Trayectorias Migratorias y Violencia Organizada en El Corredor Centroamérica-México-Estados Unidos
Trayectorias Migratorias y Violencia Organizada en El Corredor Centroamérica-México-Estados Unidos
RESUMEN
Este artículo reflexiona sobre las experiencias de migrantes forzados en tránsito
por México frente a la violencia organizada. Con un análisis transversal que se
centra en las respuestas por parte del Estado frente a este tipo de migración y en
las políticas binacionales que surgen de las relaciones desiguales entre naciones,
que se materializan en la externalización de las fronteras, nos interesa entender,
desde la perspectiva de las personas migrantes, cuáles son las diferentes formas
de violencia organizada a la que se enfrentan en sus trayectos y cómo éstas van
transformando los caminos que toman para tratar de llegar a sus destinos, así
como sus percepciones sobre la migración. El artículo se basa en un trabajo
etnográfico realizado entre 2019 y 2020, y se enfoca específicamente en dos
casos de migrantes de Honduras.
Palabras clave: Migración forzada. Violencia organizada. Corredor
Centroamérica-México-Estados Unidos. Externalización de la frontera. Tránsito
por México.
INTRODUCCIÓN
Esta fue la explicación que dio Ramón4 después de que su esposa, Lourdes,
relatara que decidieron salir de un momento a otro de Honduras por razones
de violencia en su país de origen. La pareja, acompañada de sus cuatro hijos,
había comenzado su viaje hacía los Estados Unidos (EE.UU.) seis meses atrás,
pero para la fecha de nuestro encuentro seguían en tránsito en México.
Desde hace algunos años, Honduras se ha convertido en el país de origen con
mayor predominancia entre las personas en tránsito por México. La Secretaría
de Gobernación de México reportó, tanto en el primer semestre de 2019 como
del 2020, que alrededor de la mitad de las personas migrantes deportadas eran
originarias de Honduras, seguido por Guatemala y El Salvador (Unidad de Política
Migratoria, 2020a). LaRed de Documentación de las Organizaciones Defensoras
de Migrantes(REDODEM)5 apunta hacia la misma dirección: para 2018, un 62,2%
4 Para proteger la identidad de las personas que figuran en esta investigación, todos los
nombres utilizados son seudónimos.
5 La REDODEM es una red de 23 albergues, casas, estancias, comedores y organizaciones
para migrantes en tránsito distribuidas en 13 estados de México. También registra y documenta
la situación de los migrantes para obtener información sobre sus trayectorias y datos estadísticos
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del total de registros de personas con perfil de refugio provenía de Honduras,
seguido por El Salvador y Guatemala (REDODEM, 2019, 2020). Los tres países
conforman el denominado Triángulo Norte de Centroamérica y comparten, a
distintas escalas, un contexto de violencia generalizada y una insuficiencia de
oportunidades de empleo que se han recrudecido y que han puesto a gran parte
de su población en condiciones de inseguridad insostenibles. Esta situación de
pobreza, desigualdad y violencia tiene raíces históricas, ancladas particularmente
en las guerras y dictaduras que sacudieron a Centroamérica en la segunda
mitad del siglo XX, para las cuales el intervencionismo de EE.UU. fue un factor
determinante. Hoy en día la región es parte de uno de los corredores migratorios
más importantes del siglo XXI —el que atraviesa de sur a norte Centroamérica-
México-EE.UU. Cada vez más personas de países centroamericanos se ven
obligadas a huir debido a las altas tasas de homicidio, las actividades de pandillas
y la violencia armada (Armijo Canto y Benítez Manaut, 2016; Castillo Ramírez,
2018; Médicos Sin Fronteras, 2020).
México ha sido y sigue siendo uno de los países con mayores tasas de emigración
del mundo (IOM, 2020; Mata-Codesal y Schmidt, 2020; Cornelius, 2018). A la vez,
se ha consolidado como país de tránsito (París Pombo, 2016) para migrantes de
orígenes muy diversos que —como Ramón y Lourdes— buscan llegar a EE.UU.
Desafortunadamente, a menudo quienes huyen de la violencia en sus países
de origen también se enfrentan a otras formas de violencia en su tránsito por
México. Además de robos, agresiones y discriminación cotidiana por parte
de ciudadanos mexicanos, así como abusos por parte de funcionarios del
gobierno, como muchas personas migrantes nos relataron durante nuestra
investigación, se enfrentan también a actores criminales como cárteles de la
droga y pandillas, así como a la amenaza de ser cooptados por redes de trata de
personas o violentados de diversas maneras por redes de tráfico de migrantes.
Estas materializaciones de la violencia suceden a lo largo de todo el trayecto
migratorio, pero se recrudecen en las fronteras geopolíticas, donde las personas
migrantes, y particularmente las irregularizadas, son más vulnerables. En estos
espacios fronterizos interactúan distintos actores violentos que buscan sacar
provecho de las personas migrantes, quienes se vuelven más vulnerables al
ser desprovistas de sus derechos al ser irregularizadas. Se ven constantemente
expuestas a secuestros, extorsiones, trabajo forzado y/o no remunerado, a
ser forzadas a entrar a redes de prostitución o a convertirse en mulas para el
transporte de drogas y armas a través de las fronteras.
Así como el intervencionismo estadounidense en Centroamérica tuvo
repercusiones determinantes en el desarrollo político y económico de la región,
la relación —igualmente desigual— entre México y EE.UU. también ha tenido
implicaciones en el despliegue de estrategias de securitización de las fronteras
sur y norte mexicanas para la contención de la migración centroamericana. Estas
estrategias de control y vigilancia, que desglosaremos a lo largo del artículo,
derivan en un ejercicio de violencia legitimada por la cooperación binacional.
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la sociedad civil por un solo grupo organizado que puede o no ser estatal). En
el corredor que tratamos aquí, al hablar de violencia organizada resulta más
apropiado distinguir entre la violencia unilateral y la violencia institucional.
Hacemos aquí una diferencia entre la violencia estatal trabajada por HSRP y la
violencia institucional. Mientras que ambas formas de violencia son perpetradas
por el Estado, la primera considera a éste como un grupo organizado que
ejerce violencia en contextos de guerra. En la segunda —que no se lleva a
cabo en contextos de guerra— la violencia perpetrada por el Estado se dirige
específicamente a una población vulnerable, en este caso la migrante.
En el caso que nos incumbe, la violencia unilateral es ejercida, por ejemplo, por
cárteles de droga, particularmente presentes en el transcurso de la migración por
México, por pandillas que alimentan los procesos migratorios desde el país de
origen, y por redes de trata y de tráfico de migrantes6. La violencia institucional
es perpetuada particularmente por el Estado a través de autoridades —como
policías o agentes de migración— desplegados tanto en las fronteras como en
el extendido territorio hasta llegar al destino final. Otras formas de violencia
organizada perpetrada por las autoridades son las operaciones puestas en marcha
para frenar la migración de forma violenta en las fronteras o las de carácter legal
en favor de la securitización de las fronteras. Es importante incluir estas formas
de violencia institucional dentro del marco de la violencia organizada ya que
se llevan a cabo con fines específicos que vulneran a la población en tránsito,
privándola de sus derechos o incluso lucrando en su detrimento.
Ambas formas de violencia organizada —la unilateral y la institucional— se
entretejen y a veces operan en conjunto. Esto es particularmente el caso cuando
los agentes estatales están coludidos con el crimen organizado (Yee Quintero
y Torre Cantalapiedra, 2016). En este mismo sentido, la violencia de carácter
estructural (Galtung, 1996) también tiene un papel en esta conceptualización,
ya que ésta tiene efectos en la conformación tanto de la violencia institucional
como la unilateral. La violencia organizada conforma un uso de la fuerza
perpetrada de manera colectiva, continua y organizada, que se presenta tanto
en forma legal como ilegal. Funciona como una coerción indirecta o como
efectos secuenciales posteriores en individuos y grupos sociales: restringe, dicta
o fuerza el comportamiento de las personas. En Centroamérica, ésta, además,
ha roto comunidades y socavado formas de vida tradicionales. Aunque nos
centramos aquí en la violencia organizada, hay que tener en mente que siempre
6 Dentro de las redes de tráfico de personas se encuentra también la figura del “coyote”.
Estas son por lo general personas que conocen los caminos más al abrigo de los controles
migratorios, y que -a cambio de un costo bastante elevado (de acuerdo a testimonios de
personas centroamericanas en tránsito por México, en el 2019 este costo podía ser desde 8 mil
hasta 11 mil dólares por cruzar hasta EE.UU.)- llevan o guían a las personas migrantes a través
de las fronteras. La figura del “coyote”, sin embargo, puede ser muy compleja y paradójica, ya
que aunque en muchos casos se trata de una actividad lucrativa en donde la vida y el bienestar
de las personas migrantes es menor que la tarifa exigida, en otras ocasiones se puede tratar de
personas que buscan apoyar a los migrantes que necesitan a como dé lugar cruzar las fronteras,
pero que legalmente se pueden enfrentar a ser acusados de tráfico de personas. En este artículo,
sin embargo, no discutiremos la figura del coyote ni sus implicaciones y dicotomías.
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LOS CORREDORES MIGRATORIOS
CENTROAMERICANOS
Durante la última década, México ha experimentado cambios fundamentales en
términos de flujos migratorios y políticas migratorias. Históricamente conocido
como uno de los países del mundo con las tasas más altas de emigrantes, tan
solo después de la India, que ocupa el primer lugar (IOM, 2020), México se ha
convertido también en un importante país de tránsito para los flujos migratorios
hacia los EE.UU. La mayoría de las personas migrantes provienen de América
Central (Castillo y Toussaint, 2015), pero también de varios países del Caribe y
América del Sur y, más recientemente, de países africanos y asiáticos (Álvarez
Velasco y Glockner Fagetti, 2018). Como consecuencia de esto, y particularmente
por la compleja y desigual relación de México con EE.UU., las políticas migratorias
en México se han vuelto cada vez más restrictivas. Con el afán de una cooperación
internacional entre los dos países para frenar los flujos migratorios desde el sur,
EE.UU. ha logrado externalizar su frontera (París Pombo, 2016; Álvarez Velasco y
Glockner Fagetti, 2018).
En la última década, la política de control remoto de EE.UU. en la región se ha
redoblado. Vía acuerdos como la Iniciativa Mérida, que inició en 2008 y cuyo
objetivo inicial de combate al narcotráfico y al crimen organizado, se ha ido
desplazando hacia el control migratorio y la vigilancia fronteriza (París Pombo,
2016). En un esfuerzo similar se encuentra la puesta en marcha del Programa
Integral para la Frontera Sur en julio del 2014, cuyo objetivo real —aunque no el
pronunciado— era controlar el flujo de migrantes irregularizados al sistematizar
su persecución (Yee Quintero, 2016). Una de las estrategias llevadas a cabo
consistió en “bajar a los migrantes del tren de carga, medio por el cual transitan
grupos de migrantes con pocos recursos y pocas redes migratorias” (París
Pombo, 2016, p. 95). Como veremos más adelante, esta estrategia ha puesto a
personas en condiciones ya muy vulnerables en riesgos que atentan contra su
salud y su vida. También, en 2019 con la participación del gobierno mexicano
en los “Protocolos de Protección a Migrantes” (MPP por sus siglas en inglés),
una iniciativa instaurada por el país vecino del norte que en su primer año de
existencia procesó a alrededor de 64,000 personas (Eller et al., 2020).
En esta región, una confluencia de factores ha alimentado la emigración a través
de México a los EE.UU. Por un lado, la insuficiencia de oportunidades laborales
y la falta de seguridad pública, por otro, la violencia organizada. Ambos
factores se han recrudecido desde las guerras civiles y conflictos armados que
azotaron la región en los años 1980s; y para el desarrollo de ambos fue clave
el intervencionismo estadounidense, que ha impuesto obstáculos constantes
a la gobernabilidad de la región (Pastor, 2011, p. 352). Sin embargo, este flujo
migratorio está deslindado de los patrones previos de refugio centroamericano
en México tendentes en la década de los ochenta (Castillo y Toussaint, 2015;
París Pombo, 2016). A pesar de que empezó desde finales de los años noventa,
particularmente empujado por la dificultad de reactivar la economía de la
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como veremos más adelante. Éstos se entrelazan también constantemente
con los cárteles. De hecho, sus actividades se han convertido en una verdadera
industria, cuyo componente central es la violencia anclada en la construcción —
racializada— de las personas migrantes como criminales (Vogt, 2013). Las maras,
por su lado, estiran sus redes desde Centroamérica y continúan los mismos
trayectos ya conocidos por las personas migrantes en busca de sus “miras”.
De acuerdo con los testimonios de varias personas migrantes entrevistadas en
México, el ser “mira” de las pandillas, significa haber sido marcado o perseguido,
apuntado como a través de la mira de un rifle.
En el Triángulo Norte centroamericano, particularmente en El Salvador, las maras
se consolidaron como bandas criminales conformadas por jóvenes pandilleros
que habían sido deportados de EE.UU. a partir de la década de los noventa (Prado
Pérez, 2018; Menjívar et al., 2018). Estas pandillas comenzaron a formarse en los
años setenta por jóvenes migrantes o de segunda generación que encontraron
en esta actividad no sólo un sentimiento de pertenencia al encontrarse en un
contexto que les era ajeno, sino también uno de seguridad que les permitía
combatir la discriminación y exclusión que sufrían en el país norteamericano.
Eventualmente, cantidades importantes de estos jóvenes fueron aprehendidos
por las autoridades estadounidenses y, primero con los delitos cometidos como
justificación, y después como parte del IIRIRA (Ley de Reforma de Migración
Ilegal, por sus siglas en inglés) fueron deportados masivamente a sus países de
origen (Wolf, 2010). Esto sigue ocurriendo hoy en día (Menjívar et al., 2018).
Una vez en Centroamérica, muchos de estos jóvenes, quienes habían llegado muy
chicos a EE.UU. y que por lo tanto no conocían o no mantenían ningún vínculo
con sus países de origen, encontraron serias dificultades para reintegrarse
(Gutiérrez, 2017). Por las condiciones de marginación y discriminación en las
que se encontraron, además de la desigualdad, pobreza e impunidad latentes en
la región, cuyos Estados eran inestables o corruptos, las pandillas perduraron.
Tras el fin de los conflictos armados en la región, particularmente en El Salvador
y en Guatemala, éstas se convirtieron en uno de los elementos que ejercen
mayor violencia sobre la sociedad civil, particularmente para la población
joven. En Honduras, a inicios de la década de los noventa, las maras aún estaban
constituidas mayoritariamente por menores de edad y sus prácticas, aunque
delictivas, eran menos violentas que en el resto del Triángulo Norte. Pero las
altas tasas de desempleo y la falta de oportunidades, así como la marginación
que continúan viviendo muchos jóvenes, fueron factores importantes que
propiciaron el crecimiento y recrudecimiento de estos grupos (Menjívar et al.,
2018). Para la segunda mitad de la misma década los récords de violencia habían
incrementado exponencialmente (Castro, 2001).
La existencia y reproducción de las maras es de esta forma resultado de una
violencia estructural que dejó a parte importante de la población joven relegada,
con muy pocas oportunidades de educación y empleo y en contextos violentos
y de marginación (Prado Pérez, 2018). Pero estos mismos representan alrededor
del 70% de los agentes de persecución para las personas que huyeron de sus
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porte y vestimenta— se identifican como mareros12.
La tendencia más reciente demuestra que, debido al mayor endurecimiento de
la política de inmigración de EE.UU. y la cooperación del gobierno mexicano
en ella, México se está convirtiendo cada vez más en un país de asentamiento
para aquellas personas migrantes que tienen impedimentos para cruzar la
frontera con EE.UU. Según la Comisión Mexicana de Asistencia a Refugiados
(COMAR), el número total de solicitudes de asilo de 2018 —que ya había sido
excepcionalmente alto en 2018, acercándose a los 30 mil casos— ascendió a 70
mil 609 solicitudes en 2019 (COMAR, 2020). El desenlace del giro antinmigrante
de la administración del presidente estadounidense Donald Trump (2017-
2021)13, particularmente incisivo en 2019 con la implementación de los MPP,
así como el apoyo y la participación del Estado mexicano para frenar los flujos
migratorios a EE.UU., han reforzado esta tendencia. Los MPP son una acción del
gobierno estadounidense —pactado con el gobierno mexicano— mediante la
cual migrantes que ingresan o buscan admisión a los EE.UU. desde México sin
documentación pueden ser retornados a México mientras esperan la resolución
de sus procedimientos de inmigración en EE.UU. (US Department of Homeland
Security, 2020).
Como se mencionó anteriormente, la posición de desigualdad geo-económica
de México frente a EE.UU. ha dejado al país latinoamericano en una encrucijada
de la que difícilmente puede deslindarse. Una manifestación de ello han sido
medidas securitistas y de control migratorio como las de los MPP, o el despliegue
de la Guardia Nacional, particularmente en la frontera sur. El objetivo claro de
estas medidas es frenar la llegada de personas migrantes hasta EE.UU. El caso
de los MPP es representativo de esta relación desigual, ya que fue acordado
por México tras las amenazas del gobierno estadounidense de incrementar los
aranceles de mercancías mexicanas hacia el país del norte. A pesar de que parte
de este acuerdo menciona en papel la necesidad de brindarle a las personas
migrantes protección humanitaria durante el tiempo que dure su proceso (BBC,
2019), esto en la realidad está lejos de ser cumplido y constantemente se violan
sus derechos sin ningún tipo de repercusión.
12 A las personas que forman parte de una mara se les conoce en Centroamérica como
“marero” o “marera”.
13 Entre la serie de leyes restrictivas de migración puestas en marcha por la administración
de Trump, también se ha intentado retroceder en otras que ya habían sido aprobadas por
gobiernos anteriores, como la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus
siglas en inglés). El DACA es un programa lanzado en 2012 por la administración de Barack
Obama con el fin de proteger de la deportación a personas que hubieran llegado en la infancia a
Estados Unidos y brindarles ciertos beneficios, como la posibilidad de trabajar. Ésta es renovable
cada dos años, pero no ofrece una vía para obtener la ciudadanía. El DACA surge tras intentos
fallidos de establecer el DREAM Act o Ley DREAM, propuesto desde 2001 pero que hasta la fecha
no ha sido avalado, que sí ofrecería una vía para la ciudadanía, además de la protección para
evitar la deportación. La administración de Trump ha intentado sin éxito revertir el programa de
DACA, sin embargo, desde 2017 no se han aceptado nuevas solicitudes (Dickerson, 2020).
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el resguardo de los Estados miembro con más recursos (aquellos que también
se encuentran más alejados de la entrada de las rutas migratorias) frente al
importante influjo de migrantes que contemplan a Europa como su destino final.
En concreto, queda claro que, para los países ricos, tanto los que son miembros
de la Unión Europea como los EE.UU., es más importante salvaguardar las
fronteras que las vidas de las personas. Esto se ve también en el estado crítico
en el que se encuentran los y las migrantes forzadas, en condiciones de casi-
detención en campos de refugiados como el de Moria, creado en 2015 en la isla
de Lesbos, en Grecia (Afouxenidis et al., 2017), que en septiembre del 2020 se
incendió en su totalidad. Este es un campo que, pese a su espacio reducido para
3 mil personas solicitantes de refugio, acogía en el momento del incendio a casi
13 mil (Segura, 2020), todas viviendo en condiciones paupérrimas, la mayoría
durmiendo a la intemperie (Grant y Moutafis, 2020).
A pesar de que las condiciones en ambos corredores migratorios son muy distintas,
es también evidente el paralelismo entre México y varios países mediterráneos,
como Grecia y Turquía, que fungen como “fronteras verticales” para los países
más desarrollados. Ambos destinos han implementado, en momentos distintos,
estrategias para aminorar la llegada de personas que buscan refugio. Además de
las ya mencionadas, la designación de terceros países “seguros” funciona como
una suerte de barrera que justifica el rechazo a solicitudes de asilo para personas
que hayan pasado previamente por estos países (Afouxenidis et al., 2017).
A diferencia de Turquía, cuya función oficial como tercer país seguro, desde 2016,
fue una de las condiciones de la UE para reiniciar el diálogo para la solicitud de
Turquía como Estado miembro de ésta (Şimşek, 2017), México no ha aceptado
oficialmente la función de tercer país seguro que el Gobierno de Donald Trump
ha querido imponer (y que ha logrado hacer ya con El Salvador, Honduras y
Guatemala). Sin embargo, en la práctica, los MPP también tienen una función
de contención. Los largos tiempos de espera de los procesos del MPP pueden
extenderse a más de un año. Las sedes de los tribunales en los que se tratarán
sus casos cambian frecuentemente e implican el traslado de quienes solicitan
asilo a miles de kilómetros de distancia, a través del inhóspito territorio norte de
México. Además, la implementación en EE.UU. de las llamadas “cortes en carpa”
en donde —de acuerdo a testimonios de las personas migrantes con las que
hablamos— se llevan a cabo sus casos por videoconferencia, mayoritariamente
sin la presencia de abogados o de testigos14, vulnera los derechos de las
personas migrantes que han gastado todos sus recursos para llegar hasta EE.UU.
En suma, los procesos del MPP —que en México son conocidos como programa
“Quédate en México”— lograron su acometido: funcionan como una rejilla que
va dimitiendo la esperanza y las capacidades de quienes buscan refugio en
EE.UU., empujando a las personas migrantes con frecuencia a tomar la decisión
14 El uso de carpas que fungen como cortes no es único para las personas migrantes que se
encuentran dentro del MPP, sin embargo, el hecho de que antes de sus juicios deban permanecer
en México limita sus capacidades de conseguir cualquier tipo de asesoría legal en EE.UU. Las
cortes en carpa, en general, son una forma más de limitar las posibilidades de un juicio justo para
personas tanto dentro como fuera de los MPP.
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permanecía en la Ciudad de México esperando resolución de su propio caso en
México, tras haber sufrido un accidente en su camino. En ambas trayectorias,
quienes relatan sus experiencias llevaban ya varios intentos por llegar hasta EE.UU.
En ambos casos lograron llegar, pero no permanecer. Fueron aprehendidos por
las autoridades estadounidenses al ingresar de forma indocumentada al país y,
tras algunos días en la “hielera” fueron expulsados. Sin embargo —como en el
caso de la mayoría de las personas migrantes centroamericanas retornados—
emprendieron el viaje de vuelta hacia el norte. Mientras que a Marvin lo
detuvieron una segunda vez y lo deportaron sin posibilidad de volver a ingresar
a los Estados Unidos, Ramón y Lourdes fueron ingresados a los MPP, y por ello
enviados de vuelta a México.
Lourdes: “Es que como ahora dicen que no vale eso por mara. Que
A pesar de que para la pareja ha sido difícil la experiencia dentro del MPP, se
considera también afortunada por el simple hecho de no haber sido enviada de
vuelta para Honduras. En el caso de muchas personas migrantes, la deportación
automática al país de origen es común (Eller et al., 2020). En estos casos es
frecuente que, al llegar de vuelta al país de origen, se vean inmediatamente
enfrentadas a la violencia de la que venían escapando. Como relata la pareja:
Ramón: “Definitivamente es bien complicado. Porque yo conozco
varios casos donde ha habido gente que va buscando que le den asilo
en EE.UU. y (…) se los niegan y solo llegan a Honduras, y se tarda tal
vez uno o dos días, y los matan.”
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programa de los MPP, pero seis meses después seguía sin respuesta, esperando
en la Ciudad de México.
Al día siguiente de nuestra entrevista, Lourdes y Ramón tuvieron que regresar a
la frontera norte de México porque tenían su cita en la corte en dos días, que ya
se había pospuesto dos veces por razones indeterminadas. Para sus citas tenían
que trasladarse a Nuevo Laredo, que es en donde cruzaron para solicitar asilo
en EE.UU. Una vez en la frontera, el servicio de inmigración estadounidense, en
colaboración con el INM, se encarga de trasladar a las personas que solicitaron
asilo y que tienen cita en las “cortes en carpa”, donde interactúan con los jueces
a través de un televisor. Para esto, tienen que pasar la noche en un espacio
concebido para ello, y estar listos a las 4 de la mañana para tomar el autobús
a EE.UU. Luego son transportados de regreso a México y dejados en la frontera.
No se les ofrece transporte a un lugar seguro; no se les ofrece comida ni mantas
para la noche que pasan debajo de esa lona instalada provisoriamente para que
los migrantes esperen su turno frente a la corte. A veces, se cambia su fecha
de corte y también el lugar donde deben asistir a la fecha. Esto implica que las
personas migrantes necesitan viajar —por ejemplo, de Nuevo Laredo a Tijuana—
sin ningún medio de transporte ni dinero, y sin tiempo para organizarse o pedir
apoyo. Aunado a esto, si no asisten a sus citas, pierden el juicio, y permanecer
en Nuevo Laredo mientras se resuelve su caso tampoco es una opción para la
familia: Lourdes explicó que la inseguridad y la violencia que se vive en esa ciudad,
particularmente siendo migrante, es algo a lo que no quiere exponer a sus hijos.
Así que la familia permanece en espera, en una situación de incertidumbre.
Ramón evaluó estos procedimientos de la forma siguiente: “El acuerdo que tiene
EE.UU. con México es prácticamente como quien dice, se lava las manos uno con
otro porque, o sea, prácticamente lo engañan a uno. (…)”
La trayectoria de esta familia es un ejemplo claro de cómo las políticas migratorias
nacionales, así como los acuerdos binacionales entre México y EE.UU., se
desarrollan para impedir el paso seguro de los migrantes hasta su destino deseado.
En este sentido, los efectos del intervencionismo estadounidense a lo largo del
siglo pasado en Centroamérica—materializados en la violencia que se vive en la
región y por lo tanto en el éxodo de su población— siguen estando presentes y
teniendo repercusiones en las experiencias de las personas que deciden migrar.
Sin embargo, el papel determinante de EE.UU. en la región como factor de
peso de la migración no se manifiesta en sus políticas migratorias, sino que, al
contrario, se deslinda de sus efectos y, por lo tanto, de sus responsabilidades.
17 “Subir para arriba”, así como “ir para el otro lado” o “cruzar para el otro lado” son
expresiones comunes para referirse a la migración de sur a norte hasta EE.UU.
Las amenazas por parte de las maras fueron decisivas en la experiencia de Marvin.
De acuerdo a su relato, al igual que Ramón y Lourdes, él no se vio obligado a
partir por razones económicas, sino que consideraba que, al quedarse, ponía su
vida en riesgo.
“Corro mucho riesgo. Y no tengo dinero para decir :‘voy a traer a mi
familia a Guatemala’, o que me voy a ir a otro sector de Honduras.
Con dinero, ¡qué es lo que no se hace! Con dinero hasta me pongo
guardaespaldas. Pero ni para comer tengo. ¡Si en Honduras es bien
feliz la gente! Usted llega a Honduras, la gente le dice a uno “¿Qué vas
a ir a EE.UU.? Aquí tenemos todo.”
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emprendió nuevamente su viaje al norte. La última vez que lo deportaron, le
prohibieron volver a EE.UU. de por vida. En cada ocasión contó con un capital
muy limitado, por lo que tuvo que tomar las rutas migratorias que —por ser más
rápidas y más baratas— son las más peligrosas.
Las tres veces que atravesó México, lo hizo sobre “La Bestia” y, para lograr cruzar
a EE.UU., se puso en manos de un cártel que le aseguraba una vía a través del
desierto a cambio de transportar narcóticos en una mochila. Marvin aseguró
que esta era la forma más segura de atravesar cuando no se puede pagar un
coyote. A pesar de la prohibición de regresar a EE.UU., Marvin viajó una tercera
y última vez hacia el norte, pero su trayecto se vio interrumpido cuando tuvo
un accidente mientras trataba de huir de agentes de inmigración durante su
tercer viaje sobre “La Bestia”. Al tratar de bajar apresuradamente del tren aún
en movimiento, su pie quedó atorado entre las vías y las ruedas del tren. Desde
entonces, Marvin ha permanecido en México. Primero estuvo seis meses en
recuperación en una clínica cercana a donde sufrió el accidente, hoy en día vive
en la Ciudad de México. Sin embargo, su situación es vulnerable: no tiene los
medios para pagarse un tratamiento que le permita mejorar su condición física,
y por la dificultad que tiene para desplazarse, conseguir un empleo también le
resulta imposible. Como lo señala Vogt (2013), este tipo de heridas, muy comunes
entre migrantes que viajan sobre “La Bestia”, son también resultado de distintas
formas de violencia institucional y estructural que ponen a personas de por sí
vulnerables en condiciones aún más difíciles.
101
aquí analizado. Como ya han destacado otros autores (Armijo Canto y Benítez
Manaut, 2016; Rojas Wiesner y Winton, 2019), esto es algo que sucede no sólo
una vez que las personas migrantes se encuentran pidiendo asilo en EE.UU. ,
sino que ocurre desde los países de origen, donde personas que se enfrentan a la
violencia ejercida por maras y deciden denunciar estas acciones y pedir apoyo a
agencias institucionales como comisiones de derechos humanos obtienen como
respuesta que la situación es tan “común” que no se puede hacer nada al respecto
(Rojas Wiesner y Winton, 2019). Esta situación habla del fuerte entrelazamiento
entre agentes legales e ilegales de la violencia organizada a lo largo de todo el
corredor Centroamérica-México-EE.UU.
Los extractos de las dos trayectorias migrantes presentados en este artículo
muestran cómo las políticas migratorias de EE.UU. y México en este corredor
exponen a migrantes a viajes largos, circulares, enredados, de ida y vuelta
acompañados por tiempos de detención, inmovilidad y espera que con
frecuencia rozan con formas de tortura: en las “hieleras”, en los centros de
detención y las estaciones migratorias, en la espera que precede las “cortes
en carpa”, etc. En estas trayectorias están expuestas y expuestos a pobreza,
violencia y situaciones humanitarias precarias. En los dos casos la migración
no es lineal: llevan diferentes intentos de cruzar México para llegar a EE.UU. y
mucho tiempo en condición de espera que, aunque en muchas ocasiones es una
herramienta del estado para contraer la esperanza de quienes migran, en otras,
se ha vuelto también un instrumento clave para sostener la resistencia y rearmar
las estrategias de los migrantes.
En las dos trayectorias de las personas migrantes se ve cómo la migración
forzada está relacionada y entrelazada por la violencia organizada. Desde
la violencia de las maras, el Estado hondureño que no asegura la vida de sus
ciudadanas y ciudadanos, pasando por los agentes de los gobiernos mexicano
y estadounidense que las detienen, mantienen “en espera”, las devuelven a la
frontera sur y tampoco garantizan su seguridad, hasta la violencia ejercida por
el crimen organizado y el crimen cotidiano que enfrentan en su viaje “al norte”.
Aquí, las desigualdades geopolíticas son también un factor determinante.
El intervencionismo estadounidense en el contexto de las guerras civiles
centroamericanas del siglo pasado se resiente aún en las historias de los migrantes
en tránsito, si bien lo hace con otros matices, como la falta de oportunidades y
la violencia cotidiana a la que se enfrentan por la presencia y el fortalecimiento
de las maras. La relación desequilibrada entre México y EE.UU. también juega un
papel fundamental en la experiencia de los migrantes. Se materializa en políticas
migratorias restrictivas, en la externalización de las fronteras y la exposición
constante, durante el tránsito, a formas distintas de violencia organizada.
103
presscorner/detail/es/qanda_20_1707#contains
COOPER, Tara, SebastianMerz y MilaShah. (2011). “A More Violent World? Global
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