Crítica de Libros La Biblia

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CRÍTICA DE LIBROS

BIBLIA

Con este nombre, que en griego significa «los libros», se designa la colección
de libros sagrados, inspirados por Dios, fundamento del Cristianismo. Términos
equivalentes son Sagradas Escrituras. Los autores humanos que la escribieron,
desde Moisés a San Juan Evangelista, el último escritor sacro inspirado, no
fueron sino instrumentos en manos de Dios. Contiene la mayor parte de la
revelación divina, o sea, de las verdades naturales y sobrenaturales que Dios
quiso dar a conocer al hombre. Los libros que componen la Biblia  forman dos
grupos distintos llamados «Antiguo» y «Nuevo Testamento».

El «Antiguo Testamento» comprende los libros anteriores a la venida de Jesús:


se pueden subdividir en libros históricos, los cinco primeros de los cuales
forman el Pentateuco (v.): Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio,
Josué, Jueces, Rut, Reyes, Paralipómenos, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit,
Ester, Macabeos; libros didácticos: Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los
Cantares, Eclesiastés, Sabiduría, Eclesiásticos;  y libros proféticos: Isaías,
Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amos, Abdías, Jonás, Miqueas,
Nahum, Habacuc, Sofonias, Ageo, Zacarías, Malaquias  (v. estos títulos).
Las Biblias católicas los contienen todos. Los que faltan en las Biblias hebraicas
son llamados deuterocanónicos, es decir, incluidos en una segunda etapa en el
canon: Baruc, Tobías, Judit, Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico,  fragmentos de
los libros de Ester y de Daniel. Estos libros no son aceptados por los
protestantes, y por esto los denominal apócrifos. La lengua original de los libros
del “Antiguo Testamento” es, en su casi totalidad, la hebrea. Sólo algunas
partes fueron escritas, y así nos ha llegado, en lengua aramea. Los siete libros
deutorocanónicos de Daniel y Ester nos son conocidos en lengua griega; pero
exceptuando el segundo libro de los Macabeos y el libro de la Sabiduría, el
original debía ser hebreo. La versión griega del “Antiguo Testamento” que se
encomienda por su antigüedad y su autoridad, es la llamada Alejandrina, por
haber sido hecha en Alejandría de Egipto, o de los Setenta, porque la tradición
quiere que el número de traductores fue setenta o, con mayor exactitud,
setenta y dos. Fue escrita entre 301 y el 150 a. de C.

La edición “hexaplaris” o “Héxapla” (v. más abajo) es el trabajo  monumental


debido a Orígenes que consagró a ella más de doce años, de 228 a 240 d. de C.
El gran escritor dispuso todo el “Antiguo Testamento” en seis columnas; la
primera contenía el texto hebreo en caracteres hebraicos, la segunda el texto
hebraico transcrito en caracteres griegos, la tercera y siguientes, por este
orden, las versiones de Aquilas, de Simaco, de los Setenta, de Teodoción. El
precioso manuscrito se conservaba en la biblioteca de Cesarea, donde lo
consultaron entre otros, Eusebio y San Jerónimo. La desaparición parece
remontar a la invasión árabe, en el siglo VII. Entre las versiones hay una de la
cual se insiste en que fue llamada por San Agustín “la versión Itala”, y que él
parece recomendar de modo especial. En 383 San Jerónimo da una primera
traducción latina de los Salmos, corrigiendo la “Antigua latina”, o sea Itala (v.
más abajo), con uno de los buenos textos que él había conocido de la versión
alejandrina. Esta primera versión de los Salmos fue adoptada enseguida por la
Iglesia de Roma. Por esto recibió el nombre de Salterio Romano. Hoy, en San
Pedro de Roma, en la Iglesia Ambrosiana y en partes litúrgicas del Misal
Romano, se usa todavía la primera versión de San Jerónimo. En 392, San Jeró-
nimo hizo una segunda versión que hoy se conoce con el nombre de Salterio
Galicano.  En el siglo XVI este Salterio fue acogido por toda la Iglesia latina. A los
treinta años, San Jerónimo se aplica al estudio del hebreo y puede atreverse a
traducir los libros sagrados directamente de sus originales. La traducción de la
Biblia al latín realizada por San Jerónimo, tomó el nombre de Vulgata (v. más
abajo). En el concilio de Trento (1546) la Iglesia por expreso decreto, declaró
la Vulgata «auténtica», verdadera expresión de la revelación.

El «Nuevo Testamento» comprende los libros que fueron escritos después de


la venida de Jesús, desde el año 45 al 100, todos en lengua griega, a excepción
del Evangelio de San Mateo (v.), que un testimonio patrístico dice que
originariamente fue escrito en arameo. De estos escritos resulta la Nueva
Alianza que Dios Padre, por medio de su Divino Hijo, concede a la humanidad
entera que creerá en Él. El número de los libros del «Nuevo Testamento»
asciende a veintisiete: Evangelios de San Mateo, de San Marcos, de San Lucas
y de San Juan; Hechos de los Apóstoles (v.); 14 Epístolas (v.) de San Pablo (a
los Romanos, I a los Corintios, II a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los
Filipenses, a los Colosenses, I a los Tesalonicenses, II a los Tesalonicenses, I a
Timoteo, II a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos), 7 Epístolas llamadas
católicas (de Santiago, I de San Pedro, II     de San Pedro, I de San Juan, II de
San Juan, III de San Juan, de San Judas); y, en último lugar, el Apocalipsis de
San Juan (v. estas voces). Si tenemos en consideración la naturaleza de los
escritos neotestamentarios, hallaremos la misma división ya señalada para los
libros del Antiguo Testamento; libros históricos; Evangelios, y Hechos; libros
didácticos; Epístolas paulinas y católicas; libro profético; Apocalipsis.  Todos
estos libros la Iglesia Católica los considera sagrados y este número de 27 es-
taba fijado desde 393 d. de C. en el Concilio de Hipona. Los concilios siguientes
(citemos únicamente el Tridentino y el Vaticano), se pronunciaron a favor de su
canonicidad e inspiración. Pero, en los primeros siglos de la era cristiana,
algunos libros no eran considerados auténticos y eran llamados
deuterocanónicos: Epístola a los hebreos, II y III de San Juan, la de Judas y
el Apocalipsis de San Juan. De éstos la mayor parte era aceptada por los
Padres Apostólicos, y en la primera mitad del siglo II, y sólo se tenía alguna
duda acerca de la II de Pedro.

Todos los hagiógrafos neotestamentarios, con excepción de San Lucas, eran


judíos y escribieron los libros sagrados en una lengua que no era la propia. Este
hecho se explica por el propósito de los escritores sagrados de penetrar en el
mundo pagano helenista invitado a formar parte del nuevo reino mesiánico. La
lengua neotestamentaria es la lengua vulgar, de la que conservamos tantas
inscripciones profanas. Los mejores y más antiguos manuscritos que contienen
parte del «Antiguo» y todo el «Nuevo Testamento» son: el Códice Sinaítico del
siglo IV; el códice Alejandrino del siglo V; el Códice Vaticano del siglo IV; el
códice de Efrén, escrito (palimsesto) en el siglo V. Descubrimientos
recientísimos nos dan, con todo, la certidumbre de que los cuatro
primeros Evangelios estaban ya escritos y eran conocidos en Egipto en la
primera mitad del siglo II. Una distinción muy importante de los sentidos
escriturísticos es la que existe entre el sentido «literal» según el vocablo, y
«real» según la cosa, el individuo, el acontecimiento. El sentido real, llamado
también «típico» o «místico», se halla en los pasajes en que por medio de
individuos, de cosas, de acontecimientos históricos, llamados típicos, se alude
a otros individuos, otras cosas, otros acontecimientos históricos llamados
antetípicos. Así, el Cantar de los Cantares (v.) sólo tiene un sentido típico; en el
«Nuevo Testamento», Adán es el tipo de Jesús (cfr. Rom. 5, 14); el cordero pas -
cual es el tipo de Jesucristo clavado en la Cruz (cfr. Juan. 19, 36); el maná es el
tipo de la Eucaristía (Juan, VI, 30 y siguientes); la liberación del pueblo hebreo
de la servidumbre de Babilonia es el tipo de la liberación espiritual operada por
Cristo (Is. XLV). El sentido literal es el expresado directamente por medio de la
palabra misma y se divide en sentido propio y metafórico, al igual que en los
autores profanos. En cuanto a la materia, ambos sentidos pueden ser: histórico,
profético, alegórico o dogmático, tropológlco o moral y anagógico según
anuncien hechos o profecías, verdades que hay que creer, practicar o los bie-
nes futuros que hay que esperar.

G. Boson

Libro único y divino cuyo lenguaje es, por decirlo así, un producto de la
Naturaleza, como un árbol, como una flor, como el mar, las estrellas y el
hombre mismo. Todo en él fluye, brilla, murmura, sonríe o truena. Es
verdaderamente la palabra de Dios.  (Heine)

*   La Héxapla o Séxtupla  es la más célebre obra filológica del teólogo y filósofo
alejandrino Orígenes (185-254?). Consistía en una imponente perspectiva del
Antiguo Testamento en columnas paralelas (generalmente seis, de donde el
título de séxtuplo), según el texto hebreo – col. 1-, su transcripción en letras
griegas – col. 2 -, la versión griega de Aquila, cristiano vuelto al judaísmo – col. 3
de Símaco, un judaizante – col. 4 -, la versión llamada de los Setenta, oficial
para los judíos helenísticos y para los cristianos de lengua griega – col. 5 -, de
Teodoción – col. 6 -; cuando existían otras versiones, además de las recordadas
(como, por ejemplo, los Salmos), éstas eran añadidas en una séptima y octava
columna, así como, viceversa, a veces eran suprimidas las dos primeras
columnas, para dar una edición reducida a las cuatro columnas restantes
(«tetrapla»). El objeto de este trabajo, que había de ocupar cerca de 6.500
páginas, consistía en dar una edición crítica de la versión de los Setenta. Con
tal fin, Orígenes indicaba las «variantes» entre el texto de los Setenta y el
hebreo, señalando con obelos (_i_) los pasajes que faltaban en el texto hebreo
que se habían añadido al griego, y con asteriscos (*) los pasajes del texto
hebreo que no se hallaban en la versión griega. Con este método, se proponía
revisar la versión de los Setenta y restaurarla en su prístina pureza. Esta obra se
conservó en la biblioteca de Cesa- rea (Palestina), probablemente hasta el siglo
VII y fue consultada y apreciada por muchos doctos, entre ellos San Jerónimo,
autor de la revisión de la traducción latina que ha llegado a ser oficial en la
Iglesia católica. Su texto de los Setenta fue también reproducido por copistas,
dando lugar a la recensión que se llama precisamente «Hexaplar». Su
importancia en los estudios bíblicos de la antigüedad cristiana ha sido
fundamental: puesto que, no sólo atestigua la viva sensibilidad crítica de este
docto quien, sin embargo, se inclinaba a la interpretación alegórica — hasta el
punto de convertirse en maestro y jefe de escuela —, sino que también la
necesidad que tenía la Iglesia antigua de establecer un texto seguro de su libro
sagrado, amenazado por variantes tendenciosas e interpolaciones de las
numerosas sectas gnósticas. De la obra perdida han llegado hasta nosotros
fragmentos recogidos también recientemente en dos grandes volúmenes por
el teólogo inglés Frederick Field (Oxford, 1867-75); un fragmento héxaplar
completo figura en palimpsesto ambrosiano descubierto por Giovanni Mercati.

M. Bendiscioli

* Con el nombre de Itala se designa una de las primeras versiones sistemáticas


de la Biblia del texto griego al latín, realizado en la Europa Occidental por
diversos autores, todos anónimos, entre los siglos II y III y que llegó a ser de uso
común en Italia. Mediante el nombre de Itala se distingue de la Afra, la versión
de la Biblia que circulaba en el África cristiana, y que diverge de la Itala de
modo especial en la traducción de los vocablos griegos, que en la Itala  es más
conforme a la índole de la lengua latina. El nombre de Itala remonta a San
Agustín que declaró que esta versión era preferible a las demás por su
exactitud.

*       Tanto la Itala como la Afra, forman parte de la serie de versiones latinas de


la Biblia  realizadas antes de la versión de San Jerónimo que se acostumbraba
designar con el título general de Vetus Latina. De ésta y probablemente
también de la Itala se valió San Jerónimo para su célebre Vulgata  adoptándola
en parte íntegramente, y en parte para los libros del «Nuevo Testamento»
limitándose a corregirla sobre el texto griego.

E. Alpino

*   La Vulgata (Editio Vulgata) es la versión latina de la Biblia usada en la Iglesia


Católica; obra en su mayor parte, de San Jerónimo (347-420 aprox.). La
expresión «vulgata» era atribuida, también por San Jerónimo a la traducción
griega de la Biblia  llamada de los «Setenta», y es traducción del griego xoiv7j .
Este uso se mantiene aún en la Edad Media. Roger Bacón (1214-1294) atribuyó
el nombre por primera vez a la versión de San Jerónimo, y ese uso adoptado
por Erasmo de Rotterdam, en la época de la Reforma, fue definitivamente
consagrado por el Concilio de Trento en el decreto de 18 de abril de 1546 que
declaró «auténtica» la versión de San Jerónimo. Hacia el final del siglo IV se
manifestó la necesidad de una revisión de la antigua traducción latina de la
Biblia (versión conocida con el nombre de Antigua latina [Vetus latina]) que, por
el estado de los códices, por los numerosos errores de los copistas, por la
confusión ocasionada por gran número de versiones independientes estaba en
condiciones deplorables. El papa San Dámaso encargó a San Jerónimo, a la
sazón en Roma, que revisara la Vetus latina. El primer trabajo de revisión de los
cuatro evangelios se publicó en 383; inexorable en todo cuanto se refería al
sentido, San Jerónimo, en esta primera revisión sólo hizo unos pocos retoques
formales. No es seguro, pero casi todos están de acuerdo en admitirlo que, en
el mismo año o poco después, revisó de manera ciertamente más apresurada,
también el resto del Nuevo Testamento (esto es, los Hechos de los Apóstoles,
Las Epístolas, El Apocalipsis). Ciertamente llevó a cabo la revisión del libro de
los Salmos, de la cual procede el Salterio llamado Romano, porque fue
introducido por San Dámaso en la liturgia romana.

Cuando volvió a Oriente, San Jerónimo tuvo conocimiento del texto bíblico
llamado Hexaplar, obra de Orígenes, quien en seis columnas (de ahí el nombre,
Héxapla), había dispuesto sinópticamente: el texto hebreo del Antiguo
Testamento en caracteres hebreos, el mismo transcrito en caracteres griegos,
la traducción griega del judío Aquilas, la traducción griega del judío Símaco
(contemporáneo de Septimio Severo), la traducción griega de los Setenta y, en
fin, la del judío Teodoción (180 d. de C.). A base de aquel texto, Jerónimo inició
una nueva revisión del Salterio que fue llamado Gálico (386) por haberse
difundido principalmente en la Galia, y que más tarde vino a ser el Salterio de
la Vulgata; sobre el texto Hexaplar de Orígenes revisó la antigua versión latina
del libro de Job, de los proverbios, del Eclesiastés, del Cantar de los
Cantares, de los Paralipómenos; pero esta revisión, salvo para el Salterio y el
libro de Job, no ha llegado hasta nosotros. Hacia 390, también en Palestina,
San Jerónimo concibió el arduo propósito de traducir todo el Antiguo
Testamento directamente de su original hebreo, abandonando todo
intermediario más o menos infiel, y llevó a cabo la empresa en unos catorce
años de duro trabajo. Comenzó por los libros de Samuel y de los Reyes (390-
391). Después tradujo los Salmos (pero esta traducción nunca consiguió
suplantar al Salterio Gálico), los Profetas,  y Job (392-393); después Esdras y
las Crónicas (394-396). Por haber caído enfermo no reanudó su trabajo hasta
398 con los Proverbios, continuándolo con el Eclesiastés y el Cantar. La fecha
del Pentateuco es incierta (alrededor de 401); en 405 tradujo Josué, Jueces,
Rut, Ester y, del arameo, las ediciones deuterocanónicas de Daniel, los libros
de Tobías y de Judit. Dio de lado, porque los consideraba no canónicos o du-
dosos, la Sabiduría, el Eclesiástico, Baruc,  con la epístola de Jeremías, los dos
libros de los Macabeos y el tercer y el cuarto libro de Esdras. Todos estos libros
entraron en la Vulgata en la traducción Vetus latina. En cuanto a las adiciones
deuterocanónicas al libro de Ester hay alguna incertidumbre; la que poseemos
en la Vulgata es quizá la revisión que hizo San Jerónimo sobre el texto griego
Hexaplar de Orígenes.

En conclusión, la Vulgata tal como hoy la poseemos; se compone de cuatro


partes: libros en los cuales San Jerónimo no puso en absoluto las manos y que
están representados por la versión Vetus latina (los deuterocanónicos ya
indicados); libros que San Jerónimo revisó sobre la versión Vetus latina (el Nue-
vo Testamento); libros revisados por San Jerónimo, sobre el texto hexaplar de
Orígenes (los salmos y tal vez las adiciones de Ester), libros que tradujo
directamente del original hebreo (el resto). Esta última parte representa casi las
tres cuartas partes del total. La versión no tiene toda ella igual valor ni
homogeneidad; el mismo San Jerónimo nos dice que quiso traducir el original
con fidelidad pero no servilmente, más atento al sentido de las palabras
originales que a su significado literal; «non verbum de verbo, sed sensum
exprimere de sensu». Su latín es claro y correcto, ya que se conservan los
términos consagrados por el uso; para este fin San Jerónimo hizo uso de he-
braísmos, helenismos o de expresiones sacadas del latín vulgar. De todos
modos la versión supera con mucho a todas las precedentes y ha tenido
excepcional importancia en la historia de la difusión de la Biblia; las antiguas
versiones bíblicas en lenguas vulgares (baste citar la inglesa de Wycliffe) están
todas hechas sobre la Vulgata que es todavía el texto oficial de la Iglesia Católi-
ca. Esto no quiere decir que la versión fuese acogida en seguida con favor; no
le fueron escatimadas críticas (incluso por parte del mismo San Agustín, por lo
que se refería a la traducción directa del hebreo del Antiguo Testamento), y
durante tres siglos hubo de disputar el terreno a la Vetus latina. Con la Reforma
y al consolidarse los estudios filológicos, la polémica y las críticas se hicieron
más ásperas. El ya citado decreto del Concilio de Trento — que por otra parte,
tiene valor disciplinario pero no dogmático, y por lo tanto, es revocable —
estableció textualmente «esta antigua y divulgada edición, aprobada en la
misma Iglesia por larga costumbre secular, en las lecciones, disputas y
predicaciones públicas, debe considerarse auténtica» en el sentido de «oficial»
e inmune de errores tocantes a la fe y a la moral: «nadie que se atreva ni intente
con pretexto alguno rechazarla». Además, el 30 de abril de 1934, la Comisión
Bíblica estableció que las traducciones en lengua moderna de las Epístolas y
de los Evangelios que se leen o se dan a leer en la Iglesia deben ser hechas no
sobre los textos originales, sino sobre la Vulgata. La Iglesia Católica, por otra
parte, ha sentido la necesidad de dar de la Vulgata  un texto seguro, fiel y oficial;
y esto a consecuencia de las erratas que se han introducido en el texto a través
de la sucesión de las copias manuscritas y después de las impresas.

La revisión fue iniciada por Paulo III (1548). Sixto V (1585-1590) mandó preparar
y publicar (1590) un texto (la llamada Vulgata Sixtina) de la Vulgata;  que tanto
en el uso público como en el privado debiera ser considerado como el iónico
auténtico. Clemente VIII reanudó el trabajo de su predecesor y publicó (1592)
un nuevo texto oficial (la llamada Biblia Clementina). Dos barnabitos italianos
del siglo pasado, Luigi Ungarelli y Cario Vercellone, se dedicaron a recoger los
materiales para una nueva corrección. Su trabajo (Varié lectiones Vulgatae
Bibliorum editionis,  2 vols. Roma, 1860-64) quedó interrumpido en el libro de
los Reyes por la muerte (1896) de Vercellone, y fue reanudado por la Santa
Sede que encargó de ello a la Orden Benedictina. Han sido ya publicados por
obra de Dom Henri Quentin los primeros volúmenes (Génesis, Éxodo,
Levítico) del nuevo texto.

M. Niccoli

*   La Políglota Complutense o Biblia Políglota de Alcalá es la primera edición


políglota de la Biblia impresa en el mundo y uno de los monumentos más
egregios de la erudición española del Renacimiento. Fruto de la labor conjunta
de un grupo de humanistas y eruditos de la universidad de Alcalá, fue
concebida por la voluntad tenaz de su fundador el Cardenal Ximénez de
Cisneros, que costeó su publicación y eligió hábilmente a sus colaboradores.
La Políglota consta de seis gruesos volúmenes en folio y en ella se incluyó
además del texto hebreo, el griego de los Setenta, el Targum  arameo de
Oukelos, uno y otro con traducciones latinas interlineales, y la Vulgata.  Los
trabajos preparatorios duraron diez años. La parte hebrea y aramea corrió a
cargo de los judíos conversos Alfonso de Zamora, Pablo Coronel y Alfonso de
Alcalá. El texto griego fue establecido por el cretense Demetrio Ducas, Hernán
Núñez, el Pinciano y Antonio de Nebrija que intervino especialmente en la
corrección de la Vulgata. Códices hebreos había en abundancia en España,
antiguos, y de gran autoridad, procedentes de las sinagogas, donde se había
conservado floreciente la tradición rabínica. Tampoco faltaban buenos códices
latinos, pero no los había griegos y fue preciso pedirlos al papa León X, que fa-
cilitó liberalmente los códices de la Biblioteca Vaticana, enviándolos en
préstamo a Alcalá donde fueron cuidadosamente transcritos. Para fundir los
caracteres griegos, hebreos y arameos por primera vez en España, vino el
famoso impresor Arnao Guillén de Brocar, quien en menos de cinco años
imprimió los seis tomos en folio de que consta la obra. Llena los cuatro prime-
ros el Antiguo Testamento, el quinto el Nuevo Testamento con texto griego y el
latino de la Vulgata, y el sexto es de gramáticas y vocabularios, hebraico,
arameo y griego.

La impresión estaba acabada en 1517, pocos meses antes de la muerte de


Cisneros, pero no entró en circulación hasta 1520, de cuya fecha es el breve de
León X autorizando su divulgación. Aun cuando la Políglota Complutense es un
verdadero monumento de la erudición bíblica del Renacimiento y uno de los
más brillantes frutos de la ciencia española, no era ni podía ser definitiva. Los
helenistas censuraron el texto griego del Nuevo Testamento, que siendo el
primero impreso en el mundo (1514) se conoció posteriormente a la edición
preparada por Erasmo, impresa en 1516, y desde aquel momento se dividieron
los pareceres de los doctos; unos a favor del texto griego de la Políglota, otros
por el texto de Erasmo. En realidad, como señaló certeramente Menéndez
Pelayo, ambos adolecían de no leves defectos, como fundados en códices
relativamente modernos y todos de la familia bizantina. Es preciso tener en
cuenta, sin embargo, que Erasmo, en la quinta y sexta edición de su Nuevo
Testamento introdujo algunas correcciones tomadas de
la Complutense reconociendo implícitamente la mayor autoridad de aquel
texto. Así y todo, a la luz de la perspectiva histórica, de la distancia de más de
cuatro siglos, la Políglota Complutense se yergue como un monumento
gigantesco de la erudición bíblica, y como el primer esfuerzo consciente de
la crítica aplicada a los textos sagrados en la Europa del Renacimiento. La
circunstancia de ser la primera Biblia políglota impresa en el mundo, y el
esfuerzo titánico que representa tal empresa, justifican el dictado de «milagro
del mundo» con que fue celebrada por todos sus contemporáneos.
* La Biblia Políglota o Biblia Regia de Amberes es obra de la portentosa
erudición del gran humanista y hebraísta Benito Arias Montano (1527-1598)
quien dirigió su edición por encargo de Felipe II. Basándose en la Políglota
Complutense, el autor introdujo numerosas correcciones en la versión y en el
texto, la adicionó con nuevos códices y con una serie de importantísimos
estudios de arqueología bíblica. Aprobada favorablemente por el P. Juan de
Mariana, la Biblia Poliglota de Amberes apareció en ocho volúmenes desde
1560 a 1573 influyendo decisivamente en las políglotas posteriores.

*   Las versiones más importantes de la Biblia en lengua castellana son:


la Biblia de los judíos o Biblia de Ferrara (Ferrara, 1553), primera versión
completa impresa en castellano, excesivamente literal de estilo arcaico e
intolerables hebraísmos que afean el lenguaje. Mucho más importante es la del
morisco granadino de tendencias heterodoxas Casiodoro de Reina (Basilea,
1569) que invirtió doce años en su empresa. La más conocida de las versiones
heterodoxas de la Biblia es la de Cipriano de Valera (Amsterdam, 1602), que es
una reproducción con escasas variantes de la traducción de Casiodoro de
Reina, con enmiendas y notas propias. En general C. de Valera mejoró el
trabajo de su predecesor y su Biblia,  como texto lingüístico, tiene el carácter de
autoridad clásica. Modernamente ha sido reimpresa infinidad de veces por las
Sociedades Bíblicas, pero alterada y modernizada en el lenguaje. La primera
traducción castellana ortodoxa de la Biblia católica es la muy mediocre del P.
Felipe Scio de San Miguel (Valencia, 1791-1793). Posteriormente aparece la de
Félix Torres Amat (Madrid, 1823-25).

*   La Biblia de Ulfila es la traducción hecha a la lengua gótica por Ulfila (forma
helenizada del nombre gótico Wulfila), obispo arriano de los godos del bajo
Danubio (alrededor de 311-383), de la cual poseemos diversos manuscritos,
todos procedentes de Italia, donde probablemente fueron redactados durante
la dominación ostrogoda (489- 555). El más importante de ellos —187 folios —
es el llamado «Codex argenteus» de Upsala, que fue descubierto en Werden
cerca de Colonia; y después depositado en Praga, de donde se lo llevaron los
suecos en 1648 y lo regalaron a la reina Cristina de Suecia; está escrito en
pergamino colorado con púrpura y letras de plata, con iniciales de oro; otros
manuscritos descubiertos en un palimpsesto de Wolfenbüttel — el llamado
«Codex Carolinus» —, en la Universitaria de Riesen, en la Ambrosiana de Milán
y en Turín son de menor importancia. Todo lo que nos queda de la traducción
de Ulfila está constituido por extensos e importantes fragmentos del «Nuevo
Testamento», la segunda Epístolas a los Corintios (v.), párrafos de la Epístola a
los Romanos (v.), las epístolas paulinas, un comentario al Evangelio de San
Mateo (v.) y un fragmento de calendario, además de tres breves fragmentos del
«Antiguo Testamento». Ulfila tradujo directamente del texto griego, muy
posiblemente del texto que entonces estaba en uso en Constantinopla donde
recibió antes su formación religiosa y más tarde su consagración de obispo. El
texto estaba quizás también intercalado de dicciones latinas, y Ulfila lo siguió
por lo general servilmente en una prosa gótica mezclada con muchos
helenismos y con algún latinismo. Con todo, el problema del texto, en el estado
actual de estos estudios, debe considerarse que dista mucho de estar resuelto,
también en relación con la complejidad de la empresa a que se dedicó Ulfila.

En efecto, toda una materia ética y religiosa debió hallar expresión en una len-
gua a la cual eran extraños los caracteres de su abecedario; y él los inventó, y
los fijó basándose principalmente en el alfabeto griego y sirviéndose también
de signos rúnicos y latinos. La lengua usada por él, el gótico, es la más antigua
de las lenguas germánicas que conocemos, de la cual nos han llegado
documentos escritos, y conserva todavía las sílabas finales átonas, las formas
del dual y de la voz media pasiva. No representa la lengua común hablada por
todos los Teutones en el siglo VI, puesto que ofrece substanciales diferencias
respecto a los idiomas del norte y del oeste. Según el testimonio de Procopio,
era la lengua hablada por los ostrogodos, visigodos, vándalos y gépidos. La
importancia de la Biblia de Ulfila para los estudios de historia de las lenguas
germánicas es realmente incalculable. Es en efecto, casi increíble cómo el
obispo consigue a menudo expresar con exactitud, con perfecta adaptación, en
su lengua tosca, el pensamiento —no siempre fácil — del- texto. La Biblia ha
sido ciertamente el gran instrumento para la conversión de aquellas gentes al
cristianismo. Y, a este respecto, constituye también un documento esencial
para conocer las condiciones de cultura de ese mundo rápidamente
desaparecido.

M. Pensa

*   La más célebre de las versiones modernas es la Biblia de Lutero. El


reformador alemán Martín Lutero (1487-1546) quiso dar a su pueblo con esta
traducción, el libro fundamental del cristianismo, escrito en su propia lengua, de
conformidad con su propio modo de sentir. Antes de la versión de Lutero
existían en alemania 14 versiones en alto alemán y en bajo alemán, la más
antigua de las cuales era la de Mentel, publicada en 1522 en Halberstadt. La
traducción de Lutero tiene sobre todas estas la ventaja de partir de dos nuevos
principios sugeridos por el Humanismo, es decir: que en la Biblia se refleja el
alma del pueblo a quien sirve, y que su texto ha de ser tomado de sus fuentes
más genuinas. Fe nacional y retorno a las fuentes son, pues, los factores de la
originalidad de la Biblia luterana. Lutero no tradujo de la Vulgata,  sino que
remontó al texto hebreo y griego revisado por Erasmo en 1516. La lengua que
utilizó es una feliz combinación de todos los elementos que constituían en su
tiempo, la lengua hablada por el pueblo alemán. Partió de la cancelaría lengua
sajona que él consideraba su lengua materna, pero la temperó con la de la
cancelaría bohemio- luxemburguesa enriqueciéndola con la viva y hablada por
el pueblo del sur y del norte de alemania, habla que él recogió de los labios de
los campesinos, de las mujeres en el mercado, de los niños que charlaban con
su madre. En efecto, en su Mensaje sobre el traducir [Sendbrief vom
Dolmetschen,  1530] dice: «…no debemos preguntarnos cómo la letra latina
deba ser expresada en alemán… sino que debemos interrogar a la madre en
casa, a los niños por la calle, al hombre del pueblo en el mercado, y debemos
mirarles la boca para ver cómo hablan». Lutero quería hablar al pueblo con la
lengua del pueblo, porque su primera necesidad consistía en hacerse
comprender por todos. En efecto, la palabra de Dios, que va dirigida a todos,
debe poder ser comprendida por todos. En ello reside la fuerza de su Biblia y
una de las causas de la victoria del protestantismo en vastas zonas
de alemania, añadida naturalmente a la invención de la imprenta. La tenacidad
con que Lutero atendió durante más de doce años a su gigantesca obra,
utilizando sabiamente la excelencia filológica de sus amigos más queridos y
desplegando todos los infinitos recursos de su gusto literario, nos muestra a
qué vasto y alto vuelo sabía elevarse su espíritu inquieto y atormentado.

Encerrado en la «wartburg» se había dedicado a una versión alemana del


«Nuevo Testamento» que vio la luz en 1522. En los años sucesivos se dedicó a
la versión del «Antiguo». Y de año en año había logrado ir publicando sueltos
los libros del canon bíblico: el Pentateuco, en 1523; Josué,
Job,  los Salmos y Salomón, en 1524; los «Profetas», entre 1526 y 1530; los libros
«sapenciales», en 1529; los demás «deuterocanónicos», en 1532. Finalmente,
en 1534, el editor Lufft, de Wittenberg, publicaba la traducción completa: Biblia,
das ist die gantze Heilige Schrifft Deutsch.  La monumental versión señalaba la
verdadera fecha del nacimiento de la literatura alemana. No se podría
considerar esa traducción como una obra del todo original y personal de
Lutero. Nació de una estrecha, familiar y cotidiana colaboración del
Reformador con sus amigos, después de largas y laboriosas jornadas de
discusión. Lutero transfundió en ella su excepcional sensibilidad artística, su
exquisita aptitud literaria. Melanchton contribuyó con su segura y larga pericia
filológica. El grupo de los colaboradores advierte clarísimamente la enorme
dificultad que presenta el programa de reproducir en una lengua áspera,
indócil, retorcida, la fluida brillantez del estilo hebreo. La literatura profética es,
naturalmente, la que opone mayor resistencia y provoca las más copiosas
incertidumbres. Desde 1528, Lutero confiaba a su amigo Link su dificultad en
someter al idioma germánico, la copiosa y resplandeciente imaginación de los
Profetas. Le parecía como si verdaderamente hubiera de reducir el gorjeo de
un ruiseñor a la cadencia monótona del cuclillo. Estas objetivas y ásperas
dificultades son las que muy a menudo han inducido a los traductores a
parafrasear y a diluir. La Biblia de Lutero es para alemania y para
la literatura alemana lo que la Divina Comedia es para Italia y
la literatura italiana: allanando las diferencias locales, dio a alemania una
lengua nacional y elevó el alemán a dignidad literaria inaugurando la época
moderna.

M. Pensa

La Biblia ha sido hasta ahora el mejor libro alemán. En comparación con la


Biblia de Lutero todo lo demás puede llamarse «literatura», Una cosa que no
ha crecido en  alemania  y que por esto no ha echado ni echará raíces en los
corazones alemanes como supo hacerlo la Biblia.  (Nietzsche)

*   La primera versión inglesa de la Biblia  es la de John Wyclef (m. 1384), hecha
en colaboración con Nicolás de Hereford y otros discípulos, que nos ha llegado
en unos 150 manuscritos. Conocidísimo es también la Gran Biblia (Great
Biblie) llamada también Cranmers Bible, del nombre de Tomás Cranmer (1489-
1556) arzobispo de Canterbury, publicada en 1579 por orden de Enrique VIII.
Cronwell encargó a Coverdale que preparase su edición. La impresión co-
menzó en París y terminó en Londres.
A. Camerino

*   Otra conocida versión es la Biblia de Ginebra [Genevan Bible], que


reproduce la traducción protestante realizada en 1540 por Nicolás Malingre en
colaboración con Cal- vino: Bible en laquelle sont contenus tous les livres
canoniques de la Sainte Ecriture, tant du Vieil que du Nouveau Testament, et
pereillement les apocryphes. Durante el reinado de María I de Inglaterra (1553-
59), los reformistas se refugiaron en Ginebra y en Frankfurt sobre el Maine. En
Ginebra publicaron en inglés esta versión que por cierto pasaje del Génesis (III,
7) fue llamada también Breeches Bible, y contenía un comentario aprobado por
los puritanos.

A. Camerino

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