza sacrosanta de sus derechos de propiedad, prefirieron
entonces destruir el sistema antes que entregar parte alguna de sus privilegios o de su
poder. Comportarse de este modo no implica el descuido de sus propios intereses, ya que
si se colocan en la posición acertada, como los buenos abogados en las quiebras, pueden
beneficiarse del hundimiento aunque el resto de nosotros se vea indefectiblemente
arrastrado por la corriente. Es posible que alguno de ellos también sea presa del diluvio
y acabe arrojándose por las ventanas de Wall Street, pero eso no es lo habitual. Lo único
a lo que temen es a los movimientos políticos que les amenazan con la expropiación o
con la violencia revolucionaria. Aunque alberguen esperanzas de que el sofisticado
228
K. Marx, Theories of Surplues Value, Parte I, Londres, Lawrence & Wishart, 1969, p. 200.
229
J. Gray, False Down. The Illusion: of Global Capitalism, Londres, Granta Press, 1998.
230
P. Bond, «US and Global Economic Volatility. Theoretical, Empirical and Political Considerations», texto presentado en
Seminario sobre el Imperio, Universidad de York, noviembre de 2004.
160
aparato militar que ahora poseen (gracias al complejo de la industria militar) protegerá
su riqueza y su poder, el fracaso de este mismo aparato en la empresa de pacificar
fácilmente a Iraq sobre el terreno debería darles qué pensar. Pero las clases dominantes
raramente, o nunca, entregan de manera voluntaria parte de su poder y, en mi opinión,
no hay motivos para pensar que lo vayan a hacer ahora. Así pues, nos encontramos ante
la paradoja de que un fuerte movimiento socialdemócrata y obrero ocupa una posición
mejor para redimir al capitalismo que su propio poder de clase capitalista. Si bien es
posible que esta conclusión sea calificada de contrarrevolucionaria por parte de algunos
miembros de la izquierda radical, ella también pone de relieve una fuerte dosis de
autoprotección porque es la gente común y corriente la que sufre, pasa hambre e incluso
muere en el curso de las crisis capitalistas (pensemos el caso de Indonesia o de
Argentina) y no los miembros de las clases altas. Si la política preferida de las elites
dominantes es après moi le délage231, no hay que olvidar que el diluvio se traga sobre
todo a los impotentes y a los desprevenidos mientras que las elites tienen bien preparada
su arca en la que, al menos por el momento, pueden sobrevivir bastante bien.
Hazañas neoliberales
Las primeras palabras de este capítulo tienen un carácter especulativo. Pero podemos hacer
un útil análisis de los antecedentes histórico-geográficos de la neoliberalización para
verificar su poder como panacea potencial para todos los males político-económicos que
actualmente nos amenazan. ¿Hasta qué grado, pues, ha logrado la neoliberalización
estimular la acumulación de capital? Su actual expediente resulta cuanto menos deplorable.
Las tasas de crecimiento global agregadas fueron del 3,5 % aproximadamente durante la
década de 1960, y durante la turbulenta década de 1970 tan sólo cayeron al 2,4 %. Pero las
tasas de crecimiento posteriores, del 1,4 y del 1,1 % de las décadas de 1980 y de 1990
respectivamente (y una tasa que apenas roza el 1 % desde 2000) indican que la
neoliberalización ha sido un rotundo fracaso para la estimulación del crecimiento en todo el
mundo (véase figura 6.1)232. En algunos casos, como en los territorios de la antigua Unión
Soviética y en aquellos países de Europa central que se sometieron a la «terapia de choque»
neoliberal, se han producido pérdidas catastróficas. Durante la década de 1990, la renta per
cápita en Rusia descendió a una tasa del 3,5 % anual. Una gran parte de la población se vio
sumida en la pobreza y como resultado la expectativa de vida en los varones descendió 5
años. La experiencia ucraniana fue similar. Únicamente Polonia, que desobedeció las
recomendaciones del FMI, mostró una apreciable mejoría. En gran parte de América
231
Al rey de Francia Luis XV (1710-1774) se atribuye la frase Après moi, le déluge (“Después de mí, el diluvio”).
232
Las dos mejores valoraciones oficiales que pueden encontrarse son: World Commission on the Social Dimension of
Globalization, A Fair Globalization. Creating Opportunities for All, Ginebra, lnternational Labour Office, 2004; United
Nations Development Program, Human Development Report, 1999, y Human Development Report, 2003.
161
Latina, la neoliberalización produjo o bien el estancamiento (en la «década perdida» de
1980) o bien picos de crecimiento seguidos de derrumbes económicos (como en Argentina).
162
Y en África no ha hecho nada en absoluto para generar cambios positivos. Únicamente
en el este y el sureste de Asia, y ahora hasta cierto punto en la India, la neoliberalización
ha estado ligada a cierta trayectoria positiva de crecimiento, y en estos lugares los no
muy neoliberales Estados desarrollistas desempeñaron un papel muy relevante. El
contraste entre el crecimiento de China (casi un 10 % anual) y el declive ruso (con una
tasa negativa del 3,5 % anual) es contundente. El empleo informal se ha acrecentado por
todo el planeta (según las estimaciones en América Latina creció del 29 % de la
población activa en la esfera económica en la década de 1980, al 40 % en la de 1990) y
prácticamente todos los indicadores globales de los niveles de salud, la expectativa de
vida, la mortalidad infantil y otros aspectos relacionados con la calidad de vida, arrojan
pérdidas en vez de progresos en el bienestar desde la década de 1960. Sin embargo, el
porcentaje de la población mundial que vive en la pobreza ha caído, pero ésto se debe
casi enteramente a las mejoras habidas únicamente en India y en China233. La reducción
y el control de la inflación es el único éxito sistemático que la neoliberalización puede
atribuirse.
Las comparaciones son siempre odiosas, por supuesto, pero más aún cuando nos
referimos a la neoliberalización. La neoliberalización restringida de Suecia, por ejemplo,
ha logrado resultados mucho mejores que la neoliberalización persistente del Reino
Unido. La renta per cápita sueca es más elevada, la inflación es menor, la situación de su
cuenta corriente con el resto del mundo es mejor y todos los índices acerca de su
posición competitiva y de su clima para los negocios arrojan porcentajes superiores. Los
índices de calidad de vida son más altos. Suecia es el tercer país del mundo en cuanto a
expectativa de vida, frente al Reino Unido que ocupa el puesto 29. El índice de pobreza
es del 6,3 % en Suecia frente al 15,7 % en el Reino Unido, y si bien el 10 % más rico de
la población sueca gana rentas 6,2 veces más altas que el 10 % más pobre de la
sociedad, en el Reino Unido esta cifra es del 13,6. El analfabetismo es menor en Suecia
y la movilidad social es mayor234.
233
M. Weisbrot, D. Baker, E. Kraev, y J. Chen, «The Scorecard on Globalization 1980-2000. Its Consequences for
Economic and Social Well-Being», en V. Navarro y C. Muntaner, Political and Economic Determinants of Population
Health and Well-Being, Amityville, Nueva York, Baywood, 2004, pp. 91-114.
234
G. Monbiot, «Punitive and It Works», The Guardian, 11 de enero de 2005, edición online.
163
Reino Unido, entonces, la idea de que el «éxito» iba a darse en alguna parte oscurecía de
alguna manera el hecho de que en términos generales la neoliberalización estaba siendo
incapaz de estimular el crecimiento y de mejorar el bienestar. En segundo lugar, la
neoliberalización, en tanto que proceso y no como teoría, ha tenido un éxito arrollador
desde el punto de vista de las clases altas. O bien ha servido para restituir el poder de
clase a las clases dominantes (como en Estados Unidos y hasta cierto punto en Gran
Bretaña; véase figura 1.3) o bien ha creado las condiciones para la formación de una
clase capitalista (como en China, Rusia, India y otros lugares). Gracias al dominio de los
medios de comunicación por los intereses de las clases altas, pudo propagarse el mito de
que los Estados fracasaban desde el punto de vista económico porque no eran competitivos
(creando, por lo tanto, una demanda de reformas todavía más neoliberales). El incremento
de la desigualdad social dentro de un territorio era interpretado como algo necesario para
estimular el riesgo y la innovación empresariales que propiciaban el poder competitivo e
impulsaban el crecimiento. Si las condiciones de vida entre las clases más bajas de la
sociedad se deterioraban, ésto se debía a su incapacidad, en general debida a razones
personales y culturales, para aumentar su capital humano (a través de la dedicación a la
educación, a la adquisición de una ética protestante del trabajo y la sumisión a la
flexibilidad y a la disciplina laborales, etc.). En definitiva, los problemas concretos
emergen por la falta de fuerza competitiva o por fracasos personales, culturales y
políticos. En un mundo darwiniano neoliberal, según esta línea de razonamiento,
únicamente los más aptos sobreviven, o deberían sobrevivir.
235
D. Henwood, Alter the New Economy, Nueva York, New Press, 2003.
236
La literatura sobre la globalización es inmensa. Mis propias opiniones fueron expuestas en D. Harvey, Spaces of Hope,
Edinburgo, Edinburg University Press, 2000, p. 70 (ed cast.: Espacios de esperanza, «Cuestiones de antagonismo 16»,
Madrid, Ediciones Akal, 2003).
237
Ibíd., cap. 4.
165
166
coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos (los recursos naturales
entre ellos); y, por último, la usura, el endeudamiento de la nación y, lo que es más
devastador, el uso del sistema de crédito como un medio drástico de acumulación por
desposesión. El Estado, gracias a su monopolio sobre el uso de la violencia y su definición
de la legalidad, desempeña un papel crucial tanto en el apoyo como en la promoción de
estos procesos. Actualmente, a este listado de mecanismos podemos añadir una batería de
técnicas como la extracción de rentas de las patentes y de los derechos de propiedad
intelectual, y la disminución o la anulación de varias formas de derechos de propiedad
comunes (como las pensiones del Estado, las vacaciones retribuidas, y el acceso a la
educación y a la atención sanitaria) ganados tras generaciones de lucha de clases. Por
ejemplo, la propuesta de privatizar integralmente el sistema público de pensiones
(experimentada por primera vez en Chile bajo la dictadura) es uno de los preciados
objetivos de los republicanos en Estados Unidos.
167
toda forma de producción agrícola distinta a la del sistema intensivo capitalista, se derivan
de la mercantilización en masa de la naturaleza en todas sus formas. La mercantilización (a
través del turismo) de las formas culturales, de la historia y de la creatividad intelectual
conlleva desposesiones íntegras (la industria de la música descuella como ejemplo de la
apropiación y explotación de la cultura y de la creatividad popular). Al igual que en el
pasado, el poder del Estado con frecuencia es utilizado para forzar tales procesos, incluso
contra la voluntad popular. El desmantelamiento de los marcos normativos elaborados para
proteger a la fuerza de trabajo y evitar la degradación medioambiental, ha entrañado una
pérdida neta de derechos. La cesión al dominio de lo privado de los derechos de propiedad
sobre lo común obtenidos tras largos años de encarnizada lucha de clases (el derecho a
obtener una pensión del Estado, al bienestar, a la salud pública) ha sido una de las políticas
de desposesión más escandalosas, a menudo llevada a cabo en contra de la clara voluntad
política de la población. Todos estos procesos suponen una transferencia de activos de las
esferas pública y popular a los dominios de lo privado y de los privilegios de clase238.
238
M. Derthick y P Quirk, The Politics of Deregulation, Washington DC, Brookings Institution Press, 1985; W Megginson y J. Netter,
«From State to Market. A Survey of Empirical Studies of Privatization››, Journal of Economic Literature, 2001, disponible en la red.
239
P Dicken, Global Shift. Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, Nueva York, Guilford Press, 42003, cap. 13.
240
El esquema Ponzi, es un sistema de inversión en el que se promete una elevada rentabilidad sin la existencia de un
negocio real que la genera, sino que proviene de las aportaciones realizadas por los posteriores «inversores››. Así pues, la
alta rentabilidad se debe a que las aportaciones de los nuevos «inversores›› se utilizan para abonar intereses a los antiguos.
El sistema continúa en funcionamiento mientras el flujo de nuevos «inversores›› siga en aumento pero en el momento en el
que el flujo de inversores disminuye dejan de poder pagarse intereses, y, por supuesto, de devolverse las cantidades
invertidas, y el esquema se viene abajo; www.wikipedia.org. [ N. de la T]
168
existen innumerables formas de sisar241 valor. En tanto que los corredores de bolsa
obtienen una comisión por cada transacción realizada, pueden maximizar sus ingresos
comerciando de manera frecuente sobre sus cuentas (una práctica conocida como
«churning» [batir]) con independencia de que estas operaciones añadan o no valor a la
cuenta. La alta cifra de negocios en el mercado de valores puede ser un simple reflejo de
este tipo de operaciones y no de la confianza en el mercado. Tal y como actualmente ha
quedado de manifiesto, el énfasis en el valor de las acciones, que es fruto de la unión de
los intereses de los propietarios y de los gestores del capital a través de la remuneración
de los últimos mediante derechos de opción de compra sobre las acciones de su propia
empresa, ha dado lugar a manipulaciones en el mercado generadoras de una inmensa
riqueza para unos pocos a costa del sacrificio de muchos. La espectacular caída de
Enron fue emblemática de un proceso general que desposeyó a muchas personas de su
fuente de subsistencia y de su derecho a percibir una pensión. Por otro lado, también
debe mencionarse la incursión especulativa llevada a cabo mediante los hedge funds y
otras instituciones principales del capital financiero, puesto que han constituido la
auténtica punta de lanza de la acumulación por desposesión a escala global, aunque
supuestamente concediesen el beneficio positivo de «repartir los riesgos»242.
241
Sisar: Parte que se defrauda o hurta. De sisa: (Del lat. scissa, cortada). F. Lo que se hurta en la compra diaria de comestibles y
otras cosas menudas.
242
La importancia de distribuir los riesgos y de asumir la dirección a través de derivados financieros es abordada con
énfasis por L. Panitch y S. Gindin, «Finance and American Empire», en The Empire Reloaded. Socialist Register 2005,
Londres, Merlin Press, 2005, pp. 46-81; S. Soederberg, «The New Internacional Financial Architecture. Imposed
Leadership and “Emerging Markets”», Socialist Register, 2002, pp. 175-192.
243
S. Corbridge, Debt and Development, Oxford, Blackwell, 1993; S. George, A Fate Worse Than Debt, Nueva York,
Grove Press, 1988.
169
ningún país en vías de desarrollo permaneció indemne y, en algunos casos, como en
América Latina, tales crisis se hicieron endémicas. Estas crisis de endeudamiento
estuvieron orquestadas, gestionadas y controladas tanto para racionalizar el sistema
como para efectuar una redistribución de activos. Se calcula que desde 1980 «cerca de
cincuenta planes Marshall (aproximadamente 4,6 billones de dólares) han sido
transferidos desde los pueblos de la periferia a sus acreedores en el centro». «Qué
mundo tan curioso», suspira Stiglitz, «en el que los países pobres están en efecto
subvencionando a los ricos». Por otro lado, lo que los neoliberales llaman «deflación
confiscatoria» no es sino acumulación por desposesión. R. Wade y F. Veneroso capturan
la esencia de este proceso en su análisis de la crisis asiática de 1997-1998:
244
E. Toussaint, Your Money or Your Life. The Tyranny of Global Finance, Londres, Pluto Press, 2003; J. Stiglitz,
Globalization and its Discontents, Nueva York, Norton, 2002, p. 225; R. Wade y F. Veneroso, «The Asian Crisis. The High
Debt Model versus the Wall-Street-Treasury-IMF Complex», New Left Review 228 (1998), p. 21.
170
zapatista en México, las innumerables insurrecciones contra el FMI, y el denominado
movimiento «antiglobalización» que se fue curtiendo en las revueltas de Seattle y
Génova, así como en otros lugares.
245
Porción de tierra no cautiva y de uso público.
246
Farah, «Brute Tyranny in China», WorldNetDaily.com, enviado el 15 de marzo de 2004; I. Peterson, «As Land Goes To
Revitalization, There Go the Old Neighbors», The New York Times, 20 de enero de 2005, pp. 29 y 32.
171
promoción de elementos regresivos en la legislación fiscal (como los impuestos sobre las
ventas), la imposición de tasas a los usuarios de los servicios (actualmente es un
fenómeno generalizado en la China rural), y la introducción de un amplio elenco de
subvenciones y de exenciones fiscales destinadas a las corporaciones. La carga tributaria
soportada por las empresas en Estados Unidos ha descendido de manera constante, y la
reelección de Bush fue recibida con amplias sonrisas por parte de los líderes empresariales
que intuían los recortes aún mayores que se producirían en sus obligaciones tributarias.
Los programas de protección empresarial que actualmente existen en Estados Unidos a
escala federal, estatal y local suponen una vasta recanalización de los fondos públicos en
beneficio de las empresas (de manera directa, como en el caso de las subvenciones a la
agroindustria, o indirecta, como en el caso del sector de la industria militar), de manera
muy similar a como las deducciones fiscales sobre el tipo de interés hipotecario son una
forma de subsidiar a los propietarios de viviendas con rentas más elevadas y a la industria
de la construcción. El aumento de la vigilancia y de las competencias policiales así como
también, en el caso de Estados Unidos, de la encarcelación de los elementos
recalcitrantes247 de la población, indica un giro más siniestro hacia la intensificación del
control social. El complejo de la industria carcelaria es un sector floreciente de la
economía estadounidense (junto al de los servicios privados de seguridad). En los países
en vías de desarrollo, en los que la oposición a la acumulación por desposesión puede ser
más fuerte, el Estado neoliberal asume enseguida la función de la represión activa, hasta el
punto de establecer un estado de guerra de baja intensidad contra los movimientos
opositores (muchos de ellos pueden ahora ser designados, de manera interesada, como
«traficantes de drogas» o como «terroristas» para granjearse la cobertura y el apoyo
militar de Estados Unidos, como ocurre en Colombia). Otros movimientos, como los
zapatistas en México, o el movimiento campesino de los sin tierra en Brasil, son
contenidos por el Estado a través de una mezcla de cooptación y marginalización248.
La mercantilización de todo
Presumir que los mercados y las señales del mercado son el mejor modo de determinar
todas las decisiones relativas a la distribución, es presumir que en principio todo puede
ser tratado como una mercancía. La mercantilización presume la existencia de derechos
de propiedad sobre procesos, cosas y relaciones sociales, que puede ponerse un precio a
los mismos y que pueden ser objeto de comercio sujeto a un contrato legal. Se presume
que el mercado funciona como una guía apropiada -una ética- para todas las facetas de la
acción humana. En la práctica, naturalmente, cada sociedad establece ciertos límites
sobre dónde empieza y acaba la mercantilización. Dónde residen estos límites es objeto
247
Recalcitrante: Terco, obstinado en la resistencia.
248
Holloway y E. Pelaez, Zapatista. Reinventing Revolution, Londres, Pluto, 1988; J. Stedile, «Brazil's Landless
Battalions», en T. Mertes (ed.), A Movement of Movements, Londres, Verso, 2004.
172
de controversia. Ciertas drogas son consideradas ilegales. La compraventa de servicios
sexuales está prohibida en la mayoría de los Estados de Estados Unidos, si bien es
posible que en otros lugares esté legalizada, no haya sido criminalizada o, incluso, haya
sido objeto de regulación estatal como una industria más. Por regla general, en el
sistema legal estadounidense la pornografía se encuentra amparada como una forma de
libertad de expresión aunque también aquí hay ciertas modalidades (principalmente en
lo que respecta a la infancia) que son consideradas inaceptables. En Estados Unidos, la
conciencia y el honor al parecer no se venden, y existe una curiosa inclinación a
perseguir la «corrupción» como si fuera fácilmente distinguible de las prácticas
corrientes de tráfico de influencias y de hacer negocios que se dan en el mercado. La
mercantilización de la sexualidad, de la cultura, de la historia y del patrimonio público,
así como de la naturaleza como espectáculo o como cura de reposo, y la extracción de
rentas en régimen de monopolio de la originalidad, de la autenticidad y de la unicidad
(de la obras de arte, por ejemplo) suponen, en todos los casos, poner un precio a cosas
que en realidad nunca fueron producidas como mercancías249. A menudo hay desacuerdo
respecto a la conveniencia de la mercantilización (de los símbolos y de los
acontecimientos religiosos, por ejemplo) o respecto a quién debería ejercer los derechos
de propiedad y obtener las rentas derivadas de los mismos (en el acceso a las ruinas
aztecas o en la comercialización del arte aborigen, por ejemplo).
Pero ésto suscita cuestiones mucho más serias que el mero intento de mantener a salvo del
cálculo monetario y de la contratación a corto plazo de algún objeto preciado, un ritual
concreto o un rincón escogido de la vida social. En el centro de la teoría liberal y
neoliberal descansa la necesidad de articular mercados coherentes para la tierra, la fuerza
de trabajo y el dinero pero, tal y como Karl Polanyi señaló, todo ello, «obviamente, no son
249
D. Harvey, «The Art of Rent. Globalization, Monopoly and the Commodification of Culture», Socialist Register,
Londres, Merlin Press, 2002, pp. 93-110.
250
Salaz: Muy inclinado a la lujuria o lascivia.
173
mercancías [...]. La descripción como mercancía del trabajo, de la tierra, y del dinero es
enteramente ficticia». Aunque el capitalismo no puede funcionar sin estas ficciones, el
daño que causa si deja de reconocer las complejas realidades que le subyacen es
incalculable. Polanyi, en uno de sus pasajes más célebres, lo expresa del siguiente modo:
Permitir que el mecanismo del mercado dirija por su propia cuenta y decida la suerte de
los seres humanos y de su medio natural, e incluso que de hecho decida acerca del nivel
y de la utilización del poder adquisitivo, conduce necesariamente a la destrucción de la
sociedad. Y ésto es así porque la pretendida mercancía denominada «fuerza de trabajo»
no puede ser zarandeada, utilizada sin ton ni son, o incluso ser inutilizada, sin que se
vean inevitablemente afectados los individuos humanos portadores de esta mercancía
peculiar. Al disponer de la fuerza de trabajo de un hombre, el sistema pretende disponer
de la entidad física, psicológica y moral «humana» que está ligada a esta fuerza.
Desprovistos de la protectora cobertura de las instituciones culturales, los seres
humanos perecerían, al ser abandonados en la sociedad: morirían convirtiéndose en
víctimas de una desorganización social aguda, serían eliminados por el vicio, la
perversión, el crimen y la inanición. La naturaleza se vería reducida a sus elementos, el
entorno natural y los paisajes serían saqueados, los ríos polucionados, la seguridad
militar comprometida, el poder de producir alimentos y materias primas, destruido. Y,
para terminar, la administración del poder adquisitivo por el mercado sometería a las
empresas comerciales a liquidaciones periódicas, pues la alternancia de la penuria y de
la superabundancia de dinero se mostraría tan desastrosa para el comercio como lo
fueron las inundaciones y los períodos de sequía para la sociedad primitiva251.
El daño infligido a través de las «inundaciones y las sequías» del capital ficticio dentro
del sistema de crédito global, ya sea en Indonesia, en Argentina, en México, o incluso en
Estados Unidos, es un testimonio perfecto de la última conclusión de Polanyi. Pero su
tesis sobre la fuerza de trabajo y la tierra merecen una mayor elaboración.
Los individuos se integran en el mercado de trabajo como sujetos con personalidad, como
individuos insertos en redes de relaciones sociales que han experimentado diferentes
procesos de socialización, como seres físicos identificables por ciertas características
(como el fenotipo y el género), como individuos que han acumulado diversas destrezas y
gustos (a los que en ocasiones se alude respectivamente como «capital humano» y
«capital cultural»), y como seres vivos dotados de sueños, de deseos, de ambiciones, de
esperanzas, de dudas y de miedos. Sin embargo, para los capitalistas estos individuos son
meros factores de producción, aunque no indiferenciados puesto que los empleadores
exigen a los trabajadores poseer ciertas cualidades, como fuerza física, habilidades,
flexibilidad, docilidad, etc., adecuadas para ciertas tareas. Los trabajadores son reclutados
mediante la celebración de un contrato y en el orden de cosas neoliberal se prefieren los
contratos a corto plazo, con el fin de maximizar la flexibilidad. A lo largo de la historia,
251
K. Polanyi, The Great Transformation [1944], Boston, Beacon Press, 1954, p. 73.
174
los empleadores han utilizado sistemas de diferenciación dentro de la masa que constituye
la fuerza de trabajo para dividirla y gobernarla. Emerge, entonces, la segmentación del
mercado de trabajo y a menudo las diferencias de raza, de etnia, de género, y de religión
son utilizadas de manera abierta o sutil de forma que redundan en una ventaja para los
empleadores. Por regla general, tratan de monopolizar las herramientas, y a través de la
acción colectiva y de la creación de instituciones apropiadas aspiran a regular el mercado
de trabajo para proteger sus intereses. De este modo, no hacen más que construir la «capa
protectora de las instituciones culturales» de las que habla Polanyi.
252
La expresión inglesa «race to the bottom», que hemos traducido como «carrera hacia la máxima reducción de los límites
normativos», se emplea en referencia al tipo de relación que se genera entre los ordenamientos jurídicos nacionales que buscan ser
atractivos para las empresas, por un lado, y la competencia entre éstas por ubicarse en los países con una legislación más laxa en su
afán por reducir al mínimo los costes mediante una feroz precarización de las condiciones laborales que sería inaceptable en su
país de origen. En definitiva, esta competencia entre las empresas se ve reflejada en una competencia entre los Estados que
conduce a la progresiva degradación de las normas laborales o medioambientales en términos globales. [N. de la T]
175
obra cautiva obedece al hecho de que la inmigración se encuentra restringida. El único
modo de eludir esas barreras es bien mediante la inmigración ilegal (que crea una fuerza
laboral fácilmente explotable) o bien a través de fórmulas contractuales de duración
determinada que permiten, por ejemplo, que trabajadores mexicanos presten servicios en
California en el sector de la agroindustria para acabar siendo obscenamente devueltos a
México cuando contraen enfermedades, o incluso mueren, a causa de los pesticidas a los
que han sido expuestos.
Se nos insulta de manera constante, como algo que se da por hecho. Cuando el jefe
se enfada, a las mujeres las llama perras, cerdas o putas y tenemos que aguantar todo
eso con paciencia y sin reaccionar. Oficialmente trabajamos de siete de la mañana a
tres de la tarde (el salario no llega a 2 dólares al día), pero a menudo tenemos que
hacer horas extraordinarias obligatorias y, a veces -especialmente si hay un pedido
urgente que entregar- trabajamos hasta las nueve. Por muy cansadas que estemos, no
se nos deja ir a casa. Puede que nos paguen 200 rupias extras (10 céntimos de dólar)
[...] Vamos andando a la fábrica desde donde vivimos. Dentro hace mucho calor. El
edificio tiene el tejado de metal y no hay espacio suficiente para las trabajadoras.
Está muy abarrotado. Hay cerca de 200 personas trabajando allí, la mayoría mujeres,
pero sólo hay un cuarto de baño para toda la fábrica [...]. Cuando volvemos a casa
del trabajo, no nos quedan energías para hacer nada salvo comer y dormir [...]255.
En las maquilas mexicanas podemos escuchar historias similares, así como en las plantas de
producción de manufacturas dirigidas por empresas taiwanesas o coreanas ubicadas en
Honduras, África del Sur, Malasia, y Tailandia. El riesgo para la salud, la exposición a una
extensa gama de sustancias tóxicas y los accidentes laborales mortales, son hechos que se
producen sin ser objeto de regulación y sin despertar ninguna reacción. En Shangai, un
hombre de negocios taiwanés que estaba a cargo de un almacén textil «en el que 61
253
K. Bales, Disposable People. New Slavery in the Global Economy, Berkley, University of California Press, 2000; M.
Wright, «The Dialectics of Still Life. Murder, Women and the Maquiladoras», Public Culture 11, 1999, pp. 453-474.
254
A. Ross, Low Pay High Profile. The Global Push for fair Labor, Nueva York, The New Press, 2004, p. 124.º
255
J. Seabrook, In the Cities of the South. Scenes from a Developing World, Londres, Verso, 1996, p. 103.
176
trabajadores encerrados en un edificio murieron en un incendio», recibió una «indulgente»
condena a dos años de prisión, que quedó suspendida porque había «mostrado
arrepentimiento» y «había cooperado en los momentos posteriores al incendio»256.
Las mujeres, y en ocasiones los niños, soportan habitualmente la parte más dura de este
tipo de faenas degradantes, extenuantes y peligrosas257. Las consecuencias sociales de la
neoliberalización son en efecto extremas. La acumulación por desposesión socava de
manera sistemática todo el poder que las mujeres puedan haber tenido en el seno de los
sistemas domésticos de producción/comercio y de las estructuras sociales tradicionales,
y reubica todo en mercados de crédito y de mercancías dominados por los hombres. La
liberación de las mujeres de los controles patriarcales tradicionales en los países en vías
de desarrollo, sólo tiene dos caminos, o bien el trabajo degradante en las fábricas, o bien
la comercialización de su sexualidad, que comprende desde el respetable trabajo como
chica de alterne o camarera, hasta el tráfico sexual (una de las industrias contemporáneas más
lucrativas en la que la esclavitud ocupa un lugar muy importante). La pérdida de
medidas de protección social en los países del capitalismo avanzado ha tenido efectos
particularmente negativos en las mujeres de las clases más bajas, y en muchos de los
países ex comunistas del bloque soviético la pérdida de derechos por las mujeres a través
de la neoliberalización ha sido realmente catastrófica.
¿Cómo sobreviven, entonces, los trabajadores desechables -en particular las mujeres-
tanto en el plano social como en el afectivo, en un mundo de mercados laborales
flexibles y de contratos de corta duración, de inseguridad laboral crónica, de pérdida de
las protecciones sociales, y con frecuencia sufriendo un trabajo extenuante, en medio de
los escombros de las instituciones colectivas que una vez les dieron un mínimo de
dignidad y de apoyo? En opinión de algunos, el aumento de la flexibilidad de los
mercados laborales supone un gran avance y, aunque no conlleve ganancias materiales,
el simple derecho a cambiar de trabajo con relativa facilidad y la liberación de los
constreñimientos sociales tradicionales impuestos por el patriarcado y por la familia
posee beneficios intangibles. Las personas que negocian en términos satisfactorios en el
mercado de trabajo piensan, en apariencia, que existen abundantes recompensas en el
mundo de la cultura de consumo capitalista. Por desgracia, esta cultura, por más
espectacular, glamorosa, y sugerente que pueda parecer, juega perpetuamente con los
deseos sin brindar jamás otras satisfacciones que no sean la limitada sensación de
identidad experimentada en los grandes centros comerciales y de ocio, y la avidez por
alcanzar un determinado estatus a través de la belleza (en el caso de las mujeres) o de las
posesiones materiales. La máxima «compro, luego existo» sumada al individualismo
256
J. Sommer, «A Dragon Let Loose on the Land. And Shanghai is at the Epicenter of China's Economic Boom», Japan
Times, 26 de octubre de 1994, p. 3.
257
C. K. Lee, Gender and the South China Miracle, Berkeley, University of California Press, 1998; C. Cartier, Globalizing
South China, Oxford, Basil Blackwell, 2001, en particular cap. 6.
177
posesivo, cimienta un mundo de pseudosatisfacciones, excitante en lo superficial pero
hueco en su interior.
Sin embargo, para las personas que han perdido su trabajo o que nunca han conseguido
salir de la amplia economía informal, que actualmente brinda un deplorable refugio a la
mayoría de los trabajadores desechables del mundo, la historia es completamente
distinta. Sin olvidar que cerca de 2.000 millones de personas están condenadas a vivir
con menos de 2 dólares al día, el insultante mundo de la cultura de consumo capitalista,
las suculentas comisiones ganadas por los servicios financieros, y las peroratas de
autofelicitación acerca del potencial emancipador de la neoliberalización, de la
privatización y de la responsabilidad personal, deben parecer una cruel tomadura de
pelo. Desde la empobrecida China rural al opulento Estados Unidos, la pérdida del
derecho a la protección de la salud y la creciente imposición de todo tipo de tasas a los
usuarios de los servicios, añade un gran peso a las cargas financieras de los pobres258.
258
Los impactos globales son discutidos en detalle en V Navarro (ed.), The Political Economy of Social Inequalities.
Consequences for Health and the Quality of Life, cit.; V Navarro y C. Muntaner, Political and Economic Determinants oƒ
Population Healt and Well-Being, Amityville, Nueva York, Baywood, 2004, pp. 91-114.
259
J. Khan, «Violence Taints Religion's Solace for China's Poor», The New York Times, 25 de noviembre de 2004, A1 y A24.
178
y la vacuidad de la cultura de consumo capitalista. De acuerdo con el estudio realizado por
Thomas Frank, la derecha religiosa únicamente despegó en Kansas a finales de la década de
1980, después de más de una década de reestructuración y de desindustrialización
neoliberal260. Estas conexiones es posible que parezcan inverosímiles. Pero si Polanyi se
encuentra en lo cierto y el tratamiento de la fuerza de trabajo como una mercancía conduce
a la dislocación social, entonces, los movimientos dirigidos a reconstruir diferentes redes
sociales para defenderse contra tal amenaza, se tornan cada vez más probables.
Degradaciones medioambientales
La imposición de una lógica de contratación a corto plazo sobre los usos del medioambiente
tiene consecuencias desastrosas. Afortunadamente, en el seno del bando defensor del
neoliberalismo, las opiniones en torno a esta cuestión se encuentran en cierto modo
divididas. Aunque a Reagan no le preocupaba en absoluto el medio ambiente, llegando en
cierta ocasión a describir a los árboles como la fuente más importante de contaminación del
aire, Thatcher se tomó el problema en serio. Ella desempeñó un papel de vital importancia
en la negociación del Protocolo de Montreal para limitar el uso de los gases CFC261,
responsables de incrementar el agujero en la capa de ozono sobre la Antártida. Abordó
seriamente la amenaza del calentamiento de la atmósfera terrestre a causa de las emisiones
de dióxido de carbono. Desde luego, su compromiso con el medio ambiente no era del todo
desinteresado, puesto que el cierre de las minas de carbón y la destrucción de los sindicatos
mineros podía en parte legitimarse con argumentos en defensa del medioambiente.
Las políticas llevadas a cabo por el Estado neoliberal respecto al medio ambiente han
sido, pues, desiguales desde el punto de vista geográfico e inestables desde el temporal
(en función de quién lleve las riendas del poder estatal, siendo las Administraciones de
Reagan y de George W. Bush las más particularmente retrógradas a este respecto en
Estados Unidos). Por otro lado, desde la década de 1970 el movimiento ecologista ha
ganado relevancia de manera progresiva. A menudo ha ejercido una modesta influencia,
dependiendo del lugar y del momento. Asimismo, en algunos casos las empresas
capitalistas han descubierto que el incremento de la eficiencia y la mejora de la
actuación medioambiental pueden ir de la mano. No obstante, el balance general de las
consecuencias de la neoliberalización es, no cabe duda, negativo. Algunas sólidas
tentativas, aunque discutidas, de crear índices para determinar el nivel de bienestar
humano que incluyan los costes de la degradación medioambiental, indican una
260
T. Frank, What´s the Matter with Kansas. How Conservatives Won the Hearts of America, Nueva York, Metropolitan
Books, 2004.
261
Clorofluorocarburo. La fabricación y el empleo de CFC fueron prohibidos por el protocolo de Montreal, debido a que
los CFC destruyen la capa de ozono. Sin embargo, la producción reciente de CFC tendrá efectos negativos sobre el medio
ambiente por las próximas décadas.
179
acelerada tendencia negativa desde la década de 1970 aproximadamente. Y hay
suficientes ejemplos concretos de pérdidas medioambientales resultantes de la
aplicación desenfrenada de los principios neoliberales que sustentan esa conclusión
general. La acelerada destrucción de los bosques de las selvas tropicales desde 1970 es
un ejemplo de sobra conocido que tiene graves consecuencias sobre el cambio climático
y la pérdida de biodiversidad. En efecto, la era de la neoliberalización es también la era
de la más rápida extinción en masa de especies ocurrida en la historia reciente de la
Tierra262. Si nos estamos adentrando en el peligroso terreno de transformar el medio
ambiente global, en particular su clima, hasta el punto de convertir la tierra en un lugar
inhabitable para el ser humano, entonces, no cabe duda de que un mayor aplauso de la
ética neoliberal y de las practicas neoliberalizadoras se revelará nada menos que fatal.
La aproximación a las cuestiones medioambientales de la Administración de Bush
consiste, por regla general, en cuestionar las pruebas científicas existentes y en no hacer
nada en absoluto (salvo recortar los recursos destinados a financiar una consistente
investigación científica sobre este problema). Pero su propio equipo de investigadores
revela que la contribución humana al calentamiento global se ha disparado desde 1970.
El Pentágono también sostiene que el calentamiento del planeta podría ser, a largo plazo,
una amenaza mucho más grave para la seguridad estadounidense que el terrorismo263. Es
interesante observar que los dos principales responsables del aumento de las emisiones
de dióxido de carbono durante los últimos años hayan sido los dos motores de la
economía global, esto es, Estados Unidos y China (que durante la pasada década
aumentó sus emisiones en un 45 %). En Estados Unidos, se ha progresado bastante en
cuanto a la mejora de la eficiencia energética, tanto en la industria como en la
construcción de viviendas. En este caso, la prodigalidad se deriva en gran medida del
tipo de consumismo que sigue estimulando la urbanización en las periferias de las
ciudades y la suburbanización caóticas, que exigen un elevado consumo energético, y
una cultura que se decanta por la compra de todoterrenos (4x4) que son verdaderos
sumideros de gasolina en lugar de coches más eficientes desde el punto de vista
energético y que están disponibles en el mercado. La progresiva dependencia de Estados
Unidos del petróleo importado tiene obvias ramificaciones geopolíticas. En el caso de
China, la velocidad con la que se ha producido la industrialización y el aumento de la
utilización de vehículos privados duplica la presión sobre el consumo de energía. China
ha pasado de ser un país autosuficiente en cuanto a la producción de petróleo a finales de
la década de 1980 a convertirse en el segundo mayor importador del mundo después de
Estados Unidos. Aquí, también, las implicaciones geopolíticas se multiplican a medida
que China se afana por lograr afianzarse en Sudán y en Asia central y en Oriente
262
N. Myers, Ultimate Security. The Environmental Basis of Political Stability, Nueva York, Norton, 1993; The Primary
Resource. Tropical Forests and Our Future/Updated for the 1990s, Nueva York, Norton, 1993; M. Novacek (ed), The
Biodiversity Crisis. Losing What Counts, Nueva York, American Museum of Natural History, 2001.
263
Climate Change Science Program, «Our Changing Planet. The US Climate Change Science Program for Fiscal Years
2004 y 2005», (Online) http://www.usgcrp-gov/usgcrp/Library/ocp2004-5 ; M. Townsed y P Harris, «Now the Pentagon
Tells Bush. Climate Change Will Destroy Us», The Observer, 22 de febrero de 2004, disponible en Internet.
180
Próximo para asegurar su suministro de petróleo. Pero China también tiene grandes
reservas de carbón de muy baja calidad, con un elevado contenido en azufre. Su uso para
la generación de electricidad, está creando graves problemas medioambientales que
contribuyen de manera especial al calentamiento del planeta. Por otro lado, dada la
acusada escasez de energía eléctrica que actualmente asola la economía china, en la que
son comunes las caídas de potencia y los cortes de luz, los gobiernos locales no tienen
ningún incentivo para cumplir las órdenes emitidas por el gobierno central de cerrar las
«sucias» y deficientes estaciones eléctricas que poseen. El sorprendente crecimiento de
la adquisición y uso de automóviles, que en diez años han sustituido de manera notable a
la bicicleta en algunas grandes ciudades, como Pekín, ha otorgado a China la negativa
distinción de tener dieciséis de las veinte peores ciudades del mundo en cuanto a calidad
del aire se refiere264. Los efectos concatenados sobre el calentamiento de la atmósfera
terrestre son obvios. Tal y como ocurre de manera habitual en fases de acelerada
industrialización, la absoluta falta de atención hacia las consecuencias medioambientales
está teniendo efectos dañinos en todos los lugares. Los ríos se encuentran sumamente
contaminados, el agua destinada al consumo humano está llena de sustancias químicas
cancerígenas, el sistema de sanidad pública es débil (como ilustran la incidencia del
Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS) o de la gripe aviar), y la acelerada
transformación de la tierra para destinarla a usos urbanos o para construir proyectos
hidroeléctricos descomunales (como en el valle de Yangtze) dan cuenta de una batería
de problemas medioambientales que el gobierno central sólo ahora empieza a abordar.
China no es la única, ya que el intenso crecimiento de la India también se está viendo
acompañado de cambios estresantes para el medioambiente, derivados de la expansión
del consumo así como también de la creciente presión sobre la explotación de los
recursos naturales.
264
K. Bradsher, «China's Boom Adds to Global Warming», The New York Times, 22 de octubre de 2003, A1 y A8; J.
Yardley, «Rivers Run Black, and Chinese Die of Cancer», The New York Times, 12 de septiembre de 2004, A1 y A17; D.
Murphy, «Chinese Providence. Stinking, Filthy Rich», The Wall Street journal, 27 de ocubre de 2004, BZH.
181
su capacidad natural para reproducirse. Los bancos de peces -las sardinas de California,
el bacalao de Terranova, y la lubina chilena- son un ejemplo clásico de cómo un recurso
explotado a una tasa «óptima», de pronto se agota sin ningún aparente síntoma previo265.
Un caso menos dramático pero igualmente maligno lo constituye el sector forestal. La
insistencia neoliberal en la privatización torna difícil establecer cualquier acuerdo global
sobre unos principios de gestión de los bosques que garanticen la protección de hábitats
valiosos y de la biodiversidad, en particular, en los bosques tropicales húmedos. En los
países pobres con importantes recursos forestales, la presión para incrementar las
exportaciones y para permitir adquisiciones en propiedad y concesiones a empresas
extranjeras conlleva la disolución de los mínimos sistemas de protección que puedan
existir. La sobreexplotación de los recursos forestales ocurrida en Chile tras el proceso
de privatización es un claro ejemplo de ello. Pero los programas de ajuste estructural
administrados por el FMI han tenido un impacto todavía más perjudicial. Las medidas
de austeridad impuestas han mermado el dinero que los países más pobres pueden
destinar a la gestión de los bosques. Igualmente, estos países son presionados para
privatizar los bosques y permitir su explotación por compañías madereras extranjeras a
través de la celebración de contratos a corto plazo. Cuando existe la presión por
conseguir divisas extranjeras para liquidar las deudas, resulta tentador conceder la
máxima tasa de explotación a corto plazo. Por si eso fuera poco, cuando la austeridad
ordenada por el FMI y el desempleo alcanzan un punto insostenible, las poblaciones
trocadas redundantes pueden pretender buscar un medio de subsistencia en la tierra y
embarcarse en una limpieza indiscriminada del bosque para obtener terrenos despejados.
En tanto que el método preferido es la quema, las poblaciones campesinas sin tierra junto
con las compañías taladoras pueden provocar destrucciones masivas de los recursos
forestales de un día para otro, como ha ocurrido en Brasil, en Indonesia, y en varios países
africanos266. No es accidental que entre 1997 y 1998, en el punto álgido de la crisis
financiera que expulsó a millones de personas del mercado de trabajo en Indonesia, una
oleada de incendios descontrolados arrasara Sumatra (que no era ajena a las operaciones
de talado de árboles de uno de los hombres de negocios de origen chino más ricos
vinculados a Suharto), creando una enorme capa de humo que encapotó el cielo de todo el
sureste asiático durante Varios meses. Únicamente cuando los Estados, y otros grupos de
interés, se encuentran preparados para contravenir las reglas neoliberales y los intereses de
clase que las sostienen -algo que ha ocurrido en un número significativo de ocasiones- es
posible asistir a un uso en alguna medida equilibrado del medio ambiente.
265
Petras y H. Velmeyer, System in Crisis. The Dinamics of Free Market Capitalism, Londres, Zed Books, 2003, pp. 87-110.
266
Americans Lands Alliance, «IMF Policies Lead to Global Deforestation», (Online)
http://americanlands.org/imfreport.htm
182
Sobre los derechos
La neoliberalización ha fecundado dentro de sí misma una difundida cultura de
oposición. Sin embargo, la oposición tiende a aceptar muchas de las proposiciones
básicas del neoliberalismo. Las temáticas se centran en las contradicciones internas. Se
abordan con mucha seriedad las cuestiones relativas a los derechos y a las libertades
individuales, por ejemplo, y se las opone al autoritarismo y a la frecuente arbitrariedad
del poder político, económico y de clase. Se toma la retórica neoliberal de la mejora del
bienestar colectivo y se condena la neoliberalización por dejar de cumplir sus propias
aspiraciones. Consideremos, por ejemplo, el primer párrafo sustancial del documento
neoliberal por excelencia, el acuerdo de la OMC. Su actuación debe tender:
183
social. Por otro lado, la frecuente apelación a la acción legal, confirma la preferencia
neoliberal por apelar al poder judicial y al ejecutivo, en lugar de al parlamentario. Pero
perderse en los vericuetos de los cauces legales es algo muy lento y costoso y, en cualquier
caso, los intereses de la clase dominante tienen mucho más peso ante los tribunales por la
tradicional lealtad de clase de la judicatura. Las decisiones legales tienden a favorecer los
derechos de la propiedad privada y la tasa de beneficio sobre el derecho a la igualdad y a la
justicia social. En opinión de Chandler, es «la desilusión de la elite liberal con las personas
ordinarias y con el proceso político [lo que] les lleva a centrarse en el individuo como sujeto
de derechos, llevando su caso ante el juez que le escuchará y dictará su veredicto»269.
En tanto que los individuos más necesitados carecen de los recursos económicos para
defender sus propios derechos, la única forma de articular este ideal es mediante la
formación de grupos de defensa. El surgimiento de los grupos de defensa y de las ONG,
que han crecido de manera espectacular desde la década de 1980, ha acompañado al giro
neoliberal al igual que lo han hecho los discursos sobre los derechos en términos más
generales. En muchos casos, las ONG se han adentrado en el vacío de protección social
dejado atrás por el abandono del Estado de actividades que anteriormente le pertenecían.
Ésto equivale a una privatización protagonizada por las ONG. En ocasiones, su entrada
ha contribuido a acelerar el abandono del Estado del sistema de provisión social. Por lo
tanto, las ONG funcionan como «caballos de Troya para el neoliberalismo global»270.
Por otra parte, las ONG no son instituciones esencialmente democráticas. Tienden a ser
elitistas, no tienen la obligación de rendir cuentas ante nadie (salvo a sus donantes) y,
por definición, guardan una apreciable distancia con las personas que pretenden proteger
o ayudar, con independencia de las buenas intenciones que alberguen o de lo
progresistas que puedan ser. Con frecuencia sus agendas no son públicas, y prefieren la
negociación directa con el poder estatal o de clase, o influir en sus decisiones. A menudo
más que representar a su clientela, su actividad consiste en controlarla. Proclaman y
presumen de hablar en beneficio de los que no pueden hablar por sí mismos, incluso
definen los intereses de aquellos por los que hablan (como si las personas fueran
incapaces de hacerlo por sí mismas). Pero la legitimidad de su estatus siempre queda
abierta a la duda. Por ejemplo, cuando estas organizaciones se movilizan con éxito para
que se prohíba el trabajo infantil en las actividades productivas, como una cuestión de
derechos humanos universales, puede que estén debilitando economías en las que el
trabajo es fundamental para la supervivencia de familias enteras. Si no se ofrece ninguna
alternativa económica viable, los niños puede que sean vendidos a redes de prostitución
(originando el nacimiento de otro grupo de defensa que persiga la erradicación de ésta).
La universalidad que se presupone en «el lenguaje de los derechos», y la dedicación de
las ONG y de los grupos de defensa a los principios universales no encajan bien con las
269
Ibid., p. 230.
270
T. Wallace, «NGO Dilemas. Trojan Horses for Global Neo1iberalism?», Socialist Register, Londres, Merlin Press, 2003,
pp. 202-219. Para un análisis general del papel de las ONG, véase M. Edwards y D. Hulme (eds.), Non-Governmental
Organisations. Performance and Accountabilty, Londres, Earthscan, 1995.
184
particularidades locales y con las prácticas diarias de la vida económica y política
existente bajo la presión conjunta de la mercantilización y la privatización271.
Pero hay otra razón por la que esta particular cultura opositora ha ganado tantas
adhesiones en los últimos años. La acumulación por desposesión implica un conjunto
muy distinto de prácticas desde la acumulación hasta la expansión del trabajo asalariado
en la industria y en la agricultura. Este último proceso, que dominó los procesos de
acumulación de capital en la década de 1950 y 1960, dio lugar a una cultura opositora
(como la que se inscribe en los sindicatos y en los partidos políticos obreros) que
produjo el liberalismo embridado. Por otro lado, la desposesión se produce de manera
fragmentada y particular: una privatización aquí, un proceso de degradación
medioambiental allá, o una crisis financiera o de endeudamiento acullá. Es difícil
oponerse a toda esta especificidad y particularidad sin apelar a principios universales. La
desposesión entraña la pérdida de derechos. De ahí el giro hacia una retórica
universalista de los derechos humanos, la dignidad, las prácticas ecológicas sostenibles,
los derechos medioambientales, y otras temáticas afines, como base de una política
opositora unida.
Esta apelación al universalismo de los derechos es un arma de doble filo. Puede y debe ser
utilizada sin olvidar en ningún momento los fines progresistas que la animan. La tradición
que encuentra sus mayores exponentes en Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras, y
otras organizaciones próximas a ellas, no puede ser desechada como un mero accesorio del
pensamiento neoliberal. Toda la historia del humanismo (tanto en su versión occidental -
clásicamente liberal- como en sus diversas versiones no occidentales) es demasiado
compleja como para permitirlo. Pero los objetivos limitados de muchos discursos sobre los
derechos (en el caso de Amnistía Internacional hasta hace poco su único objeto de atención
eran los derechos civiles y políticos netamente separados de los económicos) hace que sean
demasiado fáciles de absorber dentro del marco neoliberal. El universalismo parece
funcionar particularmente bien cuando se abordan cuestiones globales como el cambio
climático, el agujero de la capa de ozono o la pérdida de la biodiversidad a través de la
destrucción del hábitat. Pero sus resultados en la arena de los derechos humanos resultan
más dudosos, dada la diversidad de las circunstancias político-económicas y de las
prácticas culturales que existen en el mundo. Además, no ha sido nada difícil incorporar
las cuestiones relativas a los derechos humanos en calidad de «espadas del Imperio»
(por utilizar la mordaz caracterización de Bartholomew y Breakspear)272. Por ejemplo,
los llamados «halcones liberales» de Estados Unidos han apelado a ellos para justificar
intervenciones imperialistas en Kosovo, Timor Oriental, Haití, y, sobre todo, en
271
L. Gill, Teetering on the Rim, Nueva York, Columbia University Press, 2000; J. Cowan, M. B. Dembour, y R. Wilson
(eds.), Culture and Rights. Antropological Perspectives, Cambridge, Cambridge University Press, 2001.
272
A. Bartholomew y J. Breakspear, «Human Rights as Swords of Empire», Socialist Register, Londres, Merlin Press,
2003, pp. 124-125.
185
Afganistán e Iraq. Justifican el humanismo militar «en nombre de la protección de la
libertad, de los derechos humanos y la democracia también cuando se persigue de
manera unilateral por una autoproclamada potencia imperialista» como Estados
Unidos273. A escala más amplia, es difícil no concluir con Chandler que «las raíces del
humanitarismo actual basado en los derechos humanos radican en el creciente consenso
en torno al apoyo de la implicación occidental en los asuntos internos del mundo en vías
en desarrollo que se registra desde la década de 1970». El principal argumento descansa
en que «las instituciones internacionales, los tribunales internacionales e internos de los
países, las ONG o los comités éticos son más representativos de las necesidades del pueblo
que los gobiernos elegidos en las urnas. Los gobiernos y los representantes electos son
considerados sospechosos precisamente porque deben rendir cuentas ante su electorado y,
por lo tanto, se percibe que tienen intereses “particulares” en lugar de actuar conforme a
principios éticos»274. En el ámbito doméstico, los efectos no son menos dañinos, ya que tal
planteamiento consigue estrechar «el debate político público a través de la legitimación del
papel de la toma de decisiones por parte de la judicatura, de los grupos de trabajo y de los
comités éticos, que no son órganos electos». Los efectos políticos pueden ser debilitadores.
«Lejos de cuestionar el aislamiento individual y la pasividad de nuestras atomizadas
sociedades, la regulación de los derechos humanos únicamente puede institucionalizar estas
divisiones». Y, lo que es peor, «la visión degradada del mundo social proporcionada por el
discurso ético de los derechos humanos sirve, como cualquier otra teoría de la elite, para
sostener la fe en sí misma de la clase gobernante»275.
A la luz de esta crítica, resulta tentador evitar toda apelación a los universales, por esta
falla insalvable que los atraviesa, y abandonar toda mención a los derechos, entendidos
como una imposición injustificable de una ética abstracta basada en el mercado, puesto
que sirven para enmascarar el proceso de restauración del poder de clase. Aunque ambas
proposiciones merecen una consideración seria, en mi opinión, no resulta acertado
abandonar el campo de los derechos a la hegemonía neoliberal. Hay una batalla que
librar no sólo acerca de qué universales y qué derechos deberían invocarse en
situaciones concretas, sino también sobre cómo deberían construirse esos principios y
concepciones universales de los derechos. La conexión crítica forjada entre el
neoliberalismo, como un conjunto particular de prácticas políticas económicas, y la
creciente apelación a cierto tipo de derechos universales como fundamento ético de la
legitimidad política y moral debería ponernos en alerta. Los decretos de Bremer
impusieron sobre Iraq una cierta concepción de los derechos. A la vez que violan el
derecho de autodeterminación de ese país. «Entre dos derechos», dice la célebre frase de
Marx, «la fuerza decide»276. Si la restauración de clase implica la imposición de un
273
Ibid., p. 126.
274
D. Chandler, From Kosovo to Kabul. Human Rights and International Intervention, cit., pp. 27 y 218.
275
Ibíd., p. 235
276
K. Marx, Capital, Nueva York, Internacional Publishers, 1967, t. I, p. 225 [ed. cast.: El capital, Madrid, Ediciones Akal, 2000].
186
conjunto característico de derechos, entonces, la resistencia a esa imposición implica la
lucha por derechos enteramente diferentes.
187
definen en el ámbito internacional, a la vez que insiste en que criminales de guerra de
otros lugares sean enjuiciados ante los mismos tribunales cuya autoridad niega en
relación a sus propios ciudadanos.
Vivir bajo el neoliberalismo también significa aceptar o someterse a ese haz de derechos
que resulta necesario para la acumulación de capital. Vivimos, pues, en una sociedad en
la que el derecho inalienable de los individuos (y recordemos que las corporaciones son
definidas como personas ante la ley) a la propiedad privada y a obtener beneficios está
por encima de cualquier otra concepción de los derechos inalienables que pueda
concebirse. Los defensores de este régimen de derechos argumentan, de manera
impecable, que estimula las «virtudes burguesas», sin las que todos los habitantes de la
tierra estarían mucho peor. Este régimen contempla la responsabilidad individual; la
autonomía respecto a la injerencia estatal (que a menudo coloca este régimen de
derechos en severa oposición a los definidos en el seno del Estado); la igualdad de
oportunidades en el mercado y ante la ley; la recompensa a la iniciativa y al esfuerzo
empresarial; el cuidado de uno mismo y de lo que es de uno; y un mercado abierto que
permita una amplia gama de libertades de elección tanto en la contratación como en el
intercambio. Este sistema de derechos es aún más convincente cuando se extiende al
derecho de propiedad sobre el propio cuerpo (que afianza el derecho de la persona a
contratar libremente la venta de su propia fuerza de trabajo así como también el ser
tratada con dignidad y con respeto, y el no sufrir coacciones físicas como la esclavitud)
y el derecho a la libertad de pensamiento, de expresión y de discurso. Estos derechos
secundarios son atrayentes. Muchos de nosotros dependemos considerablemente de
ellos. Pero lo hacemos en buena medida en tanto que mendigos que viven de las migas
que sobran de la mesa del rico.
Pero éstos no son los únicos derechos a nuestro alcance. Incluso dentro de la concepción
liberal, tal y como se explica en la Carta de las Naciones Unidas, hay derechos
188
secundarios, como la libertad de opinión y de expresión, el derecho a la educación y a la
seguridad económica, o el derecho a formar sindicatos. Fortalecer estos derechos
supondría un serio desafío al neoliberalismo. Convertir estos derechos secundarios en
prioritarios y los derechos prioritarios a la propiedad privada y al beneficio, en
secundarios, sería una revolución de gran envergadura de las prácticas político-
económicas. También hay concepciones enteramente diferentes de los derechos a los
que podemos apelar como, por ejemplo, el derecho al acceso a los bienes comunes
globales o a una seguridad básica en materia de alimentos. «Entre derechos iguales la
fuerza decide». Las luchas políticas sobre una concepción adecuada de los derechos, e
incluso de la propia libertad, ocupan un lugar central en la búsqueda de alternativas.
189
VII
El horizonte de la libertad
190
decente279. La libertad de no encontrarse en situación de necesidad, era una de las cuatro
libertades cardinales que posteriormente articuló como base para su visión política del
futuro. Estas amplias temáticas contrastan con las libertades mucho más limitadas del
neoliberalismo que el presidente Bush coloca en el centro de su retórica política. La
única forma de enfrentarnos a nuestros problemas, sostiene Bush, es haciendo que el
Estado deje de regular la empresa privada, que el Estado abandone el sistema de
provisión social, y que el Estado fomente la universalización de las libertades y de la
ética del mercado. Esta depravación neoliberal del concepto de libertad «convertida en
una mera defensa de la libertad de empresa» sólo puede significar, tal y como indica
Karl Polanyi, «la plena libertad para aquellos cuyos ingresos, ocio y seguridad no
necesitan ser incrementados y una miseria de libertad para el pueblo, que en vano puede
intentar hacer uso de sus derechos democráticos para resguardarse del poder de los
dueños de la propiedad»280.
191
promueven Bush y sus colegas republicanos son las únicas que existen. Estas libertades,
se nos dice, merecen que demos nuestra vida por ellas en Iraq, y Estados Unidos «en
tanto que la potencia más grande de la tierra» tiene «la obligación» de contribuir a su
expansión por todo el mundo. La entrega de la prestigiosa Medalla de la Libertad, que
concede el presidente de Estados Unidos, a Paul Bremer, arquitecto de la reconstrucción
neoliberal del Estado iraquí, dice mucho acerca de lo que este segmento de la opinión
pública estadounidense es capaz de tolerar.
282
K. Marx, Capital, Nueva York, Internacional Publishers, 1967, t. III, pp. 820 [ed. cast.: El capital, Madrid, Ediciones Akal, 2000].
283
R. Kaplan, The Coming Anarchy. Shattering the Dreams of the Post Cold War, Nueva York, Cintage, 2001.
192
criminalidad que barrieron la ciudad de Nueva York, la ciudad de México,
Johannesburgo, Buenos Aires y muchas otras ciudades en la estela dejada por el ajuste
estructural y la reforma neoliberal, deberían sin duda haberle puesto sobre aviso284. En el
otro extremo de la escala de la riqueza, aquellos plenamente incorporados dentro de la
inexorable lógica del mercado y de sus demandas apenas encuentran tiempo ni espacio
para explorar potencialidades emancipadoras fuera de lo que es comercializado como
aventura «creativa», ocio y espectáculo. Obligados a vivir como apéndices del mercado
y de la acumulación de capital en lugar de como seres expresivos, la esfera de la libertad
se encoje ante la terrible lógica y la vacía intensidad de las ligaduras del mercado.
284
J. Walton, «Urban Protest and the Global Political Economy. The IMF Riots››, en M. Smith y J. Feagin (eds.), The
Capitalist City, Oxford, Blackwell, 1987, pp. 354-386.
285
D. Jensen, The Culture of Make Believe, Nueva York, Context Books, 2002; Zergan, Future Primitive and Other
Essays, Brooklyn (NY), Autonomedia, 1994.
286
J. Khan, «Violence Taints Religion's Solace for Chinas Poor», The New York Times, 25 de noviembre de 2004, A1 y A24.
193
asumido el poder político y parecen preparadas para extender y profundizar su influencia
en toda América Latina. El sorprendente éxito del regreso del Partido del Congreso en
India, elegido sobre la base de un programa izquierdista, es también otro ejemplo a tener
en cuenta. Hay abundantes pruebas del deseo de una alternativa a la neoliberalización287.
287
B. Gills (ed.), Globalization and the Politics of Resistance, Nueva York, Palgrave, 2001; T. Mertes (ed.), A Movement of
Movements, Londres, Verso, 2004; P Wignaraja (ed.), New Social Movement; in the South. Empowering the People,
Londres, Zed Books, 1993;]. Brecher, Costello, y B. Smith, Globalization from Below. The Power of Solidarity, Cambridge
(MA), South End Press, 2000.
288
Stiglitz, Globalization and its Discontents, Nueva York, Norton, 2002; J. Stiglitz, The Roaring Nineties, Nueva York,
Norton, 2003; P Krugman, The Great Unravelling. Losing Our Way in the Twentieh Century, Nueva York, Public Affairs,
2002; The Bubble of American Supremacy. Correcting the Misuse of American Power, Nueva York, Public Affairs, 2003; J.
Sachs, «New Global Consensus on Helping the Poorest of the Poor», Global Polity Forum Newsletter, 18 de abril de 2000.
Por ejemplo, Sachs dice: «Yo no creo en una forma de gobierno global dirigida por los países ricos, o por un sistema de
votación internacional en el que el dinero determina los resultados como ocurre actualmente en el FMI y en el Banco
Mundial, como tampoco creo en un modelo de gobierno permanente por parte de una arraigada burocracia exenta de
fiscalización externa que sin duda ha habido en el FMI, ni en un gobierno basado en una condicionalidad establecida por los
países ricos e impuesta sobre los extremadamente pobres».
289
Únicamente citaré dos ejemplos: United Nations Development Program, Human Development Report 1999; World
Commission on the Social Dimension of Globalization, A Fair Globalization.
290
D. Held, Global Covenant. The Social Democratic Alternative to the Washington Consensus, Cambridge, Polity, 2004.
He revisado algunos de los dilemas en la aplicación de la ética cosmopolita en D. Harvey, «Cosmopolitanism and the
Banality of Geographical Evils», en J. Comaroff y J. Comaroff, Millennial Capitalism and the Culture of Neoliberalism,
Durham (NC), Duke University Press, 2000, pp. 271-310.
194
Este tipo de objetivos no pueden alcanzarse sin cuestionar las bases fundamentales del
poder sobre las que se alza el neoliberalismo y a las que los procesos de neoliberalización
han contribuido de manera tan pródiga. Ésto no sólo supone revertir la retirada del Estado
del campo de la provisión social sino también enfrentarse al poder sobrecogedor del capital
financiero. Keynes se refería con desprecio a los «cortadores de cupones», que de manera
parasitaria vivían de los intereses y de los dividendos que les proporcionan sus títulos-
valores, y anhelaba que se produjera lo que denominó «la eutanasia del rentista» en tanto
que condición necesaria no sólo para alcanzar un mínimo de justicia económica sino
también para impedir la devastación que provocan las periódicas crisis a las que es proclive
el capitalismo. La virtud del compromiso keynesiano y del liberalismo embridado
construido después de 1945 radica en que en cierto sentido iba a cumplir aquellos objetivos.
La llegada de la neoliberalización, por el contrario, ha encumbrado el papel del rentista, el
recorte de impuestos para los ricos, los dividendos especiales y las ganancias especulativas
sobre los sueldos y los salarios, y es la responsable de desencadenar crisis financieras sin
precedentes, aunque geográficamente delimitadas, con efectos devastadores sobre el
empleo y sobre las oportunidades de vida en un país tras otro. La única forma de realizar
esos loables objetivos es enfrentarse al poder de las finanzas y revertir los privilegios de
clase erigidos sobre él. Pero no hay ni un solo gesto entre las potencias que indique que se
esté haciendo algo en este sentido.
195
¿El fin del neoliberalismo?
Las contradicciones políticas y económicas internas de la neoliberalización son
imposibles de contener excepto a través de crisis financieras. Hasta el momento, éstas se
han revelado dañinas a escala local, pero manejables a escala global. El grado en que se
puede manejar una crisis depende, naturalmente, de la capacidad para apartarse de
manera sustancial de la teoría neoliberal. El mero hecho de que los dos principales
motores de la economía global -Estados Unidos y China- acusen un tremendo déficit
financiero es, sin duda, una señal irrefutable de que el neoliberalismo está en apuros,
cuando no definitivamente muerto, en tanto que pauta teorética para garantizar el futuro
de la acumulación de capital. Ésto no impedirá que continúe desplegándose como una
retórica adecuada para apoyar la restauración/creación del poder de clase en la elite.
Pero cuando las desigualdades en la renta y en la riqueza alcanzan un nivel próximo al
que precedió a la crisis de 1929 -como ocurre hoy-, los desequilibrios económicos se
vuelven tan crónicos como para que se corra el peligro de generar una crisis estructural.
Por desgracia, los regímenes de acumulación raramente se disuelven de manera pacífica,
si es que alguna vez lo han hecho. El liberalismo embridado nació de las cenizas de la
Segunda Guerra Mundial y de la Gran Depresión. La neoliberalización surgió en medio de
la crisis de acumulación de la década de 1970, gestándose en el seno de un marchito
liberalismo embridado y llegando al mundo con la suficiente violencia como para constatar
la observación de Karl Marx de que la violencia es invariablemente la comadrona de la
historia. Actualmente, en Estados Unidos asistimos a la emergencia de la opción autoritaria
del neoconservadurismo. El violento ataque sobre Iraq en el exterior y las políticas de
encarcelamiento en el ámbito doméstico indican una ingenua determinación por parte de la
elite dominante estadounidense de redefinir el orden global y doméstico conforme a sus
propios intereses. Así pues, es tarea nuestra sopesar de manera muy cuidadosa si podría o
no desencadenarse, y cómo, una crisis del régimen neoliberal.
Las crisis financieras que con tanta frecuencia han precedido el asalto depredador a
economías nacionales enteras por parte de potencias financieras superiores, se han
venido caracterizando por la existencia de desequilibrios económicos crónicos. Los
síntomas típicos son un déficit presupuestario interno descomunal e incontrolable, una
crisis en la balanza de pagos, una acelerada depreciación de la moneda, valoraciones
inestables de los activos internos del país (por ejemplo, en el mercado inmobiliario y
financiero), un incremento de la inflación, un aumento del desempleo acompañado de
una caída de los salarios, y la fuga de capitales. De estos siete principales indicadores,
hoy en día. Estados Unidos ostenta la distinción de cumplir con creces los tres primeros,
y hay una grave preocupación respecto incurrir también en el cuarto. La actual
«recuperación del paro» y la congelación salarial insinúan problemas incipientes con el
sexto. En otro lugar, esta combinación de indicadores casi con toda seguridad habría
precisado la intervención del FMI (y los economistas del FMI se quejan oficialmente, al
196
igual que el antiguo y el actual presidente de la Reserva Federal, Volcker y Greenspan,
respectivamente, de que los desequilibrios económicos existentes dentro de Estados
Unidos están amenazando la estabilidad global)291. Pero dado que Estados Unidos
domina el FMI, ésto sólo significa que Estados Unidos debería disciplinarse, algo que
parece improbable. Las grandes cuestiones son: ¿los mercados globales se disciplinarán
(como deberían hacer según la teoría neoliberal)? Y de ser así, ¿cómo y con qué efectos?
Resulta inconcebible, pero no imposible, que de un día para otro Estados Unidos se
encuentre en la misma situación que Argentina en 2001. Sin embargo, las consecuencias
serían catastróficas no sólo en el plano doméstico, sino también para el capitalismo global.
E1 hecho de que casi todos los que constituyen la clase capitalista y se encargan de su
gestión global en cada sitio tengan plena constancia de ello, motiva que el resto del mundo
esté actualmente dispuesto (en algunos casos a regañadientes) a seguir apoyando la
economía estadounidense con créditos suficientes como para mantener su pródigo
derrotero. No obstante, los flujos de capital privado hacia Estados Unidos han sufrido una
seria disminución (excepto en la compra de activos, relativamente baratos dada la caída
del valor del dólar), siendo, pues, los bancos centrales de todo el mundo -particularmente
de Japón y de China- los que ahora y cada vez más poseen Estados Unidos Inc292. Retirar
su apoyo a Estados Unidos sería devastador para sus propias economías, puesto que
Estados Unidos es todavía un mercado de importancia crucial para sus exportaciones.
Pero hay un límite que impide que esta fórmula pueda mantenerse. Casi un tercio de los
activos financieros de Wall Street y casi la mitad de los bonos del Tesoro estadounidenses
están ya en manos extranjeras, y los dividendos e intereses que fluyen hacia propietarios
extranjeros equivalen ahora, aproximadamente, al tributo que las corporaciones y las
operaciones financieras estadounidenses extraen del exterior, si es que no lo superan ya
(véase figura 7.1). Este equilibrio de beneficios se tornará más acusadamente negativo cuanto
más incremente Estados Unidos su endeudamiento con el exterior, el cual crece a una tasa
cercana a los 2.000 millones de dólares diarios. Por otro lado, la posibilidad de que los tipos
de interés estadounidenses aumenten (como en cierto punto debe ocurrir) hace que lo
ocurrido en México después de la subida de los tipos de interés de Volcker en 1979 empiece
a vislumbrarse como un verdadero problema. Estados Unidos pronto estará pagando mucho
más en concepto del servicio de su deuda al resto del mundo que lo que obtiene de él293. Esta
extracción de riqueza de Estados Unidos no será bien recibida en el interior del país. Los
291
Respecto a Volcker, véase P Bond, «US and Global Economic Volatility. Theoretical, Empirical and Political
Considerations», texto presentado en el Seminario sobre el Imperio, Universidad de York, noviembre de 2004; M.
Muhleisen y C. Towe (eds.), US Fiscal Policies and Priorities for Long-Run Sustainability, Occasional Paper, p. 227,
Washington DC, International Monetary Fund, 2004.
292
El tipo de compañía mercantil designada mediante la abreviatura inglesa Inc. (Incorporated), equivale a la figura
societaria mercantil española que se identifica mediante la abreviatura S.A. (Sociedad Anónima). [N. de la T]
293
G. Duménil y D. Lévy, «Neoliberal Dynamics. Towards A New Phase?›› en K. van der Pijl, L. Assassi, y D. Wigan
(eds.), Global Regulation. Managing Crises afler the Imperial Turn, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2004, pp. 41-63
197
continuos incrementos del consumo financiado mediante el endeudamiento que han sido la
base de la paz social en Estados Unidos desde 1945 tendrán que detenerse.
Es posible que la economía estadounidense pueda bandear los actuales desequilibrios (de
manera muy parecida a después de 1945) y sacudirse los problemas que ella mismo se ha
buscado. Algunas tímidas señales apuntan en esta dirección. Sin embargo, la actual política
parece estar basada, en el mejor de los casos, en el principio de Micawber de que algo
bueno está destinado a ocurrir. Después de todo, los presidentes de muchas compañías
estadounidenses se las arreglaron para vivir en su propio mundo de fantasía ante el hecho de
que entidades aparentemente invulnerables como Enron se vinieran abajo. Éste también
podría ser el destino de Estados Unidos Inc., y las afirmaciones en clave fantástica del
actual presidente deberían preocupar a todos aquellos a los que realmente importen los
intereses del país. Otra posibilidad es que la elite dominante estadounidense calcule que
puede sobrevivir a una crisis financiera y presupuestaria global en buena forma y usarla
para culminar su agenda de dominio absoluto en el interior del país. Pero este cálculo
podría acabar siendo un error monumental. El resultado podría ser acelerar la
transferencia de hegemonía hacia alguna otra economía regional (lo más probable es que
con base en Asia) y un recorte simultáneo en la capacidad de la elite dominante para
ejercer su domino tanto en el interior como en el exterior del país.
198
199
La cuestión que emerge de manera más inmediata es la referida a qué tipo de crisis
podría servir mejor a Estados Unidos para resolver su propia situación, ya que la
elección se encuentra de hecho dentro de la esfera de las opciones políticas. Al abordar
estas opciones es importante recordar que Estados Unidos no ha sido inmune a las
dificultades financieras durante los últimos veinte años. La caída del mercado bursátil de
1987 eliminó casi el 30 % del valor de los activos, y en el punto más bajo del desplome
que sucedió al estallido de la burbuja de la nueva economía a finales de la década de
1990, se perdieron más de 8 billones de dólares en títulos-valores, antes de que se
recuperaran los niveles previos. La crisis bancaria y de las cajas de ahorro de 1987 costó
remediarla casi 200.000 millones de dólares, y aquél año las cosas empeoraron tanto que
William Isaacs, presidente de la Federal Deposit Insurance Corporation, advirtió de que
«Estados Unidos podría estar encaminándose hacia una nacionalización de la banca». Y
las grandes quiebras de Long Term Capital Management, Orange County y de otras
compañías que especularon y perdieron, seguidas por el derrumbe de varias de las
compañías más importantes del país en 2001-2002 en medio de asombrosos lapsus en la
contabilidad, no sólo salieron caras a los ciudadanos sino que también demostraron lo
frágil y lo ficticia que se ha vuelto buena parte de la financiarización neoliberal. Por
supuesto, esta fragilidad no sólo se limita a Estados Unidos. La mayoría de los países,
incluida China, tienen que hacer frente a la incertidumbre y a la volatilidad financiera.
La deuda del mundo en vías de desarrollo, por ejemplo, se elevó de «580.000 millones de
dólares en 1980 a 2,4 billones en 2002, y gran parte de la misma es incobrable. En 2002
hubo una salida neta de 340.000 millones de dólares destinados al pago del servicio de esta
deuda, frente a la ayuda exterior al desarrollo que ascendió a 37.000 millones294. En algunos
casos el servicio de la deuda excedió a las ganancias obtenidas en el exterior y,
comprensiblemente, algunos países como Argentina se muestran bastante recalcitrantes
frente a sus acreedores.
Así pues, analicemos los dos peores escenarios posibles desde el punto de vista de
Estados Unidos. Una breve ráfaga de hiperinflación proporcionaría una vía para borrar
la deuda internacional pendiente, así como el endeudamiento de los consumidores. En
efecto, Estados Unidos liquidaría sus deudas con Japón, China y el resto de sus
acreedores en dólares tremendamente devaluados. Esta confiscación inflacionista no
sería bien acogida por el resto del mundo (aunque poco podría hacer al respecto, puesto
que enviar cañoneras al Potomac no es una opción viable). La hiperinflación también
destruiría los ahorros, las pensiones y muchas cosas más en Estados Unidos. También
implicaría una reversión de la trayectoria monetarista que Volcker y Greenspan han
seguido por regla general. Sin embargo, al menor indicio de este alejamiento del
monetarismo (declarando de hecho la muerte del neoliberalismo), los bancos centrales
de todo el mundo casi con toda seguridad crearían una situación de venta masiva de
294
D. Harvey, The Condition of Postmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989, p. 169.
200
dólares y, de este modo, precipitarían de manera prematura una crisis de fuga de
capitales imposible de manejar por las instituciones financieras estadounidenses en
solitario. El dólar estadounidense perdería toda credibilidad como divisa de reserva
global y perdería todos los beneficios futuros (por ejemplo de señoraje, ésto es, el poder
de acuñar dinero) de ser el poder financiero dominante. Esta toga sería entonces asumida
por Europa, por el Asia oriental, o por ambos ejes (los bancos centrales de todo el
mundo ya están mostrando una preferencia por colocar su saldo en euros). También
parece probable que se produzca un retorno más modesto a la inflación, ya que existen
numerosas evidencias de que la inflación no es en absoluto el mal intrínseco descrito por
los monetaristas, y que cierta tímida relajación de los objetivos monetarios (de la que
Thatcher hizo una demostración en las fases más pragmáticas de su impulso hacia la
neoliberalización) es factible.
Pero los neoconservadores también afirman una meta moral más elevada, en el centro de
la cual descansa una apelación al nacionalismo que, tal y como vimos en el capítulo
tercero, ha mantenido durante largo tiempo una tensa relación con la neoliberalización.
Sin embargo, el nacionalismo estadounidense tiene un carácter dual. Por un lado,
presume que el destino manifiesto y divino (la invocación religiosa es deliberada) de
Estados Unidos es ser la mayor potencia de la tierra (cuando no el número uno en todo,
desde el béisbol a las Olimpiadas) y que, en tanto que faro de libertad y de progreso, ha
sido y sigue siendo admirado por todo el planeta y considerado digno de emulación.
Todo el mundo, se dice, quiere vivir en Estados Unidos o ser como Estados Unidos. Por
lo tanto, Estados Unidos, de manera benevolente y generosa, prodiga desinteresadamente
sus recursos, sus valores y su cultura al resto del mundo, en pro de conferir el privilegio
de la americanización y los valores americanos a todo habitante de este planeta. Pero el
295
En el original de editorial AKAL, dice 9 de septiembre. Parto del supuesto que fue un error del traductor ya que en inglés
se expresa 9/11. En consecuencia, he corregido la fecha porque entiendo que refiere al ataque a las torres gemelas del 2001.
296
H. Arendt, Imperialism [1951], Nueva York, Harcourt Brace Janovich, 1968.
202
nacionalismo estadounidense también tiene su lado oscuro sembrado de la paranoia
sobre temibles amenazas de fuerzas enemigas y malignas provenientes del exterior. Se
teme a los extranjeros y a los inmigrantes, a los agitadores externos y, actualmente, por
supuesto, a los «terroristas». Ésto conduce a un círculo vicioso interno y a la clausura de
los derechos y de las libertades civiles que hemos conocido en episodios como la
persecución de los anarquistas en la década de 1920, el macartismo de la década de 1950
dirigido contra los comunistas y sus simpatizantes, la veta paranoica de Richard Nixon
respecto a los opositores a la Guerra de Vietnam y, desde el 11 de septiembre, la
tendencia a tachar toda crítica a las políticas de la Administración como una forma de
ayudar y de incitar al enemigo. Este tipo de nacionalismo converge fácilmente con el
racismo (más en particular hacia los árabes), con la restricción de las libertades civiles
(la Patriot Act), el freno a la libertad de prensa (el encarcelamiento de periodistas por no
revelar sus fuentes), y la opción de la encarcelación y la pena de muerte para tratar la
criminalidad. En el plano externo, este nacionalismo lleva a la acción encubierta y, en
estos momentos, a guerras preventivas para erradicar todo lo que parezca una remota
amenaza para la hegemonía de los valores estadounidenses y el dominio de los intereses
estadounidenses. A lo largo de la historia, ambas modalidades de nacionalismo siempre
han coexistido297. En ocasiones han mantenido entre sí un conflicto abierto (por ejemplo,
en las divisiones surgidas acerca de cómo lidiar con las revoluciones acontecidas en
América Central durante la década de 1980).
297
D. King The Liberty of Strangers. Making the American Nation, Nueva York, Oxford University Press, 2004.
203
enemigo desconocido y oculto que amenaza su propia existencia. La retórica de la
Administración de Bush y de los neoconservadores explota de manera infatigable ambos
temas, lo cual prestó un gran servicio a Bush en su exitosa campaña para la reelección.
En The New lmperialism argumenté que había muchos signos de que la hegemonía
estadounidense está desmoronándose. Perdió su dominio en la producción global
durante la década de 1970 y su poder en las finanzas globales comenzó a erosionarse en
la de 1990. Su papel precursor en el campo tecnológico se está viendo desafiado y su
hegemonía cultural y moral mengua a pasos agigantados, dejando su fuerza militar como
su única arma clara de dominio global. Pero su poderío militar podría estar limitado a lo
que permita una potencia destructiva de alta tecnología ejecutable a una distancia de
10.000 metros de altura. Iraq ha revelado sus límites sobre el terreno. La transición a una
nueva estructura hegemónica en el capitalismo global coloca a Estados Unidos ante la
disyuntiva de gestionar la transición de manera pacífica o bien a través de la
catástrofe298. La actual posición de las elites gobernantes estadounidenses apunta más en
ésta última dirección. En Estados Unidos, resulta muy fácil invocar el nacionalismo para
secundar la idea de que las causas de las dificultades económicas derivadas de una
hiperinflación o de un dilatado periodo de deflación son atribuibles a otros, como China
y el este asiático, o la OPEP y los Estados árabes por no responder de manera adecuada
a su derrochadora demanda de energía. La doctrina del ataque preventivo ya está sobre
la mesa y las capacidades destructivas están al alcance de la mano. Un Estados Unidos
acosado y sin duda amenazado tiene, según esta hebra argumentativa, la obligación de
defenderse a sí mismo, sus valores y su forma de vida a través del uso de medios
militares si es necesario. Este cálculo catastrófico y, en mi opinión, suicida, no es algo
que pueda considerase excluido de las opciones de los actuales líderes estadounidenses,
quienes ya han demostrado su afición a sofocar la disidencia interna, lo cual les ha
granjeado un apreciable apoyo popular. Después de todo, un segmento considerable del
pueblo estadounidense opina que la Bill of Rights299 es un documento inspirado en el
comunismo y también hay otro sector, minoritario sin duda, que acoge con entusiasmo
todo lo que huela a Armagedón. Las leyes antiterroristas, el abandono de la Convención
de Ginebra en la Bahía de Guantánamo y la predisposición a representar toda fuerza
opositora como «terrorista» son señales de peligro.
298
G. Arrighi y B. Silver, Chaos and Governance in the Modern World System, Minneapolis, Minnesota University Press,
1999 [ed. cast.: Caos y orden en el sistema mundo moderno, Madrid, «Cuestiones de antagonismo 9», Ediciones Akal,
2001]; véase, también el epílogo a la edición en rústica de D. Harvey, The New Imperialism, Oxford, Oxford University
Press, 2005 [ed. cast.: El nuevo imperialismo, Madrid, «Cuestiones de antagonismo 26», Ediciones Akal, 2004].
299
La Carta de derechos o Declaración de derechos (en inglés Bill of Rights) es un documento redactado en Inglaterra en 1689,
que impuso el Parlamento inglés al príncipe Guillermo de Orange para poder suceder al rey Jacobo. El propósito principal
de este texto era recuperar y fortalecer ciertas facultades parlamentarias ya desaparecidas o notoriamente mermadas durante
el reinado absolutista de los Estuardo (Carlos II y Jacobo II). Constituye uno de los precedentes inmediatos de las modernas
«Declaraciones de Derechos». (Más)
204
Por fortuna, hay una notable oposición interna que puede ser movilizada, y que en cierto
modo ya lo está, contra estas tendencias suicidas y catastróficas. Por desgracia, en su
constitución actual es una oposición fragmentada, que navega sin timón, y que carece de
una organización coherente. En cierta medida ésto es fruto de heridas que se han
infligido a sí mismos el propio movimiento obrero, los movimientos, que en términos
generales han abrazado una política de la identidad, y aquellas corrientes intelectuales
posmodernas que suscriben sin saberlo la línea postulada por la Casa Blanca de que la
verdad es construida por la sociedad y consiste en un mero efecto del discurso. La crítica
de Terry Eagleton al libro Postmodern Condition de Lyotard, en cuya opinión «no puede
existir diferencia entre la verdad, la autoridad y la seducción retórica; el que posea la
lengua más melodiosa o la historia más embaucadora tiene el poder», merece ser
repetida. Pienso que es todavía más relevante para nuestros tiempos que cuando la cité
en 1989300. Los argumentos presentes en el cuento de la Casa Blanca y en la patraña de
Downing Street han de ser rebatidos y luego bloqueados si queremos encontrar algún
tipo de solución frente al actual callejón sin salida en que nos encontramos. Hay una
realidad ahí afuera y nos está pisando los talones. ¿Pero adónde deberíamos procurar
dirigir nuestros pasos? Si fuéramos capaces de montar el maravilloso caballo de la
libertad, ¿hacia dónde trataríamos de cabalgarlo?
Alternativas
Hay una tendencia a abordar la cuestión de las alternativas como si se tratara de trazar
algún programa para una futura sociedad y un bosquejo del camino que conduce a ella.
Podemos sacar grandes beneficios de estos ejercicios, pero primero necesitamos iniciar
un proceso político que pueda llevamos a un punto en el que se tornen identificables
alternativas factibles, posibilidades reales. Hay dos principales caminos a tomar.
Podemos involucrarnos en la plétora de movimientos opositores ya existentes y tratar de
destilar a partir y a través de su activismo la esencia de un programa de oposición
abierto. O bien, podemos- recurrir a investigaciones políticas y teóricas sobre nuestras
condiciones existentes (como la que yo mismo he emprendido en estas páginas) y tratar
de colegir alternativas por medio de análisis críticos. Tomar este último camino en
absoluto supone presumir que los movimientos de oposición existentes están
equivocados o que de algún modo son deficientes en sus planteamientos. De la misma
manera, los movimientos de oposición no pueden presumir que los descubrimientos
analíticos sean irrelevantes para su causa. La tarea es abrir un diálogo entre los que
escogen cada uno de estos caminos y a partir de ahí ampliar la profundidad de los
planteamientos colectivos y definir líneas de acción más adecuadas.
300
Citado en D. Harvey, The Condition of Posmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989, p. 168-170.
205
La neoliberalización ha generado una paleta de movimientos de oposición tanto dentro
como fuera de su ámbito. Muchos de estos movimientos son radicalmente distintos de
los movimientos obreros que dominaron la escena política antes de 1980301 He dicho
«muchos», pero no «todos». Los movimientos obreros tradicionales en absoluto han
muerto, ni siquiera en los países del capitalismo avanzado en los que se han debilitado
tanto como consecuencia del ataque neoliberal a su poder. En Corea del Sur y en
Sudáfrica emergieron vigorosos movimientos obreros durante la década de 1980 y en
gran parte de América Latina están floreciendo partidos obreros que incluso han llegado
al poder. En Indonesia, un inexperto movimiento de trabajadores de gran importancia
potencial brega por ser oído. El potencial de un descontento obrero en China es inmenso
aunque impredecible. Y tampoco está claro que la masa de la clase trabajadora
estadounidense, que durante esta última generación a menudo ha estado dispuesta a
votar en contra sus propios intereses materiales por razones de nacionalismo cultural,
por cuestiones religiosas y por referencia a valores morales, permanezca para siempre
enjaulada en esa política de maquinaciones tanto republicanas como demócratas. Dada
la volatilidad a la que nos enfrentamos, no hay razón para descartar un resurgimiento de
la política popular socialdemócrata o incluso de corte populista y antineoliberal dentro
de Estados Unidos en los próximos años.
Pero las luchas contra la acumulación por desposesión están fomentando la apertura de
líneas de lucha política y social bastante diferentes302. Debido en parte a las condiciones
específicas en las que se generan estos movimientos, su orientación política y su modesta
organización parten acusadamente de lo que caracterizaba la política socialdemócrata. Por
ejemplo, la rebelión zapatista en Chiapas, México, no busca tomar el poder estatal o
culminar una revolución política sino que aspira en cambio a lograr una política más
integradora. La idea consiste en despertar un movimiento que atraviese la sociedad en una
búsqueda más abierta y fluida de alternativas que preste atención a las necesidades
específicas de los diferentes grupos sociales y les permita mejorar sus expectativas. Desde
el punto de vista organizativo, se tendía a evitar el vanguardismo y se rechazaba adoptar la
forma de un partido político. En su lugar, se prefería permanecer como un movimiento
social dentro del Estado, intentando formar un bloque de poder político en el que las culturas
indígenas ocuparan un lugar central y no periférico. Muchos movimientos ecologistas -como
los que luchan por una justicia medioambiental- actúan de la misma manera.
301
S. Amin, «Social Movements at the Periphery››, en P. Wignaraja (ed), New Social Movements in the South. Empowering
the People, Londres, Zed Books, 1993, pp. 76-100.
302
W Bello, Deglobalization. Ideas for a New World Economy, Londres, Zed Books, 2002; W Bello, N. Bullard y K.
Malhotra (eds;), Global Finance. New Thinking on Regulating Capital Markets, Londres, Zed Books, 2000; S. George,
Another World is Possible IF…, Londres, Verso, 2003; W Fisher y T. Ponniah (eds.), Another World is Possible. Popular
Alternative; to Globalization at the World Social Forum, Londres, Zed Books, 2003; P. Bound, Talk Left Walk Right. South
Africa´s Frustrated Global Reforms, Scottsville, University of KwaZulu-Natal Press, 2004; T. Mertes (ed), A Movement of
Movements, Londres, Verso, 2004; L. Gill, Teetering on the Rim, Nueva York, Columbia University Press, 2000; J. Brecher,
Costello, y B. Smith, Globalition from Below. The Power of Solidarity, Cambridge (MASS), South End Press, 2000.
206
El efecto de estos movimientos ha sido dejar de pensar el problema de la organización
política a partir de los partidos políticos tradicionales y del movimiento obrero, optando
por organizar una dinámica menos concentrada en la política que opera a través de todo
el espectro de la sociedad civil. Lo que estos movimientos pierden en objetivos lo ganan
en tanto que otorgan una relevancia directa a cuestiones particulares y a sectores
específicos de la población. Extraen su fuerza de estar insertos en el grano de la vida y la
lucha cotidiana, pero al hacerlo a menudo se les hace difícil sustraerse a lo local y lo
particular para comprender la macropolítica de lo que está pasando con la acumulación
por desposesión neoliberal y su relación con la restauración del poder de clase.
La variedad de estas luchas es sencillamente apabullante, tanto que a veces es difícil llegar
siquiera a imaginar las conexiones existentes entre unas y otras. Todas ellas forman parte
de una combinación volátil de movimientos de protesta que han barrido el mundo y que
han ido captando la atención mediática desde principios de la década de 1980. Estos
movimientos y revueltas en ocasiones han sido aplastados con una violencia brutal, en la
mayoría de los casos por poderes estatales que actuaban en nombre del mantenimiento de
la «la paz y el orden». En otros lugares, en los que la acumulación por desposesión ha
producido intensas rivalidades políticas y sociales estos movimientos han degenerado en
violencia interétnica y en guerra civil. La táctica de «divide y vencerás» de las elites
dominantes, o la competencia entre facciones rivales (por ejemplo, intereses franceses
versus intereses estadounidenses en algunos países africanos), las más de las veces han
sido vitales para la suerte de esas luchas. Los Estados clientes, con el apoyo militar o en
algunos casos con fuerzas especiales entrenadas por los más potentes aparatos militares
(dirigidos por Estados Unidos, y apoyados por Gran Bretaña y Francia desempeñando un
papel menor) a menudo han tomado la delantera en un sistema basado en la represión y en
la liquidación para hacer un despiadado marcaje a los movimientos activistas que estaban
desafiando la acumulación por desposesión en muchas partes del mundo en vías de
desarrollo.
Los propios movimientos han producido una plétora de ideas en cuanto a alternativas se
refiere. Unos buscan desligarse del poder opresivo de la globalización neoliberal. Otros
(como el movimiento «50 años bastan»), luchan por la justicia social y medioambiental
global mediante la reforma o la disolución de instituciones tan poderosas como el FMI,
la OMC, y el Banco Mundial (aunque no deja de ser interesante que el poder central del
Departamento del Tesoro estadounidense raramente sea mencionado). También los hay
(particularmente desde el ecologismo, como Greenpeace) que hacen hincapié en la
cuestión de «reclamar los bienes comunes», señalando así las profundas continuidades
existentes con luchas muy antiguas así como también con las libradas a lo largo de toda
la amarga historia del colonialismo y del imperialismo. Algunos autores (como Hardt y
Negri) vislumbran una multitud en movimiento, o un movimiento en el seno de la
sociedad civil global, para enfrentarse al poder difuso y descentralizado del orden
neoliberal (interpretado como el «Imperio»), y otras personas dirigen una mirada más
207
modesta hacia la experimentación local de nuevos sistemas de producción y de consumo
(como los LETS) animados por una forma de relaciones sociales y prácticas ecológicas
completamente diferentes. Asimismo, están los que depositan su confianza en las
estructuras más convencionales de los partidos políticos (como, por ejemplo, el Partido
de los Trabajadores en Brasil o el Partido del Congreso en India en alianza con los
comunistas) con el objetivo de ganar el poder estatal y dar un paso más hacia la reforma
global del orden económico. Actualmente, muchas de estas corrientes diversas
convergen en el Foro Social Mundial en un esfuerzo por tratar de definir sus puntos en
común y de construir una fuerza organizativa capaz de enfrentarse a las muchas
modalidades de neoliberalismo y de neoconservadurismo que estamos presenciando. Se
ha desatado un torbellino de literatura sugiriendo que «otro mundo es posible». Sus
textos compendian y en ocasiones intentan sintetizar las diversas ideas surgidas de los
distintos movimientos sociales que están teniendo lugar en todos los rincones del
mundo. Hay mucho que admirar y en lo que inspirarse.
208
Exponer la situación en estos términos no significa sentir nostalgia por una perdida edad
de oro en la que una categoría ficticia como «el proletariado» era operativa. Tampoco
significa necesariamente (si es que alguna vez lo significó) que haya una sencilla
concepción de la clase a la que podemos apelar como agente principal (por no decir
exclusivo) de la transformación histórica. No existe un mundo utópico de fantasía
marxista al que podamos retirarnos. Apuntar la necesidad y la inevitabilidad de la lucha
de clases no equivale a decir que la manera en que se constituye la clase viene
determinada o incluso es determinable de antemano. Los movimientos populares, así
como los de la clase que integra la elite, se hacen a sí mismos aunque nunca bajo
condiciones que ellos mismos hayan escogido. Y esas condiciones están repletas de
complejidades que emergen a partir de las diferencias de raza, de género y de etnia las
cuales están íntimamente entretejidas con las identidades de clase. Las clases dominadas
están muy racializadas y la creciente feminización de la pobreza ha sido un rasgo
notable de la neoliberalización. La ofensiva neoconservadora contra los derechos de las
mujeres y los derechos reproductivos, que curiosamente cobró su mayor virulencia a
finales de la década de 1970 coincidiendo con el salto a la arena pública del
neoliberalismo, es un elemento crucial de su noción de un orden moral recto construido
sobre una concepción muy particular de la familia.
El análisis también revela cómo y por qué se produce la bifurcación que podemos
observar en los movimientos populares actuales. Por un lado, se encuentran los
movimientos en torno a los que he denominado la «reproducción ampliada», en los que
la explotación de los trabajadores asalariados y las condiciones definidoras del salario
social son las cuestiones centrales. Por otro, se hallan los movimientos contra la
acumulación por desposesión. Estos movimientos se articulan en torno a la resistencia
frente a las formas clásicas de acumulación primitiva (como el desplazamiento de la
población rural de sus tierras); frente al salvaje abandono del Estado de sus obligaciones
sociales (excepto el control y la vigilancia); frente a las prácticas que siembran la
destrucción de culturas, historias y entornos singulares; y frente a las deflaciones e
inflaciones «confiscatorias» labradas por las formas contemporáneas del capital
financiero en alianza con el Estado. Encontrar las conexiones orgánicas existentes entre
estos diferentes movimientos es una tarea teórica y práctica urgente. Pero nuestro
análisis también ha demostrado que el único modo de hacerlo es rastreando la dinámica
de un proceso de acumulación de capital marcado por desarrollos geográficos volátiles y
cada vez más profundamente desiguales. Esta desigualdad, tal y como vimos en el
capítulo 4, promueve de manera activa la difusión de la neoliberalización a través de la
competencia interestatal. Parte de la tarea de una política de clase rejuvenecida, consiste
en convertir este desarrollo geográfico desigual en un activo y no en una carga. La
política de las elites dominantes basada en el divide y vencerás, debe ser confrontada
mediante una política de alianzas por parte de los simpatizantes de la izquierda para la
recuperación de poderes de autodeterminación locales.
209
Pero los estudios analíticos también ponen de relieve la existencia de contradicciones
susceptibles de ser explotadas en el seno de las agendas neoliberal y neoconservadora.
La creciente fractura entre la retórica (en beneficio de todos) y los resultados (el
beneficio de una pequeña clase dominante) es actualmente muy visible. La idea de que
el mercado se rige por las reglas de la competencia y la paridad se ve cada vez más
desmentida por el hecho de la extraordinaria monopolización, centralización, e
internacionalización que caracterizan el poder financiero y corporativo. El asombroso
crecimiento de las desigualdades de clase y regionales, tanto dentro de los Estados (por
ejemplo, en China, Rusia, India y el sur de África) como a escala internacional entre los
distintos Estados, plantea un grave problema político que ya no puede ser barrido debajo
de la alfombra como algo «transitorio» en el camino hacia un mundo neoliberal
perfeccionado. Cuanto más se reconoce al neoliberalismo como una fallida retórica
utópica que enmascara un exitoso proyecto para la restauración del poder de la clase
dominante, más se tienden los cimientos de una resurgencia de movimientos de masas
expresando demandas políticas por la igualdad y aspirando a la justicia económica, el
comercio justo y una mayor seguridad económica.
303
D. Harvey, Spaces of Hope, Edinburgo, Edinburg University Press, 2000, p. 70 [ed, cast.: Espacios de esperanza,
Madrid, «Cuestiones de antagonismo 16», Ediciones Akal, 2003].
210
Para refutar la afirmación conservadora de que su autoridad y su legitimidad se apoyan
sobre un elevado fundamento moral, podemos servirnos de un argumento similar. El
ideal de una comunidad moral y de una economía moral no es ajeno a los movimientos
progresistas que han existido a lo largo de la historia. Muchos de los que ahora luchan
contra la acumulación por desposesión, como los zapatistas, están activamente
articulando el deseo de experimentar relaciones sociales alternativas en términos de
economía moral. La moralidad no es un campo que deba ser definido únicamente por
una derecha religiosa reaccionaria movilizada bajo la batuta hegemónica de los medios
de comunicación y articulada a través de un proceso político dominado por el poder
económico corporativo. Debemos enfrentarnos a la restauración del poder de la clase
dominante defendida mediante una mezcolanza de argumentos morales confusos. Las
denominadas «guerras culturales» -por más desencaminadas que algunas de ellas puedan
haber estado- no pueden ser desechadas como una distracción inoportuna (como
sostienen algunos autores de la izquierda tradicional) de la política de clase. De hecho, la
difusión del uso del argumento moral entre los neoconservadores testimonia no sólo el
miedo a la disolución social bajo un neoliberalismo individualizador sino también las
amplias olas de repugnancia moral suscitadas por la alienación, la anomia, la exclusión,
la marginación y la degradación medioambiental que han generado las prácticas de la
neoliberalización. La transformación de esta repugnancia moral ante una ética del
mercado sin matices en resistencia cultural primero y política después, es uno de los
signos de nuestro tiempo que precisan ser interpretados correctamente en vez de dejados
de lado. La conexión orgánica entre estas luchas culturales y la lucha por revertir la
arrolladora consolidación del poder de la clase dominante demanda una exploración
práctica y teórica.
211
plano internacional, la situación es todavía peor puesto que instituciones como el FMI, la
OMC, y el Banco Mundial no rinde cuentas y mucho menos experimentan una influencia
democrática, al igual que sucede con las ONG que pueden operar sin participación ni
supervisión democrática alguna con independencia de lo bien intencionadas que sean sus
acciones. Ésto no significa que no haya nada problemático en las instituciones
democráticas. Los miedos neoliberales a una influencia indebida por parte de grupos de
interés especial sobre los procesos legislativos se encuentran ampliamente ilustrados por los
grupos de presión corporativos y por la puerta giratoria entre el Estado y las corporaciones
que asegura que el Congreso estadounidense (así como también las sedes legislativas de los
diversos Estados de la Unión) cumpla las órdenes de los intereses de los ricos y sólo de los
intereses de los ricos.
Los líderes de Estados Unidos, con un considerable apoyo de la opinión pública de ese país,
han proyectado sobre el mundo la idea de que los valores neoliberales de libertad
estadounidenses son universales y supremos, y de que estos valores merecen que demos la
vida por ellos. El mundo actual está en condiciones de rechazar este ademán imperialista y
reproyectar sobre el centro del capitalismo neoliberal y neoconservador, un abanico de
valores completamente diferente, ésto es, los de una democracia abierta consagrada a la
realización de una igualdad social ligada a la justicia económica, política y cultural. Los
argumentos de Roosevelt nos brindan un lugar por donde empezar. Debemos construir una
alianza dentro de Estados Unidos para recuperar el control popular del aparato estatal y, a
partir de ahí, avanzar en la profundización en lugar de en la desmembración de las prácticas
y de los valores democráticos bajo el monstruo del poder del mercado.
305
Por ejemplo, este es el argumento sobre el que insiste con frecuencia H. Wang (China´s New Orden Society Politics and
Economy in Transition, Cambridge (MA), Harvard University Press, 2003) en el caso de China.
212
Hay una perspectiva de la libertad muchísimo más noble que ganar que la que predica el
neoliberalismo. Hay un sistema de gobierno muchísimo más valioso que construir que el
que permite el neoconservadurismo.
213