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Trayectorias Migratorias y Violencia Organizada en El Corredor Centroamérica-México-Estados Unidos

Este artículo examina las experiencias de violencia organizada enfrentadas por migrantes forzados en tránsito por México. Analiza las respuestas estatales a esta migración y las políticas binacionales que surgen de las desiguales relaciones entre naciones, materializadas en la externalización de fronteras. Se basa en el trabajo etnográfico con dos casos de migrantes hondureños para comprender, desde su perspectiva, las formas de violencia organizada a las que se enfrentan y cómo éstas transforman sus rutas migratorias y percepc

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Trayectorias Migratorias y Violencia Organizada en El Corredor Centroamérica-México-Estados Unidos

Este artículo examina las experiencias de violencia organizada enfrentadas por migrantes forzados en tránsito por México. Analiza las respuestas estatales a esta migración y las políticas binacionales que surgen de las desiguales relaciones entre naciones, materializadas en la externalización de fronteras. Se basa en el trabajo etnográfico con dos casos de migrantes hondureños para comprender, desde su perspectiva, las formas de violencia organizada a las que se enfrentan y cómo éstas transforman sus rutas migratorias y percepc

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VILLALEVER, Ximena Alba y SCHÜTZE, Stephanie. (2021).

‘Trayectorias migratorias y violencia


organizada en el corredor Centroamérica-México-Estados Unidos” PERIPLOS, Revista de
Investigación sobre Migraciones. Volumen 5 - Número 1, pp. 82-107.
Artículo recibido el 23 de noviembre de 2020 y aceptado el 18 de enero de 2021.

Trayectorias migratorias y violencia organizada


en el corredor Centroamérica-México-Estados
Unidos1
Trajetórias migratórias e violência organizada no
corredor América Central-México-Estados Unidos

Ximena Alba Villalever2


Stephanie Schütze3

RESUMEN
Este artículo reflexiona sobre las experiencias de migrantes forzados en tránsito
por México frente a la violencia organizada. Con un análisis transversal que se
centra en las respuestas por parte del Estado frente a este tipo de migración y en
las políticas binacionales que surgen de las relaciones desiguales entre naciones,
que se materializan en la externalización de las fronteras, nos interesa entender,
desde la perspectiva de las personas migrantes, cuáles son las diferentes formas
de violencia organizada a la que se enfrentan en sus trayectos y cómo éstas van
transformando los caminos que toman para tratar de llegar a sus destinos, así
como sus percepciones sobre la migración. El artículo se basa en un trabajo
etnográfico realizado entre 2019 y 2020, y se enfoca específicamente en dos
casos de migrantes de Honduras.
Palabras clave: Migración forzada. Violencia organizada. Corredor
Centroamérica-México-Estados Unidos. Externalización de la frontera. Tránsito
por México.

1 El análisis presentado en este artículo es parte del proyecto de investigación “Forced


Migration and Organized Violence/ Migración forzada y violencia organizada” (ForMOVe) entre
la Ruhr-Universität Bochum (coordinado por Ludger Pries y Berna Zülfikar Savci) y la Freie
Universität Berlin (coordinado por Stephanie Schütze y Ximena Alba Villalever). El proyecto,
financiado por la Deutsche Forschungsgemeinschaft (Fundación Alemana de Investigación) de
2019-2022, compara y contrasta formas de migración forzada en su interrelación con violencia
organizada. El proyecto sigue un enfoque transnacional y una comparación entre dos países de
tránsito, Turquía y México (https://www.migration-violence.org/index.html).
2 Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Email:
x.alba.v@gmail.com.
3 Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Email:
stephanie.schuetze@fu-berlin.de.

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82 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
RESUMO
Este artigo reflete sobre as experiências de violência organizada vividas por
migrantes forçados em trânsito pelo México. Com uma análise transversal que
se concentra nas respostas do Estado a este tipo de migração e nas políticas
binacionais que surgem das relações desiguais entre nações, materializadas na
externalização das fronteiras, estamos interessadas em compreender, a partir da
perspectiva dos migrantes, quais são as diferentes formas de violência organizada
que enfrentam nas suas viagens e como estas transformam os caminhos que
percorrem para tentar chegar aos seus destinos, bem como as suas percepções
da migração. O artigo baseia-se em trabalho etnográfico realizado entre 2019 e
2020, e centra-se especificamente em dois casos de migrantes de Honduras.
Palavras-chave: Migração forçada. Violência organizada. Corredor América
Central-México-Estados Unidos. Externalização da fronteira. Trânsito pelo
México.

INTRODUCCIÓN

“Si no fuera por las circunstancias en que estamos, estuviéramos viviendo


tranquilos en nuestro país, pues, pero lamentablemente no pudimos seguir porque
somos víctimas de la delincuencia.”
—Ramón, migrante hondureño. Ciudad de México, 2020.

Esta fue la explicación que dio Ramón4 después de que su esposa, Lourdes,
relatara que decidieron salir de un momento a otro de Honduras por razones
de violencia en su país de origen. La pareja, acompañada de sus cuatro hijos,
había comenzado su viaje hacía los Estados Unidos (EE.UU.) seis meses atrás,
pero para la fecha de nuestro encuentro seguían en tránsito en México.
Desde hace algunos años, Honduras se ha convertido en el país de origen con
mayor predominancia entre las personas en tránsito por México. La Secretaría
de Gobernación de México reportó, tanto en el primer semestre de 2019 como
del 2020, que alrededor de la mitad de las personas migrantes deportadas eran
originarias de Honduras, seguido por Guatemala y El Salvador (Unidad de Política
Migratoria, 2020a). LaRed de Documentación de las Organizaciones Defensoras
de Migrantes(REDODEM)5 apunta hacia la misma dirección: para 2018, un 62,2%

4 Para proteger la identidad de las personas que figuran en esta investigación, todos los
nombres utilizados son seudónimos.
5 La REDODEM es una red de 23 albergues, casas, estancias, comedores y organizaciones
para migrantes en tránsito distribuidas en 13 estados de México. También registra y documenta
la situación de los migrantes para obtener información sobre sus trayectorias y datos estadísticos

83
del total de registros de personas con perfil de refugio provenía de Honduras,
seguido por El Salvador y Guatemala (REDODEM, 2019, 2020). Los tres países
conforman el denominado Triángulo Norte de Centroamérica y comparten, a
distintas escalas, un contexto de violencia generalizada y una insuficiencia de
oportunidades de empleo que se han recrudecido y que han puesto a gran parte
de su población en condiciones de inseguridad insostenibles. Esta situación de
pobreza, desigualdad y violencia tiene raíces históricas, ancladas particularmente
en las guerras y dictaduras que sacudieron a Centroamérica en la segunda
mitad del siglo XX, para las cuales el intervencionismo de EE.UU. fue un factor
determinante. Hoy en día la región es parte de uno de los corredores migratorios
más importantes del siglo XXI —el que atraviesa de sur a norte Centroamérica-
México-EE.UU. Cada vez más personas de países centroamericanos se ven
obligadas a huir debido a las altas tasas de homicidio, las actividades de pandillas
y la violencia armada (Armijo Canto y Benítez Manaut, 2016; Castillo Ramírez,
2018; Médicos Sin Fronteras, 2020).
México ha sido y sigue siendo uno de los países con mayores tasas de emigración
del mundo (IOM, 2020; Mata-Codesal y Schmidt, 2020; Cornelius, 2018). A la vez,
se ha consolidado como país de tránsito (París Pombo, 2016) para migrantes de
orígenes muy diversos que —como Ramón y Lourdes— buscan llegar a EE.UU.
Desafortunadamente, a menudo quienes huyen de la violencia en sus países
de origen también se enfrentan a otras formas de violencia en su tránsito por
México. Además de robos, agresiones y discriminación cotidiana por parte
de ciudadanos mexicanos, así como abusos por parte de funcionarios del
gobierno, como muchas personas migrantes nos relataron durante nuestra
investigación, se enfrentan también a actores criminales como cárteles de la
droga y pandillas, así como a la amenaza de ser cooptados por redes de trata de
personas o violentados de diversas maneras por redes de tráfico de migrantes.
Estas materializaciones de la violencia suceden a lo largo de todo el trayecto
migratorio, pero se recrudecen en las fronteras geopolíticas, donde las personas
migrantes, y particularmente las irregularizadas, son más vulnerables. En estos
espacios fronterizos interactúan distintos actores violentos que buscan sacar
provecho de las personas migrantes, quienes se vuelven más vulnerables al
ser desprovistas de sus derechos al ser irregularizadas. Se ven constantemente
expuestas a secuestros, extorsiones, trabajo forzado y/o no remunerado, a
ser forzadas a entrar a redes de prostitución o a convertirse en mulas para el
transporte de drogas y armas a través de las fronteras.
Así como el intervencionismo estadounidense en Centroamérica tuvo
repercusiones determinantes en el desarrollo político y económico de la región,
la relación —igualmente desigual— entre México y EE.UU. también ha tenido
implicaciones en el despliegue de estrategias de securitización de las fronteras
sur y norte mexicanas para la contención de la migración centroamericana. Estas
estrategias de control y vigilancia, que desglosaremos a lo largo del artículo,
derivan en un ejercicio de violencia legitimada por la cooperación binacional.

sobre la situación de derechos humanos (REDODEM, 2020).

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84 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
Privan de sus derechos a las personas migrantes en tránsito por México y las
colocan en posiciones vulnerables, exponiéndolas a un mayor número de
actores violentos.
Partimos de la premisa de que la violencia —sobre todo en una forma organizada—
determina y constantemente interactúa con la migración forzada. No solo es
uno de los factores de mayor peso que fomenta este tipo de migración desde
los países de origen, ya que priva a las personas de las oportunidades necesarias
para llevar a cabo una vida digna; también va marcando los trayectos, las
posibilidades y los límites de las personas que migran en el país de tránsito. La
migración forzada en países centroamericanos es resultado de diversas causas:
inseguridad política o económica, desigualdad socio-económica, catástrofes
ambientales, proyectos extractivos (minería, agricultura industrial, etc.),
conflictos armados y otras formas de violencia organizada, como pandillas y
cárteles (Castillo y Toussaint, 2015; Rojas Wiesner y Winton, 2019) o persecución
o amenaza por parte de agentes del Estado (Vogt, 2013). Cuando hablamos de
migración forzada centroamericana, debemos pensar que al menos dos de estas
causas fueron fuente de decisión para huir del país de origen. Este desplazamiento
puede realizarse de forma individual o como acción colectiva. De hecho, en la
última década, el número de familias que viajan juntas ha incrementado, como
en el caso de Ramón, Lourdes y sus hijos.
Siguiendo a Turton (2003) al hablar de migración forzada no buscamos
reducir el poder de agencia de las personas migrantes, sino por el contrario
comprender esta forma de movilidad como una serie de decisiones —ya sean
premeditadas o inmediatas— tomadas por los individuos o grupos con el fin de
mejorar sus condiciones o salvaguardar sus vidas, aun si estas decisiones fueron
“involuntarias” por el simple hecho de no haber tenido alternativa. Además,
consideramos que la migración forzada no termina al salir del país de origen,
sino que se extiende a lo largo de la vida de las personas migrantes, aún después
de haberse establecido en otro país. Las condiciones a las que se enfrentan los
y las migrantes forzadas en sus trayectos son con mucha frecuencia precarias:
en una gran mayoría de los casos carecen de capital económico para llevar a
cabo sus traslados en seguridad y por sus condiciones irregularizadas buscan
las vías que —por estar al abrigo de las instituciones que les amenazan con su
detención o deportación— les expone a otros actores que ponen en riesgo su
libertad y su vida. Por ello, la migración forzada está íntimamente ligada a la
violencia organizada.
Conceptualizamos la violencia organizada retomando el trabajo del Human
Security Report Project (HSRP) (Cooper et al., 2011), aplicándolo al caso del
corredor Centro América-México-EE.UU. En dicho proyecto, se desarrolló el
concepto en un contexto muy distinto, enfocándose en países en guerra. Al
hacerlo, encontraron tres categorías de violencia organizada: la estatal (que
se refiere a un conflicto entre varios grupos organizados, de los cuales por lo
menos una instancia estatal), la no estatal (que incluye varios actores de los
cuales ninguno es estatal) y la unilateral (que incluye violencia perpetrada hacia

85
la sociedad civil por un solo grupo organizado que puede o no ser estatal). En
el corredor que tratamos aquí, al hablar de violencia organizada resulta más
apropiado distinguir entre la violencia unilateral y la violencia institucional.
Hacemos aquí una diferencia entre la violencia estatal trabajada por HSRP y la
violencia institucional. Mientras que ambas formas de violencia son perpetradas
por el Estado, la primera considera a éste como un grupo organizado que
ejerce violencia en contextos de guerra. En la segunda —que no se lleva a
cabo en contextos de guerra— la violencia perpetrada por el Estado se dirige
específicamente a una población vulnerable, en este caso la migrante.
En el caso que nos incumbe, la violencia unilateral es ejercida, por ejemplo, por
cárteles de droga, particularmente presentes en el transcurso de la migración por
México, por pandillas que alimentan los procesos migratorios desde el país de
origen, y por redes de trata y de tráfico de migrantes6. La violencia institucional
es perpetuada particularmente por el Estado a través de autoridades —como
policías o agentes de migración— desplegados tanto en las fronteras como en
el extendido territorio hasta llegar al destino final. Otras formas de violencia
organizada perpetrada por las autoridades son las operaciones puestas en marcha
para frenar la migración de forma violenta en las fronteras o las de carácter legal
en favor de la securitización de las fronteras. Es importante incluir estas formas
de violencia institucional dentro del marco de la violencia organizada ya que
se llevan a cabo con fines específicos que vulneran a la población en tránsito,
privándola de sus derechos o incluso lucrando en su detrimento.
Ambas formas de violencia organizada —la unilateral y la institucional— se
entretejen y a veces operan en conjunto. Esto es particularmente el caso cuando
los agentes estatales están coludidos con el crimen organizado (Yee Quintero
y Torre Cantalapiedra, 2016). En este mismo sentido, la violencia de carácter
estructural (Galtung, 1996) también tiene un papel en esta conceptualización,
ya que ésta tiene efectos en la conformación tanto de la violencia institucional
como la unilateral. La violencia organizada conforma un uso de la fuerza
perpetrada de manera colectiva, continua y organizada, que se presenta tanto
en forma legal como ilegal. Funciona como una coerción indirecta o como
efectos secuenciales posteriores en individuos y grupos sociales: restringe, dicta
o fuerza el comportamiento de las personas. En Centroamérica, ésta, además,
ha roto comunidades y socavado formas de vida tradicionales. Aunque nos
centramos aquí en la violencia organizada, hay que tener en mente que siempre
6 Dentro de las redes de tráfico de personas se encuentra también la figura del “coyote”.
Estas son por lo general personas que conocen los caminos más al abrigo de los controles
migratorios, y que -a cambio de un costo bastante elevado (de acuerdo a testimonios de
personas centroamericanas en tránsito por México, en el 2019 este costo podía ser desde 8 mil
hasta 11 mil dólares por cruzar hasta EE.UU.)- llevan o guían a las personas migrantes a través
de las fronteras. La figura del “coyote”, sin embargo, puede ser muy compleja y paradójica, ya
que aunque en muchos casos se trata de una actividad lucrativa en donde la vida y el bienestar
de las personas migrantes es menor que la tarifa exigida, en otras ocasiones se puede tratar de
personas que buscan apoyar a los migrantes que necesitan a como dé lugar cruzar las fronteras,
pero que legalmente se pueden enfrentar a ser acusados de tráfico de personas. En este artículo,
sin embargo, no discutiremos la figura del coyote ni sus implicaciones y dicotomías.

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86 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
está relacionada con otros tipos de violencia, como la simbólica y la persecución
por motivos de género, edad, orientación sexual, raciales o étnicos.
Con base en un trabajo etnográfico7 realizado entre 2019 y 2020 en la Ciudad
de México —sobre todo en el entorno de los albergues para migrantes8— en el
que se realizaron entrevistas biográficas con personasen tránsito, analizamos
cómo se representan y reconstruyen las experiencias y percepciones de la
migración forzada y la violencia organizada en las trayectorias de los migrantes.
Nos preguntamos cómo sus trayectorias están marcadas por situaciones de
violencia, así como por sus respuestas frente a estos contextos. En la mayoría
de los casos, los imaginarios de quienes migran no se asemejan en nada a las
realidades que viven en sus trayectos. A pesar de esto, continúan sus caminos
porque consideran que la alternativa —regresar, o “ser regresados” a sus países
de origen— sería peor.
Para acercarnos a estos cuestionamientos, delineamos primero un acercamiento
general a los corredores migratorios, enfocándonos específicamente en el
corredor Centroamérica-México-EE.UU., pero analizando también la correlación
de éste con otro corredor de relevancia en nuestro proyecto, el que atraviesa
desde Asia Occidental hasta Europa Occidental a través de Turquía. Esto nos
permitirá hacer un análisis transversal sobre la participación del Estado y
de las relaciones binacionales desiguales en la perpetuación de la violencia
organizada ejercida sobre los y las migrantes forzadas. En un segundo apartado
exponemos dos trayectorias migratorias: la primera, narrada por Ramón y
Lourdes (entrevista grabada en la Ciudad de México, 17 de enero de 2020),
quienes salieron de Honduras tras las amenazas de maras9 dirigidas a su hija
adolescente, y la segunda, narrada por Marvin (entrevista grabada en la Ciudad
de México, 28 de enero de 2020), un hombre viajando solo a causa igualmente
de las amenazas que sufría por parte de las maras. A pesar de que en ambos
casos estamos hablando de una migración forzada proveniente de Honduras
y con el fin de llegar a los EE.UU., las experiencias vividas y las percepciones
sobre la violencia fueron distintas en cada caso. En la última parte del artículo
presentamos un análisis sobre las experiencias y percepciones de la migración
forzada y la violencia organizada en las trayectorias migratorias de las personas
migrantes en el corredor Centro América-México- EE.UU.

7 El trabajo de campo y el método de investigación fueron planeados conjuntamente


por los equipos de investigación de [Universidad 1] y de [Universidad 2]. La primera estancia
de campo en la Ciudad de México fue realizada por [nombre autora 1], a ésta le seguirán dos
estancias etnográficas adicionales, en el sur (Tapachula) y el norte (Tijuana) de México, en 2021.
8 Para proteger las instituciones y organizaciones que apoyan a las personas migrantes,
así como la anonimidad de nuestros interlocutores, no mencionaremos en este artículo el
nombre de los albergues.
9 Las maras son pandillas conformadas mayoritariamente por jóvenes, frecuentemente
reclutados a edades muy tempranas, particularmente pertenecientes a estratos socio-
económicos bajos. Cada mara ejerce grados de violencia diferentes; también tienen tamaños y
alcances distintos. Mientras que algunos grupos son locales, otros tienen redes transnacionales
que se extienden por toda Centroamérica, por el corredor migratorio aquí analizado y que tienen
aún vínculos con EE.UU.

87
LOS CORREDORES MIGRATORIOS
CENTROAMERICANOS
Durante la última década, México ha experimentado cambios fundamentales en
términos de flujos migratorios y políticas migratorias. Históricamente conocido
como uno de los países del mundo con las tasas más altas de emigrantes, tan
solo después de la India, que ocupa el primer lugar (IOM, 2020), México se ha
convertido también en un importante país de tránsito para los flujos migratorios
hacia los EE.UU. La mayoría de las personas migrantes provienen de América
Central (Castillo y Toussaint, 2015), pero también de varios países del Caribe y
América del Sur y, más recientemente, de países africanos y asiáticos (Álvarez
Velasco y Glockner Fagetti, 2018). Como consecuencia de esto, y particularmente
por la compleja y desigual relación de México con EE.UU., las políticas migratorias
en México se han vuelto cada vez más restrictivas. Con el afán de una cooperación
internacional entre los dos países para frenar los flujos migratorios desde el sur,
EE.UU. ha logrado externalizar su frontera (París Pombo, 2016; Álvarez Velasco y
Glockner Fagetti, 2018).
En la última década, la política de control remoto de EE.UU. en la región se ha
redoblado. Vía acuerdos como la Iniciativa Mérida, que inició en 2008 y cuyo
objetivo inicial de combate al narcotráfico y al crimen organizado, se ha ido
desplazando hacia el control migratorio y la vigilancia fronteriza (París Pombo,
2016). En un esfuerzo similar se encuentra la puesta en marcha del Programa
Integral para la Frontera Sur en julio del 2014, cuyo objetivo real —aunque no el
pronunciado— era controlar el flujo de migrantes irregularizados al sistematizar
su persecución (Yee Quintero, 2016). Una de las estrategias llevadas a cabo
consistió en “bajar a los migrantes del tren de carga, medio por el cual transitan
grupos de migrantes con pocos recursos y pocas redes migratorias” (París
Pombo, 2016, p. 95). Como veremos más adelante, esta estrategia ha puesto a
personas en condiciones ya muy vulnerables en riesgos que atentan contra su
salud y su vida. También, en 2019 con la participación del gobierno mexicano
en los “Protocolos de Protección a Migrantes” (MPP por sus siglas en inglés),
una iniciativa instaurada por el país vecino del norte que en su primer año de
existencia procesó a alrededor de 64,000 personas (Eller et al., 2020).
En esta región, una confluencia de factores ha alimentado la emigración a través
de México a los EE.UU. Por un lado, la insuficiencia de oportunidades laborales
y la falta de seguridad pública, por otro, la violencia organizada. Ambos
factores se han recrudecido desde las guerras civiles y conflictos armados que
azotaron la región en los años 1980s; y para el desarrollo de ambos fue clave
el intervencionismo estadounidense, que ha impuesto obstáculos constantes
a la gobernabilidad de la región (Pastor, 2011, p. 352). Sin embargo, este flujo
migratorio está deslindado de los patrones previos de refugio centroamericano
en México tendentes en la década de los ochenta (Castillo y Toussaint, 2015;
París Pombo, 2016). A pesar de que empezó desde finales de los años noventa,
particularmente empujado por la dificultad de reactivar la economía de la

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88 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
región centroamericana después de los conflictos armados (Castillo y Toussaint,
2015), ganó ímpetu en la última década. De hecho, aunado al factor económico,
desde la década de 1990, pero particularmente en los últimos diez años, cada
vez más ciudadanos centroamericanos han tenido que huir de sus países de
origen debido a las altas tasas de homicidio, actividades de pandillas y violencia
armada (Menjívar et al., 2018). A partir de octubre de 2018, las caravanas de
migrantes arrojaron mayor luz sobre el creciente éxodo en curso de estos países
centroamericanos, así como sobre las transformaciones y características de la
población migrante.
El patrón migratorio cambió en el sentido que este ya no está conformado
mayoritariamente por hombres jóvenes. Las cifras de menores de edad
provenientes del Triángulo Norte que viajan solos para llegar a EE.UU. se fueron
al alza, lo que fue particularmente notorio a partir de 2014 (París Pombo, 2016;
Álvarez Velasco y Glockner Fagetti, 2018; Rojas Wiesner y Winton, 2019). También
se encuentran, en números cada vez mayores, mujeres y familias enteras
migrando hacia el norte. Este tampoco es un fenómeno nuevo, pero sí se ha hecho
mucho más evidente, particularmente con su participación en las caravanas que
iniciaron en 2018. Es difícil estimar la cantidad de migrantes que cruzan México
cada año para llegar a EE.UU. En el primer semestre de 2019, el Instituto Nacional
de Migración (INM) de México registró un fuerte incremento en el ingreso de
personas migrantes al país, registrando más de 107 mil aprehensiones de
migrantes indocumentados. A fin de año las cifras oficiales habían disminuido
nuevamente, particularmente debido a controles más estrictos en la frontera sur
de México, como el despliegue de la recientemente instaurada Guardia Nacional,
uno de los primeros esfuerzos del presidente López Obrador (Unidad de Política
Migratoria, 2020b; Torre Cantalapiedra, 2019).
Durante su viaje por México, la población migrante está en constante riesgo
de ser víctima de una amplia gama de formas de violencia organizada. Esto
es particularmente el caso de los migrantes irregularizados, quienes, como
se mencionó anteriormente, al verse desprovistos de sus derechos por la
implementación de políticas migratorias cada vez más restrictivas, son expuestos
a riesgos cada vez mayores. Esta gama de violencia organizada comienza por
el abuso por parte de instituciones y funcionarios gubernamentales, una forma
de violencia que se ha ejercido constantemente desde la década de 1980 (París
Pombo, 2016). Pero también hay otros actores que ejercen violencia sobre
las personas migrantes y buscan lucrar de esta población en desventaja. Es el
caso, por ejemplo, de cárteles de droga, de grupos delictivos y de maras. Los
primeros se despliegan particularmente en territorio mexicano, aunque tienen
redes transnacionales de narcotráfico que se extienden al sur y al norte. Éstos
pueden llegar a tener control territorial total en regiones específicas del país,
particularmente al norte, y tienden a trabajar en estrecha colaboración con los
agentes gubernamentales. Hay grupos delictivos de otras índoles que también
operan a lo largo del trayecto migrante y que a menudo explotan la vulnerabilidad
de las personas migrantes al secuestrarlas, extorsionarlas o forzarlas a la
prostitución, al trabajo no remunerado, o al contrabando de drogas o armas,

89
como veremos más adelante. Éstos se entrelazan también constantemente
con los cárteles. De hecho, sus actividades se han convertido en una verdadera
industria, cuyo componente central es la violencia anclada en la construcción —
racializada— de las personas migrantes como criminales (Vogt, 2013). Las maras,
por su lado, estiran sus redes desde Centroamérica y continúan los mismos
trayectos ya conocidos por las personas migrantes en busca de sus “miras”.
De acuerdo con los testimonios de varias personas migrantes entrevistadas en
México, el ser “mira” de las pandillas, significa haber sido marcado o perseguido,
apuntado como a través de la mira de un rifle.
En el Triángulo Norte centroamericano, particularmente en El Salvador, las maras
se consolidaron como bandas criminales conformadas por jóvenes pandilleros
que habían sido deportados de EE.UU. a partir de la década de los noventa (Prado
Pérez, 2018; Menjívar et al., 2018). Estas pandillas comenzaron a formarse en los
años setenta por jóvenes migrantes o de segunda generación que encontraron
en esta actividad no sólo un sentimiento de pertenencia al encontrarse en un
contexto que les era ajeno, sino también uno de seguridad que les permitía
combatir la discriminación y exclusión que sufrían en el país norteamericano.
Eventualmente, cantidades importantes de estos jóvenes fueron aprehendidos
por las autoridades estadounidenses y, primero con los delitos cometidos como
justificación, y después como parte del IIRIRA (Ley de Reforma de Migración
Ilegal, por sus siglas en inglés) fueron deportados masivamente a sus países de
origen (Wolf, 2010). Esto sigue ocurriendo hoy en día (Menjívar et al., 2018).
Una vez en Centroamérica, muchos de estos jóvenes, quienes habían llegado muy
chicos a EE.UU. y que por lo tanto no conocían o no mantenían ningún vínculo
con sus países de origen, encontraron serias dificultades para reintegrarse
(Gutiérrez, 2017). Por las condiciones de marginación y discriminación en las
que se encontraron, además de la desigualdad, pobreza e impunidad latentes en
la región, cuyos Estados eran inestables o corruptos, las pandillas perduraron.
Tras el fin de los conflictos armados en la región, particularmente en El Salvador
y en Guatemala, éstas se convirtieron en uno de los elementos que ejercen
mayor violencia sobre la sociedad civil, particularmente para la población
joven. En Honduras, a inicios de la década de los noventa, las maras aún estaban
constituidas mayoritariamente por menores de edad y sus prácticas, aunque
delictivas, eran menos violentas que en el resto del Triángulo Norte. Pero las
altas tasas de desempleo y la falta de oportunidades, así como la marginación
que continúan viviendo muchos jóvenes, fueron factores importantes que
propiciaron el crecimiento y recrudecimiento de estos grupos (Menjívar et al.,
2018). Para la segunda mitad de la misma década los récords de violencia habían
incrementado exponencialmente (Castro, 2001).
La existencia y reproducción de las maras es de esta forma resultado de una
violencia estructural que dejó a parte importante de la población joven relegada,
con muy pocas oportunidades de educación y empleo y en contextos violentos
y de marginación (Prado Pérez, 2018). Pero estos mismos representan alrededor
del 70% de los agentes de persecución para las personas que huyeron de sus

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países y que se encuentran en tránsito por México (REDODEM, 2019). Hoy en
día, una parte importante de las personas que atraviesan México se ve forzada
a partir de su terruño por las amenazas que sufre por esta forma de violencia
organizada.
En la gran mayoría de nuestros intercambios con personas migrantes, ellos y ellas
mencionaron que en su tránsito por México se han encontrado con frecuencia
con miembros de las maras en espacios reservados para el apoyo a migrantes.
Como mencionó Marvin:
“Se ha visto gente en esos albergues que los tienen como gente de
bien, y son mareros. (…) Son mareros, y hasta la cara, los tatuajes,
y la gente bien rara, bien diabólicos se ve. (…) Y eso nos incomoda
a nosotros. Y no se imagina cómo me pongo, me parece que me los
estoy encontrando en Honduras. Gente que tanto daño le ha hecho a
la sociedad. Con solo oír mencionar la organización esa: matan niños,
mujeres embarazadas, tal vez porque un familiar es enemigo de ellos,
matan a la familia, le meten fuego a la casa con todo y familia. Allá
por el tiempo que yo pasé, mataban gente en el tren. Asaltaban, la
Mara MS10. (…) Amenazando con armas, con pistolas, con machetes
y todo. Entonces eso da coraje ver a las personas que en el tren van
asaltando, amenazando a la gente, y al siguiente día todos vamos
para un albergue donde paró en la estación del tren. (…) Luego, hay
gente que mejor llega y mira el ambiente, y prefiere irse a dormir a
la calle que quedarse ahí” (Marvin, migrante hondureño, Ciudad de
México, 2020).

Efectivamente, parte de la población migrante en tránsito por México pertenece


o pertenecía a estos grupos delictivos en sus países de origen, y las razones por
las que se encuentran en México son diversas. Éstas van desde decisiones de
escapar de los entramados de las maras, por persecución de grupos rivales11 o,
como Marvin y muchas otras personas migrantes intuyen, siguiendo a “miras”
que tratan de escapar de sus amenazas. En estos casos, el riesgo de ser víctimas
de persecución continúa a pesar de haber salido del país. Esto se debe, por un
lado, a las redes transnacionales de las maras que posibilitan la persecución a
lo largo del trayecto migratorio y, por otro, a la falta de políticas de protección
para la población migrante en el país de tránsito. Por ello, muchos migrantes
prefieren refugiarse en otro lado, o incluso pasar la noche a la intemperie, antes
que verse obligados a interactuar con personas que —por su aspecto físico, su
10 La mara MS, Mara Salvatrucha, es una de las pandillas más grandes y violentas en
Centroamérica. Sus redes se extienden hasta EE.UU.
11 Existen distintas maras en Centroamérica, que se riñen y entablan conflictos violentos,
particularmente por el control de territorios. Como muchas de las personas migrantes con las
que interactuamos en esta investigación mencionaron, las zonas más violentas son aquellas en
las que colinda el control de dos o más maras. Entre los grupos más conocidos, se encuentran la
Mara Salvatrucha (MS), los Vatos Locos, la 18 (o Calle 18), los Tercereños y los Olanchanos, estos
últimos ejerciendo control particularmente en el sector de la Rivera Hernández de San Pedro
Sula.

91
porte y vestimenta— se identifican como mareros12.
La tendencia más reciente demuestra que, debido al mayor endurecimiento de
la política de inmigración de EE.UU. y la cooperación del gobierno mexicano
en ella, México se está convirtiendo cada vez más en un país de asentamiento
para aquellas personas migrantes que tienen impedimentos para cruzar la
frontera con EE.UU. Según la Comisión Mexicana de Asistencia a Refugiados
(COMAR), el número total de solicitudes de asilo de 2018 —que ya había sido
excepcionalmente alto en 2018, acercándose a los 30 mil casos— ascendió a 70
mil 609 solicitudes en 2019 (COMAR, 2020). El desenlace del giro antinmigrante
de la administración del presidente estadounidense Donald Trump (2017-
2021)13, particularmente incisivo en 2019 con la implementación de los MPP,
así como el apoyo y la participación del Estado mexicano para frenar los flujos
migratorios a EE.UU., han reforzado esta tendencia. Los MPP son una acción del
gobierno estadounidense —pactado con el gobierno mexicano— mediante la
cual migrantes que ingresan o buscan admisión a los EE.UU. desde México sin
documentación pueden ser retornados a México mientras esperan la resolución
de sus procedimientos de inmigración en EE.UU. (US Department of Homeland
Security, 2020).
Como se mencionó anteriormente, la posición de desigualdad geo-económica
de México frente a EE.UU. ha dejado al país latinoamericano en una encrucijada
de la que difícilmente puede deslindarse. Una manifestación de ello han sido
medidas securitistas y de control migratorio como las de los MPP, o el despliegue
de la Guardia Nacional, particularmente en la frontera sur. El objetivo claro de
estas medidas es frenar la llegada de personas migrantes hasta EE.UU. El caso
de los MPP es representativo de esta relación desigual, ya que fue acordado
por México tras las amenazas del gobierno estadounidense de incrementar los
aranceles de mercancías mexicanas hacia el país del norte. A pesar de que parte
de este acuerdo menciona en papel la necesidad de brindarle a las personas
migrantes protección humanitaria durante el tiempo que dure su proceso (BBC,
2019), esto en la realidad está lejos de ser cumplido y constantemente se violan
sus derechos sin ningún tipo de repercusión.

12 A las personas que forman parte de una mara se les conoce en Centroamérica como
“marero” o “marera”.
13 Entre la serie de leyes restrictivas de migración puestas en marcha por la administración
de Trump, también se ha intentado retroceder en otras que ya habían sido aprobadas por
gobiernos anteriores, como la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus
siglas en inglés). El DACA es un programa lanzado en 2012 por la administración de Barack
Obama con el fin de proteger de la deportación a personas que hubieran llegado en la infancia a
Estados Unidos y brindarles ciertos beneficios, como la posibilidad de trabajar. Ésta es renovable
cada dos años, pero no ofrece una vía para obtener la ciudadanía. El DACA surge tras intentos
fallidos de establecer el DREAM Act o Ley DREAM, propuesto desde 2001 pero que hasta la fecha
no ha sido avalado, que sí ofrecería una vía para la ciudadanía, además de la protección para
evitar la deportación. La administración de Trump ha intentado sin éxito revertir el programa de
DACA, sin embargo, desde 2017 no se han aceptado nuevas solicitudes (Dickerson, 2020).

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92 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
En este contexto, el Estado mexicano actúa como agente de contención —a través
de políticas represivas (Vogt, 2013)—de los miles de personas de nacionalidades
diversas que tratan de cruzar el país con la intención de llegar a los EE.UU. Para
frenar los flujos migratorios centroamericanos, el Gobierno de México delegó
poderes a la Guardia Nacional, la cual fue creada en 2019 con la meta de combatir
el crimen organizado, pero ha actuado más bien como policía migratoria. De esta
forma, el país se convierte cada vez más en una “frontera vertical” (Yee Quintero
y Torre Cantalapiedra, 2016; Rigoni, 2007), un estado de contención (Guiraudon y
Joppke, 2001; París Pombo, 2016), o un país tapón (Álvarez Velasco, 2016; Varela,
2019).
El corredor migratorio Centroamérica-México-EE.UU. se caracteriza por la
violencia constante que sufren los y las migrantes (Vogt, 2013), particularmente
aquellas irregularizadas, y da muestra de la crisis humanitaria que envuelve
tanto a este corredor (Álvarez Velasco, 2016) como al contexto global de
migración actual. A pesar de que el discurso de los Estados pregona la necesidad
de proteger los derechos humanos de las personas migrantes, en realidad
sus políticas de securitización y de control fronterizo se enfocan en detener o
disminuir el movimiento de personas. Esto es tan cierto en el caso del corredor
americano (París Pombo, 2016) que atraviesa de sur a norte, como en el que
parte del Medio Oriente y de África para llegar a Europa (Afouxenidis et al., 2017),
y se agudiza cuando se trata de migrantes con bajos recursos. En realidad, es
cuando la movilidad migrante está impregnada de precariedad que se vuelve
problemática (Rojas Wiesner y Winton, 2019), y es al “instrumentar políticas
punitivas que [los Estados] violan los derechos humanos de los migrantes” (París
Pombo, 2016, p. 92).
Estas estrategias no son específicas del corredor Centroamérica-México-EE.UU.,
sino que se trata de un esfuerzo globalizado, particularmente defendido por
los países desarrollados para detener específicamente los movimientos sur-
norte; es el caso particularmente de EE.UU. y de la Unión Europea. Esta última,
de acuerdo a reportes de la Agencia de la ONU para los Refugiados (UNHCR por
sus siglas en inglés) tuvo un influjo de 139 mil 300 migrantes en 2018, ya sea
que hayan llegado a países miembro fronterizos por tierra o por mar. A pesar de
que el número de personas buscando llegar a territorio europeo bajó (en 2015 se
registraron 1 millón 15 mil 877 solicitantes de refugio), el número proporcional de
muertes ha ido en incremento (UNHCR, 2019). Tan solo entre enero y marzo del
2020, 219 personas perecieron en el Mediterráneo (OIM, 2020), esto antes incluso
de que iniciaran las medidas de seguridad contra la pandemia de COVID-19, que
tuvo como primer impacto el cierre de fronteras a la migración por catalogarla
—convenientemente— como riesgo potencial de infección.
Estas cifras delatan no un mejor manejo de la llamada “crisis migratoria”, sino
un robustecimiento de los medios de control que han crecientemente puesto en
riesgo la vida de las personas. De hecho, está por aprobarse un “Nuevo Pacto sobre
Migración y Asilo” (Comisión Europea, 2020) que, más que apoyar y proteger a
las personas en movimiento y en busca de refugio, tendrá como efecto principal

93
el resguardo de los Estados miembro con más recursos (aquellos que también
se encuentran más alejados de la entrada de las rutas migratorias) frente al
importante influjo de migrantes que contemplan a Europa como su destino final.
En concreto, queda claro que, para los países ricos, tanto los que son miembros
de la Unión Europea como los EE.UU., es más importante salvaguardar las
fronteras que las vidas de las personas. Esto se ve también en el estado crítico
en el que se encuentran los y las migrantes forzadas, en condiciones de casi-
detención en campos de refugiados como el de Moria, creado en 2015 en la isla
de Lesbos, en Grecia (Afouxenidis et al., 2017), que en septiembre del 2020 se
incendió en su totalidad. Este es un campo que, pese a su espacio reducido para
3 mil personas solicitantes de refugio, acogía en el momento del incendio a casi
13 mil (Segura, 2020), todas viviendo en condiciones paupérrimas, la mayoría
durmiendo a la intemperie (Grant y Moutafis, 2020).
A pesar de que las condiciones en ambos corredores migratorios son muy distintas,
es también evidente el paralelismo entre México y varios países mediterráneos,
como Grecia y Turquía, que fungen como “fronteras verticales” para los países
más desarrollados. Ambos destinos han implementado, en momentos distintos,
estrategias para aminorar la llegada de personas que buscan refugio. Además de
las ya mencionadas, la designación de terceros países “seguros” funciona como
una suerte de barrera que justifica el rechazo a solicitudes de asilo para personas
que hayan pasado previamente por estos países (Afouxenidis et al., 2017).
A diferencia de Turquía, cuya función oficial como tercer país seguro, desde 2016,
fue una de las condiciones de la UE para reiniciar el diálogo para la solicitud de
Turquía como Estado miembro de ésta (Şimşek, 2017), México no ha aceptado
oficialmente la función de tercer país seguro que el Gobierno de Donald Trump
ha querido imponer (y que ha logrado hacer ya con El Salvador, Honduras y
Guatemala). Sin embargo, en la práctica, los MPP también tienen una función
de contención. Los largos tiempos de espera de los procesos del MPP pueden
extenderse a más de un año. Las sedes de los tribunales en los que se tratarán
sus casos cambian frecuentemente e implican el traslado de quienes solicitan
asilo a miles de kilómetros de distancia, a través del inhóspito territorio norte de
México. Además, la implementación en EE.UU. de las llamadas “cortes en carpa”
en donde —de acuerdo a testimonios de las personas migrantes con las que
hablamos— se llevan a cabo sus casos por videoconferencia, mayoritariamente
sin la presencia de abogados o de testigos14, vulnera los derechos de las
personas migrantes que han gastado todos sus recursos para llegar hasta EE.UU.
En suma, los procesos del MPP —que en México son conocidos como programa
“Quédate en México”— lograron su acometido: funcionan como una rejilla que
va dimitiendo la esperanza y las capacidades de quienes buscan refugio en
EE.UU., empujando a las personas migrantes con frecuencia a tomar la decisión
14 El uso de carpas que fungen como cortes no es único para las personas migrantes que se
encuentran dentro del MPP, sin embargo, el hecho de que antes de sus juicios deban permanecer
en México limita sus capacidades de conseguir cualquier tipo de asesoría legal en EE.UU. Las
cortes en carpa, en general, son una forma más de limitar las posibilidades de un juicio justo para
personas tanto dentro como fuera de los MPP.

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94 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
—sin tener mucha alternativa— a permanecer en México; y de esta forma frenan
la movilidad migrante.
A pesar de todas las barreras que encuentran en su camino, los flujos migratorios
a EE.UU. y a Europa no han cedido; por el contrario, cada vez más personas huyen
de situaciones de violencia en sus países de origen y, al verse confrontadas con
el robustecimiento de las medidas de control migratorio a todo lo largo de su
trayecto, toman caminos cada vez más inhóspitos y se exponen nuevamente
a otras formas de violencia organizada. Como veremos a continuación, las
narraciones de los y las migrantes entrevistadas demuestran también cómo
los mecanismos binacionales puestos en marcha entre México y EE.UU., y
especialmente los MPP, afectan las trayectorias migratorias, particularmente
porque en la espera ponen en riesgo a las personas migrantes.

TRAYECTORIAS MIGRATORIAS EN TRÁNSITO


Las personas migrantes de Centroamérica por lo general parten de sus países
con el fin de llegar a EE.UU. De acuerdo a las últimas cifras de la REDODEM,
que se basan en una muestra parcial de esta población, en 2018 el 66,4 % de
las personas encuestadas tenían como país de destino EE.UU., mientras que
México lo fue para el 28,6 % (REDODEM, 2019). Aunque hasta hace poco tiempo
era raro encontrar gente cuyo destino era específicamente México, es algo que
sucede con mayor frecuencia, y es posiblemente un fenómeno que irá al alza
debido a los controles cada vez más restrictivos a lo largo del corredor. Además,
las trayectorias atravesadas dependen de las condiciones de las personas,
tanto antes de salir de sus países de origen como durante el tránsito; dependen
también de las características de quiénes estén viajando, si son personas solas
o si vienen en familia o en grupo; dependen también del capital económico y
social con el que cuentan y de las razones por las que se vieron obligadas a salir
de su país de origen. En sus trayectorias pasan por diferentes lugares en México
donde permanecen por diferentes lapsos de tiempo. En muchos casos, el viaje al
norte no es una trayectoria lineal, sino que está marcado por diferentes intentos
y retornos (Frank-Vitale, 2020)15—electivos o forzados—, por pausas de tiempos
diversos, ya sea para trabajar o planear la siguiente fase del trayecto, para
esperar a que se resuelva algún tipo de trámite, o por una estancia inesperada
en una estación migratoria, etc.
A continuación, presentaremos dos trayectorias de personas de Honduras que
migraron por la situación de violencia organizada que vivían cotidianamente. Al
momento de ser entrevistadas, residían temporalmente en la zona metropolitana
del Valle México. En ambos casos se trata de personas que se encontraban en
situación de espera en el medio de sus tránsitos: mientras Lourdes y Ramón
esperaban la resolución de su caso en el programa de los MPP en EE.UU., Marvin
15 Existen varias muestras de este tipo de trayectorias en la literatura sobre migración en
latitudes distintas, por ejemplo, en el trabajo de De León et al. (2015), de Collyer (2010) y de
Garneau (2010), entre otros.

95
permanecía en la Ciudad de México esperando resolución de su propio caso en
México, tras haber sufrido un accidente en su camino. En ambas trayectorias,
quienes relatan sus experiencias llevaban ya varios intentos por llegar hasta EE.UU.
En ambos casos lograron llegar, pero no permanecer. Fueron aprehendidos por
las autoridades estadounidenses al ingresar de forma indocumentada al país y,
tras algunos días en la “hielera” fueron expulsados. Sin embargo —como en el
caso de la mayoría de las personas migrantes centroamericanas retornados—
emprendieron el viaje de vuelta hacia el norte. Mientras que a Marvin lo
detuvieron una segunda vez y lo deportaron sin posibilidad de volver a ingresar
a los Estados Unidos, Ramón y Lourdes fueron ingresados a los MPP, y por ello
enviados de vuelta a México.

“Tu caso no es fuerte”


En el momento de nuestra entrevista, Ramón y Lourdes vivían con sus cuatro
hijos en la casa de la hermana de Lourdes, en el Estado de México. Mientras nos
dirigíamos al lugar en el que realizamos la entrevista, Lourdes comentó que el
barrio en el que vive su hermana es complicado, por lo que lo mejor es no llegar
demasiado tarde, para no ponerse en riesgo del crimen habitual, particularmente
el que se vive en el transporte público. Teníamos poco tiempo para conversar, ya
que era tarde y Ramón venía saliendo de un turno de 24 horas en un empleo
intermitente de vigilancia, en el que le pagaban un salario mínimo y con el que la
familia apenas podía mantenerse a flote.
Ramón y Lourdes vienen de la comunidad San Juan16 en Honduras. Salieron
por primera vez en julio de 2019. Desde entonces han tenido que atravesar más
de una vez la totalidad del territorio mexicano y han cruzado múltiples veces
la frontera con EE.UU. Como muchas otras personas migrantes que solicitaron
refugio en este país después de enero del 2019—la fecha de inicio de los MPP—
la pareja y sus hijos fueron devueltos a México, donde llevan meses esperando
mientras la corte estadounidense procesa su solicitud. Pidieron asilo porque
hasta la fecha, siete miembros de su familia han sido asesinados, incluyendo al
padre de Ramón y porque la mara local del barrio en el que solían vivir en San
Juan amenazó a su hija mayor, de 16 años: la querían para novia de un marero.
Sin embargo, contaron que, a ojos de la corte estadounidense, esto no les daba
razón suficiente para recibir asilo en EE.UU.
Ramón: “Ellos dicen: ‘no, tu caso no es fuerte.’ ¿Será que quieren que
lo maten a uno y ya venir uno muerto a decirles ‘quiero asilo’? (…)
Dijeron que a mí personalmente tenían que sucederme las cosas. O
a mi hijo o a mí. Digo yo: ‘n’hombre, ¿entonces el papá o los tíos no
cuentan, entonces?’ (…) y mi hija.”

Lourdes: “Es que como ahora dicen que no vale eso por mara. Que

16 Para proteger la identidad de las personas entrevistadas, los nombres de lugares


también fueron anonimizados.

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96 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
eso es común. (…) Porque como ellos- porque por mara dicen que
‘eso es normal’” (Ramón y Lourdes, migrantes hondureños. Ciudad
de México, 2020).

A pesar de que para la pareja ha sido difícil la experiencia dentro del MPP, se
considera también afortunada por el simple hecho de no haber sido enviada de
vuelta para Honduras. En el caso de muchas personas migrantes, la deportación
automática al país de origen es común (Eller et al., 2020). En estos casos es
frecuente que, al llegar de vuelta al país de origen, se vean inmediatamente
enfrentadas a la violencia de la que venían escapando. Como relata la pareja:
Ramón: “Definitivamente es bien complicado. Porque yo conozco
varios casos donde ha habido gente que va buscando que le den asilo
en EE.UU. y (…) se los niegan y solo llegan a Honduras, y se tarda tal
vez uno o dos días, y los matan.”

Lourdes: “Hace poco fue un muchacho que llegó, le denegaron. Solo


salió del aeropuerto, lo vieron en la calle y lo fueron a matar. Otro que
también le negaron el asilo y a las dos semanas creo que lo mataron
yendo a trabajar. Ahí sale en las noticias. Bien complicado está...”

Para la pareja, el MPP no fue la primera experiencia migratoria que tuvieron.


Algunos meses antes de pedir asilo ya habían logrado entrar a territorio
estadounidense. A pesar de que no especificaron la vía que tomaron para cruzar
la frontera norte en aquella primera ocasión, es posible que, como muchas
otras personas migrantes, lo hayan hecho a través de un coyote, ya que —
paradójicamente— ésta es una de las formas que las personas migrantes perciben
con frecuencia como menos riesgosas para llegar de forma irregularizada al país
del norte, particularmente cuando se trata de una familia completa.
Esta percepción de seguridad es paradójica, ya que las personas migrantes se
encuentran en realidad en condiciones muy vulnerables y con potencial de
extorsión, explotación, e incluso riesgos a sus vidas. La pareja fue aprehendida
poco después de cruzar el Río Bravo y enviada junto a sus hijos a una “hielera” —
como se llaman coloquialmente las celdas de detención dentro de las estaciones
fronterizas en EE.UU. — donde permanecieron tres días antes de ser enviados de
vuelta a la frontera sur mexicana. Desde ahí iniciaron nuevamente su trayecto al
norte, viajando en autobús, gastando los pocos recursos con los que contaban,
poniéndose en una situación todavía más vulnerable y enfrentándose a los
obstáculos cotidianos de este corredor migratorio. En este segundo trayecto,
la familia fue “rescatada” (la elocuente forma en que el INM y el gobierno
mexicano se refieren a la aprehensión de migrantes y su traslado a estaciones
migratorias) por agentes de migración en el sur de México, y fue puesta en
detención (“alojada”, dirían las voces oficiales) durante 12 días en la estación
migratoria Siglo XXI. De ahí, emprendieron su tercera vuelta hacia el norte; esta
vez —tras haber sido instruidos por una organización de abogados que apoya a
las personas que buscan refugio en EE.UU. — cruzaron la frontera norte por la vía
legal y pidieron refugio inmediatamente. Fue ahí que la familia fue ingresada al

97
programa de los MPP, pero seis meses después seguía sin respuesta, esperando
en la Ciudad de México.
Al día siguiente de nuestra entrevista, Lourdes y Ramón tuvieron que regresar a
la frontera norte de México porque tenían su cita en la corte en dos días, que ya
se había pospuesto dos veces por razones indeterminadas. Para sus citas tenían
que trasladarse a Nuevo Laredo, que es en donde cruzaron para solicitar asilo
en EE.UU. Una vez en la frontera, el servicio de inmigración estadounidense, en
colaboración con el INM, se encarga de trasladar a las personas que solicitaron
asilo y que tienen cita en las “cortes en carpa”, donde interactúan con los jueces
a través de un televisor. Para esto, tienen que pasar la noche en un espacio
concebido para ello, y estar listos a las 4 de la mañana para tomar el autobús
a EE.UU. Luego son transportados de regreso a México y dejados en la frontera.
No se les ofrece transporte a un lugar seguro; no se les ofrece comida ni mantas
para la noche que pasan debajo de esa lona instalada provisoriamente para que
los migrantes esperen su turno frente a la corte. A veces, se cambia su fecha
de corte y también el lugar donde deben asistir a la fecha. Esto implica que las
personas migrantes necesitan viajar —por ejemplo, de Nuevo Laredo a Tijuana—
sin ningún medio de transporte ni dinero, y sin tiempo para organizarse o pedir
apoyo. Aunado a esto, si no asisten a sus citas, pierden el juicio, y permanecer
en Nuevo Laredo mientras se resuelve su caso tampoco es una opción para la
familia: Lourdes explicó que la inseguridad y la violencia que se vive en esa ciudad,
particularmente siendo migrante, es algo a lo que no quiere exponer a sus hijos.
Así que la familia permanece en espera, en una situación de incertidumbre.
Ramón evaluó estos procedimientos de la forma siguiente: “El acuerdo que tiene
EE.UU. con México es prácticamente como quien dice, se lava las manos uno con
otro porque, o sea, prácticamente lo engañan a uno. (…)”
La trayectoria de esta familia es un ejemplo claro de cómo las políticas migratorias
nacionales, así como los acuerdos binacionales entre México y EE.UU., se
desarrollan para impedir el paso seguro de los migrantes hasta su destino deseado.
En este sentido, los efectos del intervencionismo estadounidense a lo largo del
siglo pasado en Centroamérica—materializados en la violencia que se vive en la
región y por lo tanto en el éxodo de su población— siguen estando presentes y
teniendo repercusiones en las experiencias de las personas que deciden migrar.
Sin embargo, el papel determinante de EE.UU. en la región como factor de
peso de la migración no se manifiesta en sus políticas migratorias, sino que, al
contrario, se deslinda de sus efectos y, por lo tanto, de sus responsabilidades.

“He subido tres veces p’arriba”17


Marvin es un hombre de alrededor de 45 años. Viene de una región costera de
Honduras y fue vendedor ambulante de oficio en su país, incluso creó su propia

17 “Subir para arriba”, así como “ir para el otro lado” o “cruzar para el otro lado” son
expresiones comunes para referirse a la migración de sur a norte hasta EE.UU.

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98 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
empresa de venta de alimentos “en ruedas”, con la que podía sostener a su
familia. Se vio forzado a migrar tras una serie de enfrentamientos que tuvo con
un marero de su barrio, por la que sufrió amenazas por parte de la pandilla a la
que pertenecía el muchacho. Al respecto, relató:
“En mi caso, yo fui amenazado en varias ocasiones. Y la primera vez
que salí de Honduras fue en 2012. He subido tres veces p’arriba. Y se
genera la violencia por robo, personas que pertenecen a bandas, o
personas que no pertenecen a bandas: son asaltantes y son asesinos
también. Porque en Honduras se vive en una situación que toda la
gente está armada. Toda persona tiene acceso a las armas (…) hay
tiendas de armas. Pero hay armas que no están controladas, armas
usadas, armas viejas, entonces con estas armas se da más. (…) Y mi
situación fue por amenazas, cosas que yo ,pues, en la ciudad donde
vivo, digamos que no puedo vivir.”

Las amenazas por parte de las maras fueron decisivas en la experiencia de Marvin.
De acuerdo a su relato, al igual que Ramón y Lourdes, él no se vio obligado a
partir por razones económicas, sino que consideraba que, al quedarse, ponía su
vida en riesgo.
“Corro mucho riesgo. Y no tengo dinero para decir :‘voy a traer a mi
familia a Guatemala’, o que me voy a ir a otro sector de Honduras.
Con dinero, ¡qué es lo que no se hace! Con dinero hasta me pongo
guardaespaldas. Pero ni para comer tengo. ¡Si en Honduras es bien
feliz la gente! Usted llega a Honduras, la gente le dice a uno “¿Qué vas
a ir a EE.UU.? Aquí tenemos todo.”

El factor económico también pesa en la trayectoria de Marvin, ya que tener


mejores condiciones materiales le permitiría buscar alternativas en su propio
país, del cual, según menciona, no quería salir. Cuando salió por primera vez de
Honduras en 2012, su idea era llegar a los EE.UU., pasar algunos años allá hasta
que las cosas se calmaran en Honduras, ahorrar un poco de dinero y después
regresar. Marvin viajó solo, dejando atrás a sus hijos y a su esposa, de la que
después se separaría.
“La primera vez, dije: ‘no, pues, viajo a EE.UU., estoy unos 10 años
y todo va a cambiar, regreso a Honduras, traigo dinero, y me puedo
mudar de otro lado, a vivir tranquilo.’ Pues, no, no la pude armar (ríe),
porque me deportaron rápido.”

En ese tiempo, su perspectiva sobre la migración y sobre las condiciones de su


país natal distaba mucho de la realidad actual que vive. Hasta ahora, Marvin ha
hecho tres intentos para llegar a EE.UU.; dos veces logró cruzar la frontera norte
mexicana, pero ambas veces fue aprehendido por oficiales del ICE en su camino
a través del desierto de Sonora en Arizona. La primera vez estuvo en detención
en una “hielera” por once días; la segunda, fueron tres meses en un centro de
detención. En ambas ocasiones lo deportaron de vuelta a Honduras y, desde ahí,

99
emprendió nuevamente su viaje al norte. La última vez que lo deportaron, le
prohibieron volver a EE.UU. de por vida. En cada ocasión contó con un capital
muy limitado, por lo que tuvo que tomar las rutas migratorias que —por ser más
rápidas y más baratas— son las más peligrosas.
Las tres veces que atravesó México, lo hizo sobre “La Bestia” y, para lograr cruzar
a EE.UU., se puso en manos de un cártel que le aseguraba una vía a través del
desierto a cambio de transportar narcóticos en una mochila. Marvin aseguró
que esta era la forma más segura de atravesar cuando no se puede pagar un
coyote. A pesar de la prohibición de regresar a EE.UU., Marvin viajó una tercera
y última vez hacia el norte, pero su trayecto se vio interrumpido cuando tuvo
un accidente mientras trataba de huir de agentes de inmigración durante su
tercer viaje sobre “La Bestia”. Al tratar de bajar apresuradamente del tren aún
en movimiento, su pie quedó atorado entre las vías y las ruedas del tren. Desde
entonces, Marvin ha permanecido en México. Primero estuvo seis meses en
recuperación en una clínica cercana a donde sufrió el accidente, hoy en día vive
en la Ciudad de México. Sin embargo, su situación es vulnerable: no tiene los
medios para pagarse un tratamiento que le permita mejorar su condición física,
y por la dificultad que tiene para desplazarse, conseguir un empleo también le
resulta imposible. Como lo señala Vogt (2013), este tipo de heridas, muy comunes
entre migrantes que viajan sobre “La Bestia”, son también resultado de distintas
formas de violencia institucional y estructural que ponen a personas de por sí
vulnerables en condiciones aún más difíciles.

“ENFRENTARSE A LA VIOLENCIA PARA


ESCAPAR DE LA VIOLENCIA”
En el corredor migratorio Centroamérica-México-EE.UU. —como en el que pasa
de Asia Occidental a Europa mencionado también anteriormente— la migración
no se lleva a cabo únicamente con el fin de encontrar mejores oportunidades
económicas o educativas. Aunque estas razones también están presentes, la
razón principal que lleva a las personas a dejar sus países es la amenaza a su
sobrevivencia y la búsqueda de una vida más segura, como demuestran los
extractos de trayectorias migrantes presentados. Aparte de las situaciones de
violencia de las cuales los migrantes huyen, los países de destino, en general
países ricos, así como los países de tránsito que funcionan como frontera vertical,
exponen a personas de por sí vulnerables a condiciones todavía más difíciles.
Al cerrar las fronteras y al externalizarlas, al evitar que las personas en tránsito
crucen —ya sea para pedir asilo o para llegar a un destino más lejano— las obliga
a atravesar territorios más conflictivos y exponerse a otros agentes violentos que
también atentan contra sus vidas y sus derechos. Convierten a agentes violentos
y delictivos, como los cárteles, en la única alternativa para gente sin recursos,
como es el caso de Marvin.

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100 migratorios, nuevas territorialidades, nuevas restricciones | Vol. 5 - Nᵒ1 - 2021
Además, estas políticas migratorias restrictivas implementadas por EE.UU. y
México no detienen realmente al flujo de migrantes, sino irregularizan a quienes
migran y propician el cruce por territorios más difíciles. Estas dificultades pueden
ser resultado de las condiciones naturales: desiertos que exponen a las personas
al sol, la falta de agua, y a perder el rumbo y ser incapaces de volver a encontrarlo;
o atravesar ríos (en el caso americano) y mares (en el caso europeo) que expone
a las personas migrantes a condiciones incontrolables y de alto riesgo. También
pueden correr otro tipo de riesgos, por ejemplo, cuando se trata de territorios
controlados por agentes violentos distintos al Estado, como son los cárteles de
droga, las redes de trata, o grupos delictivos más pequeños que buscan sacar
provecho de la condición de las personas migrantes a través de secuestros, de
extorsión o de trabajo forzado.
Como menciona Álvarez Velasco, estas políticas migratorias han propiciado no
sólo “la expansión de migración irregularizada, sino también la multiplicación
de ‘industrias migratorias’ clandestinas” (Álvarez Velasco, 2016, p. 159). Una
de estas industrias es, por ejemplo, la que menciona Marvin en su trayecto
migratorio. En su propia experiencia, atravesar el desierto fronterizo entre
México y EE.UU. cargado de droga es más seguro que atravesar la frontera por
una entrada formal a EE.UU. Mientras que la primera opción le ofrece un cierto
nivel de “seguridad” en un trayecto en sí peligroso, ya que le ofrecen agua y
comida, así como un paso seguro a través de un territorio inclemente, la segunda
lo expone a una deportación casi automática, poniendo su vida en riesgo. Pero
más allá de esto, al irregularizar la migración, el Estado abre paso a que otros
agentes —particularmente redes de trata y narcotráfico— puedan sacar provecho
de la condición de estas personas, quienes a veces no ven otra alternativa a su
situación. Esta es justamente la complejidad a la que hace referencia De Genova,
en la que el Estado, tras clasificar y criminalizar a las personas migrantes,
empujándoles hacia trayectos cada vez más peligrosos, se beneficia de esto
mismo pues justifica y legitima sus medidas de control y violencia, lo que llama
un “espectáculo fronterizo” (De Genova, 2013, pp. 436-437).
El caso de Lourdes y Ramón demuestra otra forma de poner a migrantes en
tránsito en una situación irregularizada y de incertidumbre de parte de las
políticas migratorias. A pesar de que en el momento de la entrevista aún no
conocían la resolución final de su solicitud de asilo en el marco de los MPP frente
a las autoridades estadounidenses, ya les habían dado a entender que ésta sería
negativa, ya que consideraban que la persecución que sufría su hija por parte
de las maras en Honduras no era un argumento fuerte, sino que era parte de
la cotidianidad centroamericana. Esta normalización de la amenaza de vida
en la que vivía la familia delata un contexto de violencia estructural (Galtung,
1996) resultado de la falta de herramientas (nacionales o internacionales) para
combatir el poder ejercido por las maras y las desigualdades asociadas.
El hecho de que este tipo de violencia ya esté “naturalizada” hasta por los
organismos del Estado, que consideran que no pueden proteger a una persona
víctima de amenazas por parte de las maras, es algo característico del corredor

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aquí analizado. Como ya han destacado otros autores (Armijo Canto y Benítez
Manaut, 2016; Rojas Wiesner y Winton, 2019), esto es algo que sucede no sólo
una vez que las personas migrantes se encuentran pidiendo asilo en EE.UU. ,
sino que ocurre desde los países de origen, donde personas que se enfrentan a la
violencia ejercida por maras y deciden denunciar estas acciones y pedir apoyo a
agencias institucionales como comisiones de derechos humanos obtienen como
respuesta que la situación es tan “común” que no se puede hacer nada al respecto
(Rojas Wiesner y Winton, 2019). Esta situación habla del fuerte entrelazamiento
entre agentes legales e ilegales de la violencia organizada a lo largo de todo el
corredor Centroamérica-México-EE.UU.
Los extractos de las dos trayectorias migrantes presentados en este artículo
muestran cómo las políticas migratorias de EE.UU. y México en este corredor
exponen a migrantes a viajes largos, circulares, enredados, de ida y vuelta
acompañados por tiempos de detención, inmovilidad y espera que con
frecuencia rozan con formas de tortura: en las “hieleras”, en los centros de
detención y las estaciones migratorias, en la espera que precede las “cortes
en carpa”, etc. En estas trayectorias están expuestas y expuestos a pobreza,
violencia y situaciones humanitarias precarias. En los dos casos la migración
no es lineal: llevan diferentes intentos de cruzar México para llegar a EE.UU. y
mucho tiempo en condición de espera que, aunque en muchas ocasiones es una
herramienta del estado para contraer la esperanza de quienes migran, en otras,
se ha vuelto también un instrumento clave para sostener la resistencia y rearmar
las estrategias de los migrantes.
En las dos trayectorias de las personas migrantes se ve cómo la migración
forzada está relacionada y entrelazada por la violencia organizada. Desde
la violencia de las maras, el Estado hondureño que no asegura la vida de sus
ciudadanas y ciudadanos, pasando por los agentes de los gobiernos mexicano
y estadounidense que las detienen, mantienen “en espera”, las devuelven a la
frontera sur y tampoco garantizan su seguridad, hasta la violencia ejercida por
el crimen organizado y el crimen cotidiano que enfrentan en su viaje “al norte”.
Aquí, las desigualdades geopolíticas son también un factor determinante.
El intervencionismo estadounidense en el contexto de las guerras civiles
centroamericanas del siglo pasado se resiente aún en las historias de los migrantes
en tránsito, si bien lo hace con otros matices, como la falta de oportunidades y
la violencia cotidiana a la que se enfrentan por la presencia y el fortalecimiento
de las maras. La relación desequilibrada entre México y EE.UU. también juega un
papel fundamental en la experiencia de los migrantes. Se materializa en políticas
migratorias restrictivas, en la externalización de las fronteras y la exposición
constante, durante el tránsito, a formas distintas de violencia organizada.

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