Ensayo

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Institución educativa Manuel Rodríguez

Nombre = Laura López


Grado = 11°2
Fecha = 25-sep-2021
Docente = Milena morón morón
Asignatura = lengua castellana
El ensayo
Género literario didáctico de forma libre que defiende un punto
de vista personal sobre un tema cualquiera: humanístico,
filosófico, religiosos, político, social, cultural, etc., sin contar con
una fuente documental. Son considerados ensayistas los
escritores de este género literario

Etimología
La palabra ensayo proviene del verbo ensayar que significa
probar. Al parecer el término relativamente es nuevo, sin
embargo se encuentra que tanto los griegos como los romanos
ya utilizaban este estilo de expresión, pero es hasta el siglo XVI
cuando la esta forma de escritura adquiere las características y
nombre con el que hoy en día se conoce. El filósofo francés
Miguel Montaigne (1533-1592) lo utilizó y le dio el nombre con
que ahora lo conocemos.

Una de las primeras cosas que realizamos cuando iniciamos una


investigación es la revisión documental, en este documento
encontramos que no todos los documentos representan, para
nosotros, la misma importancia. Por ello, es común que aunque
la mayoría de las revisiones se realizan en torno a un tópico, se
llegue a tener una tendencia a favorecer ciertos documentos, sin
que con ello la revisión deje de ser importante; finalmente el
propósito de la revisión juega un papel central de cómo los
autores se expresan del tema en estudio. Más propiamente la
revisión se convierte en un ensayo en el momento mismo en que
la visión deja de ser objetiva, en el sentido de la imparcialidad, y
se convierte no solo en la presentación de lo relevante que cada
autor mencionó, sino que además el conocimiento influye en la
critica de la obra.

Evolución histórica
La paternidad del ensayo se atribuye a Miguel de Montaigne,
escritor francés de finales del siglo XVI, que desarrolló esta forma
literaria para expresar su preocupación por el ser humano.
Montaigne llamó Essais (ensayos) a sus breves meditaciones
personales escritas en prosa, que comenzó a publicar en 1580, y
que utilizó para estimular la exploración del yo interior en
relación con el mundo exterior. El escritor francés Miguel de
Montaigne es el creador del ensayo; utilizó esta forma de
expresión para transmitir sus ideas y críticas. Es autor de tres
volúmenes de Ensayos (1580 y 1588). Son temas de su obra la
muerte y el dolor, el conocimiento y la naturaleza de la bondad.
El ensayo nace así en el siglo XVI en Europa, en una época de
grandes cambios intelectuales y sociales en el que surgen
preocupaciones sobre diversos temas, como la muerte y la
posibilidad de una vida futura, el viaje, la exploración y las
relaciones sociales. Pero fue en el siglo XVII que Francis Bacón,
influyente escritor inglés, utilizó por primera vez el término
ensayo como género literario, evocando las obras de Montaigne
y la tradición epistolar latina: “La palabra ensayo es reciente,
pero la materia es antigua”. El escritor inglés Francis Bacón,
barón de Verulam, fue el primero en usar el término ensayo,
haciendo alusión a las obras de Montaigne y a las
comunicaciones epistolares romanas. Es autor de numerosos
ensayos sobre ética, filosofía, ciencia, derecho, historia y política.

Características sobre el ensayo


Desarrolla un tema libre de elogio, insulto o exhortación. El
ensayista expresa lo que siente y cómo lo siente, y hace partícipe
al lector del proceso mismo de pensar. Por ejemplo, en Viejos y
jóvenes, Unamuno expone:
«Las consideraciones que voy a exponer en estas líneas son tan
vulgares y tan obvias[…]».
Tiene un estilo sencillo, natural, amistoso. Su carácter es
esencialmente comunicativo, pues intenta establecer un diálogo
entre el ensayista y el lector. Por ejemplo, Unamuno da muestras
de la naturalidad del estilo al decir en su ensayo El Porvenir:
«Yo, a fe de buen español, improvisador, he improvisado estas
notas sobre mi pueblo, tal y como en mí lo siento.»
Predomina la subjetividad. La exposición es personal y expresa
estados de ánimo. El ensayista escribe porque experimenta la
necesidad de comunicar algo. Por ejemplo, Ramiro de Maeztu
dice en su ensayo Sobre el discurso de Lord Salisbury:
«La lectura del discurso me causó una impresión profundísima».
Utiliza diversos recursos, como citas, proverbios y anécdotas. Sin
embargo, en la utilización de las citas importa destacar que
alguien creó una idea, pero el quién y el dónde carecen de valor,
y el hecho de señalarlas como citas sirve solo para indicar que las
ideas no son propias. Ramiro de Maeztu comienza dice en su
ensayo en defensa del espíritu español:
«Días atrás dijo Lord Salisbury, primer ministro inglés, en un
discurso de cuya letra me he olvidado, pero cuyo fondo se me ha
grabado indeleblemente en la memoria[…].»
Es un texto breve. El ensayo no pretende agotar el tema tratado,
sino exponer un análisis personal del mismo. Por ejemplo,
Ortega y Gasset dice en su ensayo De Madrid a Asturias o los dos
paisajes: «El tema es, creo yo, inagotable», de esta forma
reconoce que su intención no es profundizar el tema.
«En el índice de pensamientos que es este ensayo, yo me
proponía tan sólo subrayar uno de los defectos más graves y
permanentes de la raza».
Desarrolla un tema actual. El concepto de actualidad se refiere
no solo a los sucesos del presente, sino a la trascendencia de los
problemas humanos ante los valores que individualizan y
diferencian a cada época. Por ejemplo:
«El ideal cristiano no cabía en la unidad católica, y la rompió. El
ideal social no cabía en la unidad monárquica, y la rompió. El
ideal del progreso no cabía en la unidad territorial, y la rompió».
Es asistemático, no hay orden preestablecido. El propio maestro
Unamuno reconoce que no hay una estructura fija en el ensayo y
expresa en su Ensayos I:
«Una vez que me he decidido a escribir, ruego al lector no
profesional que me tolere, y desde ahora le aseguro que, aunque
sé por dónde he empezado este ensayo -o lo que fuere-, no sé
por dónde lo he de acabar».

Clasificación del ensayo


En este aspecto, el ensayo, al igual que los otros géneros
literarios, no ha podido librarse de los más variados intentos de
clasificación. Y del mismo modo que la agrupación de las obras
literarias en géneros, es algo externo e independiente de la
creación artística misma, así también las clasificaciones del
ensayo propuestas poseen únicamente valor editorial y, cuando
más, valor didáctico en cuanto a la ordenación de los ensayos en
un libro o a la presentación de los mismos al lector no iniciado. Si
aceptamos esta interpretación de las clasificaciones, éstas sólo
serán provechosas cuando proporcionen al lector una guía en la
aproximación al ensayo.
En la práctica, no obstante, al erguirse ellas mismas como fin,
más bien aportan confusión al concepto de ensayo. Sírvanos
como ejemplo la que nos proponen Angel del Río y José
Benardete en su ya clásico libro, El concepto contemporáneo de
España. Antología de ensayos. Ellos reconocen tres grandes
grupos:
) “El ensayo puro”
) “El ensayo poético-descriptivo”
) “El ensayo crítico-erudito”.
Al analizarlo, sin embargo, observamos que en estas tres grandes
clasificaciones incluyen todos los escritos en prosa excepto
aquellos decididamente ficticios.
Sólo bajo la primera clasificación, “El ensayo puro”, podríamos
incluir lo que nosotros aquí hemos denominado ensayo.
Lo que del Río y Benardete denominan “El ensayo poético-
descriptivo”, correspondería a la prosa poética —que ya no es
ensayo— como lo prueba el ejemplo de Platero y yo, que ellos
mismos señalan. La tercera categoría, “El ensayo crítico-erudito”,
según del Río y Benardete “se diferencia del ensayo propiamente
dicho en su extensión —es casi siempre un libro— y en la
importancia de su parte expositiva. Es obra de universitarios e
investigadores y se da en casi todas las disciplinas” (31). A este
grupo pertenecen los tratados, que tampoco son ensayos. Pero
de estas diferencias específicas con otras formas de escritos
hablaremos en la próxima sección.
Por lo general, las clasificaciones de ensayos, que suponen ya un
discurso depositario del texto literario, se han establecido a
partir de dos aproximaciones distintas: a) aquellas que prestan
atención a un aspecto predominante en el contenido, y que por
ello mismo agrupan a los ensayos en históricos, crítico-literarios,
filosóficos, sociológicos, etc.; b) aquellas otras que se fijan en el
modo como el ensayista trata su tema, por lo que clasifican a los
ensayos en informativos, críticos, irónicos, confesionales, etc.
Podríamos concluir señalando que las clasificaciones, útiles
desde un punto de vista pedagógico, varían con cada época, y
que todas ellas se hacen insuficientes cuando se enfrentan con la
complejidad de la obra de un ensayista.

Ensayo sobre ciencias y filosofía


Así por ejemplo, existen tanto revisiones de tratados filosóficos y
de tratados puramente científicos; una manera de conocer el
lado humano del conocimiento del mundo, como es percibido, a
través de varios autores lo puede dar las revisiones de la filosofía
de diversos personajes importantes históricamente, en los que
se nota que el autor no critica la posición de los autores sino que
mas bien muestra las frases que el consideró importantes dentro
de sus trabajos. Sin embargo, parece contradictorio que si
queremos ser objetivos solo analicemos la obra en el sentido se
citar las partes de la obra de lo que al juicio consideramos
adecuado. Aunque como podemos apreciar, la revisión no se
alejar del aspecto subjetivo del que reconoce la importancia de
la obra, al menos, a diferencia del ensayo trata de no tomar la
parte de juez y emitir juicios sobre cuales son las ventajas o las
fallas de la obra.
Para un buen sector las revisiones cuentan con el inconveniente
de mostrar, casi de manera histórica, cómo se dio la evolución de
un determinado tema o cuáles son las características de las obras
que giran en torno al tema. Pensando en función de que él que
lee la obra es una persona que no cuenta con conocimientos
previos del tema, la revisión de una obra le dará la ventaja de
poder conocer de manera rápida y objetiva cuál es la
información que gira en torno al tema, en cambio el ensayo, por
contar con el juicio de una persona, estará generando un
conocimiento poco mas que subjetivo. Resulta claro que lo mejor
sería contar las obras acerca del tema y generar propios
ensayos… Sin embargo, no podemos dejar de reconoce que el
ensayo generado por nosotros mismos puede ser un trabajo que
en el futuro nos permite generar el informe final de una serie de
investigaciones, tal informe podría representar parte del trabajo
final de un artículo o las ideas centrales en una tesis.
El ensayo es un intento por acercarnos al entorno del tema,
generar una explicación de cómo el que escribe el ensayo analiza
el mundo de posibilidades en relación al tema. Uno de los
principales valores con que cuenta el ensayo es la expresión
personal, una responsabilidad juiciosa sobre el entorno, una
interpretación personal de la realidad de cómo el autor analiza
las obras.
El carácter didáctico e informativo del ensayo le da un toque
especial , sobre todo si consideramos que ese carácter didáctico
radica poner lo complicado en terrenos sencillos y no solo en
conocimientos complicados

Ensayo científico
Mas propiamente, el Ensayo Científico muestra una clara visión
de los contenidos de las obras en relación a un tema, pero a
demás, incorpora el juicio del por qué es relevante lo que un
autor menciona, por ejemplo, el ensayo podría destacar la
información de un autor con respecto a otro a través de diversos
mecanismos como: marcar las ventajas de un modelo ideológico,
presentar la incompletes o completes de la obra y en el peor de
los casos, pero no menos usado en la redacción del artículo
científico, la confrontación de dos corriente o de dos resultados.

Metodología del ensayo


La metodología usada en la redacción del ensayo tiene dos
vertientes una es la parte objetiva (o científica) y la sujetiva (o
literaria). Así, el ensayo siempre cuenta con la parte científica
porque relaciona los hechos y la parte subjetiva o literaria por
contar con el juicio critico del ensayista. El ensayo es, entonces,
la unión casada de dos mundos: el de la ciencia y el de la
originalidad del ensayista.
El ensayo no es una innovación de un tema sino una
construcción de entes generados en base a la experiencia que el
ensayista ha tomado de su realidad, entonces, es el ensayo una
forma particular de acercarse al mundo; para dos ensayistas la
concepción del mundo puede ser diferente, es aquí lo cognitivo
deja de ser menos que relevante para incorporase a lo
epistemológico, es decir, a la concepción propia de entorno del
mundo que el ensayista ha construido del tema.

Versatilidad del ensayo


El ensayo hace la incorporación en diversas disciplinas, es el
ensayo el espacio en el que caben todas las diversas disciplinas
del conocimiento humano, existiendo tratados sobre ensayos
desde ensayos de filosofía, ciencia, arte religión , arte, política,
etcétera. La convergencia o divergencia de enfoque no solo se
pueden presentar en el ensayo para un mismo tema, sino que, se
puede generar la convergencia de diferentes áreas del
conocimiento para abordar una problemática. El ensayo puede
ser de profundidad o superficial, el cual dependerá del enfoque
que se le de al trabajo.

Partes del ensayo


El ensayo cuenta con tres partes importantes en su estructura: el
planteamiento, el desarrollo y las conclusiones. En el
planteamiento, se cuenta con la exposición del problema y la
tesis que se ha de defender en el desarrollo, la segunda parte. Es
el planteamiento lo que la mayoría de ocasiones se presenta
como resumen (abstract) en el artículo científico. El la segunda
parte, el desarrollo, se presenta la defensa de la tesis a través del
análisis de los juicios que giran entorno a las posturas que tiende
a defender la tesis, en la última parte, la conclusión, se
estructura a través de regresa a la primera parte, el
planteamiento del problema, con la finalidad de resaltar la
importancia de los hechos que validaron la hipótesis, para
finalmente atar cabos y dar una respuesta a las interrogantes
planteadas.

Relación con el título del ensayo


Juzgado el ensayo como obra literaria, debemos igualmente
tener presente que la relación del título con el resto del ensayo
es también una relación puramente literaria. En un tratado
filosófico, crítico o histórico, por ejemplo, el título tiene
necesariamente que corresponder al contenido y de hecho así
sucede; el título tiene en estos casos únicamente un valor
informativo, y tanto mejor será, cuanto con más exactitud
identifique el contenido de la obra que encabeza. En el ensayo,
su función es literaria; por lo tanto, aun cuando en muchos casos
el título, en efecto, da una indicación, más o menos exacta, del
contenido, no siempre sucede así, ni un título es mejor o más
apropiado porque así lo señale.
Montaigne, que en esto como en tantos otros aspectos del
ensayo, fue consciente del valor estético de tales recursos
estilísticos, señala: “Los títulos de mis ensayos no siempre
abarcan la materia; a menudo ellos la indican únicamente por
alguna señal… Hay obras en Plutarco donde él se olvida del tema,
donde el propósito de su argumento se encuentra sólo
incidentalmente, sofocado en materia extraña: Ved las salidas en
‘el demonio de Sócrates’; ¡Oh Dios, qué escapadas tan gallardas,
qué variaciones de belleza, y tanto más cuanto más casuales y
accidentales se nos presentan! Es el lector descuidado el que
pierde mi tema, no yo” (973). Y así sucede, en efecto, en la obra
de Montaigne, uno de cuyos ejemplos más notables, como
hemos señalado ya varias veces a lo largo de este estudio, es el
de “Los coches”, en el que se establece un marcado contraste
entre lo trivial del título, a cuyo tema se dedica sólo una atención
muy marginal, y lo profundas y variadas de las reflexiones que en
él se incluyen. En el ensayo “Sobre la fisonomía”, cuyo título se
refiere a la fealdad física de Sócrates, apenas se trata el tema
hasta el final, si bien el ensayo comienza con un elogio de su
carácter. En fin, dentro de la literatura hispánica bástenos con
recordar el ensayo de Unamuno “Mi religión”, exaltación de su
“yo”; o la meditación mexicana de Alfonso Reyes en “Discurso
por Virgilio”; o el sentido panteísta del autor único en “La flor de
Coleridge”, de Borges. El título del ensayo, pues, al igual que en
los demás géneros literarios, es un recurso estilístico que el autor
emplea consciente de sus efectos artísticos.

Forma del ensayo


Si bien para que el estudio de la forma del ensayo pueda tener
sentido, debe hacerse en su relación con los demás géneros
literarios, parece conveniente aquí considerarla en su aspecto
más general, y, en definitiva, preguntarnos si tiene el ensayo una
forma característica. Con frecuencia se ha dicho que el ensayo es
en prosa lo que el soneto en poesía; pero esta comparación, sin
duda muy sugestiva, tiene únicamente valor, y quizás más que
nada simbólico, en lo que a la voluntad de estilo se refiere; es
decir, la brevedad del ensayo hace que en él se acumulen los
recursos estilísticos en un intento de perfección estética. Por lo
demás, nada más opuesto a la libertad formal del ensayo, que las
estrictas reglas que gobiernan al soneto. En el ensayo no existe
regla, por esencial que nos parezca, que en alguna circunstancia,
sea ésta excepcional si se quiere, no pueda ser suprimida.
La forma del ensayo es orgánica, no mecánica. Por ello, sólo
debemos hablar, al tratar este aspecto, de la forma artística del
ensayo, y aquí tienen aplicación las características ya estudiadas.
No obstante, del mismo modo que al tratar de caracterizar la
novela no decimos que la forma dialogal sea una de sus
características, si bien reconocemos que hay numerosas novelas
dialogadas, así también podemos afirmar que la forma por
excelencia del ensayo es la prosa, y que tanto el verso como el
diálogo dramático, si no se oponen a la esencia del ensayo, sí
presentan a veces invencibles inconvenientes a la realización de
éste.

Extención del ensayo


Cuando al tratar de una obra literaria prestamos excesiva
atención a su presentación externa, corremos el peligro de
olvidar, en el proceso, el verdadero carácter de la creación
literaria, donde la forma es siempre accidental. En el ensayo,
quizás más que en ningún otro género, ha dado pie el aspecto de
su extensión a las más dispares especulaciones. Se ha tratado
incluso de buscarle un mínimo de páginas, sin las cuales no
puede haber ensayo, y un máximo que no puede ser
sobrepasado sin que se desvirtúe. Claro está que tales intentos,
preocupados sólo por un prurito de clasificación mediante fáciles
referencias externas, olvidan la esencia misma del género
ensayístico. Partamos en las reflexiones de la siguiente
afirmación de Essie Chamberlain: “Una característica corriente
en el ensayo es su brevedad.
El ensayista proporciona un conciso tratamiento de su tema”
(XXIII); hasta aquí la experiencia nos permite estar de acuerdo
con lo dicho. Sin embargo, Chamberlain dice a continuación, al
comparar los ensayos actuales con los de épocas pasadas, “hoy,
como el cuento, el ensayo es relativamente breve. Algunas veces
es sólo un fragmento” (XXIII). De este modo, de lo que comenzó
siendo una observación correcta de un aspecto formal del
ensayo, se pasó a juzgar, contando tan sólo con esta medida
externa, la característica esencial de su unidad. Además, ¿cómo
explicar la contradicción implícita en tal afirmación? O es un
ensayo, o sea, una totalidad, o es un fragmento, de ensayo si se
quiere, pero de ningún modo puede ser ambas cosas al mismo
tiempo. La unidad del ensayo, lo hemos dicho ya varias veces, no
es externa sino interna, no es mecánica sino orgánica; la unidad
del ensayo que debemos buscar es la unidad literaria, la unidad
artística. Y ésta es independiente del número de páginas. Se ha
dicho con frecuencia que la extensión del ensayo debe limitarse
sólo a aquello que puede ser leído de una sola sentada.
Aun cuando esta afirmación es comúnmente repetida por
aquellos críticos que de algún modo tratan el aspecto teórico del
ensayo, si se analiza detenidamente, se hace forzoso reconocer
que, fuera de un contexto particular, carece de valor concreto.
En efecto, si el ensayo se destina a la generalidad de los cultos,
contará entre su público al lector ocasional para quien diez o
veinte páginas es todo lo que su poder de concentración le
permite leer de una sola sentada; pero igualmente contará con el
lector asiduo, cuyo poder de concentración fácilmente llegará a
las cien páginas. En realidad son muy pocos los ensayos que
alcanzan tal extensión. Pero si el número de páginas es más
reducido, no se debe a presiones exteriores de unos posibles
lectores, sino al carácter mismo del ensayo, cuyo propósito no es
el de proporcionar soluciones a problemas concretos, sino el de
sugerirlas; o de manera más simple todavía, el de reflexionar
sobre nuevos posibles ángulos de observar un mismo problema.
Esto incita al ensayista a usar con predilección de dos recursos
estilísticos: brevedad en la exposición y profundidad en el
pensamiento. Por otra parte, al no querer limitarse en la
exposición de sus pensamientos a un estricto método, que al
reducir su libertad de creación y poner énfasis en una estructura
externa podría convertir su obra en un tratado, prefiere el
ensayista, por ello mismo, al hablar sobre un tema de un modo
prolongado, hacerlo mediante diversas calas, en sí
independientes, aun cuando traten un mismo asunto. De este
modo, ciertos ensayos que aparecen en forma de libro con cien,
doscientas o más páginas, divididas en secciones o capítulos, si
se analizan, no son uno sino varios ensayos sobre un mismo
tema y agrupados en un libro. Sírvanos como ejemplo a este
propósito los libros de Ortega y Gasset, España invertebrada y La
rebelión de las masas, cuyas diversas secciones, que poseen sin
duda unidad artística, fueron originalmente publicadas en el
diario El Sol, y leídas y juzgadas como ensayos independientes,
que sólo con posterioridad se ampliaron y recogieron en libro.

Bibliografía
 Ochoa H. E., N. Zamudio H., B.E. Barragán P., K. A. Acuña L.
y T. Torres A. 2007. El ensayo: Herramienta pedagógica de
trabajo del estudiante. Morelia, México.
 Gómez-Martínez, José Luis. Teoría del ensayo. Segunda
edición. México: UNAM, 1992

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