Ganaderia Impacto y Medio Ambiente
Ganaderia Impacto y Medio Ambiente
Ganaderia Impacto y Medio Ambiente
DETERIORO AMBIENTAL
(XII Congreso Nacional de Geografía, Valencia, 1991)
INTRODUCCIÓN
Las crecientes exigencias en la productividad provoca la aplicación de tecnología dura en
la producción agraria. Los nuevos sistemas de riego, el empleo de potentes máquinas de
labranza, el uso de fertilizantes, enmiendas y plaguicidas, el desarrollo de la biogenética o los
cultivos forzados y protegidos contribuyen al desencadenamiento de la llamada revolución
verde mediante la intensificación de los métodos productivos. La producción ganadera no
escapa a este proceso, ya que los nuevos sistemas no le son ajenos: selección genética con
individuos de altos rendimientos, incremento de la estabulación para las especies más idóneas,
concentración masiva de animales en pequeños espacios, independencia casi absoluta del suelo
agrícola y empleo de energía fósil, no renovable, que no procede de la propia explotación
agraria. Estos procedimientos, tan en boga en la actualidad, han ayudado, qué duda cabe, a
multiplicar la producción y los rendimientos, pero también han llevado consigo un notable
riesgo ecológico y de degradación de los recursos que tradicionalmente no se ha contemplado
en las investigaciones geográficas. La intensificación de los métodos ganaderos tiene enorme
influencia en los paisajes, tanto por la simple localización de la actividad pecuaria, como por
sus indudables repercusiones en el propio aprovechamiento ganadero, en los habitantes y en el
ambiente.
1
sentido la dependencia ambiental. Las áreas ganaderas experimentan un categórico traslado
hacia el este peninsular, donde la fuerza atrayente la ejercen ahora los mercados potenciales y
las infraestructuras (fábricas de piensos compuestos, líneas férreas, red de carreteras, puertos de
arribada de las materias primas importadas, laboratorios, industrias cárnicas, sedes de
poderosas empresas integradoras). La producción pecuaria se beneficia así de las economías
externas y de localización porque se trata de una actividad capitalizada, intensiva, especulativa,
que busca maximizar los beneficios y que sólo necesita el suelo imprescindible para construir
las naves, como cualquier actividad industrial.
Durante las últimas décadas estas áreas orientales han experimentado una incontrolada
«colonización» de granjas de aves y cerdos que albergan cientos, y a veces miles, de
individuos. La ganadería intensiva, por propia definición, se ve impelida a concentrar grandes
cantidades de animales en espacios reducidos, hecho que agrava la situación cuando existe una
localización masiva en municipios o espacios concretos, lo cual se debe a la tradición o a la
introducción reciente y mimética de la ganadería moderna en áreas de escasa raigambre
pecuaria como complemento de rentas agrarias insuficientes. Pero siempre al amparo de una
actividad que creció de forma desmesurada, incluso ejercida por gentes ajenas al sector
primario debido a la rentabilidad derivada de la ingente demanda. Esto se percibe, por ejemplo,
en Lleida, Campillos (Málaga), Vilches (Jaén), Aranda de Duero (Burgos), la Vall d’Alba
(Castellón) o Lorca (Murcia) —término municipal, este último, valorado en la CEE como
modelo negativo de densidad porcina—, es decir, zonas donde la expansión fue tan importante
que aún hoy se detectan construcciones ilegales. Muchas naves, talleres, garajes y almacenes,
destinados en principio a albergar maquinaria agrícola, útiles o aperos, sirvieron como
improvisados cebaderos de cerdos sin las mínimas condiciones higiénico-sanitarias, a veces en
el mismo seno del núcleo urbano. Ello genera muchos problemas difíciles de soslayar en los
propios animales, debido a los riesgos sanitarios, y en el ambiente.