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A modo de introducción
«la imaginación de los intelectuales presupone la cultura
popular como un elemento de alteridad. Ella es el espejo en que se
refleja un ser totalmente otro».
Renato Ortiz, Otro Territorio
Las reflexiones de este documento surgen como resultado del seguimiento y el análisis realiza-
do de los trabajos de campo de los alumnos y alumnas del Taller de Comunicación Comunitaria
de la Carrera de Comunicación de la Universidad de Buenos Aires entre 2006 y 2008, en el marco
del Proyecto de Reconocimiento Institucional «Banco de Experiencias en Comunicación Comu-
nitaria» -1-.
En su origen, este proyecto se concibe como una herramienta para sistematizar experiencias.
Es decir, se orienta a la búsqueda de formas / modalidades de producción de conocimientos sobre
las prácticas de intervención en una realidad específica -2-.
Con el desarrollo del proyecto, aparecieron diversos obstáculos que fueron los que originaron
la elaboración del presente documento. Se pasó de intentar sistematizar las experiencias de cam-
po en comunicación comunitaria, cuyo fin era dar cuenta de continuidades y coincidencias; a
centrar la mirada en la forma de relación que se establece entre alumnos –y sus acompañantes
docentes- y lo/as actores de las organizaciones sociales y de la comunidad. Es decir, el objeto
pasó a ser la construcción simbólica discursiva que se hace desde la carrera de comunicación en
relación a las organizaciones y experiencias socio-comunitarias.
El principal obstáculo encontrado –de carácter ético / epistemológico- fue que al comenzar a
completar el formulario elaborado para el ingreso de información en la web, se encontró una
mirada excesivamente crítica hacia las organizaciones sociales por parte de los alumnos y alum-
nas. Esta situación llevó a reflexionar desde qué premisas (no explícitas en general) se partía
desde el ámbito académico para analizar –y juzgar- los modos de comunicación de las organiza-
ciones.
Como marco del análisis se argumenta que toda interacción humana, todo proceso de comu-
nicación, de intercambio dialógico de ideas, sentidos y significaciones imaginarias, nos devuelve
una imagen diferente de nosotros mismos; nos transformamos en y por la comunicación.
El mundo social que compartimos como sujetos humanos no es objetivo, con características
comunes a todos los observadores. Por tal razón, solo conocemos las descripciones e interpreta-
ciones acerca de esas observaciones. Esas interpretaciones del mundo que cada sujeto hace y
cada cultura realiza están profundamente atadas a una historia social, cultural, política y econó-
mica que hace que los mundos sean diferentes y que no vivamos bajo un universo único.
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Los trabajos de campo en comunicación comunitaria
En los trabajos de campo impulsados desde el Taller de Comunicación Comunitaria, los gru-
pos de alumnos realizan entrevistas, crónicas, observaciones, relevamientos y desgrabaciones,
entre otras acciones. Estos textos son analizados, recortados y sistematizados a los fines del
objetivo de la materia; y en ellos se construye a los sujetos, los grupos y las organizaciones que se
encuentran en el campo, se les da forma, se lo define, describe, y se explicitan sus rasgos, sus
características. Pero ¿desde qué lugar se realiza esa construcción?, ¿Qué o quién legitima la
potestad de dar forma al universo de ese otro?
En los trabajos de campo –sostiene Carballeda- se trata de buscar una forma discursiva dife-
rente, construida en su vinculación con los otros y no a partir de atribuciones elaboradas previa-
mente. Así planteada, la intervención en lo social muestra la necesidad de un trabajo de elucida-
ción, de indagación alrededor de la lógica del acontecimiento que se origina en el momento de la
demanda hacia ella, y en el camino de reconocer la presencia de la historia en el presente, confi-
riéndole así historicidad al acto de intervenir -3-.
Y agrega:
«Los orígenes de la intervención en lo social se relacionan con la Ilustración, en especial con
la orientación pedagógica de esta. En sus inicios, y en parte también en la actualidad, las prácticas
que intervienen en lo social poseen una impronta pedagógica, por cuanto procuran que ese «otro»
aprehenda la modernidad. A su vez, la actitud de «lo moderno» implica adentrarse en territorios
desconocidos para iluminarlos, tal vez para reconocer en ellos, los propios orígenes de una civi-
lización que se consideró a si misma la cúspide de la historia universal» (Carballeda, 2002).
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Organizaciones y movimientos sociales
Desde finales de los años sesenta y comienzos de los setenta se han desarrollado en América
Latina una diversidad de experiencias de organización social que, como parte de un proceso de
transformación más general de mediano y largo plazo, se suelen agrupar bajo el nombre de Mo-
vimientos Sociales.
Organizaciones rurales y urbanas, vinculadas a sectores eclesiásticos (por ejemplo al Movi-
miento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y la Teología de la Liberación), territoriales, políti-
cas, de trabajadores ocupados y desocupados, mujeres y jóvenes, pueblos originarios, entre otros;
constituyeron iniciativas de resistencia que, además de confrontar con el sistema dominante, han
podido constituir propuestas productivas, políticas y subjetivas afirmativas y alternativas.
El desarrollo capitalista y la profundización del modelo neoliberal a finales del siglo XX ha
desembocado en un creciente proceso de exclusión que ha afectado la vida social en su conjunto.
Numerosos autores señalan que este escenario, impulsa la emergencia de movimientos sociales
que desde los márgenes intentan constituirse como «campos de experimentación social», es de-
cir, experiencias tendientes a pensar, construir y vivenciar relaciones sociales alternativas a las
hegemónicas. Si bien estos movimientos se gestan en el marco de la sociedad civil, suelen mante-
ner una distancia calculada tanto en relación con el Estado como con los partidos políticos y los
sindicatos tradicionales -5-.
En contrapartida a estas instituciones modernas, los movimientos sociales se caracterizan por
entablar relaciones más horizontales; politizar todos los aspectos de la vida social; y un fuerte
sentido comunitario y solidario de la reproducción material, espiritual y simbólica de la vida.
Según De Sousa Santos -6-, al afirmar la subjetividad frente a la ciudadanía, los movimientos
sociales amplían la idea de política más allá del marco liberal de la distinción entre Estado y
sociedad civil, politizando todos los aspectos de la vida social.
El término movimientos sociales no cuenta con una definición unívoca y objetiva, y, al quedar-
se en una mera extrapolación del mismo, ha estado siempre sumido en la ambigüedad. Esto ha
obligado a utilizarlo de forma extensiva, aplicándolo a aquellos fenómenos sociales que pudieran
tener en común el carácter de movimiento, en el sentido de voluntad de transformación social.
Los movimientos sociales inscriben sus luchas en el terreno de las confrontaciones con el
poder político simbolizado en los sucesivos gobiernos democráticamente establecidos. Tejen re-
laciones con los actores políticos, con el Estado y los partidos políticos: unas veces sosteniendo
el frágil equilibrio entre las demandas y las conquistas sociales, otras ocupando los espacios
«abandonados» o perdidos por los partidos políticos en su papel de representación social.
Muchas veces, en estas experiencias es posible observar la idea de ir construyendo un camino
a través del trabajo y la producción comunitaria cotidiana, las actividades autogestionarias y
solidarias, con metas simples y de corto plazo, pero sin dejar de considerar que lo que se quiere
es un nuevo tipo de sociedad. En este sentido, alguno/as autores sugieren la construcción de esta
nueva sociedad en los intersticios del poder establecido.
Sin embargo, en los últimos tiempos hemos visto como ha ido cambiando la mirada hacia las
organizaciones de la sociedad civil en general. Hasta hace unos años predominaba en la opinión
pública una visión de la sociedad civil constituida por organizaciones de voluntarios, altruistas,
desinteresados y plena de valores solidarios. Una sociedad civil que tendría todas las respuestas
a los problemas de pobreza, de corrupción y ciudadanía. Se mostraba una sociedad civil sin
tensiones, como lugar del bien y la bondad.
En los noventa predominó un modelo de «bancomundialismo», se apoyó a las organizaciones
para atemperar y disminuir la conflictividad social y se generó desde los medios un discurso
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exagerado sobre las posibilidades de la sociedad civil, unido al desmérito y oposición constante al
Estado.
Hoy vemos una sociedad civil cada vez más heterogénea, fragmentada en grupos sociales,
culturales y políticos dispersos y diferenciados. A la vez, perduran en muchos ámbitos discursos
lavados de las organizaciones de la sociedad civil, que la colocan como refugio de la ética, los
ideales y la solidaridad.
En lo abstracto, en el discurso se considera a las organizaciones sociales como el espacio de
las utopías y la solidaridad -¿mito del buen salvaje?- pero al adentrarse al campo desde las fórmu-
las académicas se pasa a tener una mirada que juzga, califica y árbitra. Las organizaciones socia-
les representan un valor positivo inscripto en un plano simbólico, pero que resulta difícil expresar
en el plano concreto.
La investigación-Acción
«el yo que conoce es siempre parcial, nunca terminado, total (...) siempre construido,
remendado y, por lo tanto, es capaz de unirse a otro, de ver junto al otro sin pretender ser el
otro».
D. Haraway
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mantiene, por una parte, con la realidad que analiza y con los agentes cuyas prácticas investiga y,
por otra, con las relaciones que mantiene con sus pares y con las instituciones científicas -10-.
En el ámbito latinoamericano, la IAP tiene como uno de sus principales exponentes, al soció-
logo colombiano Orlando Fals Borda. Este autor promovió durante los años 70 la creación y el
fortalecimiento de una sociología –a la que llamó sociología militante- que responda a las urgen-
cias de la sociedad. Dicha sociología se proponía estar servicio de las luchas contra la explotación
y la opresión y sostenía que los investigadores debían involucrarse como militantes en los movi-
mientos sociales que estudiaban formando parte de los mismos.
Ante algunas críticas, una distinción que se establecía era la existente entre la «participación»
a secas y la «participación en calidad de científico social». A diferencia de la primera, esta última
permitía utilizar los conocimientos propios de las ciencias sociales para comprender y dinamizar
los procesos sociales (Montenegro, 2001).
A partir de este tipo de inquietudes surgió la I+A como una metodología en donde el investi-
gador y la comunidad trabajan de manera conjunta en función de producir un conocimiento que
contribuya a transformar la realidad social de la comunidad.
Los principales ejes epistemológicos y metodológicos que guían a la I+A son los siguientes:
1) el punto de partida está ubicado en la realidad concreta de los miembros de la comunidad;
2) tanto los procesos y las estructuras como las organizaciones y los sujetos, son
contextualizados en su dimensión histórica;
3) la relación tradicional de sujeto-objeto entre investigador-comunidad se convierte en una
relación sujeto-sujeto;
4) se postula la unidad entre teoría y práctica;
5) se entiende que la participación popular debe ser presente a través de todo el proceso de
investigación-acción;
6) se reconoce y se promueve el compromiso político e ideológico del investigador con el
sector popular y su causa;
7) se reconoce también el carácter político e ideológico de la actividad científica;
8) se considera que la investigación y acción se convierten en momentos metodológicos de un
solo proceso cuyo fin principal es la transformación social.
Asimismo, esta metodología tuvo grandes influencias de la Educación Popular propuesta por
Paulo Freire. Sobre todo la idea del diálogo como presupuesto epistemológico indispensable
para la creación de un conocimiento de la realidad que posibilite su transformación.
La relación macro-micro
La relación entre lo micro y lo macro es una cuestión difícil de abordar desde la comunicación
comunitaria. Para la comprensión de los fenómenos comunitarios no alcanza con las explicacio-
nes de tipo estructural, pero tampoco se avanza si la mirada se queda solamente en las expecta-
tivas y motivaciones individuales. Hay un nivel intermedio donde el ambiente y el contexto se
implican recíprocamente con los procesos de reconocimiento del propio actor. En este sentido,
los fenómenos comunitarios –en tanto colectivos- son producidos por varios individuos que
interactúan, negocian y así comparten y construyen, en función de las restricciones y oportunida-
des del contexto sociohistórico, sus posibilidades de acción; acción que debe concebirse como
proceso.
En el territorio, en los procesos y acciones grupales y colectivas, no es posible encontrar a un
actor social único, ni a una única acción, sino a diversas acciones multipolares que conjugan
distintos actores y orientaciones de acción.
Justamente, Melucci -11- sostiene que «el fenómeno colectivo es, de hecho, producto de
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procesos sociales diferenciados, de orientaciones de acción, de elementos de estructura y moti-
vación que pueden ser combinados de maneras distintas. El problema del análisis se centra, de
esta forma, en la explicación de cómo esos elementos se combinan y unen, de cómo se forma y se
mantiene un actor colectivo».
Sin embargo, es necesario no perder de vista, que si por un lado esas relaciones unen, por otro,
permiten mantener cierta distancia y establecer ciertos límites. Un movimiento social, por un
lado, está inserto en un territorio con otros actores sociales, políticos, culturales, de lo cuales de
algún modo u otro debe dar cuenta, pero por otro lado, él mismo está constituido por una alianza
entre diferentes actores tensionados entre sí.
Desde las ciencias sociales, el surgimiento de los llamados «nuevos movimientos sociales en
América Latina» intensificó el análisis de la subjetividad dentro de estos, contraponiéndolo al
análisis de clases. Se fueron conformando dos posturas bien definidas, una acentúa el análisis en
la determinación estructural, la hace hincapié en la constitución de la identidad subjetiva de gru-
pos de sectores populares, revalorizando la constitución situacional de los sujetos (situacionistas),
y puede tender a disolver toda referencia a la pertenencia de clase.
Bourdieu -12- entre otros, intenta superar estas dicotomías y pensar estas posturas en
interrelación. Para el autor, esta es una relación de doble sentido entre las estructuras objetivas
(la de los campos sociales) y las estructuras incorporadas (la de los habitus). Asimismo, se opone
a las tesis más extremas de un estructuralismo concreto, es decir se niega a reducir los sujetos -
agentes activos y actuantes de los procesos colectivos- a meros epifenómenos -13- de la estruc-
tura.
Sigue Bourdieu: No hay estructuras sociales inmodificables pero si distribución desigual de
capitales que determinan jerarquías a las que los sujetos deberán desafiar para producir cambios.
No hace falta solamente la voluntad de cambio. Los individuos han incorporado sin saberlo las
estructuras mediante el habitus: «modos de ver, sentir y actuar que aunque no parezca no son
naturales sino sociales».
«…cuando nos proponemos crear una figura de investigador militante estamos intentando
abandonar tanto el cuerpo de intelectual (a salvo, pacificador y gozoso de la pura compleji-
dad de los conceptos pero incapaz de asumir las consecuencias políticas de un pensar con
premisas situacionales, vividas en los propios problemas que se investigan), pero también el
cuerpo del militante clásico que funda la legitimidad de su palabra en una disposición al
sacrificio y al roce con la muerte…»
Colectivo Situaciones
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Propone la conversación como método para así sobreponerse a la diferencia entre el «noso-
tros» y el «ellos». Así, entiende que la investigación es un encuentro que produce sujetos y trabaja
a partir de la potencia de lo que es y no a partir de la diferencia entre lo que es y lo que debería ser
-14-.
Desde el Colectivo Situaciones, redoblan la apuesta y se afirma que «otra figura a problematizar
es la del investigador universitario, desapegado, inmodificable, que se vincula con lo investigado
como con un objeto de análisis cuyo valor se relaciona estrictamente con su capacidad de confir-
mar sus tesis previas. Aquí también la fidelidad a los procedimientos institucionales, universita-
rios o para-universitarios, elude todo compromiso con la situación» -15-.
La intención de la comunicación comunitaria continúa siendo que los saberes y las prácticas
producidas colectivamente queden a disposición de las organizaciones y comunidades partici-
pantes. Pero, hasta el día de hoy, encontramos ciertas resistencias y dificultades para consolidar
formas de investigación social que pongan el eje en el tipo de relación que se establece con «el
otro». Tal vez, la propuesta de la investigación militante puede ser pensada como un horizonte a
alcanzar, mientras se van recorriendo, probando y ensayado formas de intervención que puedan
servir a la reflexión y transformación de la práctica social y política de dichas experiencias.
A modo de cierre
La ‘cultura popular’ supone una operación que no se confiesa... ha sido necesario censu-
rarla para poder estudiarla.
Michel de Certau, La Cultura Popular
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NOTAS
-2- Lois, Ianina - Isella, Juan; «La Sistematización de la Experiencia», Ficha de Cátedra; Taller
de Comunicación Comunitaria, Universidad de Buenos Aires, 2004-2008.
-4- Foucault, Michel (1980): La Verdad y las Formas Jurídicas; Gedisa, Madrid.
-5- De Sousa Santos, Boaventura (2007): «Una reflexión sobre los nuevos movimientos so-
ciales». Programa Latinoamericano de Educación a Distancia (PLED) Centro Cultural de la Co-
operación Floreal Gorini.
-6- Idem.
-7- Vizer, Eduardo (2003): La Trama Invisible de la Vida Social, Buenos Aires, La Crujía
Ediciones.
-8- Idem..
-10- Bourdieu, Pierre.(1994). Razones Práctica por una Teoría de la Acción. Barcelona, Ed
Anagrama.
-11- Melucci, Alberto (1994), «Asumir un compromiso», Revista Zona Abierta nº 69.
-12- Bourdieu, Pierre.(1994). Razones Práctica por una Teoría de la Acción. Barcelona, Ed
Anagrama.
-15- Idem
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