El Fantasma de La Casa Amarilla
El Fantasma de La Casa Amarilla
El Fantasma de La Casa Amarilla
“El actual Palacio de la Cancillería fue, en la Colonia, tenebrosa cárcel donde torturaban y
dejaban morir de hambre a los presos. La conseja popular atribuye a esos métodos brutales
el hecho de que hoy deambule por la Casa Amarilla un fantasma, un ¨alma en pena¨ que
siembra el terror y genera nuevas leyendas.
Con visos de cosa al borde de la realidad, existe desde hace un buen número de años,
noticias de apariciones y fantasmas en el lugar de la Casa Amarilla que fue, según leyendas
viejas, calabozo destinado a sacrificios de patriotas que caían prisioneros en manos de los
españoles. Allí estuvo a la contemplación de los curiosos, adheridas al muro, argollas que
no fueron seguramente para colgar hamacas, ni asegurar las bestias de los Jefes del Penal,
ya que estos, como es cosa sabida por los cronistas, pastaban libremente en la Plaza Mayor,
listas para entrar en servicio en el momento que juzgasen adecuado sus propietarios.
De boca en boca circuló la leyenda que daba razón de cómo ajusticiaban allí a los presos,
cuando no eran dejados morir de hambre, método éste el más usado por los carceleros. Y no
es inventiva para pergeñar cuartillas, ya que es conocida la especie de como se asomaban
los presos tras de las verjas que dan hacia la calle que conduce de la Esquina del principal
a la del Conde, impetrando la caridad de los viandantes para mitigar el hambre. Así los
vieron cuando obligados por las autoridades los maestros de escuelas llevaron a los
escolares a presenciar el sangriento proceso que culminó con la muerte y descuartizamiento
del prócer José María España en la Plaza Mayor. Como perros rabiosos los encarcelados
clamaban de los transeúntes un poco de pan y de piedad para ellos, sin que surgiese el
hombre que les auxiliase. Así estuvieron, igualmente, cuando el esclavo de un clérigo,
castigado por nimiedades que no valían la pena de un azote, fue atacado de viruela; extraído
por el Padre Cura para tratar de sanarlo en su residencia, otros cautivos contrajeron el mal,
y murieron precisamente en el pabellón que en virtud de reparaciones hechas en épocas
recientes, destinándolo a Archivo de la Cancillería; han continuado sintiéndose ruidos allí y
en la Biblioteca en ciertas horas de la noche, sin que los vigilantes nocturnos del
establecimiento hayan podido darse cuenta del origen de aquellos.
Lo cierto de ello fue que para evitar deserciones de la tropa atemorozada con aquellas
misteriosas ocurrencias, llevaron la Compañía de Infantería al Cuartel de San Mauricio.
Años más tarde instalaron la Jefatura Civil de la Parroquia de Catedral que permaneció allí
hasta que en tiempo del Benemérito desocuparon el local.
No se habló más de esas cosas hasta que terció en el asunto el buen humor de un criollo y
echó al vuelo la especie de que en el salón de espera de la Casa Amarilla aguardaban ser
llamados por el titular de la cartera, el doctor Diógenes Escalante y un General andino a
quien en una refriega le habían dado un tremendo machetazo en la cara, que le desfiguró el
rostro en su más amplia totalidad. Ambos personajes platicaban de Política, cuando el
portero del Ministro hizo avanzar al Doctor Escalante hacia el despacho del Ministro.
Quedaba solo el deformado guerrillero, cuando dicen los bromistas, surgió de pronto un
fantasma y, al verse delante del otro, que no era menos deformado que él, dizque le dijo:
—Colega, no se asuste, soy yo . . .
Por lo demás, no se ha sabido con precisión, o para menor hablar, nadie ha visto de frente al
fantasma de la Casa Amarilla, pero la leyenda dice sobre su aparición tantas cosas que
habrá que tenerlas por ciertas.
Belis nolis. . .
Debió estar, si no confortable, porque rara vez ergástula alguna gozó de tal privilegio, al
menos adecuada para encerrar en ellas, como lo hizo don Sancho de Alquiza en el año
1606, a Don Simón de Bolívar, el viejo, por deuda de 1.108 maravedíes con el Real Tesoro.
En consecuencia, fue Simón de Bolívar el primer personaje con cuya presencia se honraron
los muros de la Cárcel Real.
En diciembre de 1712, ocupó la celda que dejó vacante don Simón el Gobernador y Capitán
General don Diego de Portales y Meneses por orden expresa del Virrey del Nuevo Reino de
Granada, de cuya autoridad política dependía la Provincia de Venezuela.
En la cárcel tenían a Portales cuando el Ilustrísimo Señor Obispo don Juan José de
Escalona y Calatayud, que no usaba el Báculo ni la Mitra por adorno, recibió la Real
Cédula en la cual le decía su Majestad que si el Virrey ordenaba algo en contra del
Gobernador, que lo apoyase su Señoría, tornándolo a la libertad por los medios que tuviera
a su alcance.
De cómo logró el Obispo cumplir el real mandato se advierte al leer que Portales fue
excarcelado luego de graves complicaciones y gobernó hasta el año de 1728 sin que nuevos
disturbios y arbitrariedades del Virrey interrumpieran la paz de la ciudad, y ordenase
reparar la cárcel que amenazaba ruina.
Tenían preso allí al esclavo de un levita humanitario y como tal respetado. Un día mandó
prenderlo por desacato y borrachín y como el hombre estuviese enfermo lo liberó para
curarlo en su residencia, con tan perra suerte que el ciervo estaba virueloso y la infección se
propagó causando estragos horrendos en la población.
Promediado el año de 1711, la Cárcel Real alojó en sus calabozos al Gobernador y Capitán
General don Francisco de Cañas y Merino, a quien el soberano de España había
distinguido con su representación en la Provincia de Venezuela, en premio de la “buena
conducta” que observó cuando el rey de Meguines y tomó la fortaleza de Alcazar con un
ejército formado por treinta mil hombres de a caballo. En esa acción se cubrió de gloria
Cañas y Merino por lo que, en reconocimiento de su valor y del donativo que le hizo a la
Real Caja, consistente en diez mil pesos de oro, le envió a Caracas.
Hombre amante de la farra y de las faldas corrompió a quienes se dejaron llevar por sus
requiebros; llegó a tal grado en sus desafueros que fue delatado por el Ayuntamiento ante la
Audiencia de Santo Domingo, ésta lo mandó prender. Encerrado estuvo en la Cárcel Real
hasta que debidamente enjaulado y bajo partida de registro, lo remitieron a España-
Recargado de pesados grilletes, colmado de improperios por la soldadesca, estaba en la
Cárcel Real el Ilustre Patricio don Juan María España, cuando sentenciado a sufrir la última
pena el 8 de mayo de 1799, va el reo al patíbulo alzado en el sitio que ahora ocupa la
estatua ecuestre del Libertador.
Ahorcado España, su cuerpo fue hecho cuartos que exhibieron en estacas en “Macuto”, “El
Vigía”, “Quita Calzón” y “El Paso de La Cumbre”, con un letrero infamante que rezaba:
“por encargo del Rey”.
La cabeza del heroico España fue enjaulada, exhibiéndola durante meses en la “Puerta de
Caracas”.
Con tan macabro espectáculo pensaba el Gobernador intimidar al caraqueño partidario de la
liberación. En tanto esto ocurría la honorable matrona María Josefa Herrera continuaba
presa en la Cárcel Real; de allí la llevaron a la Casa de Misericordia, a confundirse con las
reclusas.
Durante la lucha por la Emancipación eran presos en la Cárcel Real los patriotas y luego
fusilados sin fórmulas de juicio en la Plaza Mayor, en la de “San Jacinto” a “Coticita”. Pero
surge de pronto un paréntesis y se alza el telón parta empezar el drama que pondrá fin a la
dominación española.
Son las 8 de la mañana y en el Ayuntamiento contiguo a la Cárcel Real están reunidos los
cabildantes Nicolás de Anzola, Fernando Key y Muñoz, Isidro López Méndez, Feliciano de
Palacio y Blanco, Lino de Clemente, Valentín de Ribas, Rafael Paz del Castillo, Pablo
González, Rafael González, Juan de Ascanio y Rivas, Silvestre de Tovar y Martín de Tovar
Ponte, alcaldes ordinarios afectos a la separación.
Deja de ser patrimonio del Rey y se convierte en templo donde los forjadores de la naciente
República anuncian a los cuatro vientos de América que el pueblo venezolano irá
victoriosamente desde las riberas del Guaire hasta el Ayacucho.
Años más tarde el Sol de Colombia se eclipsa en Santa Marta y el Centauro de las Queseras
del Medio preside a Venezuela.
La pintaron de amarillo
pa que no la conociera;
lo amarillo es lo que luce
lo verde nace en doquiera
Andueza Palacios no le puso cariño a la Casa Amarilla y prefirió vivir en su casa particular
de “Jesuitas”, que las turbas saquearon en 1892.
Inquilino de postín resultó el presidente Cipriano Castro desde que entró triunfante a
Caracas en 1900 hasta que el terremoto lo hizo lanzarse por un balcón de la fachada norte
fue a residir en el cuarto contra temblores en Miraflores.
Por la Casa Amarilla han desfilado con el alto rango de Cancilleres hombres notables como
lo fueron el doctor Diego Bautista Urbaneja, don Antonio Leocadio Guzmán, don Fermín
Toro, don Manuel Fombona Palacios, Dr. Ángel César Rivas, Dr. Pedro Itriago Chacín, Dr.
Esteban Gil Borges y otros no menos ilustres que honraron la Cartera de Relaciones
Exteriores con dignidad y patriotismo.
La Casa Amarilla fue una especie de museo de cachivaches, hasta que en la administración
del general Marcos Pérez Jiménez, en 1953, le dieron categoría de Palacio que bien merece.