San Pablo - Heraldo de Cristo - Josef Holzner
San Pablo - Heraldo de Cristo - Josef Holzner
San Pablo - Heraldo de Cristo - Josef Holzner
SAN
PABLO
Heraldo de
Cristo
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1989
ISBN 84-254-0047-3
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4. Esteban y Saulo
Act 6, 8 — 8, 1.
Unos diez años habían transcurrido desde que Saulo había de-
jado la universidad y se había despedido de su venerado maestro
Gamaliel. Siendo todavía un mancebo (Act 7, 58), esto es, al co-
mienzo de los treinta años, volvióse de nuevo a Jerusalén. ¿Dónde
había estado entretanto? No tenemos medio alguno para llenar este
vacío, y nos vemos obligados a hacer conjeturas. Había, sin duda,
vuelto a la diáspora judía, para merecer los primeros honores, y
quizás a la sinagoga de su patria, a Tarso. Allí podía conocer todavía
más profundamente al mundo intelectual griego, que representa tan
importante papel en sus Cartas. Como le vemos más tarde en
tan estrechas relaciones con el Consejo Supremo de Jerusalén, pudo
también por encargo de éste haber visitado los puestos avanzados
judíos, y haber vuelto con alguna frecuencia a Jerusalén. Pero su
permanencia allí nunca duró tan largo tiempo que hubiese llegado
a un personal contacto con Jesús. San Pablo nunca hace la más
ligera insinuación sobre esto, lo cual seguramente hubiera hecho
cuando se le disputó su cargo de apóstol. Además, un hombre de
su condición apasionada no hubiera podido permanecer neutral o
pasivo: o hubiera combatido a Jesús o se hubiese hecho su discí-
pulo. El célebre pasaje de 2 Cor 5, 16, quiere únicamente poner de
manifiesto que él ya no ve a Jesús con los prejuicios terrenales del
nacionalismo judaico, sino con los ojos de la fe sobrenatural. Expli-
ca suficientemente el pasaje el hecho de que Pablo oyera de lejos
hablar de Jesús y de su actividad58 . Por tanto, puede admitirse
como muy probable que Pablo nunca conoció personalmente al Señor.
Pero, entretanto, había acontecido la cosa más grande y más
importante que había Visto el mundo desde el principio: el hecho
de la redención en el Gólgota. Saulo, con su soberbia judía, poco
se había preocupado hasta entonces de las turbulencias galileas.
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San Agustín, que en estas cosas tenía gran experiencia, dice del
combate de la gracia en san Pablo: «Ella le derribó al suelo y le
levantó» (Percutiens eum et sanans, occidens et vivificans; Sermo
14), semejante a la santa lanza, de la cual dice una leyenda ingenio-
sa : «Ella cura las heridas que hizo».
7. En Damasco
Act 9, 10-22; 22, 11-16.
Toda genuina conversión pasa por dos fases, las cuales, como
en san Agustín, pueden estar muy distantes una de otra temporal-
mente: la conversión del entendimiento y la del corazón. «Sin cono-
cimiento, la pertinacia del corazón humano, la obstrucción que hace
a la voluntad de Dios, es invencible. Pero también una excitación
de afectos, una conmoción del ánimo debe dar principio a la cura-
ción de la voluntad. Ante la noche del camino de la purificación,
una mística ebria de Dios podría acarrear grandes desencantos» 17.
Cuando Saulo se levantó por orden verbal del Señor, abrió los
ojos, que hasta entonces había cerrado como para defenderse, pero
no vio nada: ¡ estaba ciego! Como desamparado estaba allí el terri-
ble varón y buscaba a tientas a sus compañeros. Éstos condujeron
8. Bajo la nube
Act 9, 20-30. Cf. Gal 1, 11 -12, 1 6 - 1 7 ; 2 Cor 11, 32-33.
Hubo un tiempo — y es de esperar que haya pasado para siem-
pre— en que se vio la antigüedad cristiana en una luz falsa, glo-
riosa, artificial. De los santos se hizo una especie de gabinete de
figuras de cera de Dios. El moderno sentido de la realidad ha roto
con esta leyenda, que forjada buscando edificación pero a costa
de la verdad y con grandes dosis de cursilería. También san Pablo,
según tales, fábulas, habíase convertido instantáneamente de mal-
vado en un santo exento de pecado, que en un momento, sin ninguna
preparación, conoció toda la verdad cristiana y al día siguiente,
después de su curación, se presentó como apóstol. Semejantes «mi-
lagros de la gracia» son fantasías y producen una imagen entera-
mente falsa de las obras sobrenaturales de Dios.
Sobre los sucesos de los años siguientes hay aparentes discor-
dancias entre la relación de san Lucas y las indicaciones del Apóstol
mismo en su Carta a los Calatas. En este punto aparece evidente-
mente una laguna en los Hechos de los Apóstoles. «Algunos días»
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rocas hasta la mas alta cumbre del silpio y tormaba asi una corona
mural dentada de grandioso efecto. Todavía hoy es una de las más
interesantes excursiones seguir las antiguas murallas romanas sobre
la cumbre del Silpio, donde las antiguas torres de fortificación se
levantaban hasta 25 metros.
Eran otro orgullo de la ciudad las construcciones hidráulicas,
los muchos baños públicos y privados, los surtidores, la red muy
ramificada de canales y tuberías que, alimentados por la riqueza de
agua del Orontes y por las cascadas cristalinas de Dafne, llevaban
el agua benéfica a todo palacio y a toda choza. A más de Antio-
quía, sólo Tarso y Damasco podían gloriarse de semejante abundan-
cia de agua. Antioquía era también el «París» del Oriente, la Ville
Lamiere, a causa de su célebre alumbrado, llegando a escribir Li-
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16. Iconio
Act 14, I -7. Cf. 2 Tim 3, 1 0 - 1 1 .
Cuando Pablo y Bernabé salieron de Antioquía con los san-
grientos cardenales de los azotes marcados en las espaldas, les era
libre la elección entre encaminarse al oriente o al occidente. Hacia
el occidente les estaba abierto el camino desde el país montañoso
de Frigia por Apamea a Éfeso. Hacia el oriente estaba situada Ico-
nio, detrás de una llanura salina y unos pantanos difíciles de pasar,
al borde de un lago poco profundo. ¿Qué pudo haber movido a ios
dos amigos a decidirse por este camino? Manifiestamente conside-
raron la meseta del sur de Galacia como un territorio de misión
coherente, en el cual querían fundar varios firmes puntos de apoyo.
Además, aquel pueblo franco e impresionable era muy adecuado
al corazón de Pablo.
Entraron primero en una inmensa meseta aislada, alrededor, de
la cual estaban como haciendo guardia volcanes de formas atrevidas
con sus cumbres nevadas, como gigantes de los tiempos primitivos:
en el norte el Sultan-Dagh, en el sur el Tauro, al sudeste el Kara-
Dagh, y a lo lejos, hacia oriente, el Karadscha-Dagh. Era un terri-
torio yermo, uniforme y sin vida, que cabalmente tiene el carácter
de los desiertos y estepas del Asia central. «En verano esta llanura
es un espantoso desierto de polvo, sobre el cual cae un calor ar-
diente insoportable. En invierno hay aquí por varios meses grandes
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25. La adivina
Act 16, 16-23. Cf. 1 Thess 2, 2.
La fundación de la Iglesia de Filipos es uno de los episodios
más interesantes y más instructivos de la vida de la primitiva Iglesia.
Podemos aquí observar el nacimiento de una comunidad por la ma-
yor parte pagano-cristiana en el mundo romano, y echar una pro-
funda mirada a la disposición de ánimo y pobreza espiritual de
este paganismo. Pablo y Silas habían ya ganado en -la ciudad una
gran multitud de excelentes cristianos, de entrañables amigos, los
cuales se reunían, ya al aire libre bajo los plátanos a la orilla del
río, ya en la casa de Lidia. Las buenas mujeres hacían un excelente
trabajo de propaganda. Después de las fatigas del día había un có-
modo descanso y cordial conversación en este círculo de amigos.
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27. En Tesalónica
Act 17, 1-4. Cf. 1 Thess 2, 1-12; Phil 4, 16.
Filipos fue la única ciudad de la que salió Pablo en paz con la
autoridad local, más aún, entre su honorífico acompañamiento.
Su vida ambulante apostólica tiene cada vez más la apariencia de
falta de quietud, descanso y estabilidad. En ninguna parte echa
raíces, al punto ha de partir de nuevo. Hay para él un constante ir
y venir, más aún, ser echado fuera, ser expulsado. Y, sin embargo,
su extraordinaria movilidad, su continuo lanzarse siempre a nuevas
empresas dista mucho de la laboriosidad exterior, de la intranqui-
la ansia de trabajo, de la nerviosa y desgraciada actividad que nunca
se interioriza y nunca termina. Fueron siempre necesidades exte-
riores, suertes adversas y persecuciones, las que así le empujaban
acá y allá. Él mismo era justamente el hombre más concentrado
que jamás na habido. Es sencillamente incomprensible cómo Pablo
en esta exterior falta de descanso podía concentrar su espíritu en
un tan notable sistema de ideas, como el que ha dejado en sus
grandes cartas. También en esto es el más semejante a Cristo de
todos los discípulos, el más extremado paralelo a la luminosa quie-
tud divina de Jesús a pesar de toda su falta de reposo.
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31. En el Areópago
Act 17, 22-34.
Las eternas estrellas de la Hélade resplandecían como cuatro-
cientos años antes, cuando estuvo ante el mismo tribunal el más
sabio de todos los griegos, Sócrates. Éste, el más religioso pensador
de Grecia, se había de defender del reproche de impiedad y de in-
troducir nuevas deidades, porque seguía la voz de Dios en su in-
terior y en este sentido enseñaba a sus discípulos. Por más injusta
que fuera la sentencia sobre Sócrates, se ha de apreciar, con todo,
la extremada seriedad con que los jueces de entonces velaban por
las tradiciones del tiempo pasado. Pablo, por el contrario, estaba
ante los débiles descendientes de una gran generación de pensado-
res, ante unos hombres frivolos, que ya no tomaban tan en serio
la religión, para los cuales las cosas religiosas sólo eran un intere-
sante tema de conversación.
Hasta la fecha, Pablo, en su actividad misionera, casi siempre
había estado en un terreno preparado de alguna manera por el
judaismo o el proselitismo. En- Atenas hay un completo cambio
de escena. En el Areópago está Pablo en un terreno pagano ente-
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Pero en el alma griega había otro polo irracional, que desde Nietz-
sche se le suele llamar el aspecto dionisíaco, la báquica embriaguez
del culto a Dioniso, así como también el ansia apasionada de la
propia divinización y de trasponer las fronteras entre lo humano y
divino en los misterios de Eleusis; todo esto, a Pablo no le ofrecía
ningún punto de enlace. En las pequeñas y en las grandes fiestas
dionisíacas, durante la semana santa de Eleusis, que coincidía poco
más o menos con nuestra Pascua de Resurrección, y en los cultos
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Los días más llenos de trabajo y más solemnes eran para Pablo
los domingos en Corinto. Encontramos aquí en el Nuevo Testa-
mento las primeras huellas del domingo cristiano (1 Cor 16, 2). Los
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35. El anticristo
Segunda Carta a los Tesalonicenses.
Apenas habían transcurrido tres meses desde la primera Carta
a los Tesalonicenses, cuando brotaron allí nuevas inquietudes y
malas inteligencias. Hombres ociosos y esparcidores de rumores,
que preferían andar piadosamente mendigando a ganarse el pan por
el trabajo y cumplir con sus diarias obligaciones, corrían de acá
para allá con serios semblantes escatológicos, discutían diversos pre-
sagios que pretendían haber visto, y decían: «El día del Señor está
ante la puerta». En una palabra, se portaban como gente cuyos días
están contados. Alegaban la pretensa revelación de un profeta en
los actos del culto, una palabra que se atribuía a Pablo o una carta
(falseada) de él. Quizá se tomó la expresión apocalíptica Maranatha
(= «¡Señor, ven!» y también = «el Señor viene») no como deseo,
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38. Apolo
Act 18, 24-28; 19, 2-7.
El culto de Artemisa no era el único elemento asiático que im-
primía a Éfeso el sello religioso. Al lado de él había el culto al
emperador, que en ninguna parte florecía más que en esta ciudad
y provincia. El Asia anterior era el lugar del nacimiento de la re-
ligión del despotismo, que tanto envilecía al género humano. Hace
varios decenios, algunos doctos alemanes descubrieron y publica-
ron una notable inscripción antigua: son restos de un decreto de
la confederación de las ciudades griegas asiáticas del tiempo
de Augusto. En el año 9 antes de Cristo, las cortes de la provin-
cia de Asia, cuya metrópoli era Éfeso, hablan del natalicio del
emperador con palabras que a todo lector recuerdan nuestra fiesta
religiosa del nacimiento de Jesús 19. Por este decreto se traslada el
comienzo del año al 23 de septiembre, día del nacimiento de Au-
gusto, y se introduce el calendario juliano. Pero la manera como
esto se hizo, muestra que el nacimiento de Augusto era considerado
como el comienzo de una nueva era. El decreto resume de un modo
clásico la substancia del culto del emperador romano, para el cual
se edificaron templos y se instituyó un cuerpo de sacerdotes y se
hicieron ricas fundaciones (grab. 20). Reproducimos el contenido
principal según la traducción de Harnack: «Este día ha dado al
mundo entero un nuevo aspecto. Hubiera sucumbido en la perdi-
ción si con el que acaba de nacer no hubiese brillado para todos
los hombres una felicidad universal. Hace bien el que en este aniver-
sario reconoce para sí el principio de la vida y, de todas las fuer-
zas vitales. Por fin pasó ya el tiempo en que uno debía arrepentirse
de haber nacido. De ningún otro día recibe cada individuo y toda
la sociedad tanto bien como de este aniversario igualmente feliz
para todos. Es imposible agradecer en forma debida los grandes
bienes que este día ha traído. La Providencia que rige la vida en
todos sus aspectos, ha dotado a este hombre para bien de la hu-
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39. «La solicitud por todas las iglesias» (2 Cor 11, 28)
Act 19, 8-10; 20, 19-21.
En Éfeso, Pablo permaneció por lo pronto fiel a su antiguo
método: vivió desde el primer día del trabajo de sus manos, y
desde muy de mañana hasta cerca del mediodía estaba sentado
junto al telar. Le interesaba mucho demostrar en una ciudad comer-
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* Los estoicos entendían por ph$s¡s el orden divino del universo y de la naturaleza,
ide nti fi cado con Ze us, l a «nat ura nat urans», l a nat ura que ete rnamente da a l uz , e n uni ón
con l a «nat ura nat ur at a», l a nat ural e z a que et e rname nte se va cre ando. E n l a St oa no
estaban pe rfe ct amente deslindados los conce ptos de Dios, Nat ura, Sino (Ananke), Provi-
dencia.
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* El profe sor de universidad Dr. E. Krebs (Friburyo) me hizo notar un hecho mo-
derno semejante: Precisamente en Jas mejores fondas del Japón, que se hallan en los ves-
tíbulos de los templos paganos, se sirve a los huéspedes carne de sacrificio. Ningún cristiano
encuentra escrúpulo en ello.
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Ilíada n, 459-463
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Un llanto general corre por todas las venas de la naturaleza, hasta los
confines en que brillan silenciosas las estrellas. Con ansias mortales, la criatu-
ra pugna y se debate por lograr su glorificación, cuando haya sido acrisolada
por completo * [n. 35].
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* En el año 60, Laodicea y Colosas fueron destruidas por un terremoto, pero pronto
fueron reconstruidas (TÁCITO, Anales 14, 27).
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1 — 5 d. de J. C. Nacimiento Augusto, f 14 d. de J. C.
30 Año de la muerte de Cristo
33/34 Apedreamiento de Esteban; conversión
de Pablo Tiberio 14 — 37
34 — 36 Permanencia en Arabia
36/37 Primer viaje a Jerusalén
37 — 42 Permanencia en Tarso Calígula 37 — 41
42 Llegada a Antioquía \
44 Año de hambre y viaje intermedio a
Jerusalén
45 — 48 Primer viaje de misión
48/49 Concilio apostólico; disputa con Pedro
en Antioquía > Claudio 41 — 54
49 —• 52 Segundo viaje de misión
49/50 Filipos
50/51 Tesalónica y Berea
51/52 Atenas y Corinto; las dos Cartas a los
Tesalonicenses ;
53 — 58 Tercer viaje de misión
54 — 57 Éfeso
54/55 Carta a los Calatas
56 Primera Carta a los Corintios
57 Huida de Éfeso; Segunda Carta a los
Corintios; excursión a Iliria
57/58 Invierno en Corinto; Carta a los Ro-
manos
58 Ultimo viaje a Jerusalén
58 — 60 Prisión en Cesárea
60/61 Viaje a Roma Nerón 54 — 68
61 —63 Primera prisión romana; cartas desde
la prisión
63 — 66 Viajes de visita en el Oriente; misión
en Creta; viaje a España
66/67 Regreso de España; invierno en Nicó-
polis; Primera Carta a Timoteo, Car-
ta a Tito
67 Segunda prisión romana; Segunda Carta j
a Timoteo; martirio. !
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N. 3 -" ''
La ley (thora) y el judaismo. Posición de Jesús con respecto a ello. La
ley, registrada en el Pentateuco a través de los siglos, la cual remonta en
su esencia a Moisés y se fue desarrollando entre los profetas, alcanzó efec-
tos de importancia histórica mundial cuando Esdras, en el año 445 a. de J. C.,
por encargo del rey de los persas, la hizo obligatoria para los judíos que
volvieron de Babilonia. La imposibilidad de toda política exterior, hizo que
las energías apasionadas del pueblo judío se concentraran completamente
en lo interno. Los dos polos alrededor de los cuales giró en lo sucesivo la
vida nacional de Israel fueron los siguientes: la ley, que regulaba los más
pequeños detalles de la vida humana, y era retrospectiva y vinculada a la
tradición, y la esperanza mesiánica, que esperaba como situación final el
establecimiento del «reino de Dios» y la soberanía de los judíos sobre las
naciones paganas. Tal fue el comienzo del judaismo propiamente dicho. La
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La sinagoga en Jerusalén. En el año 1921 se dio a conocer la inscrip-
ción descubierta en el edificio de una sinagoga que probablemente es una
de las que se mencionan en Act 6, 9 ( WIKENHAUSER, Apostelgeschichte 52).
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Los Herodianos fueron la dinastía más importante para la historia con-
temporánea del Nuevo Testamento. Descendían del valeroso Antípater, del
pueblo de los idumeos, tribu afín a los judíos. Con 3 000 soldados decidió
la virtoria de César en Egipto. En agradecimiento, desde entonces Julio Cé-
sar favoreció a Antípater y a los judíos, y les concedió numerosos privile-
gios. El hijo de Antípater, Herodes el Grande (47-4 a. de J. C.), merced a su
astucia y audacia, se apoderó de la soberanía de toda la Palestina y más
allá de ella, y aniquiló a la casa principesca de los Asmoneos, con cuya úl-
tima heredera, Mariamne, se casó. Fue confirmado en su puesto de rey por
el emperador romano Augusto, y desde entonces su dinastía fue siempre
amiga de los romanos. Monumentos principales de su afición a los edificios
suntuosos y su amor al lujo fueron la reconstrucción del Templo de Jeru-
salén, la fortaleza o Torre Antonia, el Palacio Real (Torre de David), donde
recibió a los magos de Oriente, y la ciudad de Cesárea, junto al mar. Cuan-
do el emperador Augusto se enteró de que entre los niños asesinados de
Belén se hallaba también el propio hijito de Herodes, hizo el siguiente agudo
juego de palabras: «Preferiría ser el cerdo (hys) de Herodes que su propio
hijo (hyios)» ( MACROBIO 2, 4, 11), probablemente una confusión de dos su-
cesos diferentes: el asesinato de las criaturas y la ejecución de tres hijos
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N. 7
Legión céltica. RAMSAY , que en 1912 realizó excavaciones en Antioquía
de Pisidia, reproduce en su obra The Cíties of Sí. Paul, monedas romanas
que ostentan estandartes de diferentes legiones, entre los cuales figura
el de una legión céltica.
N. 8
Actas de san Pablo y de santa Tecla, La fantasía cristianognóstica del
siglo n se apoderó de la vida de Jesús (evangelios apócrifos), así como de la
vida de los dos apóstoles principales, en numerosos episodios adornados con
pormenores novelescos, y ofreció a los lectores cristianos, como lectura muy
codiciada por éstos, diversas actas apócrifas tales como Acta Petri, Acta Pau-
li, etc. Alcanzó fama excepcional la novela de un sacerdote del Asia Menor,
en la que se acumulan en rara mescolanza antiguas y nuevas leyendas, y nos
ha llegado en sus versiones griega, copta y latina. Comoquiera que ya Orí-
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N. 9
Cláusula de Santiago. Si se quiere tachar la palabra «fornicación» (Act
15, 29) porque falta en los más antiguos manuscritos orientales, entonces
la proposición de Santiago queda reducida a una mera prescripción sobre
los alimentos ( WIKENHAUSER, Apostelgeschichte 105). La dificultad de que
Pablo está de acuerdo con la proposición en los Hechos de los Apóstoles,
pero nada dice de ello en sus Epístolas, e incluso lo contradice en las re-
giones de habla griega, quieren eliminarla algunos exegetas protestantes
(como Lietzmann) suponiendo que aquella resolución fue abrazada mucho
más tarde a espaldas de Pablo, el cual se sorprendió mucho de ello en oca-
sión de su último viaje a Jerusalén (Act 21, 25). Pero con ello se pondría
en duda la confiabilidad de los Hechos de los Apóstoles o se haría de ellos
el producto de una época posterior. Por lo tanto, nos adherimos a la opi-
nión de los exegetas católicos, que es la siguiente: la liberación de la ley
mosaica y con ello la justificación por medio de la acción salvífica de Jesús
exclusivamente, Constituye el contenido principal del decreto del Apóstol y
la infalible decisión de la fe. Sin embargo, la regla sobre los manjares era
sólo una medida disciplinaria temporal que cada apóstol podía dejar sin
vigor en su distrito de misión, en virtud de los poderes universales que les
habían sido conferidos. La teología católica distingue tres grados de aboli-
ción paulatina de la ley ritual del Antiguo Testamento: 1.°, la época en
que el Redentor se colocó voluntariamente «bajo la ley» debido a su signi-
ficado típico, con objeto, de dejarla sin vigor mediante su muerte de expia-
ción acaecida en nombre de la ley (la época que va hasta el momento de la
muerte en la cruz); 2.°, la época en que la ley se «cumplió» y quedó sin
efecto (Col 2, 14), y que el seguirla era algo «muerto», pero no era todavía
algo que acarrease muerte (mortua, non mortífera), es decir, el período apos-
tólico desde la muerte en la cruz («el velo del Templo se rasgó en dos mita-
des») hasta la destrucción del Templo; 3.°, la época en que el seguir la ley
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N. 11
Calada. La obscura y sumamente lacónica indicación de «la Frigia
y el país de la Galacia» y «el país de la Galacia y la Frigia», de Act 16, 6 y
18, 23 respectivamente, no constituye ninguna base trascendente para una
hipótesis de tanta importancia como la fundación de la iglesia del norte de la
Galacia y los destinatarios de la Carta a los Calatas. La expresión debe
entenderse con ayuda de otros textos, a saber, de las Cartas del Apóstol,
y de motivos concretos. En la Carta a los Calatas, Pablo se dirige a las
«iglesias de Galacia», y dice al final de 1 Cor (16, 1) que también en las
iglesias de Galacia ha ordenado la colecta de limosnas para Jerusalén. Ahora
bien, es inconcebible que Pablo, que envió cartas a todas las provincias
eclesiásticas importantes fundadas por él, hubiera omitido intencionadamen-
te la más importante fundación del primer viaje misional, cuyos intereses,
sin embargo, tan apasionadamente defendió en el concilio de los apóstoles.
Hay que descartar, además, que los falsos apóstoles judíos hubieran dejado
de ir a sembrar cizaña en las iglesias del sur de Galacia, mucho más acce-
sibles, y lo hubieran hecho, en cambio, en las lejanas del norte. También es
inconcebible que Pablo sólo hubiese ordenado la colecta en las iglesias de
la Galacia del norte, sumidas completamente en la penumbra, de las cuales
no se menciona ni un nombre de lugar ni uno de persona.
N. 12
La Tabla Peutingeriana. La llamada Tabula Peutingeriana, conservada
en la Biblioteca Nacional de Viena, y que consta de II hojas de pergamino,
es una copia del original dibujado por Castorio en el siglo iv. El cartógrafo
romano se sirvió evidentemente de los numerosos itinerarios confeccionados
por los romanos para uso de los viajeros, análogos a nuestros mapas de ca-
rreteras. Nuevamente descubierto en el año 1507, el mapa de Castorio pasó a
ser posesión de Conrad Peutinger, de Augsburgo, y tras diversas vicisitudes,
a manos del príncipe Eugenio. Los contornos de las costas, como si fueran
vistos en un espejo convexo, están muy deformados. Este mapa consistía
en su forma original en una tira larga de casi 7 m, que podía enrollarse y
desenrollarse mediante un bastón. Aunque el mapa sólo contiene una parte
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N. 15
Parentesco con Dios, filiación divina. La idea básica del Himno de
(léanles, o sea, el parentesco de naturaleza del hombre con respecto a Dios,
y que también aparece en su paisano Arato, citado por Pablo, es de origen
Antiquísimo órfico-platónico. De la naturaleza de los principios del conoci-
miento humano, enfocados hacia lo eterno, Platón (en el Fedón y en el
rimeo) infiere nuestra procedencia celestial y nuestro esencial parentesco
con Dios (syngéneia), que es la idea de todas las ideas, así como la partici-
pación en la vida eterna en la contemplación de Dios como recuerdo retros-
pectivo de una vida anterior en Dios y como fin último del ser humano. La
razón, nuestro yo más íntimo, es una fuerza celestial, un daimon, la «chis-
pita del alma», de Marco Aurelio y de los místicos cristianos. Filón y Pa-
l'lo le daban el nombre de pneuma o espíritu del hombre. PÍNDARO (Fragm.
517
N. 16
Discurso del Areópago. En la forma como aparece redactado en Lucas
puede tratarse naturalmente de un breve extracto y de una versión libre del
verdadero discurso. Frente a los críticos que quisieran discutir la autenticidad
histórica del discurso, tenemos el mesurado juicio pronunciado por HARNACK
(Apostelgeschichte, 1928, p. 110): «Si los críticos logran tener algún día
una visión clara de las cosas y el suficiente buen gusto, será imposible des-
conocer que la genialidad en la elección de los pensamientos es aquí tan
grande como la fidelidad histórica» (en el resumen de las ideas básicas del
Apóstol). La gran importancia que para la historia de la religión posee el
discurso del Apóstol reside ante todo en la prueba de que la idea funda-
mental cristiana de que «la naturaleza invisible de Dios puede reconocerse
por sus obras» (Rom 1, 20) constituye una verdad racional y una herencia
espiritual de la antigüedad, y en segundo lugar en la absoluta superiori-
dad y originalidad del cristianismo. Pablo no necesitaba estudiar a los filó-
sofos griegos, ya que la demostración causal de la existencia de Dios le era
familiar debido al libro de la Sabiduría (cap. 13), escrito bajo influencia
helénica. Seguramente le era ya conocido el sentido panteístico, o mejor
panenteístico de la frase «en él vivimos...». El pensamiento estoico no con-
tenía ciertamente la verdad, aunque sí una gran parte de verdad, a saber,
la permanencia de Dios en el mundo (inmanencia), que el cristianismo, con
la idea de personalidad, ha unido a la supramundanidad de Dios (trascen-
dencia), llegando así a una síntesis de dos cosas diametralmente opuestas.
* Wár' nicht cías Auge sonnenhafl, / Die Sonne konnt' es nicht erblicken. / Laf nichl
in uns des Cotíes eigne Kraft, I Wie konnt' uns Gottliches entzücken?
518
N. 17
Misterios. Dos puntos preocupaban al hombre religioso de la antigüe-
dad: 1.°, si existe un asemejamiento con Dios y una unión con Dios, es
decir, un conocimiento recíproco y un vínculo amoroso entre Dios y el hom-
bre; 2.°, el modo como el hombre podría participar de la vida feliz de los
dioses bienaventurados, a fin de escapar al destino inexorable que pesa sobre
la humanidad debido a catástrofes políticas, tiranía, confiscaciones de bienes,
destierros, etc. (véase n. 1). Quinientos años de filosofía griega eran inca-
paces de contestar adecuadamente a estas cuestiones esenciales. Según Pla-
tón, la visión de Dios era sólo privilegio del noble libre (kalokagathós) que
disponía de tiempo y dinero, y no era asunto propio para el hombre del
pueblo. Así, las almas que aquí no encontraban su patria, se refugiaban en
los misterios (cultos secretos) e incluso en la magia. Es preciso conocer las
necesidades de la época, la inseguridad de la existencia a principios de la
época imperial, como se nos revela -con el moderno estudio de los papiros,
para comprender el éxito que habían de tener los viejos y nuevos miste-
rios, los cuales por medio de Baal (Siria), de Isis y de Cibeles, prometían,
al igual que los misterios órficos, pitagóricos y eleusínicos, protección, rescate
y vida inmortal. Precisamente pueden designarse los misterios como «religio-
nes de la inmortalidad». Un espeso velo pesa sobre estos misterios, ya que
era riguroso el mandato de que se mantuvieran secretos, y así se man-
tuvieron. Propósito de los misterios era el de formar un estrecho lazo entre
el iniciado (misto) y su dios (matrimonio místico). El rito consistía en la
admisión solemne del iniciado, después de un largo y doloroso período
de prueba, en la entrega de sagrados escritos, en la instrucción, represen-
tación dramática de lo oído, exposición de objetos y símbolos sagrados,
como, por ejemplo, la espiga de trigo (Eleusis), en el banquete sagrado y
en beber del sagrado cáliz (kykeon). Estados extáticos e hipnóticos pro-
vocados por el mistagogo muchas veces hacían que los iniciados se sintieran
subir a los cielos, a través de la región de los planetas o bajar a los in-
fiernos. Junto a los cultos de los misterios había una abundante literatura
ocultista (escritos herméticos). Pablo, que atisbo tan profundamente en
el alma pagana, a cada paso se encontró con estos misterios (cf. FESTU -
GIÉRE y PRÜMM).
N. 18
Formulario epistolar. El formulario epistolar de los antiguos que Pablo
tomó y amoldó a su manera original, comprendía las siguientes partes:
1.°, el preescrito (protocolo de introducción), que a su vez se dividía en a) la
fórmula del remitente (p. ej.: «Pablo, por la voluntad de Dios apóstol de
Jesucristo»), b) la del destinatario (p. ej.: «a Timoteo, su genuino hijo en
la fe»), c) la expresión de deseos (p. ej.: «gracia y paz a vosotros»); 2.°, el
contexto, en el que Pablo alterna el «nosotros» con el «yo»; 3.°, la con-
clusión (escatocolo) con una lista de saludos, a menudo bastante larga, y
el saludo escrito de puño y letra del remitente (aspasmós). Esto equivalía
519
N. 19
Suicidio. Los órneos y los pitagóricos rechazan el suicidio, y lo mis-
mo hacen Sócrates, Platón y Aristóteles. Según PLATÓN (Fedón 62), Dios es
nuestro pastor, nosotros somos su rebaño y su propiedad (cf. Ps 22 y la
parábola de Jesús) y no debemos abandonar su redil (phrourá). El suicidio
seria una ofensa a Dios. En Epicuro y en los estoicos posteriores desapa-
rece este sentimiento de responsabilidad de la vida; el hombre se siente
abandonado por los dioses y anda en tinieblas. Pablo y Marco Aurelio
coinciden en la idea de que «el mundo gime y suspira», pero ¡cuan dife-
rente es la manera como ambos expresan esta idea! Según Pablo, las di-
sonancias se solucionan en la armonía divina (Rom 8); según Marco Au-
relio, es irremediable el desorden general; el hombre debe redimirse a sí
mismo. La ataraxia (indiferencia) de Epicuro y la apatía (insensibilidad) de
los estoicos son «hermanas gemelas» e «hijas de la desesperación» (LiGHT-
FOOT ). Cf. FESTUGIERE , p. 66 166 185.
N. 20
Pneuma. Palabra que se remonta a los orígenes de la humanidad, con-
cepto capital, en cuyos cambios semánticos puede leerse todo el desarrollo de
la historia de la religión. En este punto se entrecruzan dos corrientes
de tradición: 1 . a la filosófica; 2. a, la bíblica. En la orientación que tiene su
punto de arranque en Platón, llámase nous-pneuma a aquella parte superior
del alma que se vuelve hacia Dios, que es el Alma del alma, de la chispa
divina. Esta parte del alma, el nous-pneuma, es distinta del alma sensitiva.
Para Aristóteles, pneuma es sólo el principio vital físico. Los estoicos lo
consideran como un fluido de fuego que mantiene el mundo en su parte
más íntima. En la literatura de los misterios, designa las zonas irracionales
del sentimiento y de lo subconsciente. En los papiros mágicos aparece la
fórmula: «¡Ven a mí, Señor Espíritu Santo!», pero sólo se refiere a una
fuerza mágica de la que quiere apropiarse el hechicero. El concepto que
Pablo tiene del pneuma o espíritu no procede de la filosofía griega, ni si-
quiera de Platón, sino que tiene una raíz en el Antiguo Testamento, en el
Génesis («sopló en él el espíritu de vida»), en lo que siempre se vio una
comunicación de la vida divina, y otra raíz en el evangelio y en el suceso de
Pentecostés. De ahí el doble uso que hace Pablo: el espíritu humano como
asiento de la gracia, el espíritu divino corno tercera persona divina.
520
N. 23
Destino. En el alma griega se hallaban profundamente arraigadas las
ideas del destino y del temor al destino. A partir del siglo iv nos encon-
tramos cada vez con mayor frecuencia con los poderes del destino tales
como la heimarmene, la moira, la anangke. A la ley ineludible de la cau-
salidad de la naturaleza, descubierta por el genio filosófico de los griegos, se
hallan supeditados incluso los dioses. El curso de la historia, según vemos,
por ejemplo, en el historiador Polibio, viene dominado por la misma ley
inexorable que rige el eterno círculo de las cosas. Por ello es que incluso
el tiempo fue personificado en Eón como un dios del destino, como un
monstruo que enseña los dientes amenazadoramente. Cuando Pablo amo-
nesta en Col 2, 8: «Estad sobre aviso para que nadie os seduzca por medio
de una filosofía inútil y falaz, y con vanas sutilezas, fundadas sobre la tra-
dición de los hombres, según los elementos del mundo, y no conforme a
Jesucristo», parece que por «elementos del mundo» hemos de entender tam-
bién los dioses paganos de los astros y del destino. Probablemente piensa
lambién en ellos cuando describe la lucha del cristiano contra «el príncipe
de la potestad del aire» y cuando dice a los efesios «Revestios de toda la
armadura de Dios, para poder contrarrestar a las asechanzas del diablo;
porque no es nuestra pelea contra carne y sangre, sino contra los prínci-
521
N. 24
Epicuro. Con Aristóteles se abandona definitivamente el idealismo de
Platón. La sabiduría de los griegos desemboca en la concepción práctica y
austera que los estoicos tenían de la vida, y termina en el desengaño
del mundo por medio de Epicuro, cuyo pesimismo se convierte en nihilismo
ético. Lo que más debía repugnar del discurso del Areópago a los discípulos
de aquel Buda griego fue la idea de que Dios hubiera salido de su bien-
aventurado reposo y por medio de su Hijo hubiera intervenido en los des-
tinos de la humanidad.
N. 25
Eros y Ágape. En este par de conceptos es donde se manifiesta más
claramente la diferencia entre helenismo y cristianismo. Eros es el amor
apetitivo, incluso el amor que el espíritu siente por la verdad, el afán de
saber; en PLATÓN (en el Banquete) también significa el impulso que lleva al
alma a la contemplación de la idea pura, de la eterna belleza. Pero la pura
Idea (Dios) no responde, no ama, no conoce al hombre. Dios no tiene ami-
gos, se basta a sí mismo. Este Eros, tanto el término como el concepto, es
completamente extraño al Antiguo Testamento, e incluso a Pablo. Aquí es
Dios quien amó el primero a los hombres. Ágape es el doble movimiento
amoroso: de Dios al hombre (Gal 2, 20) y la respuesta que el hombre da
al divino amor (1 Cor 13). Lo mismo sucede con el conocimiento de Dios
(gnosis), que en Platón carece de reciprocidad. El hombre está solo. Y al
paso de esta soledad sale la nueva revelación: «...ahora, habiendo cono-
cido a Dios, o por mejor decir, habiendo sido de Dios conocidos...» (Gal
4, 9).
N. 26
Esperanza de inmortalidad. La antigua creencia popular en una vida
inmortal después de la muerte aparece con mayor frecuencia expresada en
las lápidas funerarias griegas desde el siglo v a. de J. C. al siglo v d. de
J. C., bajo la influencia de la religión órfica. Tan pronto se imaginan los
Campos Elíseos, la mansión de los dioses ( VIRGILIO, Eneida 6), tan pronto
el éter, o una estrella, o la «Isla de los Bienaventurados» (según los pitagó-
ricos) como lugir de residencia de las almas. Reina una gran incertidumbre
en cuanto a si se conservan la conciencia y el yo personal. Los estoicos
creían en una subida al mundo de las almas. La esperanza en una supervi-
vencia personal era extremadamente menguada (1 Thess 4, 13). Pero la filoso-
fía no contradecía la creencia popular. Así, el alma pagana estaba preparada
en cierto modo para recibir el evangelio. Su vaga esperanza adquirió en el
522
N. 27
El problema del sufrimiento. Piedra de toque de toda filosofía y de
toda religión, atormentaba también el alma de los griegos, la cual, en el
fondo, no era propensa a la alegría, sino a la melancolía. Testigos de ello
son las figuras de personajes predilectos de los grandes poetas, figuras tales
como las de Aquiles, Ayax, Antígona, Alcestes, Ifigenia. Mientras Heracles
siguió siendo el ideal del alma griega, se reconoció el poder ennoblecedor
del sufrimiento: «Aprende mediante el sufrimiento». En MARCO AURELIO, la
meditación sobre la vida conduce siempre a una profunda melancolía, que
es adonde viene a parar la sabiduría pagana. Su célebre diario A sí mismo es
un grito con que llama al Redentor, al que no conoce. Compárese esto con
el tono de alegría que encontramos en Pablo.
N. 28
La vida es un espectáculo, una lucha de circo. Al igual que Pablo en
1 Cor y en Eph, también SÉNECA (De providentia 2) y EPICTETO (Diss. 3, 22,
50) comparan la lucha moral de la vida con una lucha en la que se regoci-
jan los dioses y los hombres. Pero así como el estoico se muestra orgulloso
de poder manifestar al mundo el profundo desprecio que siente ante el
sufrimiento, consciente de su rica vida interior, en cambio, Pablo está or-
gulloso de llevar los «estigmas de Jesucristo». EPICTETO conoce el desprecio
de los cristianos («galileos», Diss., 4, 7, 6) hacia los tiranos y hacia la muer-
te, pero lo atribuye despectivamente a una «rutina» estúpida carente de
razón, y MARCO AURELIO explica a su vez (11, 3) el valor de los cristianos
ante la muerte como «obstinación», «irreflexivas ganas de morir», y censu-
ra su «actitud intolerable». Si hubieran leído a Pablo habrían visto que el
martirio cristiano era una renuncia a la vida en aras de una íntima con-
vicción (véase BONHOFFER, Epiktet).
N. 29
Matrimonio y virginidad. Creeríase que EPICTETO había leído 1 Cor 7
cuando alaba con entusiasmo el celibato del cínico (Diss. 3, 22, 69) que
llevaba una vida de soltería «para poder dedicarse sin estorbo a los asun-
tos de su servicio divino... como enviado del dios y médico de las almas».
Aquella especie de pastor de almas cínico había recibido de Zeus un «minis-
terio real», había tomado a todos los hombres como hijos, a todas las mu-
jeres como hijas, y se consideraba para todos como un padre, un hermano
y siervo del padre común, o sea, Zeus. Ni Pablo podía escribir de manera
más hermosa sobre el ministerio sacerdotal del cristiano. También son aná-
logos los motivos para el celibato: vivimos en este mundo como en un
estado de anomalía, como durante una guerra (Pablo tiene en la mente los
últimos tiempos: «el tiempo se ha acortado»). Si no hubiera más que filó-
sofos cínicos, si no hubiera más que personas perfectas, tampoco habría
523
N. 30
La dase de los esclavos. También aquí existen puntos de contacto en-
tre los estoicos y Pablo. En ellos es común cierta indiferencia por las con-
diciones externas de vida. La condición de libre o de esclavo, según Epic-
teto, carece de importancia frente al valor interior de la persona. Incluso
siendo esclavo se puede ser verdaderamente libre (Pablo habla de un «li-
berto de Dios») y se puede ser esclavo digno de lástima a pesar de gozar de
libertad externa (véase BONHOFFER).
N. 31
La eucaristía y el banquete de sacrificio de los paganos. Pablo pre-
supone como idea básica del antiguo banquete ritual de los paganos el an-
helo de unirse a la divinidad a la que se ofrece el sacrificio. Pero este eter-
no anhelo del alma y su sacratísimo impulso queda desfigurado en el pa-
ganismo adoptando la forma de demonismo. Para Pablo, los dioses de la
antigüedad son sólo disfraces tras los cuales los demonios hacen de las suyas.
Por lo tanto, se equivocan los investigadores de la religión que quieren ex-
plicar la eucaristía como evolución de una primitiva ceremonia mágica, en
la que los adeptos querían apropiarse el poder de Dios al comer su carne.
La eucaristía presupone la encarnación y la transfiguración de Jesucristo
(véase LAGRANGE 209).
N. 32
Velo (exousia). La tan debatida expresión de exousia aparece también en
los papiros mágicos, y significa el poder que el mago obtiene para sí. Pero
en los escritos de Pablo no se trata de ninguna idea de magia. La opinión
de que las mujeres deban tocarse con un velo para protegerse de los de-
monios es una cabalística de tiempos posteriores. Puede que el velo sea sim-
plemente un símbolo del «ángel de la guarda» (G. KITTEL, Rabbinica, 1920).
N. 33
La carta de las lágrimas. Algunas cartas de la antigüedad, y probable-
mente también alguna de san Pablo, se perdieron debido a que se hicieron
ilegibles. O. ROLLER (Das Formular) escribe que la tinta en la antigüedad era
una tinta pegajosa hecha de hollín, y podía borrarse mediante una gota de
agua, una lágrima, por ejemplo. Sucedía que a veces, durante un viaje y
en momentos de lluvia, las cartas se hicieran ilegibles debido a- la humedad.
Ya Cicerón se quejaba de que algunos de los destinatarios no hubieran po-
dido leer las cartas que él les había enviado.
524
N. 35
Concepto trágico de la vida. Pablo y los estoicos coinciden en la idea
de un orden del universo que ha sido perturbado. La cuestión está en saber
cuál es la armonía en que pueden eliminarse las disonancias de la vida. Los
estoicos no hallaron ninguna solución debido a su dogma fundamental del
eterno retorno de las mismas cosas. El sentimiento de la vanidad de todo
lo terreno es algo que oprime a Marco Aurelio. De su obrita se desprende
un hálito de melancolía, dice FESTUGIERE, el cual concluye su estudio sobre
Pablo y Marco Aurelio con estas palabras de Péguy: «Marco Aurelio no
tuvo la religión que se merecía».
N. 36
Carne y espíritu. San Agustín aplicó primeramente al hombre del An-
tiguo Testamento el pasaje acerca de la doble ley que gobierna nuestros
miembros, pero posteriormente en su polémica con los pelagianos, lo refirió
al hombre renacido en el bautismo ( BARDENHEWER, Miscellanea, 1931).
N. 37
Doctrina de la justificación. W. WREDE (Paulus, 1907, en R. STEIGER,
Dialektik) excluye la doctrina de la justificación del centro de la teología
paulina, y la denomina doctrina combativa;
N. 38
Fariseos y saduceos. Los fariseos se llamaban así debido a que se se-
pararon del común del pueblo por medio de su escrupulosa observación de
la ley. En los días de Heredes formaban un grupo sólidamente organizado
de más de 6 000 miembros. Había muchos escribas entre ellos. Eran repre-
sentantes de la tradición, de las tradiciones humanas que ellos colocaban
por encima del mandamiento de Dios, tal como Jesús les reprochó (Me 7, 8).
En oposición a ellos, los saduceos rechazaban toda tradición, se apegaban
a la letra de las Sagradas Escrituras, y por ello negaban la resurrección in-
dividual, la predestinación, los ángeles y los espíritus (Act 23, 8). Jesús les
rebate muy certeramente su interpretación materialista de las Escrituras en
la cuestión de la resurrección (Me 12, 18).
525
N. 40
María. En la línea de la economía de la salvación Adán-Cristo (Rom 5),
el primero que trazó el paralelismo Eva-María fue Justino. Sin embargo,
este paralelismo se halla ya en germen en el dogma del Apóstol acerca de
la encarnación ( PRÜMM , Christentum 151).
N. 41 '
Cristianos en Pompeya y en Herculano. El presentimiento que De Rossi
(1862) tenía de que en Pompeya había vestigios de cristianismo primitivo,
parece hallar una curiosa corroboración en el segundo ejemplar, descubierto
por el profesor De Corte, de un esgraflado (inscripción garabateada en una
pared) del misterioso criptograma cruciforme, cuyo desciframiento sigue
siendo dudoso:
S
A
A
R
TEO
P
R
O
T E N E T
O P E R A
R 0 T A S
526
N. 46
Matrimonio cristiano y matrimonio pagano. El poeta Anfis canta las
alabanzas de la hetera a costa de la esposa. Ya no se quiere tener hijos. Más
que en otras épocas abunda la costumbre de arrojar a la calle o exponer a
las hijas. El ideal es el hijo único (varón). Polibio habla de «ciudades que,
cual enjambres de abejas, se están despoblando y en breve tiempo pierden
toda su fuerza» ( FESTUGIÉRE 67).
527
N. 48
Liberación o manumisión de esclavos. Fue una acción de gracias pos-
terior el que más tarde, en los documentos cristianos de manumisión de
esclavos, de manera expresa se apelara a Pablo: «Pero puesto que Pablo
con su poderosa voz tan claramente exclama: "Tú no eres esclavo, sino
un hombre libre", mira, he aquí que yo desde hoy te declaro libre, esclavo
al que yo había adquirido con mi propio dinero...» ( DEISSMANN 280).
N. 49
Cautiverio de Éfeso. Modernos exegetas, especialmente de Inglaterra
(profesor Duncan) y de Alemania (P. Peine), suponen que las llamadas cartas
de la cautividad, como la Carta a los Filipenses, fueron escritas por san Pablo
cuando éste se hallaba encarcelado en Éfeso. Pero las razones de ello son
más capciosas que convincentes ( MORTON 337; PRÜMM 132).
N. 50
La vida y la muerte. En Platón se encuentran ideas afines a la manera
de pensar de Pablo. Según el primero, la vida terrena no es más que un
paso, una preparación, una purificación para la verdadera vida después de
la muerte. Análogamente CICERÓN (en El sueño de Escipión): «Verdadera-
mente viven sólo aquellos que como de una cárcel se han librado de las
ataduras del cuerpo; en cambio, aquello a que vosotros dais el nombre de
vida, es muerte».
N. 51
Teología de la cruz. Según Pablo, la redención se ha hecho en cuatro
fases: 1. El negarse a sí mismo en la encarnación, renunciando a la plenitud
del poder divino. 2. El camino del hombre-Dios, en forma de siervo, a tra-
vés de los abismos de la vida. 3. El sacrificio de la muerte en la cruz. 4. Su
consumación y eficacia por medio de la resurrección. La importancia salva-
dora de la muerte en la cruz reside en la grandeza de la acción amorosa de
Jesús (Eph 5, 2; Rom 5, 6-9; 8, 32; 2 Cor 5, 14). De este modo Jesús supe-
ra a todos los héroes de la historia, ya que no murió, como aquéllos, para su
propio pueblo, sino para toda la humanidad. En esta acción salvadora se
basa su soberanía como Kyrios (Señor), el culto cristiano (la eucaristía, la
misa), e incluso toda la piedad cristiana como imitado Christi: «. . .a fin de
528
N. 52
Participación de los cristianos en la vida pública. A pesar de la simpa-
tía que Pablo manifestaba hacia el estado romano, los primitivos cristianos
evitaban ciertos cargos públicos y profesiones como, por ejemplo, la de
maestro. «Cuando un maestro se presentaba pidiendo el bautismo, le era
impuesto como condición el que renunciara a la enseñanza, porque la ma-
teria de estudio en las escuelas públicas estaba sacada predominantemente
de las leyendas de los dioses paganos; por ello es que conocemos tan pocos
mártires salidos de la clase de los maestros» (DE WAAL- KIRSCH, Roma Chris-
tiana). Una de las pocas excepciones fue Casiano, al que asesinó uno de
sus alumnos con el punzón de hierro para escribir.
N. 53
Sentimiento del mundo. La actitud frente al mundo y al cosmos era de
dos clases en la antigüedad, oscilando entre una alegría ingenua de vivir y
el pesimismo, y pasó por cuatro fases diferentes: 1.a, en el grado primitivo, el
hombre se siente ligado a la tierra que le ha producido (Gaia); 2. a , en la
época clásica se halla totalmente al servicio de la polis o ciudad-estado;
3.a, en el período helenístico y en el estoicismo el hombre se convierte en
cosmopolita o ciudadano del mundo; 4. a, en MARCO AURELIO aparece por
vez primera la idea de la «Ciudad de Dios», de una «forma de estado del
que todas las demás comunidades son como colonias» (4, 23, 3). (FESTUGIÉRE
269; PRÜMM , Christentum 51).
N. 54
Magia romana de los números. Una vez los romanos perdieron poco a
poco su antigua fe en el dios Júpiter, las masas del pueblo se refugiaron en
la magia oriental y en las supersticiones babilónicas. Seguramente no era
infundada la advertencia de HORACIO : «No escudriñéis cuál sea el fin que
los dioses hayan impuesto a tu vida o a la mía; deja de ocuparte ya en los
números babilónicos» (Odas, libro i, oda xi).
N. 55
Posturas en la oración. Los antiguos cristianos rezaban elevando los
brazos al cielo o con los brazos abiertos, más tarde cruzándolos sobre el
pecho. La forma de rezar juntando las palmas de las manos procede del
derecho feudal germánico. El vasallo colocaba sus dos manos juntas en las
del señor, en señal de entrega humilde a su servicio y protección (M. MÜL-
LER, Frohe Gottesliebe 66). Comoquiera que la actitud interna y la externa
se influyen mutuamente, tal vez se exprese en ello un cambio en la actitud
del alma con relación a Dios.
529
530
I. FUENTES
Las referencias frecuentes que hace el autor a las obras de Josefo, Sé-
neca, Epicteto, Tácito, Suetonio, Pausanias, Virgilio, Hornero y demás au-
tores de la antigüedad, podrá el lector fácilmente localizarlas consultando
versiones castellanas existentes. A continuación, se dan con carácter selec-
tivo algunas obras que fueron utilizadas por el autor y otras que, por ser
recientes y estar publicadas en castellano, pueden ser de utilidad para el
lector que se proponga ahondar en el estudio de san Pablo.
II. REFERENCIAS
531
532
533
Acometida a. San Pablo 385ss; v. La- Azotamiento de San Pablo 123s 387
pidación Basílicas profanas 494; B. de San Pa-
Acta Pauli et Theclae 125 51 Is blo 498s; B. de Santa Frisca 430;
Actos del culto; v. Liturgia B. de San Sebastián 426
Acusaciones contra San Pablo 385 390 Bautismo 287s; administrado por San
396; contra los cristianos 481 Juan 286ss; en la Iglesia primitiva
Adviento 477 55s
Afabilidad de San Pablo 201 Beatitud 253
Ágape 248 520 Benedictus 47
Agnostois Theois 214 Beza v. Códice Beza
Agora 218 Biblia 25 32ss 36 55 58 68 75 115 185
Aguijón de la carne 122 349 198 212 247 260 287 310 318 342
Albergues 423 417 429 517; forma epistolar intro-
Alegría 472 ducida por San Pablo; v. también
Alejandrina (Filosofía) 286 Testamento
Altísimo v. Hypsistos Bolchevismo 262
Amistad entre San Pablo y San Pedro
68; entre San Pablo y Bernabé 68 Campiña romana 425
158ss Cantar de los Cantares 413
Amor cristiano 335 449 Cantos cristianos 240s
Anástasis (resurrección) 218 Capas sociales de la comunidad cris-
Anticristo 258ss tiana en Roma 430ss
Antiguo Testamento 25 30s 33 61 76s Cárcel de San Pablo: en Éfeso 347;
106 118 129s 143 145 149 197 214 en Roma 493ss
235 240 250 258 263 286 320 322 Cárcel Mamertina, o el «Tullianum»
333 352 397 407 479 484 511 514 493
520ss 525 Caridad 336 353s; y. también Amor
Antisemitismo 266 270 344 480s Carismas 201 239 298 333s
Aparición segunda de Jesucristo; v. Pa- Carmen Christi 470
rusía Carne de los sacrificios 330s
Apelación de San Pablo al César 403ss Castidad 150 327s
Apología de San Pablo y del cristia- Catacumbas: de Priscila 431; de San
nismo 406ss 428 Calixto 426 432
Apostasía 136 258s Catolicidad de la Iglesia 268 357 369;
Apóstol de los Gentiles 148 de San Pablo 65
Apóstoles antiguos de primera elec- Católicos (denominación) 92
ción 66 142 308; ap. columnas 147; Cautivo de Cristo 379ss 462
ap. desconocidos de San Pablo 68 Celibato 328
Aristocracia romana y cristianismo Celtas (galos) 123
430s Circuncisión 142 145s 169 330
Armenios (cristianos) 127 Ciudadanía romana 387 404
Arte cristiano y arte pagano 213 Ciudades griegas (su carácter) 23s
Asiarcas 297 340 343 Civilización antigua (greco-romana):
Autoridad civil 366; v. Estado su decaimiento y ruina 472
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