Gunther Wanke - Crítica Social de Los Profetas
Gunther Wanke - Crítica Social de Los Profetas
Gunther Wanke - Crítica Social de Los Profetas
PRESUPUESTOS E INTENCIONES DE LA
CRÍTICA SOCIAL DE LOS PROFETAS
Cualquier texto de la Escritura es susceptible de una cierta violencia interpretativa
para hacerle concordar con puntos de vista personales. En este sentido, los profetas
han sido frecuentemente manipulados en defensa de una u otra tendencia, desde el
escatologismo más evasivo hasta el compromiso más radical. De aquí que se imponga
un trabajo objetivo de investigación con el que se consiga una delimitación de su
alcance e intenciones. El presente artículo, en medio de la enorme literatura sobre el
tema, creemos que aporta bastante en esta tarea. Su objetivo fundamental es situar los
textos en la historia concreta que los motivaron, haciendo un interesante análisis de la
estructura social, económica y política en que se inscriben. Puesto que el artículo, por
su contenido, está llamado a ser leído por un público no especializado en teología y
puesto que el original alemán apareció con una gran densidad tipográfica y sin ningún
subtítulo, nos hemos permitido dividirlo y titularlo con una terminología que facilite su
comprensión.
Es casi un tópico, en las discusiones sobre temas sociales, la cita de los profetas del AT.
Sin embargo, a pesar de las vueltas que se le ha dado al asunto, apenas existe un
acuerdo entre las diversas interpretaciones que se les pretende dar. No resulta, pues,
superfluo abordar la cuestión tratando de poner en claro cuál es su postura desde el
punto de vista social. ¿Fueron, en verdad, unos revolucionarios, o tan solo unos
reformadores?
Hay algo que aparece a primera vista en los textos. Las personas o grupos de personas a
los que dirigen su crítica están perfectamente tipificados. Amós habla contra la clase
dominante de Samaría (3,9-10;4,13;6,1-8), la gente rica de las ciudades (5,11 ss) y los
comerciantes (8, 4-8). Oseas contra los que tienen influencia política, de tal manera que
podría n hacer caer la monarquía (7,3-7;8,4a) y contra los círculos económicos (12,8-10
). Isaías contra la clase dominante de Judea, que en este caso forma todo un entramado
burocrático y cortesano, contra el rey, los jueces (1,10-17;1,21-28;5, 23 y 10,1-4) y los
grandes propietarios agrícolas (1,29-31;5,8-10). Miqueas contra estos mismos
latifundistas (2,1-3.6-9) y contra la clase dominante en general (3,1-4; 3,9-12). Jeremías
contra la clase dominante (5,26-29;6,13-15;34,822) y más concretamente contra los
reyes Joaquín y Sedecías (22,13-19; 34,8-22). Ezequiel contra la clase dirigente, lo que
él llama "los pastores", que identifica con el rey y la clase económicamente dominante
(c 34).
En muy pocas ocasiones y más bien de una forma retórica y ocasional se dirige la crítica
profética contra el pueblo (así, por ejemplo, en Am 2,6-16; Os 4,1-3; Is 1,10-17; Jer 7,1-
15). Pero aun en estos casos hay que tener en cuenta que se le alude en función de la
crítica a las clases poderosas. Se le cita precisamente porque la actitud de las clases
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dominantes configura al país como Estado en una determinada manera en la que todos
se ven obligados a participar. La crítica se dirige frontalmente al rey y a los poderosos,
los cuales, gracias a los aparatos político, jurídico e ideológico, y en última instancia al
poder económico, determinan decisivamente la vida y la historia de toda la sociedad.
La explotación económica
Por ello, más concretamente, la polémica crítica y la acción profética se dirigen contra
la acumulación de capital en pocas manos, en la forma de propiedad de casas o campos
(Is 1,29-31;5,8-10). Extendiendo dicha crítica a las consecuencias (la ostentación de
poder en una vida lujuriosa: Am 6,1-7; Is 3,16 ss), y a las raíces y causas (los métodos
con que se ha acumulado esa riqueza). En este sentido, si hemos de dar crédito a sus
palabras, las clases dominantes se comportaban con una dureza sin escrúpulos,
empleando sin ningún miramiento todos los recursos de su poder. Las víctimas de esta
forma de proceder eran los pobres, en un sentido muy amplio y a la vez muy concreto;
es decir, las personas desamparadas jurídica, social y económicamente, ya fueran los
expoliados, las viudas, huérfanos o extranjeros. Todas estas personas estaban entregadas
sin ninguna protección al terror y a los actos de violencia de los ricos y poderosos (Am
3,9-10;4,1-3;8,4; Os 12,8). Entre la riqueza y las brillantes construcciones de las
ciudades clama la sangre de los aplastados y dominados (Mi 3,10). Miqueas nos
describe la situación: en 2,8 compara la conducta de los poderosos contra su propio
pueblo a la furia de un conquistador en tierra extranjera, y en 3,2b-3 presenta al pueblo
como un animal que ha sido despedazado y adobado para ser comido.
Este tema del derecho como aparato represivo al servicio de las clases dominantes
culmina en la agudeza crítica de Isaías. El profeta ataca a aquellos que promulgan
nuevas leyes y normas con el fin de invalidar las antiguas y dejar sin ninguna protección
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a los pobres (Is 10, 1-3). Sin duda alguna se refiere a los empleados reales, a la
burocracia cortesana, a los que en otro lugar el mismo profeta echa en cara llevar al
pueblo a la miseria. La razón del ataque de Isaías a las nuevas leyes aparece evidente.
Todo el nuevo complejo jurídico- legal estaba encaminado a permitir a los poderosos
arrebatar las tierras de los campesinos. Por medio de manipulaciones económicas y
jurídicas, el gran propietario va estrechando poco a poco su círculo en torno a los
pequeños campesinos, de tal manera que la pequeña propiedad y la casa, ligadas a la
familia, van desapareciendo (cfr Mi 2,1-3 y 2,9-10). Isaías llega a afirmar que con ese
"desarrollo" solamente los grandes propietarios podrán vivir en el país, ya que a los
demás les habrá sido arrebatado hasta el espacio. En manos de unos pocos se concentra
no sólo la propiedad, sino los derechos del ciudadano que, como es sabido, venían
acordados a aquélla. La inmensa mayoría de la población se precipita, en virtud de estos
mecanismos legales, en la dependencia política, económica y religiosa (Is 5,8-10).
El punto de partida del desarrollo socio-económico de Israel hay que ponerlo en las
diversas circunstancias y hechos que rodearon la ocupación del país. Lo que eran
campos de pastoreo fueron transformados poco a poco, a partir de la ocupación de las
tribus, en campos de cultivo. En este proceso fue naciendo un entramado jurídico
condicionado por las relaciones sociales propias de una comunidad de familias y que
trataba de regular la apropiación y uso de la tierra en beneficio de las mismas. Basado
fundamentalmente en la ocupación colectiva de la tierra, determinaba por sorteo o
adjudicación una parte de ella a cada familia. Esta parte de tierra fue pasando, con el
correr del tiempo y a través de la herencia, a los miembros de la familia o tribu, y
fundamentando así un derecho sobre la misma. La propiedad familiar era
comercializable o transferible, pero no quedaba tal posibilidad totalmente al arbitrio de
la propia familia, sino que tenía algunas limitaciones. Así, por ejemplo, no podía
venderse sin más, sino que en caso de deudas o de extinción de una familia tenían
prioridad en la compra los familiares más cercanos. También podía asignarse de nuevo a
la comunidad local, como propiedad colectiva, para que ésta la redistribuyera entre los
más necesitados. Este orden económico tenía su justificación religiosa e ideológica en la
creencia de que Yahvé era el verdadero propietario y dueño de la tierra y los israelitas
simples administradores o arrendatarios de la misma (Lev 25,23 y en general el
Deuteronomio). Por ello, a cada israelita libre se le asignaba un trozo de la tierra de
Yahvé, con la cual debía tener asegurada su manutención y su vida, sin caer en la
necesidad de depender o venderse a otros.
Para financiar las medidas administrativas propias de esta expansión del Estado, éste se
vio necesitado de fondos con los cuales pagar la naciente burocracia. Es verdad que
David, con la conquista de las ciudades cananeas, se apoderaba de las riquezas de sus
señores. Pero junto a esto, hay que contar también con la adquisición o expropiación por
parte del Estado de territorios que pertenecían a las primeras tierras ocupadas por las
tribus. Así, por ejemplo, con la caída de Saúl se apodera David de sus tierras (2 Sam 9).
Más grave aún: las tierras que por extinción del heredero hemos visto que debían recaer
sobre la comunidad local, para su redistribución entre los miembros de la misma, se las
apropiaba también la corona (1 Re 21,8 ss; 2 Re 8,1 ss). De esta forma, con el paso de
un cierto tiempo, una parte no despreciable de lo que podríamos llamar "patrimonio de
Israel" se convirtió en propiedad del Estado. Como puede suponerse, la explotación y el
disfrute de estas tierras era adjudicado a los funcionarios como pago de sus servicios,
con lo cual la clase política se identificaba y venía a ser una misma cosa con la
oligarquía terrateniente y con sus intereses.
Propio de estos mecanismos de poder era el que se pudiera aumentar la riqueza con la
adquisición de tierras. Con ello, como hemos apuntado, lo que se conseguía era doblar
su influencia política como funcionarios y asentarla en el poder económico. Y
viceversa: conceder a los intereses económicos todos los recursos del aparato político.
Por eso el enriquecimiento podía hacerse de muchas maneras: imponiendo condiciones
leoninas a los arrendatarios, explotando a los trabajadores sin tierras, haciendo valer su
influencia en las apelaciones jurídicas o en los conflictos administrativos... Es obvio que
todos estos abusos podían realizarse cada vez más impunemente con el crecimiento de
la maquinaria administrativa. Por el contrario, el peso y la influencia del ciudadano
privado, tanto en las decisiones políticas exteriores como en el control y dirección del
país, iba disminuyendo acusadamente.
¿Personalismo?
Lo primero que debemos aclarar es lo siguiente: la situación que hemos descrito, ¿la
interpretaban como resultado de la estructura social o debía atribuirse a la mala voluntad
de las personas concretas que por su egoísmo y ambición, e independientemente de la
objetividad social e histórica, deterioran y pervierten unas estructuras asépticas en sí
mismas? Creemos que lo anotado en la primera parte nos ha indicado ya cuál era la
intención de los profetas y es suficiente para desbloquearlos de las repetidas
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Los profetas se dirigen a las personas particulares y atacan su conducta antisocial, pero
más aún contra las estructuras socio-económicas y contra los representantes de una
determinada clase que actúan como soportes de las mismas. No es correcto decir: "los
ricos no son acusados por su riqueza, sino por los medios injustos de su adquisición".
Como si la institución real pudiera considerarse aislada de las determinadas
circunstancias sociales e históricas que la sostuvieron; como si pudiera separarse la
conducta de los representantes de dicha institución de los condicio namientos de la
misma. Ante estas palabras de Isaías: "¡ay de aquellos que acumulan casa tras casa y
amontonan campo sobre campo hasta quedar ellos como únicos poseedores del país! "
(Is 5,8 ), ¿se puede mantener la opinión de que los latifundios son un fenómeno
plenamente neutral con tal de que se hayan formado respetando determinadas normas
legales?
¿Programa restaurador?
Tenemos algunas indicaciones que parecen señalarlo. Así vemos que se dirigen una y
otra vez contra las alteraciones que se han producido en la antigua estructura de los
pequeños propietarios. La crítica a los latifundios en Isaías, pero más aún en Miqueas,
sólo se comprende plenamente teniendo lo viejo como punto de referencia. En el ataque
que hacen a la explotación de los pobres y desposeídos, a los abusos sobre los siervos y
jornaleros, a la forma de aplicar las normas jurídicas, los profe tas remiten siempre al
olvido en que se tienen las viejas instituciones; que como hemos visto tenían sus raíces
en la pequeña propiedad e insistían en la ayuda al prójimo.
Así, pues, no puede negarse que la antigua formación social representaba para los
profetas un modelo en el que mirarse. Pero no hasta tal punto que en sus críticas y
propuestas queden aprisionados por una tendencia a la "restauración". En muy pocos
casos (Mi 2,1-5; Ez 40-48) se afirma claramente una intención restauradora que una la
soluc ión de los males presentes con la repristinación del ya sobrepasado e inviable
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esquema social. En la mayoría de las citas falta una indicación sobre cómo deberá
configurarse el nuevo sistema social. Observaciones concretas sobre la manera de
realizar un cambio estructural, algo así como un programa social orientado a dar
respuesta a las nuevas realidades y condiciones económicas, tácticas, estrategias,
proposiciones..., todo esto no es posible encontrarlo en la literatura profética. Aparece,
eso sí, un recuerdo, una mayor o menor referencia comparativa a la antigua
configuración social. En este sentido sí que podemos afirmar que su crítica depende
como punto de partida de representaciones ya superadas pero que no pretende remoldear
el futuro bajo la misma forma, sino que es plenamente consciente de su carácter abierto.
Como referencia y ejemplo de la situación explotadora que se ha creado se toma el
modelo de la antigua formación social, llamada a desaparecer inevitablemente con el
desarrollo económico. Pero no se bosqueja un nuevo esquema de sociedad sobre las
bases del antiguo.
Oseas afirma con dureza que en el país se ha perdido el "hesed", es decir, que en las
relaciones sociales ya no existe la mutua confianza y responsabilidad, que se ha perdido
la fidelidad y veracidad en el hablar y en el obrar. Insiste en que ya no hay
"conocimiento de Dios", lo cual significa que el rey y los funcionarios no dirigen al
pueblo conforme a la voluntad de Yahvé (Os 4,1-3; 8,4). Jeremías exige de los
representantes del pueblo que practiquen el "mispat" y el "sedaqa" (Jer 21,1122,4). Y de
aquí saca como consecuencia el echarle en cara a Joaquim que rivalice con sus
antecesores en construir palacios suntuosos en lugar de aventajarlos en la práctica de la
justicia y el derecho. Pues conocer a Yahvé quiere decir atender a los pobres y
explotados en sus derechos (Jer 22,13-17). Podríamos multiplicar las citas. En toda la
crítica profética se exige una sociedad que transparente la voluntad de Yahvé, una
sociedad que se base en la justicia de Yahvé (mispat) y que la manifieste en la
regulación de unas relaciones sociales justas (sedaqa). Justicia y derecho son, pues, los
principios desde los que se critica y ataca a la sociedad establecida.
Pero justicia y derecho son, sin más, dos palabras vacías. Y si se añade que deben
concretarse en la voluntad de Yahvé todavía se hace una abstracción mayor. Con este
bagaje no puede irse muy lejos, ya que deja sin respuesta el quehacer concreto, la
práctica social correcta. De la exigencia fundamental de justicia y derecho hay que sacar
toda una serie de consecuencias concretas. ¿Cómo? Los profetas lo intentaron con la
ayuda de una serie de ejemplos. Tales ejemplos los sacan de la historia social que
conocen y les es asequible y comprensible. Por ello no es de extrañar que se sirvieran de
modelos del antiguo orden social que, por contraste, les parecía más justo. El Israel del
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¿Espiritualismo trascendente?
Hasta ahora parece que con nuestras preguntas hemos ido ciñendo a los profetas y
perfilando su figura con cierta nitidez. Conviene que demos un salto y nos enfrentemos
con una interpretación diametralmente opuesta a las conclusiones que vamos sacando.
Dice así:
que el juicio de Dios es inevitable no vale la pena que nos compliquemos la vida con
reformas sociales y cosas parecidas. Recordad que los profetas no lo intentaron". La
verdad es que si esto es cierto, lo que debemos preguntarnos es por qué hablaron. Al fin
y al cabo el inevitable juicio de Dios se hubiera cumplido igualmente sin su predicación
y hubiera sido igualmente justo sin necesidad de sus aclaraciones. ¿Para qué el duro y
cortante lenguaje de Amós que, según Wolff, debía hacer saltar los oídos, si ya estaba
todo decidido?, ¿sólo para dar a conocer la razón y la justicia del juicio de Yahvé?
Los defensores de tan desaforada interpretación afirman que con ella se libra a la
palabra profética de desfiguraciones antropológicas, o de lo que en términos pastorales
se acostumbra a llamar "temporalismo". Se suele emplear este argumento con cierta
frecuencia, y con mayor ambigüedad, sin caer en la cuenta de que se ha cometido ya de
entrada una clara violencia con los textos y una más peligrosa desfiguración teológica.
De cualquier forma, yo prefiero caer en el peligro de la desfiguración antropológica con
tal de comprender las palabras de los profetas, en lugar de refugiarme en la fácil
solución de vaciarlas de contenido.
En resumen, creo que hay que afirmar que aunque la palabra profética se vierte en la
forma literaria de juicio y condenación, lleva siempre conectados abundantes textos de
consejos y advertencias. Con ellos, los profetas pretendían, sin duda alguna, alcanzar
cambios sociales concretos (cfr, por ejemplo, Is 1, 10-17; Am 5,14 ss; Jer 21,11 ss ). De
lo contrario la mitad de su predicación sería pura charlatanería.
Nuestra encuesta en torno a la concepción social de los profetas ha tenido más bien un
carácter negativo, algo así como un ir desbrozando lo que no pensaron ni pretendieron.
No obstante hemos ido deduciendo una serie de afirmaciones positivas y conviene que
las sinteticemos en forma de balance.
a) La salvación concebida como liberación: los profetas ven una estrecha relación entre
una estructura social viciada y explotadora y una. situación de condenación y pecado.
Relación que, evidentemente, no puede considerarse como identificación total y
adecuada. La condenación no se sigue automáticamente de la alienación social, sino que
como juicio de Dios es algo que permanece fuera del alcance y manipulación del
hombre. Digamos lo mismo de otra manera: los profetas ve n una estrecha relación entre
justicia social y salvación, y pretenden, con su predicación, ponerlo de manifiesto.
Relación, repitámoslo también, que no puede concebirse como una especie de ex opere
operato, como una consecuencia automática, pero que es necesario tener presente y
realizarla en la práctica.
b) La conversión como toma de conciencia social: los profetas pretenden con el empleo
de la forma condenatoria crear un lenguaje agresivo que martillee y zarandee al oyente.
A mi entender, no para despertarle y hacerle testigo de su inminente ruina, sino para
ofrecerle una decisiva oportunidad de cambio y transformación de la sociedad en que
participa. Este lenguaje conminatorio puede ser tan fructuoso o más que la presentación
de todo un programa social (cfr Is 20).
c) El juicio ¿cómo revolución y lucha de clases?: sobria y honestamente hay que decir
que el anuncio del juicio de Dios aniquilando y destruyendo la sociedad, si bien
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