Cate Eucaristia JOVENES

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I. ¿QUÉ ES EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA?

La palabra eucaristía quiere decir: “acción de gra-


cias”. Los católicos celebramos el Sacramento de la
Eucaristía reunidos alrededor de la mesa, el altar, para
revivir la pascua del Señor con alegría y gozo, y darle
gracias por la vida nueva que nos da. Este sacramento
es la fuente y la cima de toda la vida cristiana.
A la Eucaristía la llamamos “misa” porque nos ali-
menta para cumplir nuestra misión. Al celebrarla, lee-
mos nuestra historia como pueblo de Dios, recorda-
mos los grandes prodigios que ha hecho por nosotros
y escuchamos su llamada a corresponder a su amor. Ofrecemos el pan y el vino, que
se convertirán en el cuerpo y sangre del Señor, entregados en sacrificios para salva-
ción de la humanidad. Nos acercamos al banquete para compartir con la comunidad
el pan y la copa de vida que Jesús nos ofrece.
Cuando faltamos a la mesa del sacrificio y celebración nos debilitamos espiri-
tualmente no recibimos las bendiciones y fuerza que nos da la Eucaristía. También
sufre la comunidad cristiana y la sociedad, porque al no alimentarnos de Cristo es
más difícil que cumplamos nuestra misión.
La Misa es una Celebración.
Pero, qué es para ti

CANTAR, DANZAR, REÍR, LLORAR, SENTIR, BEBER, PASARLO


BIEN, DISFRUTAR, SOÑAR ….
Añade tú otros adjetivos que describan lo que es Celebrar:
Si todo esto es Celebrar, porqué encontramos expresiones muy comunes entre
los jóvenes de hoy e incluso entre vosotros mismos que describen la Misa:
•Como que no nos dice nada, nos aburre y es un rollo.
•Alguna vez me he sentido bien en Misa, pero en general me aburro en ella.
•Voy a misa y catequesis porque mis padres me obligan, a mi no me dice nada.
•Me gusta la Misa cuando cantamos y hacemos que sea más alegre y dinámica.
•Uff…Si por mí fuera cambiaría muchos aspectos de la misma…

Estas frases y otras parecidas son las que escuchamos frecuentemente, pero
¿qué hacer para que sea de otra manera? . ¿Qué puedes aportar tú? ¿Tu experiencia?
¿Tu vivencia?...

PROPÓSITOS DE CAMBIO
Me comprometo a:

La fiesta está en el corazón del hombre. En la fiesta hacemos memoria de su


vida, de su muerte y de su resurrección y celebramos nuestro futuro, porque antici-
pamos el futuro de nuestra lucha.
La comunidad cristiana celebra en cada Eucaristía la actualidad del sacrificio
de la muerte del Señor y de su resurrección. Al repetir este gesto, recordamos toda
su vida y nos comprometemos con su causa. Jesús está presente y actúa en la Euca-
ristía, y por tanto en nuestras vidas. La Eucaristía es el gesto de Cristo.
II. ¿QUÉ NOS DICE LA PALABRA DE DIOS?

Jesús instituyó la Eucaristía cuando celebró la cena pascual con sus discípulos
la noche antes de morir, como memorial adelantado de su muerte y resurrección,
dando así plenitud al significado de la pascua judía.
Busca los textos en tu Biblia y comprenderás mejor la afirmación que hemos
hecho:

Nos preguntamos…

∗ ¿Para qué se sentó a la mesa Jesús con sus apóstoles?

∗ ¿Qué les dijo Jesús a los discípulos?

∗ ¿Qué hizo Jesús al recibir una copa?

∗ ¿Qué dijo e hizo Jesús con el pan?

∗ ¿Qué dijo Jesús, después de la cena, teniendo la copa en sus manos?

∗ ¿Qué significa “Haced esto en memoria mía”?


Hay muchas palabras que hemos ido escuchando a lo largo de esta
catequesis, ¿sabrías decir el significado de cada una de ellas?:
EUCARISTÍA

REGALO

SACRIFICIO

ACCIÓN DE
GRACIAS

MEMORIAL

PAN

VINO

CUERPO

SANGRE

BENDICIÓN

ALABANZA

OFRENDA

BANQUETE
PASCUAL

ASAMBLEA
LITÚRGICA

PRESENCIA
DE CRISTO
III. NOS PONEMOS EN CAMINO
Papa Francisco. Catequesis sobre la Eucaristía. 15/11/2017

Para comprender la belleza de la celebración eucarística deseo empezar con


un aspecto muy sencillo: la misa es oración, es más, es la oración por excelencia, la
más alta, la más sublime, y el mismo tiempo la más «concreta». De hecho es el en-
cuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y Sangre de Jesús.
Es un encuentro con el Señor.
Pero primero debemos responder a una pregunta. ¿Qué es realmente la ora-
ción? Es sobre todo diálogo, relación personal con Dios. Y el hombre ha sido creado
como ser en relación personal con Dios que encuentra su plena realización solamen-
te en el encuentro con su creador. El camino de la vida es hacia el encuentro definiti-
vo con Dios. El libro del Génesis afirma que el hombre ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios, el cual es Padre e Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de
amor que es unidad. De esto podemos comprender que todos nosotros hemos sido
creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo donarnos y re-
cibirnos para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser.
(……) Cuando Jesús llama a sus discípulos, les llama para que estén con Él.
Esta es la gracia más grande: poder experimentar que la misa, la eucaristía, es el mo-
mento privilegiado de estar con Jesús, y a través de Él, con Dios y con los hermanos.
Rezar, como todo verdadero diálogo, es también saber permanecer en silencio,
en silencio junto a Jesús. Y cuando nosotros vamos a misa, quizá llegamos cinco mi-
nutos antes y empezamos a hablar con el que está a nuestro lado. Pero no es el mo-
mento de hablar: es el momento del silencio para prepararnos al diálogo. Es el mo-
mento de recogerse en el corazón para prepararse al encuentro con Jesús. ¡El silen-
cio es muy importante! No vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor
y el silencio nos prepara y nos acompaña. Permaneced en silencio junto a Jesús. Y
del misterioso silencio de Dios brota su Palabra que resuena en nuestro corazón.
Jesús mismo nos enseña cómo es realmente posible «estar» con el Padre y nos lo de-
muestra con su oración. Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira a rezar;
los discípulos, viendo esta íntima relación con el Padre, sienten el deseo de poder
participar, y le preguntan: «Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11, 1)…… Jesús res-
ponde que la primera cosa necesaria para rezar es saber decir «Padre». Estemos
atentos: si yo no soy capaz de decir «Padre» a Dios, no soy capaz de rezar. Tenemos
que aprender a decir «Padre», es decir ponerse en la presencia con confianza filial.
Pero para poder aprender, es necesario reconocer humildemente que necesitamos ser
instruidos, y decir con sencillez: Señor, enséñame a rezar.
El primer punto: ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre,
fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños co-
mo niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguien se preocu-
pará por ellos, de lo que comerán, de lo que se pondrán, etc. (Mateo 6, 25-32). Esta
es la primera actitud: confianza y confidencia, como el niño hacia los padres; saber
que Dios se acuerda de ti, cuida de ti, de ti, de mí, de todos.
La segunda predisposición, también propia de los niños, es dejarse sor-
prender. El niño hace siempre miles de preguntas porque desea descubrir el mundo;
y se maravilla incluso de cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar
en el Reino de los cielos es necesario dejarse maravillar. En nuestra relación con el
Señor, en la oración, ¿nos dejamos maravillar o pensamos que la oración es hablar a
Dios como hacen los loros? No, es fiarse y abrir el corazón para dejarse maravillar.
¿Nos dejamos sorprender por Dios que es siempre el Dios de las sorpresas? Porque
el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo, no es un encuentro de mu-
seo. Vamos a un encuentro vivo con el Señor.
(…….) ¿Cada uno de nosotros quiere renacer siempre para encontrar al Se-
ñor? ¿Tenéis este deseo vosotros? A causa de tanta actividad, de tantos proyectos
que realizar, al final nos queda poco tiempo y perdemos de vista lo que es funda-
mental: nuestra vida del corazón, nuestra vida espiritual, nuestra vida que es encuen-
tro con el Señor en la oración.
El Señor nos sorprende mostrándonos que Él nos ama también en nuestras de-
bilidades. Este don, el Señor nos perdona siempre, es una verdadera consolación, es
un don que se nos ha dado a través de la Eucaristía, ese banquete nupcial en el que el

¿CÓMO ME PREPARO CUANDO VOY A LA EUCARISTÍA?


Me comprometo a:
IV. PARTES DE LA MISA

RITOS INICIALES
Son ritos introductorios a la celebra-
ción y nos preparan para escuchar la
Palabra y celebrar la Eucaristía.

PROCESIÓN DE ENTRADA. Llegamos al templo y nos disponemos para


celebrar el misterio más grande de nuestra fe. Acompañamos la procesión de entrada
cantando con alegría. Procuramos ser puntuales. Disponemos nuestro ánimo para es-
tar atentos a la celebración. Es momento de reencontrarnos con los hermanos.
SALUDO INICIAL. Después de que el sacerdote besa el altar y hacer la señal
de la cruz, el sacerdote saluda a la asamblea. Lo hace en el nombre de Dios-Trino,
acogiéndonos en la familia trinitaria, deseándonos la paz que sólo el Señor puede
dar.
ACTO PENITENCIAL. Pedimos humildemente perdón al Señor por nuestros
pecados, teniendo muy en cuenta aquellos cometidos por omisión….. Es momento
de pedir perdón por tantas miserias y pecados que nos apartan de Dios y de nuestros
hermanos.
GLORIA. Alabamos a Dios, reconociendo su santidad, al mismo tiempo que
nuestra necesidad de Él. Es el cántico de alabanza.
ORACIÓN COLECTA. Es la oración que el sacerdote, en nombre de toda la
asamblea, hace al Padre. En ella recoge todas las intenciones de la comunidad.

LITURGIA DE LA PALABRA
La Iglesia nos reúne, convocada por la
Palabra de Dios.

PRIMERA LECTURA. En el Antiguo Testamento,


Dios nos habla a través de la historia del pueblo de Is-
rael y de sus profetas.
SALMO. Respondemos a la lectura, proclamando o
cantando un salmo.
SEGUNDA LECTURA. En el Nuevo Testamento, Dios nos habla a través de
los apóstoles.
EVANGELIO. El canto del Aleluya nos dispone a escuchar la proclamación
del misterio de Cristo. Nos ponemos de pie, como aquellos personajes bíblicos que
fueron levantados de la muerte o de la postración por la fuerza de la Palabra de Dios.
Hacemos todos la Señal de la Cruz (para que la Palabra de Dios se adueñe de nuestra
vida), en la frente (pensamientos), labios (palabras) y pecho (sentidos y actos). Al
finalizar, el sacerdote besa el Evangelio como señal de amor y compromiso de vivir-
lo. Todos aclamamos diciendo: “Gloria a Ti, Señor Jesús”.
HOMILÍA. El celebrante nos explica la Palabra de Dios y cómo se hace vida
hoy en nosotros.
CREDO. Después de escuchar la Palabra de dios, confesamos nuestra fe.
ORACIÓN DE LOS FIELES. Rezamos unos por otros pidiendo por las nece-
sidades de todos: La Iglesia, los gobernantes, los pobres,….

LITURGIA EUCARÍSTICA
El sacerdote hace los mismos
gestos de Jesús en la Última Ce-
na y pronuncia sus palabras. En-
tonces el pan y el vino se convier-
ten en el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS. Presentamos el pan y el vino que


se transformarán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Con ellos ponemos nuestra vida
y la ofrecemos al Señor. Realizamos la colecta a favor de toda la Iglesia. Oramos so-
bre las ofrendas.
PREFACIO. Es una oración de acción de gracias y alabanza a Dios, al tres ve-
ces santo. Damos gracias a Dios por todo, especialmente por haber enviado a su Hijo
al mundo para salvarnos.
PLEGARIA EUCARÍSTICA. Es la parte más importante de la celebración,
actualiza la muerte y resurrección de Jesús. Nos arrodillamos como signo de adora-
ción a Dios.
Consagración. El sacerdote extiende sus manos sobre el pan y el vino e invoca
el Espíritu Santo, para que por su acción los transforme en el Cuerpo y Sangre de
Jesús. Pronunciando las mismas palabras de Jesús, el sacerdote hace “memoria” de
la Última Cena, y por el milagro de la transubstanciación, el pan y el vino se con-
vierten en el Cuerpo y sangre de Cristo. Jesucristo está realmente presente sobre el
altar.
El sacerdote finaliza rezando por la unidad de la Iglesia, por los cristianos, por
la paz, por los difuntos,…. Nosotros nos unimos ala oración con el “Amén”.
COMUNIÓN. Con la oración del Padrenuestro y el rito de la paz, nos dispone-
mos para comulgar, para recibir al mismo Jesús. Es muy importante prepararnos
convenientemente para comulgar: sabiendo a quién vamos a recibir, estando en gra-
cia de Dios y guardando el ayuno.

BENDICIÓN. Dios nos bendice, nos da su


fuerza para poder hacer el bien.
DESPEDIDA Y ENVÍO. Alimentados con
el pan de la Palabra y de la Eucaristía, volve-
mos a nuestras actividades, a vivir lo que ce-
lebramos, llevando a Jesús en nuestros cora-
zones.
Podemos quedarnos unos minutos en la Igle-
RITOS FINALES sia para dar gracias a Dios, reconociendo y
Son los ritos que concluyen sintiendo su Vida dentro de nosotros.
la celebración.

Cuestiones para reflexionar:


∗ ¿Cuál crees que es el motivo por el que muchos bautizados no encuen-
tran sentido a la Misa? ¿Qué les falta?
∗ ¿Puede la Eucaristía cambiar la vida de las personas? ¿Cómo?
∗ ¿Se puede ser católico sin participar en la misa con la comunidad?
∗ ¿Tiene sentido decir “soy católico no practicante”? ¿Por qué?
∗ ¿Qué partes de la Misa te ayudan más y por qué?
∗ ¿Tiene sentido ir a Misa y luego no intentar vivir en la vida de cada día
lo que hemos escuchado en ella?
∗ ¿Estás contento de cómo se vive la Eucaristía en tu parroquia?
∗ ¿Qué tres frases o partes te gustan más de la Misa?
∗ Si tuvieras que explicar a un niño qué es la Misa ¿cómo lo harías?
V. LA GRAN FIESTA DE LOS CRISTIANOS
EL DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR
Papa Francisco. Catequesis sobre la Eucaristía. 13/12/2017

¿Por qué ir a misa el domingo?


La celebración dominical de la euca-
ristía está en el centro de la vida de la Igle-
sia (Catecismo de la Iglesia Católica,
n.2177). Los cristianos vamos a misa el do-
mingo para encontrar al Señor resucitado, o
mejor, para dejarnos encontrar por Él, escu-
char su palabra, alimentarnos en su mesa y
así convertirnos en Iglesia, es decir, en su
Cuerpo místico viviente en el mundo.
Lo entendieron, desde la primera hora, los discípulos de Jesús, los que celebra-
ron el encuentro eucarístico con el Señor en el día de la semana que los hebreos lla-
maban «el primero de la semana» y los romanos «día del sol» porque en ese día
Jesús había resucitado de entre los muertos y se había aparecido a los discípulos,
hablando con ellos, comiendo con ellos y dándoles el Espíritu Santo (cf. Mateo 28,
1; Marcos 16, 9-14; Lucas 24, 1-13; Juan 20, 1-19). También la gran efusión del
Espíritu Santo en Pentecostés sucede en domingo, el quincuagésimo día después de
la resurrección de Jesús. Por estas razones, el domingo es un día santo para nosotros,
santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor entre nosotros y
para nosotros. ¡Es la misa, por lo tanto, lo que hace el domingo cristiano! El domin-
go cristiano gira en torno a la misa. ¿Qué domingo es, para un cristiano, en el que
falta el encuentro con el Señor?
(……….) Algunas sociedades seculares han perdido el sentido cristiano del do-
mingo iluminado por la eucaristía. ¡Es una lástima esto! Es necesario reanimar esta
conciencia, para recuperar el significado de la fiesta, el significado de la alegría, de
la comunidad parroquial, de la solidaridad, del reposo que restaura el alma y el cuer-
po (CIC nn.2177-2188). De todos estos valores la eucaristía es maestra, domingo
tras domingo. El Concilio Vaticano II quiso reafirmar que «el domingo es el día de
fiesta primordial que debe ser propuesto e inculcado en la piedad de los fieles,
de modo que se convierta también en día de alegría y abstención del tra-
bajo» (Sacrosanctum Concilium, 106)
La abstención dominical del trabajo no existía en los primeros siglos: es una
aportación específica del cristianismo. (……..) Fue el sentido cristiano de vivir como
hijos y no como esclavos, animado por la eucaristía, el que hizo del domingo, casi uni-
versalmente, el día de reposo.
Sin Cristo estamos condenados a estar dominados por el cansancio de lo cotidia-
no, con sus preocupaciones y por el miedo al mañana. El encuentro dominical con el
Señor nos da la fuerza para vivir el hoy con confianza y coraje y para ir adelante con
esperanza. Por eso, nosotros cristianos vamos a encontrar al Señor el domingo en la
celebración eucarística.
La comunión eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo para siempre, anticipa el
domingo sin atardecer, cuando ya no haya fatiga ni dolor, ni luto, ni lágrimas sino solo
la alegría de vivir plenamente y para siempre con el Señor. También de este bendito
reposo nos habla la misa del domingo, enseñándonos, en el fluir de la semana, a con-
fiarnos a las manos del Padre que está en los cielos.
¿Qué podemos decir a quien dice que no hay que ir a misa, ni siquiera el domin-
go, porque lo importante es vivir bien y amar al prójimo? Es cierto que la calidad de la
vida cristiana se mide por la capacidad de amar, como dijo Jesús: «En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros» (Juan 13, 35). ¿Pero
cómo podemos practicar el Evangelio sin sacar la energía necesaria para hacerlo, un
domingo después de otro, en la fuente inagotable de la eucaristía? No vamos a misa
para dar algo a Dios, sino para recibir de Él aquello de lo que realmente tenemos nece-
sidad. Lo recuerda la oración de la Iglesia, que así se dirige a Dios: «Tú no tienes ne-
cesidad de nuestra alabanza, pero por un regalo de tu amor llámanos para darte las gra-
cias; nuestros himnos de bendición no aumentan tu grandeza, pero nos dan la gracia
que nos salva» (Misal Romano, Prefacio común IV).
En conclusión, ¿por qué ir a misa el domingo? No es suficiente responder que es
un precepto de la Iglesia; esto
ayuda a preservar su valor, pero
solo no es suficiente. Nosotros
cristianos tenemos necesidad
de participar en la misa do-
minical porque solo con la
gracia de Jesús, con su pre-
sencia viva en nosotros y en-
tre nosotros, podemos poner
en práctica su mandamiento
y así ser sus testigos creíbles.

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