Suarez Mason, Carlos Guillermo S Procesamiento
Suarez Mason, Carlos Guillermo S Procesamiento
Suarez Mason, Carlos Guillermo S Procesamiento
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población concentracionaria), la prohibición absoluta del uso de la palabra o de la
escritura, en fin, de cualquier tipo de comunicación humana; la asignación de una letra
y un número en reemplazo del nombre, el alojamiento en pequeñas celdas llamadas
“tubos”, la escasa comida y bebida, y la total perdida de identidad, entre otras.
Resulta ilustrativa a dichos efectos la declaración efectuada por el
sobreviviente Mario Villani -publicada en la obra “Nunca Más”-, en la cual describió la
vida en los centros de detención: “Debo decir que, desde el momento en que alguien era
secuestrado por los grupos de tareas de la dictadura, él o ella era un desaparecido. La
secuencia establecida era desaparición-tortura-muerte. La mayoría de los
desaparecidos transcurríamos día y noche encapuchados, esposados, engrillados y con
los ojos vendados, en una celda llamada tubo por lo estrecha. [...] Podíamos también
volver a ser torturados en el quirófano y, finalmente, como todos los demás, ser
“trasladados”, eufemismo que encubría el verdadero destino, el asesinato. A algunos
pocos, por oscuras razones que sólo los represores conocían, se nos dejó con vida”.
Asimismo el lúcido relato de Víctor Hugo Lubián, sobreviviente del centro
de detención “Automotores Orletti”, también investigado por el suscripto, y cuyo
resultado fuera la resolución dictada en fecha 6 de septiembre de 2006, nos describe la
mecánica de tortura en un centro de detención como el mencionado: ”el insulto, los
golpes de puño y patadas, los manoseos y el estar continuamente vendado y atado o
esposado, es una constante que comienza cuando uno es secuestrado-detenido y se
mantiene en todo momento y en todo lugar; cuando se tortura, cuando se está de
plantón o tirado en el piso, cuando se es trasladado, siempre. Muchas veces me
pregunté acerca del objetivo de ese trato. Existen evidentemente en esas conductas un
objetivo premeditado de antemano, el de denigrar, rebajar al detenido obligándolo a
soportar cosas que en condiciones normales, provocarían una reacción inmediata,
logrando así una profunda depresión psicológica... Se crea una relación de dependencia
absoluta con esa autoridad anónima y omnipresente, nada es posible hacer por uno
mismo, ni lo más elemental, todo se trastoca […]...estamos animalizados por completo,
sucios, hambrientos, sedientos, golpeados, torturados, esperando morir en cualquier
momento; a veces se piensa en ello como la única posibilidad real de salir de allí, pero
hasta eso resulta imposible de hacer, tienen especial cuidado por evitar el suicidio, nos
precisan deshechos pero vivos, para torturarnos y así poder arrancar «información» más
fácilmente”.
Estas escenas, se repitieron, una y otra vez, en las declaraciones de los
sobrevivientes, variando sólo en algunos detalles según el centro de detención en el
que estuvieron secuestrados.
Asimismo, la estructura jerárquica de los distintos centros clandestinos de
detención también era similar.
Los centros clandestinos de detención, poseían una estructura vertical,
detectándose en este caso, un “Jefe” y un Jefe funcional; por debajo de tales mandos,
se encontraba el grupo integrado por personas de diversas procedencias que
conformaban los llamados “grupos de tareas” -o también llamados “patotas”- los cuales
eran los encargados, en primer término, del secuestro y traslado al “centro” de los
ilegalmente detenidos; a la vez que el rol de los integrantes de las “patotas” muchas
veces se completaba con los interrogatorios y torturas que se realizaban en los centros
clandestinos de detención; y por último, las fracciones de “guardias” que se encargaban
de custodiar a los detenidos.
El gobierno de facto, para cumplir estas tareas, se valió de personal de
las distintas fuerzas de seguridad; de hecho, convivían en los centros de detención
clandestinos -a los cuales el propio régimen llamaba eufemísticamente ” LRD”, es decir,
lugar de reunión de detenidos-, policías, militares y penitenciarios, quienes se hallaban
siempre bajo la tutela de la estructura represiva implementada desde el Primer Cuerpo
del Ejército; y en este caso, también del Consejo de Defensa, integrado por los
Comandantes de las Fuerzas Armadas.
Las distintas personas involucradas cumplieron diversos roles en el plan
sistemático de represión ile gal. La importancia de estas distintas funciones queda
graficada en las palabras de Hannah Arendt en el análisis que se realizó del rol del
jerarca nazi Adolf Eichmann en el juicio llevado en su contra: “Allí escuchamos las
afirmaciones de la defensa, en el sentido de que Eichmann tan sólo era una «ruedecita»
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Poder Judicial de la Nación
Considerando Primero:
Génesis del Plan Clandestino de Represión.
El Poder Judicial de la Nación, a través de diversos Juzgados y Cámaras
de Apelaciones, se abocó al conocimiento de numerosas denuncias vinculadas con las
violaciones a los derechos humanos y a la desaparición de personas ocurridas durante
el gobierno de facto que se extendió desde el 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre
de 1983.
En este sentido, la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal analizó los sucesos ocurridos en
el país durante el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” en lo atinente,
entre otros aspectos, al sistema represivo creado desde la cúpula del aparato estatal en
la causa nro. 13/84 (también denominada “Causa originariamente instruida por el
Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en cumplimiento del decreto 158/83 del
Poder Ejecutivo Nacional”); en la causa 44/86 seguida contra los ex-jefes de la Policía
de la Provincia de Buenos Aires (causa incoada en virtud del decreto 280/84 del
P.E.N.), más el trámite de las presentes actuaciones.
En dicho conjunto de actuaciones , quedó acreditada la organización y
funcionamiento de una estructura ilegal, orquestada por las Fuerzas Armadas, la cual
tenía como propósito llevar adelante un plan clandestino de represión.
Así, la Excma. Cámara del Fuero en ocasión de dictar sentencia en la
causa nro. 13/84, realizó un ajustado análisis del contexto histórico y normativo en el
cual sucedieron los hechos que serán objeto de análisis en la presente resolución:
“...La gravedad de la situación imperante en 1975, debido a la frecuencia
y extensión geográfica de los actos terroristas, constituyó una amenaza para el
desarrollo de vida normal de la Nación, estimando el gobierno nacional que los
organismos policiales y de seguridad resultaban incapaces para prevenir tales hechos.
Ello motivó que se dictara una legislación especial para la prevención y represión del
fenómeno terrorista, debidamente complem entada a través de reglamentaciones
militares”.
“El gobierno constitucional, en ese entonces, dictó los decretos 261/75 de
febrero de 1975, por el cual encomendó al Comando General del Ejército ejecutar las
operaciones militares necesarias para neutralizar y/o aniquilar el accionar de los
elementos subversivos en la Provincia de Tucumán; el decreto 2770 del 6 de octubre de
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1975, por el que se creó el Consejo de Segur idad Interna, integrado por el Presidente
de la Nación, los Ministros del Poder Ejecutivo y los Comandantes Generales de las
fuerzas armadas, a fin de asesorar y promover al Presidente de la Nación las medidas
necesarias para la lucha contra la subversión y la planificación, conducción y
coordinación con las diferentes autoridades nacionales para la ejecución de esa lucha;
el decreto 2771 de la misma fecha que facultó al Consejo de Seguridad Interna a
suscribir convenios con las Provincias, a fin de colocar bajo su control operacional al
personal policial y penitenciario; y 2772, también de la misma fecha que extendió la
«acción de las Fuerzas Armadas a los efectos de la lucha anti subversiva a todo el
territorio del país»”.
“La primera de las normas citadas se complementó con la directiva del
Comandante General del Ejército nro. 333, de enero del mismo año, que fijó la
estrategia a seguir contra los asentamientos terroristas en Tucumán, dividiendo la
operación en dos partes, caracterizándose la primera por el aislamiento de esos grupos
a través de la ocupación de puntos críticos y control progresivo de la población y de las
rutas, y la segunda por el hostigamiento pr ogresivo a fin de debilitar al oponente y,
eventualmente, atacarlo para aniquilarlo y restablecer el pleno control de la zona. En su
anexo n° 1 (normas de procedimiento legal) esta directiva cuenta con reglas básicas de
procedimiento sobre detención de personas, que indican su derivación preferentemente
a la autoridad policial en el plazo mas breve; sobre procesamientos de detenidos, que
disponen su sometimiento la justicia federal, o su puesta a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional; sobre allanamientos, autorizándolos en casos graves, con
prescindencia de toda autorización judicial escrita, habida cuenta del estado de sitio.”
“La directiva 333 fue complementada con la orden de personal número
591/75, del 28 de febrero de 1975, a través de la cual se disponía reforzar la quinta
brigada de infantería con asiento en Tucumán, con personal superior y subalterno del
Tercer Cuerpo del Ejército [...]”.
“Por su parte, lo dispuesto en los decretos 2770, 2771 y 2772, fue
reglamentado a través de la directiva 1/75 del Consejo de Defensa, del 15 de Octubre
del mismo año, que instrumentó el empleo de la fuerzas armadas, de seguridad y
policiales, y demás organismos puestos a su disposición para la lucha anti subversiva,
con la idea rectora de utilizar simultáne amente todos los medios disponibles,
coordinando los niveles nacionales [...]”.
“El Ejército dictó, como contribuyente a la directiva precedentemente
analizada, la directiva del Comandante General del Ejército n° 404/75, del 28 de
Octubre de ese año, que fijó las zonas prioritarias de lucha, dividió la maniobra
estratégica en fases y mantuvo la organización territorial -conformada por cuatro zonas
de defensa - nros. 1, 2, 3 y 5 - subzonas, áreas y subáreas - preexistentes de acuerdo
al Plan de Capacidades para el año 1972 - PFE - PC MI72 -, tal como ordenaba el punto
8 de la directiva 1/75 del Consejo de Defensa [...]”.
“Al ser interrogados en la audiencia los integrantes del Gobierno
constitucional que suscribieron los decretos 2770, 2771, y 2772 del año 1975, doctores
Italo Argentino Luder, Antonio Cafiero, Alberto Luis Rocamora, Alfredo Gómez Morales,
Carlos Ruckauf y Antonio Benítez, sobre la inteligencia asignada a la dichas normas,
fueron contestes en afirmar que esta legislación especial obedeció fundamentalmente a
que las policías habían sido rebasadas, en su capacidad de acción, por la guerrilla y
que por “aniquilamiento” debía entenderse dar término definitivo o quebrar la voluntad
de combate de los grupos subversivos, pero nunca la eliminación física de esos
delincuentes [...]”.
“Sostener que este concepto, insertado en esos decretos, implicaba
ordenar la eliminación física de los delincuent es subversivos, fuera del combate y aún
después de haber sido desarmados y apresados, resulta inaceptable [...]”.
“En el Orden Nacional, el Ejército dictó: a) la orden parcial nro. 405/76,
del 21 de mayo, que sólo modificó el esquema territorial de la directiva 404 en cuanto
incrementó la jurisdicción del Comando de Institutos Militares; [...] b) La Directiva del
Comandante General del Ejército nro. 217/76 del 2 de abril de ese año cuyo objetivo fue
concretar y especificar los procedimientos a adoptarse respecto del personal subversivo
detenido; [...] c) la directiva del Comandante en jefe del Ejercito nro. 504/77, del 20 de
abril de ese año, cuya finalidad, expresada en el apartado I fue «actualizar y unificar el
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Poder Judicial de la Nación
contenido del PFE - OC (MI) - año 1972 y la Directiva del Comandante General del
Ejército 404/75 (lucha contra la subversión)»; [...] d) Directiva 604/79, del 18 de mayo
de ese año, cuya finalidad fue establecer los lineamientos generales para la
prosecución de la ofensiva a partir de la situación alcanzada en ese momento en el
desarrollo de la lucha contra la subversión” (cfr. Causa nº 13/84, de la Excma. Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal.
Sentencia de fecha 9 de diciembre de 1985, Imprenta del Congreso de la Nación, Tomo
I, 1987, pág. 69 y sig.).
Con la toma del poder del gobierno militar dio comienzo el fenómeno de la
desaparición de personas mediante la utilización de un plan sistemático de represión en
cabeza del aparato de poder estatal que dominaba las Fuerzas Armadas.
La desaparición forzada de personas, tenía un patrón común de acción
que la Cámara Federal, en la sentencia señalada precedentemente, sistematizó de la
siguiente manera:
"...1) Los secuestradores eran integrantes de las fuerzas armadas,
policiales o de seguridad, y si bien, en la mayoría de los casos, se proclamaban
genéricamente como pertenecientes a alguna de dichas fuerzas, normalmente
adoptaban preocupaciones para no ser identificados, apareciendo en algunos casos
disfrazados con burdas indumentarias o pelucas [...]”
“2) Otra de las características que tenían esos hechos, era la intervención
de un número considerable de per sonas fuertemente armadas [...]”.
“3) Otra de las características comunes, era que tales operaciones
ilegales contaban frecuentemente con un aviso pr evio a la autoridad de la zona en que
se producían, advirtiéndose incluso, en algunos casos, el apoyo de tales autoridades al
accionar de esos grupos armados.”
“El primer aspecto de la cuestión se vincula con la denominada «área
libre», que permitía se efectuaran los procedimientos sin la interferencia policial, ante
la eventualidad de que pudiera ser reclamada para intervenir [...]”.
“No sólo adoptaban esas precauciones con las autoridades policiales en
los lugares donde debían intervenir, sino que en muchas ocasiones contaban con su
colaboración para realizar los procedimientos como así también para la detención de las
personas en las propias dependencias policiales [...]”.
“4) El cuarto aspecto a considerar con característica común, consiste en
que los secuestros ocurrían durante la noche, en los domicilios de las víctimas, y siendo
acompañados en muchos casos por el saqueo de los bienes de la vivienda [...]” (cfr. La
Sentencia…, Tomo I, pág. 97 y sig.).
Estos actos de terrorismo de Estado sin precedentes, fueron abordados
también por los historiadores del pasado reciente, como el catedrático en Historia
Social (UBA, FLACSO) e investigador principal del CONICET, Luis Alberto Romero,
quien al respecto ha sostenido:
“La planificación general y la supervisión táctica [del plan represivo
estatal] estuvo en manos de los más altos niveles de conducción castrense, y los
oficiales superiores no desdeñaron participar personalmente en tareas de ejecución,
poniendo de relieve el carácter institucional de la acción y el compromiso colectivo. Las
órdenes bajaban, por la cadena de mandos, hasta los encargados de la ejecución, los
Grupos de Tareas […] La represión fue, en suma, una acción sistemática realizada
desde el Estado.”
“Se trató de una acción terrorista, dividida en cuatro momentos
principales: el secuestro, la tortura, la detención y la ejecución. Para los secuestros,
cada grupo de operaciones -conocido como «la patota»- operaba preferentemente de
noche, en los domicilios de las víctimas, a la vista de su familia, que en muchos casos
era incluida en la operación. Pero también muchas detenciones fueron realizadas en
fábricas, o lugares de trabajo, en la calle […] Al secuestro seguía el saqueo de la
vivienda…” (cfr. su reconocida obra Breve Historia Contemporánea de la Argentina, Ed.
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2ª Edición, 2001, p. 208).
Asimismo, agrega Romero que:
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“El estado se desdobló: una parte, clandestina y terrorista, practicó una
represión sin responsables, eximida de responder a los reclamos. La otra, pública,
apoyada en un orden jurídico que ella misma estableció, silenciaba cualquier otra voz”
(ídem, p. 210).
“El adversario -de límites borrosos, que podía incluir a cualquier posible
disidente- era el no ser, la «subversión apátrida» sin derecho a voz o a existencia, que
podía y merecía ser exterminada. Contra la violencia no se argumentó a favor de una
alternativa jurídica y consensual, propia de un Estado republicano y de una sociedad
democrática, sino de un orden que era, en realidad, otra versión de la misma ecuación
violenta y autoritaria” (ibídem, p. 211).
Para concluir más adelante con que:
“El llamado Proceso de Reorganización Nacional supuso la coexistencia
de un Estado terrorista clandestino, encargado de la represión, y otro visible, sujeto a
normas, establecidas por las propias autoridades revolucionarias pero que sometían sus
acciones a una cierta juridicidad” (ibíd., p. 222).
En idéntico sentido, el catedrático de Teoría Política Contemporánea
(UBA), sociólogo y doctor en filosofía Marcos Novaro, recientemente, ha expresado que
“[e]l plan represivo tuvo dos rostros, uno ajustado a la legalidad del régimen, y por tanto
visible; otro soterrado, ilegal, aunque no del todo invisible. El primero correspondió a la
administración de castigos a opositores potenciales (definidos así en las órdenes
secretas con que se planificó el golpe), «corregibles» o poco peligrosos. A ellos se les
aplicaron fueros militares, penas elevadas por delitos difusos como «traición a la
patria» y una amplia batería de legislación represiva […] Con todo, lo esencial de la
represión correspondió al otro aspecto de la estrategia: el secuestro, tortura y asesinato
de los miles de militantes y dirigentes involucrados en «la subversión»” (ver del autor
citado, Historia de la Argentina Contemporánea, Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2006, pp.
70/71).
Una vez secuestradas, las víctimas eran llevadas de inmediato a lugares
especialmente adaptados, situados dentro de unidades militares o policiales o lugares
creados especialmente por el plan represivo, conocidos con posterioridad como centros
clandestinos de detención.
En dichos sitios, los secuestrados generalmente eran sometidos a largas
sesiones de torturas para obtener algún tipo de información.
Luego de ello, la víctima podía correr tres destinos: la liberación, la
legalización de su detención o la muerte.
Los centros de detención, además de servir para alojar a detenidos, eran
utilizados por los grupos de tareas (los denominados “GT”) como base de operaciones
para realizar sus secuestros.
La primera conclusión sobre lo ha sta aquí expuesto, lleva a razonar que,
bajo la existencia de un supuesto orden normativo -amparado por las leyes, órdenes y
directivas que reglaban formalmente la actuación de las Fuerzas Armadas en la lucha
contra el terrorismo-, en realidad las Fuerzas Armadas se conducían merced a mandatos
verbales y secretos. Como fuera sentado en la sentencia dictada el 15 de diciembre de
1985 en la causa nro. 13/84, el orden normativo se excluía con aquel aplicado para el
combate de la “guerrilla”, y uno implicaba la negación del otro. Precisamente, en lo
referente al tratamiento de personas detenidas, la actividad desplegada por el gobierno
militar lejos de responder al marco jurídico anteriormente señalado, se encontraba
signado por un procedimiento absolutamente ilegal, el cual, como habrá de detallarse
posteriormente, habrá de transformarse en un tramo plagado de atrocidades que habrán
de conformar el peor capítulo de la historia argentina.
Las prácticas ilegales mencionadas comenzaban al detener y mantener
ocultas a las personas, torturarlas para obtener información y eventualmente matarlas
haciendo desaparecer el cadáver, o bien fraguar enfrentamientos armados como modo
de justificar dichas muertes.
En definitiva, el plan criminal de represión, llevado a cabo durante el
último gobierno militar consistió en:
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difundían ideas contrarias a su preservación, por lo que también debía perseguírselo.
Igual que todos aquellos que, con su prédica agnóstica, igualitaria o populista atacaron
las bases del orden nacional. Es así que, si bien esas filtraciones eran datos
suficientes, no eran del todo necesarias par a identificar al enemigo que podía estar
solapado bajo otros disfraces y ser inconsciente de su papel en esta guerra. Bastaba
que la persona en cuestión actuara a favor de un «cambio social» y en contra del orden.
En este sentido los activistas no violentos, ajenos a las organizaciones clandestinas
que desarrollaban actividades políticas sindicales, religiosas o intelectuales legales y
legítimas en cualquier sistema de derecho resultaban a los militares especialmente
intolerantes, porque solían ser los más eficaces transmisores del virus subversivo para
la sociedad. Subversivo, en suma, equivalía a ser enemigo de la Patria, de esa Patria
uniforme, integrada e inmutable tal como la entendían los militares. No importaría, por
lo tanto, que como sucedió en muchos casos, los secuestrados resultaran ser
nacionalistas convencidos o devotos cristianos animados por sentimientos no menos
profundos que los de sus verdugos. La inclusión de entre las señas de identidad del
enemigo, de una amplia gama de «delitos de conciencia» y actitudes cuestionadoras fue
expresada de modo prístino y reiterado por Videla: «Subversión es también la pelea
entre hijos y padres, entre padres y abuelos. No es solamente matar militares. Es
también todo tipo de enfrentamiento social (Gente n° 560, 15 de abril de 1976)» [...]. Y
tal como había explicado Galtieri a fines de 1974, continuando con las metáforas
médicas frente a la subversión como con el cáncer, «a veces es necesario extirpar las
partes del cuerpo próximas aunque no estén infectadas para evitar la propagación»"
(ver su Historia Argentina: La Dictadura Militar 1976/1983. Del Golpe de Estado a la
Restauración Democrática. Ed. Paidós, Bs. As., 2003, pp. 88 y sig.).
En tal sentido, se ha señalado también, que “El discurso de la peste […]
fue particularmente apropiado y resignificado por el gobierno instaurado en 1976. Las
epidemias, los cánceres nacionales de todo tipo, eran los subterfugios utilizados por los
militares para justificar la erradicación de los «focos» subversivos al interior del
organismo enfermo. También desde 1976, con más fuerza que nunca la metáfora de la
sociedad enferma se convertiría «en el diagnós tico oficial del gobierno para explicar de
un modo didáctico y convincente el pasado inmediato de la República Argentina, para
justificar el acceso al poder, la legitimidad de la permanencia en él y los objetivos
históricos propuestos»” (Melo, Adrián – Raffin, Marcelo: “Obsesiones y fantasmas de la
Argentina”, Editores del Puerto, Bs. As., 2005, p. 109, con cita de Delich, Francisco:
Metáforas de la sociedad argentina, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1986, p. 29).
Y continúan los autores citados: “…Si el diagnóstico era que el grueso de
la sociedad estaba enferma, las estrategias curativas tenían que ser necesariamente
drásticas y apuntar allí mismo donde los males tienen su origen. El Estado autoritario
impone un lema: el supuesto enfermo debe aislarse para extirpar el mal. Las
terapéuticas instrumentadas fueron la desinformación, el congelamiento de la sociedad,
la imposición del miedo, la desaparición física de las personas, entre las de mayor
peso” (ob. cit., p. 109/0).
No es de extrañar entonces, que el resultado de esta lógica haya llevado
a resultados desastrosos; que este discurso del enemigo haya conducido sin escalas a
la más pura arbitrariedad, especialmente en la selección de las víctimas a someter a
este perverso y feroz sistema penal ilegal subterráneo, el cual -como toda agencia
policial descontrolada e impune-, arrasó con cuanto vestigio de Estado de Derecho tuvo
delante; para sólo detener su propensión a la violación de las más elementales normas
del Derecho y la racionalidad frente a la aparición en el horizonte de contra pulsiones
provenientes del exterior, más precisamente, la presión del gobierno demócrata
norteamericano y la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (con
más detalle al respecto, Novaro, ob. cit., pp. 102-3); en palabras del historiador
Romero, “[l]o cierto es que cuando la amenaza real de las organizaciones cesó, la
represión continuó su marcha. Cayeron militantes de organizaciones políticas y
sociales, dirigentes gremiales de base […] y junto con ello militantes políticos varios,
sacerdotes, intelectuales, abogados relacionados con la defensa de presos políticos,
activistas de organizaciones de derechos humanos, y muchos otros, por la sola razón de
ser parientes de alguien, figurar en una agenda o haber sido mencionado en una sesión
de tortura […] con el argumento de enfrentar y destruir en su propio terreno a las
organizaciones armadas, la operación procura ba eliminar todo activismo, toda protesta
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Poder Judicial de la Nación
social -hasta un modesto reclamo por el boleto escolar-, toda expresión de pensamiento
crítico […] En ese sentido los resultados fueron exactamente los buscados.”
Corresponde asimismo recordar que el Poder Ejecutivo Nacional,
mediante la sanción del decreto nro. 187/83, dispuso la creación de la Comisión
Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), cuyo objetivo fue esclarecer los
hechos relacionados con este fenómeno acontecido en el país. En el informe final
presentado por la mentada Comisión se señaló que:
“...De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los
derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las
Fuerzas Armadas. Y no violados de manera esporádica sino sistemática, de manera
siempre la misma, con similares secuestros e idénticos tormentos en toda la extensión
del territorio. ¿Cómo no atribuirlo a una metodología de terror planificada por los altos
mandos? ¿ Cómo podrían haber sido cometidos por perversos que actuaban por su sola
cuenta bajo un régimen rigurosamente militar, con todos los poderes y medios de
información que esto supone? ¿Cómo puede hablarse de «excesos individuales»? De
nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada a cabo por
sádicos pero regimentados ejecutores. Si nuestras inferencias no bastaran, ahí están
las palabras de despedida pronunciadas en la Junta Interamericana de Defensa por el
Jefe de la Delegación Argentina, Gral. Santiago Omar Riveros, el 24 de enero de 1980:
«Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los
Comandos Superiores». Así cuando ante el clamor universal por los horrores
perpetrados, miembros de la Junta Militar deploraron los «excesos de la represión,
inevitables en una guerra sucia», revelan una hipócrita tentativa de descargar sobre
subalternos independientes los espantos planificados.”
“Los operativos de secuestros manifestaban la precisa organización, a
veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a luz del día,
mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban «zona
libre» a las Comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en
su propia casa, comandos armados rodeaban la manzana y entraban por la fuerza,
aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar
los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la
encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto de
los comandos casi siempre destruía y robaba lo que era transportable. De ahí se partía
hacia el antro en cuya puerta podía haber inscriptas las mismas palabras que Dante
leyó en los portales del infierno: «Abandonar toda esperanza, los que entráis»”.
“De este modo, en nombre de la seguridad nacional, miles y miles de
seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una
categoría tétrica y hasta fantasmal: la de los desaparecidos. Palabra - ¡triste privilegio
argentino! - que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.“ (cfr. Nunca
Más, Informe de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, EUDEBA, Buenos
Aires, 1996).
Lo hasta aquí expuesto, nos permite conocer el marco histórico nacional
en el cual se desarrollaron los sucesos investigados en el marco del cual se desplegó el
sistema represivo implementado por las Fuerzas Armadas, que reitero, consistió en la
captura, privación ilegal de la libertad, interrogatorios con tormentos, clandestinidad y
en muchos casos, eliminación física de las víctimas, que fue sustancialmente idéntico
en todo el territorio de la Nación.
Resulta relevante traer a colación aquí los desarrollos teóricos que en el
marco del discurso penal se han efectuado, a partir de la irrupción de Estados
autoritarios tanto en Europa como en América Latina, durante todo el siglo XX,
desarrollos que sintetizan las preocupaciones de los juristas y pensadores provenientes
no sólo del Derecho penal sino de diversas ramas de las ciencias sociales, como lo son
la sociología del castigo, la antropología jurídica y la criminología.
Estas preocupaciones han buscado comprender la relación entre el poder
y la legalidad (entendida esta última según el modelo kelseniano que se impuso durante
las décadas del ’20 y ’30 del siglo pasado), especialmente a partir de la crisis en esta
relación, puesta en evidencia con la irrupción de los regímenes autocráticos de
entreguerras, en especial, el nacionalsocialismo.
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De estos desarrollos teóricos –entre los cuales se destacan los
emprendidos por los juristas europeos Alessandro Baratta y Luigi Ferrajoli y nuestro E.
Raúl Zaffaroni-, surge claro que hoy en día sólo es posible comprender al Derecho
penal como una técnica de minimización de la violencia, con especial referencia a la
violencia estatal, que por su concentración de poder punitivo (monopolio del uso de la
fuerza, disponibilidad de aparatos de poder, posesión de arsenales bélicos, etc.),
siempre tiende al abuso y a la desproporción en las réplicas frente a la puesta en
peligro de dicho poder que surgen de sectores alejados del mismo.
De hecho, el Derecho penal moderno nació al calor de la Ilustración de
fines del siglo XVIII (la obra de Beccaria, Dei delitti e delle pene, es de 1766),
precisamente a partir de la necesidad de poner diques de contención al despotismo que
los regímenes absolutistas ejercían sobre los súbditos, quienes hasta ese momento
carecían de todo tipo de derechos.
Pues bien, los hechos ventilados en este proceso muestran a las claras
que el supuesto progreso civilizatorio de la mano de la modernidad y de las luces está
lejos de haber alcanzado, al menos de modo concluyente, estadios superadores en la
relación entre el Estado y la sociedad civil.
Es a partir de este marco conceptual, que es posible visualizar una
tensión permanente entre el ejercicio de poder punitivo (propio del Estado policial) y el
Derecho penal como técnica proveedora de mayor paz social (propio del Estado d e
Derecho), tensión que está presente en todas las sociedades, más allá de la
organización política que las configure (sigo aquí especialmente a Zaffaroni, E. Raúl,
Alagia, Alejandro y Slokar, Alejandro: Derecho Penal - Parte General, Ed. Ediar, Bs.
As., 2000, pp. 5 y sgts. y 38 y sgts.).
Esta dialéctica Estado de Derecho-Estado policial no se puede concebir
espacialmente como dos frentes que coliden entre sí, dado que en verdad, el primero
contiene al segundo en su interior: así, el Estado policial pugna permanentemente por
su expansión en desmedro de espacios propios del Estado de Derecho, y a su vez, el
Estado de Derecho aspira a reducir y encapsular todo lo posible los espacios librados al
Estado policial que pervive en su interior.
En tal sentido, la mayor expansión del ejercicio de poder punitivo estatal
trae como consecuencia su necesaria contrapartida, la virtual desaparición del Derecho
penal limitador y lo que éste presupone, el Estado de Derecho.
No es posible imaginar una sociedad en donde todo sea Estado de
libertades (un mínimo de poder de policía resulta absolutamente necesario para la
coexistencia aún pacífica), así como tampoco es concebible una sociedad con todos sus
espacios de libertades anuladas: una sociedad así, abierta y completamente totalitaria,
terminaría aniquilando a todos sus súbditos a través del ejercicio del terror sistemático,
masivo e implacable, generando uno tras otro, nuevos estereotipos de enemigos. Si bien
han existido regímenes que se han acercado bastante al ideal (probablemente, la
Alemania nazi en la plenitud de su poder, circa 1942, el régimen estalinista soviético de
mediados de la década del ’30 del siglo pasado), lo cierto es que también el Estado
policial puro es solamente una hipótesis de trabajo para el científico social (al respecto,
ver Arendt, Hannah: Los orígenes del totalitarismo, trad. de Guillermo Solana, Alianza
Editorial, Madrid, 2002, pp. 687-688).
Pues bien, lo que surge claro tanto de los elementos de prueba
colectados en la causa 13 instruida por el Superior, como por las investigaciones
históricas del período inaugurado con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, es
que las pulsiones del Estado policial –conducido por la Junta Militar de aquel entonces-
finalmente rompieron los últimos diques de contención que le ofrecían resistencia desde
el Estado de Derecho, y anegaron todos aquellos espacios de derechos y libertades a
los que desde siempre apuntaron y que hasta ese momento tenían resguardo de la Ley,
mediante el empleo de un poder autoritario y manifiestamente ilegal.
Para ello, y habida cuenta que el catálogo de respuestas jurídico-penales
que ofrecía el Estado de Derecho usurpado les resultaba manifiestamente insuficiente a
los diseñadores del régimen militar instaurado para canalizar el enorme caudal de
violencia estatal que preveían inyectar en la sociedad, frente a la disyuntiva –
absolutamente factible debido a la sustitución de la mismísima norma fundamental del
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vida del homo sacer, el cual está enteramente en manos del Estado policial
subterráneo, no sólo para torturarlo, negarle alimento, agua o condiciones sanitarias
mínimas, sino además para disponer definitivamente de esa vida, anulándola en
cualquier momento impunemente, sin necesidad de razón o justificación alguna más allá
del puro acto de poder, negándole inclusive, los rituales debidos a toda muerte, propios
de la condición humana.
Señala Agamben que allí cuando se desvanece la frontera entre orden
jurídico y estado de excepción (como lo fue el régimen militar en toda su extensión), la
nuda vida pasa a ser a la vez el sujeto y el objeto del ordenamiento político y de sus
conflictos: “Todo sucede como si, al mismo tiempo que el proceso disciplinario por
medio del cual el poder estatal hace del hombre en cuanto ser vivo el propio objeto
específico, se hubiera puesto en marcha otro proceso […] en el que el hombre en su
condición de [mero ser] viviente ya no se presenta como objeto, sino como sujeto del
poder político […] en los dos está en juego la nuda vida del ciudadano, el nuevo cuerpo
biopolítico de la humanidad” (cfr. Agamben, Giorgio: Homo sacer. El poder soberano y
la nuda vida, trad. de Antonio Gimeno Cuspinera, Ed. Pre-textos, Valencia, España,
2003, p. 19).
De este modo, el ciudadano, la persona física y jurídica, pasaba a ser
simplemente un desaparecido, sobre el cual, como bien quedó asentado en los
considerandos de la causa 13, los detentadores del aparato de poder -liberados de toda
atadura por parte de las cúpulas militares gobernantes- tenían amplia disponibilidad, ya
sea para aniquilarlo, o bien para continuar su detención pero transfiriéndolo desde el
sistema penal subterráneo al sistema penal formalizado (legalización por parte del
Poder Ejecutivo), o bien liberándolo directamente o permitiendo su salida al exterior.
En definitiva, y en palabras de Ferrajoli:
“La vida y la seguridad de los ciudadanos se encuentran en peligro hoy
más que nunca, no sólo por la violencia y los poderes salvajes de los particulares, ni
por desviaciones individuales o la ilegalidad de específicos poderes públicos, sino
también, y en medida mucho más notable y dramática, por los mismos estados en
cuanto tales: […] torturas, masacres, desaparición de personas, representan
actualmente las amenazas incomparablemente más graves para la vida humana. Si es
cierto, como se dijo, que la historia de las penas es más infamante para la humanidad
que la historia de los delitos, una y otra juntas no igualan, en ferocidad y dimensiones,
a la delincuencia de los estados: baste pensar […] todas las variadas formas de
violencia predominantemente ilegales con que tantísimos estados autoritarios
atormentan hoy a sus pueblos” (Ferrajoli, Luigi: Derecho y Razón, Ed. Trotta, Madrid,
1989, p. 936).
Considerando Segundo.
2.1. Normativas bajo las cuales el Ejército Argentino desplegó su
actividad durante el último gobierno militar.
El cuerpo de normas y directivas del Consejo de Defensa y del Ejército
Argentino citado en el apartado anterior del presente resolutorio, nos reveló que el país,
a efectos de combatir a la subversión se dividió en cuatro zonas de defensa,
identificadas con la siguiente numeración: 1, 2, 3, y 5 cuyos límites coincidían con los
que demarcaban la jurisdicción de los Cuerpos del Ejército, 1, 2, 3, y 5.
Posteriormente se creo la Zona de Defensa número 4, la cual estuvo
bajo responsabilidad del “Comando de Institutos Militares”.
El Comando de Zona 1, conforme lo explicado, estaba bajo la órbita
operacional del Primer Cuerpo de Ejército, el cual tenía asiento en la Capital Federal y
abarcaba las jurisdicciones de las provincias de Buenos Aires (con excepción de los
partidos de la zona sur y de 12 partidos de la zona norte), La Pampa y la Capital
Federal (al respecto confrontar Orden de Operaciones 1/75, Directiva del Comandante
del Ejército 404/75).
El Comando de la Zona 1 se encontraba dividido en siete Subzonas; la
denominada “Capital Federal”, y el resto identificadas con los números 11, 12, 13, 14,
15 y 16.
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continuidad a la conducción aún cuando pudieran variar los efectivos asignados a esa
responsabilidad.
Por su parte, la Directiva del Comandante en Jefe del Ejército N° 504/77
(“Continuación de la ofensiva contra la subversión durante el período 1977/78”) de
fecha 20 de abril de 1977, se dictó con la final idad actualizar y unificar el contenido del
PFE -PC (MI) año 1972 y de la Directiva del Cte. Gral. Ej. N° 404/75.
En punto 4 “Misión” estableció que el Ejército intensificaría la ofensiva
general contra la subversión en su jurisdicción y fuera de ella en apoyo de las otras
Fuerzas Armadas, mediante la detección y destrucción de las organizaciones
subversivas y apoyando las estrategias sectoriales de otras áreas de gobierno en lo
relativo a la Lucha contra la Subversión, con prioridad en los ámbitos industrial y
educacional, dando preeminencia a lo urbano sobre lo rural y con esfuerzo principal en
la zona de Buenos Aires (Capital Federal – Gran Buenos Aires – La Plata – Berisso -
Ensenada).
Además, convalidó que el Ejército Argentino tendría responsabilidad
primaria en la conducción de las operaciones contra la subversión en todo el ámbito
nacional y conducirá, con responsabilidad pr imaria, el esfuerzo de inteligencia de la
comunidad informativa contra la subversión, a fin de lograr la acción coordinada e
integrada de todos los medios a disposición.
Al referirse a las pautas que debían regular el empleo de la Fuerza
Ejército dispuso que “[l]os comandos y jefaturas de todos los niveles tendrán la
responsabilidad directa e indelegable de la totalidad de las acciones que se ejecuten en
su jurisdicción” (Directiva 504/77 página 6).
Al mismo tiempo, se reafirmaron las normas generales que regirían las
jurisdicciones (Anexo 6 – Jurisdicciones), a saber:
- las jurisdicciones de los Cuerpos de Ejército se denominarían Zonas, las que a
su vez se subdividirían sucesivamente en Subzonas, Áreas, Subáreas, Sectores y
Subsectores, según las necesidades de cada caso.
- la designación se haría sobre la base del siguiente método:
Zona: una sola cifra de número arábigo, igual al número correspondiente al
Cuerpo del Ejército correspondiente.
Subzona: dos cifras en número arábigo, correspondiendo el primero al número de
la zona.
Área: tres cifras en número arábigo, correspondiendo la primera a la zona y la
segunda a la subzona.
Finalmente, la Orden de Operaciones N° 9/77 (“Continuación de la
ofensiva contra la subversión durante el período 1977”, dictada por el Jefe del
Departamento III – Operaciones del Comando de Zona 1, Coronel Vicente Manuel San
Román) de fecha 13 de junio de 1977 estableció que el Comando de Zona 1
intensificaría las operaciones militares y de seguridad contra la “Delincuencia
Subversiva”, llevando el esfuerzo principal en las Subzonas Capital Federal, 11 y 16,
actuando con prioridad en el ámbito laboral y con segunda prioridad en el ámbito
educacional.
En el Anexo 4 correspondiente a la “Ejecución de Blancos ” se explicitó el
procedimiento a seguir para la realización de los operativos; de esta forma, se
distinguen dos tipos de “blancos”, por un lado los “planeados” y, por otro, los de
“oportunidad”. El “Blanco Planeado” es aquel que surge como producto de la reunión,
valorización y proceso de la información disponible, materializado en un objetivo
concreto que podría organizarse a través de la comunidad informativa del nivel
Comando de Zona, Subzona o Área.
Por su parte, el “Blanco de Oportunidad” es aquel que por primera vez es
localizado después del comienzo de una operación y que no había sido previamente
considerado, analizado o planeado.
14
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15
De esta forma, la Jefatura del Área I era ejercida por el Jefe de la Policía
Federal Argentina, la Jefatura del Área II por el Segundo Jefe del Regimiento de
Infantería 1 “Patricios”, la Jefatura del Área III por el Jefe del Regimiento de
Granaderos a Caballo “General San Martín”, la del Área IV por el Jefe del Batallón de
Arsenales 101, y la del Área V estaba a cargo del Jefe del Grupo de Artillería de
Defensa Aérea 101.
Por su parte, las Áreas IIIa y VI estaban a cargo de la Armada Argentina;
la primera, de la Escuela de Mecánica de la Armada y la segunda correspondía a la
Fuerza de Tareas 3.4 de la Marina.
El 13 de julio de 2004 se decretó el procesamiento con prisión preventiva
de tres Jefes de Área correspondientes a la Subzona “Capital Federal” y de dos Jefes
del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”; las personas incluidas en dicho
pronunciamiento fueron:
El Coronel (R) Bernardo José Menéndez quien se desempeñó como Jefe
del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 101 y, por ende, del Área V, durante el período
comprendido entre 26 de noviembre de 1976 y el 26 de enero de 1979, conforme surge
del Legajo Personal del nombrado reservado en Secretaría.
El Coronel (R) Humberto José Lobaiza, quien se desempeñó como Jefe
del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, durante el período comprendido entre el 6 de
diciembre de 1975 y el 30 de noviembre de 1977, tal cual surge de las constancias
obrantes en el Legajo Personal del nombrado aportado por el Ejército Argentino.
El General de Brigada (R) Teófilo Saa quien se desempeñó como Jefe del
Regimiento de Infantería 1 “Patricios” des de el 5 de diciembre de 1977 hasta el 18 de
diciembre de 1979 (ver Legajo Personal del mismo reservado en Secretaría).
El Teniente Coronel (R) Ataliva Félix Devoto quien ejerció el cargo de
Segundo Jefe del Regimiento de Infantería 1 “P atricios” y, por consiguiente, Jefe del
Área II desde el 26 de noviembre de 1976 hasta 15 de octubre de 1978.
El Teniente Coronel (R) Felipe Jorge Alespeiti quien se desempeñó como
Segundo Jefe del Regimiento de Infantería 1 “P atricios” y, en función de ello, del Área II
en el período comprendido entre el 16 de octubre de 1975 y el 22 de septiembre de
1976.
El auto de procesamiento de los nombrados fue confirmado por la Sala I
de la Excma. Cámara del fuero el 17 de mayo de 2006; habiéndose corrido las vistas
previstas por los artículos 346 y 349 del Código Procesal Penal de la Nación.
Por su parte, Ataliva Félix Fernado Devoto falleció con posterioridad al
auto de mérito dictado a su respecto, habiéndose declarado extinta la acción penal en
su contra y dictado su sobreseimiento en estas actuaciones.
Lo hasta aquí reseñando nos permite conocer cómo era la cadena de
mando del Primer Cuerpo del Ejército, es decir el Jefe del área le reportaba al
Comandante de la Sub zona Capital Federal y éste a su vez respondía al Comandante
de la Zona, cargo que durante el período en cuestión fue ejercido por el ya fallecido
Carlos Guillermo Suárez Mason, respecto de quien este Tribunal dictara su
procesamiento con prisión preventiva en or den a los hechos acaecidos en al Capital
Federal.
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efectos de constatar el cumplimiento de las normas que al respecto había impartido el
Comando en Jefe del Ejército y las prescripciones reglamentarias de aplicación al caso ”
(cfr. fs. 160).
Continuó aludiendo al Organismo de Inteligencia de cada Área, afirmando
que “el organismo de inteligencia que operaba en cada Área es el orgánico que le
corresponde por organización a cada unidad táctica, aclara que cada unidad táctica en
su plana mayor tiene una Sección Inteligencia, esta Sección Inteligencia está
constituida normalmente y ello depende de la disponibilidad de personal de un oficial
subalterno, y dos, tres, o cuatro suboficiales. Ellos son los encargados de recibir por
distintos conductos la información existentes sobre el enemigo dentro del Área
respectiva. Elaborada esa información se obtenía la inteligencia que era distribuida a
los usuarios” (cfr. fs. 162 del citado legajo).
También hizo referencia al denominado “COTCE”, explicando que “en toda
unidad ya sea una Unidad Táctica, una gran Unidad de Batalla o una Unidad de
Combate cuando entra en operación constituye en su Estado Mayor lo que se llama el
COT (Centro de Operaciones Tácticas) en ese Centro de Operaciones Tácticas que
normalmente es conducido por el Oficial de Operaciones se va recibiendo toda la
información del enemigo las operaciones realizada por su propia tropa y su resultado y
con todos estos elementos se van realizando apreciaciones de situación determinando
asimismo probables cursos de acción que deben ser propuestos por el Comandante para
que éste tome su resolución y que posteriormente imparta las órdenes del caso. El
termino COTCE sería el Centro de Operaciones Tácticas de un Cuerpo de Ejército”,
afirmando que funcionaba un COTCE en el Comando del Cuerpo I del Ejército (fs. 162
del citado legajo).
Obra asimismo en dicho legajo la declaración del General de Brigada (R)
Adolfo Sigwald (fojas 174/187), quien se desempeñó entre diciembre de 1975 y
diciembre de 1976 como Comandante de la Décima Brigada de Infantería Gral. Lavalle,
establecida en los Cuarteles de Palermo de esta ciudad, y en ese carácter fue
Comandante de la Subzona 11. En su declaración explicó el funcionamiento de la
estructura organizativa del Ejército, y las actividades que desempeñaban en el marco de
la denominada “lucha contra la subversión”.
El nombrado formuló algunas precisiones con relación a los
interrogatorios a que eran sometidas aquellos detenidos presuntamente subversivos,
indicando que “la Brigada (en referencia a la Décima Brigada de Infantería) no tenía,
por ser una Unidad de combate, elementos técnicos especializados en dicha tarea. Que
cuando dicho personal era necesario para el interrogatorio se solicitaba apoyo del
personal de esa especialidad al Comando Superior, en este caso Comando de Cuerpo,
Ejército Uno, o Comando en Jefe del Ejército. El Comando de Cuerpo Ejército Uno tenía
en su orgánica un destacamento de inteligencia, el que llevaba el número «101» y en
caso del Comando en Jefe del Ejército el Batallón de Inteligencia «601». Expresa el
declarante que referido al interrogatorio de personal supuestamente subversivo, incluso
sospechoso de serlo, quien lo detuviera lo sometía a un primer y somero interrogatorio
–identificación, actividad que desarrollaba, a qué respondía la actitud en que había sido
encontrado. Que en un segundo interrogatorio [...] lo efectuaba o se realizaba a nivel
«área», en cuya oportunidad dicho jefe de área podía pedir apoyo de personal técnico
de inteligencia –interrogadores-. Terminado el segundo interrogatorio el Jefe de Área
producía un parte circunstanciado al Comandante de Subzona, agregando los elementos
probatorios de que pudiera haberse hecho, este parte era elevado al Comandante del
Cuerpo Uno, quien disponía la situación del supuesto subversivo” (fs. 179/180 del citado
legajo).
Al ser interrogado en relación al modo en que se determinaban los
blancos a que se debía dirigir los encargados de la lucha antisubversiva, manifestó que
“ello surgía del accionar de las propias fuerzas, ello de acuerdo a los informes que
podía recibir de la misma población, que podía informar a la policía, entre otras fuerzas
de seguridad. Las Fuerzas que constituían el área procesaba la información y de
acuerdo a ello actuaba, deteniendo a los sospechosos. También los integrantes de l a
misma Fuerza al efectuar los patrullajes podían detectar datos y actuar directamente
[...] Lo más común era que los blancos surgieran de las denuncias efectuadas por la
población en las áreas respectivas” (cfr. fs. 181 del citado legajo).
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Concluyó su declaración indicando que “[l]os operativos los podían hacer
tanto personal de las áreas como personal de inteligencia pero siempre con conducción
centralizada a nivel Cuerpo de Ejército. El Jefe de Zona o sea el Comande del Cuerpo,
era el jefe absoluto y responsable total de todo lo que ocurría en su zona, incluido los
centros clandestinos de detención. Los Jefes de área reportaban a los Jefes de
Subzona y estos al Jefe de Zona, cumpliendo de esta manera la cadena de mando
militar” (cfr. fs. 10.681).
De esta forma, es posible concluir que las Áreas formaban parte de la
descentralización operativa y decisoria implementada en el marco del plan sistemático
de represión instaurado por el gobierno de facto a los fines de la “lucha antisubversiva”;
en función a ello, los Jefes de dichas jurisdicciones ostentaban un control de las
operaciones que se desarrollaban dentro del ámbito territorial bajo su mando.
Entre las funciones específicas que estaban en cabeza de las áreas se
encontraba la detención de subversivos, la det erminación de blancos y la ejecución de
los blancos previamente establecidos, interrogatorio de detenidos, no existiendo dentro
de la Subzona otra fuerza operacional que no fuera la dependiente de las áreas.
Asimismo, se estableció que la información obtenida por las Áreas
resultaba de vital trascendencia a los fines de la determinación de personas
sospechadas de actividades subversivas y para la detención de las mismas.
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- El departamento de Mariano Montequin fue clausurado con una faja que decía
“Jefatura Área III del Ejército Argentino. El día 27 de junio de 1978 se levantó la
clausura del inmueble y se hizo entrega del mismo merced una orden firmada por el
Área III y con un sello que decía «Código 354 RGC» Regimiento de Granaderos a
Caballo” ( cfr. fs. 126 y sig.).
- La clausura del depto. fue ordenada por el Jefe del Área III de la Subzona
Capital Federal, Coronel Roberto Roualdes (cfr. 147/8 declaración de Elsa Villar, madre
de la detenida).
22
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Considerando Tercero.
Plexo probatorio reunido.
Es de señalarse que los primeros elementos probatorios con que se
cuenta en estas actuaciones, fueron colectados por la Excma. Cámara del Fuero en
oportunidad en que estas actuaciones tramitaron ante dicha sede bajo el nro. 450.
Nuestro Superior sistematizó esas pruebas mediante la formación de legajos de prueba
correspondientes a cada una de las víctimas que pertenecieron a los diversos lugares
de cautiverio, algunas de las cuales se encuentran incluidas en los hechos imputados a
Rodolfo Enrique Luis Wehner.
Aquella investigación fue paralizada como consecuencia del dictado de
las leyes 24.492 y 23.521, más conocidas como ALey de Punto Final@ y ALey de
Obediencia Debida@ respectivamente.
Así, fue con la declaración de la nulidad insanable de esas normas
legales por parte del Poder Legislativo Nacional -a través de la sanción de la ley
25.779- que esta pesquisa fue reabierta y continuado las investigaciones que se habían
iniciado.
A dichos fines, esta Magistratura propició la realización de una
multiplicidad de medidas de prueba, sobre la base de la tarea efectuada por la Alzada, a
23
los efectos del esclarecimiento de los hechos y la determinación de las
responsabilidades correspondientes.
A continuación serán reseñadas aquéllas que han revestido mayor
relevancia en cuanto al objeto bajo estudio en la presente.
En este sentido, resulta simplificador dividir la totalidad de la prueba
incorporada al expediente en dos canales diferentes; por un lado, aquél destinado a
reconstruir el rol de las áreas dentro del plan sistemático de repres ión, su delimitación
territorial y las personas que ocuparon los cargos de dirección de las mismas.
Por otro, aquélla cuyo objetivo resulta ser la acreditación -con el grado
de probabilidad que requiere esta etapa del proceso- de cada uno de los hechos que
tuvieron lugar dentro del ámbito jurisdiccional de cada una de las mencionadas áreas,
en particular el Área III que estuvo a cargo de Wehner, entre el 24 de marzo de 1976 y
el 15 de noviembre de 1977.
Entre las que cuadran en la primera de la clasificación, en fecha 27 de
febrero del año 2.004, este Tribunal recibió declaración testimonial a Horacio Pantaleón
Ballester, quien manifestó ser el Presidente de CEMIDA-Centro de Militares para la
Democracia Argentina (fs. 10.680/1). Dijo Ballester: ADurante la dictadura militar se
puso en plena vigencia la doctrina de guerra antisubversiva preparadas pro los
franceses para afrontar sus guerras coloniales en Indochina y Argelia. Así, el país se
cuadriculaba y se hacían coincidir las zonas de defensa con las jurisdicciones militares
de los cuerpos del ejército. Así el país quedó dividido en cuatro zonas, a la cual
después se agregó una quinta en la Provincia de Buenos Aires a cargo de Institutos
Militares con sede en campo de mayo. Cada zona estaba dividida en sub zona y ésta, a
su vez, en áreas y subáreas. Cada subzona coincidía con la jurisdicción de las Brigadas
del Ejército Argentino. A su vez, cada área coincidía con la jurisdicción de cada
Regimiento o Unidad Táctica (Batallón o Compañía)@.
El testigo agregó A...en ese momento las fuerzas policiales y de
seguridad estaban subordinadas por las Fuerzas Armadas. Cada jefe militar a su nivel
era totalmente responsable de todas las acciones represivas que ocurrían en su
jurisdicción, así cada jefe de área era responsable de lo ocurrido en su jurisdicción.
Incluso si la operación era realizada por un Fuerza ajena a la propia organización
propia organización el igual estaba enterado porque previamente le habían solicitado u
ordenado el establecimiento de una *zona liberada+@.
El relato que recientemente se detalla, se completa con el relato por
parte de Ballester de la relación que habría entre los jefes de zona con los de subzona.
El funcionamiento y la organización de las Fuerzas Armadas en el período
durante el cual se dio este plan sistemático de represión -aquél que va desde el 24 de
marzo de 1976 hasta el 10 de diciembre de 1983- también se encuentra descripto y
desarrollado en el libro de José Luis D=Adrea Mohr titulado AMemoria Deb(v)ida@ -
aportado a esta pesquisa por la Dra. Carolina Varsky (representante del Centro de
Estudio Legales y Sociales)-.
Este libro trata de una recopilación de datos, documentos, testimonios,
textos periodísticos vinculados al accionar de la última dictadura militar. En particular,
contiene la zonificación de la represión militar en nuestro país como así también los
nombres y cargos de quienes se desempeñaran como responsables de zonas, subzonas
y áreas.
A su vez, especifica qué regi miento del Ejército Argentino era
responsable de cada una de las áreas de la subzona Capital Federal que estaban bajo
la órbita de dicha fuerza.
A fs. 11.194/vta., obra la declaración testimonial prestada por el autor del
libro en el Juzgado nro. 11 del fuero en el marco de la causa n° 6859/98 donde realiza
una descripción del esquema del AProceso de Reorganización Nacional@, indicando el
funcionamiento de los cuerpos de Ejércitos y las Brigadas como así también de las
unidades de inteligencia y los responsables de las jefaturas de áreas.
Además de esto, reservados en secretaría, se hallan copias del libro
ASobre Áreas y Tumbas -Informe sobre desaparecedores@ de Federico y Jorge
Mittelbach y copias del libro AInforme sobre Desaparecedores@ de Jorge Mittelbach.
24
Poder Judicial de la Nación
Tanto uno como otro se dedican a efectuar un relevamiento de los datos obtenidos
producto de investigaciones realizadas por sus autores, abarcando entre sus temas: la
responsabilidad de las juntas, la división del país, la responsabilidad operacional, la
responsabilidad por grado y por cargo, los comandantes de la subzona ACapital
Federal”, las fechas en que habría asumido y dejado los cargos, entre muchos otros.
Información que pudo ser constatada mediante el cotejo con los legajos
personales remitidos por el Ejército Argentino de cada una de las personas allí
mencionadas.
Uno de los autores de dichas publicaciones, Jorge Luis Mittelbach, prestó
declaración testimonial ante esta sede (fs. 13.538/9) ocasión en que confirmó la
información obrante en su libro, y formuló algunas precisiones en torno a la zonificación
territorial del país a los fines de la “lucha antisubversiva” y la función desplegada por
las Áreas en la misma.
A su vez, varios comisarios fueron citados en el marco de esta pesquisa e
interrogados sobre el funcionamiento de la denominada AÁrea liberada@ como así
también sobre la vinculación de las seccionales con las jefaturas de las áreas y con el
Primer Cuerpo del Ejército. Así, contamos con las declaraciones testimoniales de
Osvaldo Héctor Latorre (fs.10.950); Gerónimo D=Aguanno (fs. 10.973), Rafael Di
Tommaso (fs.10.992), Raúl Cerliani (fs. 10.994), Severino García (fs. 10.995), Eduardo
Mazzara (fs. 10.996), Oscar Sosa Quintana (fs. 10.997), Ramón Antonio Bulacio (fs.
10.998), Osvaldo Guillermón (fs. 11.042), Antonio Calcopietro (fs. 11.406/7), Jorge
Illanes (fs.11.709/80), Antonio García (fs. 11.071/2), José Di Palmo (fs. 11.083), Alfredo
Caram (fs. 11.084), Horacio Miano (fs. 11.085) y Osvaldo Héctor Casas (fs. 11.334).
Por otro lado y con relación a la acreditación de cada uno de los hechos
imputados resultó de fundamental trascendenc ia la recopilación documental y de
testimonios efectuada en tiempo cercano a los sucesos por la Comisión Nacional sobre
la Desaparición de Personas; la cual fue sistematizada en Legajos correspondientes a
cada una de las víctimas.
Los legajos de la Conadep correspondiente a las víctimas que fueron
privadas ilegalmente de su libertad en el ámbito de la subzona “ Capital Federal” fueron
solicitados a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y se encuentran
reservados en Secretaría, conformando cincuenta y tres cuerpos de actuaciones.
A su vez, algunos de los hechos imputados encontraron reafirmación en la
prueba colectada por la Excma. Cámara del fuero y con la cual se conformaron los
Legajos de Prueba referidos a cada una de las víctimas.
Considerando Cuarto.
4.1.Valoración de la prueba frente a los hechos delictivos concebidos
con previsión de impunidad.
Introducción.
Los hechos delictivos que nos ocupan representan gravísimas violaciones a
los derechos humanos, y es indudable que dichos hechos, desde el mismo momento en
que fueron ejecutados, han gozado de una previsión de impunidad por medio de una
tarea de ocultación de huellas y rastros.
En efecto, los delitos investigados en el marco de las presentes
actuaciones han tenido pretensión de no dejar indicios y, ya desde el comienzo de su
ejecución, fueron cometidos al amparo de las denominadas zonas liberadas, para
consumar los secuestros; seguido ello de la instalación de centros ilegales para el
cautiverio posterior de las víctimas, y cuya existencia era negada sistemáticamente ante
la opinión pública. Finalmente, muchas de las víctimas que padecieron estos sucesos
permanecen hasta el día de hoy como desaparecidas, situación ésta obviamente
emparentada con el despliegue de toda una secuencia sistemática tendiente a obtener
impunidad con respecto al destino de esas personas.
Frente a este panorama, no extraña que los medios de prueba a obtenerse
se vean constituidos por un claro predominio de testimonios de víctimas, compañeros de
cautiverio y/o familiares.
25
Los numerosos testimonios reseñados en el presente resolutorio,
conforman uno de los elementos de convicción más importantes del plexo probatorio
colectado en el legajo en referencia a los hechos acaecidos en la Capital Federal durante
la vigencia del último régimen cívico-militar (1976-1983).
La importancia de los relatos referidos, se torna manifiesta, al analizar la
responsabilidad penal del imputado, pues cada testigo brindó pormenorizados datos
vinculados a las circunstancias de modo tiempo y lugar en que tuvieron lugar las
privaciones ilegales de la libertad agravadas que se le imputan a Rodolfo Enrique Luis
Wehner en su calidad de Jefe del Área III de la Subzona “Capital Federal”.
En este orden de ideas, no se debe olvidar que el proceso penal debe tener
por objeto la búsqueda de la verdad respecto de los sucesos investigados, como así
también de los antecedentes y circunstancias concomitantes que rodearon al mismo.
Dichos testimonios ayudaron a reconstruir la verdad histórica -fin de todo
proceso penal- la cual resulta más accesible a través del rastro dejado en los objetos o
en la memoria de las personas, quienes a través de sus dichos permiten al Magistrado
reconstruir la actividad humana que es investigada. Máxime, en este tipo de
investigaciones, cuando la actuación represiva, militar y policial estaba regida por la
clandestinidad.
Vinculado a la dificultad probatoria que tiene los hechos objeto de
investigación, puede citarse un párrafo de la resolución mediante la cual la Sala I de la
Excma. Cámara del fuero confirmara el auto de procesamiento de Jorge Carlos Olivera
Róvere. En dicha ocasión, sostuvo el superior "…hay casos en que si bien la víctima aún
se encuentra desaparecida y no median testigos (directos) de la aprehensión o del
cautiverio, convergen una serie de indicios que valorados integralmente permiten
alcanzar el nivel de convicción que requiere la instancia y consecuentemente probar a
priori la materialidad de tales hechos y la responsabilidad penal de su autores" (CCC
Fed., Sala I, causa n° 36.873 "Olivera Róvere s/procesamiento con prisión preventiva",
9/2/06).
4.2. Importancia de la prueba testimonial.
Los testigos, cuyos dichos se valoran en el presente resolutorio,
permitieron conocer los sucesos criminales que se desarrollaban mediante un plan
sistemático; el cual se ejercía de forma clandestina y secreta.
Así, no es casual que no existieran órdenes escritas de detención, prisión
o liberación, ni que existieran registros del paso de los detenidos por diversas
dependencias policiales, y que los operativos de secuestro fueran hechos en muchos
casos en horas de la madrugada.
Ello, obedeció a la necesidad de que la actividad represiva fuera llevada a
cabo en forma secreta, clandestina, puesto que la misma era ilegal y privada de toda
justificación, en punto a la selección de los medios para obtener el fin propuesto.
Sobre la importancia de las declaraciones testimoniales en un proceso
penal, Jorge A. Clariá Olmedo nos enseña: "La versión traída al proceso por las personas
conocedoras de algún elemento útil para el descubrimiento de la verdad mediante su
dicho consciente, con fines de prueba, es de trascendental significación desde el punto
de vista probatorio. Esto nos ubica dentro de la concepción amplia del testigo, cuyo
tratamiento ocupa el primer lugar en el an álisis de los colaboradores del proceso penal
en lo que respecta a la adquisición de las pruebas [...] En este sentido amplio y
generalizante, puede llamarse testigo a toda persona informada de cualquier manera de
los hechos o circunstancias que se investigan en una determinada causa penal y cuya
declaración es considerada útil para el descubrimiento de la verdad [...] El testigo
desempeña un servicio de carácter público en la administración de la justicia. En materia
penal es el colaborador más importante para la adquisición de la prueba, por cuya razón
su intervención en el proceso se impone con las menores restricciones posibles" (Clariá
Olmedo, Jorge A.: Tratado de Derecho Procesal Penal, Ed. Ediar S.A., Bs. As., 1963,
Tomo IV, pág. 256 y sig.).
Debe descatacarse que las declaraciones testimoniales colectadas en
autos se caracterizarn por su coherencia y verosimilitud. Pues del análisis sistemático y
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Poder Judicial de la Nación
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Una vez más debemos recordar aquí que dentro de la modalidad represiva,
las denominadas “áreas liberadas” no constituían una medida improvisada, sino una pieza
fundamental en el actuar delictivo, en tanto implicaban que cuando un Grupo de Tareas
hacía incursión violenta en los domicilios particulares para dar inicio a la metodología de
secuestro como forma de detención, gozaba previamente del “permiso” o “luz verde” para
semejante operativo, de lo que necesariamente resultaba que cualquier persona que se
comunicara con la Comisaría con jurisdicción y/o Comando Radioeléctrico, recibiera como
respuesta que estaban al tanto del procedimiento pero que estaban impedidos de actuar.
La liberación de la zona donde habría de iniciarse el actuar terrorista del
Estado no era inocente, se trataba de una pr emeditada y organizada forma de, por un
lado, asegurar que la policía no detendría un delito en ejecución, y por otro, prevenir la
posterior acreditación probatoria futura de semejantes delitos, debiendo ser destacado
que más del sesenta por ciento de los casos de detenciones ilegales fueron consumadas
en domicilios particulares.
Por otro lado, los operativos se desarrollaban mayoritariamente a altas
horas de la noche o de la madrugada, por grup os fuertemente armados y numerosos que,
en promedio, se integraban por cinco o seis personas aunque en casos especiales
llegaron a constituir grupos de hasta cuarenta integrantes, valiéndose no sólo de la
nocturnidad sino también de concertados cortes de energía eléctrica en las zonas donde
se irrumpiría y siempre con apoyo vehicular con ausencia deliberada de patentes.
“La intimidación y el terror no sólo apuntaban a inmovilizar a las víctimas
en su capacidad de respuesta a la agresión. Estaban también dirigidos a lograr el mismo
propósito entre el vecindario. Así, en muchos casos, se interrumpió el tráfico, se cortó el
suministro eléctrico, se utilizaron megáfonos, reflectores, bombas, granadas, en
desproporción con las necesidades del operativo.” (cfr. Informe Comisión Nacional sobre
la Desaparición de las Personas - CONADEP Cap. I “La acción represiva”).
De igual modo, el establecimiento de centros clandestinos de detención
también formaba parte de la previsión de impunidad por los aberrantes hechos que allí
acaecían. Permitían no justificar las detenciones ni la prolongación del estado de
privación de la libertad; permitían negar sistemáticamente toda información sobre el
destino de los secuestrados a los requerimientos judiciales y de los organismos de
derechos humanos; permitían no someter a proceso judicial a los cautivos, privarlos de
toda defensa y decidir arbitrariamente su destino final; permitían aislarlos de sus
familiares y amigos, torturarlos y apremiarlos porque nadie vería ni constataría las
secuelas.
En este contexto, la dificultad de esclarecimiento de los hechos
relacionados con la desaparición de personas ha encontrado solución en la histórica
labor cumplida por la CONADEP, cuyo trabajo ha sido encomiable y la información
recopilada, tan copiosa como contundente, nos sigue brindando luz para explicar cómo
sucedieron los hechos aún cuando hubo de reponerse al transcurso del tiempo y las
medidas diseñadas por el aparato represor, concebidas para esconder los pormenores y
rastros delictivos.
Por ello, en este marco donde se han suprimido las marcas del delito en
forma deliberada, o no se han dejado rastros de su perpetración, o no ha sido posible la
adopción de medidas de conservación de evidencias, o se consumaron mediando invasión
a esferas de privacidad o en ámbitos clandestinos especialmente organizados a tal fin, y
bajo una intrascendencia pública violenta e infligiendo terror, cierta prueba se vuelve
necesaria en el sentido de ser la única posible por el medio y modo como se delinquió.
Dicha prueba es el resultado del informe elaborado por la CONADEP y
todas las constancias obtenidas sobre la base de las referencias brindadas por las
víctimas de la represión y sus familiares y allegados, ya que -como bien señalara la
Sentencia de la causa 13 citada- a raíz de la manera clandestina en que se encaró la
represión, la deliberada destrucción de documentos y de huellas, como el anonimato en
que se escudaron los autores, no puede extrañarnos que la mayoría de quienes actúen
como testigos de los hechos revistan la calidad de parientes o víctimas, inevitablemente
convertidos en testigos necesarios.
Igualmente, la valoración que se efectúe de los legajos de la CONADEP no
puede dejar de considerar que en ellos se adjuntan, más allá de los testimonios
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Poder Judicial de la Nación
29
Considerando Quinto.
Hechos imputados.
Previamente a la enumeración que se hará de cada uno de los hechos que
constituyen materia de investigación de esta causa, es preciso dejar sentado que los
hechos que se imputan, consisten en la privación ilegal de la libertad de las personas
cuyos casos habrán de describirse.
Dichos sucesos tuvieron lugar en el ámbito jurisdiccional del Área III de la
Subzona “Capital Federal” (delimitado en el apartado 2.4 del Considerando Segundo)
entre el 24 de marzo de 1976 y el 15 de noviembre de 1977, período durante el cual
Rodolfo Enrique Wehner se desempeñó como Jefe de dicha Área.
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Mientras fueron a buscar a Alejandro Marcos, una de las personas que
irrumpió en el domicilio se quedó hablando a su madre a quien le preguntó “si no sabía
que su hijo era Montonero” y si había armas en la casa, pero no revisaron el
departamento.
Continuó relatando que Alejandro Marcos fue sacado del lugar esposado y
que un vecino del domicilio vio cuando lo introducían en el baúl de un auto.
Por otro lado, manifestó que una semana después de la detención de
Alejandro Marcos, volvió al domicilio un grupo de hombres quienes refirieron que iban a
buscar una muda de ropa para el nombrado porque iba a regresar pronto.
Posteriormente, en abril de 1978 aproximadament e, recibieron un llamado telefónico de
una persona que no se identificó quien les dijo que si lo querían encontrar a Alejandro
fueran a buscar a Morón, pero nunca más tuvieron noticias de la víctima.
También obra agregado al Legajo Conadep una presentación efectuada
ante dicha Comisión por los integrantes de la Comisión Gremial Interna Provisoria y del
Cuerpo de Voceros de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro –lugar en que trabajaba
Alejandro Marcos Astiz- en la cual refieren, ampliando los datos de la denuncia, que el
nombrado fue dado de baja de la Institución por resolución 410/79.
Se agregó asimismo copia de una cédula de notificación librada a Astiz
por el Departamento Sumarios, mediante la cual se lo notificó de su sujeción a sumario
desde el 23 enero de 1978, por presunto abandono del cargo, y que debía presentarse
en el término de 48 hs. ante dicho Departamento.
Obra asimismo copia de la acción de habeas corpus interpuesta por Sara
Aideé Nones Ruiz de Astiz, madre de la víctima, a favor del nombrado; y de la cédula de
notificación librada a la nombrada por la cual le comunicaba el rechazo de la acción
intentada.
Tales elementos acreditan las circunstancias de tiempo, modo y lugar en
que se sucedieron los hechos, como asimismo la intervención que en el caso le cupo al
Ejército Argentino teniendo en cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha
medida responde a los patrones comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue
del plan sistemático llevado a cabo.
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Poder Judicial de la Nación
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Agregó en su relato que según le fue informado, dicho sujeto se identificó
como el Inspector Fernández de la Policía Federal, y expresó que se trataba de un
operativo conjunto de las fuerzas de seguridad.
Con el objeto de dar con el paradero de los secuestrados se han
realizado diversas presentaciones, entre ellas una acción de habeas corpus, la cual
tramitó ante el Juzgado entonces a cargo del Dr. César Marcelo Tarantino, actuaciones
en las cuales se cursó oficio al Ministerio del Interior; como asimismo se habrían
formado otras por la privación ilegal de los nombrados, las que se habrían radicado en
el Juzgado Nacional en lo Criminal nro. 30 -entonces a cargo del Dr. Torlasco- ; a la vez
que se habría solicitado el paradero de los nombrados en la causa nro. 13.329 que allí
se menciona, y se habría tramitado otra acción de habeas corpus ante el Juzgado en lo
Criminal nro. 4 de San Martín. También surgen gestiones realizadas ante la Embajada
de Italia, y la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, no habiendo la
denunciante obtenido resultado favorable en ninguna de dichas actuaciones.
Los datos consignados precedentemente son suficientes como para tener
acreditada la detención de Antonio Boscaro y su mujer Alicia Carmen Greco por parte de
personal de fuerzas de seguridad, y como un caso más de aquellas detenciones que en
forma ilegal y arbitrariamente fueron efectuadas en el marco del plan sistemático ideado
desde el Estado mismo.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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14) Privación ilegal de la libertad de Eugenio Osvaldo de Cristófaro.
Eugenio Osvaldo Cristófaro fue privado ilegítimamente de su libertad el
día 14 de septiembre de 1976 aproximadamente a la 1 de la madrugada, por personal
del Ejército Argentino, cuando se hallaba en el domicilio de la calle Charlone 381, piso
4° departamento AA@ de la Capital Federal. Permanece desaparecido.
La denuncia ante la Conadep (Legajo nro. 6682) fue realizada por Liliana
A. Calvello de Cristófaro, esposa de la víctima, quien relató que el día 14 de septiembre
de 1976, aproximadamente a la 1:00 hs., ingresaron al departamento sito en Charlone
381 4° AA@ Capital Federal (que circunstancialmente ocupaba la víctima y la
denunciante), dos hombres vestidos de civil y armados, quienes preguntaron por la
víctima, mencionando su nombre y apellido.
La nombrada expuso que los mismos se identificaron con una credencial
de la Policía Federal y que se trasladaban en un Ford Falcon blanco en el que
introdujeron a la víctima.
Señaló que un testigo de la detención de Eugenio, fue Carlos Calvello,
quien ostentaba en ese entonces el cargo de Sargento de la Policía Federal y se
desempeñaba en la División Defraudaciones y Estafas de esa fuerza. El mencionado
Sargento habría conversado con los secuestradores quienes le habrían dicho que se
llevaban a Eugenio Osvaldo “por ser zurdo”.
Obran agregadas constancias de diversos habeas corpus presentados en
su favor, todos con resultado negativo, encontrándose el último de ellos firmado por el
Juez Dr. Norberto Giletta con fecha 15 de noviembre de 1983; asimismo obran
constancias de gestiones realizadas ante organismos nacionales e internacionales con
igual resultado.
Luego de un mes, la denunciante habría tomado conocimiento por
intermedio de una ciudadana norteamericana, de quien dijo desconocer su identidad, de
que su esposo habría estado detenido en el centro clandestino de Campo de Mayo.
El 21 de septiembre de 1995 se declaró la ausencia por desaparición
forzada de Eugenio Osvaldo De Cristófaro, fijando como fecha presunta de su
desaparición septiembre de 1976.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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17, 18 y 19) Privación ilegal de la libertad de Martha de las Mercedes
Filgueira Corrales [17], Ernesto Mario Filgueira Strien [18] y Nélida Estela Filgueira
Strein [19].
Los tres nombrados fueron ilegalmente privados de su libertad el día 21
de marzo de 1977 cuando se encontraban en el domicilio de calle Heredia 1072, 1er
piso AE@ de Capital Federal. Permanecen desaparecidos.
Según el relato efectuado por Nélida Hortensia Strien de Filgueira -
madrastra de la primera y madre de los restantes- (Legajos nros. 2882, 2881 y 2880 de
la Conadep), en la fecha citada, aproximadamente a las 23 hs. irrumpieron en el
domicilio citado seis o siete sujetos vestidos de civil, los cuales portaban armas cortas
y largas, quienes dijeron pertenecer a las fuerzas conjunta y utilizaron tres vehículos
blancos sin chapa.
Tales sujetos exigieron a Ernesto Mario Filgueira -padre de los
nombrados-, quien padecía una hemiplejia y se encontraba en cama, que se levante de
la misma, a la vez que obligaron a todos los restantes a sentarse mirando hacia la
pared, tapándoles las cabezas. Luego refirieron que se llevarían detenida a Martha de
las Mercedes Filgueiras y a sus hermanos menores Nélida Estela y Ernesto Mario
“porque eran subversivos montoneros y que desde ese momento pasaban los tres a
disposición del Poder Ejecutivo”.
A raíz de tal hecho se habrían realizado diversas gestiones ante
Presidencia de la Nación, y se presentaron acciones de habeas corpus, las que fueron
rechazados por no haberse logrado ubicar a los nombrados. Surgen al respecto cédulas
que dan cuenta de presentaciones efectuadas ant e el Juez Federal Martín Anzoetegui
(causa nro. 12.609), como ante el Juez Pedro C. Narvaiz (expediente nro. 409 y 353),
obrando asimismo contestaciones del Ministerio del Interior, que dan cuenta del
resultado negativo de la búsqueda efectuada con motivo de tales reclamos.
También Nélida H. Strien de Filgueira refirió que: “Sólo supimos de ellos
cuando Monseñor Graselli, en mayo del mismo año 1977, enseñándonos unas listas
donde figuraban los tres nombres, nos informó que habían terminado de interrogarlos,
que estaban vivos y que pronto recobrarían la libertad” hecho que no ocurrió.
Los relatos efectuados por Nélida Hortensia Strien de Filgueira, y
Ernesto Mario Filguiera (padre) –fs. 7/9 del Legajo nro. 2880-, coincidentes en su
contenido, acreditan el hecho con el alcance que esta etapa procesal demanda,
quedando de esta forma acreditadas las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que
ocurrieron las privaciones de libertad de los nombrados.
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25) Privación ilegal de la libertad de María Cristina Ester Giuggliolini
Badia.
María Cristina Ester Giuggliolini de Pereira fue detenida el día 15 de julio
de 1977 en su domicilio de calle Delgado 836 de Capital Federal, por personal que dijo
pertenecer a las fuerzas de seguridad. Permanece desaparecida.
Según surge del relato efectuado por Stella Maris, hermana de la víctima
(Legajo de la Conadep nro. 3514) el día citado, por medio de su cuñado, Miguel Ángel
Pereira, llegó a su conocimiento que habían detenido a la hermana de éste, ante lo cual
se dirigió al domicilio de María Cristina a fin de hacerle saber dicha circunstancia. Al
llegar a dicho sitio advirtió la presencia de un hombre vestido de civil y armado en la
puerta del domicilio, y en su interior, a cuatro personas más, además de haber
observado Asignos evidentes@ de una minuciosa requisa.
Surge de tal relato que en ese momento vio que dicho personal se llevaba
detenida a María Cristina, momento en el cual la nombrada le indicó que le facilitara a
la niña -que se deduce resultó ser su hija- cierta medicación.
Tal como surge de dichas actuaciones, fueron testigos del hecho la
denunciante Ángela Badía, quien finalmente quedó a cargo de la niña mencionada, como
asimismo, su marido Carlos Rafael Pereira, quien según el relato habría permanecido
afuera del domicilio, por haberle sido prohibido el acceso por parte del sujeto que
estaba en la puerta del mismo al momento de practicarse la detención de la víctima.
Obran agregadas copias de las cédulas de notificación que dan cuenta del
rechazo de la acción de habeas corpus presentada a favor de María Cristina Ester
Giugliolini de Pereira.
De las circunstancias citadas se desprende que existen en el caso
elementos suficientes que autorizan a pres umir que fue el Ejército Argentino quien
realizó la detención de la nombrada, al respecto, tengo en cuenta que la modalidad en
que fue efectuada dicha medida responde a los patrones comunes utilizados por dicha
fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a cabo.
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Poder Judicial de la Nación
la madre de la víctima que su hijo estuvo detenido junto con otro sujeto, que habría sido
supuestamente liberado, según lo que se deduce de la presentación citada.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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Poder Judicial de la Nación
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quienes habían procedido a su detención refirieron que lo llevarían al Departamento de
Policía.
También indicó que, aproximadamente a las 5:00 hs., irrumpió en su casa
un grupo de cuatro personas invocando ser policías provenientes del Departamento
Central.
Asimismo, surge del relato de Silvia Inés Sosa, hermana de la víctima,
que posteriormente los sujetos vuelven a la calle Humboldt a bordo de un vehículo Ford
Falcon, que su suegra en ese momento pidió q ue la dejen acercarse y que en el interior
del mismo vio a Martín Sosa Adestruido a golpes@.
Las circunstancias apuntadas resultan ilustrativas acerca de la forma, el
lugar y el momento en el cual fue llevada a cabo la detención de Martín Guillermo Sosa;
y tales circunstancias permiten también tener por acreditada la intervención del Ejército
en tal hecho. Al respecto, nótese que este hecho coincide en sus modalidades con
aquellos en los cuales actuó esta Fuerza, y tal hipótesis se halla sustentada si tenemos
en cuenta el tipo de vehículo que utilizaron los captores.
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Poder Judicial de la Nación
presumir que ha intervenido en el hecho el Primer Cuerpo del Ejército, ya que conforme
fue expuesto por los propios sujetos que realizaron la detención, los mismos
pertenecían a Coordinación Federal, dependencia utilizada por la citada fuerza.
45
Obra al respecto copia de un oficio firmado por el General de División
Osvaldo René Azpitarte del V Cuerpo de Ejército, quien informó mediante oficio de
fecha 29 de abril de 1977 que no se ha podido dar con el paradero de la víctima.
Los elementos citados acreditan las circunstancias de tiempo, modo y
lugar en que fue privado ilegalmente de su libertad Varsavsky.
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Poder Judicial de la Nación
dijo que volvieran en otra oportunidad porque estaba durmiendo (sospechando algo por
la hora) y le golpearon la puerta diciéndole que abriera la puerta que no se hiciera el
vivo. Cuando abrió la puerta se le tiraron dos hombres encima, hicieron colocar cuerpo
a tierra a los padres y a la hermana [...] Bajaron a Daniel vendado por el ascensor y lo
introdujeron en un automóvil que él supone qu e era un Frod Falcon por la comodidad y
el espacio”.
Fue trasladado al centro clandestino de detención conocido como “ Club
Atlético”, lugar en el que fue interrogado y torturado. Finalmente fue liberado el 13 de
septiembre de 1977.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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Giovannoni) comiendo en la Pizzería “San Carlos V” sita en Olazábal y Triunvirato de
Capital Federal, cuando irrumpió en el lugar un grupo de quince hombres de civil
armados y los hicieron salir que se llevaron a Roxana.
En el Legajo de prueba n° 230 obran los siguientes elementos que
permiten acreditar la ilegal detención de Roxana Giovannoni y su cautiverio en el centro
clandestino de detención conocido como “Atlético”, a saber: copia de una carta de
Marco Bechis quien refirió que durante su detención en “Club Atlético” vio a “Muñeca”
(fs.6/7); certificación de la declaración de Marcelo Gustavo Daelli quien dijo: “...puedo
recordar los apodos de «Muñeca» quien posteriormente reconocí en una foto, que se
trataría de Giovanonni Roxana Verónica...” (fs. 18); fotocopias certificadas de las
declaraciones ante la CONADEP de Ricardo Hugo Peidró y Graciela Funes de Peidró
quienes mencionan a Roxana Verónica Giovanonni entre los alojados en el centro de
detención (fs. 59/63).
En igual sentido, en el Legajo de prueba n° 120 consta que la nombrada
fue vista en dicho centro por Graciela Funes de Peidró (cfr. fs.488) y Ricardo Peidró (fs.
489/90) y Marcelo Gustavo Daelli (fs. 1643) quien, durante su permanencia en “Atlético”
viera a Roxana Giovannoni a quien en el lugar llamaran bajo el apodo de “Muñeca”.
Lucen en el Legajo las numerosas tramitaciones efectuadas por sus
familiares en búsqueda de su paradero, con resultado negativo.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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del ascensor salieron tres hombres que la ll amaron por su nombre, la tiraron detrás del
ascensor, le colocaron una venda en los ojos y le ataron las manos. Uno de ellos le
puso un cuchillo o navaja en el cuello y le dijeron que se quede tranquila que la cosa no
era con ella. La subieron a un coche tipo ambulancia de color blanco con puertas en la
parte trasera del mismo y con ventanillas cubi ertas por cortinas. De los tres hombres,
uno estaba con uniforme compuesto por camisa y pantalón azul de fajina y botas altas
negras (uniforme perteneciente a la Policía Federal), los otros dos estaban vestidos de
civil, con camisas de colores, fuera del pantalón y gorros de lana. Uno de los hombres
del operativo le levantó la polera y la revisó debajo de las axilas, después le bajó el
pantalón y la revisó en la vagina con el dedo, para ver, según él, si tenía pastillas de
cianuro.
A su vez, en el Legajo de prueba n° 233 obra copia de las declaraciones
de Delia Barrera y Ferrando prestadas el Legajo de prueba n° 120, en la causa nro.
13/84 y ante la Cámara Federal que ratifican sus manifestaciones ante la Conadep.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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Se encuentra acreditado que Guillermo Daniel Cabrera Cerochi, fue
ilegalmente privado de su libertad el 1º de abril de 1977 cuando fue secuestrado de su
domicilio sito en Federico Lacroze 3223 depto. 5 de la Capital Federal, por un grupo de
ocho o diez personas armadas, que decían pertenecer a la Gendarmería Nacional.
En oportunidad de prestar declaración en el marco de la causa nro.
9373/01 y en su declaración prestada ante esta sede el 16 de septiembre de 2005,
refirió que el día de su secuestro o al día si guiente, su padre, Adolfo Cristóbal Cabrera,
se presentó en la dependencia del Primer Cuerpo del Ejército e hizo anotar en el libro
de guardia de la dependencia que su hijo había sido secuestrado en su domicilio.
También en los momentos posteriores al secuestro, su padre llamó por
teléfono a la Comisaría 37ma., identificándose como Oficial Inspector retirado de la
Policía y preguntó quién había pedido en el barrio de Colegiales la “zona libre”, a lo que
le contestaron que el Comando del Primer Cuerpo del Ejército.
Fue liberado el 15 de abril de 1977, oportunidad en la cual tuvo que
reincorporarse al servicio militar, donde lo revisaron, le confirieron una semana de
reposo y finalmente el día 18 de mayo le dieron la baja.
Por lo expuesto, entiendo que existen elementos que acreditan las
circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se sucedieron los hechos, como
asimismo la intervención que en el caso le cupo al Ejército Argentino teniendo en
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
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Poder Judicial de la Nación
cuenta que la modalidad en que fue efectuada dicha medida responde a los patrones
comunes utilizados por dicha fuerza en el despliegue del plan sistemático llevado a
cabo.
Considerando Sexto.
Fundamentos de la responsabilidad penal de Rodolfo Enrique Luis
Wehner.
6.1. Consideraciones generales.
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A fin de dilucidar la responsabilidad penal que cabe asignarle a Rodolfo
Enrique Luis Wehner en el marco de estas actuaciones, corresponde primeramente
formular algunas precisiones en torno al lugar que ocupara dentro del aparato de poder
mediante el cual se llevaron a cabo los hechos que fueron individualizados en el
considerando quinto de este resolutorio.
La reseña de la normativa bajo la cual el Ejercito Argentino desplegó su
actividad durante el último gobierno militar (Considerando Segundo, Punto 2.1 de la
presente resolución) permite colegir que la Junta Militar que tomó el poder el 24 de
marzo de 1976, decidió mantener el marco normativo vigente en aquel momento, en lo
atinente a las jurisdicciones y competencia territoriales que se le acordaron a cada
Fuerza.
Sin embargo, el cambio profundo radicó en la ejecución de las conductas
desplegadas por las Fuerzas Armadas, las cuales se concibieron desde su propia
cúpula; es decir que tanto las Juntas Militares como los Comandantes de cada una de
las Zonas de Defensa, retransmitieron órdenes secretas e ilegales a sus subordinados.
La actividad desplegada por el Ejército Argentino en su accionar
represivo, consistió en la confección de un organigrama estructurado verticalmente, el
cual permitió a los altos mandos militares, además de tener un continuo y preciso
control de las actividades desplegadas por sus subordinados.
Pero este análisis sería incompleto si, a la par del mismo, no se realizara
al menos un leve bosquejo de las posiciones que ocuparon los aquí imputados dentro
del organigrama funcional; cuestiones sobre las que se hará referencia seguidamente.
En este orden de ideas, es necesario recordar que, dentro de la
estructura de mando ensayada en el ámbito del Primer Cuerpo del Ejército por aquella
época, el cargo de Jefe de la Subzona “Capital Federal” era ejercido por el Segundo
Comandante del Primer Cuerpo del Ejército.
Dicho cargo fue ocupado por el Gral. Jorge Olivera Róvere durante el año
1976, siendo sucedido en el mando por los Generales José Montes y Andrés Anibal
Ferrero, ambos fallecidos.
A su vez, la línea directriz del Comando de esta Subzona, descendía
inmediatamente hacia los Jefes de cada una de las Áreas en las cuales se encontraba
dividido el territorio, tal como se señaló ut supra.
Hecha este breve introducción, es conveniente especificar el lugar que,
dentro de la escala funcional, le cupo al imputado.
Veamos.
El General de División –entonces Coronel- (Re) Rodolfo Enrique Luis
Wehner, se desempeñó como Jefe del Regimiento Granaderos a Caballo “General San
Martín”, durante el período comprendido entre el 17 de septiembre de 1975 y el 15 de
noviembre de 1977, tal como surge de las constancias obrantes en el Legajo Personal
del nombrado, aportado por el Ejército Argentino.
Así, la actividad desplegada en el ámbito del Área III, fue ratificada por la
Orden Parcial n° 405/76 del 21 de mayo de 1976, la cual agregó a la Zona de Defensa
1, un equipo de combate proveniente del Regimiento de Infantería I “Patricios”, y un
equipo de combate del Regimiento de Granaderos a Caballo “Gral. San Martín”, ambos
con asiento en la Capital Federal.
La corroboración de tal estado de cosas, también encuentra correlato en
diversas declaraciones prestadas por personal militar que cumplió funciones por aquella
época; las cuales fueran explicadas en el Considerando Segundo, Punto 2.2 del
presente, y que permitieron reconstruir la estructura jerárquica del aparato de poder a
través del cual se desarrollaron los hechos aquí tratados.
La situación descripta hasta el momento se condice con las
consideraciones efectuadas por la Alzada al confirmar el auto de procesamiento dictado
contra la persona de los aquí imputados.
En dicha ocasión, el Ad Quem señaló que “...puede afirmarse que la
actividad de los Jefes de Área y la unidad a su cargo dentro del ámbito geográfico
52
Poder Judicial de la Nación
asignado fue más allá de meras tareas de patrullaje o de control de personas, como
ellos sólo aseguran, pues el despliegue para la realización de los procedimientos u
operativos de secuestros requerían la intervención de numeroso personal y la
tranquilidad o seguridad de no ser molestados por otras fuerzas que operasen en el
lugar, tal como quedó demostrado en la causa 13/84, y en este sent ido, necesariamente
debieron contar con el apoyo y colaboración del personal a cargo de los aquí
procesados.
Tal afirmación se desprende del hecho de que son numerosos los
elementos que acreditan provisoriamente la dependencia operacional que tenían los
Jefes de Área con el Jefe de la Subzona Capital Federal del Ejército, lo que permite
suponer, con un alto grado de probabilidad, la participación de los primeros en las
actividades ilegales específicas de estos últimos vinculadas con la llamada lucha contra
la subversión, esto es, secuestros, traslados y detenciones en campos clandestinos de
detención, torturas, desapariciones, etcétera. Ello surge del modo en que funcionaba el
control que ejerció el Ejército sobre esta jurisdicción, para lo que resulta de interés la
directiva 404/75, como así también el relato de distintos miembros de esa fuerza que
declararon en los distintos procesos seguidos por lo sucesos acontecidos en aquella
época.” (CCCFed. Sala I in re “Suárez Mason, Carlos Guillermo y otros s/procesamiento
con prisión preventiva y falta de mérito”, causa n° 37.079, rta. el 17/05/06, reg. 429).
En consecuencia, este cúmulo de elementos permite concluir que, en este
contexto, las Áreas formaban parte del esquema de descentralización operativa y de
independencia de decisiones creado exclusivamente para la lucha contra la subversión,
teniendo los Jefes de cada una de las Áreas, el control de las actividades que, con ese
objetivo, se llevaban a cabo dentro del ámbito territorial bajo su jurisdicción.
A su vez, las principales tareas desarrolladas dentro de las Áreas,
consistían en la detención de subversivos, la determinación de blancos y la ejecución
de los blancos previamente establecidos en base a la información que en ellas se
obtenía, interrogatorio de detenidos; no existiendo dentro cada Subzona, otra fuerza
operacional que no fuera la dependiente de las primeras.
La sistematicidad del plan de represión ilegal montado durante la última
dictadura militar, encontró su principal correlato en las actividades, todas ellas
abyectas, desplegadas por los integrantes de las diversas fuerzas de seguridad.
En efecto, la enunciación y el posterior análisis de los hechos objeto de
investigación en la presente, dan cuenta de un modus operandi que, de manera común y
generalizada, se reprodujo paulatinamente en la universalidad de los casos.
Así, nos encontramos con que las privaciones ilegales de la libertad se
fundaban en un aparente vínculo –cierto o no- que los secuestrados habrían mantenido
con alguna organización subversiva; luego de la detención, eran trasladadas a campos
clandestinos de detención que, dado el carácter de clandestinidad, servían para alejar
de la esfera pública a los allí alojados, ocultándolos no sólo de sus familiares, sino
también de las autoridades judiciales que resultaban competentes para conocer en los
hábeas corpus interpuestos en favor de las víctimas. Una vez alojados en los centros,
las personas secuestradas eran sistemáticamente sometidas a tormentos, quedando
como posibles alternativas ante tal estado de cosas, la libertad, la legalización de la
detención o la muerte de las personas secuestradas.
En la consecución del plan descripto, los responsables de las fuerzas de
seguridad orquestaron también una estructura de mando y organización basada en la
asignación de específicas actividades a las unidades militares; siendo coincidente la
división del Comando con las jurisdicciones de las respectivas unidades militares.
En este sentido, repárese en el hecho de que cada Subzona coincidía a
su vez con la jurisdicción de una Brigada, y la división en Áreas había sido
estructurada de manera acorde con la jurisdicción de los Regimientos o Unidades
Tácticas (Batallón o Compañía).
En el caso de los Jefes de Área, su misión fundamental consistía en
brindar el apoyo logístico necesario para llevar a cabo los procedimientos de detención
y posterior traslado de personas a los centros clandestinos de detención.
53
En esta tesitura se ha expedido la Excma. Cámara del Fuero al momento
de confirmar el procesamiento de los imputados Saá, Menéndez, Devoto, Lobaiza,
Suárez Mason y Alespeito. Así, aseveró la Alzada que “...el aporte fundamental de los
Jefes de Área a la alegada lucha contra la subversión fue el cumplimiento de la llamada
«zona liberada», característica presente en la mayoría de los procedimientos aquí
analizados. En este sentido, cabe recordar que el control que tenían los Jefes de Zona
–lo que es aplicable también a los Jefes de Subzona-, no sólo residía en que ordenaban
o eran informados de las operaciones de detención que se producían dentro de su
jurisdicción, sino también en que daban directivas al resto de las fuerzas de seguridad
para no interferir en esas operaciones. Para esto último, los grupos operativos debían
solicitar al Comando de Zona «área libre», indicando las circunstancias de tiempo y
lugar donde iban a realizar el procedimiento de detención...” (CCCFed. Sala I in re
“Suárez Mason, Carlos Guillermo y otros s/procesamiento con prisión preventiva y falta
de mérito”, causa n° 37079, rta. el 17/05/06, reg. 429).
A su vez, el hecho de que el aporte fundamental de los Jefes de Área
haya sido, como se señaló anteriormente, el establecimiento de un “área liberada”, no
es motivo suficiente para llevar el aporte de los mismos al ámbito de la complicidad
primaria.
El carácter fundamental que poseía la liberación de la circunscripción en
la cual se llevarían adelante los secuestros, sumado al hecho de que la contribución de
los Jefes de Área a la empresa criminal resultaba de liminar importancia para la
consecución de tal fin, incluso al punto de ser concebido como una función insoslayable
dentro del aparato de poder, permiten postular la autoría de Wehner respecto de los
hechos investigados.
En consecuencia, es bajo esta compleja pero eficaz arquitectura que
deben entenderse el sinnúmero de relaciones, órdenes, directrices, logística y
procedimientos perpetrados en el marco de este aparato burocrático y represivo, en el
cual, las vinculaciones entre los integrantes de las diversas fuerzas de seguridad eran
moneda corriente.
En definitiva, el contexto situacional descripto ut supra, nos permitirá
entender de una manera más acabada, las razones que fundamentan las imputaciones
que se erigen contra Wehner en el marco de estas actuaciones.
54
Poder Judicial de la Nación
Considerando Séptimo.
Calificación Legal.
7.1. Introducción y adecuación típica.
El presente apartado está dirigido a examinar la adecuación típica de las
conductas que han sido endilgadas al imputado y que fueron desarrolladas en el
Considerando Quinto del presente resolutorio.
Teniendo en cuenta que el ejercicio consistente en adecuar típicamente
los hechos investigados dentro de la normativa penal de fondo no consiste en una labor
mecánica y carente de valoración alguna, no debe perderse de vista el contexto en el
cual tales acciones han sido llevadas a cabo, caracterizado por un ejercicio
55
desenfrenado de violencia proveniente del propio aparato estatal, el cual fue puesto a
disposición del poder de turno, a fin de aniquilar toda posibilidad de disenso.
En este orden de cosas, el ataque se dirigió a un sector específico de la
población, el cual –dentro de la mecánica propia del aparato de poder- fue catalogado
de “subversivo.”
En este ámbito en particular, las privaciones ilegales de la libertad por las
cuales deberá eventualmente responder el encartado, adquieren el carácter de crímenes
de lesa humanidad, principalmente por tratarse atentados contra los bienes jurídicos
individuales fundamentales, cometidos como parte de un ataque generalizado o
sistemático realizado con la participación o tolerancia del poder político de iure o de
facto (cfr. Gil Gil, Alicia: Derecho Penal Internacional. Especial consideración del delito
de genocidio, Ed. Tecnos, Madrid, España, 1999, p. 151).
En este particular trasfondo, las acciones que conforman crímenes contra
la humanidad cometidos en el ámbito de las Áreas en las cuales se encontraba dividido
el Comando de la Subzona Capital Federal, estaban sancionadas por la legislación
penal argentina vigente en aquel momento.
No debe perderse de vista la provisoriedad que reviste la calificación
legal en esta particular etapa procesal, siendo que será el Tribunal de Juicio, al
momento de dictar sentencia, quien establecerá de manera definitiva, la normativa
aplicable a la materia.
En este sentido, repárese en el hecho de que “[e]l tribunal que falla puede
adjudicar al hecho acusado una calificación jurídica distinta a la expresada en la
acusación (iura novit curia). Lo que interesa, entonces, es el acontecimiento histórico
imputado, como situación de vida ya sucedida (acción u omisión), que se pone a cargo
de alguien como protagonista, del cual la sentencia no se puede apartar porque su
misión es, precisamente, decidir sobre él.” (Maier, Julio B. J., op. cit., p. 569).
En consecuencia, el suscripto se inclinará por la postura desarrollada a
continuación, sin perjuicio de la eventual modificación que pudiere acaecer en un
estadío procesal ulterior.
Teniendo en cuenta tal premisa, no cabe más que inferir que, en estricta
aplicación de tales normas penales, la República Argentina se encuentra habilitada para
juzgar los crímenes contra la humanidad ocurridos dentro de su ámbito territorial.
56
Poder Judicial de la Nación
De ello puede inferirse que el delito acaecerá allí cuando las facultades
conferidas al sujeto activo por la función que el mismo desempeña, sean empleadas en
otras situaciones que no son las específicamente señaladas al efecto por las normas, o
sean utilizadas de modo arbitrario o abusivo; afectando -en lo que aquí interesa- la
libertad del individuo: el uso legítimo de ese poder, se convierte en ilegítimo. De allí el
correlato lógico de hacer alusión a la infracción de deber que viene dada de la mano del
carácter ilegítimo del accionar del mismo.
Siguiendo con el análisis, dicha figura se encuentra estructurada dentro
de la forma comisiva, por lo que requiere al menos de un autor que realice la acción,
positiva, de privar de la libertad a alguien que hasta ese momento disfrutaba de la libre
disponibilidad del bien jurídico.
Es, como el resto de los delitos contra la libertad, de instantánea
realización, ya que se consuma formalmente en el primer momento de efectiva privación
de la libertad personal, siempre que pueda considerarse que el ofendido vio afectada su
libertad de movimientos, o más precisamente, que se vio impedido de disponer de su
libertad de locomoción en los límites queridos por el autor, exigencia que viene dada
por el principio de lesividad.
A partir de dicho momento, entonces, el delito ya se encuentra
técnicamente consumado, dado que a esa altura ya concurren todos los elementos
objetivos y subjetivos del tipo, manteniéndose el tiempo de comisión y de simultánea
producción del resultado lesivo hasta su terminación (ver al respecto, por todos,
Jescheck, Hans-Heinrich: Tratado de Derecho Penal-Parte General, trad. de José Luis
Manzanares Samaniego, Ed. Comares, Granada, España, 1993, pp. 124 y 162).
Es consecuencia, puede colegirse que la privación ilegítima de la libertad
es un delito permanente, de aquellos en donde “el injusto se va intensificando al
aumentar la medida del ataque a un bien jurídico por medio de un obrar u omitir
posterior del autor. El comportamiento delictivo se prolonga entonces en la medida del
comportamiento subsiguiente, en el que es posible la participación, que impide la
prescripción, etc.” (cfr. Jakobs, Günther: Tratado de Derecho Penal, trad. de Joaquín
Cuello Contreras, Ed. Marcial Pons, Madrid, España, 1995, p. 208, cita como ejemplo la
detención ilegal); supuestos en donde “…el delito crea un estado antijurídico mantenido
por el autor y a través de cuya permanencia se sigue realizando ininterrumpidamente el
tipo penal” (cfr. Jescheck, op. cit. p. 650, también ejemplifica con la detención ilegal).
Durante ese lapso, otros actores pueden hacer su aporte a la empresa
criminosa, ya sea en calidad de autores -sujetos cualificados-, como es el caso de
Rodolfo Enrique Luis Wehner o cómplices -sujetos no cualificados-.
En tal sentido, la Jurisprudencia ha dicho que: “El funcionario público
priva a alguien de su libertad personal con abuso de sus funciones cuando estando
legalmente dotado de facultades para hacerlo, procede arbitrariamente, vale decir,
«inspirado sólo por la voluntad, el capricho o un propósito maligno, con abuso de poder,
fuerza, facultades o influjo»…” (cfr. C. 3º del Crimen, Córdoba, in re: “Cáceres,
Enrique”, 30/3/82, JPBA: 50-885).
En este contexto particular, Rodolfo Enrique Luis Wehner, Jefe del
Regimiento de Granaderos a Caballos “General San Martín” y, en tal calidad, Jefe del
Área III de la Subzona Capital Federal, revestía la condición de funcionario público,
conforme las previsiones del art. 77 del Código Penal, al momento de los sucesos por
los cuales fue llamado al proceso, al punto tal que esa posición de encumbrada
jerarquía funcional le otorgó el poder de decisión sobre la lesión a la libertad, integridad
física y vida de las víctimas reteniendo el dominio funcional de tales hechos; y con
poder de mando como para impulsar a través del aparato de poder, las órdenes
criminales y el mantenimiento de las condiciones para que las mismas sean exitosas.
Ello resultará relevante en función de la calificación legal aquí escogida y el carácter de
la imputación.
Además, la conducta subsumida en el art. 144 bis inc. 1° del Código
Penal (según ley 14.616) -privación ilegal de la libertad- fue llevada a cabo por el
imputado con la agravante prevista por el art. 144 bis, último párrafo en función del inc.
1° -por mediar violencia o amenazas- del art. 142, todos del Código Penal, según Ley
20.642, de acuerdo con la remisión prevista en el art. 144 bis, último párrafo.
57
A ello cabe agregar que no se registran casos en los cuales mediaran
órdenes de detención o allanamientos emanados por alguna autoridad competente.
En cuanto al aspecto subjetivo del tipo, es del caso señalar que se trata
de un delito doloso, que se satisface con la comprobación de, al menos, dolo eventual
(cfr. C.C.C., Sala IV, in re: “López, Norberto J.” rta. 21/12/89, publicada en: J.A., 1990-
IV-92).
Por su parte, se vuelve condición necesaria, el conocimiento del carácter
abusivo de la privación ilegal de la víctima por parte del agente y la voluntad de
restringirla en esa calidad, circunstancia que también se verifica en autos.
58
Poder Judicial de la Nación
haya disposiciones al respecto en el Código Penal (arts. 55 y 56) en modo alguno debe
ser considerado como una cuestión exclusivamente penal, sino también de enorme
importancia procesal...” (cfr. Zaffaroni, E. Raúl, Alagia, Alejandro y Slokar, Alejandro:
Derecho Penal - Parte General, Ed. Ediar, Bs. As., 2000, p. 826).
En efecto, si bien el tipo penal del art. 144 bis del C.P. apunta a la
protección de la libertad ambulatoria, es posible admitir la concurrencia real dentro de
su ámbito.
Tal es así, toda vez que, por tratarse de delitos contra bienes jurídicos
eminentemente personales, la pluralidad de víctimas torna múltiple cualquiera de estos
delitos; al respecto bien dice Jakobs (op. cit., p. 1082), que las lesiones a bienes
personalísimos de distintas personas nunca constituyen una sola infracción, ya que no
cabe definirlos sin su titular (vid. asimismo, Jescheck, cit., p. 659 y Zaffaroni-Alagia-
Slokar, cit., pp. 828/9).
En conclusión, el contenido de disvalor de injusto de los citados tipos
penales no se superpone, lo cual habilita la introducción de la herramienta dogmática
del art. 55, C.P., a fin de poder contarse con una exacta dimensión del disvalor de
injusto total proyectado por el supuesto de hecho, necesario para el reproche de l a
culpabilidad y la determinación judicial de la pena.
59
Y al contrario, a medida que descendíamos por la cadena de jerarquías,
el dominio sobre la concreta configuración de los asesinatos iba en aumento, hasta
llegar a los que tenían a su cargo la realización de propia mano de los hechos ilícitos.
Por supuesto que los problemas no sólo se suscitaban con la cúspide o
con la base de la estructura de poder organizada, sino también con aquellos integrantes
que se encontraban a media distancia entre ambos extremos.
Como vemos, las complejas cuestiones que están vinculadas con este
tema, se manifiestan ante todo respecto de la criminalidad estatal, dado que la
estructura propia del Estado, con sus enormes recursos económicos y humanos, y sus
cadenas de funcionarios conformadores de una gigantesca burocracia, resulta ser la
organización que mejor se adapta para este tipo de casos.
Una organización así estructurada, desarrolla una vida que es
independiente de la cambiante composición de sus miembros, digamos que funciona con
un elevado grado de automatismo, y este punt o de partida bien puede mantenerse allí
cuando se la oriente hacia actividades criminales, si se dan ciertas condiciones. Sólo es
preciso tener a la vista los hechos que aquí se han descrito precedentemente.
Cuando suceden estos acontecimientos, en los cuales, para ser gráfico, el
que está en la cúspide del aparato acciona un dispositivo y se pronuncia una orden de
ejecución, se puede confiar en que los ejecutores van a cumplir el objetivo, sin
necesidad de llegar a saber en concreto quién o quiénes van a ejecutar la operación.
Lo que convierte en especial la cuestión es que en tales casos el hombre
de atrás no necesita recurrir ni a la coacción ni al engaño (ambas hipótesis
tradicionales de la autoría mediata), puesto que sabe que cuando uno de los muchos
órganos que colaboran en la realización de los delitos no cumpla con su tarea,
inmediatamente va a entrar otro en su lugar, sin que se vea perjudicada en su conjunto
la ejecución del plan.
La tesis que ya en 1963, introdujo en la dogmática penal el Profesor de la
Universidad de Munich, Claus Roxin (bajo el título Voluntad de dominio de la acción
mediante aparatos de poder organizados publ. en Doctrina Penal, trad. de Carlos Elbert,
Ed. Depalma, Bs. As., 1985, año 8, p. 399 y sgts.), y que sigue defendiendo y
completando hasta la actualidad (acompañado por Stratenwerth, Schmidhäuser,
Wessels, Maurach, Kai Ambos, Bustos Ramírez y Bacigalupo entre otros), es la teoría
según la cual, cuando en base a órdenes del Estado, agentes estatales cometan delitos,
como por ejemplo homicidios, secuestros y torturas, serán también autores, y más
precisamente autores mediatos, los que dieron la orden de matar, secuestrar o torturar,
porque controlaban la organización y tuvieron en el hecho incluso más responsabilidad
que los ejecutores directos.
“Somos conscientes de que crímenes de guerra, de Estado y de
organizaciones como las que aquí se analizan…” –sostiene Roxin- “…no pueden
aprehenderse adecuadamente con los solos baremos del delito individual. De donde se
deduce que las figuras jurídicas de autoría, inducción y complicidad, que están
concebidas en la medida de los hechos individuales, no pueden dar debida cuenta de
tales sucesos colectivos, contemplados como fenómeno global. Pero ello no exime de la
obligación de considerar los comportamientos de los intervinientes a título individual en
tales hechos también desde la perspectiva del delito individual, con arreglo a cuyos
presupuestos los juzgan predominantemente nuestros tribunales...” (cfr. Roxin, Claus:
Autoría y dominio del hecho en derecho penal, trad. de Joaquín Cuello Contreras y de
José Luis Serrano González de Murillo, Ed. Marcial Pons, Madrid, 1994, pps. 267/8).
Según Roxin, tratándose de una organización criminal de esta
envergadura, la realización del delito en modo alguno depende de los ejecutores
singulares. Ellos solamente ocupan una posición subordinada en el aparato de poder,
son intercambiables, y no pueden impedir que el hombre de atrás, el “autor de
escritorio” (Schreibtisch täter) como le dicen en Alemania, alcance el resultado, ya que
es éste quien conserva en todo momento la decisión acerca de la consumación de los
delitos planificados.
Si por ejemplo, algún agente se niega a ejecutar un secuestro, esto no
implica el fracaso del delito (he aquí una primera distinción con la instigación).
Inmediatamente, otro ocuparía su lugar y realizaría el hecho, sin que de ello llegue a
60
Poder Judicial de la Nación
tener conocimiento el hombre de atrás, que de todas formas ignora quién es el ejecutor
individual. El hombre de atrás, pues, controla el resultado típico a través del aparato,
sin tomar en consideración a la persona que como ejecutor entra en escena más o
menos casualmente. El hombre del escritorio tiene el “dominio” propiamente dicho, y por
lo tanto es autor mediato.
El factor decisivo para la fundamentación del dominio de la voluntad en
este tipo de casos constituye entonces una tercera forma de autoría mediata, que va
más allá de los casos de coacción y de error. Esta tercer forma de autoría mediata,
basada en el empleo de un aparato organizado de poder, tiene su piedra basal en la
fungibilidad de los ejecutores que integran tal aparato organizado, quienes no dejan de
ser, desde la perspectiva del inspirador, figuras anónimas y sustituibles, o en palabras
de Roxin, engranajes cambiables en la máquina del poder.
En estos casos, la pérdida en proximidad a los hechos por parte de las
esferas de conducción del aparato se ve compensada de modo creciente en dominio
organizativo: a medida que ascendemos en la espiral del aparato de poder, más amplia
es la capacidad de designio sobre los acontecimientos emprendidos por los ejecutores.
Todo esto significa extenderle a estos hombres de atrás la atribución de
que con tales órdenes están “tomando parte en la ejecución del hecho”, tanto en sentido
literal como jurídicopenal.
Sentado esto, debemos ahora deslindar los casos de autoría mediata, de
los casos de simple complicidad, en el marco de actuación de un aparato de poder.
Como regla general, se puede decir que quien está en un aparato
organizado, en algún puesto en el cual pueda impartir órdenes a personal subordinado,
pasa a ser un autor mediato en virtud de la voluntad de dominio del hecho que le
corresponde, cuando emplea sus atribuciones para ejecutar acciones punibles, siendo
indiferente si actuó por propia iniciativa o en interés de instancias más altas que lo han
comisionado.
Lo decisivo será en todo caso, que pueda conducir la parte de la
organización que está bajo su mando, sin tener que dejar al criterio de otros la
consumación del delito (cfr. Roxin, op. cit., p. 406).
Así, puede darse una larga cadena de “autores detrás del autor”, porque
resulta posible un dominio de la cúpula organizativa precisamente porque en el camino
que va desde el plan hasta la realización del delito, cada instancia prolonga, eslabón
por eslabón, la cadena a partir de sí misma.
Por otra parte, es importante dejar asentado que, conforme la doctrina
especializada en esta cuestión, de la estr uctura organizativa de todo aparato de poder,
se desprende que éste sólo puede darse allí cuando funcione como una totalidad fuera
del orden jurídico, dado que si se mantiene dentro del Estado de Derecho con todas sus
garantías, la orden de ejecutar acciones punibles no sirve para fundamentar el dominio
ni la voluntad del poder del inspirador.
Pues bien, esto es precisamente lo que ha tenido lugar en nuestro país a
partir del 24 de marzo de 1976, conforme los detalles fácticos que sobre el particular
fueron presentados supra.
Asimismo, habrá que referirse también a otras posturas jurídicas que
compiten con la tesis de la autoría mediata aquí defendida en su potencial aplicabilidad
a hechos como los que aquí se investigan (para ello, desarrollo argumentos elaborados
por Roxin en un trabajo reciente, titulado Problemas de autoría y participación en la
criminalidad organizada, trad. de Enrique Anarte Borrallo, publ. en Revista Penal nº
1998-2, Director: Juan C. Ferré Olivé, Ed. Praxis, Barcelona, pp. 61 y sgtes.).
Se trata de la tesis de la coautor ía, defendida especialmente por Jakobs,
y la de la instigación, que sostiene Zaffaroni.
La solución de la coautoría de Jakobs, fundamentada en su Tratado (cit.,
pp. 783/4), descansa en una consideración más normativa del dominio del hecho. Para
él, si quien actúa lo hace antijurídica y culpablemente, no puede hablarse de u n
instrumento, tal la consideración tradicional de la autoría mediata. Como mucho, atento
a que efectivamente ambos actores se reparten el dominio del hecho (dado que el
61
ejecutor posee el dominio sobre la configuración concreta del delito mientras que el
hombre de atrás conserva el dominio sobre la decisión del delito, algo aceptado de
modo general por Jakobs), se podría hablar de una coautoría.
Sin embargo –y aquí sigo una vez más, a Roxin-, la tesis de la coautoría
no puede prosperar, dado que el núcleo conceptual de la coautoría es
indiscutiblemente, la realización conjunta del ilícito, que aquí falta absolutamente: el
que ordena y el ejecutor no necesariamente se conocen; no deciden nada
conjuntamente; ni están situados al mismo nivel. El que actúa “ejecuta una orden”, esto
es, precisamente lo contrario de una resolución conjunta. Quienes actúan en distintos
niveles jerárquicos no se comportan conjuntamente, y así, los límites de la coautoría
(funcional, y en co-dominio del hecho), pierde sus contornos y se borran las diferencias
frente a la autoría mediata y la inducción.
Además, la tesis de la coautoría elude la decisiva diferencia estructural
entre autoría mediata y coautoría, consistente en que la autoría mediata está
estructurada verticalmente (con desarrollo de arriba hacia abajo, del que ordena al
ejecutor), mientras que la coautoría lo está horizontalmente (actividades equivalentes y
simultáneas). Esto habla claramente contra la coautoría y a favor de la autoría mediata.
En el caso de la instigación (cito por ej. a Zaffaroni, op. cit., pp. 747/8),
la cuestión adquiere mayor plausibilidad, dado que comparte con la autoría mediata una
estructura vertical y como ésta consiste en la mera realización de hechos por parte de
otro.
Su rechazo se basa sin embargo en dos cuestiones. En primer lugar, es
evidente para cualquier observador imparcial, que en una organización criminal que se
sirve del formidable aparato estatal, quien da la orden es quien domina el suceso.
“Cuando Hitler o Stalin ordenaron matar a sus enemigos [dice Roxin, Claus, op. cit., p
64] entonces se trataba de su obra (aunque no sólo suya): decir que ellos sólo habrían
ordenado los hechos, contradice los principios lógicos de la imputación desde una
perspectiva social, histórica, pero también jurídica…”, y esto lleva a los partidarios de
esta tesis al callejón sin salida de tener que renunciar a la teoría del dominio del hecho
como fundamento para el deslinde entre autor y partícipe.
En segundo lugar, resulta fácil de entender que la posición de aquel que
ordena la ejecución de un delito en un aparato organizado de poder no es la misma que
la de un simple instigador: éste debe buscarse primero un autor, el jerarca del aparato
sólo necesita dar la orden; el inductor debe tomar contacto con el potencial autor,
convencerlo de su plan y vencer sus resistencias, quien se vale del aparato de poder se
evita todo esto. Finalmente la “fidelidad” que muestre el instigado a ceñirse al plan no
es un dato menor, el jerarca del aparato no se preocupa por ello, no sólo por la
obediencia y la rigidez propia de la estructura de la que se vale, sino además, porque si
por alguna razón el ejecutor desiste o falla, otro lo reemplazará de inmediato y el plan
se cumplirá de todos modos. Además, la capacidad destructiva en el aparato organizado
de poder no se puede comparar con la simple inducción, se trata de una perniciosa
simplificación fruto de hacer encajar a toda costa una situación extraordinariamente
compleja en esquemas disfuncionales a estas nuevas realidades.
En resumen, dos son los requisitos de este tipo de autoría mediata: 1) un
aparato organizado de poder estructurado verticalmente por el cual “descienda” sin
interferencias una orden desde los estratos altos (decisión vertical) y 2) la
intercambiabilidad del ejecutor.
En este esquema, autor mediato no es sólo el jefe máximo de una
organización criminal, sino todo aquel que en el ámbito de la jerarquía transmite la
orden delictiva hacia abajo con poder de mando autónomo, como lo eran sin lugar a
dudas los imputados.
En el caso concreto traído a estudio, debe recordarse que Rodolfo
Enrique Luis Wehner se desempeñó como Jefe del Regimiento de Granaderos a
Caballos “General San Martín” y, en tal calidad, como Jefe del Área III de la Subzona
“Capital Federal” bajo cuya respectiva órbita territorial se cometieron los delitos
examinados en la presente.
Este marco fáctico es el que permite endilgarle al nombrado, las
privaciones ilegales de la libertad que ocurrieron en el ámbito bajo su mando, a pesar
62
Poder Judicial de la Nación
de que tales delitos no fueron cometidos de propia mano, sino que los mismos fueron
realizados por sus subordinados.
Al respecto, cabe señalar que según la teoría aplicable, cuanto más arriba
está el hombre del escritorio y más lejos de la actuación personal en el delito, mayor
será su responsabilidad porque se incrementa su dominio sobre la decisión respecto de
los hechos.
Puede decirse que el aparato clandestino, organizado y burocrático de
poder, por donde fluían sin interferencia órdenes criminales que se cumplían
inexorablemente, estaba conformado en este caso, por una sucesión de puestos de
mando dispuestos en función de una evidente jerarquía, dada por los grados de los
militares que ocupaban dichos puestos.
Este último eslabón de la cadena de mandos tiene especial significación
desde la perspectiva de la autoría mediata, por cuanto la encumbrada posición que los
mismos ostentaban en el edificio de la maquinaria represiva les otorgaba un poder de
mando directo para la transmisión, a través del aparato de poder, de las órdenes
criminales que llegaban hasta sus subordinados ejecutores de propia mano.
A su vez, la naturaleza y características que adoptó la represión ilegal
durante el período en estudio, no dejó rastro de constancias documentales de las
órdenes secretas e ilegales. Sin embargo, al momento de dictar sentencia en la causa
13/84, el Ad Quem tuvo por probada la existencia de las mismas, en función de una
amplia cantidad de presunciones concordantes en ese sentido (cfr. Sentencia de la
causa 13/84, cap. XX, punto 3).
Las actividades desplegadas en el marco del plan sistemático de
represión (secuestros –único tramo de los sucesos que se le imputa a Wehner-,
torturas, homicidios) resultaron ser las consecuencias necesarias de las órdenes
impartidas de los estamentos superiores en la cadena de mandos establecidos al efecto
en las respectivas jurisdicciones.
Ello se infiere del hecho de que para llevar a cabo tales delitos, los
autores directos contaron con un notable apoyo logístico y de infraestructura, que parte
de la impunidad para llevar a cabo los secuestros y continúa con la provisión de
hombres, armas, lugares de detención, vehículos, etc.
Las características más sobresalientes de la actividad llevada a cabo por
los ejecutores del plan de represión eran las siguientes: el secuestro de ciudadanos de
sus domicilios, su traslado a la dependencia donde quedaban alojados, el sometimiento
de los mismos a sesiones de interrogatorios bajo torturas en horas de la madrugada,
todo amparado desde las esferas del poder, lo cual les garantizaba la impunidad para
actuar.
En este marco fáctico, Rodolfo Enrique Luis Wehner tenía amplio control,
desde su posición jerárquica y el poder que ella implicaba, del accionar de sus
subordinados, quienes resultaron los autores directos de los hechos investigados
además de garantizar, a través de la dirección y dominio de la estructura orgánica de
las respectivas Áreas, la impunidad de los ejecutores de las órdenes ilegales y
clandestinas de represión, llevadas a cabo bajo su mando.
En efecto, para que el personal subalterno pudiera cumplir de modo
eficiente y seguro las órdenes impartidas a través de la cadena de mandos, de detener
en formar ilegal, era necesario que desde los estratos superiores de la estructura de
poder se otorgaran todas las seguridades acerca de que las acciones se iban a
desarrollar sin ninguna interferencia y en la clandestinidad más absoluta, lo que
conllevaba implícitamente, negar la existencia de los hechos ante cualquier reclamo de
familiares, amigos, letrados o autoridades.
Desde esta óptica, entiendo que se encuentra acreditado –con el grado
de certeza que esta etapa procesal requiere- la responsabilidad de Rodolfo Enrique Luis
Wehner en los delitos que le han sido atribuidos conforme lo ya desarrollado en la
presente resolución.
Considerando Octavo.
63
La desestimación de la obediencia como eximente de
responsabilidad.
La cuestión aquí planteada no es ni de lejos, exclusiva de las
circunstancias que rodearon los hechos aquí analizados. Se trata de un tema que hunde
sus raíces en la concepción de sociedad que presupone la construcción de todo
Derecho, en cuestiones morales como la naturaleza de la fuerza vinculante de la
distinción entre el bien y el mal, y que dependerá notoriamente de la postura filosófica
de la que se parta en torno de la condición humana, y su atribución de libertad frente al
medio social en el cual se desenvuelve.
En tal sentido, se parte aquí de una concepción antropológica del hombre
como un ser dotado de capacidad de decisión más allá de lo que el medio exterior que
lo rodee fije como pautas sociales a cumplirse.
Asimismo, se parte de la certeza de que los sistemas de normas aplicadas
socialmente son relativos, se basan en la comunidad que las promueve y por lo tanto,
en un mundo pluralista y heterogéneo.
Sin embargo, como sostiene Bauman, este relativismo no se puede aplicar
a la capacidad humana para distinguir lo correcto de lo erróneo. Esta capacidad viene
dada, de la misma manera que la constitución biológica humana, las necesidades
fisiológicas y los impulsos psicológicos. En todo caso, el proceso de socialización
(incluso en aparatos verticalizados de poder) consiste en manipular esta capacidad de
distinción entre correcto y erróneo, pero no en su producción (cfr. Bauman, Zygmunt:
Modernidad y Holocausto, trad. de Ana Mendoza, Ed. Sequitur, Madrid, 1997, pp.
242/3).
La sustancia de esta capacidad innata en el ser humano configura
deberes hacia el prójimo, que precede a todo interés, y tiene bases mucho más
profundas que los mecanismos societales, como las estructuras de dominación o la
cultura. Más bien, los mecanismos de socialización comienzan su influjo cuando esta
estructura ya está allí (íd., p. 249), pero no pueden hacer desaparecer, por ej., la
capacidad para oponerse, escapar y sobrevivir a este procesamiento, de forma que en
última instancia, la autoridad y la responsabilidad de las elecciones residen donde lo
hacían en un principio: en cada ser humano (ídem, p. 243).
“Sabemos…” –afirma Bauman- “…que existe una forma de considerar la
elemental condición humana que hace explícita la universalidad de la repugnancia ante
el asesinato, la inhibición contra el hecho de producir sufrimientos a otro ser humano y
el impulso de ayudar a los que sufren” (íd., p. 251).
Desde esta perspectiva, no hay modo entonces de justificar el
cumplimiento de órdenes cuya carga de abyección, de repulsa moral, es ostensible e
inocultable.
Ahora sí, ingresando en el terreno de los argumentos jurídicos, debo
poner de manifiesto, en primer lugar, mi coincidencia con Zaffaroni (Tratado…, pp.
727/8), en el sentido de que la cláusula del art. 34 inc. 5º, C.P., no constituye una
causal autónoma de justificación, sino más bien una insistencia legal aclaratoria en
cuanto a otras eximentes ya contempladas en la legislación penal.
Es que frente a los casos en concreto que pueden analizarse a la luz de
la cláusula de obediencia debida, y más allá de si quien recibe la orden tiene o no
facultades de revisión del contenido de dicha or den, lo cierto es que, de impartirse una
orden manifiestamente ilegal en su contenido (aunque cumpla con las formalidades de
rigor), es allí cuando cesa el deber jurídico de cumplirla.
Al respecto, Magariños y Sáenz han analizado la cuestión de la
obediencia jerárquica en la estructura militar desde la perspectiva de lo establecido en
el art. 514 del Código de Justicia Militar, y aún desde esta norma jurídica, vigente al
momento de los hechos aquí en estudio, la conclusión es la misma: allí cuando se trate
de órdenes cuya ilicitud se revela de manera manifiesta, por que por ejemplo se trata de
la perpetración de hechos atroces o aberrantes –como sin duda lo fueron los aquí
analizados-, “…la limitación del conocimiento del subordinado respecto del contenido de
los mandatos recibidos, no obsta su posibilidad de comprender la antijuridicidad de la
conducta que se le ordena cometer. En efecto, la ostensible ilegitimidad que por
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Poder Judicial de la Nación
definición importan estas órdenes hará que, a los ojos de quien las reciba, la
incompetencia, tanto para impartirlas como para cumplirlas, aparezca de un modo
palmario […] Ello así, aún suprimida la excepción del texto legal, ningún juez de la
Nación podría razonablemente presumir dicho error, a favor de un subordinado que haya
ejecutado un hecho de tales características” (Magariños, Mario y Sáenz, Ricardo: La
obediencia jerárquica y la autoría mediata en la estructura militar, en La Ley, 1996-E, p.
1176/7).
En estos casos, no está ausente la libertad ni la responsabilidad del autor
directo, quien, valga decirlo, en consonancia con el derecho penal internacional, no
podría alegar una exclusión de punibilidad por el tenor de los crímenes ejecutados ya
que la antijuridicidad manifiesta de la orden desvirtúa la posibilidad de un error de
prohibición inevitable y conduce a atribuirle al subordinado el hecho también como
suyo.
Es por ello, que no es posible dejar de lado la responsabilidad del
imputado, bajo el argumento de haber actuado en cumplimiento de una orden superior,
máxime en este tipo de casos en los qu e nos enfrentamos a hechos aberrantes y
evidentemente ilícitos.
Conforme ha sostenido la Excma. Cámara del Fuero: “...Para ampararse
en la eximente de la obediencia de una orden debió necesariamente demostrarse la
existencia de tal orden superior que dispusiera que debía actuarse del modo en que se
actuó. Además, y aún ante tal hipótesis, no puede exceptuarse de responsabilidad a
quien invoque actuar en cumplimiento de una orden superior en casos de hechos
atroces y aberrantes, o de ilicitud manifiesta [...] En el ámbito militar, donde las cosas
ofrecen otro aspecto porque no cabe aceptar un derecho de examen por parte del
inferior -el subordinado, «...no resulta exculpado si la antijuridicidad penal del
cumplimiento de la orden es, a tenor de las circunstancias por él conocidas, palmaria, o
sea, si aquella puede ser advertida por cualquier persona sin particulares reflexiones.
También hoy el derecho de examen por parte del inferior resultaría incompatible con la
esencia del servicio militar, pero la falta de conciencia y la ceguera jurídica tampoco
pueden ser exculpadas en el ámbito militar. El contenido de la culpabilidad del hecho
consiste en que, siendo evidente la antijuridicidad penal, incluso si el hecho se realiza
en cumplimiento de una orden, cabe constatar un imperdonable fracaso de la actitud del
inferior frente al derecho..» Conf. Jescheck, Hans-Heinrich -Tratado de Derecho Penal-
Parte general, Ed. Comares, año 1993, 4ta ed, p. 450/3”.
En este orden de ideas la Excma. Cámara explicó: “...La orden de un
superior no es suficiente para cubrir a la gente subordinada que haya ejecutado esa
orden y ponerlo al abrigo de toda responsabilidad penal si el acto es contrario a la ley y
constituye en sí mismo un crimen, pues él no debe obediencia a sus superiores sino en
la esfera de las facultades que éstos tienen, principio que no puede ofrecer dudas sino
en los casos oscuros en que no es fácil discernir si el acto que se manda ejecutar está
o no prohibida por la ley, o si se halla o no dentro de las facultades del que lo ordena.
En autos no se aceptó tal eximente porque una rebelión evidentemente es un crimen y
ninguno de los que la ejecutaron puede llamarse inocente” (C.C.C. Fed., Sala II, c.
20.518 “Calzada, Oscar Hugo s/infr. arts. 142, etc.”, publ. en Boletín de Jurisprudencia,
1988-2, pág. 59).
Al respecto es concluyente la opinión de Jorge Bacqué quien sostuvo en
relación a la obediencia debida: “...puede afirmarse sin hesitación alguna que, cuando
se está en presencia de delitos como los cometidos por el recurrente, la gravedad y
manifiesta ilegalidad de tales hechos determinan que, como lo demuestran los
antecedentes históricos a los que se hiciera referencia anteriormente, resulte
absolutamente incompatible con los más elementales principios éticos jurídicos sostener
que en virtud de la obediencia debida se excluya la antijuridicidad de la conducta, o
bien el reproche penal por el ilícito cometido...” (cfr. voto en minoría del precedente
citado en Fallos 310:1220).
En definitiva las órdenes de contenido ilícito manifiesto no poseen
carácter vinculante para el subordinado, quien en el caso de ejecutarla o retransmitirla,
según el caso, de ninguna manera podrá considerarse amparado por eximente alguna.
Todo lo contrario, el imputado deberá responder penalmente por los injustos que
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cometió en ocasión de llevar a cabo cada una de las acciones ilícitas que se le
reprochan.
Considerando Noveno.
Embargo.
De acuerdo con lo establecido por el art. 518 y concordantes del Código
Procesal Penal de la Nación corresponde imponer el embargo de los bienes y/o dineros
del imputado. Para ello, se tendrá en cuenta los parámetros fijados en dicha norma.
Por consiguiente, atendiendo a dichas pautas en cada caso particular, en
lo relativo a cantidad de hechos imputados y adecuación de los mismos al tipo legal, y
demás pautas aplicables de acuerdo al artículo 518 del código ritual, habrá de
imponerse a Rodolfo Enrique Luis Wehner la suma de tres millones quinientos mil pesos
($3.500.000).
Atento a las consideraciones vertidas a lo largo de la presente resolución
que se dicta con ajuste a las previsiones del artículo 306, 312 y 518 del C.P.P.N.
Por último y con relación a lo dispuesto por el art. 312 del Código
Procesal Penal de la Nación en cuanto a la procedencia de la prisión preventiva, he d e
señalar que se mantendrá la libertad provisional de Rodolfo Enrique Luis Wehner que
fuera dispuesta en el marco del incidente de excarcelación del nombrado en fecha 17 de
julio del año en curso; ello, en atención a los fundamentos expuestos en aquel la
oportunidad y que formaron la convicción de este Tribunal en torno a la inexistencia de
riesgos procesales que justifiquen la detención preventiva del nombrado.
Por su parte y en cuanto a las pautas de conducta previstas por el art.
310 del mismo cuerpo legal, habrá de estarse a aquellas que fueran fijadas en ocasión
de disponerse la libertad del nombrado y que fueran plasmadas en el acta de caución
juratoria ordenada en los término del artículo 321 del ordenamiento ritual;
Resuelvo:
I) DECRETAR EL PROCESAMIENTO del General de División (Re) del
Ejército Argentino RODOLFO ENRIQUE LUIS WEHNER, de las demás condiciones
personales consignadas precedentemente, por considerarlo autor prima facie
responsable del delito de privación ilegal de la libertad agravada por mediar
violencia o amenazas (art. 144 bis inc. 1° y último párrafo -ley 14.616- en función del
art. 142, inc. 1° -ley 20.642-), reiterado en cincuenta y un (51) ocasiones, los cuales
concurren realmente entre sí (art. 55 del Código Penal); MANDANDO A TRABAR
EMBARGO sobre bienes o dinero de su propiedad hasta cubrir la suma de tres millones
quinientos mil de pesos ($3.500.000) debiéndose labrar el respectivo mandamiento
(art. 306, y 518 del Código Procesal Penal de la Nación).
II) MANTENER la situación de libertad de Rodolfo Enrique Luis Wehner,
debiendo estarse a las pautas de conducta que le fueran impuestas al momento de
concedérsele la excarcelación y que fueran plasmadas en el acta labrada en los
términos del art. 321 del Código Procesal Penal de la Nación (art. 310 del Código
Procesal Penal de la Nación).
Tómese razón y notifíquese; a tal fin, líbrese cédula a diligenciar en el
día con habilitación de feria judicial.
A los fines de notificar personalmente a Rodolfo Enrique Luis Wehner del
temperamento adoptado en el presente resolutorio e intimarlo del embargo dispuesto a
su respecto; líbrese exhorto al Juzgado Federal de la Ciudad de Salta que por turno
corresponda.
Ante mí:
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