Paleocristiana

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EDIFICIOS Y CONSTRUCCIONES

Desde que se iniciara la cristianización de Roma por San Pedro y San Pablo, hasta la conversión
de Constantino, el Cristianismo vivió etapas que se han denomidado como de Iglesia Perseguida o
de los mártires; Iglesia Clandestina o de las reuniones en casas cedidas por algún romano
acomodado que había sido cristianizado; Iglesia Aceptada o período en que el propio cristianizado
deseaba mantener su militancia en secreto y en la que el funcionario cristianizado renunciaba a sus
cargos administrativos o públicos en razón a su fé; y por último, Iglesia Oficial y favorecida por
Constantino y por sus sucesores.

En consecuencia los lugares o espacios que tuvo que aceptar para sus encuentros, actos
funerarios o celebración de su liturgia, fue cambiando de carácter y proporciones en función del
grado de libertad o reconocimiento de dichas etapas y del número de miembros con que contó
cada congregación. Los espacios o edificios donde realizaron sus celebraciones fueron: "las
catacumbas", "las casas de reunión", "las basílicas", "los baptisterios" anexos a las basílicas, a su
transepto, o incorporados al nartex de ellas, y "los martyrium" o mausoleos que quedaban
incorporados a las catacumbas o a algún cementerio cubierto.

LAS CATACUMBAS.

Como hemos visto en el capítulo anterior las necrópolis romanas se situaban al pie de los caminos
y, según las ampliaciones de la cerca, extramuro o intramuro, cercanas a las puertas de la muralla.
En la Roma Imperial se había establecido o generalizado para la
clase social alta, el inhumado en enterramientos familiares,
en tanto que para la clase baja, y dada la gran población
alcanzada, era la incineración y depósito de las cenizas en urna
funeraria, de tradición etrusca, la forma impuesta de enterramiento.
Pasado el siglo II surgen en Roma conflictos entre el Estado y la
Comunidad de Cristianos, por razón de los enterramientos. Por un
lado los cristianos que habián aceptado de la tradición hebrea la
inhumación para sus difuntos, se negaban a enterrarlos en los
cementerios paganos. Por otro lado, el altísimo valor que había
tomado el suelo en Roma, obligó a que el Senado se planteara
sacar las necrópolis fuera de la ciudad, extramuros. Por ello ofreció
y autorizó, para dicho fín, el uso de canteras cuyas galerías de
extracción de tufa habían sido abandonadas. Como ya hemos
visto, la tufa era una piedra blanda de extraer y de uso
generalizado en las obras de cimentación de los edificios romanos.

Los cristianos aceptaron de buen grado el ofrecimiento, y durante un período de tiempo, no muy
largo, enterraron a sus difuntos y mártires en estas catacumbas (kata-kumba). Para ello, abrían
nichos horizontales en las paredes de dichas galerías, de una longitud próxima a 6 pies y 1œ pies
de altura. La profundidad del mismo no superaba los dos pies y se cerraban con losas pétreas o se
tabicaban con ladrillos dejando un retallo como repisa. Estas fosas se localizaban a distintas
alturas y, generalmente, bien alineadas tanto vertical como horizontalmente.     

Los cristianos ampliaron la red de estas galerias, e incluso crearon


cámaras o criptas (oscura), a modo de pequeñas salas en las
que tenían lugar algún banquete o actos de culto funerario, pero
todas estas galerias eran perfectamente conocidas por el Estado y
estaban registradas oficialmente, como cementerios. Los foseros
que trabajaban en la apertura de las catacumbas y que oradaban
los nichos, eran obreros asalariados de Roma, aúnque en algúna
ocasión, el estado, reclamó a la Comunidad Cristiana, la contribución económica a estos trabajos.
Por todo lo anterior, hay que descartar que las catacumbas fueran lugares de grandes
concentraciones, y más aún, que éste fuera el refugio lógico frente a las duras persecuciones de
Decio o de Dicocleciano. Además, a diferencia de las tumbas etruscas, en las catacumbas, dado el
amplio desarrollo de superficies de evaporación frente al escaso volumen interior, el ambiente era
poco grato y la humedad relativa altísima.

Estas galerias o pasillos eran muy estrechas y raramente superaban el metro de anchura, incluso
en las citadas cámaras no podían acomodarse para el banquete funerario más de treinta personas.
Las galerias que constituían una larga y compleja red de pasillos, sensiblemente ortogonales, se
remataban o cubrían con bóvedas de cañón.

En algún caso, encontramos catacumbas que mantienen galerías en dos plantas o niveles, y en
otros caso, se excavaba el suelo para ampliar su altura. Con igual frecuencia se optaba por rellenar
la parte baja, ya utilizada, con el material resultante de la excavación de la parte superior que se
ampliaba. Todo esto en función de la facilidad o dificultad que
presentara la roca para ser excavada.

Desde el punto de vista de la arquitectura, las catacumbas no


muestran gran interés, y para la construcción, éste no va más allá
de algunas bóvedas labradas en la roca, como es el caso de la
famosa Cripta de los Papas en la Catacumba de San Calixto en
Roma, del trazado de las ampliaciones de sus galerías y poco más
allá de las decoraciones, pinturas murales y tratamiento de los
acabados interiores de algunas de ellas. En razón de estos
trabajos, debe destacarse la Catacumba de Pretestato, cerca de la
Puerta de San Sebastiano, que dispone de magníficas bovedas de
cañón perfectamente trazadas y ordenadas, revestidas con estuco
y decoradas con pinturas. Igualmente se tratarón las bóvedas
vaídas de las Catacumbas de Domitila al pie de la Vía Apia, cuya
decoración símetrica, en base a pinturas sobre estucos, es
esplendida.

Siendo Roma el lugar donde las catacumbas fueron más frecuentes, no fue la única ciudad donde
los cristianos enterraron a sus muertos en estos hipogeos. Así, se encontraron catacumbas en
Nápoles, Siracusa, Dura Europa y Alejandría. La categoría o renombre de las catacumbas estaba
en función del martir allí enterrado, y era ésta la razón que ocasionaba el deseo de familias enteras
de ser enterradas cerca del mártir objeto de su devoción. En Roma son de reseñar las de: San
Calixto, San Pánfilo, San Sebastiano, Pretestato, Domitila, Nicomedes en la Puerta Pía, Santa
Inés, igualmente en la Puerta Pía, San Hipólito y Cinaca, ambas en la Puerta de San Lorenzo, San
Marcelino y Prieto al Este de Roma, entre otras.

LOS PRIMITIVOS "MARTYRIUM".

Es posible que este tipo de construcción no la estemos situando, atendiendo a la cronología, en el


lugar correspondiente, no obstante, hemos creido conveniente tratarlo en este punto por su
vinculación al uso de enterramiento y, en cualquier caso, para definirlo terminológicamente, pues
conociendo su sentido, al usarlo en puntos posteriores, no tendremos que detenernos a hacerlo en
ellos. Los martyrium (memoriae) eran construcciones o simplemente lugares donde había sido
enterrado un mártir o donde se guardaba una reliquia o cualquier testimonio de la fe cristiana.

Estos lugares se constituían en centros de congregación y peregrinaje, y por ello se han construido
muchas basílicas e iglesias cristianas, albergándolos o colocándose sobre ellos mismos. Sin duda,
el más notable de todos los martyrium, en razón al mártir allí enterrado, fue el de San Pedro,
sacado a la luz en el siglo XVI bajo el suelo de la basílica que Constantino mandó levantar en
honor del Santo, en el mismo lugar que hoy ocupa en el Vaticano. Todavía podemos contemplarlo
debajo del altar mayor de la gran Basílica de San Pedro levantada por Bramante. Muchas otras
tumbas fueron encontradas junto al edículo, en la primitiva San
Pedro, ya que estas grandes basílicas eran, además, cementerios
cubiertos y lugar para los banquetes.

Quizás sea La Santa Cruz de Jerusalén en Roma, uno de los


pocos ejemplos de los primeros "martyrium" que debamos citar por
tener algún interés desde el punto de vista de la construcción y
sobre todo, porque se proyecta bajo un programa libre y propio,
que como tal, refleja la jerarquía de las funciones deseadas para
las capillas palatinas. Esta organización no es otra que la que
tomaron las pequeñas iglesias que habrían de surgir más tarde,
como modelo de la propia jerarquización de la Iglesia Cristiana.
Esta martyria o capilla, se obtuvo por la remodelación introducida
por Constantino el año 324, a instancias de Elena, madre del
Emperador, en una de las amplias salas rectangulares del Palacio
de Sessorio. Este palacio había sido levantado hacia el año 200,
en la Colina Palatina. Dicha reforma se realizó con el fin de lograr
una capilla privada que alojara la reliquia de la Vera Cruz, traída
desde Jerusalén por la propia madre de Constantino. Tras esta
remodelación, el espacio quedó subdividido por medio de dos muros virtuales o abiertos   por 
arcos  de  medio punto  sobre pares de columnas con pedestales unificados y basa tórica. A esta
sala se le incorporó un gran ábside y se le dotó de un estrecho nártex lateral, cubriéndose ambos
espacios mediante bóvedas falsas, situadas bajo la cubierta existente; el primero, con bóveda de
cuarto de esfera y el segundo con medio cañón vaído y contínuo. También se generaron martyrium
en las salas o cubículas de las catacumbas y fuera o próximas a ellas. Estos enterramientos que
motivaban y daban sentido a la conmemoración y a la congregación de fieles, fueron frecuentes
tanto en Roma, como en Jerusalén, Antioquía y en todo el territorio donde el Cristianismo tuvo
presencia significativa. Algunos de ellos adquirieron dimensiones y proporciones mayores y fueron
objetos de obras de gran dignidad, tomando la calificación de mausoleos, relicarios, capillas o
santuarios.

CASAS DE REUNIÓN.

Mucho antes de la publicación del edicto de Milán, el Cristianismo hubo de ser admitido como un
hecho social en Roma. Para la segunda mitad del siglo II, la Iglesia había pasado de perseguida a
admitida y buena parte de la población había sido cristianizada. Muchos funcionarios habían
abandonado su puesto en la Administración por pertenecer a dicha comunidad, otros altos cargos
lo mantenían en secreto y un gran número de estos se mostraban, al menos simpatizantes.

Los cristianos habían de reunirse en grupos, dos veces al día; al alba, para orar y a la caída de la
tarde para las ofrendas y para la partición del pan. En Jerusalén esta liturgia se ofrecía en el
templo, y en Atenas en cualquier lugar adecuado del ágora o de la
calle. En Roma, para la fecha citada en el párrafo anterior, desde
luego estaban prohibidas estas manifestaciones públicas, pero
fundamentalmente fue la prudencia de los cristianos y su deseo de
no delatar a los muchos convertidos que lo mantenían en secreto,
lo que hizo que estos actos se mantuvieran en total reserva. Para
entonces muchas casas de romanos acomodados, cristianizados o
simpatizantes, ofrecían sus casas como "casas de reunión" y de
prácticas de caridad.

Evidentemente, no podemos hablar de arquitectura propia del


Cristianismo, y mucho menos de la construcción de la misma,
hasta después del reconocimiento de Milán. Que no surgieran construcciones antes se debió más
a razones económicas que a motivos de clandestinidad. No obstante no podremos enlazar con la
basílica como edificio fundamental de esta arquitectura, sin hacer la presente referencia a la "casa
de reunión". Se dice que la distribución de la planta de la casa romana o pompeyana, que hemos
dibujado en el capítulo anterior, se ajustaba bien a la organización de la Iglesia y a la celebración
de su liturgia. Aunque también es posible que fuese el edificio el que fuera conformando a la liturgia
y a la propia estructura de la primitiva Iglesia romana, ya que en ningún caso las casas sufrieron
reformas por razón de acomodarse al desarrollo de dichas funciones, y cuando las tuvieron, fue 
para  disponer  de mayores posibilidades para practicar la caridad. El atrium venía bien para la
reunión, la predicación y la lectura de cartas; el impluvium era ideal para el bautismo y el triclinium,
para el acto más importante, "la partición del pan", que era realizado y presidido por un "presbítero"
(el anciano) y al cual no podían asistir los no bautizados o catecúmenos.

lA BASÍLICA CRISTIANA.

El origen de la basílica romana puede estar en el propio foro o, a través de este, en la estoa griega
donde, como ya vimos, fue el pórtico su elemento ordenador. Ya en la basílica, éste rodeó al
espacio central descubierto, que pronto se cubrió para quedar iluminado superior y lateralmente. El
pórtico quedaría incorporado y reducido a una alineación de columnas o soportes laterales, que
separaba la nave central, de mayor altura, de las naves laterales. Así lo veremos desde las
primitivas basílicas romanas hasta las iglesias actuales.

La exedra, que aparece o se incorpora a la basílica romana por pura necesidad de funcionalidad
administrativa, señalando el lugar que había de ocupar el magistrado encargado de administrar
justicia, y que pronto pasó a formar parte de casi todos los edificios romanos, termas, mercados,
etc., se reduce a un único ábside en la basílica cristiana.

A Constantino, que fue promotor de un gran número de basílicas y hombre inquieto con capacidad
de grandes iniciativas, se le atribuye que fuera quien, intuyendo la proyección de la nueva religión,
entendiera que dicho edificio fuese la construcción adecuada para el culto del Cristianismo. Los
obispos romanos o primeros Papas de la Iglesia, que veían a la basílica como una construcción de
claro origen pagano y que tenían puestos sus ideales en el Templo de Salomón de Jerusalén
destruido por Tito, debieron sacrificar muchas ilusiones, pero aceptaron de buen grado las dádivas
y ofrecimientos del Emperador.

La basílica se prestaba bien a la organización jerárquica que  había tomado la Iglesia desde los
primeros tiempos, pues desde el año 220, la Iglesia se organizaba con un obispo en cada centro
metropolitano, en Roma, Éfeso, Alejandría, Cartago, Antioquía,
etc., y para el año 250 ya se había establecido una perfecta
organización parroquial. Así, en la basílica, el Obispo podía
emplazarse, rodeado de su clero mayor (presbíteros) en el ábside y
en el crucero. Los diáconos o clero menor podían ocupar  la
cabecera de la nave central y los brazos del transepto, dejando la
gran nave central para los fieles (bautizados). Por último, el nártex
y la parte posterior de las naves laterales eran ocupados por los
catecúmenos o neófitos.
La basílica cristiana respondió al esquema de un edificio de planta longitudinal, reuniendo un
número impar de naves, tres o cinco, en la que la nave central es la gran sala de reunión,
disponiendo de una amplitud próxima al doble de las colaterales y a la que se le anexionaba, en su
cabecera, un ábside de dimensiones considerables. Las naves menores o paralelas, se separaban
de la central por series o alineaciones de columnas. Recorriendo transversalmente a las naves se
anteponía un nártex que, frecuentemente se adelantaba a la fachada del edificio, constituyendo
uno de los pórticos que conformaban el atrio. A veces se acompañaba del "transepto" o crucero,
creando un espacio que se interponía entre el ábside y las naves. En ocasiones, también dispuso
de "matroneum", lugar para las mujeres, situado sobre las naves
laterales. Menos frecuente fue la "bema" o tribuna que se constituía
por una parte elevada del ábside, del transepto o parte de éste.

No obstante, diversos cambios se dieron en la basílica cristianizada


en su evolución, hasta encontrar su definición como iglesia de las
etapas posteriores. Estos cambios que se irán observando en el
desarrollo del estudio, fueron motivado por los requisitos litúrgicos,
por la disposición económica de la congregación u obispo que la
financiara, y por las formas constructivas locales e incluso por la
disposición de los materiales, ladrillo, piedra, madera u hormigón.

Los cambios fundamentales respecto a la basílica romana habían


sido, entre otros, la reducción de los distintos ábsides a uno sólo.
La localización de la entrada, que hasta entonces se emplazaba en
el costado o lado mayor de la construcción, pasó a situarse en el
lado menor y opuesto al que ocupó el único ábside. Este acceso se
realizaba a través del nártex, el cual, aunque en algún caso quedó integrado dentro del edificio
como podemos ver en Santa Inés Extramuros, en el mayor número de ellos, quedó antepuesto a la
fachada frontal. El ábside que había pasado a formar parte de casi todos los edificios romanos,
termas, mercados e incluso de la vivienda, al quedarse detrás del crucero y presidido por el gran
arco triunfal que daba paso al tabernáculo, tomando un mayor recogimiento, quedó como un
elemento patrimonializado por el edificio religioso.

Desde que se promulga el edicto


de Milán, hasta la fecha fijada
como final del período que hemos
señalado para nuestro estudio,
muchas basílicas fueron
construidas en Roma. No obstante,
pocas de las que aún se conservan
nos ayudan a tener una visión real
de lo que fueran aquellas primeras
construcciones. La etapa
renacentista y también la medieval,
se encargaron de repararlas o
reconstruirlas para incluirlas en la
arquitectura del momento y sin
ninguna preocupación, salvo casos
excepcionales, de recuperarlas
para devolverlas a su primitivo estado. De estas fuertes
transformaciones son ejemplos  notables  San Juan  de  Letrán,  en Roma y San Pedro en el
Vaticano, que nada tiene que ver con la vieja basilíca.

El mismo año que se proclamó el edicto de Milán (313), Constantino  regaló al obispo, (Papa San
Melquiades), el Palacio del Cónsul Sextus Lateranus, que había sido confiscado por Nerón para
Palacio de los emperadores "Domus Faustae", y que fue cedida por Constantino para residencia
del Obispo de Roma. Junto al Palacio, en el lugar que habían ocupado los cuarteles de caballería,
se levanto San Juan in Laterano o Basílica Lateranense. Las obras debieron coincidir con la
construcción del arco de triunfo de Constantino, aunque fue consagrada por el Papa Silvestre I en
el año 324, y finalmente, dedicada a San Juan de Letrán.

Se tuvo como la madre de todas las basílicas. Tambien fue conocida como Basilica Constantiniana
y desde hace buen tiempo es la catedral de Roma. Por el lujo interior que alcanzó debió ser objeto
de múltiples donaciones. Fue expuesta a todo tipo de saqueos y salió totalmente dañada del
terremoto del año 896. Ha sido reconstruida varias veces y estado sometida a las intervenciones
de arquitectos como Giovanni di Stefano. En 1645  Francesco Borromini, a quien se debe el
lujosísimo barroco que hoy lucen las naves, la reconstruyó dejando enterradas las columnas
originales en el interior de las regias pilastras actuales. De Alessandro Galilei (1735), es la actual y
gigante fachada corintia. El largo y alto transepto es consecuencia de una intervención medieval.

Con todo, el aspecto que hoy presenta poco tiene que ver con la construcción constantiniana. Un
fresco de 1650 ha inducido a muchas equivocaciones al presentarla como una construcción con
arcos en su nave central. El grabado de Dugeht se tiene como el documento más fiel y válido. No
obstante, todas estas reproducciones son reconstrucciones
hipotéticas realizadas después de producirse su ruina y por ello,
han de observarse con recelo.

La construcción del tiempo de Constantino disponía de 5 naves


que alcanzaban una longitud de 75 metros, y cuyas amplitudes
eran de 17 metros para la nave central, en tanto que las laterales
se aproximaban a los 8 metros. Un prolongado transepto que
sobrepasaba, en longitud, el ancho total de las naves, se
interponía, transversalmente, entre ellas y el ábside.  San  Juan in
Laterano tomó para sus muros la típica fábrica romana, que se
conformaba por un núcleo de hormigón encerrado, en toda su
envolvente, por una hoja de fábrica de ladrillo. Este muro exterior de la basílica constantiniana, con
un espesor de 1,70 m. sobre una cimentación que alcanzó los 10 m. de profundidad, es todavía
una obra gruesa para la delgadez que habría de caracterizar a la construcción de la basílica
paleocristiana.

Quince grandes columnas de marmol rojo separaban la nave principal de cada una de sus dos
colaterales y 22 columnas de menor diametro, de mármol verde, colacadas sobre altos pedestales,
separaban las naves laterales entre sí. Sobre las primeras, un arquitrabe soportaba al muro de la
nave central en cuya parte alta se abrían grandes ventanas, las cuales se resolvían mediante arcos
de medio punto, para iluminar este espacio. Sobre las columnas menores, el muro intermedio
descargaba por medio de arcos de medio punto de muy corta luz. Sobre el grueso muro exterior,
también se abrían ventanas, resueltas de la misma forma que se han descrito para la parte alta del
muro de la nave central.

Interiormente debió ser muy lujosa, no sólo por sus magníficos capiteles corintios, traídos
probablemente de edificios romanos arruinados, sino porque todo el muro estaba decorado con
hermosas placas de mármol, de variados colores. Igualmente se trataron las enjutas de los arcos
de la arcada intermedia, que estaban aplacadas con mármol veteado en verde (serpentina). Como
seguiremos viendo, toda la arquitectura de Constantino, estuvo marcada por el colorido y la riqueza
interior.

El baptisterio de Constantino, de planta octogonal, levantado por el Papa Sixto III y que se localiza
en el costado derecho de la basílica y al que volveremos a referirnos al estudiar los edificios de
plantas rotondas, se salvó exteriormente, del maquillaje barroco. Pero para entender mejor a la
construcción de la basílica paleocristiana es mejor tratar de hacerlo en San Pablo Extramuros y
fundamentalmente en otras basílicas menores como en Santa Inés Extramuros, Santa María del
Trastevere o en La Santa Sabina, en Roma, y más tarde, en San Apolinar in Classe, en Rávena.

Santa Inés Extramuros fue construida por Constantino el año 324 y remodelada por el Papa
Honorio I, hacia el año 625. En la primera mitad del siglo VIII se le incorporó el campanario, y hacia
el año 1520 la bóveda del ábside y
su embocadura o arco triunfal,
fueron decorados con valiosos
mosaicos. No obstante, es un buen
ejemplo de basílica pagana
convertida en iglesia cristiana que
conserva sus trazas originales,
incluso su tribuna debió ser
incorporada al cristianizarse,
siendo una de las primeras
basílicas que tomaron, en razón de
la liturgia, a este elemento elevado
o "bema" como propio. Su
consideración es importante porque junto a San Lorenzo
Extramuros es de las basílicas que dispusieron de planta alta en
las naves laterales, es decir, "matroneum". También es
singular su planta por no disponer de transepto ni de nártex.
Aunque las funciones de este último podían encontrar
respuesta en el espacio alternativo que crea el pórtico, que se dispone a la entrada y que
comunica, por su planta alta, a los matroneos de ambas alas entre sí.

La nave central toma una longitud de 22,50 metros y una anchura  de 9,70 metros. Sus dos únicas
naves laterales, así como el pórtico que se opone al ábside tras superar la fachada principal, toman
un ancho cercano a los cuatro metros. El ábside es semicircular de gran diámetro y corta altura y
se cubre con bóveda de cuarto de esfera. Su arco de embocadura se decoró con una franja o
arquivolta pintada, que contiene una inscripción latina. En las enjutas se sitúan plafones o platos
con escudos, y aún se prolonga el muro por encima de este gran
arco para recibir, en este paño superior, un magnífico fresco, muy
bien conservado. 

Ocho columnas de diámetro importante y altura considerable, sin


duda traídas de edificios más antiguos, constituyen cada una de las
dos arquerías que separan, en la planta baja, la nave central de las
laterales. Estas columnas están estriadas y se adornan con
capiteles corintios. La distancia media que separa a los ejes de las
mismas es de 2,83m. por lo que los arcos que descargan sobre
ellas son de muy pequeña luz. Estos arcos de amplios intradoses,
se decoran con arquivoltas muy planas, como en la Santa Sabina.
También se adornan, los frentes de los espacios entre arcos
"enjutas unificadas", con grandes medallones colocados a eje con
las columnas.
Otras tantas columnas, lisas y de menor diámetro resuelven la galería alta. Aquí, los capiteles son
jónicos y para resolver las diferencias de longitud de los fustes, y tener una misma cota de
arranque de los arcos, se emplazan sobre estos capiteles, unas veces delgados ábacos, y otras
disimulados cimacios tronco piramidales invertidos, poniendo de manifiesto que la  construcción
paleocristiana por razones de pobreza económica, tenía que aprovecharse de todas las
donaciones que le vinieran de derribos o de edificios arruinados,
paganos y no paganos. En esta arquería alta, los arcos disponen
de modestas arquivoltas y enjutas  unificadas, rehundidas.  El 
espacio entre estas columnas de la planta alta se  cierra o defiende
con bajos pretiles, y por encima del pequeño friso que corona a los
arcos, se abren ventanas al exterior, cerradas por celosías. Estos
huecos que iluminan la nave central se sitúan a eje con las claves
de los arcos de las descritas galerías.

Desde el punto de vista de la construcción, también esta pequeña


basílica nos ofrece la posibilidad de señalar puntos interesantes de
la tipología constructiva que ahora estudiamos. Así, en la planta
baja de las estrechas naves laterales vemos como éstas se cubren
con pequeñas bóvedas de aristas ligeramente rectangulares. Lo
más interesante de ellas es que, dado que la arquería es incapaz
de recibir los empujes horizontales propios de dichas bóvedas,
éstas se encuentran atirantadas por elementos metálicos que unen la cara posterior de los arcos, a
la altura de sus arranques, con el muro de fachada. Igualmente ocurre en el pórtico que se sitúa
detrás de la fachada principal.

La cubierta se soporta mediante armazones de madera. La nave central se resuelve con armadura
de pendolón muy simple, de la que ahora cuelga un bellísimo artesonado plano, acasetonado con
grandes relieves y dibujando, en  su  parte central, una cruz griega o de brazos iguales. En las
naves laterales el armazón es triangular, de una vertiente y también aquí nos ofrece otra
singularidad constructiva, ya que baja su tirante inferior hasta empotrarse por debajo de los
riñones, en los arranques de los arcos de la galería, con lo cual, han de quedar vistos y localizarse
a eje con las columnas o apoyos del arco.

El campanario añadido en la fecha citada anteriormente, es de base cuadrada, con cuerpo o caña
de ladrillo muy sólida. En el cuerpo alto dispone de dos pisos perforados por tres huecos de
ventana, resueltas con arcos de medio punto, en cada cara.

Pero volviendo a las grandes basílicas y manteniendo la cronología, hemos de reseñar las
características que definieron a San Pedro de Roma y a San Pablo Extramuros, cuyos muros
adquirieron alturas de considerable importancia.

 El muro en la Basílica Paleocristiana.

Desde el punto de vista constructivo, el muro de la basílica paleocristiana, es el elemento que


mantiene todas las claves necesarias para el entendimiento científico, no sólo del valor constructivo
de esta arquitectura, sino que es la pieza capital para comprender el sentido arquitectónico de este
período de la Historia de Occidente.

Definiendo a esta construcción, el autor de un texto reciente, dice:

                   "Se trata esencialmente de dos importantes muros paralelos, de una gran longitud y
ningún tipo de arriostramiento entre ellos, como no sea la techumbre de madera, simplemente
superpuesta y ejecutada a base de vigas de madera de importantes dimensiones y
escuadrías,... ...Se trata de una obra de poca calidad, de estética algo descuidada, como si de una
construcción provisional se tratara,...  ..., y con el aprovechamiento de materiales y elementos
constructivos de otros lugares, sin la más mínima preocupación por el aspecto unitario."
(J.A.Tineo).

Que duda cabe, que en ésta breve reseña encontramos aspectos que atienden, no sólo al carácter
constructivo y de la propia teoría de la arquitectura, sino que también, estos renglones encierran
manifestaciones que atienden al sentido, e incluso a la postura del
cristiano de la época, ante el edificio que alojaba u ordenaba lo que
era su razón de ser.

Es evidente que la construcción explica excesivas cosas y que sólo


hay que arañar en los muros para encontrar respuestas a muchas
cuestiones por conocer. Al muro de la basílica cristiana no
podemos observarlo, y ni muchos menos tratar de comprenderlo,
desde la misma óptica con la que mirábamos a un pílono egipcio,
ni con la que lo hacíamos respecto al Panteón de Roma, ni siquiera
con la que apreciábamos la Basílica de Majencio. No se trata de
ningún alarde de potencia, se concibe como un elemento funcional,
necesario para soportar la cubierta, y se tiene como una pared de
espesor mínimo, logrado con gran esfuerzo, sin una técnica
cualificada ni estereotipada y con una economía precaria. No se
puede estar subordinado a la magnificencia de los grandes
sillares,  se trata de una pantalla, a la que no se le faculta para
absorber empujes de la estructura de la cubierta y mucho menos de bóvedas, por ello cuando ésta
aparece como hemos visto en Santa Inés Extramuros o como veremos en Santa María la Mayor,
serán de dimensiones mínimas y, desde su origen, requerirán de atirantamientos.

Una excepción importantísima, propia de la primera iniciativa del emperador, es San Juan de
Letrán, donde el muro es puramente romano con el núcleo de hormigón envuelto en la fábrica
latericia, pero eso pertenecería pronto a la Historia y cuando los obispos quisieron proponer nuevas
construcciones, tuvieron que aceptar que a una economía endémica corresponde una construcción
endeble. Por ello, si en esos muros, realizados con argamasas de cal o ladrillos, sin ningún tipo de
control, ni calidad, a los que el enlucido de cal y el estucado tendrían que proporcionarle solidez, se
le quiere encontrar algún alarde, esto tenemos que buscarlo en su desmesurada altura y en su
exagerada esbeltez.

De cuanto aquí hemos expuestos son buenos ejemplos San Pedro en la Colina Vaticana y San
Pablo Extramuros. Las dos grandes basílicas, cada una en su tiempo, debieron mantener la
atención de todo el orbe cristiano. No obstante, si queremos percibir la rotundidad que el muro
impuso en el espacio central de la basílica cristiana, es mejor acudir a la ya mencionada Santa
Sabina o, en Rávena, a San Juan Evangelista.

Las excavaciones llevadas a cabo durante la década de los cuarenta del presente siglo, y
realizadas a 22 pies debajo del altar mayor de la actual Basílica de San Pedro, han venido a
revelar que en el siglo II se levantó un martyrium sobre la tumba del Primer Apóstol, que había sido
enterrado en un lugar difícil de un cementerio pagano, probablemente e intencionadamente, en un
rincón o lugar apartado. Este lugar, identificado como la tumba de
San Pedro, se daba por supuesto desde el siglo XVI.

El Papa Silvestre I debió convencer firmemente a Constantino de


que aquel lugar era la verdadera tumba del Príncipe de la Iglesia,
pues, tanto uno como otro, se empeñaron en la empresa de
levantar, el año 330 una gran martyria o sala de banquetes que
acogiera a la gran peregrinación que, de todos los lugares,
llegaban a venerar al apóstol. Así, ambos decidieron construir la
enorme basílica, con la imposición de que la tumba debía de quedar en el transepto y en la
embocadura del ábside. El lugar más santificado del Cristianismo Occidental.

Todo ello, a pesar del irregular declive de la vertiente de la colina Vaticana, lo cual suponía un
enorme trabajo y un coste desmesurado en obras de explanación y de cimentación. La vieja
Basílica de San Pedro en el Vaticano, fue diseñada, probablemente, tomando como modelo a la
Basílica Ulpia del Foro de Trajano. Con unas dimensiones que tanto en largo como en ancho, y
también en altura, eran similares a las que alcanzaría, diez siglos más tarde, una catedral gótica.

La cimentación, constituida como uno de los muchos muros de contención encargados de


conformar y contener la gran explanación, tomaba un espesor próximo a los 4,00 metros y estaba
conformada exteriormente por ladrillos que encerraban un núcleo constituido por una argamasa
cementícia (hormigón) superior a los 2,40 metros de ancho. La explanada quedaba excavada por
su parte superior en una altura de desmonte de la colina, próxima a 3 metros y se conformaba por
un relleno, por su parte mas baja, que alcanzaba una cota muy igual a la del desmonte antes
citado. A este punto, el más bajo de la explanada, se accedía mediante una escalinata de treinta y
cinco peldaños. Sobre la cimentación que acabamos de describir se alzaban los altísimos muros,
cuya cota de coronación o de arranque de la cubierta era de 34 metros. Más adelante veremos
como estos muros, en San Pablo Extramuros, también altísimos, no superaron los 28 metros. Igual
que de San Juan in Laterano, lo que sabemos de San Pedro de Roma, es a través de algún fresco
y de reproducciones de mosaicos y grabados.

La primitiva basílica que al principio sirvió como sala de banquetes funerarios y de peregrinación,
fue demolida, en los primeros años del siglo XVI, por Julio II para construir el actual templo,
levantado por Bramante y Miguel Angel. Esta construcción, nuevamente, debió resultar muy cara y
requerir delicados trabajos en su cimentación, pues la presencia de fallas en el suelo de la Colina
Vaticana eran notorias. Durante estos trabajos, se comprobó que todo el suelo estaba ocupado por
enterramientos y que la basílica en sus orígenes, había funcionado como lugar de banquetes y
como cementerio cubierto.

A pesar de la altura que hemos citado para el muro que separaba la nave central de sus naves
colaterales, la basílica era de una sola planta, es decir, sin matroneos. Disponía de cinco naves y
ocupaba una superficie de 120x66 m2.; la nave central tomaba unas dimensiones próximas a los
96x24 m2., y cada una de las dos laterales que componían cada ala, disponían de una anchura
muy próxima a los 10 metros. Los dos grandes muros que separaban la nave central de sus dos
inmediatas paralelas, descargaban sobre sendos pórticos, constituidos por 23 columnas y
entablamento, en tanto que los muros que separaban, entre sí, a las naves de un mismo ala, lo
hacían sobre una arquería de igual número de soportes, a través de 24 pequeños arcos de medio
punto. Una característica importante de esta basílica, fue su transepto tripartito, sin otra
compartimentación que una pantalla de columnas que creaba
pequeñas capillas en los extremos de cada uno de sus brazos.

También gozó San Pedro de Roma de la característica principal de


la basílica propuesta por Constantino, el enorme contraste entre el
desinterés por el aspecto exterior del edificio y el gran colorido y
riqueza del interior del mismo. Las columnas que oscilaban entre
1,18m y 2,50m. de diametro, eran de distintos colores; mármol
verde veteado (serpentina), granito rojo, granito gris e incluso un
mármol amarillo que era conocido por "giallo antico". Estas
columnas estriadas, lucian baquetones verticales, inter-estrias, en
su tercio inferior. Las mismas disponían de capiteles corintios y sin
duda fueron traidas de otros edificios más antiguos.

El edificio, a diferencia de San Pablo Extramuros, era parco en iluminación, pues las once ventanas
que se abrían en cada muro para iluminar la nave central, eran pequeñas y estaban situadas muy
altas. Con todo, y a pesar de la gran altura que tomó su nave central, el ritmo de sus columnas, sus
proporciones y el ambiente que generaba el transepto iluminando el espacio comprendido entre el
arco triunfal y el ábside, debía constituirse un espacio muy armonioso.    

La nave central se cubría con un armazón de madera, resuelto a dos aguas, mediante pares y
dobles tirantes. Los empujes horizontales tenían que ser anulados dentro y por la propia estructura
de cubrición, pués como hemos dicho, los muros no podían recibir, en su coronación, empujes. Por
ello y en este caso, se establecía un tirante o puente a la altura del tercio superior del cuchillo y, al
mismo tiempo, mantenía el clásico atirantado inferior, que se constituía por dos tirantes paralelos.
Estos armazones se distanciaban muy poco, unos de otros. Las naves se cubrian con techos
planos, salvo las dos extremas que lo hacían con una bóveda falsa muy liviana, de medio cañón.

En la basílica, las dos grandes paredes que separaban la nave principal de las laterales, que
paralelamente le acompañaban, se abrian o aligeraban tomando columnas, para comunicarla con
los espacios constituidos por dichas naves paralelas. Como hemos visto tanto en San Juan de
Letrán como ahora en San Pedro Extramuros y como podemos ver en Santa Maria la Mayor y en
Santa María in Trastevere, el muro descargaba en las columnas a través de un sistema adintelado
constituido, formalmente, por un completo entablamento. Otras veces, como también hemos visto
en Santa Inés Extramuros y como podremos ver en la enorme San Pablo Extramuros o en la Santa
Sabina, el muro descargaba en las columnas a través de un sistema de arcos de medio punto.

En todos los casos la distancia intereje entre las columnas siempre fue pequeña y a pesar de que
el modelo primero que debió inspirar a Constantino fuese la Basílica Ulpia, no puede decirse que la
basílica cristiana se limitara al sistema de "basílicas adinteleladas" sino que esto debió quedar a
gusto de los constructores o arquitectos, de manera que, como acabamos de decir, con igual
frecuencia se sirvieron del sistema adintelado como del sistema de arcadas. No obstante, en las
basílicas de cinco naves, el muro que separaba las naves laterales entre sí, casi siempre tomó el
sistema de arcos sucesivos, para descargar las acciones
gravitatorias del muro sobre las columnas.

Muchas veces se ha repetido, y se repetirá en adelante, que el


muro exterior de la basílica paleocristiana era una obra descuidada
"aglomerar ladrillos sin ninguna preocupación", esta frase
entrecomillada se puede leer en cualquiera de los textos de la
Historia de la Arquitectura que trate de este período. Esta
afirmación es cierta si se limita a las primeras basílicas cristianas
construidas en Roma. Veremos como Milán tiene otra forma de
tratar y aparejar la fábrica de ladrillo y como el mausoleo de Galla
Placidia en Rávena es una joya de la construcción en ladrillo. Del
mismo modo veremos que en las provincias Romanas de Africa, el muro seguiría siendo de piedra
y, aunque fue labrado con mayor libertad, mantuvo una dignidad que sobrepasaba la lógica falta de
control, propia de la obra tardía romana.

 La Estructura de la cubierta en la Basílica Paleocristiana.

Roma era maestra en la construcción de puentes y en densas y


complejas estructuras de madera; no obstante, el hormigón que les
había ofrecido la posibilidad de la construcción abovedada, les
adentró en el desarrollo este tipo de cubrición. Con ello, el armazón
estructural había ido perdiendo importancia mecánica al
permitírsele el apoyo sobre dichas formas pétreas abovedadas. 
Ahora, el muro entendido como pared mínima e inmediata,
apoyada en una columnata más o menos articulada, incapaz de
absorber esfuerzos distintos a los gravitatorios, les obligaba a la
recuperación de una estructura liviana, pero capaz de anular, en sí
misma, los empujes derivados de toda cubierta inclinada. Por ello, estos armazones debían estar
fuertemente atirantados.

Evidentemente, esta estructura no era nueva ni supuso ningún planteamiento de alternativas  


posibles,  y   muchas   basílicas romanas habían dispuesto de ella. Como cuchillo estructural, e
incluso como armadura de pendolón perfectamente desarrollado, que controlaba el peso del
tirante, la  conocíamos, desde el siglo III a.C., en el Bouleuterion  de  Mileto. No obstante, del
mismo modo que si quisiéramos encontrar el sentido arquitectónico del espacio de la arquitectura
paleocristiana, habríamos de encontrarlo en el muro y en su sentido de direccionalidad y
dramatismo que impone en dicho espacio interior, igualmente, si tratásemos de buscar un
elemento constructivo en el que la construcción paleocristiana hubiera volcado todo su esfuerzo y
aportado determinantes de evolución, tendríamos que encontrarlo en las armaduras de la cubierta.
El ritmo propuesto por el muro a través de los elementos de su
columnata, es potenciado por la cubierta, hasta adentrarnos en el
místico recogimiento que se establece a partir del arco triunfal, en
su penetración hacia el tabernáculo.

Las formas que estas cerchas o cuchillos a dos vertientes tomaron


para la nave central, fueron: las de "simple pendolón" y las de
"doble péndola". Las primeras se acompañaban de  un  solo
"jabalcón"  a  cada lado del citado pendolón central, trabajando a
compresión y con descarga muy baja para apuntalar al "par" lo más
cercano posible a su  punto medio. En muchos casos y
dependiendo del ancho de la nave, el tirante era doble, es decir, se
constituía por un par de palos que marchaban paralelos y a la
separación que le marcaba el grosor del par, que quedaba
prisionero entre los elementos del tirante, en su encuentro con el
muro.

En las de doble péndola, este par de elementos verticales


trabajaban a compresión y descargaban en el tirante en puntos que
dividían, a la longitud del mismo, en tres partes iguales. En los puntos de descarga de las
péndolas, se colocaba, en la cara inferior del tirante, una "zapata" para reforzarlo. En este mismo
tipo de cercha, además del tirante inferior, se establecía un atirantamiento interno mediante un
puente o nudillo, localizado a un tercio de la altura del armazón. Este elemento horizontal que unía
y arriostraba a los pares de la armadura, lo hacía justo en el punto de arranque de las péndolas. En
todos los casos, la entrega en el muro del cuchillo o armadura, se reforzaba o apoyaba mediante
un "can" prolongado o zapata de cabeza, con el fin de acortar la luz de flexión del tirante.

Aunque buena parte de estas estructuras de cubierta están ocultas por magníficos techos o
artesonados planos, que cuelgan de ellas desde la etapa renacentista, en su estado original eran
vistas y todos los tirantes y zapatas de entrega, así como las vigas longitudinales que servían para
colgar de ellas las lámparas, se decoraban profusamente con "pan de oro" o se pintaban con
colores brillantes y dorados. Entre las que hoy nos muestran sus armaduras vistas, citaremos sólo
algunas de las más bellas, así se muestran: la Basílica de la Santa Sabina y la de Santa Inés, que
son de pendolón simple y tirante de sección transversal cuadrada; San Apolinar in Classe y San
Juan Evangelista, en Rávena que son de doble péndola con zapatas de refuerzo; San Lorenzo de
Roma también muestra magníficos armazones vistos. Sin duda, la mejor estructura de cubierta, por
su organización, integración espacial y dimensiones, la debió lucir San Pablo Extramuros, pero hoy
se encuentra reconstruida y tapada por su esplendido artesonado renacentista.

San Pablo Extramuros fue fundada por el Papa Valentiniano I hacia el año 380, y no se terminó y
consagró hasta 60 años más tarde. Se levantó sobre un mausoleo del siglo I. En él se guardaban
los restos del Apóstol, emplazado en el camino que comunicaba Roma con Ostia. A esta gran
basilíca debió servirle como modelo de proyecto San Juan de Letrán, aunque el arquitecto cambió
el entablamento o sistema adintelado por una columnata con arcos de medio punto. El 15 de Julio
de 1823, un sobrecogedor incendio, tras una sorprendente explosión, la arruinó casi por completo.
Afortunadamente Pio IX, en 1854 decidió reconstruirla respetando la imagen original y aunque hay
quien la ha calificado, "como una reconstrucción de equivocada interpretación", puede decirse que
es de las pocas en las que su reconstrucción partió de la premisa de recuperar su estado primitivo.
Cuando quien la analiza hace algunas abstracciones de algunos elementos y decoraciones
facilmente identificables, comprueba que refleja bien, lo que debieron ser las grandes basílicas
cristianas y, junto con San Clemente y Santa María in Trastevere, ambas en Roma, constituyen los
ejemplos que mejor y más fielmente pueden hablarnos de la basilíca de aquel momento de la
historia de la Roma cristianizada. En Santa María in Trastevere, igualmente, sí uno se abstrae de
los finos mosaicos de Pietro Cavallini y otras decoraciones, es fácil imaginar a la basílica cristiana
con su arco triunfal y ábside, con tribuna.

San Pablo de Roma fue la segunda de las basílicas mayores, sólo


superada por San Pedro en el Vaticano, disponía de transepto con
doble "bema" o tribuna y en ella se situó el baldaquino que guarda
los restos del apóstol. Las dimensiones totales de su planta
superan los 97x64 m2., midiendo la superficie de su nave central
82x21 m2. y las naves laterales, dos en cada ala, alcanzan un
ancho muy próximo a diez metros, respondiendo así a la relación
normal de que, el ancho de la nave central fuese el doble del ancho
de las naves laterales. 

Cuarenta grandes columnas lisas de granito gris  de  Baveno  y 


diámetros  próximos  a 1,10 m., soportan al muro que separa la nave central de las laterales
vecinas. El muro alcanza una altura de 24 m. y descarga sobre arcos de medio punto de muy corta
luz, ya que apenas superan los dos metros de vano entre columnas, tras estrangular sus estribos o
apoyos en el capitel corintio que los recibe. Los fustes aunque traidos de edificios antiguos son de
sorprendente uniformidad y se coronan con magníficos capiteles corintios, ligeramente desiguales.
Los muros que separan a las naves laterales entre sí, descargan sobre igual número de columnas,
de diámetro algo menor, pero manteniendo una arquería de igual categoría, aunque con capiteles
corintios idénticos. Esto último ha permitido asegurar que dichos
capiteles fueron expresamente labrados para esta antigua basílica.

Los arcos se decoran con arquivoltas poco saledizas y en el


entablamento se emplaza un friso cargado con medallones de
mosaicos que retratan a los Papas. El arco triunfal conserva una
decoración compuesta por un espléndido mosaico del siglo V. Las
arquerías de las naves laterales, como hemos apuntado, disponen
de capiteles corintios, todos iguales y hechos expresamente para
esta basílica. En base a la perfección de los mismos, puede
decirse que se inicia aquí un renacimiento de las formas, el orden y
el refinamiento romano. El cual, se reafirmará en otras basilícas
posteriores y, claramente, en Santa María la Mayor.

Siempre fue singular el magnífico grado de iluminación de San


Pablo Extramuros, pues los grandes ventanales que se sitúan en la
parte alta del muro de la nave central, a ritmo con la arquería, en
vanos alternados, uno sí otro no, con sus finas placas de alabastro,
tamizan una luz de sorprendente calidad. Estos huecos están enmarcados por pilastras corintias.

De estas ventanas, se ha dicho que San Pablo Extramuros, antes de la reconstrucción, tuvo
siempre vidrieras pintadas, es posible que no fuese esto así y que en origen, dado el alto precio
que tenía el vidrio en el siglo IV, naciera con dichas placas de alabastro y que el arquitecto de la
reconstrucción tratase de ser fiel a la versión antigua, sobre todo, porque ya en el siglo XIX, le
hubiese sido más fácil colocar vidrieras emplomadas. El grabado de Giovanni Piranesi, que
muestra ventanas sobre todos los vanos de la arquería, es posible que esté equivocado, ya que
todas estas reproducciones son siempre reconstrucciones hipotéticas.

La cubierta de la nave central de San Pablo Extramuros que quedó totalmente destruida debió ser
magnífica, a juzgar por la estructura que mostraban las naves laterales y el material que pudo
aprovecharse. Se resolvía mediante armazones de doble péndola, con puente y atirantamiento
inferior de doble viga descansando sobre zapatas saledizas. Las
dos naves laterales que componen cada una de las alas,
mantenían un sólo faldón soportado por pares, acostados sobre
cerchas triangulares en la primera nave, y apuntados por
jabalcones en la nave más exterior. Hoy todas estas armaduras
están cubiertas por magníficos techos.  El artesonado de gran
relieve y de ricos lacunarios o casetones de palos dorados sobre
fondo blanco, que hoy luce la nave
central, es elegantísimo. En el
claustro barroco de San Pablo
Extramuros "Claustro de los
Vassallettos", se puede contemplar
una armadura de madera que nada
tiene que ver con las de la Basílica,
pero que mantiene una calidad
acorde, por estar junto a él, y no
desmerecer la categoría de la del
templo.

El elemento que más dificultad presenta en estas estructuras de armazones, es sin duda el tirante.
Para él había que seleccionar la madera más duradera, la menos pesada y la más resistente al
fuego y a los agentes xilófagos. Cualquier otro elemento puede ser sustituido sin demasiados
problemas, pero la eliminación temporal del tirante era bastante difícil. Ningún otro elemento del
cuchillo ha de alcanzar una dimensión mayor que la del tirante y el empalme de estos palos,
trabajando a tracción,  requiere  la  unión más cuidada y el uso de cortes y ajustes en forma de
rayos de Júpiter, así como el enfundado por cordal o por bridas y horquillas metálicas. En las
estructuras de pendolón esta unión ha de quedar lejos de la horquilla de dicho elemento vertical; y
en las de doble péndola, lejos de la unión o descargas de estas en
el tirante, por ello estas uniones no fueron frecuentes en los
armazones de la basílica.

El tirante solía dimensionarse con una sección transversal próxima


al cuadrado y con una amplitud, para el lado mayor o vertical de
dicha sección, que oscilaba entre un 1/35 y un 1/39 de la longitud
del tirante. La distancia a las que se colocaban entre sí, los
armazones de la cubierta, era la misma que mantenían las
columnas entre ellas, y respecto a su posición, unas veces
aparecen colocados sobre la vertical de las columnas o machones,
y en otras ocasiones, se colocan sobre la vertical de los puntos
medios de los espacios intercolumnios o clave de los arcos. Pero
en todos los casos, dicha distancia mantiene el ritmo y la
separación fijada por las columnas, la cual raramente superaba los
dos metros y medio.

Las maderas que se usaron fueron siempre maderas muy secas y probadas, lo cual no era difícil
de lograr ya que procedían de otros edificios antiguos. Con todo, la mejor madera que se podía
usar era el cedro, pero esta procedía de Oriente Próximo y era muy escasa. En sustitución de ésta,
se prefería el enebro que procedía de Creta y de otras islas de aquella parte del Egeo, el cual
tampoco era muy abundante. Lo más frecuente era encontrar el abeto inferior, el pino y el larigno
de la vertiente adriática de los Apeninos y de la Toscana. El larigno era la más escasa de estas
últimas citadas y las mejores o más apreciadas eran las de las zonas de Ancona y Pesaro

LA ARQUITECTURA DEL CRISTIANISMO

Casi todos los tratadistas de la Historia de la Arquitectura coinciden en establecer en sus trabajos,
un capítulo dedicado a la Arquitectura Paleocristiana o del Cristianismo Primitivo. La razón de ello
puede encontrarse, no tanto en la importancia de las propuestas e innovaciones arquitectónicas de
este período, como en el hecho de que el Cristianismo elige a la basílica como edificio que, en
principio, respondía a sus necesidades asamblearias (ecclesia) y poco más tarde, cargándola de
algunos requerimientos funcionales de carácter religioso hace que, como iglesia o catedral, se
constituya en la pieza fundamental de la sociedad.

Como dijimos al estudiar la basílica romana, este iba a ser el edificio de mayor proyección de dicha
arquitectura; pasaría de manera inmediata al Cristianismo y de aquí a la arquitectura bizantina, a la
musulmana, a las catedrales medievales y, también, a las iglesias renacentistas.

Desde la Historia de la Construcción, son dos los argumentos fundamentales que nos lleva a
mantener un capítulo dedicado a la Construcción de la Arquitectura del Cristianismo. Por un lado,
nuestro deseo de estudiar la construcción edilicia o edificatoria desde la evolución de las formas
arquitectónicas y de sus técnicas constructivas, sin pérdida de continuidad y sin ausencia de
ningún período determinante. Por otro lado, la construcción romana había llegado a un grado de
desarrollo tecnológico tal, que sólo estudiando la etapa que ahora emprendemos, lograremos
comprender la construcción  desarrollada  en  los   períodos bizantino y posteriores, y justificar el
hecho de que durante más de mil años, desde aquella refinada arquitectura clásica, la construcción
no sólo no encontró innovaciones considerables sino que, por el contrario, sufrió un retroceso
notable, al menos en Occidente. Pero para las nuevas etapas históricas, la iglesia habría de ser el
edificio fundamental de la organización social y la pieza clave de la arquitectura, y aunque en el
período Paleocristiano, la basílica no es sino la basílica romana cristianizada, que con ligeros
cambios (reduce sus exedras a un sólo ábside posterior e introduce el nártex que ya estaba en la
basílica de Majencio), soportó bien una concepción estructural nueva, principalmente en el gótico,
donde desaparece la cúpula del crucero que se había recuperado en el románico y que volvería a
aparecer en el renacimiento. Lo cual no debe sorprendernos pues es lógico que el cruce de dos
naves, cubiertas a dos aguas, encontrara soluciones constructivas distintas.

El año 305 Constantino, que residía en Constantinopla, fue llamado por Galerio a Britannia
(Inglaterra) y un año más tarde fue proclamado "Augusto" en York por las tropas de dicho general.
Designado para oponerse a la tiranía de Majencio, lo derrotó en la batalla del Puente Mulvio, el 28
de Octubre del año 312, después de haber tenido un sueño en el que, según él mismo escribió en
una carta dirigida al obispo de Africa en el año 314, se le presentó el signo de Cristo sobre el sol
radiante.  El año 313 Constantino y Licinio se reúnen en Milán y tras un acto de reconciliación,
acuerdan ambos emperadores, persecución de los cristianos (Edicto de Milán). No obstante, el año
324 y antes de trasladar la capital a Bizancio, Constantino se enfrentó y derrotó a Licinio en
Hadrianópolis. De todas formas, Constantino que había promovido la construcción de un gran
número de basílicas y logrado la aceptación del Cristianismo, no fue bautizado hasta poco antes de
morir, lo cual ocurrió el Domingo de Pentecostés del año 337 en Nicomedia, en la zona Asiática del
actual Estambul. Su cadáver fue trasladado a Constantinopla y enterrado junto a la Iglesia de los
Apóstoles. El Concilio de Nicea fue convocado y clausurado por Constantino el año 325, con el fin
de declarar al cristianismo, religión oficial del Estado frente al arrianismo.

Políticamente, resulta paradójico que el emperador Teodosio I, que


fue un hábil militar, serio en su carácter y formación,  hombre
obstinado en reforzar el Estado y el último gobernante que
mantuvo el control sobre todo el Imperio, fuese a dividirlo, al morir
en Milán en Enero del año 395, dando a Arcadio, de 18 años de
edad, las provincias de Oriente y a Honorio de sólo 10 años, las de
Occidente. Sobre todo cuando en las provincias de Occidente se
sabía que el Imperio tendría que sostener grandes luchas con los
bárbaros del Norte.  De hecho, pronto terminó cayendo bajo los Visigodos y poco más tarde quedó
sometido al Imperio o Reino Ostrogodo.

Augustine, escritor del siglo IV explicaba que "la conversión del mundo romano al Cristianismo ha
sido extremadamente fácil" y lo argumentaba esforzándose en considerar la extensión del viejo
Imperio y el tiempo que el paganismo había estado incorporado a la cultura romana. Lo cual, no
entra en contradicción con lo expresado por Gibbon, que describió las dificultades que tenían que
afrontar los primeros cristianos que desearon mantener su fe pura y tomar parte en la vida regular
de la sociedad romana.

Después de dicho evento, Primer Concilio de Nicea, Roma se convirtió en el gran centro cultural
del Cristianismo y una gran número de basílicas, se construyeron por todo el Imperio, para alojar a
las grandes congregaciones. En oposición con los templos de los períodos anteriores, la apariencia
tanto externa como interna de la basílica paleocristiana no fue un factor determinante, la capacidad
era lo primero y, la construcción de las mismas, parte de una premisa de utilidad económica.

A pesar de todo, como ya apuntamos, no se puede hablar de un arte nuevo, y  hacerlo  del
Cristianismo es lo mismo que hablar de un arte romano tardío. El Cristianismo de este período
tomó prestado los temas del arte pagano, cambiando el sentido de sus signos. Al fin y al cabo, el
cristiano de la época fue tan "romano" como  lo eran los paganos;  estuvo educado en el mismo
entorno, hablaban el mismo lenguaje y se entrenaron en los mismos oficios.

Formas auténticamente híbridas aparecen en todo el arte y en toda la arquitectura del Occidente
cristianizado. Ello, con las connotaciones locales de los estilos regionales y haciendo casi
imposible reconocer un estilo propio o encontrando más de media docena de estilos
arquitectónicos, o peculiaridades que podían definirse como del arte del Cristianismo. Como
consecuencia, hay gran divergencia entre los historiadores a la hora de fijar la amplitud del período
entendido como Cristianismo. Unos señalan que lo más lógico es iniciar el estudio en el momento
en que hay que refugiarse y protegerse de las persecuciones, en tanto que otros señalan la
conversión de Constantino como el momento inicial del mismo. Algunos dicen que no hay
arquitectura propiamente de esta etapa, mientras que otros mantienen el estudio hasta el siglo VIII.
Los más cautelosos lo llevan hasta el año 500, momento en el que los bárbaros reinan en el
Imperio de occidente.

El período que definimos para el estudio de la construcción de la


Arquitectura del Cristianismo, abarcará en Occidente hasta el año
554, cuando después de todas las reconquistas de Justiniano, se
consolida el Reino Bárbaro de Rávena, ciudad que desde el año
402 había sido la capital del Imperio de Occidente. En Oriente, el
estudio lo llevaremos hasta el año 395, momento en el que los
movimientos arquitectónicos y sobre todo las formas constructivas,
impusieron un giro y una forma de arquitectura que podemos
definir como Bizantina y que terminaría, en tiempo de Justiniano, invadiendo casi todo el territorio
que había ocupado el Imperio Romano de Oriente en los momentos más importantes del mismo.

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