Crítica de Libros La Biblia
Crítica de Libros La Biblia
Crítica de Libros La Biblia
BIBLIA
Con este nombre, que en griego significa «los libros», se designa la colección
de libros sagrados, inspirados por Dios, fundamento del Cristianismo. Términos
equivalentes son Sagradas Escrituras. Los autores humanos que la escribieron,
desde Moisés a San Juan Evangelista, el último escritor sacro inspirado, no
fueron sino instrumentos en manos de Dios. Contiene la mayor parte de la
revelación divina, o sea, de las verdades naturales y sobrenaturales que Dios
quiso dar a conocer al hombre. Los libros que componen la Biblia forman dos
grupos distintos llamados «Antiguo» y «Nuevo Testamento».
G. Boson
Libro único y divino cuyo lenguaje es, por decirlo así, un producto de la
Naturaleza, como un árbol, como una flor, como el mar, las estrellas y el
hombre mismo. Todo en él fluye, brilla, murmura, sonríe o truena. Es
verdaderamente la palabra de Dios. (Heine)
* La Héxapla o Séxtupla es la más célebre obra filológica del teólogo y filósofo
alejandrino Orígenes (185-254?). Consistía en una imponente perspectiva del
Antiguo Testamento en columnas paralelas (generalmente seis, de donde el
título de séxtuplo), según el texto hebreo – col. 1-, su transcripción en letras
griegas – col. 2 -, la versión griega de Aquila, cristiano vuelto al judaísmo – col. 3
de Símaco, un judaizante – col. 4 -, la versión llamada de los Setenta, oficial
para los judíos helenísticos y para los cristianos de lengua griega – col. 5 -, de
Teodoción – col. 6 -; cuando existían otras versiones, además de las recordadas
(como, por ejemplo, los Salmos), éstas eran añadidas en una séptima y octava
columna, así como, viceversa, a veces eran suprimidas las dos primeras
columnas, para dar una edición reducida a las cuatro columnas restantes
(«tetrapla»). El objeto de este trabajo, que había de ocupar cerca de 6.500
páginas, consistía en dar una edición crítica de la versión de los Setenta. Con
tal fin, Orígenes indicaba las «variantes» entre el texto de los Setenta y el
hebreo, señalando con obelos (_i_) los pasajes que faltaban en el texto hebreo
que se habían añadido al griego, y con asteriscos (*) los pasajes del texto
hebreo que no se hallaban en la versión griega. Con este método, se proponía
revisar la versión de los Setenta y restaurarla en su prístina pureza. Esta obra se
conservó en la biblioteca de Cesa- rea (Palestina), probablemente hasta el siglo
VII y fue consultada y apreciada por muchos doctos, entre ellos San Jerónimo,
autor de la revisión de la traducción latina que ha llegado a ser oficial en la
Iglesia católica. Su texto de los Setenta fue también reproducido por copistas,
dando lugar a la recensión que se llama precisamente «Hexaplar». Su
importancia en los estudios bíblicos de la antigüedad cristiana ha sido
fundamental: puesto que, no sólo atestigua la viva sensibilidad crítica de este
docto quien, sin embargo, se inclinaba a la interpretación alegórica — hasta el
punto de convertirse en maestro y jefe de escuela —, sino que también la
necesidad que tenía la Iglesia antigua de establecer un texto seguro de su libro
sagrado, amenazado por variantes tendenciosas e interpolaciones de las
numerosas sectas gnósticas. De la obra perdida han llegado hasta nosotros
fragmentos recogidos también recientemente en dos grandes volúmenes por
el teólogo inglés Frederick Field (Oxford, 1867-75); un fragmento héxaplar
completo figura en palimpsesto ambrosiano descubierto por Giovanni Mercati.
M. Bendiscioli
E. Alpino
Cuando volvió a Oriente, San Jerónimo tuvo conocimiento del texto bíblico
llamado Hexaplar, obra de Orígenes, quien en seis columnas (de ahí el nombre,
Héxapla), había dispuesto sinópticamente: el texto hebreo del Antiguo
Testamento en caracteres hebreos, el mismo transcrito en caracteres griegos,
la traducción griega del judío Aquilas, la traducción griega del judío Símaco
(contemporáneo de Septimio Severo), la traducción griega de los Setenta y, en
fin, la del judío Teodoción (180 d. de C.). A base de aquel texto, Jerónimo inició
una nueva revisión del Salterio que fue llamado Gálico (386) por haberse
difundido principalmente en la Galia, y que más tarde vino a ser el Salterio de
la Vulgata; sobre el texto Hexaplar de Orígenes revisó la antigua versión latina
del libro de Job, de los proverbios, del Eclesiastés, del Cantar de los
Cantares, de los Paralipómenos; pero esta revisión, salvo para el Salterio y el
libro de Job, no ha llegado hasta nosotros. Hacia 390, también en Palestina,
San Jerónimo concibió el arduo propósito de traducir todo el Antiguo
Testamento directamente de su original hebreo, abandonando todo
intermediario más o menos infiel, y llevó a cabo la empresa en unos catorce
años de duro trabajo. Comenzó por los libros de Samuel y de los Reyes (390-
391). Después tradujo los Salmos (pero esta traducción nunca consiguió
suplantar al Salterio Gálico), los Profetas, y Job (392-393); después Esdras y
las Crónicas (394-396). Por haber caído enfermo no reanudó su trabajo hasta
398 con los Proverbios, continuándolo con el Eclesiastés y el Cantar. La fecha
del Pentateuco es incierta (alrededor de 401); en 405 tradujo Josué, Jueces,
Rut, Ester y, del arameo, las ediciones deuterocanónicas de Daniel, los libros
de Tobías y de Judit. Dio de lado, porque los consideraba no canónicos o du-
dosos, la Sabiduría, el Eclesiástico, Baruc, con la epístola de Jeremías, los dos
libros de los Macabeos y el tercer y el cuarto libro de Esdras. Todos estos libros
entraron en la Vulgata en la traducción Vetus latina. En cuanto a las adiciones
deuterocanónicas al libro de Ester hay alguna incertidumbre; la que poseemos
en la Vulgata es quizá la revisión que hizo San Jerónimo sobre el texto griego
Hexaplar de Orígenes.
La revisión fue iniciada por Paulo III (1548). Sixto V (1585-1590) mandó preparar
y publicar (1590) un texto (la llamada Vulgata Sixtina) de la Vulgata; que tanto
en el uso público como en el privado debiera ser considerado como el iónico
auténtico. Clemente VIII reanudó el trabajo de su predecesor y publicó (1592)
un nuevo texto oficial (la llamada Biblia Clementina). Dos barnabitos italianos
del siglo pasado, Luigi Ungarelli y Cario Vercellone, se dedicaron a recoger los
materiales para una nueva corrección. Su trabajo (Varié lectiones Vulgatae
Bibliorum editionis, 2 vols. Roma, 1860-64) quedó interrumpido en el libro de
los Reyes por la muerte (1896) de Vercellone, y fue reanudado por la Santa
Sede que encargó de ello a la Orden Benedictina. Han sido ya publicados por
obra de Dom Henri Quentin los primeros volúmenes (Génesis, Éxodo,
Levítico) del nuevo texto.
M. Niccoli
* La Biblia de Ulfila es la traducción hecha a la lengua gótica por Ulfila (forma
helenizada del nombre gótico Wulfila), obispo arriano de los godos del bajo
Danubio (alrededor de 311-383), de la cual poseemos diversos manuscritos,
todos procedentes de Italia, donde probablemente fueron redactados durante
la dominación ostrogoda (489- 555). El más importante de ellos —187 folios —
es el llamado «Codex argenteus» de Upsala, que fue descubierto en Werden
cerca de Colonia; y después depositado en Praga, de donde se lo llevaron los
suecos en 1648 y lo regalaron a la reina Cristina de Suecia; está escrito en
pergamino colorado con púrpura y letras de plata, con iniciales de oro; otros
manuscritos descubiertos en un palimpsesto de Wolfenbüttel — el llamado
«Codex Carolinus» —, en la Universitaria de Riesen, en la Ambrosiana de Milán
y en Turín son de menor importancia. Todo lo que nos queda de la traducción
de Ulfila está constituido por extensos e importantes fragmentos del «Nuevo
Testamento», la segunda Epístolas a los Corintios (v.), párrafos de la Epístola a
los Romanos (v.), las epístolas paulinas, un comentario al Evangelio de San
Mateo (v.) y un fragmento de calendario, además de tres breves fragmentos del
«Antiguo Testamento». Ulfila tradujo directamente del texto griego, muy
posiblemente del texto que entonces estaba en uso en Constantinopla donde
recibió antes su formación religiosa y más tarde su consagración de obispo. El
texto estaba quizás también intercalado de dicciones latinas, y Ulfila lo siguió
por lo general servilmente en una prosa gótica mezclada con muchos
helenismos y con algún latinismo. Con todo, el problema del texto, en el estado
actual de estos estudios, debe considerarse que dista mucho de estar resuelto,
también en relación con la complejidad de la empresa a que se dedicó Ulfila.
En efecto, toda una materia ética y religiosa debió hallar expresión en una len-
gua a la cual eran extraños los caracteres de su abecedario; y él los inventó, y
los fijó basándose principalmente en el alfabeto griego y sirviéndose también
de signos rúnicos y latinos. La lengua usada por él, el gótico, es la más antigua
de las lenguas germánicas que conocemos, de la cual nos han llegado
documentos escritos, y conserva todavía las sílabas finales átonas, las formas
del dual y de la voz media pasiva. No representa la lengua común hablada por
todos los Teutones en el siglo VI, puesto que ofrece substanciales diferencias
respecto a los idiomas del norte y del oeste. Según el testimonio de Procopio,
era la lengua hablada por los ostrogodos, visigodos, vándalos y gépidos. La
importancia de la Biblia de Ulfila para los estudios de historia de las lenguas
germánicas es realmente incalculable. Es en efecto, casi increíble cómo el
obispo consigue a menudo expresar con exactitud, con perfecta adaptación, en
su lengua tosca, el pensamiento —no siempre fácil — del- texto. La Biblia ha
sido ciertamente el gran instrumento para la conversión de aquellas gentes al
cristianismo. Y, a este respecto, constituye también un documento esencial
para conocer las condiciones de cultura de ese mundo rápidamente
desaparecido.
M. Pensa
M. Pensa
* La primera versión inglesa de la Biblia es la de John Wyclef (m. 1384), hecha
en colaboración con Nicolás de Hereford y otros discípulos, que nos ha llegado
en unos 150 manuscritos. Conocidísimo es también la Gran Biblia (Great
Biblie) llamada también Cranmers Bible, del nombre de Tomás Cranmer (1489-
1556) arzobispo de Canterbury, publicada en 1579 por orden de Enrique VIII.
Cronwell encargó a Coverdale que preparase su edición. La impresión co-
menzó en París y terminó en Londres.
A. Camerino
A. Camerino