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EL OBISPO, PRINCIPIO DE UNIDAD EN LA IGLESIA

P. Raúl Ortiz Toro,


Conferencia Episcopal de Colombia

“Por lo tanto, es apropiado que vuestro honorable presbiterio esté en armonía con
la mente del obispo… como si fueran las cuerdas de una lira. Por tanto, en vuestro
amor concorde y armonioso se canta a Jesucristo. Y vosotros, cada uno, formáis
un coro, para que estando en armonía y concordes, y tomando la nota clave de
Dios, podáis cantar al unísono con una sola voz por medio de Jesucristo al Padre,
para que Él pueda oíros y, reconocer por vuestras buenas obras que sois
miembros de su Hijo. Por tanto, os es provechoso estar en unidad intachable, a fin
de que podáis ser partícipes de Dios siempre”.
San Ignacio de Antioquía a los Efesios, IV
El hermoso texto que abre este escrito fue dirigido por un gran santo obispo de la
antigüedad a la Iglesia de Éfeso, es decir, a la comunidad cristiana y presbiterio de
aquella ciudad, en la primera década del siglo segundo de nuestra era. San
Ignacio de Antioquía es conocido por ser el primero que dio el nombre de
“católica” a nuestra Iglesia; se había formado en la escuela del apóstol San Juan y
bebió allí de las fuentes de la verdadera doctrina reconociendo que los medios de
salvación son tres, como lo reafirma nuestro actual Catecismo de la Iglesia
Católica, en el numeral 830, inspirándose en el Concilio Vaticano II:
1. Confesión de fe recta y completa
2. Vida sacramental íntegra
3. Ministerio ordenado en la sucesión apostólica
Estos tres elementos, de manera particular y en su conjunto, son fundamentales
para la salvación. Nadie puede decir que cree y, al mismo tiempo, rechazar los
sacramentos o no reconocer el legítimo ministerio del obispo cuando se pronuncia
sensatamente sobre asuntos de fe y costumbres; lo mismo que nadie puede decir
que es católico si recibe los sacramentos pero no está concorde en la fe católica
“recta y completa” o se resiste a ver en el obispo el signo de unidad en la Iglesia.
El mismo santo de Antioquía le escribía a la comunidad de los magnesianos (IV)
algo al respecto: “algunos tienen el nombre del obispo en sus labios, pero en todo
obran aparte del mismo. Estos me parece que no tienen una buena conciencia,
por cuanto no se congregan debidamente según el mandamiento”.
Semejante introducción no hay necesidad de contextualizarla; el presbiterio de la
Arquidiócesis de Ibagué expresa a su pastor arquidiocesano, Monseñor Orlando
Roa Barbosa, su obediencia y aprecio. Independientemente de que en la Iglesia
puedan darse pareceres distintos en los modos como se enfrentan los retos
pastorales, sin embargo, en este caso, hemos visto a un pastor que busca estar
cercano a su comunidad. Conocemos a Monseñor Orlando en diferentes
contextos: como párroco en Santa Isabel y Rovira, por ejemplo, como estudiante
en Roma, como rector del seminario, como obispo auxiliar de Monseñor Flavio
Calle Zapata, como obispo de El Espinal, ahora como arzobispo de Ibagué: ¿Qué
hemos visto? Un pastor que quiere estar cercano al Pueblo fiel que se le ha
confiado.
Al Señor Arzobispo lo mueve lo que San Pablo definió como la premura de la
caridad de Cristo (cf. 2 Co 5, 14): es decir, la atención urgente a las necesidades
de los hermanos. Entre sus primeras iniciativas, tras posesionarse como
arzobispo, estuvo la de crear un centro de escucha para las personas en
dificultades existenciales; ha dialogado con muchas de ellas, ha seguido
sosteniendo obras de caridad y de promoción humana, se ha acercado a las
comunidades y personas en crisis y, desde su gran devoción al misterio de la Cruz
de Cristo, ha presentado un plan de restauración de las personas en momentos de
prueba. Su deseo por entender el difícil contexto en el que se mueven quienes
optan por el suicidio lo ha llevado a proponer, no sin sorna por parte del
periodismo amarillista y la opinión pública sensacionalista, el retorno a Cristo y el
recurso a imágenes y signos cristianos que inviten a valorar la vida de un modo
más directo.
En años pasados, siendo obispo de El Espinal, visitó con dedicación a todas las
comunidades, sobre todo las indígenas, pues son abundantes en esta región del
Tolima, les dedicó tiempo, ordenó sacerdotes de este origen étnico, escuchó sus
clamores y los acercó a Dios, ¿cómo puede, entonces, un medio de comunicación
o un sector de opinión pública afirmar que el prelado discrimina a los indígenas por
recomendar la reubicación de una representación indígena cercana al “Puente de
la vida” cuyo origen no se remonta al deseo de valorar un ancestro étnico sino que
corresponde a los vestigios de un desaparecido centro social de diversión? La
prensa amarillista presentó el caso como discriminación por parte de nuestro
pastor cuando en verdad lo que subyacía era el oportunismo por parte de los
acomodados medios, buscando el escándalo y la desinformación que es su
fórmula para vender.
Es más, el mismo señor arzobispo tuvo la humildad de pedir perdón si alguna
persona se había sentido ofendida por sus declaraciones y expresó con mayores
matices su posición. En ningún momento el Señor Arzobispo señaló que la causa
eficiente de los suicidios fuera una representación indígena sino que, dentro de las
causas de este flagelo social, se deberían contar, además de los motivos
psiquiátricos, neurológicos, psicológicos, afectivos, laborales, sociales, etc.,
también motivos de carácter espiritual atendiendo a que el ser humano es un ser
integral y complejo cuyas decisiones responden a diferentes motivaciones. De allí
su invitación a dirigir la mirada a representaciones de carácter religioso que
inspiren la esperanza y el amor.
Por estos y muchos motivos más, los integrantes del clero de la Arquidiócesis de
Ibagué rodeamos al Señor Arzobispo, Monseñor Orlando Roa Barbosa, con
nuestro afecto filial y nuestra obsecuente obediencia, con el respeto a su digno
ministerio y el acatamiento a su legítimo magisterio episcopal augurándole buenos
y abundantes frutos en su ejercicio pastoral.
praulortiz@cec.org.co

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