Parlamentarismo y Presidencialismo
Parlamentarismo y Presidencialismo
Parlamentarismo y Presidencialismo
previa del Parlamento para nombrar al nuevo primer ministro, o que no la necesite.
También puede pasar que el presidente tenga, o no, la facultad de disolver al
parlamento, convocando a nuevas elecciones.
Añadimos que hay países donde el Primer ministro es responsable
simultáneamente ante el Presidente y el Parlamento (parlamentarismo “orleanista”)7.
La segunda clasificación atiende a las cuotas de poder entre el Presidente y el
Primer ministro (dado que el parlamentarismo supone, habitualmente, la división del
Poder Ejecutivo entre el Jefe de Estado –Presidente, Rey- y el Jefe de Gobierno,
llamado premier, o primer ministro). En tal sentido, hemos distinguido tres opciones:
a) el Premier “grande”, o maxi-premier, al estilo de Italia o España, v.gr.
del viejo Poder Ejecutivo, tal vez le toque un 80% o más de sus competencias. El 20%
restante le queda al Jefe de Estado (presidente, Rey, etc.).
b) el Premier “medio”, con atribuciones cuyo peso político equivalen,
aproximadamente, a las del Jefe de Estado (modelo francés de 1958, de la “diarquía”).
Aquí, premier y presidente poseen cada uno alrededor del 50 % del capital político de
un ejecutivo presidencialista.
c) el Premier “chico” o “mini-premier”, como el peruano, donde su cuota
de autoridad es reducida (un 20% de las competencias del antiguo Poder Ejecutivo. El
Presidente retiene el 80 % de ellas)8.
4. Alternativas presidencialistas.
El panorama presidencialista tampoco es uniforme. Si se acepta el
esquema de Nogueira, hay que distinguir inicialmente entre un presidencialismo
autoritario, con fuerte concentración de poderes en el presidente, falta de competencia
política abierta y la facultad de aquél de disolver al Congreso en ciertos casos (en
términos generales, menciona al respecto las constituciones de Chile de 1980, Haití de
1964 y Paraguay de 1967) y otro, de corte democrático, que permite la alternancia
política y el libre juego electoral, con poderes presidenciales más reducidos.
Para Nogueira, que escribe el trabajo que citamos al declinar la década de los
ochenta, el presidencialismo democrático asume en América Latina distintas posturas.
Detecta primero un presidencialismo puro (constituciones de Argentina, Colombia,
Ecuador, Chile de 1925), donde el presidente nombre y remueve libremente a los
ministros, tiene facultades colegisladoras e influye en la designación de los jueces; otro
que llama presidencialismo parlamentario o atenuado, en el que el Congreso puede
6
5. Otras variables.
Además de los engranajes normativos constitucionales, conviene alertar
que un sistema normativo parlamentario o presidencialista puede ser profundamente
alterado por otros factores.
Están, en primer término, los ingredientes personales. El eje del poder en un
sistema fuertemente presidencialista puede trasladarse del Presidente formal a un
“hombre fuerte”, civil o militar, verdadero dueño del Poder Ejecutivo de ese Estado, y
que bien puede ser un ministro. En un país parlamentarista, simultáneamente, el primer
ministro puede convertirse en un auténtico dictador constitucional, merced a sus dotes
carismáticas, el apoyo del ejército, la pleitesía del partido predominante, del Parlamento
o de la Justicia, etc. En los países comunistas, la aparición de estos premiers dotados
de enormes cuotas de poder no ha sido un fenómeno raro.
Otras variables que condicionan de derecho y de hecho el desenvolvimiento de
un régimen presidencialista o parlamentarista son, por ejemplo, la estructura federal o
unitaria del país (cosa que incide especialmente en el cupo de competencias del
presidente o del premier nacional), el régimen electoral vigente (si es de representación
proporcional, puede ocasionar que ningún partido tenga mayoría en el Congreso, y que
por ende, los partidos minoritarios controlen mejor al Poder Ejecutivo), el grado de
dominación política de los partidos sobre sus legisladores; y a su turno, del Presidente
sobre su partido, el sistema de elecciones (escalonado o no) para elegir al Presidente y
7
6. Evaluación.
Cabe recapitular lo dicho hasta ahora: hay muchas clases de regímenes
parlamentarios, y también muchos tipos de regímenes presidencialistas. Y además del
esquema constitucional del país del caso, cabe atender a una estructura
subconstitucional (sistemas electorales, tipos de partidos, factores personales,
vivencias federales o unitarizantes, etc.), para situar a un país en uno u otro grupo.
Pero, al fin de cuentas ¿qué es lo que hace que un Estado pueda rotularse como
“parlamentarista” o “presidencialista”?.
Vamos a ceñirnos a dos elementos que reputamos esenciales:
a) Bipartición real del Poder Ejecutivo: al decir “real”, entendemos que
las cuotas de competencias de ese Poder son otorgadas en cantidades significativas a
un Jefe de Estado, por un lado, y a un Jefe de Gobierno, por el otro. Al menos, debe
concederse a cada uno un 50 % del paquete de competencias del Poder Ejecutivo
8
Presidencialismo Parlamentarismo
*Coherencia y rapidez en la adopción de *Flexibilidad del sistema
decisiones.
*Conducción. *Alternancia política.
*Poder moderado.
9
Si tuviera que hacerse una sinopsis forzada entre los bienes y los males de cada
tipo, podría decirse que el presidencialismo privilegia, en principio, el valor operatividad,
y cuenta como disvalores al autoritarismo y la inestabilidad sistémica. El
parlamentarismo, por su parte, cotiza mayormente a los valores estabilidad y libertad
(esto último, como consecuencia de la dispersión del poder ejecutivo entre el Premier y
el Presidente), y tiene como riesgo principal a la inoperancia.
Sin embargo, esta simplificación de virtudes y defectos potenciales es muy
grosera, y no siempre es cierta en los hechos. Puesto que el presidencialismo, para
lograr operatividad, concentra poderes en el Presidente (y convierte al Poder Ejecutivo
en el poder preponderante), si ese presidente es inepto, el régimen presidencialista
concluirá sumamente ineficaz, en definitiva. Además, si el Presidente entra en dura
colisión con el Congreso, el régimen también será en buena medida inoperante incluso
para la adopción de decisiones, por el mutuo bloqueo de ambos poderes.
Por su parte, el parlamentarismo no siempre proporciona estabilidad política y
gobiernos moderados. Si los gabinetes son muy transitorios, o no aciertan con un
mínimo de operatividad y eficacia en su gestión, también es probable que el sistema
entre en crisis y termine inestable, o extinguido (de algún modo, pueden traerse a
colación los casos de la Italia prefascista o de la Alemania prenazi, por ejemplo). Un
tercio de los países parlamentaristas, además han tenido experiencias de golpes
militares, según la compulsa de Riggs16. Muchos países parlamentaristas de tipo
marxista, a su vez, no han proporcionado gobiernos moderados, sino autoritarios: el
parlamentarismo puede servir, en efecto, también para una ideología autoritaria o
totalitaria.
10
11. Conclusiones.
Las puntualizaciones precedentes permiten ser reseñadas de este modo:
1. En Latinoamérica el eventual reemplazo de un sistema presiden-
cialista por otro parlamentario es una propuesta bastante repetida. La discusión
transcurre en distintos niveles: académicos, institucionales y partidarios.
Sociológicamente, ese debate presenta al presidencialismo como un régimen a la
defensiva, y al parlamentarismo como una esperanza, no siempre concebida en
términos de racionalidad política.
2. Faltan, por lo común, nociones claras acerca de las múltiples for-
mas que puede asumir el sistema parlamentario, y de las diversas posibilidades que
entonces plantea. Tampoco cuentan con mucha divulgación las alternativas
presidencialistas moderadas.
3. La clasificación de un país como “presidencialista” o “parlamen
tario” depende del modo en que se relacionen el Poder Ejecutivo y el Legislativo, pero
también de otros mecanismos complementarios, como el régimen electoral, el sistema
unitario o federal, la división del Poder Legislativo, etc. También está condicionada por
las vivencias sociológicas y las prácticas de derecho consuetudinario constitucional,
que algunas veces desdibujan el esquema normativo formal y crean modelos distintos
a éste.
4. Parlamentarismo y presidencialismo cuentan con puntos a favor y
a su vez con gruesas fallas. Grosso modo, puede pensarse que el presidencialismo
vigoriza la operatividad en la toma de decisiones y tiene en su pasivo los riesgos del
autoritarismo y de la inestabilidad. El parlamentarismo, en cambio, ofrece estabilidad y
poder moderado, aunque tiene el peligro de la inoperancia. Pero en los hechos no
siempre tales regímenes realizan sus productos positivos ni incurren en los pecados a
los que son más propensos.
14
12. Introducción.
Resulta de interés detenerse en dos figuras institucionales muy similares
ensayadas (y todavía vigentes) en el constitucionalismo latinoamericano, como son las
de Perú y Argentina. En ambos casos, en verdad, se parte de un régimen básicamente
presidencialista al que se le añaden algunos escasos ingredientes parlamentarios, en
particular mediante la inserción de un personaje, al que llamaremos minipremier,
presentado en Perú con el título de Presidente del Consejo de Ministros, y en Argentina
15
años aquel plazo de seis, y atemperó en algo las facultades presidenciales. Dicho
“Pacto”, retratado después en sus rasgos esenciales en la convención reformadora, se
inspirada en buena medida en anteriores dictámenes de un organismo oficial
denominado “Consejo para la Consolidación de la democracia”, gestionado durante la
presidencia anterior de Raúl Alfonsín. 29
En rigor de verdad, el “Pacto de Olivos” fue una transacción entre las dos
fuerzas políticas más significativas del momento. Una de ellas, el radicalismo,
postulaba un Primer Ministro bastante relevante, mientras que el justicialismo
consentía más bien un discreto “ministro coordinador”.30 En la convención
constituyente, la solución intermedia fue, en definitiva, el “Jefe de Gabinete de
Ministros”.
Durante las sesiones de la convención reformadora de 1994, que posibilitó esas
enmiendas, el miembro informante del despacho mayoritario, convencional Enrique
Paixao, y en base al cual se votó, sostuvo que la enmienda producía “una atenuación
del hiperpresidencialismo argentino” (objetivo político). Fue claro, entonces, que no se
pretendía introducir un régimen mixto, parlamentario-presidencialista, sino moderar uno
básicamente presidencialista.
El eje de la reforma consistía en la creación constitucional del “Jefe de Gabinete
de Ministros”, con el fin de “desagregar (sic) la jefatura administrativa del Presidente de
la Nación” (objetivo técnico, para mejor la labor cotidiana en el área de la Presidencia
de la Nación). Dicho Jefe de Gabinete, pues, debería “ejercer la administración general
del país”, como reza el actual art. 100 inc. 1º de la constitución. También se argumentó
en la convención constituyente por el mismo miembro informante en Jefe de Gabinete
de Ministros como “punto de contacto permanente”, o “puente” entre el Congreso y el
Poder Ejecutivo, con motivo de su concurrencia regular al Poder Legislativo. Todo ello
mejoraría, se dijo, la administración activa del país.
Cabe destacar otra meta político-sistémica que fue igualmente planeada por el
miembro informante de mención, y que consistió en posibilitar la remoción del jefe de
gabinete por el Congreso mediante la moción de censura, por lo que “queda en manos
del Congreso un instrumento apto para resolver institucionalmente situaciones de
profunda crisis política”, y se da “al órgano ejecutivo del gobierno nacional mayor
dinamismo, mayor elasticidad para enfrentar problemas de crisis”.31
Tal es el recurrente “argumento del fusible”, subrayado anteriormente por los
dictámenes del Consejo para a Consolidación de la democracia y el ex presidente Raúl
19
Gabinete de Ministros “ejercer la administración general del país” (y ello había sido
destacado por el miembro informante del despacho mayoritario, en el recinto de la
convención constituyente), de todos modos el presidente de la Nación “conserva la
Jefatura de la administración”, ya que si bien el Jefe de Gabinete “ejercía” la
administración, su “titularidad” debía seguir en manos del Presidente de la República. 38
A ello se sumó otra tesis: que el Presidente de la República, por ser
“responsable político de la administración general del país” (art. 99 inc. 1º del nuevo
texto constitucional), tenía superioridad jerárquica sobre el Jefe de Gabinete, y podía,
“en circunstancias concretas, retomar la competencia para el ejercicio de su
responsabilidad política, con relación a la administración general del país”, salvo
aquellas dadas en forma exclusiva, por la constitución, a dicho Jefe. de Gabinete. Tal
fue la doctrina de la “avocación” 39
c) sumisión al Presidente. A pesar de su proyectada función de “puente” entre el
Poder Ejecutivo y el Congreso, algunos autores insistieron, apenas lanzada la nueva
figura del Jefe de Gabinete que, “salvo excepciones... es un ‘hombre del Presidente’,
40
más todavía que cualquier otro ministro” (el subrayado es nuestro). Otros
administrativistas destacaron que el referido Jefe de Gabinete “es el colaborador más
inmediato del Presidente”, 41
En ese mismo orden de ideas, se observó que el Presidente, como Jefe de
gobierno y también responsable político de la administración, puede darle (aunque la
Constitución no lo diga explícitamente) instrucciones (obligatorias) al Jefe de Gabinete.
42
de Ministros, y también “órdenes” o “indicaciones” para la ejecución de las leyes o
cómo decidir en las reuniones de gabinete, en base a la “facultad de mando”
presidencial.43
Para cerrar el círculo de la subordinación, la doctrina destacó que el Jefe de
Gabinete podía ser removido discrecionalmente por la “exclusiva voluntad” del
Presidente de la Nación, 44 circunstancia que lo convertía “en un auxiliar del Presidente,
45
algo así como el actual Secretario general de la Presidencia” , o en “un simple
46
secretario de lujo del presidente de la República”. Resultó frecuente desembocar así
en la imagen del Jefe de Gabinete como un subordinado del Presidente de la Nación.
47
.
Desde el punto de vista normativo, el acorralamiento del Jefe de Gabinete de
Ministros fue prontamente realizado por el decreto presidencial 977/95, vigente en sus
trazos esenciales. Su art. 1º declaró que “asiste” al Presidente de la Nación. Las
22
decisiones del Jefe de Gabinete son recurribles ante el Presidente, quien puede
avocarse al tratamiento del punto debatido (art. 15). El sueño del constituyente, de
confiar directamente en el Jefe de Gabinete, como derecho suyo, la administración
general de la República, ha concluido en un mera ilusión institucional.
Resta observar que apenas reformada la Constitución, se vaticinó que el devenir
del Jefe de Gabinete iba a depender, en buena medida, del comportamiento real de los
operadores del sistema constitucional. Vale decir, de las figuras que desempeñaran los
roles de Presidente y de Jefe de Gabinete.
Desde entonces, los presidentes argentinos no han buscado como Jefes de
Gabinete a figuras descollantes, y han preferido funcionarios fieles, muchos de ellos
prácticamente desconocidos por la ciudadanía, antes que políticos de prestigio
notable y con peso propio. No se ha registrado, en ese ámbito, ninguna confrontación
o diferencia de criterios significativa entre ambos protagonistas. El Jefe de Gabinete ha
pasado a ser un sujeto decididamente secundario, hasta ahora, y los presidentes se
han ingeniado para que sus poderes hipertrofiados no menguaran (algunos piensan
que se han acrecentado después de la reforma constitucional de 1994). El
presidencialismo de siempre, resumiendo, persiste igual, o quizá aumentado.48
Eso, sumado al ya citado repliegue estructural y normativo de los Jefes de
Gabinete (una suerte de “jibarización” política y jurídica de ellos) explica que no han
podido operar útilmente como verdaderos “puentes” entre el Presidente y el Congreso
(de hecho, han sido meros nuncios o delegados presidenciales), y menos como
“fusibles” importantes. Al respecto, la fuerte y trágica crisis tensiva de diciembre de
2001, por ejemplo, terminó con la renuncia del Presidente de la Nación: la del Jefe de
Gabinete de Ministros no habría servido en nada para salvar al titular del Poder
Ejecutivo ni para mantener la estabilidad de su gestión.
NOTAS
• Profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires
y en la Pontificia Universidad Católica Argentina. Juez de la Cámara de
Apelaciones de Rosario, Argentina. El presente trabajo se enmarca en el
programa de investigaciones del Centro Interdisciplinario de Derecho
Procesal Constitucional de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del
Rosario, de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
24
1
En parte eso se explica porque las constituciones de las ex colonias europeas (sobre
todo de Francia e Inglaterra), han seguido el modelo preferentemente parlamentarista
de sus antiguas metrópolis. V. LIJPHART Arend, “Democratización y modelos
democráticos alternativos” (1988), en Varios, Presidencialismo vs. Parlamentarismo
Buenos Aires, ed. Eudeba, p. 5.
2
RIGGS Fred W. La supervivencia del presidencialismo en EEUU: practicas
paraconstitucionales, (1988) en Varios, Presidencialismo vs. parlamentarismo, ob. cit.
p. 48. A su turno, derrumbada la URSS, muchas naciones desmembradas de ella,
como ex países satélites, adoptaron también modelos parlamentaristas, aunque la
Federación Rusa costituya un caso distinto.
3
RIGGS Fred W., ob. cit., p. 61 y sigts.
4
Así, en países presidencialistas es usual que se atribuya a dicho régiman “la culpa
exclusiva por las grandes crisis que continúan surgiendo del choque entre instituciones
formalmente democráticas y una estructura social profundamente oligárquica”: V.
MANGABEIRA Unger Roberto La forma de gobierno que conviene al Brasil, (1988) en
Varios, Presidencialismo vs. parlamentarismo, ob. cit. pág. 95.
5
Sobre la “versatilidad de los sistemas mixtos v. Por ejemplo NINO Carlos S.,
“Presidencialismo vs. Parlamentarismo” (1988), ob. cit., p. 123.
6
Cfr. Reforma constitucional. Dictamen preliminar del Consejo par la Consolidación de
la democracia (1986), Buenos Aires, ed. Eudeba, p. 400/1.
7
Cfr. DARANAS PELÁEZ Mariano, Las constituciones europeas (1979), Madrid, ed.
Nacional, t. II p. 1603, nota 58.
8
V. SAGÜÉS Néstor Pedro, Reforma constitucional (I) Relaciones Iglesia-Estado.
Primer ministro y reelección presidencial. Proceso legisferante. Situaciones de
emergencia. (1987) en Reforma Constitucional. Segundo dictamen del Consejo para la
Consolidación de la Democracia Buenos Aires, 1987, ed. Eudeba, p. 160.
9
NOGUEIRA Humbreto A., Análisis crítico del presidencialismo, en Varios,
Presidencialismo vs. Parlamentarismo, ob. cit. p. 144.
10
Cfr. QUIROGA LAVIE Humberto, El neopresidencialismo, (1989) en “La Ley
Actualidad” (Buenos Aires, 21/09/89, p.1).
11
NINO Carlos S., Presidencialismo vs. Parlamentarismo, ob. cit., p. 16
25
12
Entre otras confrontaciones célebres, pueden recordarse las del presidente Johnson,
sucesor de Lincoln, con el Congreso norteamericano; o las del presidente ecuatoriano
Febres Cordero con el Poder Legislativo de su país. Sobre esto último, V. NOGUEIRA
Humberto A., ob. cit., p. 159.
13
LINZ Juan, Democracia presidencialista o parlamentarista. ¿Hay alguna diferencia?
(1988) , en Varios, Presidencialismo vs. Parlamentarismo, ob. cit., p. 22.
14
NINO Carlos S., Presidencialismo vs. Parlamentarismo”, ob. cit, p.116.
15
Al presidencialismo se le imputa rigidez sistémica, por que el Presidente inepto es
difícil de remplazar por los mecanismos corrientes del juicio político (impeachment), y,
por ende, muchas veces un fracaso presidencial ha llevado a salidas inconstitucionales,
como los golpes de estado. Además, ha engrosado el presidencialismo de modo
excesivo los poderes del presidente, quien ha caído a menudo en el “delirio cesáreo”, y
en la demagogia como recurso para mantenerse en el poder. Todo eso provoca,
igualmente, la tendencia presidencial a no transferir el poder y a quedarse todo lo
posible en él. Por último, como en los esquemas presidencialistas el Congreso no
puede (salvo por el juicio político) tumbar al Presidente, lo más probable es que si hay
un enfrentamiento grave entre éste y aquél, el asunto desemboque en un mutuo
autobloqueo (el Presidente, vetando las leyes del Congreso; y el Congreso, no
aprobando las iniciativas presidenciales).
Por el contrario, al parlamentarismo se le atribuye mayor estabilidad sistémica ya
que los gabinetes pueden ser remplazados fácilmente a través de votos de censura, y
la desaparición de un premier no implica el reemplazo del Jefe de Estado, quien es
distinto a aquél. Al encontrarse dividido el Poder Ejecutivo entre los dos Jefes (el de
Estado y el Premier), los riesgos de cesarismo presidencial o del premier, disminuyen.
Por lo demás, lo común en un sistema parlamentario es que sus protagonistas asimilen
como algo propio de él las alternancias de partidos en el Gabinete, y el reemplazo
frecuente de éste. Pero si los cambios ministeriales y de primer ministro son demasiado
abundantes, el régimen deviene inexitoso ante la imposibilidad de programar políticas y
gobiernos duraderos. V. Cfr. mejor en LINZ Juan, ob. cit., p. 26 y ss.
16
RIGGS Fred W., ob. cit., p. 48.
17
LINZ Juan, ob. cit., p.42.
26
18
Cfr. ALBERDI Juan B., Bases y puntos de partida para la organización política de la
República Argentina, (1856) en ALBERDI Juan B., Organización política y económica
de la Confederación Argentina, nueva edición oficial Besanzón, José Jacquin, p. 104/5.
19
LINZ Juan, ob. cit., p.42.
20
V. Al respecto sobre las distintas modalidades de un primer ministro para Argentina,
en los dictámenes del Consejo para la Consolidación de la Democracia, ob. cit. en
notas 6 y 8, ps. 49 y ss., 97 y ss., 325 y ss. (primer dictamen), y 11 y ss., 75 y ss.
(segundo dictamen).
21
GARCIA BELAUNDE Domingo (1996), La constitución en el péndulo Arequipa, ed.
Universidad Nacional de San Agustín, págs. 25, 80/1, 91, quien destaca que la
constitución de 1933 fue la más “parlamentarista”. Del mismo autor, cfr. Teoría y
práctica de la constitución peruana, (1989) Lima, ed. Edilli SA, t. I pág. l53.
22
V. la opinión de Carlos Torres y Torres Lara, en BERNALES BALLESTEROS
Enrique, La Constitución de 1993. Análisis comparado (1996) Lima, ed. Fundación
Adenauer, pág. 500.
23
CHIRINOS SOTO, Enrique, Constitución de 1993. Lectura y comentario (1994),Lima,
ed. Nerman SA, pág. 245.
24
FERNANDEZ SEGADO Francisco, El nuevo ordenamiento constitucional del Perú,
(1994) en La constitución de 1993. Análisis y comentario (Lima, 1994), Comisión
Andina de Juristas, Temas Constitucionales, nº 10 pág. 47.
25
DELGADO GUEMBES César, La investidura: ¿confianza en la política del Gobierno,
o en el presidente de la República?” (1996) en Landa César y Faúndez Julio (editores),
Desafíos constitucionales contemporáneos (Lima, 1996), Pontificia Universidad
Católica del Perú, Maestría en Derecho Constitucional, pág. 100.
26
Seguimos aquí en parte a BERNALES BALLESTEROS Enrique, La constitución de
1993... ob. cit., págs. 499, 503, 505, 507
27
Se pregunta César Delgado Guembes, en efecto, acerca del acierto de llamar
“Presidente del Consejo de Ministros” a quien no lo preside si el Presidente de la
República lo convoca o asiste al acto de reunión (La investidura..., ob. cit., pág. 95 y
sigts., especialmente 101, con otras dudas acerca de sus competencias, que lo llevan a
concluir que el Presidente del Consejo será un mero “nuncio” del Presidente de la
República, y que únicamente tendrá el poder político real que el Jefe de Estado quiera
delegarle).
27
28
GARCIA BELAUNDE Domingo, La constitución en el péndulo, ob. cit., pág. 80,
Agradezco también al Dr. García Belaunde los comentarios y aportes proporcionados
personalmente sobre esta temática.
29
Cfr. sobre el tema ALFONSIN Raúl, Democracia y consenso. A propósito de la
reforma constitucional (1996), buenos Aires, ed. Corregidor, pág. 261 y sigts., 465/6;
CONSEJO PARA LA CONSOLIDACION DE LA DEMOCRACIA, Reforma
constitucional. Segundo dictamen (1997), Buenos Aires, Eudeba, pág. 75/6. y
SAGUES Néstor Pedro, Introducción (1999), en Constitución de la Nación Argentina,
9ª. ed., Buenos Aires, ed. Astrea, pág. 17 y sigts.
30
Ver sobre estas cuestiones GARCIA LEMA Alberto, La reforma por dentro (1994),
Buenos Aires, ed. Planeta, pág. 167.
31
MINISTERIO DE JUSTICIA DE LA NACIÓN ARGENTINA, Obra de la Convención
nacional constituyente 1994 (1997), Buenos Aires, Ministerio de Justicia, t. V págs.
4883/4.
Aparte de lo señalado, el “argumento del puente” destacaba que el premier, de no tener
el Presidente de la Nación mayoría en el Congreso, podía ser encarnado por un sujeto
de otro partido político, concertando así el Presidente, de modo flexible y con los
legisladores, las políticas a seguir. Cfr. ALFONSIN Raúl, Democracia y consenso, ob.
cit., pág. 181.
32
ALFONSIN Raúl, Democracia y consenso, ob. cit., pág. 180, Consejo para la
Consolidación de la Democracia, ob. y pág. cit. La frase entrecomillada se toma de
BARRAZA Javier Indalecio y SCHAFRIK Fabiana Haydee, El Jefe de Gabinete de
Ministros (1999), Buenos Aires, ed. Abeledo-Perrot, pág. 143, quienes atribuyen a
Américo Ghioldi la originalidad de haber programado en Argentina la figura de un
premier como “fusible político” (ob. cit., pág. 215).
33
Algunos autores, como Petracca y Borello, advierten que el texto aprobado en el
seno de la Convención constituyente decía que la remoción por medio de censura del
Jefe de Gabinete requería el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los
miembros de cada una de las Cámaras”, mientras que la versión oficial de la
constitución, en su art. 101, no incluyó esas palabras “de la totalidad”, lo que permite
excluirlo solamente con el voto de la mayoría absoluta de los miembros presentes en la
sesión respectiva. Esa diferencia entre lo votado y lo incluido en el texto final de la
28
45
NATALE Alberto, Comentarios sobre la Constitución. La reforma de 1994 (1995),
Buenos Aires, ed. Depalma, pág. 137.
46
EKMEKDJIAN Miguel Ángel, El Poder Ejecutivo y el gabinete ministerial, (1994) en
Varios, Reforma constitucional, Buenos Aires, ed. Ciudad Argentina, pág. 21.
47
MARIENHOFF Miguel S., Tratado de Derecho Administrativo (1995) 5ª. ed. Buenos
Aires, ed. Abeledo-Perrot, t. Pág. 56.
48
Refiriéndose al Jefe de Gabinete, en abstracto, se ha dicho que “...su dependencia
del deseo presidencial es categórica y absoluta”. Entendido como “jefatura estéril... no
constituye de ningún modo un contrapeso efectivo a las prerrogativas presidenciales”. .
Cfr. SABSAY Daniel A. y ONAINDIA José M., La Constitución de los argentinos (1994),
BUENOS Aires, ed. Errepar, pág. 335.
49
Algunos autores, como Rodolfo Barra, señalan que el Jefe de Gabinete de Ministros
argentino es una figura peculiar y original. Muchos hemos estimado que se parece más
bien al Presidente del Consejo de Ministros peruano. Gómez Sanchís admite tal
similitud, aunque puntualiza, con acierto, que en Argentina el Presidente de la Nación
no puede disolver al Congreso cuando éste ha censurado al Jefe de Gabinete,
alternativa que es posible, dadas ciertas condiciones, en Perú. Cfr. GOMEZ SANCHÍS
Daniel, La reforma de la Constitución y el Jefe de Gabinete, (1994) en Instituto
Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos, Derecho constitucional de la
reforma de 1994 Mendoza, ed. Depalma, t. II pág. 157.